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UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA

CENTRO UNIVERSITARIO DE ZACAPA –CUNZAC-


CARRERA: LICENCIATURA EN CONTADOR PÙBLICO Y AUDITOR
II. SEMESTRE (JULIO-NOVIEMBRE 2022)
CURSO: ECONOMÍA POLÍTICA
CATEDRATICO: LICDA. SILVIA HERNÁNDEZ

Integrantes participación
Eylin Yudith Reyes González 202247441 100%
Fernando José Archila de la Cruz 202247567 100%
Hugo Lisandro Ramírez García 202247627 100%
Oscar Aníbal Flores Aguilar 202247418 100%
Thania Victoria García Morales 202247678 100%
Víctor Manuel Franco Rodríguez (coordinador) 202247888 100%

Capitulo IV

Oro o Papel

LOS PAPELILLOS DE JOHN.

… Apenas hacia un instante, que un típico bosque escocés aún resplandecía a la luz del sol,
cuando de un momento a otro se ensombreció. Varios niños y niñas de doce a catorce años,
con ojos alarmados miraron hacia el cielo. “Habrá tormenta –dijo alguien-. ¡Salgamos presto
de aquí! Los niños se arracimaron en grupo y a todo correr se pusieron camino a casa. Pero
ya era tarde. No habían tenido tiempo de recorrer medio kilómetro cuando ya la tormenta se
les había venido encima.

Espantados hasta la desesperación a causa de los truenos, rayos y crujidos de los árboles
abatidos por el vendaval, los niños, calados hasta los huesos, se guarecieron del mal tiempo
en una minúscula posada del bosque. El gustoso vino tinto, la comida caliente, la ropa secada
en el hogar de la cocina y, especialmente, el cielo, ahora limpio y sereno, les hicieron olvidar
las emociones sufridas apenas hacía unos instantes atrás.
Sólo un puñado de chicos, los mayores del grupo, reunidos en círculo cuchicheaban con
visible preocupación. ¿Con qué iban a pagar la cuenta? ¿Quién llevaba dinero consigo?
Cierto, que todos eran hijos de ciudadanos acaudalados, pero, ¿dónde se ha oído, que en la
Escocia de 1684 los chicos tomarán consigo dinero al salir de excursión? Sin él ya no eran
pocos los fardos que tenían que llevar: comida, bebida, etc. Sería el colmo tener que arrastrar
también con dinero.

El honesto, ojo avizor, ya se había plantado frente a ellos.

-Caballeros, por favor, he aquí vuestra cuenta.

Los chicos se miraban unos a otros con aire de impotencia. De pronto, el penoso silencio fue
roto por una voz segura.

-Dámela, buen hombre.

Al instante, todas las cabezas se volvieron en dirección a la


voz.

Un chico enjuto, de fino y bello rostro, un rubiecito, que aparentaba unos doce años, John
Law, hijo de un célebre joyero, había actuado con seguridad y decisión.

En una hoja de papel había escrito: “Vale por medio soberano”,1 firmó y pidió al hostelero,
presentado al almacenista principal de su padre, quien le haría entrega del dinero.

Pero la sorpresa pasó de raya, cuando los muchachos vieron que el hostelero absolutamente
satisfecho, dobló cuidadosamente el papel y lo guardó en su bolsillo. John puso cara de no
haber advertido las miradas llenas de asombro que se habían posado sobre él, y en general se
condujo como si nada extraño hubiese acontecido. Se despidió cortésmente del hostelero y
propuso a la pandilla continuar el camino.
El viejo Mason, almacenista de William Law no era la primera vez que pagaba un vale “por
orden” de John. También esta vez, pagó sin discusión alguna.

En cuanto a lo que concierne a John, hay que decir que, por amor a la comodidad, casi nunca
llevaba dinero consigo, y como él, al hijo del famoso joyero, le aceptaban con gusto los
papelillos avalados con su firma, entonces llegó a la conclusión de que los vales podían
reemplazar al dinero.

John se aficionó a esta manera de pago. Sin embargo, había una idea que no lo dejaba en paz:
¿por qué, un papel firmado por él satisfacía a los mercaderes? ¿Por qué los recibían de tan
buen grado como si se tratasen de dinero en efectivo?

Estas preguntas ocupaban su atención desde hacía mucho tiempo. Últimamente había sabido
por intermedio del viejo Mason, cosas muy interesantes. Sobre la mesa del viejo almacenista
se alzaba una montaña de monedas de oro. Habían sido compradas a mercaderes llegados a
Liverpool, y era preciso comprobar el peso y pureza de cada moneda por separado. A John
le pareció este un trabajo excesivo e inútil, pero el experto almacenista le explicó su
importancia.

Estas monedas de oro llevaban mucho tiempo en circulación. Habían pasado por muchas
manos a consecuencia de lo cual se hallaban gastadas, deterioradas.

A más de esto, cada uno de los poderosos del mundo (reyes, príncipes y a veces hasta los
ricos latifundistas) acuñaban nuevas monedas empleando en la aleación cada vez menos oro
y mayor cantidad de metales de escaso valor. En otras palabras: acuñaban moneda falsa. En
su propio país el bajo valor de las monedas no obstaculizaba la circulación de mercancías. El
dueño de la mercancía no se preocupa por la pureza de la moneda: dentro de un par de horas
o de días este dinero iba a dar a otras manos. Pero yendo más allá de las fronteras, esta
cuestión –cantidad de oro en cada moneda- se torna muy importante, pues el país comprador
paga en su moneda una suma equivalente a la cantidad de oro contenida en la moneda del
país vendedor.
Los razonamientos del viejo Mason vinieron a confirmar los pensamientos del chico. Vale
decir, ¡que la circulación de mercancías se puede realizar con la ayuda de dinero envilecido!
Por ejemplo, hoy cuando mamá le pagó al modisto dos soberanos por un vestido, al modisto
le fue absolutamente indiferente, saber cuántos gramos de oro contenía la moneda. A él sólo
le importaba recibir a cambio de ella, tejidos, productos para la alimentación, etc., en una
palabra, obtener, otros artículos por el valor del vestido.

Por consiguiente, el dinero como medio circulante no necesitaba de un valor real. Así, pues,
desde el punto de vista del modisto, por ejemplo, para él es absolutamente indiferente recibir
por su mercancía una moneda de oro envilecida o un pedazo de papel. Lo único importante
para él, es que este pedazo de papel le dé derecho a adquirir otras mercancías.

John tuvo el presentimiento de que había llegado a descubrir algo muy importante. “Esto
quiere decir, que... si se escribe en un papel, que este es un bono por valor de un soberano,
lo podemos poner en circulación en calidad de dinero, de la misma manera que si se tratara
de una moneda de oro. En resumidas cuentas, ¡este papel que viene a reemplazar el oro no
será otra cosa que papel moneda!”.

John lleno de gozo habló a su padre acerca de su descubrimiento. El viejo Law miró al chico
con orgullo, sin embargo, consideró sensato moderar su entusiasmo, no dejarlo caer en ese
nuevo y peligroso mundo de “ideas subversivas”, que a la sazón flotaban por ahí.

Hijo mío –le dijo en tono protector-, si crees que eres el primero en pensar en ello, te
equivocas de medio a medio. En verdad, has expresado muchas ideas nuevas e interesantes,
sin embargo, hazte cargo de que el papel moneda fue inventado hace ya algunos siglos atrás.
Muchas veces han intentado revivirlo, incorporarlo a la vida, hacerlo realidad, sin embargo,
todos los esfuerzos han ido a dar al traste. El dinero es oro, y a este no lo podemos reemplazar
por mucho tiempo. ¡Reflexiona acerca de esto, hijo mío! Confío en que ya habrás
comprendido, que es necesario devanarse los sesos no pensando en la manera de reemplazar
el oro por papel, sino en cómo es posible incrementar cada día más sus reservas.
¿Tenía razón el viejo Law? En realidad, ¿será posible que el oro sea irreemplazable?

PLANES AVENTUREROS PARA LA SALVACIÓN DEL MUNDO.

Han transcurrido diez años. El favorito del gran mundo londinense, el héroe de celebérrimas
batallas libradas en el mundo de las cartas y la ruleta, John Law, iba y venía con pasos
nerviosos por su apartamento espléndidamente amoblado. Tres días atrás había dejado su
última bolsa con oro en la mesa de juego y desde entonces había girado a sus compañeros de
juego 18 “bonos” por un valor total de 2,500 libras esterlinas.

En realidad, su preocupación no era causada por el dinero perdido. Su madre, desde luego,
le haría llegar en esos días la suma necesaria deducida de los ingresos provenientes de las
grandes propiedades heredadas de su padre. Lo que ocurría era que nuevamente el viejo
problema torturaba el pensamiento del joven libertino: ¿por qué sus compañeros de juego
aceptaban gustosos, en vez de dinero, los papeles firmados por él? ¿Pensarán, acaso, que
tarde o temprano le sonreirá de nuevo la suerte? ¿O, quizá, no querrán desairarlo? ¿O lo harán
con arreglo a ciertos presupuestos que era posible excluir todas estas variantes? Conocía muy
bien a sus amigos de juego y tenía razones para no creer en su delicadeza y generosidad.

Horas, días enteros reflexionó sobre el problema antes de llegar a la única solución posible:
los papeles firmados por él eran aceptados en calidad de dinero sólo porque era poseedor de
rica hacienda. Es decir, cada bono era considerado por sus acreedores como dinero, sólo por
la circunstancia especial de que en cada pedazo de papel ellos veían nada menos, pero
tampoco nada más, que sus propiedades. Por consiguiente, él podría girar bonos por una suma
total, igual al valor de su hacienda. Sus reflexiones fueron aún más lejos. Esto quería decir,
que cualquier hacendado o poseedor de casas, fábricas o minas podría hacer lo mismo.
¡Desde luego! Ahora, si se diera el caso, en que todos los bienes de una persona estuviesen
totalmente cubiertos por bonos, ¿no sería posible girar bonos falsos? ¿No podría darse el
caso, de que una persona expidiera bonos por una cuantía mayor al valor total de sus bienes?
Sin ninguna duda. Sin embargo, hay que tener en cuenta que nadie puede obligar a otro a
aceptar bonos en lugar de dinero. Pero ¿El Estado? ¿El Rey? ¡Esto ya es otra cosa! El Rey
tiene riquezas incalculables. A él pertenecen castillos, fortalezas, palacios, tierras, tribunales,
etc. Si todas estas riquezas sirvieran para garantizar los bonos, el Estado podría promulgar
una ley sobre la obligatoriedad de la circulación del papel moneda y la pena de muerte para
los falsificadores.

John saltó de su sitio: ¡Claro, en esto reside todo el secreto! Y en la medida en que esto era
cierto, se encontraba cerca de la solución del viejo problema. Efectivamente, esto constituyó
el primer paso en el camino que debería llevar al derrocamiento del oro de su trono.

Transcurrieron aún veinte años más. Ahora, Francia es el escenario de los acontecimientos.

En el reinado del “Rey Sol”, Luis XIV (1,638-1,715), Francia se encontraba al borde de la
bancarrota, del total fracaso financiero. La deuda externa alcanzó una cuantía fantástica: tres
mil millones de libras esterlinas. Fénelon (1,651-1,715), escritor y notable filósofo francés,
exclamó: “Es un milagro que aún estemos con vida”.

En una sala de recibo del palacio de Versalles, suntuosamente amoblada y cubierta con
felpudas alfombras, el regente de Francia, el duque Felipe de Orleans, que gobernaba al país
en nombre del príncipe heredero, Luis XV, que a la sazón contaba con cinco años de edad,
sostenía una charla con un hombre enjuto, vestido todo de negro.

- ¿Quién es ese hombre? – preguntó una dama elegantemente vestida, que hacía parte de un
grupo de cortesanos.

- ¿Es posible que no lo conozca usted? Es John Law, conocido aventurero escocés,
apasionado jugador y banquero audaz. En Inglaterra fue condenado a muerte por haber
tomado parte en un duelo que arrojó un trágico resultado, pero logró escapar. Sus planes de
reforma financiera fueron ridiculizados en Escocia y Austria. El “Rey Sol” lo deportó de
París por tramposo. Dicen, que ahora está empeñado en hacernos felices con sus planes para
la salvación del mundo.
Pudo pensarse, que tanto a los oídos del duque como a los del banquero no había llegado ni
una palabra dicha por los circunstantes. No era para menos. La conversación giraba en torno
a cuestiones de vital importancia para el país.

-Entonces, ¿sostiene usted, que se compromete a poner en orden las finanzas de Francia?

- ¡Me comprometo, Vuestra Alteza! Si mi sistema es aprobado por usted, yo, sin nuevos
impuestos a la población, le proporcionaré tanto dinero, que dentro de pocos años el erario
nacional quedará libre de toda deuda externa. Permítame usted exponerle a la luz de un
ejemplo la esencia de mi sistema.

Imagínese usted una isla, perteneciente a una persona determinada. Supongamos, por un
momento, que esta isla está dividida en cien pequeñas parcelas, las cuales se encuentran en
arriendo. Cada una de estas parcelas es trabajada por una familia. Además, en la isla hay
trescientos campesinos pobres. Ellos viven de la caridad pública. Los arrendatarios venden
por oro sus cosechas al dueño de la tierra y con el oro obtenido pagan los derechos de la
aparcería.

Bien, ahora introducimos en esta isla mi sistema. El propietario de la isla emite papel moneda,
distingue a cada billete con un número ordinal y una inscripción que certifique que cada uno
de ellos reemplaza a un gramo de oro en la circulación. Supongamos, también, que solamente
posee 10,000 gramos de oro, por consiguiente, emite 10,000 billetes de banco, con los cuales
compra la cosecha a los aparceros. Estos a su vez, pagan con este dinero los derechos de
aparcería, como es natural. Todos convendrán de buen grado con la introducción de papel
moneda, toda vez que este facilitará la circulación de mercancías y en cualquier momento
podrá ser convertido en oro; además para todos será cosa sabida que sólo con este dinero
podrán ser liquidados todos sus egresos. De esta manera, el oro quedará en completa
disponibilidad del dueño de la isla, pues sería poco probable que todos desearan al mismo
tiempo la conversión de su papel moneda en oro. Por ello será suficiente y necesario tener en
caja una suma por el orden de 2,000-3,000 gramos de oro. Con el oro restante, el dueño de la
tierra podrá comprar ahora máquinas y materias primas, organizar una empresa industrial y
dar trabajo a los campesinos pobres de la isla, los cuales, de esta manera, se convierten en
obreros asalariados. Huelga decir, Vuestra Alteza, que el pago por su trabajo lo obtendrán en
papel moneda y con este dinero tendrán que comprar a los apareceros los productos
alimenticios, los cuales, a su turno, y con este mismo dinero, adquirirán artículos industriales.
Como es natural, para esto ya se hace necesario mayor cantidad de dinero. El dueño de la
isla, entonces, hace una nueva emisión de papel moneda en cantidad que corresponda al valor
de sus bienes, toda vez que estos tienen un valor equivalente al del respaldo en oro. De esta
suerte, en la isla habrá permanentemente una cantidad suficiente de dinero. La industria se
desarrolla, toma gran incremento. Aparece, entonces, un excedente de productos industriales,
que se vende por oro a los pueblos continentales. Entonces se da comienzo a una fuerte
inmigración, aparecen nuevos hombres, crece el poderío económico de la isla y
consecuentemente la riqueza de su dueño. Estas son las ventajas inmediatas de mi sistema,
Vuestra Alteza.

... En junio de 1,716 en el edificio de un viejo hotel, fue fundado el primer banco emisor de
Francia, como dependencia privada, el “Banque Géneral”. Su garante, el duque Felipe de
Orleáns, su director, John Law. La patente real concedida a la institución bancaria, otorgaba
a John Law derecho para la emisión de papel moneda y obligaba a las cajas del Estado a
cambiar los billetes de banco por oro y a aceptarlos para la liquidación de los impuestos. Al
mismo tiempo, la patente determinaba los fines del banco: “Aumentar la circulación
monetaria, poner fin a la usura, liquidar el traspaso de dinero entre París y las provincias,
conceder a los extranjeros la posibilidad de un depósito seguro para su dinero en nuestro país,
facilitar a los súbditos la venta de sus mercancías y el pago de los impuestos”.

Al banco fluyeron en torrente los metales preciosos. Cada vez era mayor la cantidad de oro
y plata que llegaba a la caja del banco para ser cambiada por papel moneda. El entusiasmo
no tenía límites. Un rico comerciante en sedas de Lyon le dice a John Law: “¡Señor, esta ha
sido una idea maravillosa, genial! Antes, el valor de la moneda fluctuaba con mucha
frecuencia. Todo mundo se negaba a concedernos préstamos, pues en realidad nadie estaba
seguro de recibir el dinero con igual contenido de oro o plata. Los extranjeros se negaban a
cerrar con nosotros cualquier transacción. Ahora, de nuevo confían en nosotros”.
Corría el año de 1,718. La agencia bancaria Law se transforma en el banco real, bajo el
nombre de “Royal Bank” director, John Law. El acta real constituyente obliga a todos los
ciudadanos a aceptar el papel moneda y prohíbe la falsificación bajo la amenaza de pena de
muerte. El duque de Noailles, ministro de finanzas, dimite. Es reemplazado por el ministro
de policía, quien nada entiende en el campo de las finanzas. La única autoridad financiera en
el país: John Law.

El Regente cita a su despacho al director del Banco Real:

-Usted prometió liquidar la deuda externa del país. Espero, que sabrá cumplir la palabra.

Así, pues, a John Law le había llegado la hora de cumplir su promesa sin socavar la confianza
que el papel moneda había alcanzado. ¿Qué hacer? Por el momento aún no podía disponer
del dinero depositado en las arcas del Banco Real. Sólo quedaba una salida: Disminuir el
contenido de metal precioso en el dinero metálico y en consecuencia su valor.

Al día siguiente fue promulgado un nuevo decreto financiero. El regente de Francia, el duque
Felipe de Orleáns, anunciaba la emisión de una nueva moneda y la obligatoriedad de cambiar
la antigua moneda de oro de cien libras por una nueva, cuyo valor era de 140 libras. Esta
nueva moneda era acuñada empleando la antigua. Así, pues, en gracia a un decreto
correspondía cambiar la vieja moneda por una nueva con menor contenido de oro.

Gracias a esta medida, John Law, con un medio circulante de tres mil millones de libras,
representado en moneda metálica, en un dos por tres disminuyó la deuda externa en mil
millones doscientos mil libras (1.200.000.000). De los tres mil millones de libras iniciales
(3.000.000.000), había acuñado 3 X 1,4, es decir cuatro mil millones doscientos mil nuevas
libras (4.200.000.000). Tres mil millones de libras habían sido devueltas a sus dueños y mil
millones doscientos mil habían sido consignadas para amortizar la deuda externa. La
confianza depositada en el papel moneda creció de manera ostensible, ya que estas
operaciones financieras no habían afectado al menos aparentemente- el valor de la moneda.
Nuevos sectores de la población se convencieron de las ventajas del papel moneda y
acudieron al banco con el fin de cambiar por él sus reservas de oro.

Con todo, Law se había ganado un poderoso y terrible enemigo: los mil millones doscientos
mil libras, al fin y al cabo, habían sido cubiertos por un grupo de potentados, poseedores de
enormes cantidades de oro.

En la mansión señorial del duque Conti tuvo lugar una reunión secreta. Además del duque
Conti, presidente de la sesión, tomaron parte importantes financieros de Francia: Samuel
Berdand, los hermanos París y Croase, jefe de la banca.

- ¡Habría que retorcerle el pescuezo a ese aventurero escocés! –gritó fuera de sí el duque.
¡Nos llevará a todos a la catástrofe!

... Y hete aquí que un buen día fue presentado ante la caja del Banco Real una inaudita
cantidad de papel moneda acompañada con la demanda de ser cambiada por su equivalente
en moneda metálica. El cajero general, con voz trémula, informó al director, que el oro salía
del banco por carretadas.

¿-Quiénes son los demandantes-? interrogó Law con aire ausente.

-El duque Conti y los banqueros.

-Comprendo. Esto quiere decir, que ya han iniciado la ofensiva general contra los billetes de
banco. Lo esperaba. Puede retirarse...

Horas más tarde, cuando las operaciones de caja estaban en pleno apogeo, John Law en
persona anunciaba una nueva devaluación de la moneda metálica (menor contenido de oro).

Al día siguiente, John Law, desde la sala contigua, observaba con una sonrisa de satisfacción,
cómo el oro, al igual que un torrente, tornaba al banco. El cajero no tenía tiempo de tomar
aliento. No sólo el duque Conti y los banqueros reembolsaron el oro al banco: todo el mundo
trataba de desembarazarse de las monedas de oro desvalorizadas para obtener en cambio el
seguro papel moneda.

La victoria obtenida por John Law era completa, sin embargo no se dio por satisfecho. Se
lanzó a una grandiosa empresa: fundó la “Compañía de la India”, tomando a su cargo las
fracasadas empresas de la corona, dirigidas al aprovechamiento de los territorios de Francia,
allende los mares. Llevado por el deseo de corresponder a la confianza y apoyo permanente
del Regente, mediante sucesivas emisiones de papel moneda, canceló el resto de la deuda
externa. Además, cuando el Regente necesitaba dinero, John Law ordenaba nuevas
emisiones. Los siguientes datos reflejan fielmente la emisión desenfrenada de papel moneda:
el 5 de enero de 1,719 el medio circulante alcanzaba la suma de 18 millones de libras,
representados en papel moneda, el 31 de diciembre del mismo año ya había ascendido a mil
ciento veintiocho millones novecientos cincuenta mil libras (1.128.950.000), y el 23 de
diciembre de 1,720 a tres mil setenta millones setecientos cincuenta mil libras
(3.070.750.000). Al mismo tiempo, con el fin de sustituir definitivamente el dinero metálico
John Law fue disminuyendo paulatinamente la cantidad de metal noble en las monedas. En
el período comprendido entre septiembre de 1,719 y diciembre de 1,720 el valor de las
monedas de oro había disminuido 28 veces y el de las de plata, 35. Como secuela lógica de
todas estas medidas financieras, apareció una espiral alcista sin precedentes. Cada día el
poder adquisitivo del papel moneda, emitido sin control alguno, era menor. El pan, que antes
costaba 60 céntimos de libra, ahora se adquiría por 200 libras; el kilogramo de carne, por
500. El oro salía del país por quintales métricos. John Law hizo un esfuerzo desesperado, el
último, por salvar su criatura. En presencia de representantes de ciertos círculos comerciales
de la ciudad, ordenó entregar para su pública incineración, todo el papel moneda, que, en
billetes de 1,000 y 10,000 libras se encontrara en ese momento en las arcas del banco. La
espiral alcista se detuvo. Todo parecía indicar, que el orden se restablecía, cuando
inopinadamente sobrevino el golpe de gracia.

El 15 de julio de 1,721, cediendo a los ruegos del Regente, y con el fin de aliviar
temporalmente las dificultades financieras del gobierno, procedió a la emisión de 500
millones de nuevas libras. Apenas si se había difundido el rumor acerca de la nueva emisión
de papel moneda, cuando ya ante la entrada del Royal Bank se detenían dos inmensas carretas
cargadas hasta los topes con billetes de banco, para ser cambiados por su equivalente en oro.
El dinero pertenecía a tres conocidos banqueros de París. Al amanecer del 16 de julio ante la
entrada del banco se alineaba una cola de más de 16,000 personas, a cual más ansiosas de
cambiar el papel moneda que se encontraba en su poder. En la noche del 17 de julio ya eran
200,000 los demandantes. El papel moneda había perdido todo su prestigio y el banco emisor
se encontraba insolvente, toda vez que sus arcas no contenían la cantidad de oro suficiente
para cambiar el papel moneda en circulación. De manera febril, todo mundo trataba de
desembarazarse de él. Millones de personas se convirtieron de la noche a la mañana en
miserables. El 17 de julio por un billete de banco de 100 libras aún daban una libra en oro, el
18 por una libra era necesario dar un saco lleno de billetes. En la ciudad comenzaron los
disturbios; ciudadanos totalmente arruinados buscaban por todas partes al banquero en
quiebra.

Mientras tanto, el oficial de guardia en el puesto fronterizo de Valencia reportaba al


comandante:

-Un hombre de origen escocés, que dice llamarse John Law, desea abandonar el país. Porta
pasaporte oficial. Por equipaje sólo lleva consigo una caja con 800 monedas de oro.

La respuesta no se hizo esperar demasiado.

-Dígale que puede continuar su camino. En cuanto a la caja, decomísela. Si protesta, puede
darle en cambio algunos sacos de papel moneda. ¡Tenemos demasiados!

EL SECRETO DEL PAPEL MONEDA.

¿Quiere decir esto, que a pesar de todo John Law se equivocó lamentablemente? Es decir,
¿qué de ninguna manera es posible sustituir el oro por papel? No, John Law tenía razón al
pensar, que en la compra-venta cotidiana, en el proceso de la circulación el oro puede ser
sustituido por cualquier objeto relativamente carente de valor, inclusive por un billete de
papel. Como en el proceso de la circulación monetaria el dinero pasa solamente a través de
las manos de ciertos poseedores, que al recibirlo a cambio de su mercancía en seguida lo
entregan por otras mercancías, entonces la circunstancia de si el dinero tiene en sí algún valor
o no, es de poca importancia.

La gente, por regla general, vende su mercancía no para guardar después el dinero obtenido,
sino para comprar con él otras mercancías. Así, por ejemplo, supongamos que un campesino
ha comprado un abrigo donde un sastre. Con el dinero obtenido el sastre compra unos
zapatos; con este dinero el zapatero salda sus cuentas con el curtidor que lo abastece de
material; el curtidor a su vez con el dinero recibido compra al campesino la piel del buey que
acaba de sacrificar. Es claro a todas luces, que tanto para el sastre, como para el zapatero,
curtidor o campesino le es absolutamente indiferente saber cómo se ha producido este
intercambio de mercancías: si fue mediante una moneda de oro de peso normal o mediante
un pedazo de papel relativamente carente de valor.

Por consiguiente, la circulación de mercancías se puede llevar a cabo perfectamente con la


ayuda de papel moneda, el cual, como es fácil advertir, no tiene un valor intrínseco elevado,
pero puede actuar en lugar del oro si se observa rigurosamente una condición de suma
importancia: si la emisión de papel moneda se hace en una cantidad que no sobrepase a la
estrictamente necesaria para llevar a cabo la circulación de mercancías. En este punto,
precisamente, se le deslizó a John Law un error en sus cálculos. Y fue apenas natural que así
aconteciera. John Law no comprendía la ley que rige la circulación monetaria, no sabía qué
cantidad de dinero era necesario para llevar a cabo la circulación de mercancías. El partía del
presupuesto de que era posible emitir toda la cantidad de papel moneda, que estuviera
respaldada por la cantidad de oro depositado en el banco; además estimaba también como
garantía de los billetes de banco a todos los bienes de la corona.

Al punto surge la siguiente pregunta: ¿Cuánto papel moneda es posible emitir? Examinemos
detenidamente el ejemplo de la isla, que John Law presentó al Regente de Francia para
explicar con él la esencia de su sistema. Supongamos, que en el término de un año en la isla
se vendió una cantidad de productos industriales y agropecuarios por un valor total de
120,000 gramos de oro. Entonces, ¿esto quiere decir que para comprar toda esta mercancía
sea necesario disponer de 120,000 gramos de oro? De ninguna manera. Los aparceros venden
su cosecha al dueño de la tierra por papel moneda y compran con él artículos
industrializados.1 Las fábricas, a su turno, compran con este dinero insumos y productos
alimenticios para sus obreros. En el caso dado, cada unidad monetaria circula tres veces, es
decir, sirve de instrumento para que se opere la circulación de tres clases de mercancía. Por
consiguiente, para llevar a cabo la circulación de mercancías en la isla no se necesitan
120,000 gramos de oro sino solamente 40,000.

Citaremos otro ejemplo. Imagínese usted un mercado público en donde se ofrece en venta un
abrigo por valor de doscientos pesos, una mesa por doscientos pesos y un par de zapatos
también por doscientos pesos. ¿Cuánto dinero sería necesario para llevar a cabo la circulación
de estos tres artículos? Supongamos que al mercado llega un campesino y compra el abrigo
por doscientos pesos. Más tarde otro campesino compra la mesa y un tercero, los zapatos. En
este caso sería necesario 200 X 3, es decir, 600 pesos.

Pero puede suceder de otra manera. Por ejemplo, llega al mercado un campesino y compra
por 200 pesos el abrigo. Los 200 pesos del campesino se encuentran ahora en los bolsillos
del sastre. Con estos 200 pesos el sastre compra al zapatero los zapatos, quien a su vez compra
la mesa. Así, pues, vemos que la circulación de las mercancías se llevó a cabo y no fue
necesario 600 pesos sino sólo 200. ¿Cuántos dueños tuvo cada billete de banco? ¿Cuántas
veces circuló? Tres veces, por consiguiente, para llevar a cabo la circulación de los artículos
fue necesario 600/3 = 200 pesos.

En conclusión: para llevar a cabo la circulación de mercancías es necesario tanto dinero


(cantidad de dinero -masa-), como la suma constituida por el precio de todos los artículos
que se encuentran en circulación, dividida por el número de transacciones realizadas por cada
unidad monetaria, es decir, por la velocidad de circulación del dinero.

Volviendo al ejemplo de John Law, por consiguiente, para llevar a cabo la circulación de
mercancías en la isla es necesario 40,000 gramos de oro. ¿Qué ocurriría en el caso de que
aparecieran 50,000 gramos de oro en circulación? En realidad nada especial, pues el oro por
sí es una mercancía, cuyo valor personifica la riqueza. (Si su cantidad es mayor a la que se
necesita para llevar a cabo la circulación de mercancías, entonces ciertos individuos, personas
aisladas, lo depositarán en sus faltriqueras en calidad de bienes particulares ya que si se
mantiene en circulación perderá su poder adquisitivo por exceder las necesidades de la
circulación de las mercancías. En cambio, si la cantidad en circulación es menor, por ejemplo,
si su cuantía es de 30,000 gramos, la circulación de mercancías correspondientes a 10,000
gramos de oro, se llevará a cabo mediante el intercambio espontáneo, sin dinero, o bien se
produce una caída de los precios de las mercancías aumentando el poder de compra del
dinero).

¿Cuál sería la situación en el caso de poner en circulación papel moneda? ¿Qué cantidad de
papel moneda debería ser emitida? El papel moneda sustituye al oro. Independientemente de
la cantidad emitida, el papel moneda sólo reemplaza la cantidad de oro indispensable para
llevar a cabo la circulación de mercancías. Es decir, si el dueño de la isla anuncia que una
unidad monetaria equivale a un gramo de oro, puede emitir 40,000 billetes de banco. Pero,
¿si emite 80,000? De todas maneras, los 80,000 remplazarían solamente a los 40,000 gramos
de oro. Supongamos, que en cada billete se lee: “Equivale a un gramo de oro”, pero como en
circulación se encuentran 80,000, entonces cada billete representa en realidad sólo 0.5
gramos de oro. En vano el dueño de la isla se ha de consolar con la idea de que sus bienes
valen 80,000 gramos de oro y que en consecuencia puede emitir papel moneda por esta suma.
El papel moneda sólo representa la cantidad de oro indispensable para llevar a cabo la
circulación de mercancías y en ningún momento expresa el valor de las mismas.

En esto consistió el error fatal de John Law. Inscribió en cada billete de banco un valor
arbitrario sin tener en cuenta la cantidad de oro disponible ni la velocidad de circulación de
dinero.
La masa de los medios de circulación está determinada por la suma de los precios de las
mercancías que han de ser realizadas. Partiendo, además, del supuesto de que el precio de
cada clase de mercancía es un factor dado, la suma de precios de las mercancías dependerá,
evidentemente, de la masa de mercancías que se hallen en circulación. (...) Suponiendo que
la masa de mercancías permanezca constante, la masa de dinero en circulación aumenta y
disminuye a tono con las fluctuaciones de los precios de las mercancías. (...) Para que suba o
baje la suma de los precios de todas las mercancías en circulación que hay que realizar, y,
por tanto, para que aumente o disminuya la masa de dinero puesta en circulación, basta con
que suban o bajen, según los caos, los precios de un cierto número de artículos importantes.
El cambio experimentado por los precios de las mercancías actúa siempre del mismo modo
sobre la masa de los medios de circulación, lo mismo cuando refleja un verdadero cambio de
valor que cuando responde a simples oscilaciones de los precios en el mercado. Tomemos
unas cuantas ventas o metamorfosis parciales sin revelación alguna entre sí y que discurren
paralelamente en el tiempo y en el espacio, las ventas v. gr. de un quarter de trigo, 20 varas
de lienzo, 1 biblia y 4 galones de aguardiente. Suponiendo que el precio de cada uno de estos
artículos sea 2 libras esterlinas, y, por tanto, la suma de precios a realizar 8 libras esterlinas,
estas transacciones lanzarán a la circulación una masa de dinero de 8 libras. En cambio, si
todas estas mercancías representan otros tantos eslabones en la cadena de metamorfosis que
ya conocemos: 1 quarter de trigo = 2 libras esterlinas; 20 varas de lienzo = 2 libras esterlinas;
1 biblia = 2 libras esterlinas; 4 galones de aguardiente = 2 libras esterlinas, bastaran 2 libras
esterlinas para poner en circulación sucesivamente las distintas mercancías, realizando por
turno sus precios, y por tanto la suma de éstos, o sea, las 8 libras esterlinas, hasta hacer alto
por fin en manos del destilador. Para ello, darán cuatro vueltas. Este desplazamiento repetido
de las mismas piezas de dinero representa el doble cambio de forma de las mercancías, su
movimiento a través de dos fases contrapuestas de la circulación y el entrelazamiento de las
metamorfosis de diversas mercancías. Es evidente que las fases antagónicas que,
complementándose las unas a las otras, recorre este proceso, no pueden discurrir
paralelamente en el espacio, sino que tienen que sucederse las unas a las otras en el tiempo.
Su duración se mide, pues, por fracciones de tiempo, y el número de rotaciones de las mismas
monedas dentro de un tiempo dado indica la velocidad del curso del dinero. Supongamos que
el proceso circulatorio de aquellas cuatro mercancías dure un día. La suma de precios a
realizar representará 8 libras esterlinas, el número de rotaciones de estas monedas al cabo de
un día será de cuatro y la masa del dinero en circulación ascenderá a 2 libras esterlinas; es
decir, que en una fracción de tiempo determinada el proceso de circulación puede
representarse así:
Y el papel moneda no tiene ningún valor, salvo el costo insignificante de la fabricación del
papel y del trabajo tipográfico. El papel moneda sólo representa al oro y ante todo la cantidad
que reemplaza en el proceso de la circulación. Por eso fue inútil su alegato en el sentido de
que todos los bienes de la corona respaldaban al papel moneda emitido. Estos bienes no
tomaron parte en la circulación real de las mercancías, toda vez que el papel moneda no los
representaba. Por lo tanto, estos bienes no se podían considerar como garantía o respaldo del
papel moneda. Con todo, el problema en el caso concreto de John Law no consistió en la falta
de respaldo. Supongamos, que en las arcas del dueño de la isla se encuentra la suma de 80,000
gramos de oro, y que para la circulación se requiere solamente 40,000 gramos.
Independientemente de la cantidad de dinero que emita, esta siempre representará solamente
40,000 gramos.

El fenómeno que consiste en emitir papel moneda en una cantidad superior a la necesaria
para llevar a cabo la circulación, lo cual produce una brusca elevación de los precios que le
disminuye capacidad de compra al papel moneda, se llama inflación (de la raíz latina
inflatio). La inflación también puede sobrevenir por la reducción de la oferta de mercancías,
la escasez, o, como sucedió en el caso de John Law, cuando la clase dominante lanza nuevas
y nuevas emisiones de papel moneda para cubrir el déficit del presupuesto nacional,
ocasionado por gastos militares relacionados por lo general con la carrera armamentista. En
tales casos la espiral alcista se eleva velozmente, los trabajadores pueden adquirir en el
comercio menor cantidad de productos con su salario y su nivel de vida desciende
consecuencialmente.

El fenómeno inverso, o sea cuando la cantidad de papel moneda se reduce, es decir, cuando
se emite en menor cantidad que la necesaria para llevar a cabo la circulación de mercancías,
se llama deflación (de la raíz latina deflare). Por lo general la deflación se aplica con el fin
de evitar la inflación. En tales casos se observa la falta de dinero o escasez de la demanda,
los precios bajan haciendo que aumente la capacidad adquisitiva del papel moneda y la
producción se reduce lo cual de nuevo lleva a la desocupación, a la disminución de los
salarios y a la depauperación de los trabajadores.
PAPEL U ORO.

De todos modos, la gran aventura financiera de John Law no fue inútil. Los economistas
llegaron a ciertas conclusiones, desarrollaron y perfeccionaron la idea de John Law y la
pusieron a prueba en sus respectivos países. En el transcurso del siglo XVIII en la mayoría
de los países europeos se introdujo el sistema del papel moneda. En el imperio Austro-
Húngaro, por ejemplo, el papel moneda fue emitido por primera vez en el año 1,759.

En los siglos XIX y XX el papel moneda se difundió por todo el mundo. El sueño adorado
de John Law se había realizado. En verdad, el papel como medio para la circulación había
desplazado al oro, pero mientras exista el dinero no será posible bajarlo de su trono. El medio
para la circulación mercantil entre países era el oro, y además en cada país los billetes de
banco cumplían el papel de sustitutos del dinero de valor pleno: el oro. Acerca del vínculo
que existe entre el papel moneda y el oro, testimonia la circunstancia, de que cuando en un
país cualquiera se emitía papel moneda, entonces en cada billete de banco se señalaba
expresamente su respaldo en oro, es decir aquella cantidad de oro que este billete remplazaba
o representaba. Por ejemplo, hasta principios de la década de los años setenta del siglo XX
un dólar americano representaba 0.888671 gramos de oro, una libra esterlina inglesa 2.48828
gramos de oro, un franco francés 0.1800000150 gramos de oro, un franco suizo 0.2032258
gramos de oro, un rublo 0.987412 gramos de oro y un forint húngaro 0.0757575 gramos de
oro.

La emisión de papel moneda sobre la base de las reservas de oro tuvo un significado de
excepcional importancia. Esta medida no sólo sirvió para confirmar que cada papel estaba
respaldado por una determinada cantidad de oro, sino que también al comienzo sirvió para
garantizar que cada billete emitido por la entidad legalmente autorizada por el Estado podía
ser convertido en oro en cualquier momento. Cualquier ciudadano podía exigir en la caja del
banco la conversión de su papel moneda en la cantidad de oro señalada en cada uno de los
billetes del banco.
Sin embargo, durante la primera guerra mundial el sistema de papel moneda como signo de
oro o de dinero establecido sobre el principio de la libre convertibilidad sufrió un serio revés.
Para cubrir los gastos militares los gobiernos imperialistas emitieron enormes cantidades de
papel moneda, que fue imposible respaldar con oro. Comenzó la inflación. La libre
convertibilidad del papel moneda en oro que regía en todo el mundo se suspendió.

Por los años 1,924-1,928, en los países capitalistas se ensayó el último intento encaminado a
restablecer el sistema del papel moneda, aunque concebido, ciertamente, en otra forma. Fue
introducido el sistema de las “barras de oro”, cuya esencia consistía en que el banco emisor,
señalaba en la parte superior del billete de banco una suma determinada y se comprometía a
cambiarlo en cualquier momento por un lingote de oro. Por ejemplo, en Inglaterra era posible
convertir en oro los billetes de banco sólo en el caso de que su suma total fuera superior a las
1,400 libras esterlinas (aproximadamente 200,000 pesos). En otras palabras: los poseedores
de papel moneda de poco valor fiduciario no tenían derecho a convertirlo en oro en cambio
los capitalistas que disponían de gran cantidad de dinero, sí. De esta manera estaban
asegurados ante el peligro permanente de la devaluación. Con todo y con esto, la inflación
hizo fracasar estruendosamente el sistema.

En 1,933 también Estados Unidos de América renunció al sistema del papel moneda. A partir
de esta época, el papel moneda prácticamente no era cambiado por oro en ninguna parte, a
pesar de que en cada billete de banco se indicaba su respaldo en oro. De esta manera, los
círculos capitalistas dominantes quedaron con mayor libertad para poner en práctica la
política antipopular de la inflación. En los años de la segunda guerra mundial la devaluación
de la moneda alcanzó tales límites que dejó muy atrás la fantasía más atrevida de la época.
En Hungría, por ejemplo, a consecuencia de la especulación de los capitalistas durante la
guerra, la inflación alcanzó tal magnitud entre los años 1,939-1,946, que después de la
liberación (1 de agosto de 1,946) cuando se llevó a cabo la reforma monetaria, 400,000
cuatrillones de pongo se cambiaban por un forint. ¡Un forint equivalía a
400,000,000,000,000,000,000,000,000.000 pengo! ¡Tan bajo había caído el papel moneda en
Hungría inmediatamente después de la guerra!
Así, pues, ya hemos hecho conocimiento con el oro como mercancía universal, es decir como
dinero, y de su secuela lógica: el papel moneda. Ahora ya estamos en condición de decir que
conocemos los rudimentos indispensables acerca del dinero, lo cual nos permitirá seguir paso
a paso su secreto y enigmático camino: la formación de inmensas fortunas a través del pillaje,
el despojo y depauperación de millones de hombres en el período inmediatamente anterior al
capitalismo, o sea en el de la acumulación primitiva del capital, es decir, cuando tuvo lugar
la despiadada e implacable carrera por el dinero.

EL DINERO ELECTRÓNICO

Actualmente a la par del papel moneda, en varios países ante todo de la zona del euro, se
está popularizando el uso del dinero electrónico o dinero digital como medio de circulación
y de pago. Es una tecnología revolucionaria que está cambiando completamente las formas
tradicionales de realizar las diferentes transacciones comerciales y financieras, lo que está
en coherencia con el desarrollo científico y tecnológico de la llamada sociedad de la
información, que se piensa como una forma de organización social sin las monedas,
billetes, cheques y otros documentos que habitualmente se utilizan.

Esta forma dineraria se encuentra contenida en una tarjeta con un microchip


incorporado parecida a la tarjeta de crédito o las tarjetas del transurbano que pueden
recargarse en cualquier momento.

Esta nueva forma de manifestación del valor conocida como dinero electrónico, se utiliza
para referirse a las cantidades monetarias digitales que sustituyen al dinero metálico o de
papel tradicionalmente conocidos, con la ventaja que facilita las operaciones mercantiles y
evita lo molesto que resulta tener en los bolsillos grandes cantidades de monedas. De esta
manera, se entiende por dinero electrónico el valor monetario almacenado en un mecanismo
de soporte electrónico que se utiliza para realizar transacciones comerciales y financieras, sin
que necesariamente se encuentren involucradas las entidades financieras, como sucede con
las tarjetas de débito que deben ser respaldadas por cuentas bancarias, de tal manera que
pueden utilizarse en cualquier comunidad, aún en aquellas en las que no existan entidades
bancarias.

Otra ventaja con la que se cuenta con esta nueva modalidad, consiste en que la tarjeta permite
almacenar distintas monedas, con un programa de seguridad para proteger el dinero
contenido en el monedero electrónico, con una firma electrónica que se encuentra en el
microprocesador de la tarjeta, lo que permite reconocer la identidad del usuario y, una vez,
insertada la tarjeta en el lector, se teclea el PIN para que se pueda hacer el pago en cualquier
establecimiento afiliado a este sistema. Además, el dinero electrónico aporta un elemento
adicional de supuesta seguridad, al dar la impresión de no dejar rastros de la compra de un
bien o servicio, ya que se presenta como anónimo, por lo que nos encontramos en plena
revolución histórica al sustituir el papel moneda por dinero electrónico, aunque pareciera
película de ciencia ficción o pensamientos de alguna mente fantasiosa.

En esencia, esta nueva forma del valor constituye un sistema de movilización de la


materialización de trabajo abstracto de manera instantánea y fiable, sustituyendo a las
transacciones de dinero habitual, engorroso y propenso a provocar errores, ya que con este
dinero digital los pagos electrónicos en realidad son sólo intercambios de información.
Esta forma electrónica del valor está determinada por el desarrollo científico y tecnológico
que impulsa el proceso de globalización económica desde la segunda mitad del siglo XX, en
el cual las tecnologías de la información están revolucionando la vida misma, especialmente
las operaciones financieras que se realizan a cada momento sin que existan fronteras políticas
para ello, con lo que esta fuerza social influye poderosamente en las aperturas económicas
expresadas supraestructuralmente en los tratados de libre comercio, con los que se legaliza
progresivamente el movimiento libre de los capitales en sus formas de mercancías y dinero,
como el caso de los que se suscriben en el continente americano y el resto del mundo. No
obstante, la eliminación del dinero físico representa el fin de la libertad del hombre, puesto
que todas nuestras actividades mercantiles, por mínimas que sean, serán controladas y
monitoreadas, perdiéndose por completo nuestra privacidad.

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