Etimológicamente, la palabra mediocridad proviene del latín
“Mediocritas” (sustantivo femenino de la tercera declinación) y traduce, por una parte, “insignificancia, pequeñez” y por la otra, “moderación, término medio, medianía” (Diccionario Vox Latín-Español). En el mismo sentido, atendiendo a las nociones presentadas por el diccionario de la Real Academia Española (2021), encontramos que el adjetivo “mediocre” significa “de calidad media”, “de poco mérito, tirando a malo”. Por supuesto, la exclamación presentada en el título de este papel del exilio, no alude a tales nociones, sino a la llamada “dorada mediocridad” (Aurea Mediocritas; en ningún caso reñida con el talento o brillantez) que el mismo DRAE define como “estado de quien vive satisfecho con su relativo bienestar, sin envidia ni codicia”. En efecto, esa mediocridad dorada, es digna de elogio y apología, en especial en estos tiempos de inusitada turbulencia en los que imperan lo irracional, la ambición y voracidad, verbigracia, cuando el planeta se prosterna, siguiendo a un “youtuber” que recibe más créditos, recompensas y aplausos que los científicos y médicos que luchan a diario contra el virus chino. La afirmación anterior, se sustenta en los siguientes argumentos. El primero; si la “dorada mediocridad” implica un estado de satisfacción o felicidad (siempre relativa por razones de edad, sexo, estado civil, nivel educativo y cultural entre otras variables) y además, tal satisfacción es capaz de lograr que el individuo proscriba de su vida la detestable envidia (tristeza o pesar por el bien ajeno) y también la codicia (afán excesivo de riquezas), fuente inagotable de desviaciones y delitos, entonces “¡Viva la mediocridad!”. En segundo lugar, en un plano más elevado, si la mediocridad aurea, es capaz de proporcionarnos la madurez para hacernos rogar al Creador: “Dos cosas te he pedido, no me las niegues antes que muera: Vanidad y mentira aparta de mí, y no me des pobreza ni riquezas, sino susténtame con el pan necesario, no sea que, una vez saciado, te niegue y diga: ¿Quién es el Señor?, o que, siendo pobre, robe y blasfeme contra el nombre de mi Dios” (Proverbios 8). Entonces, exclamemos a voz en cuello, “¡Que viva la mediocridad!”.