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Notas a La Regenta
y otros textos clarinianos
Edición de José Luis García Martín
JÓNES NOBEL
NE ME ON TL
1998) fue catedrático de Gramática Histórica
de la Lengua Española en la Universidad de
Oviedo, y miembro de número de la Real Aca-
demia Española desde 1973. Cofundador y di-
rector de la revista Archivum, fue miembro de
número del Real Instituto de Estudios Asturia-
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sitante en las de Wisconsin y Texas.
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europea, y muy especialmente con las grandes
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tzkoy, Jakobson, Hjelmslev y Martinet. A raíz de
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(1950), Esbozo de una fonología diacrónica del
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sía de Blas de Otero (1955), Estudios de Gramá-
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la lengua española (1994), Ángel González,
poeta (1996), Blas de Otero (1997), estos dos
últimos publicados por Ediciones Nobel.
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Emilio Alarcos
NOTAS A LA REGENTA
Y OTROS TEXTOS CLARINIANOS
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EDICIONES NOBEL
Reposición del Monumento a Clarín, en el Campo San Francisco (Oviedo), el 25 de abril de 1968.
De izquierda a derecha, Manuel Cueto Guisasola, Ángel Cabrero, Teodoro López-Cuesta, Emilio
Alarcos, Luis María Fernández Canteli, Manuel Álvarez-Buylla, Carlos Rodríguez y Julio Ruymal.
Emilio Alarcos
NOTAS A LA REGENTA
Y OTROS TEXTOS CLARINIANOS
EDICIONES NOBEL
O Ediciones Nobel, S.A.
Ventura Rodríguez, 4, 1?
33004 OVIEDO
ISBN: 84-8459-076-3
Hecho en España
ÍNDICE
PALABRAS PREVIAS
Josefina Martínez ...........- AA EA OOOO OOO OÍR
INTRODUCCIÓN
....... 11
José Luis García Martín O OR ORO CO NECROSIS
21
NOTAS REMOZADAS SOBRE LA REGENTA ......ooooooocccorrorrrss
cttss 53
DeL capíTuLO XXX DE LA REGENTA ..ocoooocoooccccrrte
o... ..: 69
CLARÍN Y UA LENGUA a ao 0 Aoc a AO O A
85
VIDA Y OBRA DE LEOPOLDO ALAS O AA IO O O
O
ARCHIVO SA
A
“Clarín” y el Bovarysmo,
por Santiago Melón Ruiz de Gordejuela .............. 69
Los versos de Leopoldo Alas,
por José María Martínez Cachero ................... 89
“Clarín” y Unamuno,
PORMECRCA BIANCO» a 113
Notas a "La Regenta”,
poriE Alarcolor o rr 141
Aspectos de “Clarín”,
por Ricardo Cul ear
daa ca ERAN 161
Exaltación de lo vital en “La Regenta”,
por Mariano Baquero GOyanes .....oooooocioconsss 189
Presencia de “Clarín”,
parella mo de Toe 221
PALABRAS PREVIAS
Josefina Martínez
Decía Emilio Alarcos hace algunos años en una de sus intervenciones anto-
lógicas: “La tierra de Asturias es ámbito propicio a entusiastas empresas. Pe-
ro también es tierra en que las jubilosas alharacas iniciales se apagan insen-
siblemente con mayor o menor rapidez, bien por las reacciones adversas del
incrédulo entorno, bien por el puro cansancio paulatino de sus promotores.
Esperemos que no suceda así con este proyecto. Los deseos ilusionados de
sus creadores pretenden no verse sumergidos en las habituales aguas muer-
tas de la abulia, de la envidia, de la inercia, del desencanto. Para ello hay que
aunar el esfuerzo disperso de tantas personas y conducirlo prudentemente al
fin que se propugna: el desarrollo cultural de las gentes hispánicas. Porque si
el proyecto es asturiano (y con ello se entiende que sus raíces económicas
estén en esta tierra) la razón de sus frutos no ha de limitarse al terreno de
Asturias, sino, huyendo del localismo angosto. de campanario, deberá alcan-
zar a todas las áreas hispánicas”. ¡
Tales palabras admonitorias del maestro, oportunas y ajustadas a la oca-
lo
sión presente, nos han servido de impulso y acicate, de aliento y estímu
tiempo de
para que Notas a La Regenta y otros escritos clarinianos llegue a
y
inaugurar la Cátedra Emilio Alarcos, creada por el Ayuntamiento de Oviedo
acogida por nuestra Universidad.
de la
Este volumen constituye, pues, el inicio ilusionado de la andadura
de dar fru-
Cátedra, un proyecto esperanzado que en un futuro próximo ha
tos sazonados y duraderos.
ó del em-
La idea de este libro, singular por su estructura y sentido, parti
ro monográfico
peño de reunir los estudios clarinianos de Alarcos y el núme
modo de pre-
de Archivum del año 1952, memorable por muchas razones, a
de Leopoldo Alas.
sencia in absentia de Alarcos en el centenario de la muerte
n. Aparte
El perfil de ambos humanistas tiene muchos puntos en comú
n catedráticos de
de afinidades de carácter y actitud de vida, los dos fuero
límites de acción, no
una Universidad de provincias que, pese a sus escasos
universal.Y aunque
fue impedimento para que su obra alcanzase proyección
curiosa sintonía mar-
no les tocó vivir el mismo tiempo, hay entre ellos una
(9)
cada por el imprevisible y arbitrario azar. En el año 1951, cuando se cumple
medio siglo de la muerte de Clarín, Alarcos se estrena como catedrático en
Oviedo y funda la revista Archivum. Un año después, en 1952, se celebra el
centenario del nacimiento del escritor. Aquel bisoño catedrático de Gramá-
tica Histórica callada y tozudamente organiza un homenaje al autor de La
Regenta, dedicándole el tomo Il de Archivum, en el que colaboran los más
conspicuos clarinistas del momento. Desde entonces, la presencia de Alarcos
en los eventos clarinianos es puntual y constante. En este año 2001, el cen-
tenario de la muerte de Leopoldo Alas coincide con los primeros pasos de la
Cátedra Emilio Alarcos y cierra el ciclo este libro, que recoge medio siglo de
homenaje continuado, y que facilita a los estudiosos de Clarín el reencuen-
tro con la voz autorizada de Emilio Alarcos.
Y quede para el final el capítulo de agradecimientos.A la Universidad de
Oviedo, por su graciosa disponibilidad al facilitarnos la reproducción del tan
preciado número de Archivum. Al Ayuntamiento de la ciudad, por su genero-
so mecenazgo, que responde así al requerimiento de Juan Ruiz: “Señores, dad
al escolar que vos viene demandar”. A José Luis García Martín — inter bonos
nulli secundus— y Ediciones Nobel, editores de los últimos libros publicados
en vida por Emilio Alarcos, por el cuidado que han puesto en esta primera
entrega póstuma para que no desmerezca junto a las anteriores.
(10)
INTRODUCCIÓN
José Luis García Martín
La mayor parte de los escritos de Emilio Alarcos sobre Clarín están ligados a
dos centenarios: el de su nacimiento, en 1952, en tiempos todavía no dema-
siado propicios para el autor asturiano, y el de la publicación de La Regenta,
en 1984, cuando ya Leopoldo Alas se había convertido en uno de los grandes
clásicos de la literatura española.
Un infausto azar le ha impedido participar en este último centenario, el
de su muerte. Las continuas solicitaciones a que habría sido sometido en el
año 2001 le habrían permitido completar, medio siglo después, el admirable
estudio iniciado con sus “Notas a La Regenta”.A pesar de la inmensa, y no
poco repetitiva y amiga de andarse por las ramas anecdóticas en lugar de
centrarse en el texto, bibliografía clariniana, el profesor Alarcos habría sin du-
da sabido descubrir nuevas facetas o nos habría ayudado a repensar lo con-
sabido y a liberarnos de tópicos.
Pero la muerte, que todo lo puede, no ha podido, sin embargo, impedir
por completo su participación en estos magnos fastos clarinianos del siglo
XXI. El volumen que ahora prologamos, aunque hecho con materiales viejos,
es un libro nuevo: al juntar lo disperso cada pieza del puzzle adquiere otro
sentido. Sólo ahora será posible apreciar en su integridad las certeras calas
—no por parciales menos iluminadoras— de Emilio Alarcos en la obra de
Clarín.
De dos diferentes maneras quiso la Universidad de Oviedo, su universi-
dad, honrar en 1952 la figura de quien había sido en ella catedrático de De-
recho romano (1883) y de Derecho natural (1888): un número monográfico
de la revista Archivum, el correspondiente a enero-abril, y un ciclo de confe-
“rencias a celebrar entre el 15 de noviembre y el 15 de diciembre.
En ambas actividades, como organizador y como participante, fue deci-
siva la presencia de Emilio Alarcos, por entonces joven catedrático de la Fa-
cultad de Filosofía y Letras. El díptico anunciador del "programa de leccio-
nes”, a celebrar en el aula magna de la Universidad, llevaba un texto anóni-
mo que ilustra bien sobre las cautelas con que entonces había que andarse
(143
para evocar la figura de Clarín (cuyo hijo, otro Leopoldo Alas, rector de la
Universidad, había sido fusilado pocos años antes): "Por mucho que se di-
sienta ideológicamente de Clarín —y nosotros sostenemos en algunos pun-
tos fundamentales una actitud diametralmente opuesta a la suya—, por
muchas discrepancias de orden político y religioso que nos separen de él,
siempre nos quedará una serie de factores positivos que constituyen a Cla-
rín en auténtico valor de nuestras letras.A poner de relieve esos factores y, si
hace al caso, a precisar también los aspectos negativos, viene este ciclo de
conferencias organizado por nuestro primer Centro docente. La voz autoriza-
da de unos cuantos profesores universitarios, especializados todos ellos en
diferentes ramas de las letras, tratará de situar al crítico de los Paliques, al
narrador de Adiós, cordera, al novelista de Doña Berta, en el lugar exacto que
le corresponde, dentro de la literatura y del pensamiento español de últimos
del XIX. / Ya este ciclo de conferencias se puede decir que quedó virtualmen-
te abierto con la que en mayo último pronunció el Magnífico y Excmo. Sr.
Rector, D. Torcuato Fernández-Miranda, en el Paraninfo de esta Universidad.
Entonces el tema Clarín fue abordado con una valentía, una claridad y una
amplitud de criterio verdaderamente ejemplares. Entonces también, se
anunció la organización de estas lecciones, de las que no puede ni debe salir
otra cosa que un conocimiento más objetivo y desapasionado del tan discu-
tible como discutido autor de La Regenta”.
La conferencia pronunciada entonces por Emilio Alarcos, “Clarín y el len-
guaje”, la repetiría, con el título de “Clarín y la lengua” en la Cátedra Jovella-
nos de Gijón el 31 de octubre del 77, y no se publicaría hasta 1980, en uno
de los tomos misceláneos de Cajón de sastre asturiano. En la reseña de esa
conferencia, publicada el 25 de noviembre de 1952, un anónimo periodista
de La Nueva España deja entrever un tanto confusamente la ironía con que
Alarcos se enfrentaba a ciertos menesteres académicos que otros procura-
ban rodear de pedantería y pompa: "Comenzó el señor Alarcos por plantear-
se una premisa: si es pertinente este ciclo de conferencias sobre Alas y si es
justo el homenaje. Grave cuestión que al conferenciante llega a plantearle
un problema de conciencia. Él no quiere referirse a los méritos que puedan
concurrir en Clarín, ni tampoco quiere ahondar en lo que otros piensen, di-
gan o hayan dicho a este respecto, porque Clarín es para unos disolvente,
(12)
mientras que otros quizá encontrasen en él fundamentos para un proceso de
beatificación, y otros le llamarían reaccionario. El señor Alarcos nos hace una
aclaración sobre su propia manera de ser, influido por el ambiente geográfi-
co de su cuna y, como castellano que es, sigue su ruta fundamental: es filó-
logo, y todo lo que no sea Filología le es ajeno. Su preocupación es lo que
pensaría el propio Clarín de este homenaje que intenta tributársele, y quizá
terminaría por decir que, en último caso, le fuese devuelta La Regenta, y en
paz”.
En la conferencia titulada “Clarín y la lengua” alude Emilio Alarcos a un
o de
debate sobre el origen del lenguaje celebrado el año 1880 en el Atene
mo
Madrid. La intervención final, de Echegaray, se reseña en un artículo anóni
Clarín.
de la Revista de Asturias que Alarcos insinúa pueda deberse al mismo
ce al texto de la con-
Dada la rareza de este texto, lo incluimos como apéndi
ferencia.
publica-
La intención de Alarcos en sus pioneras “Notas a La Regenta”,
estructura del
das en el monográfico de Archivum, consistía en “examinar la
ón constante y
organismo que es La Regenta, no perdiendo de vista la relaci
representado y el
absoluta entre el complejo espacio-temporal humano
1984, nos ofrece-
conjunto lingúístico que lo representa”. Años después, en
Tales notas "re-
ría una nueva versión, corregida y disminuida, de ese texto.
ancia, que el aná-
mozadas” son las que inician este volumen: "Creo, sin petul
aún su validez”.
lisis que allí diseñé y las conclusiones a que llegué conservan
Replica Alarcos a
Y la siguen conservando transcurridas casi dos décadas.
na de la novela”.
quienes le reprochan limitarse a analizar “la estructura exter
o (y buen conocedor,
Aunque discípulo de Amado Alonso y de Dámaso Alons
la de lingúista, y como
por ello, de la estilística), su formación era, ante todo,
y de la Escuela de Pra-
tal se sentía muy ligado al formalismo de Hjelmslev
artístico fabricado con una
ga. Para Alarcos, “toda obra literaria es un objeto
el punto de vista lingúuís-
“materia que es la lengua”, de donde se deduce que
esencia”. Pero el “formalis-
tico resulta “el más adecuado para acceder a su
iar lo “externo”, la forma de
mo”, tal como él lo entiende, no se limita a estud
corresponde con una inter-
la expresión: "No hay estructura externa si no se
no es sólo un sonsonete
na: expresión y contenido son solidarios, y la forma
también el bloque de sig-
superficial y perceptible (al oído o a la vista), sino
(13)
nificados que con aquel se manifiesta; la forma abarca expresión y conteni-
do, y estos son indisociables”.
La prensa nos ha dejado constancia de un acto celebrado en el Paranin-
fo de la Universidad de Oviedo, el 16 de mayo de 1963, en torno a La Re-
genta. El pretexto fue una nueva edición de la novela preparada por Martínez
Cachero. Intervinieron Emilio Alarcos, Gustavo Bueno, Santiago Melón Fer-
nández, Martínez Cachero, Gamallo Fierros y Manuel Avello, que enfocaron la
obra de Clarín desde distintos y complementarios puntos de vista. Conclu-
yeron preguntándose hasta cuándo esa novela, para muchos críticos la me-
jor del siglo XIX, “continuará siendo un libro prohibido, maldito o soporífero”.
Los otros dos estudios de Emilio Alarcos sobre La Regenta que se repro-
ducen en este volumen son una continuación de las madrugadoras “notas”
de 1952:"Hace muchos años —señala al comienzo de su intervención en el
congreso con que, en 1984, la Universidad de Barcelona conmemoró el cen-
tenario de la novela— hicimos un análisis de La Regenta destinado a poner
de relieve cómo las estructuras textuales de la novela se correspondían con
la organización y jerarquización de sus contenidos. Proseguimos entonces el
desmenuzamiento de cada una de sus secciones y de sus capítulos; pero, ab-
sorbidos por otros menesteres más urgentes, todo aquello quedó en borra-
dor casi telegráfico. La efemérides propia del centenario regentino nos indu-
ce a exhumar y desarrollar un fragmento de aquellos viejos apuntes. Se tra-
ta de un pasaje del capítulo XXIX de La Regenta”. Su participación en el
congreso internacional celebrado en Oviedo el mismo año comentará, en la
misma línea de la intervención anterior, el capítulo último de la novela.
Una síntesis de la vida y obra de Leopoldo Alas cierra esta recopilación
de estudios clarinianos. Está tomada de "Introducción a la literatura en Astu-
rias”, Asturias, Madrid, Fundación Juan March, 1978, pp. 91-116, y reproduci-
da luego en Cajón de sastre asturiano. Su carácter divulgativo no le resta in-
terés. Algunas supresiones de párrafos sobre La Regenta ya reiteradas en
otros lugares de este volumen se indican mediante corchetes.
No se reproduce la breve nota bibliográfica —publicada en Boletín del
Instituto de Estudios Asturianos, n* XXI, abril 1954, pp. 137-138— que Emi-
lio Alarcos dedicó a los Cuentos de Clarín, en edición de Martínez Cachero
(Gráficas Summa, 1953). No la incluimos dado que, tras unas breves consi-
(14)
deraciones sobre las especiales circunstancias del primer centerario clarinia-
no (en la línea de las que prodigaría después), se limita a describir el volu-
men: “El año 1952 se conmemoró el centenario del nacimiento de Clarín.
(íbamos a decir 'se celebró”, pero parece anejo a esta expresión el sentido de
regocijo, y como éste no fue mucho, o a lo más entreverado, hemos preferi-
do 'conmemoró”, que alude sólo a la memoria, al recuerdo bueno o malo.)
[...] Con alguna demora —last but not least'— sale a la luz pública este li-
bro, concebido para festejar el centenario. La faja de la cubierta, en invitación
al libre examen, reza: 'Lea este libro y opine por su cuenta”. Invitación al lec-
tor, posible oyente también de tanta docta disertación de eruditos, sociólo-
gos, moralistas y estetas sobre Clarín y su obra —más sobre aquel que sobre
ésta—, los cuales, como es nuestra norma, trataron de esquematizar al es-
critor en estandarte muerto de modos de vida de nuestro tiempo (y no del
suyo)”.
Completa este volumen de estudios clarinianos la reedición facsímil del
número de Archivum que saca definitivamente a Clarín del purgatorio críti-
co en que ingresó tras su muerte (o incluso un poco antes). Eduardo Gómez
de Baquero, que popularizó el seudónimo de Andrenio, y que vino a sustituir
en la crítica a Clarín, anticipó la fecha de su revalorización: “Clarín murió ha-
ce veintidós años. Ya se le ha empezado a olvidar. Una casa editorial empezó
a publicar sus obras completas, ¿qué ha sido de ellas? Hay para el escritor
una segunda muerte, de la que resucitan los elegidos para la inmortalidad,
palabra pomposa, pero breve, que ahorra muchas explicaciones. Esperemos
en la resurrección de Clarín”. Rebatiendo luego a Sainte Beuve (*la posteri-
dad son cincuenta años”), añade: “Al contrario, se podría sostener que la pos-
teridad empieza después de los cincuenta años de la muerte, a veces mucho
la
después. La actualidad, que es para el efecto psicológico lo contrario de
su-
posteridad, visión a distancia, de espectador, de historia, no de testigo del
“eso, dura mucho menos de cincuenta años” (La Vanguardia, 25-V-1923).
No es la primera vez que se reproduce el fundamental número de Archi-
ejem-
vum dedicado a Clarín. En 1985 se hizo una edición facsímil de 500
año en
plares que llevaba un breve prólogo de Martínez Cachero: "1952, el
lue-
que se cumplían cien del nacimiento de Leopoldo Alas, Clarín, fue desde
podía
go una efemérides difícil —en Oviedo al menos—, acaso porque no
(15)
ser de otro modo. Sabido es cómo estaban de recientes dolorosos hechos y,
por otra parte, nuestro escritor aún no había salido, tras su muerte, del casi
obligado purgatorio crítico; basta repasar la bibliografía entonces existente
para darse cuenta cabal de ello [...]. Emilio Alarcos Llorach, catedrático re-
cientemente incorporado a la Facultad de Filosofía y Letras, y quien esto es-
cribe, profesor de la misma, decidimos, un poco mucho contra viento y ma-
rea, que Archivum, la revista de la que entonces éramos secretarios, dedica-
se a Clarín —su persona y su obra— digna atención, y para conseguirlo
convocamos como posibles colaboradores de la empresa a una serie de di-
versos especialistas que no en todos los casos pudieron atender nuestra lla-
mada”.
Entre los que sí atendieron esa llamada, se encontraban dos ilustres exi-
liados —Pérez de Ayala y Guillermo de Torre—, que abren y cierran el nú-
mero. Pérez de Ayala envía el prólogo a la edición argentina de Doña Berta,
Cuervo, Superchería (Buenos Aires, Emecé, 1943). Es un texto más biográfi-
co que crítico, un excelente retrato del Clarín profesor, una espléndida evo-
cación del Oviedo universitario de finales del XIX. Clarín era catedrático y
era escritor, pero lo primero, en opinión de Pérez de Ayala, predominaba so-
bre lo segundo. No pensaban así la mayoría de los coetáneos de Clarín, ni
quizá el propio Clarín. En la que es acaso la más temprana semblanza a él
dedicada (recuperada recientemente por Adolfo Sotelo Vázquez en Cuader-
nos Hispanoamericanos, 613-614, julio-agosto de 2001), escribe el perio-
dista y poeta Vicente Colorado: "Clarín es un excelente periodista y un críti-
co cual ninguno, y, sin embargo, él, desconociéndose acaso, tiene esto en
poco y cree que su vocación es la del profesorado, en el que ingresará en las
primeras oposiciones que haga... si el Ministro lo permite” (Revista Ilustrada,
6-VII!-1881).
Guillermo de Torre le pone importantes reparos al Clarín crítico. "¿Fue
Clarín realmente, esencialmente, un crítico literario?”, se pregunta. Su res-
puesta es la misma que Azorín se daba en 1917: Clarín fue, ante todo, “un fi-
lósofo y un moralista”, no un *crítico literario que entra dentro de la obra,
que nos dice cómo está construida, que la descompone en sus menudas pie-
zas —al igual que un relojero con un reloj— y luego la vuelve limpiamente
a montar”.
(16)
Del Clarín crítico se ocupa también Melchor Fernández Almagro, e igual-
mente trata con algunas reticencias su labor, especialmente en el aspecto
satírico, que fue el que más fama le dio en su tiempo. El primer centenario
del nacimiento de Clarín culmina un cambio en la valoración de su obra, que
se había iniciado algunos años antes: el narrador oscurece al crítico, al con-
trario de lo que había ocurrido hasta entonces. Las “Notas a La Regenta”, de
Alarcos, en la línea formalista que Azorín echaba en falta, contribuyeron no
poco a ese cambio de perspectiva. Se complementan con el excelente estu-
dio dedicado a la novela por Mariano Baquero Goyanes. Francisco García Pa-
vón subraya —con algunos ejemplos que podrían multiplicarse— cómo el
crítico y el narrador no están radicalmente separados en Clarín: si en sus crí-
ticas utiliza abundantes elementos de ficción, en sus narraciones hay tam-
bién no escasos elementos de crítica literaria.
De las discutidas relaciones entre Clarín y Flaubert —por medio anda la
sonada acusación de plagio que le lanzó Bonafoux— se ocupa con perspica-
cia Santiago Melón.
Un superviviente del tiempo de Clarín, Narciso Alonso Cortés, repasa la
colección del Madrid Cómico, quizá la revista que más contribuyó a popu-
larizar al escritor, y evoca las emociones de los lectores de entonces: “¡Con
qué avidez leíamos los paliques de Clarín! ¡Cuánto aprendimos en ellos!
¡Cómo nos enseñaron a aquilatar los valores, a perfilar los rasgos, a distin-
al-
guir lo auténtico de lo engañoso! Á veces traslucíamos alguna injusticia,
mos
gún exceso de violencia en el ataque; pero aun en esos casos no dejába
que lo
de admirar el gracejo y la sutileza del crítico. Ocurría, sin embargo,
que nos
que más nos deleitaba era la intención y la sal de las palizas, sin
ión hu-
metiéramos a averiguar si eran justas O no. ¡Tal es la pícara condic
mana!”
especia-
De las relaciones con Unamuno se ocupa uno de los máximos
Clarín le diri-
listas en la obra del rector salmantino, Manuel García Blanco.A
escrito nunca,
gió Unamuno una de las más hermosas cartas que se hayan
ía hoy nos
una sintética autobiografía intelectual y emocional que todav
por la crítica que
conmueve. Lleva la fecha del 9-V-1900 y está motivada
Imparcial, al libro
Clarín había dedicado dos días antes, en Los Lunes de El
de ese texto,
Tres ensayos, de Unamuno. García Blanco reproduce la copia
(17)
con las erratas del periódico corrigidas, que Clarín le envió a Unamuno. La
larga carta —"va a ser una confesión, voy a desnudarme en ella”— fue pu-
blicada por Adolfo Alas en el Epistolario a Clarín (Escorial, 1943).
Joaquín de Entrambasaguas, profesor muy afecto al franquismo y muy
declarado enemigo de toda la tradición que viene de la Institución Libre de
Enseñanza (fueron famosos sus enfrentamientos con Menéndez Pidal y sus
discípulos), hace un ejercicio de imparcialidad —y quizá trata también de
poner un ejemplo— al subrayar la admiración mutua de Clarín y Menéndez
Pelayo, a pesar de sus diferencias ideológicas.
José María Martínez Cachero se ocupa de los versos publicados por Cla-
rín y reproduce un cuaderno inédito. Clarín escribió muchos poemas en su
juventud, y publicó algunos de ellos. Lo que tenía de poeta, y era mucho, se
vertió, sin embargo, mejor en la prosa.
Martínez Cachero dejaría constancia de todos los actos de aquel primer
centenario en un trabajo publicado primero en Archivum y luego reproduci-
do en Las palabras y los días de Leopoldo Alas (Oviedo, Instituto de Estudios
Asturianos, 1984). Gracias a ese trabajo podemos dar nombre a algunos de
los detractores clarinianos de 1952 aludidos por Emilio Alarcos. En un artícu-
lo editorial del diario ovetense Región, publicado el 26-IV-1952 y escrito se-
guramente por su director, Ricardo Vázquez Prada, leemos: “Se quiere cele-
brar a bombo yplatillo el aniversario de un escritor cuyas cualidades litera-
rias no vamos a discutir, pero sobre cuya posible posición doctrinal, en
cuanto a nuestra Fe se refiere, tenemos serios reparos que poner. Por mucho
que se sutilice en sus escritos —y prescindimos de la más venenosa de sus
obras, en el aspecto religioso y moral—, no se encontrarán más que vagos
indicios de una vaga religiosidad. Nosotros hacemos nuestras las palabras del
Romano Pontífice, y si deseamos paz a los muertos, también deseamos que
los vivos no sufran las consecuencias doctrinales, y, por lo tanto, también
morales de quienes pueden hacer daño, y lo hacen de hecho, después de
muertos” (p. 65). Por si fuera poco, al día siguiente vuelve el editorialista al
tema con “Ya estuvo bien”: "Queremos dejar constancia una vez más de
nuestra viva repulsa, en el terreno doctrinal, ante los ditirambos que suenan,
en esta provincia, en honor de un literato, cuya doctrina es la negación,
cuando no la burla, del Dogma y de la Moral católicos”.
(18)
No acaba aquí la animadversión de Región hacia el autor de La Regen-
ta. El 25 de abril, cuando se. cumplen los cien años de la fecha de su naci-
miento, los diarios ovetenses publican la convocatoria de un homenaje a
Clarín dispuesto por un grupo de admiradores (leyeron textos Alfonso Mu-
ñoz de Diego, Pedro Quirós, Marino Gómez-Santos, Francisco Sousa, Alfonso
Botas y Paulino Posada). “El anuncio-convocatoria —nos cuenta Martínez
Cachero— inserto en el diario Región ofrecía un curiosísimo aspecto tipo-
gráfico, machacados como estaban, implacablemente, el nombre del 'univer-
sal escritor ovetense' y el lugar del homenaje” (p. 59).
Idéntica damnatio memoriae, pero con un sentido irónico, utilizará, mu-
chos años después, Emilio Alarcos cuando en su libro Blas de Otero (Nobel,
Oviedo, 1997) reproduzca el artículo con que un catedrático de la Universi-
dad de Oviedo trató de contrarrestar su famoso discurso inaugural del curso
1955-56 sobre la poesía de Blas de Otero.
Martín Andreu Valdés en “Breve apunte para el centenario de Clarín”
(Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, n* 16, 1952, pp. 149-158), tras
calificar La Regenta como "verdadero oprobio de la ínclita ciudad que había
sido para Clarín su segunda y verdadera patria”, escribe: “Allí, el ridículo cla-
vado sobre los más sagrados caracteres; allí, los vicios humanos, que desgra-
ciadamente pueden anidar en todos los corazones, presentados, descritos y
detallados no para excitar la conmiseración o el dolor o buscar el remedio,
sino para chacota y befa que lleven a la anulación e inutilización completa y
absoluta de las más santas actividades; allí, la virtud presentada y compro-
bada como hipocresía; allí, la zafiedad y la necedad, nunca por completo in-
evitables, ofrecidas y ponderadas como sello de una determinada clase...
¿Para qué seguir?”
¿Para qué seguir?, podemos preguntarnos también nosotros. Con lo co-
o
piado basta y sobra para darse cuenta del ambiente adverso con que Ovied
—tan orgullosa hoy de ser la Vetusta clariniana— celebró el primer cente-
nario de Leopoldo Alas.
Ote-
Emilio Alarcos, al contrario de lo que hizo con la poesía de Blas de
comple-
ro o con la de Ángel González, no le dedicó nunca a La Regenta una
de la no-
ta monografía destinada "a poner de relieve cómo las estructuras
sus conteni-
vela se correspondían con la organización y jerarquización de
(19)
dos”. Sin duda, debemos lamentar que, “absorbido por otros menesteres más
urgentes” (como sus estudios gramaticales), no fuera capaz de concluir el
análisis magistralmente iniciado en las notas de 1952; debemos lamentarlo,
pero no demasiado: los tres capítulos que de esa obra incompleta nos ha de-
jado valen por muchos libros completos no sólo sobre Clarín, sino también
sobre teoría de la literatura.
(20)
NOTAS REMOZADAS SOBRE LA REGENTA
(21)
ha realizado una obra artística de primera calidad. Su obra comporta consi-
go un mundo ideológico que un español universitario católico de 1952 no
puede compartir y se ve ineludiblemente impulsado a decir, frente a él, un
tajante ¡no! [...] Clarín necesita y exige ser estudiado con radical objetividad,
con amor y dolor, para que su vida sea, en nosotros, fecunda.Y la Universi-
dad de Oviedo se propone estudiarlo sin ceder en nada en la defensa de los
valores absolutos, pero sin olvidar que su historia, queramos o no, es nuestra
historia» (Cuadernos Hispanoamericanos, 37, enero 1953, pp. 33-48). Se
acallaron así las protestas cerriles ante la autoridad intangible del Magnífico
Rector y pudo celebrarse el cursillo dedicado a Leopoldo Alas entre el 21 de
noviembre y el 16 de diciembre de aquel año. De todas maneras, el fascícu-
lo de Archivum consagrado a Clarín ya estaba publicado y difundido: la letra
impresa no se oye y los encargados de la vigilancia inquisitorial no solían le-
er revistas de índole científica. Ese número de Archivum vino en cierto mo-
do a iniciar la avalancha de estudios clarinianos que en las últimas décadas
se ha precipitado sobre nosotros. Uno de ellos son las Notas a que se refiere
el título de estas páginas.
s tem-
3. La Regenta es una novela excepcional en que todas las posibilidade
gioso; hay
peramentales e intelectuales de Alas alcanzan un equilibrio prodi
una por-
sátira y hay crítica, hay emoción, ternura y lirismo, y hay sobre todo
elementos en
tentosa composición que armónicamente aúna los variados
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ella presentes: argumento, personajes, ambientes. La Regenta es naturalista
en cuanto todo lo que ofrece es natural y ocurre, ocurrió y ocurrirá, dentro
de las circunstancias cambiantes de los tiempos sucesivos. Pero también es
idealista, por cuanto lo ideal forma, por igual, parte inevitable del acontecer
humano. Alas, en cuanto a técnica narrativa y de composición, está al escri-
birla muy maduro. Aunque apenas sobrepasaba los treinta años, había asimi-
lado los procedimientos del realismo, del naturalismo, del psicologismo uti-
lizados en lo mejor de las narrativas europeas (desde Balzac a Zola, especial-
mente), e incluso preludiaba técnicas que se han hecho comunes en nuestro
siglo. De ahí su perduración y vigencia en la estimativa de hoy.
No es que el argumento sea novedoso, pues se trata, como en tantas
otras novelas, de una corriente historia de adulterio. Lo extraordinario es la
complejidad del mundo recreado, la viveza y autenticidad de los personajes,
la plástica e intensa presentación de los ambientes, sean paisajes o preocu-
paciones de la gente, y todo ello evocado con una prosa sobria, dúctil, moro-
sa o rápida según las conveniencias y, puede afirmarse, sin ningún material
de relleno, sin ningún ripio. La historia de La Regenta se reduce a cómo esta
señora, insatisfecha de su decepcionante matrimonio, busca consuelo en la
religión y es en fin seducida por un donjuán de la ciudad. Que argumento
tan sencillo y vulgar alcance el desarrollo pertinente para dar verosimilitud
psicológica y hondura y justificación y, por otro lado, interés narrativo, es el
mérito grande de Clarín, de manera que ha podido dudarse de si este escri-
bió su novela para contar las peripecias de Ana Ozores, o bien para presen-
tarnos de bulto y palpitante el hormiguero de pasiones y rutinas de una ciu-
dad española del siglo pasado.
El relato se basa en las tensiones mantenidas entre tres fuerzas: Ana, el
Magistral y Vestusta, la ciudad (encabezada por el conquistador Mesía). Asis-
timos a cómo se rompe el equilibrio inicial entre ellas: la pugna de Ana por
no ser absorbida por la ciudad, los intentos de don Fermín por dominar Ve-
tusta y proteger de ella a la Regenta (sin confesarse sus propios móviles), las
reiteradas tentativas de la ciudad para adaptar a sus modos de convivencia
hipócrita a los dos reacios. Con rigor y cálculo, Alas supo exponer la evolu-
ción de estas relaciones dinámicas; con una visión fatalista, en que todo ex-
ceso sobre lo natural y sencillo recibe su castigo, los dos personajes centra-
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les quedarán al final más aislados en su respectiva soledad y rumiando su
propia derrota, mientras Vetusta permanece indiferente, entretenida con sus
rutinarias pequeñeces y en el orden habitual y ritual establecido. La obra,
que fue escrita con enorme celeridad (porque, según confiesa Clarín, no po-
día escribir de otro modo), representa mucho tiempo de prolongada medita-
ción. No sería explicable, si no, la estudiada proporción del proceso del rela-
to. No puede ser casual la simétrica estructura de la novela desde un octu-
bre en que «el viento sur caliente y perezoso, empujaba las nubes
blanquecinas» (con que comienza), hasta el final que sucede también «una
tarde en que soplaba el viento sur, perezoso y caliente». Ni puede ser impro-
visada la sabia disposición de los ingredientes de la novela (ambientes y per-
sonajes) en las sucesivas secciones de ella.
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En la presentación de la novela se requiere el predominio de lo estático
sobre lo dinámico. El modo descriptivo espacial prevalece sobre el modo
temporal puramente narrativo. Clarín no sólo nos pone delante sus agonis-
tas, sino también la escena, el coro ante el cual aquellos van a «agonizar».
Escena y coro que son una y sola cosa, la Vetusta material y espiritual: pie-
dras, paisajes, hombres.
La aparente mayor rapidez de la segunda parte procede de que, presen-
tados los personajes, todo excurso ambiental o retrospectivo es innecesario.
Ahora, predomina el modo narrativo. El lector, conocidos ambientes y perso-
najes, se atiene casi exclusivamente a la acción pura. Como el autor, cons-
ciente o no, procura mantener despierto al lector, tiende a eliminar, a podar,
a dar lo esencial. Alas conocía muy bien esto. Precisamente porque «la com-
posición aconseja abreviar un poco razones, y sobre todo palabras, según el
final se acerca», criticaba a Zola, el cual —dice— «las repeticiones más pro-
lijas y menos necesarias las deja... para la última parte». De acuerdo con eso,
Alas es minucioso en sus primeros capítulos al exponer monólogos internos
de sus personajes, y más bien seco y conciso en el duelo y la muerte de
Quintanar y en la reacción de la ya viuda doña Ana, no porque los «hechos
psíquicos» le interesen más que los externos; «psicológicamente» lo que pa-
sará por la mente de esos personajes sería tan susceptible de análisis y tan
«interior» como lo que se cuenta en los primeros capítulos. La causa de la
concisión de las últimas páginas es aquella creencia: «abreviar razones y pa-
labras según se acerca el final».
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tud del Magistral (capítulos XI, XIl y XV). Finalmente, se pueden separar los
ambientes: Vetusta a vista de pájaro (1), la catedral (1-11), la «clase» (V), el ca-
sino (VI-VI!), la casa de los Vegallana (VII! y XIII), etc. Pero, aunque disocia-
bles, esos elementos se dan en combinación indisoluble dentro del relato.
El conjunto de los quince capítulos se distribuye en tres secciones dis-
tintas, cada una con cinco capítulos y referida a un día diferente, y en cada
una se inserta un excurso retrospectivo: en la primera, la prehistoria de la Re-
genta; en la segunda, la de Vetusta, y en la tercera la de don Fermín. A la vez,
entre sección y sección aparece un tajante corte de la línea narrativa. En la
primera sección se pasa insensiblemente de la Catedral a Vetusta, de don
Fermín al resto del cabildo, de los confesores a la confesada, del examen de
conciencia de ésta a sus recuerdos. Salto brusco al comenzar la segunda sec-
ción: en el capítulo VI caemos en el casino de Vetusta, y de aquí, en línea
quebrada pero sin solución, se pasa a su presidente Mesía, que con su amigo
Vegallana nos lleva al palacio del Marqués, lo que permite la visión de un
considerable sector de la vida de Vetusta, y desde donde se ve volver de su
confesión a la Regenta; siguiéndola asistimos a su meditación en el campo y
a su soledad en el parque de los Ozores. Otro día, y otro bandazo narrativo
del enfoque al comenzar la tercera sección: vamos a dar con el Magistral; le
acompañamos todo el día, por sus visitas, Sus ocupaciones y, finalmente, an-
te su madre, por su prehistoria y luego en su soledad ante los gritos noctur-
nos del alcoholizado don Santos Barinaga.
Ya está todo presentado: las tres fuerzas mencionadas, Vetusta, doña
Ana y el Magistral. Al decir Vetusta —o coro de la novela—, incluimos a Me-
los
sía. No es un personaje opuesto a la masa gris del coro, como lo son
la Re-
otros dos. Álvaro es el corega, la cabeza visible del coro, aunque para
la ro-
genta (por visión sublimada) sea figura muy destacada del mundo que
fe-
dea. La novela se va a reducir a esto: si doña Ana, la inadaptada, la insatis
como los de-
“cha, va a hundirse en la rutina vetustense, va a pecar y a gOzar
palabra y la
más, o si va a huir más y más de este ambiente gracias a la
más que
fuerza del Magistral. Mesía, pese a sus particulares móviles, no será
asimilada
un instrumento de Vetusta para atraer y borrar la personalidad no
ntemente in-
de doña Ana. Las tres fuerzas están todavía en equilibrio, evide
Paralelamen-
estable, lo que previene al lector de que «algo va a suceder».
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te, el Magistral, si es para Ana el polo positivo hacia donde escapar espiri-
tualmente de Vetusta, ve en la Regenta la meta en que poder descansar de la
conquista de la ciudad. La relación de las tres fuerzas se marca poco a poco
y se insinúa la dirección que tomarán cuando se rompa el pacífico equilibrio.
Si don Álvaro es el emisario de Vetusta hacia doña Ana, el pobre don Santos
es el barreno que la ciudad prepara contra don Fermín.
Tenemos, pues, un coro menudamente caracterizado, con sus voces, pie-
dras y paisajes, pero agrisado y uniformado por una común niebla igualado-
ra: Vetusta. Su intento: que nada salga de la niebla.Y en esta bruma de preo-
cupaciones mostrencas y pro indiviso, dos islotes: la casa del Magistral, el pa-
lacio de los Ozores. En cada uno de ellos, un alma que quiere huir de la
niebla hacia deseos que estiman más altos. Las dos con sendos deberes (jus-
tos o injustos): doña Ana, entre el deber conocido (ahora afianzado por el
confesor) de someterse a la costumbre de don Víctor (deber pasivo), y el de-
seo de perforar la niebla por donde parece más tenue (Mesía); don Fermín,
también entre el deber impuesto por su madre (deber activo) de dominar
Vetusta, y el deseo de escapar de la niebla en el reposo de una «hermandad
del alma». Quedan planteadas, así, las incógnitas que despejará la segunda
parte de la novela.
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a don Fermín es el deseo. La Regenta, sometida al qué dirán de Vetusta, arre-
pentida de su exaltación, queda expuesta solamente al influjo de Mesía. Don
Fermín, avergonzado de su exceso (XXV), ya no se atreve a ser activo. Vetus-
ta, acallada en su lucha contra el Magistral y vencedora contra el aislamien-
to de Ana, será connivente de la atracción de Álvaro. Así, el conjunto final
(del capítulo XXVII al XXX) no es más que consecuencia inevitable de lo pre-
viamente sucedido. Mientras en los capítulos de la primera parte y anterio-
res de la segunda, el inicio solía ser estático (un paisaje o un hombre solía
comenzarlos), ahora todos comienzan con un diálogo, del cual se desgaja la
acción precedente y siguiente. Los capítulos XXVII y XXVIII se centran en el
día 29 de junio del tercer año, romería de San Pedro, durante el cual, por ce-
lo negativo, el Magistral se excede y se siente en ridículo. El otro, don Álvaro,
se aprovecha para reafirmase; y llega así una noche del veranillo de San Mar-
tín; Ana no tiene ya otra salida. Los dos últimos capítulos (XXIX y XXX), en
torno a los días navideños del mismo año, constituyen otra unidad. Queda-
ba pendiente la relación entre el Magistral y Mesía: aniquilarle. El instrumen-
to será Quintanar, aunque se frustre. Descubre el adulterio (XXIX), decide el
duelo y muere (XXX). Mientras más de un mes se ha pasado en pocas pági-
se
nas, mientras la narración complicada de idas y venidas de personajes
acumula al principio del capítulo XXIX, ahora empieza una narración tran-
quila, detallada, dentro del mismo y desde el punto de vista de Quintanar
(«Al día siguiente, 27 de diciembre»), con predominio del monólogo interno.
la acción
Del mismo modo despacioso se empieza el capítulo XXX, donde
cruza la
parece caer en manos de Frígilis; con el monólogo de don Víctor, se
de idas
agitación de don Fermín. Luego, nada; de nuevo la narración cortada,
El epílogo,
y venidas, hasta «Murió Quintanar a las doce de la mañana».
Vetusta si-
dentro de este capítulo, es una especie de resumen de la novela.
la Regenta
gue igual: las nubes del Corfín, el paseo; no ha pasado nada. Sólo
el final terri-
“en su soledad, don Fermín en la suya. ¿Posible arreglo? Nunca:
que al principio,
ble de la novela. Los dos islotes seguirán aislados, más aún
se muerde
con el poso ácido de la experiencia fallida. Como dijimos, la obra
ha pasado nada.
la cola: de octubre a octubre, de la catedral ala catedral. No
salir de la niebla,
Vetusta indiferente. Los que tientan a los dioses, queriendo
griega.
reciben su castigo. Hay cierta moraleja de anánke de tragedia
(29)
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En 1952, con motivo del centenario del nacimiento de Leopoldo Alas pro-
nuncié en Oviedo una conferencia sobre «Clarín y la lengua», que refundí
mucho más tarde e incluí en mi Cajón de sastre asturiano. Mi texto termi-
naba exponiendo en esquema «las aspiraciones que según él debía cumplir
la obra literaria». Las deducíamos por contraste: «Los valores que apreciaba
Alas serían precisamente los que echaba de menos o los opuestos a los ras-
gos que criticaba, en las producciones de sus coetáneos». Alas, fiel al realis-
mo, pensaba que la lengua debía ser reflejo del habla real, no transcripción
mecánicamente objetiva, sino «copia artística de la realidad, es decir, copia
hecha con reflexión, no pedazos inconexos sino de relaciones que abarcan
una finalidad, sin la cual no serian bellas». Pretendía Alas que la lengua lite-
raria se guiase por el modelo de las manifestaciones lingúísticas reales, pero
eliminando lo redundante, el excipiente no significativo que las envuelve por
necesidad, y elaborando lo natural hasta dejarlo en lo esencial y pertinente,
en lo expresivo. Elaboración que no implica amaneramiento ni afectación,
defectos que Alas censura en algunos contemporáneos y cuya ausencia le
y
permite alabar en otros. Por ejemplo, mientras elogiaba el estilo de Ortega
Munilla, porque «no degenera jamás en amanerado ni extravagante», criti-
dis-
caba en cambio a la Pardo Bazán por «aquel rebuscado modo de decir,
sabiendo
culpable coquetería de una mujer que se encontró, aún muy joven,
más diccionario y más clásicos que la mayor parte de los doctos y ya madu-
huía sis-
ros académicos». También exigía Clarín la sencillez sintáctica; pero
en
temáticamente del «desaliño convertido en dogma» que censuraba
la oque-
Campoamor. Rechazaba, pues, los dos extremos: el fácil descuido y
prosa de Pe-
dad enfática, especialmente la afición arcaizante que afeaba la
entre
reda. El ideal de Alas se situaría en un equilibrio mesurado y prudente
a veces en
los excesos de los coetáneos: ni la puntual cotidianidad que nota
ni la antañona
Galdós (no obstante, el escritor más afín a sus propósitos),
y es-
proclividad de Pereda, ni el refinado atildamiento, lejano de lo natural
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pontáneo, que con frecuencia exhibe Valera, ni la elocuencia gárrula y vacua
de tantos otros. La lengua de Clarín se ajusta, al menos en sus escritos más
importantes, a ese ideal que propugnaba, de modo que los resultados conse-
guidos presentan una modernidad, o actualidad, no sometida a las modas de
su tiempo (según se ha señalado muchas veces). El mismo Galdós sugería
esto cuando en el prólogo de la edición de 1901 de La Regenta, exclamaba:
«¡Qué feliz aleación de las bromas y las veras, fundadas en el crisol de una
lengua que no tiene semejante en la expresión equívoca ni en la gravedad
socarrona!».
La lengua de Alas ha sido ya estudiada con cierto pormenor, en lo que
respecta a su función artística, o, si se quiere, en sus valores estilísticos. Re-
cordemos, por ejemplo, los libros de Gramberg (Fondo y forma del humoris-
mo de Leopoldo Alas «Clarín», 1958), y de Laura Núñez de Villavicencio (La
creatividad en el estilo de Leopoldo Alas «Clarín», 1974), y resaltemos, entre
muchos artículos, el de Gonzalo Sobejano «La inadaptada» (1973), análisis
muy inteligente y completo sobre un capítulo de La Regenta, pero cuyas
conclusiones alcanzan a toda la novela. El estudio realizado en esos trabajos
atiende ante todo a caracterizar la lengua literaria del autor, y muchas veces
trata de penetrar, a través de la materia lingúística, hasta el fondo insonda-
ble de las intenciones y preocupaciones del hombre Alas. La lengua literaria
de un escritor es evidentemente la forma de expresión con que se manifies-
ta la forma de contenido de las sustancias que pretende comunicar. Todo au-
tor posee un universo variadamente complejo de pensamientos, sensacio-
nes, emociones, imaginaciones: materia más o menos caótica que él confi-
gura en personal forma de contenido y que resulta sólo accesible cuando
adquiere la corporeidad que le presta la forma de expresión en que se cuaja
la lengua que utiliza.
El análisis de la obra literaria se preocupa con frecuencia sólo en poner
ante los ojos ese universo interno del escritor; con ello, se convierte en una
especie de diagnóstico psíquico del hombre, y así, en el caso que aquí nos
concierne, se ha dicho que Clarín era esto o lo otro, que actuaba con este o
aquel complejo. Pero, sin duda, no es esa materia lo que constituye la obra
literaria. Otras veces, el análisis pone de relieve lo que queda configurado en
el contenido gracias a la correspondiente formulación lingúística, puesto que
(32)
expresión y contenido son solidarios. Este es el verdadero análisis literario:
considerar la obra como un signo, cuyo significado es la particular ordena-
ción del universo comunicado, y cuyo significante consiste en la especial se-
lección y reunión de los signos lingúísticos. Insistimos aquí en la interpreta-
ción que del signo literario dan los glosemáticos: se trata de un signo cuyo
significante es a su vez un signo lingúístico. El autor, por tanto, al manejar la
lengua mostrenca, para hacer patentes los contenidos que intenta trasmitir,
tiene que reordenarla, reajustarla a sus propias necesidades, siempre, claro
es, respetando su esencia y escogiendo en ella aquellas unidades y aquellas
combinaciones de unidades más idóneas para reflejar los contenidos del ca-
so. La lengua literaria, pues, más que una especie lingúística diferente de la
lengua oral de todos los días, es un uso particular —el uso literario— del in-
ventario general de una lengua dada. El uso literario consiste en construir, se-
leccionando y reuniendo unidades del sistema, una expresión que se adapte
a los contenidos que el autor quiere comunicar.Y por ello difieren los usos li-
no obs-
terarios de una épocas y otras, de unos escritores y otros, sin que,
a los
tante, tengamos lenguas diferentes. Dice muy bien Lapesa, refiriéndose
escritores realistas del siglo XIX: «Si se quería hacer de la novela auténtico
la
reflejo de la vida, era necesario aguzar las posibilidades descriptivas de
la ex-
lengua, acostumbrarla al análisis psicológico, y caldear el diálogo con
ni
presión palpitante del habla diaria. Para esto no valían ni el tono oratorio
8.*
la trivialidad de la gacetilla periodística» (Historia de la lengua española,
la
edición, p. 440). Obsérvese que el maestro dice «aguzar, acostumbrar»
ella implíci-
lengua, no modificarla; esto es, reavivar ciertas posibilidades en
es cierto, a
tas y que los períodos precedentes habían descuidado —atentos,
que confi-
sus propios objetivos—. Cuando es otra la materia de contenido
te de sus
gura el autor, este, forzosamente, ha de escoger como faz significan
aparecen como
signos literarios los elementos que en el seno de la lengua
selección del lé-
más adecuados para el logro de la comunicación precisa. La
de las partes del
xico, la organización sintáctica y la composición y enlace
fónicas sobre otras, están
texto, e incluso la preferencia de unas secuencias
la expresión y el
condicionadas por ese intento de íntima solidaridad entre
que hemos mencionado,
contenido. Lo han visto con claridad los estudiosos
a la lengua.
atentos a la función que en la semiótica literaria desempeñ
(33)
Por ello, carecería de sentido, en esta ocasión, hacer un repaso de conjunto
de los procedimientos de lengua que Alas utiliza para trasmitir sus vivencias.
Preferimos atenernos a un texto concreto y bien delimitado para analizar en
él los aspectos relevantes de uso lingúístico con intención literaria. Hace mu-
chos años hicimos un análisis de La Regenta destinado a poner de relieve có-
mo las estructuras textuales de la novela se correspondían con la organiza-
ción y jerarquización de sus contenidos. Proseguimos entonces el desmenu-
zamiento de cada una de sus secciones y de sus capítulos pero absorbidos
por otros menesteres más urgentes, todo aquello quedó en borrador casi te-
legráfico. La efemérides propicia del centenario regentino nos induce a ex-
humar y desarrollar un fragmento de aquellos viejos apuntes. Se trata de un
pasaje del capítulo XXIX de La Regenta (las páginas 868-873 de la edición
de Sobejano).
Junto con el XXX, este capítulo constituye la fase final de la novela. La
materia narrada se desenvuelve en los últimos días del año tercero del rela-
to. Aunque la esperada e inevitable confluencia entre la Regenta y Mesía se
sugiere al concluir el capítulo anterior con dos escuetas exclamaciones (—
¡Ana! —¡Jesús!), es sólo ahora cuando el autor da detalles de sus relaciones
y nos cuenta el definitivo desenlace. El capítulo XXIX presenta la estructura
tripartita del gusto de Alas. Abarca tres días (e1 25, el 26 y el 27 de diciem-
bre) y en cada uno de ellos se desarrolla una «escena» diferente. El día de
Navidad engloba varias situaciones: la comida en el caserón de los Ozores
entre Quintanar, Ana y Mesía; las confidencias que al amante hace el marido
—preocupado por la actitud de Petra—; las explicaciones entre Mesía y Ana
(que dan pie para referir —en el recuerdo de ambos— todo lo sucedido des-
de del decisivo día del veranillo de San Martín) y la comunicación de su des-
pido que Álvaro hace a la doncella (pp. 848-864). Unos y otros, intentando
engañar a los demás, se engañan a sí mismos; sólo Quintanar es engañado
por todos, y sólo Petra engaña a todos. El día siguiente, con visita temprane-
ra, nos anuncia la venganza urdida por el Magistral y la doncella, sin especi-
ficar los detalles (pp. 864-868). El tercer día comienza con el despertar de
don Víctor y se prosigue con el descubrimiento del adulterio y las ulteriores
meditaciones del marido burlado junto a Frígilis (pp. 868-884). Sólo vamos a
considerar el principio de este tercer momento: adelantado el despertador
(34)
por Petra, don Víctor tiene ocasión de observar el descenso de Mesía desde
el balcón de Ana; sorprendido e indeciso Quintanar, deja escapar al amante.
¿Cómo cuenta Alas esta situación?
Hay primero una introducción:
Con precisión objetiva (casi horaria: nótense las expresiones ocho cin-
cuenta, nueve y media, ocho en punto, dos o tres minutos) se expone una
situación habitual en el pasado del relato. De ahí, el uso constante del im-
perfecto (debían, era, había, madrugaba, preparaba, se vestía, se lavaba, sa-
por
lía, solía, encontraba, se empleaba). Hay una intromisión de comentario
opi-
parte del narrador, a no ser que, olvidadas las comillas, aquí se inserte la
ma-
nión de los agonistas en estilo indirecto libre: Algo tarde era... Así que se
más
drugaba... El empleo del se impersonal (muy frecuente en Alas) hace
escrito
probable la segunda interpretación (de lo contrario, el autor hubiera
sobria,
«así que madrugaban»). La exposición es demorada y detallista, pero
y la estructura sintáctica sin complicaciones.
A continuación ya se narran hechos:
rtó
(2) De un sueño dulce y profundo, poco frecuente en él, despe
por
Quintanar aquella mañana con más susto que solía, aturdido
m-
el estridente repique de aquel estertor metálico, rápido y desco
(86)
pasado. Venció con gran trabajo la pereza, bostezó muchas veces, y
al decidirse a saltar del lecho, no lo hizo sin que el cuerpo encogi-
do protestara del madrugón importuno. El sueño y la pereza le de-
cían que parecía más temprano que otros días, que el despertador
mentía como un deslenguado, que no debía de ser ni con mucho
la hora que la esfera rezaba. No hizo caso de tales sofismas el ca-
zador, y sin dejar de abrir la boca y estirar los brazos se dirigió al
lavabo y de buenas a primeras zambulló la cabeza en aguafría. Así
contestaba don Víctor a las sugestiones de la mísera carne que
pretendía volverse a las ociosas plumas.
(36)
bro que acababa de leer», cap. XVIII, p. 543). Es recurso habitual de la ironía
de Clarín al caracterizar a sus criaturas. Retengamos, de este párrafo, varios
vocablos cuyas connotaciones comienzan a sugerir aquí ciertos contenidos
esenciales en el fragmento. Por una parte, sueño y pereza; por otra, susto,
aturdido, estertor, descompasado, importuno, que aluden a vivencias nega-
tivas. Finalmente, tengamos en cuenta el contraste de dulce y profundo con
estridente y descompasado.
(37)
sición se basa sobre verbos en imperfecto (debía de ser, estaba, podían, de-
cía...; con la oportuna forma compuesta para la anterioridad: había dado
cuerda). Aquí se observa uno de los rasgos hoy en desuso que pueden en-
contrarse en Clarín: el empleo de referentes enclíticos con un participio: «le
había dado cuerda y puéstole en la hora», frase donde, además, se aprecia el
parcial leísmo de Alas (si no es achacable a los sucesivos impresores y edito-
res de su obra). En este punto (y en el del laísmo, también presente en otros
textos suyos: véase la nota 8 de Sobejano en la p. 449 de su edición), no es
posible decidirse tajantemente, aunque está claro que Alas pretendía atener-
se a la norma: recuérdese que muchas de las erratas del tomo | de La Regen-
ta, consignadas al final del Il, consisten en confusiones de este tipo. El primer
pasaje en estilo indirecto libre presenta una construcción sintáctica reitera-
tiva, y hasta machacona en el léxico y en su fonética (nótense las rimas: de-
bía, decía, había, debía, decía, podían, decía, volvía, decía, día), lo cual con-
nota perfectamente el torpe discurrir del soñoliento Quintanar. Inmediata-
mente sigue otro segmento, también entrecomillado, y por tanto atribuido
al monólogo de don Víctor, que, sin embargo, aparece con perspectiva de
presente (debe, ha salido, es, cubren, hacen, importa, ha salido, es, deben).
Predominan de nuevo la yuxtaposición y la insistencia de esquemas sintag-
máticos y de léxico. Pero ¿por qué ahora el presente y ya no el imperfecto?,
¿por qué debe de sery no debía de ser, ha salido y no había salido, etc.? Se
produce indudablemente una actualización, un paso del tiempo narrado al
tiempo vivido o comentado, que diría Weinrich. Pero no puede descartarse
que aquí tengamos un pasaje en estilo directo, la consignación de palabras
dichas y no de pensamientos sin formular. Son como constataciones objeti-
vas del personaje y no puras impresiones como en el segmento anterior (el
léxico parece confirmarlo: palabras casi técnicas como orto del sol, precisio-
nes horarias como en la introducción: sietey veinte). No se formula la pre-
gunta implícita ¿qué hora es? El narrador, ya por su cuenta, cierra el párrafo:
«No podía consultar el reloj de bolsillo...». Volvemos a encontrar los motivos
que se han mentado antes: sueñoy pereza, y de nuevo una serie de términos
con connotaciones negativas: niebla espesísima, nubes cenicientas y pesa-
das, muy oscura, demasiada oscuridad.
(38)
Consecuencia de estas consideraciones del personaje, el fragmento si-
guiente girará sobre su actuación:
(40)
de su actividad rutinaria (se vistió, cogió, bebió, bajó), acompañados con de-
talles precisos que demoran: el ritmo de lo narrado en ampliación progresiva.
Dentro de una sintaxis simple, se ensancha el ámbito de lo adyacente: se vis-
tió deprisa, cogió el frasco del anís, bebió un trago según acostumbraba
cuando salía... y echándose... bajó a la huerta por la escalera... pisando... co-
mo siempre... por no turbar... El estilo indirecto libre —con sus propias for-
mas verbales— sirve para justificar la vuelta a la duda, intensificada con el
movimiento interrogativo: ¿No podían...?, ¿no podía...?, si nadie había podi-
do, ¿quién iba?) y el aplazamiento de la reprimenda a los criados dormidos
(ya los compondría, no había, debía). Pero persiste al final la incertidumbre:
si son las ocho... No lo entiendo. Resuena aquí de nuevo el motivo del sueño
y la pereza (No es hora de levantarse los criados siquiera, ¿no podían haber-
se dormido? ¡Perezosos!) y reaparecen las connotaciones de tipo negativo
que se veían antes: escasez de luz, densidad de nubes y sobre todo las se-
cuencias premonitorias cuando entra la desgracia en una Casa... y NO he vis-
to día más oscuro en mi vida. Aquí parece desgramaticalizarse la locución en
mi vida, es decir «nunca», y anunciar que en efecto este será el día más os-
curo en la vida de Quintanar, porque hay desgracias peores que la de haber-
se descompuesto dos relojes. Indiquemos, por fin, la buscada variación de re-
caza- '
ferentes para evocar al personaje designado: don Víctor, Quintanar, el
dor (en 2), es ahora aquel enemigo mortal del chocolate.
la cuestión
Nuevos datos imprecisos impulsan a Quintanar a reconsiderar
en el párrafo contiguo:
más
(6) Llegó Quintanar al cenador que era el lugar de la cita... ¡Cosa
es-
rara! Frígilis no estaba allí. ¿Andaría por el Parque...? Se echó la
copeta al hombro, y salió de la glorieta.
dio
En aquel momento el reloj de la catedral, como si bostezara,
tres campanadas.
eta en
Don Víctor se detuvo pensativo, apoyó la culata de su escop
la arena húmeda del sendero y exclamó:
ocho menos
—¡Me lo han adelantado! ¿Pero quién? ¿Son las
!
cuarto o las siete menos cuarto? ¡Esta oscuridad...
él tenía
Sin saber por qué sintió una angustia extraña, «también
(41)
nervios por lo visto». Sin comprender la causa, le preocupaba y le
molestaba mucho aquella incertidumbre. «¿Qué incertidumbre?
».
Estaba antes obcecado; aquella luz no podía ser la de las ocho,
eran las siete menos cuarto, aquello era el crepúsculo matutino,
ahora estaba seguro... Pero entonces ¿quién le había adelantado el
despertador más de una hora? ¿Quién y para qué? Y sobre todo,
¿por qué este accidente sin importancia le llegaba tan adentro?,
¿Qué presentía?, ¿por qué creía que iba a ponerse malo...?».
(42)
(que le molesta y le preocupa): ¿por qué este accidente sin importancia le
llegaba tan adentro?, ¿qué presentía?, ¿por qué creía que iba a ponerse ma-
lo?». El aturdimiento del violento despertar, la niebla espesísima, las nubes
cenicientas, la desgracia exterior de los relojes, el día más oscuro que había
visto (motivos de los párrafos anteriores), ahora se condensan en ¡Esta oscu-
ridad!y se interiorizan en el ánimo de Quintanar, en su angustia, en su pre-
sentimiento. También perdura el motivo del sueño en «el reloj de la catedral,
como si bostezara...».Y,por último, notemos, al margen, el contraste entre el
etimológico «me lo han adelantado» de este pasaje con el «adelantarle» del
párrafo anterior: no hay seguridad de que la tuviese en este aspecto Clarín.
Tras este pasaje en que hábilmente Alas ha ido preparando el desenlace,
el descubrimiento de lo que ya se imaginaba el lector, pero no Quintanar, si-
gue el objetivo relato de los hechos que producirán el verdadero despertar
del agonista (no al día por el estrépito del reloj, sino a la realidad psíquica
cruel). Alas lo expone con alejamiento imparcial de observador, el mismo con
que parece Quintanar contemplar los acontecimientos:
(7) Había echado a andar otra vez; iba en dirección a la casa, que se ve-
ía entre las ramas deshojadas de los árboles, apiñados por aquella
parte. Oyó un ruido que le pareció el de un balcón que abrían con
cautela; dio dos pasos más entre los troncos que le impedían saber
qué era aquello, y al fin vio que cerraban un balcón de su casa y
que un hombre que parecía muy largo se descolgaba, sujeto a las
barras y buscando con los pies la reja de una ventana del piso bajo
para apoyarse en ella y después saltar sobre un montón de tierra.
«El balcón era el de Anita.»
El hombre se embozó en una capa de vueltas de grana y esquivan-
do la arena de los senderos, saltando de uno a otro cuadro de flo-
res, y corriendo después sobre el césped a brincos, llegó a la mura-
se
lla, a la esquina que daba ala calleja de Traslacerca; de un salto
y
puso sobre una pipa medio podrida que estaba allá arrinconada,
haciendo escala de unos restos de palos de espaldar clavados entre
a caballo
la piedra, llegó, gracias a unas piernas muy largas, a verse
sobre el muro.
El narrador se desconecta del momento anterior en que «Don Víctor se
detuvo pensativo» y, pasando a otra escena, la introduce con imperfectos
(Había echado a andar, ¡iba en dirección). En ese fluir, se insertan los instan-
tes que marcan, en perfecto, la actividad de Quintanar: oyó un ruido, dio dos
pasos, vio. El relato se hace lento, pormenorizado, como con técnica de sus-
pensión. Podía el autor, sin menoscabo de la información factual, haber es-
crito: «Oyó que cerraban un balcón; era el de Anita; de él se descolgaba un
hombre, etc.». Pero Alas no está comunicando sólo hechos, sino su repercu-
sión sobre los agonistas de la novela. Por ello, procede despacio, desvelando
paulatinamente lo que sucede. Así, aunque la sintaxis no es compleja, abun-
dan los términos adyacentes de tipo diverso en torno a los núcleos de las
oraciones y se amplían también los grupos sintagmáticos menores. Nótense
las construcciones con relativo (la casa, que se veía; un ruido que le pareció;
un balcón que abrían; un hombre que parecía; los troncos que le impedían),
las estructuras nominalizadas con que (vio que cerraban, que un hombre) y
las fórmulas con participios, gerundios o infinitivos (los árboles, apiñados; sa-
ber qué era aquello; sujeto a las barras; buscando la reja; para apoyarse y
saltar). La misma técnica morosa de iluminación sucesiva se observa en el
tránsito de los impersonales sin designación de agente (abrían, cerraban)
hasta su mención concreta (un hombre... se descolgaba). Todo ello refleja la
atención con que asistiría a los hechos el ignorante y atónito Quintanar. Su
intensa contemplación le lleva a constatar en su fuero interno con toda im-
parcialidad: «El balcón era el de Anita».Y a continuación, el enfoque narrati-
vo (como una cámara) se desplaza a ese hombre, todavía no identificado (y
que, con razonable presunción, sabemos quién es, aunque no Quintanar), e
ilumina en primer plano los detalles. Otra vez, el minucioso despliegue, con
perfectos, de sus acciones: se embozó, llegó, se puso, llegó; y otra vez, idén-
ticos procedimientos moratorios y amplificadores, con términos adyacentes,
relativos con imperfecto, gerundios, etc., que hemos visto en el primer seg-
mento del párrafo (en una capa..., esquivando, saltando, corriendo, esquina
que daba, de un salto, sobre una pipa, que estaba, haciendo, palos... clava-
dos, gracias a, a verse). Nótese, además, cómo, en casi todo el fragmento
que consideramos, la visión del narrador sigue un curso lineal, sin saltos ni
soluciones de continuidad: cada detalle viene detrás de otro y se expresan
(44)
con el mismo orden real. Quedan así en escena los dos personajes: don Víc-
tor, escrutando entre los árboles; el otro «a caballo sobre el muro», tranqui-
lo y descuidado. Sólo un dato reiterado insinúa una pista para su iden-
tificación, rasgo que, aunque en boca del narrador, pertenece a la observa-
ción personal del ex Regente: «Un hombre que parecía muy largo», «gracias
a unas piernas muy largas».
Estos datos anuncian la identificación que don Víctor, aparentemente
frío en su papel casi de investigador, lleva a cabo en el párrafo siguiente,
donde el foco vuelve a situarse sobre Quintanar con repliegue rememorati-
vo de anterioridad (le había seguido de lejos, había levantado el gatillo, no
había apuntado al fugitivo):
(8) Don Víctor le había seguido de lejos, entre los árboles; había levan-
tado el gatillo de la escopeta sin pensar en ello, por instinto, como
en la caza, pero no había apuntado al fugitivo. «Antes quería co-
nocerle.» No se contentaba con adivinarle.
A pesar de la escasa luz del crepúsculo, cuando aquel hombre es-
tuvo a caballo en la tapia, el dueño del Parque ya no pudo dudar.
«¡Es Álvaro!», pensó don Víctor, y se echó el arma a la cara.
La vaga sospecha insinuada antes (un hombre que parecía muy largo;
ada (no se con-
unas piernas muy largas: Mesía era muy alto) y ahora apunt
tentaba con adivinarle) conduce al total reconocimiento. Tras los anteceden-
aunque ac-
tes (en que se inserta la apreciación interna de Quintanar), este,
pen los per-
túa un poco por rutina, no deja de saber lo que pretende; e irrum
ten la misma
fectos puntuales (estuvo, no pudo, pensó, se echó). Persis
variaciones designa-
técnica de exposición sosegada, pareja suspensión y las
del Parque). Conti-
tivas (aquel hombre = el fugitivo; don Víctor = el dueño
núa después otra escena:
nado el
(9) Mesía estaba quieto, mirando hacia la calleja, incli
que le
rostro, atento sólo a buscar las piedras y resquicios
servían de estribos en aquel descendimiento.
za
«¡Es Álvaro!»,pensó otra vez don Víctor, que tenía la cabe
(45)
de su amigo al extremo del cañón de la escopeta.
«Él estaba entre árboles; aunque el otro mirase hacia el
Parque no le vería. Podía esperar, podía reflexionar, tiempo
había, era tiro seguro; cuando el otro se moviera para des-
colgarse... entonces.»
«Pero tardaba años, tardaba siglos. Así no se podía vivir, con
aquel cañón que pesaba quintales, mundos de plomo, y
aquel frío que comía el cuerpo y el alma, no se podía vivir...
Mejor suerte hubiera sido estar al otro extremo del cañón,
allí sobre la tapia... Sí, sí; él hubiera cambiado de sitio.Y eso
que el otro iba a morir.» :
«Era Álvaro, ¡y no iba a durar un minuto! ¿Caería en el Par-
que oala calleja...?».
(46)
acatar y profundo pacifismo resignado, se plasman figuradamente en esos
mundos de plomo, en ese frío que comía el cuerpo y el alma, en la acezante
sucesión reiterativa de oraciones, y llevan al personaje a preferir imaginativa-
mente (para evitar su pesada responsabilidad) la situación del otro «y eso
que iba a morir». Hay también aquí contraposición al final: «Era Álvaro, ¡y no
iba a durar un minuto!», es decir, era Álvaro («su amigo», como dice más
arriba el narrador), pero no iba a durar un minuto. La cándida ingenuidad de
Quintanar, que imagina ya en cumplimiento su alto deber de matar, le hace
todavía interrogarse con frío cálculo «¿Caería en el Parque oa la calleja...?».
Después de esta escena estática, en que la acción queda detenida con
los agonistas frente a frente (comoel Vizcaíno y don Quijote al final de l, 9),
viene el desenlace:
(47)
El conflicto interno de don Víctor se ha resuelto por la senda prevista: la in-
hibición. Pero inmediatamente, con la típica irresolución del personaje, y
cuando ya toda acción está excluida, se le despiertan las ansias de actuar
arrepentido de su inmóvil impotencia. Los grandes propósitos le obligan a
gritar (gritó) y se introducen directamente sus lamentos exclamativos (¡Mi-
serable!, ¡debí matarle!).Y vemos cómo al emplear la forma de pasado debí
(y no la de perspectiva de participación he debido), se insinúa el alejamien-
to del nuevo estado de ánimo respecto a la pasividad anterior. Impulsado
por tal remordimiento, ahora actúa Quintanar aceleradamente, y ello queda
sugerido por la serie de perfectos casi inmediatos (en contraste con el sosie-
go de Mesía al comienzo): corrió a la puerta... la abrió, salió a la calleja y co-
rió... Apuntada por el narrador («ya no era tiempo»), nueva perplejidad in-
vade a don Víctor: No se veía a nadie. Y nueva inspección de los lugares: se
acercó a la pared y vio... la escalera de su deshonra. La cursiva de esta expre-
sión indica el modo tópico con que considera Quintanar su situación. Final-
mente, contrasta la apreciación su enemigo asignada aquí a Álvaro, con la de
su amigo que aparecía en el párrafo anterior; aunque ambas en boca del na-
rrador, señalan (a través de la expresión neutra el otro que allí utiliza Quin-
tanar) el cambio de ánimo del personaje.
Ahora, en el fragmento siguiente, todo en monólogo interno salvo un
breve inciso, se reconocen los lugares y se reconstruye —por así decirlo— la
historia de esa deshonra:
(11) «Sí, ahora lo veía perfectamente; ahora no veía más que eso; ¡y
cuántas veces había pasado por allí sin sospechar que por aque-
lla tapia se subía a la alcoba de la Regenta!». Volvió al Parque; re-
conoció la pared por aquel lado. «La pipa medio podrida arrima-
da al muro, como al descuido, los palos del espaldar roto forma-
ban otra escala; aquella la veía todos los días veinte veces y hasta
ahora no había reparado [en] lo que era: ¡una escala! Aquello le
parecía símbolo de su vida: bien claras estaban en ella las señales
de su deshonra, los pasos de la traición; aquella amistad fingida,
aquel sufrirle comedias y confidencias, aquel malquistarle con el
señor Magistral... todo aquello era otra escala y él no la había vis-
(48)
to nunca, y ahora no veía otra cosa.»
«¿Y Ana? ¡Ana! Aquella estaba allí, en casa, en el lecho; la tenía
en sus manos, podía matarla, debía matarla.Ya que al otro le ha-
bía perdonado la vida... por horas, nada más que por horas, ¿por
qué no empezaba por ella? Sí, sí, ya iba, ya iba; estaba resuelto,
era claro, había que matar, ¿quién lo dudaba?, pero antes... antes
quería meditar, necesitaba calcular... sí, las consecuencias del de-
lito... porque al fin era delito... Ellos eran unos infames, habían en-
gañado al esposo, al amigo... pero él iba a ser un asesino, digno
de disculpa, todo lo que se quiera, pero asesino.»
(49)
bién peldaños de «otra escala»: tampoco «la había visto nunca» y «ahora
no se veía otra cosa». El segmento final del párrafo expone cómo se encara
don Víctor con la evidencia de su deshonra. Por primera vez, desde el penoso
descubrimiento, recuerda al sujeto causante: ¿Y Ana? La exclamación que si-
gue (¡Ana!) implica el mar de confusiones de Quintanar: ¿qué debe hacer? El
conflicto interno, ya planteado antes, entre la razón y el sentimiento, entre
los imperativos éticos y los deberes del honor mundanal, se dibuja ahora en
indecisa alternancia sinusoide, paralela a la producida antes cuando apunta-
ba y no disparaba sobre el blanco incauto y despreocupado de la cabeza de
Mesía. En breves secuencias yuxtapuestas, reiterativas, con ritmo léxico bi-
nario y ternario, se desgranan los sentimientos y propósitos de don Víctor,
enredados, apoyados y destruidos, con rápida y embrollada dialéctica, me-
diante subterfugios de pasividad y ráfagas de indignación. ¿Mataba a Ana o
no? Estaba decidido, pero había que meditar.Y del sustrato jurídico del ma-
gistrado va surgiendo solapadamente la suprema razón inhibitoria, concorde
con su fondo moral: «digno de disculpa..., pero asesino». Hechos, posibilida-
des, obligaciones; fugaces propósitos de acción; acallamiento de objeciones;
pero, sobre todo, la razón (quería meditar, necesitaba calcular).
Llegamos al final del pasaje con el párrafo siguiente:
(50)
tos sucesivos: se sentó en un banco, se levantó, entró en el cenador y se sen-
tó (allí, en el lugar de la cita con Frígilis, ya mentado en 6) y en leve conato
de elaboración mental (le pareció indigno). Se cierra el párrafo con otro he-
cho puntual (también con perfecto) y ya ajeno a don Víctor: «El reloj de la
catedral dio las siete». Los motivos de esos actos, el simultáneo discurrir del
personaje y el escenario en torno, se explican o describen con los habituales
imperfectos y sus correspondientes formas de anterioridad (le había llegado,
sentía, tenía, pensaba, referían, mostraban, huían, confundían, negaban, se
veía, había saltado). Queda hundido, con su irresoluta estupefacción, don
Víctor; ya ni siquiera es él quien ve; el narrador dice «desde allí se veía el bal-
cón de donde había saltado don Álvaro».Y suena el reloj. Aquí concluye el
primer movimiento de la pasión de don Víctor. Lo que sigue en el capítulo
son variaciones (no menos necesarias en la estructura del relato, pero que
aquí no nos interesan): nuevas dudas, primero en soledad y luego en compa-
ñía de Frígilis, hasta su confesión con este que cierra el capítulo (Soy muy
desgraciado; escucha...). En este párrafo vuelven a resonar los leit-motiven
del sueño y la pereza, que venían asomando desde el párrafo segundo, y re-
aparece con nuevas connotaciones el frío que irrumpe en el noveno (cuando
estaba encañonando Quintanar a Mesía). Allí, era «aquel frío que comía el
cuerpo y el alma», con el cual «no se podía vivir». Ahora, el material « frío
del asiento le había llegado a los huesos».Y al mismo tiempo, se funde con
el sueño: «Tenía mucho frío y mucho sueño». Del «sueño dulce y profundo»
de las «ociosas plumas» (párrafo 2), figurada representación de la ignorancia
feliz de Quintanar instalado en la muelle confianza de su amistad con Mesía,
se ha pasado al áspero sueño de la hiriente realidad helada. Don Víctor está
derrotado: la extraña pereza (tan extraña como la angustia del párrafo 6 con
sus presentimientos, tan extraña como la poética melancolía ingenua que en
el 4 experimenta al pensar en Petra), la extraña pereza de su cuerpo, produc-
to del sueño y del frío, se transforma aquí en un egoísmo material (el que
siempre ha dominado a Quintanar) y —teórica reacción de los grandes prin-
se so-
cipios morales— lo reconoce indigno. La penosa introspección a que
mete don Víctor es sólo lúcida en lo que respecta a su estado físico (pensa-
—las
ba en esto con claridad); en cuanto a su situación moral y mundana
pereza,
circunstancias— no podía considerarla «en forma de raciocinio». La
(51)
el sueño, el frío, el egoísmo, en fin, se imponían. Lo otro, la desgracia anun-
ciada en 5, la deshonra descubierta en 10, ahora coronadas in crescendo con
la vergúenza, quedan sumidas en caótico marasmo. Frente al ritmo léxico bi-
nario de las sensaciones (extraña pereza - egoísmo material; frío -sueño) que
se perciben con claridad, las ideas se manifiestan con acumulaciones terna-
rias («que se referían a su desgracia - a su deshonra - a su vergúenza») y
cuádruples (se mostraban reacias - huían - se confundían - se negaban a or-
denarse). Se sentó don Víctor. Todo se aquieta de momento.Y el reloj dio las
siete.
Observemos que desde que sale Quintanar del cenador en busca de Frí-
gilis (en el párrafo 6), cuando el reloj, «como si bostezara, dio tres campana-
das», hasta este momento de las siete, sólo ha pasado un cuarto de hora.
Quince minutos que a Quintanar le resultan años, que le llevan de su incer-
tidumbre ante la oscuridad del cielo, a través de la pausada vivencia de su
deshonra, hasta la irresoluta oscuridad interna con que se deja caer en la
mecedora del cenador.
Gran habilidad de la lengua de Clarín esta densidad temporal psicológi-
ca en tan escasa secuencia de tiempo real, conseguida con procedimientos
simples, pero sutiles. Selección de un léxico adecuado —y dosificado a lo
largo de todo el pasaje— para realzar las sustancias de contenido pertinen-
tes, y reunión sintagmática y contextual de las unidades empleadas en bus-
ca de la concorde manifestación del ritmo de los hechos, las sensaciones y
los pensamientos.
(52)
DEL CAPÍTULO XXX DE LA REGENTA
Los capítulos XXIX y XXX constituyen el último segmento del relato. Acalla-
da Vetusta ante el Magistral después de la espectacular «conversión» de don
Pompeyo Guimarán, levantado el asedio puesto a Ana por don Fermín tras el
episodio poco airoso de la tormenta veraniega en el Vivero, y desasistida la
dama de apoyos firmes para oponerse a la absorción del ambiente, se ha
producido la «caída» de la Regenta. La dúplice relación de ésta —en socie-
dad esposa de don Víctor y en su intimidad amante de don Álvaro— no hu-
biera perturbado la tranquilidad de Vetusta, siempre indiferente y hasta
complacida mientras el légamo del fondo no aflorase a la tersa superficie de
la rutina. Pero, desde su irritado despecho, el Provisor no podía menos de
agitar la pacífica charca para vengarse de los «culpables». ¿Cómo? Logrando
que el vértice ignaro del triángulo, don Víctor, se enterase del asunto y rom-
piese el equilibrio, con todas las consecuencias.
El capítulo XXIX se enlaza con el XXX: la parte final del uno y la inicial
del otro ocupan el funesto día 27 de diciembre, en que don Víctor conoce el
adulterio. El corte entre ambos capítulos se corresponde con su organización
(1541)
no cronológica, sino psicológica. Cada uno consiste en una unidad: el XXIX
(desarrollado desde el 25 al 27 de diciembre) expone los preparativos, mejor
los condicionamientos, que conducen al descubrimiento por don Víctor del
adulterio; el XXX relata sus consecuencias. Cuando al fin Quintanar se dis-
pone a desvelar su infortunio a Frígilis, cierra el capítulo XXIX con escueto
resumen de su situación: «Tomás, necesito que me aconsejes. Soy muy des-
graciado; escucha...». Omite, lógicamente, el autor la narración de lo que ya
sabemos, y, con la habitual técnica del «paso adelante» y «paso atrás», rea-
parecen al principio del capítulo XXX los dos personajes concluyendo sus
confidencias: «Y ahora mucho cuidado; mira lo que vas a hacer», son las pa-
labras de Frígilis. Obsérvese el contraste: «Soy muy desgraciado», frente a
«mira lo que vas a hacer».
El capítulo XXX contiene tres unidades narrativas bien diferenciadas. La
primera abarca las últimas horas del día 27 de diciembre y las siguientes de
la madrugada (pp. 885-903); la segunda se extiende desde el 28 al 31 con la
muerte de Quintanar (pp. 903-914); la tercera, lo que llamamos epílogo (y
que en verdad alarga considerablemente la dimensión media de los capítu-
los), narra lo sucedido en el cuarto año del relato (pp. 914-929).
el camino
«Después de este diálogo, parte del cual mantuvieron por
Quintanar
de la estación a casa, y parte dentro del portal, fue cuando
s exclamó:
se acercó a la puerta para coger el aldabón, y cuando Frígili
—Y ahora mucho cuidado; mira lo que vas a hacer».
(155)
Aquí consigna el narrador el estado de ánimo y los secretos proyectos
de Crespo. Por fin, el ex regente se decide a llamar, se despide de su amigo y
queda solitario: medita para sus adentros sobre Frígilis («es la única persona
que me quiere en el mundo... ¡y es egoísta! ») y, cuando entra en casa, «se le
figuró que del patio salía una corriente de aire helado...» (p. 889).
El segundo fragmento (pp. 889-902) presenta mayor complejidad. Em-
pieza con la aparición inesperada de don Fermín (Quintanar, al cerrar la
puerta, «vio que entraba en su casa un fantasma negro, largo»). Con ello, en
la perspectiva del relato, enfocado sobre don Víctor, se interfiere el primer
plano del Magistral. La reacción del ex regente ante el adulterio ya se cono-
cía; ahora era necesario exponer el punto de vista de don Fermín. La escena
queda envuelta entre la sorpresa de don Víctor y la reprimida furia del canó-
nigo. Los temores de don Víctor, anunciados con la impresión de sentir «una
corriente de aire helado» al entrar en el patio, se van sugiriendo e intensifi-
cando sucesivamente con expresiones oportunas: «un temblor frío» recorre
el cuerpo de Quintanar, sintió un «miedo vago, supersticioso», «el temblor
de Quintanar era ya visible», «daba diente con diente», «con los ojos muy
abiertos y pasmados». Miedo, frío y pasmo que son contrapunto del cálculo
y la ira del Magistral: saluda con «voz melosa y temblona», mantiene «un
ademán gracioso y enérgico al par», parece «un desenterrado», se le ve «pá-
lido» con ojos que presagian un «mal incierto», «se ahogaba», «no podía
separar la lengua del cielo de la boca», y pide «un poquito de agua». En es-
tas circunstancias, el diálogo se inicia elusivo, difícil, entrecortado y salpica-
do con los incisos del narrador y las reflexiones en monólogo interno de los
dos personajes: «Pero este hombre ¿no sabe nada?», etc.
El agua que ofrece don Víctor «estaba llena de polvo, sabía mal. Don
Fermín no hubiera extrañado que supiera a vinagre». La pausa del agua
rompe el relato y sirve para introducir los antecedentes del estado de ánimo
del Magistral. Larga, pero ineludible interferencia (pp. 890-897), esta reme-
moración del «calvario» de don Fermín («mientras bebía el vaso de agua y
se limpiaba los labios pálidos y estrechos, sentía pasar las emociones de
aquel día por su cerebro, como un amargor de purga»), en la cual se da
cuenta de sus idas y venidas, se reconstruyen sus reflexiones, sus proyectos,
el obligado silencio ante su madre, hasta que a la noche «llegó al caserón de
(56)
los Ozores, vio a don Tomás Crespo desaparecer por la plaza, entró en el
portal y se decidió a saludar a don Víctor», «dispuesto a hablarle», «a insi-
nuarle la venganza necesaria», pero sin saber «cómo empezar».Y otra vez
se vuelve atrás, al relato de la entrevista, al «agua»: «Cuando acabó de be-
ber el vaso de agua que sabía a polvo, el Magistral aún no sabía lo que iba a
decir» (897), y volvemos al «pasmo» de don Víctor: «los ojos de Quintanar
seguían preguntando pasmados». Se prosigue, en realidad se inicia, el diálo-
go, convertido por el Magistral en hábil pesquisición de lo que quería saber
y en solapada insinuación de lo que pretendía conseguir: que don Víctor re-
accionase desde el «honor» («¿El mundo dice...? ¿Vetusta entera habla...?
»). Abandonando las palabras textuales, el narrador comprime los argumen-
tos capciosos y bífidos del canónigo, y concluye, al despedirse el Magistral,
con las últimas frases de este, solemnes y sinuosas «como sacerdote de
ópera» («si ese infame... volviera esta noche... ¡nada de sangre, don Víctor,
nada de sangre! »).
El tercer fragmento (pp. 902-903) deja a Quintanar en la soledad de sus
reflexiones, sólo interrumpida por la aparición de Ana, «pálida», de «peina-
dor blanco», sin hacer «ruido al andar», mirando «con una fijeza que daba
escalofríos». Era verdaderamente un «fantasma», contrastando su blancura
con la «negra y larga» irrupción anterior de don Fermín. Tras cuatro palabras
sobre la visita, Ana se retira, también fantasmalmente.Y don Víctor se dispo-
ne a la vigilancia en el Parque, decidido a lo que «el Magistral le había suge-
por
rido sin querer», «satisfecho ante su resolución». No obstante, vencido
cama» y
el frío y por el sueño, a las cuatro, sin conciencia de nada, «buscó la
«se quedó dormido».
giro
B) Con la segunda unidad del capítulo (pp. 903-914), se imprime un
El tema
brusco de perspectiva («Aquella tarde no asistieron al Casino...»).
desarrollan
central es el duelo entre Quintanar y Mesía. Sus preparativos se
e
y di-
como en dos versiones expuestas sucesivamente: una, entre los dimes
en que el narra-
retes de Vetusta proferidos en el Casino, y otra, más precisa,
de vista y de ac-
dor confirma lo averiguado en la primera, desde el punto
y rápido, el re-
tuación de Frígilis.A continuación, con ritmo más bien sobrio
del duelo.
lato se vuelve casi documental y concluye con el desenlace
(57)
A lo largo del pasaje precedente había dominado el tono trágico: los dos
agonistas enfrentados —Quintanar y De Pas— sufrían en el propio espíritu
la amargura y la laceria del desencanto o la rabia impotente. Ahora, en el tra-
mo inicial de esta nueva unidad, el asunto del adulterio queda degradado en
frívolo suceso, pasto suculento de la insaciable curiosidad de los contertulios
del Casino. Reaparece así la ironía, el sarcasmo. Era obligado contemplar có-
mo reaccionaba Vetusta, cómo se resquebrajaba la costra de rutina y emer-
gía el cieno latente de las pasiones miserables, al adquirir estatuto público lo
hasta entonces oculto aunque consabido.
La reunión del Casino se plasma en narración entreverada de comenta-
rios explicativos del autor y de vivos diálogos que reflejan la avidez de noti-
cias y la petulancia de los socios. Calculadamente, gradualmente, entre cá-
balas, declaraciones, deducciones, se van recomponiendo los hechos entre
«aquellos señores» constituidos «en sesión permanente», como graves va-
rones de un gobierno en estado de alerta: ¿qué pasaba? ¿qué iba a pasar? Al
tercer día («Pasó aquel día, y pasó el siguiente y no se sabía nada»), Joaqui-
nito Orgaz «reventó» y expuso su puntual informe: el duelo a muerte «iba
de veras».
Aplacada así el ansia de los vetustenses de estar al cabo de la calle, el
narrador los abandona, y por su propia cuenta legitima los datos («En gene-
ral, Joaquinito estaba bien enterado» —909—). Da una versión más veraz,
aunque escueta, de los preparativos del duelo, retoma la actividad de Frígilis
desde que se separó de don Víctor, y aclara la actitud respetuosa que ante
Crespo adopta Mesía y la cínica disposición de este a la huida. Paulatina-
mente el ritmo sintáctico se resuelve en breves enunciados de estructura
muy simple, y el léxico se desnuda hasta lo esencial: en una sola página se
comprimen los tres días de afanosas diligencias de Crespo y los otros padri-
nos del duelo (910). Obsérvese, por ejemplo, la condensación de este pasaje,
ordenado con puntual rigor cronológico, y en que, de todos los actuantes,
sólo se mencionan los dos protagonistas del duelo:
(58)
Se convino que el duelo fuera a sable. Pero no parecían sables útiles.
Además, surgieron dificultades sobre ciertos pormenores.Y así pasó
un día.
Al siguiente por la mañana se acordó que se batieran a pistola.
Don Víctor formó entonces su plan. Se alegró de que fuese el duelo a
pistola.
Pero tampoco parecían pistolas de desafío.Y pasó otro día».
«Sin que Ana sospechase nada, porque Mesía había cumplido su pala-
bra, dada a Frígilis, de despedirse por escrito para un viaje electoral, ur-
gentísimo y breve; sin que Ana sospechase por lo menos que se trata-
casa
ba de la vida o la muerte de su esposo y de su amante, salió de
la hora
don Víctor por la puerta del Parque acompañado de Frígilis, a
en que solían ir de caza».
ir de caza)
Lo que era un acto habitual de Quintanar (el madrugón para
ida en los ad-
“ aparece aquí contrastado con la nueva penosa situación, resum
l salió: «Sin que
yacentes reiterados y paralelos que preceden al núcleo verba
lo menos...».
Ana sospechase nada... — sin que Ana sospechase por
na estaba
«En la calleja de Traslacerca les esperaba Ronzal. La maña
a.
fría y la helada sobre la hierba imitaba una somera nevad
(1597)
En la carretera de Santianes les esperaba un coche; dentro de él esta-
ba Benítez, el médico de Ana.Al verle don Víctor palideció, pero en na-
da más se pudo notar su emoción.»
«Llegaron, sin hablar apenas durante el viaje, a las tapias del Vivero. Se
apearon, y rodeando la quinta del Marqués, entraron en el bosque
donde meses antes don Víctor había buscado a su mujer ayudado del
Magistral. «¡Cuántas cosas se explicaba ahora que no había compren-
dido entonces!». No importaba; la verdad era que del furor que en su
corazón había hecho estragos después de la visita nocturna de don
Fermín, ya no quedaban más que restos apagados: ya no aborrecía a
don Álvaro, ya no se figuraba imposible la vida mientras no muriese
aquel hombre: la filosofía y la religión triunfaban en el ánimo de don
Víctor. Estaba decidido a no matar».
«Llegaron a lo más alto del bosque; allí había una meseta, y, en un cla-
ro, sitio suficiente para medir más de treinta pasos. Las últimas condi-
ciones del duelo eran estas: veinticinco pasos, pudiendo avanzar cinco
cada cual. Valía apuntar en los intervalos de las palmadas, que habían
(60)
de ser muy breves. Lo cierto era que Fulgosio, el coronel, nunca había
presenciado un duelo a pistola, aunque él aseguraba haber asistido a
muchos, y Ronzal y Bedoya en su vida habían intervenido en semejan-
tes negocios. Frígilis sólo había visto el duelo frustrado de Mesía.
Aquellas condiciones las había copiado el coronel de una novela fran-
cesa que le había prestado Bedoya. Lo único original allí era que Ful-
gosio juraba que su honor de soldado no le permitía autorizar un si-
mulacro de desafío, y que el duelo a pistola y a tal distancia y a la voz
de mando sin apuntar y entre dos primerizos, pues primerizo era tam-
bién Mesía a pistola, sería la carabina de Ambrosio. Bedoya pensó que
don Víctor era buen tirador, pero no se atrevió a presentar objeciones
a su colega. La parte contraria tampoco tuvo nada que decir».
«Cuando llegaron a la meseta, lugar del duelo, don Víctor y los suyos
ieron en-
encontraron solo el terreno. Quince minutos después aparec
don
tre los árboles desnudos don Álvaro y sus padrinos, más el señor
y su
Robustiano Somoza. Mesía estaba hermoso con su palidez mate,
traje negro cerrado, elegante y pulquérrimo».
ación
La lenta procesión de los acontecimientos va a concluir, y la reiter
a lo más al-
léxica lo manifiesta: antes «llegaron» al Vivero, luego «llegaron»
encontraron sólo
to del bosque, ahora, en fin, «cuando llegaron a la meseta
párrafos preceden-
“ el terreno». Las connotaciones emocionales sugeridas en
ibuyen al tono de-
tes (fría, helada, nevada, palideció) prosiguen aquí y contr
momento, pre-
solado (árboles desnudos, palidez mate de Mesía). Y en este
Quintanar para
y sentes los contrarios, el narrador se concentra de nuevo en
iluminar su interior:
(61)
«A don Víctor se le saltaron las lágrimas al ver a su enemigo. En aquel
instante hubiera gritado de buena gana: ¡perdono! ¡perdono...! como
Jesús en la cruz. Quintanar no tenía miedo, pero desfallecía de triste-
za; «¡qué amarga era la ironía de la suerte! ¡Él, él iba a disparar sobre
aquel guapo mozo que hubiera hecho feliz a Anita, si diez años antes
la hubiera enamorado! ¡Y él... él, Quintanar, estaría a estas horas tran-
quilo en el Tribunal Supremo o en La Almunia de don Godino...! Todo
aquello de matarse era absurdo... Pero no había remedio. La prueba
era que ya le llamaban, ya le ponían la pistola fría en la mano...».
(62)
«Don Álvaro pensó en Dios sin querer. Esta idea aumentó su pavor; re-
cordó que aquella piedad sólo le acudía en las enfermedades graves,
en la soledad de su lecho de solterón...
Frígilis estaba asustado del valor de aquel hombre. Mesía mismo se
explicaba mal cómo había llegado hasta allí.
Pensando en esto, y mientras apuntaba a don Víctor, sin verle, sin ver
nada, sin fuerza para apretar el gatillo, oyó tres palmadas rápidas y en
seguida una detonación. La bala de Quintanar quemó el pantalón
ajustado del petimetre».
to: la corazona-
Como en sus aventuras amorosas, Mesía obra por instin
egoísmo y suerte.
da. En sus reflexiones, frente a las de don Víctor, sólo hay
ni un amago de
No piensa en el «otro» más que como «el gran cazador»;
conmiseración, del me nor sentimiento. La narra
ción —salvo los breves inci-
sos interno s— es pura constatación de un comporta
miento. Los dos párra-
(63)
fos discurren en forma paralela: «Mesía sintió — Mesía avanzó»; «la sangre
bulló» — «se sintió tan bravo»; «el instinto de conservación — la corazona-
da», y en consecuencia: «había que defenderse — no había sido él».Y llega el
desenlace, expuesto con aséptica y contundente brevedad:
«Ello era que don Víctor Quintanar se arrastraba sobre la yerba cu-
bierta de escarcha, y mordía la tierra.
La bala de Mesía le había entrado en la vejiga, que estaba llena».
«Esto lo supieron poco después los médicos, en la casa nueva del Vi-
vero, adonde se trasladó como se pudo, el cuerpo inerte del digno ma-
gistrado. Yacía don Víctor en la misma cama donde meses antes había
dormido con el dulce sueño de los niños.
Alrededor del lecho estaban los dos médicos; Frígilis, que tenía lágri-
mas heladas en los ojos; Ronzal, estupefacto, y el coronel Fulgosio, lle-
no de remordimientos. Bedoya había acompañado a Mesía, que pocas
horas después tomaba el tren de Madrid, tres días más tarde de lo que
Frígilis había pensado.
Pepe, el casero de los Marqueses, con la boca abierta, en pie, pasmado
y triste, esperaba órdenes en la habitación contigua a la del moribun-
do.Vio salir a Frígilis que enseñaba los puños al cielo, creyéndose solo.
—¿Qué hay, señor? ¿Cómo está ese bendito del Señor...?
Frígilis miró a Pepe como si no le conociera; y como hablando consigo
mismo dijo:
—La vejiga llena... La peritonitis de... no sé quién... Eso dicen ellos.
—+¿La qué, señor?
—Nada... ¡que se muere de fijo!
(64)
Y Frígilis entró en un gabinete, que estaba a oscuras, para llorar a solas.
Poco después Pepe vio salir al coronel Fulgosio y detrás a Somoza el
médico.
—-+¿Y trasladarle a Vetusta...? —decía el militar.
— ¡Imposible! ¡Ni soñarlo! ¿Y para qué? Morirá esta tarde de fijo.
Somoza solía equivocarse, anticipando la muerte a sus enfermos.
Esta vez se equivocó dándole a don Víctor más tiempo de vida del que
le otorgó la bala de don Álvaro.
Murió Quintanar a las once de la mañana».
C) Podía muy bien haber terminado aquí la novela. Sin embargo, no es así:
se prolonga con quince páginas más en lo que llamamos epílogo, tipográfi-
camente ya separado de lo que antecede por una línea de puntos. Ello indi-
ca, claro es, que esta tercera unidad dentro del capítulo XXX representa un
corte en el relato, y la exposición de circunstancias nuevas. Estas páginas,
con todo, están justificadas. Desde el fatídico 27 de diciembre (al final del
XXIX) no ha aparecido la Regenta más que de soslayo y superficialmente. No
sabemos nada de su estado de ánimo después del descubrimiento de su adul-
terio. Se habían consignado las reacciones de don Víctor, de don Fermín, del
ágora laica de Vetusta y hasta la esperable y frívola de Mesía, pero nada se ha-
bía dicho de Ana. Por ello, era imprescindible este epílogo, en verdad —como
dijimos hace tiempo— «una especie de resumen de la novela»: «Vetusta si-
gue igual, no ha pasado nada. Sólo la Regenta en su soledad, don Fermín en
la suya. Los que tientan a los dioses, queriendo salir de la niebla, reciben su
castigo». Recordemos que el epílogo comprende el cuarto año del relato,
desde enero —tras la muerte de Quintanar— hasta octubre —y en la cate-
dral, cerrándose así el ciclo por donde había comenzado—. Como de cos-
situa-
tumbre, la narración adopta el procedimiento del paso atrás. La nueva
con-
* ción comienza a exponerse en el mes de mayo, cuando Frígilis pretende
se
vencer a Ana para que renuncie a su reclusión voluntaria. Para justificarla,
insertan los antecedentes, primero en resumen:
(«Ocho días había estado Ana entre la vida y la muerte, un mes ente-
pade-
ro en el lecho sin salir del peligro, dos meses convalenciente,
(65)
ciendo ataques nerviosos de formas extrañas, que a ella misma le pa-
recían enfermedades nuevas cada vez»),
«por eso la rogaba que saliese con él a paseo cuando llegó aquel
mayo risueño, seco, templado, sin nubes, pocas veces gozado en Ve-
tusta» (921).
(66)
Se entreveran de nuevo más antecedentes, más comentarios del «gran
mundo», mientras se esfuerzan Frígilis y Benítez en procurar la distracción
de Ana, condensando todo ello en pocas líneas:
(67)
fuerzas, expresado hábilmente en un diálogo de ademanes, gestos, rumores,
crujidos y silencios; diálogo tenso y lento, mientras «pasaban segundos, al-
gunos minutos muy largos», y que termina con la energía voluntariosa de la
salida del canónigo («aunque iba ciego, procuró no tropezar con los pilares y
llegóa la sacristía sin caer ni vacilar siquiera») y la espantada caída sin sen-
tido de Ana («vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento del
mármol blanco y negro»).Y ya el colofón, la cruel escena de Celedonio, agrio
contrapunto que cierra definitivamente el capítulo y la novela.
(68)
CLARÍN Y LA LENGUA
(69)
gúística, ya oral, ya escrita. Lengua, por el contrario, es el modelo a que todos
los hablantes de una misma comunidad nos ajustamos con objeto de enten-
dernos. Como todas las partidas de ajedrez, o de tute, son diferentes, así los
actos de habla son diversos; pero las reglas del juego son siempre las mis-
mas, y la lengua que preside los actos de habla es necesariamente idéntica.
Este modelo social que es la lengua no implica que lo imponga nadie, a no
ser la sociedad o comunidad lingúística entera, que por común consenso
mayoritario lo acepta. Pero existen determinados organismos que, haciéndo-
se representantes de la comunidad de hablantes, han tendido a codificar el
uso de la lengua y darle normas.
De estos intentos procede la gramática normativa, la gramática tradi-
cionalmente académica, que pretende juzgar el habla individual de cada uno
ajustándola a un rasero inviolable e intangible. Veremos después lo que Leo-
poldo Alas pensaba de todo esto, cierto que sin emplear la terminología que
ahora hemos usado, y lo que dice del habla individual y de la lengua como
entidad social abstracta o como norma que no se debe transgredir. Este úl-
timo aspecto es el que en apariencia le preocupa en primer lugar, puesto que
como crítico o juez su labor consistía en juzgar según ciertas reglas, en nues-
tro caso las del lenguaje.
Dentro de una comunidad lingúística, así como existen diferencias si-
quiera mínimas entre las hablas individuales, también se aprecian diversas
variedades de grupos a las que llamamos dialectos, que poco a poco van
siendo absorbidos por la norma general. El siglo XIX, imbuido de ro-
manticismo, ansioso de valorar todo producto del llamado Volksgeist, tendió
también a dar vigor y savia nueva a esas modalidades lingúísticas de área
más reducida y sin cultivo, o casi sin cultivo, literario, bien por su trasfondo
cultural rústico, bien por carecer del soporte político de una nacionalidad pe-
culiar. Habrá que detenerse en la opinión de Clarín sobre estas lenguas sin
independencia política, en las posibilidades de desarrollo que veía en los dia-
lectos, en la relación que las variedades regionales debían mantener con la
lengua general.
Estos y otros puntos acerca del lenguaje atraen la atención de Alas. Me-
rece la pena detenerse en ello, aun sin desconocer que Clarín carecía de la
formación científica de un lingúista y que probablemente sólo supo de los
(70)
problemas propios de la lingúística a través de los temas que por su natura-
leza caían también dentro de la competencia de los filósofos. Estos, en efec-
to, se ocupaban necesariamente del lenguaje, como hecho psicológico que
es. De los filósofos, y no del trato directo con obras de filólogos, deben de
proceder las opiniones sustentadas por Alas, junto con sus personales refle-
xiones. En todo lo que sigue, no ha de olvidarse que no estamos examinan-
do el cuerpo de doctrina de un teórico del lenguaje, sino las manifestaciones
al paso, sin constituir sistema coherente, de un escritor, que como tal está
obligado a meditar, consciente o inconscientemente, sobre la lengua, de un
crítico que por tanto tiene que juzgar las hablas de los demás. Por consi-
guiente, las referencias a la lengua desparramadas por la obra de Alas se
constriñen más a detalles concretos que a los grandes problemas generales
del lenguaje.Y en esto, salvadas las diferencias entre aficionado inteligente y
especialista científico, no deja de estar Clarín dentro de la línea preponde-
rante de los lingúistas de su siglo, más propensos, salvo excepciones, al estu-
dio de pormenores que al de los rasgos inmanentes del lenguaje. Aferrados
en general al método positivista, examinaron con minucia las piezas aisladas
de la lengua, y así, sin perderse en discusiones sobre el origen y la esencia del
lenguaje, hicieron avanzar considerablemente nuestra ciencia. Sólo algunos
lingúistas o filósofos se detuvieron a analizar los otros problemas: ¿qué es la
lengua?, ¿cuál es su origen?
Precisamente este asunto, el origen del lenguaje (que en realidad cae
fuera del dominio de la ciencia lingúística), fue objeto de una serie de dis-
cursos (como se decía entonces) en el Ateneo de Madrid, que cerró, resu-
miendo las diversas opiniones expuestas, el dramaturgo e ingeniero Echega-
ray en junio de 1880. Todavía estaba por aquellos años Clarín en Madrid, e
intervino en ese ciclo. Desconocemos si en alguna parte ha quedado cons-
resu-
tancia de sus palabras. La única referencia de que disponemos es la del
de
“men de Echegaray, según reseña (acaso del mismo Clarín) en la Revista
ca la
Asturias (30 de junio de 1880). Sigámosla. Rechazada por no científi
Edad Me-
opinión del origen divino del lenguaje, que había prevalecido en la
crear-
dia y en el Renacimiento, la de que Dios había nombrado las cosas al
en un so-
las (o creado al nombrarlas), y de que esta lengua, creada ex nihilo
s, la he-
lo momento por la omnipotencia divina, era la de los libros sagrado
(E)
brea (de la cual procederían por corrupción todas las demás), las teorías
principales en pugna se podían reducir a cuatro especies: nativistas y empíri-
cas, biológicas y antropológicas. Las dos primeras no se oponían en realidad:
eran nativistas los que creían que el lenguaje aparece como tal en un mo-
mento dado, desde que el hombre es hombre, y era tal cual es a nativitate;
los empiristas agregaban que el hombre, merced a la experiencia, fue modi-
ficando y perfeccionando el lenguaje. Los postulados de la explicación bioló-
gica se fundaban en creer que las formas previas del lenguaje eran movi-
mientos y sonidos expresivos, interjecciones, o una especie de comunicación
«animalesca». Los que se apoyaban en razones antropológicas buscaban el
origen del lenguaje en la imitación fónica, en la onomatopeya, o trasladaban
a la filogénesis lingúística el proceso gradual observable en la ontogénesis
del lenguaje infantil. Estas explicaciones positivistas, sin embargo, no nega-
ban necesariamente la revelación, la intervención divina. Dios no habría cre-
ado el lenguaje, según afirma el Génesis, pero sí había dado al hombre la fa-
cultad de emplearlo, y, de este modo, era producto humano. Según la reseña,
Echegaray supuso a Alas «partidario de la opinión de Whitney, añadiendo
que por su parte no creía que el lenguaje se originase por las convenciones
de los hombres». En efecto, Whitney consideraba que no hay relación intrín-
seca esencial entre la palabra y las cosas designadas. Clarín, por consiguien-
te, se muestra concorde con lo que ha prevalecido algunas décadas después,
desde el ginebrino de Saussure, según el cual el lenguaje es convencional y
arbitrario, esto es, que no hay motivo objetivo ninguno para que al pan lo
llamemos pan y no vino, a no ser el tácito convenio entre los componentes
de la comunidad lingúística. Pero en la reseña que vamos glosando, la opi-
nión de Alas no parece definitiva, puesto que escribe: «He aquí el problema:
dadas las radicales, ¿se puede saber si son adecuadas invariablemente, por
una ley de la organización humana, a la expresión de los mismos pensa-
mientos? Es decir, ¿hay lazo, hay simpatía, hay relación ineludible entre la
palabra y el objeto que designa? ¿Ha habido en el origen un solo conjunto
de raíces o hubo varios? That ¡s the question». Aquí se muestra Alas dudoso
entre la teoría simbolista y la teoría convencional y social del origen del len-
guaje.Y esta sí es la cuestión y no las vaguedades del resumen de Echegaray,
que dio —escribe Clarín— «nueva prueba de su gran talento no por haber
(72)
herido el punto de la dificultad, sino por haber evitado con el mayor esmero
hablar de lo que no entiende. Se ocupó de todo aquello en que se siente
fuerte, menos del origen del lenguaje». Planteando así la cuestión, la de si
había o no relación ineludible entre la palabra y el objeto que designa, llegó
Saussure años después a abrir fecundas perspectivas a la lingúística con su
teoría del signo inmotivado y arbitrario.
Otro texto de Clarín nos permite saber que en el proceso de desarrollo
del lenguaje iba de acuerdo con lo que en aquellos debates del Ateneo había
expuesto Moreno Nieto: «el lenguaje no aparece en un momento formado
todo él, sino que se hace y produce en el tiempo y por grados y sucesiva-
mente», que es producto del espíritu humano, no del individual, sino del co-
lectivo, resultado espontáneo y no reflexivo como todas las obras sociales.
En Palique, 1894, escribe Alas: «Si el hombre álalo se hubiera puesto a discu-
tir (sobre que no podía) en los Ateneos troglodíticos de su tiempo si debía
decirse reprise o represa... no hubiera salido nunca de su reprensible silencio,
de sus interjecciones; nunca hubiera llegado al verbo ni a la conjunción... Se
habla como se puede; se crea el lenguaje naturalmente; sale de las entrañas
del pueblo... y no hay que darle vueltas» (p. 140).
El proceso de desarrollo del lenguaje parte, pues, según Clarín, de un es-
tado en que más que signos lingúísticos el hombre habría utilizado gestos
idad
vocálicos inanalizables; de este estado a la vez que evoluciona la mental
biológica,
se desarrollaría el lenguaje. Se trata por tanto de una concepción
lo que es
evolucionista como la de Darwin, y en desacuerdo con Humboldt y,
je era
más raro, con Renan (tan admirado por Alas), según los cuales el lengua
tal desde su aparición.
ción
Descartada esta cuestión, no estrictamente lingúística, de la apari
llamados len-
del lenguaje, ¿qué pensaba Clarín de los organismos históricos
suyos (también
guas? ¿Qué era para Clarín la lengua? Leamos unos textos
una ley cualquiera;
“en Palique, pp. 140-141): «Las palabras no se votan como
tropo en que se
la soberanía nacional, que en materia legislativa es un puro
dad en materia de
toma al gobierno por el pueblo, es una verdad, una reali
. para crear idio-
lenguaje... No vale nombrar una comisión de nuestro seno..
nar ni falsificar impu-
ma... Una vez nacida la palabra ya no se la puede profa
nacional, y no es cues-
nemente: su valor expresivo es un símbolo del espíritu
(73)
tión bizantina o constantinopolitana la de ver cómo se debe hablar para ha-
blar como se debe. Esto tratándose del lenguaje para uso ordinario; no digo
nada si se trata del lenguaje como instrumento artístico. Decir, en literatura,
que es bizantina la cuestión de la forma gramatical, es como pretender que
el pintor desprecie por insignificante la materialidad de los colores y pinte
con la primer droga que se le presente». Por estas palabras vemos que para
Clarín la lengua es un organismo social al que no puede modificar sin más la
iniciativa individual y al que nadie puede imponer leyes; al contrario, es la
lengua —por el consenso de todos los hablantes— la que impone su norma
para que cada individuo ajuste a ella su habla. Luego si el habla individual de-
pende de las posibilidades permitidas por la lengua, el habla artística tiene
aún que sujetarse más estrictamente a sus normas. Pero ¿cuáles son éstas?
¿Quién las define y las prescribe? ¿Cómo, con tal sujeción normativa, pueden
crearse nuevos valores expresivos en la lengua? El individuo, y por tanto tam-
bién el escritor, ¿será un mero mecánico repetidor de los esquemas de la
norma, sea léxica, sea sintáctica? ¿Es imposible crear «idioma»? ¿No hay li-
bertad de habla ante el inflexible imperativo social de la lengua? Con otros
textos de Clarín podremos aclarar su pensamiento acerca de esas cuestiones.
La moderna lingúística acepta que las modificaciones de la lengua a lo
largo del tiempo se deben precisamente a la difusión de innovaciones indivi-
duales entre toda la comunidad; por tanto son consecuencia del influjo del
habla sobre la lengua. El triunfo de una innovación de origen individual, y el
ulterior cambio de la lengua, ocurre cuando se ve favorecida o apoyada por
las particularidades intrínsecas de la misma lengua. Clarín, refiriéndose a Luis
Taboada escribe: «Es además de los que tienen la inspiración de su propio
idioma; sabe su lengua más que por estudios prolijos, por instinto gramati-
cal. Es de los que a su modo hacen castellano, pues esto no consiste sólo en
emplear palabras nuevas con autoridad, ni en desechar las viejas, sino en
crear giros, o grupos de imágenes, o varios otros elementos que constituyen,
no menos que el vocabulario, el positivo lenguaje de un pueblo en un mo-
mento determinado». He aquí admitida por Alas la «creatividad», la posibi-
lidad de la acción individual contra o sobre la norma social; se puede hacer
castellano siempre que se tenga la inspiración del propio idioma; esto es, el
habla individual puede modificar la norma social consagrada, siempre que
(74)
vaya guiada por las posibilidades latentes que posee la lengua. La sujeción a
la norma no elimina por lo tanto la libertad individual. Un sistema lingúísti-
co es un sistema de posibilidades, unas realizadas, otras por realizar; toda li-
bertad individual que quepa dentro de esa posible realización tendrá proba-
bilidades de extenderse y hacerse a su vez norma. Pero ¿cómo sabremos lo
que es posible y lo que no lo es? ¿Quién dicta este criterio? Las palabras de
Clarín recién citadas son claras: no hay más criterio que el de la aceptación
general o mayoritaria de una palabra o de una construcción sintáctica. Por
ejemplo: durante mucho tiempo la norma ha rechazado el empleo del verbo
constataro de la expresión ocuparse de; hoy están generalizados, y que le-
vante el dedo quien no las haya empleado alguna vez.
Ahora bien, estas prescripciones proceden de un organismo que se ha
encargado de recoger, agrupar y ordenar la norma, de «limpiar, fijar y dar
esplendor» a la lengua: la Academia. En toda codificación tiende a prevale-
cer más la letra que el espíritu, más en sus usuarios que en sus compilado-
res. La codificación académica, ya léxica en el diccionario, ya sintáctica y
morfológica en su gramática, no describe la norma con objeto de mante-
nerla contra toda iniciativa individual, entre otras razones porque sus suce-
sivas ediciones no pueden ser exhaustivas ni se han realizado con rigurosa
entre
homogeneidad de criterio. De ahí que existan a veces contradicciones
ha-
la norma (provisional) académica y la norma general, social, que cada
blante reconoce. Esto explica la posición, al parecer vacilante o inconse-
ia
cuente, de Alas respecto a la Academia. En su obra se leen con frecuenc
cen
críticas contra los académicos, algunos de los cuales —dice— descono
s a este
incluso las normas que su corporación dicta. Pero no nos referimo
desacuer-
aspecto de la actitud de Clarín, sino a Su reacción favorable o en
la nor-
do con el criterio académico. Teóricamente, en principio, Alas respeta
ser, un re-
ma académica, o, por mejor decir, lo que él cree que ésta debiera
as de los USOS
“flejo fiel de la norma social. En la práctica, aunque sus crític
se aparta a
lingúísticos se basen en lo que dice y manda la Academia, Clarín
real situación de la
veces, cuando considera que esa norma no se ajusta a la
lengua de su tiempo.
n a punta
Podemos examinar cuestiones de lenguaje que defiende Clarí
discordancia entre la
de diccionario y gramática académicos, y cuestiones de
(75)
realidad y esa norma. En esos casos, Alas desciende a menudencias con ver-
dadero encarnizamiento; en sus críticas no deja pasar a ningún escritorzuelo
ni a ningún autor consagrado la más pequeña transgresión de la norma aca-
démica: un verbo irregular mal conjugado, una palabra mal empleada, una
construcción ambigua, incorrecta o embrollada. He aquí unos ejemplos. En
Solos de Clarín (pág. 14, acerca de Blasco) escribe: «De la gramática no se di-
ga: por galicismo más o menos no hemos de reñir, y sobre que la Academia
no tiene derecho para imponer sus leyes, cada cual sabe dónde le aprieta el
régimen y sólo un dómine pedantón puede tomar a mal que se conjuguen
los verbos irregulares como los niños los conjugan, porque eso constituye un
lunar que tiene gracia. Si Blasco dice asola en vez de asuela (que sí lo dice)
tanto mejor; eso es graciosísimo, “asola” ¡ja, ja, ja! ¿no te ríes?». En verdad la
crítica no es muy importante, porque hasta don Marcelino escribió asolan en
sus Heterodoxos, y Zorrilla (otro ídolo de Clarín) dijo en Traidor, inconfeso y
mártir. «Y asolo por donde voy».
En Palique (pág. 141) se refiere Alas a una discusión en torno a si debe
decirse abolo, abuelo o abulo que incluye la Pardo Bazán en Marineda, y co-
menta: «Y a eso lo llama la creadora de Marineda ¡bizantinismo!... en cual-
quier ciudad de España sabrán los magistrados, jurisconsultos etc., etc. que
abolir es defectivo en todas las formas que no acaban en í o cuyas desinen-
cias principian por la misma vocal, según afirma la Academia, hablando esta
vez como unlibro». También en Palique (pág. 148) escribe: «Figurémonos
que un historiador de La literatura española en el siglo XIX escribe desdirían.
¿Qué le llamarían los Zoilos más severos? Pues erudito a la violeta; porque
se mete en historias literarias sin saber conjugar verbos irregulares.Y la ver-
dad es que el historiador que no sabe que desdecir no sigue la irregularidad
de decir en la segunda forma de pretérito imperfecto de subjuntivo, como
asegura la Academia con gran perspicacia; el historiador que dice desdirían
en vez de desdecirían y no es un erudito a la violeta ni cosa alguna que hue-
la bien, será un erudito al ajo del arriero. Tal vez entre las licencias necesarias
con que el P. Blanco se ha hecho fuerte, esté la licencia necesaria para con-
jugar mal. Pero esto más que licencia parece libertinaje».Y más adelante, an-
te esta frase del mismo autor: «El sello bretoniano que distingue las obras de
Serra se extiende hasta los más imperceptibles pormenores, aunque nunca
(76)
permite ver las huellas del plagio, porque eran más grandes que todo eso las
disposiciones del imitador», critica Clarín: «¡Qué desatinos! ¡Pormenores im-
perceptibles! ¿Cómo han de ser imperceptibles los pormenores de una obra
de arte? O no son pormenores, o se perciben.Y si no son perceptibles ¿cómo
sabe el P. Blanco que en ellos está el sello bretoniano? ¿Y qué es eso de un
sello que no permite ver las huellas de un plagio?». Y sigue comentando:
«Toda la trama de la obra, compuesta de increíbles atrocidades, la colocan
(la trama... la colocan) a gran desnivel respecto de la precedente». Para el P.
Blanco sólo está a gran desnivel... lo que está más bajo. Pues figúrese que esa
trama fuera tan excelente que hiciera de la obra una maravilla..., pues tam-
bién la colocaría a desnivel... al ponerla más alta. E1 P. Blanco, a quien le fal-
tan más de mil para crítico y le sobran más de cien para arador, está a un
gran desnivel respecto de los críticos y de los aradores». Basten estos ejem-
plos del minucioso interés de Clarín por las cuestiones gramaticales más co-
mineras.
En cuanto al uso del vocabulario Alas también parte del punto de vista
académico; es en principio purista, pero no intransigente, y sabe abrir la ma-
no en determinadas ocasiones. Su extraordinaria preocupación por la lengua
castiza aparece desde su adolescencia. Palacio Valdés (en La novela de un no-
velista, cap. 33) nos cuenta de esos años lo siguiente: «Pasamos la vida dis-
putando. Si uno soltaba alguna palabra impropiamente aplicada al discurso; si
otro se equivocaba de régimen; si otro escribiendo no había puesto las comas
en su sitio. Todo era materia para disputas acaloradas que duraban indefini-
damente, pues ninguno quería quedar convicto de ignorancia, y defendíamos
nuestro régimen y nuestra ortografía como una leona podía defender a sus
cachorros. Nos acechábamos constantemente, espiábamos con intensa aten-
ción las palabras que cada cual vertía, y caíamos sobre algún vocablo impuro
como buitres hambrientos sobre la carne podrida. En estas minucias lingúísti-
im-
“cas casi siempre salía vencedor Alas, porque las [sic] concedía aún mayor
or,
portancia que los otros y ponía toda su alma en ellas. Además era poseed
arma,
según supimos más tarde, de un diccionario de galicismos, y con esta
es».
que guardaba secretamente, nos infería no pocas veces heridas mortal
vi-
Este diccionario de galicismos debió de acompañar a Clarín toda su
con algu-
da.A pesar de lo cual nos dice refiriéndose a sí mismo: «Y escribo
(77)
nos galicismos. No porque yo los busque de intento, haciendo alarde de un
cosmopolitismo gramatical que no entra en mis principios... son involunta-
rios... Nos educamos mitad en francés, mitad en español, y nos instruimos
completamente en francés». Lo que en realidad le desaforaba eran los gali-
cismos de léxico y gramática de los traductores chapuceros al uso. Recuér-
dense los ejemplos de malas traducciones que cita con graciosa ironía en
Cuento futuro: «Es bestia, me embiste, platitudes, ¡que él es sincero!, él ten-
drá bello», etc.
Para esta cuestión del purismo y la traducción importa mucho leer el
prólogo que Alas puso a su propia versión de la novela de Zola Trabajo. Des-
pués de criticar a «esos pobres truchimanes, víctimas del sweating-system»,
escribe: «No es fácil siempre ser fiel al genio que anima el estilo de Zola, y al
genio del habla castellana. En la duda he preferido seguir al autor las más ve-
ces. No, no es éste un libro castizo que firmara un purista, ¡qué ha de ser!...
He atendido más que a escrúpulos lingúísticos que a veces tengo, al deber
de dar al lector español que no lee francés, la mayoría, “lo más de Zola”, que
pudiera. Por seguirle he hablado de un modo metafórico a veces que no es
de corte muy castellano, ni yo empleo cuando escribo por mi cuenta... Si no
literal, porque eso no sería literario, mi versión es casi exacta». En estas fra-
ses de Clarín se resumen con agudeza y precisión los problemas que toda
traducción plantea. El purismo tiene un límite, e igualmente en el vocabula-
rio. Sigue Alas escribiendo en el mismo prólogo: «Vamos a hablar mal del
diccionario de la Academia, que bien lo merece. Si no fuera un tormento, ha-
ría reír el verse, como yo me he visto muchas veces, decidido a ser ortodoxo
de la Academia y fiel al texto francés, luchando entre nuestro léxico oficial y
otros de mucho renombre... El calvario que generalmente hay que recorrer es
este: palabra francesa cuyo significado español exacto se busca: los dicciona-
rios “acreditados” dan una descripción (que no necesitamos) de la cosa, pe-
ro no el equivalente español en otra palabra. Otras veces, sí lo dan. Pero va
usted a ver si la Academia admite aquel vocablo y, en efecto, no lo admite. Ya
decía un ilustre académico, muy reaccionario, que ateniéndose al diccionario
de la casa, no se podía ni escribir una carta. ¡Pues qué será traducir una no-
vela de Zola, cuya primera parte está cuajada de términos técnicos... de la
metalurgia moderna! Atrasada va la industria española, pero no tanto como
(78)
la supone la última edición del diccionario académico. La Academia admite
“hulla” (¡no faltaba más!), pero no derivado alguno de esta palabra. De mo-
do que “hullero, hullera” no son voces españolas. ¡Y la riqueza "hullera” hace
millonarios en mi tierra! Millonarios con barbarismos».
Clarín es, pues, en el fondo un purista, un acatador de la norma acadé-
mica, pero con el suficiente latitudinarismo para aceptar lo que es necesario
e imprescindible. Su opinión en este asunto, lo que creía como ideal de len-
gua, se desprende de estas líneas sobre Juan Valera: «Escribe como nadie,
porque es castizo y sabe mucho diccionario, y algo que no está en el diccio-
nario, sin degenerar en arcaico, ni en voces, ni en giros: de las nuevas mane-
ras aprovecha lo que no desdice de la elegancia antigua, lo que no choca con
el gusto delicado y es útil para expresar mejor lo que mejor se piensa ahora»
(Solos, pp. 274-275). Es un ideal de lengua guiado por la prudencia y la me-
sura, a la vez muy fiel reflejo de lo que son las necesidades de un sistema
lingúístico en un momento dado: conservar el tuétano de la tradición y asi-
milar todo lo nuevo asimilable. Así, respetuoso con la norma académica, Alas
reconoce por encima de ella la verdadera norma lingúística, la que se confía
a las propias posibilidades del sistema.
Pasando de la lengua general a las hablas regionales, ¿qué actitud toma
frente a ellas Clarín? En el fondo cree que, particularmente respecto del léxi-
co, los dialectos regionales pueden aportar elementos valiosos a la lengua
general, formando así lo que Unamuno llamaría más tarde el «sobrecastella-
no» Pero aunque Alas utilice vocablos y modismos de su tierra asturiana, las
más de las veces con intenciones de caracterizar a los personajes, no es par-
tidario del regionalismo dialectal a ultranza. Criticando El buey suelto, dice
que Pereda «hace alardes de provincialismos excesivos, y algunos son de los
que no pueden tolerarse, porque se oponen al carácter general de la lengua
española y a la corriente que sigue». En cuanto al cultivo literario y fijación
Pe-
consiguiente de los dialectos, escribe Clarín en el prólogo a un folleto de
pín Quevedo: «Será leído y celebrado... como muchas de aquellas famosas
poesías del inolvidable Teodoro Cuesta, a cuyo estilo y tendencia se acerca
de otros
más Quevedo que a la corrección abstracta y algo convencional
. el
literatos del bable. El de mi amigo es como el de Cuesta, el bable realista..
visten el
que efectivamente hablan nuestros aldeanos; que, así como ya no
(79)
clásico traje... tampoco hablan como los personajes griegos del bable de Ma-
ri-Reguera o los académicos estilistas del otro hable ¡deal más reciente. No
es esta ocasión de reñir con nadie, pero, así, de paso, me atreveré a suplicar
a los prosistas del bable estático que se tomen el trabajo de abandonar an-
tigúedades lingúísticas y estudiar un poco los últimos adelantos de la filolo-
gía... y se convencerán de que el empeñarse en cristalizar el bable en formas
académicas para evitar su corrupción, es lo mismo que fabricar queso de Ca-
brales y prescindir de los gusanos». La posición de Alas está bien clara; es la
misma que sustentaba Unamuno. El bable, como los demás dialectos y len-
guas sin cultivo literario intenso, están llamados a ser absorbidos tarde o
temprano por la lengua general.
Estas son las opiniones del Clarín crítico. Podrían resumirse en unos
cuantos puntos: a) la lengua es un sistema a cuyas normas se pliegan las ini-
ciativas particulares; b) el individuo sólo puede hacer lengua cuando su in-
novación va de acuerdo con las posibilidades latentes en el sistema; c) la
norma objetiva a que debe ajustarse el habla individual es la académica, que
teóricamente debiera ser igual a la norma real de la lengua viva; d) esta nor-
ma podrá abandonarse cuando no se pueda hacer otra cosa «para expresar
mejor lo que mejor se piensa ahora»; e) las hablas regionales, destinadas a
diluirse en la lengua general, pueden aportar a esta elementos considerables.
Hasta aquí lo que Alas opina y dice de la lengua. Examinar lo que con
ella hizo, o sea su habla personal literaria, requeriría mucho tiempo, porque
calificar con criterio impresionista los resultados que obtuvo, su estilo, aun-
que no sea tarea difícil para cualquier lector atento, no llega a caracterizarlo
con rigor, aislando los procedimientos que emplea en la sintaxis, las
intenciones que expresa, la selección particular de vocabulario que realiza, la
organización que concatena sus producciones. Para conseguir esto haría fal-
ta un minucioso análisis, aquí imposible y fuera de lugar. Como conclusión
podríamos conformarnos con mostrar los postulados que guiaban a Clarín
en su labor, las aspiraciones que según él debía cumplir la obra literaria. Las
podemos deducir por contraste: los valores que apreciaba Alas serían preci-
samente los que echaba de menos, o los opuestos a los rasgos que criticaba,
en las producciones de sus coetáneos. Alas pretendía seguir el realismo, y por
consiguiente su lengua debía ser un reflejo fiel del habla real. Ahora bien, re-
(80)
alismo no consistía en efectuar una copia minuciosa del modelo objetivo, si-
no una «copia artística de la realidad, es decir, copia hecha con reflexión, no
pedazos inconexos, sino de relaciones que abarcan una finalidad, sin lo cual
no serían bellas». Trasladadas estas afirmaciones al terreno de la lengua,
quieren decir que esta debe guiarse por el modelo de las manifestaciones
lingúísticas reales, pero eliminando lo redundante, el excipiente no significa-
tivo que las envuelve por necesidad, esto es, elaborando lo natural hasta de-
jarlo en lo esencial y pertinente, en lo expresivo. Pero esta elaboración no
significa ni amaneramiento ni afectación. Precisamente son estas notas últi-
mas las que censura Alas en algunos de sus contemporáneos y cuya ausen-
cia alaba en algunos. Por ejemplo, tratando de una obra de Ortega y Munilla,
elogia su estilo porque «no degenera jamás en amanerado ni extravagante».
En cambio, a la Pardo Bazán le critica «aquel rebuscado modo de decir, dis-
culpable coquetería de una mujer que se encontró, aún muy joven, sabiendo
más diccionario y más clásicos que la mayor parte de los doctos y ya madu-
ros académicos». También exige la sencillez sintáctica, pero huye sistemáti-
camente del «desaliño convertido en dogma» que encuentra en Campoa-
mor, en cuya obra critica «esos giros prosaicos (los adverbiales y las oracio-
pues,
nes de gerundio, en que tan lamentablemente abunda)». No quiere,
tan
desaliño, pero tampoco afectación, y menos la que censura en Pereda
así, en un
aficionado a lo arcaizante. El ideal de lengua de Alas se encontraría,
en
término medio, mesurado y equidistante, entre los excesos que observa
sea
sus coetáneos: ni la puntual cotidianidad que nota en Galdós —aunque
ale-
el más cercano a sus deseos—, ni el arcaísmo de Pereda, ni la afectación
Valera, ni
jada de la expresión natural y espontánea que muchas veces tiene
que, en efecto,
la elocuencia gárrula y sin contenido de tantos otros. Parece
efectos intem-
la lengua de Clarín se ajusta con equilibrio prodigioso y con
la extraordinaria
porales a esos ideales que defendía. Ahí está, en definitiva,
obras.
“modernidad de la prosa en que están escritas sus grandes
APÉNDICE
SOBRE EL ORIGEN DEL LENGUAJE
Mi querido amigo y director: le escribo a usted esta a vuela pluma, y saturado el ce-
rebro todavía con las ideas expresadas por Echegaray en el esperado resumen de la
famosa cuestión “Origen del lenguaje”.
Es media noche y acabo de salir del Ateneo. Lo que diga, no puede ser más que
un resumen del resumen. No sé por qué no había de haber taquígrafos en el Ateneo.
¡Cuántas y buenas cosas se pierden por ello para el público, que bien las necesita!;
pues es sabido que los españoles hablan más y mejor que escriben.
Echegaray ha dado en esta sesión una nueva prueba de su gran talento, no por
haber herido el punto de la dificultad, sino por haber evitado con el mayor esmero
hablar de lo que no entiende. Se ocupó de todo aquello en que se siente fuerte, me-
nos del origen del lenguaje. ¿No es talento cumplir su cometido, entretener agrada-
blemente al auditorio dos largas horas, y no haber desflorado torpemente la cues-
tión?
La lucha de sistemas; este fue su caballo de batalla. ¡Pero qué claridad, qué
exactitud en el modo de exponer, y qué gráfico y pintoresco estuvo en los ejemplos
que presentó para condensar su pensamiento!
Empezó por apartar del debate a oradores como el P. Sánchez, un Sr. Pintado y
otros varios, para quienes la cuestión está resuelta por la revelación. Les hizo ver que
la ciencia no se para en barras, es decir, que por más que las religiones procuren sa-
tisfacer la curiosidad humana terminando la cadena de hierro de las causas con un
eslabón de oro, la ciencia la rompe para unir otro eslabón de hierro, y tras de este
otro y otro al infinito.
Tocó luego el turno a nuestro amigo Alas, aunque no se ocupó en su discurso
todo lo que debiera. “El Sr. Alas -son sus palabras— estuvo ingenioso, ático, epigra-
mático, pero profundo en medio de todo”. Le supuso partidario de la opinión de
Whitney, añadiendo que por su parte no creía que el lenguaje debiese su origen a
las convenciones de los hombres. Apenas dijo más y yo me quedé en albis, porque
seguramente Whitney tampoco da este preciso origen al lenguaje. ¡Qué agudo y
acertado se mostró, en cambio, haciendo la crítica del positivismo con motivo de
los discursos de Revilla y de Simarro! Eran cosas sabidas, es verdad, pero qué bien
dichas y con qué criterio...!
(82)
El positivismo, decía, no es ciencia, no es filosofía, no es más que un método. El
hombre no puede vivir sin ideal; sin ideal todo es mezquino, rastrero, miserable.
Arrancar al hombre el ideal es lo mismo que hacer al águila arrastrarse por el fango;
y ¿quién sabe lo que el águila, remontando su vuelo, puede ver en la celeste esfera?
¿No es esto bonito, razonable, espiritual? Y aludiendo a un símil naturalista de
Simarro, ¡válganos Dios, cuánto dijo sobre la sensación y sobre la transmutación de
la materia y sobre el centro espiritual y sobre otra porción de cosas que más pare-
cían propias, unas de discusión fisiológica y otras de metafísica, que de investigación
filológica del origen del lenguaje!
Después del positivismo el espiritualismo. Dijo que el Sr. Moreno Nieto lo sabe
todo, y le trató por eso con profunda consideración. No sé hasta qué punto será
cierto aquello, pero a juzgar por el resumen, el Sr. Moreno Nieto, a pesar de la reali-
dad de su sabiduría, no debió de haber arrojado mucha luz sobre el origen del len-
guaje con su idealismo real o su realismo ideal.
La palabra tiene un poder tan grande, que muchas veces arrancan aplausos los
de
razonamientos que menos los merecen. Digo esto porque hubo un momento
ón, y
atronadoras palmadas a que me arrastró a mí también el brillo de la expresi
todo exacto. El
que ciertamente no lo merecía el pensamiento en sí, que no era del
escatime este
señor Echegaray no se enojará, si es que lo llega a saber, de que yo le
por otros concep-
aplauso, él, que tantos ha recibido ya, y que merece muchos más
de los evolucio-
tos. He aquí el caso. Procuraba el orador deshacer aquella hipótesis
es un producto
nistas que pretende que las categorías de la razón, la razón misma,
a de especies ante-
de la experiencia acumulada de las generaciones, de una herenci
hoy toda la psico-
riores desde que el mundo es mundo, hipótesis en que se funda
el planeta por sus pasos
logía comparada, y en que se ve crecer la inteligencia en
que en un triángulo
contados, y presentaba para ello dos ejemplos: “Si me dicen
igual al cuadrado de la hi-
rectángulo la suma del cuadrado de los dos catetos no es
me dicen que mirando al
potenusa, mi razón se subleva, mi razón estalla; pero si
, sale por la izquierda, mi
Norte, el sol en lugar de salir por la derecha, como siempre
acumulada
razón no se quebranta. Y, sin embargo, la experiencia constante, secular,
asmática del fondo de las
desde el infusorio, desde la célula, desde la materia protopl
razón no es producto de esa ex-
aguas, es en los dos ejemplos invariable; luego mi
periencia”. (Aquí los aplausos.)
r que no hay paridad en
Se podría decir mucho sobre esto; basta al caso proba
bien que cabe en lo posible
los ejemplos. La razón guiada por la idea de causa ve
la tierra, y que pueda salir muy
que un cataclismo haga cambiar el movimiento de
naturalmente después el sol por la izquierda; pero no encuentra causa para que de-
je de existir la relación de los catetos y de la hipotenusa, ni para que dos y tres de-
jen de ser cinco, y esta falta de causa es lo que hace lo inconcebible, y lo inconcebi-
ble será rechazado siempre por la razón. En nada lastiman, pues, a la teoría de la he-
rencia acumulada aquellos dos ejemplos.
Por fin creí que iba a entrar de lleno en la cuestión, pero se limitó a plantear
uno de sus problemas, después de descomponer como por vía de ensayo la palabra
inverosímilmente, y mostrarnos su raíz vero, cosa sencillísima y que todo el mundo
debía saber allí.
He aquí el problema: dadas las radicales, ¿se puede saber si son adecuadas in-
variablemente por una ley de la organización humana a la expresión de los mismos
pensamientos? Es decir, ¿hay lazo, hay simpatía, hay relación ineludible entre la pa-
labra y el objeto que designa? ¿Ha habido en el origen un solo conjunto de raíces o
hubo varios? That ¡s the question.
Pero el Sr. Echegaray debió comprender que la cuestión era de tal magnitud
que valía más no acometerla. Tuvo razón, y esta fue la prueba de su gran talento.
Nos habló un poco de vocales y de consonantes, de la transmutación de las labiales,
como ejemplo, que es el A B C de la lingúística, y acabó diciendo que para resolver
el problema del lenguaje era preciso resolver antes otro: el del pensamiento.
Si no ha dicho más, es seguramente porque no ha querido, que no es hombre
el Sr. Echegaray que ignore todos los adelantos de la ciencia; pero esta sabe hoy
bastante más de lo que él dijo.
Suyo afectísimo
(85)
de su talento, pero sí es observable un interno rigor en los primeros que no
se da en los segundos. Necesidades pecuniarias obligaron a Alas a desperdi-
garse en multitud de artículos periodísticos, en que siempre brilla su ingenio
y su desparpajo, en detrimento de otras obras más meditadas que exigían el
tiempo propicio, el orden y la precisión. Para una vida tan corta que apenas
llegó al medio siglo, es pasmoso el conjunto de su producción. Las dos dis-
posiciones que acabamos de señalar se corresponden grosso modo con los
aspectos esenciales de su labor, la de narrador y la de crítico.
No hay que olvidar que también cultivó Clarín con menor fortuna otros
campos literarios. En todos se había iniciado en muy temprana edad: a los
16 años compuso y escribió de su puño y letra, para su propio entreteni-
miento, un periódico que tituló Juan Ruiz (cuyo manuscrito conservan las
herederas de Posada), en que aparecen versos, prosas y ensayos dramáticos,
que con la natural ingenuidad de su adolescencia anuncian los rasgos carac-
terísticos del Alas adulto. De los versos posteriores («en mi niñez, en mi ado-
lescencia y en mi primera juventud había escrito miles de versos, no tan ma-
los como decían mis enemigos», escribe el propio autor) andan muchos dis-
persos por las revistas y periódicos de aquellos años, y algunos han sido
publicados posteriormente gracias a la diligencia de Martínez Cachero. Son
composiciones discretas y dignas, pero sin ninguna trascendencia. De la la-
bor teatral, aparte sus esbozos juveniles, sólo queda una obra, estrenada en
Madrid en 1895 sin ningún éxito, y que no obstante es un intento muy inte-
resante (paralelo, aunque aislado, al de Galdós) de renovación de la escena,
tan decaída entonces. Se trata de Teresa, drama que pudiera llamarse social
y que indudablemente aportaba novedades (el tema, los ambientes, los per-
sonajes humildes) que no podían ser del agrado de un público ni de una crí-
tica acostumbrados a los conflictos de siempre de la alta comedia. Este rela-
tivo fracaso de Alas como autor teatral no deja de ser reflejo de la dificultad
con que hasta bien entrado nuestro siglo se han ido abriendo paso en la es-
cena española los intentos de innovación de diferentes escritores.
La fama de Clarín en vida se cimentó casi exclusivamente en su labor
crítica de periódicos y revistas, parte de la cual permanece aún sin recoger
en libro. Son accesibles, sin embargo, los volúmenes que el mismo Alas dis-
puso: Solos de Clarín (1881), La literatura en 1881 (1882, en colaboración
(86)
con Palacio Valdés), Sermón perdido (1885), los ocho Folletos literarios (des-
de 1886 a 1891), Nueva campaña (1887), Mezclilla (1889), Ensayos y revis-
tas (1892), Palique (1894), Siglo pasado (1901). La crítica «higiénica y poli-
ciaca» que ejerció Clarín se justificaba como reacción moral y sana contra
las habituales reseñas de «bombos mutuos» que proliferaban en la prensa
coetánea. Clarín se propuso, primero desde Madrid y luego desde su reducto
ovetense, evitar la confusión del público lector y establecer en la producción
escrita de su tiempo una clasificación clara de valores. Su criterio, como es
lógico, parte de los supuestos y gustos de su época, y hoy, en algunos aspec-
tos concretos, no podemos suscribir todas las afirmaciones valorativas de
Alas. Pero en conjunto sus juicios fueron siempre fundamentados en un aná-
lisis objetivo de las obras que estimó. Podremos considerar excesivos ciertos
o
elogios que dispensó a algunas figuras consagradas, como Campoamor
más en la
Echegaray o Núñez de Arce, pero en general (menos en la lírica y
los auto-
narrativa) supo apreciar con exactitud los méritos y los defectos de
su nula aten-
res que juzgó (por ejemplo, Galdós), si bien puede extrañarnos
evidente, no
ción a figuras luego realzadas como Bécquer. Su objetividad
persona-
obstante, pudo estar empañada en ocasiones por ciertas «manías»
deja escapar
les, como por ejemplo en el caso de las reticencias que siempre
la historia de la
a propósito de la Pardo Bazán. Desde el punto de vista de
meditados y or-
crítica, es cierto que muchos de estos escritos, salvo los más
conservan el ca-
denados, han perdido relevancia. Sin embargo, todos ellos
hiriente y agresiva en
rácter vivaz y directo de una prosa natural, chispeante,
ente satírico e
ocasiones, incluso con un afán persecutorio de tono violentam
específica de los
irónico de tal intensidad que choca con la poca consistencia
por qué se detuvo Cla-
objetivos directos de su crítica. Algunos se preguntan
nes mediocres e
rín (y perdió su tiempo y su ingenio) en atacar produccio
versos del Padre Mui-
irrisorias que tenían que caer por su propio peso (los
la época, era natural que
“ños por ejemplo). Pero dadas las condiciones de
el grano de la paja
Alas cumpliese ese menester de cribar con meticulosidad
muy bien lo que era y es la
literaria. Él mismo se daba cuenta de ello y sabía
s, y las exigencias
crítica literaria; pero también las necesidades económica
ente, le obligaban a
del público de periódicos para quien escribía habitualm
(recuérdese su frecuente re-
ese tipo de juicio mordaz, corrosivo y puntilloso
(87)
curso a subrayar o tiquismiquis gramaticales y lexicales a punta de dicciona-
rio y gramática, o claro es, inconsecuencias lógicas), reflejado especialmente
en los llamados por él «paliques». Decía Clarín: «Otros exclaman: —Eso, eso,
venga de ahí... vengan paliques: palo a los académicos; palo a los poetastros,
y a los novelis... tastros o trastos; en fin, palo a diestro y siniestro. Algunos de
los que esto piden deben de creer que palique viene de palo».
Estas condiciones externas de la crítica clariniana produjeron el respe-
tuoso temor a su opinión por parte de los escritores consagrados, la búsque-
da de su atención por parte de los principiantes que ansiaban recibir el es-
paldarazo de Clarín (piénsese en las insistentes peticiones epistolares de
Unamuno para que Alas se ocupase de su primera novela), el odio y los ata-
ques de los que no consiguieron sus plácemes (y de ahí las violentas polé-
micas que se levantaron, por ejemplo la mantenida contra las invectivas de
Bonafoux). En el prólogo de Palique, que no tiene desperdicio y conserva hoy
todo su valor, se refiere Clarín a diversos tipos de crítica literaria, y sigue di-
ciendo que merecerán mejor ese nombre «aquellos géneros de crítica que
sean: 19, crítica, es decir, juicio, comparación de algo con algo, de hechos con
leyes, cópula racional entre términos homogéneos; y 22, literaria; es decir, de
arte, estética, atenta a la habilidad técnica, a sus reglas (absolutas o relati-
vas). Pensar que se puede prescindir de esta clase de crítica, es sencillamen-
te absurdo. Toda actividad tiene un modo bueno de cumplirse y otro malo; el
bueno es el conforme al fin de esa actividad, y para conseguirlo no hay más
remedio que aplicar el medio adecuado; y esto sólo se logra por la habilidad
que obedece a una aptitud y a una regla; la aptitud está en el artista, la regla
se la recuerda el
crítico, si el otro la olvida o la desprecia o no sabe aplicarla. [...] Cabe
siempre decir: se equivocó este o el otro crítico, pero no cabe decir: ya no hay
crítica, es decir crítica que juzga, que aplica reglas a resultados artísticos pa-
ra compararlos con ellas. Reconocido esto, no hay inconveniente en admitir
todas esas clases de crítica... que indirectamente se refieren al arte. Estudiar
la influencia del público, del medio, etc., etc., en los autores, es legítimo: ana-
lizar las ideas y sentimientos que debieron de presidir a la realización del pro-
ducto literario, es bueno y siempre oportuno; atender a la influencia de los
organismos sociales en la forma de las literaturas (literatura de clase, tribu,
(88)
ciudad, clan, raza, etc.), santo y bueno; escudriñar las causas y los efectos
morales de la vida literaria, ¿por qué no?; relacionar el arte con el movimien-
to de la vida jurídica, particularmente en su aspecto político, labor excelente;
examinar los elementos fisiológicos, los temperamentos, sus decadencias y
empobrecimientos, en la vida y obras de los artistas, enhorabuena. Pero es
preciso confesar que ninguna de esas es la crítica inmediatamente literaria, ni
en general artística, ni ahora ni nunca; sino crítica etnológica, antropológica,
sociológica, política, ética, etc., en su relación estética y particularmente lite-
raria. [...] Pues ahora bien; entre las maneras varias de la crítica directamente
literaria, está sin duda la que yo me atrevo a llamar en broma, por lo que res-
pecta a los epítetos, pero en serio por lo que toca al fondo, la crítica... higié-
nica... y policiaca. [...] Si se me dice que de todos los modos de crítica este
que hace de ella un negociado de higiene y de policía es el más enojoso, el de
menos brillo y más disgustos para quien se emplea en tal oficio, declaro que
pienso lo mismo: pero también creo que es de mucha utilidad, particular-
mente en países como el nuestro, donde la decadencia de toda educación
los
espiritual, del gusto y hasta deljuicio, a cada momento nos empuja hacia
abismos de lo ridículo, o de lo bárbaro, o de lo bajo y grosero, o simplemente
de lo tonto. [...] En España estamos, o están muchos, despreciando los pocos
se tienen
elementos de verdadera cultura que tenemos; personas que hasta
por hombres de Estado desdeñan el tratar con sinceridad y seriedad comple-
religión en
ta los asuntos ideales y estéticos; y así, por ejemplo, profesan una
eficacia du-
que no creen, o se declaran apóstoles de un radicalismo de cuya
fondo despre-
dan; o alaban públicamente talentos y obras de arte que en el
se abstienen de
cian; desdeñan las reglas pedagógicas en que fingen creer;
que pro-
llevar los gastos del Estado por el camino del fomento intelectual
marea sube, cada
claman, teóricamente, indispensable; y con todo esto, la
la idealidad, se
vez se piensa y se lee y se siente menos, Se vegeta, se olvida
e inexpertos... y Se
“abandona la tribunay la prensa a los ignorantes, audaces
en pocos días;
aplaude lo malo, si se intriga; y se crean reputaciones absurdas
delicadeza y el sen-
y es inútil trabajar en serio, ahondar pensando, ofrecer la
nada; y los que pu-
timiento en el arte. Nadie ve, nadie oye, nadie entiende
como si fuese baladí
dieran ver, oír y entender, se cruzan de brazos, se ríen,
El que ama un
todo esto. ¡Baladí, y esa marea que sube es la de la barbarie!
(89)
poco a su país y ama la propia vocación ¿cómo ha de abstenerse de procurar,
en el terreno propio de esta vocación, enmienda —a tanto mal, dique a in-
undación tamaña? [...] Bien puedo decir que cuando más lucho es cuando es-
cribo estos paliques que algunos desprecian, aún apreciándome a mí por
otros conceptos; estos paliques que muchos tachan de frívolos, malévolos,
inútiles para la literatura. Son inútiles por la pobreza de mis facultades, no
por la intención, no por la naturaleza del género. Son crítica higiénica y de
policía; son crítica aplicada a una realidad histórica que se quiere mejorar,
conducir por buen camino |...] Se dice con razón en general: la crítica debe es-
tudiar lo bueno para ayudar a perpetuarlo; lo malo sólo merece olvido; ya se
morirá por su propia inercia. En España, hoy, no hay tal; no rige eso. Aquí lo
malo prospera, sube, florece, ahoga lo bueno, lo acoquina si se le deja. ¡Qué
de famas irritantes, de escritores hueros, necios, vulgarísimos no ha habido
que combatir, como quien apaga un incendio, durante estos veinte años!».
Si la producción narrativa de Alas puede parecer cuantitativamente exi-
gua, su valor la sitúa, junto a la inmensa creación de Galdós, en el primer pla-
no del siglo XIX, y nos atrevemos a creer que ningún otro autor consiguió una
obra tan redonda y trabada como La Regenta. La afición al relato por parte de
Alas es temprana y dura toda su vida. Publicó más de medio centenar de
cuentos, cinco novelas cortas y dos novelas completas. Sabemos que tenía en
preparación (se conocen algunos fragmentos) otras tres que habrían formado
conjunto con Su único hijo (me refiero a Una medianía, Juanito Reseco y Spe-
raindeo). Aunque esta actividad narrativa presenta unidad de rasgos, es evi-
dente la diversidad de intenciones entre los relatos cortos y las novelas largas.
Los cuentos y los otros cinco relatos más amplios fueron recogidos por Alas en
sucesivos volúmenes (el último póstumo) y sólo posteriormente se reunieron
otros cuentos dispersos bajo el título de uno de ellos (Doctor Sutilis, 1916).
Los volúmenes preparados por Alas son Pipá (que se inicia con esta novelilla y
va seguida de cuentos, 1886), El Señor y lo demás son cuentos (1893), Cuen-
tos morales (que incluye El cura de Vericueto, 1896), Doña Berta, Cuervo y
Superchería (novelas cortas, 1892), El gallo de Sócrates (1901). De las dos no-
velas largas, La Regenta apareció en 1885 y Su único hijo en 1890.
No podemos detenernos demasiado en la exposición puntual de todas
estas obras. Respecto de los cuentos, suelen agruparse en dos tipos esencia-
(90)
les: uno, de relatos en que predomina la visión satírica y caricaturesca, co-
mún con su menester de crítico, y que personifican en hombres y mujeres
típicos los defectos sociales que aquejaron a sus contemporáneos, otros, en
que Alas se detiene en presentar gentes sencillas, y por ello auténticas, sobre
las que irradia su simpatía y su ternura, o bien tipos en que encarna sus Ínti-
mas preocupaciones espiritualistas. La clasificación es válida y se correspon-
de con dos actitudes bien arraigadas en Clarín: la reacción violenta y mordaz
contra lo falso y lo ridículo y lo hipócrita, y la mirada poética, lírica, sobre to-
do lo que en el mundo es puro, natural y sencillo. Estos últimos cuentos,
aunque entramados en una línea narrativa, están urdidos con una disposi-
ción más bien poemática; son casi poemas en prosa, donde si salta aquí O
allá el chispazo aislado del humor sarcástico, se caracterizan por la intención
eminentemente lírica. ¡Adiós, Cordera! (el más celebrado cuento de Alas),
Cambio de luz, El dúo de la tos, Viaje redondo, etc., y, en las novelas cortas,
Doña Berta, son muestras acabadas de esta segunda actitud narrativa. Los
cuentos de Clarín resultan, pues, inspirados por una de esas dos notas más O
menos acentuadas: o bien un realismo caricaturizante y crítico, o bien un na-
turalismo idealizado y lírico. En unos y otros predomina el impromptu
(acompañado siempre de gran habilidad narrativa): son impresiones desarro-
au-
lladas del malhumor ante lo absurdo, o de la ternura y emoción ante lo
téntico y patéticamente fugitivo.
En La Regenta nos encontramos una novela excepcional en que todas
un equi-
las posibilidades temperamentales e intelectuales de Alas alcanzan
lirismo, y
librio prodigioso; hay sátira y hay crítica, hay emoción, ternura y
aúna to-
hay sobre todo una portentosa composición que armónicamente
ajes, am-
dos los variados elementos en ella presentes: argumento, person
Tuvo La Re-
bientes. Es una de las pocas novelas que merecen ser tan largas.
no literarias
genta su historia externa y anecdótica, basada en las reacciones
ver en ella)
“que su sustancia de contenido (o la referencia real que se quiso
tradicionalismo in-
despertó en los contemporáneos y en los epígonos de un
hasta tiem-
movilista y rutinario; levantó polvaredas más o menos absurdas
o naturalismo, o
pos recientes, considerándola obra nefanda del más groser
cionadas) «libro
(para citar palabras episcopales erradas, aunque bien inten
y de alusiones in-
saturado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas
(91)
juriosas a respetabilísimas personas». Todo ello es ya agua pasada y, para lo
que importa, ajenoa la literatura. [...]
En otra ocasión hemos expuesto los ingredientes que Clarín supo com-
binar de manera tan magistral para ofrecernos un ambiente y unas vidas que
el lector termina por incorporar a sus propias experiencias. [...] La obra, que
fue escrita con enorme celeridad (porque según confiesa Clarín no podía es-
cribir de otro modo), representa mucho tiempo de prolongada meditación.
No sería explicable, si no, la estudiada proporción del proceso del relato. No
puede ser casual la simétrica estructura de la novela desde un octubre en
que «el viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas»
(con que comienza), hasta el final que sucede también «una tarde en que
soplaba el viento sur, perezoso y caliente». Queda subdividida en dos partes
(cada una de quince capítulos): una de presentación (y consecuentemente
de exposición morosa y descriptiva, en sólo tres días de un octubre, de per-
sonajes, ambientes y situaciones), y otra más activa (y por ello a través de
un período largo, desde el noviembre siguiente hasta el octubre de tres años
después) con una narración más apresurada y, según llega el final, como Alas
creía, «abreviando razones y palabras». Ni puede ser improvisada la sabia
disposición de los elementos de la novela (ambientes y personajes) en suce-
sivas secciones de capítulos en cada una de las partes. Así, en la primera, los
cinco primeros capítulos nos llevan de don Fermín al resto del cabildo, de los
confesores a la confesada y del examen de conciencia de Ana a sus recuer-
dos; con el capítulo VI, en salto brusco desde los pensamientos de Ana, pasa-
mos al casino de Vetusta, y desde éste a su presidente y a su amigo Vegalla-
na, desde cuyo palacio (donde se nos permite conocer un importante sector
de la vida vetustense) se verá regresar de su confesión a Ana, y, con ella ya,
la rumiaremos en el «parque» de su casa; nuevo bandazo en el capítulo XI,
en el cual y hasta el final de la primera parte, volvemos al magistral y lo
acompañamos todo el día por sus ocupaciones y por sus recuerdos y preo-
cupaciones; cada cinco capítulos, pues, forman sendos núcleos en torno a
cada uno de los tres días de octubre en que comienza el relato. Alas evita en
la segunda parte la rigurosa secuencia cronística de los hechos, y fijándose
en unas cuantas pocas fechas a lo largo de tres años, articula en ellas todos
los antecedentes necesarios para la debida comprensión del relato, y huye,
(92)
con técnicas variadas, de la monotonía estilística; con suprema maestría se
ciñe a los acontecimientos pertinentes hasta el clímax del capítulo XXVI; en
los capítulos finales el ritmo narrativo se hace más rápido hasta que en el
epílogo que cierra el último capítulo (donde se condensa el cuarto año) el
relato se precipita en una escueta sucesión de sobrias consignaciones de he-
chos, con frases breves y contundentes, de lacónica precisión y de fría obje-
tividad.
No puede decirse que la otra novela completa de Clarín, Su único hijo,
deje en el lector una impresión tan intensa y perdurable.A pesar de ello, es
también una obra de excelente composición y de extraordinaria habilidad
narrativa. Alas puso en ella, si cabe, mayor rigor objetivo, y presenta los am-
bientes y los personajes (de la misma familia y circunstancias que los de la
Vetusta repentina) desde una perspectiva más distante e imperturbable,
analizándolos con una ironía fría, desapasionada, que pone en evidencia los
rasgos más deleznables y desastrosos de todo. Si ya en La Regenta apenas
ningún personaje se salva de la aguda mirada crítica que realza los defectos,
en Su único hijo la contextura moral y humana de todos es aún menos va-
liosa, y por ello pocas veces florece el aura de compasión y ternura que to-
davía puede apreciarse en los de La Regenta. De ese mundo absurdo, de fa-
randuleros profesionales y de ciudadanos hipócritas e interesados, sólo se
salva el protagonista, Bonifacio Reyes, que, concebido y presentado al princi-
pio como un ser de poca consistencia y de mentalidad ridícula, va ganando
rela-
en profundidad, y en simpatía O conmiseración, a medida que avanza el
to y se va apareciendo como el único ser auténtico, bondadoso y caritativo,
.
dentro de su mediocridad, hasta que su supuesta paternidad le transfigura
que hu-
Lástima que Alas muriera sin haber terminado las otras tres novelas
bieran completado este relato (y de las que hicimos antes mención).
(93)
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ARCHIVUM
REVISTA DE LA FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS
TOMO lI1I.—1952
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
7
YN
A £eopoldo Alas
«Clarín»
(1852-1901)
ARCHIVUM
TOMO II ENERO-ABRIL 1952 NL
medio
Leopoldo Alas, “Clarín”, poseía y presentaba, según el
la del-escri-
de acción, doble personalidad: la del catedrático y
colegas de
tor. La primera apenas se conocía; salvo para sus
profesor uni-
claustro y para sus alumnos. Leopoldo Alas era el
del todo
versitario; “Clarín”, el escritor. No se puede entender
nalidad fun-
la personalidad del escritor si se desconoce la perso
era Leopoldo
damental del catedrático, pues ante todo “Clarín”
por menos de
Alas; es decir, un maestro. La literatura no puede
ra o persona;
ser lo que los clásicos llamaron carátula, másca
la muchedum-
una fisonomía exterior, sintética y expresiva. para
ca cuya finali-
bre heterogénea y desconocida; fisonomía públi
voz del hombre
dad consiste en amplificar por resonancia la
hacerse cono-
interior que la habita y que de ella se sirve para
a sabiendas de que
cer y escuchar, en la medida de lo posible,
de guardar para sí
lo así ganado en extensión exige el sacrificio
mientos más
algunas de las verdades más caras y de los senti
sean comparti-
preciosos, ya por pudor, ya por temor a que no
que en la vida
dos, o quizás puedan ser profanados. De aquí
ngan cierta carátula,
social muchos escritores adopten y compo
rio, la una y el
máscara o persona, con su correspondiente vestua
como ellos creen que
otro muy personales, originales y tales
o representar. Esta
cuadra mejor con el papel que han elegid
o
en Buenos Aires
(1) En carta al Secretario de la REVISTA, fechada
Ayala escribe: “Le
el 8 de junio del presente año, D. Ramón Pérez de
Como usted verá, es
envío un trabajo, sobre Leopoldo Alas y “Clarín”.
ué aquí y no creo que sea Ccono-
un prólogo a una de sús obras; lo publiq
aprove chable”.
cido en España. Me hago la ilusión de que será
UNA SEMBLANZA DE MENENDEZ Y PELAYO,
POR «CLARIN>»
Salcedo. En
(2) “Clarín”, Menéndez Pelayo y Unamuno, por Emilio
y bien escrito, emite,
Insula. Madrid (n.” 76, pág. 5). Este artículo, agudo
er seriame nte. Su-
sin embargo, algún juicio que sería imposible manten
sino “derroc har
ponen, por ejemplo, que Menéndez y Pelayo no hizo
os, que eso son sus libros”, no
su genio en la construcción de catálog
del sabio montañé s. Mucho
revela a un lector asíduo ni aun superficial
don Marceii no —se
más que eso y más trascendental hay en la obra de
como ha demostrado
mire hostil o acogedoramente, pero con claridad—
bien definido y re-
su influencia en el pensamiento de un sector español
”, libre de sectarismos,
conoce, en textos que reproduzco, el propio “Clarín
rs
Madrid,
(3) Epistolario de Valera y Menéndez Pelayo. 1877-1905.
Brusela s a 16 de junio de 1886.
1946. Pág. 272. Carta núm. 196, fechada en
La crítica y la
(4) Ensayos y Revistas. Pág. 253. Revista Literaria:
o acerca de la
poesía en España”. Expresa además “Clarín” su concept
Selectas de Leo-
crítica en el prólogo de Palique, reproducido en Obras
poldo Alas. Madrid, 1947. Págs. 1.074-1. 081.
bh
M. FERNANDEZ ALMAGRO
De la Real Academia Española
«CLARIN>» Y EL «MADRID COMICO»
mero 79 (24 agosto). Sólo siete fueron los artículos que publicó
Clarín en este año.
En el de 1885 inicia su labor con el extenso artículo. ¿Por qué
no escribe Alarcón? Lamentaba Clarín la inactividad literaria
de Alarcón y le decía: “El no ser usted el mejor novelista de
España no es motivo suficiente para dejar de escribir novelas.
El primero es Pérez Galdós, en eso estamos todos, y casi estoy
seguro de que usted también; tan clara es la cosa”. Y en una
nota añadía: “También el autor de Pepita Jiménez viene a ser
el primero... a su modo. En rigor, es el primero y el último en
su género, que es un género aparte”. Cuenta Clarín que en un
tiempo Alarcón solía regalarle sus novelas con dedicatorias;
pero que desde que le dijo que “sus libros eran hermosos pero
tenían sus defectos”, dejó de enviárselas. Y eso no estaba bien.
“Mire Vd. —decía—, Pereda y yo somos ahora los mejores ami-
gos del mundo, y sin embargo, yo empecé a tratar a Pereda con
bastante impertinencia al discutir el valor literario de El buey
suelto”.
De los paliques publicados en este año, merecen recuerdo el
titulado Seis bolas negras, luego reimpreso, y referente a la vo-
tación efectuada en el Congreso para conceder la pensión al
poeta Zorrilla, y el dirigido contra el senador Calderón y Herce,
que en las sesiones de la Alta Cámara en que se trató el mismo
asunto, combatió rudamente la proposición.
Ni entonces ni nunca escapó la Academia Española a sus
chanzas. Aquí, con el título de Conejos académicos, dedicó un
artículo a discurrir sobre la definición que el diccionario oficial
daba al vocablo novela.
También comparecieron —¿cómo no?— Grilo y Cañete. Es
gracioso lo que, contestando al periódico El Adalid, que atribuía
a envidia los ataques de Clarín a Grilo, dice de éste: “El señor
Grilo, motu proprio, se me presentó, como tal Grilo, en cierta
ocasión en la Cervecería Inglesa (o en la Escocesa, no recuerdo
bien) y me dijo que le hacía mucha gracia que yo le pegase en
los nudillos, o sean los ripios, y que así debía ser y que Cristo
con todos. Yo hube de contestarle que así me gustaban a mí los
poetas, y que descuidase, que por mí no quedaría. Desde aquella
tarde, porque era una tarde, señor Adalid, quedamos tan ami-
gos, y día hubo en que se empeñó Grilo, sí señor, se empeñó en
pagarme el café, y me lo pagó; que estos poetas son así, cuando
se proponen hacer una cosa buena, como no sea cosa de retórica
y poética”.
Tres largos artículos, también reimpresos, dedicó a la novela
Guerra sin cuartel, de Ceferino Suárez Bravo, premiada por la
Academia Española. Y un palique al melodrama El soldado de
a los
San Marcial, de Julio Llana y Valentín Gómez, favorable
comen-
autores y contrario al crítico de La Epoca que le había
tado.
pali-
En este año publicó Clarín en el Madrid Cómico siete
ques y seis artículos más.
ivo al dra-
De lo publicado en 1886, lo más saliente es lo relat
n. Clarín, que
ma El Archimillonario, de don Pedro Novo y Colso
no, y en un
se hallaba a la sazón en Madrid, presenció el estre
menos fue lla-
palique le juzgó en los términos más duros. Lo
efónico-bur-
marle “disparate cómico-crematístico-crasológico-tel
te, llevó la cosa al
sátil”. Novo y Colson, que tenían poco aguan
las conferencias entre
entonces llamado terreno del honor, y de
acta, que no satisfizo
los padrinos de una y otra parte, resultó un
en algunas pala-
del todo a Novo, por hallar sentido ambiguo
d Cómico, publicó
bras. Clraín, en el número siguiente del Madri
s, en que declaraba
una carta de tonos por todo extremo digno
ía, como particular
que el autor de El Archimillonario le merec
debe a todo hombre
y como escritor, “la consideración que se
una profesión cualquie-
honrado que dignamente se consagra a
ho de juzgar sus obras
ra”, pero sin renunciar por ello al derec
lo hizo, en efecto, no mu-
cuando tuviese por conveniente. Y así
benévola.
cho tiempo después, y en forma nada
el notabilísimo Discurso
Consecuencia de este incidente fue
TAN,
(8) “Pipá”. Ed. cit, “El hombre de los estrenos”. Pág. 238.
(9) “González Bribón”.—(Cuentos Morales). Pág. 393.
(10) “El Poeta Buho” (Dr, Sutilis). Pág. 123,
yaa
s
Análoga desemejanza existe entre los personajes secundario
afinidad
de una y otra obra. Fácilmente se capta la ausencia de
burlados. Ambos son vulgares, carentes de
entre los maridos
y contras-
personalidad, pero el “buen sentido” de Charles Bovar
o francés, al
ta con la debilidad mental del Magistrado, El médic
e Vb
LOS AMANTES
com-
$ 1—Cuando en 1887 recibe “Clarín” una citación para
os. Con
parecer ante Apolo, ya han prescrito sus delitos poétic
o, medroso.
todo, al recordarlos ahora de golpe se siente turbad
ero en la
He aquí unas palabras suyas: “Yo entré con el sombr
turbado. Al
imano, con paso tardo, y, valga la verdad, un tanto
mi niñez, en mi
atravesar el umbral recordé de repente que en
o miles de
adolescencia y en mi primera juventud había escrit
enemigos, que
miles de versos, no tan malos como decían mis
capaces de
conocen de ellos una pequeña parte, pero al cabo
fuera éste de
sacar de sus casillas al dios de la poesía, aunque
caracteriza, co-
un natural menos irascible del que en efecto le
mo dicen ahora los estilistas” (1).
a los
En el presente artículo pretendemos decir algo en torno
, algunos
versos de Leopoldo Alas; ofrecer, al mismo tiempo
revelarán a
ejemplos. (Vaya por adelantado que ellos no nos
o de su
un buen poeta). Atenderemos así un olvidado aspect
se obtenga
obra (2); como fruto de semejante atención quizá
Oviedo, Publicaciones
(7) Adolfo Posada: Leopoldo Alas, ”Clarín”.
Ruiz”; vid., además, las
de la Universidad, 1946. Vid. el cap. IX, “Juan
páginas 46, 73-75 y 86-88.
antino Suárez, ob. cit. T. II,
(8) Sobre Gonzalo Castañón, Vid. Const
páginas 370-375.
ri
Y. ona A Aa ATA Le DR
A ys da da Poe RO
se,
e
(21) Florilegio de poesías castellanas del siglo XIX, página 237 del
t. V. Madrid, 1903.
(22) En “ABC” del 29-XI-1951.
— 101 —
APENDICE
I. LA OFRENDA
Sagrado imán de tiernos corazones,
dame a besar Tus pies y el homenaje
recibe de mi amor en mis canciones;
del más bello ropaje
quise vestir mi musa, porque pueda
a Tu presencia pronunciar su canto,
y la música leda
inspirará sus notas en Tu encanto.
¡Encanto dulce, inspiración sagrada!
Yo diviso en el cielo Tus rauda:es
y de sed abrasada
corre el alma a Tus límpidos crista!es;
beber de ellos ansía
y huye del mundo el árido desierto.
Tú eres sola, María,
fuente a mi sed, para mi nave puerto.
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2.
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— 103 —
en Tama
Mas una tarde que de rama
a la cima trepé donde solía,
una lira encontré que la retama
ía.
con sus hojas apenas escond
TM
a decir me obligó:
“Ven, ateo, y oirás donde te lleve
del eterno la voz”.
Del horizonte las parduzcas nubes
presagian tempestad,
en su busca marchemos que allí, ateo,
la voz de Dios oirás.
Esas nubes creciendo, de los cielos
ya borran el azul
— 106—
dl rm ques a al,
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— 107 —
TTI.
IV. SIMBOLO
V. LA BAYADERA Y EL MUNI
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1 A
«CLARIN» Y UNAMUNO
fué simple-
No se conocieron Clarín y Unamuno. Su amistad
trascendente. En
mente epistolar, pero muy honda y creo que
uno, irritado
la primavera de 1936, el año en que murió Unam
nal que tan impla-
éste con el panorama de la vida pública nacio
la prensa diaria, bus-
cablemente analizaba desde su mirador de
en ella, iniciando,
có un nuevo cauce para sus colaboraciones
de esta Universi-
creo que por sugerencia de un compañero suyo
los que iba galvani-
dad de Salamanca, una serie de escritos en
La tituló “Mis santas
zando sus propios recuerdos personales.
luz en las columnas
compañas” y sólo dos capítulos vieron la
continuado serían, sin
del diario madrileño Ahora. De haberlos
. En el segundo de
duda, parte considerable de sus memorias
de sus años se leen es-
ellos, al evocar a los amigos y conocidos
aunque crucé car-
tas palabras: “Clarín no se me presenta, pues
(“Mis santas compa-
tas con él, jamás le ví ni nos hablamos”.
ñas”, II, Ahora, 27-IV-1936).
años atrás, en la car-
Una afirmación semejante había hecho,
o —Adolfo Alas AÁr-
ta que dirigió al hijo del crítico asturian
éste preparaba la edición
gúelles— en 1930, Eran los días en que
había solicitado la auto-
del epistolario de su padre para el que
inclusión de sus cartas a
rización de Unamuno en cuanto a la
don Miguel a España. La
aquél, y muy poco antes de regresar
— 114 —
n-
tera”. “¡Qué viva me ha quedado la impresión de aquel ambie
krau-
te —escribe Unamuno— en que se deshacía la dogmática
Alas)
sista, y que tan vivamente dejó grabado Clarín (Leopoldo
que
en uno de sus maravillosos cuentos: Aquiles Zurita. Hay
volver a leer y releer, y paladear y digerir, los escritos de aquel
ivo.
hombre tan profundamente religioso, y comprensivo y sensit
13-
Y español”. (“La afanosa grandiosidad española”, Ahora,
VIT-1934).
o
Con testimonios semejantes podría restablecerse el proces
a en
de la amistad de Clarín y Unamuno, muchas veces aludid
dispo-
los escritos de éste posteriores a la muerte de aquél. Pero
piado-
nemos del que nos brindan las diez cartas que le dirigió,
en el
samente conservadas y dadas a conocer por Adolfo Alas,
las que
epistolario varias veces citado. Y aunque no conozcamos
y
Unamuno dice haber recibido de Clarín, su sola lectura atenta
permiti-
algún dato complementario que hemos rebuscado nos
lo que va-
rán trazar las líneas esenciales de esta amistad. Y es
mos a intentar en estas páginas.
* *
28
La primera carta que Unamuno escribió a Clarín data de
de una de
de mayo de 1895. Tomando como pretexto la lectura
nte
las reseñas de éste en la “Revista Literaria” que habitualme
Nuñez de
redactaba para El Imparcial, en la que a propósito de
o de
Arce hace una disquisición sobre el significado etimológic
la voz adolescencia, Unamuno, que en aquellos años se hallaba
tos
entregado a estudios sobre lingúística, luce sus conocimien
e algu-
etimológicos ante el famoso crítico y puntualiza y corrig
que he de-
na de sus apreciaciones de este orden. “Como quiera
escribe—
dicado gran parte de mi vida a estudiar lingiística —le
as en esta
y es mi oficio oficial explicar una de las lenguas clásic
de coger la
vieja Universidad, no he podido resistir al impulso
o usted,
pluma y dirigirle las precedentes observaciones. Siend
pe-
como yo, catedrático, lo comprenderá y no me lo tomará a
6
que tengo al seguir estas relaciones. Era usted una de las perso-
nas con quien más vivamente deseaba comunicarme, pues he
conversado más de una vez con sus escritos”. (Epistolario, pá-
gina 60).
Todavía en 1895 vuelve a dirigirse a Clarín, apenas regresa
a Salamanca para iniciar el curso académico. Es una carta en la
que alude a su labor del verano y a otras obras que tiene en el
telar, y se extiende en otras manifestaciones, en ese estilo tan
personal de lo que él mismo llamó su “epistolomanía”. “Estoy
convencido —le dice— de que jamás me curaré del vicio de di-
vagar y escribir cartas como Horacio odas, sin maroma lógica,
dejándome llevar de la asociación de ideas. Así es la conversa-
ción cuando es viva, ¡y siento tanto no poder conversar con us-
ted, en verdadero diálogo! ¡Siento tanto que nos veamos redu-
cidos a los monólogos alternativos de una correspondencia epis-
tolar!”. (Carta de 2-X-1895, Epistolario, pág. 65).
Al año 1896, pertenecen las dos cartas siguientes, pero antes
de referirnos a ellas debe ser incluída aquí otra noticia. En la
primavera de dicho año, en abril o mayo, publicó Unamuno en
el Diario moderno, de Barcelona, un escrito titulado “Sobre el
uso de la lengua catalana”, que dedica a su amigo en estos tér-
minos: “A mi amigo Clarín, el crítico más sugestivo de España”,
y al final de él alude a una crítica que dedicó al escritor catalán
Narciso Oller, y al empleo por éste de su lengua vernácula. La
primera de las dos cartas de este año comienza dando el pésame
a Clarín por la muerte de su madre, que tan hondo dolor le
causara. (Véase el capítulo XX, titulado “Una fiesta y una muer-
te”, de la excelente biografía de Juan Antonio Cabezas, Clarín
el provinciano universal, Madrid, 1936). Luego le da cuenta de
haber leído El gallo de Sócrates, “que me dió muchas insinuacio-
nes”, y le anuncia el envío de Paz en la guerra, “mi primer libro,
o sea mi primera obra de alguna extensión, una novela de la
que van tirados ya seis pliegos”. (Carta de 28-IX-1896, Epistola-
rio, págs. 67-70). El envío se realizó en diciembre de este año,
y
— 119 —
uno de sus
sito de algo que públicamente preguntaba Clarín en
además, cu-
Paliques sobre el nombre de Sansón. Hay en ella,
y sobre
riosas afirmaciones sobre sus preferencias estilísticas
gismo se-
la inveterada predilección unamuniana por el neolo
s popula-
mántico; revela su decidida preferencia por las forma
lificado con
res, aduce creaciones del lenguaje infantil, ejemp
acerca de sus
el de sus propios hijos, etc., informa a su amigo
rechaza que
lecturas más recientes, libros de teología luterana,
e a referirse a la
se le tome por sabio, y, como es natural, vuelv
cción de
segunda edición de Paz en la guerra, y alude a la corre
remitiría a
pruebas de sus Tres ensayos, que poco más tarde
.
Clarín. (Carta de 3-IV-1900, Epistolario, págs. 74-83)
enen los
De este breve libro de Unamuno, en el que se conti
ocupó am-
ensayos titulados ¡Adentro!, La ideocracia y La fe, se
de los artículos
pliamente su amigo dedicándole por entero uno
literaria”, en el diario madrileño Los
de su habitual “Revista
ro de 7
Lunes de El Imparcial. Apareció esta reseña en el núme
uno a Clarin
de mayo de 1900, y tres días después dirigió Unam
le recoger-
la carta más extensa de su epistolario. No me es posib
, ya que
la sino en sus líneas esenciales, pero para que el lector
las referen-
aquélla es accesible, pueda verificar por sí mismo
reproduci-
cias que a la crítica de Clarín se contienen en ella,
mos dicha reseña como apéndice de este trabajo.
dar-
Califica Unamuno a su carta de confesión. “Voy a desnu
el concepto que
me en ella —le dice— y alguna vez a desnudarle
pluma ex abun-
de usted tengo formado. (Quiero que corra mi
ocerle como
dantia cordis”. Y así es toda ella. Después de recon
disparidad
“uno de los educadores de su mente” puntualiza su
concretos, y
con el menester crítico de Clarín en algunos casos
es de em-
sobre todo en “su actitud de reserva frente a los jóven
bre que
puje”. A través de estos párrafos apasionados se descu
amigo. Luego
Unamuno fué un lector atento de la obra de su
quie-
viene el análisis de la reseña que de su libro hizo, “y como
a permi-
ro ser absolutamente sincero —escribe—, me va usted
IA:
Bo-
te que La Regenta, de Clarín, era un plagio de la Madame
en El
vary, de Flaubert”. (“A propósito de Camilo Bargiela”
epi-
Liberal, Madrid, 26-X-1920). Ahora recuerda Unamuno un
su memorable
sodio de sus años mozos, pero mucho antes, en
dirigido a él
carta a Clarín, la de 9 de mayo de 1900, se había
ta y de
en estos términos: “Y ahora me acuerdo de su Regen
ana injus-
los juicios que provocó. Tachósele a usted, con sober
que yo veo
ticia, de plagiario de Flaubert por aquella obra, en
lo más fresco
la flor de sus experiencias y reflexiones de joven,
a y sentida.
de usted, y tanto arrancado de la realidad, intuíd
y no es me-
Y fue usted en ella original, realmente original,
que el que yo
nester que se cite a Flaubert, no más menester
a abogar pro
cite a los que con mi pensar coincidan.(Vuelvo
en 1923, blasonando
domo mea).” (Epistolario, páginas 97-98). Y
ante Clarín
de su condición de poeta, que ya había mantenido
publicado sus li-
en su correspondencia, cuando aún no había
s veces repetido,
bros de poesías, recuerda otro dicho, mucha
para molestar a Ma-
de aquél. “Clarín dijo una vez, —escribe—
nces, se entien-
nuel del Palacio, que había en España —ento
amor y Núñez
de— dos poetas y medio. Los dos eran Campo
ser medio poeta.
de Arce y el medio era Palacio. Pero no cabe
pero se es entero o no
Se será grande o chico, mayor o menor,
27-VIT-1923).
se es”. (“Además...”, en Nuevo Mundo,
* * *
en los escritos de
Menciones como éstas podrían espigarse
s fundamentales queda
Unamuno. Pero creo que en sus trazo
su relación con el crí-
perfilada la historia íntima y pública de
en parte se ha hecho, a
tico asturiano, que cabría extender, y
ron los restantes escrito-
la que con él y con su obra mantuvie
criterio generacional, aun-
res del 98. Y me refiero ahora a este
n relativa, porque en la
que para muchos resulte de significació
creo que apunta esta
tan citada carta de Unamuno a Clarín
yo equivocado, tal vez
concepción en este pasaje: “Tal vez esté
haya incompatibilidad entre usted, de la generación que salió
del 68, y nosotros, los que aún no pasamos de treinta y cinco
años, pero los viejos me parecen inferiores a los que hoy salen.
¿A qué vino lo de oponer la gente novisima a la nueva? Si en
sus reparos a la gente nueva le creyesen sincero, la misma gen-
te nueva le querría”. (Epistolario, págs. 95-96).
De todo ello creo debe deducirse esto, teniendo en cuenta
las circunstancias personales de nuestros dos escritores. En
1895 Clarín es la máxima autoridad en la crítica literaria espa-
ñola. Un juicio suyo asegura la fama o envuelve en el ridículo
a un escritor que empieza. Y Unamuno, catedrático de Sala-
manca desde 1891, inicia por entonces su actividad literaria, en
la que ya se cuentan algunos ensayos fundamentales y una no-
vela extensa, Paz en la guerra. Clarín pontificia desde su reti-
ro de Oviedo, por el que entonces pasaba el meridiano de las
letras, según dice acertadamente Juan Antonio Cabezas, y Una-
muno escribe y medita desde su apartada Salamanca. Pero el
punto de convergencia de sus actividades es Madrid, el esce-
nario de la vida literaria nacional, por el que ninguno de ellos
sintió nunca gran atracción, lo que es otro rasgo que asemeja a
sus figuras. No se conocen personalmente y Unamuno aprove-
cha una minúscula oportunidad —la etimología de la voz ado-
lescencia— para entrar en relaciones con el crítico, como pala-
dina y generosamente le confiesa. Y no desaprovecha la coyun-
tura, como su epistolario nos revela. Véanse las seis cartas que
le dirige en los años 1895 y 1896. Al año siguiente publica Una-
muno su primera novela, Paz en la guerra, en la que tanto afán
puso y se la envía a Clarín. Es su primera obra literaria de
gran envergadura y es legítimo que aspire a que se
hable
de ella. Pudo satisfacerle la influencia de esta obra en
Lucha-
na, uno de los episodios galdosianos, pero quería una
opinión
autorizada, una frase de aliento o una condenación
de su modo
de hacer. “¡Si usted supiera qué de ilusiones me
llenaban al
escribir mi Paz en la guerra —le dice—, y verter
toda mi niñez
MT REN
Otro libro de pocas páginas (70) —y que merece ¡ya lo creo!, artícu-
lo, y aun artículos aparte.
Su autor no necesita ser presentado, pues hace tiempo que sus mé-
ritos le han hecho popular, hasta donde cabe que lo sean en España los
que escriben sólo de cosas serias.
Unamuno, profesor de lengua y literatura griegas en Salamanca, es
un notable polígrafo, lo cual no le impide ser especialista en algunas
ciencias. Pero no hay que llamarle sabio, porque se le molesta. El pre-
fiere las obras de imaginación y sentimiento, por motivos muy filosó-
ficos y largos de explicar, que justamente son el principal asunto de
dos de estos ensayos que ahora publica. Nos anuncia que va a publicar
hasta versos —27 poesías según leo— y desde luego advierte que da
más importancia a estas composiciones que a sus trabajos de lingúísti-
ca, obra de largos y felicísimos estudios, como yo sé de buena tinta y
por varias pruebas experimentales. Para enfadarse (?), como relativa-
mente se enfada con varios amigos oficiosos, entre los que me cuento,
que le animan a proseguir cultivando con ahinco la alta, o mejor, pro-
funda filología, no tiene razón Unamuno, aunque él crea apoyarse en
sus teorías sobre el valor deleznable de las ideas, del estudio, y cosas
por el estilo. Hay que distinguir. Suponiendo, por un momento nada
* * %»
excepcional en España.
Ensayos es un libro notab:e, verdaderamente
capaces de escribir algo de la misma fuerza,
Los que en esta tierra son
tener valor para escribirlo, o no han
que son muy pocos, no suelen
escriben con igual valen-
creído llegada la ocasión de hacerlo; los que
es que entendidos en tan de-
tía son, generalmente, hombres más audac
por el fondo y por la forma.
licadas materias. Sí, es nuevo el libro aquí
de la más llana, y sin embar-
Por la forma, porque es de filosofía, y no
sin aparato didáctico, sin andamios de erudición, y en
go se presenta
a veces elocuente e inspirado, sobre
castellano claro, terso, amenísimo,
a mi juicio es infinitamente superior al resto del
todo en La Fe, que
libro.
mente,
En Francia, en otros países, pero en Francia particular
y aun
y de valor filosófico; no en dra-
abunda esta literatura al par artística
otra cosa, sino en trabajos como
mas y novelas de tendencia, que eso es
France, de Bou-
los de Renan en sus diálogos, por ejemplo, algunos de
Inglaterra, tiene también es-
net, etc. Ruskin, el gran Ruskin, gloria de
— 138 —
“CLARIN”
conoci-
“La Regenta” es una novela tan discutida como poco
a una misma
da. Ambas notas no son contradictorias; se deben
de la novela es
característica de la obra. Se sabe que la Vetusta
pasado lo que
Oviedo, y que es la vida de esta ciudad en el siglo
en la obra una
se nos ofrece. Consecuencia ha sido que se viera
torno a ella, con
novela de clave, y por tanto que disputaran en
sangre, o espíritu,
encarnizamiento, los allegados y prójimos de
de los personajes clarinianos.
ciudad de pro-
A la vez, esta limitación del ambiente a una
como obra ca-
vincia ha hecho que se estimara a “La Regenta”
ionados con Oviedo y
rente de interés fuera de los círculos relac
ndaloso y absurdo
Asturias. Esto explica que, mientras el esca
la obra de “Cla-
“Escándalo” de Alarcón es leído y difundido,
al caso, mucho más
rín”, mucho más sana y, lo que hace más
desconocida hasta de
alta de valor literario, sea prácticamente
algún catedrático de literatura.
término, que la
No debe importarnos, al menos en primer
como en su geogra-
obra sea de “clave” tanto en sus personajes
enta” sobre el pai-
fía; “Clarín” hubiera escrito igual su “Reg
rido en el lugar de
saje de Zamora, si su vida hubiera transcur
que sus personajes
su nacimiento. Tampoco debe importarnos
tal es que sean
nos sean más o menos antipáticos (lo fundamen
— 142 —
si
Tampoco vamos a entretenernos en encasillar esta obra:
es costumbrista, o naturalista, o idealista, o psicológica. De todo
“La
tiene, pues todo cabe en lo que llamamos novela. Ya está
Regenta” clasificada al decir que es novela; no requerimos ca-
lificaciones accesorias, como tampoco las pide “Don Quijote”.
El objeto “novela” consiste en la representación por medio ex-
clusivamente de la lengua de un complejo espacio-temporal de
po-
contenido humano. Esta definición, más o menos pedantesca,
ne bien de relieve lo que “novela” difiere de “lírica” o “tea-
o”. En éste se da también la representación de un complejo
espacio-temporal, pero no exclusivamente por la lengua (la es-
cenografía, la mímica intervienen), y además el hecho de que
se
en él la lengua se emplee sólo directamente (es decir, que
En la
reduzca a diálogo) trae otras fundamentales diferencias.
en su
lírica, aunque pueda haber espacialidad y temporalidad
la ma-
contenido, lo fundamental no es su representación, sino
senta-
nifestación de ese complejo (y aquí empleamos “repre
equi-
ción” y “manifestación” en la acepción biihleriana de sus
moteje-
valentes germánicos Darstellung y Kundgabe). El que
de psi-
mos a una novela de naturalista, de idealista, de realista,
de
cológica, depende por tanto de las especiales características
inio
ese complejo espacio-temporal reflejado en ella. Del predom
ses nove-
de una de las notas de ese complejo surgen estas subcla
el Quijote en
lísticas. La novela que pudiéramos llamar clásica,
equili-
la cima (también “La Regenta”), guarda un ponderado
ados.
brio de estos elementos del complejo, no aislados, combin
senta-
Literariamente, pues, nos interesa ver cómo se ha repre
ría por
do lingúísticamente ese complejo; el cual no nos ocupa
lingúísti-
sí sólo, a no ser por su relación íntima con el conjunto
formado só-
co que lo expresa. Este AA no debe entenderse
literaria
lo por “palabras” u “oraciones” : la lengua de una obra
orgánicamen-
es un organismo que, como tal, elcdo despiezarse
novela en
te en partes cada vez más pequeñas: las partes (de la
etc.
nuestro caso), sus capítulos, sus párrafos, sus frases,
7 77
E. ALARCOS LLORACH
ASPECTOS DE «CLARIN»
POSICION DE COMBATE
alguno—
En la provincia española viven —de seguro queda
oficial, des-
hombres así: desempeñan por la mañana su función
o en algún café
pués de comer asisten a la tertulia en el Casino
un despacho
propicio, dan un paseíto, y luego, en la soledad de
literatura. Leen
lleno de libros, se sumerjen en las delicias de la
res son, por
y escriben. Extravagancias, claro, pero estos homb
nas, que ta-
lo demás, tan buenos ciudadanos, tan amables perso
intrascen-
les pecadillos suelen perdonárseles como devaneos
dentes.
e de esos.
Hace cincuenta años, en Oviedo, vivió un hombr
sus con-
Un hombre que en muchas cosas sentía y pensaba como
s y los
ciudadanos; se preocupaba por los asuntos municipale
debates de campanario (incluso fue concejal), por las partidas
ra en la Fa-
de billar y también, algo, no demasiado, de su cáted
letra ga-
cultad de Derecho. Y ese hombre es el mismo que con
ciones
rrapatosa gastó horas y años en escribir novelas y narra
equiparables a las mejores de su época.
excesos,
Leopoldo Alas escribía artículos, paliques y otros
ayu-
para ganarse la vida, porque necesitaba un público que le
dara a sacar adelante la familia; los pergeñaba en la biblioteca
— 162 —
EL INCENTIVO PATRIOTICO
AMISTADES EJEMPLARES
o a Senador
Cuando Menéndez Pelayo se presentó candidat
orero más ac-
por la Universidad de Oviedo, Alas fue su elect
para vencer.
tivo, y quien le informó sobre la táctica adecuada
última instan-
No sólo la amistad; el espíritu de justicia y, en
bajo la tex-
cia, el patriotismo, siempre presente, en filigrana,
— 168 —.
(20) Cuentos morales, págs. VII y VII, citado por Clavería: Cinco
estudios de literatura española moderna, pág. 4,
— 17M —
LA TERNURA
EL PROVINCIANO
2 sldr
EXALTACION DE LO VITAL EN «LA REGENTA>»
OBJETIVIDAD Y TENDENCIOSIDAD
EN LAS NOVELAS NATURALISTAS
(1) Vid. sobre estos géneros: Sherman H. Eoff: The Spanish novel
lan-
of ”ideas”, critical opinion (1836-1880). Publications of the modern
* guage association of America, 1940, 1941, LV, 2, págs. 531-538.
(23) Andrés González Blanco decía de Blasco Ibáñez que era “el
único novelista español que nunca desliza un nuestro héroe ni nos habla
de curar
de como dijimos en otro capítulo, grave defecto y no por fácil
menos lamentable” (Historia de la novela en España desde el Romanti-
cismo a nuestros días, Madrid, 1909, pág. 605).
— 190—
(4) Vid. mi estudio Una novela de ”Clariín”: ”Su único hijo”. Publi-
caciones de la Universidad de Murcia, 1952.
(5) No sólo el P. Blanco García en su Literatura española en el siglo
XIX presentó a Clarín —¡y de qué manera!— como furibundo natura-
lista, sino que críticos posteriores continuaron creyendo que La Regenta
era el más expresivo specimen del naturalismo español.
Andrés González Blanco incluye la novela de Alas entre las grandes
creaciones del naturalismo europeo, junto a L'Assommoir y Germinie
Lacerteux (H.” de la novela en España desde el Romanticismo a nuestros
días, pág. 209).
— 193 —
INTELECTUALISMO Y VITALISMO
EN LA OBRA DE ALAS
en la interpretación de
Me interesa insistir, primeramente,
of frustration.
Albert Brent sobre La Regenta como The novel
as de su estu-
E] mismo Brent dedica las más inteligentes págin
— 202—
reflexiones de D. Víctor,
(15) Vid. lo que más adelante digo de las
, en un momento de plena y
sabedor ya de su deshonra, ante el campo
auténtica fusión con la naturaleza.
(16) H.* de la novela... pág. 502.
— 204 —
y espadas y aven-
cuenta, ya que siempre hay caballos en los que huir,
turas en cada esquina.
didad y utilizando
Resultaría interesante estudiar, con cierta profun
XIX, ese fenómeno de
muy significativos personajes de la literatura del
tible en el caso de Alvaro
la desdonjuanización de D. Juan, bien percep
Mesía.
(19) Balseiro, Ob. cit., pag. 359.
nos cruel —y menos moralizador— que el tan amarguísimo e in-
teligentemente abrupto de La Regenta.
Y tras todo esto llegamos a la cuestión que nos interesaba
plantear. ¿No se salva nadie en la novela de la condena de Alas?
¿No hay un ser lo suficientemente puro en esa tan fustigada
Vetusta, como para marecer el cariño que Alas dispensó a Pipá,
a Manín de Pepa-José, a Doña Berta?
Brent en el capítulo Morality and religión de su ob. cit. se-
ñala como el obispo Camoirán es el único personaje clerical de
La Regenta tratado con cierto amor por Alas (20).
A. F. G. Bell había citado, muy de pasada, a Paula Raíces y
a Frígilis como personajes que merecían cierto afecto del autor.
Prescindiendo del dudoso caso de Paula Raíces, la madre de
D. Fermín, que es un ser rígido y duro, lleno de ambición que
no alcanza a justificar— dados los medios para colmarlo— el
amor al hijo y el deseo de conseguir para éste riqueza y poder;
sólo deseo ocuparme del obispo Camoirán y de Tomás Crespo,
llamado Frígilis.
Tan olvidados personajes clarinianos van servirme ahora pa-
ra tratar de analizar cómo en La Regenta puede percibirse con
gran claridad el tema de exaltación de lo vital, unido a la ya
estudiada condena de todo lo hipócrita o convencional, ya afec-
te a la cultura, a la religión, a las costumbres sociales, etc.
(21) La Regenta, 2.? ed. Ed. Maucci. Barcelona, 1908, tomo I, pá-
gina 341.
— 208 —
(22) Eca de Queiroz, O crime do padre Amaro, Porto, 1927, pág. 451.
(23) La Regenta ed. cit. 1, pág. 345.
(24) La Regenta ed. cit. 1, págs. 345-346,
-—209=
lla campiña triste ahora, siempre querida para él, que la cono-
cía palmo a palmo” (34).
No deja de ser significativo observar cómo Frígilis charla
jovialmente con los campesinos, mientras hablan de las cosas
del campo —de la vida—, callándose tan pronto como la con-
versación degenera en comentarios de pleitos e intrigas: lo an-
tivital, lo mecánico, lo apoyado en la malicia y el rencor.
Para Ana, Frígilis es un amigo un poco lejano y borroso, casi
como un árbol más de los que hay en su huerta:
“Si no llovía mucho, Frígilis solía andar por allí; más tiem-
po faltaba Quintanar de casa que Frígilis de la huerta. Ana aca-
baba por verle. Aquél había sido su único amigo en la triste
juventud, en el tiempo de la servidumbre miserable; y ahora
casi le odiaba; él la había casado, y sin remordimiento alguno,
sin pensar en aquella torpeza, se dedicaba ahora a sus árboles,
- que podaba sin compasión, que injertaba a su gusto, sin consul-
tar con ellos, sin saber si ellos querían aquellos tajos y aquellos
injertos... ¡Y pensar que aquel hombre había sido inteligente,
amable! Y ahora... no era más que una máquina agrícola, unas
tijeras, una segadora mecánica, a quien no embrutecía la vida
de Vetusta!” (35).
A Frígilis no le embrutece la vida de Vetusta —y, pese a
tanto reproche, hay un dejo de admiración y de envidia en Ana
al pensarlo— porque es como si no viviese en la ciudad, aislado
de ella en sus huertos y jardines, atento a la vida sencilla que
late en el vegetal y despreciando las intrigas de los hombres.
Pocos pasajes tan interesantes, respecto al significado vital
de Frígilis y su contraste con los restantes personajes vetusten-
ses, como el siguiente que se halla en el cap. XIX, cuando Ana
- cae enferma y se describe el cazador junto a ella:
“Se había destocado, y su cabello espeso, de color montaraz,
cortado por igual, parecía una mata, una muestra de las bre-
spa ea dla
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med” (8d 9 .. h
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PRESENCIA DE «CLARIN»
Alas,
Si en los problemas íntimos, de conciencia, Leopoldo
frente al sectarismo de unos y otros, reaccionó muy personal-
literaria
mente, también en las cuestiones de estética y técnica
en las
manifestó su propia dirección. Enrolado aparentemente
puesto
huestes del naturalismo trasplantado —o resucitado,
ol—,
que no andaba muy lejos la tradición del realismo españ
— 230 —
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