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Baranger, M. Proceso y No Proc Eso en El Trabajo Analítico
Baranger, M. Proceso y No Proc Eso en El Trabajo Analítico
Artículos clásicos
* Baranger, Madeleine: Baranger, Willy; Mom, Jorge. Proceso y no proceso en el trabajo analítico. Revista Psicoanalítica
Argentina, v.39, n.4, p.527-49, 1982. ** Asociación Psicoanalítica Argentina.
Proceso y no proceso en el trabajo analítico Madeleine Baranger, Willy Baranger y Jorge Mom 115
En lo funcional, cabe recalcar que el pacto establece una asimetría de base: uno de los
pactantes será el analista, el otro el analizando, sin que pueda tener lugar ninguna inversión de
funciones.
En lo estructural, enfatizaremos la "regla fundamental" como definitoria del proceso
analítico. En esto, el concepto lacaniano de "sujeto supuesto saber" —como implícito en la
regla fundamental— parece esclarecedor. La regla fundamental ubica al analista, no sólo en
un plano imaginario como sabiendo de antemano quién es en realidad el paciente y cómo es
su destino, sino como escucha e intérprete comprometido con la verdad de todo lo que el
paciente asociará o vivenciará. Sobre todo, abre de par en par las puertas de la transferencia.
En un intento de diferenciar entre los aspectos fenoménicos circunstanciales de la
situación analítica y su estructura transfenoménica, hemos sentido en una anterior
oportunidad la necesidad de incluir en su descripción la noción de "campo", expresada en
varias descripciones de Freud ("campo de batalla"; "tablero de ajedrez"),
La estructura instituida por el pacto está destinada a permitir un determinado trabajo
tendiente a un proceso: la experiencia comprueba que, más allá de las resistencias cuyo
vencimiento constituye precisamente el trabajo analítico, se producen inevitablemente
situaciones de atascamiento del proceso: es en estas circunstancias como se nos impone la
idea de campo.
En otras palabras: dentro de la estructura funcional en la cual tiene lugar el proceso, se
producen detenimientos que involucran en forma distinta a ambos pactantes y que, si se los
examina, evidencian que se han creado otras estructuras adventicias que interfieren el fun-
cionamiento de la estructura de base.
La experiencia de la supervisión con muchos colegas (desde principiantes hasta
veteranos) nos enseña que, en estos momentos, se perdía la asimetría básica del pacto
analítico y que predominaba otra estructuración, mucho más simétrica, en la cual el
"enganche" inconsciente del analista con el analizando se convertía en complicidad
involuntaria en contra del proceso analítico.
Esto nos dio la idea de trasladar la experiencia de la supervisión a los tratamientos que
uno mismo realiza, cuando se atascan. De hecho, lo hacemos todos espontáneamente toda vez
que se presenta un obstáculo más allá de las resistencias acostumbradas del analizando. En
estos momentos, usamos una "segunda mirada", que hace surgir ante nuestros ojos la
situación analítica como campo que nos involucra a nosotros mismos en la medida en que nos
desconocemos.
Cada uno de nosotros dispone, se lo haya formulado o no, de una especie de dic-
cionario contratransferencial propio (vivencias corporales, fantasías de movimientos,
aparición de determinadas imágenes, etcétera) que marca los momentos en que uno abandona
la actitud de "atención flotante" y pasa a la segunda mirada, interrogándose acerca de lo que
está ocurriendo en la situación analítica como campo.
Estos indicadores contratransferenciales que provocan la segunda mirada nos llevan a
darnos cuenta de la existencia, dentro del campo, de una estructura inmovilizada que
entorpece o paraliza el proceso. A esta estructura la hemos denominado "baluarte".
Ella se caracteriza por no aparecer nunca directamente en la consciencia de ambos
participantes, manifestándose tan sólo por efectos indirectos: proviene de una complicidad
entre ambos protagonistas en la inconsciencia y en el silencio para prote-
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ger un enganche que no debe ser develado. Esto desemboca en una cristalización parcial del
campo, en una neoformación constituida alrededor de un montaje fantasmático compartido
que implica zonas importantes de la historia personal de ambos participantes y que atribuye a
cada uno un rol imaginario estereotipado.
A veces el baluarte queda como un cuerpo extraño estático mientras el proceso sigue
aparentemente en curso. En otras situaciones, invadiendo completamente el campo y restando
toda funcionalidad al proceso, transforma el campo en su totalidad en un campo patológico.
Incluiremos unos breves ejemplos para ilustrar el concepto de baluarte:
a. Un paciente perverso manifiesto. Se porta como un "buen paciente", cumple
con los aspectos formales del pacto, no presenta resistencias manifiestas, no progresa.
Las sesiones, en cierto período, se presentan como un condensado de toda la Psychopathia
Sexualis de Krafft-Ebing. El analista "nunca ha visto a nadie con tantas perversiones jun
tas". El baluarte se da aquí entre un analizando exhibicionista y un analista fascinado-
horrorizado, voyeur obligado complaciente del despliegue perverso.
b. Un analizando, veterano en una cantidad de tratamientos analíticos. Aparen
temente, cada sesión aporta el fruto de algún "descubrimiento"; en realidad, no pasa
nada. El analista está embelesado por la sutileza del analizando al describir sus estados
internos, lo que regocija su propio talmudismo. Hasta que se da cuenta de que, mien
tras están ambos jugando con sus disquisiciones, el analizando está colocando, cada
mes, el monto de sus honorarios a plazo fijo (especulando con el retraso en el pago).
El análisis de este baluarte revela un montaje fantasmático compartido: una vieja ven
ganza solapada del analizando contra su padre avaro, y la compulsión culposa del ana
lista a ubicarse en el lugar del padre engañado.
c. Ejemplo de un baluarte que ha invadido el campo. Un paciente psicópata grave.
El analista está aterrorizado, temiendo la agresión física homicida del analizando, sin
poder ni interrumpir el tratamiento, ni llevarlo adelante. La fantasía nodular del baluar
te es la del paciente como torturador en un campo de concentración, y la del analista
como víctima torturada e impotente. La formulación consciente de este manejo en el
analista provoca la desaparición del terror. Ambas historias individuales convergen en la
creación de este campo patológico.
Se podrían multiplicar al infinito estos ejemplos. Muestran, no sólo la interacción entre
la transferencia del analizando y la contratransferencia del analista, sino, además, la creación
de un fenómeno de campo que no podría producirse sino entre este analista y este analizando.
Se trata de algo que podríamos expresar metafóricamente como un "precipitado". Pero hay
que entenderse previamente acerca de la transferencia y de la contratransferencia y de su
relación con la identificación proyectiva.
la acepción más amplia del término, tendremos que diferenciar una serie de categorías
básicas:
1. Todo lo que en el analizando responde a la posición estructural del analista y a su
función que no tiene que ver esencialmente con proyecciones del analizando y puede a veces
ser confundido, por error, con un proceso de idealización de su parte.
2. Las transferencias momentáneas y cambiantes que corresponden a las estruc-
turaciones sucesivas del campo y no exigen forzosamente interpretación, salvo si la
transferencia se convierte en resistencia.
3. La transferencia repetitiva y estructurada, básicamente inconsciente, a la cual Freud
se refería con el concepto de "neurosis artificial" y que constituye siempre un objetivo
privilegiado de la aclaración interpretativa. Dicho de otro modo: la forma específica en que el
analizando ubica al analista en la estructura de su complejo de Edipo, o en que proyecta sobre
él las figuras de sus objetos primarios de amor, de odio, de identificación.
4. Las transferencias por identificación proyectiva (tomando este término de M. Klein
en el sentido específico que le dio al descubrir este mecanismo). Este tipo de transferencia se
distingue de los demás por las manifestaciones contratransferenciales muy definidas que lo
acompañan, e interviene en forma determinante en la constitución de la patología del campo.
Exige la interpretación.
Las categorías que usamos habitualmente para diferenciar las formas de transferencia
(transferencia positiva-transferencia erótica-transferencia negativa) son en realidad
descriptivas y se fundamentan sobre los matices afectivos del amor y del odio (el amor no
directamente sexual en su fin, que es necesario para el pacto; el amor directamente erótico
encubriendo el odio, en la transferencia erótica; el odio en sus mil formas de la transferencia
negativa). Se notará que la categorización que proponemos se fundamenta, no sobre lo
fenoménico sino sobre las estructuras involucradas, retomando la distinción de Lacan entre
transferencia simbólica y transferencia imaginaria, y al mismo tiempo la transferencia
repetitiva de Freud y la transferencia producto de la identificación proyectiva de M. Klein.
Esta última diferenciación apela a dos esquemas referenciales: el primero, el de Freud,
implica necesariamente el recurso a la historia del sujeto, mientras el de M. Klein no la ubica
en primer plano, aunque no la rechace. No pensamos, en efecto, que se trate de dos conceptos
alternativos que expresen el mismo objeto, sino de formas y estructuras distintas de la
transferencia. La simplificación aparente aportada por M. Klein en su concepción de la
transferencia equiparada a la proyección-introyección o a la identificación proyectiva e
introyectiva tiene por resultado la idea de un paralelismo entre transferencia positiva y
negativa, con una urgencia mayor de interpretar (lo que para M. Klein equivale a disolver) las
manifestaciones de la transferencia negativa en la medida en que expresa los núcleos
patógenos. Uno percibe inmediatamente el vuelco de M. Klein respecto de Freud: para éste, el
amor de transferencia como condición misma del trabajo analítico, implica acordar un claro
privilegio a la transferencia positiva (no "erótica") sobre la transferencia negativa, es decir, un
no paralelismo entre las dos formas, implicando la idea de que no funcionan de la misma
manera y contraponiéndose una a la otra, sino de manera distinta: no se trata de cara y ceca de
una misma moneda, sino de dos monedas de distinto valor.
En cuanto a la contratransferencia, los problemas se nos presentan de manera dis-
Proceso y no proceso en el trabajo analítico Madeleine Baranger, Willy Baranger y Jorge Mom 119
tinta, aunque se nos haga más necesaria todavía la discriminación. Tenemos que adoptar
como idea rectora la de que la ccntratransferencia no es el inverso de la transferencia, no sólo
porque Freud estudió mucho la primera y poco la segunda, sino por razones estructurales.
Si tomamos como eje el lugar desde el cual el analista habla como tal —para instituir y
mantener el encuadre, para interpretar—, es decir, en términos lacanianos, el registro
simbólico, y este otro lugar (apartándonos esta vez de Lacan) donde el analista está, con su
atención flotante y la puerta abierta a su inconsciente como aparato de resonancia, sentamos
un principio de asimetría que nos parece constitutivo de la situación analítica. La
contratransferencia aparece aquí como distinta de la transferencia no sólo por su intensidad
menor, por su carácter más instrumental, sino por responder a una posición estructural
distinta.
Por función, y desde la partida, el analista está comprometido con la verdad y la
abstinencia de toda otra cosa actuada con el analizando. No se trata en el proceso analítico de
ninguna operación formalizable mediante un sistema de computación, sino de una situación
en que el analista está comprometido en carne, inconsciente y hueso. Esto intrínsecamente, y
no por la mera contingencia de que el analista escucha y reacciona: implica que se va a tratar
de una contratransferencia cohibida en su manifestación y condenada a un despliegue interno
en él. Esta posición estructural del analista define ciertos límites entre los cuales la atención
"flota" sin hundirse, y el trabajo del analista se realiza con la primera mirada, sin que el campo
aparezca como tal. Sería a nuestros ojos erróneo definir esta contratransferencia estructura! en
términos de identificación proyectiva porque esto borraría la diferencia entre aspectos muy
contrastantes y de consecuencias opuestas de la contratransferencia.
Llegamos en esta vía de discriminación a aislar varias formas de contratransferencia:
1. Lo que proviene de la estructura misma de la situación analítica y de la ubicación y
la función del analista en el proceso.
2. Las transferencias del analista sobre el paciente que, si no se estereotipan, hacen
normalmente parte del proceso (sé que esta analizanda no es mi hija y que me debo cuidar de
mi propensión a tomarla como si lo fuera).
3. Las identificaciones proyectivas del analista hacia el analizando y sus reacciones a
las identificaciones proyectivas de éste. Estos fenómenos son los que provocan las
estructuraciones patológicas del campo, exigen una segunda mirada hacia él, y un trato
interpretativo prioritario. También pueden producir los fenómenos frecuentes que solemos
denominar "microdelirios contratransferenciales".
En la selva de fenómenos complejos, a veces mixtos y confusos, que constituyen la
transferencia y la contratransferencia, ciertas ideas nos permiten trazar como avenidas que nos
pueden orientar. La primera consiste en oponer los aspectos constitutivos y los aspectos
constituidos de la transferencia y de la contratransferencia. Esta oposición que marca Lacan
cuando se refiere al "sujeto supuesto saber", no es para nada extraña al pensamiento analítico
habitual, por lo menos en ciertos de sus aspectos. Esta sosteniendo todas las descripciones que
Freud nos ha dejado de la técnica que él mismo inventó, está implícita en todos los trabajos
que recalcan la oposición entre encuadre y proceso, es la base de la idea misma de una
interpretación analítica (si la interpretación no proviniera de un lugar distinto del lugar del
material asociativo, ¿de dónde sacaría
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su poder?); es lo que nosotros mismos intentamos expresar con la idea del marco estructural y
funcional de la situación analítica. Su pérdida momentánea es la que algunos kleinianos
describen como "reversión de la perspectiva".
No todos los fenómenos de transferencia y no todos los de contratransferencia
corresponden al mismo modelo, a los mismos mecanismos ni deben ser tratados de la misma
forma.
En las múltiples metáforas que Freud usó para describir el proceso analítico, algunas
tienen una referencia directa a la historia, por ejemplo la historia bélica de la invasión de un
territorio por un ejército enemigo (la neurosis), y de su reconquista por el tratamiento
psicoanalítico; otra, la metáfora arqueológica de la reconstrucción, mediante excavaciones, de
las capas superpuestas de restos de distintas ciudades edificadas y destruidas en un mismo
lugar y en épocas distintas. Otras metáforas no tienen directamente que ver con el tiempo ni
con la historia: la metáfora escultural ("via di porre", "via di levare"), la metáfora telefónica,
la metáfora quirúrgica. Y, entre las dos series está la metáfora ajedrecista. Es evidente que
ninguna de esas metáforas, tomada aisladamente, agota el concepto que Freud tenía del
proceso analítico, y que la elección de una o unas a expensas de las otras involucra una
simplificación —es decir, un cercenamiento— del concepto original. Tampoco podemos decir
que Freud haya cambiado de opinión en cuanto al problema que nos interesa, sino que cada
una de estas metáforas expresa una faceta de un problema muy complejo.
De todas maneras, hasta sus dos grandes últimos escritos técnicos, Construcciones en
el análisis y Análisis terminable e interminable, la historia del sujeto constituye una dimensión
esencial de lo que hay que develar en un psicoanálisis.
Esto se desprende de los primeros descubrimientos de Freud acerca de la memoria: la
tendencia de Freud a definir el inconsciente como lo reprimido, la represión teniendo su
efecto básico en un olvido de situaciones traumáticas. El resorte del proceso analítico se
define entonces como una repetición transferencial cuya interpretación permite una
rememoración de lo reprimido y su eventual elaboración.
¿Qué pasa después de Freud? El sentido de la historia tiende a perderse en dos vías
aparentemente opuestas.
La primera se fundamenta, en una parte, sobre algunas metáforas de Freud (la
telefónica, la quirúrgica, etc.); y también en la idea freudiana de que todo se juega en la
transferencia, es decir, en el presente; y en la afirmación de Freud (mal entendida) de que en
el inconsciente no rige la categoría de la temporalidad. Aparte de esta fundamentación
freudiana, esta posición apunta a equiparar el psicoanálisis a las "ciencias de la naturaleza", o
experimentales, en las cuales la historia no tiene cabida. El exponente más radical de esta
posición podría ser Henry Ezriel cuando afirma que el psicoanálisis es una "ciencia an-
histórica", pero veríamos la misma tendencia en Bion y otros.
La segunda tendencia, sin rechazar de plano el recurso a la historia individual del
sujeto, apunta a diluirla en-las vicisitudes de un desarrollo cuyas fases han sido descritas por
la psicología evolutiva. Ahí se origina una cantidad de malentendidos, sea que los analistas
traten de armonizar el esquema de las fases evolutivas de la libido descritas por
Proceso y no proceso en el trabajo analítico Madeleine Baranger, Willy Baranger y Jorge Mom 121
Karl Abraham, rigidificando las indicaciones de Freud en este sentido, con las observaciones
experimentales de la psicología evolutiva, sea que traten de someter las hipótesis analíticas al
testimonio de una observación experimental (R. Spitz versus M. Klein, por ejemplo). En
ambos casos el prejuicio básico reside en creer que el psicoanálisis está en continuidad con la
psicología evolutiva y que forzosamente las descripciones tienen que coincidir, si son
verdaderas. Este prejuicio sacrifica de plano el concepto freudiano de historia individual y, en
particular, el concepto de Nachtráglichkeit, según el cual, en vez de que un acontecimiento se
constituya en causa determinante de una serie de acontecimientos ulteriores, este
acontecimiento inicial no cobra su sentido sino en virtud de los acontecimientos ulteriores. Si
uno toma en serio esta expresión de Freud (Nachtráglich), la discontinuidad del psicoanálisis
con toda clase de psicología evolutiva no puede dejar de imponerse como evidente. Lo que,
naturalmente, no implica ninguna crítica de principio a los resultados de la psicología
evolutiva. Esto sí, implica una crítica al concepto contradictorio de un enfoque "histórico-
genético" tal como lo vemos formulado en ciertos autores (D. Rapaport, M. Gill y otros).
Las discusiones de antes y de ahora para saber si el proceso analítico se desarrolla y
debe desarrollarse en el "aquí y ahora" de la situación transferencial de la sesión, o si apunta a
la recuperación de recuerdos, nos parecen pasar por alto la dialéctica propiamente freudiana
de la temporalidad. Si un trabajo analítico es posible, es porque el sujeto y el analista piensan
que la exploración del pasado permite la apertura del porvenir, es porque las series
complementarias no constituyen un determinismo mecánico, es porque se puede salir, por la
interpretación, del eterno presente atemporal de las fantasías inconscientes. El movimiento
progresivo y el movimiento regresivo se dan en forma conjunta y se condicionan
recíprocamente.
No equiparamos la exploración del pasado y la regresión, aunque ambos fenómenos se
den muchas veces en forma simultánea. Explicar el pasado equivale en cierta medida a
revivirlo, y esto pone en juego formas de sentir y niveles de organización psíquica pretéritos.
Casi todos los autores están de acuerdo en admitir que la regresión es una dimensión
necesaria del trabajo analítico. Por ello la regularidad de las sesiones y su duración uniforme
crean un marco temporal fijo que permite el despliegue de los fenómenos regresivos.
Pensamos que una de las funciones más delicadas del analista es la de regular el nivel en el
cual el trabajo analítico puede realizarse sin que el analizando se pierda en la regresión.
Sabemos que tal regulación no es siempre realizable y que se producen regresiones indebidas
a pesar de nuestros esfuerzos, en forma de brotes psicóticos. Entre el escollo de la falta de
regresión, que tendería a transformar el análisis en un mero proceso intelectual, y el exceso de
regresión, en el cual el analizando se hundiría en estados psicóticos, está el área de la
"regresión útil", en la cual podemos navegar sin peligro.
Por ello una justa apreciación de la función de la regresión en el tratamiento analítico
es tan importante. Existe en ciertas tendencias analíticas la idea de que la regresión constituye
en si el factor terapéutico esencial. Estos autores consideran la situación analítica como
destinada a hacer resurgir, en estado de regresión, fases más y más remotas de la existencia
del analizando. En lo teórico, esta actitud equivale a buscar más y más atrás en la infancia del
sujeto el factor patógeno determinante, a promover la revivencia de estas situaciones mal-
vividas en el pasado. El resurgimiento de la simbiosis
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inicial con la madre, del trauma de nacimiento, de la relación primitiva con el padre, de las
posiciones esquizo-paranoide y depresiva de la lactancia, el afloramiento de los "núcleos
psicóticos" sería la condición imprescindible de un verdadero progreso. De ahí nace la
ilusión, tantas veces desmentida por los hechos, de que basta alcanzar, sea por medios
farmacológicos, sea favoreciendo sistemáticamente la regresión analítica, las situaciones
arcaicas patógenas, para producir un progreso. Pero se pierde de vista que la revivencia de un
trauma no sirve de nada si no se complementa con una elaboración, si el trauma no se
reintegra en el curso de una historia, si no se diferencian las situaciones traumáticas iniciales
de la vida del sujeto y el mito histórico de sus orígenes. Esta elaboración necesaria descarta el
afán mágico de poder acortar mediante un cortocircuito la duración del proceso analítico.
La discusión por Freud de las ideas de Otto Rank acerca del trauma de nacimiento y de
las conclusiones técnicas derivadas por él de esta teoría (el trauma de nacimiento como base
de toda la patología ulterior, y su elaboración en el tratamiento permitiendo "curaciones"
rápidas por el ahorro del proceso analítico) expresa en forma prototípica las críticas que
podríamos hacer a varios intentos ulteriores en la misma dirección que el de Rank.
El tiempo de la sesión es un paréntesis que suspende el tiempo de la vida, un tiempo
sin apuro, que a veces parece cerrarse en un presente atemporal, o en un tiempo circular, y a
veces da lugar a acontecimientos repetidos o nuevos. En realidad es una experiencia
privilegiada para observar directamente la génesis de la temporalidad y de la historia. El
proceso analítico rescribe en cierta medida la historia del sujeto al mismo tiempo que le
cambia el sentido. El momento en que podemos observar este cambio, en que se dan
simultáneamente la re-asunción de un trozo de historia y la apertura de un porvenir, es el
momento del insight.
El trabajo analítico se juega en el aquí y ahora y en el pasado, como una dialéctica
entre la temporalidad cerrada y repetitiva de la neurosis y del destino y la temporalidad
abierta del insight.
revela como cómplice inconsciente de ellos. Otros, y Melanie Klein más que nadie, lo
conciben como un poder de unificación y de integración: reducir los clivajes, permitir la
síntesis del objeto, ampliar y enriquecer el Yo. El mismo Freud, desde el modelo inicial
(resistencia-interpretación-rememoración), concibe el poder de la palabra interpretativa como
permitiendo la recuperación de un trozo de historia reprimido. El "levare" de la interpretación
permite un "porre" desde otro lugar [desde el inconsciente del analizando) .
En el movimiento del proceso analítico, ruptura e integración se dan conjuntamente,
sin que el analista tenga ninguna necesidad de agregar harina de su propio costal. El extraño
poder de la interpretación —entre otras cosas— consiste en desligarnos del poder extraño de
ciertas palabras capturantes en nuestro destino. Es mérito de Lacan haberlo enfatizado, pero
no en esto se detiene este poder: tiene mayor alcance, tal como Lacan mismo lo reconoció a
partir de 1963, al introducir la idea de un trabajo analítico posible con palabras acerca del
objeto "a", es decir, de algo indecible, más allá de las palabras. Finalmente, si queremos
ubicar en alguna parte el límite (para nosotros) del aporte de Lacan, tenemos que trazarlo en
el momento donde la "segunda mirada" se nos impone. Coincidimos con él en reconocer que
el trabajo analítico no consiste en el agotamiento a ultranza de las "franelas imaginarias" (o de
las vivencias regresivas que se dan entre dos personas sin contacto físico) pero no se limita a
un poder de disrupción. El resorte está en el poder evocador de la palabra en la medida en que
suscita el insight.
Si queremos ser fieles a la descripción de nuestra experiencia, no podemos evitar la
obligación de discriminar dos categorías dentro de lo que llamamos insight.
Naturalmente esta categorización apunta a describir dos formas límites idealmente
distintas del insight, cuando la realidad nos presenta más a menudo formas mixtas. La primera
corresponde a lo que Freud describió como levantamiento de la represión y emergencia
consciente de lo reprimido. En este caso relativamente sencillo, el analista no está implicado
en la resistencia del analizando sino como pantalla transferencial y en su capacidad o
dificultad en entender e interpretar este momento preciso del proceso. El mismo enfoque
unipersonal del insight se puede mantener, aunque con mayor dificultad, en caso de reducción
de un clivaje.
La segunda categoría del insight no puede aparecer sino cuando el analista recurre a la
"mirada hacia el campo", es decir, cuando se produce un atascamiento de la dinámica del
campo y una paralización de su funcionamiento, lo que señala la presencia de algún baluarte.
En este caso, el proceso interpretativo es más complejo; apunta primero a que el
analizando se dé cuenta de la existencia del baluarte a través de sus efectos más conspicuos:
detenimiento del proceso, estereotipia del relato, vivencia de que "no pasa nada". De lo cual
se puede pasar a la estereotipia de los roles recíprocos atribuidos por el analizando a él mismo
y al analista y a las fantasías que contribuyen a la estructuración del baluarte, con sus raíces
en la historia personal del sujeto. Este desmenuzamiento del baluarte implica la devolución al
analizando de aspectos suyos ubicados en el analista por identificación proyectiva, sin que sea
necesaria ninguna "confesión contratransferencial". Esto borraría la asimetría estructural y
funcional del campo, introduciría confusiones interminables en el analizando y desubicaría al
analista de su función específica.
Proceso y no proceso en el trabajo analítico Madeleine Baranger, Willy Baranger y Jorge Mom 125
La ruptura del baluarte significa una redistribución de los aspectos de ambos par-
ticipantes involucrados en la estructuración de este baluarte, pero la redistribución se hace de
manera distinta en cada uno de ellos: una recuperación consciente y callada en el caso del
analista; consciente y expresada en el caso del analizando.
Podemos caracterizar el baluarte como un fenómeno simbiótico, en la medida en que
ambos participantes de la situación analítica utilizan transferencias e identificaciones
proyectivas y practican en forma recíproca "enroques" del sujeto y del objeto. Toda ruptura de
baluarte se presenta por lo tanto como una de-simbiotización. La piedra de toque que nos
señala que la ruptura ha tenido lugar reside en el cambio de las vivencias, tanto del analista
como del analizando, en la restitución del movimiento en el campo, en la comprensión del
obstáculo en el momento de superarlo, en el pasaje espontáneo del analista de la segunda
mirada a la mirada primera, que corresponde a un trabajo analítico funcionando sin otra
resistencia que la del propio analizando.
La forma extrema del baluarte se manifiesta en una patología del campo y del proceso
que podríamos describir, más allá de la simbiosis, como parasitismo. Este se revela en su
aspecto contratransferencial: el analista se siente como "habitado" por el analizando, presa de
una preocupación que desborda las sesiones (puede ser por el miedo a una actuación
autodestructiva o delictiva del analizando, a la inminencia de un "brote" psicótico, o a otras
situaciones menos dramáticas). Tales situaciones parasitarias (equivalentes a micro-psicosis
en el campo analítico) suelen desembocar, sea en una ruptura violenta de la situación
analítica, sea en su reencauzamiento por reducción de los clivajes y devolución de las
identificaciones proyectivas del analizando.
No todos los campos analíticos llegan a estos extremos patológicos, pero sí todos
tienden a crear baluartes, como está implicado en el concepto freudiano de "neurosis en la
transferencia".
El resorte del proceso analítico aparece por lo tanto como constituido por la pro-
ducción de resistencias y baluartes y su correspondiente disolución interpretativa creadora del
insight.
Tal descripción debe mucho al trabajo clásico de James Strachey, "Naturaleza de la
acción terapéutica del psicoanálisis", a su idea, arraigada en la observación clínica directa, de
que el resorte del proceso reside en ciertos momentos de "interpretación imitativa" en los
cuales toda la situación se anuda —pasado y presente, transferencia y realidad, vivencia y
comprensión— y se desanuda mediante la interpretación discriminativa productora de la
mutación del insight. Algunos detalles aparte, sobre los cuales no podemos coincidir (la idea,
retomada de Rado, de la posición del analista como Superyó auxiliar, y otras), lo que, a
nuestros ojos, faltaba a la descripción de Strachey era tener en cuenta la participación efectiva
y afectiva (y no sólo interpretativa) del analista en este proceso, cosa de la cual Michael
Balint tenía, al contrario, una consciencia muy aguda y que expuso en muchas obras
ulteriores, sin formularla, sin embargo, en términos de campo.
Los momentos fecundos de la interpretación y del insight puntúan el proceso analítico
que Pichon-Riviére describía como "proceso en espiral", expresando con esta imagen la
dialéctica del proceso en la temporalidad. "Aquí, ahora, conmigo", se suele decir, a lo cual
Pichon-Riviére agrega "Como allá y antes, con otros" y "Como más adelante en otra parte y
en forma distinta". Se trata de una espiral donde cada vuelta reto-
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ma la vuelta anterior desde otra perspectiva, y que no tiene comienzo absoluto ni fin
determinado. La superposición de las curvas de la espiral ilustra esta mezcla de repetición y
no repetición que se observa en los acontecimientos característicos del destino de una
persona, este movimiento conjunto de profundización dentro del pasado y construcción del
porvenir que caracteriza el proceso analítico.
No todos los analistas han llegado a darse cuenta de que el proceso analítico es un
artificio. Ni las advertencias más límpidas de Freud (la metáfora militar, en la cual explica
que el proceso de reconquista no se juega en los mismos lugares donde se libraron las batallas
de la invasión; la metáfora ajedrecística, donde explica que, aparte de las aperturas y los
finales, las jugadas intermedias son imprevisibles) pueden valer contra la tendencia a pensar
el proceso analítico según un modelo "naturalista" (gestación de un feto - crecimiento de un
árbol). El no paralelismo del proceso patógeno y del proceso analítico se nos impone como
una evidencia de partida. Si los analistas han podido hablar de una "cura típica", de "variantes
de la cura típica", de "fases" determinadas de la cura, es que tienen una idea preconcebida del
desarrollo de un tratamiento, como parte de su esquema referencial. Esta idea funciona como
un lecho de Procusto y determina el curso efectivo de buen número de tratamientos,
exceptuando los casos en que el paciente se niega a cumplir con las fases preestablecidas.
No lo podemos evitar, ni tampoco debemos renunciar a nuestra función de "dirección
de la cura": somos parte integrante del proceso, y este proceso es, esencialmente,
intersubjetivo. Esto no quiere decir que podamos ni debamos usar esta función de dirección
en forma arbitraria. Somos víctimas de una "idea incurable", la idea de curación (J. B.
Pontalis), pero lo que sí debemos hacer es no equivocarnos acerca de la naturaleza misma de
nuestro trabajo y aceptar, sin que nos provoque el sentimiento de un escándalo intelectual, el
hecho de la enorme variedad de los procesos analíticos positivos.
Tomando un ejemplo: pensamos que la descripción por M. Klein de la "posición
depresiva" como momento concreto de un proceso analítico (el analizando, mediante la
interpretación de su angustia de persecución, aproxima sus objetos perseguidores e
idealizados, unifica las partes clivadas de su propio "self", se da cuenta de su participación en
el conflicto, experimenta tristeza y esperanza, etc.) formula una estructura repetidas veces
observada en los tratamientos, un momento de cambio y de progreso. Si erigimos este
descubrimiento en regla general, tomando el acceso a la posición depresiva como pauta básica
para evaluar un tratamiento analítico, buscamos (cual aprendices de Procusto) que todo
tratamiento alcance esta meta. Inclusive podemos llegar a la idea (manifiestamente reñida con
la experiencia) de que "el que no llora no se cura", y aun, pensando en el analista, que "el que
no llora no cura".
Como las monas de alambre cubierto de piel que usa la psicología animal en algunos
experimentos sobre la crianza de monitos, el analista "programado" con un prejuicio acerca
del proceso analítico "fabrica", si puede, pacientes ortopédicos más o menos semejantes a un
ser humano "curado".
¿Qué queda entonces? ¿La incertidumbre total? Caricatura aparte, disponemos de
indicadores de la existencia de un proceso, o de un no-proceso, en un tratamiento ana-
Proceso y no proceso en el trabajo analítico Madeleine Baranger, Willy Baranger y Jorge Mom 127
lítico y es una suerte que tomemos en cuenta estos indicadores aun si no caben en nuestro
esquema referencia! teórico.
No nos vamos a referir aquí a los indicadores más frecuentemente mencionados, tales
como la desaparición de síntomas neuróticos manifiestos, o los progresos realizados por el
analizando en distintas esferas de su existencia (acceso a un mayor placer genital, relación
más armoniosa con los demás, mayor rendimiento en su trabajo, adquisición de nuevas
actividades sublimatorias, etc.), no porque desestimemos su importancia, sino porque
constituyen consecuencias más o menos lejanas del proceso y no su expresión inmediata y
esencial.
Los indicadores de la existencia del proceso y los del no-proceso no se corresponden
exactamente como lo positivo y lo negativo, como el anverso y el reverso de un mismo
dibujo. Aquí también nuestro afán de simetría teórica nos podría engañar.
Uno se queda a veces sorprendido al constatar que el indicador inicial descrito por
Freud de la existencia de un proceso analítico —la recuperación de recuerdos olvidados
(reprimidos) por el analizando— haya caído en desuso en muchas descripciones del proceso.
¿Será que se da por descontado? ¿Será que muchos se olvidan de la memoria? ¿Será que el
"hic et nunc et mecum" se convierte en prejuicio y borra la temporalidad? Pensamos al
contrario que el vencimiento de la amnesia infantil sigue siendo un indicador valioso de la
existencia de un proceso, y que, a la inversa, la persistencia de la amnesia infantil
especialmente prolongada marca un tope del proceso y corresponde muchas veces a un
episodio psicótico de la infancia del cual el sujeto se ha recuperado al precio del borramiento
de una parte de su historia y de una restricción de su persona.
La libertad de acceso a los recuerdos de la infancia corre a la par con la posibilidad de
asociar libremente, es decir, con la riqueza del relato, el fácil acceso a las distintas áreas de la
existencia del sujeto, la variabilidad de los lenguajes utilizados por él para expresarse, en
particular su posibilidad de usar el lenguaje de los sueños para permitirse y permitirnos el
acceso a su inconsciente.
La fluidez del discurso no bastaría para indicar la presencia de un proceso analítico si
no se acompañara de una circulación afectiva dentro del campo. La alternancia de los
momentos de bloqueo y de los momentos de movilización afectiva, el surgimiento de una
gama amplia de vivencias y emociones acordes con el relato, la transformación de los afectos
transferenciales y contratransferenciales nos indican la presencia del proceso. Este indicador,
sin embargo, no basta por sí solo para comprobar la existencia de! proceso: muchas veces el
movimiento afectivo se reduce a una simple agitación, y la permeabilidad afectiva se torna en
inconsistencia. La vivencia pura no cura, contrariamente a lo que parecen creer algunos
psicoterapeutas no analíticos partidarios de las técnicas de sacudimiento psicológico en boga
dentro de ciertos ambientes. Sólo la convergencia de ambos indicadores (variación del relato
y circulación afectiva) nos informa cabalmente acerca de la existencia del proceso. En el
enfoque de la circulación afectiva, la categorización de las distintas formas de angustia
aportada por M. Klein (angustia persecutoria, depresiva, confusional) nos proporciona una
brújula invalorable. La dialéctica entre producción y resolución de la angustia y las
transformaciones cualitativas de ésta, jalona el proceso.
Si nuestra descripción del resorte del procedimiento analítico es exacta, la apari-
128 Revista FEPAL - Septiembre de 2002 - Cambios y permanencias
ción y la frecuencia de los momentos de insight constituyen por lógica nuestro indicador más
valioso. Pero todavía nos queda por diferenciar el insight verdadero y el seudoinsight
destinado por el sujeto a autoengañarse y a engañarnos acerca de su progreso. La serie de
"descubrimientos" está destinada en estos casos a encubrir la ausencia de proceso.
El insight verdadero se acompaña de una nueva apertura de la temporalidad, muy
particularmente en la dimensión del futuro: el proceso en curso comienza a tener metas,
aparecen proyectos y sentimientos de esperanza. La temporalidad circular de la neurosis se
abre hacia el porvenir.
Pero uno de los indicadores más importantes del progreso es el trabajo activo que
realiza el analizando cooperando con el analista: un esfuerzo de sinceramiento hasta el límite
de lo posible; de escucharlo al analista y decirle tanto "sí" como "no", de dejarse regresar y
progresar. Esto se nos hace patente cuando el analizando nos dice: "En la última sesión,
hemos encontrado algo de interés", y nosotros compartimos este sentimiento.
Algunas manifestaciones del no-proceso analítico son más complejas de descubrir que
las del mismo proceso: además de las múltiples formas del atascamiento, el no proceso se
manifiesta por la apariencia de todos los indicadores positivos del proceso, utilizados para
disimular su inexistencia. El no-proceso se suele valer como disfraz de todos los indicadores
positivos del proceso (colaboración que en realidad es sometimiento, insight que es seudo
insight, circulación de lágrimas de cocodrilo, etc.), con lo cual el analizando piensa
"conformar" al analista evitando peligros mayores.
Estos disfraces se denuncian a sí mismos como tales por su carácter estereotipado, con
lo cual convergen con los indicadores del no-proceso. El peligro intrínseco de todo
tratamiento psicoanalítico es la estereotipia (del relato, de los sentimientos, de los roles
respectivos, de las interpretaciones). Cuando esta estereotipia se disfraza de movimiento, algo
queda estereotipado: el tipo de angustia que se viene manifestando o encubriendo. En su
forma más sencilla y evidente la estereotipia se revela en ciertos momentos de los
tratamientos en los cuales el proceso se ha transformado en una suerte de movimiento circular
que los analizandos pueden expresar con la metáfora de la noria: el burro dando vueltas es el
paciente con sus anteojeras, pensando que camina y volviendo siempre al mismo punto.
Si, como es dable pensar, la noria no involucra tan sólo al analizando, podemos
imaginar (¿recordar?) al analista dando vueltas alrededor de sus propias teorías sin encontrar
el modo de romper el círculo, ni para él mismo, ni para el analizando.
El no-proceso, en ciertos casos, puede expresarse bajo la forma de un movimiento
aparentemente bien encauzado: son estos tratamientos que "caminan sobre rieles", donde el
analizando viene puntualmente, asocia, escucha, aprueba la interpretación, inclusive gratifica
al analista con resultados terapéuticos bien visibles, dándole la impresión de un trabajo útil.
En el analista la señal de alarma puede ser que "este tratamiento anda demasiado bien",
juntamente con el sentimiento de que "aquí no pasa nada". Generalmente el indicio que
despierta la segunda mirada en el analista es la tendencia a la eternización del tratamiento, y
el despertar en el analizando de una intensa angustia frente a la mera idea, largada por el
analista a título de globo de ensayo, de que "el análisis tiene una terminación".
Las situaciones subyacentes son de muy diversa índole, pero todas tienen en común la
existencia de un "baluarte", en el sentido estricto. Puede ser, por ejemplo, un
Proceso y no proceso en el trabajo analítico Madeleine Baranger, Willy Baranger y Jorge Mom 129
"campo perverso" encubierto [que hemos descrito alguna vez) donde la actividad propiamente
analítica sirve de pantalla a una satisfacción perversa del analizando (voyeurista, masoquista,
homosexual, etc.).También puede ser un pacto antimuerte, sustentado en la fantasía del
analizando de que, "mientras estoy en análisis, no me muero" y en la fantasía correspondiente
del analista, "si lo interrumpo, se muere".
Lo mismo que el no-proceso puede encubrirse con la apariencia del proceso, el
proceso puede realizarse en forma subrepticia. Tales procesos subrepticios se observan a
veces con analizandos que tienen fuertes obstáculos internos a su propio progreso, o que
quieren ejercer una vieja venganza contra sus objetos primarios, o que temen, manifestando
su mejoría, atraer sobre sí la ira de los Dioses o algún contragolpe del Destino.
El proceso se realiza por resolución sucesiva de los obstáculos que se oponen a su
movimiento: son éstos conocidos, pero no todos corresponden a los mismos mecanismos.
Estos obstáculos se pueden entender como resistencias si adoptamos la definición de la
resistencia que formula Freud en La interpretación de los sueños: "Todo lo que perturba la
continuación del trabajo es una resistencia".
Dentro de las resistencias, conocemos muy bien las que clásicamente expresan las
defensas del Yo o las alteraciones del Yo. Cualquier analista medianamente experimentado
sabe categorizarlas y posee los recursos técnicos para enfrentarlas. Constituyen el material de
nuestra comprensión e interpretación, son un elemento intrínseco del proceso, parte dialéctica
del mismo. Su resolución es nuestro trabajo cotidiano.
Más graves son las resistencias que, más allá de un obstáculo — previsible y conocido
— ponen en peligro serio el trabajo analítico, comprometen el proceso y pueden llegar a
interrumpirlo, a desvirtuarlo y finalmente pueden desembocar en un resultado completamente
opuesto al buscado. Por supuesto, están en la misma escala que las resistencias "clásicas"; se
escalonan, diríamos, a partir de las resistencias clásicas, por orden de la gravedad, hasta llegar
a un polo extremo entre estos fenómenos: lo llamado comúnmente "resistencia incoercible",
la "impasse", y finalmente la reacción terapéutica negativa. Muchos textos analíticos emplean
estos términos como equiparables o superponibles. Pensamos sin embargo que un uso más
preciso de la terminología sería útil en vista de las implicaciones técnicas.
La diferencia esencial de estos procesos con las resistencias clásicas reside en su
intensidad y durabilidad. No son elementos del proceso que aparecen y se resuelven dando
lugar a otros movimientos; son obstáculos mucho más estables, duraderos, a los que se agrega
en forma manifiesta la incapacidad relativa o total del analista para dar cuenta de ellos y
resolverlos. El analista está mucho más involucrado, y la gravedad del fenómeno está dada
precisamente por este hecho que el analista se vuelve impotente para manejarlo. Pensamos
que lo que hemos llamado "baluarte" subyace a todos estos fenómenos: no se pueden entender
sino en términos de campo.
Se habla comúnmente del par resistencia-contrarresistencia. Este par es lo que lleva al
baluarte: una colusión entre resistencias del paciente y resistencias del analista, que
entendemos como una formación cristalizada dentro del campo que estanca la dinámica de
éste. Analista y analizando dan vueltas alrededor de un obstáculo sin poder integrarlo al
proceso.
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