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PAPELES DEL EXILIO, 2022 N° 45

LOS VARONES DE MANUEL Y MARÍA TERESA

La unión matrimonial de Manuel María Hernández Utrera y María Teresa


Castillo Delgado, fue premiada por Dios con la llegada de siete nobles hijos,
cuatro hembras: Ana Teresa, Stella María (mi madre), Carmen Teresa y Ana
María; tres varones: Manuel Enrique, Juan Bautista y Félix Lisandro, recios
caballeros villacuranos, a quienes dedico este papel del exilio.
Al momento de la muerte del padre, en 1935, el primogénito, Manuel
Enrique, apenas tenía trece años de edad, Juan Bautista nueve y Félix Lisandro
siete, por lo que tempranamente, debieron asumir las tareas propias de “hombres
de la casa”.
Por supuesto, la ejemplar e imponente personalidad de doña María
Teresa, fue fundamental en la crianza de sus siete hijos, dispensándoles una
cuidadosa formación de hogar, sin descuidar la importante adquisición de los
saberes escolares elementales para la época, unida a la inveterada práctica
familiar observada tanto por los Hernández como por los Castillo, de modelar
valores espirituales, con una meridiana tendencia católica, todo, en el marco de
un profundo amor.
Al respecto, en su adolescencia y luego en la adultez, cuando Manuel,
Juan y Félix contrajeron nupcias con dignas mujeres (Carmen María Zamora,
Josefina Cerró y Piedad Bencid) e hicieron casa aparte, exhibieron en todo
momento, una conducta sin mácula, plenamente identificada con la noción
jurídica del “Bonus Pater Familia”, cumpliendo cabalmente todas sus
obligaciones civiles, laborales y familiares, erigiéndose además en ejemplares
ciudadanos, todos, reconocidos y apreciados en los lugares que eligieron para
formar sus hogares: San Fernando de Apure, Maracay y Villa de Cura
respectivamente.
Sin duda, fueron mis tres tíos maternos, portadores de un sensible don de
familiaridad, por la sencillez, confianza y permanente atención para sus
parientes, sin importar la distancia, en las malas y en las buenas.
Por tales razones, hoy, cuando ese trío de honorables villacuranos,
descansa en la paz del Señor Jesús, observan satisfechos el producto de lo que
sembraron: una óptima cosecha en hijos, nietos y bisnietos, así como el
reconocimiento social por haber vivido honestamente, sin dañar a nadie y dando
a cada uno lo que correspondía.

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