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III. LA GUERRA DE CASTAS Y EL AISLAMIENTO DE QUINTANA ROO.

ANTECEDENTES.

    Se ha dado el nombre de "Guerra de Castas" en la historia peninsular, a la sangrienta


insurrección indígena que estalló en 1847. Las causas de esa tremenda conmoción social que
duró varios años y que llegó a extenderse a toda la Península, han sido atribuidas a los
rencores incubados en los mayas a través de tres centurias de pesada servidumbre y, también,
a circunstancias especiales que dieron a éstos la oportunidad de armarse y de aprovechar en
su favor las disensiones políticas de los blancos (Eligio Ancona, 1889, Vol. IV, pp. 5-15). El
propósito ostensible de los insurrectos era recobrar su autonomía y acabar con los extranjeros
de toda la Península. El foco de la rebelión estuvo en los linderos del actual Estado de
Quintana Roo con la parte sudeste del Estado de Yucatán; las armas, municiones y demás
pertrechos de guerra fueron importados sigilosamente de Belice. Como es de suponerse, las
primeras víctimas de esta insurrección, que estalló el 30 de julio del año citado, fueron los
pueblos más próximos a su foco, es decir, Tepich, Tihozuco, Ichmul, Sacalaca y otros, los
cuales no tardaron en ser destruidos y quemados. El grito de '¡Mueran los blancos!" era
cumplido con rigor implacable sin tomarse en cuenta edad ni sexo. Los perseguidos, ante la
magnitud y ferocidad del movimiento rebelde, se vieron obligados a abandonar sus pueblos
para buscar refugio en la ciudad de Mérida. El empuje de los indios era de tal modo
incontenible que, en mayo del año siguiente ya los blancos estaban casi Perdidos. La situación
entonces reinante, según el historiador Serapio Baqueiro (1878, Vol. I, pp. 442-43), es descrita
del modo que sigue:

     "Más de doscientos cincuenta pueblos con sus respectivas demarcaciones habían ardido.
Las tropas habían marchado en retroceso hasta las puertas mismas de la ciudad (de Mérida).
Los bárbaros levantaron su bandera exterminadora en las dos terceras partes del país. El
comercio, la industria y la agricultura, todo había acabado. Después de la pérdida de lzamal,
Cuya noticia se recibía al mismo tiempo que la de haber sucumbido también Bacalar, no le
quedaba a Yucatán más que la Capital, algunos pueblos de la costa y los del camino real de
Campeche. Todo lo demás era de los indios. "  

El autor de este volumen (X) en compañía del Dr.


Sylvanus G. Morley y de varios miembros del grupo de X-
Calak.

    En tan críticos momentos, los blancos, haciendo un supremo esfuerzo, reorganizaron sus
fuerzas y se dispusieron al contraataque, del enemigo. Esta decisión marcó el principio de una
triunfal reacción del Gobierno, el cual comenzó a recobrar algunos de los pueblos perdidos.
Contribuyó, en parte, a este buen éxito el hecho de haberse iniciado la estación de lluvias, lo
cual inclinó a buen número de indios a dejar las armas para irse a sembrar la milpa (Eligio
Ancona, 1889, Vol. IV, p. 132). Además, favoreció mucho a los blancos el auxilio que, poco
después, empezaron a recibir del exterior, especialmente del Gobierno mexicano que les
remitió armas y dinero. De este modo, se pudo combatir con eficacia a los rebeldes y obligarlos
a retroceder hasta las zonas menos Pobladas. Es así Como las selvas de Quintana Roo se
fueron Poblando de indios sublevados que encontraban allí terreno propicio para asentar sus
campamentos. Con el paso del tiempo, la situación de estos indios se fue haciendo cada vez
más precaria, no obstante lo cual persistían en su bélica actitud a pesar de las ofertas de paz
que les hacía el Gobierno. La esperanza de recobrar su autonomía era punto que no querían
perder; para esto, ofrecían deponer las armas si se les concedía, para su propio gobierno y
organización, toda la zona que quedase hacia el oriente de una línea recta trazada desde
Bacalar hasta el Golfo de México, o sea, casi la misma superficie de lo que ahora constituye el
Estado de Quintana Roo (Molina Solís, 1927, Vol. II, p. 207; Carlos R. Menéndez, 1939, pp. 21-
6). Desechada esta pretensión, la lucha prosiguió con gran rencor y graves pérdidas por ambas
partes. Ya para 1850 los indios se hallaban bastante cansados y casi convencidos del fracaso
de su esfuerzo. Parecía que la paz comenzaba a aproximarse. Las cosas, sin embargo,
tomaron otro rumbo por obra de un milagro que vino a revivir la confianza de los insurrectos. .

La Fundación de Chan Santa Cruz.

    Fue un hecho de apariencia sobrenatural, acaecido a fines de 1850, el que dio nuevo
impulso a la rebelión y un santuario a la misma. Sucedió que, grabada en el tronco de un caobo
que crecía a la orilla de un manantial, apareció una pequeña cruz que, como cosa de milagro,
estaba dotada del don de la palabra. Entre otras expresiones, la crucecita decía ser la propia
Trinidad, que por orden del Padre había bajado a la tierra para aconsejar y protegerlos
debidamente en su lucha contra los blancos. A este respecto, les aseguraba que estaría
presente en todos sus combates para evitar que fuesen heridos por las balas. El lenguaje de la
cruz era, a la vez, autoritario y persuasivo, según el texto de una exhortación escrita que
obtuvimos del Escriba o depositario de los papeles sagrados de la tribu, el cual llegó a ser buen
amigo nuestro; en la parte que nos interesa el texto citado asienta:

    "Así, pues, mis queridos cristianos, yo ordeno a todos, pequeños y grandes, que sepan que
ya ha llegado el día y el año de que se levanten mis indios nacidos, contra los blancos de
nuevo... Ordeno para que lo tengan presente en su corazón y en su ánimo, que por más que
oigan y vean el fuego de los fusiles de los blancos sobre ellos, a nadie le ocurrirá ningún daño,
porque ya llegó la hora y el día de que entren a la pelea mis indios nacidos contra los blancos,
de nuevo, como cuando se peleó antiguamente; porque habéis de saber ¡Oh pueblos
cristianos! que yo estaré siempre con vosotros a todas horas; yo seré siempre el que vaya a la
vanguardia, delante de vosotros, frente al enemigo, a fin de que no les ocurra ningún daño, mis
queridos indios."  
Iglesia de Chan Santa Cruz levantada por los indios en
1860.

    De este modo, la rebelión comenzó a tener un motivo sagrado. La creación de este recurso
sobrenatural ha sido atribuido a un tal José María Barrera, mestizo de Peto que, por causas
ignoradas, había desertado de los suyos para pasarse al bando de los indios. Para el mejor
resultado de su empeño, Barrera había recurrido a los servicios de un indio llamado Manuel
Nahuat que, según parece, poseía cierta habilidad como ventrílocuo (Eligio Ancona, 1889, Vol.
IV, pp. 304-5). Era éste el encargado de dar las respuestas y consejos que los creyentes
atribuían a la propia crucecita. El efecto de esta superchería influyó de tal modo en la mente de
los indios, que pronto quedó convertido en lugar de adoración el obscuro rincón de la selva
donde había aparecido el nuevo ídolo. Fue así como se originó Chan Santa Cruz (Pequeña
Santa Cruz), la población que, andando el tiempo, llegaría a convertirse en la Capital Sagrada
de los indios sublevados.

El culto de la cruz parlante.

    La creación de este culto no fue del todo nueva en la experiencia religiosa de los mayas,
pues, ya desde la época prehispánica habían tenido ídolos parlantes que gozaron de gran
reputación. Entre éstos viene al caso mencionar, por su fama excepcional, el que existió en la
Isla de Cozumel. Según López de Gómara, el ídolo citado era de cuerpo grande, hueco, hecho
de barro y dispuesto de modo tal, que en él podía meterse secretamente el sacerdote
encargado de dar las respuestas que los creyentes pedían a la divinidad (López de Gómara,
1870, Vol. I, p. 45). De tan sencilla manera, ese culto llegó a ser de tanta importancia en toda la
península y, aún, fuera de ella, que se habían construido calzadas que atravesaban la tierra
para terminar en Polé, frente a Cozumel, de dónde pasaban los peregrinos a la Isla con objeto
de consultar su oráculo. Según Cogolludo (1954, Vol. I, p.547):

    "Estas calzadas eran, como caminos reales, que guiaban sin recelo de perderse en ellos,
para que llegasen a Cozumel al cumplimiento de sus promesas, a las ofrendas de sus
sacrificios, a pedir el remedio de sus necesidades, va la errada adoración de sus dioses
fingidos. "  

Tropas del gobierno siendo revisadas por el general Francisco


Cantón en su visita a Chan Santa Cruz en junio de 1901.
    También existían ídolos de esta clase en la Isla de Haití. Para descubrir el secreto, los
españoles rompieron uno de ellos cuando hablaba, con lo cual pusieron en difícil situación al
apenado sacerdote encargado de dar las respuestas.

    Consumada la Conquista, no faltaron indios que intentasen revivir, a su modo, la artimaña
que diera tanto renombre al oráculo de Cozumel. Así, en 1597, se logró descubrir que los indios
de Sotuta solían acudir, durante la noche, a la casa de un tal Andrés Chí, con el objeto de
interrogar al "Espíritu Santo", del cual sólo se podía percibir la voz. Para esto, el citado Chí,
autor del truco, se valía de un muchacho bien seleccionado, que procuraba ocultar; de manera
ingeniosa, en algún rincón del techo. Descubierto su proceder, las autoridades de entonces, lo
castigaron con la pena de muerte (Cogolludo, 1868. Vol. II, pp. 83-4).

    Por último, también los mayas de Tayasal tuvieron su ídolo parlante, el cual, según
Villagutierre (1933, p. 387), fue destrozado a palos por los mismos indios, al descubrir que no
había podido cumplir su palabra de impedir que los españoles entrasen a su isla en 1697.

    Por todo lo anterior, ya es de suponerse la predisposición en que se hallaban los mayas de
Quintana Roo, para recibir con gran fervor, el advenimiento de un culto que habría de revivir
prácticas e ideas religiosas arraigadas en el fondo de sus viejas tradiciones. De modo que, con
esto en su favor. la creencia de la cruz parlante pudo difundirse rápidamente y servir de apoyo
a la población de creyentes que se fue formando en torno del caobo milagroso.

    El Gobierno, por su parte, al tener noticia de esa población, se propuso destruirla de
inmediato. Para esto, se organizó una expedición que, partiendo del campamento de
Kampocolché, pudo avanzar sigilosamente y tomar por asalto el lugar en la madrugada del 23
de marzo de 1851. En esta ocasión, Barrera pudo escapar, no así el ventrílocuo Nahuat que
murió defendiéndose a machetazos (Serapio Baqueiro, 1879, Vol. II, p. 390). logrado su
propósito, las tropas retornaron a sus campamentos por no creer prudente quedarse en ese
sitio tan alejado de los pueblos de blancos.

    Poco tiempo después, viendo alejarse la amenaza de las tropas, los indios reocuparon el
lugar y reinstalaron nuevamente el culto de la cruz parlante. Para entonces, a falta del
ventrílocuo Nahuat, el sagaz Barrera perfeccionó el truco haciéndolo más solemne y misterioso.
El primer paso que se dio en este respecto fue erigir una obscura iglesia de palmas, en la que
se pusieron tres cruces de madera, vestidas de huipil y fustán y dotadas, además, del don de la
palabra por haber sido anunciadas como "hijas" de la primera crucecita. El altar de estas
nuevas cruces quedó situado dentro de un recinto especial al que se dio el nombre de "La
Gloria", al cual solamente podían penetrar los sacerdotes. La parte más ingeniosa del truco
consistió en la forma de dar a la voz de las cruces un sonido imponente y sobrenatural; para
esto, se aprovechó un barril dispuesto de cierto modo en la parte posterior del altar que era
hueca, y el cual fue usado como altoparlante por el sacerdote que se metía en él para hablar a
los devotos. En tal forma, el poder de las cruces aumentó notablemente. Lo dicho aquí está
basado en las "Memorias" de D. Felipe de la cámara Zavala (Diario de Yucatán, septiembre 9
de 1928) quien entró a Chan Santa Cruz en febrero de 1852, como oficial de las tropas del
Gral. Rómulo Díaz de la Vega; el párrafo en que se refiere al citado truco es el que sigue:

    "En un galerón obscuro que les servía de iglesia, había en un extremo de él, un altar al que
nadie se podía llegar más que el encargado de las tres cruces. Encima del altar se hallaban
estas vestidas de hipil y fustán; detrás del citado altar había una excavación en la que estaba
colocado un barril que servía como de torna voz, dándole a la voz un sonido hueco y
cavernoso. Todo esto se hallaba muy oculto a la vista de los que se hallaban en el cuerpo de la
iglesia; dentro de la excavación se metía el encargado de hablar lo que Barrera quería que se
dijese a la multitud, ignorante de esta superchería y de este modo lograba que los indios
trajesen en oblación maíz, gallinas, cera, cerdos, dinero y cuanto quería, pues la cruces
hablaban sin cesar..."

    Otra innovación. que se instauró más tarde fue la de dotar a las cruces de la capacidad de
dictar cartas en las que expresaba sus órdenes y sus anuncios de lo que guardaba el futuro. El
originador de esta innovación fue un tal Juan de la Cruz Puc, indígena de temperamento
místico que se hacía pasar como el elegido para pasar al papel lo que dictaban las cruces,
algunas de estas cartas eran enviadas a los pueblos para comunicar a sus jefes que debían
someterse a la voluntad de las cruces y, además, que el citado Puc había sido nombrado
Ministro de ellas, con la facultad de entrar al cielo para conversar con Dios y sus Angeles y
Querubines. Las cartas estaban firmadas con el nombre de Juan de la Cruz, seguido de tres
crucecitas simbólicas (Serapio Baqueiro, 1879, Vol. II, p. 391). Con el tiempo este personaje
llegó a ser considerado como el mismo Jesucristo, debido a que, en ocasiones, se daba los
nombres de "Hijo de Dios", "Creador de los Cristianos", "Yo, Nuestro Señor Jesucristo" o "La
Santa Cruz".

    No obstante el empeño puesto por el Gobierno por destruir el santuario mencionado de Chan
Santa Cruz, emprendiendo expediciones hasta él, los indios volvían a ocuparlo ya renovar sus
prácticas en torno de las cruces milagrosas que cada vez surgían de nuevo diciéndose
descender directamente del cielo. Además, aprovechando la creciente devoción de los nativos,
por un oratorio de mampostería, al cual se le dio el nombre de Balam-Ná, que es como decir
"Casa de los Jefes o de los Sacerdotes". Al cabo de algún tiempo, o sea, en 1860, se acordó
construir una iglesia de mayores proporciones a base de cal y canto. Con este fin, todos los
pobladores quedaron obligados a prestar sus servicios gratuitamente, so pena de ser azotados
y engrillados en caso de negarse; este dato nos fue proporcionado directamente por Pedro
Pascua! Barrera, nieto del creador de la Cruz Parlante y, entonces, Nohoch Tata o Gran
Sacerdote del Cacicazgo de X-Cacal. El edificio así construido puede verse todavía en el
costado oriente de la plaza de Chan Santa Cruz, actualmente Carrillo Puerto; sus paredes son
sumamente gruesas y mide, aproximadamente, 35 metros de largo, 20 de ancho y 14 de alto.
Aunque no se llegó a terminar (le faltan las torres y parte del revoco), esta iglesia permite
suponer el grado de dominio que lograron ejercer sobre la masa del pueblo los sacerdotes del
nuevo culto.

    Al par que el templo, las ceremonias se hicieron todavía más suntuosas e imponentes. En
relación con esto, se cuenta con el testimonio de dos oficiales ingleses que, comisionados por
el Superintendente de Belice, tuvieron oportunidad de visitar Chan Santa Cruz en 1861 y de
asistir forzados a una sesión del fascinante culto. En tal ocasión, según lo dicho por ellos
mismos, la sesión tuvo lugar en la medianoche, hora en que una escolta de indios los condujo
hasta el templo repleto de creyentes que rezaba suavemente. Llegados frente al altar se les
obligó a prosternarse, sin que pudiesen distinguir nada por reinar la más completa obscuridad.
En estas condiciones, los oficiales citados agregan en su relato que:

    "La suave música con canto que hasta entonces se esparcía por el edificio, cesó en este
momento, y fue seguida de un sonido sordo y prolongado semejante a un trueno en la
distancia. Este también cesó; y en medio del silencio que lo siguió, se oyó una voz aún débil
que parecía surgir de en medio del aire hablando en dialecto maya." (Rogers, 1938, p.32).

    Como se ve, el espectáculo no podía ser más impresionante ni más eficaz para el logro de
sus propósitos. Desde entonces, el culto de la Cruz Parlante quedó convertido en el eje de la
vida religiosa de los mayas de Chan Santa Cruz.

Los nuevos cacicazgos de Quintana Roo.

    Con el paso de los años, la región de Quintana Roo se hubo de abandonar a los mayas
sublevados, por razón de las dificultades de ir a batirlos hasta sus madrigueras donde tenían a
su favor todas las ventajas. Debido a ello, los indios pudieron consolidar su situación en esos
lejanos sitios, desde los cuales solían salir para emprender ataques sorpresivos y sangrientos
sobre los pacíficos pueblos de Yucatán. Sus pertrechos bélicos los seguían obteniendo de
Belice, a cambio de concesiones para explotar los terrenos que ya consideraban como suyos.

    Por otra parte, desde que empezaron a poblar esa región que ahora constituye el Estado de
Quintana, Roo, se pudo notar la existencia de tres grupos o cacicazgos distintos, a saber: el de
Chan Santa Cruz, el de Ixkanhá y el de Chichanhá. Estos dos últimos, ubicados en los linderos
con el actual Estado de Campeche, desistieron, al fin, de la lucha y se sometieron a la
obediencia del Gobierno en 1853. Los trámites correspondientes se llevaron a efecto a petición
de los mismos indios y de acuerdo con un Convenio firmado en la ciudad de Belice entre los
representantes del Gobierno citado y los de los indios. En ese documento quedó estipulada
como condición básica que éstos quedasen sujetos a los mandatos de las autoridades
peninsulares. Las demás condiciones están contenidas en el Informe del Dr. Gregorio Cantón
quien fue el representante del Gobierno y que se incluye como Apéndice en la obra de Eltglo
Ancona (1889, Vol. IV, pp. 434-42). Este acuerdo con el Gobierno dio motivo para que los
indios de Chan Santa Cruz los declarasen traidores y se convirtiesen en sus más encarnizados
enemigos.

Desde entonces, los mayas de Quintana Roo quedaron divididos en dos facciones que se
conocieron Con los nombres d& "Indios Sublevados Pacíficos" e "Indios Sublevados Bravos"
(Sapper, 1904, p. 630) .Por lo demás, todos ellos procuraron mantenerse aislados del resto de
la Península y reorganizar su vida de acuerdo con las nuevas circunstancias impuestas por el
desarrollo de los hechos y por el peso de la tradición. Las notas que ofrecemos a continuación
intentan dar una idea general de los usos y costumbres de esos cacicazgos por el tiempo que
duró su aislamiento.  

El general Francisco Cantón (centro) Gobernador del Estado


de Yucatán y el General Ignacio A. Bravo (a su izquierda),
flanqueados por altos jefes militares. (Cortesía del Museo
Arqueológico e Histórico de Mérida).

El cacicazgo de Chan Santa Cruz.

    Las tierras ocupadas por los miembros de este grupo, comprendían desde la Laguna de
Bacalar al sur, hasta las ruinas de Tulum al norte, quedando en el centro de ellas Chan Santa
Cruz, el pueblo sagrado que hacía las veces de capital. Por lo nutrido de su población esta
zona era la más importante, pues, se ha calculado que, en los primeros años de la insurrección
negó a contar con no menos de 40,000 pobladores (Sapper, Ibid. p. 628) .

    Por lo que se refiere al sistema de vida que caracterizó a tal cacicazgo, es de advertirse que
buena parte de la información que aquí se presenta, fue obtenida por el autor directamente de
los vecinos más ancianos o mejor enterados del cacicazgo de X-Cacal. Desde luego, su rasgo
sobresaliente fue su orientación mística hacia las cosas de la iglesia. El culto de la Cruz
Parlante quedó convertido en el centro directriz de toda actividad; nada se podía hacer sin la
voluntad de la cruz milagrosa; era ella quien indicaba las mejoras materiales que había de
hacerse; las contribuciones que debían pagarse; el trato que correspondía a los prisioneros de
guerra; los poblados que debían asaltarse; las normas de conducta que debían seguirse, etc.
Las funciones de su culto se iniciaban diariamente a las 4 de la mañana con una misa; horas
después se repetía ésta y, por la noche se realizaban rosarios o  novenas. Aparte de esto,
había sesiones especiales en la que la cruz expresaba sus órdenes o anunciaba sus profecías.
Salvo esto último que estaba a cargo de los altos jerarcas, las demás ceremonias eran dirigidas
por especialistas de carácter retraído y  temperamento religioso a los que se daba el título de
"Maestros", quienes tenían ciertos conocimientos "de las oraciones y de las formas del ritual
católico.

    Otro aspecto importante de este culto a la cruz, fue la institución de un sistema de vigilancia
que tuviese a su cargo la custodia del Santuario y, también la protección del grupo en caso de
ataques sorpresivos de parte de las tropas gubernamentales. Esta institución recibió el nombre
de "La Guardia del Santo" y para desempeñarla se nombraron grupos o escuadrones de a 150
hombres armados, los cuales habrían de turnarse cada 15 días en ese servicio.

    Por otra parte, debido al estado de guerra en que se mantenía este grupo, habían adoptado
una organización militar en la que todos los hombres casados o mayores de 16 años quedaban
obligados a pertenecer a una de las diversas "Compañías" o cuerpos de milicia que integraban
el sistema. Cada "Compañía" estaba dirigida por un grupo de jefes con grados militares que
variaban desde Cabo hasta Comandante. Por encima de todos estaba, como jerarca mayor, el
ministro principal de la Cruz Parlante. En general, puede decirse que su organización política y
social era prácticamente igual a la que todavía existe entre los indios del Cacicazgo de X-Cacal
al que se refiere la segunda parte de este volumen.

    La autoridad del cacique o Jerarca Mayor de todo el grupo, era casi absoluta; gozaba,
además, de gran número de privilegios y se le daba el título de "Gobernador". Se esperaba
que, al morir, le sucediese el Jefe inmediato de mayor prestigio (Gann, 1918, p. 35). Esto, sin
embargo, no siempre sucedía, pues, en ocasiones, ocurrían trifulcas sangrientas entre jefes
agresivos que aspiraban al poder. Así, en 1885, ascendió a "Gobernador", mediante un golpe
de Estado, el jefe llamado Aniceto Dzul; en la trifulca murieron los siguientes individuos: el
entonces "Gobernador" Crescencio Poot, sus "Generales" más allegados y 67 miembros de la
tropa (Diario de Yucatán, febrero 16 de 1936). Poco después de ascender al poder, el nuevo
"Gobernador" perdió un ojo, por lo que, sospechando que cierta familia lo hubiese hechizado, la
mandó asesinar en el acto (Miller, 1889, p. 27). Además de su despotismo, los jefes eran
inclinados al alcohol ya la vida disoluta. Sus banquetes y borracheras eran frecuentes y
duraban varios días (Rogers, 1938, p. 33).

    Los delitos del orden común eran castigados de tres maneras: con la pena de azotes; con la
de grillos o cadenas atadas a los pies y con la de trabajos forzados. Es decir, siguieron
empleando los mismos castigos que sufrían cuando estaban bajo el dominio de los blancos
(García y García, 1866, p. XII). Existía, además, la pena de muerte para delitos mayores, entre
los que se contaban los de hechicería, asesinato y trato con los blancos. Sobre esto último,
Gann (1918, p. 33) relata el caso de 5 indios que sufrieron la pena citada por el simple delito de
haber aceptado obsequios de gente extraña. Según el mismo autor, la pena era ejecutada a
machetazos por tres o cuatro soldados mientras la víctima estaba dormida o descuidada.

    La eficacia de la Cruz Parlante como medio de control social, dio lugar a que surgiesen
cruces parlantes en diversas regiones del cacicazgo. Fue así como se originaron los santuarios
de Chancah, Chunpom, San Antonio Muyil y Tulum; este último estaba situado como a una
legua de la playa donde están las ruinas de ese nombre. Precisamente en este santuario el
culto de la Cruz Parlante llegó a estar manejado por una mujer llamada María Uicab, a la que
los indios daban el título de "Santa Patrona" o "Reina". En 18711as fuerzas del Gobierno
estuvieron a punto de capturarla, pues, lograron tomar por sorpresa el lugar y aprehender a sus
criados y a uno de sus hijos. En el Informe que rindió al Gobierno el Coronel Traconis, Jefe de
la expedición, se lee que:  
El Capitán Cituk, jefe máximo del cacicazgo de X-
Calak. (Cortesía de Frances Rhoads Morley.

    "Por los manuscritos tomados en Tulum, se comprende que todos los indios sublevados
están sabalternados a esa mujer, que llaman "Santa Patrona" o "Reina" y no es aventurado
presumir que, teniendo ella  mucho menos poder que de los de Chan Santa Cruz, mantiene o
perpetúa la farsa de rendirle una especie de culto, ya sea para sostener el prestigio de su
ridícula idolatría, siendo ella la que aparece interpretando la voluntad de las cruces que hacen
creer que hablan, ya para explotar por aquel medio el prestigio o influencia de ella en esa
retirada región del centro principal de los bárbaros". ("Diario de Yucatán", Abril 28 de 1935).

    Al igual que en la época prehispánica era costumbre que, de vez en cuando, se organizasen
peregrinaciones religiosas que visitasen de uno en uno los diversos santuarios de la Cruz
Parlante. Respecto a esas peregrinaciones antiguas, Landa {1928, cap. XXVII, p. 190), que
escribió en 1566, informa que:

    "Y que tenían a Cuzmil (Cozumel) y pozo de Chichén Itzá en tanta veneración como
nosotros a las romerías de Hierusalem y Roma y así les iban a visitar ya ofrecer dones,
principalmente a la de Cuzmil, como nosotros a lugares santos, y ya que no iban, siempre
enviaban sus ofrendas. Y los que iban tenían costumbre de entrar también en templos
derelictos, cuando pasaban por ellos a orar y quemar copal".

    Desde luego, Chan Santa Cruz fue siempre el lugar sagrado por excelencia. Sus fiestas
religiosas constituían eventos que atraían a multitud de creyentes. Las principales de esas
fiestas eran las que siguen: la que se efectuaba el 8 de diciembre en honor de la "Concepción
de María" y la dedicada a "La Santa Cruz" el 3 de mayo... También celebraban el primer jueves
de junio y los días de Semana Santa. Las dos primeras eran consideradas como fiestas
nacionales y daban lugar a grandes borracheras, banquetes y escándalos que duraban varios
días. Durante su celebración se efectuaban corridas de toros, bailes (jaranas), juegos
pirotécnicos y, sobre todo, misas y rosarios en la iglesia principal.  
Choza donde habitaron el autor y su esposa
Iglesia de Tusik
durante su permanencia en Tusik.

    Como ya quedó dicho, los miembros de este cacicazgo fueron los únicos que no quisieron
deponer las armas. Su odio y su crueldad para con los blancos los hicieron temibles en toda la
península. De vez en cuando salían de sus madrigueras para caer por sorpresa sobre pueblos
de blancos en los que cometían salvajes atrocidades. Sus prisioneros de guerra eran
conducidos en rebaño a Chan Santa Cruz, en donde sólo se salvaban de morir los que podían
pagar fuerte rescate o los que sabían algún oficio de utilidad práctica, como carpintería,
herrería o música. También se dejaba con vida a las mujeres jóvenes con objeto de ser
repartidas como mancebas entre los altos jerarcas. Sobre este punto, William Miller (1889, p.
28), quien visitó el cacicazgo en 1888, nos dice que:

    "En el pueblo de Chunculché residen varias personas que son blancos puros, algunas con
cabello rubio. Se me informó que son descendientes de familias de origen hispano, los cuales
fueron capturados por los indio desde el tiempo de su insurrección. Estas gentes hablan
solamente maya y en sus maneras e indumentaria y, hasta donde pude apreciar, sus ideas son
exactamente las mismas de los indios de quienes ahora dependen."

    El efecto de este mestizaje se puede notar hasta nuestros días en uno que otro pueblo de
Quintana Roo. En las grandes fiestas de X-Cacal, el autor de este volumen tuvo oportunidad de
conocer a varios individuos de ese origen.

    Otro tipo de mestizaje fue el originado por la inmigración de varias docenas de chinos que,
procedentes de Belice, llegaron a Chan Santa Cruz por ahí de 1860. Según Gann (1926, p.
246), estos chinos habían sido importados a Belice con el propósito de ser empleados en
trabajos agrícolas; sin embargo, ni el trabajo ni el trato fue de su agrado y por ello fueron
escapando hacia las tierras de los indios sublevados. En contraste con el mal trato dado a otros
extranjeros de raza blanca, estos inmigrantes fueron bien recibidos y, con el tiempo, asimilados
al grupo. Se les permitió casarse con mujeres indias y se les concedieron los mismos derechos
y obligaciones que a los demás. El resultado de este intercurso racial fue bastante
desfavorable, al decir del Dr. Gann (que conoció a varios de ellos entrado este siglo) casi todos
los hijos de la primera generación presentaban anomalías diversas, tales como: abulia
incurable, alcoholismo, prostitución, epilepsia, deficiencia mental, falta de sentido moral y otros
estigmas degenerantes (Gann, Ibid. p. 247).

    Para terminar, cabe decir, a manera de resumen, que la cultura de este cacicazgo se originó
del reacondicionamiento de elementos prehispánicos (ídolos parlantes, profecías,
peregrinaciones, organización teocrático- militar, oráculos, etc. ) en mixtura con otros ya
existentes durante la época colonial, tales como: formas de castigos, ceremonias católicas,
sumisión al sacerdote y a la iglesia, autoridad de los caciques, fiestas patronales, uso de
guitarras y violines, indumentaria y otros; a todo esto contribuyeron otros elementos nacidos de
las nuevas circunstancias de inseguridad, peligro y aislamiento, entre los que pueden citarse: el
culto de la Cruz Parlante, "La Guardia del Santo", división en "Compañías", pena de muerte y
algunos mas de menor importancia. El complejo , así formado dio origen a un producto nuevo
de apariencia marcadamente indígena.

El cacicazgo de Ixkanhá.

    De acuerdo con lo que ya quedó asentado. el cacicazgo de este nombre estaba situado
sobre los linderos del actual Estado de Campeche, hacia el sudoeste de la laguna de Chichan
Kanab. Sus tierras eran de poca extensión y tenían como cabecera el propio pueblo de
Ixkanhá. Los bosques altos y cerrados que existían en la parte oriental de este cacicazgo, le
servían de protección contra ataques imprevistos de sus enemigos, los indios de Chan Santa
Cruz.

    En opinión de Karl Sapper (1904) que visitó esta zona a principios de siglo, su población era
de unos 8,000 habitantes aproximadamente. Sin embargo, el mismo investigador hace notar
que, pocos años antes, había pasado una epidemia de viruela que ocasionó graves bajas en la
población de los tres cacicazgos.

    No existe noticia de que los indios de este grupo hubiesen adoptado el culto de la Cruz
Parlante; sus costumbres religiosas eran muy semejantes a las que habían adquirido bajo la
influencia de los misioneros católicos. En el centro del pueblo estaba la iglesia de palmas y
troncos en las que diariamente se efectuaban misas, rosarios y otras ceremonias bajo la
dirección de sacerdotes indígenas.  

El Nohoh Tata o Sumo Pontífice (izquierda)


El caanché o huerto elevado. acompañado del Teniente Sulub (Cortesía de
Helga Larsen).

    Su organización política era bastante parecida a la del grupo de Chan Santa Cruz; estaban
divididos en "Compañías" militares que se turnaban periódicamente en el servicio de guardia
que se hacían en la cabecera. Durante este servicio los soldados se alojaban en cuarteles
construidos en torno a la iglesia. El cargo de cacique no era hereditario sino alcanzado por
riguroso escalafón. Como asunto de forma solamente, el Gobierno del Estado de Campeche lo
confirmaba en sus funciones enviándole un nombramiento oficial de Jefe Político; es por esto
que, en su correspondencia, el cacique citado usaba un sello con el águila simbólica del
Gobierno mexicano y la inscripción "Pacíficos del Sur". Su autoridad era suprema en asuntos
militares y, también, en cuestiones judiciales, pues, era él quien actuaba de Juez. En otras
ocasiones el Cacique debía dar cuenta de sus actos ante asambleas populares.

    La administración de justicia era rápida y eficiente, pues, bastaba la palabra del cacique para
que el asunto se diese por terminado. Las penas que se aplicaban a los delincuentes eran dos
solamente: la de azote y la de muerte; entre los delitos que ameritaban este último se contaba
el de rapto. No existía la pena de prisión.

    Con excepción de algunos artículos de procedencia extranjera, tales como sal, armas,
pólvora, herramientas metálicas y algunos más, los miembros de este cacicazgo se bastaban a
sí mismos cultivando las plantas necesarias para su alimentación y su indumentaria. Criaban,
además, gallinas, cerdos y ganado vacuno. Ellos mismos hilaban y tejían algodón: hacían
sombreros de palma y hamacas de henequén.

    Por lo que toca a los recursos pecuniarios de estos indios han de haber sido escasos, pues,
según el mismo Sapper, la falta de ríos navegables y de otras vías de comunicación les
impedía comerciar con las maderas preciosas de que eran ricos sus montes. De estos
solamente obtenían alguna cantidad de chicle; la cual vendían luego a comerciantes de
Campeche. No tenían relaciones comerciales con Belice debido a la amenaza de ser asaltados
en el trayecto por los indios del grupo de Chan Santa Cruz.

    De acuerdo con el autor citado que pasó una temporada entre ellos, los indios de lxkanhá
eran hospitalarios, honrados y cumplidos en sus promesas. Su vida familiar era tranquila y
honesta. Por otra parte, el vicio del alcoholismo era común entre ellos.

El cacicazgo de lkaiché.

    Los datos acerca de este cacicazgo son bastante escasos; los que ahora presentamos
proceden en buena parte de un artículo anónimo intitulado "lkaiché", que refiere las
impresiones de un misionero católico que lo visitó en 1889; también nos han sido útiles los
informes de Sapper y de Gabriel A. Menéndez (1936).

    Los miembros de este grupo tenían su pueblo principal en Chichanhá, ubicado al sudoeste
de la laguna de Bacalar. Sin embargo, debido a la hostilidad de los nativos de Chan Santa Cruz
originada desde 1853 en que se sometió al Gobierno peninsular, se vieron obligados a alejarse
más y establecer su cabecera en Ikaiché, situado al sudoeste y muy próximo a la frontera con
Campeche.

    Su población era muy inferior a la de los cacicazgos y, en 1889, se componía de 1,700
habitantes solamente. Poco después, en 1892, el grupo sufrió una epidemia de viruela que lo
redujo, según cálculos de Sapper, a unos 500 pobladores aproximadamente.

    El citado pueblo de lkaiché estaba situado sobre una colina como de 150 metros de
elevación; tenía en su contorno, a manera de cerca protectora, un seto vivo de bambú, con dos
entradas solamente: una hacia el oriente, con dirección a Belice, y otra hacia el poniente, en
dirección a Campeche. Las chozas del pueblo estaban alineadas en calles anchas y rectas.
Cada una estaba separada de las demás por una cerca de troncos.

    La organización política de este grupo era enteramente igual a la de Ixkanhá; su cacique era
reconocido oficialmente por el Gobierno de Campeche y, también, un sello especial con el
águila mexicana. Fuera de este simple formulismo, el grupo se conducía de modo
completamente autónomo sin tomar en cuenta las leyes mexicanas. Es por ello que el Gobierno
de México nunca pudo evitar que los indios de Ikaiché dejasen de hostilizar a pueblos diversos
de Belice. Esta hostilidad llegaba al grado de efectuar asaltos sorpresivos, incluyendo la ciudad
de Corozal que fue saqueada en 1868 y, más tarde, estuvieron a punto de hacer lo mismo con
la ciudad de Orange Walk en 1872. A partir de esta fecha, los indios se fueron apaciguando
debido, principalmente, a la muerte del belicoso cacique Ilamado Marcos Canul (Sapper, Ibid.
p. 627) .  
Tipo de gallineros propios de la región. Porqueriza.

    La administración de justicia era impartida por el Cacique del grupo. Los delincuentes eran
castigados con azotes o con la pena de muerte. Esta última era aplicada invariablemente en los
casos de homicidio; el procedimiento que, entonces, se seguía era el de fusilar al culpable
sentado en un asiento con los brazos en cruz, mientras junto a él se efectuaba el entierro de su
víctima.

    En lo que se refiere al sistema religioso, parece que tampoco fueron adeptos al culto de la
Cruz Parlante, sino que se limitaron a seguir las enseñanzas católicas adquiridas de los
misioneros. En la iglesia del pueblo guardaban efigies de santos diversos y pinturas de la
Crucifixión, del Sagrado Corazón y de la Virgen de Guadalupe. El servicio de la iglesia estaba a
cargo de sacerdotes indígenas a quienes se llamaba "Maestros".

    Para dar idea de la inclinación religiosa de estos indios, es de mencionarse que, en 1889,
estuvo entre ellos, durante tres semanas, un Misionero católico de Belice. Según la propia
Relación que dejó, durante el tiempo de su estancia en el lugar,. efectuó 73 matrimonios, 200
bautizos y 300 confesiones; además, se vio en el caso de celebrar diariamente misas y rosarios
así como a dar instrucción religiosa a niños y adultos. La devoción de los indios en tal ocasión
fue tanta que, según narra el citado Misionero, apenas le quedaba tiempo para descansar y
comer .

    En 1898 el Comandante Othón P. Blanco les hizo una visita en nombre del Gobierno
Mexicano, encontrando que vivían en paz y entregados al trabajo (Gabriel A. Menéndez, 1936,
pp. 131-44). En nuestros días, el pueblo de Ikaiché se encuentra abandonado, pues, sus
habitantes se trasladaron al pueblo de Botes, sobre el río Hondo, en donde ya tienen escuela
rural y otros servicios propios de vida rural moderna; de hecho, ya casi no se habla la lengua
maya

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