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Para ti.
Contenido
Staff ________________________________ 6 Capítulo 23 ________________________ 220
Playlist ______________________________ 7 Capítulo 24 ________________________ 226
Sinopsis _____________________________ 9 Capítulo 25 ________________________ 235
Capítulo 1 __________________________ 11 Capítulo 26 ________________________ 242
Capítulo 2 __________________________ 18 Capítulo 27 ________________________ 248
Capítulo 3 __________________________ 25 Capítulo 28 ________________________ 258
Capítulo 4 __________________________ 31 Capítulo 29 ________________________ 267
Capítulo 5 __________________________ 44 Capítulo 30 ________________________ 274
Capítulo 6 __________________________ 52 Capítulo 31 ________________________ 287
Capítulo 7 __________________________ 68 Capítulo 32 ________________________ 302
Capítulo 8 __________________________ 75 Capítulo 33 ________________________ 311
Capítulo 9 __________________________ 82 Capítulo 34 ________________________ 321
Capítulo 10 _________________________ 94 Capítulo 35 ________________________ 332
Capítulo 11 ________________________ 100 Capítulo 36 ________________________ 341
Capítulo 12 ________________________ 106 Capítulo 37 ________________________ 354
Capítulo 13 ________________________ 109 Capítulo 38 ________________________ 365
Capítulo 14 ________________________ 122 Capítulo 39 ________________________ 372
Capítulo 15 ________________________ 130 Capítulo 40 ________________________ 383
Capítulo 16 ________________________ 139 Capítulo 41 ________________________ 390
Capítulo 17 ________________________ 149 Capítulo 42 ________________________ 403
Capítulo 18 ________________________ 155 Capítulo 43 ________________________ 417
Capítulo 19 ________________________ 163 Capítulo 44 ________________________ 424
Capítulo 20 ________________________ 175 Capítulo 45 ________________________ 431
Capítulo 21 ________________________ 194 Epílogo ___________________________ 451
Capítulo 22 ________________________ 209
Staff

Hada Dafne
Hada Musa
Hada Nisha
Hada Náyade
Hada Eolande

Hada Laila Hada Ryu


Hada Anya

Hada Laila Hada Anjana


Playlist
This is the Kit—Bashed Out
Billie Eilish—Bad Guy
Ituana—You Can’t Always Get What You Want
Sasha Sloan—The Only
Cassie—Me & U
Selena Gomez—Hands to Myself
Harry Styles—Woman
Shawn Mendes—Treat You Better
Lennon Stella—Older Than I Am
Sasha Sloan—Thoughts
The Sundays—Wild Horses
Sabrina Claudio—Problem with You
Grace VanderWaal—Stray
Sasha Sloan—Normal
James Arthur—Hurts
Lorde—Liability
Abi Ocia—Running
Hollow Coves—The Woods
Noah Cyrus—Lonely
Sasha Sloan—Too Sad to Cry
Elina—Wild Enough
Matoma—Slow (ft. Noah Cyrus)
Lauv—There’s No Way (ft. Julia Michaels)
Sabrina Claudio—Orion’s Belt
SYML—WDWGILY
Ella Henderson—Yours
SYML—Where’s My Love
Fleurie—Hurricane
Melanie Martinez—Cry Baby
Melanie Martinez—Soap/Training Wheels
SYML—Body
The Sweeplings—Carry Me Home
The Paper Kites—Bloom
Rhys Lewis—Better Than Today
Anson Seabra—Trying My Best
Emeli Sande—Read All About It
Banners—Got it in You

Escuchala aquí
Sinopsis
Sucia.

Eso es lo que soy.

Nacida como un pequeño y sucio secreto y luego vendida a la peor


clase de maldad.

Ese día me rompió, robando las partes más sagradas de mi cuerpo y


mi alma. Así que hui: de ellos, de casa, de todo.

Fue entonces cuando lo encontré a él. Se convirtió en mi salvador


incluso antes de saber que yo existía.

Y entonces me dio la bienvenida a la familia.

Ahora él me ve. Me aseguro de ello.

Me doy cuenta del modo en que me observa cuando me deslizo de mi


cama y caigo en la de otra persona. Veo el parpadeo de sus ojos cuando
lo miro desde detrás de los vasos rojos, las manos que se mueven y la
música a todo volumen. Sentir el ardor de su tacto cuando tropiezo y me
atrapa, y siempre me atrapa.

Pero ya no soy la misma chica débil que descubrió escondida detrás


de su casa hace tantos años, y algunos demonios simplemente no pueden
ser liberados. Todas las mentiras del mundo no pueden ocultar eso.

Aunque no corra la misma sangre por nuestras venas, sé que él nunca


podrá ser mío.

Nunca debí enamorarme de él.

Ahora somos familia, y voy a ser una buena hermana pequeña.

Mentira, mentira, mentira.


Capítulo 1
Eva

Trece años

Deja de temblar. Deja de temblar.


Deja. De. Temblar.
Mi cuerpo no me escucha, así que me esfuerzo más. Mis ojos
recorren el largo pasillo vacío, mirando puerta tras puerta. Todas están
cerradas. Solo quiero un lugar donde esconderme. Se me da bien ser
invisible.
Jadeando, miro por encima del hombro. No me sigue.
Aun así, no puedo dejar de correr. Nunca me detendré.
—Oh, perdona... —Giro de golpe la cabeza hacia la voz femenina y
se me escapa un grito ahogado.
La esquina dura de un carrito de toallas se clava en mi cadera. Con
los ojos muy abiertos, miro los artículos de limpieza y rápidamente
tropiezo con ellos.
—¡Cariño, espera! Por favor ¿Dónde están tus padres?
—L-lo siento, l-lo siento... —digo paranoica y sin aliento. Creo que
sigo susurrando las palabras entrecortadas mientras bajo las escaleras
tambaleándome. Atravieso la fría entrada de mármol y salgo por las
puertas dobles.
Una ráfaga de viento me enfría las mejillas. El cielo nocturno
extingue la luz y los ruidos me sobresaltan en cada esquina. La brisa
helada se cuela por mi fino camisón blanco.
¿A dónde voy? No sé cómo volver a Detroit. Ni siquiera sé dónde
estoy. Parece que hemos conducido durante al menos una hora y media
antes de llegar al hotel, pero nunca he estado tan lejos de casa. Debería
haber prestado más atención cuando papá me dijo que subiera a su auto.
Debería haber presionado más cuando pregunté a dónde íbamos, o hacia
quién. Debería haber prestado atención a las señales de las calles, a las
autopistas, a cualquier cosa. Pero papá nunca me había llevado a dar un
paseo en auto. Así que, estaba emocionada. Estaba esperanzada. Fui una
estúpida.
Me abrazo y me aprieto con fuerza el cuerpo. Con cuidado de no
clavarme el fragmento de vidrio que aún tengo en la mano. Manteniendo
la cabeza baja, dejo que mis largos rizos oculten mi cara como una
cortina oscura y desordenada. Mis pies se mueven rápido sobre la acera,
tan rápido que las líneas se desdibujan ante mis ojos mientras me llevan
de una manzana a otra. Cruzo la calle sin fijarme en el semáforo. Un
claxon resuena en mis oídos y doy un salto ante el furioso sonido, pero
no me detengo ni levanto la vista.
El dolor palpita entre mis piernas, mucho peor que el ardor de mis
pulmones. Contengo el sollozo que sube por mi garganta.
Llorar es de chicas estúpidas y débiles.
Yo no soy débil.
Entonces pienso en lo de esta noche, sus asquerosas y peludas manos
magullándome la piel, desgarrándome la ropa interior, el horrible dolor,
y el estómago se me revuelve tan bruscamente que creo que voy a
vomitar.
Soy una sucia mentirosa. Débil es exactamente lo que soy.
Agarro con fuerza el trozo de vidrio. Mi salvador.
Algo cálido se desliza por la palma de mi mano, y mi cuerpo se
estremece aún más cuando veo la sangre. El rojo oscuro se desliza por mi
piel morena, desde las puntas de mis dedos hasta el suelo. El malestar me
sacude, quemándome la garganta.
No puedo creer lo que he hecho.
Cuando el dolor me atraviesa la mano, veo sangre fresca. No me
había dado cuenta de la fuerza con la que estaba apretando. El ácido de
mi garganta se acumula, extendiendo el malestar a mis pulmones y
dificultando mi respiración. Mi sangre se mezcla con la suya.
Sé que lo he cortado. Aún puedo ver la forma en que se agarraba el
cuello, mientras la sangre se filtraba entre sus dedos. Pude verlo antes
que me respondieran los músculos y saliera corriendo de la habitación
del hotel.
Le corté profundo, pero no puedo saber con seguridad cuánto.
Es solo cuestión de tiempo hasta que papá se entere de lo que hice.
No puedo dejar un rastro de sangre, y tampoco voy a perder mi única
arma. Me subo el dobladillo del camisón, que me llega hasta los tobillos,
y envuelvo la mano con el material hasta que se pone tan rojo como la
herida. Con suerte, eso detendrá la pérdida de sangre.
El cielo se vuelve cada vez más oscuro a medida que camino sin
rumbo. Las luces de la calle desaparecen detrás de mí a medida que
avanzo por las calles. Me duelen los músculos y los talones desnudos de
mis pies están en carne viva.
No te detengas.
En algún lugar en la oscuridad, unos iris azules parpadean y se
pierden de vista. Cierro los ojos por un momento.
No es real. No es real.
Cabello negro. Ojos de serpiente. Cabello negro. Ojos de serpiente.
Las imágenes y las voces pasan a gran velocidad por mi cabeza hasta
que el cerebro me duele casi tanto como el resto de mí. Cuando el nudo
en la garganta se hace tan grande que no puedo respirar, me abrazo con
fuerza y finjo que es el abrazo de mi madre. Intento recordar cómo se
sentía. La idea me reconforta, pero de todos modos un escalofrío me
sacude, y sé que no es por el frío.
Quiero ser valiente.
Soy valiente.
Mentirosa, mentirosa.
Frunzo ceño, el asco me inunda. ¿Cómo he dejado que esto ocurra?
Una gota de lluvia golpea mi cara, sobresaltándome. Le sigue otra.
Pronto, los truenos rugen y las gotas golpean mis mejillas.
Castañeando los dientes, sigo avanzando hasta que no siento los pies.
No sé cuántas horas han pasado cuando empiezo a apagarme, pero la
lluvia ha disminuido. Las tiendas con carteles de cerrado se alinean a
ambos lados de la calle. Mis piernas se tambalean, la zona entre mis
muslos sigue palpitando. Inhalo, rogando a mis músculos que sigan
adelante.
No me abandonen.
Pero, como de costumbre, me fallo a mí misma. Cuando intento dar
un paso más, un temblor me recorre la espalda y me hace ver borroso.
Me arde el pecho. No recuerdo cuánto tiempo hace que no tomo agua.
Necesito parar. Solo un segundo para descansar.
Apoyada en la pared de ladrillo más cercana, dejo caer mi cabeza y
me concentro en mi respiración. Siento las piernas como si estuvieran
hechas de gelatina, pero tengo miedo que, si me permito sentarme, me
quedare dormida y me atraparán.
El estruendo de un motor me hace levantar la cabeza de golpe.
Entrecierro los ojos por la lluvia abundante y por la visión borrosa,
distinguiendo un viejo camión a una tienda de distancia. Está parado, con
un hombre corpulento en el asiento del conductor concentrado en un
papel que tiene en las manos. Mi mirada de ojos pesados se desliza hacia
la caja del camión. Una lona la cubre de un extremo a otro, pero los
muebles que hay debajo son demasiado grandes, por lo que la cama
cuelga por fuera y una cuerda elástica lo sujeta todo. Una franja
sombreada de espacio atrae mi atención hacia el lado izquierdo de la
cama.
Mi pulso late como un reloj en mis oídos.
Sé que no puedo descansar en este lugar durante mucho tiempo, pero
en la carretera, en un vehículo en movimiento...
El conductor se pone el cinturón de seguridad y el corazón me golpea
en el pecho. Es ahora o nunca. Me acerco sigilosamente y trato de no
hacer ruido, agachándome al subir a la parte trasera, pero no puedo evitar
gemir por el esfuerzo. Como una serpiente, me meto en la estrecha
abertura junto a un par de sillas y un escritorio.
El motor ruge, ahogando la lluvia que golpea la lona. Entonces, nos
ponemos en marcha. Una exhalación apretada sale de mis labios, algo
entre el alivio y el terror.
Estoy bien.
Estoy bien.
Estoy bien.
Mentirosa, mentirosa, mentirosa.
Quiero a mi mamá. Quiero a mi primo. Quiero que esta pesadilla
termine. Pero dudo que vuelva a ver a alguno de los dos, y el final de mi
pesadilla no está a la vista. La bilis me sube por la garganta, más caliente
que nunca. Mi camisón mojado, el camisón con el que él me vistió, me
irrita la piel. Las lágrimas se acumulan en mis ojos, pero no dejo que
caigan. No lo haré, no por él.
Aunque no sepa dónde estoy.
Aunque no tenga a dónde ir.
No es que pueda ir a casa. La deuda de papá se remonta más allá del
tiempo que he estado viva. Si me vendió una vez para pagarla, lo hará de
nuevo. Probablemente, al mismo hombre si es que sale vivo de la
habitación del hotel. Me estremezco como si ese pensamiento pudiera
hacerlo aparecer.
No. Ahora no tengo casa.
Estoy perdida.
Con este último pensamiento, mis ojos se cierran.
Perdida.
La palabra resuena y canta en mi cabeza. Una suave canción de cuna.
Perdida.
Escuchar el sonido hueco en repetición me mece en un estado
somnoliento. Mamá solía mecerme así. Excepto que, con sus brazos
enroscados a mi alrededor, el mundo no era tan gris... tan nublado... tan
real, pero a la vez sí.
Perdida.
Tal vez ya no me importa que es real. Quizás ahora mismo, mientras
me desvanezco en la cama de un camión, temblando e invisible, está bien
fingir que nada de esto está sucediendo realmente. Está bien ser débil.
Solo por un minuto. Solo mientras descanso.
Pronto, cuando mis ojos se abran, guardaré este lado mío antes que
alguien pueda verlo de nuevo. Antes que alguien pueda robar más
pedazos de mí.
O tal vez, si tengo suerte, mis ojos no se abrirán de nuevo.
Capítulo 2
Eva

Presente - Diecisiete años

Los ojos se clavan en mí. Las miradas pinchan mi piel como


hormigas rojas. Pero todo lo que veo es el poema en la pizarra.
Lentamente, empujo mi silla hacia atrás y me pongo de pie.
—Por favor, tome asiento.
Ignorando al señor McKenna, inclino la cabeza y releo en silencio el
poema.
—Señorita Rutherford, por favor. —La voz del señor McKenna
suena una pizca alarmada—. Si toma asiento, estoy seguro que
tendremos esto resuelto al final de...
Me dirijo a la pizarra. Las letras rojas me miran fijamente, nítidas y
burlonas. Justo en medio de otros nueve poemas anónimos escritos por
estudiantes.
Las rosas son rojas,
Las violetas son azules.
Eva es una zorra
con problemas paternales.
Esconde a tú padre rápido
o ella también se lo follará.
Arrastrando el dedo índice por el borde de la bandeja de rotuladores,
no me detengo hasta tocar el borrador.
Surgen murmullos, pero estoy concentrada en una pequeña cosa que
me está fastidiando. Encuentro el acento en tu. Me tomo mi tiempo para
hacerlo desaparecer, con cuidado de no dañar ninguna otra letra en el
proceso. Uno pensaría que los estudiantes de Lengua Avanzada no
cometerían errores tan estúpidos, pero, al parecer, mis expectativas son
demasiado altas.
Después de dejar el borrador, me dirijo perezosamente a mi asiento,
deteniéndome para enderezar una pila de libros torcidos en el borde del
escritorio de Whitney.
—Eh, bien. —El señor McKenna se aclara la garganta—. Déjeme
ocuparme del resto por usted.
Mientras tomo asiento y él borra el poema, siento la mirada de
Whitney en el lado izquierdo de mi cara. Me gustaría imaginar que se
siente culpable por su obra, pero, por desgracia, no creo que un
sentimiento tan genuino como la culpa sobreviva en su básico y
superficial corazón.
Carter Watson, el imbécil que me mira desde el asiento de al lado, se
ríe y yo parpadeo lentamente cuando nuestras miradas se conectan. A
Carter le gusta mirarme como si compartiéramos un secreto, pero lo que
pasa con los secretos es que tienen que consistir en algo que merezca la
pena recordar; la noche que pasamos juntos fue cualquier cosa menos
memorable. Además, estoy bastante segura que tendría que dejar de
hacer un puto espectáculo de esa noche para que se considere algo
parecido a un secreto.
Vuelvo a centrarme en el título del poema. Folladora de Padres. Qué
original. De todas las tendencias disponibles, los papás no son mi
especialidad. Se me revuelve el estómago solo de pensarlo, pero
mantengo la expresión en blanco. Puede que sea la rechazada de la
preparatoria Caspian, pero la mayoría de las chicas hacen como si no
existiera, lo que me parece bien. Sin embargo, Whitney me tiene en la
mira desde el día en que me matriculé.
Sigue mirándome fijamente cuando encuentro su mirada verde.
Una de sus cejas se arquea hacia su cabello rojo como si esperara que
dijera algo inapropiado.
¿Quién soy yo para decepcionarla?
Con un guiño, susurro:
—Dile a tu papá que lo echo de menos.
Su mandíbula cae al suelo. Con la cara blanca como papel.
Y así, esta tarde de mierda casi merece la pena.

Si reunieras a todos los presumidos más ricos de la Costa Este, los


alimentaras con una cuchara de plata durante cuarenta y ocho horas
seguidas, luego recogieras bolsas de su mierda con aroma a rosas e
hicieras un colegio con ello, obtendrías la preparatoria Caspian.
En otras palabras, encajo como un secador de cabello en una bañera.
Encorvada en mi asiento, utilizo un bolígrafo negro para trazar un
viejo boceto de un lirio en mi cuaderno mientras el señor Doau parlotea
sobre la división del trabajo. Me obligo a escuchar por el bien de mi nota,
pero cuanto más rechina su voz rasposa, más se profundizan los
movimientos de mi bolígrafo. Odio su voz. Odio la brillante calva que
tiene en la nuca. Odio el vientre abultado que le cuelga del cinturón.
Todo en él amenaza con hacerme vomitar, y por eso, cuando suena el
timbre, soy la primera alumna que se levanta de su asiento, meto mis
porquerías en la mochila y me dirijo a la salida.
Estoy a un mísero paso del umbral cuando lo oigo.
—Señorita Rutherford.
Mis ojos se cierran, mis pies se congelan, mientras los estudiantes se
abren paso a mi alrededor.
—Señorita Rutherford —repite más agudo esta vez.
Este maldito imbécil.
Aprieto los dientes, pero al final me doy la vuelta cuando el último
alumno sale del aula.
El señor Doau se apoya en el borde de su pupitre, con las manos
cruzadas sobre ese asqueroso y abultado vientre.
—Está castigada. A partir de las tres en punto.
Aprieto la correa de mi mochila colgada del hombro.
Él mira mi escritorio.
—No está permitido fumar en las instalaciones del colegio, y mucho
menos tirar basura.
Sigo a regañadientes su mirada hacia el cigarrillo usado bajo mi silla,
y la amargura oscurece mi visión cuando vuelvo a mirarle.
—Yo no fumo.
No se inmuta, por supuesto, porque ya lo sabe.
Se encoge de hombros.
—Las pruebas dicen lo contrario. Nos vemos a las tres. —Se da la
vuelta y rebusca entre los papeles de su mesa.
La ira se arremolina en mi interior y me obligo a darme la vuelta
también.
—Por mucho que me guste su compañía por las tardes. —Su voz me
golpea la espalda, deteniendo mis pasos—, me duele verla desperdiciar
su vida.
Aprieto los labios, manteniéndome en mi sitio incluso cuando su
fuerte colonia se acerca.
Entonces, sus palabras están justo detrás de mí, poniendo a prueba mi
reflejo nauseabundo.
—Recuerde lo que le dije, Eva. Podría facilitarle mucho las cosas.
Se me revuelve el estómago cuando inhala, respirándome.
—Deberías tomarlo como un cumplido, ¿sabes? El hecho que aún
recuerde tan bien tu tacto después de todo este tiempo.
Mi expresión se queda en blanco mientras miro fijamente el pasillo
viendo pasar a los estudiantes, uno tras otro. Si hay algo que agradecer
en este momento son sus miradas de pura y dichosa ignorancia, sin tener
ni idea de la conversación que está teniendo lugar a pocos metros.
—Recuerde lo que le dije, señor Doau —digo indignada—. Me
tiraría por un acantilado antes de aceptar su oferta.
El aroma de su colonia se desvanece cuando se aleja, y aprovecho la
oportunidad para inhalar y exhalar. Me aferro a los ángulos fríos y
afilados del arma metida a buen recaudo entre el hueso de mi cadera y la
ajustada cintura de mis jeans.
Mi pulso está acelerado cuando salgo del aula.
No importa que mi antigua vida terminara a los catorce años, cuando
me adoptaron en la riqueza. Las sombras de mi año viviendo en las calles
siempre me encontrarán. Puede que el señor Doau sea capaz de usar mi
pasado en mi contra, pero hay un lado positivo. Como mínimo, perderá
su preciado trabajo si saco a relucir cómo le gusta gastar su dinero en
niñas de trece años. Más que su trabajo, se merece que lo encierren. Tal
vez los dos lo merecemos. No es que haya rechazado su dinero. Aun así,
en clase, me permito soñar despierta: que puedo arruinar su vida. Pero
tendría que estar dispuesta a arruinar mi propio futuro en el proceso, y
eso no es una opción.
Al pasar por el aula de Biología, giro a la derecha en la esquina. Lo
siento antes de verlo.
El aire zumba con electricidad. La estática me eriza la piel.
La multitud de estudiantes se desvanece mientras nos miramos, cada
uno viniendo de extremos opuestos del pasillo. Nos acercamos el uno al
otro. Me hundo en los ojos color whisky y en su cabello castaño oscuro
desordenado por el entrenamiento de fútbol. El tiempo se ralentiza con
cada paso, y desearía poder apretar pausa y congelar este momento para
siempre. Solo whisky y yo.
Su compañero, Zach, grita a su lado, pero la mirada de Easton se
mantiene fija en la mía.
Cinco segundos, como mucho.
Eso es lo que dura. Sin embargo, en esos segundos, la calidez de su
mirada rompe el muro de hielo que he construido a lo largo de los años.
La forma en la que me mira lo consume todo. Me pesa en la piel. Es un
secreto, un parpadeo en el tiempo que es todo nuestro. Nuestros brazos se
rozan cuando nos cruzamos, y el simple contacto retumba en mi interior
como un latido.
En otra vida, podría hacer algo más que mirar.
En otra vida, podríamos incluso hablar.
Pero esto es la realidad, y la realidad es una mierda.
Easton y yo estamos tan lejos de ser iguales que ni siquiera estamos
en el mismo planeta. Todo el mundo sabe que los chicos respetables
salen con chicas respetables, y las chicas respetables no reciben
proposiciones de sus profesores. Las chicas respetables no tienen la
reputación que me he ganado en estos tres años.
Pero, sobre todo, las chicas respetables no fantasean con su hermano.
Capítulo 3
Eva
Termino de atar los tirantes de mi top sin mangas detrás del cuello y
me paso los dedos por mis rizos oscuros y sueltos.
La madre de Easton, mi madre adoptiva, ya está encerrada en su
habitación para pasar la noche, con una botella de ginebra como chupete,
sin duda. Y su padre trabaja hasta tarde, lo que significa que el lugar
estará tranquilo. Conociendo a Easton, probablemente esté sentado en la
isla de la cocina, enterrado en los deberes escolares. Un verdadero
rebelde.
Después de pedir un Uber, meto mi teléfono en el bolsillo trasero de
mis jeans ajustados. Salgo de mi habitación, me dirijo al pasillo y
comienzo a bajar las escaleras.
—Niño tonto, siempre trabajo, trabajo, trabajo contigo —reprende en
el piso de abajo María, la ama de llaves—. Deberías salir con tus amigos.
—No me digas que te estás hartando de mí —señala Easton,
haciendo que mis movimientos sean más lentos. Me detengo en el último
escalón, oculta tras la pared—. Sabes que en lo único que pienso cuando
estoy con ellos es en ti.
—Oh, cállate.1
Oigo un golpe y luego él se ríe, fingiendo dolor.

1 Español en el original.
—Demonios. ¿Has estado haciendo ejercicio?
—Hey —murmura, y prácticamente puedo oír cómo se sonroja—.
Niño tonto. No sabes que es bueno para ti.
Me muerdo el labio para ocultar mi sonrisa. A pesar de ser medio
colombiana, no tengo ni idea de lo que acaba de decir, pero eso no hace
que sus bromas sean menos divertidas. María es una mexicana regordeta
de unos sesenta años, y las profundas líneas que se le marcan en los
labios son por fruncir el ceño constantemente. Por mucho que intente que
todo el mundo le caiga mal, quiere a Easton. Sería difícil no hacerlo.
Todo en él es magnético, y cuando habla, es lo peor. Su voz es
naturalmente sexy y lo suficientemente ronca como para hacer que
cualquier chica se sonroje cuando se dirige a ella.
Enderezando la columna vertebral, abandono mi escondite tras la
pared.
En cuanto entro en la cocina, su mirada me lame la piel, encendiendo
un fuego en mi estómago. Me paseo por la madera pulida sin mirar en su
dirección. Si estuviéramos en otro lugar, le devolvería la mirada. Pero
cuando estamos en casa, bajo el mismo techo que Mamá Querida, Easton
desviará su mirada y volverá a fingir que no existo.
Cuando tenía catorce años y sus padres me adoptaron por primera
vez, supe al instante que Easton no era como los demás. No es de los que
se excitan tocando a chicas menores de edad dañadas. Aunque solo es un
año mayor que yo. Sin embargo, hasta que no terminé mi pubertad,
seguido de tres años de burlas descaradas, Easton no dejo de mirarme
como a una pobre niña que necesitaba ser salvada. Ahora tengo diecisiete
años, mis curvas son de mujer, y estoy jodidamente segura que no estoy
buscando un salvador.
Lo observo de reojo mientras abro la nevera. El jugo de naranja está
justo delante de mí, pero hago ademán de agacharme más de lo necesario
mientras finjo buscar otra cosa.
Su mirada es como unas manos que recorren mi cintura desnuda, y
me humedezco los labios que repentinamente tengo secos. Me vendría
muy bien ese jugo de naranja en este momento, pero su completa
atención es más satisfactoria que cualquier otra cosa.
—Tú eres la que debería quedarse en casa, jovencita. ¿A dónde vas?
¿Otra fiesta?
Miro por encima de mi hombro y veo a María limpiando el fregadero
de la cocina, con sus ojos juiciosos mirándome.
Ignoro su comentario y vuelvo a prestar atención a la nevera, optando
por un cuenco de sandía troceada. Me vendría bien la hidratación extra.
—Sería de mala educación rechazar una invitación, María. Pensé que
estarías orgullosa de mis impecables modales —Maria chasquea la
lengua mientras tomo un tenedor.
—Podrías vestirte un poco más. Así, todos los chicos te seguirán a
casa.
Finalmente, miro a Easton. Se apresura a bajar la vista a los libros de
texto que tiene delante, pero no se me escapa el destello oscuro de sus
ojos. Aparentemente, no le hace ninguna gracia.
Arqueando una ceja, pongo el cuenco justo enfrente de él en la isla y
pincho un cubo de sandía con el tenedor.
—¿Quién dice que no quiero que alguien me siga a casa?
Una cálida gratificación me inunda cuando el agarre de Easton se
estrecha alrededor de su bolígrafo. Un músculo de su mandíbula se tensa,
pero sigue trabajando en lo que sea que esté escribiendo sin ningún
problema. Me pregunto hasta qué punto tendría que presionarlo para que
partiera el bolígrafo por la mitad.
Puede que nos miremos fijamente de vez en cuando, pero nuestros
juegos son siempre silenciosos. En los tres años que llevo siendo la
‘hermana pequeña’ de Easton, solo me ha hablado cuando lo he
provocado. Incluso así, puedo contar con una mano el número de frases
completas que me ha dicho. Bueno, hubo una vez que dijo más, aunque
fue una noche en la que yo estaba destrozada. Una noche que nunca
olvidaré. Pero eso fue hace años, y he trabajado duro para no volver a
revelar ese lado mío.
—Jovencita, no necesitas que otro chico te siga a todos lados.
—¿No? ¿Tal vez un hombre entonces? —musito, hundiendo los
dientes en un trozo de sandía.
Al otro lado de la isla, el fluido garabato de la pluma contra el papel
se hace más rápido, más áspero.
—Ay, no. No, no. Necesitas un buen chico. —Abre el grifo para
lavarse las manos—. Uno como Easton.
Su cuerpo se pone rígido, los trazos del bolígrafo flaquean durante
medio segundo. No levanta la vista de su trabajo cuando refunfuña.
—Me das demasiado crédito, María.
Me lamo un poco del jugo de sandía de la comisura de los labios.
—Hmm, ¿qué piensas, Easton? —me burlo—. ¿Un buen chico como
tú sería capaz de manejar a una chica como yo?
Su mirada se desliza hacia arriba, y me da un vuelco el corazón
cuando su mirada se posa en la mía. Me arde la piel. Sus ojos dorados
siempre están estudiando, absorbiendo cada detalle. Como un tornado,
me atrapan cuando estoy desprevenida y no me sueltan hasta que acaban
conmigo. Su expresión se ensombrece y me pone la piel de gallina. Esa
sola mirada es todo lo que hace falta para recordarme que incluso los
‘chicos buenos’ pueden ser muy, muy peligrosos.
—No seas estúpida. —La voz de María me desconcentra y suelto un
suspiro cuando Easton vuelve a sus deberes—. Claro que podría —dice
con naturalidad, como si no entendiera por qué le haría una pregunta tan
tonta.
—¿Pero por qué iba a hacerlo si tiene un ángel como Whitney? —
Pongo los ojos en blanco y me meto un cubito de sandía en la boca, pero
las llamas arden bajo mi piel.
El descarado recordatorio de la novia de Easton debería ser la forma
más rápida de apagar el fuego, como si saber que está legalmente atado a
ser mi hermano para el resto de mi vida no fuera suficiente. Soy una
causa perdida.
—Ann thi ii wahhh yoa mah fahrit howkeepah —digo.
—¿Qué? —pregunta María.
—Dije —me golpeo el pecho con el puño, intentando no
atragantarme al tragar el resto de la sandía—, por esto eres mi ama de
llaves favorita.
Ella resopla, mientras capto el más mínimo movimiento de los labios
de Easton. Se pasa la palma de la mano por la mandíbula y la boca,
intentando disimular la expresión, pero la he visto.
Las mariposas se agolpan en mi estómago mientras guardo la sandía
y miro mi teléfono.
—Bueno, tengo que tomar un Uber. Intentaré llevar los jeans con la
cremallera cerrada hasta que vuelva. —María sacude la cabeza.
Me detengo junto a Easton al salir, rozando intencionadamente su
brazo con el mío cuando recojo su vaso de jugo de naranja. Como
siempre, el vaso está completamente lleno. No es la primera vez que le
robo su bebida. No entiendo por qué se molesta en servir jugo si nunca se
lo bebe.
Mientras lo bebo de un trago, lo miro fijamente. Desafiando a que me
detenga. Por supuesto, no lo hace. Tendría que hablarme para que eso
sucediera.
Se limita a mirar. Tranquilo, casi aburrido, mientras se reclina en su
silla.
Tengo el estómago tan lleno que me duele, pero no me detengo.
Una oscura diversión pasa por sus ojos, haciendo que los míos se
estrechen.
Solo por eso, me termino hasta la última gota.
Dejo el vaso vacío frente a él, sonrío y me limpio la boca con el
dorso de la mano.
—Gracias. —Levanta una ceja y yo me alejo con el pulso latiendo a
un ritmo demasiado familiar.
Un ritmo al que soy descaradamente adicta.
Capítulo 4
Eva
Una semana después, lo siento.
Aunque somos pocos y estamos alejados unos de otros, no soy la
única alumna de la preparatoria Caspian que va caminando a la escuela.
La mayoría de los demás se mueven a paso de tortuga, como si
estuvieran caminando hacia la cárcel para cumplir una condena de por
vida. No veo el sentido de prolongar la agonía. Mi lema es: entra y sal de
una vez. Así que estoy acostumbrada a que la gente me mire la espalda
cuando les paso por la acera.
Pero esta vez, voy más despacio cuando la sensación de ser
observada me recorre la piel. Es como unos dedos fríos detrás de la oreja,
que me hacen temblar. Me pongo la capucha tapándome la cabeza para
evitar esa sensación gélida que recorre mi cuerpo. Observo los cuidados
céspedes y los relucientes BMW mientras camino, pero no hay nada
fuera de lo común.
La paranoia no es nueva para mí. Cuando tenía trece años y
empezaba a descubrir cómo sobrevivir en las calles, nada menos que en
The Pitts, esa sensación me acompañaba a todas partes. Algunas noches,
incluso contemplé la posibilidad de arrastrarme hasta mi despreciable
padre, pero el miedo por sí solo no podía hacerme tan estúpida. Además
si no fuera por él, no tendría que estar siempre mirando por encima del
hombro.
Ahora, con cada paso que doy más cerca de la escuela, trato de
sacudirme la paranoia. Me muevo más rápido, con los ojos fijos en mi
entorno. Pero la sensación no desaparece. Prácticamente estoy trotando
cuando atravieso el aparcamiento del colegio y entro por las puertas
traseras.
—Vaya, pero si es la folladora de padres. —Carter sonríe con sorna,
con su cabello rubio desordenado alrededor de los ángulos marcados de
su cara.
Estúpido poema. Carter ha estado acechándome entre clases desde
entonces, pero esta es la primera vez que dice algo al respecto.
Me las arreglo para evitar poner los ojos en blanco y paso junto a él,
y su pequeño grupo de amigos. Un par de ellos se ríen. Marco y Elijah se
quedan callados; el primero porque quiere meterse en mis pantalones, el
segundo porque ya ha estado allí y espera que se repita. Por desgracia,
Carter los deja atrás para alcanzarme.
Su brazo se desliza alrededor de mi cintura.
—Así que eso es lo que te gusta ahora, ¿eh? —Su voz es tranquila,
pero el matiz amenazante es alto y claro—. ¿Asquerosos depravados?
Me encojo de hombros y le ofrezco mi sonrisa más dulce y falsa.
—Créeme, si me gustaran los asquerosos depravados, tú serías el
primero de la lista.
Justo cuando abro la puerta del baño de mujeres, me agarra por la
muñeca. Sus dedos se clavan en mi piel mientras me atrae hacia su pecho.
Cuando reticentemente encuentro su mirada, sus ojos azules son fríos.
Aprieto los dientes.
—Quítame las manos de encima.
—Creía que te gustaba que te tocara. —Sonríe, pero sin humor. Lleva
su boca a mi mejilla— ¿No te acuerdas, cuando abrías las piernas y me
suplicabas? Una y otra vez, como una perra en celo.
La amargura me sube por la garganta como la bilis. Ni siquiera puedo
decir que está mintiendo. Pero la expresión de suficiencia en su estúpida
cara, la forma en que me mira como si creyera conocerme, aviva mi furia
como una cerilla a la gasolina.
No sabe nada de mí ni de la razón por la que me acosté con él esa
noche. La verdad es que podría haber sido cualquiera... cualquiera para
que todo desapareciera.
—Era el primer año, Carter. No puedes esperar que lo recuerde tan
bien como parece que lo haces tú —miento, porque me gustaría que
fuera verdad—. Además, si sigo siendo tu mejor polvo, quizá el
verdadero problema seas tú.
Mis palabras aún se están asentando en el aire cuando arranco mi
brazo de su agarre y entro en el baño, dejando que la puerta se cierre en
su cara detrás de mí. La abre de un empujón, pero se queda quieto
cuando una chica pasa por delante de él y le lanza una mirada de asco
antes de entrar en una de las cabinas del baño. Mientras se queda parado
sin pestañear en el pasillo, esbozo una sonrisa amarga, me doy la vuelta y
escucho cómo la puerta se cierra con él al otro lado.
Me agarro a los bordes del lavabo y miro mi reflejo. Inhalo. Exhalo.
Lento y constante. Mi piel morena parece de un tono demasiado pálido
esta mañana, mis ojos marrones siguen abiertos y en alerta. Por mucho
que odie los constantes recordatorios de Carter sobre aquella noche, y su
imbecilidad en general, él no es la razón por la que mis manos están
temblando. Cuando compruebo que la chica sigue encerrada en un baño,
saco el trozo de vidrio opalino de cinco centímetros de la cintura de mis
jeans.
A pesar de los años transcurridos, aún puedo distinguir la mitad de la
flor que estaba grabada en el jarrón antes que se hiciera añicos. Deslizo
el pulgar por los bordes apagados y manchados de rojo, incapaz de
apartar la mirada de las manchas descoloridas.
Es mucho más que un fragmento de jarrón. Es más que el arma en la
que una vez lo convertí. Es un recordatorio de lo que casi fue, y de lo que
superé. Una promesa de sobrevivir, y un secreto que me llevaré a la
tumba. Pero también es un recordatorio de estar alerta, de abandonar la
debilidad y de no olvidar nunca de dónde vengo antes que los Rutherford
me arrastraran a su torre de marfil.
Porque la gente como él, cuya sangre empapa el fragmento bajo mi
pulgar, nunca dejan de buscar. Y la gente como yo, bueno, nunca
dejamos de huir.
Por eso la paranoia nunca es solo paranoia para mí.
Después de guardar cuidadosamente el trozo de vidrio bajo la cintura,
me echo agua fría en la cara, me seco con una toalla de papel y me recojo
los rizos en una coleta. Suena una descarga desde el baño que hay detrás
de mí. Mientras la otra chica se lava las manos, me quito la chaqueta y la
meto en la mochila.
En cierto modo, tengo que agradecer a Whitney mi atuendo. No fue
hasta que ella inició una petición en toda la escuela a favor de la ‘libertad
de expresión’ y la ‘individualidad’ que la junta directiva acabó con sus
anodinos uniformes. Algunas de las normas todavía me meten en
problemas. Mi camiseta negra es demasiado pequeña y deja entrever mi
piercing plateado en el ombligo cada vez que me muevo. Pero el señor
Doau se asegurará que me castiguen independientemente de cómo vaya
vestida, así que a la mierda.
La chica sale de los baños y yo la sigo de cerca. Estoy a medio
camino del umbral cuando una camiseta blanca me bloquea el paso, unas
manos ásperas me rodean las muñecas y me obligan a volver al baño.
—¿Qué caraj...?
—Dime la verdad, Eva —me dice Carter en la cara.
Me ha arrinconado contra la pared, bloqueando mis muñecas a mis
costados. Una ola de pánico me golpea, fría y repentina. Me la trago.
—¿Por qué lo haces? —me pregunta—. ¿Por qué te follas a todo el
mundo menos a mí? ¿Es tu forma de vengarte de mí?
—No te hagas ilusiones, Carter. —Suspiro, fingiendo aburrimiento
solo para molestarlo—. Nada de lo que hago es por ti.
Sus ya delgados labios se tensan, volviéndose casi inexistentes. Su
agarre aplasta los huesos de mi muñeca y retuerce mi piel. El dolor se
dispara por mis brazos, haciéndome estremecer, pero me niego a emitir
un sonido.
Cuando la presión aumenta, mi pecho se agita y el pánico resuena en
mis oídos.
La puerta del baño se abre y una brisa me golpea la piel.
—Amiga, ya me enteré de eso hace más de un mes.
Dos chicas se detienen a mitad de camino cuando la puerta se cierra
tras ellas. Sus labios se separan formando pequeños círculos y sus ojos se
abren de par en par al vernos.
—Eh, de acuerdo —dice una de ellas—. Volveremos más tarde —
Desaparecen antes de pronunciar la última palabra.
Vuelvo a mirar a Carter, cuyos ojos se desvían hacia la puerta ahora
cerrada. Mi expresión sigue siendo de aburrimiento, pero mis palabras
salen entrecortadas.
—A menos que quieras que todo el mundo en la escuela sea testigo
de tu vergonzoso lado acosador, aléjate de mí. Ahora.
Duda antes de obedecer.
Frotándome una de las muñecas doloridas, me giro y agarro el pomo
de la puerta. Los dos respiramos un poco más fuerte de lo normal cuando
salimos juntos del baño, con el cuello y las palmas de las manos húmedas.
Casi inmediatamente, los silbidos rebotan en las paredes. La gente
nos mira con expresiones encontradas, algunos confundidos, otros
horrorizados, la mayoría desinteresados. Algunos de los chicos inclinan
la barbilla hacia Carter, haciendo el característico gesto de aprobación.
No puedo ver la expresión de Carter, pero estoy segura que les sigue el
juego como si hubiéramos follado.
No importa. Mientras no me toque, me importa una mierda.
En el momento en que giro a la derecha para dirigirme a Biología, mi
mirada choca con un suave y cálido color whisky. Zach, el mejor amigo
de Easton, habla animadamente con él. Pero al igual que la última vez,
Easton me está mirando a mí. Apoya un hombro contra su casillero, un
tobillo cruzado libremente sobre el otro. Estaría convencida de su
indiferencia si no fuera por la tensión que le aprieta la mandíbula y el
borde oscuro que se extiende como tinta por sus pupilas mientras arrastra
su atención de mí hacia Carter, y luego de vuelta a mí.
Mi corazón late contra mi pecho mientras me acerco.
Más cerca.
Tener la atención de Easton en mí es lo que imagino que se siente
cuando alguien intenta dejar de fumar con una larga dosis de nicotina. Es
un zumbido tembloroso y una calma serena a la vez. Es un consuelo que
envuelve tus pulmones, con el apretón justo para amenazar tu suministro
de aire. Es hogar y añoranza, porque todo lo que quieres es vivir en él,
pero sabes que no puedes.
—Así que, tu y Carter de nuevo, ¿eh? —dice Zach, deteniéndome
justo cuando estoy a punto de pasar por delante de ellos.
Mira más allá de mí, hacia donde supongo que Carter se queda con
sus amigos perdedores, y luego se pasa una mano por sus rizos castaños.
Los ojos azules de Zach no son como los de Carter. Son claros y
aniñados, amistosos.
—¿Qué tiene que hacer un tipo como yo para que salgas él?
Arqueo una ceja, dirigiendo mi mirada a Easton, pero él no me
devuelve la mirada. Está demasiado ocupado concentrándose en mis
muñecas. Su mandíbula se mueve adelante y atrás, un músculo de su
garganta tiembla. Sigo su mirada hacia las huellas rojas de mi piel. Son
más evidentes de lo que pensaba. Mierda.
Me aclaro la garganta y me ajusto la correa de la mochila.
—¿Es una pregunta seria?
Una pequeña sonrisa juega con los labios de Zach.
—¿Por qué no? Te llevaré a citas apropiadas y todo.
Me río.
—No salgo con los amigos de Easton.
—Ah, vamos. No es mi culpa que mi mejor amigo sea tu hermano...
más o menos. Soy mucho mejor que ese imbécil de Carter, ¿verdad?
La mirada de Easton se desliza por mi brazo, mi cuello, aterrizando
en mis ojos. Examinando, escudriñando. Inundándome de calor como un
calentador en mi núcleo.
Devolviéndole la mirada, desafío con calma:
—¿Quién dice que no me gustan los imbéciles? —Trazo
sensualmente las marcas rojas alrededor de mi muñeca, acariciándolas
con las uñas—. Tal vez me excitan las palabras sucias y las manos
ásperas. —Agarro la mano de Zach y le paso un dedo por el brazo y
luego por la palma—. Ser maltratada.
No veo su reacción.
Porque no es a él a quien presto atención.
Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando los ojos de Easton se
oscurecen hasta alcanzar una profundidad que me consume. Aparta su
mirada, pero no me pierdo el sutil movimiento de sus fosas nasales.
Suena el timbre.
Ninguno de nosotros se mueve.
—¿Sabes cómo tomar el control, Zach? —pregunto, mirándolo a
través de mis pestañas. Suelta un suspiro, su mirada nerviosa se desliza
de mí a Easton— ¿Realmente crees que podrías ser lo suficientemente
hombre para satisfacerme?
—¿Eso es todo lo que se necesita? —Las palabras de Easton son un
susurro, casi demasiado bajas para escucharlas por encima del repentino
latido de mis oídos. Ahora, cuando vuelvo a centrarme en él, no aparta
sus penetrantes ojos de los míos—. ¿Tratarte como una mierda? ¿Es eso
lo que te hace correrte?
Mi respiración se vuelve superficial.
Easton no me habla. Y se supone que los hermanos no deben
preguntar qué hace que sus hermanas se corran.
Recuerdo la primera noche que puso sus ojos en mí. Cuando estaba
sucia, temblando, dañada. Hoy, puede que tenga un techo elegante sobre
mi cabeza y jabón para lavar la suciedad, pero en el fondo sigo siendo la
misma chica. Es importante que ninguno de nosotros lo olvide.
Con mi mirada fija en la de Easton, suelto la mano de Zach. Luego
me inclino hacia Easton y le susurro al oído:
—No lo sé. ¿Quieres averiguarlo?
Nos miramos tan intensamente que estoy tentada de apartar la mirada.
Le tomo el cabello a menudo, me burlo de él descaradamente, pero nunca
me he atrevido a decir algo tan audaz. La tensión se extiende entre
nosotros, se enrolla alrededor de mis costillas y me aprieta. Sin embargo,
no se inmuta. No reacciona en absoluto. Mientras tanto, un escalofrío
recorre mi cuello.
—Bien... —Zach da un gran paso atrás y se frota los rizos. La
incomodidad distorsiona su expresión mientras mira entre Easton y yo—.
No creo que quiera meterme en medio de... lo que sea esto.
Tengo la garganta demasiado seca como para hablar.
Finalmente, Easton se aparta del casillero. No me dedica otra mirada
antes de alejarse por el pasillo, y Zach le sigue de cerca.
Al quedarme sola, una sensación extraña y pesada se instala en mi
pecho.
Lo he conseguido. He logrado que rompa sus reglas. Que por fin diga
lo que estaba pensando. Aunque haya sido por poco tiempo. Aunque
fueran las últimas palabras que esperaba escuchar de él. Debería sentirme
bien. Triunfante. Pero cuando por fin consigo que mis pies se muevan y
me lleven a Biología, no puedo quitarme el mal sabor de boca.
Una vez que te ensucias, te quedas sucio para siempre.

A la mañana siguiente, me subo la cremallera de la chaqueta negra


hasta la mitad y me asomo a la ventana, escudriñando el patio. No sé por
qué siempre chequeo, no hay nadie mirando. La fuerza de la costumbre,
supongo. No ayuda a mi paranoia el hecho que el enrejado escale este
lado de la casa; sé por experiencia lo fácil que es treparlo. Compruebo
tres veces la cerradura de la ventana, paso el pulgar por los bordes
opacos del fragmento de ópalo en mis jeans y salgo de mi dormitorio.
Como de costumbre, la habitación de Easton está en silencio cuando paso
por ella. Incluso los sábados, se levanta temprano.
¿Tratarte como una mierda? ¿Es eso lo que te hace correrte?
Trago saliva y me dirijo hacia la escalera de caracol. No lo he visto
desde que me habló ayer. A partir de ese momento, sus palabras no dejan
de repetirse en mi cabeza.
Justo a tiempo, su voz llega a mis oídos antes que entre en la cocina,
y mi pulso se acelera. Veo primero su espalda vestida con una camiseta,
sus anchos hombros bloqueando mi camino hacia la cafetera mientras se
sirve una taza.
—Zach puede llevarte —dice, sosteniendo el teléfono móvil entre el
hombro y la oreja—. Porque yo no voy. —Comienza a servir una
segunda taza—. No va conmigo. De todos modos, tengo entrenamiento
esta tarde, así que estaré agotado…
Me subo a la encimera, justo al lado de la cafetera que está
acaparando, y sonrío. Estoy noventa y nueve por ciento segura que está
hablando con Whitney, y mi presencia garantiza que le cuelgue el
teléfono. Nunca sabré por qué, quizá no quiere que manche su pureza,
pero de todos modos es profundamente satisfactorio.
Deja escapar un suspiro, algo entre la irritación y la oscura diversión
se refleja en su expresión.
—Tengo que irme. —Hay una breve pausa. Luego cuelga, se mete el
teléfono en el bolsillo trasero y toma su taza antes de darse la vuelta y
caminar hacia la isla.
Mis ojos se entrecierran en la cafetera y luego se deslizan hacia la
taza llena que está al lado mientras el vapor empaña el borde. Ya sé que
no es para mí. Tampoco necesito levantar la vista para saber que Easton
está sentado en la isla sorbiendo su propia taza de café. Me observa
mirando la cafetera vacía.
Es consciente que siempre me preparo el mío a la misma hora que él.
También es consciente que su madre me sigue como un reloj cada
mañana, esperando que su propia taza esté lista. Sin embargo, todos los
días ocurre lo mismo: solo hace lo suficiente para dos tazas, una para él y
otra para su padre. Entiendo por qué no hace ninguna para su madre; a
ella le gusta su café matutino con suficiente licor como para hacer silbar
a un hombre adulto. En cuanto a mí, supongo que tiene sus razones.
Aprieto los labios mientras preparo mi café y sigo con el de Bridget,
e intento ignorar la amargura que me sube por la garganta.
—Cariño, no. No seas absurda.
Miro a Bridget cuando entra en la cocina, con el auricular en la oreja
y sus tacones blancos de diseño haciendo clic clic clic.
—Por supuesto, sabía desde el principio que era solo un rumor.
Nunca harías algo así. —Pone los ojos en blanco y abre el armario
superior, rebuscando en su tesoro de frascos de pastillas.
Es el momento perfecto para añadir su licor favorito al café que le he
preparado. Presta la suficiente atención para confirmar que se lo estoy
echando en la bebida, pero no lo suficiente para darse cuenta de lo poco
que le estoy sirviendo.
—Por el amor de Dios, Ruby, despídelo ya. Nadie va a echar de
menos al jardinero.
Se toma un calmante, camina hacia mí y me quita la bebida de las
manos. Sonrío, como siempre, intentando captar su mirada, pero la
amargura de mi garganta se vuelve agria cuando gira sobre sus talones y
sale de la cocina sin siquiera respirar en mi espacio.
No sé por qué lo hago. No forzaría una estúpida sonrisa para nadie
más como lo hago para Bridget. Las dos sabemos que nunca será mi
madre. El calor de mi verdadera madre podría descongelar el frío de sus
ojos en medio segundo. Pero si no fuera por Bridget, seguiría dando
vueltas por las esquinas para pagar mi próxima comida, y a veces me
preocupa que me eche fuera de su familia con la misma facilidad con la
que me adoptó.
Con el ceño fruncido sobre mi café negro, doy un largo sorbo.
Cuando me doy la vuelta y me apoyo en la encimera, la mirada de
Easton me impide respirar. El color whisky ardiente de sus ojos se come
la habitación como una llama que persigue un explosivo. No dice nada,
pero no hace falta. Ha visto mi silenciosa súplica por la aprobación de su
madre, y me odio por ello.
Arqueo una ceja.
—¿El gato te ha comido la lengua?
Sus párpados bajan, su mandíbula cuadrada se aprieta.
—Y yo que pensaba que mi hermano mayor y yo por fin habíamos
estrechado lazos ayer.
Se aparta del taburete y se levanta, su mirada se desplaza sobre mí en
un largo y lento barrido. Se posa justo por encima de la cremallera de mi
chaqueta, donde mis pechos amenazan con desbordar el top rojo que hay
debajo.
Sus movimientos son lánguidos, relajados, cuando toma su mochila
del taburete de al lado, y mi corazón palpita cuando acorta la distancia
entre nosotros. Se detiene a mi derecha, toma el café sin tocar el que ha
preparado para su padre y su bíceps roza mi hombro.
No nos miramos, pero su voz grave me eriza el vello de mi cuerpo.
—A no ser que quieras que más imbéciles te sigan al baño, deberías
subirte la cremallera de la puta chaqueta.
Mi pulso palpita, zumbando en mis oídos.
Su aliento acaricia mi mejilla.
—Y ambos sabemos que no soy tu maldito hermano, Eva.
Trago saliva. Sin aliento.
Justo cuando vuelvo la cabeza para mirarle, desaparece tras el rastro
de su madre, y me quedo mirando tras sus sombras difuminadas.
Capítulo 5
Easton
Bebo un trago de agua helada hasta que se me congela el cerebro.
Luego bebo un poco más.
El sudor me resbala por el cuello y la espalda. El sol es implacable y
me golpea a mí y a los pocos chicos que quedan en el equipo intentando
recuperar el aliento. Estoy agotado, pero estoy seguro que hoy necesitaba
la hora extra.
Desde el otro lado del campo de fútbol, Zach corre hacia mí, con su
cabello rizado humedecido por el sudor. Zach fue quien me convenció
que me uniera con él al equipo de fútbol el año pasado. Cedí porque es
una distracción, porque mejora mi solicitud universitaria y para quemar
energía.
Respirando con dificultad, como el resto de nosotros, Zach me
palmea la espalda cuando me alcanza en el banquillo.
—Entonces, ¿vienes esta noche o qué?
Me limpio la frente y el cuello con un paño frío y le lanzo una mirada
de reojo.
—¿Qué? ¿A la fiesta?
—Sí.
—¿Desde cuándo voy a fiestas?
—Antes lo hacías siempre. —Frunce el ceño, entrecerrando los ojos
bajo los rayos del sol—. ¿No fue así como Whitney y tú se enrollaron
por primera vez? ¿En su fiesta?
—Tengo otras mierdas en las que concentrarme este año. —Me
encojo de hombros y desvío la mirada porque estoy mintiendo—. Le dije
a Whitney que la llevarías ya que supuse que irías. Ya sabes cómo se
pone cuando bebe. De todos modos, me sentiría mejor si pudieras
vigilarla.
—Está bien. Tú te lo pierdes. Aunque probablemente nos pediré un
Uber. —Sonríe—. Carter puede ser un imbécil, pero sabe cómo hacer
una puta fiesta.
Mis cejas chocan entre sí.
—¿Carter va a ir?
—¿Cagan los osos en el bosque? —Toma una botella de agua de la
nevera antes de dirigirnos a los casilleros—. Es en casa de Elijah.
Se me desencaja la mandíbula. Tengo la mirada fija al frente mientras
entramos en el vestuario, pero lo único que veo es la expresión de
suficiencia de ese imbécil cuando siguió a Eva fuera del baño. Su cara y
su cuello enrojecidos. Las muñecas en carne viva y rojas.
Abro mi casillero y me pongo una camiseta limpia.
No es la primera vez que la sigue, pero ella suele librarse de él
rápidamente. Ayer, sin embargo, se acercó demasiado, y eso fue en la
escuela. La marcó. En casa de Elijah, no habrá nada que lo detenga. Sin
reglas. Sin límites.
—Tal vez pase un minuto. A ver qué pasa. —Casi retiro lo dicho una
vez que han salido las palabras, pero no me atrevo a hacerlo.
Zach se detiene a mitad de camino para ponerse su propia camiseta.
—¿Hablas en serio? —Sus ojos se entrecierran—. Espera, no te
burles de mí. Eso no está bien.
Mis labios se mueven, pero la tensión que se acumula en mis
hombros se extiende por mi espalda. Nunca podría admitir en voz alta la
verdadera razón por la que dejé de ir a las fiestas. Si hay una fiesta,
seguro que Eva estará. Bebiendo, bailando, siguiendo a los chicos a
cuartos privados. Aprieto los dientes y alejo la imagen no deseada. Pero
lo último que necesita Eva es andar con un pedazo de mierda como
Carter, especialmente después de lo de ayer. Solo pensar en ellos juntos
hace que me tiemblen las manos.
—No, hablo en serio. Voy a ir.
—Mierda sí. —Me da una palmada en el hombro, con una gran
sonrisa y estoy a punto de partirle la cara—. ¡Mi amigo ha vuelto!
Sacudo la cabeza y tomo mi bolsa de deporte.
—Una noche. Eso es todo. Y nada de beber.
—¿Y qué sentido tiene entonces?
—Sencillo —murmuro dirigiéndome hacia la salida—. Entrar,
vigilarla hasta que esté lista para irse y largarse a la mierda. —Ya estoy
deseando que la fiesta acabe.
—Oye, espera. —Toma su bolso y corre para alcanzarme—. Mírate,
todo protector y esa mierda. Whitney es una maldita reina.
—¿Qué? —Lo miro y abro la puerta de un tirón. El sol me ciega
cuando salimos—. Sí, supongo.
Me paso los dedos por el cabello húmedo.
Whitney.
Por supuesto, me refería a ella.
—¿Solo uno más? —Whitney hace un mohín con sus labios
carmesíes un tono más oscuro que el cabello que cuelga de su espalda—.
¿Por favooor? —Se inclina para intentar besarme, pero tropieza con ella
misma y se estrella contra mi pecho.
Le pongo una mano alrededor de cada brazo y la sostengo. Se
acurruca en mi camiseta y suspira.
—Creo que ya está bien de alcohol por esta noche, Whit.
—Hueles muy bien —murmura—. Tan varonil y encantador, y más
sabroso que un helado.
—Dios. —Me froto la nuca, exhalando un suspiro. Ya estoy harto del
ritmo punzante de la música tecno y del fuerte olor a cerveza que recorre
la casa—. Vamos. Vamos a tomar un poco de agua y a sentarnos.
Saco una botella de agua de la nevera y conduzco a Whitney entre la
multitud hasta que llegamos al salón. Hay tres enormes sofás, cada uno
de ellos cubierto de marañas de brazos, piernas y manos errantes.
—Matt —llamo a uno de mis compañeros que ocupa la mitad del
sofá. Es el mariscal de campo de mi equipo, y resulta que una de las
animadoras está a horcajadas sobre él ahora mismo. Qué puto cliché—.
Apártate un poco, ¿sí?
No se molesta en separar su boca de la de la rubia, pero se desliza
para que yo pueda dejar a Whitney en el sofá y deslizarme a su lado.
Mientras ella se deja caer contra mí, me inclino hacia atrás, estirando las
piernas. Zach tenía razón: Carter está aquí, y si el barril de cerveza que le
vi poner junto a Elijah en el patio trasero es indicio de algo, es que no se
va a ir pronto. Pero no he visto a Eva desde que entró hace diez minutos
y se dirigió a uno de los baños. Al estirar el cuello, tampoco veo a Carter
a través de las puertas traseras abiertas. Me paso una mano por la
mandíbula y vuelvo a escudriñar la habitación, pero cuanto más miro,
más frustración se acumula en mis pulmones como un veneno.
¿Dónde diablos está?
Estoy a punto de comprobar los baños cuando un fuerte silbido hace
que mi mirada se dirija al otro extremo de la habitación. La forma de Eva
aparece y desaparece detrás de una horda de cuerpos borrachos. Le guiña
un ojo a Marco, el idiota que supongo que ha silbado, y bebe un sorbo
del vaso rojo que tiene en la mano. Mi puño se aprieta en mi costado,
pero lo suelto lentamente mientras mis ojos se deslizan por su cuerpo
como si ella fuera azúcar y yo estuviera en una maldita dieta baja en
carbohidratos.
Unos jeans negros rasgados en los muslos, estirados alrededor del
tipo de curvas que ponen de rodillas a los hombres adultos. Su camiseta
es un trozo de tela, pintada sobre sus grandes senos y que termina justo
debajo de las costillas. Se me desencaja la mandíbula al verla con una
ropa tan reveladora, pero alejo mis sentimientos irracionales y vuelvo a
mirar su rostro.
La verdad es que está más cubierta que la mayoría de las chicas de
aquí, incluida Whitney. Pero nunca lo sabrías por la forma en que Marco
se desliza detrás de ella, susurrándole quién sabe qué al oído.
Mis músculos se tensan. Puedo adivinar lo que está diciendo.
No debería susurrarle nada. No debería hablarle en absoluto. No la
conoce como yo. No la ha visto como yo. No la observa como yo.
Mierda.
Me paso las manos por el cabello y dejo caer la cabeza contra el cojín,
obligándome a mirar al techo. Sé que es enfermizo, esta obsesión que
tengo con ella. También es malditamente agotador. Hay una razón por la
que nunca me permito hacer más que mirar, pero últimamente, incluso
eso me está llevando al límite. Por lo general, no me doy cuenta de lo
lejos que he llegado hasta que escucho mis propios pensamientos.
Whitney se queja, moviéndose contra mi costado donde creí que se
había quedado dormida. La miro y sus pestañas se agitan antes de
encontrar mi mirada, intentando concentrarse.
—No me siento muy bien, Easton.
Mis cejas se fruncen mientras examino su pálido rostro.
—Solo has tomado esos dos vasos, ¿verdad?
—Eh... —Mira hacia otro lado. Se muerde el labio inferior—. Bueno
—se queja, haciendo una pausa para rodear su estómago con un brazo—.
Elijah podría haberme dado uno o dos vasos más mientras estabas
distraído.
Se me cierran los ojos y me paso la palma de la mano por la cara.
Maldito Elijah.
Whitney es más sensible de lo que parece. Es una perfeccionista. Se
esfuerza al máximo en la escuela y en todas las demás áreas de su vida,
pero el estrés no la afectó del todo hasta el último año. Hace un par de
meses, decidió dejarse llevar por el alcohol, una decisión sobre la que le
advertí repetidamente, gracias al brillante ejemplo de mi madre; y
todavía no conoce sus límites.
—¿Easton? —Enarco una ceja—. Creo que... Creo que he tomado
demasiado. No me gusta cómo se siente. —Sus cejas se fruncen, los
labios se curvan como si estuviera enferma—. La habitación da vueltas.
Cuando vuelve a gemir, la tomo en brazos y me pongo de pie. Su
cabeza gira hacia un lado y me mira como si fuera una especie de héroe.
El sentimiento de culpa me apuñala las entrañas. Whitney y yo no somos
una pareja normal. Los dos nos utilizamos a nuestra manera, pero ella es
inocente, más inocente de lo que deja entrever, y verla así no está bien.
—Oye —digo en voz baja—. Vas a estar bien, ¿de acuerdo? Vamos a
sacarte de aquí.
Ella asiente y se le cierren los ojos.
Levanto la vista, a punto de alejarme del sofá, cuando mis ojos se
clavan en unos familiares charcos sin fondo de color marrón oscuro. La
mirada de Eva, con los ojos entrecerrados, se fija en los míos, y cada
movimiento de sus caderas es más lento y perezoso que la música que
está bailando. Tiene un nuevo vaso en la mano, esta vez azul. Marco
cierra la brecha detrás de ella, encontrando su ritmo. Su agarre se posa en
su cintura desnuda y aprieta.
Aprieto con fuerza mi mandíbula, diciéndome a mí mismo que mire
hacia otro lado.
Que me aleje.
La advertencia que me ha mantenido alejado de ella durante todo este
tiempo resuena en mis oídos: Si te atreves siquiera a dirigirle la
palabra...
Eso debería bastar para que me fuera ahora mismo, pero no puedo
hacerlo esta vez. No puedo apartar la mirada.
Cuando sus ojos bajan, encontrando a Whitney desmayada en mis
brazos, algo caliente parpadea en su expresión. Arrastra una ceja.
Levanta su vaso en señal de brindis, gesticula salud y luego me mira
fijamente mientras bebe todo el vaso de un trago.
La observo con atención, con la irritación corriendo por mis venas
mientras me pregunto cuántos habrá tomado ya.
No debería haber venido. Lo sé, pero ya no importa. El daño está
hecho. El pulso me late, mis pensamientos divagan. Oír que viene a estas
fiestas y que folla no es lo mismo que estar delante de ella, mirando
mientras lo hace. Al menos cuando me quedo en casa, no tengo que ver.
No tengo que saber qué, cómo y con quién. Siempre he luchado contra
mis impulsos cuando se trata de Eva, pero esta noche, ahora mismo, mis
dedos se crispan con una necesidad desquiciada de acercarme a ella. De
acercarme a ella y llevarla a casa.
La fiesta, el acostarse por ahí, toda la mierda de fachada que se
esfuerza por mantener, ella sabe que lo odio, pero no sabe por qué. No
sabe que veo a través de ella. Que la imagen de su cuerpo magullado de
catorce años, temblando y cubierto de suciedad. Junto con sus ojos
mirándome como si fuera su maldito salvador, se grabaron en mi mente
como una puta marca a fuego. La vi esa noche, la vi de verdad, y no
importa cuánto alcohol o cuántas manos de extraños use para esconderse,
siempre la veré de verdad.
Incluso cuando no quiera hacerlo.
Aun cuando me obliga a hacer estupideces como seguir todos sus
movimientos mientras guía seductoramente a Marco hacia las escaleras.
Sube dos escalones antes de mirar por encima del hombro. Mi pulso se
acelera un poco más. Sabía que la estaría observando. Siempre lo hago.
Su mirada recorre mi cara, su pecho sube y baja.
Ella es mejor que él, que todo esto. A veces, creo que ella también lo
sabe, pero le importa una mierda.
Finalmente, me lanza un beso y desaparece escaleras arriba con
Marco siguiéndole el rastro.
Capítulo 6
Eva
Mierda.
Me aprieto una mano contra la frente palpitante y con la otra empujo
la ventana para abrirla. No es propio de mí olvidar los problemas
técnicos, pero a las dos de la mañana cualquiera comete errores estúpidos.
Una vez en mi habitación, cierro la ventana sin hacer ruido y
compruebo la cerradura tres veces. Satisfecha que está bien cerrada, saco
el trozo de vidrio de la cintura de mis jeans y lo meto debajo de la
almohada.
El cansancio tira de mí mientras me deshago la coleta, dejando que el
cabello caiga por la espalda, y entro en el baño. Abro el grifo y suelto un
quejido. Lo único que quiero es irme a la cama. Por desgracia, primero
tengo que quitarme el hedor de Marco del cuerpo, y el desagüe de mierda
de mi ducha vuelve a estar atascado. Uno pensaría que la gente rica no
tiene este tipo de problemas, pero al fin y al cabo esta es mi vida, así que,
por supuesto, la mierda me sigue allá donde vaya. Al menos es fiel.
Me desvisto rápidamente, me envuelvo en una toalla y me dirijo al
pasillo. Cuando llego al baño de invitados, que también está a un metro
de la habitación de Easton, me detengo a mirar su puerta. Un rubor sube
lentamente por mi cuello y miro hacia otro lado. Mentiría si dijera que no
me tomó desprevenida cuando lo vi en casa de Elijah. Las fiestas ya no
son lo suyo.
Mi pulso se aceleró cuando lo encontré observándome. Su mirada
recorría mi cuerpo como si fuera suyo para observarlo. Pero entonces vi
a Whitney desplomada contra él, y se me cayó el estómago. Cuando la
levantó, unos charcos de envidia me nublaron la vista. Pero eso no era lo
peor.
No, lo peor fue que sus ojos ya no estaban sobre mí.
El rubor en mi cuello sube unos centímetros. Sacudiendo la cabeza,
agarro el pomo del baño y lo giro.
—Podrías haber tomado solo un vaso.
Mi corazón da un vuelco como un acróbata haciendo un truco de
circo. Con la mano congelada en el pomo, por el rabillo del ojo, lo veo
apoyarse perezosamente en el marco de la puerta. Debo de haber estado
demasiada metida en mi propia cabeza para darme cuenta que abría su
puerta. Primero, la fiesta, y ahora, ¿está hablando conmigo? Easton
Rutherford está lleno de sorpresas esta noche.
Suelto el pomo e inclino la cabeza inocentemente.
—Y, ¿dónde estaría la diversión en eso?
—¿Por eso lo haces? ¿Por diversión? —Su voz es un suave gruñido
que se cuece a fuego lento en lo más profundo de mi estómago.
Me aprietan las costillas. Quiero sentir ese gruñido contra mi piel.
Quiero que sea mío.
—Tal vez —susurro.
Mentirosa, mentirosa, mentirosa.
—¿Valió la pena?
Supongo que se refiere al alcohol, he visto lo suficiente de su madre
como para entender por qué lo odia. Pero el rumor oscuro, casi
amenazante, de su voz me permite fantasear con que lo que lo excita es
imaginarme con Marco.
Parpadeo lentamente, perdida en la espesa bruma de mi fantasía.
—Sí.
No dice nada. Parece interminable, la pesada corriente de nuestra
respiración llena el silencio.
El aire cambia y me devuelve a la realidad.
La puerta de su habitación se cierra. Y así, vuelvo a estar sola.

A la noche siguiente, después de meter los brazos en las mangas de


cuero, saco el cabello de la chaqueta y tomo el sobre blanco sellado de la
mesita de noche. Dejo el bolso y el dinero, excepto por un poco de
cambio en el bolsillo trasero de mis jeans.
Easton y Zach están tumbados en el sofá cuando entro en el salón, la
pantalla del televisor derramando suaves rayos de luz sobre ellos en un
espacio que, por lo demás, está oscuro.
Estoy a medio camino cuando un silbido bajo llega a mis oídos. Sé
que es Zach sin mirar. El día en que Easton me silbe será el día en que mi
madre vuelva a buscarme. Los miro de reojo y Zach sonríe, inclinando su
gorra de béisbol en señal de reconocimiento. Easton está recostado en los
cojines de cuero, con un tobillo apoyado en la rodilla, mirando fijamente
al televisor. Solo puedo ver el lado izquierdo de su afilado perfil, pero
sus ojos no parpadean y sé que no está mirando la pantalla.
—¿Adónde vas tan tarde? Podríamos ir a otra fiesta si quieres venir.
Me detengo frente a la puerta y miro a Zach.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Se ajusta la gorra, frunciendo las cejas.
—Eh, ¿no?
—Easton siempre se queda en casa los domingos por la noche.
Finalmente, la mirada de Easton se desliza hacia mí. Hace girar la
lata de Coca-Cola en su mano, observándome casi pensativo. Su
completa atención hace que una calidez se deposite en la boca de mi
estómago. Pero el momento no dura mucho, ni siquiera lo suficiente.
Como de costumbre, no tarda en volver a fingir que no existo.
—¿Ya es domingo? —Zach se frota la cara, atrayendo mi mirada
hacia él, y me doy cuenta de lo cansado que parece. En realidad, todavía
parece borracho de la noche anterior.
Poniendo los ojos en blanco, me giro y abro la puerta.
—Tengo que irme.
—Espera, aguanta. En serio, ¿a dónde vas tú sola tan tarde? —Se
levanta y estira los brazos sobre la cabeza, soltando un fuerte suspiro—.
Estaba a punto de irme de todos modos, así que puedo hacer de carabina.
Ya sabes, protegerte y eso.
Me río.
—Eso es muy bonito, pero no durarías ni cinco minutos a donde yo
voy.
Los ojos de Easton se entrecierran mirando en el televisor, su rodilla
empieza a rebotar, pero no tengo tiempo para descifrarlo ahora mismo.
Tengo que entregar una carta.
Sin decir nada más, cierro la puerta tras de mí y me dirijo a la
estación de autobuses más cercana. Soy una de las pocas jóvenes de
diecisiete años en un radio de veinte millas que no tiene auto. Sin
embargo, Bridget nunca me ha ofrecido uno, y me niego a pedirlo
cuando mi situación bajo su techo es de por sí tan delicada. Todavía no
he entendido por qué ella y Vincent me adoptaron. A ninguno de los dos
parece gustarle especialmente los niños, ni la compasión. Pero la
situación me sirve, así que, cuando están en casa, mantengo la cabeza
baja, mi espacio ordenado y mi boca cerrada.
A pesar de conocer la ruta de memoria, o quizá por ello, mi
respiración se acelera con cada paso que me acerca al autobús. A pesar
que esta visita no se parecerá en nada a las anteriores, no puedo evitar el
temblor de inquietud que me invade.
Llego a la estación sin perder un minuto, subo al autobús y cuento las
salidas hasta que pasan doce. Contar fue la primera forma de aprender
esta ruta cuando tenía trece años y viajaba con los ojos clavados en mis
pies. Ahora me sé los nombres de las paradas, pero supongo que los
viejos hábitos son difíciles de erradicar. Después de bajarme, tomo otro
autobús que se dirige a The Pitts, el nombre no oficial de un grupo de
barrios marginales del centro. Poco más de una hora después, piso la
acera con el estómago hecho un nudo.
Me subo la capucha todo lo que puedo, repitiendo en silencio las
instrucciones que me dieron la semana pasada y siguiéndolas al pie de la
letra. The Pitts es demasiado grande para su propio bien. Hace tiempo
que aprendí qué calles y callejones debo evitar, pero estas instrucciones
casi siempre me llevan a un territorio desconocido. Bordeo un charco de
vómito mientras camino. No extraño el hedor rancio de este lugar. Es el
tipo de hedor que es insubstancial pero que se adhiere a tu piel.
Intemporal y clásico.
Dos manzanas, tres callejones y dos esqueletos pintados con grafitis
más abajo, me encuentro con un agujero en la pared que supongo que es
un club. No hay ventanas, ni carteles, pero la puerta de acero que hay
detrás del portero solo consigue ocultar parcialmente la música,
haciéndola sonar como bajo el agua. Unos cuantos hombres se apoyan en
la pared, fumando y hablando, pero por lo demás la calle está tranquila.
—Identificación —gruñe el portero cuando me acerco. Encuentro su
mirada, que está a medio metro por encima de mi metro sesenta y cinco.
Me aclaro la garganta, haciendo acopio de la confianza que dejé en
algún lugar del autobús.
—Estoy aquí por Odette.
Me mira fijamente, con la sospecha brillando detrás de unos ojos
negros, y espero por Dios no haberla cagado.
El nombre en clave es siempre el mismo. Lo único que cambia es el
lugar y las personas; gente de su pequeño círculo de confianza. Cualquier
cosa más allá de eso sería demasiado arriesgado para Alejandro, y no
estoy dispuesta a poner en peligro la poca libertad que tiene mi primo.
Aparte de mí despreciable padre, Alejandro es la única familia real
que tengo. También es la única persona que se preocupa por mí, e insiste
en que le escriba de vez en cuando para ponerlo al día de cómo estoy.
Guardarle secretos es inútil. Intenté ocultarle mi último boletín de notas
cuando mis calificaciones bajaron; se metió en mi habitación por la
ventana y lo robó del cajón de mi escritorio. No es fácil para él venir a
mí, así que la culpabilidad que sentí después fue muy divertida. No sé
por qué insiste tanto en que vaya a la universidad cuando no tengo ni
idea de en qué se especializaría una chica como yo, pero tampoco puedo
fingir que lo odio. No tiene una dirección fija, y aunque la tuviera, no la
revelaría de todos modos, así que, si tengo que volver a visitar The Pitts
para hacerle llegar mis cartas, eso es lo que haré.
Después de una eternidad, el portero dice:
—No eres lo que esperaba —dice, y casi suspiro de alivio. Me tiende
la mano—. Se lo llevaré por la mañana.
Al sacar el sobre del bolsillo de mi chaqueta, me tiemblan los dedos,
pero no es por miedo. Es de gratitud.
—Gracias —susurro. Él asiente, con una pequeña chispa de calidez
en sus ojos, y toma la carta.
—Ahora, sal de este lugar. No debes estar aquí.
Me río secamente. Una vez pertenecí a este lugar. Pero le devuelvo
el gesto de la cabeza antes de dar media vuelta y volver a la parada del
autobús. Agacho la cabeza para no llamar la atención ni los recuerdos.
Ya he pasado dos callejones cuando una gran mano me agarra por el
brazo y me empuja contra un pecho duro. Jadeo y respiro con dificultad a
través de los labios entreabiertos. No hay nada más que una pared
agrietada y oscura en mi campo de visión.
Otro brazo me rodea la garganta y me inmoviliza.
—Pensé que eras tú, princesa.
No reconozco la voz grave, pero un escalofrío me recorre la espalda
al oír el nombre.
Princesa.
Es como me llamó en mi primer trabajo remunerado, y se convirtió
en mi nombre durante el resto de mi año viviendo en la calle. En ese
momento, me dijo que era dulce y tímida, como una pequeña princesa.
Me recordó las palabras que otro hombre, cuya sangre mancha el arma de
mi cintura, utilizó para describirme hace tiempo: dulce, delicada, dócil.
Cerrando los ojos, intento enfriar el fuego que ruge bajo mi piel antes
de volver a abrirlos.
—Ya no hago eso.
—Lo harás si te lo ordeno, mierda. Princesa —Me sacudo contra él,
intentando zafarme de su agarre.
—No soy la princesa de nadie, imbécil.
Su agarre se estrecha alrededor de mi cuello, haciendo que me
ahogue. Mis manos vuelan para arañar su piel, pero él no se mueve.
—Así es. Ahora eres una mujer. —Su áspera mejilla toca la mía—.
Al menos, lo suficientemente mujer como para ofrecer algo más que tus
manos y tu boca.
Se me escapa un gruñido entrecortado, mis uñas perforan su carne,
pero cuando su otra mano desabrocha el botón de mis vaqueros, la ira se
convierte en un gélido estallido de pánico. Los hombres que me
contrataban no eran precisamente respetables, pero entendían lo que les
ofrecía, y siempre se echaban atrás cuando rechazaba hacer más. Tenía
límites estrictos; el sexo era uno de ellos.
El sonido de mi cremallera atraviesa el aire, más fuerte que el latido
de mis oídos. Es demasiado familiar. Demasiado crudo. Su propia
cremallera le sigue segundos después. Le clavo el tacón en la espinilla,
luchando por respirar mientras me resisto a su agarre, pero nada frena al
hijo de puta. Temblando, mis dedos se deslizan hasta el fragmento de
cristal metido en mis vaqueros, con los bordes fríos mordiéndome la
palma. Pero me paralizo. Solo he utilizado el arma una vez, y eso fue
hace cuatro años.
Ábrete de piernas para tu nuevo papá, pequeña.
No, no, no.
Un coño tan dulce y virgen, todo para mí.
No puedo respirar.
Di por favor. Convénceme que vales la pena.
Manchas de blanco nublan mi visión.
Oigo un crujido y luego un gruñido. Mis piernas ceden y me
derrumbo en el suelo, inhalando fuertes bocanadas de aire. Mis manos
vuelan hacia mi cuello, donde todavía puedo sentir el agarre del imbécil
como una pinza de hierro que me quema la garganta.
Mis ojos recorren el oscuro callejón.
Otro gruñido, una maldición ahogada, esta vez justo detrás de mí. Un
cuerpo cae al suelo.
Todavía mareada, estoy a punto de darme la vuelta cuando un par de
manos fuertes me rodean la cintura y me ponen en pie.
Respirando con dificultad, mi mirada se centra lentamente en el
whisky cálido.
Mierda.
—Muévete —ordena Easton, tirando de mí hacia delante. Me
impulso sin pensar, cada paso brumoso y surrealista mientras intento
seguir su ritmo. Casi hemos llegado al final del callejón cuando miro por
encima del hombro.
Mi atacante se está poniendo en pie. Escupe en la acera, se limpia la
boca y me mira.
Se me revuelve el estómago.
La mano de Easton da un ligero apretón a la mía. Aparto mi mirada
del imbécil para centrarme en nuestro entorno. Las estrechas paredes se
convierten en farolas, la oscuridad se mezcla con los brillantes faros.
Estamos a punto de llegar a la parada del autobús, pero Easton se desvía
a la izquierda, llevándome a un aparcamiento abandonado. Saca las
llaves del bolsillo, oigo un pitido y llegamos a su Audi negro.
Los dos estamos sin aliento cuando abre la puerta del pasajero y me
hace entrar con cuidado antes de dirigirse al asiento del conductor. Cierra
las puertas, comprueba los cristales y arranca el motor. Luego, se estira y
me acaricia las mejillas con sus grandes y cálidas palmas y me examina
la cara. Una mano se desliza por mi cuello. Sus cejas se fruncen en señal
de concentración mientras me examina con la mirada.
Me quedo boquiabierta, el único movimiento que puedo hacer es el
rápido ascenso y descenso de mi pecho.
—¿Estás bien? —Su voz es grave. Fuego contra una brisa fría— ¿Te
ha hecho daño?
Sus manos arden contra mi mejilla, mi garganta. Mi pulso late contra
sus dedos. Hace tres años que quiero que me toque. Que se acerque a mí.
Pero no así. Prácticamente puedo ver mi reflejo en sus ojos atentos, y eso
apaga las llamas hasta convertirlas en hielo dentro de mí.
He trabajado tanto para que deje de verme como una niña dañada, y
una noche lo arruina.
—Estoy bien. —Libero mi rostro de su agarre y me pongo el cinturón
de seguridad, concentrándome en la hebilla—. Anda. Vamos.
Exhala un suspiro, luego lo oigo moverse y abrocharse el cinturón.
Después de poner la marcha, sale a toda velocidad del aparcamiento,
con su agarre firme alrededor del volante. Mi mirada vuelve a dirigirse a
él por sí sola, pero intento que no sea evidente.
Me pican los dedos con la necesidad de recorrer las ondas
despeinadas de su cabello oscuro. Su rostro sigue teniendo algo de niño,
aunque tenga el tamaño de un defensa de la NFL2. Tranquilo, amable. Es
el tipo de rostro que puede hacer que una chica cuente todos sus secretos
sin darse cuenta de que él se los ha robado. Pero por mucho que encarne
la despreocupación, cualquiera que preste atención puede ver lo atento
que está en realidad.
Su dedo golpetea el volante. Sus ojos son muy profundos, afilados
como un láser y brillantes con un borde áspero y contenido.
Me muevo en mi asiento.
Un músculo de su mandíbula se mueve una, dos veces.
El aire está cargado de tensión, cada vez es más difícil respirar.
No me mira, pero yo no puedo apartar la mirada.
Observo su labio inferior desgarrado, el moretón que se le está
formando en la mejilla y su dura expresión.
El sentimiento de culpa brota en mi interior estrujando. Ha recibido
un golpe. Ha arriesgado su vida. Por mí. Mi pecho se estremece con el
latido errático de mi corazón.
—Me has seguido —digo en voz baja.
No responde, pero no era una pregunta. Easton Rutherford me ha
seguido hasta The Pitts. No me sorprendería que fuera la primera vez que
su Audi circula por calles llenas de baches.

2 Liga Nacional de Fútbol americano.


—Ni siquiera me hablas, ¿pero me has seguido?
Su pulgar golpea el volante.
—Ahora estamos hablando, ¿no? —Mira por la ventanilla y sus
siguientes palabras salen ásperas, como si ya no pudiera contenerlas—.
Dios, Eva. ¿En qué demonios estabas pensando al venir aquí? Sola, de
noche. —Sacude la cabeza—. ¿No sabes el tipo de lugar que es?
Resoplo una risa amarga. Sí, lo sé.
—¿Te importa una mierda lo que casi te acaba de pasar?
Trago saliva y me doy la vuelta, reprimiendo la ola de pánico que
surge ante ese pensamiento, pero mi voz flaquea.
—No pasó.
—Ese no es el punto —gruñe en voz baja.
—¿No lo es?
Cuando le devuelvo la mirada, me está observando. Sus ojos recorren
mi cara, parpadeando con pensamientos no expresados, antes que los
devuelva a la carretera.
Es más silencioso cuando brama:
—¿Qué estabas haciendo?
Me muerdo el labio y me recojo el cabello en una coleta para
distraerme, enrollando el coletero de mi muñeca alrededor de los
mechones.
Quiero confiar en Easton. Nunca he hablado con nadie de mi primo,
y eso está muy mal porque él se merece atención, aunque nadie lo vea así.
Pero bastaría un desliz para que Alejandro volviera a la cárcel, y nunca
podría arriesgar su libertad.
—Siento haberte arrastrado hasta aquí, Easton, y siento que te hayas
hecho daño. Lo siento de verdad. —Me mira de reojo, arqueando una
ceja—. Pero no puedo decírtelo.
Asiente con una sutil inclinación de la barbilla, pero su mandíbula es
dura.
—¿No puedes? ¿O no quieres?
—No puedo. No es mi secreto para contártelo.
Sus labios se afinan, las fosas nasales se abren ligeramente.
Se me cae el estómago al asimilar su desaprobación. Su desconfianza.
Solo hay una razón por la que una chica como yo visitaría The Pitts, y
ambos sabemos cuál es. Miro por la ventana. Él ya piensa que soy una
puta, ¿verdad? Me he asegurado de ello. Así que, mejor sacrificar mi
reputación que la libertad de Alejandro. Pero el pensamiento no me
sienta bien, y creo que podría enfermarme.
Recostada en el asiento, lo reclino ligeramente y cierro los ojos. Me
paso el resto del viaje fingiendo que duermo.
Es más fácil que mirarlo.

Después de que Easton aparque en la entrada, me quedo en el auto


mientras él se baja, esperando que desaparezca para poder ir a mi
habitación sin tener que enfrentarme a él. Su agitación me asfixió durante
todo el trayecto, su presencia es demasiado densa y pesada en el pequeño
espacio.
Está enfadado. Más que enfadado. Pero unos segundos después, mi
puerta se abre y él extiende la palma de la mano.
Reprimiendo mi sorpresa, agarro su mano.
Su mirada se posa en el contacto mientras me ayuda a levantarme, y
el calor me inunda, eliminando el frío del aire. En cuanto me pongo de
pie, me suelta.
Odio tener la sensación de estar conteniendo la respiración mientras
lo sigo al interior.
Cierra la puerta y pasa junto a mí, deslizando los dedos por su
desordenado cabello. Se detiene antes de llegar a la escalera, como si
tuviera algo que decir y no pudiera guardárselo por más tiempo.
Se da la vuelta y sus ojos se llenan de advertencia.
—Si quieres guardar tus secretos, bien. —Su voz grave resuena con
dureza—. Guárdalos. Pero mantente alejada de The Pitts.
Mis ojos se entrecierran a pesar que la gratitud acalla cualquier ira
real que debería sentir hacia él. En cambio, el único enfado que siento es
hacia mí misma, lo que solo me frustra más.
—Oh, ¿Estamos así de unidos ahora como para que puedas darme
órdenes? Porque si ese es el caso, podrías dignarte a responder mi
pregunta.
—¿De qué estás hablando?
—¿Por qué me has seguido?
Desvía la mirada y se pasa el pulgar por el labio inferior. Su
respuesta es silenciosa, pensativa.
—Está oscuro. Estabas sola. Pareces... —Señala hacia arriba y hacia
abajo de mi cuerpo—. Tú. ¿No es obvio?
—No, no es obvio. —Me acerco un paso más—. Salgo sola todo el
tiempo, y he sobrevivido todo este tiempo. ¿Por qué esta noche?
Sacude la cabeza como si yo estuviera haciendo el ridículo. Pero sus
ojos se oscurecen al escudriñar mi rostro, y no puedo evitar el escalofrío
que me recorre.
—Es tarde, Eva —refunfuña—. Vete a la cama.
Sube las escaleras sin decir nada más.
No sé por qué estoy sin aliento. Me siento nerviosa. O paralizada en
el lugar. Pero con cada segundo de inquietud, la irritación aumenta bajo
mi piel y se mezcla con una dolorosa puñalada de vergüenza.
Subo las escaleras detrás de él.
—¡Habría estado bien!
No me devuelve la mirada.
—Sí, seguro que lo parecía.
Su puerta se cierra de golpe y me sumerge en un pesado silencio.
Me quedo mirando su puerta durante un minuto antes de dirigirme a
la mía. Mi corazón sigue latiendo con fuerza cuando giro el pomo y entro
en mi habitación, una habitación que me resulta tan extraña ahora como
cuando me mudé. Todo es blanco: las paredes blancas, las cómodas
blancas, la cama blanca. Un impecable y prístino blanco, blanco, blanco.
No sé por qué me arden los ojos, ni por qué todo me parece una sucia
mentira. Tragándome el nudo en la garganta, atravieso la habitación con
un solo propósito. Es domingo, la única noche que abro la ventana en
lugar de cerrarla. La misma noche que Easton abre la suya. Mi
respiración es agitada, mis pensamientos son un desastre. El agotamiento
me paraliza mientras me apoyo en la pared, justo al lado de la ventana, y
me deslizo hasta el suelo.
Entonces espero.
Mis ojos se cierran cuando oigo el primer rasgueo. Es suave y mis
oídos se esfuerzan por escucharlo. El siguiente es un poco más fuerte e
inmediatamente le sigue otro más suave.
Mi respiración se ralentiza y mi pulso se calma.
Nunca olvidaré la primera vez que oí a Easton tocar la guitarra. Fue
la noche que lo empezó todo.
Mi garganta se espesa cuando cambia de una melodía a otra, una que
reconozco al instante. Comienza lenta, una música que se hunde en tu
alma y se cuela entre tus huesos. La música se enrosca a mi alrededor,
apretando tan suavemente que se me escapa un estúpido y pequeño
sollozo, y pienso en la primera noche que le oí tocar. Una noche en la
que estaba asustada, sola, desesperada por esperanza. Hace unos años,
Easton tocaba todas las noches, sin falta. Nunca he sabido a ciencia cierta
por qué cambió a solo los domingos, salvo que es la única noche en que
su padre no viene a casa.
Cualquiera que sea la razón, aceptaré lo que pueda conseguir.
Apoyando la cabeza en la pared, respiro. Y me voy a una tierra lejana.
Una tierra donde los hombres malos conocen el Karma.
Y las chicas malas consiguen su ‘felices para siempre’.
Capítulo 7
Eva

Trece años

Nunca tengo suerte.


Me despierto con un ruido fuerte y furioso. Se me corta la respiración
al escuchar la áspera voz masculina y, por un segundo, creo que estoy de
vuelta en casa de papá. No, no. Eso no está bien. No hay ventanas con
barrotes y no estoy tumbada en un colchón de segunda mano; hay una
lona sobre mi cabeza y estoy en la dura cama de un camión.
Estoy a salvo.
El camión ya no se mueve y la lluvia ha cesado. Abro las manos,
relajándome ligeramente. Si aún no me ha visto nadie, quizá haya tenido
algo de suerte después de todo.
Mis brazos flaquean cuando me empujo para asomarme por una
abertura en la lona. Estamos parados en el arcén de una calle. Mis ojos se
abren de par en par al ver las lujosas casas y los jardines iluminados por
las farolas. Estoy muy lejos de Detroit, eso está claro.
Se cierra la puerta de un auto y el hombre pasa con el teléfono
pegado a la oreja. Mis músculos se paralizan. Lo único que veo es la
parte posterior de su cabeza canosa, su grueso cuello lleno de rollos y
una camisa a cuadros que se tensa contra un par de hombros anchos. Si
se da la vuelta y retira la lona ahora mismo, es imposible que no me vea.
Justo entonces, empieza a girar. Mis oídos suenan cuando me agacho,
agarro el trozo de cristal que se me escapó durante el trayecto y me
arrastro hacia el extremo opuesto del camión. Antes de llegar a la mitad
del camino, él está desenganchando la lona.
Hago una mueca de dolor, preparándome. Preparada para saltar,
aunque sé que no tengo ninguna posibilidad de escapar.
—¡Harry! ¿Eres tú?
El hombre pulsa un botón de su teléfono y se gira hacia atrás, de cara
a lo que supongo que es una casa, y suelta una maldición. Me siento
aliviada cuando se aleja hacia la voz de la mujer.
Mi corazón se acelera contra mi pecho.
Ya está.
Mi viaje ha terminado. Tengo que desaparecer antes de perder mi
oportunidad.
Cierro los ojos, enrosco los dedos alrededor del fragmento de vidrio y
cuento hasta tres como solía hacer mamá. Me engaño a mí misma
creyendo que es tiempo suficiente para reunir fuerzas.
Uno, dos... tres.
Las náuseas se apoderan de mí cuando paso por delante de los
muebles y me incorporo demasiado rápido. Mis ojos recorren el
vecindario suburbano. Me escabullo por el portón trasero y estoy a punto
de correr por un lado del camión cuando un repentino sentimiento me
detiene. Hambre. Desesperación. Unos puntos negros manchan mi visión
mientras me escabullo hacia la ventanilla del copiloto y miro a través de
ella. Está oscuro, pero dos bolsas en el asiento delantero me llaman la
atención. Las miro fijamente. Una bolsa de lona y una bolsa de papel
para el almuerzo. Puede que no sean nada... o puede que haya una
billetera. Comida. Una punzada me golpea el estómago al pensarlo. Unas
voces lejanas llegan a mis oídos y eso es todo lo que necesito para
ponerme en acción. Abro la puerta de un tirón.
—¿Qué demonios? ¡Hey!
Mi cuerpo se estremece ante los gritos del hombre, pero consigo
arrancar del suelo la bolsa de papel manchada de grasa, una chaqueta
colgada sobre el asiento de cuero y una botella de agua.
—¡Detente! —Su voz está ahora más cerca.
Olvidando la otra bolsa, me aferro a lo que tengo y me alejo a
trompicones del camión, ignorando las protestas de mis huesos mientras
salgo corriendo.
—¡Eh, tú! ¡Pequeña! Vuelve aquí.
La alarma me recorre en oleadas, pero el alivio se cuela cuando me
doy cuenta que su voz se aleja cada vez más con cada débil impulso de
mis piernas.
No mires atrás.
Como ha dicho, solo soy una niña. Una molestia. Lo único que puedo
hacer es correr y esperar que no crea que valgo la pena.
No sé hasta dónde he corrido cuando los objetos robados casi se me
escapan de mi sudoroso agarre, pero las casas que se desdibujan son cada
vez más grandes y elegantes. Mi respiración arde con cada inhalación, y
los puntos negros que flotan en mi visión me obligan a reducir la
velocidad. Mis rodillas se doblan cuando me agacho junto a una casa,
tambaleándome cada vez más hacia la propiedad de alguien. Choco con
una pared, me desplomo contra ella y me deslizo hasta el suelo. La
hierba húmeda y afelpada alivia mi caída.
Durante unos dolorosos momentos, no puedo respirar. Mis pulmones
están demasiado secos, demasiado tensos.
Estoy bien.
Estoy bien.
Estoy bien.
Mentirosa, mentirosa, mentirosa.
Mi nuevo mantra resuena en mis oídos. Finalmente, cuando mi
respiración está bajo control y puedo abrir los ojos sin desmayarme, miro
la bolsa de papel.
Cuando la abro, el penetrante olor a hamburguesas y patatas fritas
hace que la saliva se me acumule en la boca. Introduzco la mano en el
interior, recuperando una hamburguesa gigante, y mi estómago gruñe de
hambre cuando me la llevo a los labios. No me importa que un extraño
ya se haya comido parte de ella; me la como por completo y luego tomo
la botella de agua medio vacía que tengo a mis pies y me la bebo. El
agua es un paraíso cuando se asienta en mi estómago. Cuando vuelvo a
meter la mano en la bolsa para tomar las patatas fritas, siento unas
monedas frías en mi mano.
¿Dinero? ¿Podría tener tanta suerte?
Ansiosa por averiguarlo, tiro el contenido de la bolsa y veo cómo las
patatas fritas se amontonan en la hierba. Salen dos monedas, seguidas de
tres billetes de un dólar. Apenas es suficiente para conseguir otra comida
rápida, pero estoy demasiado desesperada para ser exigente.
Doy un salto y miro hacia el césped cuando una luz se enciende a
través de la ventana de la casa, iluminando la cocina. Cuando una figura
se desdibuja en la habitación, una sensación de frío ahuyenta cualquier
hilo de esperanza que el dinero traía.
No debería estar aquí. Estoy demasiado cerca.
Si alguien me encuentra, me llevará a las autoridades, que me
enviarán de vuelta con mi padre. Quien, entonces, me enviará de vuelta
con él. No lo haré. Nunca volveré.
Cuando me levanto para ponerme de pie, una ráfaga de náuseas me
recorre. Lo siguiente que sé es que estoy agarrando la bolsa de papel,
derramando todo el contenido de mi estómago en ella.
Las lágrimas me pican los ojos al sentir el ardor en la garganta.
Oh, Dios. Qué asco.
Utilizo mi camisón sucio para limpiarme la boca. El corazón me late
mientras dirijo la mirada hacia la cocina, esperando que alguien me esté
mirando. Pero la luz se ha apagado.
El alivio me invade y suelto el aire de mis pulmones.
Me vuelvo a desplomar contra la pared. Recupero el aliento junto con
mis cosas. Mi mirada recorre la bolsa de papel arruinada, unos míseros
dólares y una chaqueta que no me pertenece. Mi ropa y mis manos
desgarradas manchadas de sangre. No necesito levantarme el vestido
para saber que el rojo sigue marcando el interior de mis muslos.
Esta vez, cuando las lágrimas se acumulan detrás de mis párpados, no
son porque me arde la garganta.
Guardo el dinero y el trozo de cristal en el bolsillo de la chaqueta y
me pongo de pie. Después de beber un trago para enjuagar el mal sabor
de boca, me permito echar una última mirada a la casa por la que he
pasado. Su belleza y tamaño son casi cegadores. Estoy segura que nunca
he estado tan cerca de algo tan... perfecto. Parece algo sacado de una
película, quizá incluso de un cuento de hadas. Por muy lujoso que sea el
lugar, sigue teniendo la cualidad de una casa familiar. Tres pisos de
ladrillo, colores cálidos y ventanas acogedoras. Apesta a pureza y
dignidad, dos cosas de las que carezco.
Me pongo la enorme chaqueta que huele a moho y observo el enorme
patio. Al alcance de la mano hay una piscina que no dudo que brilla bajo
el sol, y por un segundo fugaz, fantaseo con bañarme en ella. Limpiar la
suciedad de él de mi piel. Un escalofrío de asco me recorre la columna
vertebral. Creo que nunca podré lavarlo.
Me doy cuenta que me he estado apoyando en un pequeño cobertizo.
Un candado de metal lo cierra. Perfecto para mantener fuera cosas sucias
como yo.
Con un resoplido, me abrazo al estómago y avanzo, dispuesta a
marcharme.
Es entonces cuando lo oigo.
Un ligero rasgueo, y luego otro. Es la melodía más dulce, que se mete
en mis venas.
Reconocería esa canción en cualquier lugar.
Mis piernas vuelven a flaquear, pero no por el cansancio. El sonido
procede de una ventana abierta del segundo piso. Como en un trance, me
tambaleo hacia atrás y me apoyo en el cobertizo. Y entonces vuelvo a
deslizarme hacia el suelo.
Con los huesos temblando, mis ojos se fijan en la ventana del
dormitorio, esa puerta a la esperanza.
Wild Horses.
Es la única melodía que puede calar tan hondo en mi alma.
Una guitarra acústica nunca será lo mismo que su voz, pero mi
respiración sigue entrecortada mientras la escucho. Hay una dulzura en
cada golpe familiar y lento, que despierta partes de mi corazón que no he
sentido en tanto tiempo. Si cierro los ojos, casi puedo fingir que tengo
seis años y que mamá me tararea para que me duerma.
Miro fijamente la ventana y desearía poder ver la cara que hay detrás
de la música. Imagino la silueta de alguien bueno y fuerte, alguien como
mamá. A lo largo de las noches en las que ella lloró hasta quedarse
dormida antes de liberarse al fin, siempre fue buena. Digna. Mucho
mejor que yo.
Mucho más fuerte.
Las lágrimas caen por mis mejillas y no puedo evitar el fuerte sollozo
que me ahoga. Con cada rasgueo de esa guitarra, mi corazón se vuelve
un poco más pesado. Más pesado que nunca. Pero también hay algo más
dentro. No lo suficientemente cálido como para ser fuego, pero tal vez
los parpadeos incipientes de una llama y esperanza. Cuando mis ojos
finalmente se cierran, me concentro en ella, en esa luz débil en mi alma
perdida. Un faro que me llama a casa.
Y es lo más parecido al consuelo que he sentido en años.
Capítulo 8
Easton

Presente

Whitney: Fíjate ahora. Debería estar ahí.

Después de ver el mensaje de texto, termino de ponerme una


camiseta y me inclino sobre el escritorio para entrar de nuevo en mi
cuenta bancaria. Suelto un suspiro cuando veo que el pago se ha hecho
efectivo.
Tomo el teléfono y escribo: Lo tengo. Gracias.

Whitney:

Me meto el teléfono en el bolsillo trasero, me paso los dedos por el


cabello húmedo y me pongo la mochila sobre un hombro. Cuando salgo
de mi habitación, tengo la intención de bajar directamente las escaleras,
pero, como siempre, mis pies se detienen. Mi mirada se dirige al final del
pasillo, a la puerta cerrada de Eva.
La noche anterior se repite en mi cabeza, y una confusa mezcla de
frustración y culpa se agita en mis entrañas. No sé qué es peor: si haber
sido un imbécil o haberla seguido de nuevo. Pero si no la hubiera seguido,
¿qué habría pasado? La ira brota bajo mi piel al pensarlo. Me enfurece
que haya sido tan imprudente. Me enfurece que haya estado guardando
secretos. Pero, sobre todo, me enfurece no haber intentado evitar que se
fuera en primer lugar. Ya debería haberme calmado, pero la sensación
sigue alojada en mi pecho como una bala.
Trato de apartar la sensación, pero antes de darme cuenta, estoy de
pie frente a su puerta. La miro fijamente, sin tener ni idea de qué carajo
estoy haciendo. ¿Qué demonios es tan importante en The Pitts que sigue
arriesgándose a ir allí sola por la noche?
¿Quién puede ser tan importante?
Mi mandíbula se tensa y maldigo a mis pensamientos por ir en esa
dirección. La han atacado, mierda. ¿Hasta dónde habría llegado si yo no
hubiera intervenido? Eva es dura como una roca. Una luchadora.
Entonces, ¿por qué no se defendió?
Me froto la nuca e inhalo una respiración profunda y calmada. Solo
tengo que asegurarme que está bien.
Cualquier hermano haría eso, ¿verdad?
Todavía estoy de pie frente a su puerta como un idiota cuando se abre
y nos encontramos cara a cara.
Los ojos de Eva se abren de par en par.
Mi mirada se dirige a la toalla blanca que envuelve su cuerpo y trago
saliva. La toalla está metida debajo de los brazos, anudada entre sus
pechos suaves y redondos, y es apenas lo suficientemente larga para
rozar la parte superior de sus muslos tonificados. El calor me recorre y se
dirige directamente a la ingle.
Cuando vuelvo a centrarme en su rostro, ella frunce el ceño y yo me
aclaro la garganta y desvío la mirada.
Ahora no es el puto momento para estar duro por mi hermana.
—¿Estás aquí para darme más órdenes?
Se me traba la mandíbula y compruebo que la puerta de mis padres
sigue cerrada antes de volver a mirarla.
—¿Me creerías si te dijera que no fue mi intención sonar así?
—Hmm. Si te refieres a ser arrogante y superior, voy a tener que ir
con un firme no.
—Eva...
—Pero —Se apoya en el marco de la puerta y cruza los brazos—,
podría aceptar una disculpa.
—¿Una disculpa? —¿Habla en serio?
—Mhmm.
Dejo escapar un suspiro divertido, sacudiendo la cabeza.
—Por haberte salvado.
—No me salvaste. Interrumpiste.
Mis labios se curvan a pesar de mí mismo. Tan malditamente
testaruda. Suena la puerta del garaje y ambos nos sobresaltamos. Mi
mirada se dirige hacia la escalera vacía. Trago saliva y doy un gran paso
hacia atrás, alejándome de ella.
La amenaza que me hizo hace tres años mi madre resuena en mis
oídos como una sirena. ¿Qué demonios estoy haciendo? Basta con una
mirada para que me atrapen.
El corazón me da un vuelco.
—Yo, uh... —Me agarro la nuca, caminando hacia atrás—. Te veré
abajo.
Me doy la vuelta y cada paso hacia las escaleras es como caminar por
el barro. Mi padre está a punto de llegar a casa. No sé por qué me sudan
las palmas de las manos al pensarlo si no se va a dar cuenta que estoy
aquí. Pero le preparo el café de todos modos. Porque hay una posibilidad.
Una posibilidad que me mire, una posibilidad que me pregunte por mis
notas o por el fútbol. Sobrevivo por el puto café y las posibilidades.
Dejo su taza humeante junto a su maletín en la encimera y llevo la
mía a la isla, donde me quito la mochila del hombro. Tras dirigirme a la
nevera, lleno un vaso alto de jugo de naranja. A veces, Eva no se lo bebe.
Pero a veces, sí lo hace. El calor me recorre al recordar la forma en que
lo bebió la semana pasada mientras yo la observaba. El paso deliberado
de su lengua por sus labios, la sonrisa lenta y obstinada.
Me fuerzo a alejar esa imagen distractora, saco el portátil de la
mochila y me conecto a mis cursos universitarios en línea. Me pongo a
estudiar todo lo que puedo antes de ir a la escuela. Supongo que Eva
puede tener sus putos secretos, porque yo también tengo los míos. Es un
poco patético que ni siquiera tenga que intentar ocultarlos. Es más
probable que mis padres se muden a una colonia nudista y cultiven sus
propias verduras a que me pregunten en qué estoy trabajando. Además,
no creo que quiera que sepan que quiero terminar la preparatoria y luego
aprobar el examen para estudiar abogacía. Mi madre se emocionaría y
me presionaría aún más para que desistiera de ser policía, y lo que es
peor, mi padre pensaría que lo hago para intentar demostrarle algo.
Los tacones resuenan en la escalera. En el mismo momento en que
mi madre entra en la cocina, oigo cómo se cierra la ducha en el piso de
arriba.
Eva.
Mantengo los ojos en mi trabajo, pero mi rodilla empieza a rebotar.
Mi madre no suele salir de su habitación tan temprano. Con un poco de
suerte, se habrá ido para cuando Eva baje. Eva es muy cuidadosa delante
de mis padres. Su presencia sofoca el fuego de sus ojos. Por mucho que
odie verla cambiar por ellos, también lo entiendo. Ella está siendo
inteligente. A la más mínima ofensa podría ser enviada lejos.
Tomo un sorbo de mi café negro y dejo que se asiente con la
amargura de mi estómago mientras mi madre se dirige a su botiquín.
—Esta mañana tengo fiebre —se queja mientras rebusca en sus
frascos de pastillas—. ¿Cómo te sientes?
Frunzo el ceño y miro la puerta del armario que oculta la mitad de su
cuerpo.
—Bien.
—Oh, bien. Al menos estás mejor que yo. ¿Todavía te estás
preparando?
—Eh...
—Estás bromeando. ¿Ya estás ahí? Pero aún es temprano.
No es hasta que mi madre cierra el armario que veo el auricular en su
oreja. Pongo los ojos en blanco, sintiéndome como un maldito idiota.
Metiendo el portátil en la mochila, saco unos deberes del colegio y
los pongo sobre la isla, para tener algo que hacer hasta que llegue Eva.
—¿Qué demonios? —Mi madre cierra la nevera y se queda con la
boca abierta mientras se acerca a mí. Sus ojos recorren mi cara—.
¿Puedo llamarte luego, Cynthia...? Sí, sí, lo sé… Ya me voy… Solo
necesito un café —Cuelga y me mira fijamente.
Sé que está inspeccionando el hematoma, pero no recuerdo la última
vez que mi madre me miró así. Me muevo en mi asiento y me aclaro la
garganta. Sus ojos marrones son intensos y se centran en mí. Su mano
me toca la mejilla, suave, delicada, y mis ojos se endurecen a pesar de la
extraña sensación de ardor que se me está formando en la garganta.
—Oh, Easton... —Su voz tranquila alivia algo en el fondo de mi
pecho que no sabía que necesitaba alivio. Sus ojos se suavizan y su
pulgar me roza la mandíbula. Pero entonces se aclara la garganta, la
suavidad se desvanece y las siguientes palabras que salen de su boca me
quitan esa sensación desconocida en el pecho tan rápido como llegó—.
No me digas que Eva tiene algo que ver con esto.
Aprieto la mandíbula.
—Te juro que, si esa chica te mete en algún tipo de problema, o si
descubro que en alguna manera has roto tu promesa...
—Dios, mamá —murmuro apartándome de su contacto.
—Eso no es una respuesta.
—No tuvo nada que ver con Eva.
—Entonces, ¿qué pasó? ¿Estuviste en una fiesta? ¿Has vuelto a beber?
¿Tenemos que pedir una cita con el Dr. Baker?
Que mierda que es mi vida. Lo dice como si yo fuera un alcohólico,
mientras está parada a dos metros de sus preciadas pastillas y su brandy.
—No necesito ver a un terapeuta.
—Bueno, ¿qué va a pensar la gente cuando vea a mi hijo con un ojo
morado? Pareces otra foto de Rutherford esperando a hacerse viral.
Estoy seguro que mi madre nunca va a olvidar eso.
—¿Crees que esto nos hará quedar bien a tu padre y a mí?
Me pellizco el puente de la nariz, sintiendo que me va a dar un
maldito dolor de cabeza.
Capítulo 9
Eva
—No puedo creer que alguien intentara asaltarte. ¿Y en este
vecindario?
Entro en la cocina a tiempo de ver cómo Easton se pone rígido
cuando su madre le toca la barbilla. Le inclina la cabeza, observando el
hematoma que tiene en un lado de la cara.
¿Asaltarlo a él?
Me sorprende que su madre le haya mirado lo suficiente como para
darse cuenta del moretón, y más aún para preguntarle por él. Podría
haberle dicho fácilmente la verdad, delatándome y asegurándose que no
pudiera volver a escabullirme a The Pitts... o, peor aún, haciendo que me
echaran por completo. Deslizo mi mirada de nuevo hacia él cuando abro
la nevera. Su rostro carece de emoción mientras ella lo inclina hacia un
lado y otro.
Se me aprieta el estómago, la imagen todavía fresca de él de pie
frente a mi puerta.
No puedo evitar mirarlo fijamente.
—Bueno, tiene un aspecto horrible. ¿Te duele?
Él la mira, la sospecha oscurece sus iris.
—Estoy bien.
Bridget casi parece preocupada. Intento ignorar el incómodo
intercambio y tomo el jugo de naranja.
Ella baja la voz.
—¿Entonces no te importa que esto quede entre nosotros?
Ahí está.
Sirvo un vaso y pongo los ojos en blanco.
—Ya sabes lo rápido que se extienden los rumores. Lo último que
necesitamos es que los chismes circulen...
—Conozco el procedimiento —Se encoge de hombros y le aparta la
mano, apretando la mandíbula.
Bridget asiente y rebusca en el bolso que lleva colgado del hombro.
—Tengo una base de maquillaje que hará maravillas para cubrirlo.
—Paso —Echa su silla hacia atrás y se levanta, metiendo sus
cuadernos en la mochila—. Además, ¿no dijiste que tenías que irte?
Ella mira el reloj que hay sobre la nevera.
—Pues sí.
Easton recoge su mochila y da un paso para irse, pero la voz de ella
se agudiza.
—Sin embargo, no puedes salir así. Basta con mirar esa cara para que
reciba una docena de llamadas antes del almuerzo. ¿De verdad me harías
eso? Al menos deja que Eva lo tape antes de irte.
Me detengo con el vaso de jugo a medio camino de mis labios.
Por primera vez desde que entré en la cocina, Easton dirige su mirada
hacia mí. Su expresión es la misma pizarra en blanco que le dio a su
madre, pero tampoco se mueve para irse.
—¿Yo? —repito estúpidamente.
—¿Hay otra Eva aquí? —resopla Bridget, deja su base de maquillaje
sobre la isla y se frota la sien mientras murmura—. Le pido que haga una
sola simple cosa...
Se pasea por la cocina y se detiene frente a la cafetera, luego entorna
los ojos hacia el lugar vacío que hay al lado como si no supiera lo que
está mirando.
—Eva. ¿Dónde está mi café?
—Oh, lo siento, lo haré ahora.
—¿Puede ser peor esta mañana? —se queja.
Me muevo.
—No sabía que tan temprano tenías que… —Levanta una mano,
deteniendo mis palabras.
—De verdad, Eva, tanto parloteo por la mañana es completamente
innecesario.
Sí, bueno, también lo es el brandy.
—Lo prepararé yo misma —Tantea con la cafetera, obviamente sin
tener idea de cómo funciona—. Easton, ¿has hablado con tu hermano
sobre la fiesta de aniversario?
No hay muchas cosas que me pongan nerviosa, pero los eventos
familiares con los Rutherford son una de ellas. Tengo la sensación que el
hermano de Easton, Isaac, preferiría acurrucarse con una familia de
cobras que asistir a la fiesta de aniversario de Bridget y Vincent. Isaac
fue adoptado antes que naciera Easton, cuando los Rutherford pensaron
que no podían concebir de forma natural. En los tres años que llevo
viviendo en esta casa, he visto a Isaac exactamente tres veces; la fiesta
anual de Navidad de los Rutherford es un asunto familiar de vida o
muerte.
La irritación se desliza por la voz de Easton.
—Todavía no.
Me acerco a la isla, dejo la bebida y recojo la base de maquillaje.
Miro a Easton, que no se ha movido de dónde está.
—Por el amor de Dios, Easton, es el próximo mes. ¿Qué puede estar
ocupando tanto tu tiempo que no puedes hacer una simple llamada
telefónica?
Finalmente, la expresión de Easton cambia, pasando de la
inexpresividad a la agitación. Aprieta el labio inferior entre los dientes,
deja caer la mochila y se dirige hacia mí.
—Podría preguntarte lo mismo. La última vez que lo comprobé, los
padres podían llamar a sus hijos en Yale3.
—Ha estado ignorando mis llamadas... y mis correos electrónicos.
—Su teléfono emite un pitido y lo mira antes de soltar un suspiro
exagerado—. Por supuesto, Patricia canceló. Algunas personas son tan
desconsideradas. ¿Dónde quedaron los modales?
Easton se sienta en un taburete y, de repente, estamos cara a cara. Sus
duros ojos están a escasos centímetros de los míos y se centran en mí.
Es inesperado, verlo mirarme directamente mientras su madre está en
la misma habitación. Supongo que no tiene muchas opciones cuando
estoy delante de él, pero, aun así, la franqueza me pilla por sorpresa.
Igual que esta mañana.
Finjo aburrimiento mientras agito el frasco de maquillaje.

3 Famosa universidad de mucho prestigio y muy cara.


—Supongo —continúa Bridget, pulsando el botón equivocado de la
cafetera—, que ignorando es la palabra equivocada. Seguro que solo está
ocupado. ¿Te has enterado? Isaac está dirigiendo todo el periódico
escolar prácticamente solo ahora. Ya es hora que alguien tenga el sentido
común de deshacerse de ese personaje de Stephenson.
Al destapar el frasco del maquillaje, observo como la expresión de
Easton vuelve a ser la pizarra en blanco que tan bien le sale. Ambos
sabemos hacia dónde se dirige esta conversación.
—Por no hablar de ese pequeño proyecto de caridad que inició la
primavera pasada ha sido un éxito. La vecina de Ruby tiene una sobrina
que asiste a Harvard, y dijo que incluso los estudiantes de allí han estado
hablando de ello. —Está presionando todos los botones ahora, figurativa
y literalmente.
No lo hagas, le ruego interiormente. Por una vez, déjalo estar.
—Ese es un chico que está haciendo algo con su vida y realmente
está ocupado.
En lo que respecta a su madre, Easton no se inmuta por su
menosprecio.
Yo sé que sí le molesta.
El agua caliente y humeante sale del lado de la taza individual de la
cafetera.
—¡Maldita sea! —sisea Bridget mientras le salpica las piernas—.
Bueno, esta cosa está rota.
Easton sacude la cabeza cuando ella vierte brandy puro en su taza de
café y lo mira por encima del borde.
—Dime. ¿Sigues interesado en esa tontería de la policía?
Algo brilla en sus ojos, pero desaparece tan rápido como apareció.
—Supongo que depende de cómo se defina el concepto de interesado.
El hecho que Easton quiera ser policía siempre me revuelve el
estómago. No porque yo no respete a los policías, sino porque él lo hace.
Quiere ser amable, servicial y honesto. Todo lo que sus padres no son.
—Bueno. Ya sabes lo que pienso. —Ella pone los ojos en blanco
mientras extraigo una pequeña cantidad de maquillaje en mis dedos.
Él no responde.
Ella coloca una mano en su cadera.
—También sabes lo mucho que trabajó tu padre para salir del estilo
de vida obrero. Para crear una vida mejor para nosotros, para ti. De
verdad, Easton. Toda esta charla sobre la policía es una bofetada en la
cara para él.
Sus ojos se cierran brevemente, y sé que le está afectando. Su
respuesta es tranquila pero áspera. Papel de lija en contraste con la
dulzura de ella.
—Entonces no hables de ello.
Su voz se vuelve venenosa.
—Sea cual sea tu elección. Al final, irás a la universidad. Obtendrás
un título respetable. Al menos Isaac entiende la importancia de eso. De
llegar a ser alguien. Algún día será un magnífico socio mayoritario del
bufete.
Mis ojos se deslizan hacia la mochila cerrada a los pies de Easton. La
mochila que sé que contiene su portátil, el mismo que utiliza para los
cursos universitarios en línea cuando cree que nadie le presta atención.
Bridget pulsa un botón del auricular que tiene pegado a la oreja.
—¿Cynthia? Lo sé, lo sé —Hace una pausa, frunciendo el ceño—.
No, no te vayas. Voy a... —Pone los ojos en blanco—. Tu hijo tiene
veinticuatro años. Si no puede manejar una ruptura a esta edad, nunca lo
hará. Bien, de acuerdo. Sí, te veré para el almuerzo. Adiós, cariño. —
Bridget cuelga y cruza la cocina para abrir las cortinas, luego hace un
gesto de dolor—. Dios, ¿tiene que haber tanta luz? —murmura, y las
vuelve a cerrar—. María... ¡María!
El ruido de sus tacones se desvanece hacia la sala de estar.
Me inclino hacia Easton. Más cerca de lo necesario. Si tengo una
virtud que sé utilizar, es mi capacidad de distracción. Mis labios se
separan cuando encuentro el hematoma de su mejilla izquierda y dejo
que una lenta exhalación recorra su piel. Observo como la nuez de Adán
sube y baja una y otra vez. Mi pulgar conecta suavemente con su mejilla,
y su mirada cae sobre mis labios.
Mi pecho se llena de satisfacción.
Hasta que su padre entra en la cocina.
Puede que Easton haya heredado las miradas oscuras de su madre,
pero él y su padre comparten dos cosas que nadie podría pasar por alto:
la discreta agudeza de sus ojos, siempre mirando, observando, y un
natural aire magnético que atrae la atención allá donde vayan.
Fuera de ello, nadie podría decir que se parecen.
—¡Cariño! —grita Bridget, volviendo a toda prisa hacia nosotros.
Muestra una sonrisa demasiado amplia para compensar su adicción al
bótox—. Pero que guapo estás.
Vincent gruñe y se dirige directamente al café que Easton ya le ha
preparado. Toma un sorbo, tuerce los labios con desagrado y tira el
contenido en el fregadero.
La mandíbula de Easton se tensa, pero se apresura a poner cara
inexpresiva y vuelve a observar cómo finjo trabajar en su cara. Ya he
terminado, pero de ninguna manera voy a dejarlo solo con los lobos.
—Buenos días, Eva. —Vincent suspira cansado mientras pone de
nuevo en marcha la cafetera—. ¿Te encuentras bien?
—Um... —Miro de Easton a Vincent enfundando en un traje, y de
vuelta a Easton. Odio cuando Vincent hace esto, finge preocuparse por
mí cuando Easton está en la habitación. Pero también sé lo delicada que
es mi situación bajo este techo—. Sí. Gracias.
—Oh, cariño. La cafetera está rota. Casi me provoca quemaduras de
tercer grado hace un momento.
El sonido burbujeante de la cafetera comienza, y Vincent mira a su
esposa con sequedad.
Bridget frunce el ceño.
—Bueno, ¿no es curioso?
—Curiosísimo —murmura Vincent.
Bridget se acerca a mí y me rodea la cintura con un brazo.
—Le estaba diciendo a Eva lo guapa que está hoy. ¿No es así, Eva,
cariño?
—Tú, ¿qué? —Miro a Bridget, que está incómodamente cerca.
Sus ojos fingen preocupación.
—Quizá haya que revisarte los oídos. He tenido que repetirme varias
veces esta mañana —dice.
—No, no lo has hecho...
—Cariño. —Se gira, dando unos pasos hacia Vincent, y el alivio me
inunda al ver el pequeño tramo de distancia que nos separa de nuevo—.
Estábamos hablando de lo bien que le va a Isaac en Yale. Sinceramente,
no debería sorprenderme tanto cada vez que supera mis expectativas.
Debería haber un concurso llamado, ¿cuánta mierda puede tirar una
pareja de padres a su hijo antes de ir al colegio. Intento que la irritación
no aparezca en mi expresión y vuelvo a centrarme en distraer a Easton,
pero Bridget no da tregua en su empeño.
—Siempre dije que haría grandes cosas. Ojalá pudiera decir lo
mismo de ambos hijos.
Sé que estoy perdiendo a Easton cuando un músculo de su cuello
sufre un espasmo. Finjo difuminar el maquillaje, moviendo mis dedos
por su mandíbula en una caricia deliberada y asegurándome que solo me
vea a mí. Pero no puedo hacer mucho.
Bridget se inclina hacia su marido e intenta frotarle los hombros. Él
se quita sus manos de encima, toma su café y su maletín, y luego sale de
la cocina sin decir nada. Bridget se aclara la garganta. Se pasa los dedos
por el collar de perlas y noto que le tiemblan ligeramente. Se queda
mirando durante varios segundos cómo desaparece Vincent antes de
volver a centrarse en Easton, y esta vez aborda el único tema que es una
forma infalible de conseguir una reacción de él.
—Hablé con la madre de Addison Monclay el otro día. —Sus
movimientos son controlados mientras camina tranquilamente por los
pisos de madera, encontrando otra ventana con cortinas corridas para
abrir, hacer una mueca y cerrar—. Dijo que Addison y Charles habían
roto. Infidelidad, o algo así. Horrible, lo sé, pero, de todos modos, le
envié a tu hermano por correo electrónico una foto reciente, algo que me
envió su madre.
Los hombros de Easton se tensan. No importa que Isaac haya salido
del armario con sus padres hace años; Bridget fingirá que su hijo perfecto
es heterosexual hasta el día de su muerte.
—¿Has visto los pómulos de la mujer? Los dos harían unos bebés
preciosos.
Puedo sentir el momento en el que Easton empieza a agrietarse. Su
calor corporal se intensifica, calentando mi piel.
—Hmm. Debería invitarla a la fiesta. Tal vez intente llamar a Isaac
de nuevo después de todo.
La cabeza de Easton se inclina hacia su madre. Le tomo la mejilla
con la palma de la mano y vuelvo a inclinarle lentamente la cabeza hacia
mí, mientras Bridget se dirige a otra ventana y parlotea sobre Addison.
Sus ojos son de color ámbar líquido cuando se centran en mí.
—No vale la pena —digo en voz baja, para que solo él pueda oírlo.
Arquea una ceja, retándome a que le dé una buena razón.
Miro fijamente la mejilla de Easton, pasando el pulgar por un lado de
su cara. Por lo que él puede ver, solo estoy comprobando los signos que
quedan del moretón, pero la verdad es que mi corazón se estremece
contra mi pecho como si fuera atraído hacia él por una fuerza magnética.
No es una sensación nueva, y nunca sé si el hecho debería reconfortarme
o asustarme.
—Confía en mí —susurro—. Solo vas a decir algo de lo que te vas a
arrepentir.
Para mi sorpresa, Easton responde. Su voz es tranquila, pero algo
oscuro se filtra desde los bordes.
—Quizá se lo merezca.
—Quizá tú no.
La sorpresa recorre sus rasgos y sus ojos miran los míos. Su garganta
sube y baja. Cuando por fin habla, las palabras que salen de sus labios
me sorprenden.
—Te has olvidado de robarme la bebida.
La confusión se apodera de mí cuando veo el vaso lleno de jugo a su
lado. Miro el jugo, a él y luego vuelvo a mirar el jugo.
Lo siento. El calor de su cuerpo tocando mi piel. Me calienta el
cuello. Hace que las palmas de mis manos se pongan húmedas. Estoy
entre sus piernas abiertas, entre sus manos apoyadas en los jeans. Al
menor movimiento, su pulgar rozaría la parte exterior de mi muslo. Sus
párpados bajan perezosamente y su mirada recorre mi cara, mi garganta,
la curva de mis pechos. El fuego desciende por mi cuerpo y se instala
entre mis muslos.
La sensación es demasiado pesada.
Demasiado cómoda.
Demasiado consumidora.
El frasco de la base de maquillaje se me escapa de las manos.
Clank.
—¿Qué…? Eva. Dios mío, ¿quieres tener más cuidado? ¿Crees que
el maquillaje Giorgio Armani crece en los árboles?
Con dedos temblorosos, lo recojo, lo dejo en la encimera y levanto
mi mochila del suelo.
—Todo listo —anuncio, evitando el contacto visual.
La mirada de Bridget se estrecha.
—Recuérdame que no vuela a confiarte productos de lujo otra vez...
—Hace una pausa y pulsa un botón de su auricular—. ¿Hola? Sí, soy yo
—Se aleja y la mirada de Easton me quema la cara.
Antes que arda en llamas, salgo por la puerta principal. Saco mi
teléfono del bolsillo y recorro mis contactos.
—¡Eva! —La profunda voz de Easton choca con mi espalda,
haciéndome cosquillas en el cuello—. Espera.
Atravieso el patio de un vecino y me dirijo al callejón que hay detrás
de su casa. Es un camino más largo hasta la escuela, pero me vendría
bien el tiempo extra para ordenar mi mierda.
No es la primera vez que Easton me hace… sentir. Pero normalmente
es en la oscuridad. Bajo mis sábanas. Cuando estoy sola y desesperada
por liberarme.
Envío un mensaje antes que pueda cambiar de opinión.

Yo: ¿Estás libre esta noche?

Un segundo.
Dos.
Tres.

Elijah: Absolutamente.
Capítulo 10
Eva

Trece años

Me limpio la boca, me pongo de pie y me doy la vuelta, de cara al


compartimiento del baño. Detrás de mí se oye el ruido de la ropa. El
zumbido de una cremallera. El chasquido de un cinturón. Hay manchas
marrones en la pared y números y nombres cursis en rotulador negro.
Apenas puedo ver el color que se supone que hay debajo. Me pregunto
cuánto tiempo ha tardado en ensuciarse tanto. Me pregunto cuánto
tiempo llevaría limpiarlo. Me pregunto si eso es posible.
—Estuviste genial, cariño. Has mejorado mucho.
No respondo.
—Una chica tan buena y dulce.
Las manchas se mezclan, girando y arremolinándose, girando y
arremolinándose, hasta que se parecen al contenido de mi estómago.
Buena.
Dulce.
Delicada.
Dócil.
El sonido del cambio golpeando el hormigón, amortiguado
ligeramente por los billetes de dólar, me devuelve al presente. Mi
estómago conoce ese sonido. Se estremece con el deseo de comer. Mis
dedos se crispan contra mis jeans raídos, ansiosos por cogerlo, pero
espero. Siempre espero.
—Hasta la próxima, princesa.
La puerta se abre y se cierra. Me doy la vuelta tan rápido que las
náuseas me hacen flaquear las rodillas. Agachada, me abalanzo sobre el
dinero, asegurándome de no perder ni un solo dólar o centavo. Es uno de
mis tacaños, pero cuando puedo hacerlo, los prefiero. No intentan
retenerme más tiempo. No me presionan por más. A veces, incluso
mantienen sus manos para sí mismos. A veces, no es tan malo.
Hay casi veinte dólares en billetes de un dólar, el resto es
mayormente en monedas de 25 y 10 centavos. Con cuidado, lo meto todo
en el bolsillo sin agujeros de mi vaquero. Tras lavarme las manos en el
lavabo y enjuagarme la boca con agua, recojo mi mochila y salgo del
baño con la cabeza gacha.
Ha oscurecido, pero aún debería ser lo suficientemente temprano
como para recoger algunas cosas en la tienda de rebajas y tomar el
autobús que necesito. Siempre que no me paren.
—Oye, princesa.
Me encojo, mis pies se pegan al pavimento. La voz rasposa de
fumador de Beverly me ha dado escalofríos desde el primer día que la
conocí, hace cuatro meses.
—¿Cuánto tienes ahí? —Se acerca por detrás de mí, rodeándome y
poniéndose frente a mi cara. Los surcos de sus mejillas huesudas son tan
grandes como para tragarme entera.
—No mucho —murmuro—. Sabes que está en banca rota.
Ella resopla.
—¿Eso es lo que te ha dicho otra vez? Por eso acude a ti, ¿sabes? No
es porque le gustes; es porque dejas que te pisotee. Cualquier otra chica,
cualquier otra mujer, y él habría pagado.
Un brazo delgado me rodea por el cuello, alejándome de Beverly, y
mis hombros se relajan al instante cuando miro fijamente los grandes
ojos marrones de Mónica.
—Déjala en paz. —Mónica se mueve delante de mí, se agacha y me
empuja un mechón de cabello grasiento detrás de la oreja— ¿Se ha
portado bien contigo, cariño?
Me encojo de hombros.
—¿Te hizo daño?
Sacudo la cabeza.
—Entonces es bueno. —Me da un beso rápido en la mejilla y su
carmín rojo se me pega a la piel—. No dejes que Bev te mande, cariño.
Sabes que no tienes que darle ni un céntimo si es tu propio cliente, ¿no?
Asiento con la cabeza.
—Ponte en marcha, ahora. Y cómprate algo de comer, cariño. Te
estás adelgazando.
Beverly la increpa, pero no me quedo a escuchar su discusión. Sus
voces se desvanecen cuando cruzo la calle y entro en la tienda.
Recorro los pasillos y lleno una cesta con patatas fritas, agua, barritas
de proteínas y cualquier otro alimento lo suficientemente pequeño como
para llevarlo. A continuación, tomo un cepillo de dientes, ya que me han
robado el mío, un desinfectante para las manos y un jabón para el cuerpo
del pasillo de los bebés. Me gusta el de los bebés porque es champú,
acondicionador y jabón, todo en uno. Después de calcular cuánto va a
costar, tomo una camiseta limpia y me dirijo a la caja registradora.
Mónica me dice que no debería gastar tanto de golpe, que tengo que
aprender a guardar el dinero en caso de emergencia. Pero no sé cómo
alguien en The Pitts ahorra un centavo cuando, para empezar, se tiene tan
poco.
Después de pasar por la caja, me dirijo a la estación que está a la
vuelta de la esquina y me siento en el banco para meter todo en mi
mochila. A veces, cuando me deshago de las bolsas de plástico, casi
puedo convencerme que solo voy a una pijamada.
El suave chirrido de los neumáticos del autobús llega a mis oídos, y
la emoción se agita bajo mi piel con tanta ferocidad que mis ojos
empiezan a lagrimear. Llevo esperando este autobús desde el momento
en que me bajé de él esta mañana.
Acabo de terminar de empaquetar mi comida cuando me golpean de
lado. Mi cara choca contra el banco y una quemadura me atraviesa la
mejilla.
Gimo mientras pongo las palmas de las manos en el pasamanos y me
levanto. Cuando levanto la vista, lo único que veo es una forma menuda
y sombría con una sudadera con capucha que se adentra en el
aparcamiento vacío que hay detrás de mí. Una chica. Del mismo tamaño
que yo, con el cabello rubio sucio anudado en nidos de ratas.
El miedo convierte mis huesos en líquido cuando miro hacia abajo.
Dónde debería estar mi mochila.
Me arde la garganta.
El autobús se detiene frente a mí.
Miro al autobús, a la chica, y de nuevo al autobús.
Mi estómago vacío me grita.
Las puertas se abren y un ligero sudor me recorre la frente.
—¿Vienes o te quedas?
—¿Cuántos más hay esta noche? —chillo, aunque he memorizado el
horario.
—Este es el último hasta dentro de cuatro horas, cariño. Decídete.
Olfateo y miro detrás de mí. La chica se ha detenido junto a un
edificio y ya rebusca entre mis cosas. Parece que lo necesita. Quizá más
que yo.
Me conozco lo suficiente como para entender que la comida puede
esperar. Mi corazón, en cambio, no puede aguantar ni un minuto más.
Una vez tomada la decisión, recojo la bolsa de plástico del banco y
subo al autobús. Pago y encuentro una fila vacía en la parte de atrás.
Con manos temblorosas, abro la bolsa y miro dentro. Un dolor se
extiende desde mi estómago vacío hasta mi garganta seca. Al menos
tengo mi cepillo de dientes, mi gel de baño y mi camiseta nueva. Suelto
un bufido. Claro, porque eso es todo lo que hace falta para que una
chica como yo esté limpia. Poniendo los ojos en blanco, me recuesto
contra el asiento y cuento las paradas.
Estoy alerta a cada segundo, a cada bache, a cada giro.
Finalmente, me bajo en Greer y tomo el siguiente autobús, contando
las paradas de nuevo hasta que han pasado doce. Y finalmente... he
llegado. Mis piernas se tambalean y me llevan cuatro manzanas antes de
girar a la derecha y escabullirme detrás de la casa familiar.
Me escuecen los ojos cuando la primera ola de música toca mis oídos.
Lo he conseguido.
He conseguido pasar otra noche.
Los suaves rasgueos de la guitarra me llevan más allá de las luces
nocturnas de la piscina. Me dirijo al cobertizo y me hundo en la hierba
fresca. Y escucho. No quiero llorar. Pero cada golpe de música se siente
como mamá, y no puedo evitar que la humedad resbale por mis mejillas.
Estoy tan cerca de casa como nunca lo estaré.
Al retroceder para apoyarme en el cobertizo, la palma de mi mano se
posa en algo frío y suave. Miro hacia abajo. Y no me creo lo que veo.
Se me hace la boca agua.
Se me revuelve el estómago.
Un sándwich, una bolsa de Doritos y un vaso de jugo de naranja.
Sin pensarlo, me abalanzo y me atiborro. Entonces recuerdo la
lección sobre cómo no he de comer. Así que me calmo y dejo a la mitad
de la bolsa de Doritos.
No es hasta que estoy engullendo el jugo de naranja que un
movimiento desde la ventana del segundo piso me llama la atención. La
música se ha detenido.
Paralizada con el vaso contra mis labios, miro hacia arriba.
Un rostro oculto en las sombras. Es todo lo que veo antes que se
cierre la cortina, pero es suficiente.
Él me observa.
El chico que toca la música triste.
Capítulo 11
Eva

Presente

—Tengo que decir —murmura Elijah—, que me sorprendió que me


enviaras un mensaje. Ya sabes, contigo y Carter enrollándose de nuevo y
todo eso.
Le miro fijamente.
—¿Pero quién puede culparte? Sabía que una vez conmigo no iba a
ser suficiente. Yo también he estado pensando en ti. Mucho.
—Vaya —respondo en tono monótono—. Me siento tan especial.
Su mirada se mueve hambrienta por mi cuerpo. Sus ojos son
demasiado brillantes, su expresión demasiado ansiosa. Cuando se acerca
a mí, sacudo la cabeza y me quito la falda. Solo tarda un segundo en
darse cuenta.
—Nena —suspira—, pensaba que esta vez haríamos algo más que
eso.
—No me llames 'nena'. ¿Quieres que me quede o no?
Se pone de rodillas en unos segundos, con las manos en mis caderas.
Al principio le miro la parte superior de la cabeza, los mechones oscuros
que caen desordenadamente sobre su cara. Cuando levanta la vista hacia
mí, casi puedo fingir que el color de sus ojos es el del whisky caliente.
Casi.
Cerrando los ojos, hago lo que siempre hago. Intento ser normal. Me
digo que se siente bien. Tan bien como se siente cuando me toco. Tan
bien como se siente cuando finjo que mis dedos son los de Easton.
Pero por un largo momento, no siento nada.
Ni placer, ni asco.
Soy una gota de agua en un océano inmóvil. Atrapada por el mar de
quietud que me envuelve. Escucho el sonido de mi respiración constante.
Luego el fuerte latido de mi corazón.
Golpe, golpe, golpe.
Pronto, eso es todo lo que hay.
Golpe, golpe, golpe.
Persistente y chirriante, uñas contra el cristal.
Relájate.
Golpea más fuerte.
Cállate.
Late más rápido.
Sal de mi cabeza.
El ritmo me golpea por dentro hasta que se me hace un nudo en el
estómago.
Deja de pensar.
Le pedí que hiciera esto…
Se siente bien.
Su agarre es muy sudoroso…
Me gusta.
Sus manos están en mi trasero.
Es lo que hace la gente.
Yo no soy la que está de rodillas…
No estoy rota.
Las paredes grises que me rodean se mezclan y se arremolinan, se
arremolinan y se mezclan…
Detente.
DETENTE.
Retrocediendo fuera del alcance de Elijah, me subo la falda por las
piernas con manos inseguras. La frustración se dispara en mi interior, y
lo más estúpido es que no puedo culpar a nadie más que a mí misma.
—Mierda, eso ha sido rápido.
No miro a Elijah, pero oigo la arrogancia en su voz mientras se
levanta.
—Así de bien, ¿eh?
Está despistado, observando cómo me arreglo la coleta y mira la
ventana.
—Esta noche, Nena-Eva —Se pasa la camiseta por la cabeza antes de
acercarse a mí—. Esta noche, quiero mostrarte lo que realmente puedo
hacer.
Sacudo la cabeza.
—Sin sexo.
—¿Qué? Pero si ya son dos veces que he bajado...
—Te la chuparé.
Sus cejas se disparan.
—Vale. —Se desabrocha los jeans rápidamente, como si yo pudiera
cambiar de opinión en cualquier momento.
Todo esto está mal. Siempre está mal.
Un paquete de cigarrillos se le escapa del bolsillo y se arrodilla para
recogerlo. Cuando empieza a levantarse, lo detengo antes que pueda
registrar mi agarre en su hombro.
Me mira de reojo.
—No es exactamente la mejor posición para esto...
No puedo dejar de mirarlo. Mi cabeza se inclina. Mi garganta se
contrae un poco.
Ocurre a trozos. Parpadeos, tirones y arañazos en mi cerebro. Mis
rodillas en la alfombra. Dedos tupidos en mi cabello, tirando de mi
cabeza hacia atrás. Nariz larga, ojos azules. Una sonrisa lenta y gélida.
La bilis me llega al fondo de la garganta.
Mi pulso se acelera.
La habitación se balancea.
—Ruega —susurro.
Elijah vacila.
—¿Lo dices en serio?
Mi voz está bajo el agua.
—O lo quieres o no lo quieres.
Abre la boca, la cierra y luego sacude la cabeza.
—Ya sabes lo que quiero.
—Entonces no debería ser tan difícil de decir —Di, por favor—.
Demuéstrame lo mucho que lo quieres —Convénceme que lo vales.
Sus labios se afinan, y mira alrededor de la habitación como si se
asegurara que estamos solos. Aprieta los dientes.
—¿Me la vas a chupar, Eva?
Sigo mirando fijamente.
Se aclara la garganta.
—Quiero... Quiero que me hagas sentir bien. Lo deseo tanto. Por
favor, te lo ruego —murmura algunas cosas más, pero todas se ahogan en
el mismo tanque de agua en el que está atrapada mi voz.
Cuando por fin le doy lo que quiere, me empujo hacia mi pequeño
lugar en el océano. Quieto y tranquilo. Me pierdo en el hasta ahogarme.
La jaula se convierte en mi cordura, y me alejo, me alejo, me alejo, solo
vuelvo cuando oigo un claro cierre.
Se está abotonando los pantalones cuando pregunta:
—Entonces, no te importa que les diga a mis amigos que hicimos
algo más que esto, ¿verdad?
Me detengo a mitad de camino hacia la ventana.
—Ya sabes... es que hemos coqueteado, y todos han tenido sexo
contigo de todos modos.
Me río, reanudando mi camino hacia la ventana. En cierto modo tiene
razón. He tenido sexo con su amigo, pero es singular. Carter fue mi único
y verdadero error, y desde entonces me arrepiento de esa noche.
—Les dirás lo que quieras sin importar lo que yo diga.
No añado que me gusta. Los rumores, los chismes. Ser la puta de la
escuela. He hecho mi parte para que las chicas hablen por
entretenimiento y los chicos mientan por su orgullo. He sido la chica
"buena" antes , dominante, dócil. Y me partieron por la mitad. Así que, sí.
Tal vez me he arrastrado por el barro desde entonces, pero incluso el
barro se endurece bajo tus zapatos. Debo estar parada en una montaña de
él ahora.
Y nadie puede tocarme desde aquí arriba.
Capítulo 12
Easton
Vuelvo a mirar el reloj. 12:02. Un minuto más tarde que la última vez
que miré.
Gruño, me tumbo en la cama y me tapo los ojos con el antebrazo.
¿Dónde está?
¿Con quién está? ¿Marco? ¿Con Elijah? ¿El maldito Carter?
Imágenes no deseadas -manos, labios, piel- me inundan. Mi
mandíbula se aprieta y se desencaja. Ninguno de los chicos de la escuela
sabe qué hacer con una chica como Eva.
Cuando el reloj pasa y aún no hay rastro de ella, me levanto y me
paso por la cabeza una camiseta. Me dirijo al pasillo, mirando de un lado
a otro por si mi madre está levantada rellenando su copa de vino. Abro
discretamente la puerta de la habitación de Eva.
Su cama deshecha es el centro de mi atención. Las sábanas blancas
están arrugadas como si ella acabara de salir de ellas.
Tragando, desvío la mirada y me dirijo a su baño. Abro el grifo de la
bañera y veo como el agua corre suavemente por el desagüe. Como me
imaginaba, María ha llamado a alguien para que arregle el desagüe otra
vez. Tengo que reconocerle el mérito de estar al tanto de todo. Busco en
mi bolsillo los bastoncillos de algodón que he agarrado del armario del
pasillo y los meto en el desagüe, luego compruebo que está atascado.
Satisfecho, dejo la puerta de su habitación abierta para poder oírla mejor
y vuelvo a mi cuarto, me tumbo en la cama y sigo esperando.
El año pasado, cuando empecé a sabotear su baño, me dije que no era
por mí. Lo hago para asegurarme que puedo ver con mis propios ojos que
está bien cuando llega a casa tan tarde. Pero obstruir su bañera ya no es
lo único cuestionable que hago.
Sé que es una mierda. Estoy cruzando líneas que los hermanos no
deben cruzar. Recordarme a mí mismo que se supone que soy su
hermano, que se supone que no la quiero, no es suficiente para detener la
obsesión de la espiral, pero lo hago de todos modos. Porque, de lo
contrario, podría hacer cosas , tomar cosas , que no debería tener.
Sus palabras de esta mañana se repiten en mi cabeza, una y otra vez.
Tal vez se lo merezca.
Tal vez no...
Mis ojos giran hacia la puerta de mi habitación cuando la ventana se
cierra de golpe. Me paso una mano por el cabello mientras cruzo la
habitación y abro la puerta un poco más.
No hay nada malo en asegurarse que está bien.
Es lo único que hago.
Escucho durante un minuto. Primero, el sonido de algo golpeando la
alfombra. Luego, cajones abriéndose y cerrándose. Luego, el crujido de
la ropa. Mi agarre se estrecha alrededor del pomo, y miro hacia otro lado
aunque no pueda verla. Han pasado dieciséis horas y no he podido
quitarme de encima la sensación que está entre mis piernas. Las uñas
recorriendo mi mandíbula. Ese rubor subiendo por su suave garganta, los
labios carnosos separándose lentamente...
Me aclaro la garganta y me froto la nuca. Mi piel está caliente,
pegando la maldita camisa a lo largo de mis hombros.
Para cuando la puerta del baño se abre y se cierra al lado, soy como
un horno intentando enfriarse. Uno pensaría que al menos se habría
desnudado para conseguir esta reacción de mí, y no para maquillar mi
maldita cara. Llevo tres años observándola, tres años burlándose de mí,
bailando en círculos a mi alrededor como debería hacerlo cualquier
hermana pequeña. Debería haber sabido que la visión del cuerpo de Eva
entre mis piernas no sería fácil de evitar.
Cerrando la puerta de mi habitación, me paro junto a la pared
contigua del baño y sigo escuchando. Pero en lugar de la ducha, oigo otra
cosa. Un sollozo. Seguido de otro, y luego otro. Mierda.
El sonido está cerca, como si se apoyara en la misma pared. Me froto
el lateral de la mandíbula, deslizando el labio inferior entre mis dientes, y
luego aprieto las manos contra la pintura blanca. Si sé lo que es bueno
para nosotros, para ella, esto es lo más cerca que voy a estar de tocarla.
Ella sigue llorando y mis dedos se clavan en la pared.
A veces, fantaseo con ello, con encontrar a quién la hizo así. Ella
nunca admitiría que le pasó algo, pero yo la vi, hace tantos años. Y nunca
lo voy a olvidar.
Exhalando un suspiro, me apoyo en la pared y me deslizo hasta el
suelo. Me siento a su lado durante el tiempo necesario. Escuchando hasta
que sus sollozos se desvanecen y la ducha se abre.
De todos los pensamientos que pasan por mi cabeza, ahora mismo,
solo hay uno que me gustaría poder decirle.
Tal vez tú tampoco te lo mereces, Eva
Capítulo 13
Eva
—Fuera de mi camino —La voz de Carter se arrastra sobre mi piel.
Por suerte, no me está hablando a mí. Aunque, ignoraría al imbécil
incluso si lo hiciera.
—He dicho que te muevas.
Whitney se burla de él.
—¿Muy grosero? Esta es mi taquilla, idiota. ¿Qué estás haciendo
aquí?
—¿Seguro que esta es la tuya? Me imaginé que te pondrían junto a la
enfermería para sacarte a diario ese palo del culo. Hablando de tu culo,
juro que tus faldas son cada vez más cortas. No me extraña que Easton te
tenga encerrada.
—Eres un cerdo.
Por el rabillo del ojo, le veo merodear hacia delante, y ella se pone
rígida.
Se ríe en voz baja.
—No te preocupes, no estoy aquí por ti. Las perras mojigatas no son
mi tipo.
Se le cae la mandíbula.
—De todos modos, creo que he descubierto por qué te has soltado
últimamente. Se rumorea que tu padre no ha estado en casa desde hace
tiempo. ¿Es por eso que tu paga es tan inflada? ¿Te paga para compensar
el hecho que te ignora para que te folles todo lo que está a la vista?
Las mejillas de Whitney se ponen escarlatas.
—Yo...
—Ahora que lo pienso, nadie ha visto a tu madre en un tiempo
tampoco. Tal vez ella también ha encontrado su zorra interior.
—Cállate. No sabes de qué estás hablando. Las cosas en casa están
bien.
Se ríe.
—Claro.
Tomo un sorbo de agua de la botella deportiva que guardo en mi
casillero, luego termino de cambiar mis materiales de inglés por los de
biología y cierro la puerta de golpe.
—Cuidado, Carter —digo despreocupada, tomando mi mochila del
suelo—. Se nota tu nivel de inteligencia.
En dos zancadas, Carter me bloquea el paso.
—¿Qué coño me has dicho?
—Permíteme reformularlo. Tu estupidez es cegadora.
Los ya delgados labios de Carter hacen ese acto de desaparición.
—¿Cómo diablos es eso mejor? —aprieta.
Parpadeo lentamente.
—No lo es. Solo lo he reformulado.
Le doy una palmadita en el pecho y me muevo para rodearlo,
encontrándome con los ojos atónitos de Whitney.
—No tan rápido. —El brazo de Carter me golpea el hombro mientras
se pone en sintonía a mi lado—. No es suficiente que hayas empezado a
follarte a mi mejor amigo, ¿ahora quieres hablar mierda sobre mí
también? —Asiente con la cabeza para saludar a Marco mientras
pasamos por su taquilla, y luego vuelve a centrar su atención en la
afortunada yo—. Elijah me dijo que te lo estás tirando ahora. ¿Sabes lo
que pienso? Que es mentira. Puede que seas una zorra, pero no eres
estúpida.
—Así que o somos mojigatas o putas. Con clase.
—Todo eso, ¿y la única palabra que escuchas es puta?
—Me estás perdiendo, Carter. El pequeño yo no puede seguir el
ritmo de una conversación tan intelectual.
Diez pasos hasta que las sólidas paredes del aula me separen de este
imbécil.
—¿Te lo estás tirando o no?
Cinco pasos.
—Soy una puta, ¿recuerdas?
Tres.
—¿No es eso lo que mejor hacemos?
Está a punto de agarrarme del brazo cuando me cuelo en el aula, justo
fuera de su alcance. Miro por encima de mi hombro y le ofrezco una
dulce sonrisa y un saludo cerrado, como si estuviera en una carroza y los
labios que desaparecen de Carter fueran el público.
Sus ojos se entrecierran justo cuando suena el timbre.
—Sr. Watson, ¿no tiene que estar en algún sitio? —dice el Sr. Doau.
Carter me sostiene la mirada, su parpadeo con la promesa de
represalias, antes de alejarse.
Dejo mi mochila cerca de mi escritorio, me desplomo en mi silla y
abro mi cuaderno. La voz del Sr. Doau me apuñala los tímpanos al
instante. Agarro el bolígrafo y trazo las líneas desgastadas del lirio
dibujado. La tinta atraviesa la página de tanto trazarla.
No soy una artista, pero el tatuaje de mamá está grabado en mi
cerebro de forma tan vívida que cada línea es una réplica perfecta. Ese
pétalo marchito estirado sobre su clavícula, el tallo deslizándose por su
omóplato. Blanco y verde sobre la piel de oliva.
—Es un lirio, ¿ves? Igual que tu segundo nombre. ¿Te gusta?
—Es muy bonito, mamá.
Unos labios suaves me rozan la frente.
—Lo compré para ti. Así puedo tenerte cerca sin importar a donde
vaya.
—¿Esta vez lo haces de verdad? ¿Te vas de verdad?
Dedos suaves en mi cabello. Mejilla húmeda contra mi sien.
—Sí, mi dulce Evangeline. Me voy de verdad.
Me tiembla el labio, pero lo sujeto rápidamente entre los dientes.
Ahora está bien, esté donde esté. A salvo. Tal vez incluso feliz.
No puedo culparla por dejarme, por ahorrarse más golpes y lágrimas.
Se estaba muriendo por dentro, e incluso siendo una niña, podía verlo.
Pero lo que ella no sabía era que yo también me estaba muriendo.
Mi cabeza se levanta al oír el timbre. ¿Me he perdido toda la clase?
Qué pena.
Meto mis cosas en la mochila y salgo corriendo hacia la puerta, pero,
por supuesto, no soy lo suficientemente rápida.
—Señorita Rutherford.
—Detención —respondo entumecida—. Lo sé —Continúo hacia la
puerta, pero sus severas palabras me detienen.
—Todavía no te he disculpado.
Congelada, miro al frente, a la horda de gente que se desdibuja en el
pasillo. El último alumno sale a trompicones y el Sr. Doau cierra la
puerta. Entonces, nos quedamos solos.
La nuca se me eriza cuando se mueve detrás de mí, demasiado cerca,
y me murmura al oído:
—¿Nunca lo echas de menos? ¿Nosotros? —Incluso se atreve a
quitarme el cabello del cuello, con sus dedos—. Teníamos algo bueno,
¿no?
Y ese es el momento en que Easton abre la puerta.
Su agarre se detiene en el pomo, su mirada clavada en la mano del
profesor en mi cuello. La sangre se me escapa de la cara. Él no puede ver
esto.
Esto no.
Los dedos del Sr. Doau desaparecen en un instante y se aclara la
garganta.
—Sr. Rutherford. Estaba informando a su hermana sobre una tarea de
crédito extra. ¿Qué puedo hacer por usted?
Los ojos de Easton brillan con algo hostil que nunca he visto antes.
Me siento mal.
Manos a tientas.
Delicada.
Dócil.
Paso por delante de Easton. En cuanto estoy en el pasillo, me inclino
y vomito todo lo que tengo en el estómago en una papelera. Una chica
que pasa por allí se ríe, y un par de jugadores de fútbol fingen vomitar
entre risas. Pero no les presto atención. Porque Easton está cara a cara
con el Señor Doau en la puerta de su habitación.
Su sola presencia encoge al calvo profesor ante mis ojos. Tiene
medio pie de ventaja sobre el Sr. Doau, pero sé que esa no es la razón por
la que el profesor parece a punto de cagarse en los pantalones. Todo el
mundo conoce a los Rutherford, gracias a los casos de alto perfil que
lleva el bufete de Vincent, y no está de más que hayan financiado esta
escuela prácticamente sin ayuda.
Easton da un pequeño paso hacia el Sr. Doau, que le devuelve uno.
Lo hacen de nuevo hasta que desaparecen en el aula.
Mis temblorosos latidos luchan contra las náuseas en mi estómago.
No puede evitarlo, ¿verdad? Solo tiene que salvar a todos.
Todos me miran como si fuera portadora de alguna enfermedad
infecciosa.
Me limpio la boca con el dorso de la mano y levanto un hombro.
—¿Qué puedo decir? El primer trimestre es una mierda.
Los ojos se abren de par en par, se oye un grito ahogado, pero lo
ignoro todo y me dirijo por el pasillo hacia la fuente de agua. Doy un
largo trago para quitarme el mal sabor de boca. Pero ni siquiera el agua
de lujo de Caspian Prep puede enjuagarlo, así que cojo un chicle de
canela de mi bolso y me lo meto en la boca.
Tengo dos minutos para llegar a la sala de estudio, pero no me muevo.
Me apoyo en la pared cerca de la fuente y me pregunto qué estará
pasando en la clase del señor Doau. Lo que están diciendo. Qué estará
pensando Easton.
La mayoría de los días, sé exactamente lo que estoy haciendo.
Trabajo para ello: la forma en que la gente me ve. La forma en que
hablan. Pero a veces, cuando miro a Easton... cuando veo la forma en que
me mira... No puedo recordar por qué hago nada de eso.
El timbre suena y me hace volver a la realidad.
El pasillo se ha despejado, dejándome sola con una silueta alta y
enfadada que pasa junto a mí. Me evita a propósito, pero algo profundo y
vacío dentro de mí no le permite alejarse. Le agarro del brazo y se
detiene de mala gana. El rojo le recorre el cuello y sus ojos de whisky se
han oscurecido hasta convertirse en Guinness. Su mirada se desliza hacia
mí mano sobre su piel desnuda, y la dejo caer.
La vulnerabilidad se expande en mi estómago. No me gusta la
sensación.
—¿Qué demonios estabas haciendo? —siseo.
—¿Me estás jodiendo? ¿Quieres saber qué estaba haciendo? —gruñe.
Aprieta los labios, suelta una lenta exhalación y se pasa la palma de la
mano por la boca—. ¿Cuánto tiempo lleva tocándote así?
Levanto un hombro y miro hacia otro lado.
—Eva.
La forma en que dice mi nombre es tan suave, el cálido resplandor de
una llama que arde lentamente. Arrastro mi mirada hacia la suya. Se me
hace un nudo en la garganta. Se siente como vergüenza y esperanza y
demasiadas cosas más.
Su mandíbula se tensa cuando sigo sin responder.
—¿Cuánto tiempo?
—Tu complejo de policía es adorable —respiro—, pero no todo el
mundo necesita ser salvado.
—Solo responde a la pregunta, Eva. Por favor.
Su insistencia me aprieta tanto los pulmones que me da claustrofobia.
—¿Qué importa? ¿Estás celoso?
Deja escapar una respiración agitada.
—¿Por qué haces esto?
—¿Hacer qué? —Mi voz tiembla, traicionándome, así que soplo una
burbuja y la reviento.
—Esto —Me quita la burbuja desinflada de los labios y veo cómo la
tira al cubo de basura que hay junto a la fuente de agua—. Desvíala
cuando tenga una pregunta de verdad.
El pequeño roce de sus dedos contra mis labios todavía arde, y de
alguna manera el contacto amenaza con hacer trizas mi fachada.
No sé, quiero decir.
No sé por qué lo hago.
En cambio, lo que sale es:
—Si querías un turno conmigo, solo tenías que pedirlo.
Se acerca un paso y la punta de su zapato toca la mía. Mis dedos se
extienden sobre la fría pared que hay detrás de mí, y me hacen sentir el
calor de su cuerpo. Nuestros rostros están a centímetros de distancia. No
tengo nada que ocultar. Ni hebillas de cinturón, ni rumores.
Su cálido aliento me roza los labios.
—¿Por qué me dices esas cosas?
El corazón me retumba en los oídos y apenas puedo oír mi respuesta.
—Quizá me gusta la atención.
—¿Y el Sr. Doau? ¿Carter? ¿Marco? —Sus ojos se oscurecen—.
¿También te gusta la atención de ellos?
—Ellos me la darán tanto si la quiero como si no. Al menos así tengo
algo de control. —La sinceridad se me escapa de la lengua antes que
pueda contenerla.
Las cejas de Easton se juntan y sus ojos pasan por los míos.
—¿Es eso lo que piensas? ¿Que no tienes elección?
Me trago el nudo en la garganta. El peso en mi pecho crece con cada
palabra que sale de su boca. No puedo soportar más, así que cambio de
tema.
—Quiero saber por qué me has hablado más esta semana que en los
últimos tres años.
—¿Quieres que deje de hacerlo?
Me muerdo el labio como si lo estuviera contemplando.
—No.
Maldita adrenalina. Maldito calor. Maldito Easton.
—Entonces dime, ¿cuánto tiempo ha estado haciendo eso?
Maldita sea.
—¿Estamos jugando a las veinte preguntas? Porque si es así, creo
que has llegado a tu límite.
—Maldita sea, Eva —murmura, apretando la mandíbula—. Esto no
es un puto juego. La forma en que la gente te trata no es un juego.
—Pero sería mucho más divertido si lo fuera, ¿no crees?
Él escanea mi expresión, leyendo cada centímetro de mí. Entreno mis
rasgos para mantenerlos en blanco, pero cuanto más me estudia, más
difícil se hace.
No quiero que vea.
No quiero que lo sepa.
—¡Eh! ¿Tienen un pase para el baño? —Siento que el vigilante del
pasillo se sube las gafas a nuestro lado mientras saca su pequeña libreta.
Easton y yo no soltamos la mirada del otro, sin decir nada más que
tanto a la vez.
—Tomaré eso como un no. Estás violando el Código 2 Guión 3 del
Manual del Estudiante —anuncia, como si estuviera en entrenamiento
para ser un aspirante a policía de centro comercial—. Voy a tener que
escribirlos a los dos para detención.
Easton mantiene el contacto visual conmigo durante un momento
antes de dar un paso atrás. Sus hombros caen y se mete las manos en los
bolsillos.
—Siempre tienes una opción, Eva. No dejes que nadie te diga lo
contrario.
El estúpido escozor detrás de mis ojos se intensifica, y no sé cómo
responder.
El vigilante del pasillo escribe furiosamente las hojas de detención.
—No se puede hablar en los pasillos durante la clase. Código 2
Guión 6 del Manual del Estudiante.
Lo ignoro.
—¿Qué le has dicho al señor Doau? —susurro, odiando la pizca de
desesperación que se filtra.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Es que... No quiero hacer una escena, Easton. Por favor. —Sé que
parezco débil. Pero yo también me siento débil.
El vigilante del pasillo le da una boleta de detención en la mano a
Easton, pero cuando va a entregarme la mía, no tengo la energía para
tomarla, así que Easton lo hace.
—Código 3 Guion…
—Ya lo tenemos —digo con brusquedad.
Sus ojos se entrecierran, pero se da la vuelta y desaparece por el
pasillo en busca de otros estudiantes a los que molestar.
Easton me pone la papeleta de castigo en la mano y, por un momento,
casi puedo imaginar que no somos hermanos, que no estoy jodida y que
somos dos personas normales, simplemente tomadas de la mano.
Cuando empieza a irse, mis dedos rodean su antebrazo, deteniéndolo.
Se queda mirando mi agarre durante un largo rato antes que su
mirada recorra mi brazo y se posa de nuevo en mi cara.
—Solo dije lo que necesitaba oír. Nada más y nada menos. Se callará
y no volverá a acercarse a ti. Te lo puedo prometer.
Esta vez, cuando se gira, dejo que mi mano se deslice por su muñeca
y caiga a mi lado.
Ya casi ha doblado la esquina cuando se detiene, de espaldas a mí.
—Puede que no te haya hablado tanto antes, pero siempre me he
fijado en ti, Eva. —Su voz es tan suave que flota sobre mi piel—. Todo
lo que he hecho durante tres malditos años es fijarme en ti.

Abro los ojos de par en par mientras me pongo de lado, enredando las
sábanas en el proceso. Inquieta, me vuelvo hacia el otro lado. Y luego
hacia mi estómago. Miro fijamente el teléfono junto a la almohada
durante un largo rato antes de tomarlo. Ignoro la ridícula cantidad de
mensajes de texto sin leer, los intentos desesperados de llamadas de tipos
que creen conocerme, y recorro mis contactos en busca de una cara
nueva.
Pero solo hay una cara que quiero.
Siempre tienes una opción.
Suelto el teléfono y ruedo sobre mi espalda. Easton tiene razón en
una cosa. Ahora mismo, tengo una opción. Me tiro del labio inferior con
los dientes y dejo que mis dedos recorran el dobladillo de mi camiseta de
algodón. El suave tacto me hace cosquillas en el vientre desnudo y
enciende un fuego entre mis piernas. Cierro los ojos mientras esta noche
se repite en mi cabeza. Él, tan cerca. Su cálido aliento en mi mejilla. El
calor de su cuerpo. El chasquido de su voz vibrando dentro de mí.
Siempre me he fijado en ti, Eva.
Mi mano se desliza hacia abajo y se sumerge bajo mis bragas. La
mirada de su rostro se congela en mi mente, sus palabras me envuelven
con fuerza.
Todo lo que he hecho durante tres malditos años es mirarte.
Ahora mismo, imagino que lleva esa mirada solo para mí. Que me
pertenece.
Y me alejo en una fantasía que sé que nunca será mío.
Capítulo 14
Easton
Aparco el auto en la acera de la ostentosa mansión. Un sollozo suena
en el asiento de al lado, rompiendo el silencio.
Miro a Whitney.
Está hecha un desastre, con su habitualmente perfecta cola de caballo
enredada y despeinada. El rímel negro se le ha corrido por debajo de los
ojos. Tiene la nariz rosada y húmeda. Ha visitado mucho a su madre en
las últimas semanas, y cada vez es más difícil para ella que la anterior.
Cada vez, su padre está más cerca de desconectarla.
Sus ojos llenos de lágrimas se encuentran con los míos.
—Lo odio.
Asiento con la cabeza. Whitney tenía catorce años cuando pilló a su
padre con los pantalones bajados. Una chica de su edad estaba inclinada
sobre su regazo. Después del accidente de auto de su mujer, empezó a
desaparecer cada vez más. La repugnancia me inunda solo de pensar en
el asqueroso.
—A veces, quiero matarlo. —Ella olfatea—. Como, literalmente,
envolver mis manos alrededor de su cuello y apretar.
—Lo sé.
—¿Crees que podrías hacerlo por mí? —Se limpia los ojos, su tono
se suaviza—. Te pagaré un extra.
Mis labios se mueven.
—Tentador.
Se ríe a medias y se apoya en el asiento del copiloto. Nos sentamos
en silencio durante un momento, y mis pensamientos se desvían hacia
donde siempre lo hacen. A cierta colombiana temeraria con unos ojos de
cierva que podrían robar el alma de un hombre.
A través de mi ventana, miro en la oscuridad. Son las once de la
noche, en un día de colegio, pero sé que Eva podría estar en cualquier
sitio ahora mismo. Con cualquiera. Mis nudillos se curvan y los suelto
lentamente. Obligo a mis pensamientos a no dejarse llevar. No hasta que
pueda comprobar si está en su habitación, a salvo e intacta.
—Los rumores sobre mis padres vuelven a circular. —El susurro de
Whitney es tan silencioso que apenas lo oigo. Su cabeza se apoya en el
asiento, con los ojos pesados mirando por la ventana—. Carter se está
divirtiendo con ellos.
La miro y veo la ansiedad que se esconde detrás de su mirada
distante. Es la misma mirada que solía tener justo antes que la presión de
los compañeros la hiciera quebrarse.
—Son solo palabras, Whit —le digo con suavidad—. No dejes que te
afecten. Especialmente un pedazo de mierda como Carter.
—Sí, bueno. Solo van a empeorar. Miranda y Julie ya preguntaron
por qué me salté la última fiesta.
—¿Les dijiste que estabas conmigo?
—Sí.
—Entonces estás bien. Si preguntan por ello, les diré lo mismo.
Ella asiente, desliza su mirada para encontrarse con la mía. Después
de un rato, dice:
—Eva me defendió.
Enarco una ceja, más que curioso.
—Cuando Carter se comportaba como un imbécil, diciendo cosas
asquerosas. Eva le llamó la atención en el acto. Él acabó siguiéndola a
ella y olvidándose de mí.
Me paso la palma de la mano por el lado de la mandíbula, mi rodilla
empieza a rebotar.
—Raro, ¿verdad?
—La verdad es que no.
Whitney se sienta y se gira para mirarme.
—¿No te parece raro que me haya defendido? ¿Después de todo lo
que nos hemos dicho y hecho?
—No. No lo creo —Deslizo el labio inferior entre los dientes y
vuelvo a mirar por la ventana. Esperando que esté en casa. Sola—. Eva
no es así de mezquina.
—Ahora, ¿quién defiende a quién? —Whitney regaña—. Sigue sin
gustarme.
Mis labios se mueven.
—Y estoy segura que sigue sin importarle.
Me da un golpe en el hombro y yo finjo una mueca de dolor.
—Podrías darle a María una carrera por su dinero.
Se ríe.
—¿Tú ama de llaves? ¿No tiene como ochenta años?
—Sesenta y siete, y no la subestimes. Esa mujer es dura como un
clavo. Podría darme una paliza en un día en el que su artritis se dispare.
Volviendo a reírse, sacude la cabeza y se limpia los restos de
humedad de sus mejillas.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por quitarme de la cabeza... todo. Eres bueno en eso —Se pasa la
cola de caballo por encima del hombro—. Me vas a llevar a la fiesta este
viernes, ¿verdad?
—No.
—¿Qué? ¿Por qué no? Me llevaste la última vez.
—Eso fue un trato de una sola vez, Whit —murmuro comprobando
mi reloj—. Ya lo sabes.
—Va a ser en casa de Marco.
Mis ojos se dirigen hacia ella para ver un destello de complicidad
detrás de los suyos.
—Ahora, ¿quieres ir? —Desvía la mirada antes de añadir en voz
baja—. Estoy segura que no querrás dejar a la pobre e indefensa Eva sola
en casa de Marco.
Mi expresión se endurece y ella se remueve en su asiento. Hay
muchas palabras que asociaría con Eva, pero pobre o indefensa no están
incluidas.
—¿Qué estás haciendo, Whitney?
—¿Qué quieres decir? —Ella sonríe dulcemente—. No estoy
haciendo nada.
—Sabes lo que somos. Lo que es esto.
Ella se encoge de hombros.
—Sí. Lo que sea. Que esto no sea real no significa que no me
importes —Frotándose el brazo, murmura—. Todo lo que digo es que las
relaciones tienen límites, y Eva es tu hermana pequeña, Easton. Es
inapropiado.
Un suave gruñido sube por mi garganta mientras la miro fijamente.
—No es mi maldita hermana, Whitney. No actúes como si no lo
supieras. Y lo que insinúas no viene al caso, porque no hay nada entre
nosotros —Aprieto la mandíbula y deslizo la mirada hacia el reloj del
salpicadero—. Yo no la jodería así.
Me observa durante un largo segundo.
—Si tú lo dices. Pero ten cuidado. He visto lo que las chicas como
ella pueden hacer a los chicos. Incluso un jugador como Carter está
hecho polvo después de ella.
Mi mandíbula se estremece. ¿Qué pasa con Eva? ¿Por qué diablos
nadie se preocupa por lo que le pasa a ella?
Forzando mi voz para mantener la calma, asiento hacia la puerta del
auto.
—Buenas noches, Whitney.
Ella arquea una ceja. Aprieta los labios.
—Bien. No digas que no te lo advertí. —Después de agarrar su bolso,
sale del auto y cierra la puerta, sin dejar de mirarme.
Arranco el motor y bajo la ventanilla.
—Te recojo el viernes a las nueve. Esta vez no deberías beber tanto.
Se queda boquiabierta, pero no espero una respuesta. Me alejo de la
acera.
Sabía que era un error permitirme hablar con Eva. Involucrarme la
última vez que la seguí a The Pitts. Al menos, cuando mantenía la
distancia, nadie tenía que saber lo mucho que la vigilaba. Ella nunca tuvo
que saberlo. Lo que pasa con los errores es que son difíciles de reconocer
en el momento. Los peores son como una droga: una vez que sientes lo
que es seguir tu instinto, no sabes cómo parar. No importan las
consecuencias.
Sin embargo, no todo puede ser un error. No cuando significa que el
Sr. Doau no volverá a tocarla. No cuando evitó que ese imbécil de The
Pitts la lastimara. No cuando me aseguro que vuelva a casa a salvo cada
noche.
Al llegar a la entrada de mi casa, apago el auto y suelto un suspiro. El
agotamiento pesa sobre mis hombros mientras abro la puerta principal y
subo la oscura escalera en silencio. Al llegar arriba, veo que la puerta de
Eva está abierta. Me detengo, me agarro a la barandilla y miro de su
puerta a la mía, y luego de nuevo.
Su puerta estaba cerrada cuando se fue al colegio esta mañana, así
que tiene que estar en casa. No hay necesidad de acercarse más. Suelto la
barandilla y me dirijo a mi propia habitación.
Empiezo a abrir la puerta, pero me detengo cuando un suave sonido
se cuela por la abertura de su habitación. Un gemido. Y luego otro.
Suelto el pomo y dirijo la mirada hacia el pasillo. Es imposible que
sea lo que creo que es. Si tiene un tipo en su habitación, en nuestra casa,
juro que...
Camino por el pasillo, sin importarme que esto sea una invasión
masiva de la privacidad. Tengo que saberlo. Antes que pueda disuadirme,
estoy de pie frente a su puerta agrietada.
Lo primero que veo es su manta enredada a los pies de la cama. Unas
piernas suaves y desnudas abiertas de par en par. Solo lleva un top suelto
y un tanga. Se me seca la garganta y trago saliva mientras mi mirada
sigue su brazo hasta la mano que lleva debajo de la ropa interior. Suelta
un gemido grueso y jadeante, y sus caderas se elevan para rechazar su
mano.
El pulso me late en los oídos y en la polla. El calor me envuelve y se
hunde en cada célula de mi cuerpo.
Joder...
Voy a ir al infierno por ver esto, pero mi sangre late con fuerza, mi
visión se oscurece y mis pies se niegan a moverse.
Mira hacia otro lado. Mira hacia otro lado.
Obligo a bajar la mirada, pero cuando otro suave ruido llega a mis
oídos, no puedo evitar volver a mirar hacia arriba. Su otra mano se
desliza por debajo de la camisa para pellizcarse el pezón, y un fuerte
tirón me atrae a la ingle.
Estoy sudando, joder.
Mira hacia otro lado, joder.
Mis manos se cierran en un puño, se enroscan y se sueltan, se
enroscan y se sueltan, hasta que siento los nudillos en carne viva. Su
respiración se acelera, como si estuviera a punto de correrse, y los
sonidos me atraviesan, haciendo que mi polla se esfuerce dolorosamente
contra mis vaqueros. Finalmente, aparto los ojos. Me doy la vuelta,
apoyo la espalda en la pared y dirijo la cabeza hacia el techo.
Mi pecho retumba contra mi caja torácica. Esos ruidos... sus caderas
retorciéndose... la piel desnuda...
Cierro los ojos y me paso una mano por la nuca, apretando fuerte.
Definitivamente está sola.
Y yo estoy completamente jodido.
Capítulo 15
Eva
Estoy a una cuadra de la escuela cuando lo siento.
Unas pequeñas agujas me pinchan en la nuca y mi aliento se enfría.
Observo la calle como todas las mañanas. Unos cuantos empleados
están cortando el césped. BMWs, Teslas y Audis relucientes pasan a toda
velocidad junto a mí y a los demás estudiantes que caminan por la acera.
El cielo es azul de dibujos animados. Todo es perfecto en Perfectville.
Pero la vista no aplaca la paranoia que tengo en la espalda.
Intentando alejar la sensación, desvío la mirada hacia el campus que
se acerca. Pero algo me llama la atención. Un Mercedes sin brillo. De
color beige apagado, con algunas abolladuras y arañazos y los cristales
tintados. Es casi anodino, pero algo en la visión de su paso por la escuela
me eriza el vello de los brazos.
La mayoría de los conductores que dejan a los alumnos en Caspian
Prep son de pago y no pueden sacar a los niños del auto lo
suficientemente rápido. El resto son padres que están demasiado
ocupados o son demasiado superficiales para hacer algo más que saludar
con la mano y salir a toda velocidad.
Nunca se arrastran.
Alcanzo mi espalda, tiro de la goma de cabello que contiene mis
rizos y dejo que los mechones se desparramen alrededor de mi cara y por
mis brazos. Me abro paso entre una pareja, separo sus manos con mi
cuerpo y me mantengo oculta por el novio de gran tamaño de la chica.
La chica empieza.
—¿Qué...?
—Dios mío —Me pongo una mano en el pecho, agradeciendo de
repente haber escuchado tantas conversaciones suyas en biología—. Tus
Jimmy Choo son tan bonitos. ¿Son de la última temporada?
—Oh, ¿estos? —Se anima al mirar sus sandalias de tacón alto y nos
dirigimos a la entrada del instituto—. No, chica. Son de la próxima
temporada. Mi hermana conoce a alguien que conoce a alguien, así que
movió algunos hilos para mí.
—Va a Polimida, ¿no?
La sorpresa brilla en los ojos de la chica.
—Sí.
Es alarmante todo lo que puedes aprender sobre los que te rodean
cuando mantienes la boca cerrada y la cabeza agachada.
—Ah, maravilloso.
—¿Verdad? —Ella sonríe.
Disminuyo la velocidad lo suficiente para dejar que ella y su novio
me pasen mientras siguen hacia sus casilleros. La sorprendo mostrándole
sus zapatos antes de mirar por encima de mi hombro, asomarme a través
de las puertas de entrada abiertas y escudriñar la calle.
El Mercedes ha desaparecido. Mi paranoia no.
El hielo me recorre el pecho y se extiende como una telaraña, y por
un segundo, vuelvo a estar en el pasado. En un hotel de cinco estrellas
con las manos peludas magullando mi cuello. El dolor partiéndome por
la mitad. Su voz en mi oído. Cristales que se rompen. Sangre caliente en
mis dedos.
Miro fijamente el pasillo. Los estudiantes, las taquillas y las risas.
Él no está aquí.
Pero el miedo no es lógico. Me paso los siguientes periodos saltando
ante los más mínimos ruidos, mirando por encima del hombro y
diciéndome a mí misma que estoy a salvo, que estoy a salvo, que estoy a
salvo.
Pero lo único que oigo es mentirosa, mentirosa, mentirosa.

Cuando suena el timbre, me levanto de mi asiento antes que el Sr.


Doau termine de decir los deberes de hoy. La forma en que recojo mis
cosas y salgo corriendo hacia la puerta es mecánica. Está programada en
mi ADN por años de repetición.
Me tenso cuando llego a la puerta, esperando ese chirriante
—Detención, señorita Rutherford.
Pero nadie me llama por mi nombre.
Nadie me dice que me detenga.
Por una vez, nadie quiere nada de mí.
El momento me pilla tan desprevenida que me quedo helada de todos
modos.
—Qué demonios —murmura una chica y me empuja.
Más gente se filtra a mi alrededor, pero los ignoro mientras me
vuelvo hacia el Sr. Doau.
Está rebuscando en el papeleo, casi como lo haría un profesor normal.
Excepto que sus manos son inestables y su rostro está demasiado pálido.
Sé que siente que le observo. Tiene que sentirlo. Llevo tanto tiempo aquí
que soy la última alumna que queda. Pero es como si... no se atreviera a
levantar la vista.
Y me doy cuenta que por fin me he librado de él.
El peso agobiante sobre mis hombros se desvanece y el sentimiento
que ocupa su lugar es abrumador. El alivio me invade en olas cálidas y
fluidas. La cadena de acero que me ató al Sr. Doau durante tanto tiempo
se ha cortado por la mitad.
Me he liberado de él.
No puedo creerlo.
Se me cierra la garganta. Me doy la vuelta y voy a la deriva por el
bullicioso vestíbulo, solo parcialmente presente.
Easton hizo esto. Lo hizo por mí. Tal vez fue porque sintió pena por
mí. Tal vez porque le daba asco. En cualquier caso, por fin soy
malditamente libre. De una cosa al menos. Y nunca me he sentido tan
agradecida.
Por primera vez, busco a Easton. Lo encuentro en su casillero con
Zach.
—¿Qué pasa, Eva? —Zach me hace concentrarme en él mientras
toma su mochila del suelo y se la pasa por el hombro.
—Hola.
Inclina la cabeza hacia atrás y dice:
—Alguien está de buen humor hoy.
Parpadeo.
—¿Este es mi buen humor?
—¿No es así? —Se ríe y me palmea la espalda—. Hasta luego,
caimán. Así es, acabo de decir eso.
Entonces, estamos solos Easton y yo.
Se apoya en su taquilla y me mira fijamente. Levanta una ceja. No sé
qué decir, así que no digo nada. Nos sostenemos la mirada, y de repente
no encuentro suficiente aire. Pasa un segundo, y luego otro. Con cada tic,
sus ojos se oscurecen, se oscurecen y se oscurecen, hasta que dejan de
ser del color del whisky para convertirse en secretos carnales. El calor
me invade al recordar lo que hice anoche mientras pensaba en él.
—Lo que sea que hayas dicho —logro finalmente—, funcionó.
Entrecierra los ojos como si no supiera de qué estoy hablando, pero
entonces su mirada se posa en la puerta del aula del señor Doau, al final
del pasillo, y se estrecha. Inclina la barbilla en señal de comprensión sin
devolverme la mirada.
—De nada.
Me muevo de nuevo y miro mis zapatos como si se hubieran vuelto
muy interesantes.
—No he dado las gracias.
—Pero lo estabas pensando.
Mis labios empiezan a curvarse, pero consigo detenerme antes que se
me escape una verdadera sonrisa. Dilo. Di gracias. Pero cuando vuelvo a
llevar mis ojos a los suyos y mi boca se abre, lo que sale es:
—Nunca te pedí ayuda, sabes. Habría estado bien.
—Así que te gusta recordármelo. —El humor baila en su mirada y mi
estómago da una voltereta—. Hoy estás probando algo nuevo.
Arrugo la nariz.
—¿Qué?
—Tu cabello. —Su mirada se posa en los rizos sueltos que caen por
mis hombros y luego se desliza por mi cuerpo. Tan lento y meticuloso,
como si lo hubiera visto todo antes. Siento un escalofrío y la piel de
gallina me recorre los brazos. Se aclara la garganta y desvía la mirada
antes de volver a encontrar mis ojos.
—Está suelto. Me gusta.
Se me calienta el pecho, la garganta y... Dios mío. ¿Me estoy
sonrojando?
Súbitamente incómoda, pongo los ojos en blanco.
—Solo es cabello, Easton. No seas raro.
Se ríe. Se ríe de verdad. Por algo que he dicho. Es un estruendo bajo,
y... ¿qué coño me está pasando? Esta sensación es caliente e incómoda,
pero el pensamiento se transforma con el sonido áspero de su risa
deslizándose entre mis piernas y encendiendo una llama.
—Es un cumplido. No tiene por qué ser raro.
—Pues lo es. —Me froto los labios y miro hacia otro lado—. De
todos modos, solo quería encontrarte para... para...
—¿No darme las gracias?
—Exactamente.
Una esquina de su boca se mueve.
—Porque estás bien.
—Claro.
—Me alegro que hayamos aclarado eso.
—Sí. —Sintiéndome extraña, giro sobre mis talones y comienzo a
irme, pero su voz envuelve mi cuerpo y me detiene.
—Nos vemos en la fiesta.
Me doy la vuelta.
—¿Mañana por la noche? ¿Vas a ir?
—Por supuesto.
—Odias las fiestas.
—Tú también.
Mis labios se separan con sorpresa. Es imposible que lo sepa. Es
imposible que pueda ver a través de mí tan fácilmente.
—A todo el mundo le gustan las fiestas. Bueno, a todos menos a ti.
—A ti no. A mí no. —Se acerca un paso más hasta que nos separan
unos centímetros, y yo intento no inclinarme hacia él—. Te conozco
mejor de lo que crees. —Su voz baja—. Sé lo que te gusta.
Un hormigueo recorre mi cuerpo cuando vuelvo a recordar mi
fantasía favorita a altas horas de la noche, la de sus manos sobre mi piel.
—¿Y qué me gusta, Easton?
Se inclina un poco más, tan cerca que su calor corporal me envuelve.
Pasa su lengua por el labio inferior, y su aliento, me hace cosquillas en el
oído. Los latidos de mi corazón descienden entre mis muslos, y estoy tan
caliente que no sé qué haría si él me tocara ahora mismo. Probablemente
ardería en llamas.
—El jugo de naranja.
Me rocía con agua fría y mis ojos se dirigen a los suyos.
—¿Jugo de naranja?
Enarca una ceja y da un paso atrás.
—¿Esperas algo más?
—Yo… —empiezo, nerviosa—. No. No lo sé. ¿A quién no le gusta
el jugo de naranja?
—Claro, jugo de naranja y fiestas. Tú sí que sabes cómo integrarte.
Me río, pero enseguida me lo trago. Esto es raro, y quizás la
conversación más larga que hemos tenido. Me siento... nerviosa.
Nerviosa. Mareada. Como si hubiera pájaros diminutos buceando en mi
estómago.
—Hoy estás muy seguro de ti mismo.
—Siempre estoy seguro de mí mismo. —La seriedad de su voz me
sorprende. Entrecierra los ojos y se frota la nuca—. Es a ti a quien
todavía estoy tratando de entender.
Levanto la barbilla.
—Creía que me conocías.
—Mejor de lo que crees. Todavía no lo suficiente.
La incertidumbre zumba en el aire. Lo miro fijamente por un
momento y él me devuelve la mirada. El cabello se le está poniendo
largo, rozando la punta de las orejas. Quiero pasar mis dedos por él.
Quiero fingir que puedo hacerlo. Somos hermanos, con o sin sangre.
Easton es puro, y yo soy una chica paranoica con un Mercedes rayado.
Pero por un momento, me permito fingir.
Me muerdo el labio inferior como una adolescente normal enamorada
y digo:
—Bueno, supongo que tendrás que seguir intentándolo.
Dando vueltas, me alejo con confianza y compruebo que nadie está
mirando.
Entonces lo hago.
Sonrío.
Capítulo 16
Eva

Catorce años

—Oh, Dios mío. ¿Está llorando? —Beverly se ríe—. ¿Estás llorando,


pequeña? ¿Necesitas a tu mami?
Olfateo, con las mejillas encendidas.
—Solo devuélvelo. Me he ganado cada céntimo.
—Te has ganado cada céntimo gracias a mí. Nadie sabría de ti si no
te hubiera dejado entrar en nuestra calle en primer lugar. Nunca olvides
eso.
—No lo entiendes. —Mi voz se quiebra. Niña estúpida. Ya no
lloras—. Necesito ese dinero.
Ella resopla, contando el dinero.
—¿Crees que mis chicas y yo lo necesitamos menos que tú? ¿Somos
más sucias? ¿Es eso?
—No. —Sacudo la cabeza—. No es eso lo que estoy diciendo. Solo...
al menos déjame guardar lo suficiente para el autobús. Por favor, Beverly.
Ella arquea una ceja.
—¿Por favor?
—Haré lo que sea.
Un par de mujeres que permanecen en la acera se ríen.
Apoyada en la pared pétrea con un cigarrillo entre los dedos, Cindy
asiente hacia mí.
—Vamos, deja que la chica suba al autobús, Bev.
Un ceño fruncido oscurece los ojos hundidos de Beverly.
—¿Estás sustituyendo a Mónica o algo así? ¿Vas a dejarme como
hizo ella también?
Cindy mira hacia otro lado. Da una calada a su cigarrillo.
La desesperación me pesa como si estuviera atrapada bajo un edificio
derrumbado. Tres semanas. Han pasado tres semanas desde que escuché
la música. Desde que sentí algo de calor. No aguantaré otra noche sin
ella.
Beverly da un paso hacia mí, luego otro.
No me inmuto.
No se detiene hasta que sus dientes cariados están al frente y en el
centro.
—Siempre te escabulles en la noche. ¿Qué tiene de importante este
viaje en autobús? Sabes que te pierdes los mejores trabajos, ¿no?
Mantengo la boca cerrada. Cualquier cosa que diga me meterá en
problemas.
—¿Tienes un Sugar Daddy del que no sé nada?
—¿Qué? No. Lo juro.
Sus ojos se entrecierran, y conozco esa mirada. Ya ha tomado una
decisión.
—Te diré algo, princesa. Si renuncias a tu viaje en autobús, te dejaré
quedarte con el dinero.
Mi corazón se acelera contra mi caja torácica. Se me acaba el tiempo.
Tengo minutos hasta que llegue el autobús.
—No puedes hacer eso. Me lo he ganado. Yo decido lo que hago con
él.
Se ríe.
—Otra vez no. —Entonces, su risa se detiene abruptamente, y sus
ojos azules se vuelven fríos como el hielo—. Yo soy la razón por la que
tienes dinero, y soy la única que decide algo por aquí. ¿Lo entiendes?
Aprieto los dientes, pero la expresión no oculta la humedad de mis
ojos.
—¿Lo entiendes? —Su aliento podrido golpea mis fosas nasales—.
Cuando elegiste esta vida, también me elegiste a mí.
Un estallido de amarillo en la oscuridad atrae mi mirada hacia la calle.
El pánico se agita en mi pecho, frío y rápido.
—De acuerdo —digo finalmente—. No más viajes en autobús. Solo
dame el dinero.
Beverly mira por encima del hombro al autobús que se acerca y niega
con la cabeza.
—Lo tendrás mañana. Al menos una parte.
—No puedes hacer eso. Nunca dijiste que tendría que esperar.
—No soy estúpida —dice ella—. Reconozco a un mentiroso cuando
lo veo.
El autobús pasa junto a nosotros y se detiene en el banco del final de
la manzana. Miro con anhelo cómo suben dos personas. Luego, las
puertas se cierran. Y se va.
Música. El calor. La esperanza.
Todo se ha ido.
—Buena suerte para llegar a tu Sugar Daddy esta noche.
No estoy prestando atención. Mi corazón está hueco, pero mis pies se
mueven.
—¿Qué demonios estás haciendo?
Uno tras otro, mis pies se mueven. Más rápido. Más rápido.
—¡Santo cielo, está persiguiendo el autobús!
Las risas resuenan en la calle.
—Los niños de hoy en día.
—¡Eso es, chica! ¡Ve a buscar a tu Sugar Daddy!
—¡Espera! ¡Dile que yo también estoy aquí!
El autobús desaparece, pero no me detengo. No es la primera vez que
recorro kilómetros a pie con la ropa rota y el estómago vacío.
Puedo hacerlo de nuevo.
Durante kilómetros, camino, viendo cómo se oscurece el cielo. Mis
pies se ampollan y sangran, pero me aferro a la esperanza que pronto se
entumecerán. Conozco estas calles como la palma de mi mano, y no
dejaré de moverme. El truco es no mirar demasiado lejos. No centrarse
en lo que queda por recorrer. Concéntrate en un paso a la vez, y llegarás
a tu destino.
Siempre.
Eso es lo que me digo a mí misma. Cuando cruzo la calle, un paso
más. Cuando me arden las plantas de los pies, un paso más. Cuando mi
entorno se desdibuja en formas extrañas. Un paso más. Cuando soy un
montón de huesos que tiemblan… un paso más. Cuando me siento tan
ausente como un fantasma…
Uno.
Un paso más.
Un Paso.
Apenas me doy cuenta que el sol está saliendo cuando llego a la casa.
Todo lo que sé es que lo hice. He llegado a la música. Me ahogo en un
sollozo. Voy a estar bien. Tengo que estar bien.
Estoy desconectada de mi cuerpo mientras me lleva por la hierba. Es
como si flotara. La tierra se inclina debajo de mí, el cielo da un vuelco y
no sé si mi corazón sigue latiendo.
Lo último que veo es su cara. El chico que hace música triste.
Se inclina sobre mí como un ángel. Su cálida mano se desliza bajo mi
cuello. Me mira a los ojos.
Entonces, mi mundo se desvanece en negro.

Me duele la cabeza, tengo los párpados pegados y el dolor de


garganta es como si hubiera tragado cenizas.
—En mi patio trasero, por el amor de Dios. —Es una voz de mujer—.
El Dr. Aguilar acaba de salir. Sí, por supuesto. No, no, ha dicho que se
pondrá bien después de descansar e hidratarse.
¿Quién? ¿Quién estará bien?
—Bueno, intente llamarlo de nuevo. No pares hasta que lo consigas
—Pausa—. Lo entiendo perfectamente, Sasha. Quizá sea hora que
recuerdes quién es su mujer.
Intento abrir los ojos, pero no se mueven. Me pesan los miembros y
me siento como si estuviera tumbada en el fondo de un pozo con el eco
de la oscuridad y una voz chillona que entra y sale.
—¿Qué casa, David? Nadie sabe quién es ella. No hay ningún
registro de ella. Es como si fuera un fantasma.
Un fantasma...
El sueño tira de mi conciencia, y me deslizo más profundamente en
el pozo. Está oscuro. Tranquilo. Seguro.
No sé cuánto tiempo estoy perdida en las profundidades antes que las
voces me saquen de nuevo a la superficie.
—Es preferible a meterla en el sistema, ¿no? —Silencio—. Bueno,
Vincent volverá a casa, estoy segura de ello. Será como cuando
adoptamos a Isaac. ¿No recuerdas cómo fue eso? Vincent estaba en casa
todo el tiempo. Éramos una verdadera familia.
Una familia.
—Podemos ser como una familia de nuevo.
Familia.
—¿Un tiempo? Mencionó que quería una hija, ¿recuerdas? ¿Después
de tener a Isaac? No, sé que eso fue hace años, pero… —Más silencio—.
Silencio. Volverá a funcionar, Becky. Lo hará. Porque tiene que hacerlo,
maldita sea. No es posible que me haga pagar por cometer un error por el
resto de nuestras vidas.
Silencio, silencio, silencio...
—Porque... porque es mi última esperanza.
Dormir nunca ha sido tan agotador.

Mis ojos se dirigen hacia arriba, hacia abajo. A la izquierda, a la


derecha. La habitación es tan limpia y blanca que, por un segundo,
imagino que es el Cielo. Pero entonces recuerdo que las chicas sucias
como yo no vamos al Cielo. Un temblor sacude mi cuerpo y me siento en
la gran cama mientras me aferro a una suave manta.
¿Dónde estoy?
¿Qué ha pasado?
¿Qué he hecho?
La puerta se abre y aparece un rostro familiar. Ojos curiosos, cabello
castaño desordenado y dos hoyuelos en las mejillas. Es el chico de la
ventana.
Está diciendo algo, pero las palabras se ahogan bajo los feroces
latidos de mi corazón. He cometido un error. Un error mortal. Me van a
encontrar. Él va a encontrarme.
Manos peludas. Gritos estrangulados. Sangre, sangre, dolor y sangre...
El chico sale de la habitación y, segundos después, reaparece con un
plato lleno de comida. El olor a tocino llega a mis fosas nasales y mi
estómago se aprieta dolorosamente.
No me muevo. No puedo. El miedo me rodea el cuello como una
serpiente, intentando asfixiarme. No puede encontrarme. Moriré antes
que me encuentre.
—Está bien —La serpiente afloja su agarre, y yo inhalo una breve
bocanada de aire. El chico lo dice de nuevo. En voz baja, suave y lenta—.
No pasa nada.
Su voz coincide con sus ojos, dos cubos de suave y cálida miel.
—Ahora estás a salvo. Te lo prometo. Todo va a estar bien.
Me he dicho esas palabras muchas veces, pero nadie más me las ha
dicho. Un escozor comienza en la parte posterior de mis ojos.
Deja el plato en la mesa auxiliar junto a un vaso de agua y pregunta:
—¿Cómo te llamas?
Le miro fijamente.
Una comisura de sus labios se levanta.
—Es solo un nombre. Algo para llamarte.
Algo para llamarme.
Princesa...
El sabor de la bilis golpea mi lengua, y me doy la vuelta.
—No pasa nada. No tienes que decírmelo —Su cabeza cuelga hacia
abajo, luego se frota la nuca antes de encontrar mi mirada de nuevo—.
Me llamo Easton.
Easton.
Me mira y me siento... esperanzada.
Confortable.
Segura.
Abro la boca para hablar, pero el dolor me atraviesa la garganta y una
voz áspera sale de mis labios.
—Ev… —Me estremece la ternura—. Eva… —Evangeline. Me
llamo Evangeline.
—¿Eva?
Eva. Nunca nadie me había llamado así. Suena bien cuando lo dice.
Fuerte. Como alguien que quiero ser.
Asiento con la cabeza y él sonríe.
Este lugar, la comida, su sonrisa… no puede ser real. El consuelo me
pone un peso en el pecho y me aligera a la vez. Me arden los ojos. No
puedo llorar.
—Gracias —murmuro, cruzo los brazos y desvío la mirada hacia un
lado con la esperanza que se vaya antes que me humille.
Entiende la indirecta y se aclara la garganta.
—Vale, bueno, te dejaré un poco de espacio.
Asiento sin mirarle a los ojos.
Entonces, desaparece de la habitación y una parte de mí se
desmorona. Vuelve. No me dejes sola. Pero otra parte de mí, exhala un
soplo de alivio.
Unos instantes después, lo oigo a través de la ventana abierta. El
primer punteo de una cuerda de guitarra. He llegado a la música. Más
cerca de lo que nunca he estado. Excepto que no es cualquier música. Es
"Wild Horses". Las lágrimas resbalan por mis pestañas y bajan por mis
mejillas. Oigo la voz de mi madre con cada rasgueo. La música y su
recuerdo se mezclan para entrelazarse como la seda y acariciar mi alma.
Él no puede saber que es la canción de mi madre, pero imagino que
quien me trajo a esta habitación blanca del Cielo le hizo tocarla solo para
mí.
Lloro más fuerte.
Lloro durante tanto tiempo que dudo que vaya a dejar de hacerlo.
Capítulo 17
Easton

Quince años

Su piel olivácea parece más bronceada de cerca, su cabello más


oscuro y su cuerpo más pequeño. Mi ceño se frunce al verla dormir con
las huellas de las lágrimas aún en sus mejillas.
Me paso una mano por el cabello y me estremece el sentimiento de
culpa que me invade. Obviamente, quería estar sola; no creo que quisiera
que la viera llorar. Pero no puedo evitar comprobarlo cuando oigo que
sus lágrimas se detienen por fin.
Mi mirada se desliza hacia el plato lleno de comida que hay en la
mesa auxiliar. Todavía no ha comido nada.
Nunca había visto a nadie tan agotado. Estoy seguro que no quería
hacerla llorar. Solo quería hacerla sentir mejor, como la música me hace
sentir mejor a mí. En lugar de eso, lo arruiné todo.
Empujo una respiración más allá de mis labios.
Mi mirada se posa en sus ojos cerrados y un dolor me invade. No sé
por qué, por qué me duele mirarla. Por qué me tiemblan las manos al
verla de cerca. No sé nada de ella. Pero siento como si lo supiera.
Eva.
Un año es mucho tiempo para ver a alguien desde la ventana de tu
habitación. Para verla volver, casi noche tras noche. A veces, está tan
cansada que apenas logra cruzar el patio. A veces, no aparece en absoluto.
Pero cuando lo hace, siempre se esfuerza. Siempre llega al cobertizo.
Hasta anoche, al menos.
Eva.
—Easton.
Me sobresalto ante la voz de mi madre que viene de cerca de mi
habitación.
—Easton, ¿estás ahí?
—Jesús —gruño.
Lanzando una última y persistente mirada a Eva, salgo al pasillo y
cierro la puerta en silencio tras de mí.
Mamá cruza los brazos sobre el pecho, con el móvil en una mano,
como siempre, y estrecha los ojos.
—¿Qué hacías ahí dentro con esa chica?
—Esa chica tiene un nombre. Es Eva.
—Eva entonces —Mira hacia la puerta de Eva—. ¿Qué estabas
haciendo con ella?
—Exactamente lo que me pediste que hiciera.
—Te pedí que le llevaras algo de comida. —Mira su reloj—. Incluso
Sasha es más rápida que eso.
Pongo los ojos en blanco por su continua disputa con la secretaria de
mi padre.
—Solo estaba comprobando cómo estaba. ¿Ya has terminado? Tengo
cosas que hacer.
Me sostiene la mirada, y su tacón da un golpe reflexivo en el suelo.
Creyendo que la conversación ha terminado, me muevo para rodearla,
pero su forma rígida me bloquea el paso.
Levanto una ceja.
Sus labios pintados de rojo se afinan.
—Esa chica —señala la puerta de Eva—, no formará parte de tus
salvajes escapadas.
—¿Escapadas? —Mi mandíbula se aprieta—. Fueron unos pequeños
incidentes, mamá.
—¿Pequeños incidentes?
Desvío la mirada porque incluso yo sé que estoy restando
importancia.
—¿Recuerdas la vergüenza que has traído a esta familia?
—Has sacado el tema tantas veces, ¿cómo podría olvidarlo?
Sé que mis acciones del invierno pasado fueron estúpidas, y si
pudiera retirarlas, lo haría sin pensarlo. Poco a poco empiezo a aprender
que ya nada llama la atención de mi padre.
Las mejillas de mamá se enrojecen de irritación.
—¿No te bastó con emborracharte obscenamente? No —resopla—.
Solo tenías que bañarte desnudo con esa Kristy…
—Britney —corrijo.
—¡Y eso fue después que me enterara por la alcaldesa, que
casualmente es su madre, que te atraparon con los pantalones abajo en la
habitación de Britney!
No fue mi mejor momento…
—El caso es que hay fotos de ustedes dos saltando desnudos en
nuestra piscina que todavía circulan por internet. Y tú derribaste mi
escultura de hielo del cisne. —Sus ojos se estrechan peligrosamente—.
Menuda fiesta de Navidad de los Rutherford, ¿no crees? ¿Cómo voy a
conseguir que alguien se presente este año?
Suspiro.
—Ya he dicho que lo siento. ¿De acuerdo? Lo siento.
Ella solo me mira fijamente, así que me muevo para rozarla, pero su
respuesta me detiene en seco.
—Enviaré a Eva lejos, Easton.
Compongo mi expresión antes de girarme hacia ella.
—Acaba de llegar hace unas horas.
—Sí. —Ella cierra lentamente la brecha entre nosotros—. Y seguirá
aquí… mientras tú te mantengas alejado de ella.
Abro la boca para discutir, pero con los ojos puestos en su teléfono,
se me adelanta.
—Es una chica bonita, cuando no está sucia. El tipo de chica guapa
que podría meter en problemas a chicos como tú. Lo último que necesito
es que se acerquen y creen más chismes. —Golpea la pantalla y
murmura—. Ya me imagino la próxima portada de la prensa
sensacionalista. Por no hablar que un escándalo entre ustedes dos echaría
por tierra toda la razón por la que la acogimos en primer lugar… —
Cierra los ojos, se lleva los dedos a las sienes y suspira—. No importa.
Eso no viene al caso.
—¿Qué demonios quieres que haga, mamá? —me burlo—. ¿Fingir
que no existe?
Sus ojos se dirigen a los míos.
—¿Sabes qué? Es una gran idea. Ya estoy bastante estresada sin tener
que preocuparme por esto. Si hablas con la chica, la enviaré a vivir con
tu tío Perry en California. ¿Entiendes?
Un calor al rojo vivo se extiende por mi pecho.
—¿Perry? ¿Hablas en serio?
Me mira fijamente, muy seria.
Esto es una puta locura.
—No puedes hacerle eso. Perry es un completo asqueroso. Después
de todo lo que debe haber pasado...
—Será alimentada. Tendrá un techo sobre su cabeza. Estará bien,
Easton, pero si te preocupa tanto, simplemente mantén la distancia y no
habrá necesidad de preocuparse.
Mi voz es apenas contenida.
—Un poco dramático, ¿no crees?
—No, no lo creo. Eva no es una chica cualquiera del colegio. Una
vez que su adopción haya finalizado, será tu hermana. ¿Entiendes el
significado de eso? No dejaré que tú, o ella, liguen más escándalos a
nuestro nombre.
Desvío la mirada, tratando de ignorar el malestar que se instala en mi
pecho. Mi hermana. Todo el peso de eso me golpea ahora.
—No sabes si la adopción saldrá adelante. Probablemente tenga a
alguien buscándola. Los padres, o algo así.
Mi madre parpadea.
—No tiene a nadie. En cuanto a los registros, no existe. Pasará, y
cuando lo haga, será legalmente mi hija, tu hermana pequeña. Si me
entero que alguno de ustedes está tramando algo, lo que sea, estará en el
primer avión a California. Te lo puedo prometer.
Se me contrae la garganta y mis ojos gritan con todo lo que no puedo
pasar por mis labios.
—Ella no es una carga. No puedes enviarla.
Por primera vez desde Navidad, la expresión de mi madre se suaviza.
Exhala y deja que sus brazos se relajen a los lados.
Su voz es mantequilla. Mantequilla cruda, líquida y resbaladiza.
—Easton, querido. Admiro que te importe. Lo admiro. Pero necesito
que confíes en que esta chica es importante para el futuro de nuestra
familia. Si realmente quieres lo mejor para ella, lo mejor para todos
nosotros, mantendrás un grueso muro entre los dos en todo momento.
Se acerca y me da una palmadita en el brazo. No me atrevo a
encogerme de hombros.
—Eso es todo lo que pido, cariño. ¿Es mucho pedir?
El corazón me late en el pecho cuando mi madre me rodea y
desaparece por el pasillo. Suena su alegre voz tomando una llamada,
pero no puedo escuchar más allá del zumbido en mis oídos.
¿Es realmente mucho pedir?
Durante un año, la he observado.
Y ahora, eso es todo lo que haré.
Capítulo 18
Eva

Quince años

Música a todo volumen, manos que se mueven y un olor a cerveza


que no tiene límites.
Es solo una fiesta, me digo a mí misma mientras me alejo hacia la
sala de estar. Mi primera fiesta. No es gran cosa. Por una vez, solo hay
que ser normal.
Un chico rubio del otro lado de la sala me ve y asiente con la cabeza.
Carter algo. Un estudiante de segundo año, un año mayor que yo. Le
devuelvo el saludo y él sonríe antes de decirle algo a la persona que tiene
delante.
Eso fue fácil. Puedo hacerlo.
Alguien choca con mi hombro y jadeo cuando la bebida que tiene en
sus manos me cae en la camisa.
—¡Mi culpa! —grita el tipo por encima de la música. Se gira de lado
para pasar junto a mí, teniendo que deslizarse entre las hordas de cuerpos
que nos rodean. Su pecho roza mi hombro en el proceso, y yo me tenso.
Mi pulso se acelera. El suelo se inclina.
—¿Estás bien? —me pregunta, mirándome divertido.
Le devuelvo la mirada porque no consigo que mi garganta funcione
mientras él está tan cerca. ¿Lo sabe? ¿Sabe lo que he hecho? ¿Lo que he
dejado que me hagan? Su hombro sigue tocando el mío, y el contacto se
siente como si las hormigas de fuego me mordieran bajo la piel.
Contengo la respiración mientras lucho contra el impulso de apartarlo.
—Eh, vale... Nos vemos —Sacude la cabeza y se marcha.
Mis pulmones se liberan e inhalo. Bueno, eso ha ido de maravilla.
Me encogí de hombros y me alejé de la multitud avergonzada.
Contrólate, Evangeline.
Deja de ser un bicho raro.
Es entonces cuando lo veo. Easton Rutherford. Está sentado en el
sofá, recostado, con las piernas abiertas cómodamente. Un grupo de
chicos le rodea, algunos de ellos hablan animadamente por encima de los
demás. Un pequeño resplandor se enciende en mi pecho y no puedo
apartar la mirada.
Han pasado dos meses desde que sus padres obtuvieron el permiso
para acogerme. Me he dado cuenta que me observa, pero como aquel
chico que derramó su bebida en mi camisa, me atraganté y me puse rara
cuando se acercó.
Lo odio.
Pero esta es mi primera fiesta, un nuevo comienzo. He pensado
mucho en cómo voy a hablar con él esta noche. Incluso he practicado en
casa frente al espejo. Puedo ser normal. Sé que puedo. Al menos eso
espero.
Inspirando profundamente, echo los hombros hacia atrás. Es ahora o
nunca.
Justo cuando doy un paso en su dirección, una chica que he visto en
el colegio, Whitney, se cruza delante de mí y se acerca al grupo de chicos.
No sé lo que dice, pero les hace reír. He hecho muchas cosas con chicos...
pero nunca los he hecho reír. Doy un pequeño paso atrás.
Carter vuelve a captar mi mirada. De camino a la cocina, inclina su
vaso rojo Solo hacia mí. Me esfuerzo por sonreír. Me guiña un ojo antes
de desaparecer detrás de la pared de la cocina y me recuerdo a mí misma
que puedo hacerlo. Eso ayuda. Al menos hasta un segundo después,
cuando un tipo al que no reconozco se interpone en mi camino.
—Hola, guapa —Es mayor, quizá tenga dieciséis o diecisiete años—.
Pareces un poco tensa. ¿Quieres un trago?
Sacudo la cabeza. Me froto el brazo.
—Estoy bien.
Desliza su lengua por los dientes, mirándome de arriba abajo, y
conozco esa mirada. La conozco bien.
—¿Estás segura?
—Sí —Empiezo a alejarme, pero él iguala mi paso a mi lado.
—Pareces una chica que podría relajarse.
Le lanzo una mirada fulminante y él se ríe.
—Oye, no, no es así. Me refería a un baile. Parece que sabes bailar.
Apuesto a que un poco de alcohol te ayudaría a calmar los nervios.
Doblo una esquina y entro en un pasillo repleto de parejas que se
besan contra las paredes. Unas ráfagas de frialdad me invaden mientras
intento evitar tocar a alguno de ellos.
—No bebo.
—Entonces, eres una zorra y una virgen. Lo entiendo.
Mi respiración se intensifica, el ritmo se acelera.
—Para.
—¿Parar qué?
—De seguirme.
Se ríe.
—Pero eres tan fácil de seguir.
Dulce.
Delicada.
Dócil.
—¿No sabes que a los chicos les gusta la persecución? Es la mitad de
la diversión, especialmente con una chica como tú.
Una chica tan buena y dulce.
Mi voz se endurece.
—He dicho que te alejes de mí.
—No creo que lo digas en serio. Creo que quieres que alguien te haga
pasar un buen rato. Como aflojar —Su mano recorre la parte baja de mi
espalda, y me retuerzo dentro de mi propia piel—. Toda buena chica
tiene un lado sucio.
Él lo sabe.
Ellos lo saben.
Un baño. El baño. Mis manos encuentran el pomo y abro la puerta de
un tirón antes de tropezar con mis propios pies para entrar. Cierro la
puerta y oigo risas al otro lado de la misma.
—Muy bien, Virgen María —grita—. Nos vemos luego.
Silencio. Nada más que mis pensamientos y el golpeteo de la música.
Apoyada en la puerta, cuelgo la cabeza y aprieto los ojos. ¿Por qué
es tan difícil? Estúpidas, estúpidas lágrimas. ¿Por qué sigo dejando que
me controle después de todo este tiempo?
Solo lo quiero fuera de mí. De mis poros, de mi cuerpo, de mi cabeza.
Me desgarro los brazos con las uñas, tiro de la piel, como si pudiera
sacarle a él y a todos los demás.
Doy un respingo cuando llaman a la puerta.
—¿Hola? Tengo que orinar.
Basta, basta, basta.
Me limpio los ojos, me echo agua en la cara y giro el pomo.
—Gracias a Dios —dice la chica mientras pasa por delante de mí,
borracha.
Cuando vuelvo a encontrar a Easton, todavía en el sofá, todo mi
cuerpo se afloja. Estoy bien. Estoy a salvo.
Soy Eva.
Miro los zapatos nuevos que María ha puesto delante de mi puerta
esta mañana y vuelvo a mirar a Easton. No he venido aquí para nada.
Voy a hacerlo. Hablar con él. Finalmente, levanto la barbilla y me dirijo
hacia él.
Él levanta la vista y nuestras miradas se conectan. La habitación se
queda en silencio, o tal vez solo en mi cabeza. Easton me sostiene la
mirada mientras me acerco más y más. Su confianza es tan fácil que es
contagiosa, y se refleja en mí con cada paso que doy. Y entonces, estoy
de pie frente a él.
Aquí no pasa nada.
—Hola...
El cabello rojo se balancea en mi línea de visión, y Whitney se
inclina sobre él. Sus brazos rodean su cuello, los labios carmesí le
susurran algo al oído. No puedo ver su cara, pero sus dedos se posan en
su cintura. Él se levanta y su mano cubre la de ella.
Así de fácil, se ha olvidado de mí.
La lleva por el salón, de la mano, mientras susurran quién sabe qué y
se miran intensamente a los ojos. El pulgar de él le roza la mejilla antes
de salir por la puerta. Se van de la fiesta. Juntos.
El corazón se me desploma hasta el fondo del estómago.
Estoy en la casa de un desconocido, rodeada de música molesta,
manos tanteando y desesperación, y mis ojos se llenan de lágrimas como
la estúpida niña que me dije que no volvería a ser.
No dejaré que mis lágrimas caigan.
No esta vez.
Nunca más.
—Ahí estás, Virgen María.
El vello de mi nuca se eriza. Su mano viscosa me agarra por la
cintura.
Deja de tocarme.
El contacto invasivo me infecta como un virus. No puedo soportarlo:
el miedo, la incomodidad, el resentimiento, todo lo que hay dentro de
mí...
Sal.
Sal de mí.
—¿Lista para mostrarme lo sucia que eres realmente?
He estado con muchos chicos desde aquella noche de hace casi dos
años, pero solo he tenido sexo con uno. El que me lo robó. El que me
rompió. El que me dijo lo que era y lo que iba a ser. Aquella noche se lo
llevó todo. Y es mi dueño desde entonces.
Que se joda.
Que se jodan todos.
—Jimmy, aléjate de una vez —El imbécil levanta las manos en señal
de rendición y retrocede. Un par de ojos azules familiares se fijan en los
míos. Carter—. Oye, ¿estás bien?
Lo miro fijamente.
Se aparta el cabello rubio de la cara y mira por encima del hombro.
—No te preocupes por Jimmy. Es todo ladrido, nada de mordida.
Sigo hacia donde ha mirado y encuentro a Jimmy ya perdido en una
conversación con otra chica, pero la visión no me hace olvidar la
suciedad que me ha dejado. Se hunde más, y más, y más.
Fuera, fuera.
De mi piel.
De mis huesos.
De mi pecho.
—No volverá. Lo prometo —Los labios de Carter se curvan, y mis
ojos caen para examinar su sonrisa. Por la forma en que me mira, es
como si fuera una chica más en la fiesta. Como si fuera normal. No ha
intentado tocarme, lo que lo hace tolerable. Puedo decir que tiene
experiencia, que sabría qué hacer. Sabría cómo hacer que desaparezca.
Creo que lo necesito para que desaparezca.
Mis respiraciones son más rápidas.
Uno.
Dos.
Tres.
Contar no me quita los nervios, pero aun así, sostengo la mirada de
Carter como un láser en un objetivo.
Esta noche, estoy reclamando mi virginidad y entregándola en mis
términos. Esta noche, el pasado ya no me pertenece.
Ahora soy Eva. Y yo tomo las decisiones.
Finalmente, mis labios se curvan hacia atrás.
Capítulo 19
Eva

Presente

Los puños se agitan cuando me acerco a la casa de Marco. Doy un


paso al costado para evitar a los dos tipos que se tiran del porche y caen
al césped.
Pongo los ojos en blanco. Idiotas.
Subo los escalones y me abro paso entre la multitud para llegar a la
puerta. Por mucho que los cuerpos sudorosos y los ruidos fuertes me
molesten, no puedo evitar el revoloteo en mi estómago. ¿Así es como se
sienten las mariposas de verdad?
Easton se empeñó en decirme que estaría aquí esta noche. Después de
hablar, bromear, coquetear. No sé lo que se supone que viene después,
pero al menos una fiesta es lo suficientemente concurrida como para
perderse entre la multitud. Lo suficientemente ruidosa como para ser
discreta. No es que tengamos que ser discretos... ¿o sí?
Me quito la chaqueta, me la anudo a la cintura y recorro con la
mirada el abarrotado salón. Segundos. Tardo segundos en localizarlo.
Easton está apoyado en la pared, con un tobillo cruzado sobre el otro
y la mano en el bolsillo. Whitney está a su lado, riéndose de algo que ha
dicho Zach. Mira por encima de su hombro para observar la habitación, y
es entonces cuando me ve.
Su ceja se arquea, un desafío bailando detrás de sus ojos.
Le devuelvo la mirada.
No estoy aquí para empezar una mierda. He venido porque es una
fiesta. Y quizás porque Easton dijo que estaría aquí. Aunque ahora no sé
qué demonios espero. ¿Qué volvamos a coquetear? ¿Qué olvide que es
mi hermano? ¿Qué tiene novia? ¿Qué se olvide de quién soy yo?
¿Olvidar todas las noches que la niña sucia y dañada se coló detrás de su
casa? ¿Qué coño me pasa?
Como si Whitney me leyera la mente, sonríe, se vuelve hacia Easton
y desliza una mano por su pecho.
Él la deja.
Dando vueltas, enrosco los dedos en las palmas de las manos.
Tal vez nuestra conversación de ayer significó una mierda. Ayer,
cuando me reí, cuando me sonrojé. Quizá todo eso signifique una mierda.
La vergüenza me inunda y la cena amenaza con subirme por la garganta.
Es mi primera fiesta de nuevo.
Tragándome el amargo escozor del rechazo, me dirijo perezosamente
a la cocina.
—Hola, guapa 4 —dice Marco desde detrás de la isla—. Sé
exactamente lo que necesitas —Me prepara un refresco de vodka y
desliza el vaso rojo por la encimera de mármol.
—Gracias —Lo tomo, me llevo el vaso a los labios y hago como que
bebo un sorbo. Él sonríe y mira detrás de mi espalda para tomar el
pedido de otra chica. Espero a estar en el baño para tirar el vodka por el
4 Español original.
desagüe y sustituirlo por agua del grifo. Es un arte, hacer que parezca
que estoy bebiendo de verdad.
Al salir del baño, encuentro a Whitney conversando con Easton. Las
palabras son silenciosas, pero algo parece... inestable. ¿Una disputa de
amantes, tal vez? Los ojos de Whitney se dirigen a mí, se detienen y se
estrechan. Por su expresión, un comentario sarcástico pide salir de sus
labios, pero aparentemente, la llamada de la naturaleza es más fuerte. Sin
decir nada, pasa junto a mí y cierra la puerta del baño tras ella.
Entonces, me encuentro cara a cara con Easton. Su mirada se dirige
al vaso de alcohol que tengo en la mano y luego vuelve a mirar mi cara.
Parpadeo lentamente y doy un refrescante sorbo.
Después de un largo y sofocante momento de silencio, señala con la
cabeza la sala de estar, donde ha estallado otra pelea.
—Deberías irte —dice lo suficientemente alto como para que se oiga
por encima de la música—. Solo es cuestión de tiempo que aparezca la
policía.
—Tengo curiosidad, ¿tienes folletos de tu servicio de canguro, o
todavía se está trabajando en marketing?
No parece divertido. De hecho, un pequeño músculo de su mandíbula
se mueve.
—¿Todavía se está trabajando entonces? De acuerdo —Poniendo los
ojos en blanco, le empujo y mi hombro roza su brazo. La electricidad
chispea y se extiende por el contacto.
—Eva —Su voz me toca el oído, el cuello y el alma—. Hablo en
serio.
Reprimiendo un cálido escalofrío y continúo por el pasillo.
—Te llamaré un Uber, lo que sea. Solo vete a casa. Estás bebiendo.
¿Quieres que te arresten si aparece la policía? No vale la pena.
—El valor está en el ojo del que mira —digo, con la mirada fija hacia
adelante.
Se oyen gritos. Los cristales golpean la pared y se rompen, seguidos
de un grito digno de película. Dios, parece que el Club de la Lucha ha
invadido la fiesta.
Mis pensamientos se interrumpen cuando una mano me rodea la
cintura y me obliga a detenerme. Se me escapa una respiración
superficial. Su tacto no me provoca repulsión como el de los demás. Me
quema, me escama, me abrasa a través de la camiseta. Su pecho está a mi
espalda, su aliento caliente en mi mejilla.
—Vete a casa, Eva.
Antes de hablar me obligo a calmar mi voz.
—Claro, ¿así que tú y tu preciosa novia pueden quedarse, pero la
pobre Eva tiene que irse?
—¿Alguna vez me has oído llamarte pobre o pequeña?
Trago saliva. Inhalo.
—No.
—Entonces, ¿por qué no puedes escucharme cuando estoy tratando
de mantenerte a salvo?
Su agarre se afloja, deslizándose un centímetro por mi cintura. Todo
dentro de mí se tensa. No quiero que me suelte. Una parte inquietante de
mí quiere que me toque para siempre. Me balanceo hacia atrás hasta
apoyarme en él. Su cuerpo se pone rígido, pero no se aparta.
No se aparta.
—Ese es el problema —digo mirando fijamente al pasillo—. No
necesito que me mantengas a salvo. Yo...
—Bien —Es una caricia baja. Casi cariñosa—. Lo sé.
—Ahí estás.
Su calor desaparece tan rápido que casi tropiezo con un paso atrás.
—Te he estado buscando desde siempre. ¿Dónde has...? —Whitney
se detiene, finalmente me ve. Sus labios se separan y mira entre los dos.
Easton suspira y se pasa una mano por sus mechones desordenados.
—Ahora no, Whit —Ella se queda boquiabierta.
—Easton... no puedes hablar en serio.
Y me voy. Me escabullo silenciosamente, vuelvo a tirar mi agua y,
por una vez, deseo que sea algo más fuerte que me queme la garganta.
Debe ser agradable escabullirse realmente de vez en cuando.
—¡Chupitos, Chupitos, Chupitos! —estalla desde la cocina.
Parece que el Club de la Lucha ha huido del edificio.
Entro en la cocina y encuentro a Marco lamiendo un chupito de una
chica en la encimera, con la camiseta levantada para mostrar un sujetador
rojo de encaje.
Marco levanta la vista y se encuentra con mi mirada.
—¡Guapa! —Se limpia la boca y da una palmada en la isla—. ¡Sube
aquí!
Me río secamente.
—Sí, no.
Zach rodea con un brazo el cuello de Marco, con un vaso rebosante
en la mano. Me sonríe.
—¿Qué pasa, Eva? Me alegro de verte aquí.
Pongo los ojos en blanco, pero esta vez sonrío de verdad.
—No hay nada más elegante que los vasos rojos y los tragos en el
cuerpo.
—¿Vas a entrar en acción?
—No es lo mío.
—No se puede odiar a un chico por intentarlo —Borracho, sonríe, y
la mitad de su copa se derrama por la camisa de Marco.
—¡Qué mierda, hombre! —Marco lo empuja—. Esto es Armani.
Sacudo la cabeza y miro a través de los cuerpos ebrios, en la
habitación de al lado. Veo que Easton y Whitney siguen discutiendo.
Algo dentro de mí se rebela contra verlos juntos. Él no es suyo. No para
hablar, no para tocar, no para pelear. El sentimiento se enrolla y se infla,
y antes de saber lo que estoy diciendo, las palabras ya han pasado por
mis labios.
—Me apunto.
Las quejas sobre la camiseta de Marco cesan, y tanto él como Zach
me miran fijamente.
—No juegues conmigo. Mi corazón no puede soportarlo —dice Zach,
poniendo una mano en su pecho.
—Lo digo en serio, pero si tienes otras cosas que hacer… —Doy un
paso para irme.
—No —suelta Marco—. Muévete, Sabrina —Prácticamente empuja
al suelo a la chica que está sentada con las piernas cruzadas en la barra.
—Cállate, Marco. Ya me estoy moviendo —Sabrina salta de la isla y
me lanza una sonrisa—. Diviértete —dice antes de tomar la mano de su
amiga y marcharse.
Que se diviertan. Sí.
Mis ojos se deslizan hacia el mostrador y luego vuelven a Easton,
que no se fija en mí para nada.
Al menos, todavía no.
Agarrando el dobladillo de mi camisa, me subo la tela por encima de
la cabeza y la dejo caer sobre un taburete. Los silbidos estallan. Las
miradas tocan mi piel. Pero no me muevo hasta que siento la única que
quiero.
Ahí está.
Me subo a la barra y bajo lentamente sobre mi espalda. Un escalofrío
me recorre al sentir el frío del mármol, y la atención de Easton extiende
los escalofríos hasta los dedos de los pies. La cara de Zach aparece sobre
mí, y no puedo ignorar el alivio que siento al verlo a él en lugar de a
Marco.
Zach me guiña un ojo, notando que mis músculos se aflojan
ligeramente, y dice:
—Easton me va a matar.
El licor frío recorre mi estómago, acumulándose en mi ombligo.
Finjo que me relajo. Intento parecer tranquila.
—Dile que te obligué a hacerlo.
—¿Y cómo me salvará eso? Te juro que las cosas que hago para ser
un caballero...
Casi sonrío.
—Voy a entrar. Reza por mí.
Baja la cabeza. Suelto una respiración temblorosa. Es solo Zach.
Puedo hacerlo. Está a un centímetro de mi estómago cuando se hace a un
lado y aparece una cara diferente.
Carter.
Me agarro al borde del mostrador para levantarme, pero unas manos
ásperas encuentran mis caderas y me empujan de nuevo al mármol.
Luchar es inútil; ya estoy congelada, mi cuerpo se está solidificando en
un bloque de hielo. La lengua de Carter me toca el estómago. Sus ojos se
levantan para encontrarse con los míos, encendidos de triunfo y
satisfacción enfermiza, mientras lame y chupa el licor de mi piel.
De forma vergonzosa, Carter me conoce mejor que nadie. La noche
que le seguí, vio exactamente lo que soy. Me escuchó rogarle que fuera
más y más fuerte. Sin valor, sin esperanza, con las piernas abiertas, grité
en silencio que lo borrara, que lo borrara, que lo borrara todo. Él vio
mis lágrimas cuando me di cuenta que no podía quitarme el dolor.
Nadie podía quitármelo.
Mi pulso se acelera. Me sudan las palmas de las manos.
Un forcejeo hace que mis ojos crucen la habitación hasta donde la
mano de Whitney se enrosca alrededor del bíceps de Easton, con las uñas
rojas clavándose en su camiseta blanca mientras lo retiene.
Llámame puta, pero sus ojos ardientes en los míos es lo que quería.
Hombros rígidos por la tensión y una expresión hecha para matar. Todo
por mí. Vivo para que se fije en mí, para sentir el calor de su mirada.
Pero ahora mismo, no siento placer. Me siento como una mierda.
Whitney susurra en el oído de Easton, y él responde con un
chasquido, encogiendo la mano de ella de su brazo.
Finalmente, la lengua viscosa de Carter desaparece.
Ya está hecho. Se acabó. Estoy bien.
Los vítores suenan por toda la habitación y Carter se retira,
limpiándose la boca con el dorso de la mano, con su oscura mirada
puesta en la mía. Se me revuelve el estómago. Me deslizo fuera de la
encimera, agarro mi camisa y me dirijo al baño.
Temblando, me echo agua fría en la cara. No puedo dejar de temblar
aunque me diga a mí misma que estoy bien. Estoy bien. Estoy bien.
La puerta se abre y me sobresalto.
Easton entra. Me tropiezo con nada más que el fuego enfurecido de
sus ojos. Cierra la puerta tras de sí y no puedo moverme mientras se
acerca a mí, cada vez más. La furia, el arrepentimiento y el goteo de un
grifo que gotea llenan el baño. Se me agita la respiración cuando me
pone una mano en el cabello y me obliga a arrodillarme.
—¿Es esto lo que quieres? —exige, con una respiración tan rápida y
superficial como la mía—. ¿Ser utilizada?
Los latidos de mi corazón se inflan en mi garganta. Nunca he
experimentado este lado de él. La visión de él desde sus pies. Su fría ira
y su sólido agarre en mi cabello.
—¿Lo es?
No, quiero decir. Pero la verdad está atrapada en mi lengua, atrapada
en mi red de mentiras, y cuando abro la boca, el "Sí" que se escapa se
burla de nosotros dos.
Mentira, mentira.
El sonido de nuestra respiración se enreda y se ahoga bajo la música
tecno y el grifo que gotea.
—¿Es él en quien piensas cuando te tocas? —La pregunta sale en voz
baja, a regañadientes, como si la forzara en contra de su buen juicio.
Mi pulso se acelera tanto que no puedo pensar en ello. ¿Me ha visto?
Se agacha frente a mí y me echa la cabeza hacia atrás para que no
tenga más remedio que mirarle. El whisky se arremolina en un vaso.
Entonces sus labios me tocan la oreja y un suave gruñido me recorre la
columna vertebral.
—Ni siquiera sabes cuánto vales, ¿verdad?
Se me cierran los ojos y me tiemblan las rodillas. Sé exactamente
cuánto valgo: veinte dólares de cambio en un buen día. Nuestros pechos
se agitan al unísono, arriba y abajo, arriba y abajo. La ligera barba de su
mandíbula me hace cosquillas en la mejilla. Su calor se filtra por mi piel
y quiero envolverlo como una manta caliente. Quiero ahogarme en él y
no salir nunca a respirar.
Abro los ojos y me dejo llevar por las ganas. Le paso los dedos por el
cabello y por la nuca.
Se pone rígido y veo cómo sube y baja su nuez de Adán.
—Dime —susurro. La intensidad de su mirada me oprime el pecho—.
¿Cuánto valgo, Easton?
Su mandíbula se tensa y sus ojos se dirigen a mi boca.
—¿Lo suficiente como para tocarme? —la pregunta se escapa como
una burla, pero no lo es. Esas palabras son las más sinceras y vulnerables
que he dicho nunca. Con el corazón acelerado, arrastro una uña por la
vena de su cuello y, lentamente, me acerco. Tan cerca que mis labios
separados rozan los suyos—. ¿Suficiente para besarme?
Su mirada se fija en la mía, y aspira mis exhalaciones.
—No lo hagas. —susurra. Una advertencia. Una súplica.
—¿No qué? —Tal vez lo estoy manipulando. Tal vez sea la prueba
que realmente no lo merezco. Pero ahora mismo, mi corazón es de cristal,
y si me rechaza, se hará añicos. Mis labios rozan los suyos y, esta vez, mi
lengua sale para deslizarse por su labio inferior.
—Eva —gime como si le doliera. Sus dedos aflojan su agarre en mi
cabello, pero luego los enreda entre las hebras y me sujeta con más
fuerza.
Mis palmas se deslizan por su pecho y se enroscan en sus
abdominales. Es un horno, pero no puedo dejar de temblar.
—¿Soy lo suficientemente digna para que me toques de nuevo?
Suelta un suspiro, los abdominales se tensan bajo mis manos, y cada
palabra cortada es áspera en los bordes.
—Has bebido mucho. No sabes lo que dices —Entonces, su voz se
oscurece lo suficiente como para forzar mi mirada hacia la suya—.
Además, tienes muchos otros tipos para elegir, y te has asegurado que lo
sepa.
Frunzo el ceño.
—¿Son celos lo que detecto en tu voz, Easton Rutherford?
Sus ojos se entrecierran, pero no lo niega.
Quiero sentir satisfacción, pero no la siento. Aparte del calor de su
cuerpo, no siento nada. Si los celos fueran suficientes, me tocaría como
yo quiero.
—¿Quieres saber un secreto? —pregunto.
Un puño golpea la puerta.
Lo ignora.
—Ninguno de esos otros tipos me ha hecho correrme —Una vena de
su cuello se mueve, una y otra vez—. Por suerte, puedo cuidarme sola.
Otro golpe en la puerta.
—¡Oye, aquí hay una cola más larga que la Gran Muralla China!
¡Date prisa, joder!
—¿Quieres saber otro secreto?
Mira como las palabras pasan por mis labios, su pecho sube y baja
con respiraciones agitadas.
—Pienso en ti mientras lo hago.
Sus fosas nasales se agitan, sus ojos más oscuros que la noche.
Golpe.
—Cinco segundos, o te juro que voy a mear en el jacuzzi.
Poniéndome en pie, me alejo de él. Fingiendo que no me duele.
Fingiendo que es fácil.
Después de lanzar una mirada sucia al tipo que está al otro lado de la
puerta, atravieso el abarrotado pasillo con una tranquilidad que no siento.
Por dentro, no puedo dejar de temblar. Easton no es solo alguien a quien
quiero. Él es la tierra firme bajo mis pies. No sé por qué siempre ruego
que la sacuda como un terremoto de magnitud 10. Y esta noche, los
temblores me aterrorizan.
Capítulo 20
Easton
Golpe, golpe, golpe.
A unos metros a mi izquierda, las uñas postizas de mi madre golpean
la copa de vino que tiene en la mano.
Golpe, golpe, golpe.
Se ríe de algo que dicen Ken y Barbie, y el brazo de mi padre
alrededor de su cintura se endurece aún más.
Golpe, golpe, golpe.
Estas fiestas de aniversario se vuelven más y más pretenciosas cada
año. Al menos sirven como un frío recordatorio de por qué he elegido un
futuro diferente.
—Estoy seguro que un tipo brillante como tú puede ver de dónde
vengo, ¿verdad?
Mientras escucho vagamente al trajeado que tengo delante, asiento
con la cabeza y bebo un sorbo de agua. Sigue soltando cualquier
estupidez que crea que me va a impresionar, o mejor dicho, a mi padre.
Es una broma para él. Ganar puntos conmigo solo hará que mi padre le
tenga menos aprecio.
—Solía conocer al tipo, así que, por supuesto, tenía que ser algún
tipo de estratagema...
Desde el comienzo de esta farsa, hace treinta minutos, mi atención se
ha centrado en una cosa. La escalera de la sala de estar. Esperando a que
Eva baje.
—Y él entra, pareciendo alto y poderoso... ya sabes, como si fuera el
rey del lugar...
Ha estado evitándome desde la fiesta de Marco de hace dos noches.
Peor aún, es como si nada hubiera pasado. Como si no hubiera dicho las
cosas que dijo. Tocarme como lo hizo. Lamerme como lo hizo.
—Así que, de todos modos, decidimos montar un espectáculo, ver lo
duro que es realmente...
Un minuto después, la veo. Trago con fuerza, meto mi mano libre en
el bolsillo de mis pantalones grises. Es todo piernas y curvas con un
vestido negro ceñido, con una modesta chaqueta sobre los hombros. Sus
rizos sueltos y oscuros le cuelgan por encima de la cintura y sus labios...
rojos como el puto pecado. Con la cabeza alta, desciende con una mano
deslizándose por la barandilla. A mitad de camino, un tobillo se dobla
con uno de sus altos tacones y apenas se sostiene antes de tropezar. Mira
a su alrededor para ver si alguien la observa y, aparentemente satisfecha
de haber pasado casi desapercibida, endereza los hombros y continúa
bajando los escalones con elegancia.
Mis labios se crispan y doy un largo trago a mi copa.
—Así que, todo el tiempo, yo tenía razón, y el bastardo estupefacto
solo podía mirar...
Con los ojos puestos en Eva, le doy dos palmaditas en el hombro al
trajeado.
—Buena charla.
Me alejo y miro por encima del hombro hacia donde mis padres están
besando el culo a un cliente de toda la vida. Están enterrados en la
multitud de Kens y Barbies, claramente ocupados, pero la advertencia de
mi madre todavía me tortura. Sin embargo, no es suficiente para cambiar
mi destino.
No tengo que hablar con ella. Solo tengo que verla.
Mi mirada se estrecha, el paso se ralentiza, cuando alguien llega a
ella primero. Es joven y ostentoso, vestido con un traje blanco a rayas.
Uno de los becarios de mi padre, probablemente, y debe de ser tan
grande como parece. Cuando le dice algo a Eva, ella pone los ojos en
blanco, claramente no impresionada.
El idiota toma su rechazo como una señal para tocarle la cintura,
acercarse y susurrarle algo al oído. Eva le aparta la mano, pero eso no le
disuade.
Mi agarre se estrecha en torno al vaso que tengo en la mano. Observo
la habitación para asegurarme que mis padres siguen enfrascados en la
conversación. Cuando veo que lo están, de alguna manera consigo dar
pasos tranquilos y controlados en mi camino hacia Eva.
Me detengo junto a ella. Me pesa una advertencia en la lengua, pero
la mantengo encerrada tras los dientes apretados y le lanzo una mirada al
instrumento.
Me mira de arriba abajo antes de mirar a Eva.
—¿Estás aquí con él o algo así?
Pasa un camarero y Eva coge un vaso de agua con gas. Se lo lleva a
los labios.
—Se podría decir que sí.
Me mira con escepticismo ante la respuesta no comprometida de Eva.
—No parece serio...
—Piérdete —gruño.
Entendiendo la indirecta, levanta las manos en señal de rendición y
desaparece entre la multitud.
—Lo tenía controlado —dice Eva con frialdad.
—No siempre —le digo.
Me mira fijamente, con sus ojos oscuros deslizándose por mi cara. La
vulnerabilidad parpadea en los iris de color chocolate. El momento se
arrastra a cámara lenta y me aprieta el pecho. Entrecierro los ojos y abro
la boca para decir algo, lo que sea, pero antes que pueda pronunciar una
sola palabra, se da la vuelta y se aleja.
Con la mandíbula apretada, la sigo y le agarro la muñeca. Me mira de
nuevo, desde mi agarre hasta mi cara.
—Pareces… —Trago saliva y mi mirada se desliza por su cuerpo.
Joder.
Su expresión sigue siendo fría, pero un leve rubor sube por sus
mejillas.
—Estoy seguro que hay un libro de reglas que dice que los hermanos
no deben mirar a sus hermanas de esa manera.
—Viniendo de una chica que rompe todas las reglas.
Sonríe, una pequeña pero genuina curva de seductores labios rojos.
Siento esa sonrisa en mi pecho. Una torsión e hinchazón, y, Jesús, hay
algo malditamente malo en mí.
Un segundo después, cuando ve algo al otro lado de la habitación, su
sonrisa se apaga.
—Tengo que irme —murmura liberándose de mi agarre—. Ya sabes,
hay gente que ver y todo eso. Es una noche especial para los Rutherford.
Da un paso para irse, pero se detiene cuando le digo:
—Espera.
Una ceja oscura se levanta.
Me froto la nuca.
—Deberíamos hablar.
Mirando despreocupadamente alrededor de la habitación, dice:
—Si te sientes solo, hay mucha gente aquí con la que puedes hablar,
Easton.
Exhalando un suspiro, dejo caer mi brazo y deslizo una mano en mi
bolsillo.
—Me has estado evitando.
Se ríe ligeramente.
—Créeme, te acostumbras —Su mirada se aleja antes de encontrar la
mía de nuevo—. Nuestras habitaciones están a cuatro metros de distancia.
Podrías haber llamado a mi puerta en cualquier momento.
Frunzo el ceño, descifrando el tono nervioso de su voz.
—¿Por qué estás enfadada?
—No estoy enfadada —Fuerza una sonrisa, pero es todo dientes—.
Estoy de puta madre.
Aprieto la mandíbula y dejo mi vaso en la bandeja de un camarero
que pasa. Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, mi mano está
en la parte baja de la espalda de Eva, dándole un suave empujón para que
se mueva. Me mira por encima del hombro, pero cuando le devuelvo la
mirada, frunce el ceño y camina entre la multitud, mientras yo la sigo.
No debería tocarla, ni hablarle, y mucho menos en las inmediaciones de
mi madre, pero ya he cruzado muchas líneas en lo que respecta a Eva, y
ahora mismo están todas borrosas.
Caminamos hasta que la charla se reduce a un susurro. Entonces, nos
quedamos solos en el pasillo que lleva a la cocina trasera reservada a los
almacenes.
En el momento en que nos detenemos, Eva se gira. Sus ojos son
eléctricos, brillan con la ira y algo más que no puedo ubicar.
—No puedo retractarme de lo que dije, Easton —dice—. Tal vez te
incomode. Tal vez incluso te disgusta...
—¿Me disgusta? —El pulso me retumba en los oídos—. Jesús, Eva.
No tienes ni puta idea...
—No pudiste soportar mirarme durante el resto de la fiesta, y luego
te fuiste con Whitney. No soy Einstein, pero creo que eso es bastante
sencillo, ¿no?
Me acerco. Tan cerca que tiene que levantar la barbilla para sostener
mi mirada.
—¿Tienes idea de lo que te pasaría si alguien sospechara que hay
algo entre nosotros? —le susurro bruscamente—. ¿Si alguien nos viera
así?
—¿Así cómo, Easton? —Su respiración superficial me roza el cuello
y el calor me recorre hasta la ingle. El estrecho pasillo se acerca a
nosotros—. Solo somos dos hermanos hablando.
—No hagas eso —advierto en voz baja—. No después de la otra
noche. Después de todo lo que dijiste, todo lo que hiciste. Como dijiste,
no puedes retractarte.
Ella traga, y mi pecho retumba contra mis costillas, la contención se
estira. Un rubor sube por su garganta. Los labios rojos se separan
lentamente. El tenue aroma de su champú de lavanda se cuela en mis
pulmones, ahogándome.
Alguien toca mi mano.
—Ahí estás —ronronea Whitney. Entrelaza su brazo con el mío y el
contacto me llena de agua fría—. Bueno, esto es acogedor. ¿Interrumpo?
—Sí —respondo al mismo tiempo que Eva dice:
—No.
Me quito el brazo de Whitney del mío, con la mirada clavada en Eva,
que bebe su agua como si fuera un licor.
—Ya me iba.
—Probablemente sea una buena idea —dice Whitney—. Los papás
calvos tienen poca oferta ahí fuera. No querrás perder la oportunidad de
atrapar uno.
Mi mirada se dirige a Whitney como un látigo.
La expresión de Whitney es vacilante, pero desaparece en cuanto su
mirada vuelve a dirigirse a Eva.
—No te preocupes por mí, cariño —Eva le dedica una sonrisa sin
humor—. Tu padre me mantiene suficientemente ocupada —Dejando
caer su vaso en una planta de interior muerta, Eva pasa junto a nosotros,
chocando con el hombro de Whitney en el proceso.
—Eva, espera —gruño.
Se detiene, pero no mira hacia atrás.
—Whitney, vete.
—Easton —sisea Whitney. La palabra se dispara como una bala, pero
sus ojos me suplican—. Todo lo que puedas decirle a ella, puedes decirlo
delante de mí. Soy tu novia —Su mirada se desliza hacia Eva—. No es
más que una niña sucia a la que ni sus propios padres querían.
Los hombros de Eva se tensan. Sus dedos se enroscan a los lados, y
luego, lentamente, se liberan. Así de fácil, vuelve a caminar por el pasillo
y desaparece entre la multitud.
Cuando vuelvo a centrarme en Whitney, la ira me recorre con tanta
violencia que mis putos huesos tiemblan bajo mi piel. Sus ojos se abren
de par en par ante mi expresión, pero mantiene su postura.
—¿Qué coño te pasa? —Mi voz es tan baja e inestable que apenas la
reconozco.
—Vale, quizá eso ha sido demasiado lejos. —Desvía la mirada,
mordiéndose el labio—. Pero vamos, tienes que saber que esto es un
desastre. No soy la única que sabe que te encerraste en el baño con ella
en casa de Marco.
La ola de sorpresa ante ese conocimiento no es suficiente para enfriar
la rabia creciente.
—Jesús, Easton. Realmente no puedes ver lo mal que se ve esto,
¿verdad? Quiero decir, una cosa era pillarte mirándola todo el tiempo,
¿pero esto?
Mis músculos se tensan. Es imposible que haya sido tan obvio. Pero
últimamente...
Whitney arquea una ceja.
—No creías que me había dado cuenta, ¿verdad? —Cruzando los
brazos, deja escapar un suspiro—. Pero da igual. Pueden cavar un
agujero si quieren. La próxima vez, no seré yo quien los descubra
hablando en un pasillo oscuro, y ambos sabemos cómo se lo tomará tu
madre —Se mira las uñas—. De todos modos, solo estoy tratando de
ayudar, es todo. Quiero decir, ¿por qué arriesgarse si tú y Eva son
demasiado diferentes como para funcionar a largo plazo?
La negación recorre mi espalda ante sus últimas palabras. Tiene
razón en una cosa. Tarde o temprano nos van a descubrir, y será Eva
quién se lleve la peor parte, no yo. Al menos esta falsa relación con
Whitney nos quita algo de protagonismo a Eva y a mí, pero incluso eso
no será suficiente si no me alejo. Necesito evitarla, como solía hacer.
Pero solo el pensamiento es veneno en mis venas, carcomiendo mi
resolución. La sensación hace que la rabia vuelva a estar en primer plano.
Mis ojos se entrecierran.
—No te metas en mis putos asuntos. Es así de simple.
Me devuelve la mirada.
—Solo intento ayudar.
—Puedes decirlo tres malditas veces si quieres, no cambia el hecho
que no quiero tu ayuda —El vapor nubla mi visión—. Si te vuelvo a ver
hablándole así a Eva, se acabó el trato.
Se queda boquiabierta.
—No puedes hacer eso. Nuestro acuerdo es hasta el último año.
Además, te conozco demasiado bien. No te retractarás de un acuerdo. No
está en tu composición, y tenemos demasiada historia como para hacer la
vista gorda.
—No tenemos ninguna historia, Whitney. Todo es una mierda. Hago
el papel que necesitas que haga en público, estoy ahí cuando necesitas
ver a tu madre, y me pagas por ello. Eso es todo. Eso es todo lo que es.
Sus cejas se levantan y suelta un suspiro.
—Bueno... te preocupas por mí en algún nivel. Lo sé —susurra—.
Hay una razón por la que te pago tanto como lo hago. Empezaste a
ayudarme antes que el dinero estuviera sobre la mesa.
Cualquier otro día, me sentiría culpable por hacer que se le quiebre la
voz, pero su comentario hacia Eva es una cuña sólida en mi pecho, que
impide que la emoción suba.
—Y de todos modos —resopla—, no podrás pagar la carrera de
Derecho sin mi ayuda. A no ser que cambies de opinión sobre coger el
dinero de papá, me necesitas más que yo a ti.
—¿Qué tal si tú resuelves tu mierda y yo resuelvo la mía? —
Apretando los dientes, me doy la vuelta.
Los tacones de Whitney chasquean tras de mí.
—Tal vez no puedas verlo ahora, pero me lo agradecerás con el
tiempo. Un día, cuando hayas ahorrado lo suficiente para mudarte y crear
tu propia empresa, cuando tengas tanto éxito que te conviertas en el
doble de hombre que tu padre, mirarás atrás y te darás cuenta que estás
mucho mejor sin ella.
No tiene ni idea de lo que está hablando. La verdadera razón por la
que estoy pagando mis estudios de derecho tiene tan poco que ver con el
éxito como mi deseo de convertirme en policía primero, pero la gente
como Whitney o mis padres no pueden entender eso. A pesar de todo,
mientras somos tragados por un mar de charlas forzadas, sonrisas falsas y
ropa de diseño de alta gama, sus palabras se repiten en mi cabeza. Acaba
de demostrar lo poco que nos conocemos y, sin embargo, una llama
amarga en mi interior no se apaga.
Estúpido y tóxico enamoramiento.
Mi fijación con Eva es estúpida, sí. Tóxica, probablemente. ¿Pero un
maldito enamoramiento? Ni siquiera se acerca.
La veo hablando con alguien al otro lado de la habitación. Lleva una
sonrisa fácil que rara vez veo. Sus ojos se cruzan con los míos y dice
algo que hace que el tipo que está frente a ella mire hacia mí.
Mis hombros se relajan cuando veo de quién se trata. Me dirijo hacia
ellos con Whitney todavía detrás.
—Llegas tarde, hermano.
—Hay que esforzarse mucho para estar así de bien —Mi hermano
sonríe y me abraza brevemente. Se echa hacia atrás para mirarme de
arriba a abajo—. Estás muy bien, hermano mayor.
Una comisura de mis labios se levanta. Isaac es casi cuatro años
mayor que yo, pero hace dos años que crecí más que él. Desde entonces
se refiere a mí como su hermano "mayor"
—Me vas a llamar así hasta el día que nos muramos, ¿no?
—Por supuesto que sí —Me guiña un ojo—. ¿Ves lo que he hecho?
Eva sonríe.
—¿No estás guapo, Isaac? —dice Whitney, acercándose a él con una
sonrisa tan genuina que nunca sospecharía nuestra acalorada discusión de
hace unos segundos.
Su sonrisa se estira.
—Pequeña Whit, estás muy guapa.
Mientras los dos se abrazan y se ponen al día, dirijo mi mirada a Eva.
Me evita como una profesional. Continúo mirando fijamente, para tratar
de obtener una lectura de ella, y desearía poder preguntarle si está bien
como lo haría una persona normal. Mi ceño se frunce cuando Isaac
golpea mi codo con el suyo.
—Bueno, mira eso… —dice, señalando la sencilla pulsera de plata en
la muñeca de Whitney.
Las mejillas de Whitney se enrojecen mientras juguetea con la
pulsera y cruza los brazos sobre el pecho para ocultarla.
—No te hagas el sorprendido.
Isaac se ríe.
—Sabía que te tomabas el compromiso en serio, pero me imaginaba
que a estas alturas ya lo habrías roto. ¿Con nuestro hermano como novio?
Solo digo que no estoy seguro de comprarlo.
Eva frunce las cejas. No tiene ni idea de lo que está hablando, y por
la forma en que Whitney se mueve sobre sus talones y ríe torpemente,
Whitney tampoco quiere que lo sepa.
Para la mayoría de la gente, la elegante cadena de plata parece
insignificante. Solo Isaac la reconocería. Estaba con Whitney el día que
fue a Tiffany's y la compró, declarándola su pulsera de pureza. Ella
mantiene todo el asunto de la abstinencia en secreto, pero confía en Isaac.
Como debería. Le costó dos años demostrar su devoción a la causa y a su
grupo de la iglesia antes de sentir que realmente se había ganado su
propio anillo de pureza. Tenía dieciocho años y ya estaba en la
universidad cuando se alejó de la escena de las fiestas y se abstuvo de
tener sexo hasta el matrimonio, un virgen renacido en cierto sentido.
Whitney es solo una virgen. Ha sorprendido a su padre con otras
mujeres demasiadas veces, pero fue la última vez, hace unos años, con
una chica de su edad, la que cimentó su decisión de esperar. Se toma
muy en serio el compromiso. Lo máximo que hemos hecho es besarnos,
e incluso eso es raro dependiendo de quien nos mire hacerlo.
—Easton es un caballero —dice Whitney, deslizando su brazo
alrededor del mío—. Ya lo sabes.
Mi mandíbula se tensa mientras me coge el brazo. Otra vez. Me está
pagando para que guarde las apariencias, pero los ojos de Eva se clavan
en mí, y esta vez no me atrevo a fingir delante de ella.
—¿Han estado juntos durante cuánto tiempo? —Isaac mira entre
nosotros—. ¿Más de dos años? Nadie es tan caballero —Sonríe—. Yo
soy la excepción, y atribuyo a mi homosexualidad mis maneras de
caballero.
—Me falta algo —dice Eva, con ojos curiosos—. ¿Qué significa la
pulsera?
Whitney finge una risa, cada vez más incómoda.
—Necesito ir al baño —Me mira—. ¿Me acompañas, cariño? —Se
inclina para besarme.
Giro la cabeza ligeramente para que sus labios se posen en mi mejilla,
pero no soy lo suficientemente rápido. Me atrapa la boca. Es solo un
segundo, pero eso es todo lo que se necesita para que un trago visible
pase por la garganta de Eva.
—¿Por favor? —pregunta Whitney, con una expresión casi sincera, y
luego susurra—. Dame la oportunidad de arreglar esto contigo.
Mi atención se desliza hacia Eva, que estrecha los ojos. No oye lo
que Whitney está diciendo, pero la forma en que me habla íntimamente
al oído se ve malditamente mal. Algo de lo que Whitney está claramente
satisfecha. Le dedica una lenta sonrisa a Eva.
Apretando la mandíbula, doy un paso atrás y asiento hacia Isaac.
—Adelante, hombre. Cuéntale lo de la pulsera —Whitney escupe
algo en señal de protesta, pero se me escapa mientras me doy la vuelta y
me alejo.
Un momento después, Whitney se pone a mi lado.
—No puedes dejar que se lo cuente. Nuestro trato era no contarle
nunca a nadie nuestro acuerdo, ni siquiera a la familia, y no hay forma
que se crea que somos una pareja de verdad si sabe que no nos acostamos.
—Es una pulsera, Whit. No la lleves si no quieres que la gente
pregunte.
Una cosa es desear a Eva tanto como yo, y otra es saber que ella
también me desea. Después de todo lo que me dijo en el baño la otra
noche, sigue pensando que me fui de la fiesta con Whitney. No puedo
soportar esa idea.
Whitney se burla.
—¡Es una secreto por una razón! Te estás pasando de la raya. No te
pagaré si rompes nuestro acuerdo, Easton. Eso no está bien.
Exhalando un suspiro exasperado, dejo de caminar y me giro para
mirarla. Ella jadea, chocando conmigo antes de controlarse.
—¿Quieres arreglar esto? —pregunto, señalando entre nosotros.
Ella asiente.
—Entonces déjate de juegos. Eva y yo vivimos bajo el mismo techo.
Se merece saber que tú y yo no nos acostamos.
La rabia brilla.
—No se merece nada.
—¿Cuál es tu problema con ella?
—Todo. Es maleducada... y hortera, y… —Se pone nerviosa—. Ugh,
solo prométeme que no le hablarás de nosotros. Lo difundirá por toda la
escuela.
—Vamos. Incluso tú sabes que eso es una mierda.
Desvía la mirada, mordiéndose el interior de la mejilla. Su voz es casi
un susurro cuando responde, como si estuviera perdiendo la batalla,
—Easton, sabes lo mal que me sentó la presión en un momento dado.
Ya lo sabes. Nadie me ha dicho nada en mucho tiempo. Los chicos me
dejan en paz porque estoy tomada, y las chicas, bueno... desde que
pensaron que éramos una pareja de verdad, la gente simplemente —se
encoge de hombros—, me deja en paz. Nadie pregunta por mi madre, ni
por dónde desaparezco tan a menudo. Suponen que estoy contigo, que no
tengo más preocupaciones que mi novio y la escuela. Es como... es como
si estuviera bien.
Se me aflojan los labios y me paso una mano por el cabello.
Recuerdo lo mal que le sentaba la presión, y el hecho que su mundo ya se
estuviera desmoronando en ese momento no hacía más que dificultar la
situación. Empecé a hacerle compañía en el hospital mucho antes que se
ofreciera a pagarme, y los rumores que teníamos una relación corrieron
como la pólvora. Así que, cuando me dijo que quería que pareciera que
éramos una pareja de verdad, cuando me dijo por qué y cuánto me
pagaría... Acepté el trato sin pensarlo dos veces.
—Escucha —murmuro—. Estamos bien hasta el último año, ¿de
acuerdo? Mantengo mi palabra. Pero no puedo prometer que nunca se lo
diré.
Sus ojos se abren de par en par.
—¿Y qué pasa conmigo? ¿Y si la gente se entera?
—No lo harán.
—Pero, ¿y si lo hacen? ¿Qué voy a hacer?
—Por el amor de Dios, Whitney —El agotamiento me recorre y
empiezo a alejarme—. Serás adulta el mes que viene. Quizá puedas
aprender algo de Eva y dejar de preocuparte tanto por lo que piensen los
demás.
Me dirijo en dirección contraria para salir de la habitación cuando un
hombre que no conozco se desliza delante de mí y me bloquea el paso.
—Tú debes ser Easton —dice, con sus finos labios dibujando una
lenta sonrisa.
Enarco una ceja y lo miro de arriba abajo. Pensaba que el becario de
mi padre iba vestido como una herramienta. Este lleva una bufanda de
cachemira sobre un traje de brocado floral. Con el cabello peinado hacia
atrás y joyas de oro, el hombre es muy pretencioso.
—¿Te conozco?
Extiende la mano.
—Paul. El placer es mío.
Nos estrechamos, y solo ahora me doy cuenta de las ligeras gotas de
sudor que se forman bajo su cabello. Un extraño contraste con la frialdad
de la mano contra mi palma.
—Hay estantes junto a la puerta si quieres quitarte el abrigo y la
bufanda —le ofrezco—. Aquí se calienta muy rápido.
—Claro que sí —Se pasa las uñas limpias y cortas por la corbata.
—¿Eres amigo de mi padre? —pregunto sin ningún interés.
Recorriendo la habitación, me fijo en Eva. Isaac no aparece por ningún
lado, y hay otro tipo ocupando su lugar. Por desgracia, por la mirada que
le dirige, no parece ser gay.
—He oído hablar mucho de ti —dice Paul—. Solo quería
presentarme al joven que roba corazones.
De acuerdo, eso es malditamente raro.
—Uh, no estoy seguro de lo que...
—No importa —Tras mirar por encima de su hombro y seguir mi
mirada hacia Eva, me da una palmadita en el brazo con un poco más de
fuerza de la esperada—. Veo que estás distraído. Disfruta del resto de la
noche, Easton.
Se aleja, y una sensación de incomodidad me acompaña mientras se
desvanece entre la multitud. Cuando reanudo la marcha, me doy cuenta
que no ha respondido a mi pregunta de si era amigo de mi padre. Me
detengo y miro a mi alrededor para encontrarlo de nuevo, pero ya ha
empezado a hablar con Whitney. Verlos juntos no me gusta. Hay algo
raro en él.
Estoy contemplando la posibilidad de separarlos cuando la cálida
mirada marrón de Eva conecta con la mía, y suelto un suspiro. Joder, es
preciosa. Hay algo diferente en su expresión, la curiosidad brilla detrás
de sus ojos. Isaac debe haberle explicado lo del brazalete de pureza. Sé
que está mal, que no debería importar, pero me alivia que ya no piense
que me acuesto con Whitney. Me acosté con un par de chicas antes que
empezara nuestro acuerdo, pero no valía la pena. No cuando la única
chica que quería estaba durmiendo al final del pasillo.
Casi he escapado de la habitación cuando las luces se atenúan y un
sonido familiar recorre la casa. Mis pasos se congelan. Las extremidades
se vuelven de piedra.
Ese sonido.
Lentamente, giro la cabeza hacia las puertas francesas abiertas que
muestran los altavoces y los micrófonos instalados para los discursos de
felicitación. Mi padre está sentado en una silla del patio, detrás de un
micrófono abajo, con el brazo acunando su guitarra como si fuera un
amigo perdido. Sus dedos rasguean lenta y suavemente, y mis propios
dedos tiemblan en mis bolsillos. Isaac se sienta a su lado, sus punteos en
la guitarra son un poco más torpes. Solo empezó a aprender a tocar
después de mudarse.
Padre e hijo.
Una imagen perfecta.
El público se calma y se acerca a la música.
Mi corazón palpita con fuerza contra mi caja torácica.
Mi madre está de pie en primera fila, con el ángulo justo para que
todos los que están junto a la piscina iluminada por la luna puedan ver la
humedad que se acumula en sus ojos. No puede ser real. Papá vuelve a
tocar la guitarra. Escucharle noche tras noche fue la razón por la que
aprendí a tocar. Quería seguir sus pasos, pero cuanto más mejoraba, más
se distanciaba. La guitarra no es algo que compartamos juntos; ahora es
como mi propia comodidad privada. Solo la tomo la única noche de la
semana en la que puedo garantizar que estará fuera en algún viaje de
negocios, sin poder escuchar.
Todos estos años, pensé que algo había pasado para que odiara tocar.
Resulta que simplemente odia tocar conmigo.
A pesar de todo, no puedo dejar de escuchar. Me meto las manos en
los bolsillos y me pilla tan desprevenido que me arden los ojos. ¿Qué
coño me pasa? ¿Por qué me duele tanto? Cada golpe me hunde más en
las arenas movedizas, hasta que mis pulmones se derrumban por la
creciente presión.
Unos dedos suaves me tocan la muñeca y mis músculos se tensan.
Miro a mi derecha, donde está Eva.
Tiene la mirada fija en la actuación, pero sus ojos están vidriosos,
con un brillo de chocolate derretido bajo las luces tenues. A diferencia de
las lágrimas de mi madre, las de Eva no son un espectáculo. Una
exhalación larga y áspera sale de mis labios, liberando parte del peso de
mis pulmones. Su pulgar me roza la palma de la mano, y un súbito calor
en mi pecho se desplaza hacia abajo. Eva me aprieta suavemente la mano
antes de darse la vuelta y alejarse.
No pierdo de vista al dúo de padre e hijo, pero ahora lo único que
siento es el calor del contacto de Eva. La sensación cruda y casi dolorosa
que se expande en mi pecho ante el suave apretón de su mano.
Hay mucha mierda en mi vida. Pero Eva es real. Más real que la
sangre que corre por mis venas.
Capítulo 21
Eva
—No solo por el brillante ejemplo de matrimonio, los valores
familiares y la ética de trabajo que los Rutherford han demostrado
durante los últimos veintinueve años… —Jacob, el socio de Vincent,
levanta su copa de champán, y los clientes que me rodean siguen el
ejemplo—. También por sus generosas contribuciones a nuestras
escuelas, a las organizaciones benéficas locales y, por supuesto, por abrir
su hogar y sus corazones a los niños que lo necesitan —Se da la vuelta e
inclina la barbilla hacia Vincent y Bridget—. Feliz aniversario. Que este
año humille a todos los demás.
Bridget sonríe, Vincent asiente en reconocimiento, y bebemos. El
agua espumosa se desliza por mi lengua, refrescando el ardor de mi
garganta mientras observo a Easton al otro lado de la piscina.
El dolor en sus ojos al ver a su padre e Isaac tocar juntos era evidente.
Un corazón vivo, que se rompió justo en frente de mí.
He tomado muchas malas decisiones. Las suficientes como para decir
que no soy una buena persona. No me he ganado una buena vida. Pero
Easton no es como yo. Es bueno y genuino, y se merece mucho más de
lo que sus padres le ofrecen. De lo que cualquiera de nosotros le ofrece.
Tomando una bocanada de aire fresco de la noche, examino los
innumerables rostros que llenan el enorme patio trasero. Whitney debería
estar con Easton, pero en cambio está solo. Me llevo el vaso a los labios,
y una brisa aguda me provoca un escalofrío.
Isaac me ha contado sobre lo del brazalete de pureza. Me lo dijo
porque Easton quería que lo supiera. ¿Por qué? ¿Quería que supiera que
no se la estaba follando? Ahora que lo sé, estoy más confundida que
nunca. Lo conozco lo suficiente para saber que no es del tipo que espera
hasta el matrimonio, así que, ¿qué está haciendo con Whitney?
Un fuerte aplauso hace que me centre de nuevo en el micrófono,
donde Isaac está de pie ahora. Arqueo una ceja al verle fingir que se
sacude los nervios. Qué mentiroso de mierda.
Agarra el micrófono y se aclara la garganta.
—Buenas noches a todos.
La multitud ya se lo está comiendo como si fuera una bandeja de
shots de gelatina. Estoy orgullosa.
—Puede que algunos de ustedes no me conozcan ya que por lo
general solo vengo para la fiesta de Navidad. Soy el mayor de los “niños
que necesitaban ser salvados” a los que se refería Jacob —Guiña un ojo,
y unas cuantas risas recorren la multitud—. Estoy feliz de estar aquí esta
noche con mi apuesto hermano mayor, Easton —Dirijo mi mirada a
Easton, captando su pequeña sonrisa—. Y nuestra intrépida hermana
pequeña, Eva.
Isaac me hace un gesto con la cabeza, y yo trato de levantar los
labios. Intrépida. La palabra se repite en mis oídos, abrumadora y al
mismo tiempo vacía.
Un codo me da un empujón en el brazo, y lentamente arrastro mi
mirada hacia el idiota que conocí una vez y que está a mi lado. El que
pensó que era lo suficientemente astuto para susurrar cosas dulces en mi
oído y tocar mi cintura.
— ¿Habla en serio? —Me pregunta, con los labios retorcidos por la
repugnancia—. ¿Ese tipo es tu hermano?
Sigo su atención hacia el otro lado de la piscina donde Easton se
apoya en la barra.
—Estaba seguro que ustedes dos estaban saliendo o algo así.
Levantando un hombro, enmascaro mi malestar con aburrimiento.
—Es protector. ¿Qué hermano no lo es? —Dejo mi vaso medio vacío
en la mesa del patio que tenemos delante—. Si me disculpas…
Me alejo, agradeciendo que no me siga, y vuelvo a prestar atención al
discurso de Isaac.
—Y eso me lleva a un anuncio muy especial —Isaac inhala, agarra el
micrófono con más fuerza, solo liberando la respiración una vez que mira
a Bridget y Vincent—. Mamá. Papá. Si hay algo que he aprendido de su
ejemplo como pareja casada, es que el matrimonio es algo que hay que
tomar en serio. Algo que se debe proteger. Y algo a lo que
comprometerse solo cuando se está preparado —Sus ojos recorren la
multitud para posarse en el mismo rostro robusto y apuesto que me
presentó antes.
Los nervios me revuelven el estómago. Sabía que iba a hablarles a
Vincent y Bridget de Thomas esta noche, pero supuse que sería en
privado.
—Con eso en mente, le he pedido al amor de mi vida que se case
conmigo.
Murmullos y “awws” circulan a mi alrededor.
Bridget se queda boquiabierta, y luego, una sonrisa genuina y
radiante transforma rápidamente su expresión de sorpresa a una de pura
alegría. Junta las manos y se las lleva al pecho.
—Oh, Isaac… No lo hiciste.
Él asiente. Traga. Se pasa una mano por su corto cabello castaño.
—Lo hice. Y él dijo que sí.
La sonrisa de Bridget se tambalea, pero el resto de su cuerpo
permanece congelado mientras observa al prometido de Isaac trotar hacia
él con una sonrisa apenas contenida. Isaac tira de él para abrazarlo, y
comparten un breve y elegante beso.
Bridget se queda blanca como una sábana. Vincent parece demasiado
aturdido para pestañear. Pero cuando los aplausos estallan en el patio y
algunos silbidos se elevan por encima del ruido, se recomponen y ponen
cara de tranquilidad mientras aplauden, aplauden, aplauden lentamente.
Sacudo la cabeza de alegría. Supongo que, después de todo, lo mejor
era hacerlo en público. Isaac y su prometido están protegidos por la
apariencia social de sus padres. Por ahora, al menos.
Encuentro a Easton con los ojos puestos en mí. Sus cejas se levantan
mientras aplaude, y asiente hacia sus padres. No podrían parecer más
antinaturales si lo intentaran. Me río, y sus labios se levantan con una
sonrisa torcida.
El calor se desliza por mi pecho, pero la sensación no dura. Una vez
que los discursos terminan y la multitud comienza a disminuir, todo
cambia.
Las fachadas de Bridget y Vincent caen. Los hombros de Isaac se
vuelven rígidos. El aire fresco de la noche se vuelve rancio en mi piel.
Los dos conducen silenciosamente a Isaac al interior de la casa,
dejando atrás a un confundido Thomas. Easton frunce el ceño mientras
sigue sus movimientos, y pronto, los sigue, manteniendo la distancia
suficiente para no ser detectado por su radar. Mis pasos se sincronizan
silenciosamente con los suyos.
Pasamos por delante de algunas personas que se quedan en el salón y
acabamos caminando por el mismo pasillo desierto en el que Easton y yo
nos escondimos antes. Excepto que Vincent y Bridget no se detienen.
Llevan a Isaac cada vez más lejos por el pasillo, hasta que empujan la
puerta de la cocina trasera.
El regaño de Bridget ya me está perforando los oídos antes que me
cuele tras Easton, cerrando la puerta silenciosamente detrás de nosotros.
Estamos, en su mayoría, ocultos a la vista, gracias a una pared de tabique
negro que divide el área de la cocina de las interminables filas de cajas
que los padres de Easton han arrinconado cerca de Isaac. Sin embargo,
todo lo que se necesita es una mirada en esta dirección para que nos
descubran.
— ¿Es esto divertido para ti, Isaac? ¿Te parece divertido soltarme
algo así delante de todo el mundo? —Sus mejillas están ardiendo, cada
palabra silenciosa cargada de municiones.
Isaac trabaja su mandíbula, mete las manos en sus bolsillos.
—Por supuesto que no. Estabas feliz cuando anuncié que me casaría.
—Por supuesto, estaba feliz. —Ella levanta las manos como si fuera
obvio—. Me imaginé cabello largo y pómulos altos y futuros nietos,
no… no…
Isaac arquea una ceja.
— ¿Un hombre? Mamá… —Mira de Bridget a un silencioso Vincent,
que está de espaldas a mí y a Easton—. Salí del armario hace años.
¿Cómo puedes seguir haciéndote la sorprendida?
—Porque, Isaac. Los jóvenes no saben lo que quieren, así que
experimentan bien. Pero la gente crece. La gente cambia.
Finalmente, Vincent rompe su actitud silenciosa. Su voz baja y
penetrante hace que todas las cabezas se dirijan hacia él.
—Eso es interesante, Bridget. Creo que tú mejor que nadie sabe que
no cambiamos.
Su rostro palidece.
—Tal vez un anuncio privado habría sido el camino a seguir para
esto, Isaac —dice—. Pero tu honestidad es refrescante.
¿Qué?
Los labios de Isaac se separan. Luego se cierran. Luego se separan.
¿Lo es?
La expresión de Easton es una pizarra en blanco. No puedo decir lo
que está pensando. Sus ojos están fijos en su padre, como si una correa le
impidiera apartar la mirada.
Lentamente, Vincent inclina su cabeza, volviendo su mordaz enfoque
hacia su igualmente aturdida esposa.
—Tú, por otro lado. Tan insulsa. Tan egoísta…
— ¿Qué? Yo… —Los ojos de Bridget se abren de par en par—.
¿Cómo puedes decir eso? Solo estoy velando por el bien de nuestro hijo.
Por su futuro…
—Estás cuidando por la misma persona de siempre. Por ti misma.
Ella jadea, y yo me muevo. Mi mano tantea a ciegas la puerta detrás
de mí, en busca del pomo. No debería estar aquí. Escuchando esto. No
soy de la familia, no de verdad, no como ellos, y ahora que sé que Isaac
está bien, la incomodidad me recorre piel con cada palabra adicional que
dicen.
La voz de Bridget sube a un tono que no reconozco, casi un chillido.
—No es posible que sigas castigándome por un viejo error, Vincent.
He hecho todo, todo, lo que estaba en mi poder para compensarlo.
—Nada que valga la pena redimir.
—No puedes estar en serio. Por el amor de Dios, ¡adopte a una niña
dañada y sucia solo para intentar que volvieras conmigo! A nosotros.
Una vez quisiste una niña. ¿No fue suficiente? ¿Por qué no se arregló
como cuándo adoptamos a Isaac? ¿No lo recuerdas? Me perdonaste
entonces. Durante mucho tiempo, volvimos a ser una verdadera familia.
La sangre me llega a los oídos, y mi mano se desliza de la perilla,
cayendo libremente a mi lado.
Dañada.
Sucia.
Niña.
Siempre me pregunté por qué me adopto. Supongo que ahora, tengo
mi respuesta.
La mirada de Easton toca mi mejilla, pero no me atrevo a mirarlo. No
me atrevo a moverme.
—Cariño… —La silenciosa súplica de Bridget atraviesa mis oídos
como garras—. Fue una vez.
— ¡Y aun así, mientes! —Vincent estalla. Su ira sacude la
habitación—. Lo sé, Bridget. ¡Sé que Easton no es mío!
El aire se queda quieto
Mis pulmones se comprimen cuando finalmente me atrevo a mirar a
Easton.
Cada centímetro de él es sólido. Una estatua tallada en piedra áspera
y bordes dentados.
El silencio nunca ha sido tan sofocante.
— ¡Lo sé desde hace años, maldita sea!
Durante mucho tiempo, Bridget solo se queda boquiabierta mirando a
Vincent.
—Yo… vale… pero…pero eso terminó hace mucho tiempo. Tienes
que creerme —Sus labios tiemblan, coincidiendo con la inestabilidad de
su voz—. Además, Isaac tampoco es tuyo, y lo amas de todos modos. Lo
amas más que cualquiera de nosotros.
Isaac traga, arrastra una mano por su cara, y mira hacia otro lado.
—Muy bien. Mierda. No quería que nada de esto…
—Isaac fue una elección, Bridget. Lo elegí para que fuera mi hijo.
¿Sabes que ni siquiera puedo mirar a Easton sin verte a ti y a otro
hombre follando? Tú fuiste mi error, y ahora estoy atascado con los dos.
Alguien llama a la puerta detrás de mí, y Bridget salta. Es entonces
cuando nos ve. Un leve sonido de sorpresa sale de sus labios.
—Easton.
La columna vertebral de Vincent se endurece antes de mirar por
encima de su hombro. El remordimiento, una mirada que nunca he visto
en él antes, suaviza sus duros rasgos.
—Jesús —Deja escapar un suspiro—. Yo… Eso no era para que lo
escucharas.
La mirada de Easton se encuentra con la de su padre, y eso es todo lo
que se necesita para que sus paredes de piedra se resbalen, se deslicen y
luego se desmoronen. Los ojos de whisky brillan bajo las cejas inclinadas.
La traición se extiende como un grueso alquitrán negro hasta cada rincón
de la habitación, enroscándose alrededor de mi corazón.
— ¿Por qué no, papá? — Es un ruido tranquilo, que retumba a fuego
lento—. ¿Porque la honestidad es tan jodidamente refrescante?
— ¡Easton! —La palma de Bridget cierra su boca abierta.
Lanza una mirada mortal a su madre. Me duele el pecho de solo
mirarlo.
—Lo olvidé, los Rutherford no decimos lo que realmente pensamos.
Oh, espera —Enarca ceja, girando hacia la puerta para marcharse—.
Supongo que no soy un Rutherford, así que las reglas no se aplican a mí.
Me mira mientras se dirige directamente a la puerta que estoy
bloqueando, y se me hace un nudo en la garganta.
Se detiene justo delante de mí.
—Abre la puerta, Eva —me indica en voz baja.
Sé que debería moverme, dejarlo ir, pero algo me detiene. La cruda
traición en sus ojos me deja sin aliento. Pero esta es su familia, le guste o
no. Al final, estar solo duele más que el aguijón temporal de la traición.
Debería saberlo.
La voz de Bridget llega hacia nosotros, débil e insegura.
—Easton, espera. Hablemos. Podemos suavizar esto.
—No todos podemos ser expertos en esconder las cosas debajo de la
alfombra —escupe Vincent.
No oigo su defensa, pero Isaac se apresura a intervenir y tratar de
enfriar las llamas.
Sus voces se desvanecen cuando Easton se acerca. Su camisa blanca
con botones roza el frente de mi vestido, y su calor corporal irradia a
través del material como un horno, tragándome entera. Con los ojos
oscurecidos, me rodea con un brazo para tomar el pomo de la puerta.
Mis costillas se contraen, y se me escapa una pequeña y superficial
respiración.
—Tal vez ella tiene razón —respiro—. Tal vez deberías quedarte.
Sus ojos se dirigen a mi boca, las palabras son sombrías.
—O tal vez no puedo soportar más mentiras.
Él abre la puerta detrás de mí, y yo doy un paso adelante. Antes que
mi cuerpo pueda encontrarse con el suyo, me sostiene con una mano
sobre mi cintura y me rodea.
Una Whitney con los ojos muy abiertos espera al otro lado de la
puerta.
Sin tener razón para quedarme, lo sigo. Se quita el toque de Whitney
del brazo, pero ella continúa siguiéndolo.
— ¿Fue todo eso por culpa de Isaac y Thomas?
—Se acabó la fiesta, Whit —refunfuña—. Vete a casa.
Whitney ve a Easton desaparecer por las escaleras antes de volverse
hacia mí.
Sus ojos se estrechan.
—Encuentro interesante que siempre estés presente cuando las cosas
van mal.
La miro fijamente.
—Me parece interesante que aún estés aquí cuando claramente no
eres bienvenida.
Todavía conmocionada, apenas percibo su aliento de indignación
mientras paso junto a ella y subo lentamente la escalera. Mis pies están
entumecidos, cada clic, clic, clic de mis talones suena lejano.
Dañada.
Sucia.
Niña.
Escuchar esas palabras en voz alta fue doloroso, pero no se compara
con la mirada de Easton. La expresión rota no sale de mi cabeza, y el
dolor en sus ojos se asienta pesadamente en mi corazón.
Cuando era niña, deseaba que mi padre me dijera que no era suya.
Que mi verdadero padre estaba ahí fuera, en alguna parte, buscándome, y
que solo era cuestión de tiempo antes que me llevara. Pero al menos se
me concedió transparencia. Sabía que mi padre no me amaba, y sabía que
mi madre me amaba tanto que me abrazaba mientras estaba negra y azul.
Mis pasos se ralentizan al acercarme a la puerta de su habitación, que
está abierta por una rendija. La abro con cuidado. Está sentado en el
borde de su cama, con los codos apoyados en los muslos y la cabeza baja.
Mientras mi habitación es blanca, La suya es castaña, ambas han sido
diseñadas por el profesional que su madre contrató. La grandiosa y
pomposa decoración desafía todo lo que él es. Como yo, Easton es un
extraño en su propia habitación.
Y parece tan solo.
Tan perdido.
Perdido.
Perdido.
Perdido
Un reflejo de mí misma.
Con un trago, apoyo la cabeza en el marco de la puerta y cierro los
ojos.
— ¿Por qué no puedo ir, mamá? Quiero ir —No quiero quejarme,
pero a veces no puedo evitarlo.
—Lo sé, cariño. Pero donde voy no es seguro para un niño.
Mis ojos se dirigen a la puerta. La puerta por la que papá caminará
en cualquier momento. Mi corazón late con fuerza. Me empieza a picar
la garganta como cuándo tengo mucha sed. Papá no me hace el mismo
daño que a mamá. Pero es difícil fingir que no estoy aquí, así que no lo
molesto.
—Pero… pero puedes cuidar de mí.
Arrodillada al lado de su maleta, mamá no responde de inmediato.
Sus manos tiemblan mientras arroja otra camisa dentro. No me mira.
¿Por qué no me mira?
—No. Aquí tienes un techo sobre tu cabeza. Comida en tu estómago.
Una manta para mantenerte caliente. No puedo…no puedo… —Un
sollozo la ahoga, y al oírlo, un nudo crece en mi garganta—. No puedo
prometerte esas cosas a donde voy.
Me muevo a su lado, y ella se estremece mientras envuelvo mis
brazos alrededor de su cuello.
— ¿Y tú? ¿Qué pasa si tienes hambre?
Un fuerte ruido sale de su boca, y suena doloroso. Todo su cuerpo
está temblando ahora.
—Estaré bien, cariño. Estaré bien. Solo prométeme que, tan pronto
como tengas la edad suficiente, dejarás este lugar.
Finalmente, me mira. Normalmente me encanta cuando me mira,
pero esta vez no. Esta vez, sus ojos están tan rojos y borrosos que se ven
diferentes. Sus dedos se aprietan alrededor de mi brazo, y ella aprieta
tan fuerte que duele.
—Prométeme, Evangeline. Cuando tengas la edad suficiente, dejarás
este lugar, y no volverás por mí ni por tu padre. ¿Lo entiendes? Hay
mucho ahí fuera esperándote. Mucho bien, mucho amor. Mientras
mantengan tus pies en movimiento, lo encontrarás. Encontrarás mucho
más que esto.
Abro los ojos y parpadeo con fuerza, tratando de alejar el recuerdo.
Más que esto.
Nunca supe lo que quería decir con esas palabras. Pero a veces,
cuando miro a Easton, me lo pregunto. Y me gustaría que él pudiera
escucharla.
Hay mucho ahí fuera esperándote.
La guitarra de Easton yace boca abajo junto a sus pies, como si no
pudiera soportar mirarla. La idea me quema el corazón. No tiene ni idea
de lo que su música ha hecho por mí. Quiero acercarme. Quiero
abrazarlo, calmarlo, dejar que olvide su dolor mientras está en mis
brazos. Sin embargo, al llegar al borde del umbral, mis músculos se
tensan por la indecisión. Soy la reina de las palabras superficiales, pero
ahora… Cuando se está desmoronando y sufriendo y necesita mucho más
de lo que puedo ofrecerle, no soy más que un cobarde.
Una niñita estúpida y débil.
¿En qué estabas pensando?
Doy un paso atrás, pero mis uñas resbalan contra el pomo de la
puerta. Easton levanta la cabeza. Nuestros ojos se encuentran. Me
paralizo. El whisky se funde con el chocolate negro, cada vez más oscuro.
La mirada es seca y cáustica y ligeramente superior, diciéndome que he
sido atrapada en un lugar donde no debería estar. Los nervios se agitan
en mi garganta, y creo que no estoy respirando.
Para ser un buen chico, seguro que sabe cómo parecer peligroso. El
profundo zumbido de su total atención me recorre el cuerpo como un
jarabe espeso y caliente. Es lo suficientemente pesado como para
ahogarse en él.
Finalmente, encuentro mi voz, pero se escapa como un susurro
áspero.
— ¿Quieres saber un secreto?
Su mirada cae a mis labios.
—Me siento junto a mi ventana abierta todos los domingos por la
noche, solo para oírte tocar.
Sus cejas se inclinan, y sus ojos se encuentran con los míos.
—Tu música me ha ayudado de formas que nunca sabrás. Así que, si
te sirve de algo —digo en voz baja, quitando mis pies de la alfombra—.
No todo es mentira. No para mí.
Una vena de su cuello hace tictac. Sus fosas nasales se agitan.
Un visible escalofrío me recorre antes de darme vuelta y dirigirme a
mi habitación. Pero el agarre que tiene sobre mí nunca se afloja, y a
cinco, seis, siete pasos por el pasillo, oigo como se mueve de su cama. El
suelo cruje.
Cuando entro en mi habitación un momento después, sé que no estoy
sola.
Capítulo 22
Eva
Mi corazón late, late, late mientras atravieso la habitación y me
detengo frente al espejo del tocador. Lentamente, me desabrocho la
chaqueta, dejándola caer al suelo. Mis ojos se apartan de mi reflejo para
posarse en la alta figura de Easton en la puerta.
Los botones superiores de su camisa están desabrochados. El cabello
desordenado, ojos ligeramente enloquecidos. Mirándome, cierra mi
puerta. El chasquido de la cerradura es el sonido más emocionante y
aterrador que he oído nunca.
No tengo ni idea de cuál será su próximo movimiento, pero he
fantaseado con él tanto tiempo que estoy nerviosa por si lo arruino. Que
me atoraré en mi cabeza y lo estropearé como siempre. Excepto que esta
vez, la única persona que he querido será la que decepcione.
Su mirada recorre mi cuerpo, provocando un cálido escalofrío. Me
tiembla la mano al alcanzar el cierre del vestido en la parte superior de
mi columna. Quiero que parezca una seducción sofisticada, pero mis
dedos están tan húmedos que se resbalan en la cremallera.
La mirada de Easton se conecta con la mía en el espejo. Sofocante,
pero paciente. Se me corta la respiración en la garganta. No va a ir a
ninguna parte, pero también me deja determinar el siguiente movimiento.
Finalmente, agarro bien la cremallera y la bajo.
— ¿Cómo lo haces? —Su voz baja zumba en el pozo más bajo de mi
estómago.
La cremallera se detiene, y el vestido cae hasta mis talones.
— ¿Qué quieres decir?
—Cuando piensas en mí —Tranquilo pero áspero. Calma tensa—.
¿Qué te hace venir?
Se me escapa una exhalación. No sé cómo se supone que debo
responder a eso. Por supuesto, sé exactamente qué me hace venir, pero
de pie frente al reflejo de Easton, la valiente fachada que he mantenido se
desmorona, dejando algo tímido en su lugar.
—Muéstrame.
Esas dos palabras vibran entre mis muslos, y mis ojos se cierran.
Nunca antes nadie ha querido limitarse a mirarme. No sin exigir algo a
cambio.
Abro los ojos.
¿Solo… te muestro?
El aire se agita cuando camina hacia la silla que hay contra la pared
junto a mi cama. Se pasa una mano por el cabello, se sienta y apoya los
codos en las rodillas. Entonces su mirada se fija en la mía en el espejo.
Solo llevo un sujetador negro, bragas de encaje a juego y tacones
altos. Sin embargo, me está mirando. Los nervios se me erizan bajo mi
piel, y el calor de su mirada solo intensifica la sensación.
—Te vi, tocándote.
Se me corta la respiración y me agarro al borde del tocador.
—Fue un accidente, pero, joder, Eva…No puedo sacarme la visión
de la cabeza. Esta vez, quiero que me la enseñes porque quieres que lo
vea —Sus ojos se ablandan, moviéndose entre los míos, y una chispa de
vulnerabilidad se filtra a través de los iris de color whisky—. Si me dejas.
Mi pulso se me mete en la garganta, y mi voz es áspera y silenciosa.
—Pensé que no debíamos hacer esto.
—No debemos.
Las palabras caen al suelo, y el pesado latido de mi corazón llena el
silencio.
Lentamente, me doy la vuelta y me quito el vestido. Trago saliva ante
la mirada de ojos pesados que me dirige. Doy un pequeño paso hacia él,
me quito un tirante del sujetador del hombro.
— ¿Qué pasa con Whitney?
— ¿Qué hay de ella?
Otro paso, otra correa.
—No han dormido juntos
Sacude lentamente la cabeza.
Estoy demasiado metida en esto como para retroceder. En este
momento, no creo que pueda sobrevivir viendo al único chico que he
anhelado alejarse de mí.
— ¿Por qué no?
Su mandíbula se contrae, y desvía la mirada. Cuando sus ojos
vuelven hacia los míos, están desnudos. La aspereza se filtra en su voz
como una cerilla y pólvora.
—No es a ella a quién quiero, Eva. No es a ella a quien miro cuando
sé que no debería, o a quien compruebo cada noche para asegurarme que
está a salvo. No es ella la que me obsesiona hasta el punto en que mi puta
cabeza da vueltas. Estoy aquí porque cuando todo parece que se está
cayendo a pedazos, tú, Eva, eres real. Tan real que casi podría…— Deja
que sus ojos recorran mi cuerpo, y sus palabras duelen cuando termina
con—. Casi tocarte.
Mi corazón se funde en un líquido caliente, dejándome indefensa, sin
aliento, palpitando.
Alcanzo el broche de mi sujetador. Los ojos de Easton se ennegrecen
mientras siguen el movimiento, y la tensión aprieta la línea de sus
hombros.
Con un rápido movimiento de mis dedos, mi sostén se desabrocha.
La mirada acalorada en su expresión se intensifica diez veces a medida
que el material se desliza por mis brazos y cae al suelo.
Su manzana de Adán se balancea en su garganta. Su mirada explora
cada centímetro de mí en una larga y deliberada caricia. Nunca me han
mirado así, con una reverencia tan transparente. A pesar del hambre
salvaje que tiene grabado en su cara, no se mueve para tocarme. No se
mueve en absoluto. Está tan quieto, que es como si pensara que no tiene
derecho a acercarse.
Las mariposas se dispersan a través de mí, haciéndome temblar.
— ¿Ahora qué? —susurro.
—Muéstrame lo que haces después —dice roncamente.
Me emborracho con el peso embriagador de su atención mientras
camino hacia mi cama, me arrastro sobre el colchón, y me pongo de
espaldas.
—Primero… —Me paso las puntas de los dedos por el estómago,
perdiéndome en la mirada primitiva en su rostro—. Me imagino esa
mirada que tienes —Su mirada se desliza hacia arriba para encontrarse
con la mía, y mi pecho se eleva y cae en un ritmo desigual—. Sí. Esa. A
veces…— Trago saliva, y mis dedos suben, suben, hasta que me estoy
burlando de mis pechos—. Imagino que es para mí, que soy tuya por una
noche —El sonido áspero que sube por su garganta palpita entre mis
muslos—. Que mi puerta está cerrada —Me pasó un pulgar por el
pezón—. Tus padres están distraídos. Y puedes hacer lo que quieras
conmigo.
Sus párpados más bajos, la mirada embriagadora y sucia y llena de
contención.
—Mientras estemos callados —susurro, dejando que mi mano baje,
más y más—. Nadie tiene que saber nunca las cosas que me haces.
Al llegar a la humedad entre mis muslos, su voz grave retumba en mi
piel.
— ¿Y qué estás haciendo?
Mi atención se desvía, un manto nebuloso de confusión se instala.
— ¿Qué?
—En esta fantasía, puedo hacer lo que quiera contigo —Sus ojos se
encienden—. Créeme, si lo quieres, lo haré. Pero no soy el único aquí,
Eva. Puedes hacer lo que quieras. Si eres mía por esta noche —Su
mirada recorre pecaminosamente mi cuerpo, encendiéndome—. Eso
significa que también soy tuyo.
El aire es suspirado de mis pulmones.
¿El mío?
He estado con muchos chicos, y desde que vivo aquí, incluso he
empezado a decirles qué hacer conmigo. Pero solo digo lo que se espera.
Les digo que me hagan lo que ellos me hacen hacer a mí. No sé lo que
quiero, y ninguno de ellos me ha preguntado antes.
La confusión debe estar escrita en mi cara. Las cejas de Easton se
inclinan, y, lentamente, se levanta. Respiro un poco más fuerte.
— ¿Qué te gusta? —pregunta bruscamente, acercándose más y más.
—Yo… —Sacudo la cabeza, y mis brazos caen a mis lados—. No lo
sé — admito, sintiendo que el enrojecimiento sube por mi cuello.
Llega a mi cama y me estudia con una suavidad que estira el
enrojecimiento a mis mejillas. No sé por qué estoy tan nerviosa. Cuando
se arrodilla a mi lado, intento no estremecerme.
Se inclina hacia mí, con su cara sobre mi vientre. Luego, sus labios se
separan, y exhala. Su aliento caliente abanica mi piel desnuda, justo
debajo de mi ombligo, y el calor me recorre. Mis dedos se enroscan en el
edredón. Ni siquiera me está tocando, pero el contacto es tan real, tan
sensual, que se siente como palmas ásperas y promesas pecaminosas.
Observa mi expresión con atención.
—Tócate, Eva —Luego vuelve a soplar sobre mí, tan suavemente
que un temblor rueda por mi espina dorsal.
Con un trago, meto los dedos bajo mis bragas. Él inclina su cabeza, y
esta vez, cuando sopla, el cálido soplo de aire cae entre mis muslos.
Jadeo y muevo los dedos.
Mi cuerpo se hunde contra el colchón como la tensión se desvanece,
mi núcleo hormiguea y palpita con cada exhalación brusca. Finalmente,
meto los dedos dentro.
—¿Sabes cuánto tiempo he fantaseado contigo? —Su respiración
acelerada esta sincronizada con la mía.
Mi pesada mirada se fija en la suya. ¿Easton fantasea conmigo?
—Esos pequeños atuendos que usas. Las miradas provocativas y
sexys que me das. Cada palabra terca y valiente de esa boca de puchero
—Sube una mano como para tocarme, pero se detiene a menos de un
centímetro de mi muslo. Sin llegar a tocar mi piel, sigue un rastro
invisible a través de mi cuerpo, y el calor que irradia de su palma me
pone la piel de gallina en los muslos. Su garganta sube y baja, una
mirada atormentada contorsiona su expresión, y me mira como si fuera
preciosa. Demasiado preciosa para tenerla—. Es una tortura, Eva. Años
de mirar, esperar y desear.
No puedo respirar.
—Pero nunca dijiste nada. Ni siquiera me hablaste.
—Sigue tocándote —instruye suavemente.
Estoy tan aturdida por sus palabras, que no me di cuenta que me
detuve. Vuelvo a deslizar mis dedos por debajo mis bragas, pero vacilo
cuando Easton se mueve. Inclinándose parcialmente sobre la cama,
levanta la estrecha tira de tela que hay entre mis muslos, sus dedos son
inestables, y parece que tiene dolor físico mientras evita cuidadosamente
tocarme. Entonces, deja escapar una dura exhalación sobre la parte más
sensible de mí. Se me escapa un suspiro, y mis piernas separadas se
abren más para él. Su cara está cerca de mis piernas, tan cerca que los
mechones oscuros de su cabello me hacen cosquillas en el interior de los
mulos. Cada vez que se desplaza y respira, mis pulmones se contraen,
con profundos aleteos que me susurran.
Enrolla su manga blanca, mirando como deslizo dos dedos dentro y
empiezo a tocarme.
—Recuerdo la primera noche que te vi —dice. Otra exhalación, otro
suspiro. Sus ojos se cerraron, y sus labios rozan la piel sensible junto a la
línea de mis bragas con tanta suavidad que podría haberlo imaginado—.
Y cada noche volvías. Eras inquebrantable. La cosa más impresionante
que he visto.
Mis dedos se mueven un poco más rápido, acompasando el ritmo
rápido y entrecortado de mi pecho que sube y baja, pero al mismo tiempo,
la emoción brota detrás de mis ojos hasta que arden.
Impresionante.
Inquebrantable.
Dos palabras que nunca pensé que se asociarían conmigo, y sin
embargo, les dice con tal convicción que casi… Casi quiero creerle.
— ¿Me vas a tocar? —Susurro, suplico, ruego—. Por favor tócame,
Easton.
Sus ojos se dirigen a los míos, y arden violentamente con todo lo que
he oído en su voz. Anhelo, tormento, adoración. Si alguien me dijera que
una persona puede adorarte con una sola mirada, nunca les creería. Pero
ahora lo creo.
Su dedo traza el borde de mis bragas, y mi respiración se detiene.
Engancha el pulgar debajo de la tela. Levanto mis caderas, lo que le
permite tirar del material, y él los tira hacia abajo. Luego vuelve a
acercarse a mí. Mi corazón se salta un latido ante la chispa salvaje e
indómita de sus ojos. Me odio por haberme puesto tensa, pero justo
cuando creo que va a abalanzarse sobre mí, para tomar cualquier parte de
mí que quiera para sí mismo, coloca su mano suavemente sobre la mía y
la guía entre mis muslos. Un aliento que no sabía que me había estado
conteniendo sale de mí.
¿Confías en mí?
Asiento sin dudarlo. Nunca he confiado en nadie como lo hago con
Easton.
Sus labios se inclinan hacia arriba, y entonces guía mis dedos,
nuestros dedos, donde los necesito. Nos movemos juntos sobre mi
clítoris en un patrón circular, y corrientes de calor y hormigueos brotan
de mi núcleo. Su mirada se oscurece al ver como mis caderas se mueven
para conseguir más fricción. Con los ojos entrecerrados, me hipnotiza la
forma en que las venas de su antebrazo se mueven con moderación. Ver
la fuerza bruta en él, pero sentir su tacto tierno y controlado, es una
combinación que me pone más caliente, húmeda y desesperada por más.
No sabía que los chicos pudieran tener este tipo de autocontrol,
especialmente cuando hay tanto anhelo y necesidad rezumando de ellos.
Cuando un delicioso espasmo me hace estremecer, sé que me estoy
acercando. Desenvuelvo mi mano y el pongo encima de la suya. Jadeo al
sentir el calor de su palma. Mis ojos se dirigen al techo antes de cerrarse.
—Eva… —Su voz es casi suplicante. Empieza a alejarse, pero le
agarro la muñeca para que se quede
Me muevo contra él, y un gemido retumba en su pecho.
Por primera vez en años, siento más que adormecimiento con la
mano de alguien más sobre mí. Siento que mi cabeza se ha liberado del
agua que me hundía. Siento, y eso en sí mismo es suficiente para
empujar el escozor en la parte posterior de mis ojos a un primer plano.
Finalmente, me obligo a abrir los ojos, y lo miro. Nos miramos fijamente
durante un segundo, ambos respiramos con dificultad, su mirada absorbe
mi expresión. No digo una palabra, pero lo que ve es suficiente.
Con mis dedos aún enroscados en su muñeca, frota lentamente su
palma contra mí. Me arqueo en su tacto, y él presiona mi clítoris. Aprieto
su mano, y nos movemos juntos de la misma manera que lo hicimos
antes. Excepto que, esta vez, sus movimientos son más fuertes, más
rápidos, más audaces. Los espasmos se disparan en mi interior. Mis
caderas se levantan de la cama, pero él coloca su mano libre sobre mi
estómago y me aplana contra el edredón.
Dos dedos se hunden dentro de mí, haciéndome apretar con fuerza,
mientras su palma sigue trabajando mi clítoris. Mis uñas se clavan en él,
probablemente desgarrando la piel. La presión es mucha, demasiada, y
de mi lengua brotan ruidos que no reconozco
—Easton…
Se desplaza sobre la cama, continúa bombeándome y haciéndome
subir, subir, subir, hasta que se me doblan los dedos de los pies. Y
entonces sus labios se acercan a mi oído, su aliento caliente y desigual en
mi cuello.
—Dilo de nuevo.
Mis ojos se cierran.
—Easton.
Gime contra mi garganta en el mismo momento en que los nudos en
mi núcleo estallan, disparando ondas eléctricas por mi columna y por mis
piernas. Grito, y su mano libre cubre mi boca para silenciarme.
—Shhh… —Su nariz roza la curva de mi cuello, y me pellizca
tiernamente debajo de mi oreja.
El orgasmo me atraviesa con tanta intensidad que mis muslos
temblorosos se cierran alrededor de su mano. No sé cuánto tiempo tardan
en cesar los temblores, pero una vez que bajo de la euforia y abro los
ojos, me pierdo en el aturdimiento más lánguido y pacífico que jamás he
sentido.
Una puerta se cierra de golpe por el pasillo, y la cabeza de Easton se
dirige hacia mi puerta cerrada. Algo se rompe contra una pared.
Probablemente debería preocuparme por lo que está pasando ahí fuera,
pero no puedo reunir la energía.
Cuando se vuelve hacia mí, nuestros ojos se fijan. La profunda e
intensa chispa que se arremolina detrás del whisky detiene mi respiración.
No me mira como si le debiera algo. Me mira como si ya le hubiera dado
todo.
Trago, con la garganta seca. La vulnerabilidad que me inunda arde en
caliente y frío, ajeno y aterrador.
— ¿Cómo se siente estar de rodillas por mí? —Me odio en el instante
en que las palabras escapan. Se extienden por la habitación, burlándose
de mí, burlándose de él, pero la chispa en sus ojos nunca vacila.
—No te engañes, Eva —dice en voz baja, todavía luchando para
controlar su respiración—. He estado de rodillas por ti desde el día que
me dijiste tu nombre.
Su mano desaparece de entre mis muslos. Unos dedos suaves rozan
mi estómago y mi mejilla.
Luego, se va. Y se lleva mi aliento con él.
Capítulo 23
Easton
Voces apagadas, amargas y silenciosas, se deslizan bajo la puerta
cerrada de mis padres. Al ver que el pasillo está vacío, trago con fuerza,
mis hombros se contraen con cada respiración agitada, y apoyo mi frente
contra la puerta cerrada de Eva. Mi mano todavía está enroscada
alrededor de la perilla.
Rompí las reglas. La regla de mi madre. Crucé otra línea que nunca
debí haber cruzado. Y sin embargo, ahora, incluso cuando mi polla
todavía se tensa contra mis pantalones vaqueros, no puedo encontrar ni
una onza de culpa o arrepentimiento.
Al principio, cuando escuché las palabras de mi padre, no pude
entender el fuerte chasquido que se produjo en mi pecho. La mayor parte
del tiempo, finge que no existo. ¿Cómo es que su rechazo sigue
sintiéndose como una soga alrededor de mi cuello? Me apretaba, me
ahogaba y me quemaba cuando estaba solo en mi habitación. Porque, por
primera vez, me di cuenta que su rechazo estaba justificado.
No soy de él.
Entonces levanté la vista y allí estaba Eva. Eva que apareció por mí a
pesar de todo lo que mi madre dijo de ella. Eva que era toda ojos
honestos y palabras suaves.
Por si sirve de algo, no todo es mentira. No para mí.
En ese momento, valió la pena mi maldita cordura.
Sabía lo que quería cuando la seguí a su habitación. Me dije que era
un acto de rebeldía. Un acto que me merecía. Pero entonces, estaba en su
espacio, habiendo cerrado la puerta, y la vi. Vi la vulnerabilidad en sus
ojos marrones. Vi el temblor en su agarre mientras ella alcanzaba su
cremallera.
Segundos. Unos segundos fue todo lo que necesito para desnudarme,
y como una bocanada de humo, toda la mierda se había esfumado. Ya no
la seguía en un acto de rebeldía. La seguía porque la necesitaba, porque
necesitaba algo real de ella, y de alguna manera, ella lo sabía. De alguna
manera, se ofreció a mí. Me dio un pedazo de sí misma que nunca pensé
que conseguiría. Un pedazo de ella no puedo dejar de repetir: los ojos
clavados en los míos, caderas rozando contra mi mano, mi nombre roto
en sus labios…
— ¿Easton?
Me alejo bruscamente de la puerta de Eva. Thomas, el prometido de
Isaac, está al final de las escaleras.
—Isaac te ha estado buscando. Quería asegurarse que estuvieras bien.
Intentó en tu habitación, pero… — Mira a la puerta a mi lado, sin saber
que es de Eva—. Supongo que te extrañó. De todos modos, tenemos que
despegar, pero él sigue abajo si tienes un minuto.
—Uh, sí. Ahora mismo bajo.
Thomas asiente, y yo espero hasta que baje las escaleras antes de
recomponerme. Mierda. Todavía estoy durísimo. Le sigo, y paso por
encima de un marco roto en el mismo momento en que se abre la puerta
de mis padres.
Mis pies se congelan, mis ojos se fijan en los de mi padre.
Su mano se desprende del pomo de la puerta, y da un paso vacilante
hacia adelante. Mi pecho martillea. No estoy seguro de si se está
acercando a mí o se escapa por las escaleras, y por la incertidumbre de su
expresión, una mirada que veo tan raramente que apenas lo reconozco, él
tampoco lo está.
Se pasa una mano por su cabello castaño arenoso, mueve su mirada
hacia las escaleras, y luego me mira.
—Easton… —Un trago—. Yo…
Arqueo una ceja, pero con cada segundo de silencio, algo dentro de
mi se marchita. Tú, ¿qué? ¿Me odias? ¿Deseas que no esté aquí?
—Yo… no puede hacer esto en este momento —termina.
Tirando de su corbata, se decide y camina hacia las escaleras. Le
observo, incapaz de moverme, hasta que desaparece. Se me hace un nudo
en la garganta, el cuello de la camisa me asfixia aunque esté
desabrochado. Cuando finalmente sigo su sombra, desciendo las
escaleras detrás de él, no puedo evitar darme cuenta que siempre voy a
estar persiguiéndolo. Siempre a su sombra.
La casa está muerta, aparte de algunos proveedores de comida que
recogen y María que va de una habitación a la otra llenando una bolsa de
basura.
Isaac y Thomas están charlando en el vestíbulo cuando los veo, Isaac
tirando de la correa de su guitarra sobre el hombro. Me bajo la manga,
me meto las manos en los bolsillos, y trato de dejar que las emociones se
desprendan de mis hombros. Mi padre hace que parezca tan fácil no
preocuparse. Pero no puedo hacerlo, y supongo que eso es solo una
prueba que no soy el hijo de mi padre.
—Hey —Isaac dice cuándo me acerco a ellos. Él mira a Thomas, que
mira hacia otro lado, arrastra los pies y consulta su teléfono.
—Oh, sí, tengo que tomar esto —dice Thomas, levantando su
teléfono con una pantalla negra antes de ponerlo a su oído—. Ah, hola…
Los labios de Isaac se mueven mientras Thomas se aleja continuando
con su conversación imaginaria, luego vuelve a centrarse en mí.
—Entonces. ¿Cómo lo estás llevando?
—Podría ser mejor.
—Mira… sobre lo que dijo papá, todos sabemos que puede ser un
verdadero idiota. Solo… —Aprieta los labios, agarra su correa de
guitarra—. Dale tiempo, ¿sabes? Él maneja las cosas a su manera.
¿Recuerdas cuando éramos niños?
La mandíbula me tiembla, el malestar se agudiza en mis entrañas al
recordar que mi padre no siempre fue así. Que una vez me amó.
— ¿Recuerdas cuándo tiramos toda su puta colección de guitarras en
el garaje? ¿Recuerdas lo furioso que estaba? —Isaac se ríe. Yo no—. Fue
un imbécil durante semanas.
—Meses.
—Pensamos que seguramente nos daría una paliza o nos desheredaría,
pero luego, después de tener algo de espacio, lo superó. Siempre lo
supera.
—Sí, bueno —Me froto la nuca, miro hacia las escaleras. Me
pregunto qué estará haciendo Eva. Si está durmiendo o si está tumbada
en la cama despierta. Si ella me abriría la puerta si volviera—. Resulta
que esta vez ha tenido años para superarlo. Si no lo ha hecho hasta ahora
seguro que no lo hará.
Isaac cierra los ojos, suelta un suspiro y luego tira de mí para darme
un abrazo. Me da dos palmaditas en la espalda.
—Bueno, si no lo hace, él se lo pierde —Da un paso atrás, encuentra
la mirada de Thomas y asiente con la cabeza—. Y de todos modos, mira
el lado positivo. Al menos siempre tendrás a mamá.
Mis labios se mueven con sequedad, y se ríe mientras Thomas
regresa a su lado.
—Vale, no, pero en serio. Llámame si necesitas hablar. Me quedaría
si pudiera, pero ya sabes… No discrimino; los profesores también son
idiotas —Él toma la mano de Thomas—. Y Eva… Se hace la dura, pero
siempre son los duros los más blandos… Hazme un favor y cuida de ella.
Me aclaro la garganta, asiento con la cabeza una vez.
—Sí —Estoy bastante seguro que lo que acabo de hacer con ella está
muy lejos de lo que quiere decir con eso.
Una vez que él y Thomas se van y yo me quedo solo en el vestíbulo
vacío, me permito sentirme como una mierda. La sensación persiste, se
enrolla a mí alrededor como alquitrán, mientras subo a duras penas las
escaleras. Cada paso me pesa un poco más, y para cuando estoy a mitad
de la escalera, las palabras de Isaac resuenan en mi cabeza.
Cuida bien de ella.
Si tan solo lo supiera.
Cuando llego a lo alto de la escalera, estoy tan absorto en los
pensamientos de Eva que casi no me doy cuenta que los sollozos
provienen de detrás de la puerta entreabierta de mis padres. Frunciendo
las cejas, entrecierro los ojos y miro dentro. La habitación parece vacía al
principio, pero luego veo la parte superior de la cabeza de mi mamá. Está
sentada en el suelo, de espaldas a mí mientras se apoya contra la cama.
Su cabello es un desastre, los hombros agitados. Y llora.
Ella llora tanto que casi olvido lo diferentes que somos.
Capítulo 24
Eva
Tanteo a ciegas la pila de libros de texto en mi casillero, con la
atención fija en el pasillo.
Easton está fuera del vestuario de los chicos, rodeado de sus
compañeros de equipo. Parcialmente escondida por la puerta de mi
casillero, observo como lanza perezosamente el balón a Zach y se ríe de
algo que dice uno de los chicos. Su cabello está más revuelto de lo
habitual, como si hubiera estado pasando los dedos por él toda la mañana,
y sus ojos están tan agotados que dudo que haya dormido anoche.
Cuando bajé esta mañana, ya se había ido. La casa bien podría haber
sido un pueblo fantasma del Salvaje Oeste, mientras yo estudiaba un
poco más y luego me preparaba para la escuela. María era la única
presente, pero incluso ella estaba extrañamente tranquila, ni una sola
reprimenda sobre mi camiseta corta y pantalones tan apretados que
parecen pintados. No tengo ni idea de lo que pasó entre Bridget y
Vincent después de la fiesta, pero el marco roto de su boda que vi en el
pasillo me dice que probablemente no fue nada bueno.
Me obligo a regresar a mis materiales. No importa cuán cansado
estuviera mi cuerpo anoche, no podía dormir. Seguía imaginando a
Easton, solo en su habitación, e imaginando lo que debía estar sintiendo.
Debería haber ido a verle. Debería haberme asegurado de que estuviera
bien. Fácilmente podría haber hecho algo para que se sintiera mejor,
como lo hizo por mí. Me muerdo el labio pensando.
Todavía siento el calor de su mano entre mis muslos, su aliento en mi
cuello. Su áspero susurro en mi oído, lleno de coraje, honestidad y
palabras que nunca supe que podrían existir para mí. De alguna manera,
la intimidad de anoche hizo un vacío sin fondo en mi estómago. Un vacío
que me duele y está hambriento de más, y no sé qué demonios se supone
que deba hacer al respecto.
Apretando los dientes, abrazo mis libros al pecho y cierro mi
casillero. Necesito hablar con él. No podré concentrarme en nada más
hasta que lo haga.
Antes de que pueda convencerme de no hacerlo, me doy la vuelta.
Mis libros se caen al suelo mientras el shock me aplasta la garganta.
Cabello negro.
No puedo…
Ojos de serpiente.
No puedo respirar.
Lenta y fina sonrisa.
Es él.
No puede ser.
Él me encontró.
El fragmento de porcelana quemando el hueso de la cadera, y la
sensación hace que mis pies entren en acción. Retrocedo. Tres casilleros
pasan zumbando antes que termine la fila, y me agacho tras ellos,
ocultándome en la esquina.
Al notar vagamente las miradas de los estudiantes hacía mí, cierro los
ojos. Mis uñas se clavan en la pared detrás de mí, y el lejano escozor del
dolor me aplasta. Trato de respirar, pero el oxígeno golpea una barrera en
la base de mi garganta. Todo lo que puedo manejar son pequeños y
patéticos tirones de aire.
No te asustes, Eva.
Preparándome, apago mi cerebro lo suficiente para abrir los ojos y
mirar a la vuelta de la esquina. Escaneo los pasillos llenos de: estudiantes,
estudiantes y más estudiantes.
No hay señales de él.
Pero… Lo he visto. ¿No? El pánico se arrastra por mi piel como
pequeñas garras. Parecía tan jodidamente real.
—¿Muy asustada?
Salto, y mi mirada se dirige a Whitney. Ella abre su casillero y se ríe.
—Parece que has visto un fantasma.
Hay algo en la forma en que lo dice, un borde ácido en su voz. Mira
hacia el lugar en el que juraría haberlo visto, y un escalofrío se apodera
de mí. Por primera vez, no tengo una respuesta sarcástica. No tengo
ninguna respuesta.
La esquivo, recojo los libros que se me han caído, y los meto en mi
mochila antes de recorrer el pasillo. Mi estómago se hunde cuando noto
que Easton no está por ningún lado. No me importaría perderme en unos
whiskys ahora mismo.
Justo cuando me doy la vuelta para alejarme, Whitney se enoja a mis
espaldas.
—¿En serio? ¿No tienes nada?
Sigo avanzando, con la vista puesta en el frente.
—¡He oído que Carter está ocupando tu asiento en la clase de inglés!
Bien por él.
Cruzo frente a la puerta del salón de inglés, mi corazón latiendo
contra mi pecho como si tuviera esteroides. Bajo el pasillo, doblo la
esquina y salgo directamente por la puerta principal del colegio.
Comienzo a sudar frío empeorando con cada paso que doy.
No me detengo hasta estar en la parada de autobús.
El banco está vacío, pero no puedo sentarme. Camino de un lado a
otro, jugando con la correa de mi mochila, mientras espero y espero.
Parece una eternidad hasta que me subo y me acomodo en el autobús.
Las casas a ambos lados de la calle pasan de largo y, pronto, el pánico
disminuye y me permite respirar profundamente.
Una vez leí que todo el mundo reacciona al trauma de diferentes
maneras. Los cerebros de algunas personas toman todo el incidente y lo
guardan cuidadosamente en una caja, escondiendo la llave durante años,
o a veces para siempre. Para otros, no hay caja, y el incidente queda a la
vista, como un espectáculo de terror que se reproduce en un bucle
constante para atormentarlos.
Luego hay gente como yo.
Las personas que tienen una caja, pero la caja está rota, y el
contenido se derrama por la parte superior como si fueran tripas. Esta
categoría puede ser engañosa. La caja puede fingir ser agradable y estar
contenida durante años, hasta que un día, se abre como una caja de
sorpresas con un fantasma controlando el mango.
Tal vez esto solo es mi caja rota actuando. Tal vez me estoy
volviendo loca. Creo que tengo que estarlo.
No es la primera vez que siento que alguien me observa, sobre todo
últimamente. Pero nunca antes había conjurado su imagen. Las líneas
definidas de su mandíbula bien afeitada, la dura coraza de su cabello
salpicado y gelificado. La posibilidad de que no lo haya imaginado es
suficiente para hacer que mi corazón se paralice y me lleve de vuelta a un
lugar en el que desesperadamente no quiero estar.
—A veces, cuando una persona debe tanto dinero, durante tanto
tiempo como tu padre, hay que hacer nuevos acuerdos. Estoy seguro,
que una chica inteligente como tú puede entender eso.
Cerrando mi chaqueta, me retuerzo en el borde de la cama rígida y
desconocida, pero dos manos fuertes agarran mis rodillas y me
mantienen en su sitio.
—Me alegra que él y yo hayamos podido llegar a un acuerdo en el
que ambos pudiéramos encontrar valor. Un trato muy raro y especial.
¿Te explicó lo que eso significa?
Tragando, sacudo la cabeza.
—No, por supuesto que no. Lo seguiste hasta aquí cuando te lo dijo,
porque eres una buena niña, ¿no?
No puedo dejar de mirar el delgado camisón blanco tendido sobre la
silla cercana. Parece de mi talla. ¿Por qué es de mi talla?
Un firme agarre sujeta mi barbilla, inclina mi cabeza hasta que estoy
mirando a los ojos azules más vacíos que he visto. Tan vacíos que veo
directamente a través de ellos. Su pulgar roza el nuevo moretón que
tengo bajo el ojo, el único recordatorio visible de que a mi padre no le
gusta ser interrogado.
—Te diré exactamente lo que significa —susurra—. Que ahora me
perteneces.
Se me eriza el vello de la nuca. A pesar del calor que hace en esta
habitación de hotel, estoy temblando.
Se inclina, los lados de nuestras mandíbulas se tocan, y luego
presiona sus labios contra mi mejilla.
Un beso.
—Así es, dulce, dulce niña. Soy tu nuevo papá.
Mis manos tiemblan mientras saco un cuaderno y una pluma de mi
mochila. La carta a mi primo es breve pero directa, haciéndole saber a
quién creo haber visto. Me aseguro de omitir cualquier detalle personal,
incluyendo nuestros nombres.
Han pasado dos años desde que un amigo de Alejandro lo sacó de la
prisión de máxima seguridad a la que fue enviado cuando yo tenía nueve
años. Aunque ahora no me revelará mucho sobre su vida, sé que es capaz
de mover los hilos donde la mayoría de la gente no puede. No hay líneas
demasiado grises para cruzarlas.
Es la única esperanza que tengo para averiguar de una vez por todas
si ese monstruo sigue vivo.
Después de tomar una ruta de conexión, salgo en The Pitts,
manteniendo mi cabeza abajo y caminando rápidamente. Los contactos
de Alejandro nunca se repiten dos veces, pero no he tenido noticias suyas
desde que envié mi última carta. No tengo ni idea de quién es su nuevo
contacto. Me muerdo el labio mientras sigo los mismos letreros de grafiti
de la última vez que estuve aquí.
Princesa.
Un escalofrío corre por mi espina dorsal al recordarlo. Puede que sea
pleno día, pero eso no significa mucho en The Pitts.
Finalmente, llego al club. Tiene el mismo aspecto que recordaba,
excepto que esta vez, está muy tranquilo, y no hay nadie parado fuera de
la puerta. Genial. Mi puño tiembla mientras lo levanto hacia la puerta de
acero abollada y toco.
Una maldición gruñona suena a través de la puerta. Luego se abre.
Miro hacia arriba, y me encuentro mirando a alguien que tiene que
ser el hombre más alto del mundo. Tiene que inclinar el cuello para
verme. Me mira de arriba abajo, hace un sonido de descontento, luego
ladra a las voces que discuten detrás de él. El humo del cigarro se escapa
por la puerta abierta.
Abro la boca, pero el hombre no me da la oportunidad de decir nada
antes de empezar a cerrar la puerta en mi cara.
— ¡Espera! —Pongo una mano en la puerta como si pudiera evitar
que la cerrara—. Estoy buscando a alguien.
Con un gruñido, cierra la puerta de golpe.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
Miro por encima de mi hombro, odiando lo expuesta que me siento
de repente. Las pocas personas que merodean por el callejón están en sus
propios mundos inducidos por las drogas. Nadie me está mirando.
Temblando, me subo la mochila al hombro y me vuelvo a la puerta.
Toc, toc.
Silencio.
Toc, toc, toc
La puerta se abre y me tropiezo con ella.
El gigante no está contento.
—¿Qué demonios quieres?
—Odette —La palabra sale de mi boca desesperada.
Él me mira fijamente.
—Odette —repito.
—¿Eres estúpida o algo así? —Justo cuando va a cerrar la puerta de
nuevo, un puño envuelve el borde del marco, deteniéndolo. Lentamente,
se abre de nuevo, y estoy mirando a unos ojos oscuros que me resultan
familiares. El alivio se extiende en el aire fresco de mi exhalación.
—Danos un segundo —murmura la cara familiar al gigante. No
espera una respuesta antes de salir y cierra la puerta detrás de él. Su
irritación es palpable—. Ya no puedes venir aquí con ese nombre, chica.
—Lo sé. Lo siento. Solo una carta más…
—No.
—Por favor. No sé a dónde más ir.
—Entonces espera —dice—. Eso es todo lo que sé.
—¿Todo lo que sabes? Mentira. —Mis palabras valientes o estúpidas
son traicionadas por un agarre inestable mientras saco la carta de mi
bolsillo. La empujo hacia él—. Necesito hacerle llegar esto. Debe saber
algo.
El tipo me observa durante un largo momento. Sacude la cabeza.
—¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho? ¿Diecinueve?
Levanto mi barbilla.
—Sí.
Se ríe.
El sonido me molesta.
—¿Qué? ¿Hay algún tipo de requisito de edad para entregar a alguien
un pedazo de papel ahora?
Los ojos entrecerrados me inspeccionan.
—Lo juro, no estaría aquí si no fuera importante.
Cuando suspira, sé que he ganado.
—Incluso si tomo tu carta, no puedo garantizar que le llegue.
Le acerco el papel.
—Solo inténtalo. Eso es todo lo que pido.
Finalmente, él toma la carta, y yo doy un paso atrás antes de que
pueda cambiar de opinión.
—Gracias.
—No dejes que te atrape por aquí otra vez. ¿Entendido, chica?
Asiento.
Él desaparece dentro del club, y yo me doy la vuelta, manteniéndome
alerta durante el camino de regreso a la parada de autobús. La paranoia
no es lo único que me molesta ahora. ¿En qué se ha involucrado mi
primo? Cada año es más difícil llegar hasta él. Cada año, parece
adentrarse más profundo en la madriguera del conejo.
Los nervios aprietan mis pulmones. Espero que mi carta lo encuentre.
Capítulo 25
Eva
La ausencia de Easton impregna la casa. El entrenamiento de fútbol
siempre se retrasa los lunes, pero una parte de mí esperaba que pudiera
saltarse hoy.
Una vez terminados los deberes, me detengo en la cocina para comer
algo reconfortante, pero cuando abro la nevera y miro su contenido, me
entran náuseas. Aprieto la manija antes de cerrar la puerta. Ya me perdí
el almuerzo, y gracias a una caja imaginaria rota, parece que me saltaré la
cena también.
—Jovencita —dice María, entrando a toda prisa a la cocina con una
cesta de ropa sucia en la cadera—. Arriba. Rápido.
Frunzo el ceño, pero cuando me hace señas para que me aleje de la
cocina, con verdaderos sonidos de “shoo”, acepto y me muevo a la
escalera. Ella me da un sorprendente empujón, y me agarro en el soporte.
Le envío una pequeña mirada.
—¿Qué diablos?
—Por favor, hazme caso. —Me da un codazo—. Ve ahora.
—Vale, vale. —Pongo los ojos en blanco.
Mi respuesta parece apaciguarla. Se aleja a toda prisa. Solo estoy a la
mitad de las escaleras cuando me detengo al oír el eco de los tacones en
el vestíbulo.
Bridget aparece al final de la escalera. Se detiene al verme. Sus ojos
están ocultos y vidriosos bajo las luces del candelabro, y una copa de
vino cuelga libremente en su mano.
—Hola, Eva —balbucea, dando un paso inestable en mi dirección. El
líquido carmesí se balancea en su vaso—. Espero que hayas pasado muy
bien en la fiesta de anoche.
El tono amargo de su voz sugiere que espera que lo haya pasado mal.
Mi estómago se tensa.
—Um, estuvo bien. Gracias. —Me giro para dar otro paso por las
escaleras, pero su siguiente palabra me detiene.
— ¿Bien? —Bridget se mueve hacia mí, tropezando con el primer
paso—. ¿Está bien que te haya adoptado? ¿Qué te de comida? ¿Refugio?
¿Una educación? ¿Todo a cambio de nada? ¿Ni una maldita cosa?
Un nudo se tuerce en mi garganta.
—Realmente lo aprecio, Sra. Rutherford. Todo lo que hace por mí.
Ella se ríe secamente.
—Aprecio. Ahora, hay una palabra que falta severamente en esta
casa.
No sé qué decir a eso, así que continúo mi caminata por las escaleras,
los inestables chasquidos de los talones de Bridget detrás. Llega a la
cima de las escaleras segundos después que yo.
Cuando estamos una al lado de la otra, ella me mira. Por un minuto,
nos miramos fijamente, y es el segundo momento más aterrador de mi
día.
—No soy la peor madre del mundo, ¿sabes? —murmura
eventualmente.
No le respondo.
—No lo soy. —Lo repite como si estuviera tratando de convencerme.
Como si estuviera tratando de convencerse a sí misma—. Amo a Easton.
Él lo sabe. —Su voz vacila—. ¿No es así?
Miro hacia otro lado, pero ella espera. Y espera.
—No lo sé —contesto honestamente—. Pero sé que te ama.
Sus ojos se abren y yo me muevo y miro la puerta de mi habitación
con anhelo. Bridget no quiere tener esta conversación conmigo. En
realidad no. Resulta que me encontré con ella cuando estaba borracha y
emocionalmente inestable.
—Eres afortunada, Eva —dice, lo que atrae mi atención hacia ella—.
Como yo. Pero nadie es indispensable. —Su mirada se intensifica cuando
se fija en la foto de la boda rota todavía en el suelo—. Un pequeño error,
y puede que te tiren a la basura. —Ella atrae su vaso a sus labios y se
bebe hasta la última gota—. No te olvides de eso.

Las sombras se deslizan por la ventana de mi habitación, cortando la


luna con oscuridad. El cristal de la ventana vibra bajo el torrente de
viento y lluvia.
Nunca he temido a las tormentas antes, pero esta noche, me pone la
piel de gallina. Cada rayo es un ojo azul helado, el golpeteo en la ventana
son sus susurros chirriando en mis oídos, y la electricidad en el aire es un
toque no deseado arrastrándose por mi espina dorsal. Deslizo mi mano
debajo de mi almohada, pero por primera vez, el fragmento de ópalo no
me tranquiliza.
¿Qué pasa si está ahí fuera? ¿Buscándome? Ya me congele una vez
cuando me atacaron. ¿Qué pasa si me congelo de nuevo? ¿Qué pasa si la
próxima vez, nadie me salva?
Cierro los ojos, estúpida y débil. Estoy tan asqueada conmigo misma
que el sabor de la bilis me quema la garganta.
Ya no soy la misma chica ingenua que era a los trece años. La he
enterrado tan profundamente que nunca saldrá a respirar.
Ahora soy fuerte. Más fuerte que nunca. Lo suficientemente fuerte
como para abrir mis malditos ojos y enfrentar la tormenta.
Él no está aquí.
Pero no puedo. Mis ojos están cerrados.
Sola en mi cuarto, no soy fuerte. Soy jodidamente patética.
Soy una sucia mentirosa.
Mi aliento se escapa en jadeos cortos y rápidos. Cada exhalación
persiste y se funde en el aire para formar una manta gruesa y oscura. Una
manta lo suficientemente pesada como para asfixiarme.
Los truenos rugen y me pongo de pie como un rayo, con la manta
pegada al pecho. Tengo la piel húmeda y la frente fría por el sudor
Con el siguiente estruendo del trueno, me quito la manta y me dirijo a
la puerta. Mi mano se detiene en el pomo, pero con el próximo
relámpago, abro la puerta. Mis pies descalzos cruzan la madera fría hasta
que estoy frente a la puerta cerrada de Easton.
El trueno grita, y me tapo los oídos, pero no se detiene, para, para,
para. No se detiene.
Fuera, fuera.
¡Suéltame!
Me meto en la habitación de Easton y cierro la puerta de un portazo,
como si la acción pudiera cerrar los recuerdos. Estoy jadeando cuando
me alejo de su puerta y me doy la vuelta.
Un rayo brilla por la ventana, proyectando esporádicos destellos
sobre la oscura habitación. Easton se pasa una mano por su rostro y se
sienta en la cama. Con el cabello oscuro cayendo desordenadamente
sobre su frente, sus ojos están entrecerrados por el sueño cuando me ve.
— ¿Eva? —Se encuentra con mi mirada, se sienta un poco más
recto—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Sacudo la cabeza, tratando de esconder mis manos temblorosas detrás
de mí. Por muy nerviosa que esté, una extraña combinación de calidez y
vergüenza me inunda ante su actitud protectora.
—Estoy bien.
Me observa atentamente.
—¿Puedo… —Me muerdo el labio, forzando las palabras—. ¿Puedo
dormir aquí esta noche? ¿Contigo?
No responde durante mucho tiempo. El silencio y mis nervios se
extienden por la habitación. No había considerado la posibilidad de que
dijera que no. ¿Y si dijera que no?
Doy un paso atrás, toco la perilla con los dedos.
—Olvídalo. Estoy siendo estúpida.
Jugueteando con la manija de la puerta, hago una pausa cuando él
lanza su edredón hacia atrás y me ordena:
—Quédate.
Lo miro fijamente.
—Por favor. —Es suave y convincente.
Mis dedos se desprenden del pomo. Me muevo hacia él y me limpio
las palmas de las manos en mis pantalones de pijama.
Yo soy la que vino aquí, quien le preguntó. Pero él dijo, por favor,
como si fuera él quien quiere que me quede. Como si yo fuera la que le
hace un favor.
Me meto en su cama, con su mirada en mi piel. Tumbada boca arriba,
mi corazón late rápidamente mientras miro el techo. Un edredón me
cubre. Ha sido calentado por su cuerpo, y huele como él.
—No lo hacías en serio —me oigo decir—. Lo que dijiste anoche,
antes de que te fueras.
—Lo hice.
Parpadeo, giro la cabeza para mirarlo.
Me está mirando, su cara tan cerca que no hay más que líneas duras,
labios suaves y ojos fáciles. Las mariposas bajan en mi estómago, y
rápidamente vuelvo a apartar la mirada. Si los relámpagos resaltan su
confianza sin esfuerzo, mi incertidumbre debe brillar con luces de neón.
—¿Qué parte? —susurro.
—Todo. —Su atención me quema la piel, llevando el calor a mis
mejillas—. Cada palabra. Cada segundo.
Mis labios se separan, y un suspiro se me escapa. Mi pulso baila
entre mis muslos.
Su voz grave patina sobre mi piel.
—Mírame, Eva.
—¿Por qué? —Estoy sin aliento. Aparentemente, no soy la única con
el poder de distracción.
—Porque estás en mi cama.
Casi me doy un golpe.
—Porque quiero asegurarme de que soy el único en tu cabeza cuando
te duermas.
Mis ojos se cierran cuando sus palabras se hacen sentir. Eres el único,
quiero decirle. Siempre has sido el único. Abro lentamente los pesados
párpados y me pongo de lado para enfrentarme a él. Easton me observa
cuidadosamente, una mano bajo su cabeza.
Exhala un cálido aliento sobre mis labios.
Nuestra respiración constante llena la habitación, profunda y lenta.
Los sonidos son hipnóticos. Me consuelan y alivian porque son de
Easton. Son míos. Son los nuestros.
Finalmente, sus párpados comienzan a bajar. Su respiración se hace
más profunda. La mía sigue su ejemplo, y mis ojos se cierran. Empiezo a
perderme, mi cuerpo derritiéndose en la comodidad de su cama. Antes de
dejar que la oscuridad me hunda, susurro:
—Gracias.
Pasa un minuto, y luego otro.
Su voz es áspera cuando murmura:
—Buenas noches, Eva.
Capítulo 26
Easton
La huelo cerca.
El aroma de lavanda en mi almohada, en mis sábanas, en mis
pulmones.
Mi pulso se acelera y abro lentamente los ojos. Después de que Eva
se durmió, me quedé allí, mirándola. Pasaron horas antes de que mi
sangre se enfriara lo suficiente como para dejarme llevar por ella. En
algún momento de la noche debimos haber cerrado la distancia en mi
cama king-size. Nuestras frentes se tocan. Nuestros labios están tan cerca
que podría rozar los suyos con los míos si me muevo medio centímetro.
El calor se dispara bajo mi piel al pensarlo, recordándome la piel
suave, los labios separados, y el sonido sin aliento de mi nombre en su
boca cuando se corrió.
Desde que salí de su habitación después de la fiesta de aniversario,
no he sido capaz de ver con claridad. Incluso ahora, las palabras de mi
padre, las palabras de Vincent, están marcadas en mi cerebro tan
profundamente que todavía no puedo quitarme el ardor.
Pero cuando Eva está frente a mí, lo veo bien.
Mi respiración se vuelve pesada a medida que la presión se acumula
en mi pecho. Con un pulgar, acaricio su mano bajo la manta. Sus labios
se separan y un suspiro tranquilo se escapa. No puedo evitar rozar mis
labios contra los de ella para captar el sonido y absorberlo.
Mi pecho martillea con fuerza. La sangre me llega a los oídos.
Joder, lo que haría por besar de verdad a esta chica.
El chirrido de neumáticos al salir de nuestra calzada golpea mis oídos.
De forma patética, tras demasiadas noches de espera, sé que el motor
revolucionando pertenece al Aston Martin de mi padre. Escucho el
sonido hasta que se desvanece, llevándose consigo el calor de mis venas.
Dejando escapar una respiración agitada, me obligo a sentarme, con
cuidado de no molestar a Eva. Paso mis palmas por mi cabello y por mi
cara, apretando los ojos. Cada célula en mí pesa demasiado con la
necesidad de permanecer en esta cama con Eva. Es una necesidad cruda
e incesante, pero los neumáticos pesados de mi padre me recuerdan por
qué necesito levantarme y estudiar. Le devuelvo la mirada.
Eva.
Ella es todo lo que esta familia no es. Mi padre trabaja en la ley por
nada más que poder y manipulación. Mi madre solo vive por estatus. Eva
es diferente de los odiosos invitados que estuvieron presentes en la fiesta
de aniversario de mis padres. Ella es diferente de todos en este
vecindario, gente que no tiene idea de cómo es la vida real para aquellos
a quienes dicen querer ayudar.
Y yo soy uno de ellos.
Puede que no sea un Rutherford de sangre, algo áspero y doloroso me
sube por la garganta al pensarlo, pero bien podría serlo. Puedo tener lo
que quiera, gracias al dinero de Vincent. Voy a una prestigiosa escuela .
Incluso aproveché mi estatus, mi nombre, para que el Sr. Doau dejara a
Eva en paz. Pero no voy a ser como ellos nunca.
Eva se mueve, y un suave gemido se escapa mientras se acerca a mí
mientras duerme. Su mano toca la mía, su respiración se profundiza una
vez más. Miro nuestros dedos unidos.
No habla de su vida antes de llegar aquí, pero sé que ha pasado por
un infierno. Mis padres también lo saben, pero no se ha hecho nada al
respecto. Mi mandíbula se aprieta, mi mirada viaja por su cuerpo hasta su
rostro. Alguien la lastimó. Alguien que probablemente todavía está ahí
fuera. Y Vincent, un hombre que dice ser un protector de la ley, no ha
hecho una mierda al respecto, porque él y mi madre ven la vida a través
de una lente de cristal. El dolor de Eva no es real para ellos. No la vieron
todas esas veces que se metió en nuestro patio, y todavía no la ven ahora
que está justo frente a ellos.
Sin embargo, su lente de cristal no es nueva. Mis padres han estado
cegados durante décadas.
No les importaba que la madre biológica de Isaac estuviera siendo
gravemente abusada por su marido cuando fue puesto en adopción; solo
les importaba tener a su bebé.
Si no tengo cuidado, terminaré como ellos, en una burbuja que no es
real. En un mundo hecho de trajes a medida, botox y promesas en forma
de píldoras. En un mundo donde te escondes detrás del dinero y de las
oficinas de la esquina, pretendiendo entender cosas que ni siquiera ves.
Mis nudillos se curvan, y exhalo. No voy a convertirme en mis
padres. Como Vincent, estudiaré todo lo que hay que saber sobre la ley,
pero lo haré en mis términos. Sin su nombre. Sin su dinero. Me ganaré
mi pretenciosa oficina de la esquina, pero no me atreveré a calentar el
asiento hasta que haya metido los pies en el barro como un buen policía.
Voy a ganarme la vida de primera mano para proteger a la gente a la que
pretendo servir.
Mi respiración comienza a ralentizarse mientras aparto con cuidado
un mechón de cabello de la cara de Eva. El hielo en mi sangre se derrite.
No debería haber tenido que pasar por lo que sea que haya pasado. Pero
ahora está a salvo.
Y me aseguraré de que siempre lo esté.
Toc, toc, toc.
Mi columna está rígida.
—Querido.
Mierda. ¿Qué demonios hace mi madre levantada tan temprano?
—Abre la puerta, por favor.
Justo cuando el pomo empieza a girar, me levanto de la cama y me
adelanto a mi madre. Con una rápida mirada sobre mi hombro para
asegurarme de que Eva sigue dormida, me deslizo hacia el pasillo y
cierro la puerta detrás de mí.
Frunzo el ceño al ver las ojeras de mi madre. Su cabello parece un
gato rabioso, y unas tenues arrugas delinean su chaqueta roja. Quiero
estar enojado con ella, estoy enojado, pero no puedo sacar el recuerdo de
su llanto de mi cabeza, y ahora mismo, apenas la reconozco.
—Easton —dice ella en voz baja. Inspeccionando mi cara, se estira, y
con sus dedos temblorosos me acaricia la mejilla.
El malestar se extiende a través de mí.
—¿Qué está pasando? —pregunto suavemente. Con cautela.
Ella baja la mano y sacude la cabeza.
—Nada. Solo quería ver a mi dulce hijo. ¿Hay alguna ley que lo
prohíba?
Mis ojos se estrechan. ¿Dulce hijo?
—Estaba pensando… —Alisa su chaqueta, mirando hacia otro
lado—. Deberíamos desayunar. Juntos.
—Desayuno. —Si mi expresión oculta mi repulsión ante el
pensamiento, mi voz lo deja claro—. ¿En serio?
Un golpe suena detrás de mi puerta cerrada, y la alarma pincha mi
piel.
Mi madre mira a mí alrededor.
—¿Tienes compañía? —Lentamente, sus ojos se deslizan por el
pasillo, hacia la puerta abierta de Eva, y luego de vuelta.
—Sí —murmuré, frotándome la nuca—. Ah, Whitney se quedó.
—Oh. —Mira a la puerta de Eva de nuevo, pero esta vez, su atención
persiste—. Hmm. Es raro que Eva se levante tan temprano ¿no? —Ella
entrecierra los ojos y se vuelve hacia la habitación de Eva—. De hecho,
solo voy a comprobar…
—Espera. —Ambos nos sobresaltamos cuando agarro el brazo de mi
mamá. Ella mira hacia abajo, donde mi mano está ligeramente curvada
alrededor de su muñeca, y la dejo ir—. Estoy seguro de que se olvidó de
cerrar la puerta. Ya sabes que le gusta dormir hasta tarde. Pero si aún
quieres ese desayuno, me voy abajo a preparar café, así que… —Mis
próximas palabras son incómodas como el infierno, cada una atrapada en
mi garganta, pero las empujo como si mi vida dependiera de ello. Porque
la de Eva podría hacerlo—. ¿Quieres venir? Te haré un poco. —Casi me
ahogo cuando me fuerzo a decir—. Lo haré como tú quieras.
Hay una razón por la que suelo dejar que Eva le haga el café a mi
madre. Me negaba a hacerlo, algo que solía cabrear a mi madre lo
suficiente como para que duplicara su consumo de pastillas. No me
atrevía a añadir esa mierda a su bebida. Cuando empezó a hacer que Eva
lo hiciera por ella, noté que Eva solo agregaba lo mínimo, lo suficiente
para que mi mamá no note la diferencia. Lo he apreciado en silencio
desde el primer día.
Mi madre frunce el ceño, mirándome con escepticismo.
—¿De verdad?
Mi mandíbula esta tensa, pero asiento.
—Sí.
No espero su respuesta antes de empezar a caminar hacia la escalera,
esperando que me siga.
Cualquier otro día, marcharía por ese pasillo para ver dónde está Eva.
Pero, aparentemente, no soy el único afectado por todo lo que sucedió en
la fiesta de aniversario.
Cuatro pasos, cinco pasos… finalmente, el familiar chasquido de
tacones suena detrás de mí, y suspiro de alivio.
Sabe que pasa algo, pero no sabe qué.
Por ahora.
Capítulo 27
Eva
Golpe.
Me despierto de un salto, con los dedos curvandose en las sábanas.
¿Qué mierda ha sido eso? Mi corazón hace eco del golpe, y mi mirada
vuela hacia el lado vacío de la cama.
Se ha ido.
Tratando de ralentizar mi respiración, escaneo el resto de la
habitación de Easton.
Estás siendo estúpida otra vez.
He imaginado el sonido. No es real. Mi caja rota está haciendo ruido
y…
El terror se apodera de mi garganta cuando veo una forma alta y
oscura que bloquea la ventana. Un jadeo sale de mi boca. Intento gritar,
pero no puedo.
—Shhh. Está bien. —La forma se acerca, su sombra trepando por las
paredes y sobre mi cabeza, y me siento inútil, congelada, rota—.
Evangeline. Está bien.
Evangeline.
Evangeline.
Sabe mi nombre.
Unos dedos cálidos rozan mis hombros. Abro mi boca para gritar,
pero la sombra agarra los lados de mi cara con manos suaves conectadas
a brazos voluminosos y de color oliva. Inclina mi cabeza hacia arriba,
forzando a mis ojos a fijarse en los suyos.
—Shhh… —dice de nuevo—. Soy yo. Soy yo.
—Alejandro —respiro. El alivio entra en mis pulmones con fuertes
ráfagas de oxígeno, y cuando mi pulso se ralentiza, me doy cuenta de que
no es una sombra en absoluto. Puedo verlo claramente—. Alejandro.
Estás aquí.
—Estoy aquí.
Las lágrimas me escuecen los ojos mientras mi primo me abraza. Su
collar de oro presiona contra mí, frío y relajante. Me abraza tan fuerte
que las lágrimas estúpidas no dejan de brotar.
Finalmente, trato de alejarlo.
—Bien. Para. Vas a matarme.
Se ríe, y el sonido bajo vibra desde su pecho hasta mi oído. El
bastardo no me suelta.
—Tienes mi sangre colombiana. Nada puede matarte.
—Pero en serio —jadeo—. No puedo. Respirar.
Él se aleja, frunciendo el ceño, y yo sonrío.
—Wow. Eso fue fácil —murmuro—. Te has vuelto blando. Es un
poco embarazoso.
Sonríe, arquea las cejas.
—¿Blando? ¿Has visto mis brazos últimamente? —Levanta los
brazos, los flexiona, y una risa burbujea en mi garganta. Realmente está
hecho todo un hombre.
—Pellízcame.
—Yo también te extrañé. —Su expresión se vuelve sombría. Ojos
oscuros, casi negros, se posan en mí con algo tenebroso y me recuerda lo
raro que es el lado tonto y alegre de mi primo.
Cuando está serio, no hay duda de que es un hombre sumido en la
oscuridad. Su cabello negro está muy rapado por los lados, pero la parte
superior es lo suficientemente larga para rozarle las orejas. Siempre ha
tenido una cara fuerte, con ángulos duros y una nariz recta y definida.
Tinta negra se asoma por encima del cuello de su camiseta, insinuando
los tatuajes que se esconden debajo.
Se me escapa la sonrisa, me limpio la humedad de las mejillas y miro
hacia otro lado.
—¿Recibiste mi carta?
—Lo hice.
—¿Qué has averiguado?
—Primero… buen trabajo subiendo tus calificaciones de nuevo. —
Me mira—. ¿Has comenzado a aplicar a alguna universidad?
Pongo los ojos en blanco, pero algo sobre la pregunta me motiva de
una manera que no me di cuenta que lo necesitaba.
—¿Con mi brillante currículum? No lo creo.
—¿Prefieres trabajar para mí?
No tengo ni idea de lo que hace, pero arrugo la nariz ante el
pensamiento, y sus labios se fruncen.
—Tienes que tomar esto más en serio, Evangeline. Hay algo ahí
fuera para ti, un propósito más grande. Solo tienes que encontrarlo.
El malestar se asienta en mi estómago, forzándome a mirar hacia otro
lado. Lo que él no sabe es que ya he decidido ir a la universidad. Pero no
es porque crea que hay un propósito más grande para mí. No importa
cuántas veces lo diga Alejandro, o cuántas veces mi madre haya dicho
que había algo más, esperándome. Sé quién soy, y no me engañaré con
pensamientos que nunca se cumplirán. No, la única razón por la que iré a
la universidad y me gradúe, será para probar que puedo.
De todos modos, nada de eso importa ahora. Mis notas no son la
verdadera razón por la que está aquí.
—Alejandro… —digo, volviendo mi atención a él. Mi garganta se
aprieta con las siguientes palabras de mi boca—. Dime lo que descubriste.
¿Él está... está vivo?
Mi primo no responde de inmediato, y su expresión me hace un nudo
en el estómago.
—Dime.
—Está vivo —dice en voz baja.
Un estúpido sollozo me ahoga, y me odio por ello. Le odio por ello.
La ira sube por mi cuerpo y atrapa un grito ardiente en mi pecho. Está
vivo. ¿Cómo podría haber sobrevivido? Monstruos como él no merecen
un latido. Debería haberme quedado y arrancarle el corazón cuando tuve
la oportunidad.
Mis ojos arden cuando la ira hierve. ¿A quién estoy engañando? Me
congelé cuando mi propio primo se coló para verme.
Patético.
—Evangeline…
—¿Y mi papá? ¿Mi mamá?
—Pensé que no querías saber de ellos.
—Ahora sí —suelto, pero inmediatamente me arrepiento—. Mierda.
Lo siento —susurro—. Lo sé… Sé que he dicho eso en el pasado, pero
eso fue entonces. Necesito saberlo ahora. Estoy lista ahora.
Alejandro se detiene y ajusta su posición para sentarse a mi lado con
la espalda contra la cabecera. Su respuesta es indiferente.
—Tu padre está muerto. Fue encontrado colgando del ventilador del
techo en su dormitorio.
—Supongo que algunos monstruos mueren. —Mi voz es distante,
como si no me perteneciera—. ¿Hace cuánto?
—Exactamente un año después de que huyeras.
Una media risa hueca se me escapa.
—Feliz aniversario para mí.
Gruñe.
Después de un momento, giro mi cabeza para mirar a mi primo a los
ojos.
—¿Y mi madre? ¿Está… viva?
Hay una larga pausa antes de que murmure:
—No lo sé.
Miedo y esperanza se enredan como una red pegajosa en mi pecho.
—¿No lo sabes?
Sacude la cabeza.
—No he podido encontrarla.
Un nuevo escozor se acumula detrás de mis ojos. Los cierro y me
recuesto, hundiéndome en la almohada.
—Está bien. Ella está bien —me aseguro a mi misma.
—Evangeline —dice mi primo en voz baja—. Sabes que puedo hacer
que desaparezca para siempre.
Yo no abro los ojos.
—Solo di la palabra.
La oscura y codiciosa tentación despierta a la vida ante el
pensamiento, pero rápidamente apago la llama.
—Como si no hubieras hecho ya lo suficiente por mi familia —
susurro, con una lágrima traicionera derramándose sobre mis pestañas—.
Te enviamos a prisión una vez. Nunca podría hacerte eso de nuevo.
—Oye. —Los dedos tocan mi barbilla levantándola. Espera
pacientemente a que lo mire—. Tu madre era más que una tía para mí.
Ella me crió también por un tiempo. Mataría a su hermano de nuevo si
pudiera volver, excepto que lo haría antes, antes de que él la prostituyera.
—Sus labios presionan una línea apretada, su voz baja a un suave
gruñido—. Yo también habría matado a tu padre si ella no me hubiera
rogado que no lo hiciera.
Se me escapa un sonido seco.
—Hablas como si pudieras ir por ahí matando a cualquiera que no te
guste.
—No a cualquiera. —El peligroso filo en sus ojos me eriza el vello
de la nuca—. Solo aquellos que lastiman a los que amo y se salen con la
suya.
Me siento a su lado. Entrecierro los ojos, buscando en su rostro.
Nuevas cicatrices salpican su piel: dos cortando su ceja izquierda, una a
través de su labio inferior. Los tatuajes en su cuello casi esconden una
marca desagradable debajo de su mandíbula.
Trago saliva.
—Alejandro. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué todos parecen tener
tanto miedo de ti?
Sus labios se mueven, pero no hay humor en la expresión. Solo
sombras oscuras y profundas, del tipo que atormentan los sueños de las
niñas.
—No te preocupes por mí, primita —dice perezosamente y apoya la
cabeza contra la cabecera—. Yo tomo mis decisiones, como tú haces las
tuyas. —Escanea el dormitorio, los ojos entrecerrando—. Hablando de
opciones…
Su atención se centra en una foto de Easton, probablemente de no
más de diez años. Isaac sonríe a su lado, diciendo algo que hizo reír a
Easton. Se ven tan despreocupados, tan felices. La foto captura un
momento en el que nunca podría haber participado.
—¿Puedes adivinar qué clase de pensamientos pasaron por mi cabeza
cuando fui a tu ventana primero y vi una habitación vacía? —Su mirada
se desliza hacia la mía—. ¿Quiero saber por qué estás durmiendo en la
cama de tu nuevo hermano?
Me muerdo el labio, todavía mirando la fotografía.
—Probablemente no.
Mi primo inclina la cabeza, y yo me devuelvo. La preocupación se
dibuja en las tensas líneas en su rostro.
—Él es bueno, Alejandro. — Mi voz se quiebra—. Muy bueno.
Esta vez, cuando sus labios se inclinan, es suficiente para revelar el
hoyuelo en su mejilla derecha. La sonrisa transforma toda su cara de
peligrosa a suave.
Su pulgar acaricia el lado de mi cara.
—¿Quién es suave ahora, pequeña prima?
Sonrío.
—Cállate.
Él se ríe, deja salir un suspiro, y se para.
—Tengo que irme.
—Lo sé.—Me bajo de la cama—. Jesús, te has vuelto enorme. Alto y
con un gran cuerpo.
Sonríe, pero su expresión se vuelve seria de nuevo igual de rápido.
—No olvides mi oferta, Evangeline. Lo digo en serio. Si cambias de
opinión, sabes que te apoyo, ¿verdad?
Miro hacia otro lado para ocultar las lágrimas frescas que amenazan
con escapar.
—Y sabes que nunca estaría de acuerdo con que hicieras eso por mí.
Asiente, me rodea con sus brazos, y me atrae para otro de sus abrazos
mortales, que es algo que nunca ha cambiado en mi primo. Desde que era
pequeña, lo recuerdo abrazándose como si fuera la última vez. Como si
nunca me volviera a ver. Y supongo que con vidas como la nuestra,
puede que no.
Mi voz es gruesa cuando digo;
—Es Eva ahora, por cierto.
Se aparta para mirarme, frunciendo las cejas.
— ¿Eva?
Asiento con la cabeza y da una sonrisa torcida.
—Me gusta.
El suelo cruje, y un rayo de luz entra en el dormitorio.
Mi cabeza se mueve hacia el sonido. Mi corazón se atora en mi
garganta.
Easton se para en la puerta abierta, los ojos oscureciéndose mientras
revolotean entre Alejandro y yo. El horror me inunda cuando me doy
cuenta de que aún estoy envuelta en sus brazos.
Tic-tac, tic-tac.
—Supongo que tendré que despertar a Eva para ir a la escuela en este
momento. —La voz de Bridget sube las escaleras, acercándose cada vez
más—. Seguro que está en coma si es que sigue durmiendo.
Mi primo deja caer sus brazos.
Abro mi boca.
—Easton… —Su nombre es apenas un susurro.
La mandíbula de Easton hace tic, pero no hace nada más mientras
responde lentamente, todavía mirándome fijamente
—Ella está despierta.
—¿Estás seguro de eso?
—Estoy bastante seguro de ello.
Mi corazón palpita en mis oídos por lo cerca que está su voz ahora.
Casi ha llegado a la cima de las escaleras. Miro a mi primo, que está de
pie tan sólido como las paredes que nos encierran, la atención fija en el
pasillo. Preparado para cualquier cosa.
—Vete —me apresuro a decirle a mi primo, dándole un codazo. Mis
palabras son temblorosas, mi respiración agitada. Es bastante malo que
Easton lo haya visto, ¿pero Bridget? sería prisión o muerte para uno de
ellos—. Alejandro, vete. Por favor.
Easton toca el pomo de la puerta, y el calor abrasador de su mirada
me atraviesa directamente. Luego, cierra la puerta y desaparece.
Oigo voces al otro lado de la puerta cerrada al mismo tiempo que mi
primo abre la ventana. Lo que diga Easton es suficiente para convencer a
su madre de que se vaya. Quiero sentirme aliviada por el sonido de sus
tacones desvaneciéndose, pero la agonía se derrama en mis pulmones en
olas de marea, evitando que el oxígeno entre.
Todo lo que veo es la cara de Easton.
Traición.
La grieta que rompe mi corazón por la mitad es un tipo de dolor que
nunca he sentido.
Capítulo 28
Eva
La lluvia golpea el cristal de la ventana mientras me pongo un par de
botas negras desgastadas. Mirando el reloj en la pared, deslizo el
fragmento de ópalo bajo la pretina de mis pantalones vaqueros y desato
mi cabello sobre mi chaqueta de cuero. Si me doy prisa, podría ser capaz
de atrapar a Easton antes de que se vaya a la escuela. Casi me olvido de
tomar mi mochila del suelo antes de salir de mi habitación y tomar las
escaleras de dos en dos.
Los nervios se arremolinan cuando lo veo sentado en la isla de la
cocina, de espaldas a mí. Está metido hasta los codos en los cursos
universitarios, con los dedos martilleando en su portátil. Inhalo
lentamente mientras camino, y en el momento en que me doy cuenta de
que estoy jugueteando con la hebilla de mi cinturón, obligo a mis manos
a caer a mis lados. Nunca me he sentido así en mi vida.
Una vez que llego al taburete vacío junto al suyo, hago una pausa.
Deja de teclear, levanta la cabeza ligeramente, pero no aparta la vista
de la pantalla de su computadora. El calor de su cuerpo se derrama de él
en olas, haciendo que mi piel se caliente y se enfríe a la vez.
—Easton. —Su nombre se precipita en el aire inmóvil junto con la
incertidumbre de mi voz—. No es lo que piensas —susurro. Por favor,
mírame—. No esperaba que viniera aquí.
Sus ojos se cierran, y veo el movimiento de su manzana de Adán
arriba y abajo.
—Quieres decir —dice con voz baja y áspera—. No esperabas que yo
viera.
—No. Eso no es… —me levanto, enredo mis dedos en mi cabello, y
las palabras se escupen en un lío—. Mierda. Se suponía que estaba en
The Pitts. Se suponía que no debía…
— ¿The Pitts? —Finalmente, inclina la cabeza y se encuentra con mi
mirada. Sus fosas nasales se agitan, y mis ojos arden por la forma en que
me mira—. ¿Él es la razón por la que has estado escabulléndote a The
Pitts? ¿Arriesgando tu seguridad? ¿Tu vida?
Mi boca se abre, pero el nudo en mi pecho está tan apretado que no
puedo hablar. Todo lo que hay dentro de mí quiere decirle, contarle todo,
pero ¿qué le haría eso a Alejandro?
¿Qué le haría a Easton?
¿Contarle a la persona más honesta que conozco, una persona que
está tan decidida a ser un buen policía que se arriesga a que sus padres lo
deshereden por ello, a mantener el secreto de mi primo convicto fugado?
Incluso si Easton decide mantener el conocimiento en secreto, ¿qué
pasará cuando la academia de policía lo siente frente a un detector de
mentiras durante su entrenamiento? ¿Cuáles serían las consecuencias de
convertirse en cómplice de mi primo? ¿Sueños aplastados y un futuro
arruinado? ¿Tal vez incluso tiempo en la cárcel?
Pero esa mirada en su rostro. La desesperación. Como si pudiera
querer a alguien más que a él.
—Alejandro no es… —respiro—. No es…
Los ojos de Easton parpadean con algo que no sea traición. Es algo
profundo y serio. Parece esperanza. Lentamente, se pone de pie y da un
paso hacia mí, cerrando el espacio entre nosotros. Levanto mi barbilla
para sostener su mirada.
—¿Qué Eva? —pregunta tranquilamente, casi fervientemente. Su
cálido aliento toca mis labios, enviando un estremecimiento a través de
mí—. ¿No es qué?
Él es de la familia.
Solo esa palabra resonando en mi cabeza es suficiente para mantener
el secreto y asegurarme de que no vea nunca la luz del día. Alejandro no
es solo mi familia, es la única que me queda. Si revelo que no estoy
completamente sola, que tengo a alguien que se preocupa por mí, las
preguntas vendrán. Una puerta abierta es todo lo que se necesita para que
Alejandro sea descubierto y encerrado para siempre, y eso lo destruiría.
Me destruiría a mí.
La presión se acumula detrás de mis ojos, en la parte posterior de mi
garganta, y me desmorono bajo un peso tan sofocante que es como un
ancla que me aplasta.
—Lo siento —me ahogo—. Lo siento mucho, pero no puedo… no
puedo decírtelo.
Me mira fijamente, de mis ojos a mis labios y de nuevo hacia arriba.
Mi próximo aliento depende de su silencio. Es como si estuviera
esperando que yo lo retire. Para que lo arregle. Para que lo explique todo,
pero no puedo. Nunca puedo. Y eso me mata.
Pareciendo una eternidad de oportunidades que dejé pasar, el aire se
oscurece hasta convertirse en carbón, crudo y desconcertante, y da un
largo paso atrás. La atracción que ejerce sobre mí es magnética y hace
que las lágrimas salgan a la superficie, y se necesita todo lo que hay en
mí para no dejar que se derramen.
Un zumbido corta la pared de tensión que nos divide. Ambas miradas
se deslizan hacia la encimera de la isla.
Zumbido, zumbido, zumbido.
Mientras leo el nombre de Whitney que enciende el teléfono de
Easton, mis entrañas se agrian. Lo miro. El dolor, la decepción, la derrota
que veo en sus ojos, y no entiendo el miedo que se arrastra por mi pecho.
Se propaga como una telaraña, envolviendo mi corazón, un corazón que
le pertenece, y estoy aterrorizada de que vaya a dejarlo caer, pisarlo,
abandonarlo. El miedo se extiende y se extiende, esparciendo veneno por
mis venas.
—¿Qué estás esperando? —susurro, y el veneno repentino sabe a
ácido en mi boca—. Contesta.
Sus ojos se estrechan, pero no se mueve. Su tranquilidad es el
combustible para mi confusión encendida. ¿Por qué no se enoja conmigo?
La ira sería mucho más fácil de enfrentar que su angustia.
—Vete —continúo, odiándome más con cada palabra que digo—.
Corre con tu impecable novia, Easton. Sabes que quieres. Ustedes dos
son perfectos el uno para el otro.
He tocado un nervio.
—¿Whitney y yo? —Su voz baja me pone la piel de gallina en los
brazos—. ¿Quieres saber la verdad sobre Whitney y yo?
¿Qué verdad?
—No hay Whitney y yo —dice groseramente—. Nunca lo hubo.
Tenemos un trato. Pretendo ser su novio, y ella me paga.
Tengo la boca abierta.
—¿Qué?
—Ahora lo sabes. No más secretos. Al menos uno de nosotros puede
decir que su conciencia está limpia.
Los tacones de Bridget hacen eco por las escaleras. Easton cierra su
computadora portátil, deslizándola junto con su teléfono en su mochila.
Estoy atascada en el lugar, atornillando mis botas a la madera dura.
—Oh, mira quién decidió unirse a nosotros. —Bridget pasa junto a
mí y Easton, pero luego se detiene y mira hacia atrás. Sus ojos se mueven
entre nosotros dos.
Respiro con dificultad y siento las mejillas enrojecidas. Easton se
gira para quitar la chaqueta del taburete, pero la tensión le recorre los
brazos y la espalda.
—Eva —dice Bridget, estrechando la mirada hacia mí—. Dormiste
hasta muy tarde.
Easton vacila a medio camino metiendo un brazo en su chaqueta.
—Sí. —Trago saliva—. Siento haberme perdido tu café. Tuve
problemas para dormir.
—Hmm. ¿Tantos problemas que no pensaste en cerrar la puerta de tu
habitación?
Me sudan las palmas de las manos, y miro hacia Easton en estado de
shock. Mierda. ¿Qué tan estúpida tengo que ser para dejar mi puerta
abierta? Un vistazo es todo lo que le hubiera costado saber que yo no
estaba allí.
—Es muy extraño en ti.
Abro mi boca.
—Yo… Yo…
—El pestillo de mi puerta ha sido un dolor últimamente —dice
Easton, tirando de su sudadera con capucha sobre su cabeza. Mira a su
madre antes de agarrar su mochila—. No me sorprendería si la suya
también necesita ser revisada.
Bridget frunce las cejas.
—¿Es ese el caso, Eva?
Asiento con la cabeza.
—Easton. —Ella mantiene su atención en mí—. Dame tu teléfono,
por favor.
Se detiene a medio paso y mira a Bridget por encima del hombro.
—¿Qué?
—Creo que fui clara la primera vez.
Easton pasa sus dientes por su labio inferior, pero después de un
segundo, abre su mochila, agarra el teléfono y se lo da a ella.
La veo desplazarse a través de su teléfono con malestar en mi
estómago. Mirando a Easton, le ruego en silencio que me dé algo,
cualquier cosa. Alguna pista de lo que está pasando. Pero se centra en
Bridget. Realmente es un profesional ignorándome cuando quiere.
Me obligo a volver a mirar a Bridget para ver cómo deja el teléfono
en la encimera de la isla. Luego, un timbre, timbre, timbre, resuena en el
altavoz.
La garganta de Easton se mueve hacia arriba y hacia abajo, apretando
los labios.
Está nervioso.
Mierda.
—Hola.
Reconozco la voz en el mismo momento que Bridget dice:
—Hola, Whitney. Esta es la madre de Easton.
La mandíbula de Easton hace un tic.
Mi corazón golpea contra mi caja torácica.
—Buenos días, Sra. Rutherford.
—Buenos días. Me disculpo por la llamada inesperada, pero Easton
me dice que te quedaste a dormir anoche. —Ella se detiene, me mira, y
el silencio me hace sangrar los oídos.
—¿Qué?
Las cejas de Bridget se levantan, y mi corazón late más rápido.
—Te quedaste, ¿no?
La breve pausa de Whitney se siente como una eternidad.
—Oh, claro. Yo… Siento no haberte visto. Me escapé temprano para
ducharme y cambiarme.
Bridget aparta su mirada de la mía para mirar el teléfono.
—Entiendo. Estoy un poco confundida porque no vi tu coche en la
calzada.
—Oh… Bueno, ¿conoces a Jessica Edwards? ¿Justo al final de la
calle? Compartimos el viaje los lunes, y ella dejó su collar en mi casa
ayer de todos modos, así que fue perfecto. Ambas nos ayudamos
mutuamente. Ganar-ganar.
Mi corazón se ralentiza a un ritmo casi normal. Whitney tardó un
segundo en darse cuenta, pero tengo que admitir que la chica es buena.
Gracias a Dios que no sabe que me está cubriendo a mí.
—Ya veo. —Bridget se apoya en la encimera, con las uñas largas
envueltas en el mármol—. Afortunado, de hecho. Bueno, asegúrate de
quedarte más tiempo en tu próxima visita para que podamos ponernos al
día. Y, por supuesto, saluda a tus padres de mi parte.
—Lo haré. Gracias, Sra. Rutherford.
Cuelgan, y Bridget desvía su atención de mí a Easton.
—Supongo que esto tendrá que ser suficiente por ahora —dice
entregándole el teléfono.
Se lo mete en el bolsillo y asiente con firmeza.
Conociendo a Easton, se siente culpable por mentir. Mientras tanto,
retengo el aliento de alivio que trata de silbar fuera de mí. No tengo ni
idea de lo que Bridget haría si se enterara de lo que hemos hecho, pero sé
que no sería bueno para ninguno de los dos.
—Eva —dice Bridget, moviéndose hacia su botiquín—. ¿Por qué no
dijiste algo sobre tu puerta? Podría haberlo arreglado con una llamada.
—Umm. —Me aclaro la garganta, viendo a Easton seguir fingiendo
que no existo mientras vierte sus platos en el fregadero—. Sé lo ocupada
que estás.
—Tonterías. Es mi casa. Si hay un problema con ella, necesito
saberlo. Haré que revisen sus puertas para cuando regresen de la escuela.
En cuanto a mi café, me decepcionó bastante. Las cosas podrían haber
funcionado esta vez, pero espero que estés a tiempo. Sin el valor de tu
palabra...
El latido de mi corazón y la debilidad de mis rodillas ahogan su voz
cuando Easton cruza la cocina y se aleja rápidamente.
No me devuelve la mirada.
No vacila en absoluto.
Capítulo 29
Easton
Termino de lavarme las manos en el lavabo, luego cierro los ojos y
arrastro los dedos mojados por el cabello. Al exhalar, mis fosas nasales
se inflaman con el agudo ardor que me sube por el pecho.
La imagen de Eva de pie en mi habitación, envuelta en los brazos de
otra persona, se marca en mi cráneo. La he visto con otros hombres, por
supuesto, pero eso fue antes. Y nunca ha dejado que la abracen.
El grifo que tengo al lado se abre y me concentro en Zach mientras se
enjabona las manos.
Me mira.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —murmuro, apartando la mirada.
Mentir nunca me parece bien, sobre todo si es a Zach, pero hablar de
Eva siempre ha estado prohibido. Mantenerla a salvo y cerca de mí
implica una pequeña mentira blanca aquí y allá. Pero me mentiría a mí
mismo si dijera que esa es la única razón por la que guardo silencio sobre
lo que hay entre nosotros. Eva es un enigma, y ella es mi enigma. Mi
secreto. Mi línea de vida.
—¿Estás seguro? —Me pregunta.
Le miro de reojo y se encoge de hombros.
—Pareces tenso o algo así. Últimamente no eres tú mismo.
Deslizando mis dientes por el labio inferior, busco una toalla de papel.
—Escucha, ah… Sé que no quieres hablar de todo lo que pasó con tu
padre, pero podría ser bueno para ti. Sólo digo. Te cubro la espalda.
Tiro la toalla de papel en el cubo de la basura.
—Gracias, amigo. Te lo agradezco.
Al día siguiente de la fiesta de aniversario, le conté a Zach lo que se
dijo en la cocina del almacén, pero fui breve. Todavía no me atrevo a
hablar de mi jodida relación con mis padres, y la única cosa —la única
persona— que suele calmar el escozor me acaba de cortar tan
profundamente que no puedo mirarla a los ojos sin sentir que me
desangro.
La puerta del baño se abre y las risas se filtran en el aire. Carter,
Elijah y Marco entran.
—Qué tal —dice Marco, siguiendo a los otros dos hacia el extremo
opuesto del baño, donde se echan hacia atrás y se apoyan en la pared.
Zach asiente con la cabeza mientras Carter saca un porro de su
bolsillo y lo enciende.
—¿Fuman? —pregunta Elijah.
—No —responde Carter primero—. Easton es demasiado genial para
esta mierda. ¿No lo eres?
Mis labios se mueven, pero mi mandíbula está tensa.
—Algo así. —La marihuana acaba con mi motivación, que es algo a
lo que no estoy dispuesto a renunciar.
Zach y yo casi llegamos a la salida cuando la voz de Carter golpea mi
espalda.
—Oye, Easton. ¿Cómo es vivir con una putita?
Mis pasos se detienen, los músculos se tensan y los ojos de Zach se
abren de par en par mientras Elijah se ríe.
—¿Tu hermana también te ha follado?
La adrenalina me recorre, haciendo hervir la sangre en mis venas.
Está intentando sacarme una reacción, pero incluso sabiendo eso, sigue
funcionando, joder.
Aléjate, me digo. Las cosas entre Eva y yo ya se nos han ido de las
manos. Pero no puedo.
Lentamente, me doy la vuelta.
Carter tiene los ojos entrecerrados, pero una pequeña sonrisa levanta
sus finos labios.
—Quiero decir, maldita sea. Se ha metido en esta escuela. —La
sonrisa se desvanece, llevándose cualquier signo de humanidad con
ella—. Tarde o temprano, tendría que llegar a ti.
El fuego bajo mi piel sube por mis hombros, mi cuello, haciendo
difícil respirar.
—Hay que tener la polla muy pequeña para hablar de las chicas como
lo haces tú.
Le da una calada al porro antes de pasárselo a Marco, que se queda
mirando entre los dos.
Carter sonríe.
—Eva nunca se quejó. —Se acerca a mí, y mis dedos se crispan a los
lados, una bomba extra de adrenalina me recorre con cada paso que da—.
Ella lo suplicó. Hablo una y otra vez, y…
Mi puño choca con su mandíbula, haciéndole perder el equilibrio. Se
pone boca abajo en el fregadero, con las dos manos agarrando el borde.
—Hijo de puta.
Me duelen los nudillos y en mis oídos suena el timbre del colegio.
Apartándose del fregadero, Carter se pone en mi cara, nariz con nariz.
—¿Vas a golpearme por esa zorra?
—Llámala puta una vez más —gruño.
Su mandíbula se mueve mientras jadeamos con rabia entre los dientes.
Sólo he dado un golpe a alguien dos veces en mi vida; ambas fueron
recientes, no planificadas y por Eva. Pero sé que lo volveré a hacer si no
es capaz de mantener la boca cerrada.
—Hombre —dice Zach con cautela, y dejo que me haga retroceder
un paso tirando de mi sudadera.
—Vete a la mierda, Easton —gruñe Carter—. Y que se joda la zorra
de tu hermana.
Mi visión se vuelve roja, y cuando se aclara, Marco tiene a un Carter
luchando con su agarre mientras Zach me sujeta con ambos brazos
alrededor de mí.
Inhalo, parpadeo la niebla roja de mis ojos y me quito a Zach de
encima.
—¿Cuál es tu puto problema con Eva? —le pregunto a Carter—.
Estoy empezando a pensar que estás obsesionado con ella o algo así.
—O algo. —Se ríe Elijah, apoyándose en la pared e inhalando su
porro.
Carter se sacude contra Marco, pero éste, con los labios apretados,
sólo lo agarra más fuerte.
—Cierra la boca, Elijah —dice Carter, echando humo.
—Toda esta testosterona está acabando con mi subidón. —Elijah
exhala un poco de humo rancio y sonríe—. Eva le ha hecho estallar la
guinda a Carter. Él ha estado enamorado de ella desde entonces. El
hombre lo tiene complicado.
Sabía que se habían acostado juntos, pero escucharlo en voz alta hace
que mi pecho se apriete por la negación.
Carter intenta sacudirse a Marco de nuevo, pero apenas se mueve.
—No estoy enamorado, imbécil. Pero ya que estamos soltando
secretos, Elijah, ¿qué tal si anunciamos el hecho de que sigues siendo
virgen?
El cigarrillo cae de los labios de Elijah, que se separan lentamente.
Apretando los dientes, me doy la vuelta y abro la puerta del baño.
Zach me pisa los talones y salimos en silencio, caminando por el pasillo
vacío.
La siento antes de verla. Mi cabeza se inclina, la mirada se desliza
hacia la puerta abierta de Inglés AP, y el momento se detiene como
neumáticos que giran atascados en el barro. En la segunda fila, encorvada
en su asiento. Se hace un mechón rizado en la cola de caballo y casi
puedo oler la lavanda cuando gira la cabeza y sus ojos se fijan en los
míos. Sus iris de chocolate arden y chispean, sus labios rosados se
separan, provocando que me pase la lengua por el labio inferior.
Desde el asiento de al lado, percibo la mirada de Whitney sobre
nosotros, pero lo único que siento es a Eva. En mi cabeza, bajo mi piel.
En todas partes.
Girando hacia el pasillo, mi adrenalina aún está en marcha, pero algo
frío me invade cuando ella y el aula desaparecen de mi vista. Esa mirada,
era la misma expresión de esta mañana, y la visión me taladra el pecho.
El brillo sombrío de sus ojos me confundió en su momento, pero ahora
puedo reconocerlo.
Dolor.
Lo que no entiendo es por qué. Ella es la que estaba con otro tipo
después de venir a mi habitación. No lo entiendo, joder. Ella podría
haber ido con cualquiera anoche. Con cualquiera. Pero ella vino a mí. Me
eligió a mí. Y me vuelve loco que ella pueda dejar que otro tipo la
sostenga mientras yo no puedo ni mirar a otra chica sin desear que sea
ella.
—Lo siento.
Sus palabras de la cocina se repiten en mi cabeza, su voz tranquila y
gruesa acariciando el agujero en mi pecho.
—Lo siento mucho. No puedo decírtelo.
¿No puedes decirme qué?
¿Por qué no confías en mí?
Intento reunir ira, rabia, cualquier emoción que debería sentir al
pensar en ella con ese tipo en mi habitación, pero las emociones están
latentes, incapaces de llegar a la superficie como lo hicieron cuando los
vi juntos. Si realmente hubiera terminado conmigo, no me habría mirado
como lo hizo esta mañana. Como lo ha hecho ahora.
¿Verdad?
Dios, necesito que sea real. Necesito que sea real lo que hay bajo el
espectáculo que monta, porque está hecha para mí. Debe serlo. Si no,
¿por qué iba a doler tanto?
O tal vez soy tan iluso y desesperado como Carter, incapaz de aceptar
que nunca será mía y obsesionado hasta la ceguera. El dolor que se
apodera de mis pulmones se comprime, y hago una mueca de dolor al
abrir la puerta de química.
Estoy obsesionado con una chica que no se entrega a mí, y preparo
café cada mañana para un padre que me odia a muerte.
Desesperado.
Qué jodidamente apropiado.
Capítulo 30
Eva
Mírame.
Sólo una vez.
Mírame, Easton.
De pie frente a la nevera, sosteniendo la puerta abierta con una mano,
miró fijamente hacia donde se sienta en la isla y observo cómo su
bolígrafo garabatea sobre el papel. Los libros de texto se extienden por la
encimera de mármol y a su lado hay un solo vaso de agua.
Ya no zumo de naranja.
Han pasado menos de veinte minutos desde que la cena más
dolorosamente incómoda del mundo terminó y Bridget se fue a una
«terapia de emergencia» con su masajista. Es normal que Easton haga
como si no existiera cuando los demás están presentes, pero lo que no es
normal es que Vincent esté fuera de casa toda la semana y que Bridget
haga un esfuerzo real por parecer una madre atenta con su hijo. Hizo una
pregunta tras otra, todas ellas del tipo «¿Cómo te fue en el día?».
Tartamudeaba en cada una de ellas como si estuviera hablando en latín.
Tal vez lo hacía. Nunca escuché ese tipo de palabras en sus padres. Me
pregunto hasta qué punto estaban ausentes de su vida.
Me muerdo el labio, tomo el zumo de naranja, cierro la nevera y dejo
el cartón sobre la encimera. Abro el armario, frunzo el ceño al ver que
todos los vasos están en el estante superior y me estiro hasta la punta de
los pies. Luchando por alcanzar un vaso, suelto un suspiro frustrado.
Esto es jodidamente ridículo. De todas formas, ¿cómo ha subido
María esto hasta aquí? ¿Una escalera?
Me quedo quieta cuando un calor me roza la espalda y me produce
un ligero temblor en la columna vertebral. El bíceps de Easton me toca el
hombro. Su olor, su calor y su presencia me envuelven y me aprietan.
Toma un vaso sin esfuerzo y mi respiración se entrecorta con una
exhalación temblorosa. Se aleja de mí y lo deja en la encimera con un
suave golpe. Le devuelvo la mirada, encuentro su mirada impenetrable y,
lentamente, desliza el vaso hacia mí. La sensación es interminable, el
silencioso deslizamiento del vidrio contra el mármol y su mirada fija en
mí.
Mi corazón se detiene.
Se reanima y se detiene de nuevo.
Intento respirar, pero en su proximidad, mis pulmones están rotos,
perforados, desesperados. Su cabello está más alborotado que de
costumbre, y su sudadera negra con capucha acentúa las sombras oscuras
bajo sus ojos.
Me lamo los labios secos, la garganta igual de reseca.
—Hoy has olvidado tu zumo de naranja.
Mi zumo de naranja.
Se ha olvidado de mí.
Su garganta se mueve de arriba a abajo, la respuesta silenciosa pero
dolorosamente clara.
—No he olvidado nada.
Ouch.
Las estúpidas palabras apuñalan y retuercen. Pero al mismo tiempo,
su voz, junto con el áspero filo de la angustia en sus ojos, se entierra en
lo más profundo de mí ser, removiendo algo extraño bajo la herida. Es
una capa de esperanza que sale a la superficie, turbia y surrealista. La
esperanza de algo que nunca pensé que podría tener. Algo permanente.
Inconmovible. Porque no sabía que alguien pudiera sentir tan
profundamente por mí como para que le rompieran el corazón.
Mi pulso late en mis oídos. Abro la boca y sus ojos se posan en mis
labios separados. Antes de que pueda decir nada, su mandíbula se
endurece, y se da la vuelta y se aleja.
Observo insensiblemente cómo recoge sus libros y mete todo en su
mochila. Se echa la mochila al hombro, se detiene e inclina la cabeza
hacia mí, pero no lo suficiente como para encontrar mi mirada.
Hazlo, quiero gritar.
Mírame.
Háblame.
Quédate conmigo.
Se aclara la garganta, gira la cabeza y sale de la habitación.
Mis dedos se enroscan a los lados, la ira y el dolor me inundan en
olas calientes y paralizantes. Se me revuelve el estómago y me arden los
ojos. Lo necesito. Necesito su atención como necesito mi próximo
aliento.
Y a la mierda. Haré lo que sea necesario para conseguirla.
La adrenalina alimenta cada paso que doy por la cocina y la escalera
de caracol. Tal vez estoy siendo infantil, pero eso nunca me ha detenido
antes. Paso lentamente por delante de su puerta abierta, pero él me ignora,
con los ojos puestos en su teléfono.
Puede que Easton posea una parte de mí que nadie más tiene, pero
sigue siendo sólo un chico. Y sé lo que quieren los chicos.
Para cuando termino de cambiarme y de comprobar mi reflejo en el
espejo del tocador, me siento segura de mí misma. En mi elemento.
Todas las chicas tienen un vestidito negro, pero el mío es más «pequeño»
que la mayoría. Y más ajustado. Y más brillante. Los tacones alargan mis
piernas desnudas y bronceadas, la máscara de pestañas da a mis ojos un
aspecto sexy de dormitorio y el brillo de labios tintado resalta mi boca.
Mi vida dependía de atraer al sexo opuesto. Es algo que hago sin
pensar. A medida que me acerco a la habitación de Easton, mi corazón
late con más fuerza. Inhalo y levanto la barbilla. Me obligo a no mirar en
su dirección. Esto no debería sentirse mal, hacer lo que hago todos los
días. Llevo años intentando llamar su atención con lo que me pongo, con
lo que hago. Excepto que esta vez, mi relación con Easton es más que
antes. Hemos cruzado líneas que nunca pensé que cruzaríamos. Hemos
confesado cosas tan desnudas y delicadas que ya no sé cómo actuar con
él. Pero mi necesidad de él es fuerte. Me late por dentro con cada latido
de mi corazón, y no puedo parar.
Me tomo mi tiempo para pasar por delante de su habitación, incluso
me detengo para «arreglar» la correa de mi tacón, y bingo. Su mirada me
calienta el cuerpo, me desvía el pulso. Sigo por el pasillo, cada paso es
lento y deliberado. Los nervios se disparan en mi interior cuando llego a
la escalera, toco la barandilla y él no ha hecho nada para interferir.
Trago saliva y me quedo mirando el primer escalón como si la caída
fuera kilométrica.
Detenme, Easton.
Los dedos de mis pies se ciernen sobre el borde.
Detenme.
—¿A dónde vas?
Las mariposas revolotean en mi pecho, borrachas y mareadas.
Lentamente, me concentro en el bajo timbre de su voz. Está en su
habitación, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
Sus ojos son ilegibles, pero no me importa. Sólo me importa que estén
centrados en mí.
—Fuera —respondo.
—¿Llevando eso?
—¿Qué? —pregunto inocentemente—. ¿No te gusta mi vestido?
Su mirada sube y baja por mi cuerpo, y se detiene en el dobladillo
cuando tiro de él para pasarlo por encima de mi culo. Sus labios se afinan,
se pasa los dedos por el cabello y desvía la mirada.
—Estoy seguro de que no hay suficiente tela para que eso se
considere un vestido. —Deja escapar un suspiro y vuelve a mirar hacia
mí—. De todos modos, hace como cuarenta y cinco grados fuera5.
—¿Te preocupa que me congele?
Su mandíbula se tensa y me deleito con el delicioso tirón que provoca
su atención antes de girar sobre mis talones, paso frente a él y en la
puerta de mi habitación me devuelvo al pasillo con un encogimiento de
hombros.
Me detengo a escasos centímetros de él y su calor corporal me
calienta desde el cuello hasta los muslos desnudos. Mis tacones me
acercan a su altura, a su boca.
5
Grados Fahrenheit
Muevo las pestañas.
—¿Satisfecho?
Sus ojos se dirigen a mi boca y, por un momento, se quedan mirando.
Mis labios se separan lentamente, muy lentamente, mientras mi corazón
golpea contra mi pecho.
—No —dice finalmente. Se quita la sudadera y me la ofrece.
Miro fijamente la sudadera en su mano.
—Póntela, Eva. Por favor.
—Es curioso. —Respiro, arrastrando mi mirada de nuevo a la suya.
—¿Qué?
—No puedes ignorarme ahora. ¿O si puedes? —Mis pensamientos
salen de mi lengua, honestos y sin filtro.
Las palabras contaminan el aire entre nosotros y se hunden en las
paredes como si fueran tóxicas.
Sus cejas se inclinan.
—¿Te has puesto esto por mí? ¿Para llamar mi atención?
Levanto un hombro.
—Funcionó, ¿no? Apenas puedes apartar la mirada.
—¿De verdad crees que es por tu ropa?
La fachada indiferente cae, y mi aliento sale demasiado rápido.
Le observo, el cabello desordenado cayendo sobre sus ojos, los
nudillos blanqueándose alrededor de la capucha.
—Incluso cuando intento ignorarte, y créeme, lo intento, joder, no
puedo. Podrías vestirte como una monja y seguiría mirándote todo el
maldito día. ¿No lo sabes ya? —suelta una exhalación áspera de
frustración—. Eva. Tuviste a otro tipo en mi habitación después de pasar
la noche conmigo. ¿Tienes idea de lo que fue para mí ver cómo te tocaba?
¿Cómo te abrazaba?
—Easton —susurro. El escozor vuelve a mis ojos, sólo que mil veces
peor—. Te lo dije. No es lo que parecía. No pensé…
—¿Qué se siente al saber que, mientras me posees, puedes estar con
otra persona?
—No. —Sacudo la cabeza, cierro los ojos—. Para. Eso no es cierto.
Me toma la barbilla y el suave contacto me quema tanto que casi me
estremece. Cuando sigo sin mirarle, me roza el labio inferior con el
pulgar, provocando un escalofrío, y no puedo evitarlo: mis ojos se abren
de golpe para encontrar su mirada clavada en la mía.
Intensa, oscura y dolorosa.
Separo los labios, saco la lengua para humedecerlos y pruebo su
pulgar antes de que lo suelte rápidamente.
Un gemido se le atasca en la garganta, raspando su voz.
—Pero, por alguna retorcida y masoquista razón, aún sigo
queriendo…
Mis ojos se dirigen a su boca, que ahora está peligrosamente cerca de
la mía, haciendo que todo mi cuerpo se muera de hambre por la
necesidad de saborearlo de verdad.
—Quiero…
Su pulso martillea en su cuello, y hace cosas en mi corazón. Cosas
retorcidas, extrañas y permanentes. Con cuidado, inclino la cabeza, lo
suficiente para sentir el sutil cambio de aire entre nuestros labios.
—¿Qué? —Mi voz tiembla, mis dedos inseguros tocan la cintura de
sus vaqueros—. ¿Qué quieres, Easton?
Mis uñas rozan deliberadamente la piel justo por encima de su
cintura, por debajo de su camisa, y un profundo y emocionante
estremecimiento cierra su mandíbula.
—Quiero tu boca —susurra con voz ronca.
Un aliento desigual sale de mis labios, y mis dedos tiemblan sobre su
cremallera mientras él los agarra suavemente con los suyos.
—Tu fuego.
Trago saliva, anhelando que lo tome.
Que tome lo que quiere.
Toma todo lo que tengo.
—Tus palabras.
Apretando los dientes, retira lentamente mi mano de su cuerpo. El
cambio en él es espeso, pulsando entre nosotros como un divisor. La
confusión parpadea a través de la lujuria profundamente arraigada en mis
huesos. Me está apartando.
—Tu cabeza en mi almohada.
Observo nuestras manos conectadas a través de una lente llena de
niebla mientras él lleva las mías de nuevo a mi lado, sus dedos se crispan
antes de soltarme.
Mi mirada se estrecha ligeramente. Está enfadado.
Se abre la sudadera y el filo de sus ojos contrasta con la forma suave
en que me la pone sobre los hombros. Su olor, su calor, persiste en el
suave material, quemándome la garganta como si me hubiera tomado un
trago de licor fuerte.
—¿Pero sabes qué es lo que más quiero? —pregunta, exige, mientras
se aleja un poco de mí, adentrándose en su habitación—. ¿Lo único que
realmente necesito?
No respondo porque no puedo. Mi voz se aloja en algún lugar detrás
de mi lengua de plomo.
—Quiero tu honestidad —me dice con fuerza.
El dolor me atraviesa, desgarra los huesos. Me observa como si no
entendiera mi expresión de angustia. Como si yo no debiera ser la única
herida en este escenario. Tiene razón. Tiene mucha razón, joder.
Cierra los ojos, exhala lentamente y, cuando los vuelve a abrir, el
dolor es tan transparente que es casi tangible.
—Se supone que tú eres la que me aleja de toda la mierda de mi vida,
no la que me entierra más profundamente en ella. Haz un espectáculo
cuando salgas, bien. Pero no para mí. Nunca para mí. Necesito que seas
real conmigo, Eva. —Su voz es cruda, cándida, cortándome más
profundamente con cada palabra—. No puedo seguir con esto de otra
manera.
Mi pecho se aprieta hasta asfixiarme.
¿Qué puedo decir?
Si comparto el secreto con Easton, cualquier parte de él, querrá más,
querrá respuestas, y se las merece. Lo que no se merece son las
consecuencias que conllevan a la verdad, y Alejandro tampoco.
Cuando guardo silencio, Easton sacude la cabeza, y su mirada es de
derrota. Se ha rendido. Ni siquiera puedo culparle. Aguanta mucho: a
Vincent, a Bridget y ahora a mí. Nos da mucho más de lo que nosotros le
damos, y siempre lo hará. Sus hombros caen ligeramente y se mete las
manos en los bolsillos antes de darse la vuelta y entrar en su habitación.
Ignorando mi presencia en el pasillo, toma una toalla y se la echa por
encima de un hombro, preparándose para ducharse.
Mi corazón grita: a él, a mí
Me tiemblan los labios y, antes de que pueda detenerme, abro la boca.
—Yo no bebo. —Las palabras son débiles, patéticas, pero él hace una
pausa.
Mira por encima del hombro, frunciendo las cejas. Su paciencia hace
que se me acelere el pulso, dándome nuevas esperanzas.
—Finjo que lo hago, pero sólo es agua. El alcohol me da mucho
miedo.
Deslizando sus dientes por el labio inferior, se gira para mirarme.
Cuando doy un paso atrevido hacia su habitación, me mira con atención.
—Mi segundo nombre es Lily.
Todo dentro de mí pica para dar otro paso, pero soy una cobarde.
—Odio la nieve. Creo que me gustaría más la playa, pero nunca he
ido a una. Mi color favorito es el amarillo.
Sus ojos permanecen pesados, pero una esquina de sus labios se
inclina hacia arriba.
—¿Amarillo?
—¿Qué? —pregunto, tragando mientras los aleteos se sumergen en
mi estómago—. A la gente alegre le gusta ese color.
Arquea una ceja y se pasa una mano por la boca para ocultar un
atisbo de sonrisa. Cuando suelta el brazo, se apoya en su tocador y me
observa con una expresión perezosamente divertida en su rostro, como si
acabáramos de empezar.
Mis nervios se inclinan y oscilan en mi interior, pero el calor que los
rodea es más fuerte. Son datos intrascendentes sobre mí, pero son cosas
que nunca le he contado a nadie. Nunca he tenido a nadie a quien
contárselas.
Y algunas de ellas no son tan triviales.
—Nunca me han besado —me aclaro la garganta—. Los chicos lo
han intentado, Carter lo ha intentado, pero sólo hay una persona a la que
he deseado de esa manera.
Entrecierra los ojos, inclina la cabeza y me mira se una manera que el
calor se extiende como un incendio.
—He hecho muchas cosas —desvío la mirada, abrazo su chaqueta
alrededor de mí mientras mi vestido se encoge y se vuelve demasiado
apretado, demasiado picante, demasiado pequeño—. Con muchos
hombres. Pero sólo he tenido sexo consentido con uno, sólo una vez.
Sus fosas nasales se agitan y sé que ha captado esa palabra:
consentido. El alivio llega a mis pulmones cuando no pregunta por ello.
En cambio, pregunta en voz baja:
—¿Carter?
Asiento con la cabeza.
—Primer año.
Se aparta de la cómoda y da un pequeño paso hacia mí.
—Entonces, todos esos chicos en la escuela… todas esas noches que
salías hasta tarde…
Sacudo la cabeza, dando gracias a Dios por la única lámpara
encendida en el rincón más alejado de su dormitorio que mantiene mi
rostro en la sombra mientras el cielo fuera de su ventana se oscurece.
Nunca he admitido nada de esto a nadie, y ahora suena tan ridículo, tan
patético, incluso a mis oídos. Quería ser real, pero para llegar a esa parte
de mí hace falta admitir lo falsa que soy en realidad. Me tiemblan las
rodillas mientras me observa. Él mismo lo ha dicho, no puede hacer esto
de otra manera, así que es un riesgo que tendré que correr. Incluso si soy
la mayor mentirosa de todos. Incluso si eso significa que nunca me
querrá ahora.
Mi visión se nubla debido a la humedad de mis ojos.
—Dejo que hablen —ronco—. Pero la verdad es que ni siquiera sé
por qué lo hago. A veces, creo que lo hago, pero luego te veo a ti, y ya no
lo sé. ¿Ese tipo con el que me viste?
Espera, en silencio, pero con la mirada fija.
—No puedo… —trago—. No puedo decirte quién es porque podría
hacerle daño. Pero te juro que te quiero, Easton. Sólo te he querido a ti.
Y sé que sigo jodiendo todo, pero es como… es como si algo fallara
dentro de mí, y no funcionara bien.—Mis ojos se cierran, intentando
desesperadamente cerrar las compuertas. Sólo los abro de nuevo cuando
creo que no se derramarán las lágrimas. Se me escapa una carcajada
seca—. ¿Ves? Jodido, ¿verdad? —Me muerdo el labio y me maldigo a
mí misma cuando pruebo la sal—. Querías sinceridad. Aquí la tienes.
Easton deja caer la toalla sobre su cama y se acerca lentamente a mí.
Se detiene cuando estamos cara a cara, y se me hace un nudo en el
estómago cuando inclina la cabeza y me mira fijamente con ojos
atormentados.
—Lo hice. —Me examina tan de cerca que es una tortura no mirar
hacia otro lado. No lo entiendo. No entiendo cómo su expresión es tan
amable después del desastre que acabo de arrojar a sus pies. Sus ojos
arden lenta y suavemente, y quiero que las llamas me toquen, me laman,
me abrasen—. Eso es lo que quería de ti. Ahora, es tu turno. Y nada de
tonterías. ¿Qué quieres de mí, Eva? —pregunta, con voz contenida y
gutural. Envuelve mis nervios expuestos como un cálido bálsamo.
¿Sin tonterías?
Los muros que nos encierran se alejan cada vez más.
Mi respuesta se escapa sin pensarlo.
—Esta noche.
Mañana.
Siempre.
Su mirada recorre mi rostro, deja un rastro ardiente en todos los
lugares que toca, y estoy tan sonrojada que sólo siento calor. Mi corazón
da un salto y se detiene cuando me rodea. La puerta se cierra suavemente
a mis espaldas. Oigo el silencioso sonido de la cerradura.
Me tiemblan las rodillas. Porque sé por experiencia que Easton no
hace las cosas como los demás.
Capítulo 31
Eva
Me mira fijamente, con los párpados pesados, los labios lo
suficientemente cerca como para tocarlos si me pusiera de puntillas. Por
un momento, creo que va a besarme. No lo hace.
—Esta noche —repite, con la garganta en movimiento mientras me
toca la barbilla con el pulgar—. Prométeme algo.
He tenido que hacer muchas promesas a los chicos.
Mi susurro sale vacilante.
—¿Qué?
—Prométeme que cuando te toque —Su pulgar me acaricia el labio,
esparciendo un escalofrío por mi cuerpo—, sólo me sentirás a mí. —Su
mandíbula me roza la mejilla, su aliento caliente me acaricia la oreja y
mis ojos se cierran—. Cuando cierres los ojos, sólo me verás a mí. Sólo
estamos nosotros en esta habitación, Eva. Aquí mismo, ahora mismo.
Promételo.
Me arde el pecho y no sé por qué estoy temblando. ¿Cómo puede
querer tanto de mí? ¿Puedo siquiera prometerlo? ¿Puedo pasar una noche
entera sin que los fragmentos rotos y manchados de mi pasado se abran
paso?
Finalmente, asiento con la cabeza y mi mejilla roza la suya.
—Lo prometo —consigo—. Lo prometo, lo intentaré.
Sus párpados bajan y una esquina de sus labios se levanta.
Cuando empiezo a quitarme la sudadera de los hombros, sus manos
cubren las mías y las detienen.
—Se queda puesta —dice en voz baja.
—Pero…
Se aparta para verme la cara, con una mirada inquebrantable.
—Se queda.
Confundida, me quedo congelada, con la mirada perdida. ¿No quiere
que me desnude? ¿Qué hago a partir de ahora?
Todos los pensamientos se disuelven cuando sus cálidas palmas se
deslizan por debajo de la chaqueta para agarrarme suavemente por la
cintura. Me empuja hacia él para que nuestras caderas se conecten. Jadeo
al contacto, aunque los dos estamos completamente vestidos. Hay algo
en esa posición que me hace sentir vulnerable, que coquetea con la
inocencia, a pesar de su erección cada vez más dura que me aprieta el
bajo vientre. El calor que emana de él me abrasa la piel a través del
vestido, y sus pequeñas caricias hacen que se me seque la garganta.
Una de sus manos se desliza por mi cintura y me roza el pecho
durante un instante antes de seguir subiendo. Me agarra por la garganta,
suavemente, muy suavemente, y su pulgar guía mi barbilla hacia arriba
para que mis ojos se encuentren con los suyos.
Mis labios se separan y los músculos se relajan en sus brazos. Nunca
me he sentido tan a gusto como para dejar que otra persona tome el
control, pero Easton ha demostrado muchas veces que puedo confiar en
él. Saboreo la extraña sensación de que mi cuerpo se convierte en masilla
en manos de otra persona.
Sus ojos se cierran mientras casi roza sus labios con los míos. Una
exhalación temblorosa me roza la boca, sus dedos me presionan el cuello.
Me inclino hacia él, mareada, desesperada. Tiene que besarme ahora.
Creo que podría morir si no lo hace.
—Todavía no —susurra con brusquedad.
Inclinando mi cara hacia el techo, me acaricia la columna de la
garganta con su nariz. Inhala y su suspiro caliente se sumerge en el
vértice entre mis muslos.
—Joder, me encanta cómo hueles —roza sus dientes, justo debajo de
la oreja, sensual y húmedo.
Mis rodillas flaquean.
Su lengua sale para probarme, un lento lametón, y luego un suave
tirón. Me agarro a su brazo alrededor del cuello para apoyarme. Sigue su
boca hacia mi clavícula, deliberadamente y con ternura. Otro lametón,
otro roce de dientes. Un gemido sube por mi garganta y aprieto los
muslos.
—¿Qué estás haciendo? —protesto hacia el techo. Nunca nadie me
había tocado tan despacio, tan cuidadosamente. Es una tortura—. ¿Por
qué seguimos vestidos?
—Tan impaciente —se ríe, la risa jadeante vibrando contra mi
garganta—. No tenía ni idea de que tuvieras tantas ganas de desnudarme.
Mis labios se curvan en una sonrisa parcial, pero estoy demasiado
caliente, demasiado necesitada, para dejar que la diversión me saque de
este aturdimiento inducido por la lujuria. El hecho de que tenga la
capacidad de hacerme sentir lujuria es un misterio, y la sensación es una
mezcla irresistible de adicción y terror.
No sé cuánto durará, pero ahora mismo lo único que quiero es más.
Cuando me encuentro con su mirada sofocante, afloja su agarre en mi
cuello. Toco sus vaqueros. Inquieta, subo más, deslizándome por debajo
del dobladillo de su camiseta. Mis palmas chocan con un músculo duro,
y mi respiración se acelera. Demasiado rápido.
Nunca he desnudado a otra persona antes. Nunca he querido hacerlo
hasta Easton. ¿Va a detenerme? Quitarle la ropa es egoísta, codicioso.
Totalmente para mí.
¿Él quiere esto?
Si fuera cualquier otro chico de la escuela, no me importaría cómo se
siente, pero él es Easton, y si mí pasado en las calles me ha enseñado
algo, es que los chicos quieren lo que les sirve a ellos, no a mí. ¿Y si
nuestra última noche juntos fue una casualidad?
Sus párpados bajan mientras absorbe mi vacilación, con algo oscuro
y suave en sus ojos.
—¿Qué quieres?
Me relamo los labios y miro la camiseta que hay en mi camino.
—Quiero quitártela.
—Pues quítala. —Su pulgar recorre la curva de mi mandíbula, con
una voz tan grave que me hace estremecer—. No necesitas pedirme
permiso. Lo que quieras, Eva, puedes tenerlo.
Las palabras me acarician el pecho y, lentamente, arrastro mis manos
hacia arriba, subiendo su camiseta poco a poco. He llegado a la parte
superior de sus abdominales cuando da un pequeño paso atrás y se aleja
de mí.
Mis ojos se entrecierran y, por la pereza de sus labios, me doy cuenta
de que está jugando conmigo. Desafiándome a tomar lo que quiero.
Una emoción inesperada me recorre, lo suficientemente fuerte como
para empujar mis pies hacia adelante.
Nunca digo que no a un desafío.
Sosteniendo la mirada de Easton, cierro la brecha entre nosotros. Una
pequeña oleada de coraje pulsa como un cable de acero. Mis dedos no
son firmes ni hábiles cuando se enroscan alrededor del dobladillo de su
camiseta, pero son audaces, empujando su camiseta hacia arriba. Mi
corazón late en mi pecho, exigiendo que lo tome:
Tomar lo que quiero.
Porque Easton no es como ellos.
Porque me hace sentir como Eva. Fuerte y encantadora. Tal vez
incluso merecedora.
Esa palabra resbaladiza, merecer, me envuelve en seda, su textura es
relajante y deseable. Levanta los brazos para que le pase la camiseta por
los hombros, pero cuando me cuesta quitársela debido a la diferencia de
altura, suelta un suspiro divertido, se pasa la tela por la cabeza y la deja
caer al suelo.
Le miro descaradamente. Lo he visto sin camiseta, gracias a la
convivencia y a haber presenciado innumerables entrenamientos de
fútbol sudados, pero nunca he estado tan cerca. Las líneas definidas de
sus abdominales suben y bajan con cada respiración superficial y
desigual, y mis dedos arden por la necesidad de tocarlos. Pero primero le
desabrocho los vaqueros. Luego bajo lentamente la cremallera.
Mantiene los brazos a los lados, pero se me pone la piel de gallina
cuando se flexionan y se contraen, sus manos se cierran en puños y luego
se sueltan. Me deja explorarlo, y cada apretón lento de sus puños me
infunde una nueva oleada de fuerza y lujuria.
En The Pitts, Mónica solía decir que los hombres más sexys son los
que están tan sobrepasados por el deseo que no pueden contenerse. Yo
no estoy de acuerdo. Easton es la prueba viviente de que no hay nada
más sexy que cuando alguien que te desea tanto, tanto que todo su cuerpo
tiembla de necesidad, se contenga por ti.
La visión es embriagadora.
Conmovedora.
Poderosa.
Unos calzoncillos negros asoman por debajo de sus vaqueros, que
cuelgan bajos y revelan un corte en V que sólo he fantaseado con tocar.
Las palmas de mis manos se humedecen, la piel arde. Mordiéndome el
labio, recorro con mis dedos el delicioso corte en V. Luego, desciendo
hasta rozar el oscuro rastro de vello que se esconde bajo sus calzoncillos.
Hambre, sed, necesidad.
Y algo más. Algo más.
Me late el pecho.
Es tan fuerte...
Tump, tump.
Tan conmovedor…
Tump, tump.
Tan desnudo...
Tump, tump.
La presión se intensifica, se me pega al fondo de la garganta, y mis
manos se pasean por sus abdominales, que se tensan bajo mi contacto. Su
pecho está esculpido, sus hombros son anchos. Lo toco por todas partes,
pero aún así, necesito más. Le acaricio ambos lados de la mandíbula, y
unos intensos iris de avellana me consumen.
Esta atracción constante e inherente hacia él, una atracción que una
vez comenzó tan pequeña pero vibrante como la llama de una vela, se
expande en mi cuerpo, disparando calor por cada vena, cada inhalación,
cada latido del corazón. Me pregunto si tanta emoción puede matar a una
persona. Me sale por los poros, me recorre cada centímetro de piel. Voy
a reventar de ella.
Antes de que pueda parpadear, me pongo de puntillas, con mi boca
sobre la suya. Un roce inseguro de labios, un susurro de beso. Es abrupto
y poco hábil. No sé lo que estoy haciendo. Sólo sé que lo necesito.
Cuando no separa sus labios, me alejo para ver su expresión. El calor
se enciende en sus ojos, fuertemente fijados en los míos.
Después de un rato, se acerca y me guía hacia atrás, un paso, dos
pasos. En el momento en que mi espalda toca la pared, su mano libre me
toca la nuca y me acerca la cabeza.
—Easton…
—No podré retirarlo —jadea sobre mis labios—. Si hacemos esto, tu
primer beso siempre me pertenecerá. ¿Estás segura de que eso es lo que
quieres?
Dice que no necesito pedirle permiso, pero me lo pide.
Siempre me lo pide.
—Menuda carga —digo sin ganas, esperando que mi sarcasmo
desvíe la vulnerabilidad que me aprieta los pulmones—. ¿Estás seguro de
que eso es lo que quieres?
—Llevo tres años queriendo besarte, Eva.
Mis estúpidos ojos arden, el pecho se enternece y la demanda sale
rasposa.
—Entonces hazlo ya.
Sus dedos presionan ligeramente mi cuello acercando nuestras bocas.
El calor palpita en mi interior, y su lengua se desliza por mi labio
superior. Ligera, húmeda, burlona. Me mete el labio en la boca, me da un
suave y cálido tirón y se me escapa un suspiro de todo el cuerpo.
La lengua, los labios, el calor: un beso, pero no. Está coqueteando
con los límites de lo que necesito, y la anticipación es dolorosa.
—Easton…
Atrapa mi queja en su boca. En el momento en que su lengua se
desliza dentro y se encuentra con la mía, su contención se convierte en
polvo.
Mi respiración sale en forma de jadeos superficiales mientras él
profundiza el beso. A pesar de su intensidad, su lengua se desliza por la
mía con movimientos lentos y profundos. Me saborea como si fuera un
manjar, raro y exquisito. El fuego se expande en mi sangre, se filtra hacia
el exterior, y no puedo dejar de tocarlo: la dura línea de su mandíbula
que se mueve con cada sabor, la vena que palpita en su cuello y la
tensión que aprieta sus abdominales. Debería haber adivinado que Easton
sería capaz de utilizar su lengua de una forma que me hace vibrar desde
dentro hacia fuera.
Algo oscuro y gratificante entra en mis pulmones mientras nos
exploramos mutuamente de nuevas maneras.
Le he elegido.
El orgullo me invade, dándome el gusto de lo desconocido.
Aprieto las palmas de las manos contra su pecho y le doy un pequeño
empujón. Un gruñido ronco sale de su garganta, y él obedece, caminando
hacia atrás mientras seguimos conectados. Unas manos fuertes me
agarran por la cintura y me aprietan. Me levanta para alinear nuestras
caderas, nuestros cuerpos apretados. Una vez que llegamos a la cama, se
detiene, me suelta la cintura para agarrarme la cara y se toma su tiempo
lamiendo, chupando, devorando mi boca. Su lengua me habla de una
forma que nunca he oído, susurrando palabras que se instalan en lo más
profundo de mis huesos.
Digno.
Hermoso.
Deseado.
El pulso me retumba erráticamente, zumbando bajo mi piel, entre mis
muslos.
Bajando mis manos a sus caderas, doy otro empujón. Se sienta en la
cama y me tira sobre su regazo. Me trago su gemido cuando abro las
piernas para sentarme a horcajadas sobre él. Sus dedos se enredan en mi
cabello y me acerca. Nunca imaginé que sería yo la que estaría
completamente vestida, sobre casi dos metros de hombre semidesnudo
encerrado entre mis muslos. La conciencia chispea bajo mis bragas, la
posición es profundamente erótica, y mi cuerpo grita por más.
Necesito fricción.
Decidida, rompo el beso para arrancarme la chaqueta de los hombros,
pero, de nuevo, me detiene.
La irritación aumenta, y le miro fijamente. No debe ser tan
amenazante, porque se limita a reírse, con una sonrisa perezosa en un
lado.
—¿No quieres que me quite la ropa? —me quejo—. No pasa nada.
Estoy lista para más.
Así de fácil, la sonrisa se desvanece. Sus ojos parpadean con
gravedad ante mis palabras.
—Entonces déjame darte más. —Las ásperas palmas tocan mis
caderas, arden a través de mi vestido y dan un pequeño apretón a mis
curvas—. No hace falta que te desnudes para mí, Eva. Me excitas sin
siquiera intentarlo —roza con sus labios la base de mi cuello y un lento
temblor me sacude—. Me haces desearte de formas que ni siquiera
conoces. Deja que te lo demuestre.
Trago saliva, la incredulidad me mancha.
—Pero…
Me da un beso debajo de la oreja, da un tierno tirón entre sus dientes,
y un suspiro sale de mi cuerpo. Sus caricias son tan ligeras, dedos
ásperos que rozan mi brazo. Los vaqueros me rozan el interior de los
muslos. Respira lenta y profundamente. Pero me hacen cosas.
Cosas tentadoras, eróticas, palpitantes.
Su mano encuentra mi cabello. Tira de él, arrastrando besos abiertos
por la parte delantera de mi garganta. Mis pulmones se contraen, cada
inhalación es más superficial que la anterior. Creo que estoy flotando,
pero cada contacto arde y persiste. Me suelta el cabello y su mano
recorre mi espalda hasta llegar a la curva de mi culo. Deja escapar un
sonido desigual cuando sus palmas me agarran el culo, y cuando sus
pulgares rozan la piel desnuda por debajo del dobladillo de mi vestido,
un escalofrío se apodera de mí. Cada centímetro de carne es más sensible
que si estuviera desnuda.
Agarro la cintura de sus vaqueros, doy un tirón y él levanta las
caderas para que pueda bajarlos. Me aprieto contra él, mis bragas
conectan con su dura longitud a través de sus bóxers, y un escalofrío lo
recorre.
—Joder —gime. Me pasa un dedo por las bragas, empezando por el
clítoris, y la electricidad se dispara en mi interior. Su voz es ronca, llena
de lujuria y agradecimiento—. Estás empapada.
Vuelvo a moverme contra él, girando lentamente mis caderas, y el
calor, la presión y la fricción se disparan en mi interior. Incluso con la
ropa puesta, su erección me llega justo a tiempo, rozando perfectamente
mi clítoris. Vuelvo a apretarme contra él, y otra vez, y los ojos se me
ponen en blanco. No tenía ni idea de que el sexo en seco pudiera ser tan
agradable.
Los dedos de Easton se sumergen bajo mi vestido, hundiéndose en la
sensible piel de la parte posterior de mis muslos, y unos labios
hambrientos recorren mi garganta hasta que vuelve a mi boca. Su lengua
se aferra a la mía, hambrienta.
Montar a Easton Rutherford es lo más delicioso y satisfactorio que he
hecho nunca. Nunca me he sentido tan excitada en mi vida y sin un
atisbo de aprensión. Trago, absorbiendo la forma en que nos sentamos, la
forma en que nos movemos, la forma en que nos tocamos. Sensuales
pero con control. Provocadores pero seguros. Sus caderas se estrechan
contra mí, arrancando un gemido de mi boca, y me agarro a su hombro,
cobrando impulso mientras persigo lo que necesito.
Tan cerca, tan jodidamente cerca, pero lo que realmente necesito es
sentirlo.
Sentirlo de verdad.
Y necesito que sepa que está bien.
Me meto entre nosotros y deslizo la mano por debajo de sus
calzoncillos. Un sonido profundo y gutural sube por su pecho, el cuerpo
se tensa, mientras mis dedos rodean su suave longitud. Se separa del beso
para observar mis movimientos con atención, jadeando.
Tiro de la cintura de sus bóxers, y su nuez de Adán sube y baja
mientras me ayuda a bajar el material.
Muevo la estrecha tira de mis bragas hacia un lado, manteniéndola
allí. Se le escapa un silbido cuando vuelvo a bajar sobre él, colocada
como antes. Sólo que esta vez no hay ningún material en el camino.
Estamos piel con piel. Calor con calor. Mi humedad lo atrapa y el placer
me atraviesa como un rayo.
Esta vez, cuando me aprieto contra él, su mandíbula se cierra y el
gemido que le recorre sacude todo su cuerpo. Ni siquiera está dentro de
mí, pero se siente tan bien. Sería fácil llegar hasta el final con él, tan fácil.
Pero, incluso ahora, el miedo a esa idea me paraliza. Sin embargo, a él no
parece importarle, así que me obligo a alejar ese pensamiento y continúo
moviendo mis caderas arriba y abajo, de la base a la punta,
familiarizándome con él y asegurándome de que está cubierto de mi olor.
Quiero hacerle sentir tan bien como él me hace sentir a mí.
La idea me atenaza el pecho.
Nunca, ni una sola vez, he disfrutado dando placer a otra persona.
Y sin embargo, cada sonido que hace me produce un
estremecimiento, una sensación deliciosa pero extraña.
Debe de notar el cambio en mi expresión, porque incluso cuando se
agita debajo de mí con cada movimiento de mis caderas, sus ojos se
suavizan. Me toca el costado de la mejilla, acercando mi cara a la suya.
Nuestras frentes se tocan, húmedas y enmarañadas de cabello.
Me mira.
Yo lo miro.
Me abrazo a él descaradamente, despacio pero con fuerza.
Respiramos juntos, con los labios separados, sosteniéndonos mutuamente.
La presión aumenta, palpita entre mis muslos, hasta que es casi
insoportable. Me muerdo el labio, el placer me embarga. Easton baja los
párpados mientras me observa. Utiliza las palmas de las manos para
guiar mis caderas con un poco más de fuerza. Una respiración irregular
sale de mis labios y él deja escapar un gruñido bajo. Con cada
movimiento lento, la sensación se agita, dificultando la inhalación. Hasta
que, finalmente, el calor estalla, astillando mis nervios más sensibles, y
grito. Eso es todo lo que necesita Easton para maldecir y atraer mi boca
hacia la suya, su cuerpo se tensa y se estremece bajo el mío mientras se
corre con fuerza con mi lengua en su boca.
Los temblores aún nos sacuden cuando su frente cae sobre mi
hombro y mis brazos se enroscan en su cuello. Durante un largo rato, nos
sentamos juntos, jadeantes, en un abrazo suelto y sudoroso. Casi no
puedo creer que el mejor orgasmo de mi vida haya sucedido mientras
estaba prácticamente vestida. Dijo que me mostraría lo que quería decir.
Dijo que no tenía que desnudarme para él. Incluso me dio la chaqueta
que me cubre.
Y, sin embargo, me deseó.
Me besó.
Me abrazó.
—Shhh —murmuró, limpiando la humedad de mi mejilla con su
pulgar.
No sabía que estaba llorando.
Sus cejas se inclinan bajo los mechones de cabello desordenados y
traga saliva.
—¿Te arrepientes…?
—Me gustas —susurro. Mi voz es inestable y no puedo creer que
haya dicho eso. Pero cuando las palabras se asientan débilmente a
nuestro alrededor, me doy cuenta de lo inadecuadas que son para lo que
siento por él.
Son una broma. Sin embargo, el bochorno que me produce después
es perfectamente adecuado.
—Olvida que he dicho eso. Fue una estupidez.
—Saboteo tus duchas.
—¿Qué?
—Y te sigo a veces. La mayoría de las veces. —Se incorpora
ligeramente, se frota la nuca con una mano y me aprieta ligeramente la
cadera con la otra, como si le preocupara que intentara huir—. Lo hago
para asegurarme de que estás bien.
Se me cae la mandíbula y entrecierro los ojos.
—¿Aquella noche que me seguiste a The Pitts?
Se aclara la garganta.
—No es la primera vez.
Un calor me envuelve el cuerpo, me arde la garganta y mis muslos se
aprietan alrededor de él. Sabía que los ricos no tenían problemas con las
duchas.
—Maldito acosador —susurro cariñosamente.
Me pasa un pulgar por el labio inferior, tirando de él ligeramente
hacia abajo. Su voz es tranquila, reticente.
—¿Quieres que pare?
Saco la lengua para probar su pulgar.
—No, ni hablar.
Me mira fijamente, y la dulzura de sus ojos es profunda e
inquebrantable de una manera que no me permite cuestionar lo que ve en
mí. Por primera vez en mi vida, me siento segura. No pienso en el ayer.
No pienso en el mañana. Aquí mismo, ahora mismo… Estoy bien.
Y esta vez ni siquiera estoy mintiendo.
Capítulo 32
Eva
Me subo la mochila al hombro y estoy a punto de abrir la puerta de
mi habitación cuando mis ojos se fijan en mi reflejo. Mi piercing en el
ombligo brilla por encima de mis vaqueros, mi camiseta es ajustada y me
restringe. Dudo. Así que me aprieta un poco, me digo. No es peligroso.
El conjunto es el mismo que llevo casi todos los días.
Y, sin embargo, hoy, la incertidumbre me sacude. Mi camiseta nunca
se ha sentido tan sofocante. ¿Para quién estoy haciendo esto?
Mordiéndome el labio, retrocedo lentamente, abro el cajón de mi
cómoda y tomo una simple camiseta negra. Cambio la parte superior, y
luego inclino la cabeza para examinar mi nuevo reflejo. Esta camiseta es
lisa y holgada. No hace nada para resaltar mis curvas. No soy yo, pero
tampoco me siento yo con la blusa de tirantes. Tengo que admitir que el
ajuste holgado tiene algo de cómodo y liberador, pero aun así, no me
gusta del todo.
Una sonrisa se dibuja en mis labios cuando se me ocurre una idea.
Rebusco en mi tocador y saco unas tijeras. Estirando el dobladillo de
la camiseta con una mano, corto a lo largo de la cintura con la otra.
Cuando vuelvo a dejar las tijeras en el cajón, un indicio de mi
piercing vuelve a brillar. El corte de mi dobladillo es áspero y desigual.
La camisa me cuelga, como una caja y sin forma.
Es perfecta.
Paso por delante de la puerta abierta del dormitorio de Easton, pero
ya debe estar abajo. Las mariposas revolotean con cada paso lento por la
escalera, y no es hasta que llego al final que la nota tensa en el aire me
toca. María pasa a toda prisa con una fregona en la mano, murmurando
en español y moviendo la cabeza. Su cabello canoso está desordenado,
las líneas alrededor de sus ojos son más profundas que de costumbre, y
no se da cuenta de mi presencia al pasar.
La cautela se apodera de mí, la inquietud me eriza la piel. Continúo
hacia la cocina y, al llegar, me detengo en seco. Bridget está arrodillada
sobre la encimera de mármol. Los armarios resuenan mientras ella los
revuelve, tirando los objetos uno a uno. La comida y la vajilla rota se
acumulan en el suelo de madera pulida.
Deslizo la mirada hacia Easton, que se limita a levantar una ceja en
señal de saludo, pero no es difícil ver la línea de su mandíbula apretada
mientras evita mirar en dirección a su madre.
—¡MARÍA! —Bridget grita y deja caer una caja de cereales que
explota Fruit Loops al caer al suelo—. ¡Vuelve aquí y dime qué has
hecho con ellos!
Me escabullo hacia la cafetera, esperando pasar desapercibida.
No hay suerte.
—Tú. —El calor de la mirada de Bridget me quema la mejilla—.
¿Dónde está María?
Me concentro en cargar los posos del café en la cafetera.
—Creo que está limpiando. Se dirigía al salón cuando bajé.
—Uf, por fin. ¿He estado aguantando lo suficiente para tu
satisfacción?
Mis cejas se fruncen sin entender, cuando miro hacia ella y la veo
tocar el pequeño teléfono en su oreja.
—No me importa su reunión. —Un ligero malentendido empaña sus
palabras—. Mi marido lleva casi dos semanas sin aparecer por esta casa,
y parece que ahora se desvive por dar a nuestra asistenta órdenes que
contradicen flagrantemente las mías.
Hay una pausa.
Cuando Bridget vuelve a hablar, sus palabras son sorprendentemente
claras y dulces.
—En realidad, hay una cosa que puedes hacer por mí. Puedes decirle
al señor Rutherford que puede ponerse al teléfono ahora mismo, o
conduciré hasta su despacho borracha. Haré la mejor escena que haya
visto su bufete y luego plantaré mi culo en su mesa hasta que me hable.
Pausa.
—Sí, espero. —Ella mira por encima del hombro diciendo—. Easton,
querido. ¿Serías tan amable de ir a buscar a María por mí?
Easton cierra los libros de texto que tiene delante y los mete en su
mochila.
—Lo siento. Tengo que irme, y probablemente deberías pensar en
seguir la orden de papá.
Arqueo una ceja y miro entre los dos. El café de Bridget está casi
listo, pero tengo la sensación de que necesita más unas pastillas recetadas
que una pizca de brandy.
—¿Perdón?
Easton se encoge de hombros y empuja su taburete hacia atrás.
—Sólo digo. Quizá dejar el Xanax valga la pena. No por el bien de
papá, sino por el tuyo.
Y por mi bien. Esas palabras no pronunciadas hablan con fuerza en
sus ojos enfadados, y la mirada me oprime el pecho. Incluso ahora, desea
profundamente que sus padres le quieran a pesar de todo lo que han
dicho y hecho. El vapor me calienta la cara mientras sirvo el café de
Bridget en su taza. Sé que podría amar a Easton. Me pregunto si podría
amarlo lo suficiente.
La respuesta de Bridget es una mirada infantil antes de volver a
rebuscar en los armarios, y su maldad me cabrea. No se lo merece. Se
supone que la familia es importante. Siempre importará a quiénes
elegimos amar y cómo elegimos amarlos. Deslizo la taza por la encimera
sin mirar por si el desprecio se me nota en la cara.
Me dirijo a la nevera y me detengo cuando un destello naranja
brillante en la encimera de la isla llama mi atención. Un vaso lleno de
zumo de naranja. Arrastro mi mirada hacia Easton. Su atención se centra
en mi camisa, la camisa de la que me había olvidado por completo, y un
parpadeo acalorado de diversión pasa por sus ojos cuando observa el
dobladillo desigual. Desliza su mirada hacia arriba para encontrarse con
la mía, pero antes de que pueda pronunciar unas palabras silenciosas, el
fuerte portazo de otro armario perturba el momento.
Se aclara la garganta, recoge su mochila y se marcha.
Soy la primera estudiante que se levanta de su asiento cuando suena
el timbre final. No porque cierto profesor me esté esperando para
detenerme, sino porque estoy mucho más cerca de ver a cierto chico que
me liberó de dicho profesor.
Me dirijo a mi casillero, me abro paso entre la multitud de
estudiantes y me estremezco cuando el hombro de una chica roza el mío.
La gente. Están por todas partes.
No he tenido un momento para hablar con Easton a solas, sobre todo
porque Whitney ha estado pegada a él como una sábana de secadora.
Cada vez que captaba la mirada de Easton en los pasillos, ella aparecía
de repente con los ojos entrecerrados apuntando en mi dirección.
Después de lo que hicimos Easton y yo, su presencia me molesta más
que nunca. Ella consigue tocarle y hablarle en público, pero por mucho
que me queme de celos, su tapadera ayuda a ocultar lo que tenemos.
Y… hablando del diablo. Concuerdo con que su cabello rojo incluso
hace juego con los cuernos de él. Gemelos.
—¿Se les acabó la ropa en el Ejército de Salvación? —Whitney
pregunta, mirando mi camisa casera antes de abrir su casillero.
—Por desgracia, en cuanto se enteraron de que soy una bruja, ya no
me dejaron entrar —suspiro—. Pensé que los cristianos se suponía que
no juzgaban.
Ella traga con fuerza, los ojos cautelosos cuando me toma en cuenta,
como si realmente pudiera ser una bruja.
—Oh, bueno —deslizo algunos libros en mi casillero—. El refugio
para indigentes se deshace de la ropa vieja. Por suerte, me he adelantado
a todos en el contenedor esta mañana.
Whitney arruga la nariz y, cuando tomo mi botella de agua, desvía la
mirada, repentina y extrañamente silenciosa. Pongo los ojos en blanco,
quito el tapón y me la bebo. Su mirada me calienta mientras vuelvo a
poner la tapa, y luego su atención sigue a la botella de agua mientras la
vuelvo a poner. No aparta la vista hasta que cierro el casillero de golpe,
sobresaltadola.
Levanto una ceja.
—¿Tienes sed?
Se aclara la garganta y echa los hombros hacia atrás.
—No, gracias. Me gusta el agua con lima, no con las almas de los
niños.
Me encojo de hombros.
—Como quieras.
Me agacho para recoger mi mochila cuando una cola de caballo rubia
se balancea a la vista. Miranda, la amiga de Whitney, se detiene frente a
ella, con los ojos muy abiertos.
—Whit —dice—. Dios mío. ¿Estás bien?
Whitney frunce el ceño y saca un libro de su casillero.
—Estoy bien. ¿Por qué?
—Julie me dijo que Simon le dijo que Jake te vio en el hospital
anoche.
Estoy cerrando la cremallera de mi mochila cuando noto que los
hombros de Whitney se ponen rígidos. Se aclara la garganta.
—Debe haber visto a alguien más. Anoche estuve con Easton.
Esta vez soy yo la que frunce el ceño. Sé exactamente dónde estuvo
Easton anoche, y seguro que no fue con ella. Pero, ¿por qué mentir?
—¿Estás segura? —pregunta Miranda, inclinando la cabeza—. Julie
dijo que Simon dijo que Jake estaba totalmente seguro de que eras tú. Su
abuela está en el hospital y dijo que te había visto allí varias veces.
Un rubor rojo sube por el cuello de Whitney, y mira hacia otro lado.
—Bueno… debe estar equivocado. Quiero decir… —Ella traga, y el
rubor sube por sus mejillas—. Creo que lo sabría si estuviera en el
hospital.
—Pero estaba tan seguro…
—Los vi. —No sé qué me posee para hablar, pero ambas chicas
dirigen sus miradas a la mía: Miranda como si no supiera quién soy, y
Whitney con el terror grabado en sus ojos. Tal vez sea el miedo en la
expresión de Whitney. Hay algo en esa mirada que me estremece, la
familiar ansiedad ante la posibilidad de que se descubra algo demasiado
personal. O tal vez solo odio el maldito drama—. Easton y Whitney
—añado despreocupadamente, colgando mi mochila sobre el hombro—.
Los vi juntos. Debe haber sido otra persona.
Los labios de Whitney se separan, pero no me quedo para terminar de
ver cómo se desarrolla el último episodio de Gossip Girl6.
De camino a la salida, veo a Easton charlando con el quarterback de
su equipo. Está hablando cuando nuestras miradas se cruzan y me
muerdo el labio. Whitney puede quedarse con su falso Easton, yo con el
auténtico. Una sonrisa se dibuja en su boca, los ojos se oscurecen con
algo delicioso, y sólo quiero que se vaya a casa ya. Quiero estar a solas
con él. En su habitación, detrás de una puerta cerrada.
El resto del mundo puede irse a la mierda.
Excepto Alejandro, por supuesto. Pero él necesitará su propia
habitación.
Paso por encima de una roca en el césped del colegio y casi tropiezo
con otra más grande que hay detrás.
6
Serie de televisión estadounidense de drama adolescente.
—Mierda —murmuro para mí, sacudiéndome un mareo de la cabeza
mientras me acerco a la acera.
Eso ha sido raro.
Entre Easton, los deberes y mi paranoia habitual, no he dormido
mucho. En The Pitts, solía pasar semanas durmiendo poco, y rara vez me
afectaba. Supongo que puedo dar oficialmente la bienvenida a la vida de
los privilegiados. La pobre no puede dormir en su lujosa habitación con
la barriga llena.
Cuanto más camino, más se funde la acera con la calle. Vuelvo a
sacudir la cabeza, pero esta vez no sirve para despejar mi visión.
—Cuidado —me dice una voz cuando tropiezo con alguien.
Trato de enderezarme antes de caer, un rostro se desdibuja. Las cejas
enfadadas se elevan sobre sus ojos y parece que están… hablando. ¿Qué
carajos me pasa?
Tropiezo con él y murmuro:
—Lo siento. —La palabra es un eco que me sigue por la acera.
Me doy una palmada en la mejilla y parpadeo con fuerza.
Me pongo a tono.
Esta sensación ya no me recuerda a la falta de sueño.
Intento tragar, pero tengo la garganta demasiado apretada para forzar
nada. El pánico debería aflorar a la superficie, pero incluso eso se ha ido.
Mis piernas se vuelven de plomo, desconectándose más de mi cuerpo con
cada paso que doy. Una forma extraña aparece en la distancia.
Negro, azul, negro, gris.
Los colores se arremolinan como un cuadro borracho de agua. Mi
cuerpo hormiguea de adormecimiento mientras intento concentrarme en
un solo color. El negro. ¿El cabello? cabello negro y gris.
Las imágenes se agitan en mi cerebro.
Negro y gris, sal y pimienta.
El siguiente color brilla, y es azul.
Hielo, azul hielo.
Unos ojos de serpiente me miran fijamente.
Pánico, pánico, pánico, me ordeno.
Grita.
No lo hago.
Nada funciona, ni mi voz ni mis miembros. Lo único que siento es
una capa de sudor frío en mi piel.
Aparece una cara conocida, una cara segura, y creo que sonrío.
—Shh… Te tengo.
Easton. Es Easton. Es el mejor acosador.
El último pensamiento que entra en mi mente antes de que la negrura
me trague entera es. . .
Viene.
Viene a por mí.
Capítulo 33
Eva
Unos dedos suaves se deslizan por mi cabello, un susurro bajo en mi
oído.
Un cálido escalofrío recorre mi cuerpo mientras me obligo a abrir
mis pesados ojos. Me cuesta unos cuantos intentos hasta que dejan de
resistirse a mí.
Una cómoda y un marco de fotos toman forma lentamente. Las
figuras de la foto se desdibujan en los bordes, pero puedo ver que se trata
de Easton e Isaac, de niños. El alivio me inunda. Estoy en la habitación
de Easton. Intento incorporarme, pero no pasa nada. Lo vuelvo a intentar,
esta vez miro fijamente mi cuerpo, pero cuando solo mis dedos se
mueven, siento que las náuseas me invaden.
Mis labios se separan, las respiraciones superficiales se escapan, pero
no puedo, mi voz, no funciona.
—Hola. —La palabra flota en algún lugar por encima de mi cabeza, y
me doy cuenta de que la mano de Easton está en mi cabello, mi cabeza
en su regazo—. Shh. Está bien. Estás a salvo.
Las palabras se hunden en mis poros como un déjà vu. Un eco de
nuestro pasado. Las lágrimas me pican los ojos.
A salvo.
A salvo.
Estoy a salvo.
Entonces, ¿por qué no puedo moverme? ¿Por qué no puedo hablar?
Intento sacudir la cabeza, pero sólo rueda perezosamente hacia un
lado, como si mi cuello fuera un fideo que soporta el peso de un ladrillo.
—Respira, Eva. —Me aparta el cabello de la cara—. Despacio, con
calma.
Inhalo y espero que el oxígeno me llene los pulmones, pero en lugar
de eso se me atasca en la garganta. Lo intento una y otra vez, con la
desesperación subiendo.
—No pasa nada. Tómate tu tiempo. Cuando estés lista, relaja la
garganta e inhala lentamente por la nariz.
Me tomo un momento para permitir que la calma me invada.
Concentrarme en la respiración constante de Easton me ayuda. Cada
exhalación es profunda y lenta. Escucho una. Dos. Tres.
Tres.
Conté hasta tres sin darme cuenta. Igual que mamá. Su suave sonrisa
flota a la vista, y una lágrima derramada se desliza entre mis pestañas.
Odio el puto llanto. Lo odio tanto. Pero al menos mi garganta se relaja
mientras los pensamientos sobre ella se derraman. Lentamente, inhalo. El
oxígeno entra en mis pulmones y un sollozo brota.
Un sollozo de verdad.
Hago un sonido.
—Easton… —Es un susurro arrastrado, pero él lo escucha.
—Eva —dice mi nombre como si fuera un secreto que ha estado
esperando compartir. Su pulgar recorre mi mejilla, sus cálidos labios en
mi frente, y yo cierro los ojos brevemente.
—No puedo… No puedo moverme.
—Lo sé. —Las palabras son duras, ásperas. Pasa un minuto, luego
otro—. Eva… ¿recuerdas haber notado algo inusual antes de empezar a
sentirte mal? ¿Alguien?
Comienzo otro intento inútil de sacudir la cabeza cuando el cabello
rojo parpadea en mi mente. Los ojos verdes se centran en mi botella de
agua.
—Whi… —Trago saliva antes de volver a intentarlo—. Whitney.
Easton frunce el ceño.
—¿Qué?
Cuando no digo nada, el avellana de sus ojos se oscurece de una
manera que me hace temblar.
He visto esa mirada antes.
Una vez.
Fuera del aula del señor Doau.
El sueño tira de mi conciencia, atrayendo mis ojos para que se cierren,
pero no puedo. Todavía no. Hay una cosa más que tiene que saber. La
única cosa que me atormenta tan profundamente como para causar dolor
físico.
—Easton —gimo.
—Está bien. Descansa un poco y hablaremos más tarde.
—Hay algo. Alguien… —Mi respiración se vuelve pesada mientras
cedo al sueño—. Un hombre. Quiere que vuelva.
Creo que lo he dicho en voz alta.
Espero haberlo hecho.
El mundo se convierte en un mar profundo y oscuro, y me hundo
directamente en el fondo.

Mis labios se separan, respirando profundamente. Suspiro entre las


suaves sábanas. Estoy tan cómoda.
Tan cálida.
Mis ojos se abren a la suave luz del sol que se desliza por la
habitación de Easton. Estoy tapada con su edredón y un pesado brazo, su
duro cuerpo se amolda a mi espalda. La palma de su mano se apoya en la
parte plana de mi estómago, sus dedos justo por encima de mis bragas.
Nuestras piernas están desnudas y enredadas, y me doy cuenta de que ya
no llevo los vaqueros. Debe de habérmelos quitado para que esté más
cómoda antes de deslizarse detrás de mí.
Su cálido aliento, cargado de sueño, me acaricia el costado del cuello.
Mi corazón late un poco más fuerte con cada una de ellas.
Me abrazó toda la noche.
Estaba drogada, inmóvil, lista para ser tomada, y él solo me sostuvo.
Me lamo los labios, pruebo la sal y me limpio rápidamente la mejilla
húmeda con la manga.
Las imágenes del cabello gris pimienta y los ojos helados siguen
llenando mi mente, pero no sé qué es real. ¿Era realmente él quien me
miraba? ¿O es que mi cabeza vuelve a funcionar mal, burlándose de mí
por el miedo y la confusión? No pude distinguir su rostro, pero ni
siquiera estaba lo suficientemente lúcida como para ver la acera.
Y a Whitney.
La ira se despliega en mi estómago, empañada por la incredulidad y
algo más. Algo que se siente como una traición. Sé que me odia, ¿pero
tanto como para drogarme? ¿Cómo? ¿Por qué? Ni siquiera sé por qué me
odia tanto. Toda esa perorata de follarme a su papi es débil. No tiene ni
idea de lo jodidamente enferma que me pone el insulto, ni por qué, así
que no puede ser personal.
No tiene sentido.
El cabello de Easton me hace cosquillas en la oreja, su brazo me
rodea con fuerza. Trago saliva y miro por encima del hombro. Tiene los
ojos cerrados, la respiración pesada y lenta. Incluso mientras duerme,
quiere protegerme. Estúpido complejo de policía, pienso mientras le beso
el costado de la mandíbula y entrelazo mis dedos con los suyos. Su
sentido del honor va a hacer que lo maten algún día.
Mis ojos se deslizan hacia su guitarra contra la pared y me sumerjo
más en su abrazo. Mi pulso sube, se acelera, se agita. Si matan a Easton,
caeré con él. Puede que él sea la única razón por la que sigo viva.
La puerta de su habitación se abre, golpea la pared con un ruido
sordo y tanto Easton como yo nos sacudimos.
—Easton. ¿Tienes idea de lo tarde que es…? —Bridget se detiene en
seco.
Presa del pánico, intento incorporarme, pero Easton me detiene y sus
dedos aprietan los míos de forma casi dolorosa.
Su corazón late tan fuerte, tan rápido, que lo siento contra mi espalda.
—¿Qué es esto? —pregunta Bridget, con los ojos muy abiertos,
pasando de Easton a mí.
Estoy durmiendo en su cama, con las piernas enredadas con las suyas.
No hay forma de explicar esto. El pavor me consume, un centímetro a la
vez, y mi único alivio es: ¿Qué es lo peor que puede hacer?
—No puedo creerlo. —Se encuentra con la mirada de Easton, los
ojos bajos, el tono tan frío que se me pone la piel de gallina en los
brazos—. Y sin embargo, debería haberlo sabido.
—Mamá. —La voz de Easton es áspera, espesa por el sueño y la
desesperación—. No lo hagas.
¿No?
¿No qué?
—Eva. Ve a tu habitación ahora mismo y empieza a recoger tus
pertenencias.
Mi estómago se revuelve. No puedo respirar.
—Mis… ¿qué?
—Sólo en esta semana, he sido engañada por mi marido, mi ama de
llaves y ahora, mi hijo. —A pesar de su comportamiento frío, un temblor
en su voz la delata—. Créeme cuando te digo que no quieres saber de
qué humor estoy. Ya me has oído la primera vez.
La mirada entrecerrada de Bridget se posa en mí, y la mirada se
hunde en mi alma. Me pone del revés, revela todas las piezas sucias,
dañadas y rotas que Easton me hace no ver. Su mirada inflexible lo dice
todo: te veo, y todo esto es culpa tuya.
La boca de Easton me toca la oreja.
—Vete —susurra—. Yo arreglaré esto.
Pero su madre tiene razón. Y no creo que pueda arreglarlo.
Asiento de todos modos y retiro el edredón. El labio de Bridget se
curva con disgusto cuando paso a su lado con las bragas y el top cortado.
Me tiemblan las manos cuando recojo los vaqueros doblados de la
cómoda de Easton. Le miro bajo las pestañas encubiertas. Intenta
dedicarme una media sonrisa tranquilizadora, pero la incógnita se dispara
con fuerza tras el whisky7. No hay mucho que pueda hacer, y ambos lo
sabemos.
Me dirijo a mi habitación aturdida, con los pies agobiados por los
ladrillos. La silueta de algo pequeño y duro atrae mi atención hacia los
vaqueros que tengo en la mano, y compruebo el bolsillo trasero. Mi
fragmento de ópalo. Easton me la metió en el bolsillo. Trago saliva, mi
pulso se acelera. La regañina de Bridget vuelve a mis oídos en el mismo
momento en que llego a mi puerta.
—Conocías el trato. Tú te lo has buscado.
La voz de Easton es tranquila cuando habla, y sé que es por mi bien.
—Lo sé. La he cagado, ¿está bien? Pero esto no es culpa de Eva. No
puedes castigarla por algo que yo perseguí.
Apoyo la cabeza en mi puerta cerrada. Estúpidas lágrimas. Estúpido
Easton. Es honorable hasta cuando miente.
—Mamá… sólo… piensa en lo que estás haciendo. Por favor. —
Hace una pausa, un suspiro se filtra por el pasillo, y me lo imagino
pasándose ambas manos por su desordenada cabellera—. Eva no sabía de
nuestro acuerdo. No tenía ni idea de las consecuencias.
¿Acuerdo? Arrugo las cejas y me limpio la mejilla con la palma de la
mano. ¿Qué acuerdo?

7
Se refiere al color de los ojos de Easton.
—Bien. No debería hacer falta conocer las consecuencias para que
alguien se comporte con brújula moral.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Una brújula moral? —Esas dos
palabras son todo lo que necesita para estallar. La ira puntúa cada sílaba
con un borde áspero y amargo, pero no es suficiente para enmascarar el
dolor del corazón—. Una brújula moral debería incluir algo como
mantenerse sobrio, ser padre y no acostarse con nadie mientras se está
casado. ¿Cuáles son las consecuencias de eso? Espera, está la conozco:
un hijo bastardo, una madre permanentemente drogada y un marido que
no soporta estar en su propia casa. ¿Acaso sabes quién es mi verdadero
padre?
El silencio. Impregna la casa, espeso y pesado en mi pecho. Me
pregunto cuánto tiempo lleva Easton ardiendo en deseos de hacer esa
pregunta.
—Por supuesto que lo sé. —El tono de Bridget vacila, de decisivo a
inseguro, y luego de nuevo—. Pero tú… estás intentando cambiar de
tema…
—Nos has llevado hasta este punto muy bien por tu cuenta.
—Easton. No voy a fingir que no tenemos cosas que discutir sobre
ese asunto…
—Vaya.
—Pero ahora no es el momento. Eva tendrá un último día en Caspian
Prep para despedirse de sus amigos, suponiendo que tenga alguno. Para
esta noche, ella estará en un avión a California.
¿California? Se me corta la respiración, el pánico me hiela las venas.
Eso está en el lado opuesto del país. Lejos de Easton. Lejos de Alejandro.
Realmente no tendré a nadie.
El entumecimiento se apodera de mí, frío y distante, pero consigo
obligarme a girar el pomo, abriendo la puerta. Sin embargo, aún no entro.
—Mamá, escucha bien lo que te digo. —La áspera súplica debajo de
su demanda se filtra—. No la vas a enviar allí. No voy a quedarme de
brazos cruzados.
—Por el amor de Dios. Ella estará bien. Es Newport Beach, no Corea
del Norte.
Su puerta se cierra en silencio, y sé que es él quien la cierra. Siempre
tratando de protegerme.
Aun así, su gruñido apagado se filtra a través de la barrera.
—Con el tío Perry, excelente. Es un maldito asqueroso.
Siguen yendo y viniendo, pero las respuestas de Bridget están bajo el
agua, ahogándose junto a las acaloradas e implacables súplicas de Easton.
Así que el tío Perry es un asqueroso.
Conozco bien su tipo.
Una pizca de conciencia patina sobre mí, intentando atravesar el
entumecimiento, pero la bloqueo.
De todos modos, no importa. Me he puesto demasiado cómoda aquí,
en la casa de un extraño. Esa comodidad es lo que posiblemente le ha
llevado a él de vuelta a mí.
Nunca debería haber olvidado quién soy.
No tengo casa.
Y no tengo una madre que pueda decirme qué hacer.
Ella puede enviarme al aeropuerto, pero en cuanto pise el pavimento,
estaré huyendo de nuevo.
Perdida.
Perdida.
Tal como estoy destinada a estar.
Capítulo 34
Easton
Yo: ¿Estás en casa?

Whitney: Sí…

Yo: Quédate ahí. Hoy te llevaré a la escuela.

Whitney: Umm, ¿de acuerdo?

Casi me olvido de tomar la mochila antes de salir de mi habitación.


Mis hombros se tensan cuando veo a mi madre en la habitación de Eva,
con los brazos cruzados, observando tranquilamente a Eva hacer la
maleta como si fuera una maldita delincuente en la que no se puede
confiar. La mirada de mi madre se desliza hacia la mía y veo el móvil en
su mano. El teléfono de Eva. Aprieto los dientes y la miro fijamente. No
sólo se está asegurando de que Eva no está tramando nada. Se está
cerciorando de que yo no pueda intervenir. El resentimiento se retuerce
en mi interior.
Supongo que mi madre me conoce algo después de todo. Pero no lo
suficiente si cree que su presencia es todo lo que se necesita para hacer
que Eva no suba a ese avión.
Eva está de espaldas a mí, sus movimientos son pasivos mientras deja
caer un rollo doblado en una maleta a sus pies. La visión me llena de
inquietud.
¿Dónde está su resistencia?
¿Dónde está su fuego?
Hace tres años, le prometí que estaría bien. Le prometí que estaría a
salvo. Anoche, volví a hacer esa promesa.
No hay manera de que la rompa.
Aparto la mirada y bajo las escaleras con la tensión apretando mis
hombros. Agarro con fuerza el cartón de zumo de naranja mientras lleno
un vaso alto. Lo dejo en la isla, esperando que ella lo vea. Ahora mismo
no hay forma de hablar con ella, y mi madre tiraría cualquier nota que
dejara, así que tengo que esperar que este gesto transmita el mensaje que
yo no puedo.
No voy a dejarla ir.
Nunca la dejaré ir.
Arrojo mi mochila al asiento trasero de mi Audi, me deslizo en el
asiento del conductor y arranco el motor. Al menos el vuelo de Eva no es
hasta esta noche. La veré en la escuela. Entonces podremos hablar y
pensar en algo, aunque eso signifique encontrarle un lugar donde
quedarse por un tiempo. Exhalando un suspiro, me apresuro a ir a casa de
Whitney. Vive a pocos minutos de mi casa, pero la presión en mi cabeza
roza lo jodidamente insoportable, mientras mis preguntas y mi furia
siguen aumentando.
El cabello rojo y el vestido amarillo de Whitney son como una señal
de neón mientras espera delante de su casa con unas gafas de sol
demasiado grandes. Me acerco a la acera y ella entra en el lado del
pasajero.
Cuando mira hacia mí, frunce el ceño, se levanta las gafas de sol y
observa mi expresión.
—¿Qué animal muerto se te ha metido en el culo esta mañana?
No respondo.
Suspira:
—Lo que sea. —Antes de abrocharse el cinturón.
Mis nudillos se blanquean alrededor del volante mientras conduzco.
Esperaba empezar a disparar preguntas en cuanto tuviera la oportunidad,
pero verla en persona, tan jodidamente despreocupada, transforma mi
rabia en algo explosivo y vivo. Es imposible hablar.
Estamos casi en la escuela cuando ella rompe el silencio.
—De todos modos. —Se aclara la garganta y mira por la ventana—.
Qué manera de aparecer de la nada. Has estado muy evasivo últimamente,
ignorando la mayoría de mis mensajes y todo eso. Sabes que tengo que
ver a mi madre. No puedo conducir a casa desde el hospital cuando me
siento así.
Se mueve para estar frente a mí. No la miro. Es bastante irritante que
aún pueda verla de reojo.
—He tenido que usar mi antiguo conductor todas las noches desde la
fiesta de aniversario. ¿Te acuerdas de Richard? Está bien, por si querías
saber, señor charlatán.
Se me tensa la mandíbula al entrar en el estacionamiento de la
escuela. El campus bulle de estudiantes y profesores, de autos y
bicicletas, y el caótico alboroto no hace más que ponerme de los nervios.
Necesito tranquilidad. Necesito toda su atención. Necesito respuestas.
Sigo conduciendo.
—De acuerdo, bicho raro. Puedes dejarme aquí, gracias.
La ignoro y estaciono en una esquina vacía del estacionamiento. Hay
algunos autos de profesores parados aquí, pero está tranquilo. Detengo el
auto y me desabrocho el cinturón de seguridad, y finalmente me giro
para mirar a Whitney.
Ella me mira. Luego a la ventana. Luego vuelve a mirarme.
—¿Qué?
—¿Qué has hecho, Whitney?
La comprensión aparece en sus ojos. Se muerde el labio, mira hacia
otro lado, y la evidente culpabilidad es suficiente para que mi ira
aumente diez puntos.
Sabía que era probable, basándome en lo que dijo Eva, y aun así no
puedo creerlo.
—¿Qué quieres decir? —Levanta una mano para examinarse las
uñas—. He hecho innumerables cosas hoy. Me he rizado el cabello, he
actualizado mi Insta…
—¿Tienes alguna puta idea de lo grave que es, lo que has hecho?
¿Cuánto peor podrían haber sido las cosas para ella?
Los labios de Whitney se afinan, y el vapor bien podría salir
disparado de sus orejas. Así de fácil, su inocencia se desvanece,
sustituida por unas mejillas pecosas enrojecidas por la ira.
—¿Qué pasa con la obsesión de todo el mundo con ella? Es una
persona horrible. Horrible.
—¿Porque es diferente a ti?
—¡Porque le chupó la polla a mi padre!
Mi cabeza se sacude hacia atrás.
—¿Qué carajos acabas de decir?
—Era ella, Easton. ¿La chica que vi inclinada sobre mi padre cuando
tenía catorce años? Es un año más joven que yo. ¿Te das cuenta de lo que
eso significa? Tenía trece años —se estremece—. Y asquerosa. Ni
siquiera sé qué le poseyó para escabullirse en medio de la noche cuando
él se suponía que estaba cuidando a mi madre postrada en la cama. Por
supuesto, tuve que seguirle, pero ni en un millón de años habría
imaginado que se iba a The Pitts.
Me froto el lado del cuello, me tiro del cuello de la camiseta. Trece
años. Tenía la misma edad cuando se escabullía detrás de mi casa.
Hambrienta, cansada, dolorida. Un dolor me sube por el pecho al darme
cuenta de lo que tuvo que hacer para sobrevivir, y la sensación es
rápidamente perseguida por una violenta y enfermiza ola de calor. Tenía
trece años. Se aprovechó de ella un hombre lo suficientemente mayor
como para ser su padre. ¿Y de alguna manera ella está equivocada aquí?
—La reconocí en el instante en que puso un pie en nuestra escuela.
Quería arrancarle los ojos, pero luego me enteré de que fue adoptada por
tu familia. He sido más que amable, teniendo en cuenta lo que hizo, y no
me hagas hablar de ese estúpido poema de «Daddy Fucker». Ni siquiera
escribí eso. Fue un momento de debilidad cuando se lo confié a Carter en
casa de Elijah una noche. —Empuja un rizo sobre su hombro y endereza
su postura—. Como si yo fuera a hacer público lo que pasó, y mucho
menos a escribir sobre lo tuyo.
El desprecio gotea de mi voz.
—¿Así que esperaste tres años y luego decidiste pasarle una droga de
violación?
—¿Qué? —Se le cae la mandíbula. Mira hacia otro lado. Sacude la
cabeza—. No. Yo… Quiero decir, me preguntaba… antes de que él se
fuera…
—¿Quién?
—¿Qué? —Todavía perdida en sus pensamientos, la confusión nubla
su mirada, y quiero sacudirla.
—Has dicho él. ¿De quién estás hablando?
Ella traga y aprieta los labios.
—De acuerdo. Hay un hombre. Ha estado tratando de llegar a ella.
Me late el pecho cuando las palabras de Eva se cuelan en mi cabeza.
Un hombre. Quiere que vuelva.
—¿Qué hombre? —Empujo la pregunta a través de mi mandíbula
cerrada.
—Lo conocí en la fiesta de aniversario. Un tipo mayor, pero de buen
aspecto. Limpio, guapo. Aunque su traje era más que pretencioso. —Me
mira seriamente—. Easton, es amigo de su padre. Como su verdadero
padre. De nacimiento.
Mis ojos se entrecerraron y me devano los sesos pensando. No tardo
en recordar al tipo raro con el traje de brocado floral. El sudor en su
frente y el agarre helado cuando nos estrechamos. Paul.
—¿Cómo sabes que es quien dice? ¿Simplemente te has fiado de su
palabra?
—Por supuesto que no. Tenía fotos en su cartera. Tantas fotos de Eva,
de su padre, incluso de su madre. El parecido era tan obvio; se parece a
su madre.
Mamá.
Papá.
Mis dedos golpean mis vaqueros, tan rápidos y erráticos como mi
pulso. Eva no tiene familia. Ni siquiera tiene un certificado de
nacimiento. Así es como mi madre pudo adoptarla tan fácilmente cuando
nadie se presentó. Entonces, ¿cómo tendría ese hombre fotos?
—¿Qué quería? —pregunto, con la rodilla empezando a rebotar.
—Esta es la parte buena. Quiere reunirla con su padre. ¿Ves? Tal vez
sea un poco egoísta de mi parte querer sacarla de mi vista de una vez por
todas, pero ¿puedes culparme cuando el resultado final es por una buena
causa? Le he puesto al corriente de su vida, pero parece que ya lo sabe
casi todo. —Se encoge de hombros.
Sacudo la cabeza y deslizo los dientes por el labio inferior.
—¿Por qué te dijo todo esto? ¿Por qué no fue directamente a Eva?
—Oh, lo intentó. Dice que ella no le da la oportunidad de explicarse.
Ella ni siquiera responde a sus llamadas o mensajes de texto. Dijo que
necesitaba un poco de ayuda para poder llevarla de vuelta a casa, donde
debe estar. Lo cual —traga saliva—, supongo que nos lleva a ayer.
Espero no tan pacientemente a que se explique. Algo en todo esto no
cuadra.
—Así que, ¿sabes que a veces participo en clases de preparación para
el SAT8 antes de que empiecen las clases? Bueno, estaba esperando en su
auto aquí otra vez ayer por la mañana.
—¿Otra vez?
Ella alisa su vestido, mirando el movimiento.
—Sí. Ya vino una vez para intentar hacerla entrar en razón. Me
pareció muy inteligente por su parte. De todos modos, dijo que
necesitaba ayuda para entregarle una carta a ella y me mostró un sobre.
Dijo que la carta explicaría todo y finalmente la convencería de volver a
casa. Pensé que era fácil, ¿no? Se la entregaría en clase o, mejor aún, se
la pondría en su casillero para no arriesgarme a tener nada por contacto
directo.
Apretando los dientes ante ese golpe, pregunto:
—¿Cómo sabes la combinación de su casillero?
—Umm, ¿hola? «Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más
cerca» ¿te suena? De todos modos, por la razón que sea, no se sentía
cómodo con que yo lo haga. Dijo que esta carta era su última
oportunidad de llevarla a casa, y no quería arriesgarse a que no le llegara,
así que me preguntó si podía ponerla él mismo en su casillero para
asegurarse de que la recibiera. —Pone los ojos en blanco—. Lo que sea.
Eso estaba bien y todo, pero la clase de preparación para el SAT estaba
comenzando, y no había manera de que me arriesgara a perder mi lugar
por Eva, sin importar cuán noble sea la causa. —Levanta un hombro—.
Así que le di su combinación.
Presionando mis dedos en el puente de la nariz, aprieto y cierro los
ojos.
8
El SAT es un examen de admisión aceptado por las universidades de Estados Unidos para evaluar la
preparación de los estudiantes para el trabajo.
—Por supuesto, lo hiciste.
Se remueve en su asiento, masticando el interior de su mejilla.
—El caso es que… una vez que llegué a la clase, me di cuenta de que
había dejado mi estúpido libro en mi casillero, así que tuve que volver de
todos modos.
Abro los ojos para mirarla, pero ella está más indecisa que nunca.
—Ve al grano, Whit —gruño, luchando por no perder la cabeza.
—Está bien. Es sólo que, cuando me acerqué, me pareció verle a él
metiendo una botella de agua en el casillero.
—Tú, ¿qué?
—¡No me mires así! Ya no tenía el sobre en la mano, así que me
imaginé que lo habría metido debajo de la botella de agua o algo así.
Entonces, ¿lo estaba devolviendo a su sitio? —cierra los ojos brevemente
y exhala—. Pero entonces, al final del día, cuando Eva estaba en su
casillero, miré dentro y no vi ningún sobre, Easton. Había libros, un
centenar de esos lazos baratos para el cabello que lleva, y su botella de
agua.
Me arde la garganta de ácido.
Whitney traga, mira por la ventana y, cuando vuelve a mirarme, sus
ojos verdes están llorosos.
—Easton —susurra—. Te juro que no lo sabía. Pensé que era raro,
pero tienes que creerme. Tienes que hacerlo. —Su voz se quiebra—.
Hasta que mencionaste las drogas hace un momento, no tenía ni idea.
Quiero decir, me preguntaba qué hacía, pero nunca he visto a nadie hacer
eso, excepto en las películas.
—Jesús, Whitney —suspiro y me froto la palma de la mano por la
cara. Le creo. Whitney puede ser maliciosa, pero no es tan mala. Sólo es
ingenua. Aunque me cabrea que culpe a Eva de lo que pasó con su padre,
entiendo que a Whitney también le duela.
Joder. Se me revuelve el estómago al pensar en lo que podría haberle
pasado a Eva si no hubiera aparecido cuando lo hice ayer.
¿Quién carajo es este tipo? ¿Cómo demonios tiene fotos de Eva y de
su familia biológica? Está claro que la idea de que sólo quiere reunirlos
es sólo una tapadera para explicar por qué la drogó.
Incluso si consigo evitar que mi madre envíe a Eva al otro lado del
país, ¿cómo la mantengo a salvo de alguien tan enfermo como él?
Entrecerrando los ojos, recuerdo lo que encontré metido en la cintura de
los vaqueros de Eva cuando se los quité. Como cristales rotos, salpicados
de manchas rojas descoloridas. Me pareció extraño cuando lo vi, pero
ahora… ahora, me pregunto si hay algo más en ese pequeño fragmento
de lo que yo podría entender.
—Mierda —me froto la nuca, arranco el auto, con la rabia y la
aprensión agitando las llaves en mi mano.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Whitney.
—Vas a ir a la escuela —respondo, saliendo del lugar de
estacionamiento—. Yo voy a buscar a Eva. —Y a llamar a la policía,
pero me guardo esa parte para no alarmarla. No tengo suficiente
información, ni mucho menos pruebas, pero los indicios están todos aquí,
y si estuvo en el recinto escolar, al menos tiene que haber una grabación
de él en la cámara.
Whitney asiente, con la mirada puesta en la escuela, pero puedo ver
el pánico en la forma en que aprieta el dobladillo de su vestido.
Al pasar por delante de la entrada, piso el freno y miro a Whitney.
—Oye.
Me mira con los ojos muy abiertos.
—La encontraré, ¿bien? Todo va a salir bien. —Mi voz es cruda con
determinación y esperanza—. Ella va a estar bien. —Ella tiene que
estarlo. La mirada firme de mi madre antes de que saliera de la casa me
viene a la mente y, cuando me doy cuenta, se me tuerce la mandíbula—.
Empiezo a tener la sensación de que no vendrá hoy a la escuela, pero
¿me enviarás un mensaje si la ves?
—Sí. Por supuesto. Easton… —Whitney resopla—. Sólo quería que
se fuera. —Las palabras son silenciosas—. No… no… Oh, Dios —se
tapa la boca, su piel pálida se vuelve un tono más claro—. ¿De verdad
crees que…? Que iba a…
No se atreve a decirlo.
Yo tampoco, pero ambos sabemos la respuesta.
Capítulo 35
Eva
Cierro la cremallera de la llamativa maleta. Bridget, que sigue
mirándome fijamente, me ha observado con los brazos cruzados y los
ojos desaprobadores durante todo el tiempo que he empacado el set de
viaje, de lo contrario no me habría molestado. Un minuto en la calle con
un logotipo de Armani en mi maleta y me robarán a ciegas.
Me pongo en pie, me recojo el cabello en una coleta y paso junto a
Bridget.
—¿Adónde vas?
—Al baño —digo entumecida.
Cierro la puerta con llave antes de rebuscar en los armarios, llenando
un neceser con todos los artículos prácticos que puede contener.
Tampones, gel de baño, un cepillo de dientes y pasta de dientes. A la
mierda. También me llevo la crema facial de Chanel.
Al volver a salir, me quedo quieta cuando un bote de champú morado
me llama la atención. Un champú que nunca podré comprar por mi
cuenta. Trago saliva, meto la mano en la ducha y me acerco el frasco a la
nariz. Lavanda, y el sonido de su voz.
Me encanta tu olor.
Un dolor se desliza más allá del hielo que recubre mi pecho, y cierro
los ojos.
La última vez que me enviaron lejos de casa, no pude prepararme. Y,
sin embargo, cambiaría todas estas comodidades embotelladas por la
oportunidad de volver a ser ignorante. Hay una fría verdad en la
afirmación de que la ignorancia es una bendición.
—Eva, es la hora.
Me tiemblan las manos cuando meto el champú en la bolsa y cierro la
cremallera. Abro la puerta, paso junto a la figura inmóvil de Bridget y
meto el neceser en mi maleta.
—Tu chófer está esperando en la puerta.
Me vuelvo hacia ella.
—Son siete minutos a pie hasta la escuela. No necesito un conductor.
—Eso sería correcto si fueras a la escuela. Sin embargo, el
aeropuerto está a sesenta kilómetros de aquí, y no tengo tiempo de
llevarte yo misma, ya que esto no estaba planeado. —Me mira de arriba
abajo.
Se me cae el estómago al suelo.
—¿Q… Qué? Pero la escuela…
Easton…
Bridget estrecha los ojos.
—Ya te conozco lo suficiente, Eva, y conozco mejor a mi hijo. Los
dos son testarudos. Una cualidad que puedo admitir que les servirá más
adelante en la vida, pero que puede volverse fácilmente imprudente. Por
si no te has dado cuenta, esta familia pende de un hilo. Un suceso o
rumor más lo romperá para siempre.
Me tiemblan las rodillas. Mi pecho se contrae.
Estaba tan segura de que volvería a verlo.
Bridget mira su teléfono y una uña larga y roja se desliza por la
pantalla.
—Yo en tu lugar me movería. Las únicas opciones de vuelo
disponibles son inmediatas o dentro de doce horas, y esas sillas del
aeropuerto son dolorosas cuando tienes que esperar un nuevo vuelo.
La desesperación me apuñala, aguda y fría.
—No puedo irme sin más. Mis trabajos escolares, mis expedientes
académicos…
—Ya se encargarán de ello. —El pulgar de Bridget se detiene en la
pantalla y sus ojos se dirigen a los míos. Al ver mi expresión, suspira, su
mirada se dirige a la puerta antes de volver a mí.
—Eva —deja el teléfono sobre mi cama—. Cariño, escucha. Sé que
esto se te ha presentado tan abruptamente, pero es lo mejor. Mi hermano,
Perry, está… —Pasa un dedo por su collar de perlas—. Los dos hemos
llegado lejos teniendo en cuenta dónde empezamos. Ha trabajado duro
para hacerse un nombre en Los Ángeles. Tiene los medios para
proporcionarte una vida muy cómoda hasta que llegue el momento de
que vuelvas.
El cinismo se filtra en mis pulmones como el humo.
Ya sé que ningún hilo es lo suficientemente largo como para suavizar
los bordes afilados que se esconden detrás de una vida cómoda.
—¿Hasta que sea el momento adecuado?
Pone una mano en la cadera.
—Easton se gradúa este año. Podemos discutir… las opciones una
vez que se vaya a la universidad.
Una ola caliente de frustración me empuja y, por primera vez, no me
molesto en controlar mi expresión. ¿Qué sentido tiene ocultar mi
resentimiento ahora? No volveré a ver a esta mujer. No volveré a ver a
ninguno de ellos. Me duele el pecho, pero intento ignorarlo.
—Estás enfadada —dice Bridget—. Es comprensible.
—Quizá un Xanax y un poco de brandy me hagan sentir mejor. A ti
te funciona, ¿verdad? —Debería sentirse bien ser sincera, pero todo lo
que se siente es demasiado poco y demasiado tarde.
Sus ojos brillan.
—Puede que no me creas, pero sé lo que es crecer así. Yo salí más
fuerte gracias a ello, y tú también lo harás. Ahora, echa los hombros
hacia atrás, recoge tus pertenencias y vete, o sólo empeorarás las cosas
para ti y para Easton.
Me ahogo en el impulso de escupir otra réplica. Puedo aguantar que
me eche, pero Easton no se merece ningún castigo que le tenga reservado.
Tomo mi mochila de al lado de la mesita de noche, agarro el asa de la
maleta y la pongo en pie. Antes de salir, miro por encima del hombro. El
teléfono de Bridget ya está de nuevo en su mano, con el pulgar volando
por la pantalla. Supongo que lleva mucho tiempo organizar el envío de
uno de sus «hijos».
—La asistente de Perry te recogerá en el aeropuerto en cuanto
aterrices —dice sin levantar la vista—. Ella tiene tu foto. Me enviará un
mensaje cuando te haya recogido.
—Debe ser un alivio. No querría que tu carga se perdiera.
—Además, voy a hacer que ponga una cerradura en la puerta de tu
nuevo dormitorio. Sólo una precaución estándar.
La miro con incredulidad. Sólo alguien que no haya conocido a un
monstruo podría creer que basta con una cerradura para mantenerlos
fuera.
Su pulgar pasa por encima de la pantalla y se aclara la garganta antes
de levantar la vista.
—Tienes mi número, Eva. Úsalo si me necesitas.
Es la oferta más maternal que me ha hecho nunca, y la desperdicia
con la chica equivocada.
—No te necesitaré —le digo, con un dolor que palpita en mi pecho—.
Pero no soy la única que vive aquí.
Ella arquea las cejas.
—¿Perdón?
—Tú misma lo has dicho, esta familia se está desmoronando.
—Supongo que esperas que chasquee los dedos y lo arregle todo.
—Todo lo que se espera de ti es que seas una madre.
Ella baja su teléfono, los dedos lo agarran de forma inestable.
—Como si supieras lo que necesita mi hijo, mejor que su propia
madre.
El desprecio se filtra en mi voz.
—Una madre no debería necesitar que le digan que le demuestre a su
hijo que lo quiere.
Le tiembla el labio y se lo muerde para disimular el malestar. Justo
cuando creo que su hielo está a punto de descongelarse, levanta la
barbilla y mira hacia otro lado, con la nariz en alto.
Pongo los ojos en blanco. Qué maduro. Abro la puerta, agarro con
fuerza el asa de la maleta y salgo del dormitorio que solía llamar mío.
—Eva, espera. —Bridget se aclara la garganta cuando vuelvo a
mirarla. Sus labios se separan, luego se cierran, y juguetea con sus
perlas—. No soy buena con… con…
—¿Afecto? ¿Emoción? ¿Ser humano?
Su mirada se estrecha.
—Iba a decir, ser sentimental. —Desvía la mirada—. No sé qué
decirte.
—Entonces no digas nada. —Mi corazón arde—. Solo está presente
para él.
Porque no puedo estarlo.
Porque él te necesita.
Con un trago, mantengo la mirada hacia adelante mientras paso por la
habitación de Easton, y las paredes se acercan a mí con cada paso. Me
cuesta respirar. Para cuando termino de arrastrar la maleta hasta el final
de la escalera, me estoy asfixiando.
—Jovencita… —María aparece a mi lado—. ¿Adónde vas? —La
alarma en su voz me hace sentir culpable.
Me digo a mí misma que debería estar aliviada de que me vaya. Soy
una persona menos de la que ocuparse, y la más desordenada de todas.
La presión sobre mi corazón amenaza con aplastarme. No quiero echarla
de menos. No es mía para echarla de menos. Nada de esto es mío.
Sigue moviéndote.
Tengo que seguir moviéndome.
—Pequeña, no9. —La fregona se le escapa de las manos y cae
con un ruido metálico en el suelo—. Por favor, no.
Mis mejillas están mojadas cuando abro la puerta principal y tiro de
la estúpida maleta sobre el umbral. Un hombre calvo con traje negro me
libera de mi equipaje y abre la puerta trasera de su Lincoln. Me meto
dentro y me deslizo por el asiento de cuero. Los cristales tintados
atenúan la luz del sol, el contacto se pone en marcha y me permito echar
una última mirada a la casa.
María está de pie en la puerta abierta, con las líneas apretadas cerca
de los ojos marcadas por la preocupación.
El conductor se aleja de la acera.
—No te preocupes, María —susurro, limpiándome la mejilla—. No
habrá más fiestas para mí.
La casa en la que jugaba a las casitas tarda unos segundos en
desaparecer de la vista. Es curioso que se tarde tanto en llegar a donde
estamos, pero con sólo un parpadeo, todo puede desaparecer para
siempre.
El agotamiento pesa sobre mí a medida que la distancia se alarga.
Esto es bueno. Aquí es donde debo estar, muy, muy lejos. Libre para
correr. Libre para esconderme. Desvaneciéndome, en lo profundo de las
silenciosas sombras. Me pesan los párpados y suelto un suspiro irregular.
El sueño sería bienvenido en este momento. Un momento de oscuridad
total. Un parpadeo de alivio.
Pero estoy inquieta. Con cada giro de los neumáticos, mi corazón late
con algo pesado, algo persistente. Como si estuviera yendo por el camino
equivocado. Como si hubiera dejado algo atrás.

9
En la historia original, está escrito en español.
Una lágrima resbala por mi mejilla.
No tienes un hogar, me recuerdo.
No puedes lamentar algo que nunca has tenido.
Pero quizá el hogar sea una persona, y quizá el desamor no tenga
reglas. Mi cabeza sueña con whisky10, mi corazón está hambriento y voy
en dirección contraria.
El auto se detiene y mis ojos se dirigen a la ventana. Los árboles y los
bancos del parque me rodean. Miro por la otra ventanilla y veo las casas
suburbanas que bordean la calle. El conductor estaciona el auto.
—¿Perdón? —Le llamo.
Me ignora, se desabrocha el cinturón de seguridad, toma el teléfono y
envía un mensaje.
—Disculpe —digo más alto—. Esto no es el aeropuerto.
—No, señora —murmura sin mirar atrás.
¿Qué carajo?
Abre la puerta, sale y la cierra.
—Imbécil. —Me desabrocho el cinturón de seguridad y me acerco a
la manilla de la puerta cuando aparece otra persona vestida de traje al
lado del auto. El vehículo bloquea a los dos hombres de los hombros para
arriba, pero mis ojos se estrechan cuando el traje azul le entrega al
conductor un fajo de billetes. Mis ojos se fijan en el movimiento,
congelando el intercambio de dinero como si fuera una instantánea.
Esas manos.
Grabadas con líneas profundas.

10
El color de ojos de Easton.
Nudillos peludos.
Uñas limpias y limadas.
Se me revuelve el estómago y las náuseas me suben por la garganta.
No seas estúpida.
No puede ser él.
No puedes saber quién es una persona por sus manos.
¿Verdad?
Mi cerebro grita, mis pulmones se contraen y mis dedos tiemblan.
Cientos de arañas se arrastran por mi piel. El pánico se apodera de mí
mientras tiro de la manilla, pero la puerta no se mueve.
Está cerrada.
Aprieto los ojos. Esto no está sucediendo. Tu cerebro está roto. Todo
está en tu jodida, muy jodida, cabeza.
La puerta del lado del conductor se abre.
Intento tragar, pero mi garganta no funciona.
Luego la puerta se cierra. Escucho el deslizamiento de la tela contra
el cuero. El chasquido del cinturón de seguridad. El cambio de marcha.
Finalmente, me obligo a abrir los ojos. Mi mirada se fija en el reflejo
del espejo retrovisor, y todo lo que veo es azul.
Hielo. Frío. Azul.
—Hola, Evangeline. Ha pasado demasiado tiempo.
Capítulo 36
Easton
El vaso de zumo de naranja sigue en la isla cuando llego a casa.
El pulso me retumba en los oídos.
Subo las escaleras de dos en dos hacia la habitación de Eva, y el
silencio que se extiende por el pasillo me atenaza con incertidumbre.
Alcanzo su puerta abierta y entro. No necesito ver que todas las piezas de
Eva han desaparecido para saber que la habitación parece diferente,
abandonada.
Llego demasiado tarde.
El corazón me martillea en el pecho. Incluso cuando no hablábamos,
Eva seguía allí. Me miraba antes de que se diera cuenta de que yo la
miraba a ella. Ella escuchaba antes de saber que yo tocaba para ella. Era
mía antes de demostrarle que lo era. Me consumió antes de que la tocara.
Su presencia era suficiente, y ahora, su ausencia me carcome como un
cáncer.
Tengo que encontrarla. Mi teléfono zumba mientras me dirijo a la
habitación de mis padres y lo sacó del bolsillo.

Whitney: ¿Ella está bien?

Suelto un suspiro áspero y respondo:


Yo: No está aquí. Se dirige al aeropuerto con un billete de ida a
California.

Whitney: Espera. ¿De verdad? —Aparecen tres puntos y ella


añade—: ¿Por qué? No por mí, ¿verdad?

Yo: No. —Trago, tecleando— Por mi culpa.

Vuelvo a meter el teléfono en el bolsillo y abro la puerta de mis


padres. Está jodidamente vacía. Bajo las escaleras, pero cada habitación
vacía en la que entro me hace un agujero en la boca del estómago.
Encuentro a María en el lavadero doblando toallas y llamo a la puerta
abierta.
Cuando me mira, las líneas de su cara son más profundas, como si
hubiera envejecido cinco años desde que me fui esta mañana.
—¿Eva? —Le pregunto.
Suspira y sacude la cabeza.
—Pobre chico. Un conductor se la llevó con su bolsa.
—Mierda —gruño y me paso las manos por el cabello. Hay dos
aeropuertos cerca de aquí, y Eva podría dirigirse a cualquiera de ellos—.
¿Sabes dónde está mi madre?
—En la cocina de atrás. Pero apurate11. No es ella misma.
Asiento con la cabeza en señal de agradecimiento y me voy por la
sala de estar. Para alguien que dice odiar el engaño, mi madre sí que sabe

11
En la historia original se encuentra escrito en español.
cómo engañar. Las plantas en maceta se desdibujan mientras avanzo por
el estrecho pasillo y abro la puerta. En cuanto veo a mi madre, se me
agita el pecho.
Está apoyada en la pared, con una copa de vino colgando en la mano
y la botella de vino vacía a sus pies. El cabello oscuro se desprende
desordenadamente de su moño mientras mira un libro abierto en la pila
de cajas que tiene delante.
—Hola, cariño —dice con calma y pasa una página—. ¿No te alegra
encontrarme en casa? Por lo visto, que los amigos cancelen los planes
con los amigos es una tendencia.
—¿Dónde está? ¿En qué aeropuerto? —gruño.
—Eva está ahora mismo cómodamente sentada en el asiento trasero
de un vehículo de lujo con un respetable conductor. Ya te he dicho que
está bien —murmura mi madre sin levantar la vista—. Lo digo en serio.
¿Bien? Ella no está bien a menos que esté aquí. Conmigo.
—Si estás tan segura, déjame comprobarlo.
—Ven aquí.
—¿Qué?
Ella arquea una ceja y me mira.
—Por el amor de Dios, no te pongas tan serio. He dicho que vengas
aquí.
La desconfianza acompaña cada paso que doy hacia ella. No es hasta
que estoy frente a ella que me doy cuenta de que no está leyendo un libro.
Está hojeando un viejo álbum de fotos.
Toma su iPhone y se desplaza por sus contactos.
—Toma —dice, y me lo entrega.
Mi mirada se estrecha sobre el teléfono, pero lo tomo.
—Todavía tengo el móvil de Eva, pero éste es el número del
conductor. Adelante, llámalo. —Toma un largo trago de brandy—. Una
vez que te sientas lo suficientemente tranquilo, te sugiero que vuelvas a
la escuela. No te gradúas saltándote las clases.
Marco el número y pongo el teléfono en altavoz. Mi pulso se acelera.
Debería sentir una especie de alivio al oír el timbre, al estar a medio paso
más cerca de asegurarme que está bien, pero el malestar que me agarra
por los hombros no hace más que aumentar. Si Paul la drogaba en un
colegio lleno de gente, no puedo ni creerlo. No me relajaré hasta que
oiga su voz.
Al cuarto timbre, responde una voz ronca.
—Bill O'Keefe.
Suelto una larga exhalación.
—Sí, hola. Esperaba hablar con su pasajera. Soy su… hermano. —
Controlo mi disgusto por el uso de hermano antes de que mi madre
pueda captar mi expresión.
—¿Está presente la Sra. Rutherford?
—Sí.
—Necesito hablar con ella, por favor.
Miro a mi madre, que suspira.
—Es ella. —En lugar de solo hablar más alto, eleva su tono una
octava entera más alto de lo habitual—. ¿Qué pasa?
—Sra. Rutherford, estaba a punto de contactar con usted. Por
desgracia, ha habido un problema.
A medio camino de llevarse la copa de vino a los labios, su mano se
congela.
—¿Perdón?
Mi mandíbula se aprieta y agarro el teléfono con más fuerza.
—La señorita Rutherford ya no está conmigo. Se marchó cuando me
detuve en una gasolinera. Supongo que tenía otros planes, ya que se llevó
su maleta. Lamento transmitir esto, señora, y, por supuesto, no aceptaré
el pago por un trabajo incompleto.
—No seas ridículo. Por supuesto, se le pagará. Es un descuido mío.
Debería haber esperado que se escapara. —Mi madre suspira y se lleva
los dedos a las sienes. Murmura algo más, pero no la escucho.
Lo único que oigo son las mismas palabras repetidas.
La señorita Rutherford ya no está conmigo.
Para cuando mi madre cuelga el teléfono, la ira y la ansiedad se
desbordan.
—Bueno —dice mi madre, recogiendo su vaso—, ahí lo tienes. La
chica es una fugitiva. Supongo que volverá cuando se dé cuenta de lo
bien que lo ha pasado. Con suerte, antes de que alguien conocido la
descubra.
—¿Eso es todo? ¿Y si está herida? ¿Y si está en problemas?
—¿Qué quieres que haga, Easton? ¿Llamar a la policía?
No menciono el hecho de que ya los llamé cuando venía hacia aquí,
ni que pienso volver a llamarlos para decirles que ahora está
desaparecida. Si mi madre supiera que he involucrado a la policía, sólo
pensaría en una cosa: su reputación.
—¿De verdad crees que se lo tomarán en serio? Vino de la calle y ya
es casi una adulta. Se llevó su maleta, Easton. Este no es ciertamente su
primer rodeo. Sabía exactamente en qué se metía cuando decidió actuar
como una delincuente. —Termina el resto de su vaso y murmura—:
Después de todo lo que he hecho por ella.
—¿Todo lo que has hecho? La has tratado como si no fuera nada
desde el primer día que la viste —sacudo la cabeza con incredulidad y
tiro su teléfono sobre el álbum de fotos—. ¿Sabes qué? No tengo tiempo
para esto.
Me doy la vuelta y me dirijo a la salida.
—¿Adónde crees que vas? Te juro, Easton, que si tu destino no es la
escuela, vamos a tener una conversación totalmente diferente cuando
reg…
Doy un portazo tras de mí.
María, balanceando una torre de toallas dobladas en un brazo, se
detiene junto a la escalera cuando me ve dirigirse a la puerta principal.
—Easton.
Miro por encima del hombro.
—Por favor. —La preocupación cruza los ojos de María y dice
suavemente—: Vete con cuidado.
Ten cuidado. Es algo que María rara vez me dice, pero lo ha dicho lo
suficiente como para que recuerde lo que significa. Está preocupada. Ya
somos dos. Después de un momento, asiento con la cabeza y abro la
puerta de un tirón.
No puedo pensar con claridad mientras me dirijo a mi auto, me
deslizo dentro y llamo a la comisaría. No me sorprendería que Eva
huyera. Entendería la inclinación, incluso cuando el dolor se agudiza en
mi pecho al pensar que se va voluntariamente. Pero nada de eso importa
ahora. Hasta que no sepa que está a salvo, nada más importa. Cinco
minutos después, cuelgo y tiro el teléfono en el asiento del copiloto.
Veinticuatro putas horas antes de que puedan presentar una denuncia por
desaparición. Una hora, antes que aparezca un agente para obtener más
detalles en persona. En una hora puede pasar cualquier cosa.
Arranco el auto, y mi agarre del volante se hace más fuerte al salir a
la calle. Todavía puedo sentir el peso del frágil cuerpo de Eva, de catorce
años, en mis brazos cuando la atrapé al caer en el patio de mi casa. La
textura de su cabello cuando le quité los rizos enmarañados de las
mejillas. El pulso cuando me miró, su respiración entrecortada se
ralentizó y su cuerpo se relajó contra el mío.
La esperanza en su mirada cuando le prometí que estaba a salvo.
Si realmente se ha escapado, hay un lugar al que sé que podría ir. Un
lugar que le es familiar. Un lugar donde tiene contactos. Mis nudillos se
blanquean a medida que me acerco más y más a The Pitts. Conozco esta
ruta mejor de lo que debería. Pero esta vez, cuando los edificios se
encogen y los baches ensucian la calle, miro de cerca mi entorno. Más de
cerca que nunca.
Unas cuantas mujeres merodean por la esquina, y disminuyo
ligeramente la velocidad. Dos de ellas parecen lo suficientemente
mayores como para ser mi madre. Sus mejillas están hundidas y un
cigarrillo cuelga ociosamente entre los labios de una de ellas mientras me
observa. Me guiña un ojo y su mirada de ojos pesados se desliza con
aprecio por mi auto. Cuando me fijo en la tercera, algo inquietante se me
revuelve en el estómago. Apenas parece una mujer. Sus ojos están
hundidos, como si hubiera visto más de lo que cualquiera debería en su
vida, y la hinchazón de su vientre embarazado es una sandía sobre sus
huesudas extremidades. No puede tener más de diecisiete años. La
misma edad que Eva. Mi mandíbula se tensa y desvío la mirada antes de
pasar por completo.
El tiempo se estira, ahoga cualquier esperanza de mis pulmones,
mientras zigzagueo por calles que nunca he visto. Doy vueltas manzana
tras manzana, ignorando las miradas amenazantes de hombres lascivos y
las llamadas provocativas de mujeres ansiosas.
No hay rastro de ella.
En mi segundo recorrido, un esqueleto de grafiti familiar atrae mi
mirada, y reduzco la velocidad. Me acerco al mismo aparcamiento
abandonado en el que estacione la última vez que estuve aquí.
Mi pulgar golpea el volante y deslizo los dientes por el labio cuando
se me ocurre un pensamiento. Aunque encuentre a Eva, quizá pueda
entretener a Paul durante un tiempo, pero eso no es suficiente. Paul es un
territorio nuevo. Estaba en mi puta casa, en la misma habitación que ella.
No tengo idea de cuánto tiempo ha estado detrás de ella o cuán de cerca
ha estado observando. No puedo subestimar lo peligroso que es, y no
puedo joder esto.
La amarga imagen de Eva en mi habitación, envuelta en los brazos de
otra persona, resurge en mi mente, persistiendo.
Lamentándose.
Han tenido que pasar más de tres años para que Eva me deje
abrazarla. Lo que haya hecho ese tipo, Alejandro, para ganarse esa
confianza de ella debe haber llevado tiempo. La historia. Si estuvieron
juntos en The Pits, él sabe cosas sobre ella —y sobre Paul— que podrían
significar la diferencia a la hora de asegurarse de que ella permanezca a
salvo para siempre.
Tomo una decisión, aparcando en el estacionamiento. Cualquier cosa
más allá de la seguridad de Eva no importa ahora. Alejandro puede haber
sido su pasado, pero yo soy su futuro.
Y me aseguraré que lo sepa.
Salgo del auto, avanzo por la acera agrietada y me meto en un
callejón conocido. No me detengo hasta llegar a la misma puerta de acero
a la que vi acercarse a Eva por última vez. Aquella noche, no pude
acercarme lo suficiente para ver mucho sin delatarme. Hoy, el callejón
está muerto, aparte de un vagabundo que duerme junto a un contenedor.
Soltando un suspiro, alzo el puño hacia la puerta abollada y doy tres
golpes. Espero un momento, y cuando nadie responde, empiezo a llamar
de nuevo, pero la puerta se abre de un tirón.
Un hombre apático con cicatrices que salpican su rostro me mira con
escepticismo.
—Busco a Alejandro.
Su mandíbula se flexiona.
—Aquí no hay ningún Alejandro. —Va a cerrar la puerta, pero la
bloqueo con el pie. Él estrecha los ojos.
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto. Hace poco vino una chica a
buscarlo. Necesita su ayuda.
Me observa con frialdad, pero una sutil corriente de curiosidad
destella en su mirada. Sabe de quién estoy hablando.
—Pareces un puto policía —me acusa.
—Pues no lo soy. —Todavía no—. Soy un puto estudiante de
instituto. Entonces, ¿puedes llamarlo o no?
Cruza los brazos sobre el pecho.
—¿Quién eres tú?
—Estoy aquí por Eva. Eso es todo lo que necesita saber.
—Bastante estúpido venir aquí con su nombre, ¿sabes?
Aprieto la mandíbula y la frustración me recorre. No tengo tiempo
para tonterías. Eva no tiene tiempo.
—Dile que su puta vida está en peligro. Eso debería hacer que se
acerque a la puerta.
El hombre se ríe.
—¿De verdad crees que está aquí? ¿En este edificio?
Mi mirada se estrecha y él sacude la cabeza.
—Hombre, no tienes ni idea. —Suelta un suspiro y murmura—. Esta
chica siempre está metida en algún lío, ¿no? —Saca del bolsillo un papel
doblado y un bolígrafo y me lo entrega—. Escribe tu número en el
reverso, pero no te prometo nada.
Garabateo mis datos y le devuelvo el papel y el bolígrafo.
—Gracias.
Asiente con la cabeza y empiezo a alejarme.
—Oye.
Me detengo y vuelvo a mirarle.
—Nada de tonterías. ¿Está su vida realmente en peligro?
—No estaría aquí si no fuera así.
Sus labios se afinan y vuelve a asentir con la cabeza antes de
desaparecer en el club.
Me dirijo a mi auto, lo arranco y salgo a la calle. Mis ojos están
atentos a la carretera, observando cada detalle. No me rendiré. La
buscaré todo el tiempo que haga falta.
Pasan unas cuantas manzanas y veo a las mismas mujeres por las que
pasé antes. Sólo dos de ellas siguen allí. La fumadora y la chica
embarazada. Esta vez, el malestar de mi estómago me envuelve las
costillas y, antes de saber lo que estoy haciendo, me detengo frente a
ellas. Las dos mujeres se acercan a mí y yo bajo la ventanilla.
La mayor sonríe con un cigarrillo colgando entre los dedos.
—Hola, guapo —dice con voz ronca—. Dos por el precio de uno
para ti.
Mi mirada se desliza hacia la chica más joven, y mis entrañas se
enfrían cuando me mira fijamente. Su mano se apoya en el vientre, y me
doy cuenta de que sus vaqueros se han bajado la cremallera para que le
quepan.
Me aclaro la garganta y miro hacia otro lado, sintiéndome muy
baboso.
—¿Cuánto?
La mayor mira mi auto y levanta un hombro.
—Cien dólares.
Sé que me está subiendo el precio, pero no importa. Busco en mi
cartera, saco dos billetes de cien y los extiendo.
La fumadora está a punto de tomar el dinero cuando la chica
embarazada me empuja la mano hacia el auto y sisea:
—Jesús, ¿es tu primera vez o algo así? Nos pagas después.
Vuelvo a extender el dinero.
—Tómalo. Ustedes valen más que cualquier cosa que pueda tener en
mi cartera, pero esto es lo que tengo.
La chica frunce el ceño, mirando el dinero. Vuelve a mirarme, y su
mano es inestable cuando finalmente lo toma. La mujer mayor extiende
la palma de la mano y la chica le da uno de los billetes, metiendo el suyo
en el bolsillo trasero de sus vaqueros.
—Estoy buscando a alguien. Una chica de diecisiete años. Solía vivir
aquí y probablemente acaba de volver a la ciudad.
La chica embarazada da un paso atrás y me mira de arriba abajo.
—¿Eres policía?
—No. —Suelto un suspiro irritado—. No soy policía, ¿de acuerdo?
Soy su… Soy su hermano.
—Bueno —dice la fumadora—, de cualquier manera, no podemos
ayudarte. Lo siento.
Mi teléfono zumba.
—¿Eso es todo? —pregunta la mujer antes de dar una calada a su
cigarrillo.
Miro fijamente la identificación en la pantalla.
Llamada desconocida.
—¿No nos quieres? —pregunta la más joven.
Levanto la vista, le doy a aceptar y mi mirada pasa entre las dos.
—Tengo a alguien. Ella es todo lo que necesito.
Las dos me miran fijamente mientras me alejo, y me pongo el
teléfono en la oreja mientras busco un lugar donde parar.
—¿Hola?
La voz que responde es baja y tranquila.
—Easton Rutherford.
Mi mirada se estrecha y me meto en un aparcamiento.
—¿Eres Alejandro?
—Sí. He oído que mi prima está en peligro.
—Tu prima… —Mis cejas se fruncen y las palabras de Eva se repiten
en mi cabeza. No es lo que piensas. Lo siento mucho. No puedo decírselo.
Su primo. Es su maldito primo.
Una exhalación sale de mis labios, mi agarre del teléfono tiembla, y
me siento como un maldito imbécil.
—Así es. —Hay una pausa—. Seguro que ahora todo tiene sentido.
Es un placer conocerte. Así que, Easton. —La calma en su voz se
desvanece, y un tono amenazante se filtra a través del teléfono—. Dime a
quién tengo que matar.
Capítulo 37
Eva
—Es un hermoso día para estar vivo. ¿No estás de acuerdo,
Evangeline?
Las náuseas me recorren con cada giro de las ruedas del auto. Las
ventanas están tan cerradas que no puedo tomar aire. Y él es tan, tan
ruidoso.
—De hecho, no he visto un día tan bonito en, no sé… cuatro años,
diez meses y dieciséis días.
Cierro los ojos, pero eso no lo impide.
Él no es real, me digo. Esta vez, la patética mentira es humo que me
ahoga. He luchado tanto para sofocar la pesadilla que vive dentro de mí,
y ahora, un monstruo ha salido de mi cerebro roto. Es imposible luchar
cuando no puedo ni respirar.
—Eres difícil de atrapar, lo reconozco.
Me obligo a abrir los ojos para ver la sal y la pimienta, y de repente,
soy tan, tan pequeña.
—Déjame ir —susurro.
Estúpida niña.
Su gélida mirada me atraviesa a través del espejo retrovisor.
—Creo que ambos sabemos que no puedo hacer eso.
—¿Qué quieres de mí?
—¿Qué querría cualquier hombre en mi situación? Reunirse con su
niña perdida, por supuesto.
El auto se balancea. La bilis me pica la lengua.
—No soy tuya.
Hace un gesto de decepción, y el vehículo se frena.
—Quizá no lo dejé suficientemente claro en el pasado, pero nuestro
acuerdo es especial para mí. Al menos, lo fue una vez. —Su voz baja, y
el sonido chirriante arde como veneno bajo mi piel—. Admito que tus
decisiones me han dejado… amargado.
Se detiene ante una señal de Stop, gira a la derecha y yo miro por la
ventanilla a mí alrededor. No reconozco la calle ni las casas de los
suburbios. El cielo azul es el telón de fondo, con finos rayos de sol que
atraviesan las nubes blancas. Se me revuelve el estómago. Realmente es
un día precioso.
Se detiene en una entrada cubierta, apaga el motor y se desabrocha el
cinturón de seguridad. Mis músculos se tensan. Abre la puerta y sale.
Contengo la respiración y miro las líneas nítidas de su traje mientras se
desliza por el auto. Luego se coloca en la puerta del pasajero frente a mí.
Mis pulmones se quedan sin oxígeno. Me siento mareada. Parpadeo y un
monstruo se asienta a mi lado.
Unos ojos azules vacíos se fijan en los míos, unos dedos fríos me
rozan el cabello, el cuello. Mis miembros son de plomo, y tengo trece
años otra vez, sentada a los pies de una cama que no es mía.
Eres una niña buena, ¿verdad?
Unas uñas romas me acarician la mejilla.
Así es, dulce, dulce niña.
Traza mi mandíbula.
Soy tu nuevo papá.
Su otra mano se levanta, y un paño blanco aparece a través de mi
visión manchada. Me doy cuenta demasiado tarde para qué sirve el
material. El paño me cubre la boca, la nariz, atrapando mi grito. Me
agarro a su muñeca con ambas manos. Mis uñas cortan su piel, la alarma
se apodera de mis nervios, pero ya me he ido.
Perdida.
Perdida.
Perdida.
Me pesan los ojos y mi corazón tartamudea mientras cada mentira
que me he dicho a mí misma se retuerce y se anuda. Fuerte. Valiente.
Irrompible. Se tejen alrededor de mi cuello y me estrangulan. Todo el
mundo sabe cómo termina esta historia.
Porque los hombres malos no conocen el karma.
Y las chicas malas no consiguen su «felices para siempre».

Abro los ojos y un dolor me parte la cabeza por la mitad. Gimoteo y


espero un momento a que se me aclare la visión. Un dormitorio toma
forma frente a mí. Mi mirada recorre la pared y se posa en una ventana.
Una ventana con barrotes en el exterior del cristal. Se me corta la
respiración.
Déjà vu.
Me incorporo y entrecierro los ojos en medio de una oleada de
náuseas. El colchón desnudo que tengo debajo está lleno de bultos y
manchas. Trago saliva y arrastro las piernas por el lateral de la cama. De
pie, me tiemblan las rodillas, pero me dirijo a la ventana, apoyo una
mano en el cristal y miro más allá de los barrotes. De repente, veo con
demasiada claridad. Las paredes de estuco pueden bloquear la vista de
Detroit, pero sé exactamente dónde estoy. Solía pararme en la puerta de
este dormitorio, tan bueno para ser invisible, y observar la silueta de mi
madre mientras miraba por esta ventana. Los grafitis trepan por las
paredes agrietadas del edificio de apartamentos vecino, y docenas de
ventanas enrejadas reflejan ésta.
Así es como se veía la prisión desde los ojos de mi madre.
El hogar nunca se ha sentido tan siniestro.
Un portazo hace que mis ojos se dirijan a la puerta del otro lado de la
habitación. El sonido sordo de los armarios abriéndose y cerrándose llega
a mis oídos, y una respiración temblorosa sale de mí. Un monstruo está
ahí fuera. Y sin embargo, nunca había deseado tanto escapar de una
habitación. No puedo estar aquí. Volvería a esa maldita habitación de
hotel antes de regresar aquí. Pero sólo hay una salida. La desesperación
me cierra la garganta, me escuece los ojos y me impulsa a cruzar la
moqueta manchada y desgarrada.
Intento abrir el pomo, pero está cerrado por fuera. Mis nudillos se
blanquean cuando golpeo la puerta.
—Déjenme salir. —La súplica es insegura. Cierro los ojos. No puedo
estar aquí. No puedo estar aquí—. ¡Déjame salir, joder!
El silencio hace tic tac, tic tac, tic tac en mis oídos.
Entonces su voz se desliza por debajo de la puerta.
—Cuida tu lenguaje, pequeña. Esta es tu habitación ahora, así que te
sugiero que utilices este tiempo para familiarizarte con ella.
—Esta no es mi puta habitación —golpeo la puerta y las lágrimas
queman mis mejillas—. ¡Déjame salir!
Se ríe, un sonido tranquilo pero amargo.
El odio, vil y tambaleante, me inunda de llamas fundidas. Vuelvo a
golpear la puerta mientras el cuerpo golpeado de mi madre —negro y
azul, azul y negro— parpadea ante mis ojos. Pum. Su adiós roto me
aplasta el pecho. Bang, bang, bang, mi corazón sangra en carne viva. Se
suponía que nunca debía volver aquí. Este era el infierno de mi madre, el
lugar que dejamos atrás. Sin embargo, se lo puse fácil, tan jodidamente
fácil, para que me arrastrara de vuelta.
Respirando con dificultad, me alejo a trompicones de la puerta, de él.
Estúpida chica.
Estúpidas mentiras.
Las rodillas tocan el colchón y me hundo en él. ¿Cómo ha podido
traerme aquí? Es imposible que viva en esta mierda. ¿Compró el
apartamento después de la muerte de mi padre? Arrastro mi mirada hacia
arriba, miro el ventilador del techo. Mi estómago se tambalea y, esta vez,
no es inducido por las drogas. Imagino el cuerpo inerte de mi padre
colgado del ventilador, y un grito se encierra en mi garganta.
¿Te ha matado por fin la culpa? le pregunto en silencio. ¿O te has
atragantado con tus malditas deudas?
Se me forma un nudo en el pecho.
¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo has podido venderme? Se me
cierran los ojos, se me contraen los pulmones y me cuesta inhalar. Es la
primera vez que permito que mis pensamientos vayan allí, y ahora,
atrapada en la misma habitación que el fantasma de mi padre, es lo único
en lo que puedo pensar. ¿Por qué yo? ¿Qué me pasa que la única persona
que quiere quedarse conmigo no es un humano sino un monstruo?
Sucia.
La palabra me taladra la cabeza sin piedad.
Dañada.
Implacable y fuerte, tan fuerte.
Inútil.
El grito atrapado en mi garganta sube más alto, vibra en mi lengua, y
aprieto los dientes. Cállate. Cállate. CÁLLATE. Los ojos de whisky
parpadean en mi mente. Suaves caricias, secretos compartidos, promesas
susurradas. Mis vías respiratorias se abren ligeramente y libero una lenta
respiración.
Shhh... Estás bien. Ahora estás a salvo. A salvo…
Easton quería cuidarme. Quería protegerme. Me limpio las mejillas y
me tiemblan las manos. Me pregunto si me está buscando. Me pregunto
si incluso importa. Si logra encontrarme, ¿podría salvarme? Eso es lo que
pasa con los monstruos: nunca se van realmente. Durante casi cinco años,
escapé del mío y, sin embargo, siempre estuvo conmigo: su voz en mi
cabeza, su agarre en mi garganta y su sangre en mis manos.
Mi mirada se desliza hacia la puerta y la conciencia convierte mis
venas en hielo.
Nunca me libraré de él.
No puedo ser salvada.
—Toc, toc. —Como para demostrar que tengo razón, la puerta se
abre y él se para en el umbral—. ¿Cómoda?
El instinto de apartar la mirada tira de mi cuello como una correa,
pero me obligo a mantener la mirada en su corbata aguamarina. Salto de
un diseño de diamantes al siguiente en un juego silencioso de rayuela
hasta que reúno el valor para mirarle a los ojos. Me agarro al borde del
colchón, con los latidos del corazón acelerados y agudos.
Sus labios se inclinan hacia arriba, pero la sonrisa parece diferente a
la que recuerdo. Sigue siendo delgada, lenta y vanidosa, pero... algo no
encaja. Mis uñas arañan las costuras del colchón. Un rayo de sol resalta
su figura y no entiendo lo que estoy viendo. Patas de gallo y entradas de
cabello. Vientre blando y manos manchadas por el sol. ¿Dónde están los
ojos de serpiente? ¿Dónde están los colmillos, las garras, dónde está la
sangre carmesí que mancha su cuello? Se supone que no debe parecer
tan… humano.
—Este lugar te sienta bien, ¿sabes? Hay algo en su… esencia. —Se
pasa la palma de la mano por la parte delantera de la corbata, como si
pudiera alisar al ridículo. Mis ojos se deslizan detrás de él, hacia la
puerta abierta que se burla de mi libertad—. Tan rica en historia. Juro
que a veces escucho fantasmas en las paredes.
La ira y el miedo me atraviesan, la adrenalina cobra vida bajo mi piel.
No pienses. No pienses.
—Lo único que me quedaría bien ahora mismo es arrancarte los ojos.
—La última palabra aún está en mi lengua cuando salto del colchón y
corro.
Me atrapa en la puerta. Un chillido sube por mi garganta, mis uñas se
hunden en su mejilla y su maldición se desvanece cuando un puñetazo en
mis costillas me deja sin aliento. Las manchas negras aparecen y
desaparecen. Me agarra del cabello y me hace girar. Una quemadura me
atraviesa el cuero cabelludo cuando me empuja de cara al suelo. Me
agarro con las palmas de las manos y me tiemblan los codos. Sus rodillas
se colocan a horcajadas sobre mis pantorrillas, su aliento caliente sobre
mi cuello. La adrenalina incesante me impulsa a actuar y echo la cabeza
hacia atrás con toda la fuerza que puedo. Escucho un claro crujido. El
dolor me atraviesa el cráneo y los oídos me suenan como una sirena.
—Jodida cabrona —escupe, respirando con fuerza. Me bloquea los
brazos en la espalda con una mano y me presiona la mejilla contra la
alfombra con la otra—. Podrías haber aprendido un par de cosas de tu
madre.
La cuerda me quema la piel cuando me ata las muñecas a la espalda,
pero apenas noto el dolor. Sus palabras están atrapadas en mi cabeza. Sé
que son una mierda, pero mi voz tiembla de incertidumbre.
—No hables de mi madre. No sabes nada de ella.
Se ríe, me agarra de las muñecas atadas y me pone en pie de un tirón.
—¿Adónde crees que fue el día que te dejó? ¿De vacaciones?
—Cállate —susurro, pero me flaquean las rodillas mientras me
empuja hacia el colchón—. Eres un maldito mentiroso.
Me empuja a la cama y me estremezco cuando me giro para quedar
frente a él. Ignorando las punzadas en las costillas, uso las piernas para
levantarme y sentarme con la espalda contra la pared. Los arañazos rojos
marcan su mejilla y su nariz está torcida. La sangre le salpica los labios y
los dientes, y salpica su inmaculado traje de payaso. Quiero sentirme
triunfante, pero todo lo que veo es sangre, sangre, mucha sangre.
Desaparece en el baño y vuelve con un fajo de papel higiénico sobre
la nariz.
—Soy muchas cosas, pero un mentiroso no es una de ellas.
—Aléjate de mí.
Da un paso en mi dirección y me tenso.
—Dime, pequeña. ¿Qué clase de negocio crees que tengo? ¿Cómo
crees que se conocieron tus padres?
Se me revuelve el estómago y niego con la cabeza.
—Tu padre compró a Valentina a uno de mis hombres. Cuando no
pudo pagar lo que debía, vine a recuperarla y descubrí que la había
dejado embarazada. Valentina no abortó, lo que les dejó dos opciones:
pagar la maldita deuda o darme una sustituta. Tu padre eligió en privado
sustituirla por ti, una vez que tuvieras la edad suficiente para prepararte.
Los niños son arriesgados: la ley es implacable con ellos y nunca se sabe
cómo van a salir. Pero a menudo se venden por más, y como tus propios
padres serían parte de la transacción, nadie te buscaría. Así que acepté.
Volví seis años y medio después para recogerte.
Seis años y medio…
—¿Por qué no puedo ir, mamá? Quiero ir.
No puedo respirar.
—Resultó que Valentina no sabía del acuerdo revisado. Se ofreció en
tu lugar.
—Sé que lo haces, cariño. Pero el lugar al que voy no es seguro para
una niña.
Sus manos tiemblan mientras se acomoda la camisa dentro. No me
mira. ¿Por qué no me mira?
Trago saliva, pero el doloroso ardor de mi garganta no hace más que
crecer. Mi voz apenas es un susurro cuando suplico:
—P-Para. Por favor, deja de hablar.
—Prometió ser buena, y si no hubiera demostrado ya su obediencia
en el pasado, no habría aceptado. Tal como estaba, era hermosa, dócil y
sabía que mis hombres la querrían de vuelta. Era una oferta sólida. Así
que la vendí, y durante un tiempo, se mantuvo firme en su palabra.
Las lágrimas amenazan con derramarse, y sacudo la cabeza con más
fuerza.
Para. No quiero saberlo.
—Verás, me considero un hombre de negocios justo, en cuanto a
encontrar soluciones creativas cuando surge un problema. Había historia
entre los tres, confianza, y demasiados tratos enmendados, así que
cuando Valentina se colgó, me cabreó.
No.
Mi peso se hunde contra la pared y miro hacia otro lado. Me tiemblan
los labios, pero me obligo a mantener las lágrimas a raya. No puedo dejar
que este monstruo vea lo mucho que me está haciendo daño.
—Tu padre volvió a tener deudas. Cuando vine por él, te vi,
profundamente dormida en tu colchón junto al sofá. Por supuesto, te
ofreció como reemplazo, pero no. Por todo el daño que había generado,
decidí que me daría todo lo que poseía y me quedaría contigo. Tú,
presumiblemente obediente y dócil como tu madre, ibas a ser mi regalo
por los problemas que tus padres me habían causado.
Su mirada se arrastra por el lado de mi cara, pero miro fijamente
hacia adelante sin ver nada.
—Se suponía que ibas a ser una niña buena. —Su voz se vuelve más
fría que el hielo. Por el rabillo del ojo, lo veo desenvolver lentamente la
corbata de su cuello—. En lugar de eso, fuiste una puta mierda. Le di a tu
padre un año entero para que te encontrara, y cuando fracasó incluso en
eso, hice que lo colgaran. Sólo tenía sentido otorgarle el mismo castigo
que me dio a mí, en lugar de a tu madre.
Los mocasines italianos de imitación se deslizan por la alfombra y
luego se ponen en mi línea de visión. Lo atravieso con la mirada.
—Felicidades —digo sin ton ni son—. Has llevado a una mujer
adulta al suicidio, eres un hombre de negocios que no puede cobrar y
estás tan desesperado por echar un polvo que necesitas atar a chicas
menores de edad. Debes tener las pelotas más pequeñas del mundo.
Una bofetada me hace perder la cabeza, y cierro los ojos ante el
escozor.
—¿Crees que estás aquí porque necesito echar un polvo? —Se queja.
Me agarra del cabello y me golpea la cara contra la pared. El dolor me
atraviesa la mejilla, la mandíbula y rebota en mis oídos, pero no hago
ningún ruido. Sus labios tocan mi frente, y algo cruel sacude sus
palabras—. Estás aquí porque me has hecho daño. Y ahora, yo voy a
hacerte daño.
Capítulo 38
Easton
—Cinco minutos. —Le digo a Alejandro por teléfono y salgo de la
autopista—. ¿Estás ahí?
Tengo las palmas de las manos en carne viva de tanto apretar el
volante. La primera hora en la carretera, la impaciencia sacudió mi agarre.
A la segunda hora, mi visión se volvió roja. Ahora, a las tres horas y
media, lo único que me mantiene lo suficientemente cuerdo como para
ver la carretera es saber que el cabrón tuvo que conducir la misma
distancia para llevar a Eva hasta aquí. No puede haber llegado mucho
antes que yo.
—Estaba en California cuando te llamé. No es fácil organizar el
transporte aéreo a la primera de cambio —dice Alejandro—. Llegarás un
poco antes que yo.
—¿Dónde está exactamente? —Cuando me envió un mensaje con las
indicaciones, no hice preguntas. Simplemente conduje.
—El apartamento en el que Eva creció. Paul es dueño de treinta y dos
complejos, y desde hace tres años, cuando murió el padre de Eva, lo
compró también.
Mi mandíbula se aprieta, y voy más despacio al acercarme a la
dirección. 4615 Bunker Road.
—¿Estás seguro de que está aquí?
—No cometo errores.
Antes de hoy, sabía que a Eva le habían tocado unas manos de
mierda, pero no tenía ni idea de cómo de mierda ni de cuántas. Cuando
hablamos por primera vez, Alejandro me puso al corriente de quién es
Paul. El puto enfermo no se merece otra cosa si cree que va a salir de
aquí como un hombre libre. Giro hacia Bunker Road, donde un muro de
apartamentos bloquea el resto de Detroit. Mis hombros se tensan al ver
las puertas grafiteadas y el estuco podrido.
—Espérame cuando llegues —dice Alejandro—. Entraremos juntos.
Paso junto a unos cuantos adolescentes fumando porros, me acerco a
un edificio azul descolorido y me detengo al otro lado de la calle. Mis
ojos se estrechan en las ventanas enrejadas, y luego se deslizan tres pisos
hacia arriba. Apartamento 312.
—Easton. ¿Me has escuchado?
Mi pulso se acelera, mi respiración se agita. Ella está ahí dentro. Sola,
con él.
Al principio, cuando le dije a Alejandro que planeaba llamar a la
policía en cuanto me enviara la dirección por mensaje de texto, el imbécil
decidió enviarme instrucciones paso a paso en su lugar. No me envió la
dirección real hasta cinco minutos antes de que llamara para comprobar
su estado. Me puse en contacto con la policía primero, luego con él, pero
aún no han llegado. Yo sí. La tensión me recorre la espalda, saco las
llaves del contacto y me desabrocho el cinturón de seguridad.
—Te he escuchado.
Hay una pausa. Luego un suspiro.
—¿Por qué tengo la sensación de que estás haciendo lo contrario de
lo que te pedí?
Cierro el coche detrás de mí, con la mirada puesta en el tercer piso
mientras cruzo la calle.
—Agradezco tu ayuda para llegar hasta aquí, pero de ninguna manera
voy a quedarme sentado en mi auto mientras ella está al otro lado de la
puta calle.
Una respiración frustrada se filtra a través de la línea.
—Solo trata de que no te maten antes que yo llegue, ¿sí? Eva no
puede permitirse perder a nadie más.
Se me aprieta el pecho cuando subo a la acera y me dirijo a las
escaleras de hormigón agrietado del lateral del complejo. Un grito vibra
detrás de una de las ventanas enrejadas, un perro ladra detrás de otra. Se
me acelera el pulso y subo más allá del segundo piso. Ya he sentido la
adrenalina antes. He sentido rabia. Pero nada se compara con el violento
frenesí que late bajo mi piel ahora mismo.
—Tengo que irme.
—Llego justo detrás de ti.
Al llegar a la tercera planta, cuelgo, meto el teléfono en el bolsillo y
examino las puertas. 306, 308, 310… Unos puntos rojos nublan mi
visión cuando aparece la 312 delante de mí. Compruebo el pomo. No se
mueve. Va a hacer falta mucho más que una puerta cerrada para
impedirme entrar por Eva.
Retrocedo unos pasos.
La adrenalina corre por mis venas, zumba en mi cabeza. Me abalanzo
hacia delante y el costado de mi cuerpo choca con la puerta, forzándola a
abrirse. Respirando con dificultad, me paro en la puerta.
El apartamento está tranquilo, demasiado tranquilo.
La sala de estar vacía que tengo ante mí es un borrón deteriorado, mi
mirada se fija en la puerta abierta que hay al otro lado. Me preparo para
cualquier situación y atravieso el salón. El borde de un colchón aparece
cuando entro en el dormitorio, y la sangre me llega a los oídos.
Eva.
Está tumbada en el colchón. La camisa rota, los rizos enmarañados
por el sudor y enredados en los brazos. El único signo evidente de vida
es el leve ascenso y descenso de su pecho. Una sensación de ardor se
apodera de mí, me cierra los pulmones y me acerco con cuidado.
—Eva. —Su nombre me escama la garganta porque no parece Eva.
La mejilla apoyada en el colchón, la mirada fija en la pared de enfrente.
De pie frente a ella, me arrodillo para que estemos a la altura de los ojos.
Ella no parpadea.
—Eva… —Levanto la mano y le acaricio el cabello. Mis manos
tiemblan de rabia, de tormento, y trato de estabilizarlas por ella.
Su lento parpadeo me oprime el pecho. Finalmente, arrastra su
mirada hacia la mía.
—Estás aquí. —Su voz es tan hueca como sus ojos.
Mis dedos recorren su pálida mejilla.
—Estoy aquí. —Le digo con crudeza—. Siempre voy a estar aquí.
Me mira fijamente, y yo compruebo por encima del hombro que
seguimos solos antes de escudriñar su cuerpo en busca de heridas. Mi
mandíbula se tensa lo suficiente como para chasquear los dientes cuando
veo que tiene las manos atadas a la espalda. Forzando mis movimientos
para parecer tranquilo, muevo suavemente la cuerda hasta que sus brazos
se liberan.
Su mirada, inexpresiva y perdida, no se aparta de la mía.
Mis pensamientos se oscurecen, conjurando imágenes de lo que ese
pedazo de mierda pudo haber hecho para robarle la luz tan rápidamente.
Nunca he sabido lo que se siente al querer matar a alguien, pero ahora
mismo, el impulso me recorre con tanta violencia que aparecen manchas
negras delante de mí.
Mis palabras se sienten como papel de lija contra mi garganta.
—¿Estás herida?
Ella parpadea, sacude lentamente la cabeza.
—Voy a levantarte ahora, ¿de acuerdo?
—Volverá. —Su voz fantasmal me produce un escalofrío—. Siempre
vuelve.
El veneno me corroe el pecho y, con cuidado, paso los brazos por
debajo de ella y acuno su cuerpo hacia mí.
—Sí, bueno. Yo también. —Se inclina hacia mí, su cabeza se apoya
en mi pecho y sus ojos se cierran—. Y tú también —susurro contra su
cabello.
La agarro con fuerza mientras me pongo de pie. No es hasta que me
pongo de pie que la siento, pegajosa y húmeda, bajo mis dedos. Al
girarla un poco, levanto la mano y descubro el dorso de su brazo, donde
la camisa está rota. La sangre se extiende por su piel, casi ocultando los
cortes irregulares que hay debajo. Las venas me hierven, la respiración es
irregular, mientras las letras dentadas toman forma.
V-E-N-D-I-D-A.
El suelo cruje, una sombra se extiende por la alfombra. Algo violento
retumba en mi interior y miro lentamente hacia arriba. Paul está de pie en
la puerta. Detrás de él, la puerta del apartamento del otro lado del salón
se abre lentamente. Ha desaparecido la sonrisa forzada que llevaba en la
fiesta de aniversario. Mira fijamente a Eva, con el rostro enrojecido por
el disgusto, la camisa de botones barata pegada a su piel por el sudor. Es
de tamaño medio pero ligero, y mucho más pequeño que yo. Mi mirada
se detiene en la horripilante cicatriz anudada en un lado de su cuello,
unas furiosas líneas blancas cosidas en parches de piel roja. Un destello
plateado atrae mi atención hacia su mano.
Sus nudillos se blanquean en torno a un cuchillo de cocina ya
marcado en rojo, y mi agarre se estrecha en torno a Eva: sus ojos siguen
cerrados, su respiración lenta y tranquila, lo contrario de la mía.
La tensión bloquea mis músculos con fuerza.
—Yo me lo pensaría dos veces antes de acercarte —advierto en voz
baja.
Los labios se curvan con desdén mientras examina la forma en que la
sostengo.
—Realmente estás haciendo honor al papel de hermano mayor
protector, ¿no? —El sarcasmo gotea de las palabras.
Sus ojos, fijos en Eva, son mortales. No quiere asustarla. Quiere
matarla.
Doy un paso firme hacia atrás, esperando dejarla a salvo en la cama
para liberar mis brazos, pero no hay tiempo. Paul carga hacia nosotros,
hacia Eva. El pulso me retumba en los oídos. Tira del brazo hacia atrás,
preparando el cuchillo. Me giro medio segundo antes de que la hoja me
atraviese la espalda. Me zumban los oídos y una oleada de vértigo me
recorre. Mi mandíbula se cierra con fuerza cuando una ráfaga de
adrenalina se mezcla con el dolor, y lanzo el codo hacia atrás.
Oigo un crujido, una maldición.
Los ojos de Eva se abren de golpe y su respiración se acelera.
Me doy la vuelta y pateo el arma caída fuera de su alcance. Se está
ajustando la nariz cuando golpeo mi cabeza contra la suya. Mi visión se
nubla temporalmente, pero soy mucho más grande que él. Se tambalea
hacia atrás y cae de rodillas.
Eva lo observa, traga saliva y se aferra a mi camisa.
—Está… está aquí…
Haciendo un gesto de dolor, la dejo con cuidado en el colchón.
—Eva —jadeo—. Mírame.
Ella lo hace.
—Pase lo que pase, necesito que te quedes aquí. —La desesperación
hace que mi voz se esfuerce, deseando que me escuche. Que sea egoísta,
que no se preocupe de nada más que de su propia seguridad. Pero no
responde, y no tengo tiempo de esperar su confirmación.
Me doy la vuelta justo cuando Paul me da un puñetazo en el
estómago.
Capítulo 39
Eva
Puta.
Puta.
Miro fijamente la escena que se desarrolla ante mí, pero me parece
extraña. Tan lejos. Como si una gruesa hoja de cristal me separara de
Easton y del monstruo. El puño de Easton golpea la cara ya
ensangrentada del monstruo, golpeándolo contra la pared. El movimiento
queda atrapado bajo el cristal, un borrón a cámara lenta.
Mereces pudrirte, pudrirte, pudrirte, como tu madre.
El peso de su mano, fría y áspera, aún persiste en mi mejilla, presiona
mi nariz contra el colchón. La sensación de sus piernas apretadas casi
tocando mi espalda, manteniéndome boca abajo, mientras corta, talla,
aterroriza. Sus palabras no cesan; me taladran los oídos, me arañan el
alma en carne viva, y desearía estar bajo el agua para que dejar de
escucharlas.
Hija de puta.
Me perteneces. ¿Te acuerdas?
Me duele el pecho. Quisiera ahogarme en el entumecimiento. Quiero
desaparecer.
Te han vendido, carajo.
Eres mía, mía, mía...
Al oír la palabra, otra voz agita mi conciencia. Es baja, suave, una
caricia tranquilizadora alrededor de mi corazón.
—Si eres mía... eso significa que yo también soy tuyo.
Inhalo… exhalo.
El rojo se desdibuja y una nube de confusión me inunda. Inclino la
cabeza, intentando dar sentido a la caótica imagen. Sé que tiene sangre
en la cara, pero es la espalda de Easton la que está frente a mí. No
debería ver rojo en la espalda de Easton. Pero lo veo. Tanto rojo... que se
filtra a través de su camisa.
Eres una mercancía dañada, pequeña, trata de arrastrarme a la
pesadilla.
Defectuosa, defectuosa, defectuosa...
¿Por qué está sangrando Easton?
—Recuerdo la primera noche que te vi. Eras irrompible.
Mis pulmones se contraen.
Irrompible.
Irrompible.
Irrompible.
Un puño peludo choca con el rojo, con tanto rojo, y Easton se dobla.
Se tambalea hacia atrás, chocando con el colchón antes de enderezarse
lentamente. El monstruo se acerca a él y veo que Easton vacila. Su
postura es inestable, su paso se tambalea.
No eres nada, nada, nada...
—Eres la cosa más impresionante que he visto nunca.
El corazón me late en los oídos. Mis ojos pican de tristeza y
confusión.
Easton...
Mi mirada se desliza hacia la alfombra, donde los rayos de sol
resaltan el cuchillo caído. Brilla en plata debajo del rojo, de tanto rojo.
Alargo la mano para tocar los bordes dentados tallados en la piel.
V-E-N-D-I-D-A
Una y otra vez, repitió la palabra mientras la tallaba. El escozor de la
herida no es nada comparado con el eterno bucle de su voz grabándose
en mi cerebro, y me pregunto qué será más permanente.
—¿Todo esto por ella? —me escupe, devolviéndome la mirada a
ellos—. Créeme, ella no merece la pena, mierda.
Los ojos de Easton son tan oscuros, tan letales, que apenas lo
reconozco. Le quita las piernas al monstruo de una patada y lo agarra por
el cabello hasta que se ve obligado a mirar a Easton.
Cuando Easton habla, sus palabras son tranquilas pero ásperas, y
suenan convincentes.
—Ella vale todo lo que tú no eres. Sólo eres un pedazo de mierda
demasiado débil para reconocerlo. —Easton da un rodillazo en la nariz
ya rota del monstruo, y Paul tose sangre.
No puedo dejar de mirarlo. Al monstruo no, a Easton. Está de pie,
sobresaliendo del monstruo, pero su piel es demasiado pálida.
Respirando demasiado rápido, demasiado fuerte, tropieza con la pared,
utilizándola como apoyo. Easton... es fuerte, desinteresado, resistente.
Pero sólo es humano. Una grieta sube por el cristal que nos separa.
Miro el cuchillo y luego al monstruo.
De rodillas en el suelo, jadea con más fuerza que Easton. El rojo
cubre su cara, el sudor y la sangre empapan su camisa. Busco y busco,
pero todavía no hay garras, colmillos o cuernos. Porque quizá los
monstruos también sean humanos.
El cristal se resquebraja, una telaraña de fisuras, y luego se rompe.
Paul se lanza hacia Easton, y mi corazón se detiene. Nunca he visto a
nadie tan blanco. Easton parpadea lentamente, con una palma de la mano
en la pared para mantenerse erguido, y a Paul le resulta demasiado fácil
rodear el cuello de Easton con sus brazos, como una serpiente. La
adrenalina me recorre y hago que mi cuerpo se mueva. Me deslizo fuera
del colchón y me arrastro con las manos y las rodillas hasta el cuchillo.
Los dedos temblorosos se enroscan alrededor de él. Lo siento extraño,
demasiado pesado en mi mano. Una forma en la puerta parpadea en mi
línea de visión, pero no me detengo. No pienso. Me lanzo.
Clavo el cuchillo en el costado de Paul.
Sisea, se tambalea y baja los brazos. Pero no lo suelto. Empujo la
hoja más profundamente, más profundamente. Oigo un grito, crudo y
roto, pero no me doy cuenta de que es mío hasta que las lágrimas
calientes me queman las mejillas. Caemos juntos, el monstruo y yo, pero
aun así, no lo suelto.
Unos ojos azules y helados me miran fijamente.
—No puedes huir, pequeña —tose, jadea—. No de mí. —La sangre
gotea por la comisura de su boca.
—Ya deberías saber que siempre vuelvo.
Tengo los pulmones apretados, las mejillas mojadas y la fría certeza
me invade.
—Ya deberías saber que yo también lo hago. La diferencia es que, al
final, tú siempre pierdes.
Atrapado por una niña, demasiado débil para moverse, sus ojos
brillan de indignación, y es lo más satisfactorio que he visto nunca.
Algo me calienta el costado de la cara, y mis ojos se deslizan hacia
arriba, hacia arriba, para encontrar la mirada de Easton clavada en mí.
Incluso apoyado en la pared, pálido y agotado, su mirada es penetrante,
tan cargada de pensamientos no expresados que me atrae y me
tranquiliza.
—No está mal, cariño. —Me sobresalto al oír la voz familiar, y una
mano suave me rodea la cintura, ayudándome a ponerme en pie—. Pero
hazme un favor y déjame jugar con él antes de que se desmaye, ¿sí?
—Alejandro —susurro, el alivio y la incredulidad me inundan a la
vez. Todavía me tiemblan las manos y mi voz no es mucho mejor.
—¿Qué...? —Miro de él a Easton, y luego de nuevo—. ¿Cómo...?
Los labios de Easton se inclinan hacia arriba y hace una mueca de
dolor al apartar su peso de la pared.
—Te lo contaré todo. Pero ahora mismo... —Señala con la cabeza la
ventana —. Estamos a punto de oír sirenas.
Paul balbucea, sus ojos se abren de par en par y trata de apartarse.
Alejandro le pisa el estómago y le clava el tacón en las tripas para
mantenerlo en su sitio.
—Suéltame —resopla Paul. Se aferra a la bota de Alejandro, pero su
agarre es débil, sus ojos se ponen en blanco y parece estar a punto de
perder el conocimiento—. Suéltame... mierda... —Hace una mueca,
arrastra su mirada inestable hacia la ventana.
Alejandro se ríe, el sonido es cruel y tan diferente al del primo que
conozco que me da escalofríos.
—Sí, no.
No entiendo cómo está tan tranquilo. La policía aún no ha llegado,
pero es cuestión de tiempo. La alarma me atenaza y empujo el brazo de
Alejandro.
—No puedes estar aquí. Tienes que irte, ahora.
Easton mira entre nosotros, arqueando la ceja, y Alejandro dice con
una sonrisa de satisfacción:
—Siempre preocupándote por mí. —Mira al hombre bajo su bota,
que ahora está llorando—. Sabrán que estuve aquí. Me aseguraré de ello.
Pero me iré antes de que me atrapen. Voy a divertirme un poco antes de
irme.
Mi mirada se congela en Paul. Sigo el chorro de lágrimas que se
mezclan con la sangre en sus mejillas. Gime, realmente gime, y el asco
sube a mi garganta como la bilis. Cuanto más lo observo, más se encoge.
Los monstruos parecen tan grandes y aterradores, pero sin alguien a
quien herir, sus zancos se desprenden de debajo de ellos y revelan lo
pequeños que son en realidad. Todo este tiempo... todo este tiempo, me
dijo que no era nada. Pero sin mí, realmente no es nada.
Un suave toque me limpia la humedad de la mejilla, trago saliva y
miro a Easton. Está muy cerca de mí, con la mirada fija en mis lágrimas.
Me limpia otra, sus labios me rozan la sien y me susurra con ternura:
"Inquebrantable".
Un sollozo silencioso me ahoga.
—Llévatela —dice Alejandro a Easton—. No tardaré mucho.
Easton asiente y empieza a rodearme con el brazo, pero se balancea
ligeramente, haciendo una mueca de dolor. Lo atrapo deslizando mi
brazo bajo el suyo. El pánico sube a mi pecho. ¿Cómo de mal está?
—Apóyate en mí —digo en voz baja y doy un pequeño paso hacia la
puerta.
Su peso se apoya en mi hombro, su cojera delata que se apoya en mí.
No es hasta que la puerta de la habitación se cierra tras nosotros cuando
me doy cuenta de lo que Easton acaba de hacer por mí. Un Easton
honesto y respetuoso de la ley. Alejandro no tuvo reparos en querer
castigar a Paul en sus propios términos y, sin embargo, Easton se alejó.
Inclino la cabeza y lo miró fijamente, a mi Easton. Tiene el cabello
alborotado, los nudillos agrietados y ensangrentados, la piel fantasmal.
Su expresión es estoica e ilegible mientras mira al frente, decidido a
sacarme de aquí. Un dolor que nunca había conocido se abre paso en mi
corazón y me inclino hacia él.
La luz del sol me ilumina la cara cuando salimos. Un hombre está de
pie frente a la puerta, con la espalda apoyada en la pared, los brazos
cruzados y la mirada fija. Me mira a mí, a Easton, y luego inclina la
barbilla en señal de reconocimiento. Sé que está aquí con mi primo.
—Oye —le digo—. Sácalo de aquí a tiempo, ¿vale? Prométeme.
Prométeme que no dejarás que lo atrapen por mi culpa.
El hombre asiente, esta vez con firmeza, y le doy las gracias antes de
continuar hacia la escalera de hormigón. Easton nos guía por las
escaleras a su propio ritmo, lento y constante. En el último escalón,
tropieza, y apenas lo alcanzo a tiempo antes de que ambos perdamos el
equilibrio.
—Estás bien —susurro, pero mi voz se quiebra al ver el mal aspecto
que tiene bajo la luz del sol—. Vas a estar bien —nos tranquilizó a los
dos.
—Eva. —Hace una mueca de dolor y se apoya en mí más que antes
mientras subimos a la acera. Se detiene y su mirada, con un tono oscuro
y serio, se encuentra con la mía—. Lo siento —dice. No sé cómo su voz
puede sonar tan áspera y a la vez tan tierna—. Lo siento muchísimo. Él
nunca debió haberte encontrado. Te prometí que estarías a salvo. Te
prometí que estarías bien...
—Shhh. Para. —Aparto la mirada porque no entiendo las emociones
que me aprietan la garganta. Nadie me ha dicho nunca palabras como
esas. Nunca pensé que nadie lo haría —. De todos modos, estaré bien.
Asiente, ajusta su peso y me toca ligeramente la barbilla con los
nudillos. El suave contacto me hace sentir un calor líquido. Cuando me
levanta la cara para que tenga que mirarle, no puedo evitar que se
derramen más lágrimas.
—Te juro... —Su manzana de Adán sube y baja—. No dejaré que
nadie te vuelva a hacer daño. —Lo dice en voz baja, suavemente, pero el
inconfundible fuego que hay detrás de cada palabra me produce un cálido
escalofrío.
Le creo.
—Tú también estarás bien —susurro.
—Por supuesto, lo estaré. —Es un gruñido áspero acompañado de
una mueca mientras se tambalea, apoyándose en mí más que antes
mientras nos acercamos al borde de la acera —. Tengo una promesa que
cumplir.
—Easton, hablo en serio.
—Yo también.
Le miro, y aunque la seriedad de su mirada es penetrante, sus labios
se mueven hacia un lado. Entonces, se tambalea demasiado hacia la
derecha. Nos bajo con cuidado para sentarnos en el borde de la acera. No
es fácil con casi dos metros de jugador de fútbol americano pesando
sobre mí, pero lo consigo, y ambos respiramos con dificultad mientras
las sirenas llegan por fin a nuestros oídos. El brazo de Easton me rodea.
A pesar de su dolor, me abraza con fuerza, como si alguien pudiera
robarme en cualquier momento. Apoya su cabeza en la mía y, al cabo de
un momento, su respiración empieza a ralentizarse.
Finalmente, unas luces rojas y azules brillantes aparecen.
—Easton —susurro.
No responde.
—Easton, mira.
Cuando sigue sin responder, el miedo me deja helada.
—Easton. —Le doy una pequeña sacudida—. ¡Easton!
Su mirada cansada y de ojos pesados encuentra la mía, y me dedica
una sonrisa torcida y cómplice.
—Me gusta cuando te preocupas por mí —me dice—. Deberías
hacerlo más a menudo.
—Oh, Dios mío. —Le doy un puñetazo en el hombro. Hace una
mueca de dolor, sus ojos se cierran de dolor, y la culpa me parte por la
mitad—. ¡Lo siento! Lo siento mucho. ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño
ahí?
Me mira perezosamente con un ojo abierto, con los labios levantados.
—En serio —dice, sus ojos se cierran de nuevo—. Podría
acostumbrarme a esto.
—Increíble. —Llegan dos vehículos de la policía, luego dos más,
seguidos de una ambulancia. Mis ojos se entrecierran cuando un coche
con una furgoneta del FBI se detiene detrás de ellos.
—Hay tantos —reflexiono, confundida.
Easton suelta un suspiro y se aprieta las costillas.
—Sí —dice gravemente—, creo que... mierda. —Inclina la cabeza
hacia arriba e intenta exhalar de nuevo, pero en lugar de eso, sus ojos se
ponen en blanco.
—¿Easton?
Su cuerpo se queda sin fuerzas, y el miedo que sentía hace unos
segundos vuelve a golpear con fuerza.
—¡Easton! —Coloco las palmas de las manos en sus mejillas,
girando su cabeza hacia mí, pero sus ojos no se abren. Se estremece un
poco en mi mano y luego se queda quieto.
Mi respiración se acelera. Lo agito, pero no se mueve.
—¡Easton!
Esto no está sucediendo. Temblando, le quito la camiseta con
cuidado, la doblo por la mitad y presiono sobre la herida de la espalda. El
estómago se me revuelve, la vista se me nubla y trato de ignorar la
sangre que corre por mis dedos. Tanta sangre...
No sé qué más hacer. No sé cómo curarlo. Le rodeo con los brazos y
le aprieto suavemente.
—Por favor, despierta. Por favor, quédate conmigo. —Las lágrimas
corren por mis mejillas mientras me agito contra su pecho.
—Estás bien. —Me tiembla la voz y repito con firmeza—. Estás bien.
Vas a estar bien. Te lo prometo. —Pero la promesa es un deseo vacío,
porque la única certeza que hay es que estoy bien. Estoy bien gracias a él.
Y puede que le haya costado todo.
Capítulo 40
Eva
—¿Todavía te duele, cariño?
Miro fijamente una rosa. De color rojo intenso, con matices de rosa
entre los pétalos. La tinta verde borrosa insinúa el comienzo de un tallo,
pero la imagen nunca se forma del todo. Varios pétalos se alejan de la
flor, pasando por la clavícula de la enfermera y por debajo de su bata
color melocotón.
Los pétalos parecen suaves, atrayentes, y siento el impulso de
tocarlos. Su piel es mucho más oscura que la de mamá y es un tipo de
flor diferente, pero por un momento me imagino trazando el contorno y
fingiendo que es el lirio de mamá. Me pican los dedos de curiosidad y, en
su lugar, los enrosco ligeramente en las palmas de las manos.
—Está bien —dice ella—. ¿Por qué no echas un vistazo al cuadro de
dolor y me dices cómo te sientes?
La mujer que está a su lado me dedica una suave sonrisa, y yo
arrastro mi mirada hacia un póster en la pared que muestra una serie de
caras que van desde la sonrisa hasta el llanto. Luego vuelvo a mirar a la
enfermera, cuyos labios se inclinan hacia abajo en un ceño apretado.
—Quiero verlo —digo por enésima vez.
Desde el momento en que Easton y yo entramos en la ambulancia,
todo ha sido un torbellino: turbulento, a una velocidad vertiginosa y
completamente fuera de mi control. Debería haber asumido que nos
separarían, pero hasta hoy, nunca había estado en un hospital. A él lo
llevaron a la UCI, mientras que a mí me llevaron al ala infantil, ya que
soy menor de edad. Cumpliré dieciocho años en dos semanas. Dos
estúpidas semanas nos separan pisos enteros.
—Lo sé. —La enfermera mira a la otra mujer, y sus cejas se inclinan
en señal de preocupación antes de que mire hacia otro lado—. Prometí
ponerte al día en cuanto pudiera, y seré fiel a mi palabra. No lo olvidaré.
Mientras tanto, por favor, ¿quieres darle una oportunidad a la señorita St.
Claire? Se irá si realmente lo quieres, pero necesitamos que sepas... que
ella está aquí para ti, Eva. Está aquí para ofrecerte apoyo.
Las lágrimas se agolpan en mis ojos entrecerrados en la ventana por
la que no estoy mirando. No necesito apoyo. Necesito a Easton. Necesito
saber que va a estar bien.
Por el rabillo del ojo, veo que se acerca la terapeuta con la que he
terminado de hablar. Ya he respondido a las preguntas de todos y he
contado lo que pasó más veces de las que puedo soportar. No sé por qué
sigue aquí cuando no he sido más que ausente en el mejor de los casos,
grosero en el peor.
La señorita St. Claire da un paso más y se detiene, con su cabello
rubio hasta los hombros y sus gafas azul eléctrico.
—No necesitamos hablar más, Eva —dice suavemente. Amablemente.
Su tono me amarga más.
—No pasa nada. Sé que tu experiencia aquí no ha sido fácil hasta
ahora, y sólo quiero ayudar a que todo a partir de ahora sea lo más
cómodo posible.
El ardor de mis ojos aumenta y suelto una respiración temblorosa,
con la mirada fija en las gotas de lluvia que caen por el cristal de la
ventana. Manos e instrumentos desconocidos, pinchando, invadiendo mi
espacio. Paredes clínicas, rostros extraños y una bata extraña que roza los
puntos de mi brazo. La piel de gallina se aferra a mí como si fueran
percebes, y sólo quiero ir a casa, pero no tengo una a la que ir.
Pero nada de eso importa. Nada de eso es la razón por la que no
puedo dejar de sentir estas continuas ganas de llorar.
He pasado por cosas peores que no tener casa y pasar una tarde
siendo sondeada por gente que sólo intenta hacer su trabajo. He
atravesado el infierno y he conseguido salir del otro lado con mis
extremidades intactas y mi corazón aun latiendo. No necesito un estúpido
gráfico de dolor para nada de esto; necesito el tipo de gráfico que no se
puede escalar. Del tipo que mide la angustia y la ansiedad y la increíble
desesperación de no saber si la persona que amas va a estar bien. Cada
segundo que pasa sin ver sus ojos de whisky me roba un trocito de mí, y
si esto se prolonga mucho más, no me quedará nada.
La voz de la señorita St. Claire me llama de nuevo a la habitación del
hospital.
—Has sido muy valiente, pero lo peor ya ha pasado. Ya no tienes que
ser valiente. Estoy aquí si me necesitas, ¿de acuerdo? Si necesitas
cualquier cosa.
Finalmente, mi mirada se desliza hacia ella. A esta desconocida que
quiere consolarme ahora, ahora que he sobrevivido a The Pitts, a los
jarrones destrozados y a los nudillos peludos. ¿Dónde estaba ella cuando
estaba sola, cuando tenía miedo, cuando me robaron todo lo que soy?
¿Dónde estaba mi consuelo entonces?
El resentimiento se instala en mi pecho, pero mis palabras son frías.
—Tienes razón. Lo peor ya ha pasado, y lo he superado por mi
cuenta. Puede que la haya necesitado en algún momento, señorita St.
Claire, pero eso fue entonces. Ya no la necesito.
Las palabras suenan con certeza, y escucharlas salir de mis propios
labios me aturde y me fortalece a la vez. Lo he superado, todo, y ahora
tengo la cabeza alta. Quizá no me haya robado todo, después de todo.
—Está bien —dice simplemente la señorita St. Claire—. Lo entiendo.
—Asiente con la cabeza a la enfermera—. Estaré por aquí si cambias de
opinión. Ah, también pensé que querrías saber que tus padres están aquí.
La miro fijamente.
—Están en la UCI controlando a tu hermano, pero seguro que bajarán
a verte en cualquier momento.
La ira, la repulsión y el odio zumban en mi estómago como un
enjambre de abejas. Pero en la base hay una colmena construida de
rechazo. Por mucho que quiera odiarles por mandarme lejos, no lo hago.
Ni siquiera un poco. Ni siquiera un poco.
—No aguantes la respiración —susurro y vuelvo a desviar la mirada
hacia la ventana.
La enfermera inclina la barbilla hacia la bandeja que hay junto a mi
cama.
—¿No tienes hambre?
—No. —Mi estómago traidor refunfuña al recordar la sopa de tomate
y el sándwich de queso a la parrilla.
—Sabes —dice la señorita St. Claire—. Muero por un café. ¿Hay
algo que quieras que te traiga de la cafetería? —Ante mi silencio, dice:
—Mi móvil está en la tarjeta que hay junto a tu bandeja de comida. No
dudes en llamarme si se te ocurre algo.
Está a medio camino de la puerta cuando me oigo detenerla.
—Zumo de naranja —digo, con la garganta seca por la sed de algo
que anhelo, pero que no puedo llenar sin ojos de whisky. Vuelvo la
cabeza hacia las dos mujeres—. Por favor.
La señorita St. Claire levanta las cejas.
—Zumo de naranja. Creo que puedo con eso. ¿Algo más?
Sacudo la cabeza.
—Está bien. —Desaparece y la puerta se cierra tras ella.
La enfermera se queda callada mientras se acerca al monitor del
ordenador. Observo cómo sus dedos revolotean por el teclado. Sus uñas
son largas y se enroscan lo justo para golpear las teclas con un ligero rap,
rap, rap, y están pintadas del mismo tono de rojo que su tatuaje de una
rosa. Me fijo en su cabello bien afeitado, decolorado de un rubio
blanquecino, y en la hilera de piercings que lleva a lo largo de las orejas.
Me pregunto qué tipo de joyas se pone cuando termina su turno. Me
pregunto si lleva grandes aros de plata como los que se ponía mi madre
cuando papá no estaba en casa.
Cuanto más la observo, más pienso en mamá y más me arde la
garganta. Incluso siendo prisionera, se sacrificó por mí. Al menos ahora,
dondequiera que esté... al menos es libre.
—Bien, cariño —dice la enfermera, dando un último toque a la
pantalla y volviéndose hacia mí—. Te daré un poco de espacio. Pero
recuerda, si hay algo que necesites, sólo tienes que pulsar el botón de
llamada y estaré aquí.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
La sorpresa cruza sus rasgos.
—Por supuesto.
—Tu tatuaje... ¿significa algo?
—¿Este? —Inclina la cabeza, frota la rosa y, cuando asiento con la
cabeza, suelta un largo suspiro y su mano vuelve a caer a su lado—. Lo
hizo una vez. Me lo hicieron cuando era joven y estúpida, para alguien
que era mayor pero más estúpido.
Se detiene, como si eso fuera el final, pero no puede ser. Así que
espero que diga algo más.
Ella entrecierra los ojos, observándome. Finalmente, respira
profundamente y continúa.
—Más tarde, cuando me di cuenta de mi error, no pude soportar esa
cosa. Deseaba poder arrancarlo. No fue hasta que crecí y me hice esto —
levanta unos centímetros la parte inferior de su camiseta, revelando unas
tenues estrías grabadas en su vientre plano de ébano—, que aprendí el
valor de las cicatrices. No puedes borrarlas, es cierto, pero puedes darles
forma y definirlas como quieras. En este caso —señala su estómago
antes de bajarse la camisa— éstas definen el comienzo de mis sacrificios
como madre. Y en este caso —pasa una larga uña roja por el tatuaje de
una rosa—, ¿ves esto? ¿Los pétalos que caen?
Asiento con la cabeza, mordiéndome el labio. No sé por qué me
escuecen los ojos con la presión que se acumula tras ellos.
—Los añadí no hace mucho. Son mi recordatorio de que las rosas no
duran para siempre, y que incluso las cicatrices pueden ser hermosas.
Miro fijamente la rosa. En el tallo incompleto y los pétalos a la deriva.
Es hermosa, también poética. La parte posterior del hombro y la parte
superior del brazo me muerden y pinchan, burlándose de mí a lo largo de
la costura de mis puntos. Imagino lo que se sentiría: definir tus cicatrices
en lugar de dejar que te definan. Por un segundo, incluso me permito
imaginarme, con cicatrices y todo, siendo hermosa.
Capítulo 41
Easton
Mierda, me pesan los párpados. Considero la posibilidad de abrirlos,
pero la última vez que lo hice fue para sentir un dolor punzante, la
noticia de que había perdido un riñón y una inyección intravenosa que
contenía suficiente morfina para dejarme inconsciente en cuestión de
segundos. Esta vez, cuando mis ojos se entreabren, veo luces brillantes y
susurros silenciosos y enfadados que me hacen desear otra dosis.
—Bueno, si no hubieras huido cuando las cosas se pusieron feas...
—¿Así es como llamas a quedar embarazada de otro hombre y fingir
que el niño es mío?
—¡Tú querías hijos biológicos! No podías tener ninguno. Hice lo que
sentí que tenía que hacer para mantener a nuestra familia unida. ¿Te das
cuenta del sacrificio que supuso por mi parte?
—Sí, tanto sacrificio para meterte en la cama con un hombre que
aparece en la portada de un calendario de bomberos. Despreciable. Tus
manipulaciones y engaños son despreciables…
—Oh, por favor. Si eso no es la olla llamando a la tetera negra. Como
si no hubieras tenido tu parte justa de aventuras por tu parte. Además,
cuando me propusiste matrimonio sabías por lo que mi madre nos hizo
pasar a Perry y a mí después de que nuestro padre la dejara, y yo dejé
implícitamente claro lo que quería de un matrimonio. No actúes como si
no me conocieras y no me quisieras. Admirabas mi afán de perfección, y
si no fuera por mis "manipulaciones y engaños", no habrías aprobado el
examen de abogacía en tu tercer intento.
Oigo un gruñido.
—Discutiremos esto más tarde. Por ahora, sólo pon una de tus
sonrisas y agradece que tu hijo esté vivo. Podría haber... podría haber
muerto.
Un resoplido. Muerto. Suena como la bocina de un camión cuando se
suena la nariz.
—Mi dulce, leal y valiente chico, a punto de costarnos toda nuestra
reputación por esa chica...
—Oh, cállate, Bridget.
Soltando un suspiro, cierro los ojos e intento como un demonio
alejarme de nuevo, pero cuando me muevo ligeramente, mi gemido de
dolor me delata.
—¡Cariño! Oh, cariño, estás despierto. Está despierto.
—Bueno, sí, Bridget, tengo ojos.
La tensión me agarrota los hombros cuando la cara de mi madre
aparece como una cabeza flotante sobre mí. Su incesante regaño y sus
aspavientos sobre mí se desvanecen en el fondo de su aspecto demacrado.
El rímel corrido bajo las pestañas inferiores, la nariz y las mejillas
rosadas, los nudillos blanqueados en torno al Kleenex que sujeta. Desvío
la mirada hacia la izquierda, donde Vincent me mira fijamente, con
líneas duras grabadas en el entrecejo. No dice nada, pero por primera vez
en mi vida, sus severos ojos color avellana están apagados y vidriosos.
Me aclaro la garganta y trato de incorporarme.
Mi madre jadea y me detiene con una mano en el brazo
—No seas tonto, tienen botones para eso. —Aprieta un botón azul en
el lado de la cama y me levanta lentamente en una posición medio
sentada antes de que lo suelte—. Oh, antes de que me olvide: Isaac
quiere que lo llames, pero sólo cuando te sientas bien. Va a venir a verte
la semana que viene.
Miro de mi madre a Vincent y luego vuelvo a mirar. Entonces
pregunto lo único que importa.
—¿Dónde está Eva? —Me arde la garganta cuando hablo, las
palabras son ásperas y secas, como si no hubiera hablado en días.
Cuando ninguno de los dos responde, sino que se limitan a mirarme
fijamente, la conciencia y la ira se agolpan en mis venas con un calor tan
intenso que resulta doloroso.
—Ella está aquí en algún lugar, ¿verdad? —Las imágenes, crudas y
viscerales, me inundan: Eva, atada y golpeada. Mejillas manchadas de
lágrimas, respiraciones rápidas, un cuchillo ensangrentado en su mano.
Con cicatrices y atormentada, pero todavía decidida a soportar mi peso y
a asegurarme que estaría bien. A pesar de todo lo que pasó, sólo se
preocupó por mí. Ese pensamiento me deja helado. Y ahora, al
imaginármela sola en algún lugar, me clava las garras en el pecho con
una intensidad tan violenta que mis nudillos se flexionan y sufren
espasmos.
Se me traba la mandíbula y aprieto los dientes.
—No me digas que has estado aquí durante Dios sabe cuánto tiempo
—hago una pausa, luchando por mantener la emoción en mi voz—,
esperando a que me despierte y no te has molestado en ver cómo está.
La culpa cruza la expresión de Vincent, fugaz pero evidente, mientras
los ojos de mamá se ensanchan y luego se estrechan.
—Nos informaron de que está en el ala infantil. Pero Easton, esa
niña... esa niña es lo último que debería preocuparte ahora mismo. ¡Casi
mueres, Easton! ¡De hecho, moriste, y tuvieron que resucitarte! Si no
hubiera sido por ella...
—Si no hubiera sido por ella —interrumpo lentamente, reprimiendo
la furia que me sube al pecho y que envuelve mis palabras en una
peligrosa advertencia—, no sabría lo que significa ser desinteresado.
Dios sabe que ustedes nunca me lo enseñaron.
Vincent cambia su peso de un pie a otro y mi madre se queda
boquiabierta.
—Cuando acogiste a Eva, se suponía que debías cuidarla. No tirarla
como un puto trozo de basura.
—Pero no lo hice. No lo hice. Perry iba a cuidar de ella. Lo sabes
perfectamente.
—¿Qué? —Vincent da un paso lento e intimidante hacia ella.
—¿Pensabas enviar a Eva con Perry?
—Bueno, yo…No me mires así. No actúes como si fueras el mejor
padre. Ni siquiera estabas en casa.
Mi corazón late con puños de hierro dentro de mi pecho, puños que
no sabía que podía convocar delante de mis padres, y las palabras,
respaldadas por un calor feroz y años de autocontrol, salen de mí sin
precaución.
—No fue suficiente cuando tenía trece años, no tenía hogar y se
moría de hambre, para que la trataras como un ser humano. Tampoco fue
suficiente cuando vivía bajo tu techo y se esforzaba por complacerte,
preparando obedientemente tu café y soportando tus comentarios
ignorantes. Y ahora, ahora que fue secuestrada y atacada, gracias al
conductor con el que la enviaste, ahora que casi muere, carajo, todavía no
es suficiente para que la trates con decencia, ¿verdad? ¿Para cualquiera
de ustedes? ¿Será alguna vez suficiente, o es que los dos están tan
ensimismados que nunca serán padres decentes? ¿Personas decentes?
Mis padres me miran fijamente, atónitos, con la boca entreabierta,
pero sin que salgan palabras. Nunca les había hablado así, y el cambio no
es sólo exterior. Por primera vez en casi diecinueve años, lo siento dentro
de mí, mi propia voz. Fuera de mis padres, de mis conexiones, de mis
expectativas, sólo yo y todo lo que represento.
Mi mirada sobre ellos es inquebrantable.
—¿Averiguaste al menos qué pasó con el tipo que la secuestró?
¿Acaso te importa, una mierda?
Vincent se aclara la garganta, su cuello se enrojece de una manera
que nunca he visto, y encuentra su voz primero.
—Por supuesto que sí. He hablado con los oficiales a cargo del caso.
Easton… Yo. . . No sé. . . No sé qué decir.
—¿Qué decir? —Mi madre mira de Vincent a mí—. Cariño,
considera las circunstancias…
—Di una palabra más, mamá. Di una palabra más para excusar el
modo en que papá y tú la habéis tratado, y juro por el puto Dios que
ninguno de los dos volverá a verme.
El silencio inunda la pequeña habitación del hospital y les envuelve
el cuello, sofocando su preciosa imagen. Los ojos de mi madre piden
clemencia, compasión, lo que sea que crea que les dejará libres de culpa,
pero el hecho es que solo hay una cosa que pueden decir ahora mismo, y
no es a mí a quien tienen que decírselo.
Toc, toc.
—Pase. —Mi mirada, imperturbable y desapasionada, se desliza
hacia la puerta, donde ha entrado una enfermera. Detrás de ella, los rizos
desordenados de Zach se balancean junto a Whitney mientras intenta
vislumbrar una vista mía.
La enfermera mira entre mis padres y yo, y luego ofrece una apretada
sonrisa. Supongo que la tensión es visible desde la puerta.
—¿Cómo te sientes? ¿Algún dolor?
—Estoy bien. ¿Cuánto tiempo falta para que pueda caminar?
—Será un poco más. Has perdido mucha sangre, y esa intravenosa de
ahí está ayudando a reemplazar parte de ella, junto con los fluidos y el
alivio del dolor. Sin embargo, tienes un par de visitas más si te apetece.
Sólo necesito comprobar tus signos vitales primero.
Asiento con la cabeza y bloqueo mentalmente a mis padres, que están
anormalmente nerviosos, mientras la enfermera realiza los movimientos
de forma robótica. Reprimo una mueca cuando me cambia el vendaje que
se extiende desde mi espalda hasta la caja torácica. Sólo ahora, mientras
los fríos instrumentos me palpan y comprueban los latidos del corazón, la
presión sanguínea y la temperatura, me doy cuenta de lo jodidamente
agotado que estoy. Gracias a los analgésicos, no me siento como si me
hubieran apuñalado o extirpado un riñón. Pero sólo el sueño será
suficiente para borrar la debilidad paralizante que agota mis músculos,
una sensación que supongo que se asemeja a la de haber sido atropellado
por un tren, y no hay manera de que vuelva a cerrar los ojos hasta que
encuentre una forma de ver a Eva.
Cuando la enfermera se va, deja que Zach y Whitney entren antes de
cerrar la puerta tras ella.
—Hola, señor y señora Rutherford. —La sonrisa de Whitney es
forzada mientras los saluda—. Gracias de nuevo por llamarme.
—Hola, Whitney —dice mi madre—. Zach.
—Hola. Quiero decir… Hola. —Zach inclina la barbilla y se inclina
lentamente por la cintura. Seguro que eso es una reverencia—. Buen día.
—Umm... —Whitney se muerde el interior de la mejilla—. Podemos
esperar, como, fuera de la puerta o algo así si todavía estás poniéndote al
día y eso.
—Eso sería maravilloso. Gracias...
—Hemos terminado. —Corté a mi madre, mirándola a ella y a
Vincent—. Vayan a comer algo, o lo que sea. Estoy empezando a sentir
un poco de náuseas.
Para dar crédito a mi madre, apenas se inmuta.
—En realidad, creo que vamos a pedir. Te vas a llevar una sorpresa si
crees por un minuto que te vamos a dejar solo en este estado. —Levanta
la barbilla—. ¿Qué te parece eso de ser un padre decente?
Mi mandíbula se mueve y miro a mi padre, que nunca ha parecido tan
inseguro o incómodo. Su forma rígida, vestida con un traje de Giorgio
Armani, colonia Le Labo y un pesado halo de pretensión de pies a cabeza,
me dice que ha venido aquí directamente del trabajo.
—Claro —digo, sin inmutarme—. Tal vez eso te dé ideas creativas
sobre todas las formas en que vas a compensar el trato que le has dado a
Eva.
La indignación nubla la mirada santurrona de mi madre, pero se
vuelve hacia Vincent, le da un empujón en el pecho y al instante
empiezan a discutir. Desplazo mi atención hacia Whitney y Zach. Sus
pasos son tímidos cuando se acercan a mi cama, y Whitney mira nerviosa
por encima del hombro, como si temiera que a mi madre le salieran
colmillos en cualquier momento.
—Tío —dice Zach cuando llega a mí—. He oído que te han
apuñalado. Como, mal.
Levanto una ceja y Whitney le da un codazo en la cintura.
—Zach —le regaña—. Un poco de sensibilidad no hace daño a nadie.
—Luego, se inclina hacia delante y susurra—: ¿Pero es verdad?
¿Realmente tomaste un cuchillo por Eva?
—Y perdió un riñón —añade Zach, sonriendo como un padre
orgulloso.
Los ojos de Whitney se abren de par en par y su susurro se convierte
en un chillido silencioso.
—¡Dios mío! Eso es realmente súper romántico. —Sus cejas se
arrugan, y luego me lanza una mirada fulminante—. Espera. Tenemos
que hablar de nuestro trato.
Suelto un suspiro impaciente y compruebo que mis padres siguen
discutiendo.
—Tengo que asegurarme de que Eva está bien.
—Claro que sí, tío. Ahora iremos a ver cómo está y te diremos.
—Voy a ir a verla. Ahora mismo.
—Eh...
Whitney me mira estupefacta mientras Zach se queda viendo las vías
intravenosas a cuestas en mi brazo.
—Estás bromeando —dice.
—Incluso si tus padres acceden mágicamente a dejarte salir de aquí
sin la aprobación del médico, cosa que no va a ocurrir, ¿cómo esperas
llegar al otro extremo del hospital en tu estado? Quiero decir, ¿te has
visto? Podrías desmayarte —sisea—. Si tienes tantas ganas de verla, haz
que venga a verte.
La irritación se me enrosca en el pecho, pero es inútil explicar algo
que nadie más podría entender. Como si no fuera suficiente que mis
padres, dos personas que se han desvivido por hacer que Eva se sienta
indeseada, estén atados a esta habitación, lo último que voy a hacer es
que ella salga de su cuarto vacío para buscarme. No puedo explicar cómo,
pero sé que necesita que me acerque a ella. Para demostrarle que ella
vale la pena. Que lo vale todo. Y mientras yo estoy aquí, rodeado de
caras conocidas, todas rebosantes de preocupación, Eva, que ha pasado
por el infierno y ha vuelto, piensa que no tiene a nadie. Pero me tiene a
mí. Siempre me tendrá a mí. Y, egoístamente, es la única persona que
necesito.
Aprieto la mandíbula, con los párpados bajados con resolución de
acero, y miro a Whitney y a Zach.
—Voy a ir con o sin vuestra ayuda. Pero sería mucho más fácil con
ella.
Zach suelta un silbido bajo.
—Me apunto, tío. Ya lo sabes.
La incredulidad pintada en la cara de Whitney no varía. Pero después
de que pasen unos instantes sin que mi resolución se doblegue, ella
resopla y sus ojos se entrecierran. Conozco esa mirada. Es la mirada que
pone cuando está planeando algo.
Antes de que me dé cuenta de lo que está haciendo, se pone una
mano en la cadera, gira sobre sus talones y dice:
—¡Sra. Rutherford! No puedo creer que se me haya olvidado
decírselo.
Mi madre deja de hablar a mitad de la frase y sus ojos se dirigen a los
de Whitney.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Es que... —Whitney se acerca a ella, con la voz baja y
conspiradora—. ¿Te has enterado de lo de Ruby?
—Oh. —Mi madre agita una mano despectiva en el aire—. Si te
refieres a ella y al jardinero, todos...
—Dios mío, realmente no lo sabes.—Whitney exhala un suspiro,
como si lo que ha estado guardando para sí misma fuera demasiado
grande para contenerlo por más tiempo—. Bueno, me encantaría
decírtelo, pero ahora no es el momento —mira a Vincent—, ni el lugar.
No te preocupes. Puede esperar hasta esta noche o mañana. Seguro que
para entonces sólo lo sabrán unas pocas personas más. —Esboza una
dulce sonrisa, vuelve a girar sobre sus talones y...
—¿Whitney? ¿Cariño?
Whitney nos guiña un ojo a mí y a Zach. Luego vuelve a mirar a mi
madre con inocencia.
—¿Sí?
Mi madre la acerca.
—Sólo será un momento, estoy segura. De todos modos, iba a salir a
tomar un café a la cafetería, así que Vincent se quedará aquí con Easton.
¿No es así, querido?
Él refunfuña y pone los ojos en blanco.
—De acuerdo, si insistes. —Whitney deja que mi madre la guíe fuera
de la habitación.
Se me acelera el pulso cuando desaparecen tras la puerta cerrada.
Estoy mucho más cerca de ver a Eva.
Miro a Zach y me pregunta:
—¿Seguro que estás preparado para esto?
—Nunca he estado más seguro.
Asiente con la cabeza, se inclina hacia delante y me pasa un brazo
por debajo de los hombros.
—Aquí vamos —murmura antes de ponerme de pie con cuidado—.
Mierda, pesas mucho.
Una oleada de mareo me ciega temporalmente y me agarro al bastón
de la intravenosa para estabilizarme.
—Vaya —dice Vincent, dando un paso vacilante en nuestra
dirección—. ¿A dónde crees que vas?
Cuando las náuseas disminuyen, encuentro su mirada incierta con la
mía, firme.
—A donde deberías haber ido hace mucho tiempo.
—Espera, sólo... espera. —Se pasa las manos por la cara. Nunca lo
había visto tan agotado—. Iré a verla si eso significa que te quedarás en
la cama.
Suelto un suspiro exasperado, mi agarre del poste se hace más fuerte.
—Demasiado tarde para eso. Tú y mamá no deben poner un pie cerca
de ella hasta que estén listos para rogar, y quiero decir rogar, por su
perdón.
Vincent coloca ambas manos en sus caderas y me lanza una mirada
severa.
—Easton. Aprecio lo que estás haciendo por ella, de verdad. Pero si
crees que voy a dejar que arriesgues tu recuperación…
—Papá. —La palabra es amarga en mi lengua, pero la fuerzo a
salir—. Eso es lo que estás haciendo aquí, ¿verdad? ¿Intentar ser mi
padre?
Traga, mira sus zapatos Ferragamo.
—Soy tu padre, Easton. Lo siento… Siento lo que dije antes, y siento
haberme ido después. —Su mirada vuelve a encontrarse con la mía, y la
sinceridad que suaviza la mirada es un puñetazo en mis entrañas—. No
era de ti de quien huía. Te lo prometo. Yo sólo... bueno, quiero que sepas
que estoy tratando de estar aquí ahora. Intento estar aquí para ti.
Se me hace un nudo en la garganta y Zach se aclara, cambiando su
peso bajo mi brazo.
—Si lo dices en serio —digo en voz baja—, me dejarás hacer esto.
Voy a verla con o sin tu apoyo. —Mis siguientes palabras pican con una
vulnerabilidad que desearía poder contener.
—Pero espero que me lo des de todos modos.
Desvía la mirada y sus labios se afinan.
Pasa un segundo, luego otro.
Una amarga decepción se desliza en mi pecho, junto a la familiar
punzada del rechazo, pero no me permito pensar en ello. Si Eva me
acepta, es más que suficiente. Inclino la barbilla hacia la puerta, y Zach y
el palo de la intravenosa alivian la mayor parte de mi peso mientras
caminamos.
La mano de Zach está en el pomo cuando la voz de Vincent nos
detiene.
—Easton. Espera.
Mi mandíbula se estremece, y después de un tiempo, miro detrás de
mí.
Sus hombros están caídos hacia delante, la corbata aflojada.
—Antes de que te vayas... al menos... al menos déjame contarte lo
que he averiguado sobre el caso.
Mi mirada se estrecha.
—Por favor. —Vincent da unos pasos hacia mí, y me pongo
ligeramente rígido, pero no lo detengo—. Tienes que saber... —Sus ojos
brillan con algo que no reconozco. Algo casi parecido al respeto.
—Tienes que saber lo que tú y Eva lograron.
Capítulo 42
Eva
Tumbada de lado, una lágrima resbala por mi mejilla y se posa en el
lirio invisible que mis dedos trazan en la sábana del hospital. Mis
movimientos son ociosos, memorizados por los innumerables bocetos de
mi cuaderno. El tenue zumbido que escapa de mis labios cerrados llena
el vacío que me rodea y alivia un trozo sagrado de mi corazón.
La enfermera que me gusta se ha ido por hoy, pero la señorita St.
Claire ha seguido controlándome como una buena terapeuta. Por lo visto,
lo decía en serio cuando dijo que estaría aquí por si cambiaba de opinión
respecto a necesitarla. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, hay algo
molesto y a la vez reconfortante en su terquedad. Ella realmente no va a
ninguna parte. Su lealtad me sería útil si pudiera convencerla de que me
lleve a la UCI.
Tal vez mis años de soledad me prepararon para este momento.
Encerrada en una sala clínica, atrapada por mis pensamientos y las
paredes estériles, preguntándome a dónde iré una vez que salga de aquí.
Evangeline, la chica que solía ser, ya habría volado de este gallinero,
recogido los pedazos y encontrado una nueva existencia abismal. Pero
Eva... ella está aquí, pasando el tiempo ociosamente, hasta que pueda ver
a un chico que le mostró lo que es ser deseado. Pertenecer. Si tan sólo
alguien me advirtiera que una vez llenado el vacío de mi corazón, el
vacío que sigue cuando es arrancado duele diez veces más.
¿Y si no está bien? ¿Y si...? Mis pulmones se contraen y me limpio
las mejillas.
Para.
No pienses en eso.
He sobrevivido mucho. Demasiadas cosas. Pero no sobreviviría a un
mundo sin Easton.
Una conmoción amortiguada en el pasillo me detiene la mano. Se
filtran voces bajas y, cuando oigo girar el pomo, miro por encima del
hombro.
La puerta se abre para chocar con la pared y aparece Easton. Un
desorden de personas le sigue, pero él es todo lo que puedo ver. Su pecho
sube y baja rápidamente, arriba y abajo, agarrando su bastón intravenoso.
Tiene la piel demacrada y el cabello oscuro revuelto. Esa cálida mirada
de whisky, firme con determinación, envuelve mi pecho y lo aprieta.
Mi corazón late, late, late con el nuevo torrente de lágrimas que se
desliza por mis mejillas.
Él está bien.
Está realmente bien.
Da un solo paso en la habitación, su ancha forma bloquea la vista de
los demás, y su acalorada presencia impregna mi piel, filtrándose en mis
poros.
—Easton. —El susurro roto aún está en mis labios cuando salto de la
cama y me estrello contra él, rodeándolo con mis brazos.
Gruñe ante el impacto, los músculos se tensan, y el pánico de haberle
hecho daño se apodera de mí. Pero cuando intento apartarme, un brazo
fuerte me rodea la cintura y me aprieta más contra él. Vagamente percibo
el cierre de la puerta, que amortigua las voces de las discusiones,
mientras sus nudillos me levantan la barbilla hasta que mi mirada se
encuentra con la suya. Mi respiración se acelera ante su mirada. Ojos
suaves y a la vez fervientes, y rebosantes de algo que no entiendo.
—¿Qué... qué haces aquí? —Mis lágrimas se intensifican al asimilar
las intravenosas, su piel pálida, su respiración entrecortada—. ¿Estás
loco? Deberías estar descansando.
Agacha la cabeza, separa mis labios con un lento movimiento de su
lengua y me besa profundamente. Mis lágrimas fluyen con más fuerza
mientras él toma mi boca con largas y deliberadas caricias.
Se ha levantado.
El beso es apasionado, sin aliento y aleccionador, con urgencia en
cada tirón, mordisco y caricia.
Se ha levantado por mí.
Un temblor me sacude, y me abruman las emociones, el dolor,
aferrando mi corazón. Se supone que el alivio no debe doler y, sin
embargo, incluso mientras lo abrazo, mientras él me abraza, el miedo a
lo que podría haberle ocurrido me paraliza. ¿Es esto lo que se siente al
amar a alguien? ¿Es este el precio que tengo que pagar por encontrar algo
que nunca debió ser mío?
Se aleja de mis labios para dejar un rastro de suaves besos a lo largo
de mi mandíbula y mi mejilla. Sus labios borran mis lágrimas y las
sustituye por caricias tranquilizadoras.
—Shhh. —Me acuna, pero no puedo dejar de temblar—. No llores.
—Pero… ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? Pensé... pensé... y no pude
hacer nada...
Su pulgar recorre mi inestable labio inferior. Su nuez de Adán sube y
baja, la voz ronca cuando pregunta:
—¿Estabas preocupada por mí?
Cierro los ojos brevemente y se me escapa una exhalación
entrecortada.
—Por supuesto, estaba preocupada. ¿Y si...? ¿Y si no volvías? ¿Y si
morías? ¿Por mi culpa? ¿Qué haría entonces? ¿Cómo me despertaría
mañana?
Sus labios se levantan en una esquina, luego bajan de nuevo, y sus
ojos... sus ojos son tan serios.
—Menos mal que no me he muerto entonces. —Es un susurro áspero,
y sólo hace que mis pulmones se contraigan más.
—Cállate. —Me limpio la nariz con el dorso de la mano—. No
bromees con eso. Nunca... —Trago saliva y desvío la mirada—. Nunca
he estado tan jodidamente asustada.
Suelta un suspiro, frunce las cejas y me estudia con tanta atención
que se me revuelven las entrañas. En el silencio que se extiende, el
miedo me sube por el pecho y me cierra la garganta.
He dicho demasiado.
Me preocupo demasiado.
Me duele demasiado.
Justo cuando empiezo a apartarme, a rechazarlo antes de que él pueda
rechazarme, me atrae hacia su pecho y me aprieta con fuerza. Su corazón
late tan rápido contra mi oído, su presencia se enrosca a mi alrededor con
algo tranquilo, estable y hermoso, y su agarre se niega a dejarme ir.
Sollozo contra él.
Se estremece ligeramente e inhala profundamente.
—No dejes que me echen, Easton. No quiero irme. —Me oigo
suplicar, amortiguada en su bata de hospital—. Quiero quedarme contigo.
Sueno como una niña pequeña, como alguien rota, en lugar de la
superviviente que ahora sé que soy, pero ni siquiera me importa. Porque
Easton no ve a alguien roto cuando me mira. La fuerza que ve en mí me
da el coraje para tener miedo, y lo digo en serio: Quiero quedarme con él
para siempre.
—Nadie te va a mandar a ningún sitio. —Sus brazos me rodean con
fuerza—. Ve donde quieras, Eva —dice con brusquedad—, y donde sea,
yo también iré. Te seguiré. Te seguiré a cualquier parte.
Mis ojos se cierran de golpe. No puedo respirar con tanta emoción. Si
lloro más, estoy segura de que inundaré el hospital.
—¿Adónde sea?
—A cualquier sitio.
Respiro. Trago
—De acuerdo. —Me muevo ligeramente, y él afloja su agarre lo
suficiente para que me meta debajo de uno de sus hombros e intente
dirigirlo hacia la salida. Tiro, pero no se mueve. Mierda, pesa mucho. Le
miro.
Él levanta una ceja.
—¿Qué estás haciendo?
Vuelvo a tirar de él y esta vez me deja que le haga avanzar un paso.
—Dijiste... —otro paso— en cualquier lugar. —Suelto un suspiro y
miro hacia arriba para encontrar sus ojos nublados con oscura diversión.
Lo fulmino con la mirada—. Podrías ser un poco más gentil.
Sus labios se mueven perezosamente. Apoya la mayor parte de su
peso en el palo de la intravenosa y da el último paso hacia la puerta,
luego se queda callado mientras yo giro el pomo y la abro. Claire, Zach,
un pequeño grupo de enfermeras y Bridget, que se queda boquiabierta al
ver que prácticamente saco a Easton de la habitación. Zach saluda con la
cabeza y luego lanza a Easton una mirada inquisitiva. Easton levanta
despreocupadamente un hombro y me sigue con devoción a través del
pasillo de rostros que se separan.
Sus labios me tocan la oreja, con una voz baja y ronca que me recorre
la espina dorsal.
—¿Me vas a decir a dónde vamos o es una sorpresa?
—Depende —respiro, con los ojos entrecerrados en los carteles del
final del pasillo cuando nos acercamos a ellos. Él está poniendo una
mínima fracción de peso sobre mí, y todavía se siente como si estuviera
cargando un árbol sobre mi hombro—. ¿Te gustan las sorpresas?
Algo serio y pesado se mezcla con su voz rasposa.
—Me encantan.
Las mariposas me aprietan el estómago. Estoy segura de que eso no
debía sonar así.
—Bien. Entonces es una sorpresa. Aunque debo advertirte que es
poco ortodoxo, exigente y un poco sucio.
Giro la cabeza para mirarle, esperando encontrar una expresión
juguetona. En lugar de eso, me encuentro con una mirada oscura, de ojos
pesados, que se posa en mi estómago, y no tiene nada de juguetón.
Trago saliva y desvió mi atención hacia el frente. Su mirada me
calienta el costado de la cara, y si no deja de mirarme así, voy a
conseguir que nos perdamos antes de saber a dónde ir. Finalmente, le
hago subir al ascensor y a la UCI.
Me asomo para ver que sigue mirándome y me aclaro la garganta.
—¿Qué número de habitación?
La confusión pasa por sus ojos. Se separa de mí para mirar a su
alrededor y, cuando se da cuenta de dónde estamos, estrecha su mirada
hacia mí.
—Has dicho que en cualquier sitio —sonrío dulcemente—. ¡Tah-dah!
Antes de que pueda responder, un hombre con un traje elegante sale
de la habitación frente a nosotros. Mis labios se separan.
—Sr. Rutherford...
Me hace un gesto brusco con la cabeza, mira hacia otro lado y vuelve
a mirarme.
—Eva. Estoy... ¿Cómo estás?
Lo miro fijamente y él sacude la cabeza y se frota la frente.
—Lo siento —murmura—. Pregunta estúpida. Gracias. Gracias por
traer a mi hijo de vuelta.
Levanto la vista y le dirijo a Easton una mirada interrogativa para ver
si le parece bien. No sé por qué no esperaba que Vincent estuviera
esperando en su habitación. La enfermera me dijo que estaban aquí y vi a
Bridget abajo. Que no hayan venido a verme no significa que no quieran
ver a su propio hijo.
Los ojos de Easton se posan suavemente en los míos y dice en voz
baja:
—Está bien. —Luego, su aliento está en mi mejilla y susurra:— No
dejaré que te hagan más daño.
Me tiemblan los labios y me los muerdo para no volver a llorar. Sin
embargo, una única y estúpida lágrima consigue escapar. Durante toda
mi vida, he deseado escuchar esas palabras.
Me levanta la barbilla con el pulgar, entrecerrando los ojos mientras
inspecciona mi cara.
—¿Confías en mí?
Trago saliva. Asiente con la cabeza.
—Bien.
Inspira profundamente y, cuando suelta el aire, lo exhala con
dificultad. Un dolor me atraviesa el corazón mientras lo observo. Deslizo
mi mano en la suya y la aprieto.
No te preocupes. Tampoco dejaré que te hagan más daño.
Esta vez, cuando camina, me agarra con firmeza, como si se
asegurara de que no le voy a dejar. Como si alguna vez pudiera dejarle.
Siguiendo a Vincent, llegamos a la habitación de Easton, que gime de
dolor mientras le ayudo a bajar a la cama. Cuando por fin está tumbado,
respira con dificultad y cierra los ojos. Se me revuelve el estómago al ver
su aspecto débil y agotado. Oh, Dios. ¿Qué he hecho? ¿Dejarle hacer
todo ese camino por mí? ¿Qué tan difícil debe haber sido para él fingir,
por mí, que cada paso no era una tortura? Me duele el pecho, y desearía
haber sido yo la que se escabullera de mi habitación y lo encontrara.
Nunca pensé… Nunca pensé que él haría eso… y por mí. Me lloran los
ojos, pero parpadeo para alejar las lágrimas.
No más llanto.
Ahora no.
He sobrevivido a este jodido día, Easton está bien y no tengo que
dejarlo. Como si me leyera la mente, con los ojos aún cerrados, me da un
suave apretón en la mano y, por primera vez en mucho tiempo, sonrío. Al
cabo de unos instantes, su respiración se ralentiza y su agarre alrededor
de mis dedos se afloja ligeramente mientras se desvanece.
Se oye un carraspeo detrás de mí.
Me giro y veo a Vincent sentado en el sofá de las visitas. Mis ojos se
estrechan al ver su cabello claro, normalmente engominado, que ahora
apunta en todas direcciones, su corbata aflojada y su camisa de vestir
parcialmente desabrochada. Ha elegido un buen momento para decidir
ser padre.
Me mira a mí y a Easton, y luego a nuestras manos entrelazadas.
—¿Cuánto tiempo? —pregunta—. ¿Cuánto tiempo hace que ustedes
dos...? —Se mueve en el sofá—. Bueno, ¿desde esto?
Arqueo una ceja.
—Más tiempo del que llevas actuando como su padre.
Inclina la barbilla.
—Me lo merecía.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto—. ¿Por qué volver ahora, cuando
te ha necesitado durante tanto tiempo?
Vincent cierra los ojos. Cuando los abre de nuevo, está tan agobiado
que parece haber envejecido diez años.
—Porque, hayamos elegido este camino o no, soy su padre. Estar
fuera... estar fuera durante un tiempo, y luego recibir la llamada sobre lo
que ha pasado hoy... —Sacude la cabeza y, como si no pudiera
sorprenderme más, sus labios tiemblan antes de estabilizarse—. Sé que
tengo mucho que compensar, pero es mi hijo. Y voy a solucionarlo. De
alguna manera.
Le observo durante un largo rato. Lo veo sudar, retorcerse, luchar
bajo mi escrutinio. Pero sobre todo... sobre todo, observo cómo mira a
Easton. No sé si es posible que alguien tan emocionalmente distante
como Vincent cambie. No sé si es posible que le dé a Easton el tipo de
amor paternal que se merece. Pero tampoco creo haber visto nunca tanto
arrepentimiento en la cara de una persona. Es curioso cómo la amenaza
de la muerte nos hace recordar cómo amar.
—Me alegro —susurro finalmente, atrayendo la mirada de Vincent
hacia la mía.
Ayer, si estuviera frente a cualquiera de las personas que eligieron
adoptarme, habría encerrado cualquiera de mis pensamientos y tirado la
llave. Pero ya no necesito su aprobación. Tengo la mía propia.
—Me alegro de que estés aquí —continúo—. Pero Vincent... si le
haces daño ahora, si lo vuelves a ilusionar solo para alejarte de nuevo, lo
juro. —Todos los caminos infernales a los que he sido arrastrada y de los
que he luchado para salir se filtran en mi voz con una punzada de peligro
que ni siquiera yo reconozco—. Te cazaré y haré de tu vida un infierno.
Créeme, sé exactamente lo que es el infierno, y se necesitan unas pelotas
mucho más grandes que las tuyas para sobrevivir a él.
Durante unos segundos, no dice nada. Creo que lo he dejado atónito.
Entonces, se aclara la garganta. Levanta las cejas.
—Bueno, creo que te he subestimado. Estoy seguro de que no
volverá a ocurrir.
Gruñe, y podría jurar que un parpadeo de diversión se mezcla con la
sorpresa en su rostro.
—En efecto, no lo hará.
Nos miramos fijamente durante un rato, con una extraña especie de
entendimiento entre nosotros. Hasta que la puerta se abre.
—¡Oh! —El grito de Bridget se silencia por el bien de Easton—. Está
claro que ese paseo hasta tu habitación ha sido demasiado. Míralo, está
inconsciente. —Se acerca a mí a grandes zancadas, con los tacones
haciendo clic, clic, clic sobre el linóleo. Sus ojos se abren de par en par
cuando se posan en nuestras manos entrelazadas—. No. No, esto no está
pasando. Esto no puede pasar. ¿Qué dirá la gente? Tú... tú eres su
hermana.
—Sólo por adopción. Una adopción que voy a cancelar.
Ella se burla.
—No puedes cancelar una adopción.
—Oh. —Desvío la mirada, me muerdo el labio, pensando.
—Entonces, como sea que se llame cuando rompes los lazos legales
con tu familia. Lo estoy haciendo.
—¿Emancipación? —Sugiere Vincent, y Bridget y yo le miramos. Él
se encoge de hombros—. ¿Qué? Así es como se llama, ¿no?
—Sí. Lo estoy haciendo. —Me sonrojo cuando dirigen su atención
hacia mí. Es dolorosamente obvio que no sé de qué estoy hablando, pero
no voy a dejar que me intimiden. Enderezo mi postura—. Todavía lo
estoy investigando.
Bridget se pone una mano en la cadera.
—¿Y dónde vas a vivir?
—¿Qué diferencia hay para ti? ¿Acaso la casa del tío Perry no está lo
suficientemente lejos de tu torre de marfil?
Por un momento fugaz, Bridget tiene la decencia de parecer
debidamente amonestada.
—No creas que voy a dejar que te quedes con él ahora.
—¿Dejarme? —Me río, con un sonido amargo—. No tienes que
dejarme hacer nada. A partir de este momento, soy libre de ti, Bridget.
De los dos. —Esta vez, la media carcajada que se me escapa está rota por
la emoción. Me escuecen los ojos, pero de la mejor manera—. Soy libre
—repito, casi sin poder creerlo. La claridad se filtra en mis pulmones
como el oxígeno.
Elijo la libertad.
Un cálido pulgar me acaricia el dorso de la mano y miro hacia la
cama para encontrarme con los ojos cansados de Easton. Parpadea
lentamente, y el whisky que hay detrás de esa mirada de ojos pesados
arde con fuerza. Tan brillante que enciende un fuego en la boca del
estómago. Su agarre se estrecha alrededor de mi mano y trago saliva,
dejando caer otra lágrima. La última, me prometo. Es la última.
—¿Cariño? —Bridget se acerca, pero la atención de Easton está
absorta en mí—. Cariño, ¿estás bien? ¿Necesitas más trozos de hielo?
¿Necesitas a la enfermera? Voy a buscar a la enfermera.
Lentamente, arrastra su mirada hacia la de su madre.
—Vete —dice bruscamente—. Por favor, vete.
—¿Qué? ¿Yo? Pero… pero…
—Has venido, has visto. Lo hiciste bien, mamá. Ahora, por favor,
vete.
—Yo… —Ella levanta la mano y toca las perlas alrededor de su
cuello—. ¿Lo hice bien? ¿Vincent? —Ella mira por encima de su
hombro—. ¿Has oído eso? Soy una buena madre.
Prácticamente puedo oír los ojos de Vincent rodando.
—No es exactamente lo que ha dicho —gruñe, el sofá cruje bajo su
peso mientras se levanta. Se acerca a Bridget, le pone una mano en la
parte baja de la espalda y la dirige hacia la salida—. Creo que tus oídos
sólo funcionan en un sentido.
—¿Qué significa eso? No es una expresión.
—Debería serlo.
—No puedes inventarte expresiones.
Desaparecen por la puerta y lo último que oigo es un refunfuño:
—Señor, dame fuerzas.
No puedo evitarlo. Me río. Una risa de verdad. ¿Quién iba a pensar
que los dos podrían divertirme? Cuando me vuelvo hacia Easton, me está
mirando, con una pequeña sonrisa en los labios. Una ráfaga de calor me
recorre, encendiendo mis mejillas como sólo Easton puede hacerlo.
Me meto un mechón de cabello detrás de la oreja y desvío la mirada.
—¿Qué?
—Tú —dice con crudeza—. Eres jodidamente hermosa.
Me late el corazón y vuelvo a mirarle lentamente. Sacudo la cabeza.
—Para. No digas eso.
—¿Por qué no?
—Porque... —Tengo la garganta tan espesa que apenas puedo
hablar—. Porque si lo dices lo suficiente... podría empezar a creerte.
—Eres preciosa.
Pongo los ojos en blanco y trato de apartar la mirada, pero él me coge
la barbilla con sus suaves dedos.
—Eres preciosa.
Vuelvo a sacudir la cabeza, como si el movimiento pudiera hacer que
se detuviera.
—Easton. —Mi voz se quiebra, ahogando la débil súplica—. Para.
Por favor.
—Eres hermosa, Eva. El tipo de belleza que hace que el corazón se
me salga del puto pecho. —Como para demostrarlo, lleva mi mano a su
pecho y aplana mi palma sobre su fina bata—. ¿No lo sientes?
Bum-bum.
Bum-bum.
Bum-bum.
Asiento con la cabeza, pero también estoy llorando, y él me lleva
suavemente a la cama hasta que me tumba en el cálido y reconfortante
hueco de su brazo. Sus dedos me acarician el cabello, su aliento me roza
la mejilla y, esta vez, cuando susurra:
—Eres preciosa. —Las palabras se deslizan por mi piel como un
satén bañado en miel.
Cierro los ojos y sollozo en su pecho, el pecho que late por mí.
—Eres hermosa. —Lo repite una y otra vez, una nana rítmica que no
sabía que podía existir para mí. Al final, cuando empiezo a caer en la
calma del sueño, el susurro ya no suena como palabras. Es el lento
rasgueo de la guitarra de Easton. La suave voz de mi madre tarareando
para que me duerma. La sensación de mi propia sonrisa en mis labios.
Y es hermoso.
Capítulo 43
Eva
La conciencia se agita con el suave chasquido de un teclado. Mis ojos
se abren a una habitación oscura y a la espalda de un enfermero,
iluminada por el suave resplandor de la pantalla del ordenador mientras
escribe. Parpadeo. Es de noche. Poco a poco, me doy cuenta de que el
brazo de Easton me cubre la cintura. Estamos juntos en su cama de
hospital, con su estómago subiendo y bajando contra mi espalda con
fuertes respiraciones. Mis labios se curvan en una suave sonrisa y deslizo
mis dedos entre los suyos.
El enfermero pulsa un último botón y empieza a marcharse, pero en
su camino hacia la salida echa un vistazo por encima del hombro para
ver cómo está Easton. Se detiene cuando me ve despierta.
—Eva, ¿verdad? —pregunta en voz baja.
Asiento con la cabeza.
—Tengo algo para ti. —Vuelve a acercarse al ordenador y coge una
pequeña tarjeta blanca que hay junto a él, luego me la entrega—. Por si la
necesitas.
Tomo la tarjeta y el enfermero inclina la barbilla en señal de
agradecimiento antes de salir de la habitación. Miro hacia abajo y
encuentro los datos de la Srta. St. Claire en una sencilla letra negra.
Pongo los ojos en blanco.
—No la necesitaré —susurro para mí. Pero tampoco me atrevo a
soltarla. Trago saliva, agarro la tarjeta y la hago girar entre mis dedos. Y
entonces vislumbro algo. Una escritura desordenada en el reverso de la
tarjeta. No es un manuscrito desordenado de cualquiera, sino de
Alejandro.
Me levanto de golpe, con los ojos abiertos por el mensaje.
Orgulloso de ti.
Vivirá lo suficiente para que te enfrentes a él en el tribunal y lo
envíes a la cárcel. Quiero ver su cara cuando se dé cuenta de que eres tú
quien lo ha metido ahí. Pero una vez que esté entre rejas, todo vale.
Mis labios se separan para soltar un suspiro de incredulidad y,
cuando vuelvo a leer la nota, no puedo evitar la pequeña risa que se me
escapa. ¿Cómo demonios se ha colado en el hospital sin que se den
cuenta? Por lo visto, mi primo tiene gente por todas partes.
La cama se mueve a mi lado y miro a Easton. Sus ojos están cargados
de sueño cuando se abren.
—Eva —dice roncamente antes de pasarse la palma de la mano por la
desordenada cabellera y por la cara.
—¿Cuánto tiempo llevas despierta?
Le doy la tarjeta y veo cómo la lee.
Sus labios se mueven y sacude la cabeza.
—Espera. —Mis ojos se entrecierran ante su expresión
perezosamente divertida—. ¿Qué sabes tú que yo no sepa?
—¿Seguro que quieres la respuesta a eso? —Arquea una ceja y esa
única mirada de ojos pesados me hace sentir un calor líquido. Incluso
con una bata de hospital, es jodidamente sexy.
Levanto la barbilla.
—Ahora sí.
Se ríe suavemente.
—Muy bien. Paul... va a pasar un tiempo antes de que se acostumbre
a caminar, o a orinar, de nuevo.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué le hizo exactamente mi primo?
La mandíbula de Easton se tensa, pero hay un cambio repentino en su
expresión. Su mirada es tan oscura que un escalofrío se desliza por mi
columna vertebral. Al cabo de un rato, se sacude lo que sea el
pensamiento y dice:
—Lo único que importa ahora es que no tengas que preocuparte por
él nunca más.
—Quiero saber qué hizo mi primo —digo, e incluso me sorprende la
firmeza de mi voz—. Necesito saberlo, Easton. Por favor, dímelo.
Me estudia durante una eternidad. Cuando no cambio de opinión,
suelta un suspiro y se pasa una mano por el cabello.
—Mierda. Está bien. Alejandro le cortó el miembro y lo quemó.
Se me cae la mandíbula.
—¿Qué...? Pero... ¿no se desangró?
Easton hace una mueca y mira hacia otro lado, como si su siguiente
respuesta pudiera darle asco.
—Ah, no. Estuvo a punto de morir, dos veces, pero Alejandro detuvo
la hemorragia de ambas heridas y lo trajo de vuelta para que pudiera
verlo todo. —Levanta las cejas—. Al parecer, Paul lloró como un bebé
antes de desmayarse.
—Él... él... —Sacudo la cabeza, imaginándolo. La imagen es tan
visceral que me produce un violento estremecimiento de satisfacción.
Alejandro tenía un apodo para los hombres que se aprovechan de las
mujeres: SPD, también conocido como Síndrome del Pene Diminuto. Es
infantil y estúpido, pero unido a semejante castigo, me provoca una
extraña sonrisa de satisfacción—. Mi primo retorcido —susurro con
cariño—. Es el mejor.
—Hay más —dice Easton, haciendo una mueca mientras empieza a
incorporarse.
—Easton. —Le regaño, instándole a volver a sentarse con una mano
en el pecho—. Tienen botones para eso.
Se ríe, un sonido profundo y áspero que me sube el calor por el
cuello y las mejillas.
—¿Qué? —Presiono la flecha azul que apunta hacia arriba y permito
que la cama lo eleve hasta una posición sentada.
Sus labios se crispan y el "nada" que dice parece cualquier cosa
menos eso.
Estoy a punto de presionarlo cuando algo se me cruza en la mente y
la alarma recorre mi columna vertebral.
—¿Cómo sabes lo que hizo Alejandro? ¿Quién te lo dijo?
—Vincent. Habló con algunos de los agentes que trabajan en el caso.
El miedo y la culpa se entrelazan en un nudo en la base de mi
garganta, y recuerdo las palabras de Alejandro antes de salir del
apartamento: Sabrán que estuve aquí. Me aseguraré de ello.
—Dios mío —trago saliva, pero el nudo solo se hace más grueso—.
Saben que estuvo allí. —¿Qué he hecho?
Easton me toca la barbilla, guía mi atención de nuevo a su mirada
firme.
—Oye —dice suavemente—. Alejandro está bien.
Mi pulso se ralentiza ligeramente ante la certeza de su voz.
—No se molestó en ocultar las pruebas, así que, sí, saben que estuvo
allí, pero no tienen ni idea de cómo localizarlo. Tu primo es un fantasma
desde hace años, Eva. —Sostiene la tarjeta con el garabato de Alejandro
como si fuera una prueba y dice—: Sabe mantenerse invisible.
Las palabras se hunden y me tranquilizan. Easton tiene razón.
Alejandro ha permanecido fuera del radar durante todo este tiempo y,
desde que salió de la cárcel, sé que ha estado involucrado en delitos
peores que cortarle el miembro a un violador. Todo esto pasará, y una
vez que lo haga, volverá a ser un fantasma. Siempre y cuando deje de
hacer estupideces como colar notas en hospitales llenos de policías.
—De acuerdo —digo finalmente, soltando un suspiro—. Estoy lista
para escuchar el resto.
Él asiente una vez.
—Vincent me dijo que el FBI ha tenido los ojos puestos en la
operación de Paul durante años, pero que necesitaban más pruebas. Le
convencieron de inculparse y hacer un trato, y resulta que la operación es
mucho más grande que Paul y su gente. La redada va a ser enorme. —
Los ojos de whisky se posan en los míos, más ardientes que el fuego y
teñidos de algo más dulce que la reverencia—. ¿Sabes lo que eso
significa? No sólo detuviste a Paul, sino que ayudaste a salvar a miles de
personas. Eres una heroína, Eva.
Una exhalación temblorosa sale de mis labios separados. Otras
mujeres, niños. Niñas separadas de sus madres. Gente que ha pasado por
lo mismo que yo, o peor, y muchos que no tuvieron la misma suerte de
escapar la primera noche.
Cuando estaba sola en mi habitación del hospital con demasiado
tiempo para pensar, hubo un momento en que el resentimiento se coló
como una semilla tóxica. Resentimiento por haber sido yo quien detuvo a
Paul. ¿Por qué no pudo detenerlo otra persona? ¿Por qué no podía
alguien haberme salvado a mí, y a mi madre, hace mucho tiempo? ¿Por
qué tuve que ser yo?
Pero entonces pienso en la forma en que me enfrenté a Bridget y
Vincent, en la certeza que nunca antes había tenido creciendo en mi voz,
en la cerrazón floreciendo en mi corazón como los primeros signos de
vida. No sé si el resentimiento desaparecerá por completo, pero con cada
momento que pasa, se reduce un poco más, sustituido por algo que se
parece mucho al orgullo. Cuando estaba atada en ese dormitorio, nunca
imaginé que llegaría a este punto. Me estremezco al recordarlo, al
sentirme tan indefensa, y la tristeza me invade. Sabía exactamente cómo
fastidiarme la cabeza. Para cuando Easton irrumpió y me desató, era una
cáscara de mí misma.
La duda se filtra en mi mente mientras miró fijamente a Easton, a la
forma en que me mira con un respeto sin filtros. Sacudo la cabeza, con
voz inestable.
—Estaba tan perdida cuando entraste en esa habitación. No habría
ayudado a nadie si no fuera por ti.
Sus ojos se oscurecen al recordarlo, pero cuando roza una lágrima de
mi mejilla con el pulgar, se suavizan un poco.
—Habrías luchado pase lo que pase, Eva. Yo sólo aceleré el proceso.
La convicción resuena detrás de las palabras, y asiento con la cabeza,
con otra lágrima deslizándose. Tiene razón. Soy una luchadora. Y él me
ayudó a descubrirlo. Mi corazón se hincha y se calienta. Me inclino hacia
él y le doy las gracias de la única manera que quiero. Lo beso.
Capítulo 44
Easton
De pie en el pasillo del ala infantil, mis dedos golpean la pared en la
que me apoyo, con los ojos fijos en la puerta cerrada que tengo enfrente.
Eva no vaciló cuando dijo que estaba dispuesta a hablar con la policía,
pero ya lleva cuarenta y dos minutos en su habitación con ellos. Un
ligero sudor me recorre la piel mientras espero. No debería tardar tanto,
¿verdad?
La puerta se abre y me empujo contra la pared.
Mi madre sale y cierra la puerta tras ella. Cuando se pone frente a mí,
su piel está más pálida que nunca. Incluso sus ojos son fantasmales.
—¿Dónde está Eva? —pregunto, mirando la puerta cerrada.
Mi madre aprieta su collar de perlas.
—Ella... está terminando. Me han disculpado un momento. —Sus
ojos se centran en mí y frunce el ceño—. ¿Qué estás haciendo aquí? Se
supone que no deberías estar fuera de la cama.
—Estoy bien —exhalo un poco de aire y me paso los dedos por el
cabello—. Descansaré más tarde.
—No seas ridículo. —Mira la puerta que nos separa de Eva y se
estremece—. Creo que Eva ha demostrado que puede cuidar de sí misma.
Arqueo una ceja. Eso es lo más decente que ha dicho mi madre sobre
ella.
—De todos modos, necesito hablar contigo. —Mira a una enfermera
que empuja a un niño en silla de ruedas junto a nosotros, y luego a unos
padres que hablan en voz baja unas puertas más abajo—. A solas. Deja
que te acompañe a tu habitación.
—Podemos hablar aquí.
Ella traga saliva y mira hacia otro lado.
—No, no podemos.
Mis cejas se fruncen mientras observo a mi madre. El visible
malestar que la recorre.
—¿Qué pasa?
Ella escudriña la zona y su mirada se ilumina cuando se posa en una
habitación vacía a pocos pasos.
—Perfecto, ¿ves? Esa habitación está lo suficientemente cerca como
para que puedas oír a Eva si sale. —Tocando mi brazo, me empuja hacia
la puerta abierta, pero cuando no me muevo, suspira—. Easton. —Sus
ojos se cierran brevemente—. Necesito un momento a solas contigo. Por
favor. No es mucho pedir, ¿verdad?
Nunca he visto a mi madre tan expuesta. No sé por qué me parece un
truco. Trabajando la mandíbula, murmuro.
—Dos minutos. —Ella asiente antes de llevarme a la habitación.
Se sienta en el sofá de las visitas mientras yo me quedo junto a la
puerta, apoyado de nuevo en la pared, para asegurarme que no echaré de
menos a Eva. Cuando mi madre me mira y aparentemente se da cuenta
de que no me voy a acercar, inhala profundamente, se levanta y se acerca
a mí.
Mis ojos se entrecierran mientras ella rebusca en su bolso y saca su
teléfono.
Mira por un momento y se detiene. Algo que no reconozco pasa por
sus ojos antes que levante la pantalla.
—Mira esto.
Es una foto de una chica quizá unos años mayor que yo. Un hombre
está de pie detrás de ella, con ambos brazos enroscados alrededor de su
cintura, y sonríe contra su cabello mientras los mechones despeinados le
azotan la cara.
—¿Qué pasa con ella?
—¿De verdad no reconoces a tus propios padres? —Ella vuelve a
mirar la pantalla, mordiéndose el interior de la mejilla—. Supongo que
una diferencia de veintinueve años haría que cualquiera fuera difícil de
reconocer. De todos modos, no es eso lo que quería mostrarte.
Se desplaza de nuevo y finalmente se detiene en otra foto, esta de un
bebé en un hospital. Mis padres se ciernen sobre el recién nacido, la
frente de mi padre apoyada en la de mi madre, y la sonrisa de Isaac, de
tres años, es tan brillante como para cegarme mientras se ríe en la cama
del hospital.
El trago me quema la garganta.
—Eras un bebé precioso —susurra mi madre, trazando los bordes de
la foto con una uña roja—. Perfecto.
Cierro los ojos y fuerzo la presión en mi pecho para que disminuya.
—¿Por qué me las enseñas?
—Mi madre tuvo un caso grave de depresión posparto. Nunca supo
cómo conectar con sus hijos ni cómo amarlos. Admito que no ha sido
fácil aprender a ser una buena madre cuando nunca tuve una propia. —
Levanta un hombro, frunciendo las cejas, y mira fijamente la foto en la
pantalla—. O tal vez nunca desarrollé ese gen. El gen de la madre. —
Cuando me devuelve la mirada, es sorprendentemente transparente.
—Tuve hijos por Vincent, ¿sabes? —Pone los ojos en blanco—. Qué
maravilloso resultó eso.
No sé qué decir. Lo que ella espera. Es la primera vez en mi vida que
me dice algo personal, y no quiero callarla diciendo algo equivocado.
—Puede que esto te sorprenda, pero cuando era niña, tracé toda mi
vida.
—En realidad...
Ella levanta la palma de la mano, deteniéndome.
—Lo sé. Es fácil imaginar una versión más despreocupada y joven de
mí, pero la verdad es que decidí hace mucho tiempo cómo sería mi futuro.
Me convertiría en la esposa perfecta, en la casa perfecta, con una vida
perfecta —Sus dedos son inestables mientras acarician las perlas de su
cuello—. Resulta que esas cosas son más fáciles de decir que de hacer.
Mi voz es tranquila pero áspera cuando digo:
—Bueno, tienes la casa perfecta.
Ella se ríe secamente.
—Sí, bueno, he trabajado mucho para conseguirla. Y creo que... si
trabajo lo suficiente... Creo que podría ser una madre decente. —
Mantiene la cabeza alta—. Rstoy dispuesta a intentarlo de todos modos.
Y a la luz de eso, hay una última foto que necesito mostrarte.
—Mamá. —Me aprieto la nuca—. No tienes que hacer esto.
—¿Hacer qué?
—Esto. Sé que no es fácil para ti, y si te sientes culpable o lo que sea.
—Creo que acabamos de cubrir que mi corazón es de piedra, Easton.
Estoy bien. —Baja la mirada y vuelve a hojear su álbum de fotos.
Mi mirada se suaviza en ella. En todo caso, lo único que ha
demostrado es que es más sentimental de lo que me hizo creer.
—Aquí estamos. —Evitando mi mirada, me entrega su teléfono.
Mis cejas se inclinan mientras miró fijamente al extraño de la foto.
Es un chico joven, quizá de unos veinticinco años, apoyado en un
edificio de ladrillo, con una sonrisa fácil en la cara y el cabello negro
tocando las orejas.
—Travis Romano —dice mi madre, desplazando su peso sobre los
talones—. Tu padre biológico.
El shock me golpea tan fuerte que mi visión se nubla y los colores de
la foto se mezclan. Se me seca la garganta.
—Era de Jersey, bombero. Pero lo más importante es que ya era un
padre. Sabía que podía darme lo que yo creía que Vincent necesitaba.
Estaba divorciado y no sabía que estaba casada, así que, si buscas a
alguien a quien culpar, puedes mirarme a mí.
No puedo apartar los ojos de la foto. Se parece tanto a mí, pero es un
desconocido. Cuando oigo la palabra padre, a pesar de todo lo que me ha
hecho pasar, sigo pensando en Vincent. No el Vincent que me hizo sentir
invisible; el Vincent de la habitación del hospital que me hizo sentir visto.
—¿Easton?
La suave voz de Eva me devuelve al presente, pero mis emociones
siguen siendo inconexas cuando me giro para verla en la puerta. Frunce
el ceño cuando nuestras miradas se cruzan, se acerca y mira la foto que
tengo en la mano. Un pequeño sonido sale de sus labios cuando mira
entre el hombre de la foto y yo. Me pasa los dedos por el brazo y me
aprieta ligeramente.
—Bueno —dice mi madre, recordándome su presencia—, si no te
importa, me llevaré eso. —Me quita el teléfono, lo mete en su bolso, le
da dos palmaditas y sonríe—. Te enviaré una copia. Y Eva... lo hiciste
bien ahí. —Asiente a Eva, su cara se contorsiona de forma extraña: ojos
entrecerrados, labios que se retraen en una mueca que muestra los dientes.
No puedo decidir si está intentando sonreír o si está estreñida—. Ya me
voy. Por favor, asegúrate de que este chico vuelva a su habitación y se
quede allí.
Está a punto de pasar junto a nosotros cuando se detiene. Entonces,
da dos palmaditas en la cabeza de Eva, de la misma manera que hizo con
su bolso.
—Eres... eres una buena chica —dice, y mira hacia otro lado—. De
acuerdo entonces. —Desaparece por el pasillo.
Eva se encuentra con mi mirada. Su boca se abre, se cierra y se
vuelve a abrir.
Mis labios se mueven y le acaricio la cabeza. Una, dos veces. Mi voz
es perezosa y divertida cuando digo:
—Buena chica.
Ella me golpea en el estómago. Mierda. Debería haberlo visto venir.
—Oh, Dios mío. —Sus manos se levantan para cubrir su boca—. Lo
siento mucho. Reflejos.
Me abrazo al punto dolorido con una mueca de dolor y trato de
contener una risa.
—¿Reflejos? ¿A qué? ¿A las palmaditas en la cabeza?
—No, sólo a las gilipolleces. —Sonríe, se pone de puntillas y me
planta un dulce beso en la mejilla—. Probablemente deberíamos hacer
que un médico te viera.
Capítulo 45
Eva

(Nueve días después...)

Me retuerzo las manos, caminando de un lado a otro entre las


ventanas del suelo al techo y el sofá rojo cereza. Mis nervios aumentan
como si estuviera suspendida boca abajo en la cima de la montaña rusa
más alta del mundo, y no es porque esté en un hotel por primera vez
desde que tenía trece años. Fue idea mía quedarme aquí hasta que Easton
saliera del hospital, para poder seguir viéndolo todos los días. No era mi
idea que fuera en el hotel de gran altura más caro de la ciudad, pero, al
parecer, Easton es insistente cuando se trata de mantenerme cómoda.
Mordiéndome el labio, miro el reloj de la pared y luego la entrada a
mi habitación. En cualquier momento, va a atravesar esa puerta, y la
anticipación es un oh. Como se supone que no puede conducir mientras
esté medicado, pensaba alquilar un coche y recogerlo yo misma en el
hospital, pero al parecer, él también insiste en que me saque el carnet
antes de conducir. En su lugar, optó por un Uber. Es muy inconveniente
que todo su "respeto a la ley" me haga arder los ovarios.
El chasquido de la tarjeta de la llave hace que mi corazón se agite y
me paralice.
El pomo gira y la puerta se abre.
Easton está de pie en la puerta con una camiseta blanca, una sudadera
con capucha gris y unos vaqueros desgastados. Una bolsa de deporte con
la insignia verde y blanca de su equipo de fútbol cuelga de su hombro. Se
encuentra con mi mirada, los ojos se oscurecen al deslizarse por el largo
de mi corto vestido azul, y esa sola mirada me calienta la piel como si el
sol acabara de pasar por encima de mi cabeza.
La puerta se cierra tras él y deja caer la bolsa de lona a sus pies.
—¿Qué llevas puesto?
Echo los hombros hacia atrás, poniéndome firme.
—La señora de la tienda dijo que es un vestido cami.
—¿Quién es Cami?
Mis hombros se desinflan.
—No lo sé. Google dijo que el azul pálido es el color más calmante
para el proceso de curación, así que le pedí a la dependienta un vestido
de mi talla que hiciera juego. —Miro el conjunto y arrugo la nariz. Desde
que lo compré esta tarde, he fantaseado con la idea de hacerle una
abertura en la barriga—. Esto es lo que me trajo, y no tuve tiempo de
cortarlo antes de que llegaras.
Los labios de Easton se levantan en una pequeña sonrisa, y se mueve
hacia mí lentamente. Deliberadamente. Mi corazón late contra mi caja
torácica. Se supone que no debe mirarme así, todavía no. He investigado
mucho sobre el proceso de recuperación tras un traumatismo y una
operación, y quiero hacer un buen trabajo cuidando de él. Pero no sé si
puedo. Nunca he cuidado de nadie antes.
Cuando llega a mí, sus dedos recorren mi vestido y luego agarran
ligeramente el material en la parte inferior. Trato de ignorar el roce de su
pulgar contra mi muslo, el hundimiento de mi pecho.
—¿Has buscado en Google los colores de la curación?
Su voz es baja, demasiado baja, con el suficiente calor en los bordes
como para que me suba un sofoco por el cuello.
—Tenemos que tomarnos en serio tu recuperación, Easton. Es
importante que te sientas mejor y vuelvas a la rutina normal.
Lo he arruinado.
—¿Google también te dijo eso?
—Sí. —Me aclaro la garganta, le quito la mano y lo guío hacia el
sofá, luego le doy un suave empujón hasta que se sienta.
Estira las piernas, se echa hacia atrás y me mira perezosamente.
—Muy bien. —La diversión, teñida de algo mucho más oscuro, se
refleja en su voz—. Adelante, Eva. Dime cómo vas a hacer que me sienta
mejor.
Mis labios se separan cuando esas palabras se precipitan a través de
mí y se asientan donde no deberían. No es justo. Internet dice que
necesita descansar. Al estudiarme, sus labios se mueven con un mínimo
indicio de sonrisa, y mis ojos se entrecierran cuando veo el desafío en su
expresión. Lo que no sabe es que la Eva que está mirando es toda una
adulta, y su tonta, inmadura, sexy, masculina, deliciosa... espera, no, su
terquedad no tiene nada que envidiar a la mía.
—Eso no va a funcionar —digo, arqueando una ceja—. Necesito que
te quites unas cuantas capas de ropa. —Sus cejas se disparan y mis
mejillas se sonrojan al darme cuenta de cómo ha sonado eso. Ser maduro
es un puto aguafiestas—. Por el calor. Es importante que no pases
demasiado frío ni demasiado calor, así que ya he puesto la calefacción
porque está lloviendo.
Sus labios se mueven.
—No me voy a quitar nada.
—Easton...
—Pero dejaré que me lo quites.
El calor se me enrosca en el bajo vientre. Está jugando sucio. Puede
que ya sea mayor, pero sigo siendo Eva. Nadie juega sucio mejor que yo.
Sonrío lentamente y me meto entre sus piernas abiertas.
—Me encantaría desnudarte.
Sigo mi dedo a lo largo de sus vaqueros y veo su manzana de Adán
subir y bajar cuando me arrodillo.
—Primero —digo suavemente, deslizando mis palmas por su
camiseta. Su estómago sube y baja bajo mi contacto, los abdominales se
tensan a medida que subo. Al llegar a sus hombros, mis dedos se deslizan
bajo su capucha y empiezo a quitársela—. Tu chaqueta.
Sus ojos se clavan en los míos mientras paso lentamente las mangas
por encima de sus bíceps y bajo por sus brazos. Me acerco para tirar del
material por detrás de él, dejando que mi mejilla roce sus vaqueros, justo
debajo del botón. Sisea en un suspiro, lo que provoca un cálido revoloteo
de satisfacción en mi vientre. Pero la sensación no se detiene, sino que
aumenta con el peso de su atención sobre mí, y de repente tengo
demasiado calor, estoy demasiado húmeda.
—Tu camiseta también —digo—. Vamos a quitártela.
Un sonido grave sube por su pecho cuando empiezo por la parte
inferior y me tomo mi tiempo para subir el material lentamente, muy
lentamente. Se estremece con el deslizamiento de mi tacto sobre su piel
desnuda, los ojos se posan en mis pechos mientras me levanto para
quitarle la camiseta.
Abro la boca para burlarme de él cuando mi atención encuentra las
marcas en su piel: una línea vertical limpia que empieza entre su caja
torácica y termina por encima de su ombligo, mientras que la otra es
desordenada, horizontal, y se extiende desde el lado derecho de su
cintura hasta su espalda. Respiro, vuelvo a arrodillarme y paso un dedo
por cada una de las heridas que seguramente dejarán cicatrices. El calor
que siento por él me invade, robándome los latidos del corazón y
haciéndolos saltar. Prometió mantenerme a salvo, y lo hizo. Incluso
cuando significó casi perder su vida en el proceso. Mis pulmones se
contraen cuando todo el peso de lo que hizo por mí se hunde en mis
poros, y cuanto más miro sus marcas, más creo en las palabras de la
enfermera: las cicatrices pueden ser realmente hermosas.
—Easton —susurro temblorosamente. Inclinándome hacia delante,
cierro los ojos y presiono con suaves besos la que lleva a su espalda. Él
tiembla ligeramente contra mis labios, con los dedos enhebrando mi
cabello—. Creo que nunca te he dado las gracias.
Cuando inclino la cabeza para mirarle, me observa tan de cerca que
me estremece. Sus cejas están inclinadas, sus ojos son suaves pero
severos, con una emoción que no puedo leer.
—Lo volvería a hacer —dice—. Lo sabes, ¿verdad?
Con un trago, asiento con la cabeza. No tengo ninguna duda de que
lo haría. Robando mi determinación, le doy un último beso en los
abdominales y me pongo de pie.
—Voy a ser la persona que mejor cuide de ti que jamás haya existido.
Quédate aquí.
Enarcando una ceja, se queda sentado mientras me doy la vuelta y me
dirijo a la mini cocina. Cuando vuelvo, tengo un plato de salmón en una
mano y un plato de sopa en la otra. Los dejo con cuidado sobre la mesa
de centro y quito las tapas.
—Sé que el médico ha dicho que no necesitas una dieta especial,
pero WebMD tiene sugerencias para mantener fuerte el riñón que te
queda. —Entrecierro los ojos y desvío la mirada, intentando recordar qué
demonios he memorizado. Puede que no sepa lo que estoy haciendo,
pero sé que no puedo estropear esto—. Por ejemplo, tenemos que
centrarnos en alimentos ricos en fibra y menos carbohidratos. ¿Sabías
que también existe el exceso de proteínas? Al parecer, consumir
demasiadas puede hacer que tu riñón trabaje demasiado.
Mira los platos que tiene delante, con la mirada fija en ellos, y luego
fija su atención en mí.
—¿Has hecho todo esto por mí?
Sonrío dulcemente, toco con un dedo la tarjeta Amex que hay en el
borde de la mesa y la deslizo hacia él.
—No puedo aceptar todo el crédito. —No mira la tarjeta. No aparta
la vista de mí en absoluto. Inhalo, juntando las manos delante de mí, y
señalo con la cabeza la comida—. Tiene buena pinta, ¿verdad?
Su mirada se vuelve pesada con algo que no puedo ubicar, algo que
hace que se me revuelva el estómago y se me humedezcan las palmas de
las manos.
Por segunda vez en mi vida, me encuentro inquieta, y ambas
ocasiones son totalmente culpa de Easton.
—O, si no tienes hambre, puedo poner en marcha los aceites
esenciales. —Reprimo un estremecimiento al escuchar esas palabras salir
de mi boca. Ni siquiera las estaría diciendo si no fuera por Whitney.
Antes de salir del hospital, ella vino a mi habitación. Después de
explicarme quién es su padre, me sentí mal. Fue la primera chica que me
sujetó el cabello mientras vomitaba. Luego, se disculpó tanto que casi
volví a vomitar. Cuando sugirió aceites esenciales, afirmando que podían
ayudar a que desaparecieran mis náuseas, lo busqué. Puedo reprimir mi
orgullo si existe la posibilidad de que ayuden a Easton a sentirse mejor.
—¿Supongo que nos sentamos y los respiramos? —pregunto, sin
molestarme en ocultar lo estúpido que suena—. No sé cómo usar el
difusor, pero lo descubriré, e incluso hay un canal de meditación en la
televisión. También hay un spa, o podemos hacer los deberes. Me he
puesto al día con las cosas que tu madre envió de la escuela, así que
podría ayudarte...
—Tengo sed. —Las palabras son ásperas y bañadas en calor,
inflamándome hasta que mis rodillas se tambalean.
—Vale... umm, tengo zumo de col rizada prensado en frío en la
nevera. —La cabeza me zumba y me doy la vuelta para cogerlo, pero la
mano de Easton me agarra la muñeca y me detiene. Mi corazón late con
fuerza y miro por encima del hombro.
Todavía sosteniendo mi muñeca, sacude la cabeza lentamente.
—Quiero zumo de naranja.
Se me seca la garganta. En sus labios, la bebida suena sucia y
deseosa y llena de un significado oculto que sólo nosotros entenderíamos,
todo lo que esos oscuros iris de whisky confirman que pretendía.
—Técnicamente... técnicamente, el zumo de naranja está en la lista
de prohibidos.
Arquea una ceja y me acerca, hasta que caigo en su regazo. Un brazo
fuerte se desliza alrededor de mi cintura, su otra mano encuentra mi
mandíbula y guía mi cara hacia la suya. Su voz ronca se me clava en el
estómago.
—Entonces sabrá mucho más dulce.
Toma mi boca entre las suyas. Su lengua se enreda con la mía, la
palma de la mano se desliza hasta mi nuca y me besa como si me
necesitara: con caricias profundas y promesas sin aliento. Me ha besado
todos los días que he pasado con él en el hospital, pero esta vez es
diferente. Esta vez, lo hace con abandono, sin limitaciones, sin
restricciones, y cada tirón, cada chupada, cada pellizco, envía una oleada
abrumadora de calor líquido entre mis muslos.
Sus manos descienden por mi espalda, rodean mis caderas y luego
aprietan, ajustándome sin esfuerzo para que mis piernas lo envuelvan. El
roce de su erección entre nuestras ropas me deja sin aliento, un temblor
me recorre, y su gemido gutural me hace estremecerme contra él.
Se separa de mi boca y me besa lentamente a lo largo de la
mandíbula y el cuello. No puedo soportarlo.
Quiero dárselo todo.
Lo deseo tanto que las siguientes palabras me escuecen la lengua.
—Eres... —Mis ojos se cierran cuando sus dientes tiran suavemente
de la base de mi garganta—. Se supone que tienes que descansar.
—Descansaré mañana.
—Pero, ¿y si te haces daño? ¿Y si te hago daño? —Es jodidamente
estresante preocuparse por otro humano.
Sus labios se curvan contra mi cuello, y vuelve a mi boca,
arrancándome un largo beso.
—No lo harás. Y, Eva, deberías saber que cada palabra que sale de
esa boca sólo me excita más.
El calor se dispara dentro de mí, y sé que no voy a durar. Ya he
decidido darle más de lo que cree, pero mi parte obstinada hace una
última y débil súplica.
—Estoy... —Vuelve a deslizar sus labios por mi garganta y mis
muslos se aprietan a su alrededor—. Se supone que debo cuidar de ti.
—Créeme, Eva. Lo haces. —Su exhalación me calienta el cuello, su
voz áspera me hace vibrar la columna vertebral—. Me estás cuidando
muy bien.
Con las dos manos aun agarrando mis muslos desnudos, mueve su
boca a lo largo de mi clavícula, usa sus dientes para bajar el tirante de mi
vestido, luego viaja al lado opuesto y hace lo mismo con el otro tirante.
El vestido se desliza, y su mirada se oscurece como la noche en la parte
revelada de mi sujetador de encaje negro, el rápido ascenso y descenso
de mi pecho. La vulnerabilidad me invade, y me pregunto si él oye el
caótico latido de mi corazón. Me pregunto si siente el dolor interminable
como yo. Un dolor que pide ser satisfecho.
Quizá Google esté sobrevalorado. Tal vez los aceites esenciales, los
baños de lavanda y los zumos de col rizada están tan lejos de lo que
somos, que merecen ser encerrados en la torre de marfil de Bridget y
Vincent. Y tal vez... tal vez confiar en mi corazón es suficiente.
—Easton... —respiro, atrayendo su atención hacia arriba—. Quiero...
Quiero que me muestres cómo debe ser. Estoy dispuesta a dártelo todo.
Sus dedos se clavan en la carne de la parte exterior de mis muslos.
Trabaja su garganta, estudiando mi expresión de esa manera tan
embriagadora que tiene. Una vez pensé que los ojos marrones dorados de
Easton eran como un tornado, porque me atrapaban cuando estaba
desprevenida y no se soltaban hasta que terminaban conmigo. Ahora me
doy cuenta de lo cierto que es eso. Esta vez sí estaba preparada para ello,
para su atención incondicional, y todavía se me pone la piel de gallina.
Por fin, cuando el corazón está a punto de salírseme del pecho por la
expectación, se levanta con mis piernas aún envueltas en sus estrechas
caderas.
—¿Estás segura? —A pesar de su respiración agitada, el agarre
posesivo que ha viajado hasta mi culo, su mirada se suaviza en la mía—.
Recuerda... una vez que hagamos esto, no hay vuelta atrás.
Trago saliva y le rodeo el cuello con los brazos. Y dejo que mis
palabras broten de la parte más honesta de mí.
—No quiero volver atrás. No voy a volver atrás nunca más. —Me
mira fijamente, asimilando mi certeza, y me doy cuenta de lo que le
impulsará a actuar. Me acerco y le susurro al oído—. Tengo condones en
la mesita de noche. Llévame a la cama, Easton.
Sus músculos se tensan contra mí. Entonces, me pasa una mano por
la espalda, la enrosca ligeramente alrededor de mi nuca y acerca mi boca
a la suya. Me besa profundamente mientras nos acompaña al dormitorio,
y la cabeza me da vueltas tan rápido que me mareo. La montaña rusa en
la que estaba suspendida antes de que él entrara en la habitación del hotel
cae, se estrella y estalla en un millón de promesas tácitas.
Sigo pegada a él cuando nos baja a la cama y mi espalda toca el
edredón. Apoyándose en los antebrazos a ambos lados de mí, se separa
de mis labios para mirarme.
—Tú... deberías ser tú el que se acueste —digo.
Niega con la cabeza.
—Todavía no.
Mi pulso se acelera, mi respiración se agita ante la forma lenta y
deliberada en que desliza su mirada por mi cuerpo, como si tratara de
memorizar el aspecto que tengo debajo de él. Me escuece el fondo de los
ojos, una ráfaga de emociones me golpea.
Sabía que mis experiencias sexuales anteriores no eran correctas.
Siempre supe que debía ser diferente. Esta última semana, he intentado
muchas veces imaginarme cómo sería mi primera vez con Easton, mi
verdadera primera vez. Pero, ¿cómo podría haber imaginado esto?
¿Cómo iba a imaginar la lentitud de sus labios, el cálido cosquilleo de su
aliento, el suave y reverente ardor de su mirada? Nadie me dijo nunca
que la magia estaba en los detalles, ni que esos detalles me dejarían sin
aliento.
Levanto la mano y le recorro la mandíbula con mis dedos inseguros.
Sus ojos se cierran y, cuando mi pulgar se desliza por sus labios, me da
un beso en la piel. El beso más suave que he sentido nunca.
—Eva… —Mi nombre suena ronco en sus labios cuando encuentra
mi mirada con los ojos pesados. El suave ardor que noté tras el whisky se
intensifica en un cálido resplandor—. No quiero asustarte. Pero necesito...
necesito que sepas... —Sus cejas se inclinan y reconozco la
desesperación en su voz, la súplica—. Necesito que sepas que estoy
enamorado de ti. —Suelta un suspiro tembloroso—. Te he amado desde
aquella noche en que te dejé un zumo de naranja en el patio trasero, y te
voy a amar el resto de mi vida. No tienes que corresponderme, todavía
no, pero si me dejas, te querré cada día más. Te querré lo suficiente por
los dos.
Una lágrima se desliza por mis pestañas. Algo me envuelve el pecho,
apretado y permanente, y creo que puede ser la felicidad.
Él espera, observa, se aferra al silencio hasta que hablo.
—Seis —susurro finalmente. La confusión cruza su expresión, y
añado—. Has dicho amor seis veces. —Como si eso aclarara algo—.
Hace once años que nadie me dice que me quiere, y en diez segundos lo
has dicho seis veces.
Exhala, deja caer su frente sobre la mía y sacude la cabeza. Una risita
ahogada me abanica la mejilla cuando dice:
—Sólo estoy empezando.
Su boca roza la mía y creo que va a besarme, pero en lugar de eso,
baja. El corazón me late cuando me besa el cuello, la clavícula, entre los
pechos. Me baja el sujetador, dejándolos al descubierto, y jadeo cuando
su lengua me roza el pezón. Luego, lo rodea con sus labios calientes y lo
chupa.
Me estremezco bajo él, mis piernas se abren y él gime cuando se
hunde entre ellas. Incluso a través de nuestras ropas, el calor y la presión
de su erección contra mis bragas, combinados con los húmedos
lametones y los tirones de mi pezón, hacen que mi cuerpo se dispare. Mis
dedos encuentran su cabello, los labios se separan con mis exhalaciones
entrecortadas. Se mueve hacia el otro pezón, acariciándolo, pero justo
cuando mis ojos empiezan a cerrarse, su boca desaparece. Abro los ojos
de golpe y observo sin aliento cómo desciende por mi cuerpo hasta situar
su cara entre mis muslos. Me levanta el vestido por encima del ombligo,
engancha los pulgares en la tela de las caderas y me baja las bragas por
las piernas. Entonces me mira directamente, con las piernas abiertas,
completamente descubiertas para él. El calor de su mirada me hace
retorcerme, su cercanía me eriza la piel. No puedo imaginar lo que
sentiré cuando me toque de verdad.
—¿Sabes cuánto tiempo he esperado para saborearte aquí? —ruge,
con su duro aliento acariciando donde lo necesito.
Me estremece la sensación.
—Espero que tanto como he fantaseado con ello.
Sus orificios nasales se agudizan y emite un pequeño rugido de
agradecimiento ante mi respuesta. Entonces, sin previo aviso, me agarra
el interior de los muslos y arrastra su lengua por mi raja. Respiro y, antes
de que pueda recomponerme, vuelve a hacerlo. Sólo que esta vez se
detiene al llegar a mi clítoris y cierra su boca alrededor de él con un largo
tirón. Una ráfaga de calor se extiende por mí, apretando mi núcleo, y no
puedo detener el gemido que se me escapa. Sigue lamiendo y chupando y
llevándome al límite, y con cada golpe hambriento de su lengua, el placer
palpita en lo más profundo de mi ser. No es el primero que intenta hacer
esto conmigo, pero es el primero que lo hace sentir bien. Mis caderas se
agitan.
Una de sus manos en mis muslos desaparece, y luego siento los
dedos, la presión, en mi abertura. Se me cierran los ojos cuando desliza
un dedo dentro de mí, y la sensación me llega tan hondo que hace saltar
chispas a lo largo de mi columna vertebral. Cuando empiezo a apretarme
contra él, gime contra mi clítoris y añade otro dedo. Eso es todo lo que
hace falta para que me desborde. El calor me recorre, sacando un
delicioso temblor de mis entrañas y poniendo los ojos en blanco. No se
detiene hasta que la lánguida gratificación me calienta, y me hundo en el
edredón con la respiración agitada en los labios y las estrellas en los ojos.
Todavía estoy bajando del subidón cuando me da un tierno beso
debajo del ombligo. Luego en el hueso de la cadera, y en el otro. Un
largo suspiro sale de mi boca, cada toque suyo es una caricia seductora.
Me sube el vestido por el vientre centímetro a centímetro, dejando que
sus suaves besos suban más y más. Cuando llega a mis pechos, levanto
los brazos. Me tira el vestido por encima de la cabeza y lo deja caer al
suelo. Me mira con los ojos muy abiertos, con la nuez de Adán
moviéndose mientras yo me acerco a mi espalda y me desabrocho el
sujetador. Esa mirada me produce un zumbido embriagador en la piel
desnuda y me lo quito hasta el final, dejándolo caer junto al vestido.
Me late el corazón, con el deseo desinteresado de complacerlo. De
darle todo lo que me ha dado.
Paso las palmas de las manos por su pecho desnudo, perdida en mi
necesidad de él.
—Recuéstate —susurro, dando un pequeño empujón—. Recuéstate y
deja que te haga sentir bien.
Sus ojos se encienden y me observa atentamente mientras me siento
y lo guío hacia su espalda. Arrastrándome por su cuerpo, mucho más
grande que el mío, me deleito con la forma en que sus abdominales se
contraen bajo mi toque, el apretón tangible de su atención indivisa.
Durante años, he anhelado ser el centro de su universo, y ahora que por
fin lo soy, no me deja olvidarlo.
Temblando, recorro con mis labios la marca que lleva a su ombligo.
Los dedos se enredan en mi cabello, y él tiembla bajo el golpe de mi
lengua mientras desciendo, desciendo. Mi mano encuentra el botón de
sus vaqueros y lo desabrocho antes de bajar la cremallera. Luego, le
agarro los vaqueros y los bóxers a la vez y se los bajo con su ayuda.
Desnudo y pareciendo una estatua esculpida de la época romana, se
sienta parcialmente, apoyando su peso en los antebrazos. Unos ojos
llenos de lujuria me miran. Se me corta la respiración al ver su erección,
mucho más grande de lo que creía, y una emoción desconocida me
recorre la espalda. ¿Es esto lo que sentía cuando quería probarme? ¿Esta
necesidad abrumadora?. Me acomodo entre sus piernas y bajo la cabeza
hasta su dura longitud. Luego paso la lengua desde la base hasta la punta.
Sisea un poco, y cuando envuelvo mis labios alrededor de su corona y
hago girar mi lengua, un gemido bajo vibra en mi boca. Por último, me
meto en la boca todo lo que puedo y utilizo las manos para acariciar el
resto. Los ásperos ruidos que hace son tan sensuales y tentadores que
aprieto los muslos para aliviar el dolor palpitante.
Me deslizo hacia arriba, hacia abajo, hacia arriba...
—Mierda, ven aquí. —Me agarra por la nuca y me empuja hacia
arriba hasta que mi boca se une a la suya. La ferocidad de sus besos me
aprieta el corazón, insaciable, desordenado y hambriento, y jadeo cuando
me pone de espaldas. Unas manos fuertes me sujetan las muñecas por
encima de la cabeza, pero los acalorados besos que me da a lo largo de
mi cuerpo desnudo son tan tiernos y adoradores que tiemblo con cada
uno de ellos, entregándome a él de una forma que nunca creí que fuera
capaz de hacer. Su boca recorre mis pechos, acariciando mis pezones y
arrancando un suspiro de todo mi cuerpo. Cuando la longitud de su
erección presiona contra mi humedad, se queda quieto sobre mí, con los
hombros tensos. Le oigo tragar y las mariposas se mezclan con el calor
que se acumula en mi estómago.
Mis piernas están abiertas para él, su necesidad de mí lo consume
tanto que está temblando, y sin embargo, en lugar de tomar directamente
lo que necesita, me da una salida y espera a que le asegure que todavía
quiero esto. La gratitud me invade, me brota del corazón y me recuerda
por qué lo amo de esa manera.
Nuestras miradas se conectan, calientes y ardientes con una pasión
tan profunda que me humedece la piel. Introduzco los dedos entre
nosotros y envuelvo su erección. Una exhalación desigual sale de sus
labios mientras lo guío hacia mi humedad, pero entonces su mano se
enrosca alrededor de la mía, deteniéndome. Le miro inquisitivamente, y
su voz está fuertemente contenida cuando dice:
—Condón.
Veo cómo mete la mano en la mesita de noche y saca uno. Incluso la
forma en que lo enrolla en su erección me pone más caliente. Entonces,
vuelve a estar encima de mí, con su calor rodeando mi cuerpo, y yo estoy
lista. Mi corazón late con fuerza, la respiración se acelera y su punta
empuja dentro de mí, abriéndome. Un sonido áspero retumba en su
pecho, su frente toca la mía. Lentamente, se adentra más y más,
arrancando un gemido de mi garganta, y luego se detiene, dándome
tiempo para adaptarme a él. Al cabo de un rato, cierro los ojos cuando
me llena por completo. Un largo temblor sacude su cuerpo. Sus labios
son inseguros cuando rozan los míos, y me pasa la palma de la mano por
la cintura, me agarra ligeramente, y luego empieza a mecerse contra mí.
El calor estalla en mi centro, mi pulso late al compás de mis jadeos
interrumpidos. Nos movemos juntos, respiramos juntos, encontramos
nuestro ritmo juntos. Su lengua se desliza entre mis labios y me besa en
un idioma que sólo nosotros entendemos.
Digno.
Hermoso.
Deseado.
Esta vez, nuestras lenguas se susurran las palabras. Vertemos todo lo
que somos en nuestro beso, nuestra danza rítmica, nuestras respiraciones
irregulares. Esto. Esto es lo que me faltaba cuando corría hacia los chicos
en el pasado: no necesitaba sus cuerpos, sino la conexión. Mis caderas se
elevan para recibir cada empuje profundo y lento, y cuando se separa de
mi boca para saborear, tirar, burlarse de la piel sensible de mi cuello, el
calor de mi núcleo se vuelve tan intenso, tan apretado, que lo agarro con
fuerza y le pido con mis movimientos que vaya más rápido. Un ruido
sordo vibra entre su pecho y el mío, y él hace lo mismo: más rápido y
más fuerte. La cama cruje con nuestra persecución, mezclándose con los
sonidos de nuestros jadeos y los ruidos groseros. Sus dedos me aprietan
la cintura, su otra mano encuentra mi muslo y me empuja la pierna hacia
arriba. Grito su nombre cuando me penetra más profundamente de lo que
creía posible, echando la cabeza hacia atrás, y el calor ardiente de mi
centro se enrosca, se aprieta y estalla en mil estelas de calor líquido a lo
largo de mi cuerpo. Suelta un gemido bajo y áspero. Siento que se tensa
contra mí. Su agarre se aprieta alrededor de mi muslo y una serie de
violentos temblores le recorren.
Un calor lento y satisfecho me consume, haciendo que mi cuerpo sea
pesado y ligero a la vez.
—Entonces —respiro, con los ojos cargados por el resplandor del
placer—, ¿te sientes mejor?
—Mierda, Eva —dice con voz ronca, tensándose mientras otro
espasmo lo sacude. Una dura exhalación me abanica el cuello, y él trata
de sostenerse por los antebrazos mientras su pesado y lánguido peso se
desploma contra mi cuerpo—. Me has curado, mierda.
Me río y siento que sus labios se curvan contra mi cuello, pero no se
molesta en levantar la cabeza. Después de un momento, suelta un suspiro,
se pone de lado y me atrae contra su pecho. Con los ojos cerrados, sus
brazos me abrazan con fuerza; una promesa de no dejarme ir nunca.
Mientras escucho los profundos sonidos de su respiración y los
constantes latidos de su corazón, me hago mi propia promesa silenciosa.
Una promesa de amarme a mí misma. Una promesa de proteger lo que
soy. Y, a partir de ahora, una promesa de verdad.
—¿Easton? —susurro.
Él tararea un sonido bajo, su pulgar trazando suaves círculos sobre mi
cintura.
—Te quiero. Podría amarte siempre. Creo… Creo que incluso puedo
amarte lo suficiente.
Me levanta la barbilla para que me encuentre con su mirada firme y
sofocante. Su manzana de Adán sube y baja.
—Eres suficiente, Eva. Siempre has sido suficiente.
Me late el pecho, el cuello está caliente. Y sé lo que tengo que hacer.
Para mi sorpresa, mi voz no tiembla en absoluto con mis siguientes
palabras. Todo lo que oigo es la certeza que la verdad y la confianza
aportan.
—Y estoy dispuesta a hablar contigo. Para contarte lo que me pasó.
Inclina la cabeza y sus suaves labios rozan los míos. Su exhalación
me calienta la piel y me enrosca los dedos de los pies. Luego, me besa
fervientemente antes de retirarse y encontrarse con mi mirada.
—¿Estás segura? No voy a ir a ninguna parte.
—Estoy segura, y no quiero esperar. Quiero contártelo todo.

Envuelta en sábanas de satén y apoyada en mi codo, observo cómo se


flexionan los músculos de los hombros de Easton mientras teclea en su
portátil en el escritorio. Mi mirada se desliza hacia la bolsa de lona que
tiene a sus pies; al abrir la cremallera, se ve una esquina del paquete de
solicitud de la academia de policía que Vincent dejó antes de que Easton
saliera del hospital. Es la 1:00 de la mañana y aún está trabajando en la
solicitud.
Mi corazón palpita mientras lo miro descaradamente, y algo me
aprieta la garganta. Podría haberme tropezado con el patio trasero de
cualquiera aquella noche, hace casi cuatro años. Pero, de alguna manera,
me colé en la cama de la camioneta de un desconocido, y ese hombre
dejó de conducir en el momento exacto. De alguna manera, ese hombre
incluso me persiguió en la dirección correcta. De algún modo, perdí el
aliento, mis piernas se rindieron y, justo cuando no podía soportar seguir
caminando, me encontré donde debía estar.
Y, de alguna manera, escuché mi canción.
Su canción.
La música que hay detrás de cada hueso que lucha en mi cuerpo y de
cada latido de mi corazón.
Soltando una exhalación, deslizo la mano bajo la almohada y
sostengo el pequeño fragmento de ópalo en la palma. Mi salvador, lo
llamé una vez. Absorbo las manchas rojas descoloridas, la fracción hecha
jirones de un pétalo de flor roto. Una lágrima resbala por mi mejilla y
enrosco los dedos alrededor de ella. Aferrando la sábana a mi cuerpo
desnudo, me deslizo silenciosamente de la cama, me dirijo a la puerta de
cristal y salgo al pequeño balcón. Las luces de la ciudad iluminan el
oscuro cielo nocturno como cientos de estrellas parpadeantes. Detroit
nunca ha sido tan hermosa desde mi punto de vista, pero al estar sesenta
pisos por encima de mi pasado, un escalofrío etéreo me recorre la
columna vertebral y me pone la piel de gallina en los brazos. Doy un
paso adelante, luego otro. Mis dedos tocan la fría barandilla y los dedos
de los pies cuelgan del borde. Cierro los ojos y levanto la cara hacia el
cielo abierto.
Entonces pienso en ella. En la chica que solía ser. Triste, herida, sola.
Pero, sobre todo, muy asustada.
—Está bien —susurro—. Ya no tienes que tener miedo. —Mis
lágrimas caen por ella, recorriendo mi mejilla y desapareciendo con la
suave brisa—. Lo siento… —Una respiración temblorosa sale de mis
labios—. Siento haberte hecho daño. Siento haberte dicho que eras débil.
Pero ahora te veo... y te quiero.
Con la mano temblorosa, abro los ojos y extiendo el brazo sobre la
barandilla, con la palma hacia arriba. Lentamente, mis dedos se
desenrollan. Entonces la suelto, mi salvadora, y la veo deslizarse en una
caída interminable para unirse a las estrellas fluorescentes de mi pasado.
Epílogo
Easton

(Cinco años después...)

A pesar del cielo encapotado, la fuerte brisa y el polvo de agua salada


que me refresca la piel, estoy sudando de cojones. Inhalo una bocanada
de aire fresco. No sirve de nada. Miro fijamente el agua del mar que no
tiene fin, las olas que llegan a unos metros de mis zapatos. Sin embargo,
mi corazón amenaza con salirse del pecho, y el cuello de esta camisa
blanca abotonada me asfixia incluso con los primeros botones
desabrochados. No podré respirar con normalidad hasta que su mano esté
entre las mías y deslice una promesa que llevo demasiado tiempo
dispuesto a hacer.
—Hermano —susurra Isaac, llevando mi atención al pequeño libro
que tiene en sus manos. Sabes que tu hermano te cubre la espalda cuando
se ordena solo para oficiar tu boda—. Cálmate. Es sólo el día más
importante de tu vida.
Le lanzo una mirada seca y él guiña un ojo.
—Ja. —Suena un clic, atrayendo mi mirada hacia Thomas mientras
baja la gigantesca y anticuada cámara de su cara—. Lo dice el tipo que
estaba más nervioso que una virgen en la noche de graduación el día de
nuestra boda.
Isaac se ríe, su cuello se enrojece ligeramente, y Thomas sonríe antes
de moverse detrás de mí y reanudar las tomas.
Si fuera por mí, este día habría ocurrido antes de que pasara por la
academia de policía hace cuatro años. Pero mi prometida, la Srta.
Independiente, quería empezar primero su Master en Trabajo Social. Mis
labios se tuercen al recordar su imagen con su gorro negro y su bata
púrpura. Era licenciada en psicología y tenía una sonrisa impresionante
que rivalizaba con el tamaño del escenario de la Universidad de Nueva
York bajo sus pies. Orgullosa, dura como un clavo y sin complejos,
debería haber sabido que encajaría perfectamente. Whitney y Zach nos
arrastraron a ver la Universidad de Nueva York inicialmente, después de
que cada uno de ellos recibiera su carta de aceptación, pero una vez que
Eva y yo pusimos un pie en la bulliciosa ciudad, no hubo vuelta atrás.
Zach, mi padrino, se ajusta su pajarita amarilla y señala algo detrás
de mí.
—No mires, pero...
Con el pecho palpitante, empiezo a girar la cabeza, pero él me agarra
los hombros por encima del chaleco y me sacude.
—¡He dicho que no mires, tío!
Isaac se ríe, y una punzada de celos se despliega cuando mira a la que
supongo que es mi futura esposa. Las únicas personas que fueron
invitadas a asistir a nuestra boda son las que están en ella, lo que
significa que Isaac tiene una vista cristalina de la persona que más quiero
ver.
—Paciencia —dice Zach, levantando las cejas—. Sólo iba a decir que,
basándome en los puñales que tu mujer le dispara a tu ex, creo que le va
a dar una patada en el culo a Whit si no deja de meterse con su cabello.
El orgullo se hincha en mi martilleante pecho. Hay algo
increíblemente sexy en el hecho de que mi prometida nunca tenga miedo
de mostrar lo que piensa. Más clics, clics, clics suenan detrás de mí, y
espero por Dios que Thomas esté captando esa mirada de fuego. Me
meto las manos en los bolsillos de mis pantalones de color canela, un
patético intento de mantenerme anclado en mi sitio en lugar de sucumbir
al doloroso impulso de darme la vuelta.
Whitney sugirió que consiguiéramos una tienda de campaña para
separarnos un poco, pero Eva y yo rechazamos la idea. Sólo accedimos a
que fuera nuestra organizadora de bodas porque lo necesitaba para
construir su cartera, pero hizo que la ceremonia fuera más tradicional de
lo que Eva y yo pretendíamos que fuera. Sin contar la falta de una lista
de invitados y la decoración con la que nos aseguramos de que Whitney
no se metiera, ni siquiera estoy seguro que la boda cuente como una fuga
en este momento. Sin embargo, ahora, mientras el sudor me recorre la
espalda con el esfuerzo que me supone no mirar a Eva, empiezo a
arrepentirme de haber optado por la carpa.
—Puede que quieras avisar a Whit —le digo a Zach. Él es el único al
que ya escucha.
—No —dice, mirando por encima de mi hombro con una pequeña
sonrisa—. Las dos pueden arreglárselas solas.
Después de que Eva y yo saliéramos del hospital y volviéramos a
Caspian Prep, Zach se hizo cargo de mi trato con Whit. Dejó de pagarme,
por supuesto, pero no ocultó que le encantaba cada minuto de interpretar
a la novia despechada del chico que se enamoró de su hermana. La
atención adicional que obtenía en la escuela le ayudaba a aliviar el estrés
de su vida familiar, y la aprovechaba aún más cuando Zach llegaba como
un caballero de brillante armadura a rescatarla. Al menos, eso es lo que
cuenta la historia. Siempre caballeroso, se ofreció a seguir con la farsa en
la universidad, pero para entonces, Whitney decidió que ya no lo
necesitaba. Sin embargo, no estoy convencido de que no estén tramando
algo. Están juntos lo suficiente como para que los rumores sigan
circulando.
Respiro y observo la inmensa playa. Desde nuestra posición en la
orilla, los cielos pesados cubren las largas extensiones de arena. Delante
de mí, la silueta de un solo velero es visible en el agua. Hemos escogido
un día de la semana para que no haya mucha gente, pero también porque
espero que, si hay menos gente, Alejandro se sienta más seguro para
venir si puede.
—Señor, sálvanos debido a este acto de incesto. Soy una espectadora
inocente. Señor, sálvanos debido a este acto de incesto. Soy una
espectadora inocente.
Al oír la oración, enarco una ceja hacia mi izquierda, donde se
originan los murmullos en español de María. Ella se persigna sobre su
pecho y termina con un beso a la cruz de su cuello. Como dama de honor
de Eva, Whitney insistió en que María llevara algo amarillo, pero es más
rebelde de lo que creía. O eso, o se ha confundido de ocasión con un
funeral.
Me río suavemente y los ojos de María se dirigen a los míos con
sorpresa. Hace dos años que Eva y yo empezamos a aprender español en
honor a su madre y a su herencia, y María, que vive a varios estados de
distancia, no acaba de acostumbrarse.
—No te preocupes —le digo con calma—. No te preocupes. El
Diablo no está interesado en los lazos que se rompieron hace cinco años.
Aunque escuché que le agradan las bellas damas. Podrías abrocharte el
cuello del vestido.
Se sonroja cuando mis palabras calan. Me empuja el hombro y se
alisa el cabello blanco recogido en un moño apretado.
—Muchacho tonto —murmura, todavía sonrojada—. Muchacho tonto.
—Luego, aparta la mirada y se abrocha discretamente el cuello del
vestido.
Mis labios se crispan antes de que Isaac me acelere el pulso.
—Muy bien, hermano mayor. Es la hora.
Zach me menea las cejas.
Inhalo profundamente, y el sonido tembloroso se ahoga bajo el
palpitar de mis oídos. He estado esperando este momento durante tanto
tiempo que aún no puedo creer que esté sucediendo.
Finalmente, me doy la vuelta.
Me quedo sin aliento y doy un paso atrás. Se me seca la garganta, tan
seca que trago a la fuerza. Los rizos oscuros de Eva están sueltos y caen
más allá de su cintura. Su vestido es de dos piezas: una falda larga y un
crop top blanco y sedoso que le cuelga de los hombros, dejando al
descubierto un brillante piercing en el ombligo. Un tatuaje de un lirio
blanco y negro decora su hombro desnudo, cubriendo su cicatriz en un
símbolo de fuerza entre madre e hija.
Con la cabeza erguida, los pies descalzos pisando la arena y un único
lirio amarillo en sus manos como único toque de color frente a su vestido
blanco y su piel aceitunada, mierda… es una diosa. Mi corazón se
retuerce y palpita al verla, y estoy seguro de que no es natural que una
persona ame tanto a otra.
Eva le pasa el lirio a María y luego levanta la mirada para
encontrarse con la mía. Una sonrisa se dibuja en esos labios perfectos
que he memorizado. Sabe exactamente lo que me está haciendo. Le
devuelvo la sonrisa, mis dedos se crispan con el deseo de agarrar los
suyos, y sus ojos marrones brillan cuando se acerca a mí. Incapaz de
esperar más, tomo sus manos. Suelto una exhalación temblorosa. Un leve
temblor hace que mi agarre sea inseguro, pero ella me da un pequeño
apretón que me hace sentir seguro.
—Por favor, agárrense de la mano derecha. —Miramos a Isaac, cuya
atención se desliza hacia nuestros dedos ya entrelazados—. Oh —
murmura, frunciendo las cejas mientras baja el dedo índice por la página
del libro. Al encontrar la siguiente parte, se aclara la garganta y nos
mira—. Estas son las manos de tu mejor amigo que sostienen las tuyas
mientras prometes amarte todos los días de tu vida.
Un resoplido suena detrás de Eva, y arrastro mi mirada hacia su dama
de honor. El ceño de María es permanente, pero sus ojos están demasiado
llorosos como para molestarse en ocultar la emoción. Sin embargo, hace
un valiente esfuerzo.
Isaac continúa durante la ceremonia y mi agarre de Eva se estrecha
junto con la presión en mi pecho. Hace cinco años, en una habitación de
hotel que se elevaba sesenta pisos por encima de Detroit, hice la promesa
de amar a esta mujer, y de amarla cada día más. Hoy puedo hacer oficial
esa promesa. Tengo la oportunidad de ser el único hombre que la cuida
como un marido, y puedo pasar el resto de mi vida haciéndolo. Soy el
hijo de puta más afortunado del mundo.
La atención de Eva se centra en algo detrás de mí, y frunzo el ceño
cuando lo que ha visto hace que una lágrima resbale por su mejilla.
Le acaricio el pulgar con el mío y ella vuelve a mirarme.
—¿Qué es?
Ella sonríe, sacude la cabeza.
—Vi a alguien, eso es todo. —Aprieta mis manos una vez más—.
Alguien a quien realmente esperaba ver.
La tranquilidad me invade. Debido a mi trabajo, no puede decir
mucho más, pero sé exactamente de quién está hablando. Alejandro lo ha
conseguido.
Me sudan las palmas de las manos mientras intercambiamos nuestros
votos. El indudable "sí, quiero" de Eva es el sonido más perfecto que he
oído nunca, captado en el momento perfecto con el clic de una cámara, y,
finalmente, deslizo el anillo en su dedo. Cuando me encuentro con su
mirada, sus ojos están brillantes. Me muero de ganas de acercar esa dulce
boca a la mía y calmar sus labios temblorosos.
Parece una eternidad antes de que Isaac diga las palabras que tanto
ansiaba oír.
—Los declaro Sr. y Sra. Rutherford. Ahora puedes besar a la novia.
Doy un paso adelante. Mi pecho martillea. El calor me recorre. Eva
sonríe y se acerca a mi paso, cerrando la brecha. Arquea una ceja,
esperando, burlándose, retándome a besarla, y me enamoro un poco más.
Esta será la primera vez que bese a esta mujer como esposa. Mierda, si
me voy a precipitar. Paso mi mano por detrás de su cuello, inclino su
cabeza para que se encuentre con la mía. Sus labios se separan, la
respiración se acelera y yo respiro su exhalación. Le paso el brazo por la
cintura. Jadea cuando la atraigo hacia mí y, finalmente...
—¡Ya estamos aquí! No te preocupes, cariño, ¡mamá está aquí!
Clic.
Mis ojos se cierran, mi frente cae sobre la de Eva y gimo. Eva se
agita ligeramente, atrayendo mi mirada hacia la suya, y tardo un segundo
en darme cuenta de que se está riendo.
—¿Mamá? —susurra—. Te juro que cada año es peor.
Mis labios se mueven, pero no me hace tanta gracia. La
sincronización de mi madre es impecable.
—¡Cariño! ¿Me has oído? No sé cómo se equivocó la fecha en la
invitación que recibimos, pero gracias a Dios Whitney lo aclaró
enseguida. —Mi madre resopla, luchando por atravesar la arena con
tacones sin tropezar con el dobladillo de su excesivo vestido. Un paso
detrás de ella, mi padre refunfuña y le aparta el cabello que le sopla en la
cara—. Aunque sea de última hora. Y se llama a sí misma planificadora
de bodas...
—¿Whitney hizo esto? —Veo a la pelirroja alborotadora al mismo
tiempo que retrocede lentamente detrás de Zach para usar su cuerpo
como escudo. Mi mandíbula se tensa. Mis padres han dado pasos de
gigante para tratar de ser activos en nuestras vidas, y de alguna manera,
se han involucrado demasiado. No los invité intencionadamente para
asegurarme de que Eva pudiera relajarse el día de su boda—. Si crees
que puede salvarte de esto…
—Cariño. —Los dedos de Eva me tocan la barbilla y guían mi
mirada hacia la suya. Mis ojos se entrecierran ante la risa que ella no
logra reprimir. Este es sólo uno de los innumerables momentos en los
que he deseado seguir irritado y verla sonreír al mismo tiempo—. No es
su culpa —dice—. Le dije que les dejara venir.
Mis cejas se inclinan.
—¿Tú, qué?
—Sé que queríamos fugarnos, y supongo que no los invitaste por mí...
pero tus padres te quieren. A su manera, te quieren mucho. No quería que
te arrepintieras si se perdían el día de hoy. —Ella asiente en su
dirección—. Quiero decir, sólo míralos.
Justo en ese momento, mi madre tropieza, cayendo de cara a la arena.
Clic.
Grita, echando la culpa a mi padre, y yo pongo los ojos en blanco
hacia Eva. Ella resopla, pero luego me golpea el pecho hasta que vuelvo
a prestar atención a mamá. Veo a mi padre quejarse a pesar de ayudarla a
levantarse. He aprendido que eso es algo que mi padre rara vez hace:
quejarse. Si está descontento, tiende a guardarse para sí mismo. Cuando
le conté mis planes de conocer finalmente a mi padre biológico después
de la boda, tardó semanas en aceptar la idea. Pero finalmente lo hizo. Al
final, siempre lo hace. Mi padre procede a deslizar sus dedos por el
cabello de mi madre, intentando quitarle toda la arena. Cuando está
satisfecha, le coge la mano, me sonríe y reanudan su camino hacia
nosotros.
—¡Estamos bien! —Anuncia—. La arena es suave como una
almohada, y ahora huelo a playa. Qué nicho.
Girando mi atención de nuevo hacia Eva, capto su pequeña risa. La
diversión aumenta, pero mi mirada se concentra en la suya. Su sonrisa se
tambalea al ver mi expresión y sus ojos recorren mi rostro. Traga saliva.
Tiene razón, el día de nuestra boda no sería lo mismo sin la presencia de
mis padres. Y sólo están aquí porque Eva se preocupa más por lo que yo
necesito que por lo que ella necesita.
Un relámpago cae. Me acerco a mi mujer. Otro crujido, y un visible
escalofrío la recorre. Le rodeo la cintura con ambos brazos y le paso una
palma por la columna vertebral, y ella se balancea ligeramente.
Sus ojos se fijan en mi boca y se humedece los labios.
—¿Quieres saber un secreto? —dice.
Mis dedos encuentran su cabello e inclino la cabeza para rozar con
mi nariz su mandíbula.
—Siempre.
Cuando la primera gota de lluvia toca su mejilla, la lamo. Su voz
tiembla cuando susurra:
—Nunca supe que podía amar tanto a alguien, o que ellos podían
amarme a mí.
El trueno ruge, igualando el latido de mi pecho.
—¿Quieres saber un secreto? —resueno con brusquedad.
—¿Qué?
Recorro con el pulgar la curva de su cuello, acerco mi boca a su oído
y digo para que solo los dos podamos oír: —Los caballos salvajes no
podrían arrastrarme.
Su respiración se entrecorta, y el sonido me envuelve el pecho y me
aprieta.
—¿Easton? ¿Cariño? ¿No has comprobado el tiempo antes de...?
Mi agarre se estrecha en su nuca y atraigo su boca hacia la mía.
Ignorando los silbidos, beso a mi mujer de la misma manera que la amo:
profunda, deliberada y devotamente.

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