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Capitulo 19 La serpiente emplumada

En 1517 (el mismo año que Lutero clavó sus famosas noventa y cinco tesis), Francisco de Córdoba
descubrió la península de Yucatán, donde tropezó con fuerte resistencia por parte de los indios. A
su regreso, trajo informes de la rica civilización maya, uno de cuyos dioses era la serpiente
emplumada, Kuculcán. Poco después, movido por los informes de Francisco de Córdoba, Juan de
Grijalva exploró las costas de México, y regresó con noticias del grande y rico imperio azteca.

Todo esto inspiró a Diego Velásquez, gobernador de Cuba, a organizar una expedición para
explorar y conquistar la región. Para dirigirla, nombró a Hernán Cortes, un notario extremeño que
lo había acompañado en la conquista de Cuba. Cuando la expedición estuvo lista, Velásquez pensó
quitarle el mando a Cortés. Pero éste, enterado de los planes del gobernador, zarpó sin esperar
permiso.

Primeros encuentros con los indios

Cortés y su fuerza de unos quinientos hombres y dieciséis caballos se dirigieron ante todo a la isla
de Cozumel, donde tuvieron la buena fortuna de alistar a un español, Jerónimo de Aguilar, que
había sido hecho cautivo por los indios, y vivido con ellos por algún tiempo. Aguilar sería un valioso
instrumento de Cortés, pues le serviría de intérprete. Había también otro español a quien los
indios habían apresado. Pero este 149 otro, tras ganar su libertad, había llegado al rango de
cacique, se había casado y tenía familia, y por tanto prefirió quedarse con los indios.

Cortés invitó a los indios a aceptar el cristianismo. Cuando se negaron, diciendo que sus dioses les
habían servido bien y que no tenían por qué abandonados, Cortés ordenó que los ídolos fueran
destruidos y arrojados de la cima de la pirámide. Después, en el lugar en que antes estaban los
dioses, pusieron un altar con una cruz y la imagen de la Virgen, y el sacerdote Juan Díaz dijo la
misa. Aquél fue el primer indicio de los métodos que Cortés proyectaba emplear en la conversión
de los indios.

Fue probablemente en Tabasco que Cortés se enteró de una vieja leyenda india, que le serviría de
instrumento en su empresa de conquista. Era la leyenda de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada
que también adoraban los mayas bajo el nombre de Kuculcán. Según la tradición, cuyos detalles
no están del todo claros, Quetzalcoatl había partido hacia el oriente en una embarcación hecha de
serpientes, diciendo que tenía que regresar a su señor, y que algún día volvería a tierras
mexicanas, a reclamarlas para sí y para su señor. La leyenda añadía que ese regreso tendría lugar
en un año designado en el calendario mexicano como ce acatl, "una caña". Por fortuna para
Cortés, su desembarco había tenido lugar precisamente en tal año, y por tanto el conquistador
decidió explotar la leyenda haciendo correr la voz de que él era Quetzalcoatl que regresaba a
reclamar sus posesiones.

La marcha hacia Tlaxcala fue más difícil que las anteriores, pues se trataba de una región con
medio millón de habitantes y con fuertes ejércitos. Repetidamente los españoles se vieron en
difíciles situaciones militares de las que sólo pudieron salvarse gracias a su armadura, su artillería y
sus caballos.

Tenochtitlan
Cortés había recibido embajadas y mensajes de Montezuma, el emperador azteca. Esas
embajadas, a la vez que le rogaban que no continuara su marcha hacia Tenochtitlán, le
preguntaban si de veras era Quetzalcoatl, a quien los aztecas esperaban. Cuando resultó claro que
nada lograría disuadir al supuesto Quetzalcoatl de su propósito de visitar Tenochtitlán, el
Emperador salió a recibirlo. Junto a él, y acompañados de enorme séquito, los conquistadores
entraron en la capital mexicana.

La situación de Cortés era precaria. Aunque había podido entrar a Tenochtitlán con un contingente
de aliados tlascaltecas, se encontraba en medio de una enorme ciudad de la que sólo era posible
salir por calzadas que atravesaban el lago, y en las que había puentes que los aztecas podrían
destruir fácilmente. Además, había partido de Cuba sin permiso de Velásquez, de modo que la
corte española, ante la cual el gobernador de Cuba ciertamente protestaría, podría considerarlo
rebelde. El único modo de evitar tal acción por parte de la corona era asegurarse del éxito de la
empresa, tanto en lo político, económico y militar como en lo religioso.

La situación de los españoles se hacía insostenible, pues se hallaban sitiados en medio de una
enorme ciudad. Por fin, el 30 de junio de 1520, decidieron abandonar la capital. En aquella noche
triste perdieron buena parte de sus soldados y caballos, además de casi todo el oro que trataron
de sacar. En la batalla de Otumba, Cortés y los suyos pudieron por fin reorganizarse y derrotar a
los aztecas que los perseguían.

Entonces comenzó para los españoles la difícil tarea de conquistar Tenochtitlán. Con la ayuda de
sus aliados tlascaltecas, se dedicaron a atacar varias ciudades vecinas, al tiempo que traían desde
la costa algunos bergantines, desarmados en piezas. Con aquella flota, armada de nuevo en el
lago, comenzó el asedio. Fue una larga batalla. Los españoles y sus aliados tuvieron que tomar la
ciudad de edificio en edificio y de canal en canal. Por fin, a pesar de la valerosa resistencia dirigida
por Cuauhtémoc, sobrino de Montezuma, la ciudad y el propio Cuauhtémoc quedaron en manos
de los españoles. La conquista había terminado.

En cuanto a Cortés, su enorme triunfo le valió que la corte española olvidara su rebelión contra
Velásquez, y le confiriera el título de Marqués del Valle de Oaxaca. Pero pronto siguiendo su
política de no permitir que ningún conquistador se hiciera demasiado poderoso, la corona
comenzó a limitar sus poderes. En parte por escapar de una situación que se le hacía cada vez más
estrecha, Cortés dirigieron otras expediciones a Honduras (1524) Y Baja California (1535). Por fin
regresó a España, donde murió en 1547.

Los doce apóstoles

Aunque dos sacerdotes acompañaron a Cortés desde el principio de su expedición, naturalmente


no bastaban para la obra de conversión de tan vasto imperio. Pero Cortés, que a pesar de todas
sus violencias era católico sincero y hasta fanático, le escribió a Carlos V rogándole que le enviara
frailes, y no sacerdotes seculares ni prelados, pues lo frailes vivirían en pobreza, y serían un
ejemplo para los nativos mientras que los seculares y los prelados se ocuparían más de lujos y
pompas, y nada o poco harían en pro de la conversión de los indios.

En respuesta a las peticiones de Cortés, llegaron a Nueva España (que así se llamó México) doce
franciscanos a quienes después se les dio el título de los "doce apóstoles". Eran personas dignas,
que conservaban rigurosamente el ideal de pobreza de su fundador San Francisco. Se cuenta que
uno de ellos, Toribio de Benavente, escuchó que al paso de los franciscanos los indios repetían la
palabra "motolinía" y, cuando le dijeron que quería decir "pobre", decidió que ese sería su
nombre.

La labor de aquellos franciscanos, y de los muchos otros frailes y sacerdotes que los siguieron, no
fue fácil. Por una parte, el resentimiento de los indios contra los españoles era grande, pues les
habían tomado sus tierras, muchos de ellos violaban a las mujeres, y todos ellos despreciaban los
más altos logros de su cultura, tratándolos como a bárbaros. Por otra parte, el triunfo de los
cristianos parecía demostrar que su Dios era más poderoso que los de los vencidos, y por tanto
eran muchos los indios que se apresuraban a pedir el bautismo, con la esperanza de conquistar de
ese modo la buena voluntad de tan poderoso Dios.

Fraile Juan de Zumárraga

En 1527, un año después de la fundación del episcopado de Tlaxcala, la corte española empezó a
tramitar en Roma la fundación de otra diócesis en la ciudad de México, y propuso para ella al
franciscano Juan de Zumánaga. Aunque la bula papal fue dada en 1530, y Zumánaga fue
consagrado en 1533, desde 1527 estuvo a cargo del clero diocesano de México.

Zumánaga fue un erasmista convencido, y trató de que la iglesia nove hispana se fundara desde las
mismas bases sobre la reforma que Erasmo había inspirado. Al igual que Cisneros en España,
Zumárraga se ocupó del estudio y las letras. Fue en parte debido a su iniciativa que se llevó a
México la primera imprenta que funcionó en el Nuevo Mundo, y en la que se imprimieron
numerosas obras para la instrucción de los indios.

Zumárraga combinaba su espíritu erasmista con un fanatismo inquisitorial. Cuando, en 1536, se


estableció la Inquisición en México, Zumárraga recibió el título de "inquisidor apostólico". Entre
esa fecha y el 1543, bajo 155 su dirección, hubo ciento treinta y un procesos, de los cuales la
mayoría fue contra españoles, y trece contra indios. El más famoso de estos procesos fue el de
don Carlos Chichimectecotl, un cacique de Texcoco que había estudiado en el colegio de
Tlatelolco, y a quien se acusó de conservar ídolos, de hablar irrespetuosamente de los sacerdotes y
de vivir en concubinato.

Este hecho sirvió de argumento a quienes decían que a los indios no se les debía instruir, pues era
peligroso. Por lo que los indios debían permanecer ignorantes por su propio bien, siempre bajo la
tutela de los españoles, y el colegio de Santiago debía cerrarse.

La virgen de Guadalupe

Según la leyenda, en 1531 el indio Juan Diego pasaba cerca del cerro de Tepeyac cuando oyó
música, y la voz de la Virgen que 10 llamaba, se le daba a conocer, y le daba instrucciones para el
Arzobispo Zumárraga en el sentido de que deseaba que se le construyera una capilla en aquel
lugar.

fraile Bernardino de Sahagún, buen historiador de los acontecimientos de aquel entonces, cuenta
que el cerro de Tepeyac era el lugar en que se le rendía culto a la madre de los dioses mexicanos,
cuyo nombre era Tonantzin, es decir, "nuestra madre". Según dice Sahagún, acudían allá
multitudes para ofrecerle sacrificios a la diosa, y después que se construyó el templo cristiano
seguían llamándola Tonantzin, dando a entender que ese nombre quería decir "Madre de Dios".
En otras palabras, Sahagún, quien vivió en ese entonces, da a entender que lo que aconteció fue
sencillamente que un viejo culto indígena recibió un barniz cristiano.

Nuevos Horizontes

Casi tan pronto como fue conquistado el imperio azteca, los españoles comenzaron a soñar con
nuevas conquistas. El cacique de Michoacán, en vista de lo sucedido en Tenochtitlán, se hizo
vasallo del rey de España en 1525, y hacia allá fueron los franciscanos a fundar misiones y
convertir a los indios. Después, durante el resto del siglo XVI, los franciscanos se establecieron en
los actuales estados mexicanos de Durango, Sinaloa y Chihuahua. En varios de estos lugares se
siguió el método de juntar los indios en un poblado, llamado "misión" o "reducción", en el que
vivían bajo la tutela de los frailes. Allí aprendían tanto e] catecismo como las artes agrícolas, y a
veces algunas letras. De ese modo los frailes trataban de protegerlos tanto de los indios que no se
sometían como de los españoles que buscaban modo de explotarlos.

Los primeros intentos de colonización y evangelización en la Baja California resultaron fallidos. A la


postre fueron los jesuitas quienes lograron establecerse, primero, en la costa oriental del Golfo y,
por último, en la península misma. El más destacado misionero en esa obra de expansión fue
Eusebio Francisco Kino, de origen italiano, quien fundó una cadena de misiones mucho más allá
del alcance del dominio español.

Mientras todo esto sucedía hacia el norte, y mucho antes de lo que acabamos de relatar, en el sur
de Nueva España los españoles marchaban hacia los territorios mayas de Yucatán, Guatemala y
Honduras. La conquista de Yucatán tardó varias décadas en completarse, y no fue sino en 1560
que por fin se nombró un obispo para la región. Pero ya con anterioridad laboraban allí los
misioneros, principalmente franciscanos. Guatemala fue conquistada en 1524 por Pedro de
Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortés, y en 1534 el papa Julio III erigió la diócesis de
Guatemala. En 1540 Alonso de Cáceres fundó la ciudad de Comayagua (Valladolid la Nueva), que
vino a ser la sede de la primera diócesis de Honduras. En todas estas expediciones había clérigos
encargados de cristianizar a los indios, pero a pesar de ello la obra misionera en esos territorios
marchó más lentamente que en México.

Por último, fue también a partir de México que se emprendió la conquista de las Filipinas.
Magallanes había visitado ese archipiélago en 1521, y después hubo varias expediciones
organizadas en México. Finalmente, la expedición de Miguel López de Legazpi, que llegó a las
Filipinas en 1565, inició la conquista. En 1572 se fundó la ciudad de Manila

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