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Los duros sevillanos, falsos


y amados a la vez por
coleccionistas y
comerciantes
por José Ramón Vicente Echagüe —

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Más de cien años después de su retirada, las


monedas de cinco pesetas del último cuarto del
siglo XIX no dejan de causar fascinación. Dignas
sucesoras de los míticos reales de a ocho, con sus
imponentes medidas y su contenido de plata de
900 milésimas, constituyen una pieza
irrenunciable para cualquier coleccionista de
moneda española contemporánea. Además, su
cercanía en el tiempo hace de ellas un artículo
bastante presente en nuestros hogares, bien en
forma de herencia de abuelos o bisabuelos o bien
como pequeño tesoro encontrado en el fondo de
algún cajón. Todas aquellas personas que además
de conservarlas pretendan estudiarlas
mínimamente acabarán en muchos casos
encontrando algún rasgo que no encaje con la
descripción oficial de los duros de plata. No deben
en ningún caso preocuparse, lo más seguro es que
se hayan topado con un duro sevillano.

Sobre estas monedas falsas de época se ha escrito y


discutido extensamente, algo que no es para menos
porque el asunto tuvo enormes repercusiones
socioeconómicas en la España que transitaba del
convulso siglo XIX al incierto siglo XX y significó el
comienzo del fin del circulante de plata en nuestro
país. Las monedas falsas de época, lejos de
desanimar al coleccionismo, deben servir de
estímulo ya que, pese a representar una práctica
como mínimo poco ética, contienen una enorme
carga de trabajo y un evidente talento, toda vez que
los falsificadores no pueden por lo general contar
con los mismos medios que su gran competidor en
este campo: el estado.

Variados, atractivos, abundantes, de buena plata…


y todos falsos. Eso sí, de época: los duros sevillanos

En cualquier caso, leer acerca de los duros


sevillanos puede servir para responder a preguntas
que más de una vez han asaltado a coleccionistas y
estudiosos de la moneda española: ¿por qué son tan
abundantes las imitaciones?; ¿cómo es que muchas
de las emisiones de plata tienen un precio tan
asequible? y ¿por qué no vemos más duros de plata
después de 1899?

El origen del asunto se encuentra en la bajada del


precio de la plata que tuvo lugar durante el último
tercio del siglo XIX. La economía española de la
época estaba lejos de ser boyante. Mientras
nuestros vecinos europeos emprendían un proceso
paulatino de industrialización y expandían sus
territorios de ultramar para asegurarse las materias
primas necesarias, España había perdido la mayoría
de sus provincias de ultramar tras las invasiones
napoleónicas e iniciaba la modernización de su
economía a trompicones. En un contexto de
constante inestabilidad, con guerras civiles
periódicas, conflictividad social, escasa
industrialización e irrelevancia internacional, los
diferentes gobiernos tanto de Isabel II como del
llamado Sexenio Revolucionario se vieron abocados
a un constante endeudamiento, gastando siempre
por encima de sus posibilidades.

No obstante, a la estabilización que logró


encontrarse durante la época de la Restauración a
partir de 1874 se sumó un hecho inesperado: el
descubrimiento de nuevos yacimientos de plata en
México y Estados Unidos. La abundancia de este
metal provocó la consiguiente caída en su precio,
algo que a los gobiernos españoles del momento les
vino de perlas. La escasez de oro obligó por ley a
que las principales acuñaciones de moneda
española debían ser en plata, cuyo bajo precio
permitía ahora a los gobiernos inyectar liquidez en
el sistema produciendo grandes cantidades de
duros a bajo coste. Para hacernos una idea, se
calcula que el valor intrínseco de una moneda de
cinco pesetas debía ser en realidad de dos y media.

Dos duros de Amadeo de 1871. ¿Cuál es el


auténtico? (solución: el de la derecha)

Por supuesto, esto era algo que el público no debía


saber: en aquel momento todavía se presuponía que
las monedas debían tener un valor intrínseco
acorde con su valor facial. En épocas anteriores las
depreciaciones del circulante de plata habían sido
muy evidentes: al emitir nuevas monedas con
menor contenido en plata quedaba clara la
intervención del estado en una medida
terriblemente impopular que aumentaba sus
ingresos a costa del poder adquisitivo de los
ciudadanos. En el caso que nos ocupa, el estado se
libraba de tener que devaluar la plata, puesto que
ya había caído su precio, y dejaba que los
particulares continuaran con sus quehaceres
pensando que el valor real de las monedas de plata
coincidía con su valor facial.

No obstante, tal y como dijo cierto presidente


norteamericano de la época, “se puede engañar a
algunos todo el tiempo y a todos durante algún
tiempo, pero no a todos todo el tiempo”. Cuando los
españoles de a pie comenzaron a darse cuenta de lo
que sucedía no tardaron los falsificadores en actuar,
inundando literalmente el circulante de plata de
duros falsos elaborados en talleres clandestinos.
La paradoja del caso es que las mismas autoridades
tuvieron que hacer la vista gorda, temerosas de que
actuar contra la falsificación significara actuar
contra sí mismas. Estos duros, apodados
“sevillanos” debido a la creencia popular de que un
noble de esta localidad estaba detrás de la
fabricación de moneda falsa con la aquiescencia de
las autoridades, eran falsificaciones de gran
calidad, entre otras cosas porque se empleaba una
plata de similar pureza (a veces incluso superior)
que la utilizada por el estado. El acabado final,
como puede comprobarse al observar de cerca
estos duros es igualmente asombroso: a simple
vista es prácticamente imposible distinguir uno
falso de uno auténtico.

La magnitud de la falsificación fue tal que a


principios del siglo XX el uso de duros sevillanos
estaba fuera de control: se calcula que
aproximadamente un cuarto del total de duros de
plata en circulación eran falsos. Como
consecuencia, éstos acabaron perdiendo su valor y
prácticamente no eran aceptados en ningún sitio,
aún siendo inequívocamente auténticos, lo que
amenazaba a la economía española con un riesgo
serio de colapso. Terminar con la emisión de duros
de plata en 1899 demostró no ser suficiente, de tal
forma que el gobierno de Antonio Maura no tuvo
más opción que intervenir directamente para
detener esta espiral, emitiendo una Real Orden en
1908 por la cual se canjearían las monedas de 5
pesetas por recibos con su valor de mercado en
plata, es decir, 2,5 pesetas por pieza. Ante la lógica
falta de respuesta por parte de la ciudadanía, que
prefería atesorar las monedas a perder poder
adquisitivo, se rectificó esta Real Orden con una
posterior en la que se ofrecía a los particulares un
canje por el valor facial, es decir, 5 pesetas por
moneda de duro, lo cual sí animó a muchos
particulares a entregar sus piezas. Aún así, esto no
desanimó en absoluto a los falsificadores, que
vieron en esta medida su última oportunidad de
“colar” duros falsos a cambio de dinero auténtico, lo
que llevó a muchos talleres clandestinos a
funcionar a pleno rendimiento al menos mientras
el periodo de canje estuviera vigente.

Para evitar esta desafortunada situación en el


futuro, se tomaron medidas de mayor alcance que
evitaran el fraude generalizado, como la regulación
de las importaciones y del mercado nacional de la
plata. En cualquier caso, el circulante de este metal
quedó herido de muerte, desapareciendo poco a
poco en las siguientes décadas y dando paso a un
uso más generalizado de los billetes, que en aquel
momento constituían una garantía de depósito en
oro del Banco de España, y de las monedas de níquel
a partir de la década de 1920. Una gran parte de los
duros, sevillanos o no, quedó en los cajones de
nuestros abuelos y bisabuelos: al fin y al cabo, se
trataba de plata de calidad y nunca se sabía si podía
llegar a hacer falta en algún momento.

Pasando a un plano más práctico, ¿cómo podemos


distinguir los duros auténticos u oficiales de los
falsos? Existen muchas maneras, de hecho los
coleccionistas tienen a su disposición extensa
literatura al respecto (de entre la más conocida, la
“Guía de los Duros Sevillanos”, de José Francisco
Martínez Roca) pero el factor clave suele ser el
peso: un duro auténtico siempre pesará 25 gr.
exactos, siempre con un pequeño margen de unas
décimas por encima o por debajo. Si pesa
sensiblemente menos de 25 gr., pongamos que 22-
23 gr., es falsa con total seguridad. Por ello, lo más
recomendable es hacerse con una báscula de
precisión.

El diseño también puede ofrecer pistas valiosas


aunque aquí las diferencias son mucho más sutiles
ya que, como más arriba indico, los acabados son
francamente buenos. Aún así, uno de los rasgos que
puede delatar a los duros sevillanos son las rayitas
del escudete de las flores de lis en el reverso: los
auténticos deben contar con 21, quedando fuera de
esta categoría todo lo que quede por encima o por
debajo. Parece ser también que la tipografía de las
letras (la F de ALFONSO XIII concretamente)
puede ser determinante, en cualquier caso será
necesario ajustar al máximo la lente de la cámara y,
por supuesto, contar con duros inequívocamente
auténticos para poder comparar.

Las rayitas en el escudete de las flores de lis, en el


centro del escudo

En definitiva, y siempre hablando desde la


experiencia personal, recomiendo a todos los
coleccionistas o simplemente interesados en el
dinero antiguo no desanimarse cuando descubran
entre sus piezas favoritas uno o varios duros
sevillanos: al fin y al cabo, se trata de monedas de
plata de buena calidad, con diseños atractivos y una
relevancia histórica indiscutible, ya que no solo
circularon junto con los auténticos, sino que
también dejaron una huella imborrable en al
imaginario popular, sobre todo en la letra de la
famosa zambra interpretada magistralmente por
Imperio Argentina:

“Gitana que tú serás

como la falsa moneda

que de mano en mano va

y ninguno se la queda”

Falsa moneda (Imperio Arg…

Referencias empleadas:

https://elhistoricon.blogspot.com/2018/05/la-
estafa-de-los-duros-sevillanos.html

https://www.abc.es/archivo/abci-famosos-duros-
sevillanos-no-eran-falsos-
202005020130_noticia.html

https://www.tauleryfau.com/es/blog/moneda-
espanola/duros-sevillanos

https://www.numespa.es/los-duros-sevillanos/

https://blognumismatico.com/2020/02/15/comen
tario-a-la-guia-de-los-duros-sevillanos/

José Ramón Vicente Echagüe


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