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Dificultades de concebir el
'hecho' como ‘independiente’ de nuestro conocer: (a) Las paradojas del realismo;
(b) las las contradicciones adicionales del racionalismo. Viejos supuestos a ser
abandonados. (1) La verdad es humana; (2) el hecho no es ‘independiente’ sino
(3) dependiente y relativo a nuestro conocer. § 2. El problema de validar las
afirmaciones con respecto a la verdad, y de evitar el error. § 3. El conocer de verdad
nuestro punto de partida: sus siete rasgos dominados por la prueba pragmática de
la verdad. § 4. El hecho del conocimiento previo. § 5. La aceptación de una base
de hecho. La ambigüedad del hecho: el 'hecho' real evoluciona a partir de lo
'primario' por un proceso de selección. Las variaciones individuales respecto a la
aceptación del hecho. El hecho nunca (es) simplemente objetivo. § 6. El problema
de la 'objetividad'. Ésta no = a desagradable. Reconocimiento pragmático del
'hecho desagradable' y sus motivos. § 7. El lugar del interés y del propósito en
nuestro conocimiento. 'Medios' y 'fines'. § 8. La validación de una afirmación por
sus consecuencias. § 9. (a) Éxito completo; (b) el éxito parcial y condicional que
lleva a la 'verdad' metodológica o práctica; (c) el fracaso, para ser explicado de
diversos modos. § 10. El aumento del conocimiento, un aumento de eficiencia así
como de 'sistema', pero el 'sistema' probado por su eficiencia. § 11. La construcción
de la verdad en su aplicación al futuro y al pasado. Predatar y reevaluar la verdad.
¿Puede concebirse toda la verdad como 'construida'? Dificultades. Ninguna
'creación a partir de la nada'. Los problemas del 'conocimiento precedente' y la
'aceptación del hecho'. § 12. Tratar pragmáticamente el 'conocimiento precedente'.
La inutilidad de las verdades fundamentales que no pueden ser conocidas. § 13. La
'construcción de la verdad' ipso facto una 'construcción de la realidad': (a)
creencias, ideas y deseos, como fuerzas reales que dan forma al mundo; (b) la
eficacia de los ideales; (c) la dependencia del 'descubrimiento' con relación al
esfuerzo. § 14. El adicional análisis de la base factual es realmente metafísico, y el
método pragmático no necesita ser llevado tan lejos. Conflicto entre el valor
pragmático (1) del mundo real del sentido común, y (2) de la construcción de la
verdad. Pero (2) es de autoridad superior porque (1) es una construcción
pragmática. También la construcción real de la realidad puede ser análoga a la
nuestra.
Tampoco importa desde qué lado uno se aproxime a este puzzle. Si uno se
aproxima por el lado 'realista', llegamos a las absolutas, inexcusables e increíbles
paradojas de que el 'hecho independiente' ha de ser (1) conocido por y en un
proceso que ex hipótesis lo transciende; (2) aprenhendido por una actividad
subjetiva que se confiesa que es ampliamente, si no completamente, arbitraria; (3)
que esto no supone ninguna diferencia en absoluto respecto al hecho; y (4)
que nosotros conocemos esto también, conocemos, esto es, que la
'correspondencia' entre el 'hecho' como es en sí mismo y fuera de nuestro
conocimiento, y el hecho como aparece en nuestro conocimiento ¡es de alguna
manera perfecto y completo!
Si nos acercamos por el lado absolutista, encontramos un 'ideal eterno de
verdad' que sobreviene del 'hecho independiente', o que quizás toma su lugar. En
el primer caso, evidentemente, no hemos conseguido nada excepto una
complicación del problema. Puesto que ahora será una cuestión de cómo la 'verdad
eterna' se relaciona con el 'hecho independiente', y también de cómo ambos se
relacionarán con la 'verdad' y el 'hecho' para nosotros. Pero incluso en este último
caso no hay ganancia, porque con todo también se supone que este ideal es
'independiente' de nosotros y de nuestras actividades. Por lo tanto, las dificultades
siguen siendo precisamente las mismas. ¡Mejor dicho, son añadidas por la
demanda de que tenemos que conocer que la 'correspondencia' entre lo humano y
lo ideal debe ser tanto imperfecta como perfecta! ¡Puesto que el ideal ha sido
construido de tal modo que nuestro conocimiento no puede realizarlo
completamente, mientras que sin embargo debe realizarlo completamente, para
que podamos asegurarnos nosotros mismos de su 'verdad' al observar su
'correspondencia' con el ideal! Por lo tanto, la verdad absoluta, tal como la concibe
el absolutismo, no es simplemente inútil como criterio de nuestra verdad, porque
nosotros no la poseemos y no podemos compararla con nuestra verdad, ni
estimamos dónde y hasta qué punto nuestra verdad se queda corta con respecto a
su 'divino' arquetipo; no es simplemente la adición de una más a la multitud de
concepciones (humanas) de la verdad que tienen que acomodarse una a otra, y a
partir de las cuales tiene que ser compuesta la verdad 'objetiva' y el mundo 'común'
de la vida práctica. Es positivamente nociva, activamente destructiva de la
completa noción de verdad y llena de consecuencias autodestructivas.
Seguramente esta situación, cuyo desarrollo ha sido trazado en los Ensayos ii.,
iii., iv., §§ 3-5 y 7-8, y vi., sería lo bastante dolorosa e irracional para hacer
tambalearse incluso la fe más racionalista en la suficiencia de las suposiciones
intelectualistas, y para impulsarla al menos a investigar la concepción alternativa
del problema que ¡el Pragmatismo ha tenido la osadía de proponer!
Para nosotros, por supuesto, será tan claro como el agua que las antiguas
suposiciones están equivocadas, si se demuestra que están equivocadas por lo
absurdo de sus consecuencias, y que deben abandonarse. Inferiremos francamente
– (1) que tanto si podemos tener éxito como si no en la construcción de una teoría
del conocimiento completamente irreprochable, es una locura continuar cerrando
los ojos a la importancia y omnipresencia de las actividades subjetivas en la
construcción de la verdad. Francamente debe admitirse que la verdad es la verdad
humana, y que es incapaz de llegar a ser sin el esfuerzo y la acción humana; que
la acción humana está psicológicamente condicionada; que, por lo tanto, la
concreta realización de los intereses humanos, los deseos, las emociones, las
satisfacciones, los propósitos, las esperanzas y los temores es relevante para la
teoría del conocimiento y no debe ser abstraída de ella.
Percibiremos que la fútil noción de una verdad y un hecho realmente
'independientes', que no pueden ser conocidos o relacionados con nosotros o entre
sí, ni siquiera por el más injustificado de los milagros, debe ser abandonada. Si
insistimos en preservar la palabra, en todo caso, no debe ser usada como una
etiqueta para el problema de relacionar lo humano con lo no humano que no puede
ser posiblemente relacionado con él. Debe, por lo menos, ser interpretada
pragmáticamente, como un término que discrimina ciertos comportamientos, que
distingue ciertas evaluaciones, dentro del proceso cognoscitivo que
produce ambos, la 'verdad' y el 'hecho' para el hombre1.
Ahora bien todo este proceso está claramente dominado por la prueba
pragmática de la verdad. Las afirmaciones de verdad implicadas son validadas por
sus consecuencias al ser usadas. Así pues, el Pragmatismo como un método lógico
es simplemente la aplicación consciente de un procedimiento natural de nuestras
mentes en el conocer real. Simplemente propone (1) darse cuenta claramente de la
naturaleza de estos hechos, y de los riesgos y ventajas que implican, y (2)
simplificar y reformar de ese modo la teoría lógica.
Estos lo convierten en (2) 'hecho' en el sentido más estricto y más familiar (el
único que concierne a la discusión científica), por procesos
de selección y valoración, que separan lo 'real' de lo 'aparente' y de lo 'irreal'. Es
sólo después de que tales procesos hayan trabajado sobre la 'realidad primaria'
cuando aparece la distinción entre 'apariencia' y 'realidad', en la cual el
intelectualismo intenta basar su metafísica. Pero ha fracasado al no observar que
la base sobre la que construye está ya irremediablemente viciada para el propósito
de erigir un templo a su ídolo, la 'satisfacción del intelecto puro'. Puesto que en
esta selección de la 'realidad real' nuestros intereses, deseos y emociones juegan
inevitablemente una parte destacada, y pueden incluso ejercer una influencia
irresistible fatal para nuestros fines ulteriores.
Ciertamente puede no ser tan fácil discernir los viejos hechos objetivos en sus
nuevos atuendos, pero esta es una pobre razón para negarles la atmósfera subjetiva
en la que tienen que vivir.
(2) En todas las situaciones, piensa que la coacción del 'hecho' ha sido
enormemente exagerada debido al fracaso de observar que nunca es pura coerción,
sino que siempre está mitigado por su aceptación, por la que deja de ser de
facto impuesto sobre él, y se vuelve 'querido' de jure. Incluso siente que un
movimiento forzado es mejor que ningún poder de movimiento en absoluto; y que
el juego de la vida no está completamente hecho de movimientos forzados.
De este modo (4) resulta que la existencia del hecho desagradable, lejos de ser
una objeción a la visión pragmática del hecho, es un ingrediente indispensable de
él, pues proporciona el motivo para la transformación del orden existente, para ese
deshacer lo real que había sido mal hecho, el cual, con el hecho construido del
ideal y con la preservación de lo precioso, constituye la esencia de nuestro esfuerzo
cognoscitivo. Para alcanzar nuestro 'objetivo', el 'hecho absolutamente objetivo',
que sería absolutamente satisfactorio3, necesitamos una 'plataforma' desde donde
actuar y apuntar. El 'hecho objetivo' es justamente tal plataforma. Sólo que no hay
necesidad de concebirlo como anclado al fondo eterno del flujo del tiempo: flota,
y así puede moverse con los tiempos, y ajustarse a la ocasión.
(I) Todo juicio se refiere más pronto o más tarde a una situación concreta que
analiza. En un juicio ordinario de percepción sensible, como, por ejemplo, 'Esto es
una silla', el sujeto, el 'esto', denota el producto de una selección de la parte de un
todo dado. La selección es arbitraria, al ignorar todo el resto de la situación 'dada'
conjuntamente con el 'esto'. Si se toma abstractamente, como le encanta hacer al
intelectualismo, parece totalmente arbitraria, ininteligible e insostenible. Sin
embargo, concretamente, el juicio cuando se hace es siempre intencional, y su
selección está justificada, o refutada, por los pasos subsiguientes del experimento
ideal. El 'control objetivo' de la libertad subjetiva para predicar no se efectúa por
algún hecho preexistente incomprensible: se realiza en las consecuencias de llevar
a cabo la predicación. Y así nuestros análisis son arbitrarios sólo si, y en tanto que,
no queremos aceptar sus consecuencias sobre nosotros. De modo similar el
predicado, que incluye el 'esto' en un sistema conceptual ya establecido, es
arbitrario en su selección. ¿Por qué decimos 'silla' y no 'sofá' o 'taburete'? Para
contestar esto debemos hacer a continuación la prueba de la predicación.
(2) Pues todo juicio es esencialmente un experimento, que, para ser probado,
debe ser investigado. Si es realmente verdad que 'esto' es una silla, se puede sentar
en ella. Si es una alucinación, no se puede. Si está rota, no es una silla en el sentido
reclamado por mi interés, puesto que yo hice mi juicio bajo el impulso del deseo
de sentarme.
(2) Sin embargo, los experimentos raramente son del todo exitosos. Podríamos
(a) haber obtenido el éxito que conseguimos mediante el uso de abstracciones
artificiales y simplificaciones, o incluso mediante evidentes ficciones, y la
incertidumbre que esto conlleva para la 'verdad' de nuestras conclusiones tendrá
que ser reconocida. Por lo tanto, concebiremos que hemos conseguido no verdades
completas sin una mancha sobre su carácter, sobre las que no hay ninguna razón
para dudar, sino sólo 'aproximaciones a la verdad' e 'hipótesis que funcionan', que
son, como máximo, 'lo suficientemente buenas para propósitos prácticos'. Y los
principios que usamos deberíamos apodarlos 'verdades' o
'ficciones' metodológicas, según nuestra predisposición. Y, claramente, en este
caso el esfuerzo cognoscitivo no descansará. No habremos encontrado una 'verdad'
que satisfaga plenamente ni siquiera nuestro propósito más inmediato, pero
continuaremos la búsqueda de un resultado más completo, preciso y satisfactorio.
En el primer caso, el interés cognoscitivo de la situación podría ser renovado sólo
por un cambio o un aumento del propósito conducente a juicios posteriores.
(1) Entonces, es obvio, por supuesto, que debemos tratar de concebirla. ¿Por
qué deberíamos asumir gratuitamente que el procedimiento por el que la 'verdad'
se hace ahora difiere radicalmente de aquel a través del cual llegó a ser inicialmente
la verdad? ¿No estamos obligados a concebir, si fuera posible, el proceso total
como continuo: verdad hecha, verdad construyéndose y verdad aún por ser
construida, como estadios sucesivos en uno y el mismo esfuerzo? Y en gran parte
está claro que esto puede hacerse, que las verdades establecidas, a partir de las
cuales nuestros experimentos comienzan ahora, son de una naturaleza semejante a
la de las verdades que construimos, y fueron ellas mismas construidas en tiempos
históricos.
(3) Por lo tanto, metodológicamente, no nos lleva a ninguna parte asumir que
en la verdad que se construye existe un residuo no creado o un núcleo de verdad
elemental, que no ha sido construido. Ya que nunca podemos llegar a el, o
conocerlo. Por lo tanto, incluso si existiera, la teoría de nuestro conocer no podría
tomar ninguna nota de él. Por consiguiente, toda verdad debe ser tratada,
metodológicamente, como si hubiera sido 'construida'. Puesto que sólo basándose
en este supuesto puede revelarse su completa significación. Por lo tanto, en la
medida en que el Pragmatismo declara no ser más que un método, no le hace falta
modificar o corregir una consideración de la verdad que es adecuada a su propósito,
por el bien de una objeción que es metodológicamente nula.
(1) (a) En primer lugar es evidente que si nuestras creencias, ideas, anhelos,
deseos, etc. son realmente esenciales y rasgos integrales de nuestro conocer real, y
si el conocer realmente transforma nuestra experiencia, deben ser tratados
como fuerzas reales, que no pueden ser ignoradas por la filosofía8. Realmente
alteran la realidad hasta un punto que es bastante familiar para el 'hombre práctico',
pero que, desgraciadamente, los 'filósofos' no parecen haber comprendido de modo
suficientemente adecuado todavía, o haber 'reflexionado' sobre ello con cualquier
propósito. Sin embargo, sin entrar en detalles sin fin sobre lo que debería ser
bastante obvio, afirmemos simplemente que las 'realidades' de la vida civilizada
son las encarnaciones de las ideas y los deseos del hombre civilizado, tanto en sus
aspectos materiales como sociales, y que nuestra presente incapacidad de sojuzgar
completamente lo material, en lo que realizamos nuestras ideas, es una razón
singularmente pobre para negar la diferencia entre la condición presente del mundo
del hombre y aquella de sus antecesores del mioceno.
(b) Los propósitos e ideales humanos son fuerzas reales, incluso aunque no
estén todavía incorporadas a las instituciones, y se hacen palpables en las nuevas
disposiciones de los cuerpos, ya que afectan a nuestras acciones, y nuestras
acciones afectan a nuestro mundo.
Por supuesto, se podría muy bien rechazar el hacer esto. Puede insistirse en
permanecer como era originalmente, y ha profesado ser hasta ahora, es decir, un
método de comprensión de la naturaleza de nuestro conocimiento. Y no estaremos
autorizados a censurarlo, a pesar de lo mucho que lamentemos esta inseguridad, y
deseemos mostrar también su poder al afrontar nuestras dificultades finales.
(2) Por otro lado, es igualmente evidente que no podemos negar la realidad de
nuestro procedimiento cognoscitivo y de la contribución humana que significa para
la construcción de la verdad. También es una verdad ensayada y probada. Por lo
tanto, las dos deben reconciliarse de alguna manera, incluso aunque al hacerlo así
se puedan revelar deficiencias últimas en la perspectiva del sentido común del
mundo.
La primera pregunta que hay que hacerse es cuál de las dos verdades
pragmáticamente valiosas debería tomarse como más fundamental.
Debemos distinguir, por lo tanto, entre dos preguntas que han sido
confundidas –(1) '¿Puede concebirse la construcción de la verdad como una
construcción también de la "realidad primaria"?' y (2) '¿Puede concebirse también
como una construcción del "mundo externo" real de la vida ordinaria?'– y debemos
estar preparados para comprobar que mientras la primera formula un problema
imposible12, una respuesta a la segunda puede resultar factible. En cualquier caso,
sin embargo, no se puede afirmar que nuestra creencia en la realidad metafísica de
nuestro mundo externo, que es posible 'construir' en algún sentido, o en ningún
sentido, es de más autoridad que nuestra creencia en la realidad de nuestra
construcción de la verdad. Esta última puede impregnar también formas de
experiencia distintas de aquella que obtiene su piedra angular pragmática a partir
de la primera. Efectivamente, no se puede imaginar desear, tener intenciones y
actuar como dejando de formar parte de nuestro procedimiento cognoscitivo
siempre que nuestras mentes 'finitas' persistan de alguna manera. Por lo tanto, todo
lo que podemos decir es que siempre que, y en tanto que, nuestra experiencia sea
tal que esté organizada de la manera más conveniente por la concepción de un
mundo real pre-existente, 'independiente' de nosotros (en un sentido relativo), será
también conveniente concebirla como habiendo sido 'hecha' en gran parte antes de
que nosotros tomáramos parte en el proceso13.
Sin embargo es bastante posible (1) que este 'reconocimiento' pragmático del
mundo externo pueda no ser final, porque no sirve a nuestros propósitos últimos;
y (2) que el proceso humano de construir la realidad pueda ser una pista valiosa
también para la construcción del mundo pragmáticamente real, porque incluso
aunque no fuera construido por nosotros, sería sin embargo desarrollado por
procesos estrechamente análogos a nuestro propio procedimiento, que este último
nos permite comprender. Si es así, seremos capaces de combinar la
'construcción real de la realidad' y la 'construcción humana de la realidad' bajo la
misma concepción. Pero estas dos sugerencias deben dejarse para ser elaboradas
en ensayos posteriores14. Antes de que nos embarquemos en tales construcciones
aventureras, debemos finalmente deshacernos de las pretensiones metafísicas y
religiosas del Absolutismo, cuya teoría del conocimiento ha acabado en tal enorme
fracaso.