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ABRAHAM Nació como Abram en Ur, ciudad de Caldea. Al parecer vivió entre los años 2000
y 1500 a.C.
Hijo de Tare, descendiente de Sem. Se casó con su hermana por parte de padre Saray.
Abandonó Ur con su mujer y se dirigieron a Harán junto a su sobrino Lot.
Tras recibir la promesa de que Dios haría de él una “nación grande” se trasladó a la región
de Canaán, donde vivió como nómada. El hambre le hizo dirigirse a Egipto, aunque fue
expulsado por presentar a Saray, su mujer, como su hermana.
Después de regresar a Canaán, se apartó de Lot a causa de las disputas surgidas entre ellos y
sus pastores; Lot permaneció cerca de Sodoma y él continuó como nómada.
Posteriormente rescató a Lot, que era cautivo del rey Cordorlahomor de Elam y fue
bendecido por el sacerdote Melquisedec, rey de Salem.
Tuvo a su primer hijo, Ismael (que nació cuando Abraham tenía 86 años) de Agar, una esclava
egipcia. Los musulmanes árabes consideran a éste como su progenitor. Isaac, nacido de Sara
cuando Abraham tenía 100 años, fue el primero de sus descendientes legítimos.
Dios le exigió que sacrificara a Isaac como prueba de fe, aunque por su obediencia, permitió
evitar el sacrificio y le recompensó con una renovación de su promesa. La tradición islámica
cita a Ismael, no a Isaac, en el sacrificio.
Tras morir Sara, se casó con Queturá y tuvo seis hijos más.
Murió según la Biblia a los 175 años siendo enterrado junto a Sara en la gruta de Macpelá, en
lo que hoy se conoce como Hebrón. Según el libro del Génesis (11,27; 25,10), está
considerado padre de los hebreos. Para los musulmanes, Abraham, a quien llaman Ibrahím, es
antepasado de los árabes, por ser progenitor de Ismael, del que se consideran descendientes.
Isaac. Patriarca bíblico, hijo de Abraham y de Sara. Nació hacia el año 1896 a.n.e.
Hijo de Abraham y Sara nacido en Beerseba (Gn. 21:14, 31) cuando su padre tenía cien años y
su madre algo más de noventa (Gn. 17:17; 21:5). Era el hijo de la promesa que Dios le había dado
a Abraham. Después del nacimiento del niño, Sara reconoció gozosa que Dios le había dado
motivos para reír, pero con risa de alegría (Gn. 21:6). Como recuerdo de estos acontecimientos,
Abraham lo llamó Isaac, «él ríe» (Gn. 21:3). Fue circuncidado al octavo día (Gn. 21:4). Isaac, el
hijo de la promesa y heredero legítimo, gozaba de mayores privilegios que Ismael, hijo de
Abraham y de la esclava (Gn. 17:19-21; 21:12; 25:5, 6).
Dios puso a prueba a Abraham con su hijo, ordenándole que lo ofreciera en sacrificio (Gn. 22:6).
Isaac no se resistió, por respeto a su padre y a Dios. El ángel del Señor intervino, impidiendo el
sacrificio en el momento en que iba a ser llevado a cabo, y Abraham halló allí un carnero, que
ofreció en lugar del joven.
Isaac habitaba en el Neguev (Gn. 24:62). Sufrió profundamente la muerte de su madre (Gn. 24:63,
67). Se casó a los cuarenta años, pero no fue hasta los sesenta que tuvo hijos de su mujer Rebeca
(Gn. 25:20, 26). Tenía una debilidad hacia Esaú, sabiendo que Jacob había sido elegido por Dios
para heredar la bendición (Gn. 25:21-26), y ésta le acarreó una gran tristeza: verse privado durante
muchos años de la presencia de su hijo Jacob, y conocer el odio tomado por Esaú hacia su
hermano.
Por orden de Dios, Isaac no descendió a Egipto en una época de hambre (Gn. 26:1). Tuvo
conflictos con los filisteos, que moraban en Gerar (Gn. 26:6-30) en su búsqueda de pozos para
sus ganados. Después del retorno de Jacob, ya reconciliado con Esaú, pudo ver a su hijo y su
descendencia, cuando habitaba en Arba; Hebrón. Isaac, el hijo de la promesa (Gá. 4:22, 23)
manifestó su fe durante su vida de nómada, morando en su tienda, y bendiciendo a Jacob y a Esaú
«respecto a cosas venideras» (He. 11:9, 20). Murió a los ciento ochenta años de edad, siendo
sepultado por sus hijos (Gn. 35:27-29).
Jacob nació en el año 2000 a.C, en la tierra de Canaán. Era descendiente de Abraham e
Isaac. Su madre fue Rebeca.
Jacob tenía un mellizo que se llamó Esaú, pero su madre tuvo varias complicaciones en el
embarazo debido a que ambos peleaban mucho cuando estaban en su vientre. Por tal motivo,
consultó a Dios sobre este problema y él le indicó que tenía dos pueblos viviendo en ella.
NOTA: Más tarde, los mellizos producirían la división de los pueblos, hecho del que se pudo
percatar su madre durante los meses de gestación. Dios supuestamente le habría dicho que
la población que instalaría el más grande serviría al del menor.
La madre de los mellizos siempre tuvo preferencia por Jacob, debido a que era más apacible
y hogareño que su otro hijo.
El castigo de Dios
Jacob amó profundamente a Raquel y despreció a Lea, hecho por el que Dios lo castigó al
mandarle muchos hijos de la última. Estos fueron: Rubén, Simeón, Levi y Judá. Raquel estaba
celosa de su hermana porque ella no podía procrear hijos, por lo que hizo que Jacob se
acostara con su criada, Bilha, para tener un retoño a través de ella.
NOTA; Bilha dio luz a Adán y Neftalí. Esto le produjo muchos celos a Lea, quien le solicitó
a Jacob que tuviera relaciones con su criada, Zilpa, quien tuvo a Gad y Aser. Después de
eso, Lea volvió a ser fértil y tuvo a Isacar, Zabulón y Dina. Al final, Dios se acordó de Raquel
y le concedió tener dos hijos más que fueron: José y Benjamín.
EL PATRIARCA JOSE
José (s. XVIII a. C.).
Patriarca hebreo, hijo de Jacob y de Raquel, nacido en Kharrán. Su juventud la pasó en Mamré,
cerca de Hebrón, donde se dedicó a la agricultura y a la ganadería en compañía de su padre y
hermanos. Preferido de su padre, sus numerosos hermanos a causa de la envidia lo vendieron a
unos mercaderes madianitas, que lo llevaron a Egipto. Allí fue vendido como esclavo a un
importante funcionario, de nombre Putifar quien, convencido de las buenas cualidades de José,
llegó incluso a confiarle la administración de su casa.
Encarcelado a causa de la mujer de su dueño, llegaría a explicar en la prisión los sueños al faraón
(se ignora su nombre) indicándole que los mismos anunciaban la llegada de siete años de
abundancia y otros siete de escasez y hambre. Nombrado funcionario con el nombre de Safenat-
Paneaj, tomó por esposa a la egipcia Nesenet, hija de un importante sacerdote, la cual le dio por
hijos a Manasés y Efraím. José, llegada la época de escasez, favoreció a sus hermanos, a quienes
reconoció sin ser reconocido cuando éstos fueron a Egipto a buscar trigo. Tras el episodio de
Simón y de Benjamín, a quienes retuvo como rehenes, se dio a conocer.
Llevado Jacob y su familia a Egipto, el faraón le hizo entrega de los pastos y tierra de Gosén.
José murió en Egipto a los 110 años de edad; sin embargo, su sepultura se situó en Siquem.
Aunque algunos autores han negado la historicidad de los hechos y vida de José -que se enmarcan
dentro de relatos justificativos de la providencia divina- el contexto de lo narrado y la estancia de
los israelitas en tierras egipcias responden a la realidad histórica.
Prof. Lesvia Sandoval
Alumno: Aarón Moisés Téllez Urbina
Materia: Pentateuco
07 de agosto 2021
Éxodo significa “salida” y tiene un doble sentido: el pueblo de Israel sale de Egipto y de la
esclavitud a la que estaba sometido. Esta historia fue narrada de padres a hijos mediante
tradiciones orales y celebraciones rituales antes de ser escrita. La investigación histórica actual
nos ayuda a comprender los hechos relatados en el libro de Éxodo:
Los israelitas esclavizados en Egipto claman a Dios por su ayuda. El faraón, asustado por varias
plagas que azotaron a Egipto, deja salir a los israelitas, pero después se arrepiente y los persigue
para que regresen. Dios los protege y el ejército egipcio es destruido en el mar Rojo.
El éxodo es la huida de los israelitas dirigidos por Moisés. Lo más probable es que la salida
fuere en varias etapas y que no todas las tribus de Israel hayan estado en Egipto.
Dios establece en el monte Sinaí una alianza con las tribus de Israel, quienes se comprometen a
serle fieles, cumplir su Ley y ofrecerle culto. Esta alianza los une, y empiezan a identificarse
como pueblo elegido de Dios.
Durante su caminar en el desierto, Dios pasas de ser el Dios de cada patriarca a ser el interlocutor
de un pueblo en busca de libertad.
Después de llegar a Jericó, al sur de la tierra prometida, se les unieron otras tribus que los habían
precedido pacíficamente y que no fueron esclavas.
Los relatos del Éxodo manifiestan las creencias y leyes que sostienen la fe del pueblo judío y que
son fundamento importante de la fe cristiana. Creemos en un Dios liberador, que establece una
alianza de amor con nosotros, que nos une a él y a nuestros semejantes. Sólo al conocer esta
historia podemos comprender la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
El Levítico recibe su nombre de la tribu de Leví, que ejercía las funciones sacerdotales en Israel.
Contiene una colección de leyes conocidas como la “Torah” o “ley de los sacerdotes”. Fue escrito
por la tradición sacerdotal y señala a Moisés como autor de las leyes, según la costumbre de
asignar un escrito a un personaje importante para darle autoridad y validez.
Su redacción llevó siglos. Se terminó al regreso del exilio en Babilonia, cuando ya había
desaparecido la monarquía y estaba naciendo el judaísmo. Presenta leyes y normas referentes a
ritos y sacrificios con los que el pueblo celebraba, fortalecía y nutría su fe.
Los ritos son acciones significativas que se repiten bajo la misma forma en una ceremonia. Este
libro determinó todos los elementos rituales en las ceremonias de Israel, las cuales eran
enriquecidas con los salmos y la espiritualidad de los profetas.
Los sacrificios son ofrendas de algo personal a Dios. La palabra sacrificio significa “consagrar
algo a Dios”. Al presentar el don a Dios, la persona trata de unirse y entregarse a sí misma para
entrar en comunión con él.
El Levítico enfatiza que el pueblo de Israel fue elegido para “ser santo” (Lv11, 44) y trata de
fortalecer su identidad en torno a la ley, los profetas y el templo.
Para lograrlo motiva a:
Intensificar y purificar las prácticas del culto que habían sido olvidadas o deformadas a través
del tiempo.
Convertirse en un pueblo santo, mediante la integración de su piedad ritual con una conducta
moral de fidelidad a Dios.
Relacionar las normas y ritos con la alianza del Sinaí, ya que le fueron dadas por Dios, a través
de Moisés. Jesús y sus apóstoles vivieron los rituales y costumbres descritos en este libro. Pero
muchas de sus leyes rituales fueron superadas definitivamente por el mensaje de Jesús.
Este libro se llama Números porque empieza con un censo de las tribus en el Sinaí. Enfatiza el
proceso continuo de pecado-castigo-conversión-gracia que vivía el pueblo de Dios.
Fue escrito por los exiliados en Babilonia, para fortalecer su fe al recordar su peregrinar a la tierra
prometida, un caminar que semeja una procesión litúrgica, con el arca y las tablas de la alianza
al frente, y el armar una y otra vez la tienda del encuentro, donde la colocaban y daban culto a
Dios.
Este libro recuerda las maravillas que Dios ha hecho con su pueblo y lo motiva a amarlo con todo
el corazón. Refleja una lucha apasionada por la unidad: una ley, un santuario, una tierra, un pueblo
y un Dios. Sus enseñanzas se le adjudican a Moisés con el fin de darle autoridad y su estilo parece
el testamento espiritual de Moisés relatado en cuatro discursos.
Deuteronomio significa “segunda ley” en griego, pero en realidad se trata de una nueva
presentación de la misma Ley de la alianza. Siglos después de que el pueblo de Israel se instaló
en la tierra prometida, se instauró la monarquía, que más tarde se dividió en dos reinos.
Cuando el reino del Norte fue vencido por Asiria, los levitas escondieron estos escritos sobre la
Ley, en Jerusalén; años después, al encontrarlos, los llamaron “segunda ley”.
El Deuteronomio adapta la Ley a la nueva situación que vive el pueblo, presentándola a
sacerdotes, reyes y profetas. Los cuatro discursos de Moisés en el Deuteronomio tratan los
siguientes temas:
El monoteísmo: un solo Dios escoge a un solo pueblo por propia iniciativa.
Dios es santo, bueno, justo, providente y no hay otro ante él.
El Señor libera y guía al pueblo elegido para darle la tierra prometida.
Israel debe a Dios un amor total y exclusivo, lo que implica el predominio del amor sobre las
otras leyes y una separación de las naciones extranjeras.
La comunión con Dios exige pureza y fidelidad en el cumplimento de la Ley.
La fe de Israel debe ser única y mantener la unidad del culto en un solo santuario.