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Las principales causas de las rebeliones indígenas durante el siglo XVII fueron el abuso

de los corregidores y el malestar ocasionado por las reformas borbónicas. El virreinato


soportó más de cien revueltas de diferente importancia, sustentadas en el mesianismo
popular que esperaba el retorno del Inca. Las de mayor impacto entre la población
fueron la de Juan Santos Atahualpa y la de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru
II).

Resultados de las rebeliones indígenas fueron que las autoridades coloniales


respondieron a las rebeliones indígenas con una serie de medidas: se prohibió hablar
en quechua; no se usarían motivos de ornamentación inca en vestidos o adornos;
quedó prohibida toda manifestación antística o literaria que hiciera referencia al
pasado incaico, incluso la lectura de los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega;
fueron abolidos todos los títulos de nobleza indígena, incluido el de curaca; crearon la
Audiencia del Cuzco (1787); y se formó un poderoso ejército de más de 50 mil hombres
en el virreinato, para resguardar el orden colonial. (Santamaria, 2007)

Fuente:
Tupac%20Katari%20y%20Juan%20Santos%20Atahualpa/EL%20VIRREINATO%20D
EL%20PERÚ_%20CAUSAS%20DE
JUAN SANTOS ATAHUALPA: Biografía

Fue el dirigente quechua de una importante


rebelión indígena que estalló en 1742, cuyo
propósito era restaurar el Imperio de los
incas y expulsar a los españoles y negros. Al
frente de las tribus selváticas, logró controlar
un extenso territorio de la selva central
del Virreinato del Perú, amagando la sierra
central. Si bien la rebelión no llegó a
extenderse más allá de esos límites, tampoco
pudo ser sometida por la autoridad virreinal.
Juan Santos desapareció misteriosamente
hacia el año 1756, desconociéndose la fecha
y las circunstancias de su fallecimiento.

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Al momento de estallar la rebelión, Juan Santos contaba de 30 a 40 años de edad.
Vestía una cushma o camisón típico de los indios selváticos y llevaba siempre colgada
en el pecho una cruz de madera de chonta con cantoneras de plata. Mascaba
abundante hoja de coca, a la que denominaba «hierba de Dios». Sus rasgos eran de
mestizo. Uno de los frailes franciscanos que lo visitó lo describió como de estatura alta
y de piel tostada, añadiendo: «tiene algún vello en los brazos, tiene muy poco bozo,
luce bien rapado… es de buena cara; color pálido amestizado; pelo cortado por la
frente a hasta las cejas, y lo demás desde la quijada alrededor coleteado», es decir,
recogido en una coleta, según la moda occidental del siglo XVIII (Loayza, 1942).

La rebelión: El Plan de Juan Santos Atahualpa


El movimiento libertario estalló en junio de 1742. Juan Santos se hizo proclamar Apu
Inca, aduciendo ser descendiente de Atahualpa. Confiaba en el apoyo de los indios de
todo el territorio peruano; llegó incluso a afirmar que estaba relacionado con los
ingleses y que una flota británica apoyaría por mar su rebelión. Coincidentemente, al
iniciar la lucha de la libertad, se vio por las costas del virreinato la nave del inglés Jorge
Anson.
Su meta era restaurar el Imperio inca y expulsar a los españoles y a sus esclavos
negros, para inaugurar un nuevo régimen de prosperidad, aunque aseguró que la
religión de todos seguiría siendo la católica romana. Sin embargo, incitó a los indios a
que se rebelaran contra los trabajos que les imponían los misioneros católicos y exigió
la ordenación de sacerdotes indígenas. Su plan era ganar primero la selva, luego la
sierra y finalmente la costa. Por último, se coronaría Inca en Lima.
Nombró por teniente suyo a un cacique cristiano llamado Mateo de Asia y mantuvo
como ayudante cercano a un negro, Antonio Gatica, que era su cuñado.
La extensión del movimiento
El conocimiento que poseía de la lengua quechua y de varias lenguas amazónicas le
permitió a Juan Santos ser comprendido prontamente por los indígenas de la selva
central, que se plegaron a su lucha con gran entusiasmo. La rebelión logró congregar a
los pueblos de la selva central: ashaninka, yanesha y hasta shipibo, es decir, las
poblaciones que habitaban las cuencas de los ríos Tambo, Perené y Pichis. Toda esa
zona era conocida con el nombre de el Gran Pajonal y era territorio de las misiones
franciscanas.
Juan Santos llegó a contar con más de 2000 hombres, con los cuales logró controlar la
selva central, territorio que, por lo demás, no se hallaba eficazmente regulado por el
poder virreinal.
Desarrollo de la rebelión

Pintura de Gabriel Sala, que representa a Juan Santos Atahualpa en Quimiri, encarando
a un grupo de misioneros franciscanos. Estos, considerados cómplices del abuso y
explotación de los nativos, fueron expulsados. Biblioteca del Convento de Ocopa.

El primer objetivo de los rebeldes fue la reducción de Eneno, para luego seguir con
Matranza, Quispango, Pichana y Nijandaris. Destruyeron en total 27 misiones y
amenazaron con atacar la sierra.
El virrey marqués de Villagarcía ordenó a los gobernadores de la frontera de Jauja y
Tarma, Benito Troncoso y Pedro de Milla Campo que se internaran en la región
convulsionada, para cercar al rebelde. Así se hizo y Troncoso llegó hasta Quisopango,
en donde encontró alguna resistencia, pero logró ahuyentar a los indios. Juan Santos,
que rehuyó al encuentro, se dirigió hacia el pueblo de Huancabamba. Desde Tarma
salieron fuerzas coloniales para ir en su búsqueda, pero el caudillo mestizo logró
ponerse a salvo.
Al año siguiente, los españoles organizaron una expedición a Quimiri (hoy La Merced),
en el valle de Chanchamayo. Iban bajo el mando del corregidor de Tarma, Alfonso
Santa y Ortega, acompañado por el gobernador de la Frontera, Benito Troncoso. El 27
de octubre de 1743 llegaron a Quimiri, donde levantaron un fuerte, que concluyeron
en el mes de noviembre. Fue dotado de cuatro cañones y cuatro pedreros, con su
correspondiente provisión de municiones. El día 11 de noviembre, el corregidor Santa
partió hacia el interior, quedando en el fuerte de Quimiri el capitán Fabricio Bertholi
con 60 soldados. Juan Santos, que estaba al tanto de todos los movimientos del
adversario, planeó atacar a la pequeña guarnición. Previamente, se apoderó de una
remesa de víveres que marchaba con destino al fuerte, iniciando luego el sitio del
mismo. Muchos de los soldados españoles perecieron entonces a raíz de una epidemia
y en los demás cundió la desmoralización, al extremo que presionados por el hambre
algunos desertaron. Entonces, Juan Santos exigió a Bertholi la rendición, mas éste se
negó confiando en que le llegarían pronto los refuerzos que había solicitado por
intermedio de un religioso que pudo eludir a los insurrectos. Finalmente, Juan Santos
decidió atacar el fuerte y todos los españoles fueron muertos. Eran los días finales del
año 1743.
Mientras tanto, asumió el poder un nuevo virrey, José Antonio Manso de Velasco,
futuro conde de Superunda, un militar con mucha experiencia. Juan Santos continuó
sus ataques. Tomó el pueblo de Monobamba, el 24 de junio de 1746, extendiendo el
radio de acción de su movimiento. Incluso se habló de manifestaciones a su favor en la
lejanaprovincia de Canta.
El virrey Manso de Velasco nombró jefe de una tercera expedición a Joseph de Llamas,
marqués de Menahermosa. Pero el rebelde tomó la iniciativa tomando Sonomoro en
1751 y Andamarca el 4 de agosto de 1752. Esto último significaba ya una seria
amenaza, porque Andamarca era ya la cordillera y estaba cerca de Tarma, Jauja y
Ocopa. La rebelión amenazaba extenderse a la sierra, poblada por una nutrida
población indígena, cuyo alzamiento habría dado un giro formidable y decisivo a la
misma.
El marqués de Mena hermosa maniobró para dar alcance a Juan Santos pero éste logró
eludirlo. El virrey enfureció con los resultados, pues no se había librado una batalla
decisiva y el rebelde seguía controlando una gran zona en la selva. Corrieron rumores
de que Juan Santos atacaría Paucartambo, que caería sobre Tarma, que asolaría Jauja,
pero nada de esto ocurrió. Misteriosamente, el líder mestizo no volvió a realizar sus
osados ataques y la región volvió a gozar de paz.
Desaparición de Juan Santos
Desde el año 1756 no se supo pues nada de Juan Santos. El mismo virrey Manso de
Velasco, en su memoria fechada en 1761, escribió al respecto: «desde el año 1756… no
se ha dejado sentir el indio rebelde y se ignora su situación y aún su existencia». Una
versión dice que hubo una sublevación entre los rebeldes y que Juan Santos tuvo que
ordenar la muerte de Antonio Gatica, su lugarteniente y otros hombres por posible
traición.
Sobre el final de Juan Santos corrieron las más variadas versiones. Una de ellas afirma
que murió en Metraro, víctima de una pedrada disparada con una honda en un festejo
público; otras afirman que fue envenenado. Otra posibilidad es que haya muerto de
vejez. Se dice incluso que habría contado con una especie de mausoleo en Metraro,
adonde descansaban sus restos humanos y eran objeto de veneración.
Su desaparición y probable muerte tuvo visos legendarios y maravillosos, en el
recuerdo de los montañeses. Para unos no había fallecido, creyendo que era inmortal.
Para otros habría subido al cielo rodeado de nubes, y volvería en un futuro a la tierra.
Fray José Miguel Salcedo aseveró que cuando llegó a San Miguel del Cunivo fue
recibido por catorce canoas con unos ochenta hombres con extrañas demostraciones
de regocijo, entre ellos dos capitanes del rebelde, quienes le aseguraron que Juan
Santos «… murió en Metraro, y preguntándoles a donde había ido me respondieron
que al infierno, y que delante de ellos desapareció su cuerpo, echando humo…».
El coronel Roberto López, del ejército peruano, afirmó en una carta que muchos indios
de las márgenes de los ríos Huallaga, Ucayali y sus afluentes, no creían que había
muerto, pues «… un día, en presencia de varias tribus reunidas en el pueblo de
Metraro, rodeado de nubes se remontó a los cielos».
Para Ossio, Juan Santos Atahualpa asumió atributos para destacar su condición
de mesías restaurador del orden. Fue el líder en el cual por primera vez se
materializaba la idea del retorno del Inca. Frente al desorden reinante por la
corrupción y los abusos de los corregidores, proclamó la abolición del dominio español
y la recuperación del reino incaico, en su calidad de descendiente legítimo del último
Inca, pero además proclamándose enviado de Cristo y poseído por el Espíritu Santo
cristiano. Era la primera expresión del mito de Inkarrí llevada a la acción.
De allí que se impuso entre los pueblos selváticos una explicación sobrenatural que
afirmaba que el caudillo «se elevó a los cielos en medio de mucho humo» y se corrió la
voz de que había prometido regresar. El mesianismo tuvo efecto, pues hasta el día
presente muchos todavía aguardan su retorno.
Sea como fuera, lo cierto es que el accionar de Juan Santos tuvo un dilatado efecto en
la región, pues colonos y misioneros no volverían a ingresar a la selva central peruana
hasta ya conformada la República del Perú (Santamaria, 2007)

TUPAC KATARI: Biografía


Julián Apaza Nina, más conocido como Túpac Catari, Túpaj Katari, o
simplemente Katari (Ayo Ayo, provincia de Sica
Sica,Virreinato del Perú, 1750 – La Paz, 15 de
noviembre de 1781)

fue un indígena aymara, hijo natural de un


campanero que murió como mitayo en las minas
de Potosí. Luego de quedar huérfano en su
adolescencia comenzó a servir como sirviente de
cura, convirtiéndose en campanero gracias a su tío
Manuel, curaca de una comunidad vecina a Ayo-
Ayo, llegando a ser campanero oficial de la iglesia
del poblado. Luego trabajó dos años como peón

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en la mina de San Cristóbal, de Oruro, al principio como barretero y luego acarreando
trozos de mineral impuro para que lo escogieran. Allí conoció
el sufrimiento de sus paisanos y comenzó a propagandizar la necesidad de rebelarse.
Después fue a trabajar a Sica Sica como panadero. Allí conoció y se enamoró de la
chola Bartolina Sisa, casándose con ella. Más tarde fue comerciante trajinante
minorista hasta La Paz, estudiando la forma de pensar de
los indígenas, mestizos y cholos, viendo especialmente su descontento creciente ante
la explotación colonial.1
Fue secundado en su lucha por su esposa, Bartolina Sisa, y su hermana menor Gregoria
Apaza. Adoptó el seudónimo de Túpac Katari en homenaje al cacique-Inca
rebelde Túpac Amaru II que se levantó en Cuzco; y Tomás Catari, cacique de Chayanta.
Fricciones entre Aymaras y quechuas:
Julián Apasa alias Túpac Catari, como caudillo rebelde de las tropas de la etnia aymara,
se alió parcialmente e hizo frente a la supremacía quechua. Su autoridad se hacía
explícita en su nombre (amaru: serpiente en quechua; catari: serpiente en aymara). Su
rebelión tuvo características muy particulares y diferencias notables con la de Túpac
Amaru II.
A pesar de encontrar cierta resistencia, la facción quechua tuvo desde el principio
control sobre la facción aymara, liderada por Túpac Catari. Diego Cristóbal Túpac
Amaru se había disgustado frente a las pretensiones de éste de actuar como virrey
de Túpac Amaru II, aunque finalmente fue aceptado como gobernador,
particularmente por sus conocimientos del territorio, sus contactos personales y su
ascendiente sobre la masa indígena.
Túpac Catari utilizó convenientemente a sus parientes, para que lo ayudaran y
ocuparan los puestos directivos. De igual forma utilizó el sistema de colaboración
mutua entre parientes, y los vínculos creados por el compadrazgo. El líder utilizó su
experiencia como trajinante de coca y bayetas, para organizar junto a sus parientes un
comercio clandestino de coca y vino, cuyas ganancias fueron empleadas para financiar
el movimiento rebelde y abastecer las tropas del Alto Perú. Sus conexiones familiares
sirvieron tanto para reclutar tropas como para organizar el apoyo económico del
movimiento, de igual manera que lo hizo Túpac Amaru II con sus parientes arrieros.
Una diferencia importante derivada de las diferentes posiciones sociales de ambos
líderes, fue que si Túpac Amaru II ejerció un control vertical sobre su movimiento a
través de su política de cambiar caciques y alcaldes indígenas en las provincias que
llegó a controlar; Túpac Catari no pudo imponer verticalmente su autoridad, dejando
que los caciques fueran propuestos por las comunidades indígenas. Tal diferencia se
debería a que Túpac Amaru II era parcialmente reconocido como integrante de la
nobleza indígena, y tenía la posibilidad de pedir apoyo económico y político a
los caciques vecinos, mientras que Túpac Catari carecía de ese privilegio, necesitando
recurrir a las comunidades locales para garantizar el control de la rebelión aymara. Ello
también explicaría la violenta reacción de Túpac Catari frente a los privilegios y la
colaboración con los españoles de algunos caciques, llegando a ejecutar a alguno de
ellos.
Otra diferencia fue la de que, si en la fase quechua los criollos participaron como
armeros, escribanos y asesores; en la fase aymara su peso social disminuyó
notablemente en número e importancia, siendo casi inexistente. Ni Túpac Catari,
ni Miguel Bastidas, hermano de la mujer de Túpac Amaru, sabían leer ni escribir, y sus
escribanos o amanuenses fueron generalmente mestizos. El alejamiento de
los criollos del movimiento rebelde se debió particularmente al aumento creciente de
la violencia, y a los reiterados ataques de parte de los indígenas a los intereses
económicos y privilegios que poseían aquéllos en haciendas, minas y obrajes. Como
indígena puro, Túpac Catari tuvo una política mucho más radical respecto a los criollos,
considerándolos blancos y prescindiendo de su apoyo en el Alto Perú.
Sin embargo, fue capaz de establecer alianzas con los mestizos, mulatos y negros,
quienes participaron en su ejército. Además, en las tropas aymaras surgió un fuerte
sentimiento antiespañol y anticriollo, por lo tanto antiblanco, dando lugar a una
auténtica guerra étnica, intentando incluso abandonar toda costumbre europea,
regresando a las pautas indígenas precolombinas.
Así lo declaró el 19 de marzo de 1781, un cañari que convocó a todos los indios del
común de Tiquina en nombre de Túpac Catari, diciendo:
Manda el Soberano Ingá Rey, que pasen a cuchillo a todos los corregidores, sus
ministros y caciques, cobradores y demás dependientes. Como asimismo a todos los
chapetones, criollos mugeres, niños de ambos sexos y toda persona que parezca ser
española o lo sea, o que a lo menos esté vestida a imitación de tales españoles. Y que si
esta especie de gentes se favoreciesen en algún sagrado o sagrados y algún cura u otra
cualesquier personas impidiese o defendiesen el fin primario de degollarlas, también se
atropelle por todo, ya pasando a cuchillo a los sacerdotes y ya quemando las Iglesias.
En cuyos términos que tampoco oyesen misas, ni se confesasen, ni menos diesen
adoración al Santísimo Sacramento (...) así mismo no tuviesen los indios sus consultas
en otros lugares que no fuesen los cerros, procurando no comer pan, ni beber agua de
las pilas o estanques, sino enteramente separarse de todas las costumbres de los
españoles.
Durante el mes de marzo de 1781, las fuerzas quechuas de Azángaro cooperaron con
las fuerzas aymaras de Chucuito para expulsar a los españoles de Puno, aunque los
tupamaristas comenzaron a enfrentarse a los cataristas, más populares y radicales. Y
en los meses que siguieron a la captura y ejecución de José Gabriel Túpac Amaru, pudo
observarse escasa cooperación entre quechuas y aymaras, rivalizando ambas facciones
por dominar el Alto Perú.
Durante el segundo sitio de La Paz, los indios de Carabaya lucharon al lado de los
quechuas, mientras que los de Pacajes lo hacían con los aymaras. Orellana comunicó a
las autoridades de Arequipa que las fuerzas rebeldes se hallaban profundamente
divididas, reconociendo como su rey a Túpac Amaru II o a Túpac Catari, nunca a ambos
conjuntamente. Durante el sitio de Puno, los comandantes tupamaristas Andrés
Quispe y Juan de Dios Mullpuraca pusieron en claro que sólo aceptaban órdenes
de Diego Cristóbal Túpac Amaru, y no apoyaron al principio las demandas aymaras
para la abolición del tributo y la mita, y cuando se convirtió en jefe de la rebelión, la
situación se agravó al empeñarse en que las fuerzas aymaras izaran su bandera y sólo
permitir a Túpac Catari ocupar un cargo de tercer nivel, aunque tuvo la prudencia de
reconocer la autonomía de las provincias aymaras.
Por eso, cuando en agosto los tupamaristas se unieron al sitio de La Paz, bajo el mando
de Andrés Túpac Amaru y Miguel Bastidas, las diferencias se hicieron palpables con la
separación de los acantonamientos militares; lo que también recordaba que la
organización catarista estaba gobernada por representantes de los 24 cabildos
indígenas de La Paz, mientras que los tupamaristas estaban bajo el mando de élites
indígenas y de ladinos.
Durante los meses que precedieron a la llegada del coronel José de
Reseguín desde Buenos Aires, ambos bandos apenas mantuvieron relaciones entre sí,
entre otras razones, porque Túpac Catari se había vuelto irracional y caprichoso al
entregarse con asiduidad a la bebida, consultando oráculos sobre el futuro y
mandando ejecutar a cualquiera que no pudiera demostrar que era aymara,
usurpándole sus tierras.
Rebelión:
Como parte del levantamiento, Túpac Katari formó un ejército de cuarenta mil
hombres y cercó dos veces por un tiempo en 1781 a la ciudad española de La Paz, pero
los dos intentos terminaron en fracaso por maniobras políticas y militares de los
españoles, así como alianzas con líderes indígenas contrarios a Túpac Katari.
Finalmente todos los cabecillas de la rebelión fueron apresados y ejecutados, incluida
su esposa, Bartolina Sisa, y su hermana, Gregoria Apaza.
Este levantamiento indígena de finales del siglo XVIII fue el más extenso
geográficamente y con más apoyo. Tomó dos años a los virreinatos afectados
sofocarlo.
Los rebeldes asediaron la ciudad de La Paz desde el 13 de marzo de 1781 durante
ciento nueve días sin éxito, debido a la resistencia y al apoyo de tropas mandadas
desde Buenos Aires. En ese contexto el virrey Agustín de Jáuregui aprovechó la baja
moral de los rebeldes para ofrecer amnistía a los que se rindieran, lo cual dio muchos
frutos, incluyendo algunos líderes del movimiento. Túpac Katari, que no había
aceptado la amnistía y se dirigió a Achacachi para reorganizar sus fuerzas dispersas,
fue traicionado por algunos de sus seguidores y luego apresado por los españoles, la
noche del 9 de noviembre de 1781.
Durante el segundo cerco se unió a los rebeldes túpackataristas, Andrés Túpac Amaru,
sobrino de Túpac Amaru II y vinculado sentimentalmente a Gregoria Apaza, hermana
menor de Túpac Catari.
Como recompensa moral de los esfuerzos y sacrificios que tuvieron que soportar los
españoles de la ciudad de La Paz, por cédula real del 20 de mayo de 1784, a la ciudad
de La Paz le fue otorgado el título de "noble, valerosa y fiel".
Muerte y Continuación de la lucha:

Intento de asesinato de Túpac Amaru II en 1781. La sentencia de Túpac Catari fue


similar.

En el Alto Perú, un traidor entregó a los españoles en Chayanta al cacique sublevado


Tomás Katari, pero cuando lo conducían a La Plata para ser juzgado lo arrojaron por un
barranco y lo mataron. Como venganza por el asesinato de su cacique, la sublevación
se extendió aún más ese mismo mes de diciembre, y otro miembro de la familia,
Dámaso Katari, llevó a cabo una tremenda matazón de mineros y españoles en la zona,
y se dirigió con miles de aymaras a sitiar de nuevo la ciudad de La Plata, donde Ignacio
Flores, Paula Sanz, también compañero de la Expedición, y otros militares españoles y
las milicias de la ciudad, intentaban seguir resistiendo.
Francisco Tadeo Diez de Medina, el juez quien lo condenó a morir descuartizado, en su
sentencia dijo:
«Ni al rey ni al estado conviene, quede semilla, o raza de éste o de todo Tupaj Amaru y
Tupaj Katari por el mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los
naturales... Porque de lo contrario, quedaría un fermento perpetuo...».
Se le atribuye a Tupac Katari,antes de morir ejecutado, haber mencionado las frases
célebres
«A mí solo me matarán..., pero mañana volveré y seré millones».

Bibliografía

Fisher, J. (2006). Etnicidad, Insurgencia y sociedad en los Andes: El caso curioso del Peru. Lima:
Revista Andina.

Loayza, F. (1942). Juan Santos, El Invencible. Lima: Boulevard.

Santamaria, D. (2007). La Rebelion de Juan Santos En La Selva Central (1742-1756 )


¿Movimiento Religioso o Insurreccion Politica? Barcelona: CONICET.

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