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Los siguientes autores van a señalar que la noción de territorio, o mejor dicho, la
construcción de territorializaciones en nuestras prácticas, implica abordar las mismas desde
un saber disciplinar con determinadas características, propias del saber de lo Uno.
- ¿Cuáles son las mismas?
- ¿Qué papel se le asigna al profesional a la hora de la intervención desde este
enfoque?
- ¿Qué relación se da entre las dimensiones de la teoría, su traducción en técnicas y
su hacer práctico?
- ¿con qué tipo de objeto-sujeto se opera?.
Sobre el esquema de la Psicología de los ámbitos de José Belger, Maceiras y Bachino van
a plantearlo como una especie de bisagra entre las categorías de territorio y la de campo.
- ¿cómo fundamentarían los y las estudiantes esta afirmación?
Las categorías territorio, ámbito y campo estan vinculadas a posturas epistémicas. Tienen
que ver con las posibilidades de conocer y comprender lo que hay, en la delimitación de un
recorte de realidad puesto a consideración, que el sujeto que asume tal encargo despliega.
En otras palabras, tiene que ver con la naturaleza de la relación entre quien pretende
conocer y comprender y aquello que tiene por destino ser comprendido y conocido.
Estas 3 nociones no existen como categorías puras, sino que todo lo contrario, se hallan en
constante interpenetración y movimiento, a veces territorio, a veces ámbito, a veces campo.
Estas categorías en definitiva mantienen una relación de interconexión, continuidades y
discontinuidades.
Territorio: según las definiciones de la RAE, la palabra “territorio” sugiere una suerte de
soberanía y delimitación precisa de una cierta porción de realidad que está sujeta a
formaciones instituidas de gobierno que la rigen y administran, y que por tanto reivindican la
autonomía e independencia de acción sobre ella. Metáfora que nos sitúa en la perspectiva
de pensar las disciplinas invariablemente ligadas al territorio, ejerciendo poder, soberanía,
dominacion y exclusión de todo aquello que le es ajeno.
La modernidad pone el énfasis en la razón como valor último, desplazando en este sistema
de conocimiento a la emoción del sujeto cognoscente. La emoción en este universo se
percibe como interferencia u obstáculo, por lo tanto en este momento la implicación queda
colocada en el lugar de lo impensado. Entendiendo por aquella al conjunto de relaciones
conscientes e inconscientes que los actores mantienen con los sistemas institucionales
donde despliegan el acto cognoscitivo. Queda entonces excluida la posibilidad de que el
sujeto se interpele por las circunstancias involucradas en la acción particular de conocer, lo
que estaría obturando la capacidad del pensar en relación a lo que se hace, así como en
relación al saber como se piensa en ese hacer.
El sujeto que conoce se ubica separado del objeto de estudio. Objeto formal y abstracto que
es medible, reproducible, cuantificable, autónomo, no contradictorio y univoco y que se halla
desligado de un sujeto cognoscente, que a su vez tiene las características de ser a-
histórico, aséptico, trascendente y que en su interpretación de la realidad buscará verdades
últimas regidas por la obtención de una pretendida objetividad. Clara primacía de la lógica
de lo uno e imposibilidad de considerar lo múltiple que conllevaría la inclusión en el acto
cognitivo de aproximaciones a otros campos disciplinarios.
Es un modo de pensar y operar que no supera los reduccionismos que son propios a las
lógicas de objeto discreto que se delimitaron en los momentos fundacionales de las ciencias
humanas y que territorializaron tales saberes en disciplinas académico-profesionales.
Lo que el técnico busca, entonces, es el reconocimiento de ese universo teórico antes que
cualquier eventualidad de un conocimiento nuevo, impredecible, que sorprenda.
Estamos ante el gobierno de las técnicas (tecnocracia), y estas pasan a ser instrumentos
cristalizados, arrancados de las realidades que les dieron vida y considerados con un valor
“en sí” de carácter universal. Se considera que para la utilización de dichas técnicas en
otros territorios sólo es cuestión de trasladarlas sin necesidad de grandes modificaciones.
Ámbito: la noción de ámbito es una categoría que aunque por momentos remite al
disciplinamiento propio del territorio, por otros tiene la capacidad de abrir el abanico a
nuevas prácticas que muestran atisbos rupturistas. Estos involucran una ampliación de los
lugares de intervención, al tiempo que promueven el desarrollo de nuevos modelos
conceptuales, por ello, lo entendemos como una categoría bisagra, entre la noción de
territorio y la noción de campo.
Conviene aclarar que no son sinónimos y que, por lo tanto, no coinciden psicología
individual y ámbito psicosocial, tanto como tampoco coinciden psicología social con
ámbito psicodinámico; la diferencia entre psicología individual y social no reside en
el ámbito particular que abarcan una y otra, sino en el modelo conceptual que utiliza
cada una de ellas; así, se puede estudiar la psicología de grupos (ámbito
psicodinámico) con un modelo individual, tanto com se puede estudiar al individuo
(ámbito psicosocial) con un modelo de la psicóloga social.
Es justamente en este sentido que nos permite pensar que la psicología social no se
encuentra definida ni por el número de personas con las que se trabaja, ni por el lugar
donde se trabaja, sino por el enfoque con el que se trabaja. Por ello entendemos que la
mayor potencia del término ámbito se encuentra cuando la referencia al mismo es en
términos de modelo conceptual, donde el ámbito “...comprende la extensión o amplitud
particular en que los fenómenos son abarcados para su estudio o para la actividad
profesional”. Es decir, por ejemplo, que el ámbito psicosocial si bien se asocia a los
individuos, no es únicamente dirigido a individuos.
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El autor en cierta medida problematiza el curso del desarrollo histórico que han seguido los
modelos psicológicos hegemónicos, y plantea que el desarrollo de la psicología ha seguido
el curso del sentido A del siguiente esquema, dirección que ha coincidido en cierta medida
con una extensión de los modelos de la psicología individual a todos los otros ámbitos, y
que es claramente insuficiente para manifestarse sobre las peculiaridades que en estas
tienen lugar.
Está concepcion (sentido B) nos permite por ejemplo al trabajar en clínica con un sujeto
(individuo), poder pensar los distintos planos que lo componen así como las diversas
dimensiones que se hallan “jugadas” en esa singularidad; donde el mismo está incluido en
distintos grupos, su familia, una determinada comunidad, al tiempo que es subjetivado por
múltiples instituciones.
También nos habilita en la utilización de una herramienta, como por ejemplo el mapa de red,
surgido para intervenir en determinado ámbito como lugar empírico (comunidad), para
trabajar en otro como puede ser la clínica individual, donde se lo estaría utilizando para
abordar y comprender las redes sociales de un paciente determinado.
Vemos claramente como Bleger propone una inflexión respecto al modelo conceptual
predominante, que estaba centrado en las disciplinas, con alto nivel de especificidad y bien
delimitadas unas de otras. En dicho modelo al individuo debía abordárselo con teoria y
tecnica de alguna rama de la psicología individual, igualmente con un grupo, al que debía
tratarse con teoria y tecnica de grupos, y por supuesto, siempre manteniendo la relación
entre el recorte espacial y la teoría y la técnica que para dicho ámbito se había gestado.
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Campo: lo que nos sugiere la noción de campo antes que nada, es que no estamos ante un
objeto discreto con las cualidades que les son propias y que se constituyeron como tales en
el encuentro con una forma de posicionamiento epistémico del sujeto cognoscente. Sino
que está noción rescata lo diverso como aquello que agrupa lo discontinuo, sin cultivar lo
homogéneo, y nos ubica en una concepción epistemológica de la complejidad, esto último
implica una nueva manera de pensarnos a nosotros mismos, la ciencia que producimos y el
mundo que construimos gracias a nuestras teorías y nuestra capacidad creativa.
Está noción amplía las posibilidades respecto a lo que se investiga, pudiendo pensar ahora
si desde la lógica de la paradoja y de lo discontinuo, dejando atrás un pensamiento lineal
causa-efecto. Este movimiento de descentramiento estaría implicando posicionarse desde
una epistemología que contemple lo transdisciplinario, lo que posibilitaría generar mayor
visibilidad ya que se minimizarían ciertos puntos ciegos, entendiendo por éstos un cierto
campo de visión epistémico que no es advertido, fenómeno que también involucra el no
darse cuenta que no se ve, es decir, una “ceguera de segundo orden”. Es decir, nos permite
percibir los impensados de una teoría, o sea, aquellas invisibilidades producidas a partir de
sus condiciones de posibilidad de enunciación.
De está manera las fronteras que unen separando o separan uniendo se vuelven difusas,
porosas, de límites inexistentes o imprecisos, lo que nos habilita a pensar en términos de
conexiones y acoples. Condición de posibilidad para pensar en términos de multiplicidad, lo
que lleva implícito el trabajo en el entre, en él “y”, donde se establecen entre los elementos
la síntesis conectiva que es lo inmanente mismo del encuentro.
La figura que se ubicaría en el lugar del sujeto cognoscente, no es la del técnico, sino la del
investigador, ya que no hay técnicas que aplicar.
En términos de campo no hay lugar para lo teórico por un lado y lo práctico por otro como
categorías disociadas, ya no teoría-práctica, sino relaciones de indeterminación, es decir,
teoría:práctica.
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La práctica es un conjunto de conexiones de un punto teórico con otro, y la teoría un
empalme de una práctica con otra. Es en esto en lo que una teoría no expresa, no traduce,
no aplica una práctica; sino que es una práctica.
Desde este posicionamiento no se piensa ni opera desde un marco teórico que estaría
signado por la lógica de lo uno y sumido en criterios de verdad adhiriendo a relatos
totalizadores y totalizantes. Se trata de construir instrumentos para pensar campos de
problemáticas, donde la constitución del campo de conocimientos desde donde intervenir se
va construyendo atendiendo a lo específico, lo local y puntual, y donde no tienen cabida
cristalizaciones teórico-técnicas con criterio de universalidad.
Una teoría es exactamente como una caja de herramientas. Es preciso que sirva, que
funcione. Y no para uno mismo. Si no hay personas para utilizarla, comenzando por el
teórico mismo, que deja entonces de ser teórico, es que no vale nada, o que el momento no
llegó aún.
Si primero tuviéramos que definir con qué noción de sujeto y con qué noción de sociedad
fuéramos a trabajar, entraríamos en un callejón sin salida. No se trata de pereza intelectual
sino de cierta certidumbre de que -en el mejor de los casos- no podríamos salir de los
límites de la interdisciplina y -lo que sería más limitativo aún- del binarismo
individuo/sociedad. No se trata de reemplazar al individuo por un sujeto que incluya o parta
de su dimensión inconsciente. Tampoco, desde ya, de psicologizar lo social. Se trata de
abrir interrogaciones en un campo de problemáticas de la subjetividad.
Pensar las cuestiones a indagar como campo de problemas atravesados por múltiples
inscripciones: deseantes, históricas, institucionales, políticas, económicas, etc., implica un
doble movimiento conceptual que abarca el trabajo sobre las especificidades de las
diferentes dimensiones involucradas y -al mismo tiempo- su articulación con las múltiples
inscripciones que las atraviesen. Este modo de pensar intenta superar los reduccionismos
necesarios a las lógicas de objeto discreto para abrir, así, los modos de indagación hacía
criterios multireferenciales que den otra inscripción a la imbricación de lo “individual” y lo
“colectivo” en los procesos de producción de subjetividad.
Estos modos de demarcación suponen una resistencia activa a reducir este campo a
algunos de los elementos heterogéneos que lo componen. Pensar una noción de
subjetividad más allá de los dominios de objeto unidisciplinarios hace necesario no solo el
aporte de diversas disciplinas sino demarcar las cuestiones de otro modo.
Desde está perspectiva se piensa la problemática como una categoría y no como una
dificultad o incertidumbre pasajera.
Se trata de hacer de una serie de preguntas un problema o, mejor dicho, una problemática
en el sentido de un agrupamiento de problemas que se relacionan al interior de un campo
abierto. No se trataría tanto de una serie lineal de problemas que estarían unos dentro de
otros, sino de problemas que en sus derivas e insistencias presentan puntos y momentos de
conexión y desconexión que enlazan y desenlazan, que insisten y mutan, pero que al volver
una y otra vez sobre lo mismo van armando método. Se retoma aquí la acepción griega del
término met-odhos: ponerse en camino. En el camino se va armando método, trazando
circuitos de problematización recursiva.
Se trata entonces de establecer una demora que habilite un pensar como experiencia de
elucidación e indagación; un pensar, por tanto, necesariamente incómodo, desdisciplinario,
que se construye y reconstruye permanentemente, que se despliega en los límites mismos
de lo que ignora y que instituye su rigurosidad metodológica desde un criterio de
problematización recursiva.
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Hacía un criterio de problematización recursiva: el criterio de trabajar en un campo de
problemas implica una serie de cuestiones epistémico-metodológicas. Se trata de pensar
problemas; está modalidad de pensamiento a su vez debe operar como caución
metodológica frente a los deslizamientos esencialistas, frente a la tendencia a tomar autores
como referentes de verdad y no como herramientas o instrumentos para pensar.
Una teoría enmarca sus áreas de visibilidad e invisibilidad, sus enunciados y sus silencios
desde una compleja articulación de un conjunto muy heterogéneo de factores. Las ideas no
son ideas; en sus condiciones de posibilidad de enunciación confluyen los a priori
epistémicos desde donde pueden pensarse las urgencias sociohistóricas a las que un
campo de saberes y prácticas responde, las tensiones institucionales que la atraviesan, etc.
En tal sentido lo que una teoría no ve, o no enuncia, no son sus eventuales errores o
defectos, sino sus objetos prohibidos, sus objetos denegados, sus impensables.
Estos factores actúan de modo implícito, pero operan en el centro mismo de un campo de
saberes y prácticas. Por todo lo dicho anteriormente es necesario aquí el trabajo de
pensamiento desde un criterio de caja de herramientas, la cual permite:
- Desmontar las teorías evitando su cristalización en cuerpos de doctrinas
- Abrir visibilidad y consiguiente enunciabilidad, permitiendo nuevas teorizaciones
- Pensar problemas y no instituir sistemas
- Pensar sin anular los aportes unidisciplinarios pero relativizando los efectos de
verdad que estos suelen instituir
- Recuperar la potencia enunciativa de nociones teóricas que la certeza de sus
sentidos comunes disciplinarios pudiera haber erosionado
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La caja de herramientas, en nuestro caso, incluye el diseño de dispositivos de intervención
grupales, institucionales, comunitarios; estos artificios entendidos como máquinas de
visibilidad crean condiciones de posibilidad para la indagación de situaciones específicas.
Esto vuelve borrosa la distinción clásica de teoría y práctica, ya que los dispositivos en
acción son teorías en acto y a su vez “las prácticas” que ellos despliegan interpelan
permanentemente saberes instituidos y abren a reconceptualizaciones.
Así como este programa de indagación conceptual se propone la conformación de una caja
de herramientas en permanente construcción y no un “marco teórico” a aplicar para analizar
materiales de terreno, lo mismo ocurre con sus consideraciones metodológicas. No se trata
aquí de una metodología que se define a priori, sino que a partir de los problemas que
necesita pensar se despliegan criterios y recaudos metodológicos en situación que van
gestando orgánicamente su propio estilo de indagación.