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Estrictamente hablando, un profeta es alguien que sostiene haber tenido una experiencia
personal de Dios recibiendo de él la misión de comunicar sus revelaciones y, como
consecuencia de ello, habla en su nombre a los seres humanos.
SIGNIFICADO DE PROFETA:
Significado de Profeta
Qué es Profeta:
Profeta es una persona que predice o interpreta hechos a través de la
inspiración de alguna divinidad.
La palabra profeta deriva del griego profetes que significa mensajero o portavoz.
Profeta, o profetisa en femenino, se refiere a una persona que logra entender y dar
sentido a fenómenos inexplicables para la mayoría o consigue ver el futuro.
Los profetas que indica el cristianismo, incluyendo a Jesús de Nazaret, son todos
considerados como tales por el Islam, solo difiere porque esta enseña que el
último profeta de Dios es Mahoma o Muhammad y no Jesús.
Los antiguos profetas eran considerados videntes o voceros de los dioses. Las
predicciones hechas por los profetas son llamadas profecías.
Los profetas mayores del Antiguo Testamento son aquellos que han dejado
escritos proféticos de mayor extensión. Se considera a Isaías, Jeremías, Daniel y
Ezequiel los 4 profetas mayores.
ntroducción a los Doce Profetas
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Los libros de los Doce Profetas abarcan diferentes circunstancias de la vida de Israel que
presentan diversos desafíos. El tema unificador de los relatos de estos profetas es que en
Dios no existe una separación entre el trabajo de adorar y el trabajo de la vida diaria y
tampoco entre el bienestar individual y el bien común. El pueblo de Israel es fiel o infiel al
pacto con Dios y la medida de su fidelidad es evidente de forma inmediata en su adoración o
en la desatención de la misma. La fidelidad del pueblo o la falta de fidelidad al pacto de Dios
se refleja no solo en el ámbito espiritual, sino también en el entorno social y el físico,
incluyendo la tierra misma. El grado de fidelidad de las personas también es visible en su ética
de vida y de trabajo, lo que a su vez determina lo fructífero de su labor y su prosperidad o
pobreza consecuente. Los malvados pueden prosperar a corto plazo, pero tanto la disciplina
de Dios como las consecuencias naturales del trabajo injusto eventualmente dejarán al injusto
en la pobreza y desolación. No obstante, cuando las personas y las sociedades trabajan
siendo fieles a Dios, Él los bendice con una salud y prosperidad espiritual, ética y ambiental.
A estos últimos doce libros del Antiguo Testamento se les conoce comúnmente en la tradición
cristiana como los Profetas Menores. En la tradición hebrea, estos libros se encuentran en un
solo pergamino llamado “el Libro de los Doce”, el cual forma un tipo de antología con una
progresión de pensamiento y coherencia de tema. El trasfondo principal de la colección es el
pacto que Dios ha hecho con Su pueblo y el relato dentro de esta colección es la historia de la
violación del pacto por parte de Israel y la restauración que Dios despliega lentamente para la
nación y la sociedad israelita. [1]
En este contexto, cinco de los primeros seis libros de los Doce —Oseas, Joel, Amós, Abdías y
Miqueas— reflexionan en el efecto del pecado del pueblo, tanto en el pacto como en los
eventos del mundo. Los siguientes tres —Nahúm, Habacuc y Sofonías— hablan del castigo
por el pecado, de nuevo con respecto al pacto y al mundo. Los últimos tres libros proféticos —
Hageo, Zacarías y Malaquías— están relacionados con la restauración de Israel, una vez más
con respecto a una renovación del pacto y la restauración parcial de la posición de Israel en el
mundo. Finalmente, Jonás es un caso especial. Su profecía no concierne a Israel en lo
absoluto, sino a la ciudad-estado de Nínive, la cual no es hebrea. Es bien reconocido que
tanto su contexto como su composición son difíciles de fechar confiablemente.
Con respecto a los Doce, daremos una descripción breve. Dentro del primer grupo, existe un
consenso amplio de que Oseas, Amós y Miqueas datan del siglo octavo a. C. En esa época, el
Reino Unido de Israel, gobernado por David y después por Salomón, se había dividido desde
hace tiempo en un reino del norte, conocido como Israel, y un reino del sur, conocido como
Judá. Miqueas era del reino del sur y les hablaba a las personas de su mismo reino, Amós era
del reino del sur y le hablaba al reino del norte y Oseas era del reino del norte y se dirigía al
pueblo de su mismo reino.
Al comienzo del siglo octavo, tanto el reino del norte como el del sur disfrutaban de una
prosperidad y seguridad fronteriza sin precedentes desde la época de Salomón. Sin embargo,
aquellos que tenían ojos para ver, así como nuestros profetas, se dieron cuenta de que el
panorama se estaba oscureciendo. Internamente, la situación económica y política se volvía
más precaria mientras que las luchas de la dinastía preocupaban a la clase gobernante.
Externamente, el resurgimiento de Asiria como una superpotencia en la región representaba
una amenaza creciente para ambos reinos. De hecho, el ejército asirio eliminó totalmente el
reino del norte cerca del año 721 a. C., y este nunca volvió a surgir como una entidad política,
aunque se encuentran rastros de su existencia en la identidad samaritana (2R 17:1–18). Los
profetas culpan justamente al pueblo de Israel y en un grado menor a Judá, por dejar de
adorar a Yahweh y preferir la idolatría y por violar los requisitos éticos de la ley. A pesar de
estas fallas, el pueblo se dejó llevar por un sentido falso de seguridad debido a su pacto con
Yahweh de ser Su pueblo.
El sur, bajo el gobierno del Rey Ezequías, sobrevivió de algún modo la amenaza asiria (2R
19), pero enfrentó un desafío aún mayor en el ascenso del imperio babilonio (2R 24).
Desafortunadamente, Judá no se arrepintió de su idolatría y sus faltas éticas después de
escapar por poco de los asirios. La derrota final vino a manos de los babilonios en el año 587
a. C., lo que terminó en la destrucción de la infraestructura social de Judá y la deportación de
sus líderes al exilio en el imperio babilonio (2R 24–25). Los profetas veían esta derrota como
una evidencia del castigo de Dios sobre el pueblo. Entre los Doce Profetas, esto se registra
más claramente en los libros de Nahúm, Habacuc y Sofonías. Ellos reflejan los escritos
proféticos de Jeremías y Ezequiel, quienes también datan de este periodo. Otros libros aparte
de la Biblia registran sus carreras proféticas (ver “Jeremías y Lamentaciones y el trabajo” y
“Ezequiel y el trabajo”) pero no los discutiremos aquí.
En resumen, los libros de los Doce Profetas abarcan un amplio rango de circunstancias
contextuales de la vida del pueblo de Dios y por tanto, muestra diversos casos paradigmáticos
en los cuales es necesario que la fe se manifieste en el trabajo.
Oseas, Amós, Abdías, Joel y Miqueas ejercieron su labor de profetas en el siglo octavo a. C.
cuando el estado estaba bien desarrollado pero la economía estaba en declive. El poder y la
riqueza se acumularon en los estratos superiores y dejaron a una clase social en desventaja.
Existe evidencia de que los campesinos comenzaron a concentrarse en los cultivos
comerciales que se podían vender a la creciente población urbana. Esto tuvo el efecto
desestabilizador de dejar a los campesinos con una combinación de cultivos y animales
incapaz de aguantar la pérdida de algún particular o mercado. [3] Las comunidades
campesinas se hicieron vulnerables a las variaciones anuales de la producción y en
consecuencia, las ciudades estuvieron expuestas a los altibajos en su suministro de alimentos
(Am 4:6–9). Cuando comenzaron a hablar los profetas de esta época, los días de gloria de los
proyectos opulentos de construcción y la expansión territorial había pasado hacía tiempo.
Tales circunstancias fueron un terreno para la corrupción de aquellos que estaban
desesperados por aferrarse a su poder y riqueza en declive y una brecha que se ampliaba
entre el rico y el pobre. Como resultado, los profetas de Dios de este periodo tienen mucho
que aportar al mundo del trabajo.
Dios culpa al pueblo en su totalidad por la corrupción de Israel. Ellos han abandonado el pacto
con Dios, lo que quebranta tanto su relación con Dios como las estructuras sociales justas de
la ley del Señor y lleva directamente a la corrupción y el deterioro económico. El término que
los profetas usan frecuentemente para describir el incumplimiento de Israel del pacto es
“prostitución” (por ejemplo, Jer 3:2; Ez 23:7). Para escenificar la situación, Dios toma la
metáfora literalmente y le manda al profeta Oseas, “toma para ti a una mujer ramera y
engendra hijos de prostitución; porque la tierra se prostituye gravemente, abandonando al
Señor” (Os 1:2). Oseas obedece la orden de Dios y se casa con una mujer llamada Gomer,
quien aparentemente cumple con el requisito, y tiene tres hijos con ella (Os 1:3). Esto nos deja
imaginándonos lo que debe haber sido formar un hogar y criar hijos con una “mujer ramera”.
Aunque los profetas usan la imagen de la prostitución y el adulterio, Dios acusa a Israel de
corrupción económica y social, no de inmoralidad sexual.
¡Ay de los que planean la iniquidad, los que traman el mal en sus camas! Al
clarear la mañana lo ejecutan, porque está en el poder de sus manos.
Codician campos y se apoderan de ellos, casas, y las toman. Roban al
dueño y a su casa, al hombre y a su heredad. (Miq 2:1–2)
Esto hace que la situación de la familia de Oseas sea un ejemplo dramático para aquellos que
trabajan en lugares corruptos o imperfectos en la actualidad. Dios puso a Oseas de forma
deliberada en una situación familiar corrupta y difícil. ¿Es posible que Dios ponga
deliberadamente a personas en lugares de trabajo corruptos y difíciles hoy día? Aunque es
posible buscar un trabajo cómodo con un empleador que tenga buena reputación en una
profesión respetable, tal vez podamos alcanzar mucho más para el reino de Dios trabajando
en lugares que han hecho concesiones morales. Si usted abomina la corrupción, ¿puede
luchar contra ella de una forma más efectiva trabajando como abogado en una firma
prestigiosa o como inspector de construcción en una ciudad dominada por la mafia? No hay
respuestas fáciles, pero el llamado de Dios a Oseas insinúa que hacer la diferencia en el
mundo es más importante para Dios que mantenernos lejos del pecado. Como escribió
Dietrich Bonhoeffer en medio de la Alemania controlada por los nazis, “la pregunta más
importante que un hombre responsable debe hacerse no es cómo salir heroicamente de la
situación, sino cómo va a vivir la próxima generación”. [4]
Dios hace que el cambio sea posible (Oseas 14:1-9; Amós 9:11-15;
Miqueas 4:1-5; Abdías 21)
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El mismo Dios que demanda un cambio también promete hacer que el cambio sea posible.
“Hay preparada una cosecha, cuando Yo restaure el bienestar de Mi pueblo. Cuando Yo
quería curar a Israel” (Os 6:11–7:1). Los Doce Profetas transmiten el optimismo crucial de que
Dios actúa en el mundo para cambiarlo para bien. A pesar del triunfo aparente del malvado, a
la larga Dios está a cargo y “el reino será del Señor” (Abd 21). A pesar de la calamidad que el
pueblo trae sobre sí mismo, Dios está trabajando para restaurar la bondad con la que fueron
diseñados desde el comienzo la vida y el trabajo. “Él es compasivo y clemente, lento para la
ira, abundante en misericordia” (Jl 2:13). Las predicciones que cierran Joel, Oseas y Amós
ilustran esto en términos económicos explícitos.
Sin embargo, Miqueas le está hablando a Israel como un conjunto, no solo de forma
individual. Él está criticando a una sociedad en la que las condiciones sociales, económicas y
religiosas hacen que la prostitución sea una opción viable. La pregunta no es si es aceptable
ganarse la vida por medio de la prostitución, sino cómo debe cambiar la sociedad para no
permitir que alguien tenga la necesidad de realizar un trabajo degradante o perjudicial.
Miqueas llama a que los líderes que no reforman la sociedad rindan cuentas, más que a
aquellos que se ven obligados a desempeñar una labor nociva. Sus palabras son duras. “Oíd
ahora, jefes de Jacob y gobernantes de la casa de Israel. ¿No corresponde a vosotros
conocer la justicia? Vosotros que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, que les arrancáis la piel
de encima y la carne de sobre sus huesos” (Miq 3:1–2).
Existen tanto similitudes como diferencias entre la sociedad de Miqueas y la nuestra. Las
soluciones específicas que Dios le promete al antiguo pueblo de Israel no son necesariamente
lo que Dios pretende para nuestra época. Las palabras proféticas de Miqueas reflejan la
relación entre la prostitución en ritos sagrados y los cultos idólatras en su época. Dios promete
acabar con los abusos sociales que se concentran en los santuarios sectarios. “Exterminaré
tus imágenes talladas y tus pilares sagrados de en medio de ti, y ya no te postrarás más ante
la obra de tus manos. Arrancaré tus Aseras de en medio de ti, y destruiré tus ciudades” (Miq
5:13–14). En nuestros días, necesitamos la sabiduría de Dios para encontrar soluciones
eficaces para los factores sociales actuales que fomentan el trabajo pecaminoso y opresor.
Cuando los profetas hablan de prostitución, casi nunca se refieren únicamente a esa línea de
trabajo en particular. Comúnmente, también lo usan como una metáfora de injusticia, lo que
por naturaleza es infidelidad al pacto con Dios (Os 4:7–10). Con un amplio recordatorio de que
los salarios se pueden ganar de forma injusta, Amós acusa a los mercaderes que usan
productos de baja calidad, pesas falsas y otros engaños para obtener una ganancia a costa de
los consumidores vulnerables. Él hace varias acusaciones específicas en contra de las
prácticas laborales de los israelitas ya que el trabajo en Israel se ha vuelto injusto y opresor
(Am 5:7). Allí silencian a los que adoptan una posición firme en contra de la corrupción y la
explotación —o incluso los que simplemente dicen la verdad (Am 5:10). Los dueños de los
negocios usan su poder para explotar a los pobres y vulnerables (Am 5:11). La ley no es un
obstáculo para su explotación porque existen muchos oficiales que están dispuestos a recibir
sobornos para ignorar la situación. De hecho, el gobierno ha abandonado por completo su
tarea de cuidar al pobre (Am 5:12). En todos estos casos, el problema no es que los israelitas
tengan ocupaciones que sean inherentemente perversas, el problema es que están
tergiversando los oficios que Dios desea que sean para bien —los negocios, los bienes raíces,
las leyes y el gobierno— convirtiéndolas en formas de opresión. Se preguntan a sí mismos
cuándo es el tiempo para, “achicar el efa, aumentar el siclo [hacer trampa en cuanto a las
medidas] y engañar con balanzas falsas; para comprar por dinero a los desvalidos y a los
pobres por un par de sandalias, y vender los desechos del trigo” (Am 8:5–6).
Muchas de las ocupaciones actuales con las que las personas se ganan la vida lícitamente
pueden convertirse en algo injusto por la forma en las que se realizan. ¿Un fotógrafo debería
tomar fotografías de todo lo que pide un cliente sin pensar en su efecto en sí mismo y en las
demás personas que verán el resultado? ¿Un cirujano debería realizar cualquier clase de
cirugía opcional por la que un paciente esté dispuesto a pagar? ¿Un agente hipotecario es
responsable de asegurarse que un potencial deudor tiene la capacidad de pagar el préstamo
sin una dificultad excesiva? ¿Es válido no ayudar a los compañeros de trabajo que están
fallando porque en comparación su fracaso nos hace ver mejores a nosotros? Si nuestro
trabajo es una forma de servicio para Dios, no podemos ignorar tales preguntas. Sin embargo,
debemos ser cuidadosos para no creer que existe una jerarquía de trabajos. La afirmación de
los profetas no es que algunas clases de trabajo son más piadosas que otras, sino que todo
tipo de trabajo debe hacerse como una contribución al trabajo de Dios en el mundo. Dios
promete que “aún sobre los siervos y las siervas derramaré Mi Espíritu en esos días” (Jl 2:29).
Amós se queja de que se está violando este mandato. Los campesinos no están dejando el
grano sobrante en sus campos para que los pobres lo recojan (Miq 7:1–2). En cambio,
deciden venderle el tamo —el desecho que queda después de trillar— a los pobres a un
precio exorbitante. “Oíd esto, los que pisoteáis a los menesterosos, y queréis exterminar a los
pobres de la tierra”, Amós los acusa por “... vender los desechos del trigo” (Am 8:4, 6) y les
reprocha porque esperan con ansias el final del Sabbath para poder continuar vendiendo este
producto comestible barato y adulterado a aquellos que no tienen otra opción (Am 8:5).
Además, están engañando incluso a quienes pueden pagar el grano puro, como se evidencia
en las balanzas fraudulentas en el mercado. Se jactan diciendo, “achicaremos el efa [el trigo
que se vende] y aumentaremos el siclo [el precio para la venta]”. Miqueas proclama el juicio
de Dios en contra del comercio injusto. “¿Puedo justificar balanzas falsas y bolsas de pesas
engañosas?” dice el Señor (Miq 6:11). Esto nos dice claramente que la justicia no es solo un
tema de derecho penal y expresión política sino también de oportunidad económica. La
oportunidad de trabajar para satisfacer las necesidades individuales y familiares es esencial
en el rol de los individuos dentro del pacto. La justicia económica es un componente
fundamental de la declaración famosa y resonante de Miqueas solo tres versículos antes: “¿Y
qué es lo que demanda el Señor de ti, sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia, y
andar humildemente con tu Dios?” (Miq 6:8). Dios demanda que Su pueblo —como un
aspecto diario de su caminar con Él— ame la misericordia y practique la justicia de forma
individual y social en todos los aspectos de la vida laboral y económica.
A los ojos del profeta, la justicia no es simplemente un tema secular. El llamado de Miqueas a
la justicia en el versículo 6:8 se encuentra después de una observación de que la justicia es
mejor que los sacrificios religiosos extravagantes (Miq 6:6–7). Oseas y Amós expanden este
punto. Por medio de Amós, Dios se opone a la separación entre el cumplimiento religioso y la
acción ética.
Oseas nos muestra más profundamente la relación entre estar cimentados espiritualmente y
hacer un buen trabajo. El trabajo bueno surge directamente de la fidelidad al pacto con Dios, y
de forma contraria, el mal trabajo nos aleja de la presencia de Dios.
Este es un recordatorio de que el mundo laboral no se encuentra en un lugar aparte del resto
de la vida. Si no trabajamos de acuerdo con los valores y las prioridades del pacto de Dios,
nuestras vidas y trabajos serán incoherentes ética y espiritualmente. La forma en la que
trabajamos durante la semana no cuestiona tanto si somos obedientes al Dios que adoramos,
sino el hecho de si en realidad adoramos a Dios. Si Dios no es el dios de nuestras vidas todos
los días, entonces es probable que en realidad tampoco sea nuestro dios el domingo. Si no
agradamos a Dios en nuestro trabajo, no podemos agradarle en nuestra adoración.
Los profetas critican a aquellos cuya riqueza los lleva a abandonar el trabajo por el bien
común y a los que renuncian a cualquier sentido de responsabilidad por su prójimo. Amós
relaciona la riqueza indolente con la opresión cuando acusa a los ricos ociosos de hacer el
mal, ser violentos y robar (Am 3:10). Dios terminará rápidamente con la riqueza de tales
personas. Él dice, “Derribaré también la casa de invierno junto con la casa de verano; también
perecerán las casas de marfil” (Am 3:15). Amós lanza una explosión de crítica severa en
contra de los lujos de “los que viven reposadamente en Sion” (Am 6:1) y señala que viven
tranquilos mientras “se tienden sobre sus lechos” (Am 6:4) e “improvisan al son del arpa” (Am
6:5). Cuando Dios castiga a Israel, ellos “irán por tanto ahora al destierro a la cabeza de los
desterrados” (Am 6:7).
Hoy día escuchamos quejas que son sorprendentemente similares en contra de aquellos que
tienen riquezas pero no las usan para un buen propósito. Esto aplica para individuos y
también corporaciones, gobiernos y otras instituciones que usan su riqueza para explotar las
vulnerabilidades de otros, en vez de crear algo útil que sea proporcional a su riqueza. Muchos
cristianos —tal vez la mayoría en Occidente— tienen en cierta medida la capacidad de
cambiar estas cosas, al menos en su entorno laboral inmediato. Las palabras de los profetas
presentan un reto y un aliento continuo a cuidar profundamente la forma en la que nuestro
trabajo y nuestra riqueza atienden —o no— las necesidades de las personas a nuestro
alrededor.
Nahúm, Habacuc y Sofonías profetizaron durante el periodo en el que el reino del sur
comenzó a decaer rápidamente. La incoherencia interna y la presión externa por parte del
próspero imperio babilonio hizo que Judá se convirtiera en un estado vasallo de Babilonia.
Poco después, en el año 587 a. C., una rebelión insensata hizo que la ira de los babilonios
cayera sobre ellos, lo que llevó al colapso del estado de Judá y a la deportación de las élites al
centro del imperio babilonio (2R 24–25). En el exilio, el pueblo de Israel tuvo que encontrar la
manera de ser fiel aunque estuviera separado de sus instituciones religiosas más importantes
como el templo, el sacerdocio e incluso la tierra. Si, como hemos visto, los primeros seis libros
se tratan del efecto del pecado del pueblo, Nahúm, Habacuc y Sofonías se refieren al castigo
derivado del pecado durante este periodo.
Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas; aunque falte el
producto del olivo, y los campos no produzcan alimento; aunque falten las
ovejas del aprisco, y no haya vacas en los establos. (Hab 3:17)
La culpa por el castigo es del mismo pueblo. Ellos han estado trabajando infielmente,
convirtiendo buenos materiales de piedra, madera y metal en ídolos. Pero el trabajo que crea
ídolos no tiene valor, sin importar qué tan costosos sean los materiales o qué tan bien
elaborados son los resultados.
Como lo dice Sofonías, “Ni su plata ni su oro podrán librarlos” (Sof 1:18). La fidelidad no es un
tema superficial que nos lleva a proferir adoración a Dios mientras trabajamos. Es el acto de
hacer que las prioridades de Dios sean nuestras prioridades en el trabajo. Habacuc nos
recuerda que “el Señor está en Su santo templo: calle delante de Él toda la tierra” (Hab 2:20).
Este silencio no es solamente un cumplimiento religioso, sino que implica silenciar nuestras
propias ambiciones, temores y motivaciones malas para que las prioridades del pacto de Dios
se puedan convertir en nuestras prioridades. Considere qué les espera a aquellos que
defraudan a otros en el ámbito bancario y financiero.
“¡Ay del que aumenta lo que no es suyo (¿hasta cuándo?) y se hace rico
con préstamos!” ¿No se levantarán de repente tus acreedores, y se
despertarán tus cobradores? Ciertamente serás despojo para ellos. (Hab
2:6–7)
Aquellos que acumulan sus ganancias mal habidas en bienes raíces —un fenómeno que
parece constante en todas las épocas— son de igual manera trampas para sí mismos.
¡Ay del que obtiene ganancias ilícitas para su casa, para poner en alto su
nido, para librarse de la mano de la calamidad! Has maquinado cosa
vergonzosa para tu casa, destruyendo a muchos pueblos, pecando contra ti
mismo. Ciertamente la piedra clamará desde el muro, y la viga le contestará
desde el armazón. (Hab 2:9–11)
Las personas que explotan las vulnerabilidades de otros también traen juicio sobre sí mismos.
¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti que mezclas tu veneno hasta
embriagarlo, para contemplar su desnudez! Serás saciado de deshonra más
que de gloria. Bebe tú también y muestra tu desnudez. Se volverá sobre ti el
cáliz de la diestra del Señor, y la ignominia sobre tu gloria. (Hab 2:15–16)
El trabajo que oprime o se aprovecha de otros en última instancia causa su propia caída.
Hoy día, tal vez no estemos fabricando ídolos a partir de materiales preciosos ante los cuales
nos inclinemos, pero el trabajo también puede ser idólatra si creemos que somos capaces de
producir nuestra propia salvación. La esencia de la idolatría “es confiar en algo elaborado por
tus propias manos” (Hab 2:18, NTV, comparar con LBLA anteriormente) en vez de confiar en
el Dios que nos creó para trabajar con Su guía y Su poder. Si codiciamos el poder y la
influencia porque creemos que sin nuestra sabiduría, habilidad y liderazgo nuestro grupo de
trabajo, nuestra compañía, organización o nación está destinado al fracaso, nuestra ambición
es una forma de idolatría. En cambio, si deseamos el poder y la influencia para llevar a otros a
una red de servicio en la que todos produzcan los regalos de Dios para el mundo, entonces
nuestra ambición es una forma de fidelidad. Si nuestra respuesta al éxito es felicitarnos a
nosotros mismos, estamos practicando idolatría. Si nuestra respuesta es gratitud, estamos
adorando a Dios. Si nuestra reacción al fracaso es la desolación, estamos sintiendo el vacío
de un ídolo roto. Pero si nuestra reacción es la fe de intentarlo de nuevo, estamos
experimentando el poder salvador de Dios.
Existe otra dinámica en el trabajo en el exilio. A pesar del énfasis de Nahúm, Habacuc y
Sofonías en el castigo, durante este periodo las personas también comenzaron a aprender de
nuevo a trabajar en servicio fiel a Dios. Esto se explora más en otros capítulos, tales como
“Jeremías y Lamentaciones y el trabajo” y “Daniel y el trabajo”, Jeremiah & Lamentations and
Work and Daniel and Work, pero también se da a entender aquí en los libros de los Doce. El
punto clave es que incluso en las circunstancias penosas del exilio, todavía es posible ser fiel.
Cuando Habacuc vio la matanza a su alrededor, sin duda deseando estar en otro lugar,
decidió permanecer en su puesto y escuchar la palabra de Dios allí (Hab 2:1). Sin embargo,
es posible hacer más que simplemente permanecer en el puesto, aunque eso sea valioso.
También podemos encontrar una forma de ser justos y humildes.
No existen los lugares de trabajo ideales. Algunos son profundamente difíciles para el pueblo
de Dios, con concesiones en múltiples formas, mientras que otros tienen defectos en formas
más comunes. Pero incluso en los lugares de trabajo difíciles, podemos ser testimonios fieles
de los propósitos de Dios, tanto en la calidad de nuestra presencia como en la calidad de
nuestro trabajo. Habacuc nos recuerda que no importa lo poco fructífero que parezca nuestro
trabajo, Dios está presente con nosotros allí, dándonos un gozo que ni siquiera las peores
condiciones laborales podrían apagar completamente.
Como señala el versículo 19, el trabajo bueno es posible incluso en medio de circunstancias
difíciles, porque el Señor es nuestra fortaleza. La fidelidad no es solo un tema de soportar la
dificultad, sino también de mejorar incluso la peor situación en todas las formas que podamos.
Cuando el exilio terminó, la sociedad civil y la vida religiosa judía fueron restauradas en la
tierra de la promesa de Dios. Jerusalén y su templo fueron reconstruidos, junto con la
infraestructura económica, social y religiosa de la sociedad judía. Por consiguiente, los libros
de los Doce ahora mencionan los retos del trabajo que van después del pecado y el castigo.
Sembráis mucho, pero recogéis poco; coméis, pero no hay suficiente para
que os saciéis; bebéis, pero no hay suficiente para que os embriaguéis; os
vestís, pero nadie se calienta; y el que recibe salario, recibe salario en bolsa
rota. (Hg 1:6)
Pero a medida que el Señor despierta el espíritu del pueblo y sus líderes, ellos comienzan a
invertir en la reconstrucción del templo y el tejido de la sociedad (Hg 1:14–15).
Invertir en el capital social nos recuerda que no existe una “persona que haya progresado por
sus propios medios”. Aunque el esfuerzo individual pueda acumular una gran riqueza, cada
uno de nosotros depende de recursos e infraestructura social que finalmente se originan en
Dios. “Yo llenaré de gloria esta casa” —dice el Señor de los ejércitos. “Mía es la plata y Mío es
el oro” —declara el Señor de los ejércitos (Hg 2:7–8). La prosperidad no es solo —ni siquiera
principalmente— una cuestión de esfuerzo personal, sino de una comunidad cimentada en el
pacto con Dios. “La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera” —dice el Señor de
los ejércitos” (Hg 2:9).
Somos necios si creemos que debemos proveer para nosotros mismos antes de dedicarle
tiempo a Dios y a la sociedad de Su pueblo. La verdad es que no podemos proveer para
nosotros mismos sino es por la gracia de la generosidad de Dios y el trabajo mutuo de Su
comunidad. Este es el mismo concepto detrás del diezmo. No es un sacrificio dar el diez por
ciento de una cosecha, sino una bendición de un cien por ciento de la productividad
asombrosa de la creación de Dios.
En nuestra época, esto nos recuerda la importancia de invertir recursos en los aspectos
tangibles de la vida. Las necesidades físicas como la vivienda, la alimentación, los
automóviles y otras son importantes, pero Dios provee lo suficiente con abundancia para que
también podamos invertir en aspectos como el arte, la música, la educación, la naturaleza, la
recreación y las múltiples formas de alimentar el alma. Como el empresario o el carpintero,
aquellos que trabajan en las artes, humanidades o el sector recreativo, o quienes dan dinero
para la creación de parques, áreas de juego y teatros hacen una contribución igual de
importante al mundo que Dios diseñó.
Esto también indica que invertir en las iglesias y en la vida eclesial es crucial para empoderar
el trabajo de los cristianos. La adoración misma está estrechamente relacionada con hacer un
trabajo bueno, como hemos visto, y tal vez debemos participar en una adoración que le dé
forma al trabajo bueno, no que sea solamente una devoción o un disfrute privado. Además, la
comunidad cristiana podría ser una fuerza poderosa para el bienestar económico, civil y social
si aprendiera a traer el poder espiritual y ético de la palabra de Dios para que influya en temas
de trabajo en los campos económico, social, gubernamental, académico y científico.
También existe una relación entre la condición económica y política de una comunidad y la
forma en la que adoran y en la que cuidan la tierra. Los profetas nos llaman a que recordemos
que el respeto por el Creador de la tierra en la que vivimos es un punto de partida para la paz
entre la tierra y sus habitantes. Para Hageo, existe una relación entre la sequía de la tierra y la
ruina del templo. La adoración verdadera y sincera abre la puerta para la paz y la bendición de
la tierra.
Desde el día en que se pusieron los cimientos del templo del Señor,
considerad bien: “¿Está todavía la semilla en el granero? Todavía la vid, la
higuera, el granado y el olivo no han dado fruto; pero desde hoy Yo os
bendeciré. (Hg 2:18–19)
Zacarías también señala un enlace entre el pecado humano y la desolación de la tierra. Los
que tienen poder oprimen a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre (Zac 7:10). “Y
endurecieron sus corazones como el diamante para no oír la ley ni las palabras que el Señor
de los ejércitos había enviado” (Zac 7:12). Como resultado, el medio ambiente se degradó y
por lo tanto, “convirtieron la tierra deseable en desolación” (Zac 7:14). No obstante, Joel había
observado los comienzos de esta degradación mucho antes del exilio: “La vid se seca, y se
marchita la higuera; también el granado, la palmera y el manzano, todos los árboles del
campo se secan. Ciertamente se seca la alegría de los hijos de los hombres” (Jl 1:12).
Teniendo en cuenta la importancia del trabajo y las prácticas laborales para el bienestar del
medioambiente, los cristianos podríamos tener un impacto profundamente beneficioso en el
planeta y en todos los que lo habitan si trabajáramos de acuerdo con la visión de los Doce
Profetas.[7] Las personas fieles tienen la responsabilidad ambiental urgente de aprender
formas concretas en las que puedan cimentar su trabajo en la adoración a Dios.
La extensa profecía de Hageo respecto a la pureza (Hg 2:10–19) también indica una relación
entre la pureza y el bienestar de la tierra. Dios se queja de que por causa de la impureza del
pueblo, “toda obra de sus manos y lo que aquí ofrecen, inmundo es” (Hg 2:14). Esta es una
parte de la relación más global entre la adoración y el bienestar del medioambiente. Una
aplicación posible es que un ambiente puro es un ambiente que recibe un trato sostenible por
parte de aquellos a quienes Dios les ha dado responsabilidad por su bienestar, es decir, la
humanidad. Por tanto, la pureza conlleva un respeto básico por la integridad de todo el orden
creado, la salud de su ecosfera, la viabilidad y el bienestar de sus especies y lo renovable de
su productividad. Y de esta manera, regresamos al tema de los cristianos y las prácticas
laborales responsables.
Por consiguiente, si la desolación es parte del castigo de Dios por el pecado del pueblo
registrado en el libro de los Doce, entonces la tierra productiva es parte de la restauración. De
hecho, en circunstancias bastante diferentes, Zacarías tuvo una visión similar a la de Amós
durante el tiempo de prosperidad de Israel, en la que las personas experimentan el bienestar
al sentarse bajo las higueras que habían plantado. “Aquel día” —declara el Señor de los
ejércitos— “convidaréis cada uno a su prójimo bajo su parra y bajo su higuera” (Zac 3:10). La
paz con Dios incluye cuidar la tierra que Dios ha creado. La tierra productiva, por supuesto, se
debe trabajar para obtener el fruto y por esto, el mundo del trabajo está relacionado
íntimamente con la materialización de la vida abundante.
Aun así, la esperanza de los profetas permanece y en el centro de ella se encuentra el trabajo.
Esta comienza con una promesa de restaurar la infraestructura religiosa y social del templo.
Como mencionamos en la introducción, el libro de Jonás es atípico entre los Doce Profetas
porque su historia no ocurre en Israel, el texto no indica su fecha ni contiene predicciones
proféticas y el enfoque no está en el pueblo a donde es enviado el profeta sino en su
experiencia personal.[8] Sin embargo, Jonás está de acuerdo con los demás profetas en que
Dios está activo en el mundo (Jon 1:2, 17; 2:10) y que la fidelidad a Dios (o la infidelidad)
sustenta una unión de tres partes entre la adoración, la solidez socioeconómica y el
medioambiente. Cuando los marineros oran al Señor y obedecen Su palabra, el mar se calma
y Dios provee lo necesario para que los marineros y Jonás estén bien (Jon 1:14–17). Cuando
Jonás vuelve a adorar correctamente, el Señor hace que el entorno regrese a su orden
correcto: el pez en el mar y las personas en tierra seca (Jon 2:7–10). Cuando Nínive decide
escuchar al Señor, los animales y los seres humanos se unen en armonía y cesan las
vulneraciones socioeconómicas (Jonás 3:4–10). Aunque el contexto de Jonás es diferente al
del resto de los Doce Profetas, su teología no lo es. Las contribuciones particulares del libro
de Jonás son (1) el enfoque en el llamado y la respuesta del profeta y (2) el reconocimiento de
que el trabajo de Dios para bendecir a Israel no es en contra de otras naciones, sino que Él
desea bendecir a las demás naciones por medio de Israel. [9]
Como es común con los Doce Profetas, el libro de Jonás comienza con un llamado de Dios
(Jon 1:1–2). Sin embargo, a diferencia de los demás, Jonás rechaza este llamado y, de forma
necia, intenta huir de la presencia del Señor abordando un barco que se dirige a tierra
extranjera (Jon 1:3). Esto no solo lo pone a él en peligro sino también a los que viajaban en el
barco, ya que —como hemos visto a lo largo del libro de los Doce — romper el pacto con Dios
tiene consecuencias tangibles y las acciones de los individuos siempre afectan a la
comunidad. Dios envía una tormenta que, primero, arruina el panorama comercial de los
marineros ya que se ven obligados a lanzar toda la mercancía al mar para aligerar el peso
(Jon 1:5). Y eventualmente, también amenaza sus propias vidas (Jon 1:11). La tormenta
disminuye y el peligro para la comunidad desaparece solamente cuando Jonás propone que lo
lancen al mar (Jon 1:12–15), lo cual los marineros aceptaron a regañadientes.
¿Es posible que cada uno trate de ponerle sus propias limitaciones al alcance de las
bendiciones de Dios por medio de su trabajo? Con frecuencia creemos que debemos acaparar
los beneficios de nuestro trabajo para nosotros mismos, no sea que otros obtengan una
ventaja sobre nosotros. Puede que acudamos a la clandestinidad y al engaño, la trampa y los
atajos, la explotación e intimidación, en un esfuerzo por aventajar a nuestros rivales en el
trabajo. Parece que aceptamos como un hecho la suposición no comprobada de que nuestro
éxito en el trabajo tiene que venir a costa de los demás. ¿Nos hemos convencido de que el
éxito es un juego de suma cero?
La bendición de Dios no es una cubeta de capacidad limitada, sino una fuente que rebosa.
“Ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los ejércitos— si no os abriré las
ventanas del cielo, y derramaré para vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Mal 3:10). A
pesar de la competencia, las limitaciones de recursos y la malicia que comúnmente
enfrentamos en el trabajo, la misión de Dios para nosotros no es algo tan insignificante como
la supervivencia contra todo pronóstico, sino la transformación maravillosa de nuestros
lugares de trabajo para alcanzar la creatividad y productividad, las relaciones y la armonía
social y el balance medioambiental que Dios planeó desde el comienzo.
Aunque al comienzo Jonás se niega a participar en la bendición de Dios para sus adversarios,
al final su fidelidad a Dios supera su desobediencia. Eventualmente decide advertir a Nínive y
para su pesar, los ciudadanos allí responden apasionadamente a su mensaje. Toda la ciudad,
“desde el mayor hasta el menor de ellos” (Jon 3:5b), desde el rey y sus nobles al pueblo en las
calles y los animales de sus rebaños, decidieron obedecer y se volvió “cada uno de su mal
camino y de la violencia que hay en sus manos” (Jon 3:8). “Y los habitantes de Nínive
creyeron en Dios” (Jon 3:5a) y cuando “vio Dios sus acciones, que se habían apartado de su
mal camino; entonces se arrepintió Dios del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo”
(Jon 3:10).
Esto desalienta a Jonás porque él desea determinar los resultados del trabajo al que Dios lo
llamó. Quiere que Nínive no sea perdonado sino castigado, juzga duramente los resultados de
su propio trabajo (Jon 4:5) y se pierde del gozo de otros. ¿Será que nosotros hacemos lo
mismo? Cuando nos lamentamos por la aparente falta de significado y éxito en nuestro
trabajo, ¿estamos olvidando que solo Dios puede ver el verdadero valor de nuestra labor?
Es posible que la dureza del corazón de Jonás sea motivada por un interés por su reputación.
Él proclamó la palabra de Dios de que “Nínive será arrasada” (Jon 3:4), pero al final esto no
sucedió. Aunque fuera su propio mensaje lo que llevó al pueblo de Nínive a arrepentirse y a
evitar la destrucción, ¿es posible que Jonás sintiera que su credibilidad había sido
perjudicada? Esta idea parece ser el centro de su queja en Jonás 4:2. Él anunció lo que Dios
le dijo que anunciara, pero Dios cambió de opinión e hizo que Jonás se viera como un tonto.
Dios está dispuesto a “arrepentirse del mal con que amenaza”, pero Jonás no está dispuesto a
verse como un tonto, ni siquiera si eso es lo que se requiere para perdonar la vida de 128.000
personas. Como Jonás, es bueno preguntarnos si nuestras actitudes y acciones en el trabajo
tienen que ver más con hacernos ver bien que con traer la gracia y el amor de Dios a las
personas a nuestro alrededor.
Con todo, hasta los momentos pequeños y vacilantes de obediencia a Dios de Jonás trajeron
bendiciones para aquellos a su alrededor. En el barco, él reconoce, “temo al Señor Dios del
cielo” (Jon 1:9) y se sacrifica por el bien de las personas que viajaban con él. Como resultado,
ellos se salvan de la tormenta y además se vuelven seguidores del Señor. “Y aquellos
hombres temieron en gran manera al Señor; ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron
votos” (Jon 1:16).
Si encontramos que nuestro trabajo al servicio de Dios está truncado por la desobediencia, el
resentimiento, la laxitud, el temor, el egoísmo u otras dolencias, la experiencia de Jonás
puede ser de ánimo para nosotros. Aquí tenemos a un profeta que pudo ser incluso peor que
nosotros en el servicio fiel, pero Dios logra la plenitud de Su misión por medio del servicio
titubeante, defectuoso e intermitente de Jonás. Por el poder de Dios, nuestro servicio
defectuoso puede lograr todo lo que Él planea.
Dios cuida a los que responden a Su llamado (Jonás 1:3, 12-14, 17;
2:10; 4:3-8)
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Teniendo en cuenta la experiencia de Jonás, es posible que temamos que el llamado de Dios
nos lleve a la calamidad y dificultad. ¿No sería más fácil esperar que Dios no nos llame? Es
verdad que responder al llamado de Dios puede requerir gran sacrificio y dificultad. [10]Sin
embargo, en el caso de Jonás, la dificultad no surge del llamado de Dios sino de la
desobediencia de Jonás. El naufragio y los tres días en el mar dentro del gran pez son el
resultado directo de su intento de huir de la presencia de Dios. Más adelante, su exposición al
sol y el viento y su desespero casi al punto del suicidio (Jon 4:3–8) no son dificultades
impuestas por Dios, sino que son causadas porque Jonás se rehúsa a aceptar las bendiciones
de un “Dios clemente y compasivo lento para la ira y rico en misericordia” que está listo a
arrepentirse del mal con el que amenaza (Jon 4:2).
La verdad es que Dios siempre está trabajando para cuidar y confortar a Jonás. Él hace que
las personas tengan compasión de Jonás, como cuando los marineros tratan de remar para
llegar a tierra firme antes de aceptar la oferta de Jonás de ser lanzado por la borda (Jon 1:12–
14). Dios envía a un pez para que salve a Jonás de ahogarse (Jon 1:17) y después le ordena
que expulse a Jonás en tierra seca (Jon 2:10). Además, permite que Jonás halle gracia entre
la población enemiga de Nínive, en donde lo tratan con aprecio y le prestan atención a su
mensaje. En la época de mayor necesidad de Jonás, Dios le provee sombra y refugio en
Nínive (Jon 4:5–6).
Los libros de los Doce Profetas aportan una perspectiva unificada del trabajo en diversos
momentos y situaciones de la vida de Israel. En todos los casos, demuestran que Dios está
trabajando en el mundo y está dispuesto a darle lo mejor a Su pueblo si este cumple con Su
pacto. Antes del exilio, los profetas exhortaron a las élites de Israel respecto a la manera en
que ejercían el poder y a su fidelidad en la adoración. Su tema constante es que Dios solo
acepta la adoración que viene acompañada de una justicia económica y política, porque para
Él no existe una separación entre el trabajo de la adoración y el trabajo de la vida cotidiana. Él
no acepta que algunos prosperen mientras que no aportan para el bien común y para los
miembros más pobres y vulnerables de la sociedad.
Después del regreso del exilio, los profetas exhortan a Israel a que mantengan prioridades
piadosas mientras se vuelven a establecer en la tierra y la reconstruyen a partir de la
devastación. Una vez más, el desarrollo económico, el comercio justo, el gobierno que provee
para el bien común y el trabajo al servicio de otros forman la base de la verdadera adoración.
Todos son llamados a trabajar en cooperación con Dios y con la comunidad de la fe en pos de
la paz y el bienestar que Dios desea para Su creación.
Este sigue siendo nuestro llamado hoy día, así como lo fue en el antiguo pueblo de Israel. En
el orden hebreo del Antiguo Testamento, que es el mismo de los cristianos, los libros de los
Doce Profetas aportan las últimas palabras antes del comienzo del Nuevo Testamento. Por
tanto apuntan hacia Jesús, quien vino a hacer realidad el anhelo de los profetas de una vida
abundante en todas las esferas de la actividad humana, incluyendo el trabajo, y al hacerlo,
cumple la promesa que Dios le hizo a Zacarías, “El Señor de los Ejércitos Celestiales dice:
‘Otra vez las ciudades de Israel rebosarán de prosperidad” (Zac 1:17 NTV).