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Club de lectura queer express

coordinado por Martín Villagarcía

Gabriela Bejerman
Concurso de tortas; ganadora: ¡Sonia! (1999)

Gabriela Bejerman nació en Buenos Aires en 1973. Estudió Letras en la UBA y se


vinculó tempranamente con el grupo de Belleza y Felicidad, formado por Fernanda
Laguna y Cecilia Pavón. En su editorial, y con el seudónimo Liro Violetsky, publicó en
1999 la plaqueta “Concurso de tortas; ganadora: ¡Sonia!”, a la que siguieron los libros de
poesía Alga (Siesta, 1999), Crin (Belleza y Felicidad, 2001), Pendejo (Eloisa Cartonera,
2002), Sed (Cencerro, 2004), Querida (Caleta Olivia, 2017), Aurelia (Nebliplateada,
2019) y Ubre (Vox, 2022). Entre 1997 y 1999 coeditó junto a Gary Pimiento la
legendaria revista de música, poesía y actualidad Nunca nunca quisiera irme a casa. En
2004 publicó, gracias a un subsidio de la Fundación Antorchas, el volumen Presente
perfecto (Interzona), compuesto por dos novelas breves. A este libro de narrativa
siguieron Linaje (Mansalva, 2009), Astra y Oster (La Propia Cartonera, 2010), la
colección de cuentos Heroína (Mansalva, 2014) y Un beso perdurable (Rose Iceberg,
2017). En 2007 editó Mandona, su álbum musical que combina poesía y electropop. En
2014 debutó como directora de teatro con la obra Campo Cascada, inspirada en la obra
de la escritora estadounidense Jane Bowles, de quien tradujo los cuentos y la obra de
teatro compiladas en el volumen Juego de damas (Eterna Cadencia, 2012). En 2021
publicó el manual literario El libro de escribir (Rosa Iceberg) y en 2022 Mansalva editó
Pompa, su poesía reunida de 1999 a 2022.
Una monja modelo

Tuve que ir a pasear a una monja por la ciudad. Ella era joven y bonita, italiana, de
nombre “Henrietta”. Era una monja modelo y venía de Milán, donde trabajaba. De la
pasarela al convento, del convento a la pasarela.
Iba sentada a mi lado, callada, con las manos recogidas sobre el regazo. A través de las
telas rústicas que la vestían se adivinaban los largos huesos con que había ganado el
corazón de los diseñadores más exquisitos del mundo. Su gracia era divina: una sonrisa
entre rosa y dorado, ojos de extraordinaria timidez 100% bondadosa. No había querido
sentarse atrás, pero lo adiviné sin que lo dijera. Me mostró un mapa. Ella creía que yo no
hablo italiano y señaló el obelisco. A esa altura llegué a creer que era una monja mudita.
Pero era una monja nudista y, sin saberlo, yo la llevaba a posar para una foto junto a
miles de personas.
El fotógrafo estaba en la punta del obelisco. Se asomó por la ventanita del monumento,
decía “attenti, que sale el pajarito” a cada rato. La gente se enroscaba y se sentía feliz. Mi
monja había dejado sus hábitos en mi auto, así que decidí probármelos. Fui colocando
cada prenda y me observé en el espejito retrovisor. Una verdadera monja. Entonces pensé
en toda esa gente desnuda y en dios irradiando quién sabe qué diagramas, qué halos sobre
las pieles al viento como poncho. Pero la monja volvió. Yo le dije:
–Hablo italiano.
–Ah, ¡qué buono! –como esas personas de quienes tenemos una determinada impresión
y de pronto nos desconciertan con un gesto que jamás hubiéramos asociado a ellas, me
sorprendió. Me tironeó de la cofia y decidió meterse dentro del traje religioso conmigo.
Así, según ella, nadie la notaría, como por ejemplo los paparazzi que acechaban detrás de
los arbustos crecidos a base de smog. Se introdujo en la túnica. Parecíamos una chica
gorda de dos cabezas, pero de perfil se veía una sola, porque hicimos un torniquete bien.
Así llegamos a salvo al auto. Fuimos a un restaurant de todo por dos pesos. Nos
comimos un lomo a la pimienta y una suprema maryland, lo más caro del menú, 2,40. La
moza trajo platos con porciones demasiado chicas, del tamaño de un cubito de caldo al
cubo. Después nos regalaron café en un dedal.
Charlando descubrí que Henrietta era un ejemplo de bondad: trabajaba como
mannequin sólo para darles dinero a los pobres. Vivía con las carmelitas descalzas. Entre
su comunidad había una hermana que insistía en usar tacos, en vez de nada,
argumentando que de ese modo dolía más y se daba un nuevo castigo al cuerpo. La
misma monja sacrificada fue quien propuso en las asambleas que Henrietta se hiciera
modelo. Las demás hermanitas no pensaban mucho y pronto las convenció. Múltiples y
grandes serían las ventajas, tanto a nivel terrenal como espiritual. Ya que Henrietta había
sido dotada de una inigualable belleza y de una entrega sublime a Dios, su humillación la
canonizaría presto: mostrar su cuerpo, atravesar a diario las frívolas obligaciones
necesarias para permanecer en la cima, éstos serían los martirios de su vida. Y Henrietta
soportaba bien.
Seguimos hablando en italiano y pedimos pastas: ravioles de verdura con salsa de
queso, sorrentinos de calabaza y muzzarella con crema de espinaca, fettucini con dados
de tomate, albahaca y olivas. De postre pidió uvas negras con pestañas de vainilla. Las
pinchaba con la uña del meñique. Sus labios parecían también hechos de fruta.
–¿Y la gula? –le pregunté.
–Bulimia.

Llamó a la moza, le pidió que se sentara encima de ella. Le fue poniendo porotos en el
corpiño. Lo hizo durante diez minutos, aquella prenda íntima estaba a punto de estallar.
Entonces sacó los colmillos como eyectados por un botón y dio el primer mordisco. La
moza ahora rellenó su corpiño con aceitunas. Henrietta las mordisqueó y chupó para
luego dejarlas de vuelta en el plato. Porque no las tragaba la moza ofendida renunció y se
fue a un autocine. Mi monja me pidió que la fuéramos a buscar en auto.
La noche estaba muy oscura. La luna apenas brillaba, demasiado pequeña allá arriba.
Nuestros reflectores iban mostrando la rapidez de las alimañas del camino. Pronto la
parrilla del auto se transformó en una colmena de mariposas muertas que por la velocidad
y el viento parecían aletear. Cuando hicimos una paradita técnica ella notó este
espectáculo tan triste, se arrodilló, gastó una reverencia mínima. Sus ojos hicieron el
trabajo. Se largaron a llorar con todo, como un chaparrón. Sus ojos eran el mejor
empleado del mes, y lloraban con maestría, pidiendo al señor que les devolviera vida diva
a esos insectos coloridos. Rogaba también por las almas intrigantes que, perdidas en la
barrera entre el día y la noche, huyen de los espejos contra los que impactan. Esas
humanas bombas que nunca terminan de explotar, llenas de orgasmos espásticos,
aturdidas por la música de su propia voz. El milagro se produjo. Todo el autocine se puso
de pie, el amanecer se veía en la pantalla. Salió el sol a las tres de la mañana. Las
mariposas levantaron vuelo cantando. Las chicas abrazaron a las plantas. Henrietta, la
moza y yo nos besamos.
En el mar nadaba mi monjita en las vacaciones, esta foto la guardo para el final. Fui al
convento con ella. Hice todo sin dejar de ser su chofer. Me gusta acompañarla a New
York, París, Buenos Aires, Río, Barcelona y Pekín. Entro perfectamente en su maleta. Me
hamaca hasta que me voy desdoblando, como una prenda más. Me pongo su traje de
monja cuando ella se lo saca. Llevo un cuaderno con todos sus pensamientos y se los leo
al azar cada mañana mientras le sirvo en una bandeja su jugo de naranja y su fustita de
flagelación, que es muy suave: su piel no puede corromperse, si no los niños dejarían de
comer.
Esa troncha trenza de cana

Me compre una cupé fuego con la última guita que hizo mi ex marido choreando
estéreos. Cuando lo metieron en cana me dio los pesos que le quedaban después de una
última y buena chupada llena de lágrimas de despedida. Me dijo: gastala en lo que más te
guste, y pensá en mí cuando lo disfrutes. Sí, Toto, sí, Totito mío.
Salí de la cárcel, me fui caminando a pata todo Devoto y por Beiró encontré un usados.
Conté la guita en la vereda, mirando los modelos. Había una cupé fuego color fuego. El
encargado, un chongo desconfiado, se me acercó en zigzag con las manos en unos
bolsillos gastados de tanto no hacer nada y patear la vereda relojeando camiones como
yo. ¿Qué le habrá gustado más? ¿La minifalda roja, el pelo largo o lo que se veía de una
tanga zarpada y barata? Algo lo asustó, cuando le mostré los billetes reculó. Yo me reí
hasta que se avivó y me hizo pasar a la oficina.
En sus palabras no encontré nada que me calentara lo suficiente como para abrir un poco
las piernas y darle a entender que sería mejor cerrar la persiana americana y tirárseme en
el escritorio. Me paré mientras seguía con el verso, al pedo, y le revolví los compacts.
¿Tiene estéreo o se lo afanaron?, le pregunté al salame. Tiene, tiene, respondió. Bueno,
apurate que me tengo que ir, le canté mientras me entusiasmaba pensando en pasear por
el barrio con cumbia a todo lo que da. Fue lo que hice.
Mientras preparaba el coche me guardé en el bolso el de Amar azul, Damas gratis,
Rodrigo y otros más. Chau, pibe, le dije tocando la bocina para ir probando. Miré su bulto
y me le reí por el espejito, ¡una nada! Chupándome la boca de contenta crucé en amarillo
a ochenta.
Puse fuerte Amar azul. ¡Cómo me gusta la cumbia! ¡Se me paraban los pezones pisando a
fondo ese acelerador, sacándoles chispa a las gomas, atornillada a mi asiento, qué calor!
Oteaba a los pibitos tomando birra en la vereda, viendo con qué me iba a entretener esa
tarde. Transpirados, esos los sobacos lampiños, no sabía qué manotear primero cuando de
repente veo una cana.
Era una chonga de aquéllas, forrada de azul federal, pechera antibalas, culo con botas y
una flor de trenza que nunca podré olvidar. ¡Mamita!, ¡cuánta trenza! Parecía que se la
había hecho con crin de yegua mala, era troncha como un porrazo y larga hasta la cola.
Le iba rebotando, a un lado y al otro, cacheteándole el orto. Bajé la velocidad y subí el
volumen. El tema le cantaba: esa colita que dios le ha dado, esa colita que dios te dio.
Se dio vuelta, tenía unos anteojos de sol espejados, parecían afanados de Chips. ¡Qué
cara de torta! ¡Qué difícil bombón! Me encabrité. La cupé echaba fuego igual que yo,
enero estaba que ardía.
Yo iba andando despacito, siguiéndole el ritmo a la chonga, pensando qué iba a hacer. La
guacha me miraba a cada rato, meneaba la trenza pero iba dura como una bala de plomo,
agujereando la vereda a cada paso. Discúlpeme oficial, me mandé, ¿sabe dónde puedo
inflar las gomas? Frené con cara de boluda y me asomé por la ventanilla, sacando el
escote afuera, esperando tentar a ese mazacote. Mordió el anzuelo, se me acercó. Puso el
pantalón al lado de mi cara y dijo con esa voz machona que yo ansiaba escuchar: Mirá,
bebé, acá a la vuelta hay una gomería. Pero está cerrada, es la hora de la siesta, ¿viste?
Acercó más ese bulto femenino, me miró fijo, se agachó. ¿Te puedo ayudar?, preguntó en
voz baja. Y, no sé... Estoy medio perdida. Me podrías acompañar a otra gomería, si
querés. ¿Estás de turno? No, acabo de terminar. ¿Cuándo?, le pregunté. Recién, cuando te
vi a vos, potra. Subite.
Prendió un pucho, apoyaba el brazo en la ventanilla. Iba a dejar la gorra atrás pero la
atajé: así me gusta más. ¿Ah, sí? ¿Adónde vamos, loquita? No sé, le dije, ¿a tu casa? No,
que está mi marido. Mejor vamos a un telo, conozco uno...
Me fue indicando el camino, ni me miraba, fumaba uno tras otro. Lo único que hacía era
apoyar su mano en la pistola y en mi pierna. Se reía un poco, tosía y con la mano, como
dirigiendo el tránsito, me decía por dónde ir. Nos fuimos metiendo cerca de una villa que
yo no conocía. No te asustés, me dijo, son amigos míos. Dejá el auto acá.
Bajé. Tenía la bombacha tan clavada que me dolía, pero me gustaba. La cana me hizo
pasar a un cuartucho oscuro y vacío. Yo me senté en el catre y la miré mientras se iba
sacando el uniforme. Tengo sed, le dije. Ahora vas a chupar algo jugoso y se te va a
pasar, vas a ver, linda. Sacó una teta afuera. Era una piedra con una punta rosa lista para
jugar. Le planté la lengua que estaba igual de dura y se lo hice bailotear. Después sacó la
otra. Tenía las manos agarradas por atrás de la espalda, como si estuviera haciendo
guardia, las piernas abiertas, bien agarrada al piso con sus botas de goma. Había dejado el
pantalón caído pero el cinturón seguía ajustado, con su chiches negros, tan relucientes
que daba ganas de agarrarlos. Pero me entretuve con su par de pechos potentes. Se los
amasaba con las manos y me llenaba la boca. ¡La pucha que me asusté cuando saltó un
chorrito blanco! Parecía semen pero era leche.
Siempre me hago chupar, bombón, me gusta mantenerlas rellenas. Alimentate, putita,
dale, tragá todo lo que puedas. ¿Viste qué rica que está? Sos una bebota, qué bebota tan
puta, nunca vi una igual. Y a qué no sabés el juguito que tengo acá, dijo empujándome la
cabeza hasta que llegué a sus pelos. Metí la lengua y tenía la concha más rica que probé.
La froté hasta que yo misma estuve a punto de acabar, mi lengua resbalaba y rasqueteaba
ese bultito y se iba para atrás, refregando un poco el fondo que chorreaba.
Pero cómo te gusta chupar, pendeja, me vas a dejar seca de tanto que le das con la
lengüita. Frotame, puta, que me vas a hacer largarte todo. Cómo chupás, ¿no te da asco
tragar tanta concha?, estás llena de lechita, mirá cómo te rebalsa la boca. Vení, bebé,
dame un beso en la boca, a ver qué gusto tengo hoy. No doy más. Dame esas tetas que
tenés ahí, pendeja. ¡Sin corpiño anda, la putita! Te toco toda, mami, ¿a ver si tenés lechita
vos también?
Era una genia con la boca, los dientes y la lengua. Mientras me mamaba, sus dedos
enguantados iban metiéndose en mi concha. El flujo blanco se acumulaba entre sus
dedos, me los pasaba por la cara y me hacía mordérselos, llenándome la nariz de olor a
cangrejo.
Después se arrodilló. ¡Qué linda trenza que tiene, oficial!, le dije. Sí, ya sé que te encanta.
¿Sabés lo que vas a hacer?, pajearte con la trencita. ¿Qué te parece, puta? Dame acá esa
concha caliente. Me la chupó un poco, apenas apoyaba la punta de la lengua en el clítoris
y la sacaba, mirándome a los ojos, riéndose como una fiera. Y otra vez lo mismo, la
puntita y nada. Yo no daba más.
Tirá de la trenza con esa mano y calzátela en medio de la concha. Dale, tirá, no tengas
miedo. Tirá hasta que duela, así me gusta, tirá, dale nomás, pajeate bien, quiero que me
llenes la trenza de leche. ¿A ver cómo largas todo eso que tenés, mamita? Puta que sos,
ésta no te la olvidás más, ¿no? Dale, dame, dame que te toco bien las tetas, mirá cómo las
tenés. Si no te portás bien te pego en la cola. Sacala para afuera, bebé, sacá la colita y
mové esa conchita pajera que tenés, eso, muy bien. Pero qué bien se mueve la puta, sos
una boluda, nena, dale, qué forra que sos, movete bien, imbécil, que si no te surto. Eso,
dale, dale más.
En medio de sus insultos pegué un grito al tiempo que eyaculaba mi lechita hirviente.
Manché su trenza chonga. Me obligó a lamérsela bien como si fuera una pija. Después
me daba latigazos en las tetas con esa trenza mientras se pajeaba parada en una posición
fija. No me dejaba acercármele hasta que al final, cuando estaba a punto, me la dio. Vení,
nenita, ¿no querés chuparme la conchita linda que tengo para vos acá guardadita? Vení,
bebé, chupá bien con esa lengua que tenés. Ya tuviste mucha pija por hoy, ahora tomá un
poco de ésta.
La cana descargó, me arañó las tetas, clavadas las uñas, marcas me dejó. Así se hace, te
voy a dejar salir en libertad de lo bien que me chupaste, pendeja. No nos besamos. Ella
enseguida se volvió a vestir mientras fumaba un cigarrillo. Yo me pajié rápido una vez
más. Me miraba de reojo, como vio que me costaba se paró y haciéndose la sota me puso
el garrote cerca de la boca. Yo se lo trinqué con una mano mientras con la otra me daba
duro. Cuando estuve a punto de acabar me escupió la cara, entonces largué a fondo.
Vestite, te espero en el auto, dijo dando un portazo a la chapa. Lindo fierro, me
comentó cuando subí. La concha me latía. Dejame acá en al esquina, bebé. Frené donde
me dijo. Se olió la trenza antes de bajar mirándome a los ojos, me dio una palmada en la
pierna y se fue, haciendo rebotar su tremendo culo contra el piso de tierra y levantando
polvo. Aceleré para rajar de la villa antes de que me molieran a palos.
Concurso de tortas; ganadora: ¡Sonia!

Primera Parte

me di cuenta de que no me iba a enamorar de vos

una lástima aunque ya esté enamorada

porque siempre es mejor

más y más

fuimos al concurso de tortas

vos querías ganar

traías lo máximo

tetas fritas, culo asado y pelo de prostituta de la selva

yo te miré desde que llegaste

con todo eso encima

parecías la reina de conchas

venías sola pero parecías

acompañada de miles de minas

cuando me miraste vi tu pestañar

algo más

enrulado y caliente, tuyo


y el color de los ojos, con la mirada efervescente como pastillas de enamorar

decidí que era mi noche

ya no me importaba el concurso

aunque yo también traía mi buena torta conmigo

sólo quería, sólo pensaba amasarte

tal como me lo pediste después

“sí, amasámelas”, las tetas fritas, tu conchita al horno

sin pelos porque todo tu pelo salía de tu cabeza y de tus ojos

sin dejar más lugar para pelo

en el concurso de tortas ni disimulaste

a tus amigas les hablabas de mí

y me miraban descaradamente

pero tus amigas eran más feas que yo

cuando escribiste tu teléfono en mi libretita de salir pusiste

diosa

madonna

llamame

7774967

y yo te dije
te llamo seguro

después de ir a tu casa

ver tu cama con dosel toda enkilombada

con bombachas de años tiradas en el taller de títeres

tu gato loco que me despertó a la mañana con su ronroneo persistente

tu idea estúpida de cocinar pulpo para tu novio

(ah, entonces no eras tan torta, te gusta la pija voladora)

¡pulpo! Sí, jamás lo habías preparado

suerte que un amigo mío te ayudó

echó cinco puñados de arroz a la olla

eso fue todo, él tampoco sabía cocinar

y vos después sacaste de las bolsas del fregadero,

descongelándose,

un pulpo gigante, casi entero, casi vivo,

y lo echaste adentro del agua caliente

que empezó a hervir cuando cogíamos como locas

en medio del kilombo de tu casa

con vecinos malditos que a la noche me daban terror

y a la mañana me despertaron con peleas conyugales cotidianas a los gritos


al otro día volví a ver el pulpo

estaba igual

vos querías dejarlo a medio cocinar

y tal vez hayas envenenado a tu novio

lo odio igual que a vos porque

invadías todo mi ser con tu cuerpo salvaje

y tu personalidad avasallante, mucho más

que la mía

en la cama me hiciste todas las cosas que querías

y me hiciste hacerte todas las cosas que querías

eras tan chancha que pude acabar

creo que tu gato chatrán que encontraste en Salta

ése que te siguió y se abrazó a tu pierna hasta que decidiste hacerlo tuyo

nos vio todo el tiempo cogiendo, pero

él está castrado.

No es acaso injusto mostrarle sexo a un gato imposibilitado sexualmente?

Tal vez para él sea sólo una diversión ver a dos tortas en acción,

no signifique ya “sexo”, y, a su manera, tal vez se rió de mí

porque los gatos saben

cuándo alguien tiene miedo


a la bañadera me obligaste a entrar

yo te dije

¡no!

estoy indispuesta

pero me arrancaste con tus uñas un poco rotas la remera, el corpiño, el siempre
libre

que oculto a los amantes, los zapatos

y casi me ahogo en medio de tu culo gigante

mientras te tocaba toda pensaba en tu nombre

Sonia,

mucho mejor que tu verdadero nombre

las palabras que decís cuando cogés

las decís siempre o

renovás?

“¡escorpiana!”

gritaron mis amigos gays del zodíaco al otro día cuando les conté todo

yo les dije que te había preguntado

¿cómo sabés tanto de sexo si sólo estuviste con cuatro chicas?

me dio miedo conocerte

y coger con vos


pero te lo agradezco porque si no

iba a terminar octubre y no iba a haber escrito mi poema anual de octubre

hoy es el anteúltimo día de octubre

del anteúltimo año del siglo veinte

vas a quedar inmaculada en mis obras completas

parecerán puras e intactas tus tetas

Vos me transformaste, me traspasaste, no quedé virgen

aunque antes ya no lo era, pero algo me quedaba

Con vos perdí más de mi virginidad rezagada

pero lo que me sacaste me lo resarcieron el placer y la poesía

que acabo hoy

polvos y más polvos de señoritas

cómo pudiste llevarme a tu barrio donde hay tantos robos

¡al menos no me lo hubieras contado!

por qué tuviste que decirme que la noche en que llegaste con esa potra con
quien pensabas estrenar sexual y tortamente tu nueva casa

dos tipos las asaltaron con malignas pistolas

“chumbos” dijiste

y contaste toda la historia entrando en detalles sin importancia

que sólo aumentaban mi deseo por escuchar la parte terrible


pero a vos no te pasó nada

porque sos muy fuerte

estoy segura

de que armás tu fortaleza

con la debilidad de tus víctimas sexuales

con el placer que ellas te dan

toda la noche diciéndome

“siempre quise conocer a una mujer que me partiera la cabeza”

y yo te confesé que te tenía miedo

pero no te dije

que estaba con vos

por ese miedo

que a la mañana siguiente

ese miedo iba a ser mi poema de octubre, el más importante del año

y que a la mañana siguiente

con la luz divina del sol entrando en mi segura ventana del barrio de belgrano

y john coltrane en el drive d: de mi compu

iba a pensar en vos dominándote, finalmente volviendo a controlar la situación

y que te iba a dejar un mensaje en el contestador

(estarías y no me contestaste pensando que soy una pendeja)

“hola, hola, soy yo… quería decirte que


me arrepiento de todas las cosas que te dije anoche

y que quiero volver a verte

pronto”

ahí sí pude ser canchera

sin miedo

de día

tus tetas no son dañinas

pero de noche

en tu casa que es un kilombo hasta que el sábado venga la mucama que es


evangelista pero está enamorada de vos y te limpia la casa gratis porque te
quiere mirar y vos le vas a hacer un regalito

porque cobraste

de noche tu vecino es un asesino

tu barrio es harlem

y vos sos la condesa sangrienta que quiere chupármela a pesar de

la menstruación

no me dejo

y no te la chupo

pero igual acabamos, divina, no te preocupes

soy una pendeja de belgrano pero te voy a hacer gozar

y me quedo a dormir en tu casa porque no doy más

si pudiera me levantaría ya
no me voy porque es de noche

y me da miedo que me violen (más) si salgo

que me amasijen cuando trato de entrar al coche

por eso me quedo en tu casa, en tu cama, que igual es peligrosa

donde reinás vos

la loca de tetas fritas y culo asado, te cocinás en la bañadera

te cocinás en la cama, al calor de mi cuerpo que es más flaco que el tuyo

pero que fácilmente se pervierte

al calor de tu cuerpo

cuando fui a tu habitación

en cuanto pude

miré tu biblioteca

y supe que estabas loca por los libros de autoayuda contra la gordura

pensé, ¿la habrán ayudado? …aparentemente,

no

puede haber cualquier cosa en tu casa

un gato de verdad, un gato títere, una cucaracha viva, caca muerta

un pulpo crudo en la olla toda la noche

y tu novio se va a morir mañana cuando se lo coma, a pesar de que lo hiciste

con todo tu amor


a esa hora yo

voy a estar cuidando a mi sobrinito

un bebé tan puro

y tu novio envenenándose con tu amor de puta salvaje

mitad turca mitad española

mitad torta mitad hetero

mitad actriz mitad escorpiana

toda entera conchudita conchudita

creo que si nos vemos de nuevo

te voy a decir

conchudita conchudita

o tal vez te diga, simplemente

conchuda

no más diminutivos

nuestro sexo ha de ser brutal

vas a ser puta en vez de putita

vas a tocarme las tetas y no las tetitas

pero vos

vas a seguir

diciendo

tetotas
porque sos más fuerte que yo

y no te importa nada

sólo tu macho de pulpo envenenado

y una conchudita para alegrarte el día del estreno de tu obra teatral

que te lleve en el auto el tablero de ajedrez gigante,

“no, no entra, mejor llévenlo en un taxi”, defendí a mi clio

y tu director cayó a la puerta de tu casa más tarde

con un tachero que estaba fuerte pero que no era puto,

según se dio cuenta mi amigo gay del zodíaco que nos acompañaba

yo les presté plata a los invitados que echamos para que me aterrorizaras con tu
calentura imparable

en tu cama con dosel

y tal vez cerca,

en algún lugar

había veneno.

Tu compañera de teatro, tu co-equiper

era más parecida a mí

histérica, alta y pelirroja

vos dijiste “no me calienta para nada”

y yo dije “está re fuerte, pero vos sos más linda” y te miré largamente en tus ojos
verdes de gata puta y loca

la primera vez que me viste me prometiste que


me ibas a hacer actriz

¿puedo ser la tercera en tu obra?

o no vamos a vernos nunca más

serás para mí este poema y el recuerdo de la vulnerabilidad terrible que me


hiciste sentir,

como el calor del sexo que nos acerca tanto

pero sos vos la que manda

no quería ser tu esclava

pero no me atreví a contradecirte hasta que acabamos

después

quería irme

pero te escuché respirando fuerte

dormías

y te enojaste y me calificaste de pendeja

¡porque no fui al conservatorio!

¡porque quiero parecer intelectual!

¡por qué!

nuestros encuentros deberán ser de noche

de día no voy a tenerte tanto miedo

y no voy a atreverme a nombrarte

Sonia
Segunda Parte

Volví a visitarte

de noche, después de coro que queda cerca

a llevarte una bolsa de tu hermana y a buscar mi 25

y el anillo con forma de ojo de mi amigo Ulises

a quien le pregunté

¿es buena o es mala?

y me contestó, es buena, pero está re loca

Me diste una botella de champán extra dulce

que aguarda ocasión en mi heladera,

¡gracias!

Me dijiste: tomátela sola, y hacete la paja pensando en mí,

pensá en mí cuando te lo tragues

Cuando te conté que tenía tres perros y dos gatas, supiste

que yo tenía casa con jardín,

me pediste que te invitara a tomar mate

porque sos de Entre Ríos

pero sólo tengo té y no sé si voy a invitarte

va a quedar todo lo tuyo, tu aire, tu culo, tu raye

dando vueltas por mi habitación y hasta por la habitación de mis padres


porque lo tuyo traspasa paredes, torta querida

En tu casa noté nuevos detalles

un sillón de reina desde donde mirabas una película de john malcovich

y julia roberts

que cuando se puso muy triste ibas a cambiar pero justo

venía una parte de sexo

y seguimos mirándola un rato más

también vi tus mantelitos individuales pegados contra los azulejos

¿cómo lo lograste?, te pregunté

“con agua”, dijiste

me pareció algo del “orden” y después algo del “desorden”

además, si no hay mesa

para qué tendrás los mantelitos, ¿serán decoración?

recuerdo que me dijiste

yo como en la cama

y también recuerdo

que uno de tus libros se llamaba

“cuando la comida reemplaza el amor”

y te pusiste a actuar de cocinera otra vez

yo te ayudé
corté cebolla y no lloré, piqué ajos

y vos pusiste dos zanahorias al lado del pollo a la sal

las tiraste, como a la basura

pero quedaron bien ubicadas

esperando cocinarse mientras se nos cocinaba la concha a las dos

no sé cómo empezó todo

yo quería volver a mi casa a estudiar

pero vos, creo, me mostraste una y sólo una teta

o empezaste a hablarme con voz de torta campeona

“vos también sos perversita”

se me contagia tu tono, la gente se va a dar cuenta

de que estuve de vuelta con vos

querés ser mi amiga, decís,

ir juntas a Entre Ríos,

conocer a tu sobrina que te dice

“quiero ir a ver a chatri” por teléfono

así que vos también sos tía

tías amigas, tengo otra amiga tía

pero ella no te va a bancar

no quiere ser torta

y no quiere juntarse con “hippies teatrales”


según creyó saber de vos

en la cama fuiste genial otra vez

supe por qué había vuelto cuando estaba ahí enredada con vos

con los corpiños puestos

pero con todo afuera

que es lo mejor

qué divino, divino, poder acabar

y cómo hiciste para acabar al mismo tiempo que yo

tal vez ese fue el sello de nuestra chonga amistad

Te hice masajes en la cocina

vos te relajabas, me alababas como masajista, gemías

y te saqué el dolor de cabeza que te dejó

chocar en bicicleta contra la puerta de un taxi abierta inesperadamente

esa mañana

una rubia concheta, dijiste,

la que había abierto la puerta,

te siguió dos cuadras diciendo

“pero no te lo hice a propósito eh, no te lo hice a propósito”,

lo recordabas con odio

Y yo:
pero no te parece que trataba de ser buena con vos

estoy segura de que la odiaste porque era rubia

seguro que era flaca

siempre buscás la ocasión de que una flaca te haga algo guacho

pero vos sos la guacha

aunque tengas libros de autoayuda para gordis

no te ocultes detrás de tu gran orto

además

me lo dijiste

las dos somos malas

me daba miedo

que seas tan descuidada

porque siempre te pasan cosas

te roban, te pegan, te golpeás con todo

¿vas al psicólogo?

no, claro,

las actrices aprovechan su locura

de eso viven, dicen

de vos seguro que es verdad

lo vi en tu obra, en el pre estreno de

“pechugas de pollas”
También te hablé mal de tu novio

porque me dijiste

que no te divertís mucho con él

y yo me sentí orgullosa del mío

que es tan brillante en la vida cotidiana

y en la artística también

el tuyo tiene cuatro años menos que vos

y el mío también

te conté que quiero ser profesora

porque me gustan jovencitos

“¿las nenitas?”

no

las mujeres y los nenes

aunque pensándolo bien…

pero no es lo mío una lolita

las minas que me garchen

los chonguis me los garcho

sos muy guasa y delante de todos

la marca de mi poema quedó así

porque salió todo por vos


como el porro me lo diste

pero el anillo no

voy a volver a visitarte

y, claro,

será

de noche

para temerte nuevamente

y aunque vaya con la idea de no al garche

sé que igual

puta Sonia

garcharás.

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