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había creado. Era divertido y a la vez era hermoso, estar cerca, sentir
su aroma, el calor de su piel.
Comenzó a mover su dedo pulgar por el dorso de mi mano, haciendo
suaves caricias circulares que parecían encender todos mis sentidos.
Me quedé inmóvil, sólo sintiéndolo, absorta en las sensaciones que la
situación me brindaba. Luego de un rato, Bruno me habló:
—Quizás sería bueno que regresemos a tu casa —dijo sonriendo—.
Ahora estamos mojados y no quiero que te enfríes, mi abuela le decía
a mi hermana que las chicas no deben enfriarse esa zona —señaló mi
cadera—, porque luego les dolía la panza. —Me eché a reír.
—Pareces un abuelo, en realidad, con esos consejos. —Él sonrió y me
preguntó si podía cargarme de nuevo. Asentí.
Mi falda pesaba ahora por el agua y él me cargó con ambos brazos en
una posición acunada. Yo lo envolví con los míos por el cuello para así
perderme por última vez en su perfume tan varonil. Cuando llegamos
a donde habíamos dejado la silla, Bruno me miró a los ojos, iba a
bajarme en unas escaleras que había allí, pero no lo hizo. El viento
fresco de la playa movía los rizos de sus cabellos, mis manos se
movieron como si tuvieran vida propia enredándose en ellos y Bruno
sonrió. Sus labios eran hermosos, me llamaban de la misma forma en
que llama una manzana colorada y brillante, apetecible. Sentí ganas
de probarlo y mordí los míos en un reflejo involuntario. Sus ojos
bajaron a mis labios y su lengua acarició los suyos. ¿Él también
quería probarme?
Entonces me dejó en una de las gradas con suavidad. Abrió la silla y
me ayudó a sentarme en ella. Luego, con mucho cuidado estrujó la
—Soy yo la que debe agradecerte —añadí acompañándolo a la puerta
—. Ha sido un día lleno de color.
—Nos vemos entonces… —Parecía nervioso.
—Nos vemos. —Él se agachó, besó mi mejilla de forma nerviosa y
volvió a pararse.
—Me voy —repitió una vez más.
—Lo sé —dije divertida de verlo tan nervioso.
Entonces lo vi marcharse. Cerré la puerta y fui a sacarme la ropa
mojada y llena de arena para tomar un baño tibio y reconfortante. Me
metí en la bañera pensando en Bruno, en sus manos, en sus cuidados,
en su mirada, en sus labios. ¿Esto era a lo que mis amigas en el
colegio llamaban amor de verano?, ¿una historia que comienza rápido
y termina igual? Ellas solían comentar sus anécdotas, romances
fugaces con chicos que habían llegado a Tarel a vacacionar… Sí, quizá
se trataba de eso, de algo explosivo y fugaz que pronto llegaría a su
final, porque Bruno debía volver y yo me quedaría acá.
Luego del baño y de comer algo me dispuse a descansar. Aquella
noche corrí las cortinas de mi ventana para observar la luna llena
hablándome desde el cielo. Como artista que era, para mí la
naturaleza era siempre un hermoso cuadro, uno del cual yo misma
formaba parte, y la luna era uno de mis elementos favoritos en esa
obra maestra. Fijé mis ojos en ella y me pregunté a mí misma qué me
estaba sucediendo, no podía apartar mis pensamientos de Bruno y de
lo que habíamos vivido ese día. Todo había sido demasiado intenso
pero a la vez demasiado rápido. Me preguntaba si se debía a mi poca
experiencia en el campo del amor, cosa que de por sí me atemorizaba.
Quizás lo estaba sobredimensionando todo y a él no le pasaba nada
8
Explosión de color
• Bruno •
Celeste era preciosa por dentro y por fuera, su piel era tersa y blanca,
casi transparente, como el algodón. Para mí era la perfección, era tan
bella como el mismo cielo: sus ojos celestes, su mirada profunda, su
piel nívea y suave como nubes, su calor tan abrasante como el sol…
La llevé cargando hasta el agua y nos metimos lentamente. La
temperatura era perfecta, templada y agradable.
Nos desplazamos a lo largo y ancho de la pileta. Celeste nadaba, de
alguna forma lo hacía y en verdad parecía una sirena allí, con su pelo
de colores mojado y la luz de la luna dando en sus mejillas, haciendo
brillar con mayor intensidad sus ojos. Nos sentamos en uno de los
bordes, donde había una especie de bancos diseñados especialmente
para mirar a través de la cúpula, recostamos la cabeza en el borde y
perdimos la mirada en el cielo.
—Hermosas —dijo ella, y una tímida sonrisa se formó en sus labios.
La tomé de la mano por debajo del agua.
—No más que tú —sonreí.
—Me gustan las estrellas, me gustan la luna y la noche —susurró
suspirando.
—También a mí —murmuré. Una inmensa paz se cernía sobre
nosotros y una certeza de estar haciendo lo correcto me envolvió.
Acuné con suavidad y respeto sus senos blancos en mis manos,
mirándolos con deseo, y ella levantó la vista al cielo y dejó escapar un
gemido suave. Me agaché un poco para probarlos, uno por uno, de
forma lenta y cadenciosa, succioné y bebí el agua que los envolvía,
mezclándose con su sabor. Celeste se aferró a mi cabello delirando de
pasión. Luego la abracé, su pecho y mi pecho unidos eran más
calientes que la tibieza del agua que nos rodeaba y aquel abrazo se
sentía perfecto.
—¿Recuerdas la primera vez que te cargué? —Ella asintió—. Bromeé
respecto a que no quería tocarte el trasero —sonreí. Sus pupilas
dilatadas y su mirada azul turbada de pasión se fijaron en mí y una
sonrisa tierna iluminó sus labios—. Pues mentía —dije colocando mis
dos manos en sus nalgas y apretándolas con suavidad. Volvió a dar un
pequeño respingo por la sorpresa, pero su sonrisa se amplió aún más.
Entonces, y para mi sorpresa, empezó a moverse en círculos sobre mi
masculinidad latente y yo empecé a delirar con tenerla pronto.
—Yo también puedo jugar tu juego —dijo en un susurro sexy y
sonriendo con picardía.
—No lo dudo. —La besé y abracé con toda la pasión que estaba
invadiendo mi sangre en ese momento.
Mis manos bajaron por su espalda y desaté la tira central que
quedaba liberando por completo ese pedazo de tela. Sin dejar de
mirarla, bajé con lentitud cada mano a ambos lados de su cadera para
desatar las tiras que sujetaban la parte inferior de la bikini. Estiré la
tela para quitársela y ella se movió dejándome hacerlo. La tela quedó
flotando y pronto se fue hundiendo en el agua. Ella sonrió nerviosa,
sintiéndose probablemente expuesta y vulnerable.
brazos se cerraron en mi cuello mientras ella se relajaba en ese
abrazo.
—Entonces, es eso —susurró apenas audible.
—¿Lo quieres volver a sentir? —pregunté ansioso, y ella asintió.
Deseaba continuar pero necesitaba que ella estuviera segura—. Esta
vez, será distinto —expliqué alzándola en mis brazos y saliendo del
agua. Ahora mis manos reposaban sin reparo en su trasero y ella
sonreía. El calor de nuestros cuerpos húmedos y calientes se sentía
abrumador. La recosté en las reposeras y me incorporé sobre ella para
besarla, me tomé el tiempo necesario para besar cada sitio de su
cuerpo para secarla con mis besos.
—Vas a volverme loca —murmuró entre gemidos cuando su cuerpo,
descontrolado por la pasión y el frío de estar húmeda fuera de la
tibieza del agua, empezó a temblar.
—Esa es la idea —afirmé sonriendo—. Tú ya me tienes
completamente loco.
Ella se aferró a mi espalda y clavó sus uñas en mi piel. La seguí
besando mientras la dejaba experimentar todas las sensaciones que
su cuerpo le brindaba, hasta que la sentí agitarse deseosa debajo de
mí. Entonces me alejé incorporándome, me paré frente a ella y me
saqué el traje de baño. Ella me observó sin reparos con sus ojos
grandes y brillantes bajo la luna. Sonrió, sonreí... Me acerqué de
nuevo a gatas y separé sus muslos para dejarme paso entre ellos y
alcanzar su centro. Ella gimió al sentirme en su entrada. Yo sabía que
estaba lista, pero aun así la miré a los ojos buscando su aprobación.
—Te amo, Celeste —dije, y luego me adentré con suavidad, con
cuidado, con respeto. Ella gimió al sentirme y me abrazó con fuerza,
una sorpresa —respondió pícaramente. Me gustaba saber que se
sentía bien y relajada a mi lado.
—Me has dado muchas esta noche —murmuré abrazándola.
—¿He estado bien? —preguntó temerosa.
—Perfecta, como siempre. —Ella sonrió—. No creas que estuve con
muchas chicas antes que tú, fue solo una, la chica de la que te hablé.
—Ella asintió—. Y éramos muy jóvenes... Lo que quiero decir es que...
lo que acaba de suceder fue tan fuerte para mí como para ti —añadí, y
nos quedamos en silencio observando las estrellas a través de la
cúpula.
—¿Crees que somos esa clase de amor que tu abuela mencionaba? —
cuestionó entonces enredando su dedo índice en uno de mis rizos.
—No lo creo, lo sé —aseguré—. Tu color quedará por siempre en mí,
pase lo que pase. Mi corazón es Celeste ahora. —Ella sonrió con
dulzura—. Por momentos siento que te conociera de toda la vida, es
como si llevara años esperándote. Quizá por eso, aunque es rápido e
intenso, lo que estamos viviendo no parece incorrecto.
—Me sucede igual… Pero siento que tu otra mitad haya llegado
incompleta —bromeó tristemente moviendo sus muslos.
—¿Por qué mejor no piensas que yo he llegado para completarte?
Tienes piernas ahora, Celeste, las mías, y te llevarán a donde quieras
ir, siempre. —Ella me sonrió.
—Te amo —susurró.
—Te amo también. —Una estrella fugaz atravesó el firmamento—.
Pide un deseo —dije señalándosela.
—Ya lo hice —añadió sonriente.