La unión matrimonial de Manuel María Hernández Utrera y María Teresa
Castillo Delgado, fue premiada por Dios con la llegada de siete nobles hijos, cuatro hembras: Ana Teresa, Stella María (mi madre), Carmen Teresa y Ana María; tres varones: Manuel Enrique, Juan Bautista y Félix Lisandro, recios caballeros villacuranos, a quienes dedico este papel del exilio. Al momento de la muerte del padre, en 1935, el primogénito, Manuel Enrique, apenas tenía trece años de edad, Juan Bautista nueve y Félix Lisandro siete, por lo que tempranamente, debieron asumir las tareas propias de “hombres de la casa”. Por supuesto, la ejemplar e imponente personalidad de doña María Teresa, fue fundamental en la crianza de sus siete hijos, dispensándoles una cuidadosa formación de hogar, sin descuidar la importante adquisición de los saberes escolares elementales para la época, unida a la inveterada práctica familiar observada tanto por los Hernández como por los Castillo, de modelar valores espirituales, con una meridiana tendencia católica, todo, en el marco de un profundo amor. Al respecto, en su adolescencia y luego en la adultez, cuando Manuel, Juan y Félix contrajeron nupcias con dignas mujeres (Carmen María Zamora, Josefina Cerró y Piedad Bencid) e hicieron casa aparte, exhibieron en todo momento, una conducta sin mácula, plenamente identificada con la noción jurídica del “Bonus Pater Familia”, cumpliendo cabalmente todas sus obligaciones civiles, laborales y familiares, erigiéndose además en ejemplares ciudadanos, todos, reconocidos y apreciados en los lugares que eligieron para formar sus hogares: San Fernando de Apure, Maracay y Villa de Cura respectivamente. Sin duda, fueron mis tres tíos maternos, portadores de un sensible don de familiaridad, por la sencillez, confianza y permanente atención para sus parientes, sin importar la distancia, en las malas y en las buenas. Por tales razones, hoy, cuando ese trío de honorables villacuranos, descansa en la paz del Señor Jesús, observan satisfechos el producto de lo que sembraron: una óptima cosecha en hijos, nietos y bisnietos, así como el reconocimiento social por haber vivido honestamente, sin dañar a nadie y dando a cada uno lo que correspondía.