Está en la página 1de 42

UNIVERSIDAD DE PIURA

Facultad de Derecho

CAPÍTULO 3
EL CONSUMIDOR
I. EL CONSUMIDOR, EL DERECHO DEL CONSUMO Y EL DERECHO MERCANTIL.—
61. Planteamiento tradicional: el “acto mixto”. 62. El problema de la asimetría
informativa y organizativa. 63. El consumerismo y los “derechos fundamentales”
del consumidor. 64. Derecho Mercantil y Derecho del consumo. II. EL CONSUMIDOR
Y OTROS SUJETOS ASIMILADOS.— 65. La noción de consumidor: planteamiento.
66. El consumidor como destinatario final. 67. Exclusión de los adquirentes con fin
profesional. 68. La personalidad del consumidor. 69. La noción de consumidor
como una “posición” relativa al proveedor. 70. Diversidad de consumidores según
su vínculo con el proveedor. 71. Microempresarios y otros sujetos asimilados al
consumidor. III. LA PROTECCIÓN DISPENSADA AL CONSUMIDOR.— 72. Presupuesto: la
relación de consumo. 73. El producto objeto de la relación de consumo. 74. El
servicio prestado al consumidor. 75. El deber de diligencia del consumidor.
76. Derechos de los consumidores y posibles infracciones. 77. El procedimiento
administrativo. 78. Las sanciones y las medidas correctivas. 79. Jurisdicción civil y
penal.

I. EL CONSUMIDOR, EL DERECHO DEL CONSUMO Y EL DERECHO MERCANTIL


61. Planteamiento tradicional: el “acto mixto”.
El tráfico mercantil procura siempre la circulación de valores patrimoniales, pues la
empresa, por esencia, sirve de mediadora en el desplazamiento de bienes y
servicios de un titular a otro1. Ese “otro”, a quien se enfrenta el empresario cuando le
proporciona sus productos y servicios puede ser:
1) o bien otro empresario;
2) o bien un particular, que demanda los bienes y servicios para destinarlos a su
uso personal, a su subsistencia, a su ocio y distracción o a su adorno o
comodidad2.
Por eso, mucho antes de que llegara a plantearse en sus propios términos el
problema político-jurídico del consumidor ante el empresario o proveedor
profesional, era ya un tópico clásico del Derecho Mercantil el denominado “acto
mixto” o “unilteralmente mercantil”, que constituye, en cierto sentido, como su
antecedente lógico e histórico. El “acto mixto” —típicamente el “contrato mixto”—

1
GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; “Los sujetos fundamentales del Derecho Mercantil: el empresario
(ii). El consumidor”, Leccion VIª de sus Apuntes de Derecho Mercantil 1, pro manuscripto, La Coruña,
2009, p. 34, citando a LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 8.
2
Ibid., citando las obras de los autores anglosajones R. G. Lipsey y M. M. Greenfield.
— 117 —
Versión de marzo de 2014
§61 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

ocurre cuando al menos una de las partes en él es empresario y la otra —o al menos


una de las otras, si son más de una— no lo es3.
Ahora bien, la perspectiva tradicional ante esta cuestión es tratarla como un
problema de delimitación, de determinación del ámbito de aplicación del Derecho
privado especial que denominamos Derecho Mercantil. En otras palabras, se plantea
la duda de si el “contrato mixto” es:
1) todo él mercantil, y sometido en todos sus aspectos al Derecho Mercantil4; o
2) si sólo lo es para una de las partes (el empresario), lo que exigiría acumular o
sobreponer los regímenes mercantil y común en el mismo acto, dando preferecia
a uno o a otro dependiendo de las circunstancias del caso y de la perspectiva
que se adopte; o
3) si no lo es para ninguna de ellas, sino que se regula únicamente por el Derecho
Civil o común5, o bien por una rama o sector especialmente dedicado a resolver
este tipo de situaciones.
Las tres gamas de soluciones que acabo de apuntar al problema de los contratos
mixtos se han propuesto y se han aplicado en distintos ordenamientos jurídicos y en
distintos momentos históricos; también han sido adoptadas por autores distintos
como interpretaciones distintas del mismo ordenamiento positivo. De hecho, tienen
un notable paralelismo con las posibles posturas en torno a la significación que ha
de concederse al llamado Derecho del consumo, o de la protección de los
consumidores y usuarios6. Pero a partir de los términos en que se plantea esta
cuestión originalmente, está claro que la solución más fácil y práctica, desde el punto
de vista del operador del derecho, es aplicar sin más todas las normas de un solo
sector normativo a todos los aspectos pertinentes de una relación jurídica planteada.
Ello explica que muchas veces las opiniones suelan polarizarse entre los sistemas
“exclusivistas”, sean de matriz mercantil o civil, en perjuicio de las posibles
soluciones “dualistas” del segundo grupo7. De hecho, planteado en esos términos, el
problema debería resolverse en nuestro país de modo claramente favorable a la
plena mercantilidad de los llamados “actos mixtos”, puesto que el art. 2 CdC dispone
que el sometimiento a la ley mercantil de los “actos de comercio” es independiente
de que “sean o no comerciantes los que los ejecuten”.
Ahora bien, precisamente la postura que aboga por la aplicación única del Derecho
Mercantil a unos y otros contratantes ha sido criticada con razones que no dejan de
tener cierta fuerza, y que anticipan en parte las preocupaciones y la discusión que
rodeó el desarrollo del Derecho del consumo. Parece injusto, en efecto, que el no

3
MIRANDA, “La contratación mercantil…”, cit., p. 37. Según el autor, que cita al efecto a Ángel Rojo,
sería más exacto caracterizar el “acto mixto” como aquél que cumple los requisitos del acto de
comercio (inserción en la empresa) para una de las partes pero no para la otra.
4
Parece ser la opinión de MORALES ACOSTA, Alonso; Los grandes cambios en el derecho privado
moderno, Revista Peruana de Derecho de la Empresa, Lima, 1990, p. 194.
5
Como parecen proponer VICENT CHULIÁ y sus seguidores. También sería el resultado al que
conduciría la teoría de los “actos de circulación” de THALLER, dentro de la doctrina clásica del acto de
comercio puramente objetivo.
6
Vid. § 64, en pp. 122 y ss., infra.
7
GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; Derecho Mercantil de obligaciones. Parte General, Marcial Pons,
Madrid – Barcelona, 2003, p. 369.

118 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §62

empresario, además de participar en la negociación desde una posición intrínseca e


inevitablemente inferior a la de su contraparte profesional, resulte obligado a
observar reglas ajenas a su propio ámbito de vida, propias de la actividad de su
contraparte, cuyo interés económico muchas veces están dirigidas a proteger.
Pero esas razones son válidas sólo hasta cierto punto, pues tampoco puede
olvidarse que en muchos casos es justamente la regulación mercantil la que
tradicionalmente ha previsto mecanismos para proteger al particular en su relación
asimétrica con el empresario, allí donde el Derecho Civil de obligaciones —al menos
en su versión ilustrada más clásica, que suele ser la que plasman los Códigos—
daba por supuesta una absoluta igualdad entre las partes e ignoraba las
circunstancias económicas que determinaban entre ellas desigualdades reales de
gran peso. Precisamente, desde la perspectiva usual de los Códigos Civiles clásicos,
la amplia autonomía privada de que gozaba el particular en su actividad negocial le
permitiría someterse “libremente” (y sin las cautelas que serían necesarias para
prescindir de las comillas con buena conciencia) a reglas análogas o aun más
rigurosas que las mercantiles, aunque éstas no fueran las aplicables de suyo.
62. El problema de la asimetría informativa y organizativa.
En cierto sentido, el problema jurídico del consumidor precede a la propia existencia
del Derecho Mercantil propiamente dicho. Se ha llegado a decir, incluso, que el
origen de algunas de las normas actuales de protección al consumidor pueden
rastrearse hasta el Derecho Romano antiguo, o al menos al common law en pleno
desarrollo del s. XVI8.
Ahora bien, el consumidor no sólo es un co-protagonista del mercado, al lado del
empresario9, sino que, entre los dos, la figura central, por quien y para quien existe
el propio mercado, teóricamente la desempeña el consumidor10. Si las utilidades,
cuya búsqueda es el principal motor de la actividad empresarial, dependen
decisivamente de la capacidad de atraer y conquistar la preferencia de los
consumidores, son éstos quienes deciden, en principio, qué empresarios continúan
en el mercado y cuáles otros, en cambio, deben salir de él: el consumidor es, en
teoría, el “rey” o soberano del proceso competitivo 11. Y en un modelo de economía
de mercado “clásico”, de “competencia perfecta”, esa función o capacidad “arbitral”
es automática e inevitable, porque la competencia “no es otra cosa que la pugna
entre empresarios por captar el mayor número de consumidores”12. En ese contexto,
el consumidor ya se encontraría suficientemente protegido por las propias
condiciones del mercado, en cuyo buen funcionamiento concurriría en pie de
igualdad, o incluso con cierto sesgo a su favor, con los productores y empresarios13.
Al menos ésa era la teoría.

8
ÁREA DE ESTUDIOS ECONÓMICOS DEL INDECOPI; Fortalecimiento del Sistema de Protección al
Consumidor. Diagnóstico y Propuesta, Documento de Trabajo 001-2000, en El Peruano (Separata
Especial), 15 de marzo de 2000, p. 27.
9
Op. cit., p. 15.
10
Op. cit., p. 8. Quizás debiera concluirse que el verdadero “protagonista” es el consumidor, y el
empresario el “antagonista”, como dice GARCÍA-PITA, “Los sujetos…”, cit., p. 33.
11
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., pp. 8-9.
12
Ibid., p. 9. GARCÍA-PITA, “Los sujetos fundamentales…”, cit., p. 35.
13
Ibid.
FACULTAD DE DERECHO 119
Versión de marzo de 2014
§62 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

La realidad, empero, se empeña en comportarse de otra manera. Si el modelo


“clásico” del funcionamiento de una economía de mercado fuera realmente exacto,
bastaría ciertamente que el Estado desempeñase eficientemente su papel de
“guardián” de la propiedad privada y del cumplimiento de los contratos, y de “árbitro”
en la resolución pacífica de las disputas y conflictos que se produzcan entre los
distintos agentes económicos, sean éstos empresarios, consumidores, o cualquier
mezcla de ambas categorías14. Pero si hay algo cierto en esta materia es que ese
modelo no es exacto. Es más, como ocurre también en las ciencias físicas y
biológicas, el enorme desarrollo de las técnicas de producción y distribución de
bienes y servicios ha determinado que las inexactitudes del modelo se manifiesten
en desviaciones cada vez mayores y más inaceptables de las predicciones teóricas,
que requieren con urgencia medidas de corrección. Se da así una paulatina pérdida,
por parte del consumidor, del señorío sobre su “espacio vital”. Como consecuencia
de esa pérdida, los ciudadanos de a pie llegan a una situación de dependencia
respecto de los mercados de trabajo y de bienes de consumo (que pasan a ser
dominados por los empresarios), pues sólo de este modo pueden satisfacer sus
necesidades personales, incluso las de índole más simple y primaria15.
Las causas de estas “desviaciones” se han atribuido a veces a la desigualdad de
poder económico que normalmente existe entre los empresarios y los consumidores.
Bajo esta perspectiva, la protección al consumidor obedecería a que los primeros
pueden abusar de los segundos, aprovechando su mayor poder económico para
imponer sus condiciones. La protección al consumidor le procuraría un tratamiento
legal especial que compense esa desigualdad y que le permita “pelear de igual a
igual”. Mas no en todos los casos se verifica una desigualdad de poder económico
entre el consumidor y el proveedor. De hecho, la capacidad económica de los
consumidores varía mucho: desde quienes sufren de una clara y efectiva escasez de
recursos hasta quienes cuentan con abundantes medios, incluso superiores a los de
muchos proveedores profesionales. Sin embargo, ni aun esa eventual superioridad
económica los excluiría de la categoría de consumidores, pues siempre estarían
actuando como adquirentes no especializados de los productos y servicios16. En
resumen, aunque es cierto que el empresario puede (de hecho, suele) ostentar
mayor poder económico que el consumidor, por un lado, ese dato no está siempre
necesariamente presente (piénsese en una compra de consumo de Bill Gates en un
mercado turístico del Cuzco); y, por otro, su papel es como mucho secundario en la
regulación de la relación de consumo.
El Indecopi considera —y así lo ha hecho constar en numerosas oportunidades17—
que la verdadera causa está en la existencia de una asimetría informativa entre los

14
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., p. 10.
15
GARCÍA-PITA, “Los sujetos fundamentales…”, cit., p. 34, citando a María Teresa Quintela Gonçalves.
Precisamente, la aparición y desarrollo del Derecho Laboral como rama jurídica diferenciada se
puede describir como resultado de una pugna por revertir las desigualdades derivadas de este
fenómeno en el mercado de trabajo, entre los trabajadores no organizados y los empresarios.
16
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., p. 33.
17
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., p. 34. INDECOPI; Precedentes de Observancia Obligatoria en
materia de Defensa de la Competencia, Indecopi Sello Editorial, Lima, 1999, p. 235. COMISIÓN DE
PROTECCIÓN AL CONSUMIDOR DEL INDECOPI; Lineamientos sobre Protección al Consumidor, aprobados
por Res. 001-2001-LIN-CPC/INDECOPI, del 7 de junio de 2001 (en adelante, CPC, Lineamientos
(2001)), p. 13. COMISIÓN DE PROTECCIÓN AL CONSUMIDOR DEL INDECOPI; Lineamientos 2006 de la
120 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §63

empresarios-proveedores y los consumidores. Resulta más fácil al empresario


adquirir y usar la información relevante y con ello, eventualmente, obtener una
ventaja que podría ser utilizada abusivamente. La clave de la “relación de consumo”
desde el punto de vista del interés regulatorio sería, según esta postura, un criterio
económico y sociológico resumible en el concepto de la asimetría informativa que
existe entre los involucrados18. La ventaja que ésta da al empresario y,
eventualmente, su mayor capacidad financiera, le confieren un desproporcionado
dominio de la negociación19 y celebración del acuerdo, así como de su ejecución. De
hecho, los consumidores han corrido siempre múltiples peligros derivados de esta
asimetría informativa, comenzando por el de verse defraudados o engañados sobre
la calidad de los bienes que adquirían20.
Comparto íntegramente todo lo que afirma esta doctrina de la asimetría informativa,
pero opino que aun así resulta incompleta; es más, late en ella el peligro ser
interpretada como la explicación exclusiva de la protección al consumidor, y por lo
tanto de llevar implícita la desestimación sumaria de otros posibles aspectos en la
justificación político-jurídica de la protección al consumidor, lo cual sería pura y
sencillamente erróneo. De ser así, en efecto, toda la protección que el ordenamiento
dispensa al consumidor debería cesar tan pronto resultara probado que el
consumidor estuvo efectiva y correctamente informado de los aspectos relevantes
de la relación de consumo antes de entablarse ésta. Pero es evidente que no es así
en gran cantidad de capítulos de esa protección, tales como la prohibición de los
actos de discriminación, de los métodos comerciales coercitivos, de los métodos
abusivos de cobranza, de las cláusulas consideradas abusivas en virtud de su
contenido (y no sólo de su carácter sorpresivo), entre otros. Por ese motivo, en mi
opinión, sería más exacto y completo denominar sintéticamente como asimetría
organizativa, y no sólo informativa (que es sólo una parte de ella, aunque quizás la
más importante), a ese desequilibrio entre proveedor y consumidor que tiene en
cuenta el ordenamiento al organizar la protección legal del consumidor.
63. El consumerismo y los “derechos fundamentales” del consumidor.
Desde la segunda mitad del siglo XX, con algunos antecedentes anteriores, se
empezaron a reconocer los derechos de los consumidores21, en respuesta a sus
movimientos de protesta (consumerism).
Los primeros movimientos reclamaron soluciones a problemas específicos durante la
primera mitad del siglo XX, en especial en los Estados Unidos. Influyeron

Comisión de Protección al Consumidor, aprobados por Res. 001-2006-LIN-CPC/INDECOPI, del 30 de


noviembre de 2006 (en adelante, CPC, Lineamientos (2006)), p. 27.
18
En este sentido, el editor de la Compilación de Precedentes…, cit., de INDECOPI, comenta que “la
aplicación de las reglas de protección al consumidor (...) se fundamenta en la asimetría de
información existente entre los proveedores y consumidores. Los problemas que la legislación de
protección al consumidor pretende enfrentar parten de la premisa [de] que una categoría de agentes
económicos —los proveedores— se encuentra en una posición ventajosa frente a la otra —los
consumidores o usuarios— como resultado de su capacidad para adquirir y procesar información,
consecuencia de su experiencia y de su situación frente al proceso productivo”.
19
Cfr. CALAIS-AULOY, Droit de la consommation, cit., pp. 6 y 121 (nn. 7 y 128).
20
GARCÍA-PITA, “Los sujetos fundamentales…”, cit., p. 34, citando a CALAIS-AULOY.
21
Esta exposición histórica sigue gran parte de la de OVALLE FAVELA, José; “Los derechos de los
consumidores”, en IV-12 Revista de Derecho Privado (2005), México, pp. 75-111 (pp. 76-81).
FACULTAD DE DERECHO 121
Versión de marzo de 2014
§63 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

decisivamente en el movimiento inicial, entre otros factores, ciertos escritores


polémicos denominados muckrakers (“rastrillalodos”), como Upton Sinclair22, y
algunos escándalos sobre productos farmacéuticos23. Este movimiento culminó con
la aprobación de la Pure Food and Drug Act de 1906 (sobre la pureza de los
alimentos y los fármacos), de la Meat Inspection Act, del mismo año (sobre la
inspección de la carne), y con la creación, en 1914, de la Federal Trade Commission
(Comisión Federal para el Comercio, FTC).
Otra ola de protestas tuvo lugar en los años ‘30, debido al incremento de precios en
plena depresión económica, el escándalo de la sulfanilamida24, y la huelga de amas
de casa de Detroit de 1935, o “huelga de la carne”25. Culminó con las reformas para
fortalecer la Pure Food and Drug Act (con la Food, Drug, and Cosmetic Act, de 1938)
y con la ampliación de los poderes normativos de la FTC, a fin de combatir las
actividades y las prácticas ilícitas o fraudulentas.
El tercer y definitivo movimiento de los consumidores se inició en los ’60 como
resultado de un complejo conjunto de circunstancias. Una de las más importantes es
el contraste entre las prácticas comerciales y los intereses a largo plazo de los
consumidores. Otros factores desencadenantes fueron el activismo de Ralph
Nader26 y el escándalo de la talidomida27.

22
Periodista y escritor estadounidense (1878-1968), ganador del Premio Pulitzer en 1943 por su
alegato antinazi Los dientes del dragón. En 1904 elaboró un reportaje sobre las malas prácticas de la
industria alimentaria para el periódico Appeal to Reason. Convertido en el bestseller de ficción La
jungla (1906), provocó un enorme revuelo internacional. Su influjo fue decisivo para la puesta en
marcha de las leyes que cito a continuación en el texto.
23
BARKAN, Ilyse D.; “Industry invites regulation: the passage of the Pure Food and Drug Act of 1906”,
en 75-1 American Journal of Public Health (1984), pp. 18-26 (p. 22): “Los tónicos populares
[nostrums] contenían con frecuencia fármacos narcóticos o adictivos, como cocaína, opio y morfina, y
no eran etiquetados como tales. Estas medicinas, como Grandma's Secret y Nurses' and Mothers'
Treasures, eran recomendadas para apaciguar a los niños, pero con frecuencia se demostraban
fatales. Como quedó señalado en el Registro del Congreso: «Grandma's Secret es otro apaciguador
de niños. Mató al pequeño hijo de Mr. y Mrs. Nankivell, de Shamokin, Pennsylvania»".
24
El desastre de la sulfanilamida fue un caso de intoxicación masiva ocurrido en los Estados Unidos
en 1937, que causó la muerte de más de 100 personas. Massengill Company, fabricante de
productos farmacéuticos, creó una preparación de sulfanilamida con dietilenglicol (DEG) como
solvente, que llamó Elixir Sulfanilamide. El DEG es venenoso para el ser humano, pero Harold
Watkins, jefe farmacéutico y químico de la empresa, no lo sabía (aunque era ya un hecho bien
conocido). La compañía no realizó prueba alguna con animales, ya que no existía reglamentación que
lo requiriese como precaución antes de la comercialización de nuevas drogas. La compañía comenzó
a vender y distribuir el preparado en septiembre de 1937. El 11 de octubre, se informó de varias
muertes causadas por el medicamento. Se notificó a la Administración y se llevó a cabo una extensa
búsqueda para recuperar la medicina. Un proyecto de investigación comprobó que el excipiente DEG
era responsable de las muertes. La compañía Massengill tuvo que pagar una multa mínima, y eso
sólo porque la Pure Food and Drug Act prohibía llamar "elixir" una preparación que no contenía
alcohol.
25
A partir del 27 de julio de 1935, amas de casa negras y de origen polaco comenzaron a organizar
piquetes contra las carnicerías de la ciudad de Hamtramck, cerca de Detroit, llevando pancartas en
las que exigían un recorte de los precios de la carne del 20% en toda la ciudad y poner fin a los
precios uniformes en los barrios negros. Los carniceros de Hamtramck reconocieron infelizmente que
el boicot había sido efectivo en un 95%. La huelga se extendería rápidamente en los días sucesivos a
Detroit y otras ciudades, hasta adquirir una importancia nacional.
26
Jurista y político estadounidense, nacido de padres libaneses en 1934. Su activismo a favor de la
seguridad de los consumidores comenzó ya en sus años de estudiante de Derecho, a finales de la
122 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §63

El movimiento recibió un impulso decisivo con el famoso discurso del Presidente


Kennedy al Congreso estadounidense del 15 de marzo de 1962, en el que abogó por
el establecimiento de una legislación susceptible de asegurar el pleno ejercicio de
cuatro derechos de los consumidores28, considerados como “fundamentales”:
1) seguridad (“a estar protegido contra la comercialización de bienes que son
riesgosos para la salud o la vida”);
2) información (“a estar protegido contra la información, la publicidad, el rotulado u
otras prácticas fraudulentas, mentirosas o groseramente engañosas, y a recibir
acceso a los hechos que necesita conocer para hacer una elección informada”);
3) elección (“a que se le asegure, donde sea posible, el acceso a una variedad de
productos y servicios a precios competitivos; y en aquellos ramos en que la
competencia no es practicable y la regulación gubernamental ha de suplirla, la
seguridad de calidades y servicios satisfactorios a precios justos”); y
4) audiencia (“a tener la seguridad de que los intereses de los consumidores van a
recibir plena consideración y comprensión en la formulación de las políticas del
Gobierno, y un trato justo y expeditivo en sus tribunales administrativos”).
El movimiento consumerista se extendió muy pronto a los países europeos. El
mismo año de 1962 se presenta en Inglaterra el llamado “Informe Molony”, relativo a
esta materia, y ya el propio Tratado de Roma del 25 de marzo de 1957, de creación
de la Comunidad Económica Europea, incluía algunos preceptos que preveían un
cierto grado de tutela del consumidor29. Son hitos importantes en esta expansión la
Carta Europea de Protección de los Consumidores de 1973, y el Programa
Preliminar de la Comunidad Económica Europea para una Política de Protección e
Información a los Consumidores (1975). Finalmente, la protección al consumidor se
incorporó en el Tratado Maastricht de 1992, como una política comunitaria
permanente y prioritaria (art. 169):
“1. Para promover los intereses de los consumidores y garantizarles un alto
nivel de protección, la Unión contribuirá a proteger la salud, la seguridad y los

década de 1950, pero el mayor impacto lo alcanzó con la publicación, en 1965, del estudio Unsafe at
any speed (“Inseguro a cualquier velocidad”), en el que denunciaba la inseguridad general de los
automóviles de consumo masivo producidos por la industria estadounidense. El alegato de Nader a
favor de la seguridad de los automóviles y la publicidad generada por el libro, junto con la
preocupación por el aumento de las muertes debidas a los accidentes de tráfico, contribuyeron a la
aprobación unánime, en 1966, de la National Traffic and Motor Vehicle Safety Act (Ley sobre la
Seguridad del Tráfico Nacional y de los Vehículos a Motor).
27
La talidomida es un fármaco que fue comercializado entre los años 1958 y 1963 como sedante y
como calmante de las náuseas habituales en las mujeres durante los tres primeros meses de
embarazo (hiperemesis gravídica). Tuvo un gran éxito ya que aparentemente no causaba casi ningún
efecto secundario y, en caso de ingestión masiva, no era letal. Sin embargo, el medicamento provocó
miles de nacimientos de bebés afectados, entre otras malformaciones, de una anomalía congénita
llamada focomelia, caracterizada por la ausencia o severa atrofia de las extremidades. Al
comprobarse que efectivamente provocaba malformaciones congénitas, el medicamento fue retirado
con más o menos prisa en los países donde se había comercializado bajo diferentes nombres.
28
Consultado en W OOLLEY, John T. y PETERS, Gerhard; The American Presidency Project, Santa
Barbara (California), disponible en línea en: www.presidency.ucsb.edu/ws/?pid=9108.
29
GARCÍA-PITA, “Los sujetos fundamentales…”, cit., p. 38, citando a Lowe/ Woodroffe y a GÓMEZ
CALERO.
FACULTAD DE DERECHO 123
Versión de marzo de 2014
§63 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

intereses económicos de los consumidores, así como a promover su derecho


a la información, a la educación y a organizarse para salvaguardar sus
intereses.
2. La Unión contribuirá a que se alcancen los objetivos a que se refiere el
apartado 1 mediante:
a) medidas que adopte en virtud del artículo 114 en el marco de la
realización del mercado interior;
b) medidas que apoyen, complementen y supervisen la política llevada
a cabo por los Estados miembros.
3. El Parlamento Europeo y el Consejo, con arreglo al procedimiento
legislativo ordinario y previa consulta al Comité Económico y Social,
adoptarán las medidas mencionadas en la letra b) del apartado 2.
4. Las medidas que se adopten en virtud del apartado 3 no obstarán para que
cada uno de los Estados miembros mantenga y adopte medidas de mayor
protección. Dichas medidas deberán ser compatibles con los Tratados. Se
notificarán a la Comisión”.
Por otra parte, la Asamblea General de las Naciones Unidas recogió en su
Resolución 39/248, del 9 de abril de 1985, unas Directrices para la Protección al
Consumidor, como conjunto de bases sobre las cuales los Estados miembros deben
desarrollar sus políticas y leyes de protección al consumidor. Tales Directrices fueron
notablemente ampliadas en 1999 por el Consejo Económico y Social de la ONU, a
propuesta de su Comisión para el Desarrollo Sostenible. El n. 3 del texto original de
las Directrices reconoce a los consumidores las siguientes “necesidades legítimas”:
1) la protección de los consumidores frente a los riesgos para su salud y su
seguridad;
2) la promoción y protección de sus intereses económicos;
3) el acceso a una información que les permita hacer elecciones bien fundadas,
conforme a los deseos y necesidades de cada cual;
4) la educación;
5) la compensación efectiva de los daños que sufra, y
6) la libertad de constituir organizaciones y la oportunidad de hacer oír sus
opiniones en los procesos de adopción de decisiones que les afecten.
A estos derechos, las Directivas de 1999 añaden “la promoción de modalidades
sostenibles de consumo” (idea que constituye el hilo conductor de la nueva versión).
Una somera comparación entre los “derechos fundamentales” del consumidor
reconocidos en el Discurso del Presidente Kennedy de 1962, en el art. 169 TFUE, en
las Directrices de la ONU, en el art. 5 LPC ant. y en el actual art. 1.1 CPDC30 hacen
evidente la continuidad y vigencia del movimiento de protección al consumidor, y la
influencia real que ha tenido en la configuración del Derecho vigente en esta
materia, también en nuestro país.

30
Vid. § 76, infra.

124 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §64

64. Derecho Mercantil y Derecho del consumo.


Ya he adelantado que son múltiples las posturas doctrinales en torno a la
significación que ha de concederse al llamado Derecho del consumo 31, o de la
protección de los consumidores y usuarios:
1) se trataría de una parte especial del Derecho Mercantil, o Derecho privado del
empresario en cuanto tal;
2) se trataría de una parte especial no ya del Derecho Mercantil, sino del Derecho
privado general, esto es, del Derecho Civil;
3) se trataría de un sector jurídico autónomo y con sustantividad propia como para
constituir una rama independiente del Derecho privado, al mismo nivel, por lo
menos, que el Derecho Mercantil32.
Ante semejante cuestión, lo primero que hay que averiguar es qué es una rama
especial del Derecho. Se suele distinguir entre Derecho común y Derechos
especiales, y casi todos coinciden afirmar que el Derecho Civil es el Derecho privado
común, y el Derecho Administrativo es el Derecho común de la Administración,
respecto de los cuales son Derechos especiales el Mercantil y el Laboral, y el
Financiero y Tributario, respectivamente. Pero ¿qué los hace especiales?33:
1) ¿Es la materia regulada?
2) ¿Es la especialidad jurisdiccional?
3) ¿Depende, tal vez, de la existencia de unos principios generales propios,
ausentes de los Derechos comunes?
4) ¿Tiene que ver quizá con el sistema de fuentes?
Desde luego, la materia regulada puede dar lugar a una especialidad de ese tipo. Es
más, la existencia de una determinada materia es una condición necesaria de todo
Derecho especial, pues no es concebible ni practicable un sector especial del
Derecho que no sea posible delimitar con un mínimo de seguridad. Pero ese mero
hecho no es condición suficiente de esa especialidad, ni puede constituir el
fundamento de la especialidad misma, si no se justifica por alguna razón adicional la
constitución de una rama o especialidad jurídica diferenciada34.

31
Para una visión sintética del origen, desarrollo, objetivos y sectores del Derecho del consumo, así
como su influencia en el Derecho Mercantil y otros sectores, así como una crítica de su pretendida
autonomía como rama jurídica diferenciada, véase GONDRA, Derecho Mercantil..., cit., pp. 97-110.
Gran parte del análisis que sigue, incluso en la propia redacción de varios segmentos del texto, lo he
construido a partir de ideas expuestas por el Prof. José Luis GARCÍA-PITA en “Los sujetos
fundamentales…”, cit., pp. 55-65. Sin embargo, asumo íntegramente la responsabilidad por el estado
en que las presento aquí, y en particular, por los errores que se me hubieran podido deslizar.
32
BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, Alberto; “Reflexiones críticas sobre la protección de los consumidores
en el Derecho español”, en BERCOVITZ RODRIGUEZ-CANO, Alberto y BERCOVITZ RODRIGUEZ-CANO,
Rodrigo; Estudios jurídicos sobre protección de los consumidores, Tecnos, Madrid, 1987, pp. 17 y ss.
33
Las posibles respuestas enumeradas a continuación están tomadas de LACRUZ, Elementos de
Derecho Civil, cit., t. I, vol. 1, p. 29.
34
Por este motivo considero que no dan razón suficiente de las ramas especiales que mecionan las
palabras de LACRUZ, Elementos de Derecho Civil, cit., t. I, vol. 1, p. 32, acerca de que “el Derecho
mercantil, el laboral y, acaso, el agrario, son hoy, en distinta medida, Derechos especiales, en cuanto
disciplina de una parcela concreta de la actividad humana”.
FACULTAD DE DERECHO 125
Versión de marzo de 2014
§64 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

Ahora bien, desde la perspectiva de su objeto y de las relaciones socioeconómicas a


las que afecta, el Derecho del consumo es más bien inespecífico: no se ocupa de
relaciones, instituciones o sectores económicos determinados, sino que afecta a
contratos, negocios u operaciones de cualquier índole y a todo tipo de sectores
económicos. Esta propiedad o nota característica se advierte en el art. IV TP CPDC,
que carece de matices o especificaciones, de modo que, en principio, todas las
operaciones relativas a cualesquiera bienes o servicios pueden proporcionarse,
adquirirse o disfrutarse en el marco de una “relación de consumo”. En esto, el
Derecho del consumo contrasta con sectores como el Derecho bursátil, el del
sistema financiero o el Derecho del transporte, en los que se procura la protección
del inversor, cliente bancario, asegurado o pasajero (sujetos que, en ese sentido,
suelen ser calificados con razón como consumidores o usuarios), pero que poseen
además una especificidad propia y objetivos concretos adicionales relacionados con
la eficiencia del sistema productivo al que se refieren. El Derecho del consumo no
limita su ámbito a sector económico o actividad económica alguna, ni protege sólo a
los pasajeros, depositantes, inversores o asegurados, sino a todos ellos
conjuntamente y, en general, a todos los consumidores y usuarios. Pero esto no
significa que carezca de materia y objeto propios suficientemente determinados o
determinables, precisamente en la medida en que se puede delimitar cuándo
estamos ante una “relación de consumo” y cuándo no.
La eventual especialidad jurisdiccional, por su parte, siendo un rasgo llamativo de
especialidad en una rama del Derecho35, no es esencial para definirla, como ha
demostrado en nuestro país, desde 1885 hasta la reciente creación de los Juzgados
y Salas Comerciales, precisamente el Derecho Mercantil, Derecho especial sin orden
jurisdiccional propio. Tampoco es suficiente la existencia de una especialización
jurisdiccional para configurar una rama autónoma del Derecho, como demuestra el
que los juzgados y tribunales de familia no hayan dado lugar a que el Derecho de
familia cristalice como una rama especial autónoma, desgajada del Derecho Civil. Y
es que probablemente la especialidad jurisdiccional sea más una consecuencia que
la causa o la esencia de la especialidad36, aunque hay que reconocer que la
especialidad jurisdiccional fue, en su día, determinante de la especialización tanto
del Derecho Administrativo como del Mercantil37.
En todo caso, lo cierto es que el Derecho del consumo carece de especialidad
jurisdiccional: no hay tribunales ni juzgados “del Consumo”, como sí los hay “de
Familia”. Un factor que contribuye poderosamente a esto es su interdisciplinariedad.
Si el Derecho del consumo integra instituciones y regula relaciones jurídicas
administrativas, pero también civiles y mercantiles, es obvio que las controversias
relacionadas con el consumo podrían quedar atribuídas no a una jurisdicción
especial, sino a dos órdenes jurisdiccionales comunes:

35
LACRUZ, Elementos de Derecho Civil, t. I, vol. 1, cit., p. 42.
36
Así, implícitamente, LACRUZ, Elementos de Derecho Civil, t. I, vol. 1, cit., p. 42
37
Vid. al respecto mi “Génesis y consolidación de las Mareva injunctions…”, cit., pp. 176-179, que a
su vez sigue y en gran medida resume a GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; “Unha visión mercantilista
da reforma procesual (con especial referencia ós procesos declarativos e especiais)”, en VV.AA.;
Congreso de Dereito Procesual de Galicia: a reforma da Xustiza Civil, Xunta de Galicia –
Universidade da Coruña – Consejo General del Poder Judicial – Escola Galega de Administración
Pública, A Coruña, 1999, pp. 91-160-

126 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §64

1) por una parte, al contencioso-administrativo (por ejemplo, de resultas de la


sanción de cualquiera de las numerosas infracciones administrativas en materia
de consumo); y,
2) por otro, a la jurisdicción civil.
Ni siquiera la creación de los Juzgados y Salas especializados en lo comercial (que
no dejan de ser órganos jurisdiccionales pertenecientes a la especialidad Civil
ordinaria, según dispuso la Sala Plena de la Corte Suprema en el art. 1 de su
Resolución Administrativa 006-2004-SP-CS), han dado lugar a órganos
especializados en las controversias de consumo, ni los aludidos Jueces y Salas
Comerciales han asumido tampoco la competencia sobre las operaciones de
consumo. Y apenas se han comenzado a desarrollar a nivel reglamentario (D.S. 46-
2011-PCM) los ambiciosos arts. 137 a 149 CPDC, que intentan poner en
funcionamiento un “Sistema Arbitral de Consumo”38. Están por verse las
repercusiones prácticas que llegue a tener realmente el sistema, aunque de todos
modos nunca podrá decirse que represente una verdadera especialidad
jurisdiccional del Derecho del consumo.
Sobre la presencia de principios generales propios, hay que reconocer que el
Derecho del consumo se funda en uno básico: el principio pro consumptore,
recogido, en primer lugar, en el art. II TP CPDC, in fine:
“En el régimen de economía social de mercado establecido por la
Constitución, la protección se interpreta en el sentido más favorable al
consumidor, de acuerdo a lo establecido en el presente Código”.
Además, el art. V.2 TP CPDC abunda sobre el mismo principio:
“Principio Pro Consumidor.- En cualquier campo de su actuación, el Estado
ejerce una acción tuitiva a favor de los consumidores. En proyección de este
principio en caso de duda insalvable en el sentido de las normas o cuando
exista duda en los alcances de los contratos por adhesión y los celebrados en
base a cláusulas generales de contratación, debe interpretarse en sentido
más favorable al consumidor”.
El Derecho del consumo, por tanto, no sólo posee algunas normas especiales
propias, sino que transforma todo tipo de normas, públicas y privadas39, para
aplicarlas e interpretarlas de acuerdo con el principio pro consumptore. En ese
sentido, la protección al consumidor no sólo funciona como un principio general del
derecho, inspirador e integrador del ordenamiento jurídico en defecto o deficiencia
de la ley (inc. 8 del art. 139 Const. y art. VIII TP CC), sino que modifica y orienta

38
Claramente inspirados en el “Sistema Arbitral de Consumo” puesto en práctica en España mediante
R.D. 636/1993, de 3 de mayo. Vid. al respecto DÍAZ ALABART, Silvia; "El Arbitraje de Consumo (R.D.
636/1993, de 3 de mayo)", en VV.AA.; Estudios sobre el derecho de Consumo, 2ª ed., Iberdrola,
Bilbao, 1994, p. 170. También se ha desarrollado reglamentariamente, mediante el D.S. 30-2011-
PCM, lo previsto en el art. 131 CPDC, sobre la defensa judicial de los intereses colectivos de los
consumidores.
39
Implícitamente, BOTANA GARCÍA, G.A.; Los contratos realizados fuera de los establecimientos
mercantiles y la protección de los consumidores, J.M. Bosch, Barcelona, 1994, pp. 18 y s. También
REYES LÓPEZ, María José; Derecho del consumo. La protección del consumidor en los contratos de
compraventa de viviendas, de arrendamiento de obra y financiación. Comentarios, legislación y
jurisprudencia, Editora General de Derecho, Valencia, 1993, p. 26.
FACULTAD DE DERECHO 127
Versión de marzo de 2014
§64 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

teleológicamente las leyes y costumbres, allí donde las haya, según lo que sea más
favorable al consumidor. En ese sentido, más que un Derecho especial, viene a ser
un agregado jurídico interdisciplinar40 o transversal.
Pero lo anterior no basta, en mi opinión, para crear una rama especial y autónoma
del ordenamiento jurídico, porque más allá de ese principio general y de su
legislación especial propia, el Derecho del consumo no posee unas fuentes
diferentes, ni en lo material ni en lo formal, de las de otras ramas del ordenamiento
jurídico; en especial, no prevé un sistema de fuentes diferente del del Derecho
Mercantil. A diferencia de éste, el Derecho del consumo carece de un sistema propio
de ordenación de las fuentes. A pesar de alguna opinión en contrario41, no creo que
se pueda ver en los arts. II y V.2 CPDC normas reguladores del sistema de fuentes
aplicable a las relaciones de consumo. En realidad, dichos preceptos no admiten
comparación con el art. 2 CdC, porque no incluye fuentes formales (ley, costumbre y
principios generales) distintas de las previstas en el Derecho común y en el
Mercantil, ni tampoco establece entre ellas (como sí hace el precepto mercantil
citado) un orden propio de prelación. Siendo esto así, el Derecho del consumo
tampoco relega a un plano subsidiario o supletorio las fuentes instrumentales del
Derecho Mercantil general, de modo que las normas específicas de protección de
los consumidores se aplican paritaria y simultáneamente con ellas. Cabría, sí, hablar
de una cierta vectorialidad que matiza y limita la paridad de que acabo de hablar, en
el sentido de que ésta concurre y se afirma o, por el contrario, decae y se deja de
lado, según que esas normas resulten más o menos favorables —carácter
teleológico del Derecho del consumo— a los consumidores y usuarios. En ese
sentido, puede hablarse sin duda de una especialidad de preceptos (lex specialis),
pero no de una especialidad de fuentes ni, en consecuencia, de una rama o
disciplina especial del Derecho (ius speciale).
En conclusión, no parece que el Derecho del consumo sea un Derecho especial
propiamente dicho, una rama especial del Derecho, al modo en que lo son el
Derecho Mercantil o el Laboral. Llegados a este punto, se vuelve a plantear en toda
su crudeza la cuestión de la posición del Derecho del consumo en el conjunto de las
disciplinas jurídicas y, en particular, las relaciones que guarda con el Derecho
Mercantil. De hecho, salta a la vista la evidente proximidad entre éste y el Derecho
del consumo, desde que la relación de consumo se traba casi por definición entre un
empresario y un consumidor. Se trata, por tanto, de una relación empresarial
(concretamente, un “acto mixto”) que, por eso mismo, se incardina claramente en el
Derecho Mercantil. Y a falta de exclusión expresa y de motivos determinantes para

40
GÓMEZ CALERO, Juan; Los derechos de los consumidores y usuarios, Dykinson, Madrid, 1994, p.
27, quien califica al Derecho de los consumidores como “emergente y multidisciplinar”.
41
Vid., sobre la base del ant. art. 7 LGDCU es., funcionalmente más o menos equivalente a nuestro
art. II CPDC, FONT GALÁN, Juan Ignacio; “Capítulo 2. El Derecho del consumidor entre códigos y
Constitución: lugar de encuentro del Derecho civil y el Derecho mercantil”, en VV. AA.; Curso sobre el
Nuevo Derecho del Consumidor, Ministerio de Sanidad y Consumo – Instituto Nacional del Consumo,
Madrid, 1990, pp. 48 y s. GÓMEZ CALERO, Los derechos de los consumidores…, cit., p. 75. El ant. art.
7 LGDCU es. (cuyo contenido ha pasado al art. 19 de su nuevo Texto Refundido) rezaba: “Los
legítimos intereses económicos y sociales de los consumidores y usuarios deberán ser respetados en
los términos establecidos en esta Ley, aplicándose además lo previsto en las normas civiles y
mercantiles y en las que regulan el comercio exterior e interior y el régimen de autorización de cada
producto o servicio”.

128 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §65

sobreentenderla, ha de afirmarse decididamente que el Derecho del consumo no es


solamente una “vía de encuentro y comunicación del Derecho Civil y el Derecho
mercantil”42, sino que pertenece o se incardina de manera regular en el sistema del
Derecho privado especial denominado Derecho Mercantil.

II. EL CONSUMIDOR Y OTROS SUJETOS ASIMILADOS


65. La noción de consumidor: planteamiento.
El CPDC define como consumidores o usuarios (art. IV.1.1 TP) a:
“Las personas naturales o jurídicas que adquieren, utilizan o disfrutan como
destinatarios finales productos o servicios materiales o inmateriales, en
beneficio propio o de su grupo familiar o social, actuando así en un ámbito
ajeno a su actividad empresarial o profesional. No se considera consumidor
para efectos de este Código a quien adquiere, utiliza o disfruta de un producto
o servicio normalmente destinado para los fines de su actividad como
proveedor”.
El art. IV.1.2 TP del mismo CPDC, luego de esta “definición” de los consumidores
propiamente dichos, hace extensiva su protección también a “los microempresarios”
que cumplan determinadas condiciones. En mi opinión, y pese a que ambos párrafos
se hallan bajo el alcance del epígrafe “Consumidores o usuarios” de la disposición
de “definiciones” del CPDC, en este segundo caso se trata más bien de sujetos que,
sin ser consumidores, reciben una protección equivalente en determinadas
circunstancias. Viene a ser una ampliación o extensión excepcional de la protección
propia de los consumidores a un supuesto distinto. Como tal, me ocuparé de él en
un apartado distinto43.
La noción de consumidor propiamente dicho o “en sentido estricto”, entonces, puede
construirse con los elementos de la primera definición, omitiendo la referencia a los
microempresarios44:
1) su condición de “destinatarios finales” de dichos productos o servicios, que viene
a ser el núcleo positivo de la noción legal de consumidor actualmente vigente en
nuestro país45;

42
FONT, “Capítulo 2. El Derecho del consumidor…”, cit., pp. 21 y ss.
43
Vid. § 71, en pp. 137 y ss., infra.
44
Nótese la coincidencia parcial con STIGLITZ, Rubén, y STIGLITZ, Gabriel; Contratos por adhesión,
cláusulas abusivas y protección al consumidor, Depalma, Buenos Aires, 1985, pp. 39-41, quienes
proponen que la noción de “consumidor” se va precisando sobre la base de cuatro rasgos
acumulativos: su posición terminal en el circuito económico (consumidor final); su comparecencia a la
relación de consumo como “sujeto aislado” (por lo que no serían nunca “consumidores” sus
asociaciones); su condición de “sujeto medio”, con ingresos modestos y sin discernimiento económico
y jurídico suficiente; y su enfrentamiento en la concreta relación de consumo con un profesional o
empresario. El primer y el tercer rasgos, como se ve, coinciden con los exigidos por nuestro
ordenamiento; el segundo tiene cierto paralelismo con la discusión acerca de la posibilidad de
considerar “consumidores” a ciertas personas jurídicas, o al menos extenderles la protección
conferida a ellos; al tercer rasgo señalado por los autores, a mi modo de ver, lo suple con creces la
exigencia al consumidor simplemente de una diligencia ordinaria, con funciones más reguladoras que
delimitadoras. Vid. sobre este último punto el § 75, en pp. 146 y ss.
45
Como lo es también del art. 2 del Código de Defensa del Consumidor bra.; el párr. I del art. 2 de la
Ley Federal de Protección al Consumidor mex.; el art. 1 de la Ley de Defensa del Consumidor arg.; el
FACULTAD DE DERECHO 129
Versión de marzo de 2014
§66 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

2) la (reiterada) insistencia en que no es consumidor quien actúa en el marco de su


actividad profesional;
3) su personalidad, que puede ser tanto natural como jurídica; y
4) su relación con el proveedor a través de los productos o servicios puestos por
éste en el mercado.
Los apartados siguientes se dedican a esclarecer cada uno de estos elementos de la
definición de consumidor.
66. El consumidor como destinatario final.
Definir al consumidor como “destinatario final” cumple importantes funciones de
delimitación del ámbito de protección del CPDC. Concretamente, esta delimitación
se produce en cuatro direcciones:
1) Puesto que el consumidor tiene que ser “destinatario” de los bienes o servicios,
sólo quedan protegidos por esta responsabilidad agravada del proveedor los que
utilicen legítimamente el bien o servicio. Los ladrones y otros adquirentes
ilegítimos, aunque ciertamente puedan muy bien “usar o disfrutar” los productos o
servicios, jamás podrán ser calificados en ningún sentido válido como
“destinatarios” de ellos, ni quedan, por tanto, comprendidos en el ámbito de
protección del CPDC.
2) Es más, que el consumidor tenga que ser “destinatario” del producto o servicio
deja claro que la protección reforzada del CPDC tampoco se extiende nunca a
los llamados bystanders, esto es, a los “espectadores accidentales” que sufran
un daño sólo por haber estado en una proximidad enteramente accidental con el
acto de consumo. A los bystanders se les suele excluir, con razón, del especial
ámbito de protección que establece la ley a favor de los consumidores46. Pero
este tratamiento no debe extenderse, como he de exponer en un apartado
posterior47, a quienes conforman el grupo familiar o social del “consumidor
primario”, como se puede deducir de una interpretación conjunta de la definición
de consumidor con la delimitación del ámbito de aplicación del CPDC del art. III.1
TP CPDC.
3) La “posición terminal” en la cadena de consumo que implica caracterizar al
consumidor como “destinatario final” subraya también la exclusión de la
protección dispensada por el CPDC del proveedor civil o no profesional, en sus
relaciones con un empresario que se comporte, en sus relaciones con ellos,
como adquirente profesional (que no “proveedor”); es el caso de quienes

numeral 1 del inc. 2 del art. 1 de la Ley de Protección a los Derechos de los Consumidores chi.; el art.
2 de la Ley de Relaciones de Consumo uruguaya. Así ocurría también con el texto original del ant. art.
2.1 de la Ley General de Defensa de los Consumidores y Usuarios es., sustituido luego, siguiendo
una tendencia introducida por el Derecho comunitario europeo, por una noción basada en la idea de
“parte no profesional”, semejante a la definición vigente en nuestro país entre 2008 y 2010 (D. Leg.
1045).
46
Cfr. GARCÍA-PITA, Derecho Mercantil…, cit., p. 264, comentando el ant. art. 25 LGDCU es. De todas
maneras, como expongo en la nota n. 71, en p. 136, infra, no parece que tal tratamiento restrictivo se
justifique en el caso concreto de la responsabilidad civil extracontractual por los defectos de los
productos puestos en el mercado, aspecto que, de lege ferenda, quizás debiera quedar fuera del
ámbito específico de la protección al consumidor.
47
Vid. § 70, en pp. 135 y ss., infra.

130 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §67

“aprovisionan” a los recicladores, acopiadores, etc. En este supuesto se


encuentran también, por ejemplo, los trabajadores dependientes. La idea, por
otro lado, queda implícita en la propia designación de “consumidor”: esto es, de
manera gráfica aunque algo imprecisa48, el que ejecuta la prestación dineraria a
cambio del bien o el servicio en el que se incorpora el valor objeto de la
operación.
4) Puesto que el consumidor tiene que ser destinatario “final” de los bienes o
servicios, sólo se protege a aquél en quien termina para todo efecto comercial la
cadena de producción-consumo; no es consumidor, en cambio, quien la continúa,
aunque él mismo no pueda ser considerado “proveedor” por no ser profesional o
habitual, como ocurre con el intermediario ocasional.
67. Exclusión de los adquirentes con fin profesional.
La definición del art. IV.1.1 CPDC hace referencia al hecho de que para ser
consumidor el sujeto no debe actuar en el contexto de su actividad profesional, en la
que, más bien, podría tener la condición de proveedor respecto de sus propios
clientes. Esta idea está incluso repetida dos veces casi seguidas. Ahora bien, la
norma usa cada vez fórmulas distintas, con algunas diferencias capaces de fundar
consecuencias también diversas:
1) La primera vez, el CPDC recalca que el consumidor, al adquirir usar o disfrutar el
producto o servicio, lo hace como destinatario final, “actuando así en un ámbito
ajeno a su actividad empresarial o profesional”. La atingencia se hace en relación
a la concreta relación de consumo respecto de la cual el sujeto se presenta como
consumidor. Las consecuencias prácticas concretas de este inciso de la
definición legal son las mismas que ya he expuesto al analizar la condición de
“destinatario final” del consumidor, pues gran medida expresa la misma idea,
pero en términos negativos.
2) La segunda vez, en cambio, el CPDC afirma que “[n]o se considera consumidor
para efectos de este Código a quien adquiere, utiliza o disfruta de un producto o
servicio normalmente destinado para los fines de su actividad como proveedor”
(énfasis añadido). Esta vez el Código habla de quien está adquiriendo, utilizando
o disfrutando el producto o servicio, pero sin tener a la vista la finalidad concreta
—como destinatario final o como proveedor— con la que lo hace en el acto
mismo de adquirir, usar o disfrutar, sino el hecho de que tal producto o servicio
coincide por su tipo con los que, usual o normalmente adquiere dicho sujeto para
los fines de su propia actividad como proveedor. En otras palabras, la norma no
está hablando en este caso de las circunstancias concretas de la presunta
relación de consumo —en las cuales quizás el sujeto podría ser calificado como
consumidor, según los parámetros anteriores de la definición—, sino que, aunque
así fuera, el Código excluye en este caso a este potencial consumidor de la
protección que de otro modo le concedería. Y la razón de tal exclusión descansa
en una consideración general sobre su actividad habitual, que permite presumir

48
Imprecisa, porque por ejemplo en los “servicios de ahorro y crédito” (los del sistema financiero),
como ocurre también en el cambio de monedas, el “precio” suele estar representado más bien por un
spread, o diferencia entre las tarifas o tipos de cambio activos y los pasivos; el cliente sigue siendo
“consumidor” aunque no pague ningún “precio en dinero” perfectamente diferenciado.
FACULTAD DE DERECHO 131
Versión de marzo de 2014
§68 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

que tal sujeto no está sometido en este caso a la asimetría informativa que la Ley
ha tomado como fundamento último de su sistema de protección.
Consecuencia importante de estas dos precisiones sobre el ámbito de protección del
CPDC es que, por el mismo motivo, dejan de quedar amparados por el sistema de
protección al consumidor los casos llamados de uso mixto, que son aquéllos en los
que el producto o servicio es adquirido, a la vez, para fines profesionales y para fines
de consumo personal, familiar o del entorno social de la misma persona. Este es
quizá el caso más importante comprendido en la última exclusión, en la que la
posible asimetría informativa no alcanza el nivel necesario para desencadenar la
protección establecida por el CPDC.
Una interesante consideración que se desprende de todo lo dicho hasta aquí es que
la condición de consumidor atribuida a un sujeto es siempre ocasional; es una
condición subjetiva de índole funcional, que se ha de acreditar en cada concreta
operación o relación, según sea el destino o finalidad económica que el adquirente o
usuario pretenda dar al producto o servicio adquirido, usado o disfrutado 49. La
condición de consumidor no es, pues, un status (como sí lo es el de empresario), no
tiene carácter permanente, sino que responde a un determinado rol social. Nadie es
consumidor, sino que se comporta o actúa como consumidor en ciertos ámbitos, o
se le asigna ese papel50.
68. La personalidad del consumidor.
El art. IV.1.1 TP del CPDC afirma explícitamente que pueden ser consumidores:
1) las personas naturales; y
2) las personas jurídicas.
El primer caso no merece mayor comentario, dado que lo mínimo que naturalmente
se espera de cualquier noción de consumidor es que comprenda al menos a las
personas naturales, en sus operaciones no profesionales.
En cambio, la presencia de las personas jurídicas en una definición de consumidor
basada en la idea de “destinatario final” ha constituido una anomalía más o menos
perturbadora, ya desde la primera promulgación del la LPC ant. (D. Leg. 716, de
1991).
Ciertamente, su inclusión permitió, por una parte, llegar a una solución
materialmente satisfactoria en algunos casos en que ello hubiera sido muy difícil de
otra manera. Por ejemplo, cuando la Comisión amparó como consumidora a una
asociación religiosa, confundida por su Banco con otra de denominación similar,
error que determinó que se le cancelara indebidamente una cuenta de ahorros51.

49
MIRANDA SERRANO, Luis María; “La protección de los consumidores en la contratación: aspectos
generales”, en MIRANDA SERRANO, Luis María, VELA TORRES, Pedro José, y PRÍES PICARDO, Adolfo; La
contratación mercantil. Disposiciones generales. Proteccion de los consumidores, Marcial Pons,
Madrid – Barcelona, 2006, pp. 179-221 (p. 195).
50
Ibid., pp. 195-196.
51
(2001) CPC 677, citada por ESPINOZA ESPINOZA, Juan (Dir); Ley de Protección al Consumidor.
Comentarios. Precedentes Jurisprudenciales. Normas Complementarias, Rodhas, Lima – Chiclayo,
2004, p. 31 (citado en adelante como Com. al inc. a del art. 3 LPC, precedido del nombre del autor del
comentario, tras el del Director de la publicación; en este caso el comentario procede el propio Prof.
ESPINOZA).

132 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §68

Por otra parte, sin embargo, fue también la rendija por la que se coló la tendencia
interpretativa que terminó por diluir jurisprudencialmente la noción de consumidor
hasta desembocar en la nebulosa noción de “parte no profesional” que introdujo la
reforma del año 2008 (D. Leg. 1045)52. Así, en De Col Ingenieros SA c. Inchcape
Motors Perú SA53, el Tribunal del Indecopi llegó a declarar que una sociedad
anónima (es decir, un empresario por la forma54) era “consumidor” sólo porque el
automóvil BMW que adquirió de la denunciada no se incorporó íntegramente en su
proceso productivo, sino que se destinó también al uso personal y familiar de su
gerente general, Sr. Giacomo De Col Cafferata. Parte esencial de la motivación de
esta resolución se basó precisamente en la mención de las “personas jurídicas”
(indebidamente equiparadas a “empresas”) que hacía la definición de consumidor en
la primera redacción de esa Ley:
“Si las empresas (sic) no pudieran ser consideradas como consumidores
finales, resultaría incomprensible la referencia a las mismas en al art. 3 de la
Ley de protección al Consumidor”55.
En mi opinión, la única forma coherente de entender la mención de las “personas
jurídicas” es restringirla a aquéllas que constituyan el vehículo mediante el cual un
grupo de personas naturales encauce sus relaciones de consumo como,
estrictamente, “destinatarios finales” de los bienes o servicios. Esto era así ya en la
redación original de la LPC, pero es importante recalcarlo ahora, en el contexto del
CPDC actualmente vigente, a fin de evitar que vuelvan a difuminarse los límites de la
noción de consumidor como ocurrió en el pasado reciente, en perjuicio potencial no
sólo de la seguridad jurídica (que ya sería bastante), sino también del eficiente
funcionamiento del mercado.
Según lo anterior, quedarían desde luego automáticamente excluidas de la
posibilidad de ser consideradas “consumidores” (al menos en el sentido propio del
art. IV.1.1 TP CPDC) todas las personas jurídicas con forma mercantil, y cualquier
otro empresario que actúe en esa condición, como deja meridianamente claro la
repetida exclusión de quienes actúen en su propio ámbito profesional o, incluso,
quienes adquieran bienes o servicios normalmente destinados a la explotación de su
actividad como proveedores.
Por lo tanto, las personas jurídicas incluidas en la definición de consumidor son, más
bien:
1) entidades necesariamente no lucrativas;
2) cuyos fines no exijan una organización económica profesional; ni

52
La cual sin embargo eliminó, paradójicamente, la referencia a las personas jurídicas de la definición
de consumidor del art. 3 LPC ant.
53
(2000) TDC 336.
54
Vid. § 31, en pp. 65 y ss., supra.
55
(2000) TDC 336, n. III de la parte considerativa. Para entender en su alcance exacto la crítica que
hago de esta resolución debe atenderse a que, en mi opinión, el Sr. De Col como persona natural
que, efectivamente, “utilizaba o disfrutaba el bien como destinatario final”, sí que estaba sin duda
protegido por la LPC ant., pero siempre que actuase a título particular, no interponiendo su empresa.
Sinceramente, creo que fue un error procedimental de su abogado, que la Sala no tenía por qué
ayudarle a corregir, y mucho menos a costa de desfigurar el sentido de la Ley.
FACULTAD DE DERECHO 133
Versión de marzo de 2014
§69 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

3) la tengan de hecho.
Sin pretensión de exhaustividad, podrían enumerarse, por ejemplo:
1) las asociaciones de consumidores;
2) las fundaciones y comités de beneficencia;
3) las entidades eclesiásticas, las cofradías y demás personas jurídicas de fines
estrictamente religiosos;
4) los clubes de fanáticos de un hobby;
5) entidades dedicadas a la organización de actividades de tiempo libre, etc.
Naturalmente, en todos los casos, siempre y cuando no actúen de hecho como
empresarios o, en general, intermediarios profesionales.
69. La noción de consumidor como una “posición” relativa al proveedor.
Hay un rasgo definitorio de la noción de consumidor que suelen señalar la doctrina 56,
la jurisprudencia y la legislación de algunos ordenamientos comparados, y que a
primera vista no está recogido en la definición de “consumidor” de nuestro CPDC57:
sólo se es consumidor cuando se actúa ante alguien que proporciona el producto o
servicio con carácter profesional, o sea (al menos por regla general), ante un
empresario. Ahora bien, la posible impresión de que la noción legal de consumidor
no depende del concepto de empresario sería claramente equivocada. En realidad,
el concepto de “consumidor” del CPDC está claramente vinculado a la existencia de
una relación del sujeto así calificado con un empresario-proveedor, como se deduce
de otras disposiciones de la Ley.
Los consumidores sólo son tales cuando se enfrentan a un “proveedor”, porque sólo
en ese caso se da “estructuralmente” la desigualdad de posición contractual que
exige una protección privilegiada de sus intereses58. Pese a ser “destinatario final”
del bien, y a actuar “fuera de su ámbito profesional”, el que le compra a su vecino su
casa no se tiene a sí mismo como un “consumidor” , ni tampoco lo considera así el
ordenamiento59. El propio art. III.1 TP CPDC lo deja claro, al defender a los
consumidores no en cualquier situación, sino únicamente cuando:

56
Así, por ejemplo, MIRANDA, “La protección…”, cit., p. 198. También STIGLITZ/ STIGLITZ, Contratos por
adhesión…, cit., pp. 39-41, para quienes la delimitación de la noción de “consumidor” necesariamente
hace referencia, entre otros rasgos, a su enfrentamiento en la concreta relación de consumo con un
profesional o empresario.
57
Vid. no obstante la mención del proveedor en el art. IV.1.2 TP CPDC, a propósito de la extensión a
los microempresarios de la protección propia del consumidor, y en el art. IV.5 TP CPDC, como parte
de la definición de “relación de consumo”.
58
En este sentido, el editor de la Compilación Precedentes de Observancia Obligatoria en materia de
Defensa de la Competencia, Indecopi Sello Editorial, Lima, 1999, p. 235, comenta que “la aplicación
de las reglas de protección al consumidor (...) se fundamenta en la asimetría de información existente
entre los proveedores y consumidores. Los problemas que la legislación de protección al consumidor
pretende enfrentar parten de la premisa [de] que una categoría de agentes económicos —los
proveedores— se encuentra en una posición ventajosa frente a la otra —los consumidores o
usuarios— como resultado de su capacidad para adquirir y procesar información, consecuencia de su
experiencia y de su situación frente al proceso productivo”.
59
MIRANDA, “La protección…”, cit., p. 198.

134 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §69

“se encuentre directa o indirectamente expuesto o comprendido por una


relación de consumo o en una etapa preliminar a ésta”.
A su vez, la “relación de consumo” viene definida en el art. IV.5 TP CPDC como:
“la relación por la cual un consumidor adquiere un producto o contrata un
servicio con un proveedor a cambio de una contraprestación económica. Esto
sin perjuicio de los supuestos contemplados en el artículo III”60.
Los sujetos comprendidos como proveedores en el ámbito de aplicación del CPDC,
serán siempre empresarios61, como se deduce de examinar la “definición” art. IV.2
TP CPDC:
“Las personas naturales o jurídicas, de derecho público o privado, que de
manera habitual fabrican, elaboran, manipulan, acondicionan, mezclan,
envasan, almacenan, preparan, expenden, suministran productos o prestan
servicios de cualquier naturaleza a los consumidores”.
Tal “caracterización” legal (que no “definición”) del proveedor, aunque relativamente
imprecisa, basta para subsumirlo en la noción de “empresario”62. Conclusión que se
ve corroborada por numerosas normas del CPDC (énfasis añadidos):
“Están también comprendidas en el presente Código las operaciones a título
gratuito cuando tengan un propósito comercial dirigido a motivar o fomentar el
consumo” (art. III.3 TP).
“Asimetría informativa.- Característica de la transacción comercial por la cual
uno de los agentes, el proveedor, suele tener mayor y mejor información
sobre los productos y servicios que ofrece en el mercado a los consumidores”
(art. IV.7 TP).
“Derecho a un trato justo y equitativo en toda transacción comercial y a no ser
discriminados por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión,
condición económica o de cualquier otra índole” (inc. d del art. 1.1).
“Para determinar qué prestaciones y características se incorporan a los
términos y condiciones de una operación en caso de silencio de las partes o
en caso de que no existan otros elementos de prueba que demuestren qué es
lo que las partes acordaron realmente, se acude a las costumbres y usos
comerciales, a las circunstancias que rodean la adquisición y a otros
elementos que se consideren relevantes” (art. 21.2).
“En los contratos de duración continuada o de tracto sucesivo, condicionar la
venta de un producto o la prestación de un servicio a la adquisición de otro,
salvo que, por su naturaleza o con arreglo al uso comercial, sean
complementarios” (inc. a del art. 56.1).

60
El énfasis es añadido. La última salvedad ha de entenderse referida sobre todo, a mi parecer, al art.
III.3 TP CPDC, que establece excepciones a la necesidad de que la relación de consumo tenga
carácter oneroso (necesidad que resulta más que discutible, por lo demás).
61
Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., 25ª ed., vol. I, p. 21, aunque, sobre la base de la ley
española, sólo indica que la normativa en defensa de los consumidores y usuarios tutela a “los
demandantes de los bienes o servicios ofrecidos por los empresarios (y también los profesionales)”.
62
Sobre la cual remito, para más detalles, a los §§ 30 y 31, en pp. 61 y ss..
FACULTAD DE DERECHO 135
Versión de marzo de 2014
§70 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

“En toda operación comercial en que se conceda crédito al consumidor,


incluyendo la oferta, el proveedor está obligado a informar previa y
detalladamente sobre las condiciones del crédito y la Tasa de Costo Efectivo
Anual (TCEA)” (art. 96, pr.).
Las operaciones o transacciones sólo pueden calificarse de “comerciales” cuando se
encuadran o insertan en una empresa63. Asimismo, sólo es admisible aplicar los
usos o costumbres “comerciales”, como fuente ordinaria de integración de su
régimen jurídico, a operaciones o transacciones empresariales, en tanto constituyen
“actos de comercio” (cfr. art. 2 CdC). Puesto que el consumidor actúa, por definición,
“en un ámbito ajeno a su actividad empresarial o profesional”, la empresa sólo puede
intervenir por el lado del “proveedor”.
Todo lo anterior lleva a concluir que quedan excluídas del ámbito de protección del
CPDC las transacciones aisladas, que no impliquen un negocio organizado por parte
de quien las ofrece; por ejemplo, los de un intermediario ocasional con sus propios
“clientes”. A esta exclusión se ha de hacer, no obstante, una salvedad, deducida de
la forma en que explícitamente se ha de entender, según el art. IV.8 TP CPDC, el
“de manera habitual” de la “definición” legal del empresario-proveedor:
“Habitualidad.- Se considera habitual aquella actividad que se realiza de
manera común y reiterada de tal forma que pueda presumirse que se
desarrolla para continuar en el mercado. Este concepto no está ligado a un
número predeterminado de transacciones que deban realizarse. Las
actividades de venta de productos o contratación de servicios que se realicen
en locales abiertos son consideradas habituales por ese simple hecho”.
Los énfasis introducidos en la cita ponen de relieve que lo importante para
desencadenar la protección del consumidor no es tanto la realidad de que el
“proveedor” sea un empresario organizado, cuanto la apariencia de ello desde la
perspectiva del consumidor, que es, a fin de cuentas, a quien se trata de proteger.
Siempre y cuando, como es natural, tal “apariencia” (en caso de no coincidir con la
realidad) sea razonablemente imputable al proveedor-empresario “aparente” o
“presunto”64.
70. Diversidad de consumidores según su vínculo con el proveedor.
El estado actual de la doctrina y jurisprudencia acerca del alcance de la protección
que nuestro ordenamiento jurídico concede al consumidor, cuando éste es
caracterizado en virtud de la relación que mantiene con el proveedor, se puede
resumir en el siguiente listado de tipos de consumidor:
1) el consumidor directo o “contractual”;
2) el indirecto;
3) el potencial o asimilado; y
4) el meramente expuesto.
Las dos primeras categorías surgen directamente de la fórmula con que el art. IV.1.1
TP CPDC define a los consumidores. Si éstos son los que “adquieren, utilizan o

63
Vid. § 82, en pp. 156 y ss., infra.
64
Vid. sobre ambos conceptos el § 32, en pp. 66 y ss., supra.

136 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §70

disfrutan (…) productos o servicios (…) en beneficio propio o de su grupo familiar o


social”, el consumidor directo será el que “adquiere” o contrata directamente los
productos o servicios con el proveedor; consumidor indirecto será, a su vez, el que
de hecho los “utiliza o disfruta” legítimamente, aunque no haya contratado
personalemnte65.
Pero esa definición debe ser interpretada e integrada con el art. III.1 TP CPDC:
“El presente Código protege al consumidor, se encuentre directa o
indirectamente expuesto o comprendido por una relación de consumo o en
una etapa preliminar a ésta” (énfasis añadidos).
La idea de un consumidor que se encuentra todavía en una “etapa preliminar a una
relación de consumo”, es decir, antes de que ésta se instaure definitivamente
mediante el contrato correspondiente, constituye lo que la doctrina y la
jurisprudencia ha venido denominando el “consumidor equiparado”, o también, en
decisiones más antiguas, “consumidor potencial”66. Este concepto ha servido para
encauzar toda la protección precontractual del consumidor; por ejemplo:
1) cuando alguien sufre un accidente antes de contratar con el proveedor (pero, se
entiende, en un espacio o contexto controlado por éste último, y que comprende
los elementos que, como causa adecuada, causaron el accidente);
2) cuando se trata de defectos en la información precontractual que el Código
obliga a proporcionar al consumidor;
3) las situaciones en que un consumidor es afectado por una publicidad falsa o
engañosa; o
4) cuando las tratativas o negociaciones le causan un daño por no ser
objetivamente conformes a la buena fe67.
Ahora bien, el art. III.1 TP CPDC extiende la protección del Código no sólo a estos
“consumidores equiparados”, sino también a todos los que se encuentren directa o
indirectamente “expuestos a una relación de consumo”. No es difícil advertir, como
en efecto lo ha hecho notar algún autor68, que dependiendo cómo se entienda, este
último concepto puede englobar íntegramente todos los supuestos a los que se

65
Así, en el caso Cheenyi EIRL c. Konica SA, (1996) TDC 101, el Tribunal de Indecopi declaró que
“una persona puede entrar en contacto con un bien o un servicio de muchas maneras sin
necesariamente haberlo adquirido directamente como propietario o sin que incluso medie una
relación contractual con el proveedor. Así, por ejemplo, una persona puede recibir prestado o
regalado un producto de quien lo adquirió, que, posteriormente resulte defectuoso. Lo mismo ocurriría
con el caso del padre que compra juguetes para sus hijos. Si bien los hijos no son parte de la relación
contractual con el proveedor, sí son consumidores de los juguetes. Nada justifica distinguir estos
supuestos del de un consumidor – comprador”.
66
Término construido jurisprudencialemente por los órganos resolutivos del Indecopi sobre la base de
lo que disponía el art. 40 LPC ant., introducido por la L. 27311, que confería una legitimación ad
causam al consumidor “que potencialmente pudiera verse afectado” por las infracciones, lo que fue
interpretado como llevando implícita una extensión material de la protección conferida por la Ley a
quienes pudieran ser considerados “consumidores potenciales”.
67
CASTAÑEDA VINCES, Jenny; Expediente de protección al consumidor, sobre idoneidad del servicio,
Informe Final para la obtención del título de Abogada, Universidad de Piura, Piura, 2011, p. 92.
68
Cfr. ESPINOZA ESPINOZA, Juan; “Primeras reflexiones a propósito del Código de Protección y
Defensa del Consumidor”, en 202 Actualidad Jurídica (2010), p. 15.
FACULTAD DE DERECHO 137
Versión de marzo de 2014
§70 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

alude con las expresiones “consumidor directo”, “consumidor indirecto” y


“consumidor equiparado”, así como algunas más. Se ha defendido, por tanto, de
modo bastante plausible, que el verdadero y único concepto de “consumidor”
debería reducirse a señalar a todo aquél que, independientemente de que se
concrete (o no) una relación de consumo, se encuentra directa o indirectamente
expuesto a ella, como destinatario final69.
Ahora bien, no se puede excluir a priori que un análisis más detenido de los
alcances de estas normas del CPDC resulte en una diferente atribución de derechos
y deberes a cada una de esas “categorías”. Por esa razón, y para no prejuzgar esos
resultados ni perjudicar innecesariamente la claridad de la exposición, preferiré
llamar aquí a esas tres primeras “categorías” de consumidores con un único
concepto: consumidores primarios, y reservaré la expresión consumidor expuesto a
quienes sólo puedan quedar incluidos en las protección del CPDC en virtud de la
norma del art. III.1 TP CPDC.
En concreto, a mi modo de ver, la principal utilidad de esta “categoría” del
consumidor expuesto es la de extender la protección del CPDC a todos los que
forman con el consumidor primario ese “grupo familiar o social” de que habla el art.
IV.1.1 TP CPDC, aun sin contratar, ni usar o disfrutar de hecho el producto o
servicio, ni estar propiamente en una etapa preliminar a la contratación. En mi
opinión, sería claramente injusto excluir a estas personas del ámbito de protección
del Código, dado que conforman una sola unidad familiar con el “consumidor
primario”, o forman parte del mismo ámbito vital, generando así, por decirlo de
alguna manera, el contexto natural del acto mismo de consumo. De hecho,
precisamente por esa razón, esas personas pueden ser considerados “destinatarios”
en un sentido amplio del producto o servicio70. Y es que carecería de sentido que
proteger o no, por ejemplo, a la enamorada del muchacho que compra dos botellas
de gaseosa para tomarlas juntos, dependa del hecho, completamente aleatorio, de
que la botella que explotó, causándoles daños a ambos, fuera precisamente la que
le tocó a ella (para poder decir que “usó o disfrutó del bien”), y no aquélla de que iba
a beber él (que sí estaría cubierto en ambos casos, por ser “quien adquirió” el
producto). Esta aclaración, entonces, es especialmente importante para la

69
Ibid.
70
Así, interpretando precisamente la expresión “destinatario final de los productos o servicios”, en el
caso Cheenyi c. Konica, (1996) TDC 101, citado más arriba, el Tribunal del Indecopi afirmó que “se
considera como consumidor o usuario (...) a la persona natural o jurídica que adquiere, utiliza o
disfruta un producto o un servicio para fines personales, familiares o de su entorno social inmediato”
(énfasis añadido); finalmente pone los ejemplos de quienes reciben de regalo de los bienes
comprados por otro, que ya he citado: “por ejemplo, una persona puede recibir prestado o regalado
un producto de quien lo adquirió, que, posteriormente resulte defectuoso. Lo mismo ocurriría con el
caso del padre que compra juguetes para sus hijos. Si bien los hijos no son parte de la relación
contractual con el proveedor, sí son consumidores de los juguetes. Nada justifica distinguir estos
supuestos del de un consumidor – comprador”. El razonamiento, lo mismo que la propia inclusión en
la definición de “consumidor” del art. IV.1.1 TP CPDC de la frase “en beneficio propio o de su grupo
familiar o social”, sin decirlo directamente, apuntan a entender que tanto quien adquiere, usa o
disfruta el producto o servicio como todos los miembros del grupo familiar o social “en beneficio” del
cual (o en conexión con el cual) se produce dicha adquisición, uso o disfrute, quedan comprendidos
en la protección dispensada por el Código.

138 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §71

responsabilidad por daños, pues de no hacerse, estas personas podrían quedar


reducidas a la categoría de meros bystanders71.
De todos modos, considero que se ha de hacer una salvedad a esta aceptación
general que todo lo anterior supone del concepto básico de “consumidor” como
“sujeto expuesto a una relación de consumo como su destinatario final”, y es que la
“exposición a una relación de consumo” en cuestión debe ser imputable al
“proveedor” en condiciones de adecuación, esto es, “normal y previsiblemente”. De
hecho, el art 104 CPDC admite en todo caso que la ruptura de esa adecuación (en la
forma de caso fortuito, fuerza mayor, hecho determinante de tercero o imprudencia
del propio consumidor) constituye plena y legítima excusa a la responsabilidad
administrativa del proveedor. El concepto de consumidor queda, así, confinado
dentro de unos límites razonables.
Se puede concluir que la condición de consumidor, además de ser un mero rol social
contingente, ocasionalmente dependiente de cada concreta relación de consumo, y
no un status jurídico permanente, depende más como posición jurídica especial de lo
que hace o deja de hacer el proveedor empresario que del propio consumidor. Y es
que el efecto total de todo lo anterior es que, para poder calificar al cliente de una
relación profesional del proveedor como consumidor:
1) primero debe poder decirse que éste le destinó efectivamente su producto o
servicio, a algún aspecto de su actividad profesional, de manera imputable; y
2) sólo después cobra relevancia, para que dicha calificación se mantenga, que no
se pueda probar que dicho cliente prolongó o continuó la distribución económica
del producto o servicio en cualquier forma.
En definitiva, lo anterior demuestra, a mi modo de ver, que la protección del
consumidor no es sino un sector o capítulo de la regulación jurídica de la actividad
empresarial, que hace parte de su objeto de estudio el Derecho Mercantil.
71. Microempresarios y otros sujetos asimilados al consumidor.
Como ya he dicho, el CPDC extiende a otros sujetos —que hay que dejar muy claro
que en realidad no son consumidores— la protección pensada, en principio, sólo

71
Vid. § 66, en p. 130, supra. En sentido semejante (bajo la redacción original de la LPC ant.)
KOSSUTH, “Algunas consideraciones…”, cit., pp. 81-82, aunque con una amplitud (proteger a toda
víctima del daño causado por el producto defectuoso, incluidos los verdaderos bystanders) que,
independientemente de su carácter deseable de lege ferenda, considero que era (y sigue siendo)
incompatible con el carácter específico del CPDC. En todo caso, el problema surge del hecho de que
en nuestro país (como en otros) la especial responsabilidad objetiva por los daños causados por
productos defectuosos constituye un capítulo de la protección específicamente dispensada al
consumidor. En otros países se considera más bien un ámbito particular y un desarrollo del derecho
de la responsabilidad civil extracontractual empresarial. Cuando la responsabilidad por productos
defectuosos se independiza de la protección al consumidor, no existe esta limitación del círculo de
posibles sujetos pasivos del daño, limitación que, hay que reconocerlo, constituye un obstáculo serio
a la completa internalización de los costos de los accidentes causados por los defectos de los
productos. En esta línea, muchos ordenamientos han independizado la cuestión de la responsabilidad
por productos defectuosos de la protección al consumidor, de manera que incluso los verdaderos
bystanders y aun otros empresarios quedaría protegidos por ella. Esa es la perspectiva de la L.
22/1994 española, sobre responsabilidad por productos defectuosos, ahora consolidada
(paradójicamente) en el Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios y otras leyes complementarias, pero conservando su ámbito de aplicación más amplio. Vid.
breve comentario de ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., p. 25.
FACULTAD DE DERECHO 139
Versión de marzo de 2014
§71 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

para éstos. El propio art. IV.1.2 TP CPDC establece la extensión más importante al
insertar en la definición de consumidor a:
“Los microempresarios que evidencien una situación de asimetría informativa
con el proveedor respecto de aquellos productos o servicios que no formen
parte del giro propio del negocio”.
La filosofía detrás de esta extensión de la protección establecida por el CPDC es la
misma que inspiró la reforma de la noción de consumidor del D. Leg. 1045 del año
2008, fundado únicamente en la idea de “adquirente no profesional”. De hecho, las
decisiones jurisprudenciales como Reynaldo Moquillaza S.R.L. c. Milne & Co. S.A.72,
que sirvieron de antecedente al cambio de paradigma, tratan casi siempre de
extender la noción de consumidor a otros empresarios menos sofisticados (al menos
respecto de la transacción en cuestión) que su contraparte.
El texto legal final resultante fue, y el actual sigue siendo, bastante menos generoso
con ellos de lo que hacía temer esa jurisprudencia, pues los protege sólo en
supuestos muy restrictivos, lo que no deja de ser plausible. Y es que no puede
equipararse73 la desigualdad informativa, real en ambos casos, que tienen ante un

72
(2003) TDC 422. La denunciante había comprado un auto para uso de su gerente en actividades
propias de la empresa, y también para su uso personal fuera de horas de trabajo. El vehículo
presentaba ruidos y vibraciones excesivos al transitar por terrenos accidentados. Una pericia
encontró una eficiencia de suspensión muy por debajo de lo normal. La denunciada hizo hincapié en
que la denunciante no calificaba como consumidor, por ser un empresario (incluso por su misma
forma de SRL). Como se ve, el caso es muy parecido a De Col c. Inchcape, comentado supra. Esta
vez el Tribunal justificó la inclusión de la denunciante en el concepto de consumidor de la LPC ant.
considerando que: “la Protección al Consumidor es un instrumento de superación de la desigualdad
(…). En este orden de ideas, (…) utilizar un producto como «consumidor final» no significa
necesariamente que dicho producto se encuentre reservado al uso personal del adquirente sino que
puede haber sido adquirido para un uso colectivo, ya sea la familia o un grupo social inmediato. Del
mismo modo, la noción de consumidor —interpretada tomando en cuenta la función moderadora de
la desigualdad de la Protección al Consumidor— también permite considerar como «consumidor
final» al pequeño empresario cuando adquiere o utiliza bienes o servicios por las necesidades de su
actividad empresarial, en ciertos casos específicos. Ello debido a la situación de desigualdad en que
se encuentra el pequeño empresario frente al proveedor, situación equiparable a aquella en la que se
encuentra cualquier particular” (n. III.1 de la parte considerativa). La resolución intenta justificar la
igualación del consumidor a la parte de hecho en desventaja informativa en la transacción concreta
con una cita de BOURGOIGNIE, Thierry; Elementos para una Teoría del Derecho de Consumo,
Gobierno Vasco, Vitoria, 1994, p. 39: “La situación del pequeño comerciante, inducido a realizar
adquisiciones o a suscribir contratos de empresa por las necesidades de su actividad profesional, es
parecida a la del consumidor que contrata con fines privados. Dicha situación forma parte, según la
teoría económica, de la esfera del consumo: el profesional en cuestión constituye el último eslabón
del ciclo de la vida económica del bien y del servicio y se encuentra, dada su falta de especialización
y la ausencia de poder real de negociación derivada de la reducida dimensión de su empresa, en las
mismas condiciones de desequilibrio y de sumisión en los modos de producción”. Discrepo del
análisis de este autor, que en su afán de extender la noción de consumidor abre más, y más agudos
interrogantes de los que resuelve. De hecho, la idea de “cese de toda actividad de producción,
transformación o distribución en relación al mismo bien o de toda prestación relativa al mismo servicio
en el ámbito comercial o profesional” (pp. 37 y ss.), base de su teoría, me parece incapaz de delimitar
de un modo mínimamente claro la noción de consumidor de la de un adquirente profesional.
73
Como hacía (en aquel momento, a mi modo de ver, contra legem) ESPINOZA/ ESPINOZA, Com. al inc.
a del art. 3 LPC, cit., aunque siguiendo toda una tendencia doctrinal y legislativa más nutrida que
acertada. Es la línea, por ejemplo, de DE LA CUESTA RUTE, José María (Dir.), y VALPUESTA
GASTAMINZA, Eduardo (Coord.); Contratos mercantiles, 2ª ed., Editorial Bosch, Barcelona, 2009, t. I,
pp. 87-89.

140 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §71

proveedor profesional tanto un pequeño empresario como un consumidor. Según el


art. 59 Const., que el Tribunal de Indecopi invocó (equivocadamente) para su
“reinterpretación” de la noción de consumidor, la primera desigualdad sólo exige del
ordenamiento que se le brinden “oportunidades de superación”; o sea, que organice
medios para que a los pequeños empresarios les sea razonablemente posible que
su situación de desventaja llegue a desaparecer como tal desigualdad. El objetivo
social deseable está puesto claramente en la desaparición de esa desigualdad;
mejor dicho, en asegurar la oportunidad de su desaparición, lo que implica como
mucho una protección transitoria74. La desigualdad del consumidor propiamente
dicho es, en cambio, permanente e inevitable por definición.
Pese a todo lo anterior, el CPDC —como ocurría ya bajo la LPC ant. en su última
redacción— finalmente protege a los microempresarios, y no sobre una base
transitoria, sino en principio permanente. Pero el Código deja también
suficientemente clara, aun sin mencionarla explícitamente, la excepcionalidad de
esta protección; en efecto, deja entrar en ella a sujetos que la definición de
consumidor inmediatamente precedente dejaría indudablemente fuera. Ello exige
interpretar restrictivamente las tres condiciones que acumulativamente pide para ello
la norma:
1) que el denunciante sea un microempresario;
2) que los productos o servicios que son objeto de la relación no formen parte del
giro propio de su negocio; y
3) que evidencie una situación de asimetría informativa con el proveedor.
La noción de microempresario debe integrarse con lo dispuesto en la LMYPE75, cuya
caracterización de qué es una microempresa ya he tenido ocasión de explicar76.
Microempresario será, pues, la persona natural o jurídica titular de tal microempresa.
Asimismo, la jurisprudencia ha precisado que lo importante para merecer la
protección propia del consumidor es acreditar la condición sustantiva de

74
Por eso, un “Diagnóstico y Propuesta” para el “Fortalecimiento del Sistema de Protección al
Consumidor” del Indecopi dice que sobre las pequeñas y medianas empresas (Pymes) “puede
debatirse (…) si sería necesario incorporarlas transitoriamente al régimen de protección al
consumidor en razón de que el problema de asimetría de la información se presenta también en la
realidad de las Pymes, aún cuando en abstracto pertenezcan a la categoría de proveedor”. Vid.
Documento de Trabajo 001-2000, en separata especial de El Peruano del 15 de marzo de 2000, p.
40. El énfasis añadido manifiesta el deseo de superación definitiva de la desigualdad informativa (o
aumento de profesionalidad) que habría que incentivar entre los empresarios de toda dimensión, a
favor del buen funcionamiento del mercado en su conjunto y, finalmente, de los “auténticos”
consumidores.
75
La jurisprudencia de Indecopi, desde el comienzo, ha llegado espontánea y se puede decir que
unánimemente a la conclusión de que la ampliación de la protección dispensada en la legislación de
protección al consumidor a los microempresarios debe integrarse específicamente con la delimitación
de este concepto que hace la LMYPE. Vid. por todas las resoluciones recaídas en: Golonorte S.A. c.
Mapfre Perú Compañía de Seguros y Reaseguros S.A., (2009) 2368 SC2, FJ 13; Colegio Parroquial
Mixto San Pedro Chanel c. Turismo Civa S.A.C., (2010) 1547 SC2, FFJJ 8 y 9; Angelus S.A.C. c.
Rímac Internacional Compañía de Seguros y Reaseguros, (2011) 2589 SC2, FJ 29 (primer fallo sobre
el tema bajo el CPDC); y Representaciones y Servicios A & M E.I.R.L. c. Yell Perú S.A.C., (2011) SC2
2188, FFJJ 22 y 23 del fallo de la mayoría (al parecer, el primero que responde positivamente a la
cuestión de si el empresario denunciante merecía la protección de la LPC ant., en su versión final).
76
Vid. § 38, en pp. 72 y ss., supra.
FACULTAD DE DERECHO 141
Versión de marzo de 2014
§71 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

microempresario, tal como se deduce de la LMYPE, y no la formalidad de estar


inscrito en el Registro administrativo regulado por el art. 7 de su Reglamento77.
Además, la adquisición (recuérdese que el suministrador nunca puede ser
consumidor, ni siquiera el civil o no profesional) debe ser ajena a o no formar parte
del giro propio del negocio, para que el microempresario pueda acceder a la
protección propia del CPDC. Hay aquí un sutil cambio en la redacción de este
requisito respecto de la última versión vigente de la LPC ant.: el CPDC exige que los
productos o servicios adquiridos por el microempresario al que se va a extender la
protección propia del consumidor “no formen parte del giro propio del negocio”,
mientras que aquélla hablaba de productos o servicios “no relacionados con el giro
propio del negocio”. Es evidente que “lo que forma parte” del giro (estándar actual)
es más limitado que lo simplemente “relacionado” con él; por tanto, al ser un
requisito negativo para extender la aplicación de la protección prevista, se concluye
que el CPDC es algo más liberal o permisivo que la LPC ant. en este preciso
aspecto. A este respecto, el fallo de la mayoría en el caso A & M c. Yell Perú78,
resolviendo bajo aún sobre la base de la LPC ant., precisó que:
“son productos o servicios relacionados con el giro propio del negocio (aparte
de los productos y servicios ofrecidos por el propio microempresario en el
mercado) aquellos inherentes a la actividad económica desarrollada por el
microempresario, esto es, absolutamente imprescindibles para que la misma
se desenvuelva, tales como: (i) la materia prima y/o materiales fabricados que
sirven de insumos para fabricar determinados productos, o (ii) las maquinarias
o instrumental necesarios para prestar determinados servicios”.
Considero que esta caracterización no refleja adecuadamente el tenor del texto legal
(la LPC ant.) que tenía que aplicar79, sino más bien el nuevo y más restringido
referente de “productos o servicios que formen parte del giro propio del negocio”,
distintivo del CPDC. En ese sentido, una operación que “no forma parte del giro del
negocio” es la que, sin estar directamente comprendida en la descripción de éste,
tampoco coadyuva a la realización de sus fines (cfr. art. 11 LGS e inc. d del art. 15
LEIRL), entendiendo esta vinculación como prácticamente necesaria, en los
términos que recoge el pasaje jurisprudencial últimamente citado. Más en concreto:
1) cuando se trata de una persona jurídica de forma mercantil, el giro propio del
negocio equivale al “objeto social” (arts. 11 LGS y 15 LEIRL);
2) para otros empresarios inscritos en el RM, a “la clase de comercio u operaciones
a que se dedique” (inc. 2 del art. 21 CdC);
3) para los empresarios no inscritos, puede darse valor a los datos del Registro
administrativo de la SUNAT, como ha venido haciendo de manera constante la
jurisprudencia del Indecopi; y
4) a falta o por insuficiencia de todo lo anterior, habrá que investigar los objetos de
hecho “comprendidos en el giro y tráfico del establecimiento” (cfr. art. 280 CdC).

77
Vid. la resolución del recién citado caso A & M c. Yell Perú, (2011) SC2 2188, FFJJ 24 y 25.
78
(2011) SC2 2188, FJ 29 del fallo de la mayoría (con énfasis en el original).
79
Y, en ese contexto, comparto la opinión expresada en su voto en discordia por el Prof. Hernando
MONTOYA ALBERTI, miembro de la Sala, y su conclusión de que en el caso concreto A & M EIRL no
calificaba como microempresario protegido.

142 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §72

Por su parte, la asimetría informativa en que se debe encontrar el microempresario


denunciante se establece en la medida en que conste que la transacción materia de
controversia era desusada, o al menos esporádica, en su actividad económica
efectiva. Aunque requiera de parte del microempresario denunciante una
transparencia sin duda inusualmente rigurosa acerca de sus actividades, es bastante
claro, en mi opinión (y aunque la jurisprudencia actualmente dominante diga otra
cosa), que la norma en cuestión le impone la carga de la prueba también sobre este
requisito. El CPDC, como ya ocurría con la LPC ant. a partir de la reforma de 2008,
recalca esa atribución de la carga de la prueba al exigir que el microempresario
interesado “evidencie” dicha asimetría.
Desde luego, que se trate de una condición distinta y acumulativa, configuradora de
un supuesto excepcional de protección y de interpretación restrictiva requiere de los
órganos resolutivos del Indecopi que resistan con decisión la previsible presión de
los interesados para que se presuma la existencia de este tercer requisito siempre
que conste el segundo (adquisición ajena al giro propio del negocio).
Lamentablemente, la Sala de Defensa de la Competencia n. 2 del Tribunal de
Indecopi, en el ya (repetidamente) citado caso A & M c. Yell Perú80, ha caído
precisamente en esa tentación cuando concluye explícitamente:
“se presumirá iuris tantum que respecto de los productos y servicios no
relacionados con el giro propio del negocio del microempresario denunciante,
este se encuentra en asimetría informativa frente al correspondiente
proveedor; sin perjuicio de que dicho proveedor pueda acreditar lo contrario”.
Aunque a este caso se aplicaba aún la LPC ant., es previsible que el Tribunal de
Indecopi siga esta misma interpretación respecto del actualmente vigente CPDC,
puesto que los términos en los que regula este aspecto son exactamente los mismos
que ya traía la norma anterior.
Antes de terminar este apartado y esta sección sobre el consumidor y los sujetos a
él asimilados, conviene tener en cuenta que el CPDC también puede ser invocado
por quienes, sin ser consumidores propiamente dichos ni microempresarios reciben
una legitimación procedimental para ello en circunstancias bien determinadas, sin
llegar a tener, empero, una protección sustantiva propia:
1) las asociaciones de consumidores (art. IV.6 TP CPDC), que sólo representan a
sus asociados, o colaboran para proteger los intereses colectivos o difusos de los
consumidores; y
2) los “proveedores” que hayan pagado el daño causado al consumidor por los
defectos no introducidos por ellos mismos en los productos que distribuyan,
cuando actúen en la “vía de regreso” (párr. 2°, in fine, del art. 101 CPDC).

III. LA PROTECCIÓN DISPENSADA AL CONSUMIDOR


72. Presupuesto: la relación de consumo.
Antes de entrar a detallar los contornos de la protección que dispensa al consumidor
el CPDC es necesario delimitar las situaciones en las que se aplica ese Código.
Para ello, lo primero es examinar cada uno de los extremos que definen su ámbito

80
(2011) SC2 2188, FJ 41 del fallo de la mayoría.
FACULTAD DE DERECHO 143
Versión de marzo de 2014
§72 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

de aplicación, el cual viene delimitado en el art. III.1 TP CPDC en función de la


llamada “relación de consumo”81:
“El presente Código protege al consumidor, se encuentre directa o
indirectamente expuesto o comprendido por una relación de consumo o en
una etapa preliminar a ésta”.
El art. IV.5 TP CPDC, a su vez, define así esta “relación de consumo”:
“Relación de consumo.- Es la relación por la cual un consumidor adquiere un
producto o contrata un servicio con un proveedor a cambio de una
contraprestación económica. Esto sin perjuicio de los supuestos
contemplados en el artículo III”.
Como se ve, la noción de relación de consumo se construye sobre la base de los
siguientes elementos:
1) la participación de, al menos, un consumidor (o bien un “microempresario”, en
los casos en que excepcionalmente puede ser asimilado a él), de una parte82, y
un proveedor, de la otra83;
2) se trata, en principio, de una relación contractual, ya sea una de adquisición de
bienes o de otro tipo;
3) tiene por objeto un producto o un servicio; y
4) se realiza a cambio de una contraprestación económica.
A tenor de la última frase de la definición citada, hay que tener en cuenta además la
posibilidad de extender los efectos propios del concepto estricto de “relación de
consumo” a supuestos en los que no se realice plenamente alguno de los elementos
anteriores, teniendo en cuenta toda la amplitud ámbito de aplicación del CPDC,
según queda delimitado en su art. III TP. Así, al desarrollar los elementos subjetivos
de la relación de consumo en la sección anterior, hemos visto que una noción de
consumidor comprensiva de las categorías de “consumidor indirecto”, “equiparado” y
“expuesto” hace innecesario que medie propiamente una relación contractual actual
y perfecta entre el consumidor y el proveedor. Ello queda del todo claro en virtud de
lo dispuesto en el art. III.1 TP CPDC, cuando precisa que el Código protege al
consumidor “directa o indirectamente expuesto o comprendido por una relación de
consumo o en una etapa preliminar a ésta”. Basta, por tanto, que la relación
contractual sea meramente potencial, e incluso del todo hipotética.
Ahora bien, la posibilidad de que la relación de consumo se exprese como una
relación contractual meramente potencial o incluso hipotética, como ocurre en la
protección precontractual del consumidor y en la de su libertad negativa de contratar
contra los métodos comerciales coercitivos, implica que también los referentes
concretos de los elementos objetivos de la relación de consumo (producto, servicio y

81
Cfr. lo que bajo la vigencia de la LPC ant. afirmó el Tribunal de Indecopi en Comisión de Protección
al Consumidor c. Empresa de Transportes Miguel Segundo Ciccia Vásquez E.I.R.L. (Civa) (1998)
TDC 221, acerca de que el ámbito de aplicación de la LPC descansaba sobre el trípode conceptual
constituido por las nociones de “consumidor”, de “proveedor” y de “bienes y servicios”.
82
Vid. §§ 65 y ss, en pp. 127 y ss., supra. Para el microempresario y las condiciones en las que se
asimila al consumidor, vid. § 71, en pp. 137 y ss., supra.
83
Vid. § 69, en pp. 132 y ss., supra.

144 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §73

contraprestación) a que me voy a referir en seguida puedan quedar, en esos casos,


del todo indeterminados. Bastaría entonces que la situación de hecho respecto de la
cual se plantea la pretensión de protección del consumidor esté objetivamente
vinculada, en condiciones de adecuación, a la actividad empresarial del proveedor
denunciado.
En los apartados que siguen procuraré más bien desarrollar los elementos objetivos
de la relación de consumo (elementos sub 3 y sub 4, en la enumeración anterior), tal
como se plantean en aquellas situaciones en las que la pretensión de tutela del
consumidor (idoneidad, responsabilidad civil por producto defectuoso,
requerimientos específicos de información) presupone una concreta relación
contractual, sea efectiva y actual, inminente, o al menos razonablemente previsible.
En todos estos casos es evidente que el objeto de la relación de consumo debe ser
mínimamente determinable, tanto respecto de la prestación o prestaciones a cargo
del proveedor (los productos o servicios), como respecto de la contraprestación a
cargo del consumidor.
73. El producto objeto de la relación de consumo.
En relación con la noción de producto bajo el CPDC, lo primero sobre lo que hay que
llamar la atención es que por tal no se entiende el que viene definido en el art. 994
CC (provecho no renovable que se extrae de un bien, como el mineral de una
mina)84. Por el contrario, según el art. IV.3 CPDC:
“Producto.- Es cualquier bien mueble o inmueble, material o inmaterial, de
origen nacional o no”.
Así pues, el propio texto de la ley propone una noción de “producto”, basada en un
elemento “básico”:
1) ha de tratarse de un “bien”, esto es, un ente individualizable del mundo exterior
que sea susceptible de apropiación económica como un todo85;
a lo que sigue una breve enumeración que aclara que quedan comprendidos:
2) tanto los bienes muebles como los inmuebles;
3) tanto los materiales (perceptibles por los sentidos) como los inmateriales; y
4) tanto los nacionales como los importados.
Incluir en la definición los tres últimos pares de conceptos equivale a subrayar que
son “productos” todos los “bienes”, pues cada uno de ellos puede servir como una
summa divisio de las cosas que es posible comprender en la primera noción, sin
admitir tercio excluido.
Ahora bien, el propio CPDC sí que excluye implícitamente los “servicios” —que
desde un punto de vista generalísimo y de principio son también “bienes”— de la
noción de “producto”, pues los define y regula aparte (art. IV.4 CPDC). Pese a ello
no encuentro razón alguna para no entender, como explícitamente aclaran algunas

84
PAYET, La responsabilidad…, cit., t. II, p. 669.
85
LACRUZ BERDEJO ET AL., Elementos de Derecho Civil, cit., t. I, vol. 3, pp. 3-5 (n. 240). También
ALBALADEJO, Manuel; Derecho Civil I: Introducción y Parte General, 15ª ed., Librería Bosch,
Barcelona, 2002, pp. 514-515 (§ 63).
FACULTAD DE DERECHO 145
Versión de marzo de 2014
§73 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

normas extranjeras86, que la noción de “producto” comprende también los bienes


“que entran en el marco de una relación de servicios” (por ejemplo, la carne que le
sirven a un comensal en un restaurante, o el aceite que utiliza un mecánico para
afinar el motor de un automóvil). De hecho, así se deduce del tratamiento que da a
los “servicios de reparación” el art. 23 CPDC.
Existe o ha existido doctrinalmente cierta discusión acerca de si son “productos”:
1) las “energías” (la electricidad87, por ejemplo), en la misma medida que las “cosas”
corporales o los “bienes” simplemente inmateriales.
2) Los “productos naturales”, en la misma medida que los “fabricados”.
3) También se discute la posibilidad de incluir como productos las partes y tejidos
del cuerpo humano, utilizados para transplantes de órganos y transfusiones.
Puesto que el CC enumera entre los bienes muebles (art. 886, inc. 2) “las fuerzas
naturales susceptibles de apropiación”, parece claro que nuestro ordenamiento
incluye las energías en la noción de “producto”, concretamente como “bien mueble”
(y obviamente “producido” en las centrales generadoras)88.
Por otro lado, pienso que la posible discusión relativa al carácter de “producido” de
los bienes en cuestión ha quedado superada con la eliminación de esa palabra en la
nueva definición del CPDC, que habla simplemente de “bienes”, tanto de origen
nacional como extranjero89. Alguien podría insistir en que la propia palabra con que
se designa al “producto”, que es etimológicamente un participio perfecto del verbo
“producir”, inevitablemente evoca ella misma algo “producido”. Pero por algo trae el
CPDC una “definición” de lo que se ha de entender por “producto” para sus propios
efectos, y en dicha “definición” el único requisito positivo determinante es que se
trate de un “bien”. Por tanto, hay que admitir que todos los “bienes” son “productos”;
también los naturales sin elaborar. En todo caso, para despejar completamente toda

86
Art. 2 de la Directiva comunitaria europea 2001/95.
87
La perplejidad se hace notoria en que los legisladores de diversos ordenamientos jurídicos se han
sentido obligados a aclarar expresamente su inclusión (por ejemplo, el art. 136 del Texto Refundido
de la española Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes
complementarias) o exclusión (así, la sec. 101 del proyecto de Product Liability Fairness Act
estadounidense de 1995) de la noción de “producto”. A falta de una aclaración expresa semejante, la
solución a la que se ha de llegar en nuestro ordenamiento es la que desarrollo en el texto.
88
Vid., con todo, las numerosas especialidades que afectan el régimen de las energías apropiables, y
concretamente el de la eléctrica, en cuanto “bien”, en LACRUZ BERDEJO ET AL., Elementos de Derecho
Civil, cit., t. I, vol. 3, pp. 5-6 (n. 241).
89
En concreto, la expresión “de origen nacional o no” sustituye una de la LPC ant. que hablaba de
bienes “producidos o no en el país”. Estas palabras originales planteaban la duda de si los bienes han
de ser siempre “producidos”, o caben también los “naturales”. En efecto, se podía interpretar —y era
lo más razonable—, que la frase exigía que en todo caso los “productos” hayan sido —valga la
redundancia— “producidos” (entendiendo por tales los “generados mediante una significativa
intervención humana”), ya sea en el país o en el extranjero. Según esto, se haría una exclusión de los
bienes meramente naturales que sean resultado de una actividad puramente extractiva. Pero era
posible otra interpretación (quizá implícita en ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., p. 22,
y luego también, específicamente para los tejidos humanos, en p. 24) que, poniendo el énfasis en las
palabras “producidos o no”, tuviese el efecto de abarcar en la noción de “producto” incluso los bienes
“no producidos” o naturales. Pero justamente esta interpretación resultaba insostenible, pues requería
por eso mismo entender que la definición de “producto” excluía a los productos extranjeros.

146 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §74

posible duda, quizás sería conveniente introducir una última frase aclaratoria, que
podría ser semejante a: “elaborados o sin elaborar”.
Aparentemente, los órganos, tejidos y demás partes del cuerpo humano podrían
tratarse simplemente como un caso particular de “producto natural”. La cuestión de
si pueden dar lugar a una “relación de consumo”, naturalmente, sólo puede
plantearse en la medida en que constituyan el objeto de la actividad de un
empresario. Ocurre esto cuando interviene un intermediario profesional (un hospital,
por ejemplo) entre los donantes y los receptores. Ahora bien, tanto si los órganos y
tejidos humanos cumplieran el requisito de ser “producidos” como si se admite que
éste no es exigible, su calidad de “productos” sigue siendo problemática. En efecto,
pareciera necesario concluir, de entrada, que ni siquiera se trata de “bienes”, al no
hallarse propiamente en el tráfico patrimonial90. De todos modos, la interacción del
consumidor con el establecimiento hospitalario ciertamente calificará como “relación
de consumo”, pero no porque haya un “producto” de por medio, sino porque en
cualquier caso implicará la prestación profesional de un “servicio”.
74. El servicio prestado al consumidor.
Ya he dicho que la noción de “producto” no comprende la de los servicios, aunque el
empresario proveedor de servicios está igualmente sometido al CPDC y tiene
responsabilidades semejantes a los de un proveedor de productos (cfr. incs. a, b, c,
e, f e i del art. 1.1 CPDC). El art. IV.4 TP CPDC establece concretamente la
siguiente “definición” de servicio:
“Servicio.- Es cualquier actividad de prestación de servicios que se ofrece en
el mercado, inclusive las de naturaleza bancaria, financiera, de crédito, de
seguros, previsionales y los servicios técnicos y profesionales. No están
incluidos los servicios que prestan las personas bajo relación de
dependencia”.
Como se advierte a primera vista, más allá de exigir como único carácter positivo
común reconocible el que la actividad constitutiva del servicio “se ofrezca en el
mercado”, lo que contiene esta norma no es precisamente una “definición” 91, sino
una “lista” ejemplificativa de actividades que se consideran “servicios” o no. Para
determinar su alcance hay que atender tanto a lo que el listado expresamente
incluye en como lo que excluye de la noción de servicio. Se incluyen:
1) los servicios bancarios,
2) los financieros,
3) los de crédito,
4) los de seguros,

90
Así, dice ALBALADEJO, Derecho Civil I…, cit., p . 503, que “la amputación, destrucción o disposición
de miembros u órganos” y “la transferencia a otro de poder sobre ellos (…) versaría sobre algo que,
como el cuerpo humano (entero, y cada una de las partes que lo componen), está fuera del
comercio”. Es éste un punto que ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., pp. 22-24, pasa
enteramente por alto para concluir (con excesiva ligereza, a mi entender) que están incluidos en el
concepto de “producto”, en el contexto de nuestro ordenamiento.
91
No lo es verdadera y propiamente porque, de entrada, resultaría circular, al apoyarse ella misma en
el concepto de “prestar servicios”; es más bien una caracterización y ejemplificación enunciativa,
como digo a continuación.
FACULTAD DE DERECHO 147
Versión de marzo de 2014
§74 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

5) los previsionales (hasta aquí, todos pertenecen al ámbito del sistema financiero
en sentido amplio), y
6) los servicios técnicos y profesionales.
Ahora bien, del propio articulado del CPDC se pueden extraer con cierta facilidad
bastantes ejemplos más:
1) de restauración y hospedaje (cfr. art. 5.3 CPDC),
2) de reparación (art. 23 CPDC),
3) los llamados servicios públicos regulados (telecomunicaciones, suministro
eléctrico, transporte, etc.; cfr. arts. 63 a 66 CPDC),
4) servicios de salud (arts. 67 a 72 CPDC),
5) servicios educativos (arts. 73 a 75 CPDC), etc.
Todo lo cual indica a ojos vistas que esta parte de la lista (la de lo que sí se
considera “servicio”) es “enunciativa” y “no limitativa”. En cambio, sólo se excluyen
“los servicios que prestan las personas bajo relación de dependencia”, o sea, los que
se prestan bajo un contrato o relación laboral.
Para enteder bien las implicancias de esta forma de legislar adoptada por el CPDC
conviene advertir que, bajo un contrato o relación laboral (es decir, de modo
claramente no comprendido en el ámbito de regulación del Código) se pueden
prestar también gran parte de los servicios que, caracterizados “por su objeto”, el
propio Código incluye explícitamente en su listado “positivo”:
1) servicios técnicos (el mecánico interno de una empresa de transportes, por
ejemplo),
2) profesionales (el asesor legal, igualmente interno),
3) de preparación y servicio de comidas y bebidas (en el comedor de una planta
industrial, por ejemplo),
4) de reparación (en el taller de máquinas de una cantera, por ejemplo),
5) de salud (en la enfermería de un colegio o universidad), y
6) educativos (brindados por el personal de capacitación y extensión de una
empresa de logística, por ejemplo).
Se concluye así que, si bien la “lista” positiva no es exhaustiva, lo importante aquí no
es tanto precisar en qué consiste el servicio prestado, como el modo en el que se
presta. Y ese “modo” de prestar los servicios es el que corresponde al proveedor, tal
como viene caracterizado y tipificado en el conjunto de las normas del CPDC, esto
es, en forma empresarial92. Como es fácil de advertir, es totalmente coherente con la
regulación del Código el hecho de que ese modo de prestarlos es absolutamente
incompatible con prestarlos bajo un contrato o relación laboral de dependencia.
Así pues, y resumiendo, se concluye que son servicios para los efectos de una
relación de consumo sometida al CPDC cualesquiera prestaciones distintas de una
provisión de bienes que se lleven a cabo en forma empresarial; y no lo son los

92
Vid. § 69, en pp. 134 y ss., supra.

148 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §75

prestados bajo una relación laboral de dependencia. Esto pareciera dejar un poco en
el limbo de la indefinición a los servicios que puedan calificarse de “habituales” o
“profesionales” pero no de empresariales. Estoy hablando, por ejemplo, de los
profesionales liberales (abogados, médicos, contadores, ingenieros), así como los
técnicos de diversos ramos (eléctricos, informáticos, sanitarios, etc.), que
ciertamente “se ofrecen en el mercado”. A todos ellos, cuando prestan individual e
independientemente sus servicios, suele faltarles el elemento de “organización”,
implícito en la noción de empresa93. ¿Deberán pese a ello ser calificados como
“proveedores”, y sus servicios “profesionales” estar sujetos a las disposiciones del
CPDC? La respuesta de facto de los órganos decisorios del Indecopi —sin haberse
planteado seria y explícitamente la cuestión, en realidad— ha tendido a ser positiva;
mas si esa conclusión era perfectamente defendible bajo la LPC ant., los resultados
a los que se llega tras estudiar el concepto de “proveedor” del nuevo CPDC (que
siempre lo concibe como un “empresario”) parecen incompatibles con ella.
75. El deber de diligencia del consumidor.
La reforma del año 2008 introdujo en la definición de consumidor de la LPC ant. una
referencia expresa a que la especial protección alcanza sólo al consumidor “que
actúa en el mercado con diligencia ordinaria, de acuerdo a las circunstancias”.
Ciertamente, incluir esa mención al definir la noción de consumidor era claramente
un error de técnica legislativa. Está claro que la mención no formaba parte de la
definición, pues tomaba como sujeto precisamente al “consumidor” que acababa de
definir. Y no por ser negligente deja el consumidor ni dejó nunca de ser eso:
consumidor. Eso nunca significó (y ahora con todavía menos razón) que cualquier
negligencia, tuviera o no que ver con la reclamación concreta, bastara para excluir al
consumidor de la protección que le bridaba el ordenamiento94. Se trataba,
simplemente, de un “estándar” o criterio interpretativo que aparece ya en el
precedente de observancia obligatoria introducido por el Tribunal del Indecopi en el
caso Humberto Tori Fernández c. Kouros E.I.R.L.95:
“se presume que todo proveedor ofrece como una garantía implícita, que el
bien o servicio materia de la transacción comercial con el consumidor es
idóneo para los fines y usos previsibles para los que normalmente se
adquieren éstos en el mercado, según lo que esperaría un consumidor
razonable, considerando las condiciones en las cuales los productos fueron
adquiridos o los servicios contratados (…). Sin embargo, si las condiciones y
términos puestos en conocimiento del consumidor o que hubieran sido

93
Vid. § 30, en pp. 65 y ss., y § 39, en pp. 81 y ss., supra.
94
Consideración que, en mi opinión, basta para resolver el aparente dilema de GONZALES BARRÓN,
Günther; “El mito del consumidor razonable”, en 202 Actualidad Jurídica (2010), pp. 19-26.En el
mismo sentido, BACA ONETO, Víctor Sebastian; Protección al consumidor. Análisis de las funciones del
Indecopi a la luz de las decisiones de sus órganos resolutivos, Indecopi, Lima, 2013, p. 33, donde
dice que “si la cláusula es abusiva, incluso el más negligente de los consumidores goza de
protección” (si bien no puedo compartir su conclusión de que entonces el estándar es útil en algos
casos, e innecesario en otros).
95
(1996) TDC 85, inc. a del art. SEGUNDO de su parte resolutiva. Los énfasis son añadidos. Los
órganos resolutivos de Indecopi han seguido usando este estándar sin solución de continuidad, antes
y después de la reforma de 2008; vid. por todos: Segundo Plascencia Bazán c. Banco Continental,
(2004) TDC 906; y Mario Carlos Aníbal Nugent N’egrillo c. Lan Perú S.A., (2008) TDC 866.
FACULTAD DE DERECHO 149
Versión de marzo de 2014
§75 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

conocibles usando la diligencia ordinaria por parte de este (…) excluyen o


limitan de manera expresa los alcances de la garantía implícita, estas
exclusiones o limitaciones serán oponibles a los consumidores”.
La función de este estándar es modular la protección conferida por las normas de
protección al consumidor en la solución de los casos concretos y, por tanto, el
alcance de lo que objetiva o subjetivamente se imputaba al proveedor en sus
relaciones con el consumidor, según las expectativas previsibles por quien actúa con
la diligencia que es de esperar en las circunstancias. Que el estándar de medición
sea el “consumidor razonable” y su “diligencia ordinaria” (expresiones sinónimas, en
realidad96) significa:
1) por un lado, que no se supedita la protección de la ley a que el consumidor
observe la conducta de un “consumidor experto o excesivamente exigente y
cuidadoso o de uno racional, calculador y frío capaz de analizar cada detalle de
las opciones que se le presentan”; pero también,
2) por otro lado, que tampoco se protegerá al consumidor negligente o inepto que,
habiendo estado en condiciones de eludir o conjurar el peligro de un modo
sencillo y poco costoso para él mismo y para toda la sociedad (por ejemplo,
leyendo la información que se le ofrece antes de contratar), simplemente no lo ha
hecho97.
Se trata de un concepto perfectamente legítimo, aunque no estuviera explícitamente
recogido en las normas de protección al consumidor, pues no hace más que
concretar para ese ámbito el estándar de diligencia genérico recogido en el art. 1314
CC y en el art. 57 CdC. Es más, la afirmación de que dicho estándar no está de
hecho recogido en el CPDC es más que discutible, pues éste aplica explícitamente
al consumidor, respectivamente:
1) El mismo estándar de “diligencia ordinaria” (inc. e del art. 29 CPDC), y
2) la posible imputación de “imprudencia” (art. 104 CPDC).
La primera de esas normas trata específicamente sobre cómo deben estar
redactadas las informaciones de los proveedores sobre los riesgos y la peligrosidad
de los productos y servicios. En ese sentido, podría ser tomada como una aplicación
puntual o excepcional del concepto.
La segunda norma, sin embargo, tiene un alcance mucho mayor, pues contribuye a
señalar los límites generales dentro de los cuales la infracción es imputada
objetivamente al proveedor, al permitirle liberarse de responsabilidad administrativa
siempre que demuestre que la afectación fue producto, en realidad, de la
imprudencia del propio consumidor. En otras palabras, éste tiene claramente el
deber de observar una diligencia ordinaria o razonable, pues la imprudencia no es
otra cosa que su falta.
Hay que hacer referencia aquí al intento, durante el periodo de deliberación y
preparación del CPDC, de cambiar dicho estándar por el del “consumidor

96
BACA, Protección al consumidor…, cit., pp. 32-33.
97
Cfr. INDECOPI; Lineamientos sobre Protección al Consumidor, cit., p. 24.

150 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §76

ordinario”98. Influidos quizá por cierta doctrina extranjera99, que habla del
comsumidor necesariamente como un “sujeto medio”, con ingresos modestos y sin
discernimiento económico y jurídico suficiente, los propugnadores de este cambio de
paradigma pretendían interpretar el concepto de “consumidor ordinario”, no como un
estándar normativo (que define la conducta que se puede esperar de o exigir al
consumidor, aunque de hecho en muchos casos, o incluso en la mayoría de ellos, no
sea observada), sino sociológico (que haría referencia únicamente a la conducta
que, de hecho, observa un consumidor promedio)100. Hay que agradecer que el
intento no haya prosperado, pues la idea de un estándar es mejorar las conductas,
no perpetuar las inadecuadas, por lo que es lógico que la ley procure conseguir que
los consumidores abandonen éstas últimas, y adopten otras más razonables101.
76. Derechos de los consumidores y posibles infracciones.
Las formas que adopta la protección dispensada al consumidor por el CPDC y sus
normas complementarias se desarrollan en múltiples direcciones, y pueden
clasificarse según criterios muy distintos:
1) unas son de aplicación administrativa, y otras sólo pueden tenerla directamente
judicial;
2) unas operan en el ámbito precontractual, otras en el propiamente contractual (y
postcontractual) y otras más en un contexto plenamente extracontractual.
En un intento de ordenar los distintos derechos (y remedios) del consumidor en
función de este segundo criterio (grado de presencia y fase del fenómeno
contractual en que opera), podrían enumerarse, por ejemplo:
1) el derecho de información precontractual del consumidor (inc. b del art. 1.1
CPDC);
2) la protección contra la discriminación del consumidor en establecimientos
abiertos al público (inc. d del art. 1.1 CPDC);
3) la protección contra métodos coercitivos de comercialización o contratación, sea
por desinformación, engaño o directa constricción de la libertad de elección del
consumidor (incs. c y f del art. 1.1 CPDC);
4) la integración publicitaria del contrato de consumo en cuanto a su contenido (art.
46 CPDC);
5) todo un conjunto de mecanismos para prevenir y eliminar las cláusulas abusivas
o vejatorias en los contratos de consumo, sea que se celebren mediante
formularios de cláusulas generales o sin ellas (inc. c del art. 1.1 CPDC);

98
Cfr. el tenor del art. 1.3 del Anteproyecto de CPDC del año 2009: “Para interpretar el
comportamiento de estos agentes en el mercado, se tomará como referencia el parámetro de un
consumidor ordinario, no especializado y que el proveedor haya actuado conforme al principio de
buena fe y de razonabilidad”.
99
STIGLITZ/ STIGLITZ, Contratos por adhesión…, cit., pp. 39-41.
100
Cfr. la durísima crítica que hace a este modelo BULLARD, Alfredo; “¿Es el consumidor un idiota? El
falso dilema entre el consumidor razonable y el consumidor ordinario”, en 10 RCPI (2010), pp. 5-58.
101
Ibib., pp. 8-9.
FACULTAD DE DERECHO 151
Versión de marzo de 2014
§77 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

6) el plazo de reflexión con potestad de revocación en los contratos celebrados


mediante métodos comerciales agresivos o engañosos (inc. e del art. 1.1 y art.
59 CPDC);
7) la idoneidad de los productos y servicios, y la correspondiente reparación,
reposición o reintegro (incs. e y f del art. 1.1 CPDC), incluyendo la información
necesaria para hacer uso o consumo adecuados de los productos o servicios
(inc. b del art. 1.1 CPDC);
8) el pago anticipado o prepago, total o parcial, de los saldos de toda operación de
crédito, con amortización de intereses y sin cargos adicionales (inc. k del art. 1.1
CPDC);
9) la responsabilidad por productos defectuosos (incs. a e i del art. 1.1 CPDC); y
10) la protección contra los métodos de cobranza abusivos o denigrantes en las
relaciones de consumo (arts. 61 y 62 CPDC).
A estos derechos en la relación de consumo, que podríamos llamar “sustantivos”, se
han de agregar otros de naturaleza más bien “instrumental” o “procedimental”,
destinados a garantizarlos y hacerlos efectivos: el de asociación (inc. j del art. 1.1
CPDC), el de audiencia (inc. h del art. 1.1 CPDC) y los de eficacia, celeridad,
agilidad, sencillez y economía de los procedimientos para la defensa de sus
derechos (inc. g del art. 1.1 CPDC).
Sería muy largo, y quizás poco pertinente en un tratamiento general como éste,
desarrollar en detalle los diversos aspectos e implicaciones de todos estos derechos.
Por eso me limito a enunciarlos, y a explicar sumariamente el sistema para su
protección instaurado directamente por el CPDC. La perspectiva de esta norma es
fundamentalmente administrativa, sin que ello perjudique en lo absoluto la plena
eficacia jurídico-privada y procesal de sus disposiciones. Es más, la protección se
ordena principalmente en torno a la tipificación como infracciones administrativas de
cualquier vulneración de los derechos de los consumidores por parte del proveedor,
o del incumplimiento de sus obligaciones (art. 108 CPDC)102.
77. El procedimiento administrativo.
El procedimiento administrativo de protección al consumidor está regulado
fundamentalmente en los arts. 104 a 127 CPDC, incluyendo (en los arts. 124 a 127)
el nuevo procedimiento sumarísimo, para ciertos casos. Dichas normas deben ser
completadas y complementadas, en ese orden, por:
1) las disposiciones aplicables de la Ley de Organización y Funciones de Indecopi
(LOFI, D. Leg. 1033);

102
Esto podría interpretarse como una “ley sancionadora en blanco”, lo cual a su vez podría ser
tachado como una violación del principio de legalidad de las infracciones administrativas, en su
vertiente de tipicidad (incs. 1 y 4 del art. 230 LPAG). El Anteproyecto del CPDC publicado en
Separata Especial del DOEP del 18 de octubre de 2009 intentaba hacer (art. 108) una lista taxativa
de conductas infractoras que hubiera evitado este inconveniente. Al parecer, se llegó a la conclusión
de que era imposible limitar a un mínimo razonable la cantidad y dimensión de los vacíos de
punibilidad que este procedimiento legislativo comportaba, sobre todo teniendo en cuenta la elección
de técnica legislativa previamente adoptada de supeditar la protección del interés concreto del
consumidor en la vía administrativa a la previa imposición de una sanción al proveedor.

152 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §77

2) los arts. 22 a 43 del D. Leg. 807, de Facultades, Normas y Organización del


Indecopi, que regulan el denominado “procedimiento único” (de protección al
consumidor y de competencia desleal); y
3) la LPAG, de aplicación supletoria en todo procedimiento administrativo.
No con carácter supletorio, sino reglamentario, es también importante la Directiva Nº
004-2010/DIR-COD-INDECOPI, con las Reglas complementarias aplicables al
procedimiento sumarísimo introducido por el CPDC. Dicha Directiva ha sido
recientemente reformada y completada mediante la Resolución de la Presidencia del
Consejo Directivo del Indecopi N° 028-2013-INDECOPI/COD, publicada en el DOEP
del 11 de febrero.
Aparte de esas normas, es sumamente importante tener siempre en cuenta lo
dispuesto en los arts. 4 LOPJ y 64 LPAG, relativos a la precedencia de la
competencia judicial sobre la administrativa.
Según el art. 105 CPDC, el Indecopi tiene competencia primaria y de alcance
nacional para conocer las presuntas infracciones al Código, imponer sanciones y
ordenar medidas correctivas. Su competencia administrativa sólo puede ser negada
cuando haya sido asignada a otra entidad por norma expresa con rango de ley.
Se discutió y, hasta cierto punto, se sigue discutiendo si los procedimientos por
infracción de los derechos de los consumidores son sancionadores o trilaterales103.
Hay quienes opinaban que debería tratarse de un procedimiento trilateral, en el que
únicamente se determine el otorgamiento de la medida correctiva, y que sólo
deberían subsistir como procedimientos sancionadores los casos en los que se
afectase el interés difuso o colectivo de los consumidores. Hoy está claro que se
trata de un procedimiento sancionador, por explícita declaración legal (inc. a del art.
106 CPDC). Tal calificación no carece de consecuencias prácticas, pues siendo un
procedimiento sancionador, el consumidor carece de interés en la sanción
(pretensión puramente pública), y por tanto no puede apelar la sanción aunque a su
entender ésta no corresponda a la gravedad de la infracción. Como procedimiento
sancionador que es, se inicia siempre de oficio (art. 107 CPDC), incluso cuando
haya un denunciante particular. Éste se constitye entonces en tercero administrado
portador de un interés legítimo (en la medida correctiva, en la condena de costas,
etc.), pero jurídicamente accesorio a la cuestión principal (la dilucidación de una
infracción administrativa) que es de exclusiva titularidad pública. Por eso mismo, tras
un cierto “forcejeo” entre la Comisión de Protección al Consumidor de la Oficina
Regional del Indecopi de Piura104, principalmente, y la Sala de Protección al
Consumidor del Tribunal de Indecopi105, se ha terminado imponiendo el parecer de
que las conciliaciones y desistimientos privados entre denunciante y denunciado
sólo pueden tener efecto conclusivo de todo el procedimiento si se producen antes
de que el órgano resolutivo de primera instancia haya adoptado una decisión final,
en la que declara fundada la denuncia e impone una sanción.

103
BACA, Protección al consumidor…, cit., pp. 57-61.
104
Ress. nn. 21, 274 y 610-2012/INDECOPI-PIU.
105
Ress. nn. 2249 y 3448-2012/SC2-INDECOPI, la primera en sentido contrario y la segunda
acogiendo sustancialmente la postura de la Comisión. Vid. un suscinto tratamiento de la cuestión, con
reproducción de algunos de los argumentos más importantes, en BACA, Protección al consumidor…,
cit., p. 63.
FACULTAD DE DERECHO 153
Versión de marzo de 2014
§77 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

Lógicamente, cuando se trata únicamente de la liquidación de costas y costos que


eventualmente puede exigir el denunciante victorioso, el procedimiento es
claramente trilateral, y no se aplica lo señalado en el párrafo anterior.
Como en todo procedimiento administrativo sancionador (art. 230 LPAG), rigen en
materia de protección al consumidor los principios de legalidad, debido
procedimiento, tipicidad, etc.
Como he dicho más arriba, el CPDC ha introducido como una de sus principales
novedades el llamado procedimiento sumarísimo de protección al consumidor, al
lado del que, por comparación con él, ha venido en llamarse últimamente
procedimiento ordinario. El primero está, además, a cargo de un órgano unipersonal
(Órgano Resolutivo de Procedimientos Sumarísimos, ORPS) creado por el Directorio
en el ámbito territorial de las Comisiones, específicamente para conocer y resolver
este tipo de procedimientos. Según esto, la distribución de competencias entre la
Comisión y el ORPS se hace en función de una serie de criterios, detallados en el
párr. 1° del art. 125 CPDC. Concretamente, corresponde al ORPS conocer en la
primera instancia del procedimiento sumarísimo:
1) Denuncias de parte por presuntas infracciones referidas a relaciones de consumo
que tengan por objeto productos o servicios por valor inferior a 3UIT;
2) denuncias de parte por presuntas infracciones vinculadas a pedidos de
información o consistentes en métodos abusivos de cobranza o la demora en la
entrega del producto, con independencia de su cuantía;
3) denuncias de parte por presuntos incumplimiento de medidas correctivas,
acuerdos conciliatorios y pago de las costas y costos; y
4) la solicitud de liquidación de costas y costos que haga el consumidor que haya
denunciado con éxito.
Las etapas del procedimiento sumarísimo son las siguientes:
1) Denuncia de parte (no se puede iniciar de oficio).
2) Admisión a trámite de la denuncia e imputación de cargos.
3) Contestación o presentación de descargos, dentro del plazo de 7 días hábiles, no
prorrogables (inc. a del n. 4.5.5 DPS).
4) Audiencia única; no se prevé específicamente actuaciones destinadas a actuar
medios probatorios, pues en principio las partes sólo pueden ofrecer pruebas
documentales, aunque el ORPS puede ampliar la actividad probatori a otros
medios si lo considera necesario.
5) Resolución final.
6) Apelación.
7) Eventualmente, revisión de puro derecho (al estilo de la casación procesal) ante
el Tribunal.
El conjunto de todas las actuaciones de cada uno de los niveles resolutivos de un
procedimiento sumarísimo (ORPS, apelación ante la Comisión y revisión ante el
Tribunal) no debe extenderse por más de 30 días hábiles (inc. a del art. 126 CPDC).

154 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §78

En cambio, además de las apelaciones contra las resoluciones del ORPS que ponen
fin a la primera instancia del procedimiento sumarísimo, corresponde a las
Comisiones conocer en primera instancia, por el procedimiento ordinario:
1) denuncias de parte que involucren reclamos por productos o sustancias
peligrosas, actos de discriminación o trato diferenciado o se refieran a servicios
médicos, con independencia de su cuantía;
2) presuntas infracciones que afecten intereses colectivos o difusos (y en ese
sentido, el ORPS no puede denunciar de oficio); y
3) los que versen sobre productos o servicios cuya estimación patrimonial supera
tres (3) Unidades Impositivas Tributarias (UIT) o son inapreciables en dinero.
El procedimiento ordinario tiene las siguientes etapas:
1) Investigación previa, sea iniciada de oficio o como consecuencia de una
denuncia de parte;
2) Inicio del procedimiento propiamente dicho mediante la imputación de cargos,
que debe hacerse de acuerdo a lo que establece la LPAG;
3) Contestación o presentación de descargos, dentro del brevísimo plazo
establecido por el D.Leg. 807, que es de 5 días hábiles; si no se cumple, el
denunciado puede ser declarado en rebeldía. Ahora bien, según la resolución
recaída en (2011) SC2 705, y a diferencia de la rebeldía procesal civil la a que se
alude en este procedimiento administrativo “no guarda correlación con el
apersonamiento, sino con la respuesta a los cargos imputados por la autoridad.
Dicha disposición responde además a la propia naturaleza de la rebeldía que
está vinculada a la ausencia de argumentos que desvirtúen los cargos imputados
por la autoridad”.
4) Actuación de pruebas. Según el art. 31 del D.Leg. 807, los medios probatorios
ordinarios que pueden ofrecer las partes son sólo las inspecciones, los
documentos y las pericias. Sin embargo, el Secretario Técnico tiene la potestad
de ordenar la actuación de otros medios probatorios distintos de estos.
5) Audiencia de conciliación. Es en realidad facultativa, correspondiendo al
Secretario Técnico decidir si se lleva a cabo o no.
6) Resolución final. Antes de de que se dicte las partes pueden solicitar que se les
brinde la oportunidad de hacer un informe oral ante la Comisión, pero es de la
entera discrecionalidad de ésta concederlo o denegarlo.
7) Apelación
El conjunto de todas las actuaciones que componen cada una de las instancias de
un procedimiento ordinario (tanto en primera instancia, ante la Comisión, como en la
segunda, ante el Tribunal) no debe extenderse por más de 120 días hábiles.
78. Las sanciones y las medidas correctivas.
El art. 110 CPDC califica la gravedad de las infracciones según tres escalones
“formales”:
1) leves, que se sancionan con amonestación o multa de hasta 50 UIT;
2) graves, que se sancionan con una multa de hasta 150 UIT; y

FACULTAD DE DERECHO 155


Versión de marzo de 2014
§78 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

3) muy graves, a las que corresponde una sanción de hasta 450 UIT.
Ahora bien, el CPDC cuando define los tramos de gravedad de las distintas
infracciones, y las sanciones que les pueden corresponder, menciona únicamente
los límites superiores de cada tramo, no los inferiores. Algunos han interpretado este
hecho como si implicara que la escala de sanciones de los tramos superiores, los de
infracciones “graves” y “muy graves” no tuvieran piso, esto es, como si comenzaran
también con la posibilidad de imponer una mera amonestación, o en todo caso
multas inferiores al máximo del tramo inmediatamente inferior.
Esa interpretación, a mi modo de ver, resultaría un contrasentido106. Y es que las
infracciones “menos graves” de cualquier tramo de infracciones son, por definición
“más graves” que las “más graves” del tramo anterior. Si fuera correcto lo que
propone la interpretación que estoy criticando, sería posible, como aplicación
“correcta” del sistema de graduación establecido por la propia ley, que una infracción
fuera considerada por ésta como “más grave” que otra, y sin embargo debiera recibir
“menos sanción”. Se trataría de una violación flagrante, a la vez, de los principios de
razonabilidad y de proporcionalidad de las sanciones (cfr. inc. 3 del art. 230 LPAG),
y de una grave contradicción interna de la ley. Si ése fuera realmente el sentido de la
norma, muchas veces les resultaría conveniente a los propios infractores procurar
convencer a la autoridad administrativa de que en realidad su infracción era “un
poco” más grave, para así recibir… ¡menos multa! Además, suele ocurrir que las
infracciones más graves comporten también al infractor mayores beneficios.
Reconociendo ese hecho, y dado que es casi imposible evitar de hecho todas las
infracciones a la ley, si se impusiese esta interpretación, los empresarios podrían
verse incentivados en la práctica a establecer deliberadamente un sistema de
explotación empresarial calculado para infringir sistemáticamente los derechos de
los consumidores, pero de modo tal que las infracciones deban encontrarse siempre,
por poco, en el nivel ínfimo del tramo de infracciones “muy graves”. Contra todo
sentido común, quienes efectivamente lograsen hacerlo tendrían que ser
sancionados habitualmente sólo con una amonestación, o una multa muy pequeña.
A nadie se le escapa lo indeseable que resultaría la situación que acabo de delinear.
Afortunadamente, no es eso lo que dice la ley, ni explícita ni implícitamente. No lo
dice explícitamente, porque como ya he mencionado omite indicar el límite mínimo
de sanción de los tramos superiores al primero. Esto tendría que ser interpretado,
según las consecuencias de los principios de razonabilidad y de proporcionalidad, y
teniendo en cuenta la reducción ad absurdum que a la otra interpretación se le
puede oponer, como que cada tramo de gravedad comienza su escala de sanciones
donde termina la del tramo anterior. Pero esta conclusión, además de en una pura
interpretación lógica y sistemática de la norma, se puede apoyar también en ciertos
elementos del tenor literal de la norma contenida en el art. 110 CPDC. En concreto,
al pasar del primer tramo de infracciones, las “leves”, sancionadas “con una

106
No lo sería, en cambio, si el hecho de imponer una multa inferior al máximo del tramo inferior (que
según lo que digo en el texto, debe interpretarse al mismo tiempo como el mínimo de cada tramo
superior) fuera el resultado de valorar elementos que permitan mitigar la sanción ex post facto, a
modo de derecho sancionador “premial”. Por ejemplo, por haber emprendido acciones de mitigación
del daño y su reparación espontánea, una vez cometida la infracción. Pero como es fácil de advertir,
esos hechos no cambian la gravedad intrínseca de la infracción misma cometida con anterioridad,
que en abstracto merecerá una sanción “x”, la cual puede luego dejarse reducida a un mínimo o
quizás incluso eliminada del todo en atención a la buena conducta posterior del infractor.

156 UNIVERSIDAD DE PIURA


Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §79

amonestación o con una multa de hasta cincuenta (50) UIT”, al tramo de las
infracciones “graves”, explícitamente declara que éstas se sancionan “con una multa
de hasta ciento cincuenta (150) UIT”. La norma no contempla la posibilidad de que
las infracciones graves se sancionen con una mera amonestación (que es el
verdadero punto donde comienza la escala total de sanciones); esto es tanto como
decir también, en mi opinión, que tampoco puede ser sancionada con una multa
inferior al máximo del tramo anterior, precisamente porque se está hablando de otro
tramo de gravedad de infracciones, la más leve de las cuales es más grave que la
más grave de las inferiores. Si eso pasa entre el primer y el segundo tramos de
gravedad, lógicamente debe pasar también entre el segundo y el tercero (y
cualesquiera tramos adicionales que se pudieran contemplar).
Dicho esto, es necesario explicar por qué he llamado a los tres escalones del Código
“escalones formales”. Y es que la diferencia fundamental que existe entre sancionar
una conducta con mera amonestación e imponerle una multa, por modesta que ésta
sea, me hace pensar que en realidad los grados de gravedad de las infracciones
sancionadas por el CPDC son cuatro, y no sólo tres:
1) las infracciones leves no merecedoras de multa, cuya única sanción será una
simple amonestación;
2) las infracciones leves, pero merecedoras de multa, cuya cuantía no puede
superar las 50 UIT107;
3) las infracciones graves, que merecerían una multa no menor de 50 ni mayor de
150 UIT108; y
4) las infracciones muy graves, cuya sanción sería una multa comprendida entre las
150 y las 450 UIT109.
El mayor problema aquí surge al momento de tratar de aplicar la escala a los casos
concretos, graduando la gravedad de cada infracción según los distintos tramos
previstos en la norma general y, lógicamente, todos los puntos intermedios.
79. Jurisdicción civil y penal.
Vid. como referencia histórica el párr. 2° del art. 39, y los arts. 43, 44 y 51 LPC ant.
En el CPDC actual: arts. VI.6 TP, 52.2, 54.3, 59, 100, 110, 115.6, 115.7, 120, 130,
131, 144, 153.3, inc. e del art. 154, 156.3 y DCF 3ª CPDC. También art. 19.4 LOFI y
art. 7 D.Leg. 807.
Ojo: la existencia de una via administrativa especialmente protectora no quita ni
limita ningún derecho procesal del consumidor, para acudir directamente a los
tribunales a fin de obtener tutela jurisdiccional efectiva ante el proveedor, tanto por
los derechos que le confiere directamente su contrato, las leyes civiles o mercantiles
generales, como también las leyes especiales de protección al consumidor. Esto se
puede entender especialmente implícito en el art. VI.6 TP CPDC, los incs. g y h del
art. 1 CPDC y el inc. f del art. 50 CPDC (si se prohíbe limitar por contrato los
derechos procesales del consumidor, tampoco lo va a hacer directamente la ley).

107
Equivalentes actualmente (2014) a S/. 190 000.
108
O sea, S/. 570 000.
109
Es decir, S/. 1 710 000.
FACULTAD DE DERECHO 157
Versión de marzo de 2014
§79 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH

158 UNIVERSIDAD DE PIURA

También podría gustarte