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Sinopsis
Sucia.
Trece años
1 Español en el original.
—Demonios. ¿Has estado haciendo ejercicio?
—Hey —murmura, y prácticamente puedo oír cómo se sonroja—.
Niño tonto. No sabes que es bueno para ti.
Me muerdo el labio para ocultar mi sonrisa. A pesar de ser medio
colombiana, no tengo ni idea de lo que acaba de decir, pero eso no hace
que sus bromas sean menos divertidas. María es una mexicana regordeta
de unos sesenta años, y las profundas líneas que se le marcan en los
labios son por fruncir el ceño constantemente. Por mucho que intente que
todo el mundo le caiga mal, quiere a Easton. Sería difícil no hacerlo.
Todo en él es magnético, y cuando habla, es lo peor. Su voz es
naturalmente sexy y lo suficientemente ronca como para hacer que
cualquier chica se sonroje cuando se dirige a ella.
Enderezando la columna vertebral, abandono mi escondite tras la
pared.
En cuanto entro en la cocina, su mirada me lame la piel, encendiendo
un fuego en mi estómago. Me paseo por la madera pulida sin mirar en su
dirección. Si estuviéramos en otro lugar, le devolvería la mirada. Pero
cuando estamos en casa, bajo el mismo techo que Mamá Querida, Easton
desviará su mirada y volverá a fingir que no existo.
Cuando tenía catorce años y sus padres me adoptaron por primera
vez, supe al instante que Easton no era como los demás. No es de los que
se excitan tocando a chicas menores de edad dañadas. Aunque solo es un
año mayor que yo. Sin embargo, hasta que no terminé mi pubertad,
seguido de tres años de burlas descaradas, Easton no dejo de mirarme
como a una pobre niña que necesitaba ser salvada. Ahora tengo diecisiete
años, mis curvas son de mujer, y estoy jodidamente segura que no estoy
buscando un salvador.
Lo observo de reojo mientras abro la nevera. El jugo de naranja está
justo delante de mí, pero hago ademán de agacharme más de lo necesario
mientras finjo buscar otra cosa.
Su mirada es como unas manos que recorren mi cintura desnuda, y
me humedezco los labios que repentinamente tengo secos. Me vendría
muy bien ese jugo de naranja en este momento, pero su completa
atención es más satisfactoria que cualquier otra cosa.
—Tú eres la que debería quedarse en casa, jovencita. ¿A dónde vas?
¿Otra fiesta?
Miro por encima de mi hombro y veo a María limpiando el fregadero
de la cocina, con sus ojos juiciosos mirándome.
Ignoro su comentario y vuelvo a prestar atención a la nevera, optando
por un cuenco de sandía troceada. Me vendría bien la hidratación extra.
—Sería de mala educación rechazar una invitación, María. Pensé que
estarías orgullosa de mis impecables modales —Maria chasquea la
lengua mientras tomo un tenedor.
—Podrías vestirte un poco más. Así, todos los chicos te seguirán a
casa.
Finalmente, miro a Easton. Se apresura a bajar la vista a los libros de
texto que tiene delante, pero no se me escapa el destello oscuro de sus
ojos. Aparentemente, no le hace ninguna gracia.
Arqueando una ceja, pongo el cuenco justo enfrente de él en la isla y
pincho un cubo de sandía con el tenedor.
—¿Quién dice que no quiero que alguien me siga a casa?
Una cálida gratificación me inunda cuando el agarre de Easton se
estrecha alrededor de su bolígrafo. Un músculo de su mandíbula se tensa,
pero sigue trabajando en lo que sea que esté escribiendo sin ningún
problema. Me pregunto hasta qué punto tendría que presionarlo para que
partiera el bolígrafo por la mitad.
Puede que nos miremos fijamente de vez en cuando, pero nuestros
juegos son siempre silenciosos. En los tres años que llevo siendo la
‘hermana pequeña’ de Easton, solo me ha hablado cuando lo he
provocado. Incluso así, puedo contar con una mano el número de frases
completas que me ha dicho. Bueno, hubo una vez que dijo más, aunque
fue una noche en la que yo estaba destrozada. Una noche que nunca
olvidaré. Pero eso fue hace años, y he trabajado duro para no volver a
revelar ese lado mío.
—Jovencita, no necesitas que otro chico te siga a todos lados.
—¿No? ¿Tal vez un hombre entonces? —musito, hundiendo los
dientes en un trozo de sandía.
Al otro lado de la isla, el fluido garabato de la pluma contra el papel
se hace más rápido, más áspero.
—Ay, no. No, no. Necesitas un buen chico. —Abre el grifo para
lavarse las manos—. Uno como Easton.
Su cuerpo se pone rígido, los trazos del bolígrafo flaquean durante
medio segundo. No levanta la vista de su trabajo cuando refunfuña.
—Me das demasiado crédito, María.
Me lamo un poco del jugo de sandía de la comisura de los labios.
—Hmm, ¿qué piensas, Easton? —me burlo—. ¿Un buen chico como
tú sería capaz de manejar a una chica como yo?
Su mirada se desliza hacia arriba, y me da un vuelco el corazón
cuando su mirada se posa en la mía. Me arde la piel. Sus ojos dorados
siempre están estudiando, absorbiendo cada detalle. Como un tornado,
me atrapan cuando estoy desprevenida y no me sueltan hasta que acaban
conmigo. Su expresión se ensombrece y me pone la piel de gallina. Esa
sola mirada es todo lo que hace falta para recordarme que incluso los
‘chicos buenos’ pueden ser muy, muy peligrosos.
—No seas estúpida. —La voz de María me desconcentra y suelto un
suspiro cuando Easton vuelve a sus deberes—. Claro que podría —dice
con naturalidad, como si no entendiera por qué le haría una pregunta tan
tonta.
—¿Pero por qué iba a hacerlo si tiene un ángel como Whitney? —
Pongo los ojos en blanco y me meto un cubito de sandía en la boca, pero
las llamas arden bajo mi piel.
El descarado recordatorio de la novia de Easton debería ser la forma
más rápida de apagar el fuego, como si saber que está legalmente atado a
ser mi hermano para el resto de mi vida no fuera suficiente. Soy una
causa perdida.
—Ann thi ii wahhh yoa mah fahrit howkeepah —digo.
—¿Qué? —pregunta María.
—Dije —me golpeo el pecho con el puño, intentando no
atragantarme al tragar el resto de la sandía—, por esto eres mi ama de
llaves favorita.
Ella resopla, mientras capto el más mínimo movimiento de los labios
de Easton. Se pasa la palma de la mano por la mandíbula y la boca,
intentando disimular la expresión, pero la he visto.
Las mariposas se agolpan en mi estómago mientras guardo la sandía
y miro mi teléfono.
—Bueno, tengo que tomar un Uber. Intentaré llevar los jeans con la
cremallera cerrada hasta que vuelva. —María sacude la cabeza.
Me detengo junto a Easton al salir, rozando intencionadamente su
brazo con el mío cuando recojo su vaso de jugo de naranja. Como
siempre, el vaso está completamente lleno. No es la primera vez que le
robo su bebida. No entiendo por qué se molesta en servir jugo si nunca se
lo bebe.
Mientras lo bebo de un trago, lo miro fijamente. Desafiando a que me
detenga. Por supuesto, no lo hace. Tendría que hablarme para que eso
sucediera.
Se limita a mirar. Tranquilo, casi aburrido, mientras se reclina en su
silla.
Tengo el estómago tan lleno que me duele, pero no me detengo.
Una oscura diversión pasa por sus ojos, haciendo que los míos se
estrechen.
Solo por eso, me termino hasta la última gota.
Dejo el vaso vacío frente a él, sonrío y me limpio la boca con el
dorso de la mano.
—Gracias. —Levanta una ceja y yo me alejo con el pulso latiendo a
un ritmo demasiado familiar.
Un ritmo al que soy descaradamente adicta.
Capítulo 4
Eva
Una semana después, lo siento.
Aunque somos pocos y estamos alejados unos de otros, no soy la
única alumna de la preparatoria Caspian que va caminando a la escuela.
La mayoría de los demás se mueven a paso de tortuga, como si
estuvieran caminando hacia la cárcel para cumplir una condena de por
vida. No veo el sentido de prolongar la agonía. Mi lema es: entra y sal de
una vez. Así que estoy acostumbrada a que la gente me mire la espalda
cuando les paso por la acera.
Pero esta vez, voy más despacio cuando la sensación de ser
observada me recorre la piel. Es como unos dedos fríos detrás de la oreja,
que me hacen temblar. Me pongo la capucha tapándome la cabeza para
evitar esa sensación gélida que recorre mi cuerpo. Observo los cuidados
céspedes y los relucientes BMW mientras camino, pero no hay nada
fuera de lo común.
La paranoia no es nueva para mí. Cuando tenía trece años y
empezaba a descubrir cómo sobrevivir en las calles, nada menos que en
The Pitts, esa sensación me acompañaba a todas partes. Algunas noches,
incluso contemplé la posibilidad de arrastrarme hasta mi despreciable
padre, pero el miedo por sí solo no podía hacerme tan estúpida. Además
si no fuera por él, no tendría que estar siempre mirando por encima del
hombro.
Ahora, con cada paso que doy más cerca de la escuela, trato de
sacudirme la paranoia. Me muevo más rápido, con los ojos fijos en mi
entorno. Pero la sensación no desaparece. Prácticamente estoy trotando
cuando atravieso el aparcamiento del colegio y entro por las puertas
traseras.
—Vaya, pero si es la folladora de padres. —Carter sonríe con sorna,
con su cabello rubio desordenado alrededor de los ángulos marcados de
su cara.
Estúpido poema. Carter ha estado acechándome entre clases desde
entonces, pero esta es la primera vez que dice algo al respecto.
Me las arreglo para evitar poner los ojos en blanco y paso junto a él,
y su pequeño grupo de amigos. Un par de ellos se ríen. Marco y Elijah se
quedan callados; el primero porque quiere meterse en mis pantalones, el
segundo porque ya ha estado allí y espera que se repita. Por desgracia,
Carter los deja atrás para alcanzarme.
Su brazo se desliza alrededor de mi cintura.
—Así que eso es lo que te gusta ahora, ¿eh? —Su voz es tranquila,
pero el matiz amenazante es alto y claro—. ¿Asquerosos depravados?
Me encojo de hombros y le ofrezco mi sonrisa más dulce y falsa.
—Créeme, si me gustaran los asquerosos depravados, tú serías el
primero de la lista.
Justo cuando abro la puerta del baño de mujeres, me agarra por la
muñeca. Sus dedos se clavan en mi piel mientras me atrae hacia su pecho.
Cuando reticentemente encuentro su mirada, sus ojos azules son fríos.
Aprieto los dientes.
—Quítame las manos de encima.
—Creía que te gustaba que te tocara. —Sonríe, pero sin humor. Lleva
su boca a mi mejilla— ¿No te acuerdas, cuando abrías las piernas y me
suplicabas? Una y otra vez, como una perra en celo.
La amargura me sube por la garganta como la bilis. Ni siquiera puedo
decir que está mintiendo. Pero la expresión de suficiencia en su estúpida
cara, la forma en que me mira como si creyera conocerme, aviva mi furia
como una cerilla a la gasolina.
No sabe nada de mí ni de la razón por la que me acosté con él esa
noche. La verdad es que podría haber sido cualquiera... cualquiera para
que todo desapareciera.
—Era el primer año, Carter. No puedes esperar que lo recuerde tan
bien como parece que lo haces tú —miento, porque me gustaría que
fuera verdad—. Además, si sigo siendo tu mejor polvo, quizá el
verdadero problema seas tú.
Mis palabras aún se están asentando en el aire cuando arranco mi
brazo de su agarre y entro en el baño, dejando que la puerta se cierre en
su cara detrás de mí. La abre de un empujón, pero se queda quieto
cuando una chica pasa por delante de él y le lanza una mirada de asco
antes de entrar en una de las cabinas del baño. Mientras se queda parado
sin pestañear en el pasillo, esbozo una sonrisa amarga, me doy la vuelta y
escucho cómo la puerta se cierra con él al otro lado.
Me agarro a los bordes del lavabo y miro mi reflejo. Inhalo. Exhalo.
Lento y constante. Mi piel morena parece de un tono demasiado pálido
esta mañana, mis ojos marrones siguen abiertos y en alerta. Por mucho
que odie los constantes recordatorios de Carter sobre aquella noche, y su
imbecilidad en general, él no es la razón por la que mis manos están
temblando. Cuando compruebo que la chica sigue encerrada en un baño,
saco el trozo de vidrio opalino de cinco centímetros de la cintura de mis
jeans.
A pesar de los años transcurridos, aún puedo distinguir la mitad de la
flor que estaba grabada en el jarrón antes que se hiciera añicos. Deslizo
el pulgar por los bordes apagados y manchados de rojo, incapaz de
apartar la mirada de las manchas descoloridas.
Es mucho más que un fragmento de jarrón. Es más que el arma en la
que una vez lo convertí. Es un recordatorio de lo que casi fue, y de lo que
superé. Una promesa de sobrevivir, y un secreto que me llevaré a la
tumba. Pero también es un recordatorio de estar alerta, de abandonar la
debilidad y de no olvidar nunca de dónde vengo antes que los Rutherford
me arrastraran a su torre de marfil.
Porque la gente como él, cuya sangre empapa el fragmento bajo mi
pulgar, nunca dejan de buscar. Y la gente como yo, bueno, nunca
dejamos de huir.
Por eso la paranoia nunca es solo paranoia para mí.
Después de guardar cuidadosamente el trozo de vidrio bajo la cintura,
me echo agua fría en la cara, me seco con una toalla de papel y me recojo
los rizos en una coleta. Suena una descarga desde el baño que hay detrás
de mí. Mientras la otra chica se lava las manos, me quito la chaqueta y la
meto en la mochila.
En cierto modo, tengo que agradecer a Whitney mi atuendo. No fue
hasta que ella inició una petición en toda la escuela a favor de la ‘libertad
de expresión’ y la ‘individualidad’ que la junta directiva acabó con sus
anodinos uniformes. Algunas de las normas todavía me meten en
problemas. Mi camiseta negra es demasiado pequeña y deja entrever mi
piercing plateado en el ombligo cada vez que me muevo. Pero el señor
Doau se asegurará que me castiguen independientemente de cómo vaya
vestida, así que a la mierda.
La chica sale de los baños y yo la sigo de cerca. Estoy a medio
camino del umbral cuando una camiseta blanca me bloquea el paso, unas
manos ásperas me rodean las muñecas y me obligan a volver al baño.
—¿Qué caraj...?
—Dime la verdad, Eva —me dice Carter en la cara.
Me ha arrinconado contra la pared, bloqueando mis muñecas a mis
costados. Una ola de pánico me golpea, fría y repentina. Me la trago.
—¿Por qué lo haces? —me pregunta—. ¿Por qué te follas a todo el
mundo menos a mí? ¿Es tu forma de vengarte de mí?
—No te hagas ilusiones, Carter. —Suspiro, fingiendo aburrimiento
solo para molestarlo—. Nada de lo que hago es por ti.
Sus ya delgados labios se tensan, volviéndose casi inexistentes. Su
agarre aplasta los huesos de mi muñeca y retuerce mi piel. El dolor se
dispara por mis brazos, haciéndome estremecer, pero me niego a emitir
un sonido.
Cuando la presión aumenta, mi pecho se agita y el pánico resuena en
mis oídos.
La puerta del baño se abre y una brisa me golpea la piel.
—Amiga, ya me enteré de eso hace más de un mes.
Dos chicas se detienen a mitad de camino cuando la puerta se cierra
tras ellas. Sus labios se separan formando pequeños círculos y sus ojos se
abren de par en par al vernos.
—Eh, de acuerdo —dice una de ellas—. Volveremos más tarde —
Desaparecen antes de pronunciar la última palabra.
Vuelvo a mirar a Carter, cuyos ojos se desvían hacia la puerta ahora
cerrada. Mi expresión sigue siendo de aburrimiento, pero mis palabras
salen entrecortadas.
—A menos que quieras que todo el mundo en la escuela sea testigo
de tu vergonzoso lado acosador, aléjate de mí. Ahora.
Duda antes de obedecer.
Frotándome una de las muñecas doloridas, me giro y agarro el pomo
de la puerta. Los dos respiramos un poco más fuerte de lo normal cuando
salimos juntos del baño, con el cuello y las palmas de las manos húmedas.
Casi inmediatamente, los silbidos rebotan en las paredes. La gente
nos mira con expresiones encontradas, algunos confundidos, otros
horrorizados, la mayoría desinteresados. Algunos de los chicos inclinan
la barbilla hacia Carter, haciendo el característico gesto de aprobación.
No puedo ver la expresión de Carter, pero estoy segura que les sigue el
juego como si hubiéramos follado.
No importa. Mientras no me toque, me importa una mierda.
En el momento en que giro a la derecha para dirigirme a Biología, mi
mirada choca con un suave y cálido color whisky. Zach, el mejor amigo
de Easton, habla animadamente con él. Pero al igual que la última vez,
Easton me está mirando a mí. Apoya un hombro contra su casillero, un
tobillo cruzado libremente sobre el otro. Estaría convencida de su
indiferencia si no fuera por la tensión que le aprieta la mandíbula y el
borde oscuro que se extiende como tinta por sus pupilas mientras arrastra
su atención de mí hacia Carter, y luego de vuelta a mí.
Mi corazón late contra mi pecho mientras me acerco.
Más cerca.
Tener la atención de Easton en mí es lo que imagino que se siente
cuando alguien intenta dejar de fumar con una larga dosis de nicotina. Es
un zumbido tembloroso y una calma serena a la vez. Es un consuelo que
envuelve tus pulmones, con el apretón justo para amenazar tu suministro
de aire. Es hogar y añoranza, porque todo lo que quieres es vivir en él,
pero sabes que no puedes.
—Así que, tu y Carter de nuevo, ¿eh? —dice Zach, deteniéndome
justo cuando estoy a punto de pasar por delante de ellos.
Mira más allá de mí, hacia donde supongo que Carter se queda con
sus amigos perdedores, y luego se pasa una mano por sus rizos castaños.
Los ojos azules de Zach no son como los de Carter. Son claros y
aniñados, amistosos.
—¿Qué tiene que hacer un tipo como yo para que salgas él?
Arqueo una ceja, dirigiendo mi mirada a Easton, pero él no me
devuelve la mirada. Está demasiado ocupado concentrándose en mis
muñecas. Su mandíbula se mueve adelante y atrás, un músculo de su
garganta tiembla. Sigo su mirada hacia las huellas rojas de mi piel. Son
más evidentes de lo que pensaba. Mierda.
Me aclaro la garganta y me ajusto la correa de la mochila.
—¿Es una pregunta seria?
Una pequeña sonrisa juega con los labios de Zach.
—¿Por qué no? Te llevaré a citas apropiadas y todo.
Me río.
—No salgo con los amigos de Easton.
—Ah, vamos. No es mi culpa que mi mejor amigo sea tu hermano...
más o menos. Soy mucho mejor que ese imbécil de Carter, ¿verdad?
La mirada de Easton se desliza por mi brazo, mi cuello, aterrizando
en mis ojos. Examinando, escudriñando. Inundándome de calor como un
calentador en mi núcleo.
Devolviéndole la mirada, desafío con calma:
—¿Quién dice que no me gustan los imbéciles? —Trazo
sensualmente las marcas rojas alrededor de mi muñeca, acariciándolas
con las uñas—. Tal vez me excitan las palabras sucias y las manos
ásperas. —Agarro la mano de Zach y le paso un dedo por el brazo y
luego por la palma—. Ser maltratada.
No veo su reacción.
Porque no es a él a quien presto atención.
Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando los ojos de Easton se
oscurecen hasta alcanzar una profundidad que me consume. Aparta su
mirada, pero no me pierdo el sutil movimiento de sus fosas nasales.
Suena el timbre.
Ninguno de nosotros se mueve.
—¿Sabes cómo tomar el control, Zach? —pregunto, mirándolo a
través de mis pestañas. Suelta un suspiro, su mirada nerviosa se desliza
de mí a Easton— ¿Realmente crees que podrías ser lo suficientemente
hombre para satisfacerme?
—¿Eso es todo lo que se necesita? —Las palabras de Easton son un
susurro, casi demasiado bajas para escucharlas por encima del repentino
latido de mis oídos. Ahora, cuando vuelvo a centrarme en él, no aparta
sus penetrantes ojos de los míos—. ¿Tratarte como una mierda? ¿Es eso
lo que te hace correrte?
Mi respiración se vuelve superficial.
Easton no me habla. Y se supone que los hermanos no deben
preguntar qué hace que sus hermanas se corran.
Recuerdo la primera noche que puso sus ojos en mí. Cuando estaba
sucia, temblando, dañada. Hoy, puede que tenga un techo elegante sobre
mi cabeza y jabón para lavar la suciedad, pero en el fondo sigo siendo la
misma chica. Es importante que ninguno de nosotros lo olvide.
Con mi mirada fija en la de Easton, suelto la mano de Zach. Luego
me inclino hacia Easton y le susurro al oído:
—No lo sé. ¿Quieres averiguarlo?
Nos miramos tan intensamente que estoy tentada de apartar la mirada.
Le tomo el cabello a menudo, me burlo de él descaradamente, pero nunca
me he atrevido a decir algo tan audaz. La tensión se extiende entre
nosotros, se enrolla alrededor de mis costillas y me aprieta. Sin embargo,
no se inmuta. No reacciona en absoluto. Mientras tanto, un escalofrío
recorre mi cuello.
—Bien... —Zach da un gran paso atrás y se frota los rizos. La
incomodidad distorsiona su expresión mientras mira entre Easton y yo—.
No creo que quiera meterme en medio de... lo que sea esto.
Tengo la garganta demasiado seca como para hablar.
Finalmente, Easton se aparta del casillero. No me dedica otra mirada
antes de alejarse por el pasillo, y Zach le sigue de cerca.
Al quedarme sola, una sensación extraña y pesada se instala en mi
pecho.
Lo he conseguido. He logrado que rompa sus reglas. Que por fin diga
lo que estaba pensando. Aunque haya sido por poco tiempo. Aunque
fueran las últimas palabras que esperaba escuchar de él. Debería sentirme
bien. Triunfante. Pero cuando por fin consigo que mis pies se muevan y
me lleven a Biología, no puedo quitarme el mal sabor de boca.
Una vez que te ensucias, te quedas sucio para siempre.
Trece años
Presente
Whitney:
Un segundo.
Dos.
Tres.
Elijah: Absolutamente.
Capítulo 10
Eva
Trece años
Presente
Abro los ojos de par en par mientras me pongo de lado, enredando las
sábanas en el proceso. Inquieta, me vuelvo hacia el otro lado. Y luego
hacia mi estómago. Miro fijamente el teléfono junto a la almohada
durante un largo rato antes de tomarlo. Ignoro la ridícula cantidad de
mensajes de texto sin leer, los intentos desesperados de llamadas de tipos
que creen conocerme, y recorro mis contactos en busca de una cara
nueva.
Pero solo hay una cara que quiero.
Siempre tienes una opción.
Suelto el teléfono y ruedo sobre mi espalda. Easton tiene razón en
una cosa. Ahora mismo, tengo una opción. Me tiro del labio inferior con
los dientes y dejo que mis dedos recorran el dobladillo de mi camiseta de
algodón. El suave tacto me hace cosquillas en el vientre desnudo y
enciende un fuego entre mis piernas. Cierro los ojos mientras esta noche
se repite en mi cabeza. Él, tan cerca. Su cálido aliento en mi mejilla. El
calor de su cuerpo. El chasquido de su voz vibrando dentro de mí.
Siempre me he fijado en ti, Eva.
Mi mano se desliza hacia abajo y se sumerge bajo mis bragas. La
mirada de su rostro se congela en mi mente, sus palabras me envuelven
con fuerza.
Todo lo que he hecho durante tres malditos años es mirarte.
Ahora mismo, imagino que lleva esa mirada solo para mí. Que me
pertenece.
Y me alejo en una fantasía que sé que nunca será mío.
Capítulo 14
Easton
Aparco el auto en la acera de la ostentosa mansión. Un sollozo suena
en el asiento de al lado, rompiendo el silencio.
Miro a Whitney.
Está hecha un desastre, con su habitualmente perfecta cola de caballo
enredada y despeinada. El rímel negro se le ha corrido por debajo de los
ojos. Tiene la nariz rosada y húmeda. Ha visitado mucho a su madre en
las últimas semanas, y cada vez es más difícil para ella que la anterior.
Cada vez, su padre está más cerca de desconectarla.
Sus ojos llenos de lágrimas se encuentran con los míos.
—Lo odio.
Asiento con la cabeza. Whitney tenía catorce años cuando pilló a su
padre con los pantalones bajados. Una chica de su edad estaba inclinada
sobre su regazo. Después del accidente de auto de su mujer, empezó a
desaparecer cada vez más. La repugnancia me inunda solo de pensar en
el asqueroso.
—A veces, quiero matarlo. —Ella olfatea—. Como, literalmente,
envolver mis manos alrededor de su cuello y apretar.
—Lo sé.
—¿Crees que podrías hacerlo por mí? —Se limpia los ojos, su tono
se suaviza—. Te pagaré un extra.
Mis labios se mueven.
—Tentador.
Se ríe a medias y se apoya en el asiento del copiloto. Nos sentamos
en silencio durante un momento, y mis pensamientos se desvían hacia
donde siempre lo hacen. A cierta colombiana temeraria con unos ojos de
cierva que podrían robar el alma de un hombre.
A través de mi ventana, miro en la oscuridad. Son las once de la
noche, en un día de colegio, pero sé que Eva podría estar en cualquier
sitio ahora mismo. Con cualquiera. Mis nudillos se curvan y los suelto
lentamente. Obligo a mis pensamientos a no dejarse llevar. No hasta que
pueda comprobar si está en su habitación, a salvo e intacta.
—Los rumores sobre mis padres vuelven a circular. —El susurro de
Whitney es tan silencioso que apenas lo oigo. Su cabeza se apoya en el
asiento, con los ojos pesados mirando por la ventana—. Carter se está
divirtiendo con ellos.
La miro y veo la ansiedad que se esconde detrás de su mirada
distante. Es la misma mirada que solía tener justo antes que la presión de
los compañeros la hiciera quebrarse.
—Son solo palabras, Whit —le digo con suavidad—. No dejes que te
afecten. Especialmente un pedazo de mierda como Carter.
—Sí, bueno. Solo van a empeorar. Miranda y Julie ya preguntaron
por qué me salté la última fiesta.
—¿Les dijiste que estabas conmigo?
—Sí.
—Entonces estás bien. Si preguntan por ello, les diré lo mismo.
Ella asiente, desliza su mirada para encontrarse con la mía. Después
de un rato, dice:
—Eva me defendió.
Enarco una ceja, más que curioso.
—Cuando Carter se comportaba como un imbécil, diciendo cosas
asquerosas. Eva le llamó la atención en el acto. Él acabó siguiéndola a
ella y olvidándose de mí.
Me paso la palma de la mano por el lado de la mandíbula, mi rodilla
empieza a rebotar.
—Raro, ¿verdad?
—La verdad es que no.
Whitney se sienta y se gira para mirarme.
—¿No te parece raro que me haya defendido? ¿Después de todo lo
que nos hemos dicho y hecho?
—No. No lo creo —Deslizo el labio inferior entre los dientes y
vuelvo a mirar por la ventana. Esperando que esté en casa. Sola—. Eva
no es así de mezquina.
—Ahora, ¿quién defiende a quién? —Whitney regaña—. Sigue sin
gustarme.
Mis labios se mueven.
—Y estoy segura que sigue sin importarle.
Me da un golpe en el hombro y yo finjo una mueca de dolor.
—Podrías darle a María una carrera por su dinero.
Se ríe.
—¿Tú ama de llaves? ¿No tiene como ochenta años?
—Sesenta y siete, y no la subestimes. Esa mujer es dura como un
clavo. Podría darme una paliza en un día en el que su artritis se dispare.
Volviendo a reírse, sacude la cabeza y se limpia los restos de
humedad de sus mejillas.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por quitarme de la cabeza... todo. Eres bueno en eso —Se pasa la
cola de caballo por encima del hombro—. Me vas a llevar a la fiesta este
viernes, ¿verdad?
—No.
—¿Qué? ¿Por qué no? Me llevaste la última vez.
—Eso fue un trato de una sola vez, Whit —murmuro comprobando
mi reloj—. Ya lo sabes.
—Va a ser en casa de Marco.
Mis ojos se dirigen hacia ella para ver un destello de complicidad
detrás de los suyos.
—Ahora, ¿quieres ir? —Desvía la mirada antes de añadir en voz
baja—. Estoy segura que no querrás dejar a la pobre e indefensa Eva sola
en casa de Marco.
Mi expresión se endurece y ella se remueve en su asiento. Hay
muchas palabras que asociaría con Eva, pero pobre o indefensa no están
incluidas.
—¿Qué estás haciendo, Whitney?
—¿Qué quieres decir? —Ella sonríe dulcemente—. No estoy
haciendo nada.
—Sabes lo que somos. Lo que es esto.
Ella se encoge de hombros.
—Sí. Lo que sea. Que esto no sea real no significa que no me
importes —Frotándose el brazo, murmura—. Todo lo que digo es que las
relaciones tienen límites, y Eva es tu hermana pequeña, Easton. Es
inapropiado.
Un suave gruñido sube por mi garganta mientras la miro fijamente.
—No es mi maldita hermana, Whitney. No actúes como si no lo
supieras. Y lo que insinúas no viene al caso, porque no hay nada entre
nosotros —Aprieto la mandíbula y deslizo la mirada hacia el reloj del
salpicadero—. Yo no la jodería así.
Me observa durante un largo segundo.
—Si tú lo dices. Pero ten cuidado. He visto lo que las chicas como
ella pueden hacer a los chicos. Incluso un jugador como Carter está
hecho polvo después de ella.
Mi mandíbula se estremece. ¿Qué pasa con Eva? ¿Por qué diablos
nadie se preocupa por lo que le pasa a ella?
Forzando mi voz para mantener la calma, asiento hacia la puerta del
auto.
—Buenas noches, Whitney.
Ella arquea una ceja. Aprieta los labios.
—Bien. No digas que no te lo advertí. —Después de agarrar su bolso,
sale del auto y cierra la puerta, sin dejar de mirarme.
Arranco el motor y bajo la ventanilla.
—Te recojo el viernes a las nueve. Esta vez no deberías beber tanto.
Se queda boquiabierta, pero no espero una respuesta. Me alejo de la
acera.
Sabía que era un error permitirme hablar con Eva. Involucrarme la
última vez que la seguí a The Pitts. Al menos, cuando mantenía la
distancia, nadie tenía que saber lo mucho que la vigilaba. Ella nunca tuvo
que saberlo. Lo que pasa con los errores es que son difíciles de reconocer
en el momento. Los peores son como una droga: una vez que sientes lo
que es seguir tu instinto, no sabes cómo parar. No importan las
consecuencias.
Sin embargo, no todo puede ser un error. No cuando significa que el
Sr. Doau no volverá a tocarla. No cuando evitó que ese imbécil de The
Pitts la lastimara. No cuando me aseguro que vuelva a casa a salvo cada
noche.
Al llegar a la entrada de mi casa, apago el auto y suelto un suspiro. El
agotamiento pesa sobre mis hombros mientras abro la puerta principal y
subo la oscura escalera en silencio. Al llegar arriba, veo que la puerta de
Eva está abierta. Me detengo, me agarro a la barandilla y miro de su
puerta a la mía, y luego de nuevo.
Su puerta estaba cerrada cuando se fue al colegio esta mañana, así
que tiene que estar en casa. No hay necesidad de acercarse más. Suelto la
barandilla y me dirijo a mi propia habitación.
Empiezo a abrir la puerta, pero me detengo cuando un suave sonido
se cuela por la abertura de su habitación. Un gemido. Y luego otro.
Suelto el pomo y dirijo la mirada hacia el pasillo. Es imposible que
sea lo que creo que es. Si tiene un tipo en su habitación, en nuestra casa,
juro que...
Camino por el pasillo, sin importarme que esto sea una invasión
masiva de la privacidad. Tengo que saberlo. Antes que pueda disuadirme,
estoy de pie frente a su puerta agrietada.
Lo primero que veo es su manta enredada a los pies de la cama. Unas
piernas suaves y desnudas abiertas de par en par. Solo lleva un top suelto
y un tanga. Se me seca la garganta y trago saliva mientras mi mirada
sigue su brazo hasta la mano que lleva debajo de la ropa interior. Suelta
un gemido grueso y jadeante, y sus caderas se elevan para rechazar su
mano.
El pulso me late en los oídos y en la polla. El calor me envuelve y se
hunde en cada célula de mi cuerpo.
Joder...
Voy a ir al infierno por ver esto, pero mi sangre late con fuerza, mi
visión se oscurece y mis pies se niegan a moverse.
Mira hacia otro lado. Mira hacia otro lado.
Obligo a bajar la mirada, pero cuando otro suave ruido llega a mis
oídos, no puedo evitar volver a mirar hacia arriba. Su otra mano se
desliza por debajo de la camisa para pellizcarse el pezón, y un fuerte
tirón me atrae a la ingle.
Estoy sudando, joder.
Mira hacia otro lado, joder.
Mis manos se cierran en un puño, se enroscan y se sueltan, se
enroscan y se sueltan, hasta que siento los nudillos en carne viva. Su
respiración se acelera, como si estuviera a punto de correrse, y los
sonidos me atraviesan, haciendo que mi polla se esfuerce dolorosamente
contra mis vaqueros. Finalmente, aparto los ojos. Me doy la vuelta,
apoyo la espalda en la pared y dirijo la cabeza hacia el techo.
Mi pecho retumba contra mi caja torácica. Esos ruidos... sus caderas
retorciéndose... la piel desnuda...
Cierro los ojos y me paso una mano por la nuca, apretando fuerte.
Definitivamente está sola.
Y yo estoy completamente jodido.
Capítulo 15
Eva
Estoy a una cuadra de la escuela cuando lo siento.
Unas pequeñas agujas me pinchan en la nuca y mi aliento se enfría.
Observo la calle como todas las mañanas. Unos cuantos empleados
están cortando el césped. BMWs, Teslas y Audis relucientes pasan a toda
velocidad junto a mí y a los demás estudiantes que caminan por la acera.
El cielo es azul de dibujos animados. Todo es perfecto en Perfectville.
Pero la vista no aplaca la paranoia que tengo en la espalda.
Intentando alejar la sensación, desvío la mirada hacia el campus que
se acerca. Pero algo me llama la atención. Un Mercedes sin brillo. De
color beige apagado, con algunas abolladuras y arañazos y los cristales
tintados. Es casi anodino, pero algo en la visión de su paso por la escuela
me eriza el vello de los brazos.
La mayoría de los conductores que dejan a los alumnos en Caspian
Prep son de pago y no pueden sacar a los niños del auto lo
suficientemente rápido. El resto son padres que están demasiado
ocupados o son demasiado superficiales para hacer algo más que saludar
con la mano y salir a toda velocidad.
Nunca se arrastran.
Alcanzo mi espalda, tiro de la goma de cabello que contiene mis
rizos y dejo que los mechones se desparramen alrededor de mi cara y por
mis brazos. Me abro paso entre una pareja, separo sus manos con mi
cuerpo y me mantengo oculta por el novio de gran tamaño de la chica.
La chica empieza.
—¿Qué...?
—Dios mío —Me pongo una mano en el pecho, agradeciendo de
repente haber escuchado tantas conversaciones suyas en biología—. Tus
Jimmy Choo son tan bonitos. ¿Son de la última temporada?
—Oh, ¿estos? —Se anima al mirar sus sandalias de tacón alto y nos
dirigimos a la entrada del instituto—. No, chica. Son de la próxima
temporada. Mi hermana conoce a alguien que conoce a alguien, así que
movió algunos hilos para mí.
—Va a Polimida, ¿no?
La sorpresa brilla en los ojos de la chica.
—Sí.
Es alarmante todo lo que puedes aprender sobre los que te rodean
cuando mantienes la boca cerrada y la cabeza agachada.
—Ah, maravilloso.
—¿Verdad? —Ella sonríe.
Disminuyo la velocidad lo suficiente para dejar que ella y su novio
me pasen mientras siguen hacia sus casilleros. La sorprendo mostrándole
sus zapatos antes de mirar por encima de mi hombro, asomarme a través
de las puertas de entrada abiertas y escudriñar la calle.
El Mercedes ha desaparecido. Mi paranoia no.
El hielo me recorre el pecho y se extiende como una telaraña, y por
un segundo, vuelvo a estar en el pasado. En un hotel de cinco estrellas
con las manos peludas magullando mi cuello. El dolor partiéndome por
la mitad. Su voz en mi oído. Cristales que se rompen. Sangre caliente en
mis dedos.
Miro fijamente el pasillo. Los estudiantes, las taquillas y las risas.
Él no está aquí.
Pero el miedo no es lógico. Me paso los siguientes periodos saltando
ante los más mínimos ruidos, mirando por encima del hombro y
diciéndome a mí misma que estoy a salvo, que estoy a salvo, que estoy a
salvo.
Pero lo único que oigo es mentirosa, mentirosa, mentirosa.
Catorce años
Quince años
Quince años
Presente
7
Se refiere al color de los ojos de Easton.
—Bien. No debería hacer falta conocer las consecuencias para que
alguien se comporte con brújula moral.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Una brújula moral? —Esas dos
palabras son todo lo que necesita para estallar. La ira puntúa cada sílaba
con un borde áspero y amargo, pero no es suficiente para enmascarar el
dolor del corazón—. Una brújula moral debería incluir algo como
mantenerse sobrio, ser padre y no acostarse con nadie mientras se está
casado. ¿Cuáles son las consecuencias de eso? Espera, está la conozco:
un hijo bastardo, una madre permanentemente drogada y un marido que
no soporta estar en su propia casa. ¿Acaso sabes quién es mi verdadero
padre?
El silencio. Impregna la casa, espeso y pesado en mi pecho. Me
pregunto cuánto tiempo lleva Easton ardiendo en deseos de hacer esa
pregunta.
—Por supuesto que lo sé. —El tono de Bridget vacila, de decisivo a
inseguro, y luego de nuevo—. Pero tú… estás intentando cambiar de
tema…
—Nos has llevado hasta este punto muy bien por tu cuenta.
—Easton. No voy a fingir que no tenemos cosas que discutir sobre
ese asunto…
—Vaya.
—Pero ahora no es el momento. Eva tendrá un último día en Caspian
Prep para despedirse de sus amigos, suponiendo que tenga alguno. Para
esta noche, ella estará en un avión a California.
¿California? Se me corta la respiración, el pánico me hiela las venas.
Eso está en el lado opuesto del país. Lejos de Easton. Lejos de Alejandro.
Realmente no tendré a nadie.
El entumecimiento se apodera de mí, frío y distante, pero consigo
obligarme a girar el pomo, abriendo la puerta. Sin embargo, aún no entro.
—Mamá, escucha bien lo que te digo. —La áspera súplica debajo de
su demanda se filtra—. No la vas a enviar allí. No voy a quedarme de
brazos cruzados.
—Por el amor de Dios. Ella estará bien. Es Newport Beach, no Corea
del Norte.
Su puerta se cierra en silencio, y sé que es él quien la cierra. Siempre
tratando de protegerme.
Aun así, su gruñido apagado se filtra a través de la barrera.
—Con el tío Perry, excelente. Es un maldito asqueroso.
Siguen yendo y viniendo, pero las respuestas de Bridget están bajo el
agua, ahogándose junto a las acaloradas e implacables súplicas de Easton.
Así que el tío Perry es un asqueroso.
Conozco bien su tipo.
Una pizca de conciencia patina sobre mí, intentando atravesar el
entumecimiento, pero la bloqueo.
De todos modos, no importa. Me he puesto demasiado cómoda aquí,
en la casa de un extraño. Esa comodidad es lo que posiblemente le ha
llevado a él de vuelta a mí.
Nunca debería haber olvidado quién soy.
No tengo casa.
Y no tengo una madre que pueda decirme qué hacer.
Ella puede enviarme al aeropuerto, pero en cuanto pise el pavimento,
estaré huyendo de nuevo.
Perdida.
Perdida.
Tal como estoy destinada a estar.
Capítulo 34
Easton
Yo: ¿Estás en casa?
Whitney: Sí…
9
En la historia original, está escrito en español.
Una lágrima resbala por mi mejilla.
No tienes un hogar, me recuerdo.
No puedes lamentar algo que nunca has tenido.
Pero quizá el hogar sea una persona, y quizá el desamor no tenga
reglas. Mi cabeza sueña con whisky10, mi corazón está hambriento y voy
en dirección contraria.
El auto se detiene y mis ojos se dirigen a la ventana. Los árboles y los
bancos del parque me rodean. Miro por la otra ventanilla y veo las casas
suburbanas que bordean la calle. El conductor estaciona el auto.
—¿Perdón? —Le llamo.
Me ignora, se desabrocha el cinturón de seguridad, toma el teléfono y
envía un mensaje.
—Disculpe —digo más alto—. Esto no es el aeropuerto.
—No, señora —murmura sin mirar atrás.
¿Qué carajo?
Abre la puerta, sale y la cierra.
—Imbécil. —Me desabrocho el cinturón de seguridad y me acerco a
la manilla de la puerta cuando aparece otra persona vestida de traje al
lado del auto. El vehículo bloquea a los dos hombres de los hombros para
arriba, pero mis ojos se estrechan cuando el traje azul le entrega al
conductor un fajo de billetes. Mis ojos se fijan en el movimiento,
congelando el intercambio de dinero como si fuera una instantánea.
Esas manos.
Grabadas con líneas profundas.
10
El color de ojos de Easton.
Nudillos peludos.
Uñas limpias y limadas.
Se me revuelve el estómago y las náuseas me suben por la garganta.
No seas estúpida.
No puede ser él.
No puedes saber quién es una persona por sus manos.
¿Verdad?
Mi cerebro grita, mis pulmones se contraen y mis dedos tiemblan.
Cientos de arañas se arrastran por mi piel. El pánico se apodera de mí
mientras tiro de la manilla, pero la puerta no se mueve.
Está cerrada.
Aprieto los ojos. Esto no está sucediendo. Tu cerebro está roto. Todo
está en tu jodida, muy jodida, cabeza.
La puerta del lado del conductor se abre.
Intento tragar, pero mi garganta no funciona.
Luego la puerta se cierra. Escucho el deslizamiento de la tela contra
el cuero. El chasquido del cinturón de seguridad. El cambio de marcha.
Finalmente, me obligo a abrir los ojos. Mi mirada se fija en el reflejo
del espejo retrovisor, y todo lo que veo es azul.
Hielo. Frío. Azul.
—Hola, Evangeline. Ha pasado demasiado tiempo.
Capítulo 36
Easton
El vaso de zumo de naranja sigue en la isla cuando llego a casa.
El pulso me retumba en los oídos.
Subo las escaleras de dos en dos hacia la habitación de Eva, y el
silencio que se extiende por el pasillo me atenaza con incertidumbre.
Alcanzo su puerta abierta y entro. No necesito ver que todas las piezas de
Eva han desaparecido para saber que la habitación parece diferente,
abandonada.
Llego demasiado tarde.
El corazón me martillea en el pecho. Incluso cuando no hablábamos,
Eva seguía allí. Me miraba antes de que se diera cuenta de que yo la
miraba a ella. Ella escuchaba antes de saber que yo tocaba para ella. Era
mía antes de demostrarle que lo era. Me consumió antes de que la tocara.
Su presencia era suficiente, y ahora, su ausencia me carcome como un
cáncer.
Tengo que encontrarla. Mi teléfono zumba mientras me dirijo a la
habitación de mis padres y lo sacó del bolsillo.
11
En la historia original se encuentra escrito en español.
cómo engañar. Las plantas en maceta se desdibujan mientras avanzo por
el estrecho pasillo y abro la puerta. En cuanto veo a mi madre, se me
agita el pecho.
Está apoyada en la pared, con una copa de vino colgando en la mano
y la botella de vino vacía a sus pies. El cabello oscuro se desprende
desordenadamente de su moño mientras mira un libro abierto en la pila
de cajas que tiene delante.
—Hola, cariño —dice con calma y pasa una página—. ¿No te alegra
encontrarme en casa? Por lo visto, que los amigos cancelen los planes
con los amigos es una tendencia.
—¿Dónde está? ¿En qué aeropuerto? —gruño.
—Eva está ahora mismo cómodamente sentada en el asiento trasero
de un vehículo de lujo con un respetable conductor. Ya te he dicho que
está bien —murmura mi madre sin levantar la vista—. Lo digo en serio.
¿Bien? Ella no está bien a menos que esté aquí. Conmigo.
—Si estás tan segura, déjame comprobarlo.
—Ven aquí.
—¿Qué?
Ella arquea una ceja y me mira.
—Por el amor de Dios, no te pongas tan serio. He dicho que vengas
aquí.
La desconfianza acompaña cada paso que doy hacia ella. No es hasta
que estoy frente a ella que me doy cuenta de que no está leyendo un libro.
Está hojeando un viejo álbum de fotos.
Toma su iPhone y se desplaza por sus contactos.
—Toma —dice, y me lo entrega.
Mi mirada se estrecha sobre el teléfono, pero lo tomo.
—Todavía tengo el móvil de Eva, pero éste es el número del
conductor. Adelante, llámalo. —Toma un largo trago de brandy—. Una
vez que te sientas lo suficientemente tranquilo, te sugiero que vuelvas a
la escuela. No te gradúas saltándote las clases.
Marco el número y pongo el teléfono en altavoz. Mi pulso se acelera.
Debería sentir una especie de alivio al oír el timbre, al estar a medio paso
más cerca de asegurarme que está bien, pero el malestar que me agarra
por los hombros no hace más que aumentar. Si Paul la drogaba en un
colegio lleno de gente, no puedo ni creerlo. No me relajaré hasta que
oiga su voz.
Al cuarto timbre, responde una voz ronca.
—Bill O'Keefe.
Suelto una larga exhalación.
—Sí, hola. Esperaba hablar con su pasajera. Soy su… hermano. —
Controlo mi disgusto por el uso de hermano antes de que mi madre
pueda captar mi expresión.
—¿Está presente la Sra. Rutherford?
—Sí.
—Necesito hablar con ella, por favor.
Miro a mi madre, que suspira.
—Es ella. —En lugar de solo hablar más alto, eleva su tono una
octava entera más alto de lo habitual—. ¿Qué pasa?
—Sra. Rutherford, estaba a punto de contactar con usted. Por
desgracia, ha habido un problema.
A medio camino de llevarse la copa de vino a los labios, su mano se
congela.
—¿Perdón?
Mi mandíbula se aprieta y agarro el teléfono con más fuerza.
—La señorita Rutherford ya no está conmigo. Se marchó cuando me
detuve en una gasolinera. Supongo que tenía otros planes, ya que se llevó
su maleta. Lamento transmitir esto, señora, y, por supuesto, no aceptaré
el pago por un trabajo incompleto.
—No seas ridículo. Por supuesto, se le pagará. Es un descuido mío.
Debería haber esperado que se escapara. —Mi madre suspira y se lleva
los dedos a las sienes. Murmura algo más, pero no la escucho.
Lo único que oigo son las mismas palabras repetidas.
La señorita Rutherford ya no está conmigo.
Para cuando mi madre cuelga el teléfono, la ira y la ansiedad se
desbordan.
—Bueno —dice mi madre, recogiendo su vaso—, ahí lo tienes. La
chica es una fugitiva. Supongo que volverá cuando se dé cuenta de lo
bien que lo ha pasado. Con suerte, antes de que alguien conocido la
descubra.
—¿Eso es todo? ¿Y si está herida? ¿Y si está en problemas?
—¿Qué quieres que haga, Easton? ¿Llamar a la policía?
No menciono el hecho de que ya los llamé cuando venía hacia aquí,
ni que pienso volver a llamarlos para decirles que ahora está
desaparecida. Si mi madre supiera que he involucrado a la policía, sólo
pensaría en una cosa: su reputación.
—¿De verdad crees que se lo tomarán en serio? Vino de la calle y ya
es casi una adulta. Se llevó su maleta, Easton. Este no es ciertamente su
primer rodeo. Sabía exactamente en qué se metía cuando decidió actuar
como una delincuente. —Termina el resto de su vaso y murmura—:
Después de todo lo que he hecho por ella.
—¿Todo lo que has hecho? La has tratado como si no fuera nada
desde el primer día que la viste —sacudo la cabeza con incredulidad y
tiro su teléfono sobre el álbum de fotos—. ¿Sabes qué? No tengo tiempo
para esto.
Me doy la vuelta y me dirijo a la salida.
—¿Adónde crees que vas? Te juro, Easton, que si tu destino no es la
escuela, vamos a tener una conversación totalmente diferente cuando
reg…
Doy un portazo tras de mí.
María, balanceando una torre de toallas dobladas en un brazo, se
detiene junto a la escalera cuando me ve dirigirse a la puerta principal.
—Easton.
Miro por encima del hombro.
—Por favor. —La preocupación cruza los ojos de María y dice
suavemente—: Vete con cuidado.
Ten cuidado. Es algo que María rara vez me dice, pero lo ha dicho lo
suficiente como para que recuerde lo que significa. Está preocupada. Ya
somos dos. Después de un momento, asiento con la cabeza y abro la
puerta de un tirón.
No puedo pensar con claridad mientras me dirijo a mi auto, me
deslizo dentro y llamo a la comisaría. No me sorprendería que Eva
huyera. Entendería la inclinación, incluso cuando el dolor se agudiza en
mi pecho al pensar que se va voluntariamente. Pero nada de eso importa
ahora. Hasta que no sepa que está a salvo, nada más importa. Cinco
minutos después, cuelgo y tiro el teléfono en el asiento del copiloto.
Veinticuatro putas horas antes de que puedan presentar una denuncia por
desaparición. Una hora, antes que aparezca un agente para obtener más
detalles en persona. En una hora puede pasar cualquier cosa.
Arranco el auto, y mi agarre del volante se hace más fuerte al salir a
la calle. Todavía puedo sentir el peso del frágil cuerpo de Eva, de catorce
años, en mis brazos cuando la atrapé al caer en el patio de mi casa. La
textura de su cabello cuando le quité los rizos enmarañados de las
mejillas. El pulso cuando me miró, su respiración entrecortada se
ralentizó y su cuerpo se relajó contra el mío.
La esperanza en su mirada cuando le prometí que estaba a salvo.
Si realmente se ha escapado, hay un lugar al que sé que podría ir. Un
lugar que le es familiar. Un lugar donde tiene contactos. Mis nudillos se
blanquean a medida que me acerco más y más a The Pitts. Conozco esta
ruta mejor de lo que debería. Pero esta vez, cuando los edificios se
encogen y los baches ensucian la calle, miro de cerca mi entorno. Más de
cerca que nunca.
Unas cuantas mujeres merodean por la esquina, y disminuyo
ligeramente la velocidad. Dos de ellas parecen lo suficientemente
mayores como para ser mi madre. Sus mejillas están hundidas y un
cigarrillo cuelga ociosamente entre los labios de una de ellas mientras me
observa. Me guiña un ojo y su mirada de ojos pesados se desliza con
aprecio por mi auto. Cuando me fijo en la tercera, algo inquietante se me
revuelve en el estómago. Apenas parece una mujer. Sus ojos están
hundidos, como si hubiera visto más de lo que cualquiera debería en su
vida, y la hinchazón de su vientre embarazado es una sandía sobre sus
huesudas extremidades. No puede tener más de diecisiete años. La
misma edad que Eva. Mi mandíbula se tensa y desvío la mirada antes de
pasar por completo.
El tiempo se estira, ahoga cualquier esperanza de mis pulmones,
mientras zigzagueo por calles que nunca he visto. Doy vueltas manzana
tras manzana, ignorando las miradas amenazantes de hombres lascivos y
las llamadas provocativas de mujeres ansiosas.
No hay rastro de ella.
En mi segundo recorrido, un esqueleto de grafiti familiar atrae mi
mirada, y reduzco la velocidad. Me acerco al mismo aparcamiento
abandonado en el que estacione la última vez que estuve aquí.
Mi pulgar golpea el volante y deslizo los dientes por el labio cuando
se me ocurre un pensamiento. Aunque encuentre a Eva, quizá pueda
entretener a Paul durante un tiempo, pero eso no es suficiente. Paul es un
territorio nuevo. Estaba en mi puta casa, en la misma habitación que ella.
No tengo idea de cuánto tiempo ha estado detrás de ella o cuán de cerca
ha estado observando. No puedo subestimar lo peligroso que es, y no
puedo joder esto.
La amarga imagen de Eva en mi habitación, envuelta en los brazos de
otra persona, resurge en mi mente, persistiendo.
Lamentándose.
Han tenido que pasar más de tres años para que Eva me deje
abrazarla. Lo que haya hecho ese tipo, Alejandro, para ganarse esa
confianza de ella debe haber llevado tiempo. La historia. Si estuvieron
juntos en The Pits, él sabe cosas sobre ella —y sobre Paul— que podrían
significar la diferencia a la hora de asegurarse de que ella permanezca a
salvo para siempre.
Tomo una decisión, aparcando en el estacionamiento. Cualquier cosa
más allá de la seguridad de Eva no importa ahora. Alejandro puede haber
sido su pasado, pero yo soy su futuro.
Y me aseguraré que lo sepa.
Salgo del auto, avanzo por la acera agrietada y me meto en un
callejón conocido. No me detengo hasta llegar a la misma puerta de acero
a la que vi acercarse a Eva por última vez. Aquella noche, no pude
acercarme lo suficiente para ver mucho sin delatarme. Hoy, el callejón
está muerto, aparte de un vagabundo que duerme junto a un contenedor.
Soltando un suspiro, alzo el puño hacia la puerta abollada y doy tres
golpes. Espero un momento, y cuando nadie responde, empiezo a llamar
de nuevo, pero la puerta se abre de un tirón.
Un hombre apático con cicatrices que salpican su rostro me mira con
escepticismo.
—Busco a Alejandro.
Su mandíbula se flexiona.
—Aquí no hay ningún Alejandro. —Va a cerrar la puerta, pero la
bloqueo con el pie. Él estrecha los ojos.
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto. Hace poco vino una chica a
buscarlo. Necesita su ayuda.
Me observa con frialdad, pero una sutil corriente de curiosidad
destella en su mirada. Sabe de quién estoy hablando.
—Pareces un puto policía —me acusa.
—Pues no lo soy. —Todavía no—. Soy un puto estudiante de
instituto. Entonces, ¿puedes llamarlo o no?
Cruza los brazos sobre el pecho.
—¿Quién eres tú?
—Estoy aquí por Eva. Eso es todo lo que necesita saber.
—Bastante estúpido venir aquí con su nombre, ¿sabes?
Aprieto la mandíbula y la frustración me recorre. No tengo tiempo
para tonterías. Eva no tiene tiempo.
—Dile que su puta vida está en peligro. Eso debería hacer que se
acerque a la puerta.
El hombre se ríe.
—¿De verdad crees que está aquí? ¿En este edificio?
Mi mirada se estrecha y él sacude la cabeza.
—Hombre, no tienes ni idea. —Suelta un suspiro y murmura—. Esta
chica siempre está metida en algún lío, ¿no? —Saca del bolsillo un papel
doblado y un bolígrafo y me lo entrega—. Escribe tu número en el
reverso, pero no te prometo nada.
Garabateo mis datos y le devuelvo el papel y el bolígrafo.
—Gracias.
Asiente con la cabeza y empiezo a alejarme.
—Oye.
Me detengo y vuelvo a mirarle.
—Nada de tonterías. ¿Está su vida realmente en peligro?
—No estaría aquí si no fuera así.
Sus labios se afinan y vuelve a asentir con la cabeza antes de
desaparecer en el club.
Me dirijo a mi auto, lo arranco y salgo a la calle. Mis ojos están
atentos a la carretera, observando cada detalle. No me rendiré. La
buscaré todo el tiempo que haga falta.
Pasan unas cuantas manzanas y veo a las mismas mujeres por las que
pasé antes. Sólo dos de ellas siguen allí. La fumadora y la chica
embarazada. Esta vez, el malestar de mi estómago me envuelve las
costillas y, antes de saber lo que estoy haciendo, me detengo frente a
ellas. Las dos mujeres se acercan a mí y yo bajo la ventanilla.
La mayor sonríe con un cigarrillo colgando entre los dedos.
—Hola, guapo —dice con voz ronca—. Dos por el precio de uno
para ti.
Mi mirada se desliza hacia la chica más joven, y mis entrañas se
enfrían cuando me mira fijamente. Su mano se apoya en el vientre, y me
doy cuenta de que sus vaqueros se han bajado la cremallera para que le
quepan.
Me aclaro la garganta y miro hacia otro lado, sintiéndome muy
baboso.
—¿Cuánto?
La mayor mira mi auto y levanta un hombro.
—Cien dólares.
Sé que me está subiendo el precio, pero no importa. Busco en mi
cartera, saco dos billetes de cien y los extiendo.
La fumadora está a punto de tomar el dinero cuando la chica
embarazada me empuja la mano hacia el auto y sisea:
—Jesús, ¿es tu primera vez o algo así? Nos pagas después.
Vuelvo a extender el dinero.
—Tómalo. Ustedes valen más que cualquier cosa que pueda tener en
mi cartera, pero esto es lo que tengo.
La chica frunce el ceño, mirando el dinero. Vuelve a mirarme, y su
mano es inestable cuando finalmente lo toma. La mujer mayor extiende
la palma de la mano y la chica le da uno de los billetes, metiendo el suyo
en el bolsillo trasero de sus vaqueros.
—Estoy buscando a alguien. Una chica de diecisiete años. Solía vivir
aquí y probablemente acaba de volver a la ciudad.
La chica embarazada da un paso atrás y me mira de arriba abajo.
—¿Eres policía?
—No. —Suelto un suspiro irritado—. No soy policía, ¿de acuerdo?
Soy su… Soy su hermano.
—Bueno —dice la fumadora—, de cualquier manera, no podemos
ayudarte. Lo siento.
Mi teléfono zumba.
—¿Eso es todo? —pregunta la mujer antes de dar una calada a su
cigarrillo.
Miro fijamente la identificación en la pantalla.
Llamada desconocida.
—¿No nos quieres? —pregunta la más joven.
Levanto la vista, le doy a aceptar y mi mirada pasa entre las dos.
—Tengo a alguien. Ella es todo lo que necesito.
Las dos me miran fijamente mientras me alejo, y me pongo el
teléfono en la oreja mientras busco un lugar donde parar.
—¿Hola?
La voz que responde es baja y tranquila.
—Easton Rutherford.
Mi mirada se estrecha y me meto en un aparcamiento.
—¿Eres Alejandro?
—Sí. He oído que mi prima está en peligro.
—Tu prima… —Mis cejas se fruncen y las palabras de Eva se repiten
en mi cabeza. No es lo que piensas. Lo siento mucho. No puedo decírselo.
Su primo. Es su maldito primo.
Una exhalación sale de mis labios, mi agarre del teléfono tiembla, y
me siento como un maldito imbécil.
—Así es. —Hay una pausa—. Seguro que ahora todo tiene sentido.
Es un placer conocerte. Así que, Easton. —La calma en su voz se
desvanece, y un tono amenazante se filtra a través del teléfono—. Dime a
quién tengo que matar.
Capítulo 37
Eva
—Es un hermoso día para estar vivo. ¿No estás de acuerdo,
Evangeline?
Las náuseas me recorren con cada giro de las ruedas del auto. Las
ventanas están tan cerradas que no puedo tomar aire. Y él es tan, tan
ruidoso.
—De hecho, no he visto un día tan bonito en, no sé… cuatro años,
diez meses y dieciséis días.
Cierro los ojos, pero eso no lo impide.
Él no es real, me digo. Esta vez, la patética mentira es humo que me
ahoga. He luchado tanto para sofocar la pesadilla que vive dentro de mí,
y ahora, un monstruo ha salido de mi cerebro roto. Es imposible luchar
cuando no puedo ni respirar.
—Eres difícil de atrapar, lo reconozco.
Me obligo a abrir los ojos para ver la sal y la pimienta, y de repente,
soy tan, tan pequeña.
—Déjame ir —susurro.
Estúpida niña.
Su gélida mirada me atraviesa a través del espejo retrovisor.
—Creo que ambos sabemos que no puedo hacer eso.
—¿Qué quieres de mí?
—¿Qué querría cualquier hombre en mi situación? Reunirse con su
niña perdida, por supuesto.
El auto se balancea. La bilis me pica la lengua.
—No soy tuya.
Hace un gesto de decepción, y el vehículo se frena.
—Quizá no lo dejé suficientemente claro en el pasado, pero nuestro
acuerdo es especial para mí. Al menos, lo fue una vez. —Su voz baja, y
el sonido chirriante arde como veneno bajo mi piel—. Admito que tus
decisiones me han dejado… amargado.
Se detiene ante una señal de Stop, gira a la derecha y yo miro por la
ventanilla a mí alrededor. No reconozco la calle ni las casas de los
suburbios. El cielo azul es el telón de fondo, con finos rayos de sol que
atraviesan las nubes blancas. Se me revuelve el estómago. Realmente es
un día precioso.
Se detiene en una entrada cubierta, apaga el motor y se desabrocha el
cinturón de seguridad. Mis músculos se tensan. Abre la puerta y sale.
Contengo la respiración y miro las líneas nítidas de su traje mientras se
desliza por el auto. Luego se coloca en la puerta del pasajero frente a mí.
Mis pulmones se quedan sin oxígeno. Me siento mareada. Parpadeo y un
monstruo se asienta a mi lado.
Unos ojos azules vacíos se fijan en los míos, unos dedos fríos me
rozan el cabello, el cuello. Mis miembros son de plomo, y tengo trece
años otra vez, sentada a los pies de una cama que no es mía.
Eres una niña buena, ¿verdad?
Unas uñas romas me acarician la mejilla.
Así es, dulce, dulce niña.
Traza mi mandíbula.
Soy tu nuevo papá.
Su otra mano se levanta, y un paño blanco aparece a través de mi
visión manchada. Me doy cuenta demasiado tarde para qué sirve el
material. El paño me cubre la boca, la nariz, atrapando mi grito. Me
agarro a su muñeca con ambas manos. Mis uñas cortan su piel, la alarma
se apodera de mis nervios, pero ya me he ido.
Perdida.
Perdida.
Perdida.
Me pesan los ojos y mi corazón tartamudea mientras cada mentira
que me he dicho a mí misma se retuerce y se anuda. Fuerte. Valiente.
Irrompible. Se tejen alrededor de mi cuello y me estrangulan. Todo el
mundo sabe cómo termina esta historia.
Porque los hombres malos no conocen el karma.
Y las chicas malas no consiguen su «felices para siempre».