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En el ámbito de la salud mental observamos una evolución en el foco de preocupación,

centrada en evaluar el accionar de los profesionales que brindan asistencia hasta los profundos
debates que hoy se plantean en el campo de la bioética y la justicia sanitaria. Estos desafíos
descentran e interpelan el quehacer profesional e introducen una tensión entre la demanda de
grupos históricamente vulnerados en el acceso a sus derechos y el limitado reconocimiento de
los sistemas de atención.

En el análisis de la relación entre el psiquiatra el Dr. Denis y Rantés y el joven suicida, podemos
darnos cuenta de la asimetría, de poder, que atenta tanto con el principio de autonomía y
vulnerabilidad, dos características fundamentales del paciente. El profesional no puede
atender solo a la autonomía del paciente y desatender su vulnerabilidad, porque ello niega su
propia responsabilidad en el cuidado y el riesgo de dejarlo en el desamparo. Por el contrario,
tener en cuenta su vulnerabilidad sin aceptar su autonomía es paternalismo, convertiría al
paciente en un desvalido. En ese sentido la Ley Nacional N° 26529 en cuanto a los derechos
de los pacientes en su relación con los profesionales e instituciones de salud, establece la
asistencia sin menoscabo y distinción producto de sus ideas, un trato digno y respetuoso en
relación a sus convicciones personales y morales, cualquiera sea el padecimiento que
presente. Así mismo, la Ley Nacional de Mental N°26657 promueve los derechos de las
personas con trastornos mentales, con el fin de garantizar el pleno ejercicio de los derechos
humanos a recibir atención sanitaria social integral y humanizada, basada en fundamentos
científicos ajustados a principios éticos; a recibir tratamiento y a ser tratado con la
alternativa terapéutica mas conveniente, que menos restrinja sus derechos y libertades; así
como ser informado de manera adecuada y comprensible sobre su salud y tratamiento,
según las normas del consentimiento informado, incluyendo alternativas para su atención,
tratando de que su padecimiento mental no sea considerado un estado inmodificable

La problemática que se exponen en el film “Hombre mirando sudeste” estrenado en los años
80, da cuenta de los dilemas éticos relacionados con la asistencia a los pacientes mentales, la
práctica del psicólogo y del psiquiatra, así como las falencias de las instituciones que los
albergan. Si bien el contexto político, económico y socio cultural, en que se desarrolla la
película era otro, la problemática planteada sigue teniendo vigencia, debido a que el gran
cambio de paradigma no ha sido asimilado por todos los profesionales, que persisten en
concebir la relación paciente- profesional como un simple intercambio contractual.

la gran preocupación de la Bioética y de la ética profesional es clarificar de una forma


sistemática y metódica, cuáles son las ocasiones concretas de la práctica psicológica y
psiquiátrica en la que se ponen en juego dilemas o valores éticos. Por otro lado, busca pasar
del “diagnóstico” al “tratamiento” y llegar a formular, de forma interactiva y consensuada,
aquellos procedimientos adecuados para la correcta resolución de esos puntos conflictivos. A
exponer cuales son los principales asuntos que aborda la película ofrecida por la catedra, se
dirige el presente trabajo.

La implicación ética de la relación paciente-profesional derivada del dogmatismo en la actitud


del psicólogo o psiquiatra da por supuesto que su propia orientación o escuela psicológica es la
capaz de responder óptimamente a todos los problemas planteados por los pacientes. Con ese
presupuesto “dogmático”, el profesional de la salud mental puede encajonar a los pacientes
por un carril determinado, sin ser capaz de derivarlos a profesionales que, por su propia
orientación psicoterapéutica, podrían estar en mejores condiciones de ayudar al problema
particular que presenta el paciente. Así mismo la actitud de imprudencia, del psicólogo o
psiquiatra, entendida como la falta de precaución, de discernimiento y del buen juicio que lo
lleva a asumir riesgos innecesarios en la elección de la alternativa terapéutica que resulte más
conveniente, con descuido de las precauciones necesarias.

Pero tanto respecto a uno como a otro problema, atentan contra los principios de integridad y
del respeto a los derechos y dignidad de las personas. En este sentido la sociedad, ya sea a
través de los organismos oficiales o de las organizaciones de profesionales, debe estar alerta
para evitar los problemas éticos que se pueden derivar de una u otra actitud, en perjuicio del
bienestar mental de los ciudadanos.

Por otro lado, el imperativo de la veracidad, se trata, sin lugar a dudas de uno de los
presupuestos éticos esenciales y básicos de toda “correcta” relación entre un profesional de la
salud mental y una persona. Sin embargo, hay ciertos procedimientos terapéuticos que
recurren al engaño para alcanzar determinados propósitos en el paciente (por ej. suministrar
medicación, no acorde con el diagnostico, pero con efecto inmediato en el síntoma). Se
amparan para justificarlos éticamente en el hecho de que, si se le dice al individuo el objetivo
de una determinada técnica imprescindible para el cambio terapéutico, se invalida su eficacia.
Sin embargo, la introducción de la “falsedad” como algo “posible” en la relación profesional
abre un importante interrogante con respecto a cuáles son los límites máximos aceptables
éticamente. La dinámica de que el fin terapéutico justifica, de por sí, determinados medios -en
este caso, la mentira podría ser muy peligroso. No queremos cuestionar radicalmente los
procedimientos “engañosos”, pero consideramos que tienen que estar específicamente
justificados desde el punto de vista ético.

En lo que respecta a la confidencialidad o secreto profesional, no siempre es cumplido de la


misma manera que se entiende su imperativo ético. La revelación de datos que pertenecen al
paciente, sin su autorización, puede hacerse de forma accidental o intencional. Es importante
que el paciente sepa que sus datos serán confrontados con el supervisor terapéutico, en caso
de que sea necesario, y por eso, al empezar la relación, deberá dar su consentimiento en ese
sentido. Pero aparte de esta necesidad de tipo “técnica” la confidencialidad de los datos del
paciente no siempre es custodiada como debería hacerse. Los comentarios que se hacen a
colegas, sin beneficio en la terapia, sólo es una de las tantas maneras en que el derecho a la
confidencialidad es vulnerado. En otros casos, la obligación ética es la contraria: el profesional
debe revelar los datos confidenciales del paciente, aún a costa de la ruptura profesional.
Pensemos casos de severas depresiones, donde el sujeto amenaza con suicidarse, pero no
quieren avisar a su pareja o familia, ni recurrir al psiquiatra; o en los sujetos paranoicos que
corren riesgo inminente de pasar a la acción y llevar a cabo una agresión a un tercero inocente.
En ambos casos el profesional debe romper el imperativo ético de preservar la
confidencialidad porque cede la norma ética ante el Principio beneficencia y no maleficencia,
el cual intenta evitar la producción de daños en salvaguarda del bienestar y los derechos de
aquellos con quienes interactúan.

El nuevo paradigma de salud mental rescata este ámbito de preocupaciones éticas que se
funda en los principios de la autonomía y destaca todos aquellos principios centrados en el
logro de una progresiva autodeterminación del sujeto con padecimiento mental en relación a
decisiones relativas a los tratamientos y las consecuencias que los mismos pueden ocasionar
sobre el estado de salud (la discapacidad grave, la inconsciencia o incluso la privación de la
vida). Por eso es que las oportunidades para que el sujeto con padecimientos mentales
participe en ese tipo de decisiones que afectan el tratamiento a recibir ya significan un muy
importante avance respecto del estadio anterior en el cual tales derechos se veían omitidos o
vulnerados de forma casi absoluta
tanto la ley 26549 y la 26657, tienen como objetivo proteger y preservar los derechos del
paciente ,( la segunda, destinada específicamente al padeciente mental) de los abusos en los
que pudieran incurrir instituciones y profesionales de la salud. Del mismo modo, promover la
apertura y consolidación de espacios institucionalizados para que los usuarios y familiares de
servicios de salud mental puedan expresarse (en la formulación, implementación y evaluación
de las políticas públicas) suelen hallar profundas resistencias entre los propios -profesionales
que han detentado tradicionalmente mayores cuotas de poder en la toma de decisiones. Pero
tales cuestiones y dilemas no impactan sólo en el ámbito de la relación personalizada entre
profesional y paciente sino que ha irrumpido también en el plano colectivo dentro del
escenario de la atención de la salud. De hecho, gran parte de las cuestiones que trata la
bioética se debaten hoy en la arena pública, mediante grupos que expresan las demandas de
aquellos sujetos cuyos derechos se ven vulnerados o amenazados y que por diversas razones
encuentran obstaculizado el acceso al tratamiento.

Aquí la ética se traduce en principios tales como asegurar la accesibilidad equitativa a los
servicios de atención o generar condiciones que aseguren a las personas con padecimiento
mental los derechos vinculados a la inclusión social e implica también fortalecer las
capacidades cognitivas y el acceso a recursos informativos que hagan posible el cuidado de la
propia salud

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