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La terapia
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La terapia familiar
en transformación
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Título original: L e thérapie fa m ilia le en changem ent
Publicado en francés por Synthélabo, Le Plessis-Robinson
U C 3^Z B
I a edición, 1 9 9 8
ISBN: 84-943-0273*0
Depósito legal: B-36/1998
Segunda parte
INTERCAMBIOS TEÓRICOS
M o n y E lk aim
1. SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA
DE TERAPIA FAMILIAR. •
Cari Whitaker, Carlos Sluzki,
Luigi B oscolo, M ony Elkaim
MARY: Creo que hay muchas cosas que van mal. Lamento haber dado la
impresión de que todo va bien. Hay muchas cosas que andan mal.
WHITAKER: En él, quiere decir.
MARY: Seguro que hay cosas que no andan bien en él, pero yo también soy
desgraciada.
¿Quiere decir que la desgracia es una enfermedad psicológica?
w h ITAKER:
MARY: Oh... Son tres, pero, mire, en este momento están con exámenes,
van a la escuela. Su vida está ya muy perturbada con todo lo que ocurre en
casa y no quiero molestarlos más, ¿sabe?
WHITAKER: Es asombroso ver hasta qué punto parece usted una alcohó
lica que lo niega todo.
MARY: Hum... Esto es lo que me dicen en Alcohólicos Anónimos. Por
eso pensaron que debería verlo. De acuerdo, entonces, ¿qué hago?
WHITAKER: Diga solamente a sus hijos que yo no la veré sin su marido y
sin ellos.
MARY: Si no vienen todos... quiero decir: si voy con uno de ellos, ¿acep
tará vemos igual?
WHITAKER: No saldrá tan bien, pero supongo que no hay problemas en
que usted fracase de nuevo.
MARY: Esto parece alentador.
WHITAKER: Le h a c e c r e e r q u e n o e s s u m a d re .
EL MARIDO: No.
WHITAKER: ¿De veras?
EL MARIDO: No.
WHITAKER: ¿Cómo hizo él para enseñarle si no bebía?
EL MARIDO: Era un fanático del trabajo.
WHITAKER: Ah, comprendo. O sea que él decidió que, en lugar de beber,
trabajaría hasta la muerte.
EL MARIDO: Sí, eso es lo que hizo.
WHITAKER: ¿Cuándo murió?
EL MARIDO: A los cuarenta y ocho, cincuenta años.
WHITAKER: ¿Y qué edad tiene usted?
EL MARIDO: Treinta y nueve.
20 INTERCAMBIOS CLÍNICOS
WHITAKER: Así que, si usted se muere joven, su mujer podrá volver a casar
se. ¿Le parece que tiene a alguien en perspectiva?
EL MARIDO: ¿Cómo dice?
WHITAKER: Si usted se muere joven, ¿cree que ella tiene a alguien en pers
pectiva? Porque si su padre murió joven, si usted es un bebedor y si su mujer
ya ha pensado que se va a morir dentro de nueve años, estaría bien que abrie
ra los ojos y eligiera la persona correcta como segundo marido, ¿no le parece?
EL MARIDO: No lo sé , u s t e d m e lía.
WHITAKER: No, pienso que ser marido y mujer es sólo una cuestión legal;
pero cuando hay hijos, ustedes ya no son solamente marido y mujer, son tam-
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA DE TERAPIA FAMILIAR 21
bién padres; usted mira a estos hijos y ve su cara y la de su mujer, y esto impli
ca relaciones de naturaleza totalmente diferente. Así que, ¿traerá a los niños?
EL MARIDO: ¡Está bien, lo haré, caramba!
WHITAKER: De acuerdo.
MARY: Tenemos un hijo, una hija y otro hijo.
WHITAKER: Estupendo.
WHITAKER: ¡Buenos días!
MARY:¡Buenos días!
WHITAKER: ¡Pasen!
WHITAKER: ¿Qué dice usted de esto, papá, también usted se vuelve loco
por el trabajo?
EL PADRE: ¿Quién? ¿io ? Sí.
WHITAKER: ¿Tiene esperanzas de salir airoso?
EL PADRE: Mire, yo vuelvo a casa más temprano de lo que lo hacía mi padre,
y como con los niños.
WHITAKER: Es normal.
EL PADRE: Mi padre no lo hacía nunca.
WHITAKER: ¿Es normal volver temprano a casa?
LA MADRE: Bien, es normal con personas que trabajan. Quiero decir: en
los tiempos que corren todo el mundo debe trabajar duro.
WHITAKER (a la madre): ¿Tiene idea de lo que hace después del trabajo,
cuando usted no está con él?
LA MADRE: Bueno, la mayoría de las veces va a los bares; ahora, quiero
decir. Pienso que es ahí donde v a . Pero la mayoría de las veces, sale y bebe
en el b a r o en casa.
WHITAKER: ¿Piensa que está encariñado con esos chicos?
LA MADRE: ¿Qué chicos?
WHITAKER: Esos con los que bebe.
MARY: Oh... ¿Estás encariñado con...? \o no los conozco; quiero decir, no
sé quiénes son.
ROBERT: ¿Por qué debemos estar aquí?
WHITAKER: Es importante para mí. Puede que fracasemos, pero si voso
tros estáis aquí hay más posibilidades de que esto salga bien.
LA MADRE: Estoy de acuerdo con los niños, yo...
SUZANNE: Sí.
WHITAKER: Así, la madre de la madre grita después de la madre, lu e g o la
madre grita después del padre y, el padre, ¿después de quién g r ita ?
SUZANNE: De él mismo, a veces.
WHITAKER: Hum, hum. ¿Compiten ellos por saber quién s e r á e l hombre
de la casa?
LA MADRE: ¿Por qué hablamos de mis padres? Quiero decir... Ellos no
beben. La abuela y el abuelo no beben.
WHITAKER: Supongo que usted aprendió a vivir en familia gracias a sus
padres e intento imaginarme cómo fue. No lo sé, por supuesto.
ROBERT: Sigo sin entender lo que estamos haciendo aquí. Mamá habla
siempre de esos asuntos de Alcohólicos Anónimos y ahora nos arrastra aquí
y usted continúa con todas esas cosas; esto no tiene ningún sentido para mí.
WHITAKER: Yo no intentaba hacer sensatas estas cosas. Esto no tiene nin
gún sentido.
ROBERT: Pues bien, si esto no tiene ningún sentido, ¿qué hacemos aquí?
WHITAKER: Estamos aquí porque es mi trabajo. Se supone que yo traba
jo en ayudar a las familias.
ROBERT: Pero ¿por qué nos necesita a nosotros?
LA MADRE: Creo que el doctor Whitaker piensa que en cierto modo lo que
sucede entre papá y yo es muy malo para vosotros, supongo.
ROBERT: Pues bien, ¿qué hacéis con lo que pensamos nosotros?
LA MADRE: ¿Por q u é ?
WHITAKER (a Robert): Lo siento, ¿tienes una mínima idea de lo q u e está
d ic ie n d o ?
WHITAKER: Huyendo.
ROBERT: Hago otras cosas.
WHITAKER: ¿Alguna vez lo piensas? Que si aprendes a huir de esta familia...
ROBERT: No, no, paso tiempo con ellos. No huyo, pero tengo también mis
propios asuntos.
WHITAKER: Está bien.
SUZANNE: Tú no te preocupas. ¿Qué quieres decir al pretender que no
huyes? Sólo te interesa el deporte. No estás nunca en casa.
ROBERT: Yo no diría que no estoy nunca en casa. Pero no estoy siempre
dando vueltas en casa como lo haces tú.
WHITAKER: ¿Piensas que se está convirtiendo en un equivalente de tu madre?
WHITAKER: Pues bien, a veces las chicas que son muy tímidas se han vuel
to así por el contacto con su padre. Le han tenido miedo y después tienen
miedo de todos los hombres.
ROBERT: No, no, no. No creo que le tenga miedo. Ella tiene muy poco que
ver con él.
LA MADRE: A veces, cuando él vuelve a casa y se pone a tirarlo todo, creo
que todos tenemos miedo.
WHITAKER: ¿Llega a golpear a los niños?
LA MADRE: No.
WHITAKER: ¿Y a usted?
LA MADRE: Oh...
WHITAKER: Lo q u e n o m e dijo.
WHITAKER: Sí.
LA MADRE: ¿Entonces?
Basaglia. Ustedes me dirán: ¿qué relación puede haber entre Cari Whitaker
y Franco Basaglia? Franco Basaglia insistía siempre en que el presunto enfer
mo mental no es sólo un enfermo mental: es también un marido, es tam
bién un trabajador, es también alguien que está inserto en diferentes con
textos; atender sólo a lo que se ofrece de él en el contexto hospitalario es
conocerlo por una sola de sus facetas. 'Vo he visto en Cari este mismo súbi
to ensanchamiento del contexto, cuando ha dicho: «M ire, quiero cono
cerlo en el máximo de facetas posibles, y en el máximo de facetas posibles
no es solamente usted el alcohólico, no es solamente usted el marido, es
tam bién usted el progenitor, es también usted en el contexto de las dife
rentes generaciones». Entonces, estam os ante una puesta en situación
que desfasa constantemente el problema introduciendo campos cada vez
más vastos. Después, cuando Robert interviene de una manera sumamen
te vehemente, Cari responde: «Ifo seré el terapeuta, tú serás el paciente...».
¡Vaya idea! He aquí que Cari reafirma su manera de considerar lo que es
un terapeuta: «Yo reivindico esto, creo fronteras claras...». Pero, al mismo
tiempo, ¿qué hace? Crea quimeras increíbles, matrimonios entre padre e
hija, historias transgeneracionales, encuentros improbables, se pone a ima
ginar que el marido alcohólico es homosexual. Introduce un conjunto de
confusiones; en mi opinión, sigue trabajando en los dos niveles de la doble
coacción: trabaja a nivel de la separación entre las generaciones, de una
separación de roles, reclama para sí mismo un lugar claro y, al mismo tiem
po, está aumentando la confusión al ampliar las reglas que él considera dis
funcionales e imaginar otras. Quisiera concluir con la pregunta que la espo
sa formula a Cari: «¿U sted es especialista en alcohología?», a lo que él
responde: «¿Yo? No, nunca he sido alcohólico»; me ha parecido soberbio.
SLUZKI: Uno de los inconvenientes de ser el tercero en intervenir es q u e
todas las cosas inteligentes ya las han dicho los dos que me han precedido;
hablaré, pues, de todo el resto.
A p riori es interesante señalar que Cari trabaja sobre tres generaciones o,
si ustedes quieren, piensa y habla de tres generaciones: este enfoque permi
te utilizar las puestas a punto. De hecho, en el pasillo, me ha dicho que tenía
intención de trabajar sobre tres generaciones y yo le he contestado bromean
do: «¿Sólo tres?».
Quisiera aclarar algunos puntos que me han parecido interesantes en esta
simulación:
—la gestión de la provocación;
—el estilo lingüístico general;
—la gestión de las triangulaciones y, finalmente,
—la elección del momento para terminar la entrevista.
Habrán notado ustedes seguramente que, en la primera parte de la entre
vista, con solamente los padres, su estilo ha sido irreal. No ha mirado nun
ca a los padres, levantaba la vista como perdido. En la segunda parte, cuan
do han entrado los niños, el cambio ha sido tajante: miraba a los niños, hablaba
con ellos de manera totalmente directa y utilizaba metáforas más concretas.
El estilo de la primera parte de la entrevista, con lós padres, ha instaurado
SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 33
WHITAKER: Oh, claro, pienso que los terapeutas pueden amar mucho. Creo
que el problema es que, si ustedes aman, es mejor que no se impliquen ente
ramente: lo que están jugando es un rol. Si aman solamente, acaban por uti
lizar a la gente y ellos acaban por utilizarlos, y se ven en grandes dificultades
porque ustedes deben comprender lo suficiente como para amar de tal for
ma que no conviertan al hijo en una copia de lo que piensan que debería ser;
ahora bien, esto es muy difícil, y es muy difícil para un terapeuta no adoptar
pacientes. Tal vez debería explicarme. Supongo que todos nosotros tene
mos defectos de carácter, que quienquiera que intente pasarse la vida tra
tando de ayudar a la gente se vuelve loco, cuando sabemos que somos más
locos que ellos. Hay que ser idiota para creerse tan brillante como para que,
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 39
a pesar de toda nuestra propia patología, podamos ayudar a los otros a salir
de apuros; así, imagino que nuestra tentación es adoptar a los pacientes y lue
go ser responsables de ellos por el resto de sus vidas antes de morir jóvenes
de un infarto de miocardio porque no se puede soportar. Pero hacer creer
es tan difícil como ser un actor o una actriz profesionales: ustedes pueden
conocer la actuación del actor, pueden saber actuar, pero hacerse actor o actriz
corresponde a otro ámbito, y pienso que eso es lo que buscamos. Ustedes
pueden aprender terapia familiar, cómo practicarla, y siempre será un truco.
Si pueden convertirse en un truco, eso es otra cosa, pero siempre están en un
rol. Hay una diferencia entre todos los roles y la.personalidad, y todo esto
debería producirse a las cinco, cuando dejan su despacho; ahora bien, no se
produce a menudo.
EL HIJO MAYOR EN LA SIMULACIÓN: No haré un comentario sobre el jue
go de roles aun cuando haya apreciado los contrastes entre la sensación de
que usted nos comprendía y al mismo tiempo el hecho de que se nos provo
cara; usted estaba cerca de nosotros sin perder por ello su posición y esto me
embarulló mucho en ese papel. Mi pregunta tiene que ver con lo que dijo:
que no cree en los subgrupos. ¿Cómo hace con las familias donde el matri
monio se ha divorciado hace años, cuyos miembros no quieren estar en la mis
ma habitación y donde hay problemas con uno de los hijos y así sucesiva
mente? ¿Cómo trata estos casos?
WHITAKER: Los mando generalmente a Chicago, que está bastante lejos,
y en Chicago pueden elegir a quién quieren. Permítame volver un poco atrás.
H ace unos años decidí que después de mi muerte quedarían familias a las
que no habría podido ayudar, y que por lo tanto elegiría a las familias de
las que quisiera ocuparme. E s muy importante para mí poder decir: «Son
libres de no volver, por favor, no crean que están obligados a volver a ver
me, puedo continuar mi trabajo perfectamente». Pienso que necesitan saber
lo antes que imaginarse que todos los que vienen a vemos saben cuán mara
villosos e importantes somos, de tal manera que seguirán viniendo. Creo que
uno puede decir esto. A menudo he pensado que sería fantástico decir al pri
mer paciente: «Mire, usted es el primer paciente que me paga, espero que
vuelva porque me será más fácil pagar mi alquiler». Creo que cada vez
que uno puede ser más honesto que el paciente se convierte en un mejor tera
peuta, y que hay diferentes maneras de serlo,
UN PARTICIPANTE: Usted dijo que después de la primera sesión tenía ten
dencia a soltar del lastre a la familia y que usted seguía el movimiento. ¿Cómo
podría desenvolverse la segunda sesión con la familia?
WHITAKER: Podría empezar por un silencio de veinte minutos. Como me
crié en una atmósfera tipo Nueva Inglaterra, donde el silencio es oro, me sen
taría. Entonces ellos dirían: «¿Qué quiere hacer?». «¡Lo que ustedes quie
ran!» «¡Bueno! ¿De qué vamos a hablar?» «¡M e da igual!» «¡Pero la vez pasa
da le importaba!» «¡C reo que los conocí lo suficiente como para dejarlos
tomar el relevo!» «¿D e qué podríamos hablar?» «¡M e da igual!» «¡Bueno!
¿Qué es lo importante, según usted?» «N o lo sé, ni siquiera sé lo que son
40 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S
capaces de abordar.» «¡Bueno! Tendrá que decidir. ¡Tiene que decimos cómo
com enzar!» «Bueno, de acuerdo, voy a hablar del hecho de que no sé qué
haré después de jubilarme. N o sé si debo conseguir un trabajo y enseñar o
simplemente vivir de mi jubilación, que es escasa.» «Veamos, doctor, noso
tros venimos a verlo por nosotros.» «¡Intentaba enseñarles a ser un pacien
te !» «B ueno, ¿de qué deberíamos hablar?» «M e importa un bledo de lo
que hablen, pero debe tratarse de su vida, no quiero que hablen de mi vida,
yo hablaré de mi vida si ustedes lo desean.»
Siempre la misma técnica de confusión. Hay personas que se quejan a
veces de la confusión y yo digo: «¡Magnífico! Cada vez que sale usted de una
entrevista en la que no ha estado confundido, se ha engañado. Si puede situar
todo lo que pasa en psicoterapia en su mundo programado de antemano,
no cambiará; de modo que la confusión es deseable y necesaria y yo espero
que la atención que le dirijo la vuelva menos dolorosa pero no indolora».
BOSCOLO: Puedo aplicar este comentario a mi manera de trabajar y com
prendo muy bien cuando dice que en la segunda sesión no hablará, que se
dedicará a observar y escuchar. Cuando yo trabajo, me intereso por el feed -
back, por los efectos de lo que hice durante la sesión precedente, reacciono
al feed b a c k de ellos. Sin embargo parece que, cuando habla de crear confu
sión, trabaja de una manera diferente. Usted quiere ver los efectos de la con
fusión y hace hipótesis en función de las reacciones de la familia. Usted no
crea la confusión por la confusión misma.
WHITAKER: Yo no quiero llevarlos a ninguna parte. No trabajo para que
las cosas progresen. Intento mantener claro el proceso de cambio. Pienso
que existen tres lenguajes profesionales: el lenguaje de la etiología, el len
guaje de la dinámica y el lenguaje de la terapia. Es frecuente que confun
damos los tres, de tal manera que al intentar hacer terapéutica nos despla
zamos hacia la dinámica o la etiología. Ambiciono que los pacientes se muevan
en su territorio de dolor; después procuraré agregar diferentes aportaciones,
y esto de manera no racional cada vez que es posible, a fin de ampliar su aba
nico de opciones.
BOSCOLO: Conozco dos clases de confusiones: una es creativa, es una con
fusión que permite que aparezcan nuevos esquemas; la otra siembra la
confusión. Me parece que uno de sus puntos fuertes en la entrevista es la con
fianza que tiene en su propia capacidad de terapeuta para crear confusión y
dominarla, a fin de quebrar los esquemas familiares existentes. Aunque al
final la confusión pueda hacerse creativa, pienso que es posible, sin esta capa
cidad, que la confusión induzca cada vez más confusión. No sé si soy claro.
WHITAKER: Por supuesto, después ella se transforma en irracionalidad.
Se transforma en caos y el caos me interesa. M e gusta. Pienso que si la gen
te puede volverse caótica, entonces empezará a estar lo suficientem ente
ansiosa como para permitir ciertos cambios. La atención que les presto es
la anestesia.
BOSCOLO: Cuando usted dice: «Me gusta el caos», pienso en muchos tera
peutas que no saben cómo trabajar con el caos. Vuelvo a la transmisibilidad
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 41
Ante la misma situación, este policía no podrá extraer su pistola y hacer bajar
al hombre, porque entonces esto sería técnico, artificial, sería demasiado len
to en el tiempo, le fallaría el tono de la voz y ése es nuestro problema: cómo
seguir siendo creativos haciendo lo mismo, día tras día. Espero que ustedes
lo consigan.
ELKAIM: Una observación más sobre lo que Cari acaba de decir. En un
artículo reciente, Jean-Luc Giribone cuenta una historia que toma de la obra
de Bateson. Se trata de una tribu de indios de Estados Unidos que toman
drogas alucinógenas por razones religiosas; necesitan la autorización de una
comisión gubernamental para poder utilizar estas drogas alucinógenas, que
están prohibidas. Los representantes de la comisión dicen: «Muy bien, vamos
a filmar su ceremonia, vamos a ver si efectivamente se trata de una ceremo
nia religiosa y, si así es, les daremos la autorización pedida». Estos indios se
reúnen, y deciden: «N o podemos aceptar porque, si nos filman, ya no se tra
tará de una ceremonia religiosa; no podemos autorizar a filmar esa ceremo
nia». Ahora bien, justamente la negativa a dejarse filmar es lo que acepta la
comisión como prueba del carácter religioso del ritual. Lo que señala Jean-
Luc Giribone es que el acto espontáneo que permite el cambio no habría teni
do el mismo resultado de haber estado preparado. La dificultad es: ¿cómo
formar a un estudiante para ser espontáneo? Giribone cita en ese momento
una página del Viaje a Ixtlan de Castañeda, donde se trata de un brujo que
forma a un aprendiz y le dice, aproximadamente: «Un cazador lo calcula todo.
Pero, una vez que lo ha calculado todo, actúa, se deja llevar». Creo que esto
es lo que pasa también en psicoterapia. Nosotros podemos ofrecer a los estu
diantes las herramientas para calcular al máximo, pero el acto creativo en sí
no puede enseñarse. Podemos tan sólo crear el marco para que pueda surgir,
y entonces sobreviene, por añadidura.
UN PARTICIPANTE: M e confunde un poco tener que decir que el debate
sobre la confusión me ha parecido confuso. N o tengo la impresión de que,
cuando Cari introduce confusión, sea confuso. Pienso que introduce sobre
todo asombro: hace surgir algo muy claro y coherente, que va a sorprender
a la familia más que a sumirla en la confusión. Puede ser que, cuando Luigi ha
dicho: «Pero si hacemos algo muy confuso, corremos el riesgo de no llegar a
nada», haya estado muy de acuerdo con él. E n cambio, cuando uno sorpren
de, posibilita el cambio. M i segunda observación es que, en este sentido, cada
vez que veo un juego de rol con Cari, me sorprende ver que en el fondo no es
nada provocativo; al contrario, es muy respetuoso con las posibilidades de la
familia de recuperar lo que sucede para cambiar. Me parece que en el fondo
la palabra provocación está demasiado ligada a la idea de agresividad, y ade
más uno de los comentarios precedentes era: «Pero, finalmente, ¿no es posi
ble hacer lo mismo con ternura?». Por mi parte, creo que Cari es muy tierno:
cuando respondió a la madre su comentario mostraba a las claras toda su
ternura, y yo pienso que él debe ocultarla bajo una capa aparentemente agre
siva y provocativa, pero que las familias deben de sentirla muy bien.
WHITAKER: Una de las cosas que aprendí a «utilizar» en este terreno se
llama «juego paralelo». La familia está implicada en un proceso, no importa
SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 43
En e l prim er texto d e esta sección, Mara Selvini Palazzoli nos com enta e l m odo
en qu e ha necesitado alejarse d el m odelo sistém ico paya aproxim arse a la m etáfo
ra d e l juego. Esto le perm ite elaborar hipótesis en térm inos de triada, padre-m adre-
hijo, y no ya en térm inos d e diada, padres-hijos. L a autora enfatiza la im portancia
de la creación en e l terapeuta, sobre la base d e situaciones con las qu e se ve con
fron tado, m ás que de la aplicación de un m odelo preexistente. Insiste asim ismo en
su distancia respecto d e ciertas reflexiones d e orden epistem ológico qu e considera
estériles. Estas críticas están dirigidas a quienes, partiendo de una posición cons-
tructivista, piensan qu e no es p osible conocer la realidad. D esde entonces, M ara
Selvini Palazzoli ha seguido evolucionando. Sin abandonar su crítica a l construc
tivism o, ha superado este m odelo triádico y se ha concentrado tanto en las fam ilias
am pliadas d e los dos padres com o en la fratría. Su trabajo terapéutico ha ganado
en flex ibilid ad , y es a sí com o puede tener sesiones con la fam ilia nuclear, sesiones
con un m iem bro de la fa m ilia am pliada, otras con la fratría y encuentros indivi
duales con el paciente.
C arlos Sluzki, p or su parte, presenta una lectura de la psicoterapia caracteri
zada p o r su insistencia en las narraciones. Su am bición es ayudar a las fam ilias a
producir un nuevo relato qu e no necesite de la patología. Pone el acento en e l cam
b io d e diferentes ejes para ayudar a los m iem bros d e la fam ilia a construirse una
nueva historia, más flex ib le. D e una manera interesante, Sluzki se describe com o
terapeuta sistémico, influido p or e l constructivismo. Sin embargo, y a la inversa de
m uchos otros terapeutas constructivistas norteamericanos, no rechaza e l sistema por
la construcción de lo real.
L a intervención de Paul W atzlawick, quien defien de a la vez una lectura sis-
' tém ica y estratégica de la terapia fam iliar, nos recuerda que e l M ental Research
Institute d e Palo A lto, a l qu e pertenece, fu e a la vez e l prim ero en introducir el
en foqu e sistém ico en psicoterapia y en defen der la im portancia d e una práctica
estratégica dirigida hacia e l síntoma.
En efecto, Paul W atzlawick insiste sobre «la cu alidad emergente» de un siste
ma, cu alidad que representa algo más que la sim ple adición d e elem entos parti
cu lares. Por otra parte, estim a qu e la solución intentada p or un sistem a fam iliar
fren te a l problem a es a m enudo e l elem ento m ism o que m antiene la dificultad y la
exacerba. D e ah í la im portancia para el terapeuta estratégico de abandonar e l ani
llo retroactivo que perm ite a la solución m antener un síntoma, e l cu al colabora a
su vez en reproducir la m ism a solución.
En la línea de Paul W atzlawick, Gianfranco Cecchin presenta los anillos retro
activos que pueden crearse entre terapeutas y fam ilias. E llo hace que, cuanto más útil
quiera ser un terapeuta, m ás riesgo corra de no ayudar a una fam ilia desamparada.
46 INTERCAMBIOS CLÍN ICOS
G ianfranco C ecchin muestra que los an illos retroactivos que sustentan e l sín
tom a no existen únicam ente en la fam ilia, sino tam bién en los sistem as terapéuti
cos. D escribe la manera en qu e e l grupo d e supervisión ayuda a l terapeuta a rom
p er estos ciclos.
M i intervención, sucediendo a la de G ianfranco Cecchin, p on e e l acento en la
singularidad d el sistema terapéutico. ¿ Q ué h ace qu e un terapeuta particular desa
rrolle un com portam iento qu e determ ine la no evolución d e l sistem a terapéuti
co? Propongo así las bases d e l concepto qu e h e denom inado d e «resonancia». En
e l contexto d e una resonancia, un elem en to h istórico propio d e l terapeuta y de
los m iem bros de la fa m ilia es am plificado p o r e l sistema terapéutico, lo cu al cum
p le frecu entem en te la fu n ción d e reforzar las creencias profundas d e los m iem
bros d e l sistema fam iliar y d el terapeuta. L a resonancia puede ser tanto un elemento
d e n o cam bio com o una herram ienta privilegiada de intervención. M i intento es
estudiar la función de la construcción de lo real para e l sistema en e l qu e ella emer
ge, y p o r lo tanto hacer coexistir construcción d e lo real y sistema.
E s interesante apuntar e l im pacto de las teorías constructivistas sobre e l con
ju n to d e los oradores d e esta mesa redonda. A unque no la m encione en su inter
vención, Paul W atzlawick fu e uno de los prim eros en introducir e l constructivismo
en terapia fam iliar.1En este prim er grupo d e oradores, sólo Mara Selvini Palazzoli,
interesada por « el an claje sólido en hechos identificables y en objetos clínicos bien
precisados», mantiene su desconfianza respecto de un enfoque que, según ella, corre
peligro de convertirse en «una ideología a la qu e se cultiva y exalta p o r s í misma».
M ony E lkaim
•Embrollo relacional: uno de los padres finge tener una relación privile
giada con un hijo o una hija. Esta relación privilegiada no es auténtica; se tra
2. Selvini Palazzoli, M ., Cirillo, S., Selvini, M ., Sorrentino, A., Family games, general
models ofpsychotic processes in the fam ily, Nueva York, Norton, 1989.
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 49
estudiar los fenómenos repetitivos que aparecen en todas las familias con hijos
psicóticos, nos fue posible construir estos modelos generales, indispensa
bles para elaborar en cada caso una estrategia terapéutica eficaz. Estos mode
los, en efecto, aun dejando mucho espacio a los errores, nos permiten no ir
desencaminados, no dejarnos engañar por variables particulares que apare
cen, pero que no son decisivas. Los modelos son necesarios para reconstruir
adecuadamente la evolución patógena del proceso interactivo familiar hasta
el momento crítico del estallido de los síntomas en el niño.
Llego, por último, al corazón del problema: ¿qué progreso, modesto pero
interesante, ha significado esta investigación? Señalaré algunos aspectos del
mismo, que podremos discutir pero que para nosotros tienen mucha impor
tancia. Creemos que ha madurado el tiempo de ir más allá del modelo sisté-
mico. Este modelo ha dado lugar a muchas tautologías; se ha convertido en
una trampa que ya no permite ningún progreso clínico. Se trata ciertamente
de un modelo que nos ha ayudado mucho a liberarnos de los condiciona
mientos de la causalidad lineal, pero, en la actualidad, las propias razones que
nos impulsaron a adoptarlo nos obligan a dejarlo detrás de nosotros, y avanzar.
La metáfora del juego adoptada por nuestro equipo nos ha proporcio
nado una gran ventaja. Nos ha obligado, para comprender bien el juego, a
distinguir los movimientos de cada uno de los jugadores y a verificar la impor
tancia jerárquica de la posición de cada uno de ellos. Al estudiar una fami
lia con un hijo psicótico, tenemos que considerar a los dos padres como
sujetos que, habiendo tenido cada uno de ellos experiencias y aprendizajes
diferentes, eligen fines diferentes y se sirven de estrategias personales dife
rentes que introducen en su juego relacional de pareja. Sin esta distin
ción, caemos fatalmente en una concepción mutilante, en una concepción
«diádica» padres/hijos. Los hechos que observamos exigen en realidad una
concepción «triádica»: padre/madre/hijo ; ésta introduce elementos de com
plejidad indispensables. La visión diádica padres/hijos no puede conducir
más que a la ineficacia terapéutica. El recurso a la metáfora del juego nos
ha enseñado a referir siempre los movimientos de uno de los padres hacia
el hijo vuelto psicótico, al juego que este mismo padre ha jugado y está jugan
do con su cónyuge. Por desgracia, todavía es muy frecuente leer trabajos
en los que la referencia se hace globalmente a los padres. Para progresar en
nuestros conocim ientos nos parece necesario trabajar larga y humilde
mente sobre fenómenos clínicos particulares bien determinados y bien reco
nocibles. En nuestra opinión, muchas escuelas de psicoterapia familiar mues
tran tendencia a hacer del modelo sistémico una ideología a la que se cultiva
y exalta por sí misma y, por consiguiente, pierden el sólido anclaje en hechos
identificables y en objetivos clínicos bien precisados. Estas escuelas conti
núan reflexionando estérilmente sobre sí mismas, sobre su estilo de traba
jo o sobre problemas de orden epistemológico. Por el contrario, estamos
convencidos de que todo progreso clínico, y en general todo progreso en
nuestros conocimientos dentro del terreno familiar, no puede realizarse sino
partiendo de un programa bien estudiado de operaciones que cumplimos
con una finalidad terapéutica, para resolver problemas clínicos específicos
bien identificados.
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 51
Referencias bibliográficas
Carlos Sluzki
I ntroducción
Los terapeutas sistémicos, influidos por el constructivismo, operan con
ciertas ideas bien específicas: primeramente, la historia contada por las fami
lias expresa las restricciones que contribuyen a mantener la razón por la que
consultan; la razón de la consulta forma parte de la historia, de manera recur
siva; en segundo lugar, la terapia procura facilitar, a través de la conversación
terapéutica, la producción de una historia diferente por parte de la familia. Las
nuevas historias, preferidas por el terapeuta, pueden ser simplemente
una nueva combinación de los elementos de una historia precedente o pue
den comprender nuevos elementos pero, sea como fuere, muestran una «for
ma m ejor»: la nueva historia contiene dimensiones éticas, afectivas o cogni-
tivas que abren una gama de corolarios a comportamientos alternativos. Dicho
de otra manera, estas nuevas historias, contrariamente a las primeras, no supo
nen como corolario forzoso el mantenimiento de una conducta sintomática
o problemática. Así pues, la terapia es ayudar al individuo o a la familia a trans
formar su historia colectiva o individual. E l «cóm o» específico depende de la
adecuación entre el estilo y la forma de la historia original contada por la fami
lia y las idiosincrasias y preferencias del terapeuta (que Mony Elkaim deno
mina, con acierto, singularidades del terapeuta). E l proceso de transformación
de una historia abarca todo el tiempo de una conversación terapéutica; se
ve favorecido por una serie de actitudes por parte del terapeuta, como las aso
ciaciones reflexivas, las preguntas lineales o circulares, los señalamientos y las
observaciones. Así pues, lo que me interesa es formalizar este procedimien
to transformador, describir los ám bitos sem ánticos en los que e l cam bio resulta
fav orecid o p o r e l terapeuta, tanto como las orientaciones preferidas por éste
para dichas transformaciones. Quisiera presentarles una sistematización pre
liminar de los parámetros o ejes de la historia suministrada por el paciente o
la familia, que el terapeuta puede intentar transformar en el transcurso de un
procedimiento terapéutico. En mi opinión, este nivel de análisis tiene impor
tantes implicaciones en el terreno de la investigación y la enseñanza.
54 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S
C onclusión
Cada una de estas transformaciones define un eje o un parámetro para
la organización de una historia (por ejemplo, el eje estátíco-dinámico, o des-
criptivo-interpretativo). Estas transformaciones de una historia pueden ver
se favorecidas por el desplazamiento de una descripción hacia uno u otro polo
de un parámetro (por ejemplo, hacia una organización de la historia más está
tica o dinámica, o hacia una manera de contar más interpretativa o descrip
tiva). Así pues, incluso si las transformaciones descritas en este resumen no
favorecen más que lo que va en un determinado sentido, transformaciones
en el sentido opuesto pueden tener un similar poder de modificación del rela
to y favorecer las alternativas.
D ebe apuntarse también que entre todos estos parámetros existe una rela
ción recursiva. Cada uno puede abrir un camino hacia los demás. Optar por
una transformación en un relato, por ejemplo, puede conducir a un cambio
en la naturaleza del que cuenta la historia, y viceversa; favorecer una historia
más dinámica puede inducir un pasaje de síntomas molestos a conflictos via
bles, o lo inverso, etcétera.
Este nivel de análisis tiene, en mi opinión, implicaciones capitales para la
formación y la investigación terapéuticas... pero esto será el objeto de futu
ros artículos.
Referencias bibliográficas
Paul W atzlawick
R eferencias bibliográficas
G ianfranco Cecchin
una pareja, cómo ser hijos, cómo ser padres. Dan muchas ideas a propósito
del «cómo hacer». De nuevo puede surgir un problema: cuanto más hace el
terapeuta de buen profesor, menos aprenden los pacientes, después de lo cual
nos descubrimos atrapados en una terapia interminable.
O tra tentación muy difundida es tratar de controlar a la gente: «Yo
soy el terapeuta, yo controlo lo que ocurre, yo quiero saber lo que ocurre, soy
yo el que dirige el debate». Cuando ustedes dirigen el debate o la conversa
ción, y tienen enfrente personas a las que les gusta que las dirijan, la situación
de éstas mejorará durante todo el tiempo en que estén bajo su control.
Otra tentación muy difundida: proteger a la gente. Los vemos tan desor
ganizados, tan infelices, tan desamparados, que nuestro primer impulso es
decir: «Por favor, pónganse bajo mi amparo, yo me ocuparé de ustedes». Muy
a menudo obtenemos los mismos resultados desastrosos.
Otra cosa común, y no hablaré más que de algunas de estas situaciones,
es el anhelo de castigar al paciente. Ciertas personas se portan tan mal que
nuestro deseo es decir: «Ahora quiero darle una lección». Una vez más, se
pueden tener resultados negativos.
E n nuestros cursos de formación, los problemas han aparecido rápida
mente; reconocemos esos tipos de reacción que tienen los terapeutas y comen
zamos a decir a los alumnos: «¿No creen ustedes que se han vuelto ahora
demasiado útiles? ¿No creen que el hecho de ser tan útiles crea un proble
ma? ¿No piensan que detestan demasiado a estos padres y que eso va a crear
un problema? ¿No piensan que quieren controlar demasiado?». Y otros comen
tarios. Y de pronto comprendimos que estábamos teniendo con el estudian
te exactamente la misma actitud que la que le decíamos que no tuviera con
la familia: enseñarles cómo ser distintos de lo que son.
Decíamos: «Pienso que están demasiado comprometidos, les gusta dema
siado el padre, no les gusta la madre. ¿Pueden cambiar de opinión?». O bien:
«E s usted demasiado amable con la hija. Debería ser amable con otro». Y
entonces terminamos cayendo en la misma trampa: cuanto más hablábamos
así al estudiante, menos aprendía éste. Entonces, la cuestión era: ¿cómo podía
mos superar este problema?
Lo que nos ayudó a salir del atolladero fue ir del contenido al proceso. En
lugar de decir al estudiante: «Cambie de actitud» o «Sea neutro, no sea tan
servicial», ¿por qué no utilizar la reacción del terapeuta y volverla terapéuti
ca? Ahora practicamos este tipo de ejercicio: el terapeuta viene a la sesión y
nosotros le decimos: «Anda, quédate un cuarto de hora, unos diez minutos,
haz lo que quieras, no apliques ninguna técnica, no intentes seguir lo que
intentamos enseñarte, compórtate con la mayor espontaneidad posible. Sé
espontáneo (una paradoja). Si tienes ganas de enfadarte con la familia, enfá
date. Si tienes ganas de quererlos demasiado, quiérelos; haz todo lo que ten
gas ganas de hacer; todo lo que tengas ganas de hacer dentro de los límites
de una conducta civilizada, hazlo. Luego, después de unos quince minutos,
vuelve y lo hablaremos».
Después haremos preguntas como: «¿Cuál ha sido tu reacción ante esa
fam ilia? ¿Qué ha hecho la familia para que te sientas así?». Tenemos un
grupo de observación que examina este tipo de reacciones, que lo observa e
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 65
rior. Ahora que usted me lo dice me doy cuenta de que sentía las cosas así.
E n esos momentos no era consciente, pero ahora me parece totalmente cla
ro. Ahora volveré y les diré algo. Discúlpenme, ahora me voy, me ocuparé
de esta situación». Abandonó la sala y desapareció durante unos minutos,
mientras nosotros esperábamos que volviese a la sesión.
Volvió a reunirse con la familia y les dijo: «Miren, he hablado con mis cole
gas durante algunos minutos y mi supervisor me ha reñido porque he inter
venido en su tentativa de encontrar una manera de vivir sin sus hijas. Lo sé:
yo soy también una hija de padres como ustedes y tengo muchas dificultades
para no mezclarme. Por lo tanto, ahora interrumpiremos la sesión. Vuelvan
dentro de un mes. Espero curarme de mi intención de mezclarme en su ten
tativa de estar en pareja. E s más fuerte que yo. Interrumpamos la sesión aho
ra porque, si seguimos, será peor». Se levantó; los dos padres se levantaron;
sonreían, la estrecharon en sus brazos casi como si fuera realmente hija suya,
estaban muy felices; después dijeron: «¿Podría, por favor, dar nuestros salu
dos a las personas que están detrás del espejo? Volveremos el mes que viene».
Éste fue un breve ejemplo de la manera de utilizar las reacciones del tera
peuta y de reorientarlas hacia la familia. Cuando ustedes crean un cambio
—esto es lo que pasó en este caso- la pareja se siente mejor, la terapeuta pudo
utilizar sus propias reacciones ante la familia presente y lo mismo el supervi
sor; en apariencia, comprendieron la estructura subyacente. E n cierto modo
había un sentimiento general de felicidad y cambio.
Referencias bibliográficas
Selvini Palazzoli, M., Boscolo, L., Cecchin, G ., Prata, G., «Premiére séance
d’une thérapie familiale systémique», Cahiers Critiques de Thérapie Familiale
et d e Pratiques de Réseaux, n° 1, págs. 9-13, París, Gamma, 1979.
Selvini Palazzoli, M., Boscolo, L., Cecchin, G ., Prata, G., Paradoxes etcontre-
paradoxes, París, ESF, 1980.
Cecchin, G., «La famille peut-elle étre considérée comme un systéme auto-
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Thérapie Fam iliale et de Pratiques d e Réseaux, n° 8, págs. 51 -52, Toulouse,
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NOTAS SOBRE LA AUTORREFERENCIA
Y LA TERAPIA FAMILIAR
Mony E lkaim
R eferencias bibliográficas
M ony Elkaim
2. Mara Selvini Palazzoli, «Survol d’une recherche clinique fidéle á son objet», en Mony
Elkaim, Panorama des thérapies fam iliales.
V IO LEN C IA E ID EN TID A D SEXUAL
Peggy Penn
•Hablan mujeres; la primera dice: «¿Q u é hace que me quede con él?
Persisto en pensar que debe haber algo anormal en mí». Otra: «Pensaba que
la m ejor manera de m ejorar nuestra relación era valorizarlo, hacerle sentir
mejor, porque en el fondo yo no merezco algo mejor».
•Ahora, hombres: «M i padre a menudo me agarraba, me tiraba al suelo,
me pegaba hasta hacerm e sangrar el pecho. % siempre pensaba: cuando
sea grande, cuanto tenga dieciocho años, volveré y lo mataré». Otro: «Me
enseñaron que debía ser siempre fuerte, no tener miedo nunca, ni siquiera
sentir el miedo». Otro: «Hay dos clases de hombres en este mundo, los galli
nas y los hombres».
liaba y se sentía mal. Con Marda, reflexionamos juntas sobre su manera de res
ponder a las expectativas de su familia sobre cómo debía ser, para aquélla, un
hombre: debía llevarles celebridad y fortuna, aceptar sus retos... Esto ha de ser
lo que se espera en él de un hombre; y nosotras lo llamamos «el abanderado».
A través de una pregunta en futuro, y referida a la identidad sexual, le
preguntamos: «Si tuviera un hijo, ¿esperaría que él hiciera otro tanto por
usted?». E l contestó: « ¡N i hablar! Si mi hijo no quiere jugar a la pelota, no
quiere boxear, perfecto. Sólo quiero que vaya a la escuela y aprenda, pero
le diría “hazlo lo m ejor que puedas”». Ahora bien, cuando este hombre
expresaba un temor a su familia, su padre lo ridiculizaba y maltrataba; si
decía: «Papá, tengo m iedo», su padre le replicaba: «Sal de aquí y pelea».
Le preguntamos cómo reaccionaría si su hijo le dijera: «Papá, tengo mie
do». Contestó: «Si mi hijito viniera a mí y me dijera “papá, tengo miedo”,
lo tomaría en mis brazos y le diría “no tengas ya miedo ahora”». Le pre
guntamos entonces cómo había podido aprender a hacer esto si su padre
no había podido enseñárselo. Contestó insistiendo en que en la familia de
su padre nadie le había permitido tener miedo: él debía llevar la bandera
por su familia, debía conservarlo todo para él y no tenía una madre que lo
ayudara. Por el sesgo de una breve conversación, este hombre comenzó a
recontextualizar su historia. Miró hacia el pasado, el dilema de su padre, y
hacia el futuro, el de su hijo, y constató una pequeña transformación en
su percepción de él mismo como hombre. Invitamos a su mujer y él pudo
preguntarle: «¿Qué harías si un forzudo te atrapara en la calle y yo no hicie
ra nada y te dijese “mira, tengo miedo”?».
Ella contestó: «¿M iedo, miedo? Nunca te he conocido miedoso, jamás
tendrías miedo». E l rió y prosiguió: «Soy un ser humano, tengo miedo. En
realidad, es como si tuviera miedo de tener miedo». Al final de la sesión pre
guntamos al joven boxeador cómo se sentía. ¿Seguía estando mal? «No, no
me siento mal, está todo bien. Me siento orgulloso de mí porque me esfuer
zo.» La vieja historia referida a la identidad sexual: «Sé un hombre que com
bate a todo el mundo y que nunca muestra su miedo», suena de otra mane
ra que: «M e siento orgulloso de mí porque me esfuerzo».
Descubrimos que colocar la identidad sexual en el corazón de la prácti
ca clínica había liberado nuestra imaginación terapéutica y ampliado nues
tro modelo de existencia. La identidad sexual es una propiedad orgánica de
nuestra co-construcción de historias y, puesto que es también autorreferen-
cial por el hecho de que somos sexuados, refuerza posiciones cibernéticas
de segundo orden en el observador-participante, a la vez para la familia y
para nosotros.
Terminaré con una pregunta. Me gustaría que fuese mía, pero es de Evelyn
Fox Keller. Aquí está: ¿qué significa llamar a un aspecto de la experiencia
humana «hombre» y al otro «mujer»? ¿Cómo afectan estas etiquetas a las
maneras que tenemos de estructurar nuestros mundos experimentales, de
emitir-juicios de valor en diferentes terrenos y, como contrapartida, de for
mar y valorar a los hombres y las mujeres de hoy?
LA EV O LU C IÓ N D EL M O D E L O SISTÉM ICO .
D E LA C IBERN ÉTIC A D E P R IM ER O RD EN
A LA C IBER N ÉTIC A D E SE G U N D O O RD EN
Luigi B oscolo
Hablo ahora de algo que guarda relación con la pregunta que le hice ayer
a Cari Whitaker a propósito de la entrevista con la familia que participaba en
una simulación. Cuando Cari interrogó a la familia, ¿tenía realmente ideas, pre
juicios sobre las familias con un marido alcohólico, una mujer y tres hijos? El
fue a parar a una historia: la de la esposa pendenciera, el marido alcohólico, el
primer hijo que era el próximo marido de la madre, de donde podemos infe
rir que la segunda hija era probablemente la esposa del padre, y el tercer hijo,
el extraño. ¿En qué medida la historia a la que fue a parar Cari guarda relación
con sus ideas, sus prejuicios, sus premisas, sus teorías y cuál es la parte que se
relaciona con lo que observó en el sistema? Estos son los dos campos en rela
ción con la cibernética de primer orden o cibernética del sistema observado, y
la cibernética de segundo orden o cibernética del sistema de observación. Cuando
trabajo, tengo constantemente presente esta distinción y la relación entre estos
dominios. Recientemente influyeron en mi pensamiento dos nuevas ideas; la
primera es fundamental en el pensamiento de Maturana y Varela, quienes
aseguran que la realidad proviene del dominio lingüístico, de las conversacio
nes por la vía del consenso. Como dice Maturana, hay tantas realidades como
conversaciones. Esta idea tiene una importancia indudable: cambia la pers-
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 81
* Goolishian hace referencia a la disolving therapy, terapia que disuelve el problema gra
cias a la conversación terapéutica, por oposición a Haley, quien habla de solving therapy,
terapia que resuelve el problema (N .D .L.R.).
82 INTERCAMBIOS CLÍNICOS
R eferencias bibliográficas
Selvini Palazzoü, M., Boscolo, L., Cecchin, G., Prata, G., «Premiére séance
d’une thérapie familiale systémique», Cahiers Critiques de Thérapie Familiale
et d e Pratiques de Réseaux, n° 1, págs. 9-13, París, Gamma, 1979.
Selvini Palazzoli, M., Boscolo, L., Cecchin, G ., Prata, G., Paradoxes et contre-
paradoxes, París, ESF, 1980.
Boscolo, L., «La crise de l’intervenant», Cahiers Critiques de Thérapie Fam iliale
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Boscolo, L., Fiocco, PM ., Bertrando, P , Palvarini, M.R., Pereira, J., «Langage
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T hérap ie F am iliale e t d e Pratiques d e R éseau x, n° 13, págs. 227-244,
Toulouse, Privat, 1992.
A SPEC TO S DE LA TEO RÍA
D E SISTEM A S Y PSICO TERA PIA
Jay H aley
Uno de los temas que han vuelto a tratarse en este encuentro es el de «tera
pia sistémica». No sé qué quiere decir esto. Parece haber una extraña para
doja en combinar las dos palabras, porque la teoría sistémica es una teoría de
estabilidad, de no cambio. Por definición, un sistema es autocorrectivo y, por
lo tanto, si empieza a cambiar, hay reguladores que actúan para mantenerlo
estable. Sin embargo, la psicoterapia tiene necesidad de una teoría que expli
que cómo cambiar a la gente. Querer combinar ambas cosas, sistema y psi
coterapia, parece inapropiado. En lo que a mí respecta, la contribución revo
lucionaria de la teoría de sistemas no ha consistido en facilitar el cambio en
psicoterapia sino en dar cuenta de la razón por la cual las personas son como
son, que es un problema muy diferente.
E n la década de 1950, participaba en una investigación sobre psicotera
pia cuando hicieron su aparición las teorías sistémicas. Parece difícil creer has
ta qué punto las ideas sobre la psicoterapia habían sido hasta entonces radi
cales. Se creía de manera absoluta que la causa de todos los problemas residía
en el pasado. Era, pues, lo más lógico que la terapia se ocupara de explorar
el pasado de una persona, su infancia, etc. Se creía que, comprendiendo sim
plemente el pasado, los síntomas desaparecerían. Para ilustrar cuán radical
era este modo de ver las cosas recordaré una discusión de esa época con un
interno en psiquiatría. Este interno conducía una terapia de varias veces por
semana con un paciente, desde hacía seis meses. Le pregunté si su paciente
estaba casado. El interno no lo sabía, pues a su entender esto no tenía nada
que ver con el problema: él se ocupaba del pasado del paciente y estaba pasan
do de la primera infancia al período ulterior, pero todavía no había llegado
a la etapa en que el paciente se había casado. No lo complicaba en absoluto
la carencia de informaciones sobre su situación conyugal, dado que ninguna
información sobre el contexto actual podía tener pertinencia, aun cuando uno
se ocupara de alguien internado en un hospital, que era precisamente el caso.
Así pues, la idea de que el pasado era la causa del presente resultaba extre
madamente decisiva. Todo el mundo afirmaba que un síntoma provenía del
pasado y que el comportamiento presente carecía de interés, al carecer de la
menor relación.
La teoría de sistemas propuso un punto de vista totalmente distinto. La
cosa empezó con la revolución cibernética a finales de la década de 1940, e
influyó en la psiquiatría y la psicología a comienzos de la de 1950, en buena
medida gracias a Gregory Bateson, quien daba cursos a un público de clíni-
84 INTERCAMBIOS CLÍNICOS
como del hecho de reemplazar unos objetos por otros, etc. Pero si queremos
reducir el número de zapatos en los armarios de este individuo esa teoría no
es demasiado útil: no guía hacia un conjunto de operaciones claras que per
mitan resolver el problema. Un conductista puede actuar de manera que los
zapatos dejen el armario después de algunas entrevistas y dispone de un con
junto preciso de intervenciones dirigidas a cambiar el comportamiento del
paciente, pero no posee ninguna teoría interesante para explicar por qué hace
lo que hace. El modelo conductista incluye una teoría sobre la patología indi
vidual, la teoría del aprendizaje, pero también otra, menos desarrollada, para
conceptualizar las operaciones dirigidas a cambiar los comportamientos de
los individuos. Pienso que todos nosotros debemos dedicar nuestro tiempo
y nuestro esfuerzo a elaborar teorías sobre el cambio más que teorías sobre
las razones por las cuales las personas se comportan como lo hacen.
Referencias bibliográficas
Bateson, G., Jackson, D., Haley, J., Weakland, J., «Vers une théorie de la schi-
zophrénie», en Bateson, G., Vers une écolog ie de l ’esprit, II, págs. 9-34,
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Haley, J ., «Pour une théorie des systémes pathologiques», en Watzlawick,
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Universitaires, 1983.
Haley, J ., Un thérapeute hors du commun, M ilton Erickson, París, E P I, 1984.
Haley, J ., Tactitiens du pouvoir. Jésus-Christ, le psychanalyste, le schizophréne et
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Haley, J., Leaving H om e, París, ESF, 1991.
E L T E R C E R O AUSEN TE E N E L SISTEM A
Silla
Padre Madre
Hijo Coterap.
E.G.
negativa: el paciente identificado ocupa un doble lugar con ayuda del peso
de su síntoma, el cual sería en cierto modo el fantasma del ausente. Pero esta
respuesta del sistema no siempre se alcanza y, además, cuesta cara en sufri
miento. Cabe preguntarse entonces si la familia no espera que sea el terapeuta
quien ocupe el lugar del tercero ausente, llenando a su vez la falta insopor
table vivida en el sistema...
E l tercero de peso puede haber sido un niño que cumplió un papel especial
en la gestión de las relaciones en el interior de la pareja de sus padres; una
suegra «a causa» de la cual los esposos pelean por cualquier motivo, y gracias
a la cual (a veces sin que ella lo sepa) se evita una incómoda proximidad; un
amante o una querida que contribuyen a mantener la atmósfera «neutra»
en el seno del matrimonio, o que por el contrario contribuyen a perpetuar un
clima pasional en éste; y por último un terapeuta individual que «duerme
siempre en el medio del lecho conyugal», intensificando los intercambios entre
cónyuges o anestesiándolos. En este último caso, en efecto, es frecuente obser
var que la interrupción de una terapia individual constituye una fase impor
tante en la evolución del sistema del ex paciente; en particular, su pareja no
ha tenido ocasión de preparar el duelo del terapeuta mientras que éste (invo
luntariamente y a veces sin saberlo) había contribuido a instalar y/o mante
ner una forma de intensificación o de apaciguamiento de los intercambios
emocionales. La ausencia de este tercero de peso puede estar en la base de
una situación de crisis donde una de las soluciones podría ser la introducción
de un nuevo tercero: un nuevo terapeuta individual o de pareja, un amante
o una querida, un hijo, etcétera.
Las familias traen consigo a «sus» ausentes a la sesión. Durante cierto
tiempo intentan mantener su funcionamiento habitual, como si sus terceros
de peso no se hubieran alejado, y al mismo tiempo se sienten profundamen
te heridas y carentes con relación a los roles que quedaron vacantes.
Por mi parte, tiendo a considerar el encuentro terapéutico como la etapa
de una búsqueda por parte de la familia de un nuevo tercero de peso en la
persona del terapeuta. La familia no pide un cambio sino el retorno al esta
do anterior en cuyo seno el tercero, ahora ausente, posibilitaba un funcio
namiento particular. Se vuelve hacia el pasado, mientras que el terapeuta qui
siera suscitar un cambio que dinamizara a la familia hacia el futuro. Puede
sentirse atado, limitado en sus acciones, entorpecido por los oropeles del ter
cero ausente y con los que se ha dejado vestir, puesto que todo se presenta
como si la familia le ofreciese este lugar vacante.
Pero, como todo individuo es irreemplazable, el terapeuta queda con
frontado con un doble mensaje: «Reemplace usted a nuestro ausente... Pero
sepa que él es único e irreemplazable».
Por su lado, el interviniente puede haber sido a su vez tercero de peso
en su propia familia. D e niño, asumió tempranamente en su sistema de ori
gen el rol de «terapeuta familiar»; pero, como fracasó en sus tentativas de
proteger un determinado equilibrio, fue luego a formarse para adquirir una
mayor competencia y eficacia en esta acción. Aprende entonces que su terre
no de práctica terapéutica debería ser distinto del de su propia familia. Así,
pasa a buscar familias que le ofrezcan un lugar de tercero de peso, como si al
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 91
tratar las familias de los demás fuese a «reparar» la propia. Tenemos, pues,
un encuentro que podría ser complementario y totalmente equilibrado entre
una familia que busca rematerializar, devolver peso a su tercero ausente, y un
tercero de peso «profesional» en busca de una familia en la que pueda desem
peñar su rol. Sin embargo, el encaje no es siempre perfecto, pues los tera
peutas se preocupan igualmente del cambio, y la función de tercero de peso
no se cumple de la misma manera en cada familia. Esto puede echar una
luz particular sobre el concepto de resonancia.2 En efecto, más allá de la gene
ralidad del mapa, se alcanzan los aspectos singulares: van a emerger las zonas
de intersecciones particulares alrededor de la ausencia.
Para favorecer la eventual utilización de este mapa en mis terapias (es decir,
para favorecer la aparición de resonancias más específicas entre el terapeuta
y la fa m ilia en cuanto al tema de la ausencia), coloco siempre un número sufi
ciente de asientos para que pueda quedar por lo menos uno vacío. La metá
fora se une aquí a lo concreto. En efecto, cuando se sienta primero, la fami
lia señala implícitamente un lugar al terapeuta. Ante los dos asientos que han
quedado libres, el interviniente tendrá que hacer una elección, pero, sea ésta
cual fuere, ya no olvidará fácilmente que el sistema está incompleto, que siem
pre hay ausentes. Llegado el caso, podrá abordar este tema con la familia,
haciéndole señalar el asiento del tercero de peso que falta e identificarlo; des
pertará así la vivencia de esa ausenci^ sin llenarla él mismo. Si resulta, por
inadvertencia, que el ausente ocuparía el lugar elegido por el terapeuta, deja
rá libre este asiento y se instalará en otro. Esta manera de dramatizar la dife
rencia entre el tercero de peso ausente de la familia y la función del tera
peuta está, para mí, llena de recursos: la familia es invitada a trabajar el duelo
del ausente y el terapeuta tendrá «las manos más libres» para trabajar en el
sentido de la apertura a un cambio.
Evidentemente, esta forma de lectura no es sino una construcción reali
zada a partir de mis propias historias sistémicas; pero en general concuerda
perfectamente, en el propio seno del sistema terapéutico, con las represen
taciones familiares; y sobre la base de las resonancias que despierta, permite
el avance del proceso terapéutico.
Referencias bibliográficas
Helrn Stierlin
Jay Haley acaba de hablar de la necesidad de contar con teorías del cam
bio. Nuestro grupo de Heidelberg, compuesto por Gunthard Weber, Fritz
Simón, Arnold Retzer, Gunther Schmidt y yo mismo, es igualmente cons
ciente de esa necesidad. En el curso de la última década hemos hecho esfuer
zos por suscitar cambios en familias consideradas difíciles, particularmen
te aquellas cuyos miembros fueron diagnosticados como maníaco-depresivos,
esquizoafectivos o esquizofrénicos. Precisamente acabamos de concluir el
seguimiento de treinta familias a las que hemos atendido1durante un perío
do promedio de más de tres años. A la vista de los resultados, podemos decir
que hemos obtenido más éxito que el tratamiento* con neurolépticos -car-
bamazepina y litio-, si se evalúa el éxito en términos de hospitalización sub
siguiente y en términos de medicación necesaria, antes y después de la tera
pia familiar. Como no puedo explayarme sobre esto, me gustaría utilizar el
escaso tiempo del que dispongo para hacerles compartir una dimensión que
emerge de nuestra investigación; dimensión que nos pareció muy interesante
y que, a nuestro entender, tiene enormes implicaciones en lo que atañe a
este tipo de familias. La pregunta es la siguiente: ¿cómo estructurar un mar
co temporal y cómo enlazarlo con la manera en que se vive o evita un con
flicto psiquiátrico? Una vez más, no hago otra cosa que comunicar los resul
tados de las investigaciones y discusiones de nuestro equipo de Heidelberg,
basándome particularmente en las contribuciones de Arnold Retzer y Fritz
Simón.2, J
Para que se las sienta como conflictivas, las contradicciones deben pre
sentarse en el interior de un marco temporal medio. Esto concierne tanto a
las contradicciones percibidas en el interior de uno mismo como a las perci
bidas en las interacciones de dos o más protagonistas. A fin de que las con
tradicciones puedan engendrar experiencias de ambivalencia y conflicto, un
observador debe contar con tiempo suficiente como para registrar sus incom-
patibilidades: debe contar con tiempo suficiente como para focalizar su aten
ción en determinado momento sobre una posición, y en otro determinado
momento sobre una posición diferente. Ahora bien, el tiempo disponible pue
de resultar demasiado corto o bien demasiado largo como para que se per
ciba vma ambivalencia o un conflicto a desarrollar. Esto tiene entonces con
secuencias sobre la manera de presentarse la familia al terapeuta, que es aquí
un observador externo; lo advertiremos más claramente en cuanto miremos
más de cerca las constelaciones familiares que incluyen miembros esquizo
frénicos, esquizoafectivos y maníaco-depresivos. La psicosis esquizofrénica
se com bina en general con lo que nosotros llamamos realidad relacional
suave. Encontramos una preponderancia de lo que la literatura ha descrito
como dificultad para cambiar el centro de atención, descalificación de los pro
pios mensajes y de los ajenos, desviaciones en la comunicación, mistificacio
nes, etc. Todos estos fenómenos sugieren que las informaciones que necesi
tamos para tomar conciencia del conflicto son evacuadas desde que se inicia
el proceso de generación de sentido (Schaffer y otros, 1965). Podemos hablar
de una oscilación rápida entre el sentido de los enunciados que crean el
sentido y de los enunciados que niegan el sentido. Por eso, un observador
se encuentra frente a una niebla de sentidos diversos que surgen arbitraria
mente de enunciados inestables y borrosos. D e esta manera los conflictos se
ven evacuados, si podemos decirlo así. Es como si los millares de imágenes
instantáneas que componen una película fueran expuestas todas al mismo
tiempo; resultaría una sincronicidad máxima en la cual desaparecerían todos
los contornos significativos.
E n las familias con síntomas esquizoafectivos el cuadro se presenta de
otra manera. Aquí los miembros de la familia se comunican durante períodos
más prolongados; las contradicciones pueden tener, así, un impacto visuali-
zable y tangible. Por este hecho, un observador registra una tensión entre
las necesidades conflictivas, los puntos de vista, las posiciones de valor, las
líneas de conducta, etc. E n el plano individual esto aparece como una ten
sión debida a una ambivalencia; a nivel interaccional, como una tensión debi
da a un conflicto. Cuanto más cargadas afectivamente estén las posiciones
conflictivas, mayor será la tensión y lo que dice cada uno será más conside
rado como indispensable a su propia sobrevivencia psíquica. No es raro detec
tar comportamientos suicidas y asesinos: tenemos realmente muchos pacien
tes en nuestra muestra que intentaron cometer un asesinato o que eran suicidas.
Estos actos pueden ser considerados como una tentativa de deshacerse de
una tensión insoportable. Si consideramos el marco temporal dado y los inter
valos de oscilaciones, advertimos que el drama esquizoafectivo se desen
vuelve en un momento más alejado de un momento ficticio de sincronicidad
máxima que el drama esquizofrénico antes descrito,. Podemos hablar de
una estructura de tiem po esquizoafectiva, caracterizada por intervalos
de oscilaciones más amplios. Sólo con la existencia de éstos pueden desa
rrollarse las ambivalencias y conflictos altamente cargados. A nivel individual,
tipos catatónicos de esquizofrenia proporcionan ejemplos de una estructura
de tiempo análoga. El individuo siente una ambivalencia máxima; ésta pone
en evidencia que se necesitan intervalos de oscilaciones bastante amplios para
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 95
que puedan surgir sentidos y hacerse visibles, pudiendo convertirse estos sen
tidos en elemento fundamental de conflictos.
En la experiencia clínica conocemos dos subgéneros catatónicos: un sub
género hiperexcitado y otro, el del estupor. Los dos ofrecen ejemplos de inter
valos de oscilaciones variados. En el subgénero hiperexcitado, estos interva
los son en rigor más largos que en el estupor. Entrañan movimientos que
podemos reconocer aun cuando parezcan desorganizados y carentes de obje
tivo. Podemos considerarlos como tentativas de equilibrar los polos de una
ambivalencia que provoca una tensión. En el estupor,' los intervalos de osci
laciones son más cortos, lo cual refleja una alternancia más rápida todavía en
las tentativas de comienzo y fin de puesta en equilibrio de los polos de ambi
valencia. Encontramos una tensión máxima debida a la ambivalencia y al mis
mo tiempo una inmovilidad corporal. Sin embargo, hallamos en el cuerpo,
como en el caso del subgénero hiperexcitado, un estado externo de excita
ción con parámetros elevados tales como presión arterial, ritmo cardíaco, tem
peratura, etcétera.
Es pertinente desde el punto de vista clínico localizar la esquizofrenia cata-
tónica en la interfase de los desórdenes esquizofrénicos y esquizoafectivos.
Se coincide aquí con el punto de vista de los autores contemporáneos que
consideran el comportamiento catatónico como un síndrome esquizoafecti-
vo. Sus precondiciones demuestran ser, por un lado, significaciones doloro-
sas y mutuamente excluyentes y duras y, por el otro, una tensión extrema debi
da a la ambivalencia, que resulta del enfrentamiento de estas significaciones
dolorosas. Podríamos decir que la persona catatónica tiene en su interior dos
significaciones que amenazan con partirla en dos. En un nivel interaccional
esto querría decir: «Mi interpretación se opone a la suya, pase lo que pase».
Pero lo que engendra una alta tensión de ambivalencia o conflicto puede
engendrar también creatividad. Puede posibilitar lo que Bateson denominó
«transcontextualidad»; capacidad y voluntad de desplazar un contexto o de
marcar este contexto de manera inhabitual. Un árbol puede ser visto no sola
mente como un tronco con ramas, sino también como parte de un tren de
madera, etc. Sin embargo, antes de desplazar un contexto se lo debe reco
nocer como tal e investirlo de sentido: un árbol no puede al mismo tiempo
dar sombra, dar papel, ser parte de un tren de madera, etc., a menos que haya
un observador que rompa semejante sincronicidad y al mismo tiempo con
serve los pedazos separados suficientemente cerca unos de otros como para
engendrar una tensión productiva. Así pues, los intervalos de oscilaciones no
deben estirarse hasta separar definitivamente los diferentes contextos. Así,
a nuestro entender, muchas paradojas en el análisis final son contradicciones
debidas a que hemos descuidado el factor tiempo -cuestión elaborada por
Spencer Brown (1969)4y otros- y no deben disolverse totalmente cuando tie
nen una posibilidad de estimular la creatividad.
E n los sistemas con síntomas maníaco-depresivos encontramos una es
tructura temporal distinta, todavía más alejada del punto de sincronicidad
máxima que las dos precedentes. Las distancias entre las oscilaciones son tan
importantes que ni el individuo ni los miembros de la familia pueden esta
blecer ninguna relación entre posiciones mutuamente excluyentes. Alguien
que se observa a sí mismo ya no puede establecer un nexo entre ellas.
Encuentra que es, pues, una especie de máquina, sin duda exenta de ambi
valencia pero que ha perdido toda flexibilidad, toda esa capacidad de auto
rregulación que también podemos calificar en términos de contradicción,
impulsividad, irracionalidad, otros tantos rasgos humanos que caracterizan a
las personas que viven la ambivalencia. A título individual, pues, ya no hay
experiencia de ambivalencia; a nivel interaccional, en estas familias ya no
hay experiencia de conflicto. Los miembros, aceptando un marco de valores
comunes, pueden alcanzar un consenso sobre los temas de interés vital. Quiere
decir entonces que un observador externo reconoce aquí, durante un perío
do más largo, el predominio de ciertas ideas de bases y valores comunes, sea,
grosso m odo, los de orden y responsabilidad, sea los de desorden y de dejar
se llevar. Por un lado, tendremos conductas y actitudes diagnosticadas en el
registro depresivo; del otro, conductas y actitudes diagnosticadas en un regis
tro maníaco. Una y otra vez observamos posiciones extremas, pero a causa
de los largos intervalos de oscilaciones no se las siente ya como mutuamen
te excluyentes: consideramos contradictorio aquello cuyo opuesto se ve; pues
bien, aquí ya no está visible. Hablamos entonces de una disociación diacró-
nica por oposición a una disociación sincrónica: la que encontramos en los
sistemas esquizoafectivos. Sin embargo, podemos encontrar también una diso
ciación sincrónica en muchos sistemas depresivos o en sistemas llamados bipo
lares. Esto resulta posible en los momentos de cambio: cuando dos sistemas
de valor mutuamente excluyente -y la conducta que resulta de ello- comienzan
a enfrentarse. Encontramos también aquí una contradicción y una incompa
tibilidad de posiciones, una ambivalencia y una tensión de conflicto, y esto
corresponde a la experiencia clínica, que nos enseña que es también el momen
to de un riesgo máximo de suicidio. Es bien conocido que los pacientes depri
midos son menos proclives al suicidio cuando tocan fondo que cuando emer
gen de él y comienzan una fase maníaca eventual. Lo mismo que en el caso
de los pacientes esquizoafectivos, podemos considerar un suicidio de este tipo
como una tentativa de deshacerse de una tensión máxima de ambivalencia
y conflicto. Desde el punto de vista interaccional, es también una fase donde
las luchas encarnizadas por tomar el control de las relaciones son susceptibles
de dar inicio a un movimiento en escalada. Nuestra experiencia nos indica
que a menudo sólo la hospitalización puede engendrar una descompresión.
Tarde o temprano el resultado será una mayor voluntad por parte de los
participantes de aceptar un marco de valor común, y por lo tanto de reducir
la posibilidad de un conflicto interaccional. Es verdad también que los indi
viduos diagnosticados como maníaco-depresivos pueden parecer creativos.
A nuestro entender, es posible que semejante creatividad suponga dos pre
condiciones: una experiencia de transcontextualidad, habida en los momen
tos de cambio citados más arriba, y un período bastante largo de disocia
ción diacrónica con un potencial de conflicto reducido y por lo tanto propicio
a la transformación de las perspectivas contextúales en obras de arte o cien-
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 97
Referencias bibliográficas
Stierlin, H ., L e prem ier entretien fam ilial, París, Jean-Pierre Delarge, 1979.
Stierlin, H .,A dol/H itler. Étudepsychologique. Perspectives critiques, París, PUF,
1980.
Stierlin, H ., «Intervention lors d’une assemblée pléniére: “Psychothérapie
familiale et modeles phénoménologique, analytique et systémique”»,
C ahiers Critiques de T hérapie Fam iliale et d e Pratiques de Réseaux, n° 4-5,
págs. 18-20, París, Éd. Universitaires, 1982.
Stierlin, H ., Wirsching, M., Haas, B., Hoffmann, F., Schmidt, G., Weber, G.,
Wirsching, B., «Médecine de la famille et cáncer», Thérapie fa m ilia le, 7
(1), págs. 41-60, 1986.
Stierlin, H ., «Crises et interventions», Cahiers Critiques de Thérapie Fam iliale
et d e Pratiques de Réseaux, n° 8, págs. 53-55, Toulouse, Privat, 1988.
TE N E M O S Q U E INVENTAR ESTRATEGIAS
PARA AMPLIAR N U ESTRO C O N O C IM IEN TO
Esta parte de la obra, titulada «Intercam bios teóricos», com ienza con la trans
cripción de un debate qu e reúne a H einz von Foerster, Carlos Sluzki, Jean-Louis
L e M oigne, H um berto M aturana, Francisco Varela, Paul W atzlaw ick e Isabelle
Stengers.
E l texto de este debate se ha tom ado de un número, agotado en la actualidad,
de Cahiers Critiques de Thérapie Familiale et de Pratiques de Réseaux, que
lleva p o r título «A utoréférence et thérapie fam ilia le» (A utorreferencia y terapia
fam iliar, n° 9, 1988).
En esta mesa redonda se exponen temas qu e van a m odificar e l devenir de las
terapias fam iliares. Jean -L ou is L e M oigne insiste en la im portancia d e la com ple
jid ad , Francisco Varela en la m anera en que e l observador se sitúa en e l mundo,
Isabelle Stengers y Paul W atzlawick en e l devenir crucial para los sistem as en cam
bio d e elem entos aparentem ente anodinos.
H um berto Maturana, cuyo propósito es describir lo que é l llam a «isófora» d el
cam bio social, nos cuenta una historia que p od ría ser una bella ilustración d e la
riqueza d e los sistemas alejad os d el equilibrio.
En 1823, en la ciudad d e Rugby, donde se ju gaba un partido de fú tbol, un juga
dor, arrastrado p or su entusiasmo, hizo un g o l con las manos.
L os m iem bros d el equ ipo contrario le quitaron la pelota y se pusieron a correr
hacia e l otro extremo d el terreno, pasándosela igualmente con las manos. Este inter
cam bio duró varios minutos. A sí nació e l rugby.
H um berto M aturana narra este suceso p ara describir e l cam bio so cia l com o
cam bio de una configuración de acciones coordinadas p or la que se defin e la iden
tidad particular de un sistem a social específico.
Sin em bargo, tam bién podríam os considerarlo com o e l ejem plo d e lo qu e pue
de ocurrir en un sistema alejad o d el equ ilibrio cuando una interacción nueva no
se som ete a la norma com o sucede en un sistem a estable, sino, p or e l contrario, se
am plifica.
En un partido de fú tbol, alguien que coge la p elota con las m anos com ete una
falta. E l árbitro interviene y penaliza esta infracción.
En e l caso concreto que nos describe H um berto Maturana, este comportamiento,
en vez d e ser reprimido, tuvo la posibilidad de extenderse.
En un segundo tiem po, con el nacim iento d el rugby, una interacción sin futu
ro n otable en e l fú tb o l pu ed e convertirse en una d e las reglas de funcionam iento
d el nuevo juego.
Esta situación en la. qu e lo anodino pu ede volverse determinante, válida para
diferentes sistemas humanos en proceso de cam bio, explica el interés qu e han dedi-
104 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
cad o num erosos terapeutas fam iliares a los trabajos de Ilya Prigogine sobre e l
funcionam iento de los sistem as alejados d el equ ilibrio.
Por otra parte, Francisco Vareta nos invita, en este intercam bio, a ir más allá
de la propuesta de H einz von Foerster de incluir a l observador en la descripción.
Considera im portante estudiar e l proceso p or e l cu al este observador em erge en el
seno d e prácticas lingüísticas y no lingüísticas específicas.
E l tenor de este debate condujo adem ás a los organizadores d el congreso a pro
pon er unos años después una m esa redonda cuya transcripción podrá leerse en este
volum en. D icha mesa estuvo dedicada a «L a autorreferencia y la em ergencia del
observador».
G racias a esta sucesión d e intercam bios separados por pocos años d e interva
lo, e l lector podrá seguir m ejor la evolución d e teorías que han llegado a ser deter
m inantes en e l cam po de las terapias fam iliares.
M ony Elkaim
ANACRUSIS*
* Con su modestia habitual, Heinz von Foerster tituló su texto «Anacrusis». Del grie
go ana, adelante y krousis, acción de golpear, este término designa las notas débiles que pre
ceden al primer tiempo fuerte del primer compás o la sílaba en la que se inicia un verso y
no cuenta en la medida (M .E.).
1. The I Ging or Book ofChanges, traducción de Richard Wilheim, Bolingen Series XIX,
Princeton, Princeton University Press, 1968.
106 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
1823, desobedeció las reglas y de este modo cambió el fútbol en rugby, como
metáfora del cambio social. Sólo cuando el individuo cambia puede aparecer
el cambio social.
D e Francisco Varela me gusta pensar que es un neurólogo y él me reafir
ma en este pensamiento con su intervención sobre las múltiples figuras de
la circularidad. A primera vista puede parecer sorprendente que en este encuen
tro sobre la crisis y el cambio no mencione ni una sola vez el término crisis ni
el término cambio. D e una manera implícita, sin embargo, estas nociones
están inscritas en las múltiples figuras de la circularidad, se trate de la forma
general en la cual A implica B, B implica C, y C a su vez A; en la forma refle
xiva en que A implica B , y B implica A; o en su forma autorreferencial don
de A implica A, la magia última: «Soy quien soy».3 Como en general nos preo
cupamos sobre todo de las A, las B y las C, dirige nuestra atención sobre la
emergencia de las implicaciones, sobre la emergencia de las operaciones de
conexiones, donde «un espacio se abre para el sujeto que nace».
Paul Watzlawick, el teórico y el practicante, nos recuerda que aquí todas
las discusiones deberían ser en definitiva beneficiosas para quienes, por deses
peración, entrampados en un sistema, demandan ayuda y para los que anhe
lan ofrecerles su ayuda. Frente a problemas en los cuales los elementos teó
ricos y prácticos están mezclados de una manera inseparable, él muestra de
qué manera el «enfoque sistémico» es exitoso. Su fuerza es triple: 1. Como
un sistema puede ser reconocido por sus relaciones estructurales y no por
su talla, es independiente de su talla, es decir que puede ser válido para fami
lias, minorías y otras entidades sociales. 2. N o responder en una interacción
es también una respuesta, una manera de ver que corresponde, en el ámbi
to de la teoría de los números, al primer axioma de Peano: «Cero es un núme
ro». Y 3. La causalidad lineal es inútil. Este punto concentra especialmente
la atención del terapeuta sobre las potencialidades de cambio en el aquí y aho
ra, en lugar de preocuparse por articular una teoría de las razones por las que
algo ocurrió, teoría que por principio no puede ser confirmada. E n otros tér
minos, no tiene sentido decir: «La historia se repetirá». Quienes se repiten a
sí mismos no son sino los historiadores.
Carlos Sluzki introduce a la última oradora en estos términos: «¡Por últi
mo, el espíritu universal de Isabelle Stengers!». Ella, sin embargo, no se liga
a la universalidad, pero de una manera graciosa y elegante cierra el círculo de
la discusión de esta mesa redonda volviendo a Mony Elkaim, quien había
intervenido primero y hablado de la transformación de una persona cuando
«crea algo original», un «puente singular» que la conecta de una manera nue
va y única a una familia. Se pregunta qué se produce en estos momentos de
cambios fundamentales, y sugiere una conexión estrecha, com o ella dice,
«entre el problema de la crisis y el problema de lo que llamamos ser lo mis
mo, seguir siendo el mismo “yo” o el mismo sujeto».
Un aspecto fascinante de esta cuestión crucial que se centra en francés en
«le m ém e» [lo/el mismo], en inglés plantea interrogaciones fundamentales a
3. Éxodo, 3/14.
108 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
propósito del «self» \sí mismo), del «sam e» (mismo) y de «Remaining the same
I» (seguir siendo el mismo yo). «Self» (en griego aveos) está ligado etimoló
gicamente (y semánticamente) a «sibling» (miembros de una fratría nacida
de los mismos padres) y «solitu de» (soledad), mientras que «sam e» (en grie
go eis) se liga a «simultaneous» (simultáneo) y «hom ologous» (homólogo). Esto
nos muestra que las nociones de no cambio, tanto como las de cambio, nacen
a través del lenguaje;4 por añadidura, el lenguaje no nace a partir de un vacío:5
no sólo es necesario ser dos para bailar, sino que dos son igualmente nece
sarios para hablar, el uno se ve a través de los ojos del otro. Como dice Isabelle
Stengers: es aquí donde comienza la exploración y donde el drama se trans
forma.
N o puedo pensar en ningún otro que haya podido evocar este punto con
la precisión de Martin Buber:6
«Contemplad lo humano con lo humano y veréis la dualidad dinámica,
la esencia humana, juntos: allí se encuentra el dar y el recibir, allí la fuerza
agresiva y defensiva, allí la calidad de la búsqueda y de la respuesta, siempre
los dos en uno, complementándose mutuamente en una acción alternativa,
demostrando juntos lo que es: humano. Ahora podéis volveros hacia el indi
viduo aislado y reconocéis al humano en su potencialidad de poder entrar en
relación; luego miráis el conjunto y reconocéis lo humanó en la riqueza de
la relación. Podemos acercamos a la respuesta de la pregunta: ¿qué es lo huma
no?, cuando comenzamos a comprender lo humano como un ser en el cual
el diálogo, en la presencia mutua de ser dos, el encuentro del uno con el otro
se realiza y reconoce en todo momento».
4. Foerster, H. von, «N otes pour une épistémologie des objets vivants», en Morin,
E ., Piatelli-Palmarini, M., L im ité de l ’Homme, París, Seuil, págs. 401-417, 1974.
5. Maturana, H.R., «Biology of Language: The Epistemology of Reality», en Psychology
and Biology o f Language and Tbought, Nueva % rk , Academic Press, págs. 26 -6 4 , 1978.
6. Buber, M., Das Problem des Menschen, Heidelberg, Verlag Lambert Schneider, 1970.
PRESEN TA CIÓ N
Carlos Sluxki
I
*«)
A U TO RREFEREN CIAS,
IN T E R SE C C IO N E S Y EN SA M BLES
Mony E lkaim
MONY ELKAIM: Muchas gracias. El señor nos dice algo que se podría enten
der com o «la autorreferencia es una situación extremadamente difícil».
Idealmente sería necesario que este terapeuta fuese a trabajar lo que en otros
medios llamarían su contratransferencia, para que pueda efectuar un trabajo
conveniente. Pero yo pregunto: «¿Y qué? ¿Acaso existimos en un cielo azu
lado sin ninguna historia y sin ninguna relación con las personas con que nos
confrontamos?». Nosotros existimos en un campo de intersecciones múlti
ples entre las cuales está la que se sitúa entre la manera en que construimos
lo real y en que las personas con las cuales trabajamos construyen lo real. ¿Qué
vamos a hacer? ¿Vamos a dejarlas plantadas o a aseptizarnos para suprimir
cualquier especificidad molesta, cualquier elemento singular que amenace
con generar desorden? Esta es efectivamente una de las soluciones común
mente propuestas a este problema de autorreferencia. ¿Quién de ustedes tie
ne otra propuesta?
UNA PARTICIPANTE: Esto me ha hecho pensar en mi viejo maestro, Georges
Devereux, quien sostiene que las únicas informaciones que realmente pode
mos tener en investigación o en terapia son las informaciones que podemos
recoger de nosotros mismos. Y, si hay algo que yo siento en mí misma, esto
tal vez me permite comprender más al paciente. Por supuesto, no hay que tra
tar como angustia lo que siento, sino como información.
ELKAIM: ¿Puedes co n tin u a r ayu d án d om e u n p o co m ás co n cre ta m e n te ?
Jean-L ou is L e M oigne
D o u b l e - b in d , catástrofe, bifurcación...
1. Morin, E. y otros, «La notion de crise», Communications, n° 25, número especial, 1976.
118 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
4. Bogdanov A., Essays in Tektology (edición original en ruso, 1913 a 1921), traducción
inglesa de G . Gorelik, Intersystems Publication, Sea-side, CA, 1980.
120 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
crisis C y crisis D , la crisis suscitada por el juego eterno de las tensiones entre
los poderes y los contrapoderes que ellos suscitan, y la crisis suscitada por el
conflicto tradicional entre la norma y la regla, entre la moral y el derecho.
Parece, sin embargo, que las cuatro primeras componentes evocadas de mane
ra sucinta nos sugieren dos invariantes pertinentes para ayudamos a construir
nuestra inteligencia de la crisis:
•La crisis es dou ble-bind (o conjunción) de representaciones (por lo tan
to simbólicas) de las situaciones percibidas y de las acciones concebibles que
se forman los actores de un sistema. Representaciones sistemáticamente pobres
y simplifícadoras, y por lo general no percibidas en su multiplicidad (hay doble
-o m ultiple-bind- cuando el actor ignora que está en situación de double-bind).
La modelización de la crisis pasa por la modelización de estas representa
ciones.
•El «tratamiento» (evitemos el término aquí ambiguo de «resolución»)
de la crisis pasa por su complejización, o más bien por la complejización de
las representaciones que el sistema tiene o podría tener de ella. Complejización
no quiere decir ininteligibilidad (piénsese, por ejemplo, en lo que se ha con
venido en llamar la crisis libanesa iniciada hace ya diez años: su dramática
evolución disuadirá tal vez un poco a los actores, los políticos... y a los media
dores, ide toda representación maniquea de las crisis!).
Dicho de otra manera, la crisis se debe entender como un fenómeno com
plejo, a la vez transitivo y recursivo, a la vez potencial y actual, a la vez pasi
vo y activo, a la vez sufrido y querido. Toda interpretación disyuntiva, y por
lo tanto analítica, no solamente empobrece su representación y su compren
sión, sino que también compromete su tratamiento. Es decir que nuestras
intervenciones deben conocerse en su tejido cultural: hoy en día, una cultu
ra occidental extraordinariamente analítica que huye del complejo y aspira al
simplismo. Si lo ignoramos, seremos víctimas de uno de esos dou ble-bind que
pretendemos diagnosticar. Pero esta lucidez no alcanza para crear las condi
ciones de la comunicación y nosotros no intervenimos a partir de un meta-
nivel del que podríamos discriminar los tratamientos analíticos y los trata
mientos sistémicos de la crisis: nosotros somos producidos, y transformados,
por las crisis que producimos, y transformamos: anillo cuya extrañeza sólo se
debe a que no lo habíamos visto: inteligencia, más inteligencia...
SERES HUM ANOS INDIVIDUALES
Y FE N Ó M E N O S SO CIA LES H UM AN O S*
H um berto M aturana
I
LAS M ÚLTIPLES FIGURA S
D E LA CIRCULARIDAD
Francisco Varela
Entre todos los temas que se pueden presentar durante el breve tiempo
concedido a cada uno de nosotros, elegiré uno que me ha apasionado duran
te toda mi vida de investigador y que al mismo tiempo tiene pertinencia en el
dominio de la terapia familiar. Se trata de la noción de autorreferencia (o cir-
cularidad, o reflexividad; utilizaré aquí estos tres términos indiferentemen
te). Es una noción que hasta fechas muy recientes resultaba más bien mar
ginal. Pero estoy convencido de que está llamada a cumplir un papel cada vez
más importante en la ciencia. En lo que sigue distinguiré tres niveles donde
la reflexividad aparece bajo formas diferentes.
LA CIRCULARIDAD LÓGICA
1. Soto-Andrade, F.J., Varela, F.J., «Self-reference and fixed point: A discussion and an
extensión o f Lawvere’s theorem», Acta Applic. Mathem., 2, págs. 1-19, 1984.
2. Maturana, FL, tire la , F.J., The Tree ofKnowledge, introduction, Boston, New Science
Library, 1987.
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 129
C o n c l u s ió n
A gradecim ientos
Gracias a M. Elka'im por su invitación a participar en el congreso inter
nacional de Bruselas. Francisco Varela es titular de una cátedra científica de
la Fondation de France. Agradece calurosamente al Prince Trust Funds su
apoyo financiero.
PEN SA M IEN TO SIST É M IC O
Y E N F O Q U E D E LO S SISTEM A S H UM AN O S*
Paul W atzlawick
Una de las desventajas para alguien cuyo apellido empieza con ’W, es que
siempre le toca ser de los últimos. Pero, para un orador, esto tiene una ven
taja. Puede dejar de lado cierto número de puntos que ya fueron menciona
dos por los oradores precedentes. Quisiera limitarme a unas pocas conside
raciones prácticas: de qué modo pensar en términos de sistemas puede ser
efectivamente una ventaja decisiva en el trabajo con sistemas humanos, se
trate de familias o de sistemas más amplios. La estructura de un pequeño sis
tema como la familia y la de un sistema más amplio es frecuentemente iso-
mórfica, es decir que hay ciertos elementos estructurales que son similares
o incluso idénticos. Si hemos tenido la posibilidad de señalar la emergencia
de un sistema mediante el establecimiento de una relación, hemos observa
do de qué manera, a partir de estas circunstancias, el sistema comienza a gene
rarse a sí mismo. Por ejemplo, si un muchacho tiene su primera cita con una
chica que llega con veinte minutos de retraso, puede reaccionar de una mane
ra o de otra: puede decir, por ejemplo: «Te has retrasado», o puede ignorar
ese retraso, pero en cada caso se habrá establecido una regla.
No puede no reaccionar al hecho de que ella llegue tarde, y éste será
uno de los elementos a partir de los cuales va a desarrollarse seguramente la
estructura del sistema de la nueva relación. Hay excelentes estudios que mues
tran cómo sistemas muy complejos pueden emerger y emergen de elementos
muy limitados cuya interacción puede generar una enorme complejidad. A
partir de esto, se torna menos difícil comprender cómo una intervención muy
pequeña puede traer aparejado un cambio significativo de gran amplitud.
Una de las acusaciones contra las personas que practican las terapias sis-
témicas es que sus intervenciones son relativamente superficiales y no toman
en cuenta la profundidad de los problemas, que no tocan más que la punta
del iceberg. Y, sin embargo, pienso que, si comenzamos a pensar de manera
sistémica, se nos abren numerosas posibilidades. Estas posibilidades no están
disponibles si pensamos en términos relaciónales, si estimamos que lo que
sobreviene en el aquí y ahora es el resultado directo, lineal, de todos los fac
tores del pasado que esculpen el presente. N o hay ocasión en la que se torne
más evidente la inadecuación de este enfoque intrapsíquico, introspectivo y
retrospectivo, que cuando nos percatamos de que en el momento en que dos
elementos, por ejemplo dos personas, establecen una relación, aparece enton
ces un fenómeno que es imposible reducir a una u otra de estas personas. Una
relación es diferente de los elementos que las personas que interactúan
traen a la relación. Toda tentativa de inducir un cambio en el aquí y ahora por
medio de una investigación del pasado puede conducir a una ilusión y no lle
var muy lejos. Porque, aun si he llegado a comprender en todos los detalles
estas dos historias de vida separadas, la interacción de estos elementos en la
relación, su cualidad «superpersonal», no se revelará en una lectura moná-
dica e individual.
Una vez que un sistema se ha desarrollado y asumido sus cualidades «super-
personales», puede constituir una adaptación óptima a las influencias proce
dentes tanto del interior del sistema como de su medio circundante. E l pro
blema es que todos nosotros, y con esto quiero decir tanto los seres humanos
como los animales, intentamos tratar de mantener una adaptación semejan
te, una organización semejante, una vez que ha sido alcanzada. Hay razones
para eso que no vamos a explorar ahora, pues el tiempo no lo permite. Pero
hacemos notar, cuando trabajamos con una familia que tiene un problema,
que, visto desde el exterior, este sistema humano parece recorrer más y más
las mismas secuencias de comportamiento para tratar de resolver dicho pro
blema. Pero eso no lo resuelve. En efecto, la solución al problema puede estar
en el exterior del repertorio de comportamientos del sistema. E n el modelo
psicodinámico, este «juego sin fin», esta cualidad de la interacción recursiva,
repetitiva, en círculo vicioso, fue llamada compulsión de repetición. No me
gusta este término por la sencilla razón de que arrastra la connotación de algo
patológico desde el principio. Ahora bien, un tipo de disfunción de un siste
ma puede ser en determinado momento el único camino posible, la mejor vía
posible para permitir a este sistema funcionar y adaptarse. En la visión ciber
nética hay dos tipos de cambio. El cambio de primer orden es el cambio de
un sistema que pasa de un estadio interno a otro. Es un cambio en el interior
de los límites del repertorio de este sistema. Sin embargo, si la solución a un
problema reside en el exterior de los límites de este repertorio, un cambio de
primer orden no permite hallar la solución. Tenemos entonces necesidad
de cambiar la estructura del sistema. A esto se le llama cambio de segundo
orden. E n otros términos, el sistema tiene necesidad de una contribución del
exterior, del terapeuta, por ejemplo, pues por una razón u otra no parece capaz
de generar en sí mismo las modificaciones necesarias para su propio funciona
miento. Este cambio en la vida cotidiana se opera generalmente a través de
cierto tipo de acontecim ientos. A menudo he especulado sobre el hecho
de que si un día apareciera el célebre hombrecito verde llegado de Marte, y
nos preguntara: «¿Cóm o resuelven ustedes en la Tierra los problemas?»,
debiendo entonces nosotros explicarle las teorías extrañas, fantásticas y ela
boradas que hemos creado durante estos últimos siglos, sin duda se sor
prendería y preguntaría: «¿Cómo puede ser que no hayan visto los cambios
cotidianos que se han producido en las vidas humanas y que no son resulta
do de tomas de conciencia?». Jacques Monod, en su libro L e hasard et la néces-
sité, describió con gran claridad estos efectos. Hizo notar que acontecimien
tos azarosos pueden inducir un cambio significativo en un sistema, noj
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 133
Isabelle Stengers
ces, se han percatado de que las cosas que importan, las cosas que deben ser
tomadas en cuenta para comprender el sistema, no están dadas de una vez
para siempre. Hay tipos de interacciones que en ciertas condiciones de iqtep-
sidad de funcionamiento son insignificantes, y que en otras condiciones se
hacen significantes. Quiere decir, pues, que algo que no era pertinente para
definir la identidad de un sistema pasa a serlo cuando este sistema se encuen
tra en otro régimen de actividad, que sin embargo sólo es cuantitativamente
diferente.
Un ejemplo, el más trivial de todos: la gravedad. Todos estamos some
tidos a la fuerza de la gravedad, en un sistema físico-químico las molécu
las tam bién, evidentemente. Pero cuando se modeliza, cuando se define
la identidad de un sistema físico-químico para poder calcularlo, en gene
ral uno se desentiende tranquilamente de la gravedad, simplemente porque
el movimiento de las moléculas ligado al calor alcanza perfectamente para
obliterar de manera absoluta cualquier efecto ligado a esa fuerza de la
gravedad. Pues bien, no nos equivocamos, en efecto, la gravedad es insig
nificante para la mayoría de los sistemas de este tipo, pero para una cierta
intensidad de funcionamiento a partir de un umbral, nos damos cuenta de
que el sistema puede hacerse sensible a la gravedad: esta gravedad, que era
insignificante, cobra significación y hay que atender a ella para comprender
ciertos comportamientos que el sistema es susceptible de adquirir. ¿Qué
quiere decir esto? Q uiere decir que no se puede definir de una vez para
siempre lo que cuenta como explicación para un sistema dado. Su defini
ción es relativa a su acción. ¿Podemos decir entonces que es el «mismo»
sistema cualquiera que sea esa actividad? A lo mejor es el mismo sistema
desde un punto de vista metafísico, desde el punto de vista del que, cono
ciendo todo, habría decidido, sabiéndolo, simplificar la gravedad en con
diciones donde sabe que ella es insignificante. Por lo tanto, desde un pun
to de vista metafísico, desde el punto de vista del demonio de Laplace, es
e l m ism o sistema. Y, en el ejemplo que les he dado, ese punto de vista meta-
físico del demonio de Laplace, en el que se puede decir todo y luego deci
dir simplificar en aquellos puntos en que no se puede hacer, no plantea en
apariencia demasiados problemas. Pero si recordamos que, en lo que se
refiere a la mayoría de los sistemas que estudiamos, no lo sabemos todo,
que los comprendemos a partir de las relaciones significativas que obser
vamos y testamos, es útil señalar que, desde un punto de vista pragmáti
co, no se puede decir: «E s e l mismo sistem a».
Todo lo que nos había enseñado el sistema en condiciones de funciona
miento usuales en cuanto a lo que era pertinente para describirlo, todo lo que
nos había enseñado nos decía: «No tome en cuenta la gravedad» y he aquí
de pronto que debemos tomar en cuenta la gravedad. Por lo tanto, si emple
amos «mismo» y «diferente» en el sentido pragmático, en el sentido real en
que construimos una representación a partir de lo que nos parece pertinente
para comprender aquello ante lo que estamos, en ese momento ya no pode
mos decir: «Es e l m ismo sistema»-, y creo, pues, que ya en ese dominio no obs
tante tan simple que es la física, la idea de «¿Q ué es e l mismo, q u é es e l otro?»
es puesta en crisis por aquello con lo que tenemos que vérnoslas. Entonces,
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 139
los componentes que pueden cambiar sin cambiar la identidad del todo. De
ahí que una discusión sobre la crisis haga referencia a uno u otro de estos con
ceptos. E n un caso se trata de la destrucción de la identidad que está ligada
a la organización; en el otro, a cambios en la estructura que no ponen en entre
dicho la organización de base.
E l profesor Varela, utilizando indistintamente los términos reflexividad,
circularidad y autorreferencia para hablamos de clausura operacional, nos ha
distanciado de la trampa original de Russell al definir la reflexividad como
esencial para comprender la naturaleza de los sistemas sociales y naturales.
Entre estas formas de reflexividad, ha propuesto no solamente la frase liga
da a la cibernética de segundo orden, «Incluir al observador», sino una refle
xividad generadora que pone el acento en la observación de las microprácti-
cas (prácticas que nos incluyen en el proceso terapéutico, poniéndonos así en
el interior de la frontera). Si el límite de nuestros pensamientos ha sido duran
te mucho tiempo la cibernética de segundo orden, este nuevo salto nos deja
rá inestables por un buen rato.
Paul Watzlawick ha indicado el modo en que algunos cambios pueden
crear un proceso extremadamente complejo y cómo pequeños cambios en el
proceso terapéutico pueden generar transformaciones importantes. Al hacer
esto, ha establecido un vínculo claro entre la práctica clínica y avanzados for
malismos como los de los modelos creados por Prigogine, en los cuales per
turbaciones del equilibrio surgidas en sistemas abiertos pueden generar cam
bios a través de las bifurcaciones. Estos cambios pueden desencadenarlos
perturbaciones ligadas a elementos surgidos al azar. Su alegato contra el pen
samiento lineal ha concluido con el mandamiento constructivista propuesto
por Heinz von Foerster: «Si quiere usted ver, aprenda a actuar».
Isabelle Stengers ha definido la crisis como inherente a los sistemas vivos,
ligada a la identidad, ligada al perfil de nuestra propia especie. E l elemento
central de la crisis es entonces la identidad y, siendo la identidad la de cada
individuo, de cada sistema y de cada especie, es una noción que tiene una ins
cripción metafísica sumamente rica, aun si su presencia me parece un tanto
oscura a nivel pragmático. Al mismo tiempo, Isabelle Stengers alude al aspec
to mágico de la terapia cuando discute las dos soluciones, las dos estéticas de
la crisis, el drama conocido como «crisis de identidad» y la exploración-trans
formación basada en la micropráctica en la que se encuentran incluidos los
participantes. El problema es cómo transformar un drama, que generalmen
te paraliza a la gente, en exploración, que por el contrario libera a las perso
nas permitiéndoles realizar nuevos saltos hacia nuevos cambios. Estamos
entonces en el corazón de la práctica clínica y no solamente en el dominio de
la reflexión conceptual.
5. AUTORREFERENCIA
Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR
H einz von Foerster abre esta mesa redonda citando a José Ortega y Gasset. Para
éste, e l hom bre es su p rop io autor condenado a ser libre. Después, e l orador nos
recuerda la prim era directiva d el segundo capítulo d e Las leyes dé la forma de G.
Spencer Brow n: «H aga una distinción».
H ein z Von Foerster nos introduce a sí en e l ám bito de la elección , d e la res
ponsabilidad y d éla ética. N o es casual que autores com o Maturana o Von Foerster
insistan sobre estos temas. En efecto, si se adopta una perspectiva constructivista,
¿ el otro no corre e l peligro d e aparecer com o e l sim ple producto d e nuestra cons
trucción d e lo real? ¿Cóm o escapar a este solipsism o? Heinz responde: «Incluyendo
a los otros qu e se m e parecen y qu e pueblan e l m undo tal com o y o lo h e encon
trado». ¿Q ué qu iere d ecir esto? En la m edida en qu e tam bién p ara los otros e l
m undo está p oblado d e apariciones que se les parecen, estas personas podrían ima
ginarse tam bién com o la única realidad. A hora bien, en otro d e sus textos, 1 Von
Foerster utiliza e l prin cipio d e realidad qu e rechaza una hipótesis si ésta no fu n
cion a para dos instancias a la vez. Así, e l otro, tanto com o yo, p u ed e pretender
ser la única realidad. M ientras no nos crucemos, esta hipótesis pu ede ser sostenida.
Pero este solipsism o deja d e ser defendible en cuanto estamos uno a l lad o d el otro.
Por supuesto, yo soy lib re d e rechazar este prin cip io d e realidad y vuelvo a qu e
dar solo en e l centro d el universo, pero si acepto ese principio, n i e l otro n i yo esta
m os ya en e l centro d el m undo, y será necesario un tercero para pon er en relación
a l otro y a m í mismo. A partir d e este m om ento, realidad y com unidad existen una
ju n to a la otra. ^
Pongo e l acento en esta faceta particular d e la intervención d e Von Foerster que
vale p o r muchas otras, pues para m í la im portancia conferida a la ética es uno de
los aspectos importantes d e l constructivismo.
E n un mundo en e l qu e soy actuado p or fu erzas sociales, culturales, económ i
cas, fam iliares, inconscientes, ¿quéparte d e responsabilidad m e qu eda? A l insistir
en e l p ap el que cum plim os en nuestra construcción d e lo real, los constructivistas
recrean un espacio para nuestra libertad. Esta lectura no niega en absoluto nuestra
alienación, la relativiza.
L a intervención d e M aturana m arca la im portancia d e las prácticas lingüís
ticas para e l terapeuta constructivista. Afirma, en efecto, que todos los sufrimientos
hum anos nacen d e las dinám icas fisiológ icas qu e sobrevienen en e l curso d e un
sistem a d e conversaciones repetido. Para M aturana, e l sufrim iento hum ano nace
M ony Elkaim
i
PRESEN TA CIÓ N
Mony Elkaim
¿Qué relación con nuestra práctica puede tener «la emergencia del obser
vador»? Dimos un paso sumamente importante en terapia familiar cuando
comenzamos a reflexionar en términos de sistema terapéutico que incluye
al terapeuta y no ya solamente en términos de sistema familiar. Hablar de sis
tema terapéutico no es meramente insistir en la interrelación entre el obser
vador y el sistema observado, sino también interrogarse sobre el proceso
por el cual emerge el observador en el sistema que él describe.
Hemos reunido aquí a varias personas que no sólo me son cercanas sino
que además son, a mis ojos, las que más pueden ayudarnos a reflexionar sobre
este punto.
Vamos a empezar por Heinz von Foerster. N o sé cómo describir a Heinz
von Foerster de otro modo que como una persona que «electriza» a la gen
te. Quisiera presentarlo con una anécdota, si Heinz me lo permite. En la épo
ca en que era presidente de la Wenner-Gren Foundation for Anthropological
Research, acudió a un congreso internacional de antropología que se lleva
ba a cabo en Moscú. También estaba Margaret Mead. Ambos decidieron ir
de visita a un museo. Margaret Mead llevaba un bastón. Le dicen: «¿Entrar
al museo con un bastón? ¡Ni hablar!». Y ella responde: «Sin bastón, no entro».
Aparece Heinz von Foerster. ¿Qué propone?: «Dame tu bastón». Lo desli
za hacia el interior de una de las piernas de su pantalón y entra en el museo
dando el brazo a M argaret M ead. Pasada la primera sala, le devuelve su
bastón y ella se pasea así tranquilamente, sin que nadie intervenga. ¿Por qué?
Porque es evidente que a nadie se le habría ocurrido la descabellada idea de
entrar a un museo ruso con un bastón si se le prohibiese hacerlo. Lo que
me fascina es la creatividad de Heinz. Ningún problema detiene a este caba
llero encantador: él les da la vuelta a las situaciones con infrecuente soltura.
Heinz von Foerster es, creo, un terapeuta de la realidad cotidiana. Es alguien
que, de una u otra manera, toma un objeto, lo mira y luego dice: «Sí, pero
desde este ángulo, puede ser que...», y el objeto ya no se ve de la misma mane
ra. Además, por cierto, fue el secretario del Cybernetics Conference Program
de la Macy Jr Foundation en Nueva Y>rk. En 1958 creó el Biological Computer
Laboratory para el estudio de la fisiología, la teoría, la tecnología y la episte
mología de los procesos cognitivos, laboratorio que dirigió hasta 1976. Por
último, es uno de los progenitores, si no el padre, de la segunda cibernética.
í
OBSERVAR LA AUTORREFERENCIA
EN EMERGENCIA*
H einz von Foerster
E l orador emerge lentam ente detrás de su pupitre. Se eleva p oco a p oco, queda
com o suspendido p or un instante, vuelve a b ajar y luego com ienza su alocución
(M .E.).
Como pueden comprobar, he tomado en serio el título de esta sesión:
«Autorreferencia y emergencia del observador». Lo he tomado tan en serio
que hasta he mirado «emergencia» en el diccionario. ¿Qué significa? ¿De
dónde viene esta palabra? H e sabido por el diccionario de la herencia nor
teamericana de la lengua inglesa, que «emergencia» es una noción secunda
ria. La noción primaria es estar sumergido. Quiere decir que estamos pri
mero en el término «m erge», del cual e-mergemos. Ahora, ¿qué es lo que
«merge»? No ha sido cosa fácil de descubrir, pero después de una búsqueda
etimológica en profundidad, creo que podemos decir que el término «mer
ge» comprende un estado de turbiedad indefinido, impersonal y nebuloso en
el cual estamos todos sumergidos, y del que debemos emerger para conver
timos en aquel que decidimos ser.
Con mi demostración introductoria de la emergencia creo no hablar dema
siado de este proceso milagroso, toda vez que nuestro jurado incluye a los
emergeologistas más competentes que nos iluminarán sobre este tema.
D e manera más técnica, por supuesto, debería hablar de nuestros orado
res como de ontogenetistas, o como prefieran llamarse: «constructivistas»,
«constructivistas radicales», «parteros», etc.; donde entonces, si vienen de la
escuela del pensamiento de Prigogine, se los podría llamar los «que van del
ser al devenir». En mi versión, si uno no quiere tomarse por alguien que va
de suyo en el carácter de ser humano, no debería hablar de sí como de un ser
humano (human being), sino como de un ser en devenir, es decir, un «ser devi-
niente».
E sta es, desde luego, la perspectiva de los existencialistas, que partieron
de la significación de la raíz latina exsistere: surgir, sobrevenir, aparecer. A mi
juicio, José Ortega y Gasset lo dice de manera más notable: «E l Hombre no
tiene una naturaleza sino una historia... E l hombre no es una cosa sino un
drama... Su vida es algo que debe ser elegido, inventado mientras él progre
sa, y un hombre está en esa elección y en esa invención. Cada hombre es su*
* E ste título, así como los de las comunicaciones siguientes, son del director de la
compilación.
150 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
propio autor, y aunque pueda elegir entre ser un autor original o un plagia-
dor, no puede escapar a esta elección... Está condenado a ser libre».
¡Efectivamente, estamos condenados a ser libres!
D e los tres conceptos: «autorreferencia», «emergencia» y «observador»,
que componen el tema de esta sesión, permítanme tratar ahora el de «obser
vador». Si tomamos la perspectiva existencialista, comprendemos que, cuan
do finalmente emerge un observador, toda observación está ya hecha. Por
lo tanto, debemos concentramos sobre el hecho de observar, y podríamos lla
mar a nuestra sesión «observar la autorreferencia en emergencia». Pienso que
esta paráfrasis del título original puede sugerir más explícitamente la inte
racción de nuestros tres conceptos, cada uno de los cuales debe su existencia
(emergencia) a los otros dos.
H ace cuatrocientos años, el escéptico francés Michel de Montaigne cons
tató que la esencia misma del observador no era tanto servare (servir), ani-
m adversare (esperar), spectare (mirar), contem plare (contemplar), conservare
(conservar), etc., sino que era distinguere (separar, dividir).
H ace diez años, el lógico inglés G. Spencer Brown escribió un pequeño
libro de gran importancia en el que dice: «E l tema de este libro es que el uni
verso nace cuando un espacio es separado o desmontado». Llamó a su libro
h as leyes de la form a y el primer párrafo del primer capítulo, «Forma», se lee
así:
«Tomamos como adquiridas la idea de distinción y la idea de indicación,
y no podemos hacer una indicación sin hacer una distinción. Así pues, toma
mos la forma de distinción por la forma».
Y la primera directiva del segundo capítulo, «Las formas salidas de la for
ma» es:
«Construcción
Haga una distinción».
Es fácil advertir que de nuevo tenemos aquí una tríada de conceptos mutua
mente dependientes cuando permitimos que «observar» se asocie a «distin
guir» e «indicar», donde cada concepto tiene necesidad de los otros dos para
aparecer.
Francisco Varela llamó a los fascinantes desarrollos lógicos de G. Spencer
Brown «cálculo de indicación». Pero señaló también un aspecto más fasci
nante aún de parecidas constelaciones de conceptos que necesitan unos de
otros para existir, especialmente que estas constelaciones necesitan también
ellas de sí mismas para existir. De ahí que ampliara este «cálculo de indica
ción» a un «cálculo de autorreferencia».
Déjenm e decir ahora unas palabras sobre el hecho de autorreferenciarse
en cuanto componente inevitable de observar y, por supuesto, de emerger.
E l enfoque ortodoxo aplicado a las referencias que se reducen a aquel que
nombra la referencia es, como todos ustedes saben, evitar como la peste una
referencia semejante. Esta fobia se justifica habitualmente por el temor de
que estas reflexiones permitan la aparición de paradojas. Y estoy seguro
de que todos ustedes pueden recordar los estragos ocasionados por las pro
posiciones paradójicas a las categorías lógicas de ortodoxia esmeradamente
inventariadas. En esa clasificación, la Verdad y la Mentira quedan cuidado-
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 151
* E l castellano no permite verter esta diferencia que sí ofrece el francés, entre ye, pro
nombre personal de primera persona del singular, y moi, que cumple también la misma fun
ción pronominal pero con el carácter de representante de la persona que habla o escribe;
además, m oi se emplea también como complemento de objeto, como sujeto de verbo en
infinitivo, como sujeto de una oración elíptica, etc. Por otra parte, moi es también un sus
tantivo de género masculino, traducible en castellano por «el yo». [N . del t. ]
152 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
i
OBSERVAR LA OBSERVA CIÓN
H um berto M aturana
1. Maturana, H.R., «Reality/the search for objectivity or the quest for a compelling argu-
ment», Tbelrish J. o f psycbology, 9
(1), págs. 25-82, 1988.
158 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
3. Méndez, C.L., Codou, F., Maturana, H.R., «The bringing forth pathology», The Irish
J. o f psychology, 9 (1),
1988.
160 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
I
162 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
'Vb no soy biólogo y, sobre todo, no soy mago como Heinz, por lo tanto no
puedo emerger, como él, del pupitre, ni hacer pases de magia. Hablaré
de la autoorganización desde un ángulo muy diferente y desde un punto de
vista muy diferente. M e interesé por la autorregulación de una manera bas
tante extraña; quizá la mejor, al menos en mi opinión. Me pregunté: ¿qué sig
nifica conocer y cuáles son las teorías del conocimiento producidas hasta aho
ra por la filosofía occidental? H e leído mucho, de manera ecléctica, y después
de muchos años de lectura he llegado a la conclusión de que el problema plan
teado en tiempos de los presocráticos: ¿qué es el conocimiento y cómo pode
mos saber si nuestro conocimiento es verdadero?, nunca ha hallado respues
ta en el mundo occidental. Los grandes filósofos han producido bellísimos
edificios intelectuales que en numerosos casos pertenecen al ámbito de la
poesía, sin por ello responder verdaderamente al argumento planteado por
los escépticos en la misma época de los presocráticos. No les aburriré entran
do en detalles, pero el argumento, aunque recogido con extrema compleji
dad por los filósofos, es muy simple. Dice que, mientras uno cree acceder al
conocimiento del mundo mirándolo, escuchándolo, oliéndolo, dicho de otra
manera, a través de los sentidos, puede construir una imagen de lo que ve,
huele y ove, ñero sin poder saber nunca si esta imagen es verdadera, porque
toda form a de verificación debe utilizar los mismos sentidos, las mismas
distinciones, las mismas relaciones conceptuales, v por lo tanto no puede pro
ducir más que otra imagen.
Los filósofos lo han dicho de varias maneras. Una de las más claras, en mi
opinión, es la formulación de Berkeley. É l dice: todo lo que podemos hacer
es comparar imágenes con imágenes, ideas con ideas, pero nunca podemos
comparar las ideas con el rritnTdo extTOüF 'S íW Io iJia esto'cómo una hipóte
sis de trabajo, con seriedad^nos preguntamos: «Pero, si es así, y dado que
desde hace dos mil quinientos años nadie ha podido demostrar esta propo
sición, ¿cómo podemos acceder al conocimiento? ¿Cómo se explica que lo
alcancemos tan bien?». En apariencia, el conocimiento debe ser una cosa muy
distinta. Más aún: el conocimiento debe ser algo que nosotros mismos hemos
organizado, puesto que no ha venido del exterior. Todo lo que sabemos,
nos lo han dicho nuestros sentidos. Humberto Maturana diría: «Los acon
tecimientos están en nuestra retina, los acontecimientos están en los senti
dos». Ésa es la materia prima de la que disponemos.
Si pensamos así en la autoorganización, su mejor formulación se encuen
tra, a mi entender, al final del libro h a construcción de lo real en e l niño, de
164 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
Félix G uattari
liada por Daniel Stem, muestra a las claras lo que puede ser una experiencia
indisoluble de sí mismo y de los otros. Dicho de otra manera, no hay miste
rio de la incomunicabilidad; hay modos de semiotización, fuera del lenguaje,
que proceden por afectos no discursivos; la única discursividad que conocen
es que son o bien compartibles o bien no compartibles, y así es como se cons
tituye una subjetividad no circunscrita en un plano de individuación. La tera
pia familiar, el psicoanálisis, la terapia institucional, todos los modos de terapia
se confrontan con esa multiplicidad de fenómenos de observación, que pue
den ser ya internos, ya autoobservaciones, como sucede con la formación del
superyó en psicoanálisis, o bien estar encamada la observación por dispositi
vos de visualización como en la terapia familiar, incluyendo la mirada que cons
tituye el vídeo. Estas observaciones ponen en juego dimensiones cognitivas,
pero también dimensiones no cognitivas que pertenecen al orden del afecto.
Esta captación inmediata del tiempo, esta intuición del tiempo de la que Kant
decía que era una dimensión no cuantitativa, implica concebir lo que llamaré
una rítmica subjetiva o lo que ha llamado en otro lugar ritornelos existencia-
les. Los eslabones discursivos ya no están dados para designar un referente, ya
no están articulados con el otro según ejes sintagmáticos y paradigmáticos para
producir una significación. Están ahí para engendrar lo que llamaré una fun
ción existencial, es decir, la puesta en práctica de repeticiones infinitas para
hacer existir cierto tipo de universos de referencia. De este modo, en el ritual
psicoanalítico tanto como en el ritual sistémico, cierto número de ritornelos,
de frases de acogida, de gestualidades, de mímicas, de relaciones de dinero,
funcionan en este plano etológico del ritornelo existencial y constituyen terri
torios existenciales, universos de referencia que, como tales, brillan en la cons
telación de los universos de referencia traídos por la familia o por el individuo
en cuestión, y pueden contribuir a modificar profundamente lo que Mony
Elkaim llama los campos de lo posible. Esto implica, pues, pensar la subjeti
vidad de manera descentrada con relación al concepto de individuo, y revi
sar un concepto que parece simple, como el de interacción.
Cuando se toman elementos en universos intrínsecamente heterogéneos,
no solamente heterogéneos sino, lo repito, tomados en una heterogénesis,
ya no nos encontramos ante un sujeto observador de una sola pieza, sino que
tenemos un hojaldrado de la subjetividad que compromete no solamente al
individuo, a los grupos de individuos involucrados, sino también otros dis
positivos cognitivos, dispositivos arquitectónicos, dispositivos materiales o
dispositivos como esa mirada del vídeo que, aunque no esté concretamente
instalada en la terapia familiar, está siempre ahí como un ojo virtual. La mira
da del psicoterapeuta sobre la familia es muy diferente de la del psicoanalis
ta o incluso de la del psicodramatista, puesto que funciona como un apara
to de vídeo, de la misma manera en que la voz de una cantante funciona como
una máquina musical y no como una voz corriente. Lo que me parece fun
damental en esta problemática de la emergencia del observador es tener en
cuenta este hojaldrado de subjetividades. Tomaré algunos ejemplos para hacer
me entender mejor.
E n la conducción automovilística se ve puesto en juego un hojaldrado
de subjetividad que compromete varios tipos de conciencia, varios tipos de
AUTORREFERENCIA Y .EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 169
Isabelle Stengers
La experiencia es cada año más peligrosa y más peligrosa aún por cuan
to, cada vez, me veo obligada a hablar de cosas de las que normalmente
no debería verme obligada a hablar, en cualquier caso, ante una sala en sesión
plenaria. Esta vez, como de costumbre, y como Mony ha dicho que lo hago
con talento, he escuchado a los oradores diciéndome: «Querida, en verdad
no sabes lo que vas a decir, tienes una o dos ideas flotando y que lograrás
hacer pasar, pero no sabes en absoluto lo que vas a tener que decir, cómo
irán las cosas. Así que escucha, observa. M ira lo que pasa para intentar
que se produzca algo que puedas decir». Pero lo cierto es que, mientras escu
chaba exposiciones en verdad muy interesantes, no ha aparecido nada. «Hay
que hacer algo.» Mony y mi presunción me han colocado en una situación
tal que debía aceptar este riesgo, me he colocado en posición de tener que
emerger como un observador a partir de su observación. Pues bien, les juro
que cuando uno sabe que debe emerger, todavía es peor que saber que uno
sabe o que observar que uno observa cuando observa y que uno sabe que
está intentando vivir, sabiéndolo, la cosa más fáctica, en el sentido positivo,
e incontrolable posible: la emergencia del observador. Pues bien, cuando
uno lo sabe demasiado, finalmente lo único de lo que puede hablar es de
esa experiencia misma de esperar la emergencia. La angustia de esperar la
emergencia de algo que decir es quizá similar a la ansiedad de los terapeu
tas que quisieran dejarse llevar eventualmente por una interacción con la
familia y que sin embargo saben que en determinado momento deberán asu
mir otro papel, deberán hablar y se los escuchará, de una manera o de otra,
como al terapeuta, como a aquel que ha observado, como a aquel que ha
sacado las conclusiones. Existe, pues, esa doble experiencia: estar inmer
so, estar interesado, y saber que lo que se espera es otra cosa. Lo que se
* E n cuanto a «yo», véanse las notas de las páginas 136 y 151. Por su parte, «se» tra
duce a o», pronombre indefinido que carece de equivalente preciso en castellano y que
según los contextos es traducible por dicha partícula (on d it tant de choses!, « ¡se dicen
tantas cosas!»; on les appellera, «se les llamará», etc.), por «uno» o «una» (on a sespetites
habitudes, «uno tiene sus costumbres», etc.), por la 3 a persona del plural (on dit, on racon-
te, «dicen», «cuentan»; on frappe a la porte, «llaman a la puerta», etc.), por la I a persona
del plural (on est tous alié en vacances, «todos hemos ido de vacaciones»), o por un nombre
colectivo (por ej., la gente). La solución del título («se») resume el espíritu del texto en la
parte que alude específicamente a la cuestión, aun cuando la traducción deba diferir, toda
vez que lo que el «se» expresa es una indefinición del sujeto del verbo. [N . del
172 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
espera: a eso voy, ésa es la pequeña punta de la que intentaré tirar. Que yo
deba emerger aquí como observador no tiene nada de un proceso natural,
no tiene nada de una especie de emergencia en el sentido en que un físico
hablaría de transición, en el sentido de la emergencia de un cristal: yo enfrío,
el cristal emerge, esto se produce. No, aquí, si emerjo como observador, es
porque soy esperada, porque ustedes están ahí, porque están los otros y
los otros existen. Por lo tanto, mi acto de haber observado, de presentar
me com o observador, no tiene nada de natural, no tiene nada de indivi
dual en el sentido de una robinsonada, en el sentido en que se diría que cual
quier hombre, aun en una isla desierta, observaría. Es sin duda el acto donde
menos sola estoy, donde menos aislada estoy, donde menos dotada estoy de
iniciativa posible, y más conminada a haber observado.
E sto me recordó —com o todo el mundo hablaba de experiencias y de
relatos, yo volví a dar con una, me satisfizo decirme que aguantaría un minu
to más y finalmente esto me complace- una situación que aquellos de uste
des que tienen hijos en la escuela primaria o elemental conocen bien o de
la que se acuerdan. Yo sí me acuerdo; no tengo hijos, pero aquello me mar
có. Son esos horrendos cursos de iniciación a la observación en los que jus
tamente se le dice a un niño: «observa, compara»; y luego: «generaliza, saca
conclusiones». Ahí se intenta enseñarle lo que es la ciencia o lo que es la
observación científica. Pues bien, cuando se le dice a un niño: «observa y
dime lo que observas», se lo coloca en la situación social más artificial, aque
lla en que verdaderamente más obligado está a especular sobre lo que los
otros esperan de él y a vivir de una m anera en que se ve afectado por
los otros con máxima intensidad y probablemente casi siempre con menor
fecundidad, en el sentido de que lo que él se dice para observar, es: «<Qué
se espera que observe? N o se trata de que diga cualquier cosa, se trata de
que comprenda lo que se espera de mí en esta observación, de tal forma
de no quedar en ridículo porque sé inmediatamente que podría decir cien
to cincuenta mil cosas, pero en cuanto a esta observación, sé que hay una
buena manera de realizarla y que los otros no se rían». Todo esto para decir
finalmente que el observador —no la observación en el sentido en que podría
mos decir que desde que el hombre existe, observa, y que además los chim
pancés observan, etc., no—es una invención reciente y curiosa. Sabemos
que el hombre observa, que el hombre construye, que el hombre interpre
ta el mundo, que además nunca podremos tener acceso al territorio según
el mapa por el que podríamos compararlo y que, por lo tanto, estamos en
un mundo de mapas sin fin. Todos tenemos la impresión, desde que sabe
mos esto, de que hemos hecho un progreso formidable con respecto a nues
tros antepasados realistas, a aquellos que creían que observaban y vivían en
un mundo. Es cierto que la marcha es irreversible. Ya no podemos ser rea
listas y esto es el resultado de que desde hace ya mucho tiempo -ocurrió en
la Ed ad Media—el escepticism o cesó de ser subversivo para convertirse
en el punto de partida desde donde tratar de construir un conocimiento
que, más o menos, se mantiene en camino. H ace ya mucho tiempo, en rea
lidad, que no concebimos el conocimiento en términos de semejanza, aun
cuando olvidemos a veces, cuando estamos demasiado orgullosos de lo que
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 1 73
observador puede ser explicado y de ahí una discrepancia con Ernst von
Glasersfeld. Yo no tomo al observador por un dato, puede ser explicado y se
pueden mostrar las condiciones que constituyen la observación si se puede
mostrar cómo emerge el lenguaje. Quisiera decir también que esto pue
de hacerse científicamente. No necesita una lógica diferente. Puede hacer
se desde el punto de vista de los sistemas vivos. Sin embargo, es interesante
constatar que la comprensión de los sistemas vivos debe efectuarse en con
diciones tales que no se pueda reivindicar nada que no sea independiente de
lo que hacemos. Esto ha vuelto el problema muy difícil, pero no imposible;
de hecho, se ha resuelto. La cuestión de saber cuál es la prueba de la exis
tencia es una cuestión que pertenece al dominio de los comentarios sobre la
existencia en el cual se cuestiona la existencia.
Cuando se quiere explicar la experiencia, se la toma como tal. Si quere
mos explicar al observador, debemos partir de la experiencia de la observa
ción y hacemos surgir las condiciones que permiten la observación. No creo
que lo que hacemos como observadores sea artificial.
Es tan natural como lo que hacemos cuando no somos observadores, pero
es diferente, y particular, porque el observador emerge y se instala cuando
hay lenguaje.
E l hecho de que una cosa surja en el lenguaje no la hace artificial, a menos
que reivindiquemos que todo lo que hacemos como seres humanos es arti
ficial. D e ser así, entonces, por supuesto, observar se torna artificial, porque
es realizado por humanos. No estoy de acuerdo con quienes proclaman que
la realidad tiene un impacto como presencia que no puede ser denegada. \b
reivindico el hecho de que la realidad es una explicación. Es una proposición
explicativa de la experiencia. «¿Por qué puedo tocar esta mesa?» Puedo hacer
lo «porque es real», «puedo tocar la mesa real, no la mesa imaginaria». En
estas declaraciones hay una confusión entre la experiencia de tocar una mesa
con la explicación «porque es real». La realidad es una explicación de una
experiencia. Si tomamos la biología seriamente, no podemos afirmar que
podemos hacer declaraciones sobre elementos que estén separados de nues
tras acciones. Incluso la noción de realidad es una noción que se aplica a nues
tra actividad en el lenguaje, y por lo tanto a nuestras acciones.
Acepto el hecho de que el interés es necesario, pero el interés es un comen
tario en el lenguaje concerniente a nuestras actividades en un ámbito parti
cular de acciones, o una distinción sobre cómo operamos en él. Ciertamente,
sin interés, no vemos, pero ver es una actividad dentro de un ámbito de exis
tencia en el que hacemos aparecer lo que distinguimos. Este es el contexto
donde el interés debe ser visto y comprendido. Al mismo tiempo, no pienso
que podamos leer mal la realidad, porque la realidad se constituye en el
proceso de distinguirla.
Sin embargo, podemos encontrarnos con que hacemos distinciones que
nos disgustan, porque las hacemos en ámbitos diferentes de aquellos donde
quemamos realizarlas. A esto le llamamos «malas lecturas», errores, pero para
decir que podemos leer mal la realidad, deberíamos poder decir cómo es la
realidad en sí misma y esto es exactamente lo que no podemos hacer. Es un
elemento constitutivo de nuestra biología que hace que no podamos reivin
176 INTERCAMBIOS TEÓRICOS
Hoy mucha gente deja dormido ese interés. Esperan que elementos exte
riores vengan a estimularlos, anj:es que buscar atentamente algo ellos mismos.
MATURANA: Sólo quiero hacer una reflexión sobre el primer comentario
del oyente que propone que haya varios dominios de realidad en el mismo
espacio. ¿Cuál podría ser ese espacio? ¿Sería el espacio físico, o el espacio de
la corporeidad? Digo que existimos en varios ámbitos diferentes de realidad
en el lenguaje v que este lenguaje tiene que ver con las acciones, con las coor
dinaciones de acciones, v en el ámbito c e nuestra existencia en cuanto siste
mas vivos. El que sea así se manifiesta en el hecho de que utilizamos palabras
diferentes, de que hacemos cosas diferentes. Sin embargo, no es que todas
esas realidades existan en el mismo espacio; de hecho, existen en diferentes
espacios constituidos como otros tantos ámbitos de acciones diferentes que
no se cruzan y cuyos elementos no tienen ni pueden tener ninguna interac
ción entre sí. Lo que sucede es que cuando los diferentes ámbitos de reali
dad se concretan a través de la misma corporeidad, sus realizaciones se cru
zan aun cuando permanezcan desunidos. Cuando estos diferentes ámbitos
de realidad se concretan a través de la misma corporeidad, se afectan el uno
al otro pero no interactúan. Es como en un teatro de sombras donde pode
mos tener dos sombras que se abrazan mientras que los cuerpos que mani
pulan esas sombras están en planos diferentes y no se tocan. Las diferentes
realidades creadas a través del lenguaje no existen en el mismo espacio, en
rigor constituyen espacios diferentes.
ELKAÍM: Gracias, Humberto. Heinz, ¿deseas decir algo?
HEINZ VON FOERSTER: Quisiera decir algo. Soy el mayor, de lejos el par
ticipante de más edad de esta conferencia, y quisiera, en mi nombre y en el
de ustedes, agradecer a Mony Elkalm el haber organizado esta maravillosa
conferencia que apreciamos mucho, yo en particular.
/
6. RESON AN CIAS Y D O M IN IO S D E L SABER
M ony Elkaim
PRESEN TA CIÓ N
Mony Elkai'm
Ilya Prigogine
lización europea, siguieron caminos diferentes. Hoy tenemos una visión muy
diferente de la visión antigua, reductora, en la que se decía: «Existe una sola
dirección asignada al progreso de la civilización»; ahora comprendemos que
hay muchas maneras de ser civilizados. Uno de los problemas capitales de la
política, diría yo, mundial, es la confrontación de culturas, la comparación y
el mantenimiento de la diversidad, sin olvidar insistir también sobre los ele
mentos que nos unen a todos los hombres. Este es, por lo tanto, un primer
aspecto del libro que yo quería subrayar: la apertura de los posibles.
Un segundo aspecto sobre el que insiste este libio y que, de nuevo,. hace
pensar en muchos elementos semejantes en otras/ciencias, es que no se'pue-
de separar al observador del campo observado. Ésta es una idea que, curio
samente, emerge hoy en muchas ciencias. Hoy hasta es harto evidente, pero
no siempre fue evidente. E n la visión clásica de la ciencia, se creía que las
cosas debían ser observadas como si se las viera desde un punto de vista divi
no, desde el punto de vista de un dios, o de un demonio. E n un libro que
escribí con Isabelle Stengers (Entre le temps et l ’étem ité, Fayard, 1988), redac
tamos un capítulo titulado «Des dieux et des démons» [«De los dioses y los
demonios»]. No es que seamos especialistas en demoniología o que nos des
tinemos a una carrera de grandes inquisidores, pero sí se trata de subrayar
el hecho de que en el curso de la historia de las ciencias el hombre ha imagi
nado frecuentemente seres semejantes a nosotros pero más inteligentes, demo
nios, dioses, y para quienes el mundo sería más claro, más transparente. Einstein
dijo: «Dios no juega a los dados». Laplace imaginó su demonio, Maxwell ima
ginó su demonio... Estos demonios sirven en las demostraciones. E l demo
nio de Laplace debía mostrar que todo el devenir está escrito en el presen
te; el demonio de Maxwell debía mostrar que el segundo principio de la
termodinámica no era más que una apariencia. La actitud era superar el pun
to de vista humano para alcanzar un punto de vista exterior, y hoy vemos que
esta suposición debe explicitar sus límites de validez.
E n otros términos, describimos el mundo a partir de nuestra posición en
el mundo. Psicólogo y economista, Herbert Simón creó el concepto de boun-
decl rationality para expresar los límites inherentes al hecho de estar situados
en el mundo. La nueva racionalidad que hoy se busca será una racionalidad
limitada. Antes se decía: «Ser racional es adecuarse a las leyes de la natura
leza»; es verdad, por supuesto, ya que éste es uno de los sentidos. Pero hay
más: debemos tener en cuenta indudablemente las «leyes de la naturaleza»,
pero también debemos tener en cuenta nuestras limitaciones en la descrip
ción de la naturaleza; por ejemplo, la cantidad de información que pode
mos utilizar, los límites a los cálculos que podemos hacer. D ebem os tener
en cuenta, en el balance, los límites de medida o los límites de cálculo. Herbert
Simón plantea el problema en el marco de la economía clásica. En el marco
de la economía clásica, «racional» significa trabajar, digamos, para el mayor
beneficio, maximizar una utilidad dada. Pero en realidad, dicho esto, hay que
saber cómo maximizar; y para maximizar absolutamente, hacen falta infor
maciones que nadie posee.
Por lo tanto, en realidad, estamos en un mundo del que poseemos una des
cripción aproximada, del que poseemos ciertos elementos, no todos, y esta-
186 IN TE R C A M BIO S T E Ó R IC O S
dado del siglo xix y que es la idea de desigualdad: saber absoluto, igno
rancia absoluta, superioridad de las civilizaciones, distinción absoluta entre
el salvaje y el civilizado, por ejemplo, entre el que sabe y el que no sabe.
Pienso que en la superación de esta herencia, superación que es quizá uno
de los elementos esenciales del siglo XX, trabajos como los que he leído, el
libro del señor Mony Elkalm, encuentran un lugar muy natural.
I DEBATE