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Facultad de Derecho
CAPÍTULO 3
EL CONSUMIDOR
I. EL CONSUMIDOR, EL DERECHO DEL CONSUMO Y EL DERECHO MERCANTIL.—
61. Planteamiento tradicional: el “acto mixto”. 62. El problema de la asimetría
informativa y organizativa. 63. El consumerismo y los “derechos fundamentales”
del consumidor. 64. Derecho Mercantil y Derecho del consumo. II. EL CONSUMIDOR
Y OTROS SUJETOS ASIMILADOS.— 65. La noción de consumidor: planteamiento.
66. El consumidor como destinatario final. 67. Exclusión de los adquirentes con fin
profesional. 68. La personalidad del consumidor. 69. La noción de consumidor
como una “posición” relativa al proveedor. 70. Diversidad de consumidores según
su vínculo con el proveedor. 71. Microempresarios y otros sujetos asimilados al
consumidor. III. LA PROTECCIÓN DISPENSADA AL CONSUMIDOR.— 72. Presupuesto: la
relación de consumo. 73. El producto objeto de la relación de consumo. 74. El
servicio prestado al consumidor. 75. El deber de diligencia del consumidor.
76. Derechos de los consumidores y posibles infracciones. 77. El procedimiento
administrativo. 78. Las sanciones y las medidas correctivas. 79. Jurisdicción civil y
penal.
1
GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; “Los sujetos fundamentales del Derecho Mercantil: el empresario
(ii). El consumidor”, Leccion VIª de sus Apuntes de Derecho Mercantil 1, pro manuscripto, La Coruña,
2009, p. 34, citando a LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 8.
2
Ibid., citando las obras de los autores anglosajones R. G. Lipsey y M. M. Greenfield.
— 117 —
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§61 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
3
MIRANDA, “La contratación mercantil…”, cit., p. 37. Según el autor, que cita al efecto a Ángel Rojo,
sería más exacto caracterizar el “acto mixto” como aquél que cumple los requisitos del acto de
comercio (inserción en la empresa) para una de las partes pero no para la otra.
4
Parece ser la opinión de MORALES ACOSTA, Alonso; Los grandes cambios en el derecho privado
moderno, Revista Peruana de Derecho de la Empresa, Lima, 1990, p. 194.
5
Como parecen proponer VICENT CHULIÁ y sus seguidores. También sería el resultado al que
conduciría la teoría de los “actos de circulación” de THALLER, dentro de la doctrina clásica del acto de
comercio puramente objetivo.
6
Vid. § 64, en pp. 122 y ss., infra.
7
GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; Derecho Mercantil de obligaciones. Parte General, Marcial Pons,
Madrid – Barcelona, 2003, p. 369.
8
ÁREA DE ESTUDIOS ECONÓMICOS DEL INDECOPI; Fortalecimiento del Sistema de Protección al
Consumidor. Diagnóstico y Propuesta, Documento de Trabajo 001-2000, en El Peruano (Separata
Especial), 15 de marzo de 2000, p. 27.
9
Op. cit., p. 15.
10
Op. cit., p. 8. Quizás debiera concluirse que el verdadero “protagonista” es el consumidor, y el
empresario el “antagonista”, como dice GARCÍA-PITA, “Los sujetos…”, cit., p. 33.
11
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., pp. 8-9.
12
Ibid., p. 9. GARCÍA-PITA, “Los sujetos fundamentales…”, cit., p. 35.
13
Ibid.
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§62 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
14
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., p. 10.
15
GARCÍA-PITA, “Los sujetos fundamentales…”, cit., p. 34, citando a María Teresa Quintela Gonçalves.
Precisamente, la aparición y desarrollo del Derecho Laboral como rama jurídica diferenciada se
puede describir como resultado de una pugna por revertir las desigualdades derivadas de este
fenómeno en el mercado de trabajo, entre los trabajadores no organizados y los empresarios.
16
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., p. 33.
17
INDECOPI, Fortalecimiento…, cit., p. 34. INDECOPI; Precedentes de Observancia Obligatoria en
materia de Defensa de la Competencia, Indecopi Sello Editorial, Lima, 1999, p. 235. COMISIÓN DE
PROTECCIÓN AL CONSUMIDOR DEL INDECOPI; Lineamientos sobre Protección al Consumidor, aprobados
por Res. 001-2001-LIN-CPC/INDECOPI, del 7 de junio de 2001 (en adelante, CPC, Lineamientos
(2001)), p. 13. COMISIÓN DE PROTECCIÓN AL CONSUMIDOR DEL INDECOPI; Lineamientos 2006 de la
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Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §63
22
Periodista y escritor estadounidense (1878-1968), ganador del Premio Pulitzer en 1943 por su
alegato antinazi Los dientes del dragón. En 1904 elaboró un reportaje sobre las malas prácticas de la
industria alimentaria para el periódico Appeal to Reason. Convertido en el bestseller de ficción La
jungla (1906), provocó un enorme revuelo internacional. Su influjo fue decisivo para la puesta en
marcha de las leyes que cito a continuación en el texto.
23
BARKAN, Ilyse D.; “Industry invites regulation: the passage of the Pure Food and Drug Act of 1906”,
en 75-1 American Journal of Public Health (1984), pp. 18-26 (p. 22): “Los tónicos populares
[nostrums] contenían con frecuencia fármacos narcóticos o adictivos, como cocaína, opio y morfina, y
no eran etiquetados como tales. Estas medicinas, como Grandma's Secret y Nurses' and Mothers'
Treasures, eran recomendadas para apaciguar a los niños, pero con frecuencia se demostraban
fatales. Como quedó señalado en el Registro del Congreso: «Grandma's Secret es otro apaciguador
de niños. Mató al pequeño hijo de Mr. y Mrs. Nankivell, de Shamokin, Pennsylvania»".
24
El desastre de la sulfanilamida fue un caso de intoxicación masiva ocurrido en los Estados Unidos
en 1937, que causó la muerte de más de 100 personas. Massengill Company, fabricante de
productos farmacéuticos, creó una preparación de sulfanilamida con dietilenglicol (DEG) como
solvente, que llamó Elixir Sulfanilamide. El DEG es venenoso para el ser humano, pero Harold
Watkins, jefe farmacéutico y químico de la empresa, no lo sabía (aunque era ya un hecho bien
conocido). La compañía no realizó prueba alguna con animales, ya que no existía reglamentación que
lo requiriese como precaución antes de la comercialización de nuevas drogas. La compañía comenzó
a vender y distribuir el preparado en septiembre de 1937. El 11 de octubre, se informó de varias
muertes causadas por el medicamento. Se notificó a la Administración y se llevó a cabo una extensa
búsqueda para recuperar la medicina. Un proyecto de investigación comprobó que el excipiente DEG
era responsable de las muertes. La compañía Massengill tuvo que pagar una multa mínima, y eso
sólo porque la Pure Food and Drug Act prohibía llamar "elixir" una preparación que no contenía
alcohol.
25
A partir del 27 de julio de 1935, amas de casa negras y de origen polaco comenzaron a organizar
piquetes contra las carnicerías de la ciudad de Hamtramck, cerca de Detroit, llevando pancartas en
las que exigían un recorte de los precios de la carne del 20% en toda la ciudad y poner fin a los
precios uniformes en los barrios negros. Los carniceros de Hamtramck reconocieron infelizmente que
el boicot había sido efectivo en un 95%. La huelga se extendería rápidamente en los días sucesivos a
Detroit y otras ciudades, hasta adquirir una importancia nacional.
26
Jurista y político estadounidense, nacido de padres libaneses en 1934. Su activismo a favor de la
seguridad de los consumidores comenzó ya en sus años de estudiante de Derecho, a finales de la
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Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §63
década de 1950, pero el mayor impacto lo alcanzó con la publicación, en 1965, del estudio Unsafe at
any speed (“Inseguro a cualquier velocidad”), en el que denunciaba la inseguridad general de los
automóviles de consumo masivo producidos por la industria estadounidense. El alegato de Nader a
favor de la seguridad de los automóviles y la publicidad generada por el libro, junto con la
preocupación por el aumento de las muertes debidas a los accidentes de tráfico, contribuyeron a la
aprobación unánime, en 1966, de la National Traffic and Motor Vehicle Safety Act (Ley sobre la
Seguridad del Tráfico Nacional y de los Vehículos a Motor).
27
La talidomida es un fármaco que fue comercializado entre los años 1958 y 1963 como sedante y
como calmante de las náuseas habituales en las mujeres durante los tres primeros meses de
embarazo (hiperemesis gravídica). Tuvo un gran éxito ya que aparentemente no causaba casi ningún
efecto secundario y, en caso de ingestión masiva, no era letal. Sin embargo, el medicamento provocó
miles de nacimientos de bebés afectados, entre otras malformaciones, de una anomalía congénita
llamada focomelia, caracterizada por la ausencia o severa atrofia de las extremidades. Al
comprobarse que efectivamente provocaba malformaciones congénitas, el medicamento fue retirado
con más o menos prisa en los países donde se había comercializado bajo diferentes nombres.
28
Consultado en W OOLLEY, John T. y PETERS, Gerhard; The American Presidency Project, Santa
Barbara (California), disponible en línea en: www.presidency.ucsb.edu/ws/?pid=9108.
29
GARCÍA-PITA, “Los sujetos fundamentales…”, cit., p. 38, citando a Lowe/ Woodroffe y a GÓMEZ
CALERO.
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30
Vid. § 76, infra.
31
Para una visión sintética del origen, desarrollo, objetivos y sectores del Derecho del consumo, así
como su influencia en el Derecho Mercantil y otros sectores, así como una crítica de su pretendida
autonomía como rama jurídica diferenciada, véase GONDRA, Derecho Mercantil..., cit., pp. 97-110.
Gran parte del análisis que sigue, incluso en la propia redacción de varios segmentos del texto, lo he
construido a partir de ideas expuestas por el Prof. José Luis GARCÍA-PITA en “Los sujetos
fundamentales…”, cit., pp. 55-65. Sin embargo, asumo íntegramente la responsabilidad por el estado
en que las presento aquí, y en particular, por los errores que se me hubieran podido deslizar.
32
BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, Alberto; “Reflexiones críticas sobre la protección de los consumidores
en el Derecho español”, en BERCOVITZ RODRIGUEZ-CANO, Alberto y BERCOVITZ RODRIGUEZ-CANO,
Rodrigo; Estudios jurídicos sobre protección de los consumidores, Tecnos, Madrid, 1987, pp. 17 y ss.
33
Las posibles respuestas enumeradas a continuación están tomadas de LACRUZ, Elementos de
Derecho Civil, cit., t. I, vol. 1, p. 29.
34
Por este motivo considero que no dan razón suficiente de las ramas especiales que mecionan las
palabras de LACRUZ, Elementos de Derecho Civil, cit., t. I, vol. 1, p. 32, acerca de que “el Derecho
mercantil, el laboral y, acaso, el agrario, son hoy, en distinta medida, Derechos especiales, en cuanto
disciplina de una parcela concreta de la actividad humana”.
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35
LACRUZ, Elementos de Derecho Civil, t. I, vol. 1, cit., p. 42.
36
Así, implícitamente, LACRUZ, Elementos de Derecho Civil, t. I, vol. 1, cit., p. 42
37
Vid. al respecto mi “Génesis y consolidación de las Mareva injunctions…”, cit., pp. 176-179, que a
su vez sigue y en gran medida resume a GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; “Unha visión mercantilista
da reforma procesual (con especial referencia ós procesos declarativos e especiais)”, en VV.AA.;
Congreso de Dereito Procesual de Galicia: a reforma da Xustiza Civil, Xunta de Galicia –
Universidade da Coruña – Consejo General del Poder Judicial – Escola Galega de Administración
Pública, A Coruña, 1999, pp. 91-160-
38
Claramente inspirados en el “Sistema Arbitral de Consumo” puesto en práctica en España mediante
R.D. 636/1993, de 3 de mayo. Vid. al respecto DÍAZ ALABART, Silvia; "El Arbitraje de Consumo (R.D.
636/1993, de 3 de mayo)", en VV.AA.; Estudios sobre el derecho de Consumo, 2ª ed., Iberdrola,
Bilbao, 1994, p. 170. También se ha desarrollado reglamentariamente, mediante el D.S. 30-2011-
PCM, lo previsto en el art. 131 CPDC, sobre la defensa judicial de los intereses colectivos de los
consumidores.
39
Implícitamente, BOTANA GARCÍA, G.A.; Los contratos realizados fuera de los establecimientos
mercantiles y la protección de los consumidores, J.M. Bosch, Barcelona, 1994, pp. 18 y s. También
REYES LÓPEZ, María José; Derecho del consumo. La protección del consumidor en los contratos de
compraventa de viviendas, de arrendamiento de obra y financiación. Comentarios, legislación y
jurisprudencia, Editora General de Derecho, Valencia, 1993, p. 26.
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§64 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
teleológicamente las leyes y costumbres, allí donde las haya, según lo que sea más
favorable al consumidor. En ese sentido, más que un Derecho especial, viene a ser
un agregado jurídico interdisciplinar40 o transversal.
Pero lo anterior no basta, en mi opinión, para crear una rama especial y autónoma
del ordenamiento jurídico, porque más allá de ese principio general y de su
legislación especial propia, el Derecho del consumo no posee unas fuentes
diferentes, ni en lo material ni en lo formal, de las de otras ramas del ordenamiento
jurídico; en especial, no prevé un sistema de fuentes diferente del del Derecho
Mercantil. A diferencia de éste, el Derecho del consumo carece de un sistema propio
de ordenación de las fuentes. A pesar de alguna opinión en contrario41, no creo que
se pueda ver en los arts. II y V.2 CPDC normas reguladores del sistema de fuentes
aplicable a las relaciones de consumo. En realidad, dichos preceptos no admiten
comparación con el art. 2 CdC, porque no incluye fuentes formales (ley, costumbre y
principios generales) distintas de las previstas en el Derecho común y en el
Mercantil, ni tampoco establece entre ellas (como sí hace el precepto mercantil
citado) un orden propio de prelación. Siendo esto así, el Derecho del consumo
tampoco relega a un plano subsidiario o supletorio las fuentes instrumentales del
Derecho Mercantil general, de modo que las normas específicas de protección de
los consumidores se aplican paritaria y simultáneamente con ellas. Cabría, sí, hablar
de una cierta vectorialidad que matiza y limita la paridad de que acabo de hablar, en
el sentido de que ésta concurre y se afirma o, por el contrario, decae y se deja de
lado, según que esas normas resulten más o menos favorables —carácter
teleológico del Derecho del consumo— a los consumidores y usuarios. En ese
sentido, puede hablarse sin duda de una especialidad de preceptos (lex specialis),
pero no de una especialidad de fuentes ni, en consecuencia, de una rama o
disciplina especial del Derecho (ius speciale).
En conclusión, no parece que el Derecho del consumo sea un Derecho especial
propiamente dicho, una rama especial del Derecho, al modo en que lo son el
Derecho Mercantil o el Laboral. Llegados a este punto, se vuelve a plantear en toda
su crudeza la cuestión de la posición del Derecho del consumo en el conjunto de las
disciplinas jurídicas y, en particular, las relaciones que guarda con el Derecho
Mercantil. De hecho, salta a la vista la evidente proximidad entre éste y el Derecho
del consumo, desde que la relación de consumo se traba casi por definición entre un
empresario y un consumidor. Se trata, por tanto, de una relación empresarial
(concretamente, un “acto mixto”) que, por eso mismo, se incardina claramente en el
Derecho Mercantil. Y a falta de exclusión expresa y de motivos determinantes para
40
GÓMEZ CALERO, Juan; Los derechos de los consumidores y usuarios, Dykinson, Madrid, 1994, p.
27, quien califica al Derecho de los consumidores como “emergente y multidisciplinar”.
41
Vid., sobre la base del ant. art. 7 LGDCU es., funcionalmente más o menos equivalente a nuestro
art. II CPDC, FONT GALÁN, Juan Ignacio; “Capítulo 2. El Derecho del consumidor entre códigos y
Constitución: lugar de encuentro del Derecho civil y el Derecho mercantil”, en VV. AA.; Curso sobre el
Nuevo Derecho del Consumidor, Ministerio de Sanidad y Consumo – Instituto Nacional del Consumo,
Madrid, 1990, pp. 48 y s. GÓMEZ CALERO, Los derechos de los consumidores…, cit., p. 75. El ant. art.
7 LGDCU es. (cuyo contenido ha pasado al art. 19 de su nuevo Texto Refundido) rezaba: “Los
legítimos intereses económicos y sociales de los consumidores y usuarios deberán ser respetados en
los términos establecidos en esta Ley, aplicándose además lo previsto en las normas civiles y
mercantiles y en las que regulan el comercio exterior e interior y el régimen de autorización de cada
producto o servicio”.
42
FONT, “Capítulo 2. El Derecho del consumidor…”, cit., pp. 21 y ss.
43
Vid. § 71, en pp. 137 y ss., infra.
44
Nótese la coincidencia parcial con STIGLITZ, Rubén, y STIGLITZ, Gabriel; Contratos por adhesión,
cláusulas abusivas y protección al consumidor, Depalma, Buenos Aires, 1985, pp. 39-41, quienes
proponen que la noción de “consumidor” se va precisando sobre la base de cuatro rasgos
acumulativos: su posición terminal en el circuito económico (consumidor final); su comparecencia a la
relación de consumo como “sujeto aislado” (por lo que no serían nunca “consumidores” sus
asociaciones); su condición de “sujeto medio”, con ingresos modestos y sin discernimiento económico
y jurídico suficiente; y su enfrentamiento en la concreta relación de consumo con un profesional o
empresario. El primer y el tercer rasgos, como se ve, coinciden con los exigidos por nuestro
ordenamiento; el segundo tiene cierto paralelismo con la discusión acerca de la posibilidad de
considerar “consumidores” a ciertas personas jurídicas, o al menos extenderles la protección
conferida a ellos; al tercer rasgo señalado por los autores, a mi modo de ver, lo suple con creces la
exigencia al consumidor simplemente de una diligencia ordinaria, con funciones más reguladoras que
delimitadoras. Vid. sobre este último punto el § 75, en pp. 146 y ss.
45
Como lo es también del art. 2 del Código de Defensa del Consumidor bra.; el párr. I del art. 2 de la
Ley Federal de Protección al Consumidor mex.; el art. 1 de la Ley de Defensa del Consumidor arg.; el
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§66 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
numeral 1 del inc. 2 del art. 1 de la Ley de Protección a los Derechos de los Consumidores chi.; el art.
2 de la Ley de Relaciones de Consumo uruguaya. Así ocurría también con el texto original del ant. art.
2.1 de la Ley General de Defensa de los Consumidores y Usuarios es., sustituido luego, siguiendo
una tendencia introducida por el Derecho comunitario europeo, por una noción basada en la idea de
“parte no profesional”, semejante a la definición vigente en nuestro país entre 2008 y 2010 (D. Leg.
1045).
46
Cfr. GARCÍA-PITA, Derecho Mercantil…, cit., p. 264, comentando el ant. art. 25 LGDCU es. De todas
maneras, como expongo en la nota n. 71, en p. 136, infra, no parece que tal tratamiento restrictivo se
justifique en el caso concreto de la responsabilidad civil extracontractual por los defectos de los
productos puestos en el mercado, aspecto que, de lege ferenda, quizás debiera quedar fuera del
ámbito específico de la protección al consumidor.
47
Vid. § 70, en pp. 135 y ss., infra.
48
Imprecisa, porque por ejemplo en los “servicios de ahorro y crédito” (los del sistema financiero),
como ocurre también en el cambio de monedas, el “precio” suele estar representado más bien por un
spread, o diferencia entre las tarifas o tipos de cambio activos y los pasivos; el cliente sigue siendo
“consumidor” aunque no pague ningún “precio en dinero” perfectamente diferenciado.
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§68 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
que tal sujeto no está sometido en este caso a la asimetría informativa que la Ley
ha tomado como fundamento último de su sistema de protección.
Consecuencia importante de estas dos precisiones sobre el ámbito de protección del
CPDC es que, por el mismo motivo, dejan de quedar amparados por el sistema de
protección al consumidor los casos llamados de uso mixto, que son aquéllos en los
que el producto o servicio es adquirido, a la vez, para fines profesionales y para fines
de consumo personal, familiar o del entorno social de la misma persona. Este es
quizá el caso más importante comprendido en la última exclusión, en la que la
posible asimetría informativa no alcanza el nivel necesario para desencadenar la
protección establecida por el CPDC.
Una interesante consideración que se desprende de todo lo dicho hasta aquí es que
la condición de consumidor atribuida a un sujeto es siempre ocasional; es una
condición subjetiva de índole funcional, que se ha de acreditar en cada concreta
operación o relación, según sea el destino o finalidad económica que el adquirente o
usuario pretenda dar al producto o servicio adquirido, usado o disfrutado 49. La
condición de consumidor no es, pues, un status (como sí lo es el de empresario), no
tiene carácter permanente, sino que responde a un determinado rol social. Nadie es
consumidor, sino que se comporta o actúa como consumidor en ciertos ámbitos, o
se le asigna ese papel50.
68. La personalidad del consumidor.
El art. IV.1.1 TP del CPDC afirma explícitamente que pueden ser consumidores:
1) las personas naturales; y
2) las personas jurídicas.
El primer caso no merece mayor comentario, dado que lo mínimo que naturalmente
se espera de cualquier noción de consumidor es que comprenda al menos a las
personas naturales, en sus operaciones no profesionales.
En cambio, la presencia de las personas jurídicas en una definición de consumidor
basada en la idea de “destinatario final” ha constituido una anomalía más o menos
perturbadora, ya desde la primera promulgación del la LPC ant. (D. Leg. 716, de
1991).
Ciertamente, su inclusión permitió, por una parte, llegar a una solución
materialmente satisfactoria en algunos casos en que ello hubiera sido muy difícil de
otra manera. Por ejemplo, cuando la Comisión amparó como consumidora a una
asociación religiosa, confundida por su Banco con otra de denominación similar,
error que determinó que se le cancelara indebidamente una cuenta de ahorros51.
49
MIRANDA SERRANO, Luis María; “La protección de los consumidores en la contratación: aspectos
generales”, en MIRANDA SERRANO, Luis María, VELA TORRES, Pedro José, y PRÍES PICARDO, Adolfo; La
contratación mercantil. Disposiciones generales. Proteccion de los consumidores, Marcial Pons,
Madrid – Barcelona, 2006, pp. 179-221 (p. 195).
50
Ibid., pp. 195-196.
51
(2001) CPC 677, citada por ESPINOZA ESPINOZA, Juan (Dir); Ley de Protección al Consumidor.
Comentarios. Precedentes Jurisprudenciales. Normas Complementarias, Rodhas, Lima – Chiclayo,
2004, p. 31 (citado en adelante como Com. al inc. a del art. 3 LPC, precedido del nombre del autor del
comentario, tras el del Director de la publicación; en este caso el comentario procede el propio Prof.
ESPINOZA).
Por otra parte, sin embargo, fue también la rendija por la que se coló la tendencia
interpretativa que terminó por diluir jurisprudencialmente la noción de consumidor
hasta desembocar en la nebulosa noción de “parte no profesional” que introdujo la
reforma del año 2008 (D. Leg. 1045)52. Así, en De Col Ingenieros SA c. Inchcape
Motors Perú SA53, el Tribunal del Indecopi llegó a declarar que una sociedad
anónima (es decir, un empresario por la forma54) era “consumidor” sólo porque el
automóvil BMW que adquirió de la denunciada no se incorporó íntegramente en su
proceso productivo, sino que se destinó también al uso personal y familiar de su
gerente general, Sr. Giacomo De Col Cafferata. Parte esencial de la motivación de
esta resolución se basó precisamente en la mención de las “personas jurídicas”
(indebidamente equiparadas a “empresas”) que hacía la definición de consumidor en
la primera redacción de esa Ley:
“Si las empresas (sic) no pudieran ser consideradas como consumidores
finales, resultaría incomprensible la referencia a las mismas en al art. 3 de la
Ley de protección al Consumidor”55.
En mi opinión, la única forma coherente de entender la mención de las “personas
jurídicas” es restringirla a aquéllas que constituyan el vehículo mediante el cual un
grupo de personas naturales encauce sus relaciones de consumo como,
estrictamente, “destinatarios finales” de los bienes o servicios. Esto era así ya en la
redación original de la LPC, pero es importante recalcarlo ahora, en el contexto del
CPDC actualmente vigente, a fin de evitar que vuelvan a difuminarse los límites de la
noción de consumidor como ocurrió en el pasado reciente, en perjuicio potencial no
sólo de la seguridad jurídica (que ya sería bastante), sino también del eficiente
funcionamiento del mercado.
Según lo anterior, quedarían desde luego automáticamente excluidas de la
posibilidad de ser consideradas “consumidores” (al menos en el sentido propio del
art. IV.1.1 TP CPDC) todas las personas jurídicas con forma mercantil, y cualquier
otro empresario que actúe en esa condición, como deja meridianamente claro la
repetida exclusión de quienes actúen en su propio ámbito profesional o, incluso,
quienes adquieran bienes o servicios normalmente destinados a la explotación de su
actividad como proveedores.
Por lo tanto, las personas jurídicas incluidas en la definición de consumidor son, más
bien:
1) entidades necesariamente no lucrativas;
2) cuyos fines no exijan una organización económica profesional; ni
52
La cual sin embargo eliminó, paradójicamente, la referencia a las personas jurídicas de la definición
de consumidor del art. 3 LPC ant.
53
(2000) TDC 336.
54
Vid. § 31, en pp. 65 y ss., supra.
55
(2000) TDC 336, n. III de la parte considerativa. Para entender en su alcance exacto la crítica que
hago de esta resolución debe atenderse a que, en mi opinión, el Sr. De Col como persona natural
que, efectivamente, “utilizaba o disfrutaba el bien como destinatario final”, sí que estaba sin duda
protegido por la LPC ant., pero siempre que actuase a título particular, no interponiendo su empresa.
Sinceramente, creo que fue un error procedimental de su abogado, que la Sala no tenía por qué
ayudarle a corregir, y mucho menos a costa de desfigurar el sentido de la Ley.
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Versión de marzo de 2014
§69 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
3) la tengan de hecho.
Sin pretensión de exhaustividad, podrían enumerarse, por ejemplo:
1) las asociaciones de consumidores;
2) las fundaciones y comités de beneficencia;
3) las entidades eclesiásticas, las cofradías y demás personas jurídicas de fines
estrictamente religiosos;
4) los clubes de fanáticos de un hobby;
5) entidades dedicadas a la organización de actividades de tiempo libre, etc.
Naturalmente, en todos los casos, siempre y cuando no actúen de hecho como
empresarios o, en general, intermediarios profesionales.
69. La noción de consumidor como una “posición” relativa al proveedor.
Hay un rasgo definitorio de la noción de consumidor que suelen señalar la doctrina 56,
la jurisprudencia y la legislación de algunos ordenamientos comparados, y que a
primera vista no está recogido en la definición de “consumidor” de nuestro CPDC57:
sólo se es consumidor cuando se actúa ante alguien que proporciona el producto o
servicio con carácter profesional, o sea (al menos por regla general), ante un
empresario. Ahora bien, la posible impresión de que la noción legal de consumidor
no depende del concepto de empresario sería claramente equivocada. En realidad,
el concepto de “consumidor” del CPDC está claramente vinculado a la existencia de
una relación del sujeto así calificado con un empresario-proveedor, como se deduce
de otras disposiciones de la Ley.
Los consumidores sólo son tales cuando se enfrentan a un “proveedor”, porque sólo
en ese caso se da “estructuralmente” la desigualdad de posición contractual que
exige una protección privilegiada de sus intereses58. Pese a ser “destinatario final”
del bien, y a actuar “fuera de su ámbito profesional”, el que le compra a su vecino su
casa no se tiene a sí mismo como un “consumidor” , ni tampoco lo considera así el
ordenamiento59. El propio art. III.1 TP CPDC lo deja claro, al defender a los
consumidores no en cualquier situación, sino únicamente cuando:
56
Así, por ejemplo, MIRANDA, “La protección…”, cit., p. 198. También STIGLITZ/ STIGLITZ, Contratos por
adhesión…, cit., pp. 39-41, para quienes la delimitación de la noción de “consumidor” necesariamente
hace referencia, entre otros rasgos, a su enfrentamiento en la concreta relación de consumo con un
profesional o empresario.
57
Vid. no obstante la mención del proveedor en el art. IV.1.2 TP CPDC, a propósito de la extensión a
los microempresarios de la protección propia del consumidor, y en el art. IV.5 TP CPDC, como parte
de la definición de “relación de consumo”.
58
En este sentido, el editor de la Compilación Precedentes de Observancia Obligatoria en materia de
Defensa de la Competencia, Indecopi Sello Editorial, Lima, 1999, p. 235, comenta que “la aplicación
de las reglas de protección al consumidor (...) se fundamenta en la asimetría de información existente
entre los proveedores y consumidores. Los problemas que la legislación de protección al consumidor
pretende enfrentar parten de la premisa [de] que una categoría de agentes económicos —los
proveedores— se encuentra en una posición ventajosa frente a la otra —los consumidores o
usuarios— como resultado de su capacidad para adquirir y procesar información, consecuencia de su
experiencia y de su situación frente al proceso productivo”.
59
MIRANDA, “La protección…”, cit., p. 198.
60
El énfasis es añadido. La última salvedad ha de entenderse referida sobre todo, a mi parecer, al art.
III.3 TP CPDC, que establece excepciones a la necesidad de que la relación de consumo tenga
carácter oneroso (necesidad que resulta más que discutible, por lo demás).
61
Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., 25ª ed., vol. I, p. 21, aunque, sobre la base de la ley
española, sólo indica que la normativa en defensa de los consumidores y usuarios tutela a “los
demandantes de los bienes o servicios ofrecidos por los empresarios (y también los profesionales)”.
62
Sobre la cual remito, para más detalles, a los §§ 30 y 31, en pp. 61 y ss..
FACULTAD DE DERECHO 135
Versión de marzo de 2014
§70 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
63
Vid. § 82, en pp. 156 y ss., infra.
64
Vid. sobre ambos conceptos el § 32, en pp. 66 y ss., supra.
65
Así, en el caso Cheenyi EIRL c. Konica SA, (1996) TDC 101, el Tribunal de Indecopi declaró que
“una persona puede entrar en contacto con un bien o un servicio de muchas maneras sin
necesariamente haberlo adquirido directamente como propietario o sin que incluso medie una
relación contractual con el proveedor. Así, por ejemplo, una persona puede recibir prestado o
regalado un producto de quien lo adquirió, que, posteriormente resulte defectuoso. Lo mismo ocurriría
con el caso del padre que compra juguetes para sus hijos. Si bien los hijos no son parte de la relación
contractual con el proveedor, sí son consumidores de los juguetes. Nada justifica distinguir estos
supuestos del de un consumidor – comprador”.
66
Término construido jurisprudencialemente por los órganos resolutivos del Indecopi sobre la base de
lo que disponía el art. 40 LPC ant., introducido por la L. 27311, que confería una legitimación ad
causam al consumidor “que potencialmente pudiera verse afectado” por las infracciones, lo que fue
interpretado como llevando implícita una extensión material de la protección conferida por la Ley a
quienes pudieran ser considerados “consumidores potenciales”.
67
CASTAÑEDA VINCES, Jenny; Expediente de protección al consumidor, sobre idoneidad del servicio,
Informe Final para la obtención del título de Abogada, Universidad de Piura, Piura, 2011, p. 92.
68
Cfr. ESPINOZA ESPINOZA, Juan; “Primeras reflexiones a propósito del Código de Protección y
Defensa del Consumidor”, en 202 Actualidad Jurídica (2010), p. 15.
FACULTAD DE DERECHO 137
Versión de marzo de 2014
§70 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
69
Ibid.
70
Así, interpretando precisamente la expresión “destinatario final de los productos o servicios”, en el
caso Cheenyi c. Konica, (1996) TDC 101, citado más arriba, el Tribunal del Indecopi afirmó que “se
considera como consumidor o usuario (...) a la persona natural o jurídica que adquiere, utiliza o
disfruta un producto o un servicio para fines personales, familiares o de su entorno social inmediato”
(énfasis añadido); finalmente pone los ejemplos de quienes reciben de regalo de los bienes
comprados por otro, que ya he citado: “por ejemplo, una persona puede recibir prestado o regalado
un producto de quien lo adquirió, que, posteriormente resulte defectuoso. Lo mismo ocurriría con el
caso del padre que compra juguetes para sus hijos. Si bien los hijos no son parte de la relación
contractual con el proveedor, sí son consumidores de los juguetes. Nada justifica distinguir estos
supuestos del de un consumidor – comprador”. El razonamiento, lo mismo que la propia inclusión en
la definición de “consumidor” del art. IV.1.1 TP CPDC de la frase “en beneficio propio o de su grupo
familiar o social”, sin decirlo directamente, apuntan a entender que tanto quien adquiere, usa o
disfruta el producto o servicio como todos los miembros del grupo familiar o social “en beneficio” del
cual (o en conexión con el cual) se produce dicha adquisición, uso o disfrute, quedan comprendidos
en la protección dispensada por el Código.
71
Vid. § 66, en p. 130, supra. En sentido semejante (bajo la redacción original de la LPC ant.)
KOSSUTH, “Algunas consideraciones…”, cit., pp. 81-82, aunque con una amplitud (proteger a toda
víctima del daño causado por el producto defectuoso, incluidos los verdaderos bystanders) que,
independientemente de su carácter deseable de lege ferenda, considero que era (y sigue siendo)
incompatible con el carácter específico del CPDC. En todo caso, el problema surge del hecho de que
en nuestro país (como en otros) la especial responsabilidad objetiva por los daños causados por
productos defectuosos constituye un capítulo de la protección específicamente dispensada al
consumidor. En otros países se considera más bien un ámbito particular y un desarrollo del derecho
de la responsabilidad civil extracontractual empresarial. Cuando la responsabilidad por productos
defectuosos se independiza de la protección al consumidor, no existe esta limitación del círculo de
posibles sujetos pasivos del daño, limitación que, hay que reconocerlo, constituye un obstáculo serio
a la completa internalización de los costos de los accidentes causados por los defectos de los
productos. En esta línea, muchos ordenamientos han independizado la cuestión de la responsabilidad
por productos defectuosos de la protección al consumidor, de manera que incluso los verdaderos
bystanders y aun otros empresarios quedaría protegidos por ella. Esa es la perspectiva de la L.
22/1994 española, sobre responsabilidad por productos defectuosos, ahora consolidada
(paradójicamente) en el Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios y otras leyes complementarias, pero conservando su ámbito de aplicación más amplio. Vid.
breve comentario de ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., p. 25.
FACULTAD DE DERECHO 139
Versión de marzo de 2014
§71 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
para éstos. El propio art. IV.1.2 TP CPDC establece la extensión más importante al
insertar en la definición de consumidor a:
“Los microempresarios que evidencien una situación de asimetría informativa
con el proveedor respecto de aquellos productos o servicios que no formen
parte del giro propio del negocio”.
La filosofía detrás de esta extensión de la protección establecida por el CPDC es la
misma que inspiró la reforma de la noción de consumidor del D. Leg. 1045 del año
2008, fundado únicamente en la idea de “adquirente no profesional”. De hecho, las
decisiones jurisprudenciales como Reynaldo Moquillaza S.R.L. c. Milne & Co. S.A.72,
que sirvieron de antecedente al cambio de paradigma, tratan casi siempre de
extender la noción de consumidor a otros empresarios menos sofisticados (al menos
respecto de la transacción en cuestión) que su contraparte.
El texto legal final resultante fue, y el actual sigue siendo, bastante menos generoso
con ellos de lo que hacía temer esa jurisprudencia, pues los protege sólo en
supuestos muy restrictivos, lo que no deja de ser plausible. Y es que no puede
equipararse73 la desigualdad informativa, real en ambos casos, que tienen ante un
72
(2003) TDC 422. La denunciante había comprado un auto para uso de su gerente en actividades
propias de la empresa, y también para su uso personal fuera de horas de trabajo. El vehículo
presentaba ruidos y vibraciones excesivos al transitar por terrenos accidentados. Una pericia
encontró una eficiencia de suspensión muy por debajo de lo normal. La denunciada hizo hincapié en
que la denunciante no calificaba como consumidor, por ser un empresario (incluso por su misma
forma de SRL). Como se ve, el caso es muy parecido a De Col c. Inchcape, comentado supra. Esta
vez el Tribunal justificó la inclusión de la denunciante en el concepto de consumidor de la LPC ant.
considerando que: “la Protección al Consumidor es un instrumento de superación de la desigualdad
(…). En este orden de ideas, (…) utilizar un producto como «consumidor final» no significa
necesariamente que dicho producto se encuentre reservado al uso personal del adquirente sino que
puede haber sido adquirido para un uso colectivo, ya sea la familia o un grupo social inmediato. Del
mismo modo, la noción de consumidor —interpretada tomando en cuenta la función moderadora de
la desigualdad de la Protección al Consumidor— también permite considerar como «consumidor
final» al pequeño empresario cuando adquiere o utiliza bienes o servicios por las necesidades de su
actividad empresarial, en ciertos casos específicos. Ello debido a la situación de desigualdad en que
se encuentra el pequeño empresario frente al proveedor, situación equiparable a aquella en la que se
encuentra cualquier particular” (n. III.1 de la parte considerativa). La resolución intenta justificar la
igualación del consumidor a la parte de hecho en desventaja informativa en la transacción concreta
con una cita de BOURGOIGNIE, Thierry; Elementos para una Teoría del Derecho de Consumo,
Gobierno Vasco, Vitoria, 1994, p. 39: “La situación del pequeño comerciante, inducido a realizar
adquisiciones o a suscribir contratos de empresa por las necesidades de su actividad profesional, es
parecida a la del consumidor que contrata con fines privados. Dicha situación forma parte, según la
teoría económica, de la esfera del consumo: el profesional en cuestión constituye el último eslabón
del ciclo de la vida económica del bien y del servicio y se encuentra, dada su falta de especialización
y la ausencia de poder real de negociación derivada de la reducida dimensión de su empresa, en las
mismas condiciones de desequilibrio y de sumisión en los modos de producción”. Discrepo del
análisis de este autor, que en su afán de extender la noción de consumidor abre más, y más agudos
interrogantes de los que resuelve. De hecho, la idea de “cese de toda actividad de producción,
transformación o distribución en relación al mismo bien o de toda prestación relativa al mismo servicio
en el ámbito comercial o profesional” (pp. 37 y ss.), base de su teoría, me parece incapaz de delimitar
de un modo mínimamente claro la noción de consumidor de la de un adquirente profesional.
73
Como hacía (en aquel momento, a mi modo de ver, contra legem) ESPINOZA/ ESPINOZA, Com. al inc.
a del art. 3 LPC, cit., aunque siguiendo toda una tendencia doctrinal y legislativa más nutrida que
acertada. Es la línea, por ejemplo, de DE LA CUESTA RUTE, José María (Dir.), y VALPUESTA
GASTAMINZA, Eduardo (Coord.); Contratos mercantiles, 2ª ed., Editorial Bosch, Barcelona, 2009, t. I,
pp. 87-89.
74
Por eso, un “Diagnóstico y Propuesta” para el “Fortalecimiento del Sistema de Protección al
Consumidor” del Indecopi dice que sobre las pequeñas y medianas empresas (Pymes) “puede
debatirse (…) si sería necesario incorporarlas transitoriamente al régimen de protección al
consumidor en razón de que el problema de asimetría de la información se presenta también en la
realidad de las Pymes, aún cuando en abstracto pertenezcan a la categoría de proveedor”. Vid.
Documento de Trabajo 001-2000, en separata especial de El Peruano del 15 de marzo de 2000, p.
40. El énfasis añadido manifiesta el deseo de superación definitiva de la desigualdad informativa (o
aumento de profesionalidad) que habría que incentivar entre los empresarios de toda dimensión, a
favor del buen funcionamiento del mercado en su conjunto y, finalmente, de los “auténticos”
consumidores.
75
La jurisprudencia de Indecopi, desde el comienzo, ha llegado espontánea y se puede decir que
unánimemente a la conclusión de que la ampliación de la protección dispensada en la legislación de
protección al consumidor a los microempresarios debe integrarse específicamente con la delimitación
de este concepto que hace la LMYPE. Vid. por todas las resoluciones recaídas en: Golonorte S.A. c.
Mapfre Perú Compañía de Seguros y Reaseguros S.A., (2009) 2368 SC2, FJ 13; Colegio Parroquial
Mixto San Pedro Chanel c. Turismo Civa S.A.C., (2010) 1547 SC2, FFJJ 8 y 9; Angelus S.A.C. c.
Rímac Internacional Compañía de Seguros y Reaseguros, (2011) 2589 SC2, FJ 29 (primer fallo sobre
el tema bajo el CPDC); y Representaciones y Servicios A & M E.I.R.L. c. Yell Perú S.A.C., (2011) SC2
2188, FFJJ 22 y 23 del fallo de la mayoría (al parecer, el primero que responde positivamente a la
cuestión de si el empresario denunciante merecía la protección de la LPC ant., en su versión final).
76
Vid. § 38, en pp. 72 y ss., supra.
FACULTAD DE DERECHO 141
Versión de marzo de 2014
§71 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
77
Vid. la resolución del recién citado caso A & M c. Yell Perú, (2011) SC2 2188, FFJJ 24 y 25.
78
(2011) SC2 2188, FJ 29 del fallo de la mayoría (con énfasis en el original).
79
Y, en ese contexto, comparto la opinión expresada en su voto en discordia por el Prof. Hernando
MONTOYA ALBERTI, miembro de la Sala, y su conclusión de que en el caso concreto A & M EIRL no
calificaba como microempresario protegido.
80
(2011) SC2 2188, FJ 41 del fallo de la mayoría.
FACULTAD DE DERECHO 143
Versión de marzo de 2014
§72 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
81
Cfr. lo que bajo la vigencia de la LPC ant. afirmó el Tribunal de Indecopi en Comisión de Protección
al Consumidor c. Empresa de Transportes Miguel Segundo Ciccia Vásquez E.I.R.L. (Civa) (1998)
TDC 221, acerca de que el ámbito de aplicación de la LPC descansaba sobre el trípode conceptual
constituido por las nociones de “consumidor”, de “proveedor” y de “bienes y servicios”.
82
Vid. §§ 65 y ss, en pp. 127 y ss., supra. Para el microempresario y las condiciones en las que se
asimila al consumidor, vid. § 71, en pp. 137 y ss., supra.
83
Vid. § 69, en pp. 132 y ss., supra.
84
PAYET, La responsabilidad…, cit., t. II, p. 669.
85
LACRUZ BERDEJO ET AL., Elementos de Derecho Civil, cit., t. I, vol. 3, pp. 3-5 (n. 240). También
ALBALADEJO, Manuel; Derecho Civil I: Introducción y Parte General, 15ª ed., Librería Bosch,
Barcelona, 2002, pp. 514-515 (§ 63).
FACULTAD DE DERECHO 145
Versión de marzo de 2014
§73 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
86
Art. 2 de la Directiva comunitaria europea 2001/95.
87
La perplejidad se hace notoria en que los legisladores de diversos ordenamientos jurídicos se han
sentido obligados a aclarar expresamente su inclusión (por ejemplo, el art. 136 del Texto Refundido
de la española Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes
complementarias) o exclusión (así, la sec. 101 del proyecto de Product Liability Fairness Act
estadounidense de 1995) de la noción de “producto”. A falta de una aclaración expresa semejante, la
solución a la que se ha de llegar en nuestro ordenamiento es la que desarrollo en el texto.
88
Vid., con todo, las numerosas especialidades que afectan el régimen de las energías apropiables, y
concretamente el de la eléctrica, en cuanto “bien”, en LACRUZ BERDEJO ET AL., Elementos de Derecho
Civil, cit., t. I, vol. 3, pp. 5-6 (n. 241).
89
En concreto, la expresión “de origen nacional o no” sustituye una de la LPC ant. que hablaba de
bienes “producidos o no en el país”. Estas palabras originales planteaban la duda de si los bienes han
de ser siempre “producidos”, o caben también los “naturales”. En efecto, se podía interpretar —y era
lo más razonable—, que la frase exigía que en todo caso los “productos” hayan sido —valga la
redundancia— “producidos” (entendiendo por tales los “generados mediante una significativa
intervención humana”), ya sea en el país o en el extranjero. Según esto, se haría una exclusión de los
bienes meramente naturales que sean resultado de una actividad puramente extractiva. Pero era
posible otra interpretación (quizá implícita en ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., p. 22,
y luego también, específicamente para los tejidos humanos, en p. 24) que, poniendo el énfasis en las
palabras “producidos o no”, tuviese el efecto de abarcar en la noción de “producto” incluso los bienes
“no producidos” o naturales. Pero justamente esta interpretación resultaba insostenible, pues requería
por eso mismo entender que la definición de “producto” excluía a los productos extranjeros.
posible duda, quizás sería conveniente introducir una última frase aclaratoria, que
podría ser semejante a: “elaborados o sin elaborar”.
Aparentemente, los órganos, tejidos y demás partes del cuerpo humano podrían
tratarse simplemente como un caso particular de “producto natural”. La cuestión de
si pueden dar lugar a una “relación de consumo”, naturalmente, sólo puede
plantearse en la medida en que constituyan el objeto de la actividad de un
empresario. Ocurre esto cuando interviene un intermediario profesional (un hospital,
por ejemplo) entre los donantes y los receptores. Ahora bien, tanto si los órganos y
tejidos humanos cumplieran el requisito de ser “producidos” como si se admite que
éste no es exigible, su calidad de “productos” sigue siendo problemática. En efecto,
pareciera necesario concluir, de entrada, que ni siquiera se trata de “bienes”, al no
hallarse propiamente en el tráfico patrimonial90. De todos modos, la interacción del
consumidor con el establecimiento hospitalario ciertamente calificará como “relación
de consumo”, pero no porque haya un “producto” de por medio, sino porque en
cualquier caso implicará la prestación profesional de un “servicio”.
74. El servicio prestado al consumidor.
Ya he dicho que la noción de “producto” no comprende la de los servicios, aunque el
empresario proveedor de servicios está igualmente sometido al CPDC y tiene
responsabilidades semejantes a los de un proveedor de productos (cfr. incs. a, b, c,
e, f e i del art. 1.1 CPDC). El art. IV.4 TP CPDC establece concretamente la
siguiente “definición” de servicio:
“Servicio.- Es cualquier actividad de prestación de servicios que se ofrece en
el mercado, inclusive las de naturaleza bancaria, financiera, de crédito, de
seguros, previsionales y los servicios técnicos y profesionales. No están
incluidos los servicios que prestan las personas bajo relación de
dependencia”.
Como se advierte a primera vista, más allá de exigir como único carácter positivo
común reconocible el que la actividad constitutiva del servicio “se ofrezca en el
mercado”, lo que contiene esta norma no es precisamente una “definición” 91, sino
una “lista” ejemplificativa de actividades que se consideran “servicios” o no. Para
determinar su alcance hay que atender tanto a lo que el listado expresamente
incluye en como lo que excluye de la noción de servicio. Se incluyen:
1) los servicios bancarios,
2) los financieros,
3) los de crédito,
4) los de seguros,
90
Así, dice ALBALADEJO, Derecho Civil I…, cit., p . 503, que “la amputación, destrucción o disposición
de miembros u órganos” y “la transferencia a otro de poder sobre ellos (…) versaría sobre algo que,
como el cuerpo humano (entero, y cada una de las partes que lo componen), está fuera del
comercio”. Es éste un punto que ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., pp. 22-24, pasa
enteramente por alto para concluir (con excesiva ligereza, a mi entender) que están incluidos en el
concepto de “producto”, en el contexto de nuestro ordenamiento.
91
No lo es verdadera y propiamente porque, de entrada, resultaría circular, al apoyarse ella misma en
el concepto de “prestar servicios”; es más bien una caracterización y ejemplificación enunciativa,
como digo a continuación.
FACULTAD DE DERECHO 147
Versión de marzo de 2014
§74 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
5) los previsionales (hasta aquí, todos pertenecen al ámbito del sistema financiero
en sentido amplio), y
6) los servicios técnicos y profesionales.
Ahora bien, del propio articulado del CPDC se pueden extraer con cierta facilidad
bastantes ejemplos más:
1) de restauración y hospedaje (cfr. art. 5.3 CPDC),
2) de reparación (art. 23 CPDC),
3) los llamados servicios públicos regulados (telecomunicaciones, suministro
eléctrico, transporte, etc.; cfr. arts. 63 a 66 CPDC),
4) servicios de salud (arts. 67 a 72 CPDC),
5) servicios educativos (arts. 73 a 75 CPDC), etc.
Todo lo cual indica a ojos vistas que esta parte de la lista (la de lo que sí se
considera “servicio”) es “enunciativa” y “no limitativa”. En cambio, sólo se excluyen
“los servicios que prestan las personas bajo relación de dependencia”, o sea, los que
se prestan bajo un contrato o relación laboral.
Para enteder bien las implicancias de esta forma de legislar adoptada por el CPDC
conviene advertir que, bajo un contrato o relación laboral (es decir, de modo
claramente no comprendido en el ámbito de regulación del Código) se pueden
prestar también gran parte de los servicios que, caracterizados “por su objeto”, el
propio Código incluye explícitamente en su listado “positivo”:
1) servicios técnicos (el mecánico interno de una empresa de transportes, por
ejemplo),
2) profesionales (el asesor legal, igualmente interno),
3) de preparación y servicio de comidas y bebidas (en el comedor de una planta
industrial, por ejemplo),
4) de reparación (en el taller de máquinas de una cantera, por ejemplo),
5) de salud (en la enfermería de un colegio o universidad), y
6) educativos (brindados por el personal de capacitación y extensión de una
empresa de logística, por ejemplo).
Se concluye así que, si bien la “lista” positiva no es exhaustiva, lo importante aquí no
es tanto precisar en qué consiste el servicio prestado, como el modo en el que se
presta. Y ese “modo” de prestar los servicios es el que corresponde al proveedor, tal
como viene caracterizado y tipificado en el conjunto de las normas del CPDC, esto
es, en forma empresarial92. Como es fácil de advertir, es totalmente coherente con la
regulación del Código el hecho de que ese modo de prestarlos es absolutamente
incompatible con prestarlos bajo un contrato o relación laboral de dependencia.
Así pues, y resumiendo, se concluye que son servicios para los efectos de una
relación de consumo sometida al CPDC cualesquiera prestaciones distintas de una
provisión de bienes que se lleven a cabo en forma empresarial; y no lo son los
92
Vid. § 69, en pp. 134 y ss., supra.
prestados bajo una relación laboral de dependencia. Esto pareciera dejar un poco en
el limbo de la indefinición a los servicios que puedan calificarse de “habituales” o
“profesionales” pero no de empresariales. Estoy hablando, por ejemplo, de los
profesionales liberales (abogados, médicos, contadores, ingenieros), así como los
técnicos de diversos ramos (eléctricos, informáticos, sanitarios, etc.), que
ciertamente “se ofrecen en el mercado”. A todos ellos, cuando prestan individual e
independientemente sus servicios, suele faltarles el elemento de “organización”,
implícito en la noción de empresa93. ¿Deberán pese a ello ser calificados como
“proveedores”, y sus servicios “profesionales” estar sujetos a las disposiciones del
CPDC? La respuesta de facto de los órganos decisorios del Indecopi —sin haberse
planteado seria y explícitamente la cuestión, en realidad— ha tendido a ser positiva;
mas si esa conclusión era perfectamente defendible bajo la LPC ant., los resultados
a los que se llega tras estudiar el concepto de “proveedor” del nuevo CPDC (que
siempre lo concibe como un “empresario”) parecen incompatibles con ella.
75. El deber de diligencia del consumidor.
La reforma del año 2008 introdujo en la definición de consumidor de la LPC ant. una
referencia expresa a que la especial protección alcanza sólo al consumidor “que
actúa en el mercado con diligencia ordinaria, de acuerdo a las circunstancias”.
Ciertamente, incluir esa mención al definir la noción de consumidor era claramente
un error de técnica legislativa. Está claro que la mención no formaba parte de la
definición, pues tomaba como sujeto precisamente al “consumidor” que acababa de
definir. Y no por ser negligente deja el consumidor ni dejó nunca de ser eso:
consumidor. Eso nunca significó (y ahora con todavía menos razón) que cualquier
negligencia, tuviera o no que ver con la reclamación concreta, bastara para excluir al
consumidor de la protección que le bridaba el ordenamiento94. Se trataba,
simplemente, de un “estándar” o criterio interpretativo que aparece ya en el
precedente de observancia obligatoria introducido por el Tribunal del Indecopi en el
caso Humberto Tori Fernández c. Kouros E.I.R.L.95:
“se presume que todo proveedor ofrece como una garantía implícita, que el
bien o servicio materia de la transacción comercial con el consumidor es
idóneo para los fines y usos previsibles para los que normalmente se
adquieren éstos en el mercado, según lo que esperaría un consumidor
razonable, considerando las condiciones en las cuales los productos fueron
adquiridos o los servicios contratados (…). Sin embargo, si las condiciones y
términos puestos en conocimiento del consumidor o que hubieran sido
93
Vid. § 30, en pp. 65 y ss., y § 39, en pp. 81 y ss., supra.
94
Consideración que, en mi opinión, basta para resolver el aparente dilema de GONZALES BARRÓN,
Günther; “El mito del consumidor razonable”, en 202 Actualidad Jurídica (2010), pp. 19-26.En el
mismo sentido, BACA ONETO, Víctor Sebastian; Protección al consumidor. Análisis de las funciones del
Indecopi a la luz de las decisiones de sus órganos resolutivos, Indecopi, Lima, 2013, p. 33, donde
dice que “si la cláusula es abusiva, incluso el más negligente de los consumidores goza de
protección” (si bien no puedo compartir su conclusión de que entonces el estándar es útil en algos
casos, e innecesario en otros).
95
(1996) TDC 85, inc. a del art. SEGUNDO de su parte resolutiva. Los énfasis son añadidos. Los
órganos resolutivos de Indecopi han seguido usando este estándar sin solución de continuidad, antes
y después de la reforma de 2008; vid. por todos: Segundo Plascencia Bazán c. Banco Continental,
(2004) TDC 906; y Mario Carlos Aníbal Nugent N’egrillo c. Lan Perú S.A., (2008) TDC 866.
FACULTAD DE DERECHO 149
Versión de marzo de 2014
§75 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
96
BACA, Protección al consumidor…, cit., pp. 32-33.
97
Cfr. INDECOPI; Lineamientos sobre Protección al Consumidor, cit., p. 24.
ordinario”98. Influidos quizá por cierta doctrina extranjera99, que habla del
comsumidor necesariamente como un “sujeto medio”, con ingresos modestos y sin
discernimiento económico y jurídico suficiente, los propugnadores de este cambio de
paradigma pretendían interpretar el concepto de “consumidor ordinario”, no como un
estándar normativo (que define la conducta que se puede esperar de o exigir al
consumidor, aunque de hecho en muchos casos, o incluso en la mayoría de ellos, no
sea observada), sino sociológico (que haría referencia únicamente a la conducta
que, de hecho, observa un consumidor promedio)100. Hay que agradecer que el
intento no haya prosperado, pues la idea de un estándar es mejorar las conductas,
no perpetuar las inadecuadas, por lo que es lógico que la ley procure conseguir que
los consumidores abandonen éstas últimas, y adopten otras más razonables101.
76. Derechos de los consumidores y posibles infracciones.
Las formas que adopta la protección dispensada al consumidor por el CPDC y sus
normas complementarias se desarrollan en múltiples direcciones, y pueden
clasificarse según criterios muy distintos:
1) unas son de aplicación administrativa, y otras sólo pueden tenerla directamente
judicial;
2) unas operan en el ámbito precontractual, otras en el propiamente contractual (y
postcontractual) y otras más en un contexto plenamente extracontractual.
En un intento de ordenar los distintos derechos (y remedios) del consumidor en
función de este segundo criterio (grado de presencia y fase del fenómeno
contractual en que opera), podrían enumerarse, por ejemplo:
1) el derecho de información precontractual del consumidor (inc. b del art. 1.1
CPDC);
2) la protección contra la discriminación del consumidor en establecimientos
abiertos al público (inc. d del art. 1.1 CPDC);
3) la protección contra métodos coercitivos de comercialización o contratación, sea
por desinformación, engaño o directa constricción de la libertad de elección del
consumidor (incs. c y f del art. 1.1 CPDC);
4) la integración publicitaria del contrato de consumo en cuanto a su contenido (art.
46 CPDC);
5) todo un conjunto de mecanismos para prevenir y eliminar las cláusulas abusivas
o vejatorias en los contratos de consumo, sea que se celebren mediante
formularios de cláusulas generales o sin ellas (inc. c del art. 1.1 CPDC);
98
Cfr. el tenor del art. 1.3 del Anteproyecto de CPDC del año 2009: “Para interpretar el
comportamiento de estos agentes en el mercado, se tomará como referencia el parámetro de un
consumidor ordinario, no especializado y que el proveedor haya actuado conforme al principio de
buena fe y de razonabilidad”.
99
STIGLITZ/ STIGLITZ, Contratos por adhesión…, cit., pp. 39-41.
100
Cfr. la durísima crítica que hace a este modelo BULLARD, Alfredo; “¿Es el consumidor un idiota? El
falso dilema entre el consumidor razonable y el consumidor ordinario”, en 10 RCPI (2010), pp. 5-58.
101
Ibib., pp. 8-9.
FACULTAD DE DERECHO 151
Versión de marzo de 2014
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Esto podría interpretarse como una “ley sancionadora en blanco”, lo cual a su vez podría ser
tachado como una violación del principio de legalidad de las infracciones administrativas, en su
vertiente de tipicidad (incs. 1 y 4 del art. 230 LPAG). El Anteproyecto del CPDC publicado en
Separata Especial del DOEP del 18 de octubre de 2009 intentaba hacer (art. 108) una lista taxativa
de conductas infractoras que hubiera evitado este inconveniente. Al parecer, se llegó a la conclusión
de que era imposible limitar a un mínimo razonable la cantidad y dimensión de los vacíos de
punibilidad que este procedimiento legislativo comportaba, sobre todo teniendo en cuenta la elección
de técnica legislativa previamente adoptada de supeditar la protección del interés concreto del
consumidor en la vía administrativa a la previa imposición de una sanción al proveedor.
103
BACA, Protección al consumidor…, cit., pp. 57-61.
104
Ress. nn. 21, 274 y 610-2012/INDECOPI-PIU.
105
Ress. nn. 2249 y 3448-2012/SC2-INDECOPI, la primera en sentido contrario y la segunda
acogiendo sustancialmente la postura de la Comisión. Vid. un suscinto tratamiento de la cuestión, con
reproducción de algunos de los argumentos más importantes, en BACA, Protección al consumidor…,
cit., p. 63.
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En cambio, además de las apelaciones contra las resoluciones del ORPS que ponen
fin a la primera instancia del procedimiento sumarísimo, corresponde a las
Comisiones conocer en primera instancia, por el procedimiento ordinario:
1) denuncias de parte que involucren reclamos por productos o sustancias
peligrosas, actos de discriminación o trato diferenciado o se refieran a servicios
médicos, con independencia de su cuantía;
2) presuntas infracciones que afecten intereses colectivos o difusos (y en ese
sentido, el ORPS no puede denunciar de oficio); y
3) los que versen sobre productos o servicios cuya estimación patrimonial supera
tres (3) Unidades Impositivas Tributarias (UIT) o son inapreciables en dinero.
El procedimiento ordinario tiene las siguientes etapas:
1) Investigación previa, sea iniciada de oficio o como consecuencia de una
denuncia de parte;
2) Inicio del procedimiento propiamente dicho mediante la imputación de cargos,
que debe hacerse de acuerdo a lo que establece la LPAG;
3) Contestación o presentación de descargos, dentro del brevísimo plazo
establecido por el D.Leg. 807, que es de 5 días hábiles; si no se cumple, el
denunciado puede ser declarado en rebeldía. Ahora bien, según la resolución
recaída en (2011) SC2 705, y a diferencia de la rebeldía procesal civil la a que se
alude en este procedimiento administrativo “no guarda correlación con el
apersonamiento, sino con la respuesta a los cargos imputados por la autoridad.
Dicha disposición responde además a la propia naturaleza de la rebeldía que
está vinculada a la ausencia de argumentos que desvirtúen los cargos imputados
por la autoridad”.
4) Actuación de pruebas. Según el art. 31 del D.Leg. 807, los medios probatorios
ordinarios que pueden ofrecer las partes son sólo las inspecciones, los
documentos y las pericias. Sin embargo, el Secretario Técnico tiene la potestad
de ordenar la actuación de otros medios probatorios distintos de estos.
5) Audiencia de conciliación. Es en realidad facultativa, correspondiendo al
Secretario Técnico decidir si se lleva a cabo o no.
6) Resolución final. Antes de de que se dicte las partes pueden solicitar que se les
brinde la oportunidad de hacer un informe oral ante la Comisión, pero es de la
entera discrecionalidad de ésta concederlo o denegarlo.
7) Apelación
El conjunto de todas las actuaciones que componen cada una de las instancias de
un procedimiento ordinario (tanto en primera instancia, ante la Comisión, como en la
segunda, ante el Tribunal) no debe extenderse por más de 120 días hábiles.
78. Las sanciones y las medidas correctivas.
El art. 110 CPDC califica la gravedad de las infracciones según tres escalones
“formales”:
1) leves, que se sancionan con amonestación o multa de hasta 50 UIT;
2) graves, que se sancionan con una multa de hasta 150 UIT; y
3) muy graves, a las que corresponde una sanción de hasta 450 UIT.
Ahora bien, el CPDC cuando define los tramos de gravedad de las distintas
infracciones, y las sanciones que les pueden corresponder, menciona únicamente
los límites superiores de cada tramo, no los inferiores. Algunos han interpretado este
hecho como si implicara que la escala de sanciones de los tramos superiores, los de
infracciones “graves” y “muy graves” no tuvieran piso, esto es, como si comenzaran
también con la posibilidad de imponer una mera amonestación, o en todo caso
multas inferiores al máximo del tramo inmediatamente inferior.
Esa interpretación, a mi modo de ver, resultaría un contrasentido106. Y es que las
infracciones “menos graves” de cualquier tramo de infracciones son, por definición
“más graves” que las “más graves” del tramo anterior. Si fuera correcto lo que
propone la interpretación que estoy criticando, sería posible, como aplicación
“correcta” del sistema de graduación establecido por la propia ley, que una infracción
fuera considerada por ésta como “más grave” que otra, y sin embargo debiera recibir
“menos sanción”. Se trataría de una violación flagrante, a la vez, de los principios de
razonabilidad y de proporcionalidad de las sanciones (cfr. inc. 3 del art. 230 LPAG),
y de una grave contradicción interna de la ley. Si ése fuera realmente el sentido de la
norma, muchas veces les resultaría conveniente a los propios infractores procurar
convencer a la autoridad administrativa de que en realidad su infracción era “un
poco” más grave, para así recibir… ¡menos multa! Además, suele ocurrir que las
infracciones más graves comporten también al infractor mayores beneficios.
Reconociendo ese hecho, y dado que es casi imposible evitar de hecho todas las
infracciones a la ley, si se impusiese esta interpretación, los empresarios podrían
verse incentivados en la práctica a establecer deliberadamente un sistema de
explotación empresarial calculado para infringir sistemáticamente los derechos de
los consumidores, pero de modo tal que las infracciones deban encontrarse siempre,
por poco, en el nivel ínfimo del tramo de infracciones “muy graves”. Contra todo
sentido común, quienes efectivamente lograsen hacerlo tendrían que ser
sancionados habitualmente sólo con una amonestación, o una multa muy pequeña.
A nadie se le escapa lo indeseable que resultaría la situación que acabo de delinear.
Afortunadamente, no es eso lo que dice la ley, ni explícita ni implícitamente. No lo
dice explícitamente, porque como ya he mencionado omite indicar el límite mínimo
de sanción de los tramos superiores al primero. Esto tendría que ser interpretado,
según las consecuencias de los principios de razonabilidad y de proporcionalidad, y
teniendo en cuenta la reducción ad absurdum que a la otra interpretación se le
puede oponer, como que cada tramo de gravedad comienza su escala de sanciones
donde termina la del tramo anterior. Pero esta conclusión, además de en una pura
interpretación lógica y sistemática de la norma, se puede apoyar también en ciertos
elementos del tenor literal de la norma contenida en el art. 110 CPDC. En concreto,
al pasar del primer tramo de infracciones, las “leves”, sancionadas “con una
106
No lo sería, en cambio, si el hecho de imponer una multa inferior al máximo del tramo inferior (que
según lo que digo en el texto, debe interpretarse al mismo tiempo como el mínimo de cada tramo
superior) fuera el resultado de valorar elementos que permitan mitigar la sanción ex post facto, a
modo de derecho sancionador “premial”. Por ejemplo, por haber emprendido acciones de mitigación
del daño y su reparación espontánea, una vez cometida la infracción. Pero como es fácil de advertir,
esos hechos no cambian la gravedad intrínseca de la infracción misma cometida con anterioridad,
que en abstracto merecerá una sanción “x”, la cual puede luego dejarse reducida a un mínimo o
quizás incluso eliminada del todo en atención a la buena conducta posterior del infractor.
amonestación o con una multa de hasta cincuenta (50) UIT”, al tramo de las
infracciones “graves”, explícitamente declara que éstas se sancionan “con una multa
de hasta ciento cincuenta (150) UIT”. La norma no contempla la posibilidad de que
las infracciones graves se sancionen con una mera amonestación (que es el
verdadero punto donde comienza la escala total de sanciones); esto es tanto como
decir también, en mi opinión, que tampoco puede ser sancionada con una multa
inferior al máximo del tramo anterior, precisamente porque se está hablando de otro
tramo de gravedad de infracciones, la más leve de las cuales es más grave que la
más grave de las inferiores. Si eso pasa entre el primer y el segundo tramos de
gravedad, lógicamente debe pasar también entre el segundo y el tercero (y
cualesquiera tramos adicionales que se pudieran contemplar).
Dicho esto, es necesario explicar por qué he llamado a los tres escalones del Código
“escalones formales”. Y es que la diferencia fundamental que existe entre sancionar
una conducta con mera amonestación e imponerle una multa, por modesta que ésta
sea, me hace pensar que en realidad los grados de gravedad de las infracciones
sancionadas por el CPDC son cuatro, y no sólo tres:
1) las infracciones leves no merecedoras de multa, cuya única sanción será una
simple amonestación;
2) las infracciones leves, pero merecedoras de multa, cuya cuantía no puede
superar las 50 UIT107;
3) las infracciones graves, que merecerían una multa no menor de 50 ni mayor de
150 UIT108; y
4) las infracciones muy graves, cuya sanción sería una multa comprendida entre las
150 y las 450 UIT109.
El mayor problema aquí surge al momento de tratar de aplicar la escala a los casos
concretos, graduando la gravedad de cada infracción según los distintos tramos
previstos en la norma general y, lógicamente, todos los puntos intermedios.
79. Jurisdicción civil y penal.
Vid. como referencia histórica el párr. 2° del art. 39, y los arts. 43, 44 y 51 LPC ant.
En el CPDC actual: arts. VI.6 TP, 52.2, 54.3, 59, 100, 110, 115.6, 115.7, 120, 130,
131, 144, 153.3, inc. e del art. 154, 156.3 y DCF 3ª CPDC. También art. 19.4 LOFI y
art. 7 D.Leg. 807.
Ojo: la existencia de una via administrativa especialmente protectora no quita ni
limita ningún derecho procesal del consumidor, para acudir directamente a los
tribunales a fin de obtener tutela jurisdiccional efectiva ante el proveedor, tanto por
los derechos que le confiere directamente su contrato, las leyes civiles o mercantiles
generales, como también las leyes especiales de protección al consumidor. Esto se
puede entender especialmente implícito en el art. VI.6 TP CPDC, los incs. g y h del
art. 1 CPDC y el inc. f del art. 50 CPDC (si se prohíbe limitar por contrato los
derechos procesales del consumidor, tampoco lo va a hacer directamente la ley).
107
Equivalentes actualmente (2014) a S/. 190 000.
108
O sea, S/. 570 000.
109
Es decir, S/. 1 710 000.
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