Está en la página 1de 42

PROLOGO

UN CREADOR DE :\IUNDO

Había un poderoso temperamento narrativo en


Eduardo Acevedo Díaz: una visión de mundo. una ca-
pacidad de descubrir en la compleja realidad las cifras
esenciales. un creciente dominio de la anécdota. un
inusual poder de observación. Tenía. además, un ge-
neroso don de novelista. Aunque ha dej afio algunos
notables relatos breves (La cueva del tigre, El combate
de la tapera, tal vez sean los mejores) necesitaba la
amplia y morosa respiración novelesca para poder co-
municar cabalmente su ancha visión de esta tierra
oriental y de sus hornbrPs en la triple dimensión del
pasado, del presente y del futuro. Fue (como debe
serlo todo novelista auténtico) un creador de mundo~
es decir: el inventor de una realidad novelesca cohe-
rente y autónoma. una realidad que ofrece su espejo
a la historia y a la nación, a la vez que propone nor-
mas para la historia futura, para la nac1onahdad aún
en formación. Por eso. sus hhro5 valen para nos-
otros más allá de méritos \ demérito5 de <letalle. como
fuente de una visión ahondada de los orí~enes y pri-
mer desarrollo de nuestra nación. y pro1nesa de "ll
rumbo futuro. En tal sentido. sus obras han sido ob-
jeto de apasionadas exégesis, como las de Francisco
Espínola (el mejor de sus sentidores): o han sido ter-

VII
PROLOGO

giversadas también apasionadamente, por críticos de


otras barricadas políticas. Porque Acevedo Díaz fue
(ante todo) un político.
En la época que le tocó vivir (nació en 1851, murió
en 1921 l el escritor era sobre todo un ser político.
Las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del
XX. en que desarrolló su actividad, no concebían casi
la literatura pura, la literatura como objeto de con·
sumo intelectual, como obra de arte. La mayoría de
los escritores de entonces estaba comprometida en la
inmediata realidad política y social, militaba en los
partidos tradicionales, salía al campo a defender con
las armas su ideología. o se atrincheraba en los pe·
riódicos, muchas veces a riesgo de su vida. La crea-
ción literaria se ejercía, cuando se ejercía, en los in·
tervalos de una actividad más urgente y brutal. Aun·
que hay algunas doradas excepciones (Roberto de las
Carreras. Julio Herrera y Reissig). la norma era en·
tonces el compromiso. Pero no el compromiso pura·
mente verbal que se estila ahora, sino la acción cruda,
espesa, fatal. Aun los pontífices del decadentismo no-
vecent1sta tenían alguna actividad política: Roberto
era (o se proclamaba) anarquista, Julio saboteaba
con discursos y panfletos la política de fusión del
Partido Colorado al que pertenecía por tradición fa.
miliar.
En el caso de Acevedo Díaz la situación se agrava
porque la vocación literaria (aunque fuerte e indiscuª
tida) está en permanente conflicto con una avasa·
lladora vocación política que habrá de convertirlo en
uno de los jefes del Partido Nacional, .. el primer cau-
dillo civil que tuvo la República", según ha escrito
Espínola. Por eso, Acevedo Díaz sólo podrá escribir
sus grandes novelas en la pausa forzosa de una luche

VIII
PROLOGO

que casi no le da tregua. El período literariamente


más fecundo, el verdaderamente creador de su obra.
coincide casi exactamente con su obligado exilio en la
Argentina. entre los años 1884 y 1894. Entonces es·
cribe BRENDA (1886), su primer novela, de ambiente
contemporáneo y aún inmadura; inicia su ciclo his-
tórico: ISMAEL (1888), NATIVA (1890) y GRITO DE
GLORIA i 1893 J ; compone SOLEDAD ( 1894), novela
corta, sumamente romanceada, tal vez su obra más
pura. Pero la acción lo reclama. v el ciclo de novelas
históricas queda interrumpido por dos décadas. La
última parte, LANZA Y SABLE, será publicada sólo en
1914, cuando una nueva etapa de alejamiento de la
vida política le dé el tiempo necesario para la morosa
creación narrati\'a. Porque una novela es obra de
muchos días, de mucho esfuerzo, de mucha concentra-
ción. Su arte de novelista se resiente de esta escisión
permanente entre su carrera política (el eje sobre el
que se desplaza su destino) y ~u porfiada vocación
literaria. Han errado, por eso mismo, quienes llegaron
a reprocharle no haber realizado su ciclo épif'o a escala
mayor. cuando es casi un milagro que lo haya podido
completar alguna vez: o no haber trabajado má~ a
fondo la estructura de cada una de sus narracione5,
o no haber uniformado con más paciencia el estilo de
sus grandes novelas. Lo sorprendente es que haya
sido capaz de concebir una obra de esta naturaleza en
medio del huracán político y que (con imperfeccio·
nes e hiatos t haya podido llevarla a cabo.
Sin embargo, su obra de creador no necesita excu-
sas. Está ahí. entera, para ejemplo de nuestra litera-
tura, vigente a pesar de visibles desfallecimientos y
de algunos títulos superfluos (MrnÉs, 1907. es el me·
nos redimible~. Su obra está ahí, plantada como una

IX
PROLOGO

de las creaciones más importantes y perdurables de


nuestra narrativa No abundan los novelistas en las
letras uruguayas. Si se juzga con algún rigor apenas
lo han sido realmente Acevedo Díaz, Carlos Reyles,
José Pedro Bellán, Enrique Amorim, Juan Carlos
Onetti, para hablar sólo de los que ya tienen obra
Juzgada. No lo fueron Javier de Viana (a pesar del
ambicioso intento de Gaucha). ni Horacio Quiroga (a
pesar de Historia de un amor turbio, de Pasado amor),
ni Francisco Espínola (a pe~ar del indiscutible inte-
rés de Sombras sobre la tierra l. ni Juan José Morosoli
ía pesar de Muchachos) ni Fehsberto Hernández (a
pesar de Por los tiempos de Clernente Colling, de El
caballo perdido 1. En todos estos narradores falla la
respiración novelesca, la visión totalizadora del mun-
do. la capacidad de crear en el detalle v. al mismo
he1npo, en la anchísima perspec.tiva del tiempo y del
e5pacio. Ellos fueron (son) cuentistas. hombres que
proyectan su mundo interior por 1nfin1ta acumula-
ción de visiones parciales. En todo" los nombrados
! pero especialmente en Viana~ en Qu1roga, en Espí-
nola 1 ese mundo resulta a la postre tan personal y.
rico co1no el de un novelista. Por eso. lo que aquí se
]es relacea no es capacidad creadora sino otra cosa:
el don de abarcar más la realidad. Ese don lo tuvo
(como nadie 1 Eduardo Acevedo Díaz. aunque sólo
haya de1ado ::iiete novelas desiguales para demostrarlo.
Y a no se discute el lugar que corresponde a su
ohra en el panteón vivo de las letras nacionales. Haee
cuarenta. hace treinta años. los críticos más leídos en·
tonces 1pienso en Alberto Zum Felde. en Alberto Las-
places) podían oponerle muchos reparos de detalle -
reparos n1uchas veces justísimos y lúcidos~, sin ad·
vertir lo que su obra tenía de central, de permanente,

X
PROLOGO

de hondamente creadora. Ahora. a partir de las lu·


minosas explicaciones de Francisco Espínola en su
prólogo de ]SMAEL !Buenos Aires, 19"151 es imposible
no advertir la cualidad esencial de su obra. Pero el
nombre de Acevedo Díaz no ha traspasado aún las
fronteras patrias. Todavía es desconocido en el vasto
mundo hispánico Le ha faltad() la oportunidad de
proyectarse que tuvieron Zorrdla de San Martín,
Carlos Rey les, José Enrique Rodó, Carlos Vaz F erreira,
Julio Herrera y Reissig, Dehnira Agustini, Juana de
Ibarbourou. sin hablar de Florencio Sánchez, Hora·
cio Quiroga o Enrique Amorim. que se han benefi-
ciado además de una situación hiográfica y editorial
rioplatense. Pero la batalla por el ieconuc1miento his-
pánico de Eduardo _l\ceYeclo Díaz está aún por librarse.
Sin embargo, es indudable que su obra trasciende
la~ fronteras de la nacionalidad. Aunque buena parte
<le su eco pueda pP1derse fuera del ámhito patrio (no
tiene por qué hablar a ho1nbre'"> de otro5 cielos con el
acento tan persuasivo con que no~ habla), su creación
no depende exclu'">1van1ente de C'ircunstancias locales.
Hay en Acevedo Díaz un creador tan universal como
Zorrilla de San Martín o como Huracio Quiroga: un
hombre capaz de tocar los centros de la vida con la
misma autoridad. el rn1$n10 ·po<ler suasorio, la misn1a
imaginación poética. Por otra parte, su epopeya na-
rrativa que presenta con intf"nc1onado5 hiatos la gesta
del pueblo oriental. es a la vez muy localista y muy
un1vf"rsal. No disminuye para nada el Yalor épico del
Poema del Cid el hecho de que su acción real com-
prometa apenas a algunos caudillos €"-pañoles y n1oros
en una de la-. tierras 1narginales del Occidente cris-
tiano. A un francés que se hurlaba del pequeño nÚ·
mero de combatientes de una de las batallas de nuestra

XI
PROLOGO

independencia, contestó Melchor Pacheco y Obes (con


una frase que Rodó trasmite emocionado): "Caballero,
Pn e-.as batallas también se muere". En la gesta que
evocan las novPlas de Acevedo Díaz también se muere,
y fo.obre to<lo. también se vive, con una vida que no
ha cesado a pesar de las siete largas décadas que se·
paran sus, primeras novelas del momento actual.

JI

EL CICLO HISTÓRICO

Las cuatro novelas del ciclo históric:o -Is.rvtAEL,


NATIVA, GRITO DE GLORIA. LANZA Y SABLE- están
ligadas por la voluntad creadora del autor. Como ha
docu1nentado Roberto lbáñez en PI estudio que sirve
de prólogo a Is:rvIAEL 1B1blioteca Artigas, :Yiontevideo,
19531. la aparición de la primera novela molivó en la
prens.i de entonces unos sueltos en r¡ue va se habla
de ''cuatro volú1nene,Q," o "cuatro hbro-." quP comp1cn-
de1 ía el ciclo. confundiendo así ISMAFL y los otros
tres títulos de la tetralogía. Uno de "La Epoca" ( Mon-
tPvidco, ah1i1 21. 1888) aclara: "El último y culmi-
naute epi~od10 de la obra t:S una brillante descripción
de la Defensa de Pay-,andú''. En efeclo. LANZA Y SABLE
loucluye con la capitulación de Paysandú, aunque
falta en ella "la brillante descripción" prometida (se-
gún observa Ibáñez).
Pero hay otros te~timoníos aún lná~ explícitos, del
p1opio Acevedo Díaz, que aclaran definitivamente su
intención de coinponer un ciclo de cuatro novelas his-
tóricas. Con motivo de un juicio de Enrique E. Ri-
varola sobre NATIVA. el autor escribe un artículo. que

XII
PROLOGO

titula /_,r1 11ovelíl l11~1ó11ca \ puhlica en "El Nar·J1111dl''


( Monte\'1deo, ¡;;et1en1bre 29. 139.; 1 • "'f' trata en reali-
dad de una carta ahierta al "crítico ) amigo'' Allí
puntualiza Acevedo Díaz: "E.;:;cribí lsJ\.IAEL -la novf'-
la que precede a NATIVA- c;,,in que con las dos haya
llenado toda\rÍa el plan que me imvuse. ( .. l No he
llegado al término u objetivo final que me propu5e·
pues por lo que <lf"jo consignado. se habrá Ud. aper-
cibido que ~ATIVA no es una novela aislada, sino la
-.egunda de una serie con trabazón lógica entre sí y
c;,,olidaridad complt>ta en los vínculo" hi~tóricos". 1.,. al
publicar casi dos décadas de-.pués la últirna novela
del ciclo, LANZ.\ Y SABLE. reafirma <lesde PI prólogo:
"~uestro trabajo. nlterrurnpido inás de una vez por
distintas cau"as. y de un tema que dnrPrge un tanto
de los anteriores de la serie. relativo;;:; a la.;; luchas de
de la i,~dependencia, es continuación de GRITO DE
GLORIA •
De ahí que sea superficiahnente correcta la deno1ni-
nac1ón de tetralogía que se ha empleado pa1a definir
el ciclo histórico. La usa Franrisco Espínola en un
artículo de "El Paí;" 1Montev1deo, ahríl 20, 19.511.
luego recogido ('orno prólogo de SOLEDAD (Biblioteca
Artigas, Montevideo. 1954); la reitera y documf"nta
Roberto Ibáñez en el prólogo citado. Sin embargo.
mucho antes, esta denominar1ón había sido di-,cut1da
y rechazada por Alberto Zum Felde en ~u Crítica áo
la literatura urugua)a (Montevideo, 1921 ! . Aunque
Zum Felde ha r~d1tado por lo meno5 trl:'s veces su
juicio (incorporándolo a sucesivas ediciones dPl Pro-
ceso lnte'lectual del l.lrugua_v, Montevideo. 11)30, Bue-
nos Aires, 1941. y al Indice critico de la literatura: his-
panoamericana. La narrativa, México, 1959), no lo
ha modific.ado. Al considerar el ciclo épico, escribe:

XIII
PROLOGO

"A IS::VIAEL. que con1prende Ja época arhguista. la ini-


eial, con SUl'l episodios primordiale-., siguen NATIVA,
que PXlJresa el turbio período social de la Cisplatina, y
GRITO DE GLORIA. que trata la empresa final de la
Emancipación. culminando en ltuza1ngó. Estas obras
comlJOnPn el tríptico fuerte y admirable. LA'.'fZA Y
SABLE, escrita muchos años después, carece del vigor
artístico y de la verdad histórica de las primeras. No
ruede, por tanto, incorporarse a aquélla'3, para for-
1nar una tetralogía. aunque su acción continúa y com-
plete la de las otras." En párrafo~ siguientes de su
estudio, vuelve a calificar Zum Felde al ciclo épico
(reducido por él sólo a las tre~ primeras obras) de
"trilogía histórica". A pesar del lapso de afirmar que
la batalla con que culmina GRITO DE GLORIA es Itu-
za1ngó les Sarandí), la pos1c1ón del c1ít1co resulta
terminante. Los brevísimos argumentos que utiliza pa-
ra negar la entrada de LANZA Y SAnLE a' la supuesta
tetralogía son de carácter estético j "carece de vigor ol@-

artístico'') e histórico (también carece ''de la veidad


histórica de las primeras"). Sin embargo, el mismo
Zum Felde admite que la acción de LANZA Y SABLE
continúa y completa la de las otras.
No se trata sólo (como podría pensar"e) de un
problema de nomenclatura. De hecho hay aquí una
discrepancia más profunda que tiene motivaciones
históricas y tal vez políticas. A nadie se le ha ocurrido,
e
que yo sepa, eliminar una de 'las novelas de la omé-
die Humalne, uno de los Episodios Nacionales, <le G-al-
dós, uno de los títulos de ks Rougon-Jiacquart, de
Zola, porque le parezca que su calidad estética o his-
tórica es inferior a la de otros del mis1no ciclo. Basta
que el autor los haya incorporado para respetar la
intención. Sin embargo, esto es lo que no admite Zum

XIV
PROLOGO
------

Felde. Es evidente que el crítico no comparte la visión


histórica del novelista y esto determina su repugnancia
a incluir LANZA Y SABLE en un ciclo al que obviamente
pertenece. Como es la más comprometida políticamente
de las cuatro novela-". esto asimismo podría explicar
la actitud de Zum Felde. que escribe desde otra pers-
pectiva política. Su resistencia a LANZA Y SABLE lo
lleva incluso a la inJU5tlcia de c1eer que es la inferior,
cuando no sería difícil sostener que es tal vez la mejor,
del punto de vista de la madurez y complejidad na-
rrativa, de la creación de persona1es lnunca Acevedo
Díaz creó a nadie como Frutos Rivera). de la obser-
vación profunda de una reahdad n1utabie. También
Alberto Lasplaces acompaña a Zum Felde en su de-
preciación de LANZA Y SABLE en un a1tículo de 1930,
que luego recogió en Nuevas oplniones literarias ( Mon-
tevideo, 19391.
Es significativo que 5ean dos críticos r¡ue por aque-
lla época colaboraban en periódicos del Partido Co-
lorado, los que revelan tal resistencia a una novela
que no oculta su simpatía por el Jefe del Partido
Blanco, Manuel Oribe, y detalla \ igorosamente las
ambigüedades de carácter de uno de los Jefes del
Partido Colorado, el discutidísimo Rivera Sin em-
bargo, no creo que se trate exclusivamente de una
cuestión política. Es evidente que para la visión esté-
tica de Zum Felde y de Lasplaces, LANZA Y SABLE es
una obra híbrida, más historia que novela, más polí-
tica que historia. De ahí que el primero razone su di5-
crepancia, la convierta en estética y hasta en histórica,
y niegue curiosamente a LANZA Y SABLE el lugar que
Acevedo Díaz le había destinado en el ciclo histórico
Su demasía y su error pueden sin embargo resultar
fecundos. Porque hay algo cierto en las objeciones de

XV
PROLOGO

Zu111 Felde Las c,uatro novelas h1.;;tór1ca" de r\ce\ledo


Día.t: no forman sino -superlicialn1ente una tetralogía.
Son en realidad un tríptico. El motivo de esta distin-
ción es, empero, muy distinto del aducido por el co-
nuc1do crítlco.
~o cabe negar la entrada a l.,ANZA Y SABLE en el
ciclo. Exclusiones de este tipo están fuera de la juris-
clicc1ón de la crítica y son resabios rle anticuadas re-
tóricas. Pero aún contando LANZA Y SABLE, los cuatro
títulos ~e organizan (estética e históricamente) en sólo
tres grupos que asumen naturalmente la forma de un
tríptico: ISMAEL, que muestra el estallido independien-
tista y concluye con la batalla de Las Piedras, sería
el primer volante; NATIVA y GRITO DE GLORIA, que
oeurren en el mismo período histórico. la C1srplatina, y
están unida5 1nextricablemente por la peripecia del
1nismo protagonista, Luis María Berón. forman el
centro doble del tríptico; LANZA Y SABLE, que mues-
tra el comienzo de la escisión de los dos partidos tra-
dicionales y los orígenes de una guerra civil que en·
sangrentaría el Uruguay a lo largo de todo el siglo
XIX, es el último volante del tríptico.
La cronología también lo demuestra. Aunque mu·
chos críticos han señalado que no hay hiato histórico
o anecdótico entre NATIVA y GRITO DE GLORIA, y eí
lo hav entre ISMAEL y NATIVA (un lapso de más-'C.
diez años), o entre GRITO DE GLORIA y- LANZA Y
SABLE 1 otro lapso de casi diez años), no se han sacado
las consecuencias estéticas más obvias de esta obser~
vación. El propio Zuro Felde estuvo muy cerca de da11
con la solución definitiva al escribir en su e5tudio de
1921: "NATIVA y GRITO DE GLORIA son la nna conti-
nuación de la otra, pudiendo considerarse como dos
partes de la misma. El mismo drama íntimo de NATIVh

XVI
PROLOGO
----·

se prosigue v desenlaza en GRITO DE GLORIA." Pero


dos cosa5 i1npidieron ya entonces a Zuro Felde acertar
con la verdadera naturalet:a estética del ciclo his-
tórico: .;:;u 1eLhazo df" LANZA Y ~ABLE • .;:;u creencia
(inJustificada) en la "1nsign1f1í'ancia h1stór1ca de
~ATIVA ". Porqur el t:rítico no ~ólo negó lo que con-
tenía df" realmente creaílor el último volante del tríp-
tico: ta1npoco ad"irtIÓ hasta qué punto era profun1la
y original la v1 ... ión histór1ca de- i-\levedo Diaz que
prefirió novelar la gesta de Oli,·era en NATIVA a re-
petir algunos epi&.od1os rr.ás ohYIQ.<- de la historia eman-
cipadora. Pero sobre esto habrá que 'olver má"
adelante.
También Alberto Lasplaces f'll "ll e~tudio de 1930
"er1fica la vinc.ulación e-..trecha entre )¡ATIVA y GRITO
DE GLORIA. y afirma que la una es "cronoló?:icamente"
la continuación de la otra. Pero no extrae ninguna
consecuencia de esta observación. Parece indudahle.
sin embargo, que al constru1r SU5 cuatro novelas de
acuerdo con un plan que, histórica y anecdóticamente,
vincula a las dof. centrale.;:; y a1-5la a las dos extremas,
Acevedo Díaz está creando no sólo una tetralogía t ca-
bf1Lac1ón que sólo tiene en cuenta los asprt:tos exter-
nos de la estruC'tura narratlva 1 sino un Lríptico. Lo
curioso es que ya en 1921 Zu1n Felde había dado c.on
la ex'presión exacta: pero la aphcó mal al referirse
sólo a un tríptico mutilado: el de las tres primeras
Uo\elas. El ciclo proyectado y creado por Acevedo
Díaz es verdaderamente un tríptico. pero de otra ar·
quitectura.
Una observación complen1entaria: al anunciar L.!t..N-
ZA Y SABLE, Acevedo Díaz la presentó un par de veces
bajo el título de Frutos, nombre con el que se conocía
popularmente al general Rivera, Así, al editar M1NÉS

XVII
2
PROLOGO

11907) advierte como de próxima apar1c1on: Frutos.


/"•/ ovela histórica, y es aún más explícito al ipublicar la
traducción italiana de la misma novela (1910); allí
habla de Frutos como de un "romanzo storico, conti-
nuazione di GRITO DE GLORIA". Estos datos (que
aporta Iháñez en su documentado prólogo) pern1iten
verificar a mayor abundamiento no "ólo la unidad de
concepción de las cuatro novelas del ciclo, sino algo
más importante. sobre lo que no se ha hecho hincapié
que yo -sepa. En la concepción de Acevedo Díaz el
ciclo se abriría con una novela cuyo protagonista
j Ismael) es un ser de ficción, que simho1iza la pri-
mitiva nacionalidad oriental en armas contra el poder
colonial de España, y concluiría con otra novela cuyo
protagonista (Frutos, o sea Fructuoso Rivera) es un
ser completamente histórico, que simboliza 1a escisión
que habrá de producirse en el seno de esa mismo re-
cién conquistada nacionalidad oriental independiente.
De la novela histórica (ISMAEL) a la h1'!-tor1a novelada
(FRUTOS, es decir: LANZA Y SABLEI: tal era el camino
que habría de recorrer Acevedo Díaz en su ciclo. Es
cierto que luego cambió el título de la últiina novela,
aunque en 1910 todavía la anunciaba con el nombre
del caudillo histórico. Soslayó así la simetría y el
contraste exterior entre Ismael y Frutos, pero no obviiS ,
para nada el contraste íntimo entre ambos libros. En
la concepción estructural, como en la realización no-
velesca, la primera y la última parte del ciclo se opo·
nen con una profunda antítesis que ilustra su dialéc-
tica interior. Son los dos volantes extremos del trÍp•
tico. En el centro, quedan dos novelas (NATIVA, GRITO
DE GLORIA) que, en realidad, forman una.

XVIII

.,,,
PROLOGO

111

LA VISIÓN HISTÓRICA

El debate sobre la novela histórica ha estado con-


taminado, desde el con1ienzo, por una serie ya ilustre
de malentendidos. A pesar de haber leído las novelas
de Walter Scott, Goethe creyó que en la novela his-
tórica la creación y el documento se estorbaban hasta
hacerse la vida imposible; a pesar de haber escrito
una de las más fa1nosas y perfectas novelas históricas,
I Promessi Sposi, Manzoni se dejó influir por los jui-
cios de Goethe y cantó la palinodia en un artículo que
declaraba imposibles a las nuvelas h1stó11cas. Mucho
más tarde, a pesar de haber desentrañado con finura
y erudición el error estético de Manzoni, Amado
Alonso pudo escribir todo un estudio t En.sa_110 sobrei
la novela histórica, Buenos Aires, 1942) en que hay
increíbles lagunas: no menciona a Eduardo Aceve<lo
Díaz pero tampoco menciona La Guerra ) La Paz, de
Tolstoi, tal vez la obra maeo;;tra del género. Sin em-
bargo. la novela histórica existe~ es un género de tra-
yectoria perfectamente documentable, y aún antes de
Scott; Re sigue esc1ibiendo hasta nuestros días y (para
decirlo con una fórmula célebre 1 goza de buena 8alud.
Uno de sus críticos má5 penetrantes, el húngaro Georg
Lukácz~ ya en 1937 había escrito en alemán un estudio
que pone las cosas en su sitio sin perder tiempo en
consideraciones académicas sobre la existencia o in-
existencia del género. Pero su obra, La nave/a his-
tórica, sólo fue publicada en una versión al ruso en
la época que Lukácz estaba exilado en la Unión So-
viética (1937), y sólo ha empezado a circular en len·
XIX
PROLOGO

guas occidentales a partir ele su publicación en ale-


mán (195.5) y de sus ediciones en inglés (Londres,
1962, Nueva York, 1963). EEita rircunstancia biblio-
gráfica explica que no haya podido ser utilizada por
Amado Alonso.
En reahdad, son los críticos lo~ que han confundido
las cosas. Porque los novelistas hi5tóricos (con la ex·
cepción tal vez del introspectivo Manzoni) se han limi-
tado por lo general a demostrar el movimiento an·
dando. A Scott seguramente le hahría resultado in- _
comprenEiible todo el debate sobre la novela histórica.
En el caso de Acevedo Díaz. e5 evidente que jamás se
le unportó si el género era o no híbrido. Es nuís: ja-
n1ás dudó de la v1abilidarl de la novela histórica. Para
él. el género no solamente era posible sino necesario.
Son numerosas sus declaraciones en este 5entido, Nun-
ca lo consideró un género de transición. destinado a
desaparecer cuando ipasara una moda. Por el conka-
rio, le parece que "es y debe ser uno de los géneros
llamados a primar en el campo de la literatura, ahora
y en lo venidero". como escribe en sus cartas sobre La
novela histórica. ya citadas. Allí afirma también que
''el novelista consigue, con mayor facilidad que el his-
toriador, resucitar una época, dar seducción a un re-
lato. La historia recoge prolijamente el dato. analiza
fríamente los acontecimientos: hunde el escalpelo en
un cadáver, y busca el secreto de la vida que fue. La
novela asimila el trabajo paciente del historiador. y
con un soplo de inspiración reanima el pasado. a la
manera como un Dios, con un soplo de su aliento~ hizo
al hombre de un puñado de polvo del ParaÍ50 y un '
poco de agua del arroyuelo.''
Aquí coincide curiosamente Acevedo Díaz con na-
rradores: tan distantes estética y cronológicamente de

XX
PROLOGO

él como los existencialistas franceses de este siglo, que


ven en la novela una forma 'iva y profunda de explo-
ración de la realidad. de descripción fenomenológica
de la realidad concreta y dinámica Así. Simone de
Beauvoir pudu decir en uno de sus ensayos ( reprodu-
cido en "Sui ''. Buenos Aire~, {\Q 147 /49. 1947): "No
es una casualidad que el pensamiento existencialista
intente expresarse hov. ya por tratados teóricos, ya
por ficciones. Porque es un esfuerzo por conciliar lo
objetivo con lo subjetivo. lo absoluto con lo relativo,
lo intemporal con lo histórico; pretende captar el sen·
tido en el corazón de la existencia: y si la descripción
de la esencia corresponde a la filosofía propiamente
dicha. sólo la novela perm1tirá evocar. en su verdad
completa, singular \ temporal. el surg1nuento original
de la existencia." No otra cusa <JUiere Acevedo Díaz
en su intento de resurrección histórica.
Pero lo que busca Acevedo Díaz es algo más. Por
ebo continúa diciendo en l.1 misma carta: "Sociedades
nuevas como las nuestras necesitan empezar por co-
nocerse a bÍ mismas en su carácter o idios1ncracia, en
sus propensiones nacionales, en sus impulsos e instin-
tos nativos, en sus ideas y pasiones.'' De ahí que la
novela histórica, tal como la concibe, deba cumplir
una doble función complementaria: resucitar más ca-
balmente el pasado de lo que es capaz la historia; des-
entrañar el carácter de la nacionalidad oriental. La
primera función aparece ilu~tracla también en unas
palahra5 muy conocidas del prólogo a LASZA Y
SABLE. verdadero programa a posteriori. Allí afir1na:
"A nue~tro juicio, se entiende meJor la 'historia' en
la novela. que no la "novela' de la historia. Por lo
menos abre más campo a la observación atenta. a la
investigación psicológica. al libre examen de los hom-

XXI
bres descollantes y a la filosofía de los hechos." Por·
que Acevedo Díaz (que tenía en su familia notables
e1emplos de historiadores y cronistas) sabía perfec.
tamente que el dato histórico. por sí solo, poco dice,
que es su¡;;ceptible de ser tergiversado, que muchu
vece-. refleJ a sólo una parte (no "iiempre la más va·
liosa) de la realidad histórica. A pesar de que no
ahorró esfuerzos en sus reconstrucciones históricae; y
que persiguió infatigable hasta el menor documento
(su correspondencia privada lo demuestra), no tenía
la superstición del dato. Por otra parte, no es un fer-
vor pasatista, una nostalgia irredimible del pasado,
una necesidad de evasión, lo que lleva a Acevedo Díaz-
a evocar la historia de nuestra nacionalidad en eu
ciclo novelesco. Está demasiado bien plantado en la
realidad contemporánea, se ha comprometido siempre
demasiado hondamente con la acción política, pera
practicar esos juegos románticos con el tiempo. Co-
mo Scott (en la interpretación renovadora de Lukáez
que de1nuer,;tra lo poco romántico de la vjsión del no-
velista escocés). Acevedo Díaz busca desentrañar en
el pasado los signos profundos del presente y aún del
porvenir. Su visión histórica es pasión viva.
Por eso mismo. la preocupación histórica lle dobla
en Acevedo Díaz de una preocupación sociológica. Co-
mo dice en las cartas a su crítico y amigo, las sooie·
dades nuevas deben volver su mirada a los orígenm:.,
"a sus fuentes primitivas y a los documentos del tiem-
po pasado, en que aparece escrita con sus hechos: des-
de la vida del embrión hasta el último fenómeno de
la vida evolutiva. Posesionados del medio v de los
factores que en él actúan, impuesto5 de la ma~cha que
ha seguido la sociabilidad, de las causas determinan-
te::. de su desarrollo y del proceso de Jos mismos males

XXII
PROLOGO

que la afligen, es que podemos y debemos trazar pá·


ginas literarias que sean el fiel reflejo de nuestros
ideales, errores, hábitos. procupaciones, resabios y
virtudes.''
Como bien señala Bella 1ozef en una te,.is que ha
sido publicada en mimeógrafo lPresent;a de Acevedo
Díaz no Romance Histórico Uruguai-0, Río de Janeiro.
1957): .. Contrariamente aos románticos, seu olhar pa·
ra o passado náo é nostálgico''. Acevedo Díaz busca
siempre en el pa-sado las claves del presente y del por·
venir. Por eso. Francisco Espínola ha podido destacar
con toda Justicia su valor extraliterario de fundador
de la conciencia nacional. En Is:ri.IAEL hay una página
en que Acevedo Díaz expone su concepto de la his·
toria, concepto que está en la ha;;.e de su obra de no-1
velista histórico: .. En rigor, paréceme necesaria en la
historia. una luz superior a nuestra lógica, como me·
dio eficiente de mantener el equilibrio del espíritu, y el
criterio de certidumbre con aplomo en la recta. La
verdad completa, ya que no ahF-oluta, no la ofrece el
documento solo. ni la sola tradición, ni el testimonio
más o menos honorable: la proporcionan las tres cosas
reunidas en un haz, por el vínculo que crea el talento
de ser justo, despojado de toda preocupación y que
por lo mismo, participa de una doble vista, una para
el pasado y otra para el porvenir." De esta convec-
ción profunda se nutre, desde el comienzo del ciclo.
su visión histórica.

IV
LA EXPERIENCIA VITAL

Y a Espínola ha señalado con acierto que Acevedo


Díaz tuvo la experiencia directa de la realidad de nues-
XXIII
PROLOGO
-----

tro paí5, tal como e1 a en el origen de la nacionalidad


oriental. ''A los 19 años (observa Espínola 1 actuó
como soldado de una revolución que fue de la5 últi-
n1a-. guerras típicamente gaucha.,. Le f'ntró directa-
mente po:r¡ los ojos la representación de los combates
de la Patria V 1ej a. que trasladó de5pué., a su:-i novelas
con nobleza artística insuperarla en lengua f'"pañola
en f'l siglo pasado y en lo que va de é5te, pero que no
poseerían 5eme1 ante fidelidad. importantíshna para las
generac1onf'S orientales del futuro, <le no mediar aque-
lla c1rcunstanc1a. Se enfrenta asimisn10, con los pos-
treros soldados de la antigua 1nanera de 105 criollos.
Timoteo Aparicio. Anacleto l\'Iedina, y con el gaucho
en "º todavía no contaminada e5enr-1alida<l. Entre la
tiahazón de las lanzas su cahallo holló palmo a palmo
la tierra nativa, y fue Acevedo Dí az el único verda-
dern arti¡;;ta a quien le fue dado conten1p1ar nuestro
campo tal cual lo cruzaron l..is turha5 emancipadoras:
sin alambrados. sin palos telefónicos. <;In puentes, sin
vías de ferrocarril. resulLando Ja suya la postrer mi-
rada capaz Je rf'tener algo, sobre un mundo que to-
caba a su fu1. '' En e~to, como en otras cosas, Acevedo
Díaz se parece a José Hernán<lez.
Pero no sólo vio e5e munilu: tamhién lo registró
con el oído y con el olfato. Como obsf'rva inmediata·
mente el mismo Esp-Ínola: "Nue~tro n1edio entero ~
con fo.U paisaje, 5U fauna. su flora, ""ll acervo humano-
para el cual iba a sonar muy pronto la ineludible hora
de la transformación, se le agolpó en P] aln1a romo en
el grande y seguro refugio que resultó. )T qnien lea
con atención su obra literaria y aprPcie el empleo
de lo sen5orial en muchas de 5US páginas. advertiTá
que ese mundo le entró por la vista. por el oído v hasta
por el olfato." El propio Acevedo Díaz había de5tacado

XXIV
PROLOGO

ya esta cualidad testimonial de ..,u arte en una carta


a su amigo Alberto Palomeque que cita Iháñez en su
prólogo. Es de agosto 20, 1889, y allí afir1na que
conoció "los háh1tos, los usos. las tendencias ' la
idios.incracia de nuel!.tros compatriotas pn el c:.eno ,1ni"-
mo de su masa cruda, ácida. áspera y fuf'rte como
zumo ele limón."
Ta1nbién pudo de..,cubrir por obserya1•ión directa
(cuino apunta f'll olio tPxto 1nvorado µor Ibáñez. el
artÍlulo .;:;obre Beba. de RPyles, puhhcado en "El Na-
í'ional''. ]\1Ionte\.-1deu. enPro. l ". 19021 a los últi1no~
gauchos refugiados f'n la Sierra rle Tatnhores. los
pudo \'eT en su mf'd10 natural. rn una her1 a en que
aún podía marcharse ''sin tropezar con ala1nbrado¡;: n1
con ferrovías. ni con poste" de tf'légrafo. 1u con gran-
des establos dt> rrfinanuentn, ni cnn zonas agTopP-
cuarias". según escribe tan1bié11 allí. La evocación dP
Acevedo Díaz contrasta dehberadan1Pnte con la del
mundo que pinta Reyles, eahañero v ho1nb1e <le otra
generación y distint..i expPriencia vital. Los gaucho5
que en aquel entonces poblaban e~a tierra Pn que ''las
hierbas nacían altas a todo., loo, run1hos'', en que "el
toro y el potro narlahan en la g;ran1i1la Y el tréhol",
en que los incendio~ (pavoroso" como el que luego
evocará en SOLEDAD) se apagahan arrastrando una
yegua, abierta eu canal y que inundaba con ¡;:u sang-re
la tierra seca; los gauchois que todavía hahitaban P~a
tierra primera en n1omento.., en que se posa sobre ello"'
Ja mirada dP Acevedo Diaz, f'Ian lo~ Jlll"ilnoo; de la
gesta Pmanlipadora y de los con11enzus rle la guerra
civil. Corno el ru1'3eñor dr Keats. e"to-. hombres que
habían hecho la hi<..toria pero que esencialmente "ivían
al margen de ella. seguían s1endo lo~ mi-.,mos. La mi-
rada de ~.\cevedo Díaz los 1escata c1rl tien1po.

XXV
Esta experiencia vital explica (como han insistido
Espínola e Ibáñez) la naturaleza viva y apasionada
de su testimonio. Pero no lo agota. Porque en la mi..
rada de Acevedo Diaz hay otros elementos que ~i bien
no han sido suficientemente subrayados tienen seme·
jante, o aún mayor, importancia. Aunque gran co·
nocedor de nuestro campo, aunque amante de esta
tierra y sus costumbres, Acevedo Díaz no es un gaucho.
Es un intelectual, un ''dotor". Es un homhre de ciudad
que aporta al -campo, a esa naturaleza aún libre y a su
primitivo habitante, una mirada orientada y formada
por hbros y teorías. Ha leído a los soc1óloios del po·
sitivi'3mo, cree en el progreso, se nutre de una filo·
sofía evolucionista. Por eso, este joven que a los 19
años de5e1 ta las aulas y se compromete en la acción
política (participa en 1870 en la Revolución rle las
Lanzas. y en 1875 en la Revolución Tricolor) es y
si¡2;ue '3Íendo un intelectual, un futuro doctor. Esta
circunstancia -aunque menos der.,tacada por la crÍ·
tica- es de capital significación. El análisis de un
Pª'-'ªJe de ISMAEL permitirá advertir su¡;; alcance~.
El capítulo en que Acevedo Díaz presenta por pri·
mera vez al protagoni. . ta (el VIII) está elahorado de
acuerdo con un doble enfoque: narrativo (Ismael huye
y se interna en el monte 1 e hi'3tórico-sociológico (un
gaucho hu ve y se interna en un inontP). llna primera
señal del enfoque ambivalente se nota cuando al des~
cr1bir al protagonista dice Acevedo Díaz: "Había en
su frente ancha. horizonte para los p1ofundos anhelos
y sombríos ideales de la libertad salvaje''. El gauchito
concreto que es Ismael Velarde y sin el cual no fun-
cionaría la visión novelesca empieza ya a trasmutarse
en símbolo; el narrador toma distancia de su persa~
naje y cede la pluma al sociólogo. Casi a continuación

XXVI
PROLOGO
---------------------------

- suspendiendo la descripción minuciosa de su atavío


e inmovilizando peligrosamente la acción - interpola
Acevedo Díaz este párrafo: "E5te joven gaucho dife-
ría mucho. en sus hábitos y gustos. como todos los de
su épo<'a, de los que al pres.ente tienen escut'l.ls prima-
rias para educar a su prole y ven pasar ante sus mo-
radas solitarias la veloz locomotora C'on su imponente
tren cargado de riquezas. v los hilos eléctricos por
donde se desliza el pensamiento con la celeridad de
la luz. Llevaba en su persona los signos jnequívocos
de una socjabilidad embrionaria, de una raza que vive
adherida a la costumbre. ba10 la regla estreC'ha del
hábito, aun cuando por entonces las a5piraciones al
cambio - preludio., vago" de progreso - , empezaban
a nacer con desarrollo lento, del mismo modo que.
- como decía Fray Benito-. brotan en crecimiento
laborioso en un terreno de breñas y zarzales los gra-
nos fecundos que el viento eleva, agita )' arrastra en
sus remolinos tempestuoso5 para df'jarlos caer allí
donde acaba la energía de su~ corriente5"
Este párrafo es ejemplar, en niái::, de un sentido.
Hasta el estilo aparece subrayando fuertemente el cam-
bio de enfoque. el abandono de la ·visión novelesca
por la reflexión periodística (la primera frase que
contrasta al gaucho de antes y el de ahora) y por la
conclusión sociológica. Los hijos del gaucho son aho·
ra prok, sus rancho'3 moradas solitarias, en la mejor
tradición del clisé editor1ahsta; la sociabilidad em-
brionaria. la raza. el hábito, pagan tributo a las teo-
rías de moda entonces. Con este dohle estilo crece la
distancia afectiva entre el narrador v su creatura. De
inmediato retoma Acevedo Díaz la ,descripción de la
vestimenta de Ismael. Su~pende, sin embargo, la na-
rración, como si especulara LOn la impaciencia del lec·

XXVII
PROLOGO

tvr por 5abcr quién es realmente e..,te gaucho v qué le


pasa. lfn co111enlar10 1nuy característico de e!3ta do-
hle vi1:>ión se desliza en lo descriptivo: "Severa ima-
gen de la época, vástago fiero de la familia hispano-
coloniaL arquetipo sencillo y agreste de la primera
generación. aqut'1 muzo huraño, aiisco, altivo en "u
ala.trln poderoso. con su ropaje prim1tivo Y su flotante
rnelena, simbolizaba bien el espíritu rPbelde al prin-
C'1p10 de autoridad y la fuert:a de los ln-itinto~ ocultos
que Pn una hora h1<;tÓr1ca. co1no un exceso potente de
energía. llegan a 1omper con toda obediencia v hacen
irrupción. en la medida misma en que han sido com-
}JTJn11do~ y ¡,ofocados por la tiranía rlt>l háhito". Otra
vez se }lrorluce el di'3tanc1ainíento, la ahstraC'ción, el
,-ocabular10 deliberadamente técnico: vástago de la ja-
111zha colonial, arquetipo de la prin1e1 a generación.
p1utcipio de autoridad e instznlos oculta~, hnra histó-
1u_a, tiranía Je! hábito. El gran orador político y el
gran editoriahsLd, quf' ocuparon tanta::: horas de la
creac1ón literar-ia de Aceve<lu Díaz. usurvan aquí las
funciones del noveh~ta La visión lnstó11L'O·:::.ue1ológ1ca
irnpone su 5ello.
El pror-edimienlo tie repite en otros momentos de la
novela. coino he den1ostrado en un libro (Eduardo
Acel'Pdo !Jia:: Dos versiones de un tf'ma. l\.1ontevideo.
19.571. j\cevedo Díaz no quiere dejar de :-uhrayar el
caracte1 e¡err1plar de la historia que cuenta y d~l per-
l'>OIHlJe que la VI\>e Su J5mael Velardr es creatura suva,
lu n1ue~tra 1nuy <le L:erca, presenta interiorn1ente ¡;,us
dcc1one".i y sus escasas palabras, ilu1n1na ,sus sentinuen·
to;; y los pasu~ <le su anécdota particular. Pero I 5mael
es 1para Aceverlo Díaz J también un gaucho, e5 tam·
hién un ejemplar de esa raza bravía que, oscuran1ente,
Ujudó a la lJht-'Ia(JÓn de la patria. a la c1Paf'1Óu de

xxvm
PROLOGO

la nacionalidad. Ismael e~ siinultánedmente una crea-


tura particular y un sí1nhol11. Por P'SO. Pl narrailor
dobla constantemeute la d(CIÓn noveles('J contreta
con comrnlar10.;:; que subrayan la cualidad arquetípica
del µersonaJe. Así, por eJe1nplo. aún en los ('apítulos
de rnayor 1nlens1dad novPle~ca 1 ron10 el XIX, Pn riue
Is1nael po.:::ee a Felisd l. asoma aquí \ alld Ja v1s1ón
psicológir a. el d1stanc1an11ento dPl obser\·ador cierttí-
fico •.\unque rehuye todo regodPo sensual. Acevedo
D1az logra presentar la escena corno el aparean1iento
de dos animales. hermosos y ~1n1bólicos. El novelista
no puede 1 quizá no quiere 1 iefrenar del todo al ~o­
c1ólogo positivista í{Ue lle\-a dentro Y apunta cnlunCP<i;
''El gaucho vigo10..:,u que rlo1naha putro". t'ra en aquel
in..,tante lo que t'l r hma y la .-.oletlad lo habían hE'chu ·
un instinto en carnadura ardiente. una naturale.ta lle-
na de sen-=ualisino::- nre<;i..,t1bles y arranque groo;;pro"
Ejemplos similares de otra~ novPlas del r:'iclo his-
tóriLo 1) aún de SOLEDAD 1 pud1ían in\ ocarse. Po1
eso lHJs1no, sin ánuno de negar Ja in1portancia tlel
testimorno de Ace,edo Díaz, su raigan1hre v1tal, ine
parece también necesario f'<;;tablecer e<;;ta d1stinciún
con1plementai ia: A. L'eYerlo D.íaz vio. º'o y olió, "'í. put
últin1a vez el campo (riullo íle nue..,t1 d5 ¡!estaE- de in-
dependencia: contempló \tal \eZ el último) al gaurho
creado por aquel n1ed10 y por aquellas c1rcun"ltancias
de hierro: estuvo JUnto a lo" postreros solJrevn ientes
en hazañas que de alguna 1nanera e1an el epílogo in·
creíble de la-. primeras. Pero su ·vi~ión fue la <le un
testigo, con,·Pl t1do en actor apasionado ¡.ior la fuPrza
de su vocación política y por la fatalidad de la h1sto·
ria, pero un actor que ja1nás declina su cualidad de
testigo. De ahí que su visión de los personajes gau-
chescos 1ya sea lsmael o Pablo Luna, los indios in-

XXIX
PROLOGO
---------. ------

dón11to~. las hembras bravías) tenga todos los rasgos


de una visión ambigua: visión de observador, fasci-
nado por la brutalidad. el coraje, el desgarro sexual,
pero también la nobleza de estas creaturas. y visión
de historiador-sociólogo que las cla-,ifica. las define,
las inmoviliza dentro de un sistema de referencias ya
::-.uperado. Muy distinta es, por eso mismo. su visión
de las clases dirigentes. ~\quí el ob-,ervador se con-
vierte en cómplice. Por eso mismo. el protagoni-,ta de
NATIVA y de GRITO DE GLORIA, ese Luis l\.faría Berón
que es un señorito montevideano que se lanza a la
aventura libertadora, convive con las tropas de Oli-
vera, se une a los matreros en el monte. y tiene una
apasionada relación sexual con una soldaderai cons-
tituye en más de un sentido (aunque no tal vez en la
letra de la anécdota) un alter ego de 1\cevedo Díaz,
como ~e verá más adelante.

LA CREACIÓN NARRATIVA

La devoción de Acevedo Díaz por el pasado nacio-


nal, la necesidad de desentrañar en la historia las cla-
ves del pre~ente, la urgencia de cont1 ibuir a la crea..
ción del sentimiento de la nacionalidad, son otros
tantos e~tímulos que acicatean su creación narrativa.
Pero no la determinan exclusivamente. Sería estéril
reducir sólo a estos aspectos el estudio de su obra Ji.
teraria. Detrás, o debajo, hay sobre to<lo un novelista.
Un novelista que es capaz de recrear el pasado y en-
contrar en los testimonios y documentos (infatigable·
mente compulsados en archivos y bibliotecas, en la

XXX

1"',
PROLOGO

memoria de los sobrevivientes. en la rica tradición


familiar) esa cifra mágica que los hace revivir y en-
tregar su secreto. Hay un novelista que hunde la mi-
rada en la realidad contemporánea y descubre los la-
zos misteriosos que la ligan con lo que fue y con lo
que será. lTn novelista que sueña seres y cosas~ que
crea. Este noveli~ta ha sido alirnentado no sólo por
la hi~toria y la sociología. También ha leído a sus
maestro5. Como suele ocurrir con todo escritor au-
téntico. Acevedo Díaz se ha nutrido ta1nhién de mu-
cha literatura. Ha buscado en sus predecesores Ia
enseñanza tan necesaria. Ha leído mucho, ha apren-
dido mucho.
Es habitual encarar el estudio de su obra literaria
con la discusión sobre si es romántico o realista o
naturali5ta. o las tres cosas a la vez, o ninguna de
ellas. El planteo me parece académico. Como tudo
creador verdadero de esta América ..A.cevedo Díaz no
pertenece por completo a ninguna de las escuelas eu-
ropeas ya mencionadas, porque para él. para su ex-
periencia literaria de lector, las tres escuelas se dan
simultáneamente. En la segunda mitad del siglo puede
leer a W alter Scott y a Alexandre Duma5, pPro tam-
bién puede leer a Balzac y a Galdós, a Flaubert y a
Zola. Pretender definirlo sólo de acue1do a cánoaes
que ilustran externan1ente la evolución de algunas li-
Le1aturas europeas del siglo XIX, me parece tarea
estéril. Porque Acevedo Díaz toma de sus maestros
ciertas cosas, rechaza naturalmente otras, las combina
y recrea. sin jamás embanderarse del todo, y lo hace
siempre a partir de esa visión entrañable de lo na-
cional y de esa experiencia vital única <le último tes-
tigo lúcido de una realidad cambiante.

XXXI
PROLOGO

La unula<l central de su obra l al n1argcn de toda


dio,(_tJ"llÓn sohre si constituye tetralogía o una trilogía
4) un t1ípt1co 1 la da precisamente esa "i~ión novelesca

de Id nacionalidad uruguaya, visión que tiene muchos


puntos de contacto con la de Tol~toy en La Guerra y
la Pa:::, aunque no esté demol:ltrado que Acevedo Díaz
haya leído esta novela. Pudo haber leído simplemente
a Galdós. en quien también se encuf'ntra (aunque
1nás fragrnentada 1 la misma visión A. partir de esa
vi•dón nacional. Acevedo Díaz organiza toda la mate·
na de sus novelas históricas. Por eso elige ( 1erto"i epi-
sodios (la batalla de Las Piedras. la cruzada de Oli-
vera, ~1 desemharco en la Agraciada. Sarandí, la toma
<lf' Pavsandú 1 y con la misma libertad desdeña otros,
no n1enos importantes del punto de vista histórico.
Erran así quienes lcomo Zuni FeldP en su eo.tud10 de
1921) le reprochan haberse salteado todo el período
artigu15ta, ''toda la epopeya. en suma, del Proto-cau-
d1llo americano". y que califican por eso su omisión
dr "inexplicable ~alto histórico". Si el plan de Ace-
VPdo Díaz hubiera sido duplicar en sus novelas la
historia patria. entonces cabría hablar de omisión.
Pero en él prima la visión novelesca de la nacionali-
dad sobre el sometimiento servil a la crónica. Para
<lar el chma de la Patria VTieja, de _Artiga~ y su epo-
peva, hasta y f.ohra con lsIVIAEL, que muestra sufi~
cientemente al caudillo. y no pretende descifrar del
todo su aura nlÍsteriosa. Allí está ]o que in1porta. En
cambio, una época mucho más co1npleja y descono-
cida. pero no menos valiosa por 5Us potencias fermen-
tales. esa C1splatina de la que se apartaban con con-
ciencia culpable algunos cron15tas tradicionales, es
examinada por Acevedo Díaz con todo espacio. Le
concede dos novelas que son en realidad una y que

XXXII
PROLOGO

detdllan un doble proceso, capital para la compren-


sión de nuestra nacionalidad: por un lado la degra-
dación de un ideal. el entreguisnlo y la servihdad de
una clase, y por el otro la aparición de una fuerza
redentora en la que ~in embargo. la mirada lúcida de
Act>vedo Diaz ya de~cuhre las semillas Je la discor-
dia nacional. Nunca se podrá elogiar bastante la 01i-
ginahdad de este plan. Con LAl'lZA Y SABLE. la ter-
cera etapa de la fundación nacional queda magistral-
mente resumida: liberada del yugo extran1eru. la na-
ción u1uguaya caP víctima <le sus querellas internas,
la escisión del pueblo oriental en Jo ... bandos aparece
fuertemente dran1atizada. y "e logra así una novela
que es historia y (por la re-..onancia que tienen ~us
acontecimientos en el vrrsente de Aí'eYedo Díaz y <le
sus críticos 1 ta1nbién es alta uhra política. Lo que
pudo parecer ''inexplicable salto histórico" es la sabi-
duría de un creador que está por encima de la crónica
y vé más lejos, más hondo, más visionar1amente, que
ésta.
En su visión se parece mucho ni.is a Tolstoy que a
Galdós. in<'luso por lo que tiene de poléniico su en-
foque nacional. El gran noveh'ita e1;pañol t que Ace-
vedo Díaz sin duda había leído con detal1e) fragmenta
demasiado su ciclo de Episodio5 !Vcicionales y acaba
por ser dominado por el fárrago. Como Tolstoy. Ace-
vedo Díaz sólo destaca las grandes líneas y descubre
rn los acontecimientos particulares (enormes o 1ni·
núsculos) las claves de la nacionalidad. También en
esto se parece al modelo de todos los novelistas his-
tórico& del siglo XIX. a Walter Scott. Porque el na~
rrador escocés supo recrear cierto~ episodios de la
historia de Gran Bretaña sin necesidad de organizar
un ciclo histónco completo y sin subordinar jamás

XXXIII
3
PROLOGO

la ficción a las exigencias de la c1 ónica. Tuvo (como


ha señalado inuy bien Lukácz 1 Ja 1ntuic1ón de que
bastaba un protagonista único para todas sus novela!:
el pueblo que crea y padece la historia. En ese pueblo,
encontró Scott, al margen de cualquier artificio téc-
nico o de cualquier teoría socio-histórica. el lugar
común narrativo de su visión profunda y de su arte.
También en Acevedo Díaz. al margen de Jos indivi-
duos de ficción o de historia que se dei:,tacan en eJ
primer plano. hay un protagonista colee ti" o constante:
el pueblo. Esto que ha sido dicho tan bien por Espí-
nola constituye uno de los motivos de la unidad pro-
funda de su tríptico.
Pero como Acevedo Díaz escribe inás de cincuenta
años después de haber muerto Scott, ... u cicJo histórico
incorpora elementos que otros no"ehsta5 europeos han
ido introduciendo. Uno de sus más obvios recursos
narrativos está tomado de Balzac y consiste en utilizar
en las cuatro novelas un cierto repertorio de perso-
najes que varían el grado de su jmportancia (Ismael
es protagonista de la primera y figura muy secunda-
ria de la te1cera, por ejemplo). Así hay todo un
elenco de seres de ficción, y algunos históricos, que
reaparece en cada libro y otros que son de aparición
menos frecuente. Incluso llega 1\ceve<lo Díaz a crear
genealogías algo barrocas que convierten al bastardo
del primer libro en hijo de algún personaje con el
que parecía no tener ninguna vinculación. El recurso
parece más de folletín que de BaJzac pero muestra el
cuidado de Acevedo Díaz por prestar una continuidad
novelesca a su ciclo histórico. Este procedimiento crea
otro elemento de unidad, aunque más externo. Tam-
bién explica por qué debe considerarse a NATIVA Y
GRITO DE GLORIA como las dos partes de una misma

XXXIV
PROLOGO

novt>la ya que aquí la in1portancia relativa de Luis


l\1aría Berón no se altera: es el protagonista de la
primera y sigue siendo el protagonista de la segunda,
a diferencia de lo que pasa con Ismael o con Frutos
Rivera.
Las rf'laciunes de Aceve<lu Díaz f'oll Balzac no "ºn
únicamente técnicas. Al!2;o JP la v1.,ión social v hasta
económica del gran realista f1ancés se cuela h~-,ta las
no\·ela5 del ciclo h15tÓrico. Sobre todo en NATIVA
hay una presentación rnuy clara de las distintas cla·
ses sociales que part1C'ipan en la lucha revolucionaria.
y lo que divide Pn do~ hando::. a los pPr5onaje"I no
es sólo su adhes1<Jn 1dPológ1C'a a una tausa, o 5u al~
tura generacional, sino ~u e-.;tar 1nc1 ustado f'n una
u otra de las clases que l..i r{'volución libertadora ha
puesto en movinnento. Loo.; intc1ese" de los personajes
no 5011 únicamente n1uraleo.; u políttcos. E~ claro que
Acevedo Díaz no necP<.,itaba o..rgu1r a Balz.ic para en-
contra1 en otros escrito1e~. n1ás cercanos a su tiempo.
elen1entos aún más definitorios Dejando de lado a
Galdó'3. podría citarse a E111ile Zola. por el que tuvo
particular aprecio. En un artículo que le de<lica en
''El l\~ac1onal'' (Montevideo, CJCtuhre 1°. 1002) y que
Ibáñez invoca en su prólogo, llega a calificarlo de
''el más grande hombre de letras de nuestro tiempo".
En un texto anterior (carta al Dr. Alberto Palome~
que, marzo 17, 1893, también citada por Ibáñez) ha-
Lía señalado su discrepancia con el rom<intico Maga·
riños Cervantes y se había decla1ado exponente dP
''una escuela distinta por su fórmula. f'spíritu y ten-
dencias". E!!.tas afirmaciones no dejan lugar a dudas
y contribuyen a filia1 a Acevedo Díaz en la corriente-
más famosa del fin Jel siglo europeo.

XXXV
PROLOGO

~ln embargo, sus declarac1onei:; nn resuelven el pro..


LlPn1a pc1r con1pleto. 1:-a Borges ha 1'eñalado que sue-
len ser prescindibles las opiniones de un e~critor sobre
su propia ob1 a. Sin llegar a tanto. í'e puede creer que
en muchos casos las opinione;; ~ólo rrvelan la volun-
tad consciente del escritor, no su deter1ninación in-
terior y, menos aún, su capacidad Je creación. Hay
n1uchos puntos de contacto entre la visión naturalista
y la de Acevedo Díaz: en loo; pf'rsona1e.-. gauchescos
dr su ciclo histórico y en SoLEDAU, ha intenta<lo el
narrador uruguayo pagar ''tributo a la~ nuevas co-
11ientes de ideas hterar1as" presentando "figuras de
realidad palpitante con toda la crudeza de sus forn1as
y el calor de su~ instintos". como él mismo ha escrito
en el prólogo a la segunda edición de BRENDA, y en
un contexto algo distinto. Por eflo acierta IháñPz 1 que
también invoca esa cita) al señalar Ja5 vinculaciones
entre Acevedo Díaz y el naturalismo, sin dejar de
insistir en las diferencias pr1ncipale;;. Hay un abismo
entre la materia que trata el narrador francés y la
rnater1a dél novelista uruguayo. PorquP Acevedo Díaz
describe un n1undo feudal, que trabaJosamf'nte emerge
hacia la modernidad, en tanto que Zola describe con
prPCl51Ón y minucia de sociólogo un mundo ya ca-
pitalista. A pesar de esta diferencia, hay una eomún
raíz positivista. un gusto por la realidad palpitante y
cruda, una dehheración de realismo brutal que los
enlaza, aunque superficialmente.
Felizmente, si Acevedo Díaz se crevó trihutario de
Zola, no siguió demasiado a su m..Ies,tro f'Il los lahe-
rintob de su doctrina naturalibta. Como apunta muy
bien Ibáñez, Acevedo Díaz no se empeñó en la iluso·
ria observación científica de la escuela. Lo más pere-
cedero del gran novelista francés fueron. obviamente,

XXXVI
PROLOGO
----

sus doctrinas. A diferencia de Javier de Viana, que


por un momf>nto se dejó extraviar por ellas y abrumó
Gaucha de seudo-naturalismo. Aceved1) Diaz supo
aprovec.har mucho de Zola sin caer en innecesarias
servidumbres. En esto, como en otras cosas. procedió
como han procedido .;:;1empre los grandes <'readores
hispanoamericanos. Su arte narrativo se sitúa cómo-
damente en una tradición variada que va de Walter
Scott hasta a Emile Zola, como el pot>tizar de Rubén
Darío i:::.e situará entre Víctor Rugo y Mallarmé. o
las ficciones de Borges cubrirán el campo que va desde
Robert Louis Stevenson hasta Franz Kafka. En la mez-
cla de influf>ncias encuentra el yercladero creador su
camino solitario. No otra cosa hizo Dante en su tiem-
po, o Cervantes. o Shakespeare, o Goethe.
Pero donde rneJ or t-e ve la originalidad de Acevedo
Díaz ef: precisamentl:' en la evolue1ón narrativa que
sufre su tríptico. Eu lsl\1.\EL se enf'uentra todavía
muy apegado a los cánones de SLútt· f'l protagonista
es un per5onaje co1nún. no un h~tOf' en el bent1do
clásic.o de la palabra, ,, poi eo:.o mi.::.mo resulta más
fácil de convertir en arquetipo ele la nacionalidad anÓ·
nima; lo5 personajes históricos, perfectamente indivi·
dualizados, aparecen sólo al fondo del cuadro y par·
ticipan muy oca~ionalmente en el prin1er plano de
la acción. Cuando trae a uno (le ellos 1 por e1emplo
l . avallej a) a una posic1ón de 1 elif've. lo hace sólo por
un instante. Tanto en NATIVA con10 en GRITO DE
GLORIA, hav un ca:tnhio p1ofundn en la óptica. al
elegir a Luis María Berón co1no prota~on1sta, Ace-
vedo Díaz parece no altera1 las convenrioneo, (es tam-
bién un persona1e co1nún 1 pOl'O heroico en el sentido
clásico), )' sin embarf!:O ha dado un salto. porque Lu1-..
María no puede 5er <'on-.idera<lo arquetípico. Por el

XXXV]]
PROLOGO
--- -- ----------~

contrario, a través de él, el narrarlor esboza una suerte


de autobiografía simbólica. Por ntra parte, los per..
sonajes hi5tóricos ocupan ahora más largamente el
primer plano, sobre todo en la segunda de las dos
novelas. En el tercer volante del tríptico, el protago-
nista ya no es un personaje con1ún y ni c;,iquiera es
un ser de ficción. Es Frutos Rivera, personaje histó-
rico. primer Presidente de la República. Es cierto que
Acevedo Díaz lo presenta sobre todo en :;.u aspecto
de Don Juan infatigable. Pero no meno5 cierto que
a travé~ de Rivera estudia el novelista oriental el pro-
ce~o de escisión de la nacionalidad.
El tríptico ha evolucionado desde la novela histó-
rica a la historia novelada, de la crónica a la ·volítica
Esta transformación corresponde por oh a pa1 le a una
maduración interior del autor, refleja la dinámiea de
su visión y de su experiencia vital, y no depende de
ninguna fórmula a1ena, de ninguna devoción supers·
ticíosa por lo:;, modelos. Otra vez se iinpone la refe-
rencia a La Guerra y la Pa::, en que laf, figuras fic-
t1cías de Andrés y de Pedro aC'aban por parecer ine·
nos fascinantes que las de ~apoleón y, sobre todo,
Kutusov. Pero no conviene extrc1nar la comparación.
Si Acevedo Díaz hizo dar e5e giro copernicano a su
ciclo h1'stórico. 51 partiendo de Ismael "\l elarde Hegó
a Frutos Rivera. e:-: porque a~í era necesario para su
poetizar. Es decir: para recrear novelescamente su
víc;,íón histórica.
VI
NATIVA

Hasta cierto punto la estructura exte1na de NATIVA


reproduce la de IsMAEL, lo qut> revela una cierta ti-

XXXVI!!
PROLOGO

midez del narrador (es su tercera novela) y una cau-


tela para no salir de ciertos carriles tradicionales. Se
inicia con dos capítulos que ofrecen un cuadro ge-
neral del momento histórico de la Cisplatina y que
son prolegómeno a la acción histórica de la novela:
1823/1825. Es un Uruguay ocupado por los brasile-
ños, en que Montevideo aparece casi completamente
entregado al invasor, mientras en la campaña algunas
fuerzas aisladas intentan heroicas y por lo general
desesperadas aventuras ..A.rtigas es sólo el nombre de
un fracaso, aunque hay una nueva generación que
está dispuesta a jugarse, junto a sus lugartenientes,
por la libertad de la patria. A partir del cuadro ca-
pitalino, y como pasaba también en IsMAEL, Ac.evedo
Díaz traslada la acción a la campaña. a la estancia
Los Tres Ombúes, donde ocurrirá buena parte de la
acción en presente de esta noYela e incluso de GRITO
DE GLORIA. Otra vez: como en la. pr1n1era obra del
ciclo. se ofrece una pintura. de la vida cotidiana al
margen de la contienda y se presenta a las dos rnu-
j eres que habrán de polarizar la situación erótica.:
Natalia y su hermana menor, Dorila. Los capítulos
III a VII sirven para dibujar ese cuadro idílico aún
de la estancia y para introducir también al protago-
nista, Luis Maria Berón. que se encuentra refugiado
entre matreros pero que habrá de reribir alojamiento
y atenciones en la estancia.
En el capitulo VIII la acción ~alta hacia atrás. Como
en ISMAEL ! o como en el remoto antecedente de la
Odisea, si se quiere evocar la tradición épica), se
inicia aquí el relato de las tlventuras anteriores del
protagonista, desde que abandona Montevideo y el
seno de una familia de tradición española, hasta que
llega a la estancia. Los capítulos VIII a XVII contie-

XXXIX
PROLOGO

nen prácticamente toda la materia ep1ca de la novela


y i::e centran particularmente en la expedición de Oli·
vera l que Acevedo Díaz describe brillantemente). A
n1edida que el narrador muestra a los revolucionarios~
va hacif'ndo reflexionar a su protagonista: la epopeya
se dobla así de materia didáctica, la novela histórica
resulta ser también para Luis l\.1aría Berón una no·
vela de aprendizaje, como dicen los críticos alemanes.
Al concluir el racconto, la acción vuelve al presente
y a la estancia.
Aquí cambia profundamente L1 óptica narrativa.
Porque lo que ahora importa :;;ohre todo es una do·
ble situación triangular que Acevedo Díaz maneja con
algunas torpezas. La más externa reproduce básica-
mente el esquema de lsM-\EL, que taml1ién utiliza
Acevedo Díaz en LANZA Y SABLE y en SoLl·DA..D. por
lo que cabe considerarlo como marca de f:tbrica. Es
la rivalidad entre Luis María Berón y un brasileño,
el teniente Pedro de Souza (al que para rolmo Luis
Maria había 5alvado la vida) por la posf'fiión de Na-
talia. Como en el triángulo Ismael. Almagro, Felisa.
o en el posterior de Abel l\ionteo;, Camilo Serrano~
Paula (de LANZA Y SABLE): hay aquí una rivalidad
política que agrava las cosaf!. Pero en NATIVA, Ace·
vedo Díaz no se ha limitado a seguir este esquema,
algo mecánico a la postre, :;;ino quf' lo ha duplicado
con otra situación triangular, inucho 1nás visiblemente
rnorhosa ya que implica la lucha de las dos hermanas
poi el cariño de Luis María Berón. Ocurre aquí una
misterio~a duplicación del efecto anecdótico por las
i1nphcaciones casi incestuosas dr la rivahdad Aunque
es obvio para el lector que Luis :t\tlaría prefiere a Na.
talia: la menor quiere creer que ella es la preferida,
o se sun1e e-n la má., atroz melancolía al descubrir la

XL
- - - - - - - - - -PROLOGO
--------- -- -- -

verdad. En el personaje de Dora, ha explorado Ace·


vedo Díaz 1sin mayor fortuna, para qué negarlo) una
psicología torturada y enfermiza. Lamentablemente,
todo huele más a novelón que a novela.
Entre tanto, la acción externa alcanza a los perso-
na1es de ese mundo idílico pero corrompido. La es-
tancia es atacada por los ocupantes. al mando del te-
niente Souza. Berón queda herido graven1ente. La si-
tuación íntima se precipita, Dora se suicida, dejándose
hun<l1r en el río, como Üfelia. Natalta será alejada de
Luis María que queda preso en la estancia hasta que
una partida, al mando de Ismael. ,-iene al rescate.
Con la muerte de Dora se re-suelve uno de los dos
triángulos. Pero queda el otro y queda en suspenso el
de~tino del protagonista y de su <tmada, como queda
en suspenso el destino de la patria Otros peri:;onajes
secundarios (en que sería 1n1usto olvidar a Cuaró, de
tan de5tacada actuación po.;;terior) Lompletan y ani-
man el cuadro NATIVA ~e corta, no concluye. Su ma-
te11a sólo encuentra su rumbo en GRITO D.E GLORIA
Por este resumen se puede advertir, rreo. que NA-
TIVA tiene una naturaleza deliberadamente híbrida y
que su técnica es en muchos aspectos similar a la de
lsMAEL~ aunque carece de la noble s1n1plicidad na-
rrativa de ésta. También aqui la acción con1ienza in
media res, para retroceder por medio de un largo
racconto; también aquí se contrastan los diversos
mundos del Uruguay de entonces: la capital. foco <le
intrigas; el campo como terreno de cambiantes en-
cuentros. la e'3tancia como mundo idílico. preservado
(aunque por poco tiempo) de la contaminación de la
guerra. Asimismo. aquí también la acción épica. aun-
que más escasa, se dobla de una anécdota romántica,
o de dos si se mira bien. Sólo que el cuadro que di-

XLI
•,

PROLOGO

buja la novela es profundamente distinto del de


}SI\1AEL.
En la prin1era obra del ciclo combatían españoles
y cr1ollos; en NATIVA combaten brasileños y criollos,
pero también combaten criollos entreguistas contra
cr1ollos libres. Un elemento de discordia civil se ha
1ns1nuado ya en el cuadro. También es más sombría y
comple1a la hi5toria de amor. En IsMAEL la disputa
entre el protagonista y Almagro por la posesión de
Felisa, dupliC"aba simbólicamente la di5puta de crio-
llos y españoles por la posesión de la patria. La mu-
jer era algo más que una mujer, era la fuente de la
vida. de la nacionalidad. Aquí, en cambio, a la dis-
cordia civil que muestra ya el cuadro histórico y al
combate entre Luis María y Souza, se suma la dis·
cordia (también civil) de las dos hermanas por el
mismo hombre. Así como históricamente Ja s1tuac1ón
es más turbia ahora, psicológicamente también Ace-
vedo Díaz empieza a explorar relaciones de mayor
complejidad y misterio.
Por otra parte. la historia de Ismael. Almagro y
Feli~a ocurría en el plano de unos -seres que el propio
autor quería ver como arquetipos de un mundo pri-
1nit1vo Cualquiera de Jos tres era un instinto, de
dcuerdo con la visión de la sociología positivista que
asume Acevedo Díaz. Pero Ja doble acción erótica que
presenta NATIVA ocurre entre seres de otra clase y
otra educación, seres de otro medio. Aquí Acevedo
Díaz no sólo se deja Uevnr por su innegable tempera-
rnento romántico y por sus aficiones oratorias, sino
que también está describiendo un mundo romántico.
El 1825 de estas dos hermanas rivales es pleno Ro·
inanticismo. De ahí que la pasión contenida y hasta
tergiversada de Dora adquiere cargados tintes sentí·

XLII
PROLOGO

mentales, que se use y abuse de la identificación de


los estados de ánimo con el paisa1e. y que se evoque
no siempre discretamente la iconografía del Roman·
ticismo o seudo-Ro1nanticismo. Acevcdo Díaz no po-
día negar que era contemporáneo de los pre-rafaelis-
tas. Su Dora proviene casi tanto de Shakespeare como
de Millais.
La originalidad de NATIVA no re51de aquí. Aunque
técnicamente estas co1nple11dades revelan un progreso
con re~pecto a la anécdota algo lineal y e<:quemática
de lsl\'IAEL. la fehc1<larl no acompaña s1en1pre al na-
rrador de estos pasajes. ~l\bundan lac; escenas de mal
gusto, los análisis retóricos. la fabr1cac1ón extt>rna de
sentimientos y pasiones. Por sut>rte, la novela tiene
en su largo racconto méntos suf1ciPnle5 como para
compensar las flaquezas del novelón tra<l1cional. Toda
la secuencia en que A. ceyedo Díaz evoca la gesta de
Ohvera es realmente de primer orden y J u.:;.tif1ca cuan-
tos elogios ha hecho E5pÍnola, nada avaro en ello5.
Aquí el narrador consigue recrear en 5U imagen y en
su color, en su sonido y en sus acres olores a esa
tropa pequeña pero hero'ica que lucha por la nación
en momentos en que la mayoría de lo" patriotas acepta
el yugo extran1ero. Aquí Acevedo Díaz descubre tan.
tes que los historiadores tradicionales) la entraña
misma del sentimiento auténtico de la nacionalidad.
su peso, su densidad, su perfil concreto.
"fa Pi·vel Devoto ha señalado en su mag1o:;.tral estu-
rho sobre la leyenda negra de Artigas, el papel que le
cupo a J\cevedrJ Díaz en la tarea de re,.taurar para
las generaciones de su tien1po la ,·erdadera imagen
del héroe. Pero su labor no se detiene en Artiga-;.
También ve y presenta magnífican1ente a Olivera. }
con él a esa turba que lo acompaña, t>c;e mundo hete-

XLIII
PROLOGO

rogéneo de indios, negros y gauchos que son los ver·


dadero!; fundadores anónimos de la nacionalidad. En
e"to!; capítulos de NATIVA. como en lo5 dedicados a
la batalla de Sarandí. en GRITO DE GLORIA. la visión
de Acevedo Díaz se alza hasta la épica. Pero no una
Pp1ca de gabinete, una épica virgiliana, con pa-
ciente aplicación de fórmulas aprendida-, en Homero,
s1no la épica viva del testigo y del arti~ta. Porque esa
turba que sigue al caudillo Olivera y que luego re-
aparecerá, glorificada. en Sarandí. esa turba que re·
g1stra y contempla Luis María Berón con sus ojos
de capitalino, es la misma turba eterna que llegó a
ver y registrar el joven Acevedo Díaz ( 19 años, (''!ltu-
J1ante de Derecho 1 cuando abandonó la~ aulas en
1870 y sr incorporó a la Revolución dP las Lanza;;:.
Lo que nos lleva a considerar desde otro ángulo Pl
papel de Luis :María Berón como alter ego de Ace-
vedo Díaz. No lo es (tal vez 1 en su aspecto anecdó-
tico v erótico, o si lo e5 importa poco para el aná'lisis
literario Lo es, en cambio. en su situación entraña11le.
de testigo y actor. de esa gesta heroica En la v1s1ón
de Luis María Berón vuelca Acevedo Díaz su expe·
riencia vital; en la visión ele Luis ~faría Berón in-
~erta su reflexión histórica; en la v1s1ón de Lui1' Ma-
ría Berón enlaza inextr1cablen1ente el tiempo de la
Patrja Vieja con su tiempo YIVo rl_p hoy. Por el ex-
pediente del arte. Acevedo Día1: con.-..1¡;ue introducirse
en el eentro del cuadro que evoea, convierte su novela
en n1á4uina del tiempo; invíert(' la corrieute u1e\.f'r-
sible y se inte1 pola en el pasado. Lo que vé con los
ojos de su iinaginación lo vé y lo vive Lnis María
Berón. y el autor es, desde entonC"e'!I: Luis María Be·
rón para ver y registrar, para pen5ar y ob5ervar. El
procedimiento es de una increíble audacia E"! tam·

XLIV
PROLOGO

bién lllll\ 'Hn1ple. De esa inanera cu1nµle Acevedo Día.1,


coa c1c1A's lo que se había propuesto cuino teórico:
resucitar una época al tiempo que daba 1nás si;>duc-
ción a su relato.
Al convertir a Luis María Berón en -.u alter ego
resuelve Acevedo Díaz magistralmf'nte la ambiguedad
básica de lsMAEL. En aquella novela 1como } a he
=':i analizado largamente en m1 libro) se manifiesta una
....:_11C•t'l1 Id narrativa muy escindida· por un lado. el
1

\~1-ta, que es.tá muy cerca de "us personajes y


']¡¡ocasionalmente se identifica con ellos; por otro.
el ~-, loriador-sociólogo, que los Juzga desde leJ os y
los ~· ica al ponerlos bajo el nlicroscopio soe1al.
Ahora, , NATIV4.., no pasa esto. o pasa poco. Al iden-
tificarse Luis :t>.'1aría Berón, el autor puede parti-
cipar en la -,a.:;-ión y al lnis1no tiempo l sin salir de
ella 1 observar ' ~ ser testigo ) actor. enlazar armonio-
samente los dos puntos de v1~ta. De esta manera, tam-
bién resuelve Acevedo Díaz otro problema que ya se
plantea en el ciclo histórico: el de la adhe"ión política
a una de las dot-, causas que se perfilan en el pano-
rama nacional. Al presentar fugazmente al capitán :t>.1a-
nuel Oribe en el capítulo IX, ya introduce Acevedo
Díaz una señal inequívoca de sus preferencias. que:'
son (es natural) las de Luis María Berón.
Porque el novelista no es ni quiere parecer neutral
en la contienda que a partir de esa fecha separa a l..i
nacionalidad oriental en dos partidos tradicionales.
Por eso mismo, se vale de Luis María Berón para ir
completando en sucesivos y bien calculados instantes
una imagen simpática de Manuel Oribe, imagen que
más tarde 1en GRITO DE GLORIA 1 habrá de precisar y
exaltar aún más. La elección de Luis María Berón es
la elección de Acevedo Díaz, Pero al <ser presentada

XLV
PROLOGO

en una novela, como visión particular <le un perso-


naje, no provoca los problemas de distanciamiento
que despertaba en ISMAEL la constante intromisión
del -.ociólogo J. lo Taine. Por utra parte, e'-'ta elección
no Impide al novelista ser capaz de crear (en todas
las dimensiones) al jefe de la fraec1ón opue-,ta. Ya
"e ha señalado que tal vez sea Riveta el personaje
n1ás con1pleto fle Acevedo Díaz. Como le pasa a Mil.
ton con Sdtán. Acevedo Díaz llega a la cumbre de
.:;u arte de retratista narrativo en la pintura del ad·
verbario ideológico. Muchos motivos influyen en esta
1·1rcunstancia. el menor de lo<; cuales no es sin duda
otro que la mayor fascinación real (históricamente
documentable) de Fructuoso Rivera Pero la conside-
ración de e5te problema escapa a lo" límites de este
traba Jo.
Creo r¡ue ahora se puede con1prender mejor por qué
~l\cevedo Día.-1 ha elegido para el cuadro central de su
Lriptlco a un personaje como Lu1<; J\llaría Berón, tan
poco arquetípico en relación con l•nnaP-1, tan poco fas-
c1 nanlf' en relación con Fruto~. Tamlnén se puede
Lo1npren<le1 1nejor por qué ha situado la acción cen-
tral drl tríptico en este período contradictorio de la
bicto11a nacional Lejos de ser, como escribió Zum
Feldf'. hi .. tó1icamente innecesaria al plun del ciclo en-
tero. NATI\A ~., sumamente necesaria. Diría más: es
1mpre~c1nd1hle. Porque mientras Zu1n Felde sólo vio
la "1n.,1gn1f1canc1a histórica" de la acción que pre-
senta NATIVA y afirmó que Ja insurrección de Olivera
"no tuvo trascendencia política ninguna", Acevedo
Díaz 1 que aharcaba la historia con dones de visiona-
1io no de cronista 1 advirtió en cambio la trascenden·
c1a de la Ppopeya de Olivera, lo que ella significa
como índice de una fuerza aún viva de la nacionali-

XLVI
PROLOGO

dad oriental, y también reconoció la nece 5idad de que


1

esa fuerza estuviese presentada a través de los ojos


de un héroe que no fuera arquetípico. Un héroe que
pudiera participar, como testigo y como actor, en la
gesta patria, un héroe en el que pudiera volcar su
experiencia vital de otras gestas revolucionarias y sus
reflexiones sobre el destino entero de la nación. Aquí
está la grandeza de NATIVA.

VII

LA OTRA MITAD

Pero es imposible continuar analizando NATIVA


como si fuera una novela autónoma. Es la mitad de
la hoja central del tríptico y sólo adquiere plena sig-
nificación si se la ve en relación con GRITO DE GLO·
RIA. Porque esta otra novela no sólo prolonga y re-
suelve la historia personal de Luis María Berón, su
romance con Natalia, su rivalidad con Souza. su re-
lación apasionada con Jacinta (una de las hembras
más cabales de Acevedo Díaz), sino que también lleva
a su culminación el cuadro de la Cisplatina, la lucha
contra el ocupante, el desembarco de la Agraciada, la
victoria de Sarandí, toda la gesta de 1825 Lo que era
cuadro constante de derrota y humillación, de lucha
5in mayor aliento, de fúnebre y empecinada re5isten-
cia, se ha convertido ahora (y a pesar del sacrif1c10
del protagonista) en anuncio de vida, de seguridad
de patria. Así como lsMAEL va de una rebelión a una
victoria, NATIVA y GRITO DE GLoRrA (juntas) trazan
el mismo camino. La hoja central del tríptico se com-
pleta, la otra mitad perfecciona el cuadro.
XLVII
PROLOGO

No e'"- éste, ~Jn embargo, el me1or Jugar para pro-


seguir el análi51s. Baste con lo que ya se ha indiPado.
Lln e~tudio reahnente completo obligaría a considerar
no sólo GRITO DE GLORIA. sino también lsMAEL y
LANZA Y SABLE, tarea que aquí se ha eshozado sólo
a la ligera. Porque la obra entera de Acevedo Díaz,
a pesar de indiscutibles variaciones de calidad y de
ten5ión creadora, de altibajo~, de deslumhrante~ acier-
tos y penosos desfallecimientos, requiere:' un análisis
completo y continuo como no se ha realizado toda-
vía. Es una ohra que se caracteriza sohrr todo por
~u unidad interior, por su profunda v1i:;1ón entrañable,
por su crecimiento seguro, fatal. Quienes han deta-
llado únicamente la~ imperfeccionPs de la superficie
5e han quedado ahi, en la superficie. Interiormente,
Ja obra es una y perdurable.

EMIR RonRÍGUEZ 1\1oNEGAL

XLVlll

También podría gustarte