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Pascal
El hombre no es, pues, sino disfraz, mentira, e hipocresía, tanto en sí mismo como
respecto de los demás. No quiere que se le diga la verdad, evita el decirla a los
demás; y todas esas disposiciones, tan apartadas de la justicia y de la razón,
tienen una raíz natural en su corazón 7.
Por esto es que el sujeto de Pascal no se mide por el fin que conquista sino por el
medio que utiliza. Este hombre no soportaría enfrentar una carrera cuyo fin lo
trasladaría a sus adentros. La verdad de su estado, la convivencia con su yo puro
conforman su destrucción, por lo que su mismo sentido de supervivencia no hará
sino exigir el suficiente ajetreo que anule toda identificación negativa de su ser.
Nada es tan insoportable para el hombre como estar en pleno reposo, sin
pasiones, sin quehaceres, sin divertimento, sin aplicación. Siente entonces su
nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío.
Inmediatamente surgirán del fondo de su alma el aburrimiento, la melancolía, la
tristeza, la pena, el despecho, la desesperación 8.
Entonces no resulta nada forzado el asumir que esta es la razón de que el espíritu
del hombre busque el desgaste y la ocupación. ¿Será que Pascal consideró
también que de esto provenía la ambición tan común en nuestra especie? El jaleo,
la diversión, los placeres, el tumulto, ¿no vendrían a ser entonces mero recurso
del infeliz asustado consigo mismo?
Lo que implica a la ocupación ser un acto de vida positiva es su llenura, el ser acto
en sí. Un desarrollo, una ejecución, partir de la nada hacia un acto encaminado. La
vita activa, en este sentido, encierra lo que la libertad de conceptos dispersa.
Esta es la razón, para Pascal, de por qué la gente está sumamente convencida de
que sus propósitos y proyectos tengan un sentido real y un placer real: Y por esto,
cuando se les reprocha el que aquello que buscan con tanto ardor no puede
satisfacerles, si respondieran, como debieran hacerlo bien pensado, que no
buscan con ello sino una ocupación violenta e impetuosa que les desvía de pensar
en sí mismos y que por esto se proponen un objeto atractivo que les encante y les
atraiga con ardor, dejarían sin replica a sus adversarios. Pero no responden esto
porque no se conocen a sí mismos. No saben que lo que buscan no es la presa,
sino la caza 11.
Por lo tanto, se entiende que «el no saber» de Pascal, no connota otro significado
que un «no poder». La condición del ser humano, para Pascal, le lleva a sufrir por
su negatividad, por su vacío: se ahoga en su ser, se ahoga así mismo. Su
naturaleza, por esta índole, le llena involuntariamente de positividad, de acción, de
divertimento. No sabe, entonces, cuál es la razón originaria de que busque
desesperadamente la vita activa. Ignora que es el intento de su ser, de
mantenerse con vida, des seguir respirando, de ser feliz.
Schopenhauer
La vida del hombre hace similitud a una larga cuerda, donde el final de esta es la
muerte del otro. La curiosidad del ojo observador identifica nudos a lo largo de
dicha cuerda, pero la falta de entendimiento del hombre le incita a querer
desatarlos: es esta las constantes embestidas que sentirá en su recorrido. Pasa
sus años este hombre, como quien va de nudo en nudo, ignorando, en su extrema
torpeza, el poder que tiene de pasarlos por encima. De ese modo, su falta de
determinación le obliga a sentir la alarma de ver el siguiente nudo: que no son sino
su miedos; como también, el cansancio de superarlos: que no son sino sus
desgracias. La anuencia de seguir el transito vulgar y tradicional le lleva a
aprender de sus errores, y si tiene suerte, curarse heridas que fueron mortales;
así, su vida se trata de sufrir desengaños conforme siente las ganas de resarcir
sus equivocaciones, no sin antes, volver a intentarlo, y, al fin, volver a estropearlo.
De ahí que ningún consejo del viejo corrija la mala maña del adulto esperanzado,
y ningún consejo del adulto logre enderezar el torcido sendero del joven
ilusionado. Pero, ¿de dónde nace tan exasperante conducta? Schopenhauer dice:
La diferencia básica entre la juventud y la vejez consiste en que aquella tiene ante
sí la perspectiva de la vida y esta la de la muerte; que, por tanto, aquella posee un
breve pasado y un amplio futuro, y esta al revés 15. Y no sólo eso: Lo que hace
desgraciada la primera mitad de la vida, que en tantas cosas es preferible a la
segunda, es la persecución de la felicidad, a partir del supuesto firme de que tiene
que ser posible alcanzarla a lo largo de la vida. De ahí surgen la esperanza
constantemente defraudada y el descontento. Nos figuramos imágenes engañosas
de una vida de dicha soñada e indeterminada, bajo formas caprichosamente
elegidas, y buscamos en vano su modelo arquetípico 16.
Una familia, riquezas, salud, cuando se la tiene por segura, deja de interesarnos.
De ahí que se diga que no se valore lo que bien está frente a nosotros. Los
nuevos deseos, las nuevas necesidades, por un lado, no se hacen esperar y
pronto tocan nuestras puertas nuevamente, y, por su puesto, disfrazados de
carencias emergentes.
Es este el gran tormento del hombre: la cuestión verdadera aquí, sin dunda es
esta: ¿Saberlo nos deja en una mejor posición que el que lo ignora?
Se entiende ahora por qué Schopenhauer denunció la vita activa como mero
accionar infructuoso. Como el impulso que conduciría al hombre a un círculo
vicioso del que salir es tan difícil como deseable 19. Para él, la vida del ser
humano por poco se reduce a una fórmula: desear lo tiene intranquilo, conseguir lo
aburre.
Para semejante atolladero al que, con estos razonamientos, nos condujo el buen
Schopenhauer, solo queda una salida. «El mundo es mi representación», así
define el mundo cognoscible. Por lo que, si habría una forma de cumplir el
recorrido (la vida) de una forma llevadera, y de ese modo, no sufrir los escarnios
de una naturaleza por demás violenta y miserable, sería, efectivamente, trabajar
con habilidad lo que yo llamo la intermediación de las dos proporciones.
Y puntualiza también: De todo eso resulta que toda felicidad se basa únicamente
en la proporción entre nuestras pretensiones y aquello que obtenemos 26.
La fortuna, de ser algo que da movimiento a las cosas, es también algo que debe
ser aprendido. «Se debe vivir con un adecuado conocimiento de las cosas en este
mundo 27». En teoría, ser conscientes de la inconstancia de del azar.
«Pues siempre que un hombre pierde de alguna manera los nervios, es derribado
por una desgracia o se enoja o desanima, con ello muestra que encuentra las
cosas distintas de lo que esperaba y, por consiguiente, que estaba en un error,
que no conocía el mundo ni la vida, que no sabía cómo la naturaleza inerte a
través del azar, y la animada por medio de los fines opuestos y la maldad,
contrarían a cada paso la voluntad del individuo 28».
«Así, toda viva alegría es un error, una ilusión, porque ningún deseo alcanzado
puede satisfacer de forma duradera y porque toda posesión y toda felicidad son
simplemente prestadas por el azar durante un tiempo indeterminado y pueden así
ser reclamadas a la siguiente hora 29».
La falta de entendimiento nublará el ojo del ser humano (el velo maya), en
semejante condición, no identificará la verdadera esencia del mundo, como
consecuencia, olvidará la naturaleza efímera de las cosas, ligadas todas a la
casualidad. De ahí que Schopenhauer cite a Crisipo: «Hay que vivir conforme a la
experiencia de lo que naturalmente suele ocurrir». Es decir, entender la poca
relevancia de nuestras acciones en el devenir del mundo, aprender la inconstancia
de su talante, y reducir, en lo posible, su efecto turbador: ya sea, la felicidad por
culpa del júbilo, o el desaliento por culpa del fracaso. En síntesis, deshacerse de la
única ilusión surgida de un deficiente conocimiento 30; someter nuestro arbitrio;
aleccionar las puertas de nuestra percepción: ataraxia.
Hasta aquí lo que juzgo necesario exponer sobre Pascal y Schopenhauer. Ya veo
llegar a quien me impugne: ¿A qué viene a colación tantas ideas ya bastante
sonadas? En mi defensa, diré que lo que sigue después de estas líneas hubiera
sido confundido si es que no rechazado en caso no haya proseguido como hasta
ahora lo hice. Haré paso entonces, pues el camino ya está hecho.
La vida religiosa está dotada de una carga altamente activa, lo que quita el hecho
de que sea la religión cristiana el ejemplo perfecto de la noción contemplativa. (A
la ayuda entra aquí nuestra imaginación. La imaginación del ser humano estima el
deseo. Uno encuentra una vida llevadera de la misma forma en como un devoto
aspira el paraíso, con deseos fervientes en el porvenir. Para el devoto la vida
terrenal es prueba, una lucha con la carne, se trata de cubrir el dolor con la idea
del más allá, de la vida eterna. Al sujeto actual le sucede lo mismo, como el
presente no le satisface, subsiste de la idea de una prosperidad futura. Ambos
aguantan el dolor con esperanza. A ambos los mantiene la fe. La fe actúa en este
caso, como pretexto de una mera acción necesariamente vacía.) «Sin embargo,
dice Hanna Harend, la victoria final de la preocupación por la eternidad sobre toda
clase de aspiraciones hacia la inmortalidad no se debe al pensamiento filosófico.
La caída del Imperio Romano demostró visiblemente que ninguna obra salida de
manos mortales puede ser inmortal, y dicha caída fue acompañada del
crecimiento del evangelio cristiano, que predicaba una vida individual
imperecedera y que pasó a ocupar el puesto de religión exclusiva de la humanidad
occidental. Ambos hicieron fútil e innecesaria toda lucha por una inmortalidad
terrena. Y lograron tan eficazmente convertir a la vita activa y al bios politikos en
asistentes de la contemplación».
Pascal, por otro lado, es recordado por caer en la bajeza de incitar en nosotros el
apremio por la salvación. En sus Pensamientos se haya una controversial lógica.
Parafrasearé, a mi manera, las palabras de Pascal a modo de resumen:
Comprenda usted este justo razonamiento y esta sencilla suposición. Haya, pues,
en el mundo, alguien que crea en la inexistencia del Supremo y no se equivoque:
al fin de los tiempos, no ganaría este poco más que nada; habiendo a su vez,
alguien que, contradiciendo al primero, predique su existencia, que ciertamente es
falsa: al igual que el primero, este no tendría ningún mérito, pues Dios no existe.
Pero al revertir el caso y hacer de cuentas que El Creador sí existe: abriéndose
alguien a negar su innegable vida, este hombre, fracasando con su teoría,
ocuparía un espacio en el Abismo de Tormento que se supone, es sin fin; en
cambio, si aquel que, dueño de su opinión, opta por reconocer la omnipotencia de
Dios, sin duda, tendría este que heredar los Atrios Sublimes destinados a la
eternidad. De este modo, al creer en Dios, uno elige la única alternativa, de las
cuatro que hay, que destina a resultado favorable. ¿Qué hombre, con un buen
juicio, no optaría mil veces elegir creer en la existencia de Dios a sabiendas de
que ganaría todo al elegir no perder nada?
Pero, ¿qué es la tranquilidad? ¿No está tranquilo, acaso, aquel que no teme cosa
alguna?, en un vistazo más realista, ¿es posible la tranquilidad en una persona?
Decir a un hombre que viva tranquilo es decirle que viva feliz –por consiguiente,
inútil –; es aconsejarle que tenga una condición completamente feliz y que
pudiese contemplar a placer sin encontrar en ello motivo alguno de aflicción. No
es, pues, entender la naturaleza. ¿Schopenhauer no entiende la naturaleza?
El fin ulterior
El fin ulterior del hombre no se resuelve con el optimismo, con él, en cambio,
enajena. El fin ulterior se pone al alcance del individuo cuando este se pone en
confrontación con la naturaleza y consigo mismo. Es decir, cuando vive ligado a la
propensión negativa del lugar que lo rodea. De ahí nacen, por ejemplo: su
fortaleza, su dedicación, y su utilidad.
Chul Han, en La Agonía de Eros, llega al extremo de aducir que una vida
positivizada no es para nada natural, que en sí, lo meramente positivo carece de
vida. Por eso cita a Hegel: «Por lo tanto algo es viviente, solo cuando contiene en
sí la contradicción y justamente es esta fuerza de contener y sostener en sí la
contradicción». En positividad, uno no solo aminora sus fuerzas, sino que se
despoja de su humanidad.
Hoy la humanidad exalta la vita activa, y en ese vicio, opina Nietzsche, está su
perdición. Confío en que puedo darles un ejemplo: xxxxxx
El fin ulterior tiene al ocio como máximo recurso. Entre la acción y la soledad, el
espíritu obtendrá su grandeza por haber sabido oscilar con vehemencia.
De manera frívola, los famosos coach motivacionales, reducen todo espectro del
psique a mera anuencia de la voluntad. De ahí que aseguren la felicidad como
simple decisión. ¿Control metafísico?, ¿inteligencia emocional? ¡Pamplinas
comerciales! El fin ulterior busca la dignidad del hombre. Lo quiere osado, fuerte y
templado. Solo así sostiene uno dicho fin, que no es sino la búsqueda de la
verdad.
¿Qué hace que algo nos duela? La vista cercana de las cosas. El tiempo nos
conduce lejos de las cosas que dejamos en el pasado. El pasado de cerca nos
duele, pero el pasado, visto de lejos, pierde rigor. ¿No es por esto, acaso, que la
gente confía su salud al tiempo? Sin embargo, el tiempo, lo único que no podemos
controlar, muy pronto nos somete, y más pronto aún, nos lastima. ¿Qué hace que
algo no duela? La altura, sin duda. Allá arriba la vida no cuesta, el dolor no duele.
Las cosas son miniatura vista a esa distancia. «Que grande y hermoso
espectáculo es ver al hombre saliendo de la nada por sus propios esfuerzos;
disipar por medio de las luces de su razón, las tinieblas en las cuales la naturaleza
lo tenía envuelto; elevarse por encima de sí mismo; lanzarse con las alas del
espíritu hasta las regiones celestes; recorrer a pasos de gigante, cual el sol, la
vasta extensión del universo; y, lo que es aún más grande y difícil, reconcentrarse
en sí para reconocer su naturaleza, sus deberes y su fin».
Uno, obligado por el deber y animado por la justicia, tendría que hacer uso de su
inteligencia para, y de su paciencia y amor para conservarse de ese modo; liberar
su compleja imaginación con odio total a ponerlos bajo una atmosfera y retenerlo;
resuelto a que todo ello lo tenga abocado a la gloria y a la felicidad de nadie más
que sí mismo. Descubre uno, entonces, que la poderosa fuerza de la naturaleza le
grava numerosas ofrendas no a sentimiento de encargo sino a placer de
recompensa; las dadivas este lo sentirá como fundadas en justicia pago de su
apremio al arte; y si acaso no puedan estos fervorosos cumplidos anular el suplicio
de una carne agotada por la vida, podrán, sin duda, elevarle hasta los más altos
recintos en el que el espíritu descansa en libertad; una libertad fulminosa que,
ciertamente, no le cegará de la miseria del mundo y que no le obligará a desviar
ingenuamente los ojos de la crudeza de este, pues lo que le apartará del mundo
no será una muralla egoísta sino pedestal altruista; no le confinará a la ignorancia,
pues al elevarse por encima de todos tendrá vista entera; no le hará insensible,
sino que afinará sus sentidos; no le hará sufrido, pues le hará curador.