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. El problema de relacionar 'verdad' y 'hecho'.

Dificultades de concebir el
'hecho' como ‘independiente’ de nuestro conocer: (a) Las paradojas del realismo;
(b) las las contradicciones adicionales del racionalismo. Viejos supuestos a ser
abandonados. (1) La verdad es humana; (2) el hecho no es ‘independiente’ sino
(3) dependiente y relativo a nuestro conocer. § 2. El problema de validar las
afirmaciones con respecto a la verdad, y de evitar el error. § 3. El conocer de verdad
nuestro punto de partida: sus siete rasgos dominados por la prueba pragmática de
la verdad. § 4. El hecho del conocimiento previo. § 5. La aceptación de una base
de hecho. La ambigüedad del hecho: el 'hecho' real evoluciona a partir de lo
'primario' por un proceso de selección. Las variaciones individuales respecto a la
aceptación del hecho. El hecho nunca (es) simplemente objetivo. § 6. El problema
de la 'objetividad'. Ésta no = a desagradable. Reconocimiento pragmático del
'hecho desagradable' y sus motivos. § 7. El lugar del interés y del propósito en
nuestro conocimiento. 'Medios' y 'fines'. § 8. La validación de una afirmación por
sus consecuencias. § 9. (a) Éxito completo; (b) el éxito parcial y condicional que
lleva a la 'verdad' metodológica o práctica; (c) el fracaso, para ser explicado de
diversos modos. § 10. El aumento del conocimiento, un aumento de eficiencia así
como de 'sistema', pero el 'sistema' probado por su eficiencia. § 11. La construcción
de la verdad en su aplicación al futuro y al pasado. Predatar y reevaluar la verdad.
¿Puede concebirse toda la verdad como 'construida'? Dificultades. Ninguna
'creación a partir de la nada'. Los problemas del 'conocimiento precedente' y la
'aceptación del hecho'. § 12. Tratar pragmáticamente el 'conocimiento precedente'.
La inutilidad de las verdades fundamentales que no pueden ser conocidas. § 13. La
'construcción de la verdad' ipso facto una 'construcción de la realidad': (a)
creencias, ideas y deseos, como fuerzas reales que dan forma al mundo; (b) la
eficacia de los ideales; (c) la dependencia del 'descubrimiento' con relación al
esfuerzo. § 14. El adicional análisis de la base factual es realmente metafísico, y el
método pragmático no necesita ser llevado tan lejos. Conflicto entre el valor
pragmático (1) del mundo real del sentido común, y (2) de la construcción de la
verdad. Pero (2) es de autoridad superior porque (1) es una construcción
pragmática. También la construcción real de la realidad puede ser análoga a la
nuestra.

§ 1. El problema de la 'construcción de la verdad' proviene de la situación


epistemológica actual en dos puntos. Surge de dos preguntas candentes – (1)
¿cómo la 'verdad' se relaciona con el 'hecho'?; y (2) ¿cómo la 'verdad' se discrimina
del 'error', o cómo son 'validadas' las 'afirmaciones' de verdad?

En estas dos preguntas hemos visto ya abundantemente que las teorías


intelectualistas del conocimiento han discutido entre sí hasta llegar a un
completo callejón sin salida. Han hecho las preguntas de tal modo que ninguna
respuesta es posible. Sus 'doctrinas', al final, equivalen simplemente a confesiones
de fracaso. No pueden comprender cómo es posible el error, o cómo, si no obstante
existe, puede discriminarse de la verdad; y la única respuesta que pueden dar a la
pregunta de cómo se hace la verdad es declarar que nunca se hace realmente, sino
que debe preexistir ya hecha como un ideal eterno (que sea en una mente no
humana, o en un espacio supercelestial, o en un ser independiente, es una cuestión
de gusto), al que nuestras verdades humanas tienen que aproximarse. Pero cuando
resulta según su propia exposición que la consecución de este ideal es para
nosotros eternamente imposible, ¿qué opción tenemos sino tratar esta respuesta
como si no fuera una respuesta en absoluto?

De nuevo, se implican ellas mismas en insuperables dificultades cuando se


trata de la relación de la verdad con el hecho. Comienzan con el supuesto no
sometido a crítica de que la verdad debe ser la aprehensión del hecho
'independiente'; pero no pueden comprender cómo el 'hecho' puede ser
'independiente' de nuestro conocer. Pues ¿cómo, si es de alguna forma dependiente
de nosotros, puede seguir siendo un 'hecho', o puede la 'verdad' seguir siendo
verdadera? ¿Podemos hacer nosotros la 'verdad' y el 'hecho'? ¡Fuera con el
pensamiento impío y monstruoso! Y sin embargo es demasiado evidente
que nuestro humano conocer parece hacer estas mismas cosas. Y esto en lo que
debe parecerles a ellas las maneras más dudosas. Pues emplea una multitud de
procesos arbitrarios, encomendados sólo por el control psicológico que tienen
sobre nuestra naturaleza mortal, y, cuando estos son abstraídos, simplemente deja
de funcionar. ¿Pero cómo, debe preguntar el Intelectualismo, pueden ser tales
procesos algo más que subjetivos, cómo osamos atribuirlos a una mente eterna, a
una realidad independiente? Sería un puro absurdo. ¿Pero si son simplemente
subjetivos, no deberían viciar irremediablemente los hechos, distorsionar la
imagen de la realidad, y ser completamente inadecuados para que nuestra 'verdad'
sea el espejo desapasionado de la realidad que se asume que tiene que ser?

Tampoco importa desde qué lado uno se aproxime a este puzzle. Si uno se
aproxima por el lado 'realista', llegamos a las absolutas, inexcusables e increíbles
paradojas de que el 'hecho independiente' ha de ser (1) conocido por y en un
proceso que ex hipótesis lo transciende; (2) aprenhendido por una actividad
subjetiva que se confiesa que es ampliamente, si no completamente, arbitraria; (3)
que esto no supone ninguna diferencia en absoluto respecto al hecho; y (4)
que nosotros conocemos esto también, conocemos, esto es, que la
'correspondencia' entre el 'hecho' como es en sí mismo y fuera de nuestro
conocimiento, y el hecho como aparece en nuestro conocimiento ¡es de alguna
manera perfecto y completo!
Si nos acercamos por el lado absolutista, encontramos un 'ideal eterno de
verdad' que sobreviene del 'hecho independiente', o que quizás toma su lugar. En
el primer caso, evidentemente, no hemos conseguido nada excepto una
complicación del problema. Puesto que ahora será una cuestión de cómo la 'verdad
eterna' se relaciona con el 'hecho independiente', y también de cómo ambos se
relacionarán con la 'verdad' y el 'hecho' para nosotros. Pero incluso en este último
caso no hay ganancia, porque con todo también se supone que este ideal es
'independiente' de nosotros y de nuestras actividades. Por lo tanto, las dificultades
siguen siendo precisamente las mismas. ¡Mejor dicho, son añadidas por la
demanda de que tenemos que conocer que la 'correspondencia' entre lo humano y
lo ideal debe ser tanto imperfecta como perfecta! ¡Puesto que el ideal ha sido
construido de tal modo que nuestro conocimiento no puede realizarlo
completamente, mientras que sin embargo debe realizarlo completamente, para
que podamos asegurarnos nosotros mismos de su 'verdad' al observar su
'correspondencia' con el ideal! Por lo tanto, la verdad absoluta, tal como la concibe
el absolutismo, no es simplemente inútil como criterio de nuestra verdad, porque
nosotros no la poseemos y no podemos compararla con nuestra verdad, ni
estimamos dónde y hasta qué punto nuestra verdad se queda corta con respecto a
su 'divino' arquetipo; no es simplemente la adición de una más a la multitud de
concepciones (humanas) de la verdad que tienen que acomodarse una a otra, y a
partir de las cuales tiene que ser compuesta la verdad 'objetiva' y el mundo 'común'
de la vida práctica. Es positivamente nociva, activamente destructiva de la
completa noción de verdad y llena de consecuencias autodestructivas.

Seguramente esta situación, cuyo desarrollo ha sido trazado en los Ensayos ii.,
iii., iv., §§ 3-5 y 7-8, y vi., sería lo bastante dolorosa e irracional para hacer
tambalearse incluso la fe más racionalista en la suficiencia de las suposiciones
intelectualistas, y para impulsarla al menos a investigar la concepción alternativa
del problema que ¡el Pragmatismo ha tenido la osadía de proponer!

Para nosotros, por supuesto, será tan claro como el agua que las antiguas
suposiciones están equivocadas, si se demuestra que están equivocadas por lo
absurdo de sus consecuencias, y que deben abandonarse. Inferiremos francamente
– (1) que tanto si podemos tener éxito como si no en la construcción de una teoría
del conocimiento completamente irreprochable, es una locura continuar cerrando
los ojos a la importancia y omnipresencia de las actividades subjetivas en la
construcción de la verdad. Francamente debe admitirse que la verdad es la verdad
humana, y que es incapaz de llegar a ser sin el esfuerzo y la acción humana; que
la acción humana está psicológicamente condicionada; que, por lo tanto, la
concreta realización de los intereses humanos, los deseos, las emociones, las
satisfacciones, los propósitos, las esperanzas y los temores es relevante para la
teoría del conocimiento y no debe ser abstraída de ella.
Percibiremos que la fútil noción de una verdad y un hecho realmente
'independientes', que no pueden ser conocidos o relacionados con nosotros o entre
sí, ni siquiera por el más injustificado de los milagros, debe ser abandonada. Si
insistimos en preservar la palabra, en todo caso, no debe ser usada como una
etiqueta para el problema de relacionar lo humano con lo no humano que no puede
ser posiblemente relacionado con él. Debe, por lo menos, ser interpretada
pragmáticamente, como un término que discrimina ciertos comportamientos, que
distingue ciertas evaluaciones, dentro del proceso cognoscitivo que
produce ambos, la 'verdad' y el 'hecho' para el hombre1.

(3) Por lo tanto, en lugar de malgastar nuestra ingenuidad en tratar de unir


concepciones contradictorias que hemos hecho así nosotros mismos, intentemos la
aventura alternativa de una verdad completa y consistentemente dependiente,
dependiente, esto es, de la vida humana y atendiendo a sus necesidades, hecha por
nosotros y refiriéndose a nuestra experiencia, y desarrollando inmanentemente en
el curso de su funcionar cognoscitivo todo aquello llamado ‘real’ y ‘absoluto’ y
‘transcendente’. Tendrá por lo menos esta gran ventaja inicial sobre las teorías que
asumen una antítesis entre lo humano y lo ‘ideal’ o lo ‘real’, la de que sus términos
no tendrán que ser laboriosamente llevados a relacionarse uno con otro y con la
vida humana.

§ 2. La segunda pregunta, relativa a cómo las afirmaciones que tienen que


juzgarse ‘verdaderamente’ tienen que hacerse bien, y cómo la ‘verdad’ hay que
distinguirla del ‘error’, hace surgir el problema de la ‘construcción de la Verdad’
de un modo todavía más directo. Efectivamente puede decirse que es de esta forma
el problema pragmático par excellence, y ya hemos tomado algunos pasos hacia
su solución. Hemos visto la naturaleza de la distinción entre ‘afirmación’ y
‘validez’ y su importancia (Ensayo v.). Hemos dado también por supuesto que
como no hay nada en la afirmación misma que nos diga si es válida o no (Ensayo
iii. § 18), la validación de las afirmaciones debe depender de sus consecuencias
(Ensayo i.). También hemos defendido el derecho de nuestro genuino
conocimiento humano a ser considerado por la Lógica en su total concreción
(Ensayo iii.). Finalmente, hemos señalado que el colapso de la teoría racionalista
de la verdad tenía que remontarse hasta su inveterado rechazo a hacer esto
(Ensayos v., ii., vi. y iii.), y más particularmente a reconocer el problema del error,
y a ayudar a los razonadores humanos a discriminar entre él y la verdad.

Pero todo esto no es suficiente para darnos una comprensión positiva de la


construcción de la verdad. Para hacer esto debemos analizar un caso simple de
genuino conocer con mayor detalle. Pero esto es difícil, no tanto por alguna
dificultad intrínseca de ser conscientes de lo que estamos haciendo, como porque
la contemplación del conocimiento humano genuino ha caído en tal desuso, y los
hechos más simples han sido traducidos a un lenguaje de tales extrañas ficciones
que es difícil poner suficiente atención en lo que realmente ocurre. Los filósofos
han forzado su ingenuidad para probar que es imposible, o al menos indefendible,
examinar la más simple verdad de la manera más obvia, sin traer a cuenta sin razón
'la Deducción a priori de las Categorías' o la 'Dialéctica de la Noción'. Y mientras
tanto son ignorantes de las presuposiciones más reales de nuestro conocer, y
sistemáticamente excluyen de su vista el hecho de que todas nuestras 'verdades'
ocurren como afirmaciones personales en la vida de las personas interesadas
prácticamente en conseguir la verdad y evitar el error. De esta manera, cuando yo
tomo a alguien que viene hacia mí en la distancia por mi hermano, y posteriormente
percibo que no lo es, esta corrección de una afirmación falsa parece un acto de
cognición correcto dentro de los poderes de cualquier hombre: parece injustificado
considerarlo como un privilegio reservado a los iniciados de 'la alta Lógica', los
videntes del 'Auto-desarrollo de la Idea Absoluto', mientras que se ignoran
totalmente hechos tales como que yo estaba (a) esperando ansiosamente a mi
hermano, pero también (b) desgraciadamente afectado por miopía.

§ 3. Comencemos, pues, de modo bastante simple e inocente, con nuestra


experiencia inmediata, con el conocer real, tal como lo encontramos, de nuestras
propias mentes adultas. Esta propuesta puede parecer irremediablemente 'acrítica'
hasta que nos damos cuenta – (1) de que nuestras mentes reales son siempre de
facto puntos de partida, a partir de los cuales, y con ayuda de los
cuales, trabajamos hacia atrás hacia cualesquiera 'puntos de partida' que tenemos
el gusto de llamar 'originales' o 'elementales'; (2) que siempre leemos nuestras
mentes reales en aquellos otros puntos de partida; (3) que ninguna sutileza de
análisis puede nunca penetrar en ningún principio cierto e indiscutible para
comenzar; (4) que tales principios son tan innecesarios como imposibles, porque
nosotros sólo necesitamos principios que trabajen y crezcan más seguros en su uso,
y que así, incluso principios inicialmente defectuosos, que son mejorados,
resultarán más verdaderos que los más verdaderos con los que podríamos haber
comenzado; (5) que en todas las ciencias nuestro procedimiento real es inductivo,
experimental, postulatorio, tentativo, y que la forma demostrativa, en la que
posteriormente pueden ponerse las conclusiones, es simplemente un trofeo
establecido para marcar la victoria. Si nos encontramos con desgana para aceptar
estos muy razonables argumentos, no retrasemos el desarrollarlos completamente,
sino que procedamos con la confianza pragmática de que, si son provisionalmente
asumidos, la utilidad de la visión del conocimiento resultante los establecerá
rápidamente.

Entonces, asumiendo tentativamente este 'punto de partida' del 'sentido


común', estamos capacitados para observar que incluso uno de los actos más
simples del conocer es un asunto bastante complicado, porque en él estamos (1)
usando una mente que ha tenido alguna experiencia anterior y posee algún
conocimiento y así (2) ha adquirido (lo que necesita grandemente) alguna base en
la realidad, que está dispuesta a aceptar como 'hecho', porque (3) necesita una
'plataforma' desde la cual operar más allá de la situación que se le enfrenta, para
(4) realizar algún propósito o satisfacer algún interés, que defina para ella un 'fin'
y constituya para ella un 'bien'. (5) Consecuentemente, experimenta con la
situación mediante alguna interferencia voluntaria, que podría comenzar con una
mera predicación, y continuar mediante inferencias razonadas, pero que siempre,
cuando se completa, resulta en un acto. (6) Está guiada por los resultados
('consecuencias') de este experimento, que se dirigen a verificar o a desaprobar su
base provisional, los 'hechos' iniciales, predicaciones, concepciones, hipótesis y
suposiciones. Por lo tanto, (7) si los resultados son satisfactorios, se estima que el
razonamiento empleado ha sido por tanto bueno, los resultados correctos, las
operaciones realizadas válidas, mientras que las concepciones usadas y las
predicaciones hechas se juzgan verdaderas. Entonces la predicación exitosa
extiende el sistema de conocimiento y agranda los límites del 'hecho'. La realidad
es como un viejo oráculo, y no responde hasta que se le pregunta. Y para conseguir
nuestras respuestas nos tomamos la libertad de usar todos los instrumentos que
nuestra naturaleza completa sugiere. Pero cuando se consiguen, las predicaciones
que juzgamos 'verdaderas' nos proporcionan nuevas revelaciones de la realidad.
Entonces Verdad y Realidad crecen para nosotros juntas, en un proceso único, que
no es nunca aquel que pone la mente en relación con una realidad
fundamentalmente extraña, sino que es siempre aquel que desarrolla y amplía un
sistema ya existente que conocemos.

Ahora bien todo este proceso está claramente dominado por la prueba
pragmática de la verdad. Las afirmaciones de verdad implicadas son validadas por
sus consecuencias al ser usadas. Así pues, el Pragmatismo como un método lógico
es simplemente la aplicación consciente de un procedimiento natural de nuestras
mentes en el conocer real. Simplemente propone (1) darse cuenta claramente de la
naturaleza de estos hechos, y de los riesgos y ventajas que implican, y (2)
simplificar y reformar de ese modo la teoría lógica.

§ 4. A continuación podemos considerar algunos de estos puntos en mucho


más detalle. Primero en relación con el uso de una mente ya formada (§ 3 (1)). Que
empíricamente el conocimiento surge de un conocimiento preexistente, que
nosotros nunca operamos con una mente virgen y sin refinar ha sido un lugar
común epistemológico desde que fue enunciado con autoridad por Aristóteles,
aunque la paradoja que implica con respecto al comienzo primero del
conocimiento nunca ha sido completamente resuelta. Por ahora, sin embargo,
necesitamos solamente enfatizar además que el desarrollo de una mente es un
asunto completamente personal. El conocimiento potencial se vuelve real a causa
de la actividad intencionada de una persona que conoce que lo lleva hacia sus
intereses, y lo usa para realizar sus fines. El aumento de conocimiento no tiene
lugar por una necesidad mecánica, ni por el auto desarrollo de las ideas abstractas
en un vacío psicológico.

§ 5. Siguiente, en relación con la aceptación de una base del hecho (§ 3 (2)).


Es extraordinario que incluso la crítica más ciegamente hostil haya supuesto que
el Pragmatismo ha negado esto. Ha indicado meramente que la aceptación no debe
ser ignorada, y que es fatal para la quimera de un 'hecho' que para nosotros existe
de modo bastante 'independiente' de nuestra 'voluntad'.

Sin embargo, es importante darse cuenta de la ambigüedad del 'hecho'. (1) En


el más amplio sentido todo es un 'hecho' qua experimentado, incluyendo
imaginaciones, ilusiones, errores, alucinaciones. 'Hecho' en este sentido es anterior
a la distinción de 'apariencia' y 'realidad' y los cubre a ambos. Para distinguirlo
podemos llamarlo 'realidad primaria'2. Su existencia es innegable, y en un sentido
muy importante. Ya que es el punto de partida, y la piedra de toque final, de todas
nuestras teorías sobre la realidad, que tienen como objetivo su transformación.
Ciertamente, podría llamarse en un sentido 'independiente' de nosotros, si esto
conforta a alguien. Ya que ciertamente no es 'hecho' por nosotros, sino
'encontrado'. Pero, tal como está, lo encontramos de lo más insatisfactorio y nos
ponemos a trabajar para rehacerlo y deshacerlo. Y posiblemente no puede ser
tomado como 'hecho real' o 'realidad verdadera'. Puesto que, como inmediatamente
experimentado, es un caos sin sentido, simplemente el material bruto de un
cosmos, la materia a partir de la cual se hace el hecho real. Así, la necesidad de
operar sobre él es la justificación real de nuestros procedimientos cognoscitivos.

Estos lo convierten en (2) 'hecho' en el sentido más estricto y más familiar (el
único que concierne a la discusión científica), por procesos
de selección y valoración, que separan lo 'real' de lo 'aparente' y de lo 'irreal'. Es
sólo después de que tales procesos hayan trabajado sobre la 'realidad primaria'
cuando aparece la distinción entre 'apariencia' y 'realidad', en la cual el
intelectualismo intenta basar su metafísica. Pero ha fracasado al no observar que
la base sobre la que construye está ya irremediablemente viciada para el propósito
de erigir un templo a su ídolo, la 'satisfacción del intelecto puro'. Puesto que en
esta selección de la 'realidad real' nuestros intereses, deseos y emociones juegan
inevitablemente una parte destacada, y pueden incluso ejercer una influencia
irresistible fatal para nuestros fines ulteriores.

Las mentes individuales difieren enormemente tanto en su aceptación de los


'hechos' como en otros respectos. Algunas nunca pueden enfrentarse a
'hechos' desagradables, o los aceptarán solamente si se encuentran entre la espada
y la pared. La mayoría prefiere contemplar la alternativa más agradable. Unos
pocos son conducidos por sus temores a aceptar innecesariamente la peor
alternativa. Los mecanismos para rectificar idealmente las asperezas de la
experiencia real son ilimitados. Nos consolamos a nosotros mismos al postular
realidades ideales, o extensiones de la realidad, capaces de transfigurar el carácter
repugnante de la vida real. Lo concebimos, o lo interpretamos, a fin de
transformarlo en un 'bien'. O algunas veces 'hechos' normales y generalmente
reconocidos son eliminados por la pura aserción de su 'irrealidad', como es, por
ejemplo, la existencia del dolor según la 'Ciencia Cristiana' y del mal según la
metafísica absolutista. Está claro que psicológicamente todas estas actitudes hacia
el 'hecho' funcionan más o menos, y por eso tienen un cierto valor.

Está claro también que el reconocimiento del 'hecho' no es de ninguna manera


una cuestión simple. Los 'hechos' que pueden ser excluidos de nuestras vidas, que
no nos interesan, que no significan nada para nosotros, que no podemos usar, que
no son efectivos, que tienen escasos resultados en la vida práctica, tienden a caer
en la irrealidad. Y, además, nuestra negligencia tiende realmente a hacerlos
irreales, lo mismo que, a la inversa, nuestras preferencias por los ideales que
postulamos los hace reales, por lo menos como factores en la vida humana.

Por lo tanto, la noción común de que el 'hecho' es algo independiente de


nuestro reconocimiento necesita una revisión radical, en el único sentido de 'hecho'
que es digno de discutir. Debe admitirse que sin un proceso de selección hecho por
nosotros no hay hechos reales para nosotros, y que este proceso completo es
inmensamente arbitrario. Quizás sería así infinitamente, si no fuera por las
limitaciones de la imaginación humana y la tenacidad del propósito al operar sobre
hechos aparentes.

§ 6. A través de esta atmósfera de interés emocional ¿cómo penetraremos de


alguna manera en algún hecho 'objetivo'? ¿Dónde encontraremos los 'hechos
brutos' en los que creían nuestros antepasados, que son así tanto si queremos como
si no, que extorsionan el reconocimiento incluso desde nuestra más resistente
reticencia, cuyo desagrado rompe nuestra voluntad y no se doblega a ella?

Ciertamente puede no ser tan fácil discernir los viejos hechos objetivos en sus
nuevos atuendos, pero esta es una pobre razón para negarles la atmósfera subjetiva
en la que tienen que vivir.

(1) Sin embargo podemos comenzar por comentar la curiosa ecuación de


hechos y verdades 'objetivos' con 'desagradables'. Su instintivo pesimismo parece
implicar una mente que sospecha tanto del hecho que sólo puede ser llevada a
reconocer la realidad de algo a través de dolores y castigos, que está tan
estrechamente satisfecha con sus limitaciones existentes que está dispuesta a
considerar todas las novedades como intrusiones inoportunas, que tiene, en
resumen, que ser forzada ante la presencia de la verdad, y que no quiere ir a
buscarla y adoptarla. Ciertamente, no es tal la estructura de la mente y el
temperamento del pragmatista, que prefiere concebir 'lo objetivo' como aquello a
lo que se dirige y de lo que viene, y sostiene que aunque los 'hechos' pueden en
ocasiones coaccionar, es, sin embargo, más esencial a ellos ser 'aceptados', ser
'construidos' y ser capaces de ser 'reconstruidos'.

(2) En todas las situaciones, piensa que la coacción del 'hecho' ha sido
enormemente exagerada debido al fracaso de observar que nunca es pura coerción,
sino que siempre está mitigado por su aceptación, por la que deja de ser de
facto impuesto sobre él, y se vuelve 'querido' de jure. Incluso siente que un
movimiento forzado es mejor que ningún poder de movimiento en absoluto; y que
el juego de la vida no está completamente hecho de movimientos forzados.

(3) Por lo tanto no encuentra ninguna dificultad en la concepción del


'hecho' desagradable. Se señala la mejor de dos alternativas desagradables. Y
puede dar buenas razones para aceptar el hecho desagradable, sin concebir en esa
explicación el 'hecho' como algo desagradable y coercitivo. Podría (a) aceptarlo
como la alternativa menos desagradable, y evitar peores consecuencias, tanto
como un hombre puede llevar gafas antes que quedarse ciego. Podría (b) preferir
sacrificar un prejuicio apreciado antes que negarlo, por ejemplo, la evidencia de
sus sentidos, o renunciar al uso de su 'razón'. Podría (c)
aceptarlo provisionalmente, sin considerarlo como absoluto, simplemente para los
propósitos del acto o del experimento que está contemplando. Pues reconocer
la realidad pragmática de un hecho desagradable no significa nada metafísico, y
no conlleva serias consecuencias. Sólo implica la buena voluntad de aceptarlo de
momento, y es bastante compatible con no creer en su realidad última, y con su
subsiguiente reducción a la irrealidad o la ilusión. Por lo tanto (d) tal aceptación
pragmática del hecho desagradable no perjudica nuestra libertad de acción; no es
ningún obstáculo para la experimentación subsiguiente, que podría 'descubrir' la
ilusión del 'hecho' supuesto. Pero incluso si no conduce a esto, podría (e) ser
preliminar para hacer irreal el hecho desagradable, y colocar algo mejor en su
lugar; de esta manera se prueba, de otro modo, que el hecho bruto absoluto nunca
fue lo que se suponía que era, sino que dependía de nuestra inacción para su
existencia continuada.

De este modo (4) resulta que la existencia del hecho desagradable, lejos de ser
una objeción a la visión pragmática del hecho, es un ingrediente indispensable de
él, pues proporciona el motivo para la transformación del orden existente, para ese
deshacer lo real que había sido mal hecho, el cual, con el hecho construido del
ideal y con la preservación de lo precioso, constituye la esencia de nuestro esfuerzo
cognoscitivo. Para alcanzar nuestro 'objetivo', el 'hecho absolutamente objetivo',
que sería absolutamente satisfactorio3, necesitamos una 'plataforma' desde donde
actuar y apuntar. El 'hecho objetivo' es justamente tal plataforma. Sólo que no hay
necesidad de concebirlo como anclado al fondo eterno del flujo del tiempo: flota,
y así puede moverse con los tiempos, y ajustarse a la ocasión.

§ 7. Como en el § 3 (4), ya hemos visto que el interés y el propósito pueden


ser eliminados del proceso cognoscitivo sólo al coste de pararlo (Ensayo iii. § 7).
Un ser carente de intereses no prestaría atención a nada de lo que ocurriese,
no seleccionaría o evaluaría una cosa mejor que otra, ni ninguna cosa le causaría
más impresión que otra en su apatía. Su mundo y su mente permanecerían en el
caos de la realidad primaria (§ 5), y se parecerían al del 'Absoluto' 4 (si puede
decirse que tiene una mente).

La mente humana, por supuesto, es completamente diferente. Está llena de


intereses, todos los cuales son directa o indirectamente referibles a las funciones y
los propósitos de la vida. Su organización es biológica y teleológica, y en ambos
casos selectiva. Si exceptuamos unos pocos procesos anómalos y patológicos, tales
como la idiotez, la locura y el sueño, puede decirse que la vida mental es
completamente intencional; esto es, su funcionamiento no es inteligible sin
referencia a los propósitos actuales o posibles, incluso cuando no se está dirigiendo
a un fin definido y claramente enfocado. Los propósitos definidos son, es cierto,
de crecimiento gradual. Surgen por selección, cristalizan a partir de un magma de
interés general y de acciones vagamente intencionales, en tanto que nos damos
cuenta de nuestra auténtica vocación en la vida, tanto como la realidad 'real' fue
seleccionada a partir de la 'primaria'. De esta manera nos volvemos más y más
claramente conscientes de nuestros 'fines' y más y más definidos al referir nuestros
'bienes' a ellos. Pero esta referencia nunca o casi nunca se lleva a cabo
completamente, porque nuestra naturaleza no está nunca totalmente armonizada.
Y así nuestros 'deseos' pueden continuar anhelando 'bienes' que nuestra 'razón' no
puede sancionar como conductores a nuestros fines, o nuestra inteligencia puede
fracasar a la hora de encontrar los medios 'buenos' para nuestros fines, y ser
engañada por valoraciones corrientes de bienes que son realmente malos. De esta
manera lo 'útil' y lo 'bueno' tienden a separarse, y los 'bienes' parecen
incompatibles. Pero propia e idealmente, no hay bienes que no estén relacionados
con el más alto Bien, ni valores que no sean bienes, ni verdades que no sean valores
y, por lo tanto, ninguno que no sea útil en el más amplio sentido.

§ 8. Como en el § 3 (5), la Experiencia es experimento, esto es, activa. No


aprendemos, no vivimos, a menos que lo intentemos. La pasividad, la mera
aceptación, la mera observación (si pudieran concebirse) no nos llevarían a
ninguna parte, mucho menos al conocimiento.

(I) Todo juicio se refiere más pronto o más tarde a una situación concreta que
analiza. En un juicio ordinario de percepción sensible, como, por ejemplo, 'Esto es
una silla', el sujeto, el 'esto', denota el producto de una selección de la parte de un
todo dado. La selección es arbitraria, al ignorar todo el resto de la situación 'dada'
conjuntamente con el 'esto'. Si se toma abstractamente, como le encanta hacer al
intelectualismo, parece totalmente arbitraria, ininteligible e insostenible. Sin
embargo, concretamente, el juicio cuando se hace es siempre intencional, y su
selección está justificada, o refutada, por los pasos subsiguientes del experimento
ideal. El 'control objetivo' de la libertad subjetiva para predicar no se efectúa por
algún hecho preexistente incomprensible: se realiza en las consecuencias de llevar
a cabo la predicación. Y así nuestros análisis son arbitrarios sólo si, y en tanto que,
no queremos aceptar sus consecuencias sobre nosotros. De modo similar el
predicado, que incluye el 'esto' en un sistema conceptual ya establecido, es
arbitrario en su selección. ¿Por qué decimos 'silla' y no 'sofá' o 'taburete'? Para
contestar esto debemos hacer a continuación la prueba de la predicación.

(2) Pues todo juicio es esencialmente un experimento, que, para ser probado,
debe ser investigado. Si es realmente verdad que 'esto' es una silla, se puede sentar
en ella. Si es una alucinación, no se puede. Si está rota, no es una silla en el sentido
reclamado por mi interés, puesto que yo hice mi juicio bajo el impulso del deseo
de sentarme.

Si ahora paro en este punto, sin poner en práctica la sugerencia contenida en


el juicio, la afirmación de verdad implicada en la aserción no se probará nunca, y
así no podrá ser validada. No podrá saberse si 'esto' es una silla o no. Si yo permito
que se complete el experimento, las consecuencias determinarán si mi predicación
era 'verdadera' o 'falsa'. El 'esto' podría no haber sido una silla en absoluto, sino
una falsa apariencia. O el antiguo artículo de mueble ornamental que se rompió
bajo mi peso podría haber sido algo demasiado preciado para sentarse. En
cualquier caso, las 'consecuencias' no sólo deciden la validez de mi juicio, sino que
también alteran mi concepción de la realidad. En un caso juzgaré de aquí en
adelante que la realidad es tal que me presenta sillas ilusorias; en el otro, que
contiene sólo sillas para no sentarse. Esto es, entonces, lo que significa la prueba
pragmática de una afirmación de verdad5.

§ 9. En cuanto a la reacción de las consecuencias de una predicación


experimental sobre su 'verdad' (§ 3 (6)), el caso más simple es (1) aquel de una
validación exitosa. Si, en el ejemplo de la última sección, yo me puedo sentar en
la 'silla', mi confianza en mi vista es confirmada y apenas me preocuparé de si no
debería haber sido llamada 'sofá' o 'taburete'. Por supuesto, si, sin embargo, mi
interés no fuera el de alguien que simplemente se quiere sentar, sino el de un
coleccionista o un comerciante de muebles antiguos, mi primer juicio podría haber
sido deplorablemente inadecuado, y podría necesitar ser revisado. Por lo tanto, el
'éxito' al validar una 'verdad' es un término relativo, relativo al propósito con el
que la verdad fue afirmada. La 'misma' predicación podría ser 'verdadera' para mí
y 'falsa' para ti, si nuestros propósitos fueran diferentes. En cuanto a una verdad en
abstracto, y sin relación a ningún propósito, es claramente asignificativa, puesto
que ni siquiera llega a ser nunca una afirmación, y nunca es sometida a prueba, y,
por lo tanto, no puede ser validada. De ahí que la verdad de 'la proposición' 'S es
P' sea solamente potencial, cuando la afirmamos basándonos en una predicación
realmente exitosa. Al aplicarla a otros casos reales siempre corremos un riesgo. La
segunda vez 'esto' puede no ser una 'silla', incluso aunque pueda parecer la 'misma'
de la primera vez. Por lo tanto, ni siquiera una predicación completamente exitosa
puede convertirse en una 'verdad eterna' sin más. La naturaleza empírica de la
realidad es tal que nunca podemos argumentar desde un caso a otro similar,
que consideramos que es 'el mismo', con absoluta seguridad a priori, y por lo tanto
ninguna 'verdad' puede ser siempre tan cierta que no necesite ser verificada, y que
no nos pueda engañar cuando la aplicamos. Pero esto sólo significa que ninguna
verdad debería ser tomada como no mejorable.

(2) Sin embargo, los experimentos raramente son del todo exitosos. Podríamos
(a) haber obtenido el éxito que conseguimos mediante el uso de abstracciones
artificiales y simplificaciones, o incluso mediante evidentes ficciones, y la
incertidumbre que esto conlleva para la 'verdad' de nuestras conclusiones tendrá
que ser reconocida. Por lo tanto, concebiremos que hemos conseguido no verdades
completas sin una mancha sobre su carácter, sobre las que no hay ninguna razón
para dudar, sino sólo 'aproximaciones a la verdad' e 'hipótesis que funcionan', que
son, como máximo, 'lo suficientemente buenas para propósitos prácticos'. Y los
principios que usamos deberíamos apodarlos 'verdades' o
'ficciones' metodológicas, según nuestra predisposición. Y, claramente, en este
caso el esfuerzo cognoscitivo no descansará. No habremos encontrado una 'verdad'
que satisfaga plenamente ni siquiera nuestro propósito más inmediato, pero
continuaremos la búsqueda de un resultado más completo, preciso y satisfactorio.
En el primer caso, el interés cognoscitivo de la situación podría ser renovado sólo
por un cambio o un aumento del propósito conducente a juicios posteriores.

(3) El experimento puede fallar, y llevar a resultados insatisfactorios. La


interpretación puede resultar, entonces, extremadamente compleja. O bien (a)
echaríamos la culpa a nuestra manipulación subjetiva, a nuestro uso de nuestros
instrumentos cognoscitivos. Podríamos haber observado erróneamente. Podríamos
haber razonado mal. Podríamos haber seleccionado las concepciones equivocadas.
Podríamos no tener sino falsas concepciones a partir de las que seleccionar, porque
nuestro conocimiento previo era inadecuado como un todo. O bien podríamos ser
llevados a dudar (b) la base del hecho que asumimos, o (c) la viabilidad de la
empresa en la que estábamos involucrados. En cualquiera de los dos primeros
casos nos sentiremos autorizados a intentarlo de nuevo, con variaciones en
nuestros métodos y supuestos; pero fracasos repetidos podrían finalmente forzar
incluso al más terco a desistir de su propósito, o reducirlo a un simple postulado
de racionalidad que es imposible por lo de ahora de aplicar a la experiencia real.
Y, está de más decir que habrá mucha diferencia de opinión con respecto a dónde
radica exactamente el defecto en el caso de fallo, y cuál sería la mejor manera de
remediarlo. Sin embargo, aquí radica una razón (entre muchas) de por qué el
descubrimiento de la verdad es un asunto tan personal. El descubridor es el que,
mediante una gran perseverancia o una manipulación más ingeniosa, hace algo a
partir de una situación de la que los otros habían desesperado.

§ 10. Así pues, vemos cómo se construye la verdad mediante operaciones


humanas sobre los datos de la experiencia humana. El conocimiento aumenta en
alcance y fiabilidad por el funcionamiento exitoso, por la asimilación e
incorporación de nuevo material a través del cuerpo de conocimiento previamente
existente. Estos 'sistemas' están continuamente verificándose ellos mismos,
probándose a sí mismos verdaderos mediante sus 'consecuencias', por su poder de
asimilar, predecir y controlar 'hechos' nuevos. Pero el hecho nuevo no es solamente
asimilado; también se transforma. La antigua verdad parece diferente a la nueva
luz, y realmente cambia. Crece de manera más poderosa y eficiente. Sin duda,
formalmente podría describirse como creciendo más 'coherente' y más altamente
'organizada', pero esto no toca el núcleo de la situación. Ya que la 'coherencia' y la
'organización' existen a nuestros ojos, y en relación con nuestros propósitos: somos
nosotros los que juzgamos lo que deberían significar. Y por lo que las juzgamos es
respecto a si nos conducen a nuestros fines, a si son efectivas para armonizar
nuestra experiencia. Entonces, aquí de nuevo, el análisis intelectualista del
conocimiento fracasa al no alcanzar las fuerzas realmente motrices.

§ 11. Además es importante indicar que mirando hacia delante la


construcción de la verdad es claramente un proceso continuo, progresivo y
acumulativo, ya que la satisfacción de un propósito cognoscitivo conduce a la
formulación de otro; una nueva verdad, cuando se establece, se vuelve
naturalmente la presuposición para exploraciones ulteriores. Y para este proceso
parecería que no hay ningún fin real en perspectiva, porque en la práctica somos
siempre conscientes de mucho de lo que nos gustaría conocer, si solamente
poseyéramos el tiempo libre y el poder. Sin embargo, podemos concebir una
realización ideal de la construcción de la verdad en la consecución de una situación
que no provocara ninguna pregunta y que por tanto no inspirara a nadie un
propósito de rehacerla.

Mirando hacia atrás, la situación, como se podría haber esperado, es menos


clara. En primer lugar hay puzzles, que se originan por la práctica natural de re-
evaluar 'verdades' superadas como 'errores', y de prefijar las nuevas verdades
como habiendo sido 'verdaderas todo el tiempo'. Y así podría preguntarse: '¿Qué
eran esas verdades antes de que fueran descubiertas? Pero esta duda es
esencialmente análoga a la pregunta del niño: 'Madre ¿qué ha sido del ayer?', y
para todo aquel que ha comprendido la fraseología del tiempo en un caso y la de
la construcción de la verdad en el otro, la dificultad se considerará meramente
verbal. Si 'verdadero' significa (como hemos sostenido) 'valioso para nosotros', por
supuesto la nueva verdad se volverá verdadera sólo cuando sea 'descubierta'; si
significa 'valiosa si es descubierta', sería, por supuesto, hipotéticamente
'verdadera'; si, finalmente, la pregunta inquiere si una situación pasada no habría
sido alterada para mejor si hubiera incluido un reconocimiento de su verdad, la
respuesta es: 'Sí, probablemente; solamente que, desgraciadamente, no fue alterada
de ese modo'. Sin embargo, en ninguno de estos casos estamos tratando con una
situación que pueda ni siquiera ser afirmada inteligiblemente fuera de la
construcción humana de la verdad6. De nuevo, no es en absoluto fácil decir hasta
qué punto nuestros procesos presentes de construcción de la verdad serán aplicados
válidamente al pasado, hasta qué punto toda verdad puede ser concebida como
habiendo sido hecha por los procesos que ahora vemos en funcionamiento.

(1) Entonces, es obvio, por supuesto, que debemos tratar de concebirla. ¿Por
qué deberíamos asumir gratuitamente que el procedimiento por el que la 'verdad'
se hace ahora difiere radicalmente de aquel a través del cual llegó a ser inicialmente
la verdad? ¿No estamos obligados a concebir, si fuera posible, el proceso total
como continuo: verdad hecha, verdad construyéndose y verdad aún por ser
construida, como estadios sucesivos en uno y el mismo esfuerzo? Y en gran parte
está claro que esto puede hacerse, que las verdades establecidas, a partir de las
cuales nuestros experimentos comienzan ahora, son de una naturaleza semejante a
la de las verdades que construimos, y fueron ellas mismas construidas en tiempos
históricos.

(2) Sin embargo, antes de que podamos generalizar este procedimiento,


tenemos que recordar que en nuestra propia exposición rechazamos la noción de
construir la verdad a partir de la nada. No habíamos recurrido a la muy dudosa
noción de la teología llamada la 'creación a partir de la nada', que ninguna
operación humana ejemplifica jamás. Confesamos que nuestras verdades fueron
hechas a partir de verdades previas, y construidas sobre conocimiento pre-
existente; también que nuestro procedimiento implicaba un reconocimiento inicial
del 'hecho'.

(3) Entonces, aquí, parecería haber dos serias, si no fatales, limitaciones a la


afirmación de que la ‘construcción de la verdad’ pragmática ha resuelto el misterio
del conocimiento. Por lo tanto, necesitarán un examen adicional, aunque
podríamos apresurarnos enseguida a afirmar que no pueden afectar la validez de
lo que el análisis pragmático declara hacer. Declara mostrar la realidad y la
importancia de la contribución humana a la construcción de la verdad; y esto lo ha
hecho ampliamente. Si nos puede llevar más lejos, y nos permite humanizar
nuestro mundo completamente, pues mucho mejor. Pero esto es mucho más de lo
que contaba con hacer, y aún falta por ver qué lejos nos lleva en la comprensión
también de las condiciones aparentemente no humanas bajo las que nuestras
manipulaciones deben trabajar.

§ 12. Ahora bien, en relación con el conocimiento previo asumido en la


construcción de la verdad, podría mostrarse que no hay necesidad de tratarlo más
que de una manera pragmática. Ya que (1) parece bastante arbitrario negar que las
verdades que asumimos al construir nuevas verdades son de la misma clase que las
muy similares verdades que construimos con su ayuda. En muchos casos,
efectivamente, podemos mostrar que esas mismas verdades fueron hechas por
operaciones anteriores. Por lo tanto, no hay, hasta ahora, nada que nos impida
considerar los factores volitivos que exhibe el conocer real, a saber, deseo, interés
y propósito, como esenciales al proceso de conocer, y, similarmente, el proceso
por el que la nueva verdad es ahora construida, a saber, postulación, experimento,
acción, como esencial para el proceso de verificación.

Además (2), incluso si negáramos esto, y tratáramos de encontrar verdades


que nunca hubieran sido construidas, no nos valdría de nada. No podemos nunca
regresar a verdades tan fundamentales que no puedan ser posiblemente concebidas
como habiendo sido construidas. No hay ninguna verdad a priori que sean
indisputable, como se muestra por el mero hecho de que no hay, y nunca ha habido,
ningún acuerdo con respecto a lo que son. Además, todas las 'verdades a priori'
que son comúnmente supuestas pueden ser concebidas como postulados sugeridos
por una situación previa7.

(3) Por lo tanto, metodológicamente, no nos lleva a ninguna parte asumir que
en la verdad que se construye existe un residuo no creado o un núcleo de verdad
elemental, que no ha sido construido. Ya que nunca podemos llegar a el, o
conocerlo. Por lo tanto, incluso si existiera, la teoría de nuestro conocer no podría
tomar ninguna nota de él. Por consiguiente, toda verdad debe ser tratada,
metodológicamente, como si hubiera sido 'construida'. Puesto que sólo basándose
en este supuesto puede revelarse su completa significación. Por lo tanto, en la
medida en que el Pragmatismo declara no ser más que un método, no le hace falta
modificar o corregir una consideración de la verdad que es adecuada a su propósito,
por el bien de una objeción que es metodológicamente nula.

(4) Parece un poco difícil para el Pragmatismo esperar de él la solución a una


dificultad con la que se enfrentan igualmente todas las teorías del conocimiento.
En todas ellas el comienzo del conocimiento está envuelto en el misterio. Sin
embargo, es un misterio que incluso ahora presiona menos severamente al
Pragmatismo que a sus competidores, por la razón de que no es una teoría
retrospectiva. Su importancia no radica en su explicación del pasado tanto como
en su actitud presente hacia el futuro. El pasado está muerto y terminado para
siempre, hablando prácticamente; sus actos se han endurecido en 'hechos', que son
aceptados con o sin entusiasmo; lo que realmente nos importa conocer a nosotros
es cómo actuar con una perspectiva de futuro. Y así como la vida, y como
conviene a una teoría de la vida humana, el Pragmatismo se dirige hacia el futuro.
Por lo tanto, puede adoptar el lema solvitur ambulando [se resuelve andando], y
estar satisfecho si puede concebir una situación en la que el problema de facto haya
desaparecido. Las otras teorías no recibirían tan tranquilamente una solución
satisfactoria tanto 'psicológica' como 'lógicamente'. Pero todavía soñarán con
soluciones 'teóricas', que serán completamente 'independientes' de la práctica.

§ 13. La consideración total del problema implicado en la inicial 'aceptación


del hecho' por nuestro conocer tendrá que reservarse para un ensayo posterior sobre
la 'Construcción de la Realidad', en el que se examinarán las conclusiones
metafísicas a las que apunta el Método Pragmático. Por ahora debe ser suficiente
mostrar (1) que la 'construcción de la verdad' es necesariamente e ipso
facto también una 'construcción de la realidad'; y (2) cuál es la naturaleza exacta
de la dificultad acerca de la aceptación de la 'construcción de la verdad' como una
construcción también completa de la realidad.

(1) (a) En primer lugar es evidente que si nuestras creencias, ideas, anhelos,
deseos, etc. son realmente esenciales y rasgos integrales de nuestro conocer real, y
si el conocer realmente transforma nuestra experiencia, deben ser tratados
como fuerzas reales, que no pueden ser ignoradas por la filosofía8. Realmente
alteran la realidad hasta un punto que es bastante familiar para el 'hombre práctico',
pero que, desgraciadamente, los 'filósofos' no parecen haber comprendido de modo
suficientemente adecuado todavía, o haber 'reflexionado' sobre ello con cualquier
propósito. Sin embargo, sin entrar en detalles sin fin sobre lo que debería ser
bastante obvio, afirmemos simplemente que las 'realidades' de la vida civilizada
son las encarnaciones de las ideas y los deseos del hombre civilizado, tanto en sus
aspectos materiales como sociales, y que nuestra presente incapacidad de sojuzgar
completamente lo material, en lo que realizamos nuestras ideas, es una razón
singularmente pobre para negar la diferencia entre la condición presente del mundo
del hombre y aquella de sus antecesores del mioceno.

(b) Los propósitos e ideales humanos son fuerzas reales, incluso aunque no
estén todavía incorporadas a las instituciones, y se hacen palpables en las nuevas
disposiciones de los cuerpos, ya que afectan a nuestras acciones, y nuestras
acciones afectan a nuestro mundo.

(c) Nuestro conocimiento de la realidad, por lo menos, depende ampliamente


del carácter de nuestros intereses, deseos y actos. Si es verdad que el proceso
cognoscitivo debe comenzar por intereses subjetivos que determinan la dirección
de su búsqueda, está claro que a menos que busquemos no encontraremos ni
'descubriremos' realidades que no hayamos buscado. Consecuentemente estarán
omitidas de nuestra imagen del mundo, y permanecerán como no existentes para
nosotros. Para hacerse reales para nosotros ellas (o realidades análogas –ya que
nosotros no siempre descubrimos justamente aquello que buscamos, como lo
atestiguan Saúl y Colón) deben haberse vuelto hipotéticamente objetos reales de
interés; y ya que esta construcción de 'objetos de interés' está completamente
dentro de nuestro poder, en un sentido muy real su 'descubrimiento' es una
'construcción de la realidad'9. Así pues, en general, el mundo tal y como se nos
aparece puede ser considerado como el reflejo de nuestros intereses en la vida: es
lo que nosotros y nuestros antecesores hemos buscado y conocido –sabia o
neciamente- para construir nuestra vida, bajo las limitaciones de nuestro
conocimiento y nuestros poderes. Y esto, por supuesto, es bastante poco
comparado con nuestros ideales, pero mucho comparado con nuestro punto de
partida. De cualquier modo es suficiente para justificar la frase 'la construcción de
la realidad' como una consecuencia de la construcción de la verdad. Y es evidente
también que precisamente en tanto uno es la consecuencia del otro, nuestras
observaciones sobre la presuposición de una 'verdad' ya construida se aplicarán
también a la presuposición de una 'realidad' ya construida.

§ 14. La dificultad acerca de concebir esta 'construcción de la realidad', que


acompaña a la 'construcción de la verdad', como algo más que 'subjetiva' y
exigiéndonos una penetración real en la naturaleza del proceso cósmico, radica en
el hecho de que se complica con la dificultad que ya hemos reconocido al tratar de
concebir la construcción de la verdad como un proceso completamente subjetivo,
que debería, sin embargo, ser auto-suficiente y completamente explicativo de la
naturaleza del conocimiento (§ 11). Debido a que la construcción de la verdad
parecía presuponer una cierta 'aceptación del hecho', que era efectivamente
deliberada qua 'aceptación' e incluso opcional, pero que nos dejaba con un sordo
hecho qua 'hecho', parece imposible afirmar la completa objetividad en la
construcción de la realidad, y a muchos les parece que nuestro conocimiento
simplemente selecciona de entre hechos pre-existentes aquellos que estamos
interesados en 'descubrir'.

Además, es inevitable que los hechos pre-existentes, que la construcción tanto


de la verdad como de la realidad parecen presuponer como su condición, aunque,
propiamente hablando, sólo impliquen la pre-existencia de la 'realidad primaria' (§
5), sean identificados con el 'mundo real' del sentido común, en el que nos
encontramos y que parece que no hemos construido en ningún sentido humano. En
otras palabras, nuestra teoría del conocimiento se enfrenta en este punto con algo
que reclama validez ontológica y que solicita volverse ella misma una metafísica
para abordarlo.

Por supuesto, se podría muy bien rechazar el hacer esto. Puede insistirse en
permanecer como era originalmente, y ha profesado ser hasta ahora, es decir, un
método de comprensión de la naturaleza de nuestro conocimiento. Y no estaremos
autorizados a censurarlo, a pesar de lo mucho que lamentemos esta inseguridad, y
deseemos mostrar también su poder al afrontar nuestras dificultades finales.

Sin embargo, deberíamos estar agradecidos, si nos permite percibir de dónde


procede realmente la dificultad. Procede de un conflicto entre las consideraciones
pragmáticas, de las que ambas son dignas de respeto, ya que (1) la creencia de la
teoría mundana del realismo ordinario en un 'mundo real' en el que hemos nacido
y que ha existido 'independientemente' de nosotros eones antes de ese evento, y
que de ese modo no puede ser posiblemente construido por nosotros o por ningún
hombre, tiene una muy alta justificación pragmática. Es una teoría que mantiene
unida y explica nuestra experiencia, y sobre la que se puede actuar con gran éxito.
Funciona tan bien que no se le puede negar un alto grado de verdad 10.

(2) Por otro lado, es igualmente evidente que no podemos negar la realidad de
nuestro procedimiento cognoscitivo y de la contribución humana que significa para
la construcción de la verdad. También es una verdad ensayada y probada. Por lo
tanto, las dos deben reconciliarse de alguna manera, incluso aunque al hacerlo así
se puedan revelar deficiencias últimas en la perspectiva del sentido común del
mundo.

La primera pregunta que hay que hacerse es cuál de las dos verdades
pragmáticamente valiosas debería tomarse como más fundamental.

La decisión debe ser, evidentemente, a favor de la segunda, ya que la 'realidad


del mundo externo' no es un dato original de la experiencia, y es
una confusión identificarlo con la 'realidad primaria' que reconocimos en el § 5.
No puede afirmarse la dudosa 'independencia' de esta última, simplemente porque
es algo mejor y más valioso a partir de lo cual ha sido construida, puesto que es
una construcción pragmática en el interior de la realidad primaria, el producto, de
hecho, de uno de aquellos procesos de selección por los que se ordena el caos. El
mundo real externo es la parte pragmáticamente eficiente de nuestra experiencia
total, a la que las partes ineficientes tales como sueños, imaginaciones, ilusiones,
imágenes residuales, etc., pueden referirse para la mayoría de los propósitos. Pero
aunque esta construcción es suficiente para la mayor parte de los propósitos
prácticos, fracasa a la hora de dar respuesta a la pregunta –¿cómo puede
distinguirse la 'realidad' de un sueño consistente? Y considerando que la
experiencia nos presenta transiciones que van desde un mundo aparentemente real
(el sueño) a uno de una realidad superior, ¿cómo podemos saber que este proceso
no puede repetirse hasta la destrucción de lo que ahora consideramos nuestro
'mundo real'?11

Debemos distinguir, por lo tanto, entre dos preguntas que han sido
confundidas –(1) '¿Puede concebirse la construcción de la verdad como una
construcción también de la "realidad primaria"?' y (2) '¿Puede concebirse también
como una construcción del "mundo externo" real de la vida ordinaria?'– y debemos
estar preparados para comprobar que mientras la primera formula un problema
imposible12, una respuesta a la segunda puede resultar factible. En cualquier caso,
sin embargo, no se puede afirmar que nuestra creencia en la realidad metafísica de
nuestro mundo externo, que es posible 'construir' en algún sentido, o en ningún
sentido, es de más autoridad que nuestra creencia en la realidad de nuestra
construcción de la verdad. Esta última puede impregnar también formas de
experiencia distintas de aquella que obtiene su piedra angular pragmática a partir
de la primera. Efectivamente, no se puede imaginar desear, tener intenciones y
actuar como dejando de formar parte de nuestro procedimiento cognoscitivo
siempre que nuestras mentes 'finitas' persistan de alguna manera. Por lo tanto, todo
lo que podemos decir es que siempre que, y en tanto que, nuestra experiencia sea
tal que esté organizada de la manera más conveniente por la concepción de un
mundo real pre-existente, 'independiente' de nosotros (en un sentido relativo), será
también conveniente concebirla como habiendo sido 'hecha' en gran parte antes de
que nosotros tomáramos parte en el proceso13.

Sin embargo es bastante posible (1) que este 'reconocimiento' pragmático del
mundo externo pueda no ser final, porque no sirve a nuestros propósitos últimos;
y (2) que el proceso humano de construir la realidad pueda ser una pista valiosa
también para la construcción del mundo pragmáticamente real, porque incluso
aunque no fuera construido por nosotros, sería sin embargo desarrollado por
procesos estrechamente análogos a nuestro propio procedimiento, que este último
nos permite comprender. Si es así, seremos capaces de combinar la
'construcción real de la realidad' y la 'construcción humana de la realidad' bajo la
misma concepción. Pero estas dos sugerencias deben dejarse para ser elaboradas
en ensayos posteriores14. Antes de que nos embarquemos en tales construcciones
aventureras, debemos finalmente deshacernos de las pretensiones metafísicas y
religiosas del Absolutismo, cuya teoría del conocimiento ha acabado en tal enorme
fracaso.

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