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Mony Elkalm (compilador)

La terapia
familiar en
ansformaci

Paidos Terapia Familiar


Terapia Fam iliar

Últimos títulos publicados:

21. M. Selvini Palazzoli y otros - Paradoja y contraparadoja


22 . B. E Keeney y O. Silverstrein - h a voz terapéutica de Olga Silverstrein
23. M. Andolfi - Tiempo y m ito en la psicoterapia fam iliar
25. W H. O ’Hanlon - Raíces profundas
27. H. C. Fishman - Tratamiento de adolescentes con problemas
28. M. Selvini Palazzoli y otros - Los juegos psicóticos en la fam ilia
29. T. J. Goodrich y otros - Terapia fa m ilia r fem enina
30. L. Onnis - Terapia fam iliar de los trastornos psicomáticos
31. A. Ackermans y M. Andolfi - h a creación del sistema terapéutico ■
32. S. de Shazer - Claves para la solución en terapia breve
33. A. M. Sorrentino - Handicap y rehabilitación
34. L. Cancrini - h a psicoterapia: gram ática y sintaxis
35. W H. O ’Hanlon y M. Weiner-Davis - En busca de soluciones
36. C. A. Whitaker y W M. Bumberry - Danzando con la fam ilia
37. F. S. Pittman III - Momentos decisivos
38. S. Cirillo y E Di Blasio - Niños m altratados
39. J. Haley - h as tácticas de poder de Jesucristo
40. M. Bowen - De la fam ilia a l individuo
41. C, A. Whitaker - M editaciones nocturnas de un terapeuta fa m ilia r
42. M. M. Berger - Más allá del doble vínculo
43. M. Walters, B. Cárter, E Papp y O. Silverstein - La red invisible
45. M. Silvini - Crónica de una investigación
46. C. Raush Herscovici y L. Bay - A norexia nerviosa y bulim ia
48. S. Rosen - M i voz irá contigo
49. A. Campanini y F. Luppi ■Servicio social y modelo sistémico
50. B. E Keeney - h a improvisación en psicoterapia
51. E Caillé - Uno más uno son tres. La pareja revelada a sí misma
52. J. Carpenter y A. Treacher - Problem as y soluciones en terapia fam iliar y de pareja
53. M. Zappella - No veo, no oigo, no hablo. E l autismo in fan til
54. J. Navarro Góngora - Técnicas y programas en terapia fa m ilia r
55. C. Madanes - Sexo, amor y violencia. Estrategias de transform ación
56. M. White y D. Epston - M edios narrativos para fines terapéuticos
57. W Robert Beavers y R. B. Hampson - Fam ilias exitosas
58. L. Segal - Soñar la realidad. E l constructivismo de Heinz von Foerster
59. S. Cirillo - E l cambio en los contextos no terapéuticos
60. S. Minuchin y M. E Nichols - h a recuperación de la fam ilia
61. D. A. Bagarozzi y S. A. Anderson - M itos personales, m atrim oniales y fam iliares
62. J. Navarro Góngora y M. Beyebach (comps.) - Avances en terapia fam iliar sistémica
63. B. Cade y W H. O’Hanlon - G uía breve de terapia breve
64. B. Camdessus, M. Bonjean y R. Spector - Crisis fam iliares y ancianidad
65. J. L. Linares - Identidad y narrativa
66. L. Boscolo y E Bertrando - Los tiempos del tiempo
67. W Santi y otros - H erramientas para psicoterapeutas
68. M. Elkaim - L a terapia fam iliar en transformación
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DO (compilador)

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La terapia familiar
en transformación
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% Barcelona
Buenos Aires
México
Título original: L e thérapie fa m ilia le en changem ent
Publicado en francés por Synthélabo, Le Plessis-Robinson

Traducción de Irene Agoff

Cubierta de Mario Eskenazi

U C 3^Z B

I a edición, 1 9 9 8

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares


del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de
ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1994 by Mony Elka'im


© de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
y Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 5 99 - Buenos Aires

ISBN: 84-943-0273*0
Depósito legal: B-36/1998

Impreso en Hurope, S.L.,


Lima, 3 - 0 8030 Barcelona

Impreso en España - Printed in Spain


SUMARIO

Prólogo, M ony E lk aim ...............................................................V.......... .9


Primera parte
INTERCAMBIOS CLÍNICOS
1. Simulación de una entrevista de terapia fam iliar......................... 13
Cari Whitaker, Carlos Sluzki, Luigi B oscolo, M ony Elkaim
2. Sistemas terapéuticos, narraciones y resonancias......................... 43
Debemos ir más allá del modelo sistémico..................................... 47
M am S elvini Palazzoli
La transformación de los relatos en terapia............................ 53
Carlos Sluzki
Abandonar la repetición...................................................................... 59
Paul Watzlawick
Sistemas terapéuticos y terapeutas................................................... 63
G ianfranco C ecchin
Notas sobre la autorreferencia y la terapia fam iliar..................... 67
M ony Elkaim
3. Estabilidad y contexto terapéutico. ¿Hacia qué estrategias? . . . 73
Violencia e identidad sexual.............................................................. 75
P eggy Penn
La evolución del modelo sistémico. De la cibernética de primer
orden a la cibernética de segundo orden....................................... 79
Luigi B oscolo
Aspectos de la teoría de sistemas y psicoterapia............................ 83
Jay H aley
El tercero ausente en el sistem a....................................................... 87
Edith G oldbeter M erinfeld
Tiempo, estructura y conflicto psicótico.......................................... 93
Helm Stierlin
Tenemos que inventar estrategias para ampliar
nuestro conocimiento................... ..................................................... 99
Mara S elvini Palazzoli
LA TERAPIA FAMILIAR EN TRANSFORMACIÓN

Segunda parte
INTERCAMBIOS TEÓRICOS

4. Sistemas, evolución, crisis y cam bio............................................................103 ^


A nacrusis.......................................................................................................... 105
Heinz von Foerster
Presentación......................................................................................................109
Carlos Sluzki
Autorreferencias, intersecciones y ensambles............................................111
M ony Elkaim
Crisis................................................................................................................... 115
Jean-Louis Le M oigne
Seres humanos individuales y fenómenos sociales hum anos................121
H umberto Maturana
Las múltiples figuras de la circularidad.....................................................127
Francisco Várela
Pensamiento sistémico y enfoque de los sistemas h u m an o s................131
Paul Watzlawick
Exploración y drama....................................................................................... 135
h a b elle Stengers
A modo de conclusión...................................................................................141
Carlos Sluzki
5. Autorreferencia y emergencia del observador......................................... 143
Presentación......................................................................................................147
M ony Elkaim
Observar la autorreferencia en em ergencia..............................................149
Heinz von Foerster
Observar la observación................................................................................ 155
H umberto Maturana
¿Qué podemos saber de nuestro conocimiento?.....................................163
Ernst von Glaserfeld.
Las disposiciones de observación.................................................................167
Félix Guattari
Del «se» al « y o » .............................................................................................. 171
Isabelle Stengers
6. Resonancias y dominios del saber.................................................................179
Presentación..................................................................................................... 181
M ony Elkaim
Resonancias y dominios del s a b e r ................................................... 183
Ilya P rigogine
D ebate...............................................................................................................189
M ony Elkaim, llya Prigogine
PRÓLOGO

El enfoque sistémico, que trasciende el campo de las psicoterapias fami­


liares, presenta un crecimiento incesante. Ya se trate de la intervención en ins­
tituciones, de consultas en empresas o de medicina, cada vez más profesio­
nales (asesores, asistentes sociales, docentes, trabajadores de la salud, etc.)
se sirven de conceptos creados en el ámbito de las terapias familiares.
Por lo demás, la evolución de la psicoterapia familiar se ha acelerado en
los últimos diez años. Y aunque se hubiese convenido que el asistente debía
guiarse más por el aquí y el ahora que por el recurso a un pasado remoto, la
importancia de los elementos históricos ha vuelto a cobrar vigencia. Estos ele­
mentos ya no se consideran, empero, necesarios y suficientes, sino que su
importancia se hace notar en sus intersecciones! con un contexto particular en
un momento específico. I
Mientras que durante mucho tiempo el enfoque sistémico ha retenido al
psicoterapeuta en la posición de observador neutral, nosotros hemos obser­
vado cómo este terapeuta ha empezado a ser considerado como un miembro
del sistema terapéutico. Se ha encarado así el aspecto autorreferencial del
terapeuta como miembro de un sistema que él mismo contribuye a constituir
en el proceso de describirlo. Se han creado nuevas herramientas para trans­
formar en carta de triunfo lo que se habría podido tener por una desventa­
ja. Paradójicamente, en el momento en que el enfoque sistémico gana nue­
vos sectores, los terapeutas familiares empiezan a preguntarse si la referencia
sistémica es indispensable. Algunos de ellos dicen que el problema crea el sis­
tema más de lo que éste crea el problema. Nuevos enfoques terapéuticos, ali­
neados en el constructivismo, surgen en esta línea.
Así las cosas, Harry Goolishian y Harléne Anderson1prefieren hablar de
narración y no de sistema. Cobra ahora importancia la formación de un con­
texto terapéutico que favorezca la co-construcción de nuevas significaciones.
Para estos autores, las conversaciones terapéuticas deberían «disolver el pro­
blema» (disolving therapies), oponiéndose en esto a las solvin g therapies, que
non las terapias estratégicas centradas en el síntoma. Desde esta perspecti­
va, lo vivido se comprende y se siente a través de realidades narrativas social­
mente construidas. Son estas realidades las que atribuyen una significación a
nuestra experiencia. El terapeuta ya no interviene, se contenta con participar.
Las preguntas que propone no son ya intervenciones dirigidas a obtener un

1. Harléne Anderson y Harry A. Goolishian, «Human Systems as Linguistic Systems:


Prellminary and Evolving Ideas about the Implications for Clinical Theory», Fam ily Process,
2 7 (1988), págs. 371-394.
10 LA TERAPIA FAMILIAR EN TRANSFORMACIÓN

cambio: el cambio surge en el proceso mismo de interrogar al otro desde una


posición de «perplejidad».2 Según Michael White, el terapeuta familiar, ins­
pirándose en Derrida, busca desconstruir las «verdades» que son separadas
de sus condiciones y contextos de producción.3
Michael White se describe como «un constructivista crítico». Para él, nues­
tra manera de ver está determinada por el sentido que damos a nuestra expe­
riencia, por nuestra situación en la estructura social y por nuestra práctica lin­
güística.
Propone a sus pacientes «extemalizar» lo que constituye un problema para
ellos. A partir de este momento las narraciones personales y los conocimien­
tos culturales que vivíamos como nuestros se convierten en lo que nos sojuz­
ga. El terapeuta, en este enfoque, pide al paciente que hable de las conse­
cuencias del problema en su vida y de la manera en que ha afectado su visión
de sí mismo y de los demás. Según M ichael White, este proceso permite
que la persona en terapia tome distancia respecto de su propio relato. Sólo
en el espacio así creado pueden surgir narraciones alternativas.
El énfasis puesto por Anderson y Goolishian, así como por Michael White,
sobre el lenguaje y las narraciones aparece también en Steve de Shazer.4
Aunque, en oposición con Anderson y Goolishian, el objetivo de todo el
trabajo de Shazer es hallar solución a una dificultad. Pero también él, como
ellos, entiende que los problemas están inscritos en el lenguaje y que depen­
den de la manera en que el paciente construye su situación.
Steve de Shazer insiste, al igual que Milton Erickson, en los recursos de
la persona que requiere ayuda. Shazer ha creado un centro de terapia breve
en Milwaukee, Wisconsin, donde la terapia se orienta más a la solución que
al problema.
Así pues, el mundo de las terapias familiares se encuentra en plena trans­
formación. ¿Cómo ayudar a los terapeutas a comprender este cambio y a reen­
contrar su sitio en un dominio tan inestable?
Los recientes desarrollos de las escuelas a las que acabo de referirme, así
como mis propias investigaciones en cuanto a la utilización de las resonancias
en terapia sistémica,5 no pueden entenderse sin un conocimiento del impac­
to producido en nuestro terreno por los trabajos de Heinz von Foerster sobre
la segunda cibernética y de Maturana y Varela sobre la percepción.
A diferencia de la primera cibernética, que se interesa por las retroaccio­
nes observadas, la segunda estudia las relaciones entre el observador y su cam­
po de observación. Humberto Maturana y Francisco Mírela nos han ayuda­
do, por otra parte, a entender cómo es que nuestra percepción no puede
separarse de nuestra estructura interna y qué papel fundamental cumple el
lenguaje en la construcción de lo real. Los trabajos de estas personas han sido

2. Entrevista con Harry Goolishian, «Dialogues sur les conversations thérapeutiques»,


Sistem as Fam iliares, 7 (1), págs. 65-74, Buenos Aires, 1991.
3. Michael White, «Deconstruction and Therapy», D idw ich Centre N ew sletter, n° 3 ,19 9 1.
4. Steve de Shazer, P u llin g difference to w o rk , Nueva Tfork, Norton, 1991.
5. Mony Elkaim, Su tu m ’aim es, ne m ’aim ep os, París, Seuil, 1989.
PRÓLOGO 11

cruciales para la transformación de las teorías y prácticas en terapia familiar.


Han permitido a diferentes escuelas terapéuticas insistir sobre la construcción
d e la realidad y con frecuencia a expensas.del concepto mismo de sistema.
A diferencia de mi propia perspectiva, que se interroga sobre la función de
las construcciones de lo real para los sistemas en resonancia en los que emer­
gen estas construcciones, la mayoría de las escuelas constructivistas nortea­
mericanas quiere renunciar no sólo al concepto de sistema sino incluso a la
idea de función.
Me ha parecido indispensable ofrecer al lector textos que le permitan com­
prender las bases teóricas que han posibilitado la aparición de este movimiento
constructivista en terapia familiar.
Estos textos tienen su origen en la transcripción de encuentros que han
tenido lugar en Bruselas. Se centran tanto en la noción de autorreferencia
como en la emergencia del observador. Personajes de primer plano como
Heinz von Foerster, Emst von Glaserfeld, Jean-Louis Le Moigne, Humberto
Maturana y Francisco Varela exponen las ideas subyacentes a las transforma­
ciones recientes en terapia familiar.
Por otra parte, he querido que los lectores, más allá de estos intercambios
teóricos anunciadores del futuro, puedan hacerse una idea bastante clara sobre
la situación actual en el campo de las terapias de familia. Con ese fin, he pedi­
do a psicoterapeutas que cumplieron y cumplen todavía un papel fundamental
en dicho campo que resuman aquel aspecto de su práctica que les parece hoy
el más importante.
Gianfranco Cecchin, Mony Elkai'm, Edith Goldbeter, Jay Haley, Peggy
Penn, Mara Selvini-Palazzoli, Carlos Sluzki, Helm Stierlin y Paul Watzlawick
han participado en esta parte de la obra, que he titulado «Intercambios clí­
nicos». He optado por dejar a estas intervenciones la vivacidad que les con­
fiere la expresión oral y la atmósfera de aquellos encuentros.
Me ha parecido importante comenzar esta obra con una simulación de
terapia familiar conducida por Cari Whitaker. La creatividad de su estilo hace
de él un caso único en el mundo de las psicoterapias familiares, recordán­
donos que, más allá de las teorías, una terapia es sobre todo la puesta en prác­
tica de una sensibilidad particular en un contexto específico. Ha sido mi deseo
cerrar esta compilación con una intervención de Uya Prigogine, premio Nobel
de química, sobre las resonancias entre diferentes ramas del saber.
Como destaca este mismo autor, van apareciendo importantes similitudes
entre algunos de los enfoques que nacen en nuestro campo, y una manera de
pensar que emerge hoy en un conjunto de ciencias, desde la física teórica has­
ta las ciencias humanas. En ese nuevo clima/intelectual al que se refiere
Prigogine y que caracteriza, a su juicio, a este fin de siglo, queremos partici­
par con nuestro modesto aporte.
Algunas de las posiciones defendidas en esta obra parecerán sorpren­
dentes y aun opuestas, pero sólo de esta diversidad podrán surgir acaso, para
el lector, otras posibles.

M o n y E lk aim
1. SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA
DE TERAPIA FAMILIAR. •
Cari Whitaker, Carlos Sluzki,
Luigi B oscolo, M ony Elkaim

CARLOS SLUZKI: Tras la simulación de una entrevista familiar que estará


a cargo de Cari Whitaker, intervendremos Luigi Boscolo, Mony Elkaim y yo
mismo.
CARL WHITAKER: Hace unos veinticinco años me propuse no atender a
más pacientes en forma individual. Decidí, atender únicamente familias.
Después necesité todavía dos años más para decidir que las parejas no eran
familias: las parejas vienen para que les supervisen su intento de ayudarse
entre sí y de obtener a yu da el uno del otro; en realidad la psicoterapia no
les interesa. En mi opinión, la psicoterapia familiar debe involucrar a dos gene­
raciones: tendremos que poder tratar ya sea con los miembros de la pareja y
sus padres, ya sea con los miembros de la pareja y sus hijos. Estos últimos
veinticinco años, durante los cuales no he tratado a ningún paciente de for­
ma individual, me han permitido encontrar personas dispuestas a la psicote­
rapia: llaman porque sufren y no pueden hacer nada contra ese sufrimiento.
Ahora intento contrarrestar el lenguaje que utilizan con lo que yo denomino
lenguaje de la inferencia, y voy a procurar simular para ustedes este tipo de
conversación: los preliminares a la «cita a ciegas» (llamo así a la primera entre­
vista), en la cual hay dos participantes paranoides: una familia paranoide y un
terapeuta paranoide. Si el contexto es sano, el terapeuta es más paranoide
que la familia. Esto es muy importante en lo que respecta a los hombres. En
efecto, todas las madres han enseñado a sus hijas que una «cita a ciegas» nun­
ca se debe tomar al pie de la letra. «Si un chico llama no es para tomar el té,
es para aprovecharse de ti.»
Pero nosotros, en psicoterapia, todavía no lo hemos descubierto, y eso lle­
vará tiempo. Pasemos ahora a la simulación: mi víctima está sentada aquí,
desamparada, y vamos a tener una conversación telefónica.
WHITAKER: Mary, habla Cari Whitaker. Esta mañana me han llamado des­
de la clínica; me han dicho que era el siguiente en la lista y que usted ha lla­
mado para pedir ayuda. Les he contestado que quería hablarle antes de encon­
trarnos, porque si no dispongo de algunos elementos en cuanto a las razones
de su llamada no tendré la suficiente confianza. ¿Puede decirme por qué tele­
foneó a la clínica y pidió ayuda por un problema psicológico?
MARY: He llamado porque fui a un grupo «Al-Anon», el grupo de los com­
pañeros de alcohólicos. Me dijeron que necesitaba una terapia. Mi marido
16 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

bebe y en ese grupo he aprendido a ocuparme de mí. Ellos me han ayudado


mucho y me han aconsejado proseguir este trabajo haciendo una psicotera­
pia. Por eso he telefoneado a su clínica.
WHITAKER: ¿Y qué le dijo su marido cuando usted le comentó que tenía
intención de llamar a la clínica?
MARY: Oh... En realidad todavía no se lo he dicho.
WHITAKER: Comprendo. ¿Es frecuente que hable así, a espaldas de él?
MARY: No. Quiero decir... por supuesto, converso con alguna gente sobre
temas que me conciernen sin que forzosamente los comparta con él. De veras,
mi impresión era que lo hacía por mí misma. Era yo la que tenía problemas...
"Vb era... ¿qué palabra emplean en Alcohólicos Anónimos...? Era «co-depen-
diente», y por lo tanto quería ayuda sobre la manera de cambiar. ¿Cree que
tenía que haberlo hablado con él?
WHITAKER: ¿Usted quiere decir que todo le va bien y que es solamente co-
dependiente?
MARY: Oh... Pienso que ser co-dependiente es muy importante; ¿usted
piensa que no?
WHITAKER: Diríamos q u e e s u n a b u e n a e x c u s a p a ra e x p lic a r q u e to d o le
v a b ie n .

MARY: Creo que hay muchas cosas que van mal. Lamento haber dado la
impresión de que todo va bien. Hay muchas cosas que andan mal.
WHITAKER: En él, quiere decir.

MARY: Seguro que hay cosas que no andan bien en él, pero yo también soy
desgraciada.
¿Quiere decir que la desgracia es una enfermedad psicológica?
w h ITAKER:

MARY: Y> no he pronunciado las palabras «enfermedad psicológica», pero


podría ser, no sé; no soy feliz, eso es todo. Tengo miedo: tengo miedo por
nuestra relación, tengo miedo por los niños, tengo miedo... En fin, en
Alcohólicos Anónimos me dijeron que era una enfermedad de familia, así que
supongo que estoy enferma, si quiere plantear las cosas de ese modo.
WHITAKER: Y sus hijos, ¿saben que usted me ha llamado?

MARY: Oh... Lo he comentado con mi hija, aunque no me he extendido


mucho, pues no se realmente qué esperar. Fue una llamada tímida.
WHITAKER: ¿Ha pensado en traer a su marido con usted?

MARY: El apoyo no le interesa. No tiene nada en contra. Dice solamente


que... Usted sabe, él bebe y eso lo ayuda... Dice que es mejor beber que tomar
cocaína u otras drogas; piensa que beber es legal. Dice que la gente se mue­
re a causa de los cigarrillos y que él no fuma, así que, bueno, no se siente real­
mente involucrado.
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA DE TERAPIA FAMILIAR 17

WHITAKER: Bien. No podemos citarnos antes de mañana porcia tarde.


¿Por qué no le dice que me ha llamado y que le he dicho que no quería ver-
la sin él? /
MARY: Oh... ¿Por qué no puede verme a mí sola para que se lo explique
todo? Quiero decir: yo también sufro.
WHITAKER: Porque no quiero hablar a espaldas de su marido.
MARY: ¿Y si le digo que vengo a verlo y que vengo sola?
WHITAKER: Preferiría verla con él.
MARY: ¿A causa de su manera de trabajar o piensa que sería mejor para
nosotros?
WHITAKER: Las dos cosas.
MARY: Comprendo.
WHITAKER: Y) trabajo para la clínica, así que si usted quiere que la atien­
da sola tendré que atenderla sola; pero pienso que esto lo hará desconfiar de
cara a usted y de cara a mí, y no creo que sea bueno para nuestros esfuerzos
comunes.
MARY: Doctor Whitaker, supongo que ahora mi único problema es que, y
a lo mejor usted podría ayudarme en ese sentido, en Alcohólicos Anónimos,
por un lado, dicen que tengo que ocuparme de mí misma y que debo pres­
tarme atención a mí y no a él, mientras que usted, por el otro, me dice que
en cierto modo estas dos actitudes están relacionadas y que deberíamos ir
juntos. No sé qué pensar. ¿Podría aclararme este punto?
WHITAKER: Sí: yo intento cuidarme a mí mismo. No quiero ser el sustitu­
to de su marido.
MARY: ¿Usted también bebe?
WHITAKER: ¡Ah, sí!

MARY: Comprendo, comprendo.


WHITAKER: Y nunca fui a un grupo de Alcohólicos Anónimos.
MARY: ¿Significa que usted va a ser de la misma opinión que mi marido
porque también bebe?
WHITAKER: No, sólo quiere decir que voy a cuidarme a mí mismo asegu­
rándome de que usted y su marido vienen juntos.
MARY: Comprendo.
WHITAKER: Y me gustaría también que trajera a sus hijos.
MARY: Comprendo, eh... Bien...
WHITAKER: ¿Cuántos son?
18 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

MARY: Oh... Son tres, pero, mire, en este momento están con exámenes,
van a la escuela. Su vida está ya muy perturbada con todo lo que ocurre en
casa y no quiero molestarlos más, ¿sabe?
WHITAKER: Es asombroso ver hasta qué punto parece usted una alcohó­
lica que lo niega todo.
MARY: Hum... Esto es lo que me dicen en Alcohólicos Anónimos. Por
eso pensaron que debería verlo. De acuerdo, entonces, ¿qué hago?
WHITAKER: Diga solamente a sus hijos que yo no la veré sin su marido y
sin ellos.
MARY: Si no vienen todos... quiero decir: si voy con uno de ellos, ¿acep­
tará vemos igual?
WHITAKER: No saldrá tan bien, pero supongo que no hay problemas en
que usted fracase de nuevo.
MARY: Esto parece alentador.

WHITAKER: En fin... No quiero ser alentador. No es un problema de dar


ánimos.
MARY: No, es verdad. De acuerdo, gracias, veré lo que puedo hacer.
WHITAKER: Y si su marido protesta, puede decirle que me llame.
MARY: Ah, está bien.

WHITAKER: Me encantaría decirle...


MARY: É l n o p r o t e s t a n u n c a , él...

WHITAKER: Él solamente la sigue.


No, no hace más que salir y beber.
MARY:

WHITAKER: ¿Había sido antes un niño bueno en vez de ser simplemente


un niño malo para su mujer-madre?
MARY: No entiendo lo que acaba de decir. Yo no soy su madre, soy...
WHITAKER: ¿Desde c u á n d o le h a c e c r e e r e s to ?

MARY: ¿Desde cuándo qué?

WHITAKER: Le h a c e c r e e r q u e n o e s s u m a d re .

MARY:Ahora u s t e d empieza a hablar como los de Alcohólicos Anónimos.


WHITAKER: Oh, perdón. Tal vez debería ir a una reunión.

MARY: Perfecto, tenemos derecho a traer visitantes. Probaré a ver a quién


puedo traer conmigo.
WHITAKER: De acuerdo, b u e n a suerte.
MARY: Gracias.
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA DE TERAPIA FAMILIAR 19

WHITAKER: Ahora necesitamos a alguien que haga de marido. (A una per­


sona que se ofrece en la sala): usted no parece un borracho, pero podría
tratar de representar uno. Supongo que si va a esas reuniones ya no es un
borracho sino simplemente un alcohólico.
MARY Yo traigo a mis hijos.
WHITAKER: Perfecto.
MARY (a la sala): ¿Puedo conseguir hijos?
WHITAKER: Déjeme hablar c o n el marido, déjeme hablar con el marido,
primero.
MARY: Ah, de acuerdo.
WHITAKER (simulando una entrevista telefónica): Buenos días
EL MARIDO: ¡Hola!
WHITAKER: Su mujer me habló ayer de su deseo de hacer algo por ella mis­
ma y no me interesa intentar ayudarla siendo su nuevo marido; le dije enton­
ces que necesita de usted. ¿Le parece bien?
EL MARIDO: Perfecto.
WHITAKER: Según usted, ¿qué es lo q u e n o fu n c io n a e n la situación en que
vive?
EL MARIDO: Pues..., n o lo sé. Mire, la vida no es fácil y el alcohol ayuda a seguir.
WHITAKER: Hum, hum, ¿cuánto hace que bebe?
EL MARIDO: Desde los dieciocho años, creo, diecisiete, dieciocho.

WHITAKER: ¿Su padre también bebía?

EL MARIDO: No.
WHITAKER: ¿De veras?
EL MARIDO: No.
WHITAKER: ¿Cómo hizo él para enseñarle si no bebía?
EL MARIDO: Era un fanático del trabajo.
WHITAKER: Ah, comprendo. O sea que él decidió que, en lugar de beber,
trabajaría hasta la muerte.
EL MARIDO: Sí, eso es lo que hizo.
WHITAKER: ¿Cuándo murió?
EL MARIDO: A los cuarenta y ocho, cincuenta años.
WHITAKER: ¿Y qué edad tiene usted?
EL MARIDO: Treinta y nueve.
20 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

WHITAKER: Le quedan entonces, digamos, nueve años.


EL MARIDO: Espero, sí.
WHTTAKER: ¿Y piensa usted que, si bebe bastante, podrá morirse antes que
su padre?
EL MARIDO: Ése es su punto de vista.
WHITAKER: Porque el alcohol es un método de suicidio mucho mejor
que el trabajo. Actúa más rápido.
EL MARIDO: Ya he pensado en eso..., b u e n o , he p e n s a d o e n s i a lg ú n d ía
a lc a n z a ré la e d a d de mi padre.

WHITAKER: Claro: si se muere antes, n o t e n d r á q u e s u fr ir d u r a n t e ta n to s


a ñ o s . ¿Qué pasó con su madre cuando su p a d r e murió?

EL MARIDO: Se volvió a casar.

WHITAKER: Así que, si usted se muere joven, su mujer podrá volver a casar­
se. ¿Le parece que tiene a alguien en perspectiva?
EL MARIDO: ¿Cómo dice?

WHITAKER: Si usted se muere joven, ¿cree que ella tiene a alguien en pers­
pectiva? Porque si su padre murió joven, si usted es un bebedor y si su mujer
ya ha pensado que se va a morir dentro de nueve años, estaría bien que abrie­
ra los ojos y eligiera la persona correcta como segundo marido, ¿no le parece?
EL MARIDO: No lo sé , u s t e d m e lía.

WHITAKER: Vale la pena pensar en eso. ¿Y sus hijos? ¿Quién va a tomar el


relevo con sus hijos como segundo marido?
EL MARIDO: Oh... No creo salir m u y bien del paso, entonces...

WHITAKER: Hum... hum... ¿Ha hablado ya del tema con ellos?


EL MARIDO:No se las arreglan mal, creo.
WHITAKER: Hum... ¿No se las arreglan mal? ¿Piensa que se las arregla­
rán mejor que usted?
A veces, sí.
EL MARIDO:

WHITAKER: Hum... Su mujer dijo que vendrían. ¿Usted también está de


acuerdo con nuestra entrevista?
EL MARIDO: Pues bien, me puse contento cuando oí que usted quería ver­
me, que no quería verla sin mí.
WHITAKER: Sí, es verdad, y no quiero verlos a los dos sin los niños.
¿No quiere vemos sin los niños?
EL MARIDO:

WHITAKER: No, pienso que ser marido y mujer es sólo una cuestión legal;
pero cuando hay hijos, ustedes ya no son solamente marido y mujer, son tam-
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA DE TERAPIA FAMILIAR 21

bién padres; usted mira a estos hijos y ve su cara y la de su mujer, y esto impli­
ca relaciones de naturaleza totalmente diferente. Así que, ¿traerá a los niños?
EL MARIDO: ¡Está bien, lo haré, caramba!

WHITAKER: De acuerdo.
MARY: Tenemos un hijo, una hija y otro hijo.

WHITAKER: Estupendo.
WHITAKER: ¡Buenos días!
MARY:¡Buenos días!
WHITAKER: ¡Pasen!

MARY:¿Podemos presentarle a nuestros hijos?


WHITAKER: Por favor.
\
MARY: Este es nuestro hijo mayor, Alan, que tiene dieciséis años, y éstos
nuestra hija Suzanne, de catorce, y nuestro hijo Robert, de trece.
WHITAKER: Bien, dejad que os cuente un poco lo que pasó. Mamá ha lla­
mado porque dicen de ella que es una co-dependiente. Se utiliza este térmi­
no para las personas normales pero casadas con alguien que bebe. La idea
de recibirla aquí y de que hablara a espaldas de vuestro padre no me gusta­
ba, así que insistí para que él viniese. Él fue franco en su manera de aceptar, y
también se sintió cómodo cuando le pedí que vinierais vosotros, porque tam­
poco quería hablar a vuestras espaldas. Por lo tanto, la cuestión es: ¿cómo
empezamos a intentar hacer algo por vuestra madre, que es co-dependiente,
y que nos hace creer que no hay ninguna otra cosa que ande mal en ella? Me
gustaría comenzar hablándole a vuestro padre. Cuando le hablé por teléfo­
no, él dijo que su padre había muerto joven a causa del trabajo; se mencionó
entonces el hecho de que, puesto que su padre había muerto a los cuarenta y
ocho años y que él tiene treinta y nueve, le quedan nueve años para llegar a
esa edad y tal vez, si bebe lo suficiente, puede encontrar la muerte más joven
que su padre. Pero ya no hablamos más. Él dijo que su madre, la madre de
vuestro padre, que sería vuestra abuela, se había vuelto a casar. ¿Lo sabíais?
ALAN: ¡Hombre!
WHITAKER: ¿Hizo bien en casarse otra vez después de haber muerto su
primer marido?
ALAN: Bueno, nuestro nuevo abuelo también trabaja mucho.

WHITAKER: Hum... No es un bebedor.

ALAN: No, yo no diría eso, pero nuestro padre trabaja...


SUZANNE: Bebe un poquito.

ALAN: No más que la mayoría de la gente, creo. Nuestro padre también


trabaja mucho.
22 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

WHITAKER: ¿Qué dice usted de esto, papá, también usted se vuelve loco
por el trabajo?
EL PADRE: ¿Quién? ¿io ? Sí.
WHITAKER: ¿Tiene esperanzas de salir airoso?
EL PADRE: Mire, yo vuelvo a casa más temprano de lo que lo hacía mi padre,
y como con los niños.
WHITAKER: Es normal.
EL PADRE: Mi padre no lo hacía nunca.
WHITAKER: ¿Es normal volver temprano a casa?
LA MADRE: Bien, es normal con personas que trabajan. Quiero decir: en
los tiempos que corren todo el mundo debe trabajar duro.
WHITAKER (a la madre): ¿Tiene idea de lo que hace después del trabajo,
cuando usted no está con él?
LA MADRE: Bueno, la mayoría de las veces va a los bares; ahora, quiero
decir. Pienso que es ahí donde v a . Pero la mayoría de las veces, sale y bebe
en el b a r o en casa.
WHITAKER: ¿Piensa que está encariñado con esos chicos?
LA MADRE: ¿Qué chicos?
WHITAKER: Esos con los que bebe.
MARY: Oh... ¿Estás encariñado con...? \o no los conozco; quiero decir, no
sé quiénes son.
ROBERT: ¿Por qué debemos estar aquí?
WHITAKER: Es importante para mí. Puede que fracasemos, pero si voso­
tros estáis aquí hay más posibilidades de que esto salga bien.
LA MADRE: Estoy de acuerdo con los niños, yo...

ROBERT: Sigo sin entender por qué debemos estar aquí.


WHITAKER: ib no os pedí que entendierais. Vosotros sois aquí pacientes
y no nuevos terapeutas. De ahora en adelante, el terapeuta soy yo. Mamá lo
intentó y fracasó, vosotros lo intentasteis y fracasasteis y, ahora, me toca el
turno a mí.
LA MADRE: Sí, quiero decir, pienso que alguien debería decir...
ROBERT: Mamá, todavía no comprendo por qué debemos estar aquí.
LA MADRE (continuando su frase): ... que son unos jóvenes estupendos.
ALAN: ¡Vamos, Bob! (diminutivo de Robert en inglés).
LA MADRE: Nuestros hijos son buenos hijos.
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA DE TERAPIA FAMILIAR 23

WHITAKER: Un momento. Yo aspiro a conducir el debate y a manejar todos


los hilos. (Al padre): quiero saber otra cosa sobre su madre. ¿Qué tipo de
mujer era, en realidad?
EL PADRE: No sé q u é d e c ir.

WHITAKER: ¿Era tiránica? ¿Tenía él problemas e n trabajar para ella?

EL PADRE: ¿Mi padre?


WHITAKER: Sí.
EL PADRE: ¿Usted quiere decir mi padre?
WHITAKER: Sí.
EL PADRE: Mire, ella nunca se lo pidió. Estaba enferma y tenía miedos, y
bueno, fue a ver a un médico: tenía fobia a la calle.
LA MADRE: Tu madre es una señora de lo más amable.

WHITAKER: ¿Era él un niño bueno para e lla ?

EL PADRE: ¿Cómo dice?


WHITAKER: ¿Era él un niño bueno p a r a s u madre?

EL PADRE: No sé. No me parece, mire. Ella tenía mucha consideración con


él y él era muy forzudo, era el jefe.
WHITAKER: ¿Usted quiere decir que era e l jefe porque podía salir e ir a
beber? ¿O a trabajar?
EL PADRE: Era e l h o m b r e , m ire , era el h o m b r e d e la casa y e lla s e q u e d a ­
b a e n casa.

WHITAKER: ¿Ha v i s t o ya e n su casa u n h o m b r e q u e n o f u e s e e l n iñ o d e


s u m u je r ?

EL PADRE: No sé, usted dice cosas complicadas, no sé q u é responder.


WHITAKER: ¿Y usted? ¿Alguna vez se le ocurre pensar que la botella que
bebe es un biberón en lugar de una botella de whisky?
EL PADRE: Conozco psicólogos y gente que dicen esto sobre el fumar, fumar
y beber... pero... ¿y qué? Soy un dependiente oral, ¿y qué?
WHITAKER: ¿Piensa que si ella n o fuera co-dependiente, si fuera simple­
mente una mujer en vez de ser su madre, la cosa sería más fácil para usted?
EL PADRE: Si ella es una madre, no es una buena madre.
LA MADRE:Gracias.
WHITAKER: Yo n o h a b la b a d e calidad, s ó lo hablaba de los hechos.

LA MADRE: Quisiera decir algo, doctor Whitaker, yo he venido a verlo por


una razón concreta y me siento muy molesta, pero dado que venir aquí ha
24 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

sido una decisión importante, al menos quiero exponerla. Me dijeron que la


única manera de que mi marido dejara de beber sería que lo abandonara, y
de eso es realmente de lo que quisiera hablarle. Me dijeron que si no lo deja­
ba continuaría bebiendo, que debo decidirme de una vez por todas.
WHTTAKER: Justamente le pregunté por teléfono si tenía a alguien en pers­
pectiva. ¿Con quién tiene la intención de irse?
LA MADRE: Yo vine a verlo para una psicoterapia. No preciso necesaria­
mente otro hombre en mi v id a .
WHITAKER: No, quiero d e c ir q u e si u s t e d d e ja a su m a rid o , ¿ a quién toma­
rá como n u e v o hombre?
LA MADRE: ¿Por q u é necesito otro hombre? ¿Por qué no puedo arreglár­
melas yo sola con mis hijos? Después quizá tenga necesidad de otro hombre en
mi vida, pero creo q u e hoy en día las mujeres pueden arreglárselas. % trabajo...
WHITAKER (a Alan): Es interesante. ¿Has pensado en eso? Eres el mayor.
Si ella lo deja, ¿piensas que serás el próximo hombre en la lista?
ALAN:Bueno...
WHITAKER: Tendrás que ponerte a beber.

LA MADRE: Esto n o es correcto.


ROBERT: Es una idiotez.
LA MADRE: No es correcto, hasta es molesto.
WHITAKER: No intentaba ser correcto, simplemente intentaba ser útil.
LA MADRE: No veo cómo...
WHITAKER: Si esperan hacer una psicoterapia familiar sin sufrir, mejor lo
dejan. Podemos interrumpir la entrevista y ustedes irse...
LA MADRE: El dolor es algo que la familia conoce.
ALAN: Bueno, pero tú lo escondes. Escondes las cartas que pueden enfa­
dar a papá. No se las das hasta el lunes por la mañana cuando se va a traba­
jar, y es una manera de ayudarlo a no beber durante el fin de semana.
LA MADRE: Pero... sabes bien lo que pasa cuando bebe durante el fin de
semana. Quiero decir que nos molesta a todos. Es mejor que estemos un poco
más tranquilos, ¿no?
SUZANNE: Si no lo buscaras tanto, mamá, quizá la cosa no iría tan mal.
LA MADRE: Bien, por eso estamos aquí, porque aparentemente yo hago
algo mal y tú sabes, yo...
SUZANNE: Tampoco digo que seas tú... Vuelven a empezar las mismas cosas.
WHITAKER: ¿Piensas que en eso se parece a su madre? ¿Su madre era
peleadora?
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA DE TERAPIA FAMILIAR 25

SUZANNE: Quizá. En todo caso, su madre no busca camorra.


WHITAKER: ¿No riñe contigo?
SUZANNE:No.
WHITAKER: ¿Pero riñe con tu madre?

SUZANNE: Sí.
WHITAKER: Así, la madre de la madre grita después de la madre, lu e g o la
madre grita después del padre y, el padre, ¿después de quién g r ita ?
SUZANNE: De él mismo, a veces.
WHITAKER: Hum, hum. ¿Compiten ellos por saber quién s e r á e l hombre
de la casa?
LA MADRE: ¿Por qué hablamos de mis padres? Quiero decir... Ellos no
beben. La abuela y el abuelo no beben.
WHITAKER: Supongo que usted aprendió a vivir en familia gracias a sus
padres e intento imaginarme cómo fue. No lo sé, por supuesto.
ROBERT: Sigo sin entender lo que estamos haciendo aquí. Mamá habla
siempre de esos asuntos de Alcohólicos Anónimos y ahora nos arrastra aquí
y usted continúa con todas esas cosas; esto no tiene ningún sentido para mí.
WHITAKER: Yo no intentaba hacer sensatas estas cosas. Esto no tiene nin­
gún sentido.
ROBERT: Pues bien, si esto no tiene ningún sentido, ¿qué hacemos aquí?
WHITAKER: Estamos aquí porque es mi trabajo. Se supone que yo traba­
jo en ayudar a las familias.
ROBERT: Pero ¿por qué nos necesita a nosotros?

WHITAKER: A ella me la derivaron y no quería verla sin el resto de la fami­


lia porque no creo poder hacer lo suficiente como para ser útil.
ROBERT: No veo cómo esto puede ser útil; no veo por qué, quiero decir,
siempre nos arrastra a sus reuniones de Alcohólicos Anónimos y ahora nos
trae aquí; no parece ayudarla mucho y no comprendo la razón de todo esto.
WHITAKER: ¿Quieres veinte minutos d e ayuda en los cinco primeros minutos?

ROBERT: No parece que esté pasando nada útil.


WHITAKER: Puede llevar tiempo.
ROBERT: Mire, y o tengo otras cosas que hacer: estoy en un equipo de
béisbol.
LA MADRE: Es muy importante que los niños continúen sus actividades.
Pienso que ya hemos trastornado tanto sus vidas que no creo...
ROBERT: ¡Hombre!, ¿por qué no nos dejan fuera de todo esto?
26 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

LA MADRE: Creo que el doctor Whitaker piensa que en cierto modo lo que
sucede entre papá y yo es muy malo para vosotros, supongo.
ROBERT: Pues bien, ¿qué hacéis con lo que pensamos nosotros?

LA MADRE: Tal vez deberíamos hablarle de eso. Me siento muy incómoda.


¿Usted es especialista en alcohología?
WHITAKER: No, no. Nunca aprendí cómo ser alcohólico, y por más que
persista en pensar que sería una buena idea, nunca he logrado acostumbrarme.
LA MADRE: % tampoco, pero en el grupo las mujeres que beben me dije­
ron que ayuda mucho si uno mismo bebe, para comprender el alcoholismo.
WHITAKER: ¿Ha pensado usted en beber, señora?
LA MADRE: ¡Ni se le ocurra! Si yo bebiera... cómo es que... (Al marido):
pareces estar de acuerdo con él.
EL PADRE: Fuiste tú la que me trajo.
WHITAKER: ¿Cree que él sería un buen luchador si se entrenara?
LA MADRE: ¿Cómo dice?
WHITAKER: ¿Cree que su marido sería un buen luchador si tuviera entre­
namiento? Podría empezar riñendo con los niños para entrenarse...
LA MADRE: Pienso que para aprender a reñir conmigo mi marido debería
aprender a hablar y a interesarse por lo que ocurre en la casa. Cosa que tú no
haces. Quiero decir, no creo que te preocupes por lo que sucede. Quiero decir,
vuelves a casa y por regla general ya estás medio borracho y a veces comes y
después te derrumbas y después ya sabes... (El marido aparta su silla.) Perfecto,
ya empiezas a irte, igual que en casa. Esto no es divertido para ninguno de
nosotros, por eso estamos aquí.
WHITAKER: Hace un rato les he hecho una pregunta rara. Les he pregun­
tado si él es raro con los niños, o con los muchachos con los que bebe en el
bar. ¿Ella ha dicho alguna vez que podría ser homosexual?
ALAN: No, nunca hemos hablado de eso.

LA MADRE: ¡Qué pregunta para hacerle a un joven, preguntarle si su padre


es homosexual!
ALAN: Nunca hemos hablado de esto.
LA MADRE: Su p a d r e n o e s n i s iq u ie ra fe liz , c ó m o v a a s e r g ay...

WHITAKER: ¿No es increíble?: niega como lo hacen todas las familias de


alcohólicos. Ella le haría creer ahora que no hablamos de lo que estamos
hablando. (A la hija): ¿tienes dudas sobre las prácticas sexuales de tu padre?
SUZANNE: No.

WHITAKER (a Robert): ¿Y tú?


SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA DE TERAPIA FAMILIAR 27

ROBERT: Para mí n o tiene ninguna importancia.


WHITAKER: Perfecto. Me alegra m u c h o que haya alguien que n o se inte­
rese por la familia. ¿Piensas que...?
LA MADRE: El se interesa.

WHITAKER: ¿Eres un miembro natural de la familia o crees que te adop­


taron?
LA MADRE: Detesto realmente esto. Es idéntico a su abuelo; sólo quiero
tranquilizarle.
WHITAKER: ¡Buah...! ¿Su abuelo? Es ilegal.

LA MADRE: ¿Por q u é ?
WHITAKER (a Robert): Lo siento, ¿tienes una mínima idea de lo q u e está
d ic ie n d o ?

ROBERT: ¿Que m e parezco al padre de m i padre?


WHITAKER: Sí.
ROBERT: Ya he visto fotos de él. De verdad me parezco.

WHITAKER: Es alentador. Da muchas esperanzas, en todo caso. ¿Qué pien­


sas que sucede en la familia detrás de todas estas historias de las que os he
hablado?
ROBERT: Pienso que mamá se porta demasiado como un jefe y que papá
no sabe cómo arreglárselas; entonces, bebe.
WHITAKER: ¿Y tú no sabes cómo arreglártelas y entonces intentas huir de
todo eso?
ROBERT: Pienso que sé cómo arreglármelas. Me ocupo de mí.

WHITAKER: Huyendo.
ROBERT: Hago otras cosas.
WHITAKER: ¿Alguna vez lo piensas? Que si aprendes a huir de esta familia...

ROBERT: No, no, paso tiempo con ellos. No huyo, pero tengo también mis
propios asuntos.
WHITAKER: Está bien.
SUZANNE: Tú no te preocupas. ¿Qué quieres decir al pretender que no
huyes? Sólo te interesa el deporte. No estás nunca en casa.
ROBERT: Yo no diría que no estoy nunca en casa. Pero no estoy siempre
dando vueltas en casa como lo haces tú.
WHITAKER: ¿Piensas que se está convirtiendo en un equivalente de tu madre?

ROBERT: Está en casa todo el tiempo. No sale. Estudia todo el tiempo.


28 INTERCAMBIOS CLÍN ICOS

WHITAKER: ¿Sola? ¿Se preocupa por ella?

ROBERT: ¡Bueno, me lo imagino!

WHITAKER: ¿Piensas que se volverá loca?

ROBERT: No, loca no. Sólo es muy tímida.

WHITAKER: ¿Porque d e sco n fía de tu p a d r e ?

ROBERT: No entiendo lo que quiere decir.

WHITAKER: Pues bien, a veces las chicas que son muy tímidas se han vuel­
to así por el contacto con su padre. Le han tenido miedo y después tienen
miedo de todos los hombres.
ROBERT: No, no, no. No creo que le tenga miedo. Ella tiene muy poco que
ver con él.
LA MADRE: A veces, cuando él vuelve a casa y se pone a tirarlo todo, creo
que todos tenemos miedo.
WHITAKER: ¿Llega a golpear a los niños?

LA MADRE: No.

WHITAKER: ¿Y a usted?

LA MADRE: Oh...

WHITAKER: No hace falta que me lo diga. ¿Fue hace cuánto?

LA MADRE: ¿Hace cuánto qué?

WHITAKER: Lo q u e n o m e dijo.

LA MADRE: De veras que no quiero hablar delante de los niños. Discúlpeme.

SUZANNE: ¿Te crees que no lo sabemos?

LA MADRE: No puedo. E l en realidad no lo piensa, ¿no es cierto?

WHITAKER: Señor, ¿ya le ha hablado de marcharse?

LA MADRE: ¿Cómo dice?

EL PADRE: Ahora me quiero ir. Esto me enerva y quisiera irme, creo.

WHITAKER (a la madre): Es hora de acabar. Vamos a hacer lo siguiente: me


gustaría mucho volver a verlos. La próxima vez que nos veamos tendrán
que traer a otras personas: su madre, su padre, la madre de él... Supongo que
no podrá traer fácilmente a su padre.
LA MADRE: Con mi madre pasa lo mismo.

WHITAKER: Ah, ¿murió?

LA MADRE: Bueno, sí, hace poco.

WHITAKER: ¿Qué quiere decir con «bueno»? Discúlpeme.


SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 29

LA MADRE: Bueno, es muy, muy reciente.

WHITAKER: ¿Cómo fue?


LA MADRE: Oh, estuvo enferma durante mucho tiempo y murió.

WHITAKER: Lo sien to.

LA MADRE: Todos lo sen tim o s.

WHITAKER (hablando a la madre y señalando al padre): ¿Cree que fue cul­


pa suya?
LA MADRE: ¿Culpa suya? No, culpa mía. N o es culpa mía si se murió, creo
que todos debemos asumir nuestras responsabilidades, doctor Whitaker, y
creo que ya es bastante difícil vivir con un alcohólico y ser acusada de autorita­
rismo, pero usted habla de una cosa, después uno escucha que el alcoholismo es
una enfermedad, que es genético, que es hereditario, yo me preocupo por los
chicos, cada vez que enciendo la televisión oigo que es familiar, que la gente no
puede hacer nada, que si es una enfermedad entonces no se puede hacer nada,
voy a Alcohólicos Anónimos y me dicen que lo abandone, que es la única mane­
ra de que deje de beber... Me siento totalmente confundida. Ya no sé qué hacer.
WHITAKER: Tengo la esperanza de que podemos ser útiles, pero no es posi­
ble hacerlo sin sufrimiento y no se logrará sin más confusión. Así que la cosa,
antes de mejorar, va a empeorar.
LA MADRE (al padre): ¿Volverás?

WHITAKER: ¿Por qué no reflexionan sobre esto? Me gustaría probar enton­


ces una cosa: durante veinticuatro horas, no hablen de esta entrevista ni entre
ustedes ni con nadie. Piensen en ella individualmente y después hablen sobre
el tema y, si deciden volver...
LA MADRE: ¿Los niños también?

WHITAKER: Por supuesto, lo mismo para los niños. Y si deciden volver


(señalando a Robert), ¿por qué no pedirle a él que me llame?
LA MADRE: ¿A él?

WHITAKER: Sí.

LA MADRE: ¿Por qué él?

WHITAKER: Porque p a re c e ser el m en os in teresad o en la id ea d e ven ir; ah o ­


ra b ie n , q u iero a seg u ra rm e d e que los q u e v ie n e n tien en g an as d e ven ir: no
ten g o gan as de im plicarm e e n esta historia, salvo que estén in teresad o s y m o ti­
v a d o s p a ra aguantar.

LA MADRE: ¿Entonces?

SUZANNE: Mamá, no le preguntes si tendrá ganas de venir, d é ja lo hacer.

WHITAKER: De acuerdo, gracias por haber venido y buena suerte. Hasta


la vista.
30 INTERCAMBIOS CLÍN ICOS

CARLOS SLUZKI: Aquí tenemos material para reflexionar. Quisiera pedir


a los tres participantes, yo incluido, que comenten esta entrevista; después
quisiera pedir a Cari Whitaker que interprete nuestras opiniones; por último,
podremos dar la palabra al público.
MONY ELKAIM: Después de nuestros comentarios, y antes de la discusión
general, pienso que sería útil pedir a cada miembro de la familia que diga unas
palabras sobre lo que ha vivido durante esta simulación.
SLUZKI: Será un placer. Luigi, ¿quieres empezar?

LUIGIBOSCOLO: D ebo decir que me ha gustado mucho la sesión. Pienso


que Cari estuvo muy hábil. Me ha gustado en particular durante la llamada
telefónica, cómo ha logrado mantenerse en un metanivel y evitar ser aspira­
do en una alianza con la mujer, y después cómo ha logrado hacer venir al
marido y a su esposa y, por último, durante la sesión, cómo ha usado la pro­
vocación.
D e entrada, Cari ha empezado con una hipótesis provocativa, cuando le
ha hablado por primera vez al marido ha hecho una conexión con su familia
de origen, con su padre, avanzando la posibilidad de que pueda morirse de
alcoholismo como su propio padre había muerto por exceso de trabajo.
También ha sugerido que su mujer se podía volver a casar como lo había hecho
su madre. Este era un tema muy importante, muy emocional, al que la fami­
lia era aparentemente muy sensible. Pero en determinado momento he teni­
do miedo de que se desviaran. Por ejemplo, en un momento la mujer ha pre­
guntado, con tono dubitativo: «¿Usted es especialista en alcohología?». Por
añadidura, el menor de los varones ha dicho: «Vámonos». Cari ha mostra­
do un auténtico dominio al trabajar con estas tentativas de interrumpir la
entrevista. .■
La dinámica que ha aparecido primero en la sesión tiene que ver con el
rol ligado al sexo de los diferentes miembros de la familia. Cari ha dicho:
«Todos los hombres de la familia son unos niños, ¿no es cierto?» y «Las muje­
res tienen el poder». Pero en la entrevista ha introducido otra puntuación,
diciéndole al padre: «¿Por qué no hace de madre pendenciera?» y pidiendo
a la mujer que empezara a beber, con lo que ha introducido una posible inver­
sión de roles en la familia. Después ha creado un nuevo vínculo con el mayor
proponiéndole el rol del hijo parentificado: «Si papá muere, ¿tomarás tú su
lugar?».
E l más joven ha sido el más negativo con respecto al terapeuta. Ha dicho
explícitamente: «¡Vámonos de aquí!». Cari ha hecho un trabajo notable ayu­
dándole a ser cooperativo y no hostil. Ha logrado contraer una alianza con él
y lo ha convertido en el portavoz de la familia preguntándole por sus padres,
averiguando sobre la posición de la hermana en la familia, sugiriendo que esta
hermana tímida podría ser la esposa del padre.
Así, en pocos minutos, se ha bosquejado un cuadro en el cual el mayor
es el hijo parentificado, el que podría ocupar el lugar del padre en relación
con la madre, la hermana podría ser la esposa del padre y el chico menor el
que, como lo describe su hermana, «está siempre fuera». Esos pocos minu-
SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 31

tos han sido sumamente impresionantes y creo que la descripción que


se ha hecho de esta familia puede inducir no pocos cambios. Una vez
más, mi pregunta es: ¿cuántos terapeutas son capaces de hacer lo que
acaba de hacerse en pocos minutos? ¿Cómo se puede enseñar eso?
La principal observación que podría hacer sobre esta sesión es que
la provocación, la introducción de temas muy fuertes como la muer­
te, el incesto, hablar tan abiertamente del padre como de un niño, decir
que la madre podría ser una persona pendenciera, todos estos men­
sajes duros habrían podido tener como efecto que la familia dijera:
«¡M al rayo lo parta!». En vez de eso, el terapeuta, sin abandonar el filo
de la navaja, logra implicar a la familia. Al final, cuando pide al menor
que llame si la familia quiere volver, mi impresión ha sido, y me gus­
taría mucho escuchar la reacción de la familia al respecto, que pare­
cía comprometida y volvería. Si vuelve, creo que ya estará cumplido
mucho del trabajo.
ELKAIM: Está claro que no hablaré de Cari Whitaker sino solamen­
te de la intersección entre la manera en que yo construyo lo que ha
sucedido y lo que Cari y la familia han hecho ver. En primer término,
me ha interesado la observación de Cari a la esposa, por teléfono. Le
ha dicho: «La clínica puede obligarme a verla sola, pero esto pondrá
a su marido un tanto receloso». Es como si ya dijera: «Mire, usted pue­
de tener la última palabra. Puede obligarme a verla sola, pero enton­
ces tendrá que hacer frente a lo que va a vivir su marido y a lo que
voy a vivir yo. Pese a todo, si así lo quiere, ¿por qué no?». Me ha inte­
resado esta manera de dar un poder a la esposa desde el comienzo,
pero sin dejar de decir constantemente «yo», reivindicando su propia
posición de terapeuta.
Por otra parte, cuando se piensa, hay en este comienzo una para­
doja espléndida. En efecto, una mujer dice: «Soy co-dependiente»,
y agrega: «Quiero ser recibida sola». Extraña paradoja presentarse
como co-dependiente pero querer que la vean sola. ¿Qué hará con
esto el terapeuta? Si Cari la recibe sola, no tiene en cuenta el hecho
de que es co-dependiente; si la ve con su marido, no tiene en cuen­
ta el hecho de que ella quiere que la reciban sola. Cari responde a
la vez a los dos niveles de la doble coacción. Dice: «¿Quiere que la
reciban sola? Será un placer. La clínica puede obligarme a verla sola,
pero por otra parte tendremos problemas». Lo fascinante es que él
no elige uno de los dos términos de la doble coacción, sino que inten­
ta responder en los dos niveles al mismo tiempo. Entonces llega el
momento en que ve al padre y a la madre, y ahí lo que me impresio­
na es que les dice: «M iren, las parejas no me interesan mucho; a mí
lo que me interesa es que, cuando los niños están ahí, ustedes hacen
de padres». He advertido en esto algo que me ha recordado a Franco
32 INTERCAMBIOS CLÍN ICOS

Basaglia. Ustedes me dirán: ¿qué relación puede haber entre Cari Whitaker
y Franco Basaglia? Franco Basaglia insistía siempre en que el presunto enfer­
mo mental no es sólo un enfermo mental: es también un marido, es tam­
bién un trabajador, es también alguien que está inserto en diferentes con­
textos; atender sólo a lo que se ofrece de él en el contexto hospitalario es
conocerlo por una sola de sus facetas. 'Vo he visto en Cari este mismo súbi­
to ensanchamiento del contexto, cuando ha dicho: «M ire, quiero cono­
cerlo en el máximo de facetas posibles, y en el máximo de facetas posibles
no es solamente usted el alcohólico, no es solamente usted el marido, es
tam bién usted el progenitor, es también usted en el contexto de las dife­
rentes generaciones». Entonces, estam os ante una puesta en situación
que desfasa constantemente el problema introduciendo campos cada vez
más vastos. Después, cuando Robert interviene de una manera sumamen­
te vehemente, Cari responde: «Ifo seré el terapeuta, tú serás el paciente...».
¡Vaya idea! He aquí que Cari reafirma su manera de considerar lo que es
un terapeuta: «Yo reivindico esto, creo fronteras claras...». Pero, al mismo
tiempo, ¿qué hace? Crea quimeras increíbles, matrimonios entre padre e
hija, historias transgeneracionales, encuentros improbables, se pone a ima­
ginar que el marido alcohólico es homosexual. Introduce un conjunto de
confusiones; en mi opinión, sigue trabajando en los dos niveles de la doble
coacción: trabaja a nivel de la separación entre las generaciones, de una
separación de roles, reclama para sí mismo un lugar claro y, al mismo tiem­
po, está aumentando la confusión al ampliar las reglas que él considera dis­
funcionales e imaginar otras. Quisiera concluir con la pregunta que la espo­
sa formula a Cari: «¿U sted es especialista en alcohología?», a lo que él
responde: «¿Yo? No, nunca he sido alcohólico»; me ha parecido soberbio.
SLUZKI: Uno de los inconvenientes de ser el tercero en intervenir es q u e
todas las cosas inteligentes ya las han dicho los dos que me han precedido;
hablaré, pues, de todo el resto.
A p riori es interesante señalar que Cari trabaja sobre tres generaciones o,
si ustedes quieren, piensa y habla de tres generaciones: este enfoque permi­
te utilizar las puestas a punto. De hecho, en el pasillo, me ha dicho que tenía
intención de trabajar sobre tres generaciones y yo le he contestado bromean­
do: «¿Sólo tres?».
Quisiera aclarar algunos puntos que me han parecido interesantes en esta
simulación:
—la gestión de la provocación;
—el estilo lingüístico general;
—la gestión de las triangulaciones y, finalmente,
—la elección del momento para terminar la entrevista.
Habrán notado ustedes seguramente que, en la primera parte de la entre­
vista, con solamente los padres, su estilo ha sido irreal. No ha mirado nun­
ca a los padres, levantaba la vista como perdido. En la segunda parte, cuan­
do han entrado los niños, el cambio ha sido tajante: miraba a los niños, hablaba
con ellos de manera totalmente directa y utilizaba metáforas más concretas.
El estilo de la primera parte de la entrevista, con lós padres, ha instaurado
SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 33

cierto grado de confusión que ha permitido y facilitado seguramente Á paso


a la entrada de los niños. E sto ha perm itido una rápida repuntuación:
«¿Borracho? ¿Cómo le enseñó su padre a serlo?». Traer inmediatamente a
la otra generación, no simplemente incluyéndola sino alterando el esquema
verdugo-paciente; hacer del padre víctima de sus propios padres o por lo
menos alumno de ellos, lo cual le hace sentir más cómodo.
E n la segunda parte de la sesión, las numerosas provocaciones lanzadas
por el terapeuta, algunas ideas aparentemente disparatadas, les han parecido
agresivas a los miembros de la familia y han ocasionado muchas quejas. Quisiera
comentar particularmente las reacciones de Cari a estas quejas. Por ejemplo,
provoca a la madre: «Bueno, está claro que usted es la madre de su marido»,
e intenta una triangulación, preguntando al hijo: «¿Quién será el próximo
marido de tu madre?». Primero, el hijo número uno, fiel como correspon­
de, no ha reaccionado a esto y la madre se ha quejado: «¿Por qué habla usted
de esas cosas?». Cari intenta entonces un nuevo golpe, una apreciación rea­
lista: «Veamos, si no pueden soportar el dolor, es mejor que se vayan». Este
enunciado se sitúa en un nivel completamente diferente del de la provoca­
ción: pasa del nivel del contenido y de la provocación al del sostén «vigoro­
so». O bien toma una posición baja: yo intentaba precisamente adivinar. Esto
desbarata la posición de poder del terapeuta y, al contrario, le permite decir:
«Pues bien, esto es una opinión, son palabras, no es una afirmación». Otro
tipo de posición baja y de apreciación realista: «Esta es mi manera de traba­
jar», dice en un momento dado, y suelta esto: «N o es que los acuse, es mi
manera de ser». Y al final, cuando el padre comienza a cambiar, utiliza una
nueva herramienta poderosa: el silencio. Dos veces, claramente, habiendo
estado provocativo y sembrado así la confusión, no responde, guarda sim­
plemente silencio, y al hacerlo gana aliados en la familia. ¿Cómo lo sé?
Porque la familia empieza a tener discusiones internas.
Otro comentario se refiere á la utilización de triangulaciones, una mane­
ra de hacerse aliados sembrando cizaña. Se ha abocado a ello con el primer
hijo, después con el padre a través de otro comentario y, al final, ha cargado
directamente sobre el tercer hijo, convirtiéndolo en su aliado más firme.
Cuando sólo este hijo ha dicho: «Para mí no tiene ninguna importancia», fra­
se que expresa su relación afectiva con el padre, Cari ha encontrado en él
su aliado más seguro.
A partir de aquí definirá insistentemente al tercer hijo como terapeuta
de la familia. Acuérdense de que al final de todo, de repente, ha dicho: «Porque
es el menos comprometido, voy a tomarlo por aquel que va a llamarme».
No es porque sea el menos comprometido, sino porque es el que puede hacer
palanca sobre el padre.
Por último, quisiera hacer un comentario sobre el final de la sesión. Otra
obra maestra. Las cosas no se han dado, desde luego, al azar, sino la prime­
ra vez que la madre se ha puesto triste. Un análisis espectrográfico del tono
de voz de la madre confirmaría, me parece, que él ha decidido parar en el
momento en que la voz de la madre se ha vuelto triste.
Y ella se ha puesto triste cuando él la ha alcanzado emocionalmente en
relación con el secreto que ella había optado por no revelar; se ha dirigido
34 INTERCAMBIOS CLÍN ICOS

entonces a ella respetuosamente, con frases menos provocativas.


La madre es entonces una querellante confirmada. Cuando él decide inte­
rrumpir, todo el mundo se afloja, ¿y qué señala él? La emoción sobre la cual,
piensa, es oportuno terminar y anclarse a continuación: la tristeza de la madre.
Al hablar de la generación precedente y de la muerte reciente en la familia, la
madre se hace humana, se muestra incluso fastidiada, en comparación con
la persona sólida y dominante que se controla y que dicta a todo el mundo lo
que debe decir y hasta su edad. «De acuerdo, dice Cari, el dolor es normal,
es humano, es normal.» La sostiene. Al sostenerla, desplaza lo que desde el
comienzo probablemente constituye el principal dilema de la entrevista: ¿quién
es el diente y quién el padente? ¿Quién presenta los síntomas y quién se mani­
fie sta como el que ayuda a la familia?
Al terminar en el momento en que la madre sufre, él legitima su posición
como miembro del grupo «paciente» o, si quieren, como participante en la
entrevista al mismo nivel que los demás, cosa que seguramente es lo que nece­
sita hacer para quedar en condiciones no sólo de proseguir la terapia, sino
también para instalar un primer y crucial proceso de transformadón: todos
somos humanos, todos sufrimos. La persona de la justa indignación ya no
existe, aquella que al principio pide cuentas a los demás. Su humanidad, al
final, constituye ya el cambio que en mi opinión permitirá la prosecudón de
la terapia.

Cari, has escuchado hablar bastante de ti y de lo que hiciste y no hiciste.


Sé que no sabes lo que hiciste y que simplemente lo hiciste, pero ¿podrías
aportar algunos comentarios?

CARL WHUAKER (a la persona que ha simulado ser la madre): Señora, ¿quie­


re venir a hablarnos d e su e xp erien cia?

LA MADRE: Pues bien, espero que mi marido no empiece a beber nunca.


H a sido terriblemente doloroso. Esperaba que usted me preguntara lo que
he vivido: no quiero guardarlo para mí todo el tiempo. Creo que lo más impre­
sionante ha sido el aislamiento y la soledad que he sentido al empezar.
H e empezado hablando de los Alcohólicos Anónimos, con lo cual he creí­
do tender un nexo, algo que me daba una dirección a seguir, aunque pienso
que nunca lo he creído; de lo contrario, pienso que no me habrían conven­
cido con tanta facilidad. Después ha venido usted y he sentido que empeza­
ba a perder toda pertenencia. Me sentía terriblemente aislada de los miem­
bros de mi familia: de ese marido que en verdad no parecía interesarse por
mí en absoluto; de los niños, que parecían tan agradables. El contacto que he
tenido con ellos es muy diferente del que tengo con mis propios hijos, que
está mucho menos formalizado, cada cual habla cuando quiere, mientras
que aquí tenía esa sensación de control poderoso y no me sentía capaz de
controlar. Pienso, en términos de esta terapia, que el final de esta simulación
ha fijado en cierto modo las cosas temporalmente para mí. N o las veía con
claridad, pero eso me ha hecho tomar conciencia de que yo no era respon­
sable de la cohesión de la familia: usted ha asumido la responsabilidad. Pensaba
SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 35

que iba a tener muchos problemas cuando volviera a Alcohólicos Anónimos,


porque pensaba que en numerosos puntos usted iba al revés de lo que ellos
me decían. Pienso que lo único que me ha ofendido de veras ha sido cuando
no paraba de preguntarme si tenía otro hombre en perspectiva; he sentido
que las mujeres pueden hacer algo más que controlar: también podemos ser
independientes y en algún punto me he sentido bien, capaz de arreglármelas;
realmente quería quitarme de encima a toda esa gente, tomar mi vida en mis
manos, no estar siempre bloqueada. Por lo tanto, lo que he sentido como una
agresión a mi condición de mujer, el increíble dolor de encontrarme en esta
familia, creo que lo siento siempre en mi propio interior. Gracias.
WHITAKER: Ha sido usted muy amable al prestarnos su participación. En
efecto, esta señora no sabía nada al respecto. Les pido disculpas por el aspec­
to artificial de la situación, pero reparen en las sorprendentes cualidades per­
sonales de su comentario. Y si nunca han practicado este tipo de simula­
ción, se lo ruego, hagan todo lo posible por hacerlo. Estar en posición de
paciente es una excelente manera de aprender a ser terapeuta: ustedes entran
en el juego y piensan que sólo están jugando y, cinco minutos después, ahí los
tenemos, siendo ustedes mismos, cuando no sospechaban que podrían ser lo
que están jugando. Estoy encantado de haber sido solamente el terapeuta y
no haber tenido que entrar en la discusión. Lo he lamentado por ustedes, ami­
gos, por haber tenido que decir todo eso, pero ha sido magnífico.
Pienso que lo más importante para mí es la idea (y me ha venido esta
madrugada a las cuatro, cuando me he despertado, preocupado por saber si
iba a hacer de loco otra vez) que se me ha ocurrido: decidir ser el terapeuta
que llama al paciente. Por lo general, cuando hago este tipo de cosas, sucede
lo contrario: hago llamar al paciente; pero los que trabajan en un hospital
no siempre tienen la libertad de recibir la llamada en su consultorio, les dicen:
«Usted verá a ese paciente», y se me ha ocurrido que iba a ser útil para con­
servar el papel de lo que ahora llamo «prostituto psicológico». Si ustedes no
han pensado en sí mismos como prostitutos psicológicos, tal vez aprendan
algo hoy sobre lo que le muestran al paciente, a la familia, sobre lo que les
hacen creer. Es un «com o si» para ustedes, así como el parentesco es un
rol; en efecto, un padre no es una persona con todas las letras: un padre
juega; ahora bien, lo mismo es válido para el terapeuta. No es una persona
con todas las letras. Hace creer artificialmente en el amor, aunque no se tra­
ta de amor real, al menos así lo espero. Ustedes no deben adoptar al paciente,
son temporalmente un padre adoptivo de manera artificial, y controlado
por las fuerzas exteriores, como el juez que envía el niño adoptado^ a la madre
adoptiva o como la muerte de la madre que envía el niño al asilo.
La segunda cosa que quisiera hacerles escuchar es el clásico gesto de poder
que consiste en decir a la madre, en decir a uno de los hijos: «Mira, has inten­
tado ayudar, y la cosa ha fracasado». «Usted no ha tenido éxito como tera­
peuta de familia. Ahora me toca el turno a mí, y yo conduciré el juego de una
manera que, creo, funcionará, y durante el tiempo que estemos juntos haré
todo lo que necesito hacer para que funcione.» La única circunstancia en que
se puede hacer esto es por teléfono y durante la «cita a ciegas».
36 INTERCAMBIOS CLÍN ICOS

E n la segunda entrevista se ha efectuado la transferencia y surgen pro­


blemas. Ustedes han pasado a ser las víctimas de una familia poderosa. A esto
yo le llamaba mi «actitud de impotencia», pero no es una actitud: es sola­
mente una impotencia real, con la vejez me vuelvo más honesto. Pienso que
hablar de co-dependencia está bien, que es una palabra correcta para la madre.
La ventaja de tomar el control de la entrevista definiendo si la posición de
ustedes como «yo», para utilizar el térm ino de Murray Bow en, está en
que en la segunda entrevista les permite forzar a la gente a adoptar una posi­
ción en la que ellos también puedan decir «yo».
E n el curso de la segunda entrevista, la madre viene y dice: «¿Cree que
debo pedir el divorcio?», y yo respondo: «M ire, hace cincuenta y un años
que estoy casado, no creo ni que mi mujer lo apreciara y ni siquiera estoy segu­
ro de que me interese». «Yo no intentaba seducirlo.» «Entonces, ¿por qué
quiere que me preocupe por su divorcio?» «Y d sólo quiero una opinión pro­
fesional.» Yo: «Oh, eso se lo puedo dar: si quiere divorciarse, no pregunte nada
a nadie, pues usted será la única persona que sufrirá, tanto si se queda aquí
con este alcohólico como si se lo quita de encima y vive sin un hombre que
la ayude con los niños, con lo que descubrirá que tiene que estar en dos gene­
raciones al mismo tiempo; e incluso si se casa con otro, resultará probable­
mente un alcohólico también; por lo tanto, no me pregunte nada». Esta es la
posición del «yo»: fuerzan ustedes a las personas a ser responsables de todo
lo que les sucede en la vida cuando las fuerzan a admitir que la entrevista la
dirigen ustedes, que son ustedes los que piensan en su vida con ellos, pero que
lo que ellos hacen con su vida es asunto de ellos mismos. Por último, he resu­
mido esto én un cliché: es el proceso (process en inglés) lo que me interesa, no
el progreso (progress en inglés). No creo que el progreso me concierna. Cuanto
más pienso en lo que puedo hacer para que mis hijos crezcan como yo lo entien­
do o en lo que puedo hacer para que mis pacientes mejoren, más pienso que
es deshonesto, que me aleja de ellos todavía más. Ustedes los fuerzan, pues,
a tomar sus decisiones vitales. Efectivamente, aprendí esto hace varios años,
de una mujer que enseñaba arte a los niños; le pregunté: «¿Cómo diablos puede
enseñar a los niños a ser artistas?». Ella contestó: «Es muy fácil, les da usted
un caballete, uno a cada uno, y después circula a su alrededor». Ya pregunté:
«Y ahí, ¿qué les pide que hagan?». Ella: «No les pido nada». Y yo insistí: «¿Qué
obtiene?». Y ella: «N o mucho», y yo: «¿Cómo se lo hace?».
SLUZKI: Señoras y señores, escuchemos ahora sus propias observaciones:
han ocupado una metaposición que les ha permitido observar la entrevista y
el proceso, aquí tienen los micrófonos. Les sugeriría no hacer preguntas
sino afirmaciones. E s bueno que se tomen tiempo antes de hablar. Gene­
ralmente, los que corren con facilidad al micrófono dicen tonterías. En fin, la
manera en que lo hagan dará más peso a sus comentarios.
WHITAKER: Y pueden hacerse los idiotas...

SLUZKI: El retoño número tres está listo para arrancar. ¿Robert?

ROBERT: Sólo quería hacer dos comentarios más sobre mi pertenencia a la


familia durante el juego de rol. Mi vivencia de todo esto es que al principio
SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 37

no quería estar aquí y que sus comentarios me han parecido impertinentes,


un poco como si usted intentara ser inteligente a toda costa, lo que me ha
parecido un poco fuera de lugar. Cuando ha preguntado a mi madre sobre si
tenía una relación, me ha parecido muy grosero y realmente me he enfureci­
do con usted; entonces he empezado a pensar que no quería estar aquí y que
no volvería, he querido irme. Al final, aunque he sentido que me ha escu­
chado atentamente después de preguntarme lo que yo pensaba que no fun­
cionaba en mi hermana, etc., no me he sentido bastante comprometido con
usted personalmente. Creo que Luigi tiene razón: usted ha provocado tantos
temas diferentes, temas profundos, emocionalmente cargados, que ha resul­
tado un poco confuso, porque han salido demasiadas cosas; aparte de esto su
estilo ha sido agresivo, por lo tanto ha sido difícil saber si nos tomaba en serio
durante el desarrollo del guión. Pienso que a mí me hubiese ayudado el que
estuviese menos agresivo a lo largo de la entrevista, un poco más serio, y tal
vez menos rápido; eso es todo.
WHITAKER: Muchas gracias. Tengo un muy buen secreto para tomar las
riendas de la primera entrevista y asegurarme de seguir cumpliendo el rol del
terapeuta: en mitad de la entrevista, uno se levanta y sale. Sin decir nada, sale
y se va a tomar un café, a hablar por teléfono o a charlar con un colega; un
rato después, vuelve. L e preguntan: «¿Dónde estaba?». «Afuera.» «¿Qué
hacía?» «Nada.» «¿Por qué salió?» «No lo sé, me dieron ganas de salir y tomar
un café.» «Pero yo creía que debía ocuparse de nosotros.» «¿Debería ena­
morarme en veinte minutos?» «N o.» «Tal vez me ocurra, estaría bien. Pero
ustedes tienen que tener clara una cosa: yo estoy aquí para trabajar, no me
enamoro de ustedes, así que intento mantenerme apartado.» Quiero asegu­
rarme de que se trata de una «cita a ciegas», de que no vamos a terminar en
la cama, de que no nos estamos preparando para pasar el resto de nuestras
vidas juntos, de que cada cual se retira por su lado y es muy importante tener
siempre presente que la gente es libre de no volver. Quiero que no vuelvan*
salvo si están más ansiosos, y sobre todo no indolentes. No quiero tranquili­
zarlos, quiero aumentar la ansiedad. Pienso que, si los tranquilizamos, es como
si nuestro hijo escribiera desde el colegio y dijera: «La pensión que me asig­
naste para vivir mientras estudio alcanza sólo para la mitad. Envía un poco
más de dinero, por favor». Si accedemos a su deseo, esto no hará más que
incrementar su ambición de disponer de más dinero el mes que viene.
BOSCOLO: He remarcado su manera de dialogar con la familia. Primero
usted lleva la conversación y no los deja apartarse de usted. Después, se pone
muy activo y aborda rápidamente temas fuertes como la muerte, la infideli­
dad, la homosexualidad, el incesto, todos los temas simples, emocionalmen­
te cargados. Ahora mi pregunta será: «¿Tiene usted en mente una especie de
tipología en relación con el problema abordado?». Por ejemplo, la mujer ha
dicho que era esposa de un alcohólico. ¿Tiene ya esquemas, tipologías espe­
cíficas en su cabeza con respecto a la familia de un alcohólico? ¿Existen espe­
cies de tipologías específicas para familias específicas? ¿Es su intención tes­
tar todos estos temas simples, cargados emocionalmente, con todas las familias
en el curso de la primera sesión? Esa es mi pregunta.
38 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

WHITAKER: Es una excelente pregunta. Salvador Minuchin me dijo un día,


y creo que tenía razón, que para mí todas las familias son las mismas; esto
es lo que yo hago, por lo tanto no tengo teoría. Yo no voy a la entrevista con
una orientación de la que sea consciente, salvo la de querer estar seguro de
respetar el juego. Empecemos con el rey, cuidando de no introducir la dama
antes de que todo esté estructurado, porque, si perdemos la dama, ya está,
hemos perdido, por lo tanto intentamos guardar la dama para el final; de lo
contrario me limito a acaparar los territorios más importantes, y el más impor­
tante es, por supuesto, la muerte. Independientemente de mí, Dios va a aga­
rrarnos a cada uno de nosotros. El sabe que no puede privarse de mí. Pienso
que la mayor parte de las familias niegan amargamente el concepto global de
la muerte; esta negación es más importante que la del alcohol. Por lo tanto,
yo abordo esta cuestión con bastante rapidez.
BOSCOLO: Desde hace poco, una corriente en terapia familiar pone de
relieve la importancia del lenguaje y de la conversación. Por ejemplo, según
Anderson y Goolishian, el terapeuta no debería tener hipótesis, él o ella
sólo deberían responder a los miembros de la familia y no tener ninguna
idea preconcebida. Esto parece ser lo contrario de lo que usted hace. Con
usted, parece que la familia deba seguirlo y no que el terapeuta deba acom­
pañar a la familia o, como dicen estos autores, «sólo mantener abierta la
conversación».
WHITAKER: Yo me dedico a que la familia me siga durante la primera entre­
vista, y después soy yo el que sigue. Mi idea es asegurarme de que no soy
impotente: ellos sufren y son impotentes, y de esto deduzco que necesitan
alguien fuerte, después vengo a descubrir lo que pasa, toda la historia que
puedo obtener, y a asumir la responsabilidad de conducir la entrevista y enton­
ces, cuando esto se ha establecido, los fuerzo a asumir la responsabilidad de
lo que ocurre. Y si uno de ellos se queda aparte, no tengo una nueva entre­
vista. Si esta familia volviera sin su hijo menor, yo diría: «Debo hacerles pagar,
la clínica cuenta con que se le pagará, pero aquí no hay familia, es sólo un sub­
grupo y yo no creo en los subgrupos; pero si quieren volver, díganle al que
está ausente que me llame y fijaremos otra cita».
UN PACIENTE: ¿Está diciendo que es imposible hacer terapia con amor?

WHITAKER: Oh, claro, pienso que los terapeutas pueden amar mucho. Creo
que el problema es que, si ustedes aman, es mejor que no se impliquen ente­
ramente: lo que están jugando es un rol. Si aman solamente, acaban por uti­
lizar a la gente y ellos acaban por utilizarlos, y se ven en grandes dificultades
porque ustedes deben comprender lo suficiente como para amar de tal for­
ma que no conviertan al hijo en una copia de lo que piensan que debería ser;
ahora bien, esto es muy difícil, y es muy difícil para un terapeuta no adoptar
pacientes. Tal vez debería explicarme. Supongo que todos nosotros tene­
mos defectos de carácter, que quienquiera que intente pasarse la vida tra­
tando de ayudar a la gente se vuelve loco, cuando sabemos que somos más
locos que ellos. Hay que ser idiota para creerse tan brillante como para que,
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 39

a pesar de toda nuestra propia patología, podamos ayudar a los otros a salir
de apuros; así, imagino que nuestra tentación es adoptar a los pacientes y lue­
go ser responsables de ellos por el resto de sus vidas antes de morir jóvenes
de un infarto de miocardio porque no se puede soportar. Pero hacer creer
es tan difícil como ser un actor o una actriz profesionales: ustedes pueden
conocer la actuación del actor, pueden saber actuar, pero hacerse actor o actriz
corresponde a otro ámbito, y pienso que eso es lo que buscamos. Ustedes
pueden aprender terapia familiar, cómo practicarla, y siempre será un truco.
Si pueden convertirse en un truco, eso es otra cosa, pero siempre están en un
rol. Hay una diferencia entre todos los roles y la.personalidad, y todo esto
debería producirse a las cinco, cuando dejan su despacho; ahora bien, no se
produce a menudo.
EL HIJO MAYOR EN LA SIMULACIÓN: No haré un comentario sobre el jue­
go de roles aun cuando haya apreciado los contrastes entre la sensación de
que usted nos comprendía y al mismo tiempo el hecho de que se nos provo­
cara; usted estaba cerca de nosotros sin perder por ello su posición y esto me
embarulló mucho en ese papel. Mi pregunta tiene que ver con lo que dijo:
que no cree en los subgrupos. ¿Cómo hace con las familias donde el matri­
monio se ha divorciado hace años, cuyos miembros no quieren estar en la mis­
ma habitación y donde hay problemas con uno de los hijos y así sucesiva­
mente? ¿Cómo trata estos casos?
WHITAKER: Los mando generalmente a Chicago, que está bastante lejos,
y en Chicago pueden elegir a quién quieren. Permítame volver un poco atrás.
H ace unos años decidí que después de mi muerte quedarían familias a las
que no habría podido ayudar, y que por lo tanto elegiría a las familias de
las que quisiera ocuparme. E s muy importante para mí poder decir: «Son
libres de no volver, por favor, no crean que están obligados a volver a ver­
me, puedo continuar mi trabajo perfectamente». Pienso que necesitan saber­
lo antes que imaginarse que todos los que vienen a vemos saben cuán mara­
villosos e importantes somos, de tal manera que seguirán viniendo. Creo que
uno puede decir esto. A menudo he pensado que sería fantástico decir al pri­
mer paciente: «Mire, usted es el primer paciente que me paga, espero que
vuelva porque me será más fácil pagar mi alquiler». Creo que cada vez
que uno puede ser más honesto que el paciente se convierte en un mejor tera­
peuta, y que hay diferentes maneras de serlo,
UN PARTICIPANTE: Usted dijo que después de la primera sesión tenía ten­
dencia a soltar del lastre a la familia y que usted seguía el movimiento. ¿Cómo
podría desenvolverse la segunda sesión con la familia?
WHITAKER: Podría empezar por un silencio de veinte minutos. Como me
crié en una atmósfera tipo Nueva Inglaterra, donde el silencio es oro, me sen­
taría. Entonces ellos dirían: «¿Qué quiere hacer?». «¡Lo que ustedes quie­
ran!» «¡Bueno! ¿De qué vamos a hablar?» «¡M e da igual!» «¡Pero la vez pasa­
da le importaba!» «¡C reo que los conocí lo suficiente como para dejarlos
tomar el relevo!» «¿D e qué podríamos hablar?» «¡M e da igual!» «¡Bueno!
¿Qué es lo importante, según usted?» «N o lo sé, ni siquiera sé lo que son
40 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

capaces de abordar.» «¡Bueno! Tendrá que decidir. ¡Tiene que decimos cómo
com enzar!» «Bueno, de acuerdo, voy a hablar del hecho de que no sé qué
haré después de jubilarme. N o sé si debo conseguir un trabajo y enseñar o
simplemente vivir de mi jubilación, que es escasa.» «Veamos, doctor, noso­
tros venimos a verlo por nosotros.» «¡Intentaba enseñarles a ser un pacien­
te !» «B ueno, ¿de qué deberíamos hablar?» «M e importa un bledo de lo
que hablen, pero debe tratarse de su vida, no quiero que hablen de mi vida,
yo hablaré de mi vida si ustedes lo desean.»
Siempre la misma técnica de confusión. Hay personas que se quejan a
veces de la confusión y yo digo: «¡Magnífico! Cada vez que sale usted de una
entrevista en la que no ha estado confundido, se ha engañado. Si puede situar
todo lo que pasa en psicoterapia en su mundo programado de antemano,
no cambiará; de modo que la confusión es deseable y necesaria y yo espero
que la atención que le dirijo la vuelva menos dolorosa pero no indolora».
BOSCOLO: Puedo aplicar este comentario a mi manera de trabajar y com­
prendo muy bien cuando dice que en la segunda sesión no hablará, que se
dedicará a observar y escuchar. Cuando yo trabajo, me intereso por el feed -
back, por los efectos de lo que hice durante la sesión precedente, reacciono
al feed b a c k de ellos. Sin embargo parece que, cuando habla de crear confu­
sión, trabaja de una manera diferente. Usted quiere ver los efectos de la con­
fusión y hace hipótesis en función de las reacciones de la familia. Usted no
crea la confusión por la confusión misma.
WHITAKER: Yo no quiero llevarlos a ninguna parte. No trabajo para que
las cosas progresen. Intento mantener claro el proceso de cambio. Pienso
que existen tres lenguajes profesionales: el lenguaje de la etiología, el len­
guaje de la dinámica y el lenguaje de la terapia. Es frecuente que confun­
damos los tres, de tal manera que al intentar hacer terapéutica nos despla­
zamos hacia la dinámica o la etiología. Ambiciono que los pacientes se muevan
en su territorio de dolor; después procuraré agregar diferentes aportaciones,
y esto de manera no racional cada vez que es posible, a fin de ampliar su aba­
nico de opciones.
BOSCOLO: Conozco dos clases de confusiones: una es creativa, es una con­
fusión que permite que aparezcan nuevos esquemas; la otra siembra la
confusión. Me parece que uno de sus puntos fuertes en la entrevista es la con­
fianza que tiene en su propia capacidad de terapeuta para crear confusión y
dominarla, a fin de quebrar los esquemas familiares existentes. Aunque al
final la confusión pueda hacerse creativa, pienso que es posible, sin esta capa­
cidad, que la confusión induzca cada vez más confusión. No sé si soy claro.
WHITAKER: Por supuesto, después ella se transforma en irracionalidad.
Se transforma en caos y el caos me interesa. M e gusta. Pienso que si la gen­
te puede volverse caótica, entonces empezará a estar lo suficientem ente
ansiosa como para permitir ciertos cambios. La atención que les presto es
la anestesia.
BOSCOLO: Cuando usted dice: «Me gusta el caos», pienso en muchos tera­
peutas que no saben cómo trabajar con el caos. Vuelvo a la transmisibilidad
SIMULACIÓN DE UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 41

didáctica de una manera particular de practicar la terapia. ¿Cómo puede for­


mar a la gente para enfrentar el caos? Pienso que es difícil, y ahí está mi
problema.
WHITAKER: Pienso que uno de los peligros es tratar de educar a la gente,
porque en este caso lo rechazan, como rechazaron a su primera madre. Si
intenta ayudarlos a ser lo que usted quiere que sean, o bien acaban por capi­
tular y por no ser ya nadie para usted, o bien pelean y acaban no siendo ya
nadie contra usted.
ELKAIM: Quisiera intervenir en este punto sob.re un aspecto de la trans­
misión de la práctica en psicoterapia. Cuando vemos una familia, ¿qué es lo q_
que pertenece a la escuela de referencia y cuál es la parte que desborda la
parrilla explicativa de esta escuela? Sabemos bien, Luigi, que los miembros
de una misma escuela, al aplicar la teoría de esta misma escuela tienen resul­
tados sumamente diferentes, mientras que personas que utilizan diferentes
parrillas explicativas, que siguen diferentes escuelas, pueden tener resultados
semejantes. Para mí, lo importante es ofrecer herramientas, un trampolín a
los terapeutas, que les permitan estar cómodos. Pero el trampolín es sólo un
trampolín. Así como me parece necesario ofrecer a los estudiantes herra­
mientas que les permitan dar sentido a lo que sucede, así esas herramientas
deben ser consideradas relativas. Esto que constituye sentido para el estu­
diante, al tiempo que es comprensible y aceptable por la familia, es lo que
permitirá una intersección que abrirá otras posibilidades. Sea cual fuere el
enfoque psicoterapéutico, siempre ponemos en desequilibrio el sistema al que
pertenecemos; de este desorden nace un orden nuevo, diferente del orden
anterior. Tu pregunta: «¿Cómo ser capaz de arreglárselas ante una situación
de gran confusión?», me parece apropiada no solamente con respecto al
trabajo de Cari sino en psicoterapia en general. Recibimos personas que
ven sus problemas de una cierta manera y las despachamos con una lectura
sorprendente que las sume en una confusión relativa, aun cuando esta lectu­
ra parezca plausible. Cari interrumpe y dice: «N o hablen de esto entre uste­
des hasta la próxima sesión»; que él interrumpa en un momento importante
es también una manera de mantener este proceso de puesta en desequilibrio.
Me siento próximo a tu comentario sobre la dificultad de transmitir este tipo
de trabajo, pero también me parece importante agregar que los problemas
que planteas con respecto a Cari se plantean, a mi juicio, de una manera más
amplia con respecto a las psicoterapias familiares en conjunto.
whitaker : Conozco un cuento clásico que me gusta contar a propósito
de lo que es una psicoterapia; lo leí en el diario. Sobre la torre de un puente
muy elevado había un hombre que seguramente se preparaba para saltar y
suicidarse. Un policía, que estaba de ronda, lo vio y se puso a hablarle: «Eh,
no puede hacer eso, piense en su madre». «¡N o !» «¿En su mujer e hijos?»
«¡N o!» «¿En sus amigos?» «¡N o!» Finalmente, el policía, no pudiendo sopor­
tar más la situación, sacó su pistola y dijo: «Si salta, le mato». El hombre bajó.
La psicoterapia es eso. E l policía quebró el programa de este hombre, y ése
es nuestro trabajo: ayudar a quebrar el sistema de vida programado que anda
mal. La ironía de la situación es que no creo que el policía volviera a hacerlo.
42 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

Ante la misma situación, este policía no podrá extraer su pistola y hacer bajar
al hombre, porque entonces esto sería técnico, artificial, sería demasiado len­
to en el tiempo, le fallaría el tono de la voz y ése es nuestro problema: cómo
seguir siendo creativos haciendo lo mismo, día tras día. Espero que ustedes
lo consigan.
ELKAIM: Una observación más sobre lo que Cari acaba de decir. En un
artículo reciente, Jean-Luc Giribone cuenta una historia que toma de la obra
de Bateson. Se trata de una tribu de indios de Estados Unidos que toman
drogas alucinógenas por razones religiosas; necesitan la autorización de una
comisión gubernamental para poder utilizar estas drogas alucinógenas, que
están prohibidas. Los representantes de la comisión dicen: «Muy bien, vamos
a filmar su ceremonia, vamos a ver si efectivamente se trata de una ceremo­
nia religiosa y, si así es, les daremos la autorización pedida». Estos indios se
reúnen, y deciden: «N o podemos aceptar porque, si nos filman, ya no se tra­
tará de una ceremonia religiosa; no podemos autorizar a filmar esa ceremo­
nia». Ahora bien, justamente la negativa a dejarse filmar es lo que acepta la
comisión como prueba del carácter religioso del ritual. Lo que señala Jean-
Luc Giribone es que el acto espontáneo que permite el cambio no habría teni­
do el mismo resultado de haber estado preparado. La dificultad es: ¿cómo
formar a un estudiante para ser espontáneo? Giribone cita en ese momento
una página del Viaje a Ixtlan de Castañeda, donde se trata de un brujo que
forma a un aprendiz y le dice, aproximadamente: «Un cazador lo calcula todo.
Pero, una vez que lo ha calculado todo, actúa, se deja llevar». Creo que esto
es lo que pasa también en psicoterapia. Nosotros podemos ofrecer a los estu­
diantes las herramientas para calcular al máximo, pero el acto creativo en sí
no puede enseñarse. Podemos tan sólo crear el marco para que pueda surgir,
y entonces sobreviene, por añadidura.
UN PARTICIPANTE: M e confunde un poco tener que decir que el debate
sobre la confusión me ha parecido confuso. N o tengo la impresión de que,
cuando Cari introduce confusión, sea confuso. Pienso que introduce sobre
todo asombro: hace surgir algo muy claro y coherente, que va a sorprender
a la familia más que a sumirla en la confusión. Puede ser que, cuando Luigi ha
dicho: «Pero si hacemos algo muy confuso, corremos el riesgo de no llegar a
nada», haya estado muy de acuerdo con él. E n cambio, cuando uno sorpren­
de, posibilita el cambio. M i segunda observación es que, en este sentido, cada
vez que veo un juego de rol con Cari, me sorprende ver que en el fondo no es
nada provocativo; al contrario, es muy respetuoso con las posibilidades de la
familia de recuperar lo que sucede para cambiar. Me parece que en el fondo
la palabra provocación está demasiado ligada a la idea de agresividad, y ade­
más uno de los comentarios precedentes era: «Pero, finalmente, ¿no es posi­
ble hacer lo mismo con ternura?». Por mi parte, creo que Cari es muy tierno:
cuando respondió a la madre su comentario mostraba a las claras toda su
ternura, y yo pienso que él debe ocultarla bajo una capa aparentemente agre­
siva y provocativa, pero que las familias deben de sentirla muy bien.
WHITAKER: Una de las cosas que aprendí a «utilizar» en este terreno se
llama «juego paralelo». La familia está implicada en un proceso, no importa
SIMULACIÓN D E UNA ENTREVISTA D E TERAPIA FAMILIAR 43

cuál, y ustedes se desplazan por el interior del territorio de ustedes mismos,


del mundo de ustedes mismos, y hablan metafóricamente de ustedes y de
su familia, o de ustedes y de su padre o su madre, de ustedes y su vida. Después
instalan una fantasía de la que ellos no pueden desembarazarse, lo que yo lla­
maba «plantar lo inconsciente»; los dejan con algo. «Miren, si estuviese casa­
do con un alcohólico y pensara que haciéndome yo mismo alcohólico lo vol­
vería responsable, probaría a ver qué resultado daba eso.» Esta suerte de juego
paralelo, esta manera de dejarlos con algo de su mundo de lo que ellos no
pueden desembarazarse, los pone en una situación tal que no pueden estar
ni de acuerdo ni en desacuerdo con eso: están solamente bloqueados por el
hecho de que hay otra imagen de la que no pueden desembarazarse porque
les pertenece a ustedes.
SLUZKI: Me gustaría hacer sólo una pequeña observación también sobre
este comentario. La confusión está generada, al menos en parte, por una con­
tradicción entre el marco y el contenido, entre el hecho de que el terapeuta
es un experto y afirma cosas que realmente no se tienen en pie. La confusión
resulta sustentada después por el carácter «ligero» de las hipótesis. No por
el hecho de que el terapeuta diga: «Sí, creo en eso», y de que empiece a dar
pruebas de que cree, sino por el hecho de que se cambia a otra hipótesis igual­
mente ligera: «Oh, no es que su marido sea su hijo, es que su hijo es el mari­
do de su madre», y de que cambie a otro marco en el que cree igualmente
poco porque lo que el terapeuta cree con firmeza es que puede producir nue­
vas ideas, ocurrencias. Sin embargo, Cari posee la herramienta para reducir
la confusión producida por este desfase y la utiliza claramente, cada vez, adop­
tando una posición baja. Cuando dice: «N o es más que una idea», vuelve a
llevar de nuevo lo que hizo, del estatuto de afirmación -d e un experto- al de
ocurrencia libre de alguien imaginativo; entonces la confusión desaparece. La
gestión de la confusión por el terapeuta proviene de esta contradicción mar­
co-contenido y de su capacidad para hacer incursiones en el interior y exte­
rior de sus posiciones bajas.
WHITAKER: Una de las cosas más graciosas en este contexto, es decir: «Pues
bien, ¿usted no cree en la terapia? La mitad del tiempo yo mismo no creo
en ella, sólo que debo ganarme la vida».
MAUR1ZIO ANDOLFI: Quisiera hacer un comentario. En primer lugar qui­
siera decir que me equivoqué, a lo largo de estos últimos quince años, al
tratar de impulsar a Cari para que creara un instituto de formación en tera­
pia familiar. Me alegro de que no lo haya hecho nunca. Y seguramente sin
comprometer sus propias ideas y su creatividad, pienso que Cari, como tera­
peuta, seguirá vivo y productivo durante más tiempo que muchos de noso­
tros, que estamos muy preocupados por definir criterios para aprender y con­
feccionar un currículo, contextos de enseñanza y técnicas para las terapias
familiares.
¿Cómo podemos enseñar a un(a) estudiante que su capacidad para pos­
tularse como paciente forma parte de su competencia? Ser un paciente no es
reductor para el terapeuta, pero puede ser una verdadera conquista si se
44 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

alía con el paciente a nivel de su lenguaje y de sus metáforas.


Pero, ¿de qué paciente hablamos? Porque nosotros no hablamos del pacien­
te individual en una relación cara a cara con nosotros. Hablamos de una situa­
ción contextual específica en la cual el «paciente» es la síntesis de un con­
junto de relaciones específicas, donde toda la familia puede ser el paciente.
¿Cómo se puede aprender en esta situación? Pienso que Cari, más que cual­
quiera en este terreno, parece otorgar más crédito a la habilidad y compe­
tencia de los pacientes y familias que a los verdaderos profesionales. Pienso
que esto crea un dilema importante en nuestra disciplina. ¿Debemos, como
los enseñantes, ayudar a las personas a que se vuelvan cada vez más vivaces,
más agudas en sus especulaciones intelectuales acerca de la terapia? ¿Dónde
debemos formar terapeutas vivaces, pero lo bastante humildes como para
experimentar primero la posición única de pacientes, y ello con la meta de
adquirir después nuevas formas de competencia? Pienso que hay aquí un dile­
ma importante y veo un peligro, por uno y otro lado, si estas proposiciones
son llevadas al extremo. Uno de ellos, el último, se da cuando los terapeutas
llegan a centrarse tanto en sí mismos como seres humanos que olvidan a los
otros y olvidan los límites de nuestra profesión. En estos casos el concepto de
terapia se amplía tanto que puede pasar a ser una religión, y entonces cam­
bian de la condición de terapeutas o profesores a la de gurús. Recordemos,
por ejemplo, a un amigo de Nueva % rk de hace unos veinte años, y más
recientemente a un miembro de mi propio grupo, y sus metamorfosis de tera­
peutas creativos y sensibles en terapeutas gurús de sus propios estudiantes en
un marco religioso.
Por otro lado, pienso que existe el peligro inverso, en mi opinión mucho
más común. Se trata de la alianza conformista con las ideas en boga, que se
hacen cada vez más estrechas y reduccionistas. En este caso el peligro es tener
cientos y cientos de personas que se adhieren a escuelas. ¿Escuelas de qué?
¿D e ideas? ¿Escuelas de pertenencia al mismo club? ¿De pertenencia a un
mismo sector de mercado? Pienso que la idea de Cari, ilustrada en su simu­
lación, es en un sentido pavorosa porque rompe con cualquier obsesión de
escuela y de pertenencia conformista. Tal vez necesitaríamos, a fin de que­
brar algunos de nuestros razonamientos defensivos sobre nuestra posición
como terapeutas de familia, volver a ciertas ideas de pioneros como Framo,
Bowen, Satir, Whitaker, y ofrecer la posibilidad de una suerte de terapia fami­
liar para los terapeutas de familia. ¿Debemos tomar en consideración a la
familia entera del terapeuta cuando él (ella) trata a la familia? Pienso que esta
cuestión sigue abierta. Por supuesto, si pensamos que estamos efectivamen­
te separados de las personas con las que trabajamos en terapia, podemos con­
tinuar siendo más vivaces, más agudos en nuestros sofisticados razonamien­
tos intelectuales, centrados en nuevas epistemologías. Pero si vivimos
verdaderamente la terapia, ¿ese pensamiento agudo es verdaderamente nece­
sario? ¿Debemos ubicamos nosotros mismos en el cuadro, con nuestras emo­
ciones y nuestras intuiciones, y optar por ser competentes porque sabemos lo
que no anda bien en la familia, o más bien porque nos reunimos con la fami­
lia en su dificultad, en su dolor y en su búsqueda destructiva de recursos?
2. SISTEM A S TERA PÉU TIC O S,
NARRACIONES Y RESONANCIAS

En e l prim er texto d e esta sección, Mara Selvini Palazzoli nos com enta e l m odo
en qu e ha necesitado alejarse d el m odelo sistém ico paya aproxim arse a la m etáfo­
ra d e l juego. Esto le perm ite elaborar hipótesis en térm inos de triada, padre-m adre-
hijo, y no ya en térm inos d e diada, padres-hijos. L a autora enfatiza la im portancia
de la creación en e l terapeuta, sobre la base d e situaciones con las qu e se ve con­
fron tado, m ás que de la aplicación de un m odelo preexistente. Insiste asim ismo en
su distancia respecto d e ciertas reflexiones d e orden epistem ológico qu e considera
estériles. Estas críticas están dirigidas a quienes, partiendo de una posición cons-
tructivista, piensan qu e no es p osible conocer la realidad. D esde entonces, M ara
Selvini Palazzoli ha seguido evolucionando. Sin abandonar su crítica a l construc­
tivism o, ha superado este m odelo triádico y se ha concentrado tanto en las fam ilias
am pliadas d e los dos padres com o en la fratría. Su trabajo terapéutico ha ganado
en flex ibilid ad , y es a sí com o puede tener sesiones con la fam ilia nuclear, sesiones
con un m iem bro de la fa m ilia am pliada, otras con la fratría y encuentros indivi­
duales con el paciente.
C arlos Sluzki, p or su parte, presenta una lectura de la psicoterapia caracteri­
zada p o r su insistencia en las narraciones. Su am bición es ayudar a las fam ilias a
producir un nuevo relato qu e no necesite de la patología. Pone el acento en e l cam­
b io d e diferentes ejes para ayudar a los m iem bros d e la fam ilia a construirse una
nueva historia, más flex ib le. D e una manera interesante, Sluzki se describe com o
terapeuta sistémico, influido p or e l constructivismo. Sin embargo, y a la inversa de
m uchos otros terapeutas constructivistas norteamericanos, no rechaza e l sistema por
la construcción de lo real.
L a intervención de Paul W atzlawick, quien defien de a la vez una lectura sis-
' tém ica y estratégica de la terapia fam iliar, nos recuerda que e l M ental Research
Institute d e Palo A lto, a l qu e pertenece, fu e a la vez e l prim ero en introducir el
en foqu e sistém ico en psicoterapia y en defen der la im portancia d e una práctica
estratégica dirigida hacia e l síntoma.
En efecto, Paul W atzlawick insiste sobre «la cu alidad emergente» de un siste­
ma, cu alidad que representa algo más que la sim ple adición d e elem entos parti­
cu lares. Por otra parte, estim a qu e la solución intentada p or un sistem a fam iliar
fren te a l problem a es a m enudo e l elem ento m ism o que m antiene la dificultad y la
exacerba. D e ah í la im portancia para el terapeuta estratégico de abandonar e l ani­
llo retroactivo que perm ite a la solución m antener un síntoma, e l cu al colabora a
su vez en reproducir la m ism a solución.
En la línea de Paul W atzlawick, Gianfranco Cecchin presenta los anillos retro­
activos que pueden crearse entre terapeutas y fam ilias. E llo hace que, cuanto más útil
quiera ser un terapeuta, m ás riesgo corra de no ayudar a una fam ilia desamparada.
46 INTERCAMBIOS CLÍN ICOS

G ianfranco C ecchin muestra que los an illos retroactivos que sustentan e l sín­
tom a no existen únicam ente en la fam ilia, sino tam bién en los sistem as terapéuti­
cos. D escribe la manera en qu e e l grupo d e supervisión ayuda a l terapeuta a rom­
p er estos ciclos.
M i intervención, sucediendo a la de G ianfranco Cecchin, p on e e l acento en la
singularidad d el sistema terapéutico. ¿ Q ué h ace qu e un terapeuta particular desa­
rrolle un com portam iento qu e determ ine la no evolución d e l sistem a terapéuti­
co? Propongo así las bases d e l concepto qu e h e denom inado d e «resonancia». En
e l contexto d e una resonancia, un elem en to h istórico propio d e l terapeuta y de
los m iem bros de la fa m ilia es am plificado p o r e l sistema terapéutico, lo cu al cum­
p le frecu entem en te la fu n ción d e reforzar las creencias profundas d e los m iem ­
bros d e l sistema fam iliar y d el terapeuta. L a resonancia puede ser tanto un elemento
d e n o cam bio com o una herram ienta privilegiada de intervención. M i intento es
estudiar la función de la construcción de lo real para e l sistema en e l qu e ella emer­
ge, y p o r lo tanto hacer coexistir construcción d e lo real y sistema.
E s interesante apuntar e l im pacto de las teorías constructivistas sobre e l con­
ju n to d e los oradores d e esta mesa redonda. A unque no la m encione en su inter­
vención, Paul W atzlawick fu e uno de los prim eros en introducir e l constructivismo
en terapia fam iliar.1En este prim er grupo d e oradores, sólo Mara Selvini Palazzoli,
interesada por « el an claje sólido en hechos identificables y en objetos clínicos bien
precisados», mantiene su desconfianza respecto de un enfoque que, según ella, corre
peligro de convertirse en «una ideología a la qu e se cultiva y exalta p o r s í misma».

M ony E lkaim

1. Paul Watzlawick (comp.), Linvention de la réalité, París, Seuil, 1988.


D E B E M O S IR MÁS ALLÁ
D E L M O D ELO SIST É M IC O

M ara Selvini Palazzoli

E l primer punto que quisiera señalar es el siguiente: lo que voy a expo­


ner es el resultado del trabajo de un equipo terapéutico formado por Stefano
Cirillo, Matteo Selvini, Anna-Maria Sorrentino y yo misma. Se trata de un
equipo estable que se formó en Milán en 1982 con el objeto de realizar inves­
tigaciones en un dominio específico de la terapia familiar. Consideramos que
en este dominio todo trabajo de investigación clínica requiere un pequeño
equipo terapéutico estable.
E l segundo punto que debo precisar concierne al tipo de familias que
hemos estudiado. Se trata de familias con hijos de edades diferentes —niños,
adolescentes, adultos jóvenes- que presentaban trastornos mentales muy gra­
ves. Faltos de un término mejor, llamamos «psicóticos» a este tipo de tras­
tornos, y eEo para subrayar su gravedad. Bajo este mismo término hemos reu­
nido también a la mayoría de aquellos de nuestros sujetos que presentaban
un síndrome anoréxico y/o bulímico.
H acia finales de 1978, después de la publicación en diferentes idiomas
de Paradoxe et contre-paradoxe,1 los miembros de nuestro equipo se separa­
ron. L. Boscolo y G. Cecchin decidieron dedicarse a la enseñanza de la te­
rapia familiar. Quedamos sólo G. Prata y yo. En 1981 se unió a nosotros
M. Viaro, como asociado a la investigación; él desarrolló durante varios años
un importante estudio de los vídeos de nuestras sesiones. Precisamente a
finales de la década de 1970, los métodos terapéuticos llamados «parado-
jales» nos parecieron cada vez más decepcionantes. Junto a casos en los que
el éxito era asombroso —suscitando así nuestro entusiasmo—, había otros que
nos procuraban muy escasa satisfacción. Había también fracasos sumamen­
te penosos, y a menudo recaídas después de un éxito aparente. Nuestra
decepción no obedecía tan sólo a los resultados terapéuticos; era aún mayor
-debem os señalarlo- cuando comprendíamos que nuestros conocimientos
del sistema relacional en el interior de las familias a las que atendíamos no
efectuaban ningún progreso. Experimentábamos a veces el lastimoso senti­
miento de estar cultivando una ilusión. Con cada nueva familia nos lanzá­
bamos a la búsqueda de algo nuevo, pero en realidad siempre acabábamos
por hacer lo mismo. E ste sentimiento ya estaba presente en el primer equi­

1. Selvini Palazzoli M ., Boscolo L., Cecchin G ., Prata G., Paradoxe et contre-paradoxe,


París, E SF, 1978.
48 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

po, y nos había impulsado a mejorar la técnica de la entrevista. Pero como


esta técnica descansaba casi exclusivamente en lo verbal, pronto reveló sus
limitaciones. Con este tipo de familias la eficacia de los intercambios verba­
les se revelaba demasiado modesta en lo que concierne a la indispensable
adquisición de nuevos conocimientos. Se trataba, en efecto, de familias que
se hallaban en plena confusión y que nos sumían en ella. Se abandonaban
a juegos tortuosos, ocultos, engañosos, muy difíciles de despejar. En 1979,
cuando el equipo lo formábamos exclusivamente dos, G. Prata y yo, efec­
tuamos un viraje muy importante: en cierto modo, nuestro método de inves­
tigación pegó un vuelco.
Habíamos recibido a una familia con una chica anoréxica crónica que
había hecho varias tentativas de suicidio. Nos vimos llevados a administrar
a esta familia una serie de prescripciones que dieron inmediatamente resul­
tados extraordinarios. Ordenamos formalmente a los padres que en las sesio­
nes plenarias guardaran secreto sobre todo cuanto ocurría durante las sesiones
sucesivas. Después, cuando los padres aceptaron esta prescripción del secre­
to y dieron pruebas de su capacidad para observarla efectivamente, se les
comunicó otra serie de prescripciones. Debían comenzar a salir de su casa
por la noche, durante algunas horas, sin decir nada de antemano y negán­
dose amablemente a dar explicaciones a su regreso. Las «desapariciones»
debían proseguir a continuación y cobrar proporciones más importantes,
durar varios días y hasta semanas enteras. Fue entonces cuando se concretó
el viraje completo en nuestra investigación. Al dar esta serie de prescripcio­
nes, siempre la misma, salió a la luz un fenómeno inesperado. Mientras que
durante el período anterior, creyendo hacer cosas diferentes, hacíamos siem­
pre la misma, esta vez fue exactamente lo contrario. Al hacer siempre la mis­
ma cosa, hacíamos en realidad siempre cosas diferentes. Las prescripciones,
una tras la otra, eran siempre las mismas, pero las maneras de responder a
ellas y de reaccionar de los miembros de la familia eran diferentes, especí­
ficas y reveladoras. Nos aportaban, a través de las reacciones efectivas, valio­
sas informaciones sobre los aspectos más ocultos de la organización relacional
familiar. Poco a poco, un año de trabajo tras otro, todas estas informaciones,
es decir, todos los hechos reales observados, pudieron ser reunidas, evalua­
das y clasificadas. Pasaron a ser el fundamento de nuestra capacidad para
diagnosticar cada caso y para hacer previsiones. Todos los fenómenos que
observamos quedaron reunidos en la segunda parte de nuestro libro L esjeu x
psychotiqu es dans la fa m ille ,2 parte que lleva el título de «E l recurso siste­
m ático a la prescripción y la emergencia de fenómenos repetitivos».
Designamos dos de estos fenómenos, los más importantes, con los términos
de «embrollo relacional» e «instigación»:

•Embrollo relacional: uno de los padres finge tener una relación privile­
giada con un hijo o una hija. Esta relación privilegiada no es auténtica; se tra­

2. Selvini Palazzoli, M ., Cirillo, S., Selvini, M ., Sorrentino, A., Family games, general
models ofpsychotic processes in the fam ily, Nueva York, Norton, 1989.
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 49

ta de un seudoprivilegio, pues en realidad este progenitor apunta a su cón­


yuge. Su comportamiento para con el hijo es tan sólo un movimiento dicta­
do por el juego que mantienen los dos esposos entre sí.
•Instigación: uno de los padres se presenta habitualmente ante el hijo, en
niveles no verbales, como víctima impotente de los comportamientos del otro
progenitor.

¿Qué producto resultó de la investigación con las prescripciones invaria­


bles? E l de provocar hechos repetitivos que ensancharon enormemente nues­
tros conocimientos sobre la organización de las relaciones entre los miembros
de familias con pacientes psicóticos. Lo que observamos en estas familias son,
hablando con propiedad, procesos interactivos que poseen un carácter pató­
geno debido esencialmente a su condición de transgeneracionales.
Lo que se imponía con evidencia, causándonos una fuerte impresión,
era la intensidad del malestar relacional que afligía a la pareja parental, males­
tar tanto más doloroso cuanto que era disimulado, disfrazado y, con frecuencia,
negado. Remontándonos en el tiempo, descubrimos la evolución de la rela­
ción entre los dos padres. Reveló hallarse dominada por la voluntad de éstos
de negar los problemas que dicha relación les planteaba. Y ello sin que pudie­
sen impedir una suerte de desembocadura indirecta en la elaboración de un
juego entre ellos dos; designamos este juego sin salida mediante una expre­
sión tomada del ajedrez: «ahogado de la pareja».* Así pues, el embrollo rela­
cional y la instigación no son más que maniobras transgeneracionales pues­
tas en práctica por uno de los padres para servirse de un hijo o una hija, de
manera inconsciente, como instrumento contra el otro progenitor. Si este jue­
go interactivo consigue no desbordar los límites de un simple juego de pare­
ja, no producirá ningún trastorno mental en los niños. Los trastornos surgen
cuando el niño es atraído al juego de sus padres y se deja implicar en él has­
ta el punto de dejarle invadir todo su universo afectivo y cognitivo. Sin embar­
go, cuando se verifican ciertos acontecimientos significativos en los que se
manifiestan algunas conductas reveladoras de la realidad, el niño compren­
de dolorosamente que todas las certezas sobre las que había edificado su uni­
verso afectivo y cognitivo eran completamente falsas. Entonces sobreviene
en él, bruscamente, el estallido de los síntomas.
Nueve años de estudio en este terreno nos permitieron puntuar el juego
transgeneracional a partir de la pareja parental. Es esta pareja lo que elegi­
mos, arbitrariamente, como la raíz de un proceso interactivo familiar, es decir,
de un juego que desemboca en los comportamientos inaceptables del niño.
Pudimos reconstruir este proceso interactivo apelando a modelos, esquemas
diacrónicos en los que mostramos las etapas sucesivas de esta evolución. Al

* E n el original, pat du couple. E l término tomado del ajedrez es pat, y la operación se


designa en castellano por «dar mate ahogado», que el Diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española define como «estrechar al rey sin darle jaque, de manera que no ten­
ga donde moverse». E n sentido figurado y familiar: querer las cosas al punto, inmediata­
mente, y sin dejar tomar acuerdo. [N. del t.J
50 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

estudiar los fenómenos repetitivos que aparecen en todas las familias con hijos
psicóticos, nos fue posible construir estos modelos generales, indispensa­
bles para elaborar en cada caso una estrategia terapéutica eficaz. Estos mode­
los, en efecto, aun dejando mucho espacio a los errores, nos permiten no ir
desencaminados, no dejarnos engañar por variables particulares que apare­
cen, pero que no son decisivas. Los modelos son necesarios para reconstruir
adecuadamente la evolución patógena del proceso interactivo familiar hasta
el momento crítico del estallido de los síntomas en el niño.
Llego, por último, al corazón del problema: ¿qué progreso, modesto pero
interesante, ha significado esta investigación? Señalaré algunos aspectos del
mismo, que podremos discutir pero que para nosotros tienen mucha impor­
tancia. Creemos que ha madurado el tiempo de ir más allá del modelo sisté-
mico. Este modelo ha dado lugar a muchas tautologías; se ha convertido en
una trampa que ya no permite ningún progreso clínico. Se trata ciertamente
de un modelo que nos ha ayudado mucho a liberarnos de los condiciona­
mientos de la causalidad lineal, pero, en la actualidad, las propias razones que
nos impulsaron a adoptarlo nos obligan a dejarlo detrás de nosotros, y avanzar.
La metáfora del juego adoptada por nuestro equipo nos ha proporcio­
nado una gran ventaja. Nos ha obligado, para comprender bien el juego, a
distinguir los movimientos de cada uno de los jugadores y a verificar la impor­
tancia jerárquica de la posición de cada uno de ellos. Al estudiar una fami­
lia con un hijo psicótico, tenemos que considerar a los dos padres como
sujetos que, habiendo tenido cada uno de ellos experiencias y aprendizajes
diferentes, eligen fines diferentes y se sirven de estrategias personales dife­
rentes que introducen en su juego relacional de pareja. Sin esta distin­
ción, caemos fatalmente en una concepción mutilante, en una concepción
«diádica» padres/hijos. Los hechos que observamos exigen en realidad una
concepción «triádica»: padre/madre/hijo ; ésta introduce elementos de com­
plejidad indispensables. La visión diádica padres/hijos no puede conducir
más que a la ineficacia terapéutica. El recurso a la metáfora del juego nos
ha enseñado a referir siempre los movimientos de uno de los padres hacia
el hijo vuelto psicótico, al juego que este mismo padre ha jugado y está jugan­
do con su cónyuge. Por desgracia, todavía es muy frecuente leer trabajos
en los que la referencia se hace globalmente a los padres. Para progresar en
nuestros conocim ientos nos parece necesario trabajar larga y humilde­
mente sobre fenómenos clínicos particulares bien determinados y bien reco­
nocibles. En nuestra opinión, muchas escuelas de psicoterapia familiar mues­
tran tendencia a hacer del modelo sistémico una ideología a la que se cultiva
y exalta por sí misma y, por consiguiente, pierden el sólido anclaje en hechos
identificables y en objetivos clínicos bien precisados. Estas escuelas conti­
núan reflexionando estérilmente sobre sí mismas, sobre su estilo de traba­
jo o sobre problemas de orden epistemológico. Por el contrario, estamos
convencidos de que todo progreso clínico, y en general todo progreso en
nuestros conocimientos dentro del terreno familiar, no puede realizarse sino
partiendo de un programa bien estudiado de operaciones que cumplimos
con una finalidad terapéutica, para resolver problemas clínicos específicos
bien identificados.
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 51

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LA TRAN SFORM ACIÓN
D E L O S RELATOS E N TERAPIA

Carlos Sluzki

Lo que voy a presentarles será un breve resumen de mis recientes tenta­


tivas de responder a la pregunta: ¿qué ámbitos privilegiados y qué nuevas
direcciones con vistas a un cambio semántico constituyen el núcleo de las
microprácticas transformadoras que llamamos terapia?

I ntroducción
Los terapeutas sistémicos, influidos por el constructivismo, operan con
ciertas ideas bien específicas: primeramente, la historia contada por las fami­
lias expresa las restricciones que contribuyen a mantener la razón por la que
consultan; la razón de la consulta forma parte de la historia, de manera recur­
siva; en segundo lugar, la terapia procura facilitar, a través de la conversación
terapéutica, la producción de una historia diferente por parte de la familia. Las
nuevas historias, preferidas por el terapeuta, pueden ser simplemente
una nueva combinación de los elementos de una historia precedente o pue­
den comprender nuevos elementos pero, sea como fuere, muestran una «for­
ma m ejor»: la nueva historia contiene dimensiones éticas, afectivas o cogni-
tivas que abren una gama de corolarios a comportamientos alternativos. Dicho
de otra manera, estas nuevas historias, contrariamente a las primeras, no supo­
nen como corolario forzoso el mantenimiento de una conducta sintomática
o problemática. Así pues, la terapia es ayudar al individuo o a la familia a trans­
formar su historia colectiva o individual. E l «cóm o» específico depende de la
adecuación entre el estilo y la forma de la historia original contada por la fami­
lia y las idiosincrasias y preferencias del terapeuta (que Mony Elkaim deno­
mina, con acierto, singularidades del terapeuta). E l proceso de transformación
de una historia abarca todo el tiempo de una conversación terapéutica; se
ve favorecido por una serie de actitudes por parte del terapeuta, como las aso­
ciaciones reflexivas, las preguntas lineales o circulares, los señalamientos y las
observaciones. Así pues, lo que me interesa es formalizar este procedimien­
to transformador, describir los ám bitos sem ánticos en los que e l cam bio resulta
fav orecid o p o r e l terapeuta, tanto como las orientaciones preferidas por éste
para dichas transformaciones. Quisiera presentarles una sistematización pre­
liminar de los parámetros o ejes de la historia suministrada por el paciente o
la familia, que el terapeuta puede intentar transformar en el transcurso de un
procedimiento terapéutico. En mi opinión, este nivel de análisis tiene impor­
tantes implicaciones en el terreno de la investigación y la enseñanza.
54 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

E n la conversación terapéutica, nuestro propósito fundamental es favo­


recer una transformación - o la consolidación de una transformación- en la
naturaleza de la historia y/o una transformación en la manera en que la histo­
ria es contada. Cada uno de estos dos dominios, que están íntimamente liga­
dos, pueden ser sistematizados además de acuerdo con ciertos ejes semánti­
cos o narrativos.

T ransformaciones en la naturaleza de la historia

Cuando intentamos cambiar la naturaleza de una historia, podemos intro­


ducir cambios en la dimensión o el eje del TIEM PO . Podemos hacerlo favo­
reciendo el desplazamiento de una historia estática a una historia dinám ica,
de una descripción que no muestra ninguna fluctuación a una que sí la pre-
Vsenta. Cuando una historia contiene rasgos que son definidos como regulares
o universales (tal vez un síntoma, o un conflicto), podemos explorar qué excep­
ciones existen a esa regla. «Siempre nos peleamos.» «¿Siempre? ¿No hay algu­
na ocasión en que no se peleen? Cuéntenme lo que pasa cuando no se pe­
lean.» Podemos también transformar los sustantivos en verbos, obrar de tal
modo que una historia en la que las cosas o los individuos aparecen defini­
dos de manera estática, se transforme en una descripción de actos. Así pues,
si la descripción está centrada en rasgos relativos a situaciones o en una atri­
bución fija, el terapeuta puede preguntará «¿Q ué conductas de ese individuo
o qué secuencias de ese suceso contienen este atributo?». Por último, tam­
bién podemos jugar con el tiempo, favoreciendo la transformación de un rela­
to ahistórico en relato histórico, es decir, de una historia desprovista de tem­
poralidad y contexto en una historia poseedora de un comienzo y un desarrollo.
D e esta manera, cuando un individuo describe un acontecimiento desprendi­
do de su contexto, el terapeuta puede preguntar: «¿En qué circunstancias?»,
o: «¿Cuándo empezó eso?», o: «¿Por qué ha decidido usted consultar ahora?».
Una variante de este cambio puede describirse como centrada en el eje
ESPA CIO : una historia puede ser transferida de una descripción no contex­
tu al a una descripción contextual, gracias a preguntas o señalamientos que
podrían agregar un guión a la historia: «¿En qué circunstancias sucede eso?
(o ¿eso cesa o cambia?)».
Podemos favorecer una transformación en el campo de la CAUSALIDAD
pasando de los orígenes a los efectos: partiendo de una historia centrada alre­
dedor de causas u orígenes, se pasa a una historia en la cual está incluido un
efecto continuo colectivo. También podemos desplazar la causalidad de las
intenciones a los efectos: modificar una historia que se caracteriza por la atri­
bución de intenciones a las personas en una situación (histórica) dada, para
insistir sobre los efectos de esos comportamientos o situaciones. D e esta mane­
ra, cuando un paciente describe el estado interior de otro individuo, por ejem­
plo atribuyéndole determinada intención o determinada motivación, el tera­
peuta puede decir: «Sin preocuparse por la intención vigente, ¿cuál ha sido
el efecto de esa conducta sobre usted?». Lo mismo que con otras categorías,
podemos, por supuesto, saltar de los efectos a las intenciones, en un movi­
miento inverso.
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 55

Además del tiempp, el espacio y la causalidad, podemos mencionar tam­


bién la IN TER A C C IÓ N entre los caracteres.
Asimismo, podemos favorecer una transformación de los conflictos d e sín­
tomas. Si alguien habla de síntomas, el terapeuta puede preguntar: «¿Cuál es
el efecto de este comportamiento sobre los demás?».
Con este objetivo, podemos favorecer una transformación d e los atribu­
tos interpersonales de m odelos com portam entales. Podemos cambiar una histo­
ria basada en una persona en una historia basada en los procedimientos entre
dos individuos o más. De esta manera, podemos partir de una descripción de
los atributos que conciernen a los individuos a descripciones de interaccio­
nes tipo. Por ejemplo, cuando una persona habla de las características de un
individuo -« e s mezquino»—, el terapeuta puede preguntar: «¿Q ué conduc­
tas específicas de este individuo lo llevan a atribuirle ese calificativo? ¿Mezquino
con quién, dónde y cuándo? ¿Y qué comportamiento de los demás puede
provocar esta reacción?». Finalmente, podemos introducir la interacción entre
los caracteres favoreciendo un deslizamiento d e roles a reglas-, partiendo de
descripciones que ponen etiquetas a las personas, se pasa a una historia que
habla de los roles que juegan en la interacción. Por ejemplo, si una historia
contiene una caracterización de individuos en términos de rol (opresor, domi­
nante, sometido, inoportuno, protector, chivo expiatorio,,etc.), el terapeuta
puede preguntar: «¿Con quién se comporta así esa persona?», o: «¿Quién
contribuye a esta definición?».
Como he mencionado anteriormente, además de transformaciones en la
naturaleza de una historia podemos favorecer cambios en la manera de con­
tar la historia.

T ransformaciones en la manera de contar la historia

Al contar la historia, podemos optar por una transformación d el estado pasi­


vo a l estado activo-, de una historia en la cual el narrador es objeto y los otros,
sujetos, a una historia en la cual el narrador es el agente, y carga, por tanto,
con alguna responsabilidad. Hacemos esto cuando planteamos la siguiente
pregunta: «¿Qué hizo usted con eso?». Podríamos también favorecer un cam­
bio de historias con interpretaciones a historias con descripciones-, de historias
que contienen ideas sobre las interpretaciones ocultas de los acontecimien­
tos, a descripciones que relatan estos acontecimientos. Si el narrador se con­
centra o focaliza en suposiciones, atribuciones o ideas recibidas en torno de
un acontecim iento, el terapeuta puede preguntar: «¿Podría contarme lo
que pasó realmente, como si se tratara de una película?». Por último, pode­
mos también favorecer una transformación de la incom petencia en com peten-
cia: de una descripción que defina al narrador o la familia (tal vez un porta­
dor de síntomas o un portador de problemas) como un incapaz, a una
descripción en la cual se valoriza la competencia. Si un narrador describe
un suceso al cual reacciona de manera sintomática, el terapeuta puede pre­
guntar: «¿Existen circunstancias en las cuales usted no reacciona de esa mane­
ra?», y luego: «¿Qué hizo para no reaccionar de esa manera? ¿Qué hizo usted
que estaba bien?».
56 INTERCAMBIOS CLÍN ICO S

C onclusión
Cada una de estas transformaciones define un eje o un parámetro para
la organización de una historia (por ejemplo, el eje estátíco-dinámico, o des-
criptivo-interpretativo). Estas transformaciones de una historia pueden ver­
se favorecidas por el desplazamiento de una descripción hacia uno u otro polo
de un parámetro (por ejemplo, hacia una organización de la historia más está­
tica o dinámica, o hacia una manera de contar más interpretativa o descrip­
tiva). Así pues, incluso si las transformaciones descritas en este resumen no
favorecen más que lo que va en un determinado sentido, transformaciones
en el sentido opuesto pueden tener un similar poder de modificación del rela­
to y favorecer las alternativas.
D ebe apuntarse también que entre todos estos parámetros existe una rela­
ción recursiva. Cada uno puede abrir un camino hacia los demás. Optar por
una transformación en un relato, por ejemplo, puede conducir a un cambio
en la naturaleza del que cuenta la historia, y viceversa; favorecer una historia
más dinámica puede inducir un pasaje de síntomas molestos a conflictos via­
bles, o lo inverso, etcétera.
Este nivel de análisis tiene, en mi opinión, implicaciones capitales para la
formación y la investigación terapéuticas... pero esto será el objeto de futu­
ros artículos.

Referencias bibliográficas

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SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 57

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et d e Pratiques de Réseaux, n° 13, págs. 19-28, Toulouse, Privat, 1991.
ABANDONAR LA R E P E T IC IÓ N *

Paul W atzlawick

Quisiera hablarles de las predicciones que se verifican por sí mismas. Como


ya saben, la predicción de un suceso inminente, la convicción de que se pro­
ducirá, provoca la aparición de lo que se esperaba. La predicción del acon­
tecimiento conduce al acontecimiento predicho. Hasta la actualidad, las pre­
dicciones que se verifican por sí mismas han sido estudiadas en un contexto
de connotaciones peyorativas. Una de las versiones más divertidas fue un pro­
grama de televisión: hace muchos años, en Los Ángeles (yo no veo televisión,
por lo tanto no conozco el nombre del presentador), esta persona que todos
los domingos por la noche presentaba un programa de variedades, anunció
que habría una inminente escasez de papel higiénico. Consecuencia de esta
información: el lunes por la mañana, los espectadores corrieron a las tien­
das y compraron papel higiénico por cajas enteras, provocando de este modo*
la verdadera escasez que el presentador había vaticinado por pura diver­
sión. Esta situación nos enseña que, si es posible crear nuevas realidades dando
cierto sentido a acontecimientos actuales o inminentes, es muy probable que
haya aquí un potencial terapéutico enorme. E ste es uno de los puntos
que quería abordar.
M i segundo punto reside en el hecho de que yo mismo soy, más que
nunca, un terapeuta sistémico. A mi entender, apenas estamos comenzan­
do a entender las propiedades de las relaciones familiares. Los biólogos y
otros científicos que vienen de las ciencias naturales comprendieron esto
hace mucho tiempo; pero, en nuestro terreno, por lo común llevamos unos
treinta años de retraso, y en consecuencia sólo recientemente hemos com­
prendido que las relaciones familiares representan «más y otra cosa» que
las contribuciones específicas o los elementos que cada cual aporta a la
relación. Este fenómeno, que los biólogos llaman «cualidad emergente»,
es una G estalt: es otra cosa y representa más que la simple definición o
suma de elementos particulares. Por ejemplo, Mara Selvini ha trabajado
sobre lo que ella denomina «invariante», o «prescripción invariable». Esto
puede parecer una horrorosa hipersimplificación; en realidad, genera impor­
tantísimas tomas de conciencia a nivel del funcionamiento de un sistema
particular.
Un ejemplo muy sencillo de cualidad emergente sería lo que se obtiene
cuando dos átomos de hidrógeno y un átomo de oxígeno entran en cierto tipo

* E l título de este trabajo es del director de la compilación.


60 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

de relación. El resultado es algo cuyas propiedades ya no se reducen sim­


plemente a las del hidrógeno o del oxígeno. E l agua, H20 , es «más y otra
cosa» que los dos elementos que la constituyen. Ésto es sobre todo impor­
tante en nuestro trabajo, porque los conflictos humanos muestran residir pre­
cisam ente en la dificultad o la ceguera de los individuos para tomar con­
ciencia de esta cualidad emergente en sus relaciones.
Si habláramos solamente de las relaciones duales, encontraríamos que la
cualidad emergente representa algo suprapersonal, que parece estar por enci­
ma, ser «más y otra cosa» que lo que dos personas pueden aportar en sus rela­
ciones. Si lo suprapersonal, este tertium que, según Aristóteles, no se adquie­
re, es de una naturaleza confortable, positiva, buena y amable, entonces, por
supuesto, ésta es mi contribución a la relación. Si en cambio es una cosa desa­
gradable, negativa, etc., entonces es la contribución de mi compañero. Ya lo
he dicho, tenemos gran dificultad para comenzar siquiera a pensar en tér­
minos de cualidades emergentes y de sus aspectos suprapersonales.
Un último punto: si empezamos a observar estos sistemas, rápidamente
nos veremos superados, desde luego, no simplemente por la extraordinaria
cualidad de los fenómenos de emergencias sino también por sus cantidades.
La complejidad que debemos enfrentar es de tal dimensión que fácilmente
conduce a una estrategia de resolución de problemas condenada de antema­
no al fracaso, especialmente a causa de la idea según la cual, cuando tenemos
delante una gran complejidad, nuestra estrategia debe ser al menos de una
complejidad equivalente, mientras que esto es casi imposible de realizar. Este
es uno de los errores más frecuentes y origen de fracasos para los terapeutas
que se confrontan con una complejidad de esa índole. En este aspecto, mucho
pueden enseñarnos los investigadores que han estudiado sistemas fuera del
contexto clínico y terapéutico. Por ejemplo, Stafford Beer, investigador en
cibernética, ha definido en algunos trabajos fundamentales el importante con­
cepto de «restrictor de variaciones». Se designan así las estrategias supues­
tamente encargadas en principio de reducir la enorme complejidad de los sis­
temas a proporciones administrables, sin violentar los sistemas en sí. Mis
colegas y yo mismo estamos cada vez más convencidos de que la solución
intentada hasta entonces por el sistema para resolver las dificultades, es la
misma que mantiene la dificultad y la exacerba. Freud ya había tomado con­
ciencia de esto, pero lo consideró meramente en el campo individual y. lo
llamó compulsión de repetición. En nuestro proceder, nos preguntamos: ¿qué
han hecho estas personas hasta ahora para cambiar o mejorar la dificultad de
la que se quejan? Esto quizá nos permita descubrir una estrategia mejor, más
rápida y útil para ayudar a este sistema concreto.
Así pues, durante la primera entrevista preguntamos: «¿Q ué soluciones
ha intentado usted hasta ahora?», «¿Cómo ha procurado mejorar las cosas?»,
y sobre todo: «¿Qué tipo de consejo ha recibido de su medio circundante?».
Después de lo cual sabemos dos cosas: primero, lo que nosotros mismos
no debemos hacer y, segundo, tenemos una idea bastante clara de los puntos
sobre los cuales debemos poner el acento en nuestras intervenciones, que son,
por supuesto, activas. Ellas tratan de bloquear la solución intentada o, mejor
aún, de reemplazarla por otras estrategias.
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 61

R eferencias bibliográficas

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que», en Rey, Y , Prieur, B., Systémes, éthique, perspectives en thérapie fam i­
lia le, París, ESF, 1990.
s
SISTEM AS TERA PÉU TIC O S Y TERAPEUTAS*

G ianfranco Cecchin

La terapia sistémica es siempre y al mismo tiempo investigación. Es esto


lo que mantiene viva la terapia sistémica porque, cada vez que atendemos
una familia, inauguramos una investigación: ¿qué sucede en esta familia?
¿Cuáles son las mejores hipótesis? ¿Qué tipos de tratamiento podemos ins­
taurar?
Es fascinante: cada vez que hallamos una solución, muy a menudo —como
lo ha dicho ya Watzlawick—esta solución se convierte en nuestro problema.
Pues hay un momento en que encontramos la buena hipótesis y después, en
el caso siguiente, esta hipótesis ya no funciona tan bien. Entonces debemos
iniciar una investigación nueva. Resultaba, así, desmoralizadora hasta la intro­
ducción de un pequeño cambio, decidiendo que la no existencia de hipóte­
sis correcta es algo de lo que podemos sacar el mejor provecho. Ya no cons­
tituye una dificultad; pasa a ser una carta de triunfo. El hecho de no tener
hipótesis mantiene al terapeuta vivo, con curiosidad hacia la persona o la fami­
lia que acude a él. Nunca sabemos realmente lo que pasa; siempre hay algo
que ignoramos. El hecho de no saber hace que nuestro deseo y nuestro impul­
so de continuar buscando y encontrando lo nuevo permanezca intacto.
Otro cuerpo de investigación interesante es en la actualidad, después de
todas las discusiones alrededor del constructivismo, el que ilustran los traba­
jos de H . von Foerster y Maturana. Es esto lo que me interesa hoy en día: lo
que sucede en el espíritu del terapeuta cuando él o ella están frente a la fami­
lia o ante un problema. Hablamos de lo que sucede en la familia, ahora vea­
mos lo que sucede en la mente del terapeuta. Aparecen muchas cosas inte­
resantes, como el hecho de que el terapeuta no puede dejar de reaccionar
ante una familia y de que su reacción puede ser absolutamente interesante.
Por ejemplo, un terapeuta puede reaccionar sintiéndose inmediatajnente
útil: ante un paciente que se declara desamparado, el terapeuta se vuelve útil.
Con gran frecuencia sabemos que esta utilidad pasa a constituir su problema:
cuanto más útil se vuelve, más desamparados están la familia o el paciente,
después de lo cual viene la escalada y ésta pasa a ser un problema en el sis­
tema terapeuta-familia.
Otros terapeutas reaccionan haciéndose profesores; por ejemplo, ante una
familia totalmente desorganizada, muchos ceden a la tentación de decirle a
la gente lo que tiene que hacer, de enseñarles cómo comportarse, cómo ser

* E ste título es del director de la compilación.


64 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

una pareja, cómo ser hijos, cómo ser padres. Dan muchas ideas a propósito
del «cómo hacer». De nuevo puede surgir un problema: cuanto más hace el
terapeuta de buen profesor, menos aprenden los pacientes, después de lo cual
nos descubrimos atrapados en una terapia interminable.
O tra tentación muy difundida es tratar de controlar a la gente: «Yo
soy el terapeuta, yo controlo lo que ocurre, yo quiero saber lo que ocurre, soy
yo el que dirige el debate». Cuando ustedes dirigen el debate o la conversa­
ción, y tienen enfrente personas a las que les gusta que las dirijan, la situación
de éstas mejorará durante todo el tiempo en que estén bajo su control.
Otra tentación muy difundida: proteger a la gente. Los vemos tan desor­
ganizados, tan infelices, tan desamparados, que nuestro primer impulso es
decir: «Por favor, pónganse bajo mi amparo, yo me ocuparé de ustedes». Muy
a menudo obtenemos los mismos resultados desastrosos.
Otra cosa común, y no hablaré más que de algunas de estas situaciones,
es el anhelo de castigar al paciente. Ciertas personas se portan tan mal que
nuestro deseo es decir: «Ahora quiero darle una lección». Una vez más, se
pueden tener resultados negativos.
E n nuestros cursos de formación, los problemas han aparecido rápida­
mente; reconocemos esos tipos de reacción que tienen los terapeutas y comen­
zamos a decir a los alumnos: «¿No creen ustedes que se han vuelto ahora
demasiado útiles? ¿No creen que el hecho de ser tan útiles crea un proble­
ma? ¿No piensan que detestan demasiado a estos padres y que eso va a crear
un problema? ¿No piensan que quieren controlar demasiado?». Y otros comen­
tarios. Y de pronto comprendimos que estábamos teniendo con el estudian­
te exactamente la misma actitud que la que le decíamos que no tuviera con
la familia: enseñarles cómo ser distintos de lo que son.
Decíamos: «Pienso que están demasiado comprometidos, les gusta dema­
siado el padre, no les gusta la madre. ¿Pueden cambiar de opinión?». O bien:
«E s usted demasiado amable con la hija. Debería ser amable con otro». Y
entonces terminamos cayendo en la misma trampa: cuanto más hablábamos
así al estudiante, menos aprendía éste. Entonces, la cuestión era: ¿cómo podía­
mos superar este problema?
Lo que nos ayudó a salir del atolladero fue ir del contenido al proceso. En
lugar de decir al estudiante: «Cambie de actitud» o «Sea neutro, no sea tan
servicial», ¿por qué no utilizar la reacción del terapeuta y volverla terapéuti­
ca? Ahora practicamos este tipo de ejercicio: el terapeuta viene a la sesión y
nosotros le decimos: «Anda, quédate un cuarto de hora, unos diez minutos,
haz lo que quieras, no apliques ninguna técnica, no intentes seguir lo que
intentamos enseñarte, compórtate con la mayor espontaneidad posible. Sé
espontáneo (una paradoja). Si tienes ganas de enfadarte con la familia, enfá­
date. Si tienes ganas de quererlos demasiado, quiérelos; haz todo lo que ten­
gas ganas de hacer; todo lo que tengas ganas de hacer dentro de los límites
de una conducta civilizada, hazlo. Luego, después de unos quince minutos,
vuelve y lo hablaremos».
Después haremos preguntas como: «¿Cuál ha sido tu reacción ante esa
fam ilia? ¿Qué ha hecho la familia para que te sientas así?». Tenemos un
grupo de observación que examina este tipo de reacciones, que lo observa e
SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 65

intenta analizarlo o describirlo como reacción del terapeuta al comportamiento


de la familia. Así pues, ante determinada familia, determinada persona se vuel­
ve útil, ante otra familia esta misma persona se vuelve punitiva. ¿Cómo pode­
mos utilizar esta reacción para llevarla de nuevo a la conversación terapéuti­
ca? Después de un tiempo, hemos encontrado una solución.
Por ejemplo, en un caso, un terapeuta regresó a la sesión y dijo: «Mire,
ante una familia como la suya tengo ganas de enseñarle, yo mismo no pue­
do ayudarlo, debo enseñarle cómo ser un padre. Usted es un padre tan impo­
tente que no puedo evitar tratar de ayudarlo a ser un padre. Sin embargo, mis
colegas me dicen que ceder a esta tentación no va a ser muy útil. Así que aquí
estoy, metido en un dilema: ¿debo seguir mi instinto o seguir las ideas de mi
supervisor? Pero he hallado una solución de compromiso: voy a enseñarle
cómo ser un buen padre durante dos meses: tengo el permiso de mi super­
visor de hacerlo durante dos meses, no más, y después, cada tanto, ellos veri­
ficarán mi reacción y lo que sucede. Piensan que esto no ayudará mucho». El
terapeuta comienza entonces a pensar, en un metanivel, lo que le ocurre en
relación con esa familia.
Hubo un día una sesión interesante. Se trataba de un matrimonio de padres
mayores que tenían dos hijas: una anoréxica y cuyo estado mejoraba; y otra
que estaba ausente ese día. La joven terapeuta preguntó a los padres: «¿Qué
van a hacer ahora que su hija está quizá volviéndose más independiente?
¿Tienen ideas sobre lo que quieren hacer?».
Y los padres dijeron, por boca del marido: «Esto es muy difícil para noso­
tros. Durante toda nuestra vida no hemos sido otra cosa que padres, nunca
nos hemos comportado como una pareja. No sé qué decirle a mi esposa.
Cuando vuelvo a casa, no hago más que leer el diario. No me gusta hablar­
le». Y la mujer, dijo: «¿Yo, salir con él, con este hombre? ¿Qué puedo hacer
yo con él?».
Sin embargo, después de un tiempo, empezaron a decir: «Tenemos la inten­
ción de viajar, ahora, tal vez dentro de dos semanas, quizá pasemos un fin de
semana juntos. También hemos ido algunas veces juntos al cine; hemos comen­
zado a aceptarnos más fácilmente el uno al otro». La terapeuta tuvo enton­
ces una curiosa reacción; les respondió: «N o les creo, no pienso que pue­
dan hacerlo. No lo han hecho nunca antes. ¿Creen que serán capaces de hacer
algo más interesante juntos en el futuro?».
Cada vez que el matrimonio hablaba de un progreso en su tentativa de
estar juntos, la terapeuta los desalentaba y les decía: «No les creo». Después,
dejó la sesión y le preguntamos: «¿Q ué siente usted con respecto a esta
sesión?». Me dijo: «Pienso que mienten; tratan de engañarme. En realidad
no abandonarán nunca a su hija. No tienen nada que hacer juntos, no pue­
den hacer nada», y continuó diciendo cosas del mismo tipo. Después pedi­
mos comentarios al grupo de observación y uno dijo: «Creo que la terapeu­
ta se comporta exactamente como una de las hijas. Cada vez que los padres
intentan estar juntos, ella se interpone. Esto es lo que las hijas han hecho
durante toda su vida».
Súbitamente la terapeuta abrió los ojos y dijo: «Ahora comprendo». Fue
como un choque. Dijo: «Esta es la manera en que sentía las cosas en mi inte­
66 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

rior. Ahora que usted me lo dice me doy cuenta de que sentía las cosas así.
E n esos momentos no era consciente, pero ahora me parece totalmente cla­
ro. Ahora volveré y les diré algo. Discúlpenme, ahora me voy, me ocuparé
de esta situación». Abandonó la sala y desapareció durante unos minutos,
mientras nosotros esperábamos que volviese a la sesión.
Volvió a reunirse con la familia y les dijo: «Miren, he hablado con mis cole­
gas durante algunos minutos y mi supervisor me ha reñido porque he inter­
venido en su tentativa de encontrar una manera de vivir sin sus hijas. Lo sé:
yo soy también una hija de padres como ustedes y tengo muchas dificultades
para no mezclarme. Por lo tanto, ahora interrumpiremos la sesión. Vuelvan
dentro de un mes. Espero curarme de mi intención de mezclarme en su ten­
tativa de estar en pareja. E s más fuerte que yo. Interrumpamos la sesión aho­
ra porque, si seguimos, será peor». Se levantó; los dos padres se levantaron;
sonreían, la estrecharon en sus brazos casi como si fuera realmente hija suya,
estaban muy felices; después dijeron: «¿Podría, por favor, dar nuestros salu­
dos a las personas que están detrás del espejo? Volveremos el mes que viene».
Éste fue un breve ejemplo de la manera de utilizar las reacciones del tera­
peuta y de reorientarlas hacia la familia. Cuando ustedes crean un cambio
—esto es lo que pasó en este caso- la pareja se siente mejor, la terapeuta pudo
utilizar sus propias reacciones ante la familia presente y lo mismo el supervi­
sor; en apariencia, comprendieron la estructura subyacente. E n cierto modo
había un sentimiento general de felicidad y cambio.

Referencias bibliográficas

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Thérapie Fam iliale et de Pratiques d e Réseaux, n° 8, págs. 51 -52, Toulouse,
Privat, 1988.
NOTAS SOBRE LA AUTORREFERENCIA
Y LA TERAPIA FAMILIAR
Mony E lkaim

Voy a empezar por una historia, como de costumbre. Acabo de regresar


del extranjero, donde he dado un seminario. Una alumna propuso a la super­
visión la situación siguiente: «Formo parte de un equipo en un centro de salud
mental. Mis colegas se ocupan de sus pacientes de punta a punta. Los ven
desde el principio hasta el final de la psicoterapia. Por mi parte, veo a los
pacientes durante algunas sesiones y luego los envío a alguno de mis colegas
para una terapia más larga». Los otros miembros del centro no parecen con­
formes con este método. La alumna que presenta la situación me dijo, en
inglés: « I don ’t belong» (yo no los sigo), refiriéndose a la reacción de sus cola­
boradores. En efecto, su comportamiento difería del de ellos. Durante la
supervisión, me enteré de que era la única integrante sana de una familia de
enfermos. Pertenecía a su familia y al mismo tiempo no le pertenecía.
Esta situación me impresionó. Ella pertenecía a su familia de origen sien­
do la hija sana en una familia de enfermos. E n su institución, pertenecía no
perteneciendo. Pertenecía, pues, cuando no pertenecía y no pertenecía cuan­
do pertenecía.
Se reconocerá aquí una situación muy cercana a la de la clase de las cla­
ses que no son miembros de ellas mismas, muy querida por Russell, salvo que
aquí la situación es diferente: en efecto, una clase es una clase, pero la hija no
és su familia, ni la terapeuta los miembros de su grupo. Esto no impide que
la paradójica situación de esta alumna posea una coherencia específica en un
contexto particular. En consecuencia, el aspecto importante ya no es pre­
guntarse si es de ellos o si no es de ellos, sino la posibilidad de serlo no sién­
dolo. Esta posición distinta, que hace de la paradoja algo no reductible a los
dos términos: «verdadero» o «falso», «ser de ellos» o «no ser de ellos», es
además la que defiende Francisco Varela en su notable artículo «A calculus
for self-reference» {Internacional Journal o f general Systems, 2, págs. 1-3,1975).
En la introducción que abre este artículo, Richard Howe y Heinz von Foerster
recuerdan que Whitehead y Russell, en sus Principia mathematica (2a ed., volu­
men 1, pág. 61, Cambridge University Press, 1925), después de haber des­
crito diferentes paradojas, entre ellas la del cretense que dice «Todos los cre­
tenses son mentirosos», y la de Russell de la clase de las clases que no son
miembros de sí mismas, escriben que todas estas situaciones presentan una
característica común que puede ser llamada autorreferencia. Howe y Von
Foerster consideran entonces que, en la teoría de los tipos lógicos, el hecho
de que las propiedades del observador no deban entrar en la descripción de
68 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

sus observaciones se convierte en una proposición implícita de importancia.


Ahora bien, a nosotros, los terapeutas familiares, la teoría de los tipos lógicos
nos ha permitido afrontar las situaciones de psicoterapia evitando tener que
afrontar los problemas de la autorreferencía. La teoría de los tipos lógicos ha
permitido no quedar confrontado con el hecho de que el observador no es
separable del sistema observado. Gracias a ella evitamos crear instrumentos
como los que debieron crear los analistas al hablar de contratransferencia o
de transferencia.
¿Nos hallamos entonces ante dos imposibilidades? O bien continuamos
afirmando que las propiedades del observador son distintas de la del sistema
humano en el que participa, lo cual es insostenible, o bien describimos las
propiedades de alguien sin poder diferenciar sus propiedades de las nuestras,
lo que significaría, por ejemplo, una invasión del paciente por el terapeuta.
E n mis artículos precedentes consagrados a las terapias de pareja, he insis­
tido sobre la diferencia entre el «programa oficial»: lo que uno de los miem­
bros de la pareja demanda conscientemente —por ejemplo, «ám am e»- y lo
que he llamado «construcción del mundo». La construcción del mundo es
una convicción profunda nacida a raíz de experiencias específicas que se han
extendido de una manera que podría sonar apresurada. Por ejemplo, si la per­
sona que reclama amor ha vivido de pequeña un grave abandono, puede temer,
si es amada, que se la abandone; demandará ser amada y al mismo tiempo
temerá serlo. Lo que ocurre frecuentemente en una pareja que incluye un
miembro de este tipo es que el otro se conduce de una manera tal que per­
mite al primero, desgarrado por estos dos niveles de expectativa, hacerlo res­
ponsable de no recibir amor: sufre «a causa» de él. Estar en pareja permite
pasar de una situación donde uno sería a la vez prisionero y carcelero si estu­
viese solo, a una situación donde uno ya no es sino prisionero del otro.
Cuando el terapeuta se encuentra con los miembros de una pareja, no
va a señalar todo lo que le muestran sino lo que configura sentido para él. En
los talleres pido a veces a los participantes que simulen una familia. Interrumpo
la simulación al cabo de unos segundos y pregunto a los asistentes qué han
visto. Lo que se ha visto difiere frecuentemente según las personas y suele
remitir a una sensibilidad particular del terapeuta hacia el acontecimiento por
él señalado. Se me podría replicar: «Esto és muy conocido, se trata de lo que
llaman proyección». Pero veamos en qué se vuelve interesante la situación:
descubrimos que lo que han señalado los asistentes es importante también
para la familia simulada. Así pues, parece que nace como sentimiento en un
terapeuta durante una terapia no solamente algo que está ligado a él sino ade­
más algo que está ligado también a los pacientes o a la familia que tiene frente
a sí. Lo que nace en el terapeuta está ligado a él pero no es reductible a él.
E n un trabajo titulado S i tu m ’dimes, ne m ’aim epas. A pproche systém ique et
psy ch oth érap ie* describí largamente situaciones en las que parece exteriori­
zarse una resonancia entre las construcciones del mundo de los miembros de
la familia y del terapeuta. Parecería que el sentimiento que nace en el tera-

París, Seuil, 1989.


SISTEMAS TERAPÉUTICOS, NARRACIONES Y RESONANCIAS 69

peuta no tiene solamente un sentido y una función en su economía personal,


sino también en la economía del sistema terapéutico donde este sentimien­
to aparece. Si el terapeuta se contenta con seguir los sentimientos que nacen
en él, sin analizarlos, corre el riesgo de reforzar las construcciones del mun­
do de los miembros de la familia, así como las suyas propias.
Propongo utilizar la autorreferencia como una carta de triunfo más bien
que como una desventaja. E l sentimiento que nace en el terapeuta puede ser
indicativo de una regla importante para el sistema terapéutico, él incluido. El
terapeuta deberá analizar primero la utilidad de lo que siente con relación a
su propia historia, antes de verificar su pertenencia con respecto a las reglas
del sistema familiar con que tiene que vérselas. Si resulta que lo que el tera­
peuta ha vivido es importante también para los miembros de la familia, des­
cubre entonces el puente único y singular que lo liga a esta familia en este
momento preciso de la psicoterapia. Ppr supuesto, este puente es distinto
para cada terapeuta y para cada sistema terapéutico. El hecho de que el ele­
mento señalado sea importante para el terapeuta tanto como para el pacien­
te, no significa que la terapia corra peligro de bloquearse en la confirmación
mutua de las construcciones del mundo de los diversos miembros de la pareja.
E n efecto, aun si el elemento «no poder creer que uno pueda ser elegi­
do», «no poder creer que uno pueda satisfacer», «temer ser amado», etc.,
puede ser común al terapeuta y a los pacientes, las circunstancias históricas
para cada cual son completamente diferentes.
Por otra parte, el terapeuta reconocerá frecuentemente temas que han sido
importantes para él en un momento de su historia, pero que hoy lo son mucho
menos.
E l trabajo de psicoterapia consistirá entonces en ayudar a los miembros
del sistema terapéutico a ser menos prisioneros de las construcciones del mun­
do que impiden que ese sistema evolucione. Lo importante para mí no es tan­
to la escuela a la que pertenece el terapeuta, como la utilización que puede
hacer de ese puente único y singular entre cada paciente y él.
Descubrimos con suma rapidez que la resonancia que nace entre el tera­
peuta y los miembros del sistema terapéutico no está ligada únicamente a la
historia del terapeuta y a la historia de los miembros de la familia. Se demues­
tra que estos elementos comunes al terapeuta y a la familia conciernen igual­
mente a los otros sistemas en juego, se trate de la institución en que se atiende
a la familia, del grupo de supervisión o de otros sistemas sociales. A partir
de este momento, la transferencia, así como la contratransferencia, no apa­
recen ya sino como los elementos visibles de un iceberg mucho más impor­
tante: la resonancia. Ésta, transversalmente, afecta a diversos sistemas en pre­
sencia, sin ser una reproducción de la misma regla de sistema en sistema.
70 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

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3. ESTABILIDAD Y C O N TEX TO TERA PÉU TIC O
¿HACIA Q U É ESTRATEGIAS?

Peggy Penn abre esta sesión recalcando la im portancia de tener en cuenta la


identidad sexual en terapia fam iliar. Se inscribe a sí en un m ovim iento terapéuti­
co qu e no para de crecer en los Estado^ U nidos (Goldner, M yerA vis, Rampage,
Cárter, Papp, Silverstein, Walter, etc.). D escribe la riqueza terapéutica qu e surge
cuando en e l corazón d e la práctica clínica se sitúa la identidad sexual. Su énfasis
en la cibernética de segundo orden indica e l im pacto d e los recientes desarrollos
d el constructivismo sobre e l m ovim iento fem in ista en terapia fam iliar.
L uigi B oscolo propone un m odelo de form ación qu e pon e e l acento en las pre­
m isas y teorías d e los observadores para com pren der la m anera en q u e se efec­
tu ará la observación terapéu tica. B oscolo, qu ien se reivin dica en la lín ea de
G oolishian , insiste sobre la im portancia d e la co-creación d e realid ad es positi­
vas qu e podrían «disolver» e l sistema determ inado p o r e l problem a. E s interesante
destacar además que G oolishian, precozmente desaparecido en noviem bre de 1991,
se defin ía com o un «construccionista» antes qu e com o un constructivista. Para él,
e l «construccionism o» es la generación constante d e significaciones en e l diálogo,
m ientras que el constructivismo es la elección d e significaciones impuestas a l mun­
do. L as preguntas que h acía no intentaban produ cir «una diferen cia qu e consti­
tuya la diferen cia» n i efectu ar un cam bio, sino m antenerse en la significación
tal com o la gente la presenta. L a narración que em erge aparece en un diálogo don­
de e l terapeuta participa en la generación de significaciones a partir de lo que él
es. Para G oolishian, e l terapeuta construccionista no actúa «sobre» e l mundo,
«está» en e l m undo. 1
Jay H aley presenta con gran claridad la razón p or la que ciertos terapeutas estra­
tégicos se han distanciado d e l m odelo sistém ico. Acusa a l en foqu e sistém ico de
no ser una teoría d el cam bio sino de la estabilidad (lo cual es correcto en lo que
se refiere a l en foqu e d e Ludw ig von B ertalanffy, pero no en cuanto a l d e Ilya
Prigogine). Según Jay Haley, la lectura sistémica no hace más que ofrecer una expli­
cación de la ausencia de cam bio, explicación muy p oco útil para e l terapeuta que
anhela m odificar un com portam iento.
En una crítica a la vez d el sistemismo y d e la segunda cibernética, Jay H aley
reivindica, en nom bre de la im portancia de la intervención, un lugar para el tera­
peuta fu era d el sistema fam iliar.
Edith G oldbeter nos h abla justam ente de la dificultad del terapeuta para situar­
se en e l exterior d el sistem a en e l que interviene. Explica el paso d el sistema fam i-

1. «Dialogues sur les conversations thérapeutiques. Entretíen avec Harry Goolishian»,


Sistemas Familiares, 7 (1), págs. 65-74, Buenos Aires, abril de 1991.
74 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

liar a l sistem a terapéutico y la alianza que pu eden concluir, p or razones históricas


diferentes, e l terapeuta y la fam ilia. Esta alianza corre e l frecuente riesgo de hacer
ocupar a l terapeuta e l lugar abierto d e un ausente qu e e l p acien te intentaba lle­
nar p o r s í solo.
H elm Stierlin, tam bién en la búsqueda d e una historia d el cam bio, nos intro­
duce en e l vínculo entre la vivencia de los conflictos y e l m arco tem poral. Estudia
este m arco en las situaciones d e fam ilias qu e incluyen m iem bros esquizofrénicos,
esquizoafectivos y m aníaco-depresivos.
M ara Selvin i P alazzoli, p o r últim o, nos d ic e d e qu é m odo la m etáfora d el
ju eg o le ha perm itido descubrir a l individuo com o ser estratégico en e l ju ego fam i­
liar, y p o r lo tanto la im portancia para los terapeutas de interesarse p o r lo s fin es de
los m iem bros de la fam ilia. Con la creatividad qu e la caracteriza, en p oco tiem ­
p o M ara Selvini Palazzoli ha avanzado m ucho. Se aboca a l desconocim iento de la
realidad p or los m iem bros ele ciertas fam ilias d e psicóticos. Su estudio se vuelve a
la vez m ás com plejo y sutil. En la actualidad, m uestra su com prensión d el sufri­
m iento d e los padres en sesiones d e un n ivel em ocion al infrecuente. A ceptando el
d esafío d e Jay H aley sobre la oposición entre un m odelo qu e perm ita com pren­
der e l contexto d el síntom a y la creación d e una herram ienta d e cam bio, Mara
S elvin i Palazzoli intenta actualm ente llevar a la p ar una investigación sobre los
procesos relaciónales patógenos que conducen a l síntom a y sobre los procesos tera­
péu ticos que producen e l cam bio,2

M ony Elkaim

2. Mara Selvini Palazzoli, «Survol d’une recherche clinique fidéle á son objet», en Mony
Elkaim, Panorama des thérapies fam iliales.
V IO LEN C IA E ID EN TID A D SEXUAL

Peggy Penn

Quisiera contarles dos historias sobre la identidad sexual, historias que


están en el imaginario colectivo de todos. La primera es la de un hombre en
su lecho de muerte. M ira a su mujer, que está a sudado, y le habla de su
vida en común: «¡M arie!, siempre has estado junto a mí. Cuando perdí mi
empleo, allí estabas, a mi lado. Cuando me encarcelaron por estafa, seguiste
junto a mí. Cuando tuve un asunto amoroso y ella me dejó, seguiste a mi lado
y aceptaste que volviera. Cuando murieron mis padres, allí estabas tú, Marie,
junto a mí. Y aquí me tienes, en mi lecho de muerte, contigo, siempre a mi
lado. ¿Sabes lo que creo, Marie? Creo que traes mala suerte». Y d pienso que
la única recompensa para esta fiel mujer hubiera sido que la acusaran de «cul­
pabilidad por asociación».
La segunda historia es la de un hombre que, al final de su vida, es alcan­
zado por la locura. En realidad es una película realizada hace varios años, una
película célebre que supongo que muchos de ustedes han visto: E l ángel azul.
Un elegante profesor de una pequeña ciudad se obsesiona sexualmente con
una joven y bonita actriz, Marléne Dietrich. Ella acepta su amor y progresi­
vamente él abandona todo por ella: su trabajo, su posición, su dignidad. Se
somete a ella, limpia sus zapatos, ordena su ropa, desabrocha sus medias e
inevitablemente ella se siente atraída por un hombre más joven, exhibién­
dose ante él. Drama para el profesor: él lo ha dejado todo por esta mujer,
todos sus atributos sociales y masculinos; además, para nuestro imaginario
cultural, amar con semejante ardor es propio de la feminidad. Ultima y emo­
tiva escena de la película: a fin de recobrar su virilidad, él agita los brazos
como si aleteara, levanta y sacude la cabeza violentamente lanzando el grito
del gallo, sacrificando al final su salud mental en un último esfuerzo por reco­
brar una apariencia de virilidad.
Nuestras ideas sobre la construcción social de la identidad sexual son fru­
to de los tres años que lleva el proyecto «Identidad sexual» en el Instituto
Ackerman de Nueva "Vfork, en el cual colaboran Marcia Sheinberg, mi colega,
Virgina Goldner, Gillian Walker y yo misma. Nuestro trabajo se rige por una
sola regla: pensar y expresarnos a nuestro antojo, y esto comprende niveles de
explicación procedentes del aprendizaje social, de la psicología, la política y la
teoría de sistemas. Ha sido interesante para nosotros descubrir que estos nive­
les de explicación posibilitaban una mejor integración de la que nos permitían
nociones separadas. Aunque nuestro grupo teorice en conjunto, trabajamos en
equipos separados, y varias ideas a las que hoy me referiré descansan particu­
larmente en el trabajo clínico llevado por Marcia Sheinberg y yo misma, espe­
76 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

cialmente la insistencia en los relatos. Decidimos que, a fin de comprender la


identidad sexual y sus vastas aplicaciones en el campo de la terapia familiar,
observaríamos aquellas relaciones donde la violencia es vista como una forma
extrema de las paradojas de la identidad sexual y de los dilemas socializados en
nuestras relaciones íntimas. Algunos ejemplos darán una idea de los hombres
y mujeres que hemos tratado. Escúchenlos describir sus dilemas sobre la vio­
lencia y lo que es para ellos el hecho de ser un hombre o una mujer:

•Hablan mujeres; la primera dice: «¿Q u é hace que me quede con él?
Persisto en pensar que debe haber algo anormal en mí». Otra: «Pensaba que
la m ejor manera de m ejorar nuestra relación era valorizarlo, hacerle sentir
mejor, porque en el fondo yo no merezco algo mejor».
•Ahora, hombres: «M i padre a menudo me agarraba, me tiraba al suelo,
me pegaba hasta hacerm e sangrar el pecho. % siempre pensaba: cuando
sea grande, cuanto tenga dieciocho años, volveré y lo mataré». Otro: «Me
enseñaron que debía ser siempre fuerte, no tener miedo nunca, ni siquiera
sentir el miedo». Otro: «Hay dos clases de hombres en este mundo, los galli­
nas y los hombres».

Unos y otros describen sus conflictos valiéndose de rígidos prejuicios sobre


la identidad sexual, que expresan lo que significa en nuestra cultura ser un
hombre o una mujer y hablan de su experiencia de una secreta sensación de
fracaso a este respecto. Cuando un hombre piensa: «Soy demasiado depen­
diente, demasiado sensible, demasiado triste, demasiado ansioso a causa
del fracaso», o cuando una mujer piensa: «N o debo irritarme, no debo rom­
per la relación, el vínculo, no debo ponerme por encima de los demás», expre­
san la idea de que no tienen un comportamiento conforme a lo que se espe­
ra de su sexo y a lo que ellos aprendieron en sus familias y por su cultura.
E n cuanto a los hombres, vemos surgir el problema de la violencia cuando
sus estereotipos sobre el sexo entran en conflicto con su realidad psicológica,
su experiencia de sí mismos en el mundo. Dicen sentirse obligados a mostrar
una fuerza agresiva incluso cuando su realidad psicológica les dicta otra cosa.
Cuando un hombre experimenta «sentimientos feminizados», la ansiedad de
no ser bastante diferente de su compañera lo supera; la violencia se convierte
entonces en el medio para reafirmar la diferencia de sexo y el poder masculino.
Asimismo, a primera vista las mujeres maltratadas parecen masoquistas
o incluso exageradamente dependientes, y así las presentan en la literatura.
Sin embargo, nosotros les ofrecemos otra construcción a través de la cual
podemos ver, juntos, sus objetivos y sus experiencias. Estas mujeres, como la
mayoría de ellas, viven un ideal femenino que podríamos resumir así: la razón
de ser mujer se mide por el hecho de tener éxito o de fracasar en entablar
vínculos, crear relaciones, cuidar y alcanzar al otro; en consecuencia, seguir
en una relación aunque sea mala es asunto de orgullo a nivel de la identidad
sexual y del respeto por uno mismo.
Sin embargo, aunque los dilemas concernientes a la identidad sexual se
hayan ido aclarando progresivamente para nosotros, seguimos en busca de
una explicación para la feroz y aparentemente imbricada relación que viven
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 77

estas parejas presas de la violencia. A esta relación que incesantemente los


vuelve a llevar el uno al otro, la hemos llamado «alianza». La alianza es la
potente marea eje la redención y de la reanudación que sostiene y preserva el
reencuentro para la pareja después de producirse una violenta ruptura.
Descuidar este vínculo sería pecar de teorización vacía, pues los dos partici­
pantes lo viven como un vínculo casi químico en sus iniciales «flechazos»,
pero esta atracción recibe el calificativo de «idiota, vergonzosa, regresiva» y
debe serle ocultada al mundo. La fuerza de este vínculo puede a menudo más
que los más cálidos refugios o que los programas contra los malos tratos,
ya que cuantas más fuerzas exteriores intenten separar a la pareja más se estre­
cha el vínculo; comprobamos que, salvo que dicho vínculo no sea reconoci­
do, se lo utilizará como coalición secreta contra todos los extraños, incluido,
por supuesto, el terapeuta.
Porque los relatos de estos hombres y mujeres suelen estar repletos de
abusos y de lo que hemos llamado «negligencia existencial», es fácil imagi­
narlos, buscando cada uno de ellos un deus ex m achina, un socorro mágico,
un lugar en alguna parte más allá de la tormenta y de la identidad sexual en
el que por fin parezcan más sémejantes que diferentes; así, como muchos de
nosotros, caen primero en las extravagantes ilusiones del amor romántico.
Todos los miembros de una pareja nos describieron su primer encuentro dicien­
do, convencidos, que por fin habían hallado al doble perfecto y que habían
forjado un vínculo reparador basado en la crisis que los separaba. Cada miem­
bro nos describe al otro, incesantemente, como alguien que poseería la capa­
cidad de comprender «mi sufrimiento particular» y de reparar las faltas pasa­
das una vez iniciada una nueva vida en común.
Veamos un pequeño ejemplo: en un caso tratado recientemente, una clien­
te describió la actitud violenta de su marido diciendo que provocaba en ella
una reacción semejante o, como diría Mony, en resonancia con los abusos
emocionales y verbales que ella había soportado por parte de su madre. Como
era incapaz de encontrarse con ésta sin que apareciese una imagen negativa
de sí misma, cortó las relaciones con su madre. En su relación con su mari­
do, un hombre que la ha enviado dos veces al hospital tras golpearla violen­
tamente, retoma al sentir las secuelas de la reanudación de la alianza, la mejor
imagen que tiene de sí misma. Cuando él le implora perdón por lo que hizo,
le ruega que acepte su necesidad de ella, implorando compasión por su natu­
raleza dividida y apelando a su generosidad a la vista de sus remordimientos.
Ella no se lo puede negar, pues es precisamente en este momento cuando
experimenta un sentimiento de reparación hacia él y, a través de esta expe­
riencia, hacia las carencias de su niñez. Cuando nos relata un momento seme­
jante, lo describe así: «N o sé qué decir, salvo que mi madre no cambiaba nun­
ca, nunca sabía cuánto me lastimaba y no perdonaba nunca».
Para terminar, quisiera ofrecerles un pequeño ejemplq de tratamiento,
utilizando, como solemos hacer, la recontextualización de la historia de una
pareja. Este proceso de recontextualización multiplica las elecciones posibles
que permiten ser un hombre y una mujer, y pone en entredicho los estereoti­
pos al desplegar las antiguas soluciones a la violencia. Es la historia de un joven
boxeador que aterrorizaba a su mujer y que pidió cita porque su cabeza esta-
78 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

liaba y se sentía mal. Con Marda, reflexionamos juntas sobre su manera de res­
ponder a las expectativas de su familia sobre cómo debía ser, para aquélla, un
hombre: debía llevarles celebridad y fortuna, aceptar sus retos... Esto ha de ser
lo que se espera en él de un hombre; y nosotras lo llamamos «el abanderado».
A través de una pregunta en futuro, y referida a la identidad sexual, le
preguntamos: «Si tuviera un hijo, ¿esperaría que él hiciera otro tanto por
usted?». E l contestó: « ¡N i hablar! Si mi hijo no quiere jugar a la pelota, no
quiere boxear, perfecto. Sólo quiero que vaya a la escuela y aprenda, pero
le diría “hazlo lo m ejor que puedas”». Ahora bien, cuando este hombre
expresaba un temor a su familia, su padre lo ridiculizaba y maltrataba; si
decía: «Papá, tengo m iedo», su padre le replicaba: «Sal de aquí y pelea».
Le preguntamos cómo reaccionaría si su hijo le dijera: «Papá, tengo mie­
do». Contestó: «Si mi hijito viniera a mí y me dijera “papá, tengo miedo”,
lo tomaría en mis brazos y le diría “no tengas ya miedo ahora”». Le pre­
guntamos entonces cómo había podido aprender a hacer esto si su padre
no había podido enseñárselo. Contestó insistiendo en que en la familia de
su padre nadie le había permitido tener miedo: él debía llevar la bandera
por su familia, debía conservarlo todo para él y no tenía una madre que lo
ayudara. Por el sesgo de una breve conversación, este hombre comenzó a
recontextualizar su historia. Miró hacia el pasado, el dilema de su padre, y
hacia el futuro, el de su hijo, y constató una pequeña transformación en
su percepción de él mismo como hombre. Invitamos a su mujer y él pudo
preguntarle: «¿Qué harías si un forzudo te atrapara en la calle y yo no hicie­
ra nada y te dijese “mira, tengo miedo”?».
Ella contestó: «¿M iedo, miedo? Nunca te he conocido miedoso, jamás
tendrías miedo». E l rió y prosiguió: «Soy un ser humano, tengo miedo. En
realidad, es como si tuviera miedo de tener miedo». Al final de la sesión pre­
guntamos al joven boxeador cómo se sentía. ¿Seguía estando mal? «No, no
me siento mal, está todo bien. Me siento orgulloso de mí porque me esfuer­
zo.» La vieja historia referida a la identidad sexual: «Sé un hombre que com­
bate a todo el mundo y que nunca muestra su miedo», suena de otra mane­
ra que: «M e siento orgulloso de mí porque me esfuerzo».
Descubrimos que colocar la identidad sexual en el corazón de la prácti­
ca clínica había liberado nuestra imaginación terapéutica y ampliado nues­
tro modelo de existencia. La identidad sexual es una propiedad orgánica de
nuestra co-construcción de historias y, puesto que es también autorreferen-
cial por el hecho de que somos sexuados, refuerza posiciones cibernéticas
de segundo orden en el observador-participante, a la vez para la familia y
para nosotros.
Terminaré con una pregunta. Me gustaría que fuese mía, pero es de Evelyn
Fox Keller. Aquí está: ¿qué significa llamar a un aspecto de la experiencia
humana «hombre» y al otro «mujer»? ¿Cómo afectan estas etiquetas a las
maneras que tenemos de estructurar nuestros mundos experimentales, de
emitir-juicios de valor en diferentes terrenos y, como contrapartida, de for­
mar y valorar a los hombres y las mujeres de hoy?
LA EV O LU C IÓ N D EL M O D E L O SISTÉM ICO .
D E LA C IBERN ÉTIC A D E P R IM ER O RD EN
A LA C IBER N ÉTIC A D E SE G U N D O O RD EN

Luigi B oscolo

M e parece muy interesante observar cronológicamente el desarrollo


teórico-clínico de diferentes investigadores y clínicos. Quisiera describir, de
manera sumaria, los pasos de este desarrollo en el centro familiar de Milán.
E n la década de 1970, el equipo de origen (Selvini, Boscolo, Cecchin,
Prata), que utilizaba un modelo de sistema cibernético, intentó descubrir el
modo en que se organizaba cada familia y qué modelos emergían simultá­
neamente con los síntomas. Resultados: «una hipótesis sistémica» y «una
intervención final» (reencuadre o prescripción), que el terapeuta comunica­
ba a sus asistidos. Por entonces creíamos que la hipótesis sistémica, para ser
eficaz, debía corresponder a la organización del sistema como una llave corres­
ponde a una cerradura. Trabajábamos con un modelo cibernético de primer
orden (o cibernética del sistema observado).
E n 1980 el equipo se separó. Selvini, primero con Prata y después con otro
equipo, continuó sus investigaciones en este terreno. Su principal esfuerzo
apuntaba a descubrir si en las familias con un miembro psicótico había un
presunto «juego común a todas las familias». Declaró haber hallado, en efec­
to, un «juego común a todas estas familias». Esta investigación continuaba
utilizando un modelo cibernético de primer orden.
Tras la disolución del equipo en 1980, Cecchin y yo trabajamos con las
fa m ilia s en el contexto de un programa de formación. Este cambio fue impor­
tante porque favoreció el desarrollo de un modelo cibernético de segundo
orden (o cibernética del sistema de observación).
Por supuesto, cuando hablo de cibernética de primer o segundo orden no
pronuncio juicio alguno de valor en cuanto a que uno fuese mejor que el otro.
No es ése el objetivo: ambos son puntos de vista importantes.
La nueva estructura de trabajo, que comprende a las personas en forma­
ción, está compuesta de dos habitaciones separadas por un espejo sin estaño:
la sala de tratamiento, donde uno o dos estudiantes interrogan a la familia,
y «la sala de observación».
E n la «sala de observación», el grupo de estudiantes (10 a 15 personas)
se divide en dos grupos; el «grupo terapéutico» (compuesto por 5 o 6 per­
sonas con un formador), cuya tarea es asistir_al terapeuta en su trabajo con la
fa m ilia , y el «grupo de observación» (los otros alumnos con un segundo for­
mador), cuya tarea es observar el proceso de trabajo del grupo terapéutico
que asiste al terapeuta en su entrevista con la familia.
80 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

Así pues, instalamos un sistema de tres niveles cuyo cometido principal es


ayudar a los estudiantes a desarrollar una visión sistémica y a comprender que
su manera de apreciar la realidad depende de la posición que cada cual ocu­
pa dentro del sistema.
D e hecho, cuando hay una discusión entre el terapeuta, el grupo tera­
péutico y el grupo que observa, surgen diferentes hipótesis y puntos de vista.
Y ésta es a mi juicio la parte más importante de la formación. Incitamos a los
alumnos a que eviten pensar en términos de «encontrar la verdad» y a que
aprendan más bien a plantear hipótesis.
Al actuar de este modo instalamos un contexto en el que el intercambio
intelectual y afectivo guarda relación con la manera de observar del que con­
duce la entrevista o del grupo terapéutico. E l resultado es una masa de infor­
maciones sobre las premisas y las teorías de los observadores y sobre su mane­
ra de influir en lo que se ha observado. Así pues, se insiste más en esta manera
de trabajar y en el sistema de observación que en el sistema observador. Por
ejemplo, un terapeuta estudiante al que el grupo terapéutico interroga sobre
sus observaciones puede describir las cosas sin ponerlas en relación con lo
que observaron el grupo terapéutico o los observadores. En este caso su des­
cripción puede indicar que está cayendo en la trampa de un monólogo cons­
tituido por sus principios, sus prejuicios y sus teorías; otro estudiante puede
salir de la sala en que se desarrolla la terapia describiendo algunos elementos
de actitud que ha observado en la familia, pero siendo incapaz de asociarlos
a ninguna hipótesis. Hay, como se ve, dos polaridades:

•Un estudiante observa un elemento de actitud y a partir de ello va a


dar a una historia que no se relaciona, o se relaciona poco, con lo observado;
•El otro estudiante describe solamente los elementos de actitud sin esta­
blecer ninguna relación entre ellos.

Hablo ahora de algo que guarda relación con la pregunta que le hice ayer
a Cari Whitaker a propósito de la entrevista con la familia que participaba en
una simulación. Cuando Cari interrogó a la familia, ¿tenía realmente ideas, pre­
juicios sobre las familias con un marido alcohólico, una mujer y tres hijos? El
fue a parar a una historia: la de la esposa pendenciera, el marido alcohólico, el
primer hijo que era el próximo marido de la madre, de donde podemos infe­
rir que la segunda hija era probablemente la esposa del padre, y el tercer hijo,
el extraño. ¿En qué medida la historia a la que fue a parar Cari guarda relación
con sus ideas, sus prejuicios, sus premisas, sus teorías y cuál es la parte que se
relaciona con lo que observó en el sistema? Estos son los dos campos en rela­
ción con la cibernética de primer orden o cibernética del sistema observado, y
la cibernética de segundo orden o cibernética del sistema de observación. Cuando
trabajo, tengo constantemente presente esta distinción y la relación entre estos
dominios. Recientemente influyeron en mi pensamiento dos nuevas ideas; la
primera es fundamental en el pensamiento de Maturana y Varela, quienes
aseguran que la realidad proviene del dominio lingüístico, de las conversacio­
nes por la vía del consenso. Como dice Maturana, hay tantas realidades como
conversaciones. Esta idea tiene una importancia indudable: cambia la pers-
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 81

pectiva de instalación de una hipótesis. Las hipótesis no pertenecen a los tera­


peutas; pensamos entonces, por decirlo así, cada vez más en términos de una
hipótesis que emerge de la conversación terapéutica, de la familia y el terapeuta,
y del terapeuta y la familia. En este sentido, pensamos más en términos de co­
evolución y de co-construcción de nuevas realidades. El terapeuta y los clien­
tes crean, entonces, una nueva historia.
La segunda idea sobre la cual hemos trabajado es que es el problema el
que crea el sistema, y no a la inversa (Anderson-Goolishian). En vez de con­
siderar que el individuo y la familia engendran el problema, se considera qpe
el sistema es engendrado por el problema. Dicho de otro modo, cuando hay
un problema, hay una persona que se considera que tiene un problema, y
están los otros, que la consideran como tal. Este sistema creado por el pro­
blema es, por lo tanto, no solamente un sistema formado por personas, sino
también un sistema formado por ideas y lo que éstas implican: es un siste­
ma que depende también del lenguaje y de la presentación. La tarea esencial
de la terapia sería penetrar este sistema e intentar «disolverlo».*
Así, el año pasado llevamos a cabo tona investigación sobre los problemas de
aprendizaje, interesándonos por niños que tenían dificultades en este aspecto.
Entre el 9 y el 12 % tienen diferencias de nivel de conocimiento que dan
lugar a dificultades de aprendizaje. Cuando tales dificultades provocan fra­
casos continuos en la escuela y en la casa, estos niños se salen a veces com­
pletamente de la norma y pueden desarrollar síntomas psiquiátricos.
Con un equipo de educadores y psicólogos fuimos a tres escuelas (dos ele­
mentales y un colegio secundario). Tuvimos tres sesiones con la familia, mien­
tras cada uno de los ocho niños elegidos tenía de cinco a diez sesiones con
los educadores, quienes trabajaron sobre sus dificultades específicas utili­
zando métodos apropiados.
Nos entrevistamos también con los profesores y observamos que, en seis
de los ocho casos, el profesor modificó la idea que se hacía del niño; una
vez que la hubo comunicado a la familia, ésta adoptó una visión más positi­
va. Este cambio de connotación contribuyó enormemente a modificar la idea
que el niño se hacía de sí mismo, lo cual estimuló su deseo de aprender. Una
vez librado de la etiqueta negativa de «retrasado mental» o de esta otra, moral,
de «perezoso», teníamos un niño de inteligencia normal, y a veces superior a
la normal, que luchaba por hallar su lugar bajo el sol y necesitaba de la cola­
boración de todos para lograrlo.
Aunque el número de niños con los que trabajamos haya sido reducido,
nos impresionó la m ejoría obtenida, más importante de la que esperába­
mos. La explicamos así: habíamos penetrado en el sistema creado por el pro­
blema «fracaso para aprender», un sistema en el cual están ligados profesor,
niño y familia. Lo penetramos con una visión positiva que tuvo el efecto de
«disolver» el sistema determinado por el problema. Esta es la razón que me

* Goolishian hace referencia a la disolving therapy, terapia que disuelve el problema gra­
cias a la conversación terapéutica, por oposición a Haley, quien habla de solving therapy,
terapia que resuelve el problema (N .D .L.R.).
82 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

lleva a insistir en la importancia de la co-creación de realidades positivas.


E n las terapias familiares, nos parece muy importante reflexionar sobre la
manera en que vamos a cambiar las «etiquetas», en que vamos a reencuadrar
y co-crear nuevas historias.

R eferencias bibliográficas

Selvini Palazzoü, M., Boscolo, L., Cecchin, G., Prata, G., «Premiére séance
d’une thérapie familiale systémique», Cahiers Critiques de Thérapie Familiale
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Boscolo, L., «La crise de l’intervenant», Cahiers Critiques de Thérapie Fam iliale
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Boscolo, L., Fiocco, PM ., Bertrando, P , Palvarini, M.R., Pereira, J., «Langage
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T hérap ie F am iliale e t d e Pratiques d e R éseau x, n° 13, págs. 227-244,
Toulouse, Privat, 1992.
A SPEC TO S DE LA TEO RÍA
D E SISTEM A S Y PSICO TERA PIA

Jay H aley

Uno de los temas que han vuelto a tratarse en este encuentro es el de «tera­
pia sistémica». No sé qué quiere decir esto. Parece haber una extraña para­
doja en combinar las dos palabras, porque la teoría sistémica es una teoría de
estabilidad, de no cambio. Por definición, un sistema es autocorrectivo y, por
lo tanto, si empieza a cambiar, hay reguladores que actúan para mantenerlo
estable. Sin embargo, la psicoterapia tiene necesidad de una teoría que expli­
que cómo cambiar a la gente. Querer combinar ambas cosas, sistema y psi­
coterapia, parece inapropiado. En lo que a mí respecta, la contribución revo­
lucionaria de la teoría de sistemas no ha consistido en facilitar el cambio en
psicoterapia sino en dar cuenta de la razón por la cual las personas son como
son, que es un problema muy diferente.
E n la década de 1950, participaba en una investigación sobre psicotera­
pia cuando hicieron su aparición las teorías sistémicas. Parece difícil creer has­
ta qué punto las ideas sobre la psicoterapia habían sido hasta entonces radi­
cales. Se creía de manera absoluta que la causa de todos los problemas residía
en el pasado. Era, pues, lo más lógico que la terapia se ocupara de explorar
el pasado de una persona, su infancia, etc. Se creía que, comprendiendo sim­
plemente el pasado, los síntomas desaparecerían. Para ilustrar cuán radical
era este modo de ver las cosas recordaré una discusión de esa época con un
interno en psiquiatría. Este interno conducía una terapia de varias veces por
semana con un paciente, desde hacía seis meses. Le pregunté si su paciente
estaba casado. El interno no lo sabía, pues a su entender esto no tenía nada
que ver con el problema: él se ocupaba del pasado del paciente y estaba pasan­
do de la primera infancia al período ulterior, pero todavía no había llegado
a la etapa en que el paciente se había casado. No lo complicaba en absoluto
la carencia de informaciones sobre su situación conyugal, dado que ninguna
información sobre el contexto actual podía tener pertinencia, aun cuando uno
se ocupara de alguien internado en un hospital, que era precisamente el caso.
Así pues, la idea de que el pasado era la causa del presente resultaba extre­
madamente decisiva. Todo el mundo afirmaba que un síntoma provenía del
pasado y que el comportamiento presente carecía de interés, al carecer de la
menor relación.
La teoría de sistemas propuso un punto de vista totalmente distinto. La
cosa empezó con la revolución cibernética a finales de la década de 1940, e
influyó en la psiquiatría y la psicología a comienzos de la de 1950, en buena
medida gracias a Gregory Bateson, quien daba cursos a un público de clíni-
84 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

eos. Era el momento en que algunas personas comenzaban a recibir familias


enteras e intentaban hallar un medio para teorizar esta práctica.
La teoría de sistemas es, por definición, una teoría en la que la causa es
actual. Para esta teoría, un síntoma es apropiado: este síntomá es el com­
portamiento adaptado al contexto social de la persona, y de ninguna mane­
ra un comportamiento inadaptado que provenga del pasado sin ninguna fun­
ción en el presente. En el ámbito clínico esto constituyó una idea revolucionaria:
obligó por primera vez a atender a la situación actual del cliente. La conse­
cuencia lógica de ello era que, si un síntoma era apropiado al contexto social
actual, y por lo tanto adaptado a este último, entonces el terapeuta necesi­
taba cambiar el contexto para alejar el síntoma. Este es el momento en que
nace la terapia familiar. E l hecho de cambiar el contexto de un individuo podía
resolver sus problemas psicológicos.
Esta idea provocó siempre resistencias, resistencias que aún existen. Ciertos
clínicos dicen: «Tal vez sea verdad respecto de ciertos síntomas, pero no en
este caso, se trata de una situación diferente». O: «Esta persona está dema­
siado deprimida para hallarse simplemente en una situación deprimente. Debe
ser consecuencia de una niñez desdichada». O incluso: «Esta persona está
demasiado loca como para que otros seres humanos provoquen tan extraño
comportamiento, así que hay una base orgánica, o la cosa proviene de una u
otra manera del pasado». Estos argumentos conservan vigencia y surgen cada
vez que se pone el acento en nuevos síntomas. Recientemente se ha abor­
dado el tema a propósito de los abusos sexuales: si una mujer está inhibida
sexualmente, ello puede ser la consecuencia de situaciones en que, siendo
pequeña, abusaron sexualmente de ella; se pretende que la experiencia pasa­
da es la causa de sus problemas sexuales actuales. O bien podemos sostener
que su problema sexual actual es el resultado de su situación presente, en
cuyo caso debemos modificar esta situación para que la persona se cure de
este problema sexual. Lo mismo ocurre en lo referido a la violencia. ¿Un hom­
bre es violento porque se crió en una familia que propició la violencia, o es
violento para poder adaptarse a su situación actual?
Para explicar estos problemas seleccionamos ciertas hipótesis entre otras.
E l modelo sistémico, según el cual un síntoma está adaptado al contexto,
da a entender que las personas mantienen conductas organizadas en secuen­
cias repetitivas. Los síntomas forman parte de estas secuencias y por lo tan­
to cambiarán cuando cambien las secuencias. Así pues, no se trata de una teo­
ría de cambio sino de una explicación de la ausencia de cam bio: ciertos
individuos no hacen otra cosa que repetir constantemente un comportamiento
que los hace desdichados, y se utiliza esta teoría para explicar por qué. Algunos
intentan además combinar la teoría de sistemas y la idea de que el pasado
es la causa del síntoma, y sin embargo todo indica que existe una ruptura radi­
cal entre una explicación centrada en el individuo y su pasado y otra, sisté-
mica, que implica a dos, tres, cuatro o cinco personas que repiten conduc­
tas de manera reiterada en el presente.
Un ejemplo podría aclarar el asunto. Un niño puede presentar un pro­
blema en el momento en que los padres están a punto de separarse. Los padres,
para ocuparse de él, volverán a estar juntos. E l niño se sentirá mejor, y otra
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 85

vez los padres lo amenazarán con separarse, y el niño presentará un proble­


ma. D e nuevo los padres volverán a acercarse para ocuparse del niño. Esta
descripción de una secuencia repetitiva no da cuenta en ningún momento de
los medios para cambiarla; no hace más que describir la forma en que un cam­
bio no ha tenido lugar. D e manera general, las teorías clínicas abordan la pato­
logía de los individuos antes que los métodos para modificarla. Parecería que
necesitamos una teoría más lineal para el cambio; un terapeuta necesita con-
ceptualizar un lugar fuera del sistema familiar para intervenir.
O tro problema que se plantea cuando se asocia teoría de sistemas y tera­
pia fa m ilia r es el de la jerarquía. Muchos terapeutas familiares tienden a des­
cribir a una familia en términos de poder y rango en su organización. Así, en
vez de que los padres se hagan cargo de su hijo, éste podría tomar el control
de sus padres presentando un síntoma. Una jerarquía invertida puede apa­
recer a medida que una persona adquiere poder mediante un comportamiento
sintomático o a través de su impotencia. Pero es difícil describir una jerarquía
en términos de sistema. Los que utilizan la teoría sistémica tienen tendencia
a describir a los participantes de un sistema como si fuesen todos iguales,
mientras que los que piensan en jerarquías no entienden que los miembros
de una familia sean todos iguales. Asociar estas dos teorías puede plantear,
pues, un problema. Cuando los terapeutas intentan mezclar ideas sistémi-
cas y terapia, pueden verse tentados a utilizar la toma de conciencia afectiva
como teoría del cambio: si los individuos toman conciencia del sistema en
el que están implicados, cambiarán. Los terapeutas utilizan el concepto de
toma de conciencia, que descansa sobre una teoría en la cual el cambio indi­
vidual está ligado al pasado, y la aplican a un marco sistémico, explicando
su sistema a la familia. M i propia experiencia me ha demostrado que en la
mayoría de los casos esto provoca aún más desamparo: por ejemplo, a los
padres no les gusta que se les diga que su hijo presenta un problema porque
ellos no se llevan bien. Habitualmente, las personas incluidas en el engrana­
je de secuencias de este tipo saben lo que pasa, y son incapaces de evitarlo.
Señalarlo con el dedo es como metérselo en la nariz.
Otra manera de utilizar la teoría sistémica en terapia consiste en actuar de
modo que se vuelva tan abstracta y difícil que ya nadie pueda entenderla. Los
terapeutas tienen entonces máxima libertad de utilizarla como les parezca,
pues su complejidad ya no permite que se la refute: es ahora demasiado
abstracta como para rechazarla. Con el tiempo, además, es probable que todas
las teorías ganen en abstracción; así ocurre con la teoría de sistemas.
E n los últimos años hay clínicos que empiezan a distinguir entre teorías
sobre la patología y teorías sobre la intervención. Esta distinción no existe
simplemente en el dominio de la familia o los sistemas. Por ejemplo, la teo­
ría psicodinámica es principalmente una descripción de la patología indivi­
dual y muy poco una teoría de la terapéutica. Pero constituye una de las mejo­
res teorías para explicar lo que no anda bien: por ejemplo, si un hombre
colecciona zapatos de mujer hasta el punto de llenar con ellos sus armarios,
un clínico necesita saber por qué actúa así. La teoría psicodinámica, una de
las más interesantes, propondrá una seductora teoría acerca de las confusio­
nes de identidad sexual, del hecho de sacar y meter objetos en un lugar, así
86 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

como del hecho de reemplazar unos objetos por otros, etc. Pero si queremos
reducir el número de zapatos en los armarios de este individuo esa teoría no
es demasiado útil: no guía hacia un conjunto de operaciones claras que per­
mitan resolver el problema. Un conductista puede actuar de manera que los
zapatos dejen el armario después de algunas entrevistas y dispone de un con­
junto preciso de intervenciones dirigidas a cambiar el comportamiento del
paciente, pero no posee ninguna teoría interesante para explicar por qué hace
lo que hace. El modelo conductista incluye una teoría sobre la patología indi­
vidual, la teoría del aprendizaje, pero también otra, menos desarrollada, para
conceptualizar las operaciones dirigidas a cambiar los comportamientos de
los individuos. Pienso que todos nosotros debemos dedicar nuestro tiempo
y nuestro esfuerzo a elaborar teorías sobre el cambio más que teorías sobre
las razones por las cuales las personas se comportan como lo hacen.

Referencias bibliográficas

Bateson, G., Jackson, D., Haley, J., Weakland, J., «Vers une théorie de la schi-
zophrénie», en Bateson, G., Vers une écolog ie de l ’esprit, II, págs. 9-34,
París, Seuil, 1980.
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É , Weakland, J., Sur l ’Ínteraction, págs. 60-82, París, Seuil, 1981.
Haley, J., N ouvelles stratégies en thérapie fam ilia le, París, Jean-Pierre Delarge,
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Haley J ., «La famille du szhizophréne: un systéme mis en modéle», en J.-C .
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Haley, J., «Le processus thérapeutique: un probléme d’héroine», Cahiers Critiques
d e Thérapie Fam iliale etPratiques de Réseaux, n° 6, págs. 121-135, París, Ed.
Universitaires, 1983.
Haley, J ., Un thérapeute hors du commun, M ilton Erickson, París, E P I, 1984.
Haley, J ., Tactitiens du pouvoir. Jésus-Christ, le psychanalyste, le schizophréne et
quelques autres, París, ESF, 1984.
Haley, J., «La thérapie stratégique», en Elkaim, M., Formations etpratiqu es en
thérapie fam iliale, París, ESF, 1985.
Haley, J., Leaving H om e, París, ESF, 1991.
E L T E R C E R O AUSEN TE E N E L SISTEM A

E dith G oldbeter M erinfeld*

Quisiera presentar una lectura particular del encuentro terapéutico. El


mapa propuesto puede parecer general, dado que se refiere a zonas de sen­
sibilidad universalmente extendidas (tocantes a la ausencia), pero toca a lo
singular en la aplicación cada vez única que puede hacerse de ella durante
el encuentro entre un terapeuta y una familia.1
Desarrollaré, tomando como base la presentación de un caso, la noción
de tercero d e p eso. Esta situación se remonta a quince años atrás, pero la
traigo aquí porque de ella nació mi sensibilidad, en el plano terapéutico, a
la ausencia del tercero de peso.
Mi coterapeuta y yo debíamos recibir por primera vez a la familia M. De
acuerdo con el modelo de Minuchin, previamente colocamos sillas para la
sesión, previendo una más que el número de participantes: así podríamos
hacernos una idea de las distancias existentes en el seno de esta familia. Por
ese entonces trabajábamos en un centro de salud mental de Bruselas que se
había abierto hacía poco; razones económicas habían hecho que se compra­
sen los muebles a unos revendedores, por lo que formaban un conjunto bas­
tante heteróclito. No habíamos prestado ninguna atención especial a las carac­
terísticas específicas de las sillas que habíamos «elegido».
Al comenzar la sesión, el hijo de 15 años se instaló al lado de su padre, el
cual estaba separado de la madre por una silla vacía; nosotros ocupamos los
dos últimos asientos, frente a la familia.

Silla
Padre Madre

Hijo Coterap.

E.G.

Quien habla llamado al centro había sido la madre: le preocupaba el com­


portamiento de su hijo Robert, a quien había sorprendido jugando a lanzar

* Instituto de Estudios de la Familia y de los Sistemas Humanos, Bruselas, Servicio de


Psiquiatría de las Clínicas Universitarias de Bruselas, Hospital Erasme.
1. Goldbeter Merinfeld, E ., «Le tiers absent du systéme», Cahiers Critiques de Thérapie
Familiale et de Pratiques de Réseaux, n° 11, págs. 83-90, Toulouse, Privat, 1990.
88 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

un cuchillo en un montículo de arena: «¿N o estaba a punto de volverse un


delincuente? ¡Además, a este chico le gustaban demasiado las películas del
Oeste, ella siempre lo había dicho!».
E l padre escuchaba sus quejas con aire a la vez aburrido y preocupado.
Robert parecía burlarse discretamente.
Al cabo de un rato, los padres pidieron conversar a solas con nosotros sobre
un importante problema que tenían que resolver y que no concernía directa­
mente a su hijo. Éste abandonó la sala con evidente agrado. E l largo tiempo
transcurrido me impide saber lo que, en nuestras co-construcciones comunes
-d e cada terapeuta y de la familia-, hizo esta salida perfectamente acepta­
ble e incluso obvia.
Una vez a solas con nosotros, los padres explicaron su situación: el señor
M ., de setenta años, había estado casado durante muy largos y felices años
con la señora M., de su misma edad. Durante la guerra, la habían esteriliza­
do en un campo de concentración; sin embargo, a pesar de esta dolorosa e
imborrable experiencia, siguió siendo una mujer fuera de lo común, culta,
refinada y tierna. La madre aquí presente era en realidad la antigua emplea­
da doméstica del matrimonio M., quien le llevaba sus buenos veinte años.
Un único «momento de extravío» bastó para preparar la llegada de Robert.
«Papi» (el señor M.) confesó inmediatamente su falta a su esposa; «mami»
(la señora M .), una «verdadera santa», perdonó y propuso adoptar al niño.
La madre natural aceptó perder sus derechos legales sobre el niño, dejó de
trabajar para la pareja, pero fue a instalarse en el mismo edificio, una planta
por debajo del piso de papi y mami.
Durante años, la señora M. tuvo al niño durante el día, después iba a bus­
carlo a la escuela y lo guiaba en sus estudios. E l matrimonio M. aportó igual­
mente a Robert un bagaje cultural que la madre natural nunca habría podido
ofrecerle. Sin embargo, Robert volvía por la noche a cenar y dormir a casa de
su madre biológica. Estaba perfectamente enterado de las bases y condicio­
nes de este arreglo.
Todo se desarrollaba a la perfección cuando se produjo, imprevistamente,
la muerte de la señora M., lo cual había ocurrido seis meses antes de esta con­
sulta. Desde entonces la madre instaba al señor M. para que se casara con
ella y le permitiera regularizar su situación frente a Robert; el padre se hacía
el desentendido, arguyendo complicaciones sucesorias y la existencia de
una administración de la herencia de su difunta esposa. Fue a partir de enton­
ces cuando la madre comenzó a llamar frecuentemente la atención del señor
M. sobre la conducta de su hijo.
No avanzaré en la discusión de este caso sino que señalaré más bien el
siguiente suceso: a despecho de las tensiones y del evidente abismo que exis­
tían en el interior de la pareja, un elemento los unía en forma harto llamati­
va: la difunta señora M .; sumando alabanzas tras alabanzas, nos era descrita
como una gran señora, que incluso a una edad avanzada había conservado
un encanto y un refinamiento indudables. E l aspecto valioso e inolvidable de
esta persona nos llegó mucho, y de pronto mi atención se vio dirigida al asien­
to que había quedado vacante en medio de la pareja; mientras que todos noso­
tros estábamos sentados en sillas de madera desparejas, bastante comunes,
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 89

esta silla brillaba por su diferencia: el respaldo y el asiento estaban cubiertos


de un tejido de terciopelo rojo, un tanto raído, por cierto, pero de buena cali­
dad, fijado al armazón de madera por clavos cobrizos, parcialmente deslus­
trados. A todas luces, teníamos allí una silla que había sido valiosa y refina­
da, aun cuando ya no se mostraba en su inicial lozanía. Se me apareció como
una reencarnación de la señora M. hecha silla. Configuraba al mismo tiempo
el vínculo, la distancia y la separación entre los dos padres. Este hecho hacía
que su presencia pareciese indispensable al mantenimiento de una forma
de equilibrio en el sistema. Se podía proponer la lectura siguiente de la situa­
ción: el malestar actual era el índice de la imposibilidad de integrar un cam­
bio: la evicción de un personaje clave cuya ausencia llevaría a los supervi­
vientes a modificar su lugar en el sistema, agravado esto por la adolescencia
de Robert. En cambio, el fantasma y el síntoma permitían mantener un frá­
gil equilibrio.
A partir de esta situación tuve el sentimiento de que las sillas que que­
dan sin ocupar en una sesión pueden pertenecer a ausentes, del mismo modo
en que, junto al hogar, ciertos sillones permanecen más allá del tiempo que
pasa: el asiento del abuelo desaparecido.
Desde ese momento me pareció útil elaborar una nueva parrilla de lec­
tura del encuentro terapéutico: los sistemas consultantes son siempre incom­
pletos ({sea cual sea el número de personas presentes) y su espera puede ser
considerada desde otro ángulo que el de la demanda de ayuda a un especia­
lista para resolver una situación difícil. La sesión inicial constituye un marco
en el que el sistema familiar se abre para dejar penetrar a un extraño (el inter-
viniente). Las cosas se presentan como si el lugar que éste tendrá que ocupar
estuviese señalado por los miembros de la familia mucho antes del encuen­
tro. E n efecto, el terapeuta es introducido sin saberlo incluso antes de que se
descuelgue el teléfono a fin de concertar una cita con él. Hasta podríamos
pensar que tiene ya un pasado común con la familia, antes de conocer la exis­
tencia de ésta.
La familia, por su lado, evoluciona con el paso del tiempo, pero sin dejar
de mantener establemente sus aspectos singulares. En el seno de las interre­
laciones que la tejen, algunos de sus miembros son llevados a jugar un papel
particular en la protección de las distancias (emocionales) óptimas. Esta fun­
ción de «regulador» puede ser cumplida alternadamente por diferentes miem­
bros del sistema, pudiendo así cada uno de ellos asegurar temporalmente el
papel del tercero liviano. E l término «liviano» indica el aspecto transitorio de
esta función. Si, por el contrario, ésta se vuelve indispensable para la «pro­
tección» del equilibrio del sistema, puede constituir un atributo permanen­
te del rol cumplido por una persona específica: durante un período prolon­
gado de turbulencias, todo se presenta como si un tercero de peso se convirtiese
en el garante indispensable de cierta estabilidad del sistema. Su ausencia
del mismo por las razones que fuere (hijo adulto que se marcha, ruptura,
muerte...), coloca a la familia ante un doble peligro: la protección de su segu­
ridad ya no está asegurada y por este hecho el duelo de este tercero resulta
ser imposible, al ser inaceptable su partida. La emergencia de un síntoma y
la designación de un «paciente» puede constituir entonces una retroacción
90 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

negativa: el paciente identificado ocupa un doble lugar con ayuda del peso
de su síntoma, el cual sería en cierto modo el fantasma del ausente. Pero esta
respuesta del sistema no siempre se alcanza y, además, cuesta cara en sufri­
miento. Cabe preguntarse entonces si la familia no espera que sea el terapeuta
quien ocupe el lugar del tercero ausente, llenando a su vez la falta insopor­
table vivida en el sistema...
E l tercero de peso puede haber sido un niño que cumplió un papel especial
en la gestión de las relaciones en el interior de la pareja de sus padres; una
suegra «a causa» de la cual los esposos pelean por cualquier motivo, y gracias
a la cual (a veces sin que ella lo sepa) se evita una incómoda proximidad; un
amante o una querida que contribuyen a mantener la atmósfera «neutra»
en el seno del matrimonio, o que por el contrario contribuyen a perpetuar un
clima pasional en éste; y por último un terapeuta individual que «duerme
siempre en el medio del lecho conyugal», intensificando los intercambios entre
cónyuges o anestesiándolos. En este último caso, en efecto, es frecuente obser­
var que la interrupción de una terapia individual constituye una fase impor­
tante en la evolución del sistema del ex paciente; en particular, su pareja no
ha tenido ocasión de preparar el duelo del terapeuta mientras que éste (invo­
luntariamente y a veces sin saberlo) había contribuido a instalar y/o mante­
ner una forma de intensificación o de apaciguamiento de los intercambios
emocionales. La ausencia de este tercero de peso puede estar en la base de
una situación de crisis donde una de las soluciones podría ser la introducción
de un nuevo tercero: un nuevo terapeuta individual o de pareja, un amante
o una querida, un hijo, etcétera.
Las familias traen consigo a «sus» ausentes a la sesión. Durante cierto
tiempo intentan mantener su funcionamiento habitual, como si sus terceros
de peso no se hubieran alejado, y al mismo tiempo se sienten profundamen­
te heridas y carentes con relación a los roles que quedaron vacantes.
Por mi parte, tiendo a considerar el encuentro terapéutico como la etapa
de una búsqueda por parte de la familia de un nuevo tercero de peso en la
persona del terapeuta. La familia no pide un cambio sino el retorno al esta­
do anterior en cuyo seno el tercero, ahora ausente, posibilitaba un funcio­
namiento particular. Se vuelve hacia el pasado, mientras que el terapeuta qui­
siera suscitar un cambio que dinamizara a la familia hacia el futuro. Puede
sentirse atado, limitado en sus acciones, entorpecido por los oropeles del ter­
cero ausente y con los que se ha dejado vestir, puesto que todo se presenta
como si la familia le ofreciese este lugar vacante.
Pero, como todo individuo es irreemplazable, el terapeuta queda con­
frontado con un doble mensaje: «Reemplace usted a nuestro ausente... Pero
sepa que él es único e irreemplazable».
Por su lado, el interviniente puede haber sido a su vez tercero de peso
en su propia familia. D e niño, asumió tempranamente en su sistema de ori­
gen el rol de «terapeuta familiar»; pero, como fracasó en sus tentativas de
proteger un determinado equilibrio, fue luego a formarse para adquirir una
mayor competencia y eficacia en esta acción. Aprende entonces que su terre­
no de práctica terapéutica debería ser distinto del de su propia familia. Así,
pasa a buscar familias que le ofrezcan un lugar de tercero de peso, como si al
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 91

tratar las familias de los demás fuese a «reparar» la propia. Tenemos, pues,
un encuentro que podría ser complementario y totalmente equilibrado entre
una familia que busca rematerializar, devolver peso a su tercero ausente, y un
tercero de peso «profesional» en busca de una familia en la que pueda desem­
peñar su rol. Sin embargo, el encaje no es siempre perfecto, pues los tera­
peutas se preocupan igualmente del cambio, y la función de tercero de peso
no se cumple de la misma manera en cada familia. Esto puede echar una
luz particular sobre el concepto de resonancia.2 En efecto, más allá de la gene­
ralidad del mapa, se alcanzan los aspectos singulares: van a emerger las zonas
de intersecciones particulares alrededor de la ausencia.
Para favorecer la eventual utilización de este mapa en mis terapias (es decir,
para favorecer la aparición de resonancias más específicas entre el terapeuta
y la fa m ilia en cuanto al tema de la ausencia), coloco siempre un número sufi­
ciente de asientos para que pueda quedar por lo menos uno vacío. La metá­
fora se une aquí a lo concreto. En efecto, cuando se sienta primero, la fami­
lia señala implícitamente un lugar al terapeuta. Ante los dos asientos que han
quedado libres, el interviniente tendrá que hacer una elección, pero, sea ésta
cual fuere, ya no olvidará fácilmente que el sistema está incompleto, que siem­
pre hay ausentes. Llegado el caso, podrá abordar este tema con la familia,
haciéndole señalar el asiento del tercero de peso que falta e identificarlo; des­
pertará así la vivencia de esa ausenci^ sin llenarla él mismo. Si resulta, por
inadvertencia, que el ausente ocuparía el lugar elegido por el terapeuta, deja­
rá libre este asiento y se instalará en otro. Esta manera de dramatizar la dife­
rencia entre el tercero de peso ausente de la familia y la función del tera­
peuta está, para mí, llena de recursos: la familia es invitada a trabajar el duelo
del ausente y el terapeuta tendrá «las manos más libres» para trabajar en el
sentido de la apertura a un cambio.
Evidentemente, esta forma de lectura no es sino una construcción reali­
zada a partir de mis propias historias sistémicas; pero en general concuerda
perfectamente, en el propio seno del sistema terapéutico, con las represen­
taciones familiares; y sobre la base de las resonancias que despierta, permite
el avance del proceso terapéutico.

Referencias bibliográficas

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92 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

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1993).
T IE M P O , ESTRUCTURA
Y C O N FLIC T O P SIC Ó T IC O

Helrn Stierlin

Jay Haley acaba de hablar de la necesidad de contar con teorías del cam­
bio. Nuestro grupo de Heidelberg, compuesto por Gunthard Weber, Fritz
Simón, Arnold Retzer, Gunther Schmidt y yo mismo, es igualmente cons­
ciente de esa necesidad. En el curso de la última década hemos hecho esfuer­
zos por suscitar cambios en familias consideradas difíciles, particularmen­
te aquellas cuyos miembros fueron diagnosticados como maníaco-depresivos,
esquizoafectivos o esquizofrénicos. Precisamente acabamos de concluir el
seguimiento de treinta familias a las que hemos atendido1durante un perío­
do promedio de más de tres años. A la vista de los resultados, podemos decir
que hemos obtenido más éxito que el tratamiento* con neurolépticos -car-
bamazepina y litio-, si se evalúa el éxito en términos de hospitalización sub­
siguiente y en términos de medicación necesaria, antes y después de la tera­
pia familiar. Como no puedo explayarme sobre esto, me gustaría utilizar el
escaso tiempo del que dispongo para hacerles compartir una dimensión que
emerge de nuestra investigación; dimensión que nos pareció muy interesante
y que, a nuestro entender, tiene enormes implicaciones en lo que atañe a
este tipo de familias. La pregunta es la siguiente: ¿cómo estructurar un mar­
co temporal y cómo enlazarlo con la manera en que se vive o evita un con­
flicto psiquiátrico? Una vez más, no hago otra cosa que comunicar los resul­
tados de las investigaciones y discusiones de nuestro equipo de Heidelberg,
basándome particularmente en las contribuciones de Arnold Retzer y Fritz
Simón.2, J
Para que se las sienta como conflictivas, las contradicciones deben pre­
sentarse en el interior de un marco temporal medio. Esto concierne tanto a
las contradicciones percibidas en el interior de uno mismo como a las perci­
bidas en las interacciones de dos o más protagonistas. A fin de que las con­
tradicciones puedan engendrar experiencias de ambivalencia y conflicto, un
observador debe contar con tiempo suficiente como para registrar sus incom-

1. Retzer, A., Simón, F .B ., Weber, G ., Stierlin, H ., Schmidt, G ., «E ine Katamnese


m anisch-d epressiver und sch izo -affek tiv er P sy ch o sen », F am iliendynam ik, 14,
págs. 2 1 4 -2 3 5 , 1989.
2. Sim ón, B .F., Weber, G ., Stierlin, H ., Retzer, A., Schmidt, G., « “Schizo-afektive”
Muster: Eine systemische Beschreibung», Familiendynamik, 14, págs. 190-212, 1989.
3. Simón, F.B., M eine Psycbose, mein Fahrrad und ich/Zur Selbstorganisation der Veriicktheit,
Cari Auer Verlag, Heidelberg, 1990.
94 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

patibilidades: debe contar con tiempo suficiente como para focalizar su aten­
ción en determinado momento sobre una posición, y en otro determinado
momento sobre una posición diferente. Ahora bien, el tiempo disponible pue­
de resultar demasiado corto o bien demasiado largo como para que se per­
ciba vma ambivalencia o un conflicto a desarrollar. Esto tiene entonces con­
secuencias sobre la manera de presentarse la familia al terapeuta, que es aquí
un observador externo; lo advertiremos más claramente en cuanto miremos
más de cerca las constelaciones familiares que incluyen miembros esquizo­
frénicos, esquizoafectivos y maníaco-depresivos. La psicosis esquizofrénica
se com bina en general con lo que nosotros llamamos realidad relacional
suave. Encontramos una preponderancia de lo que la literatura ha descrito
como dificultad para cambiar el centro de atención, descalificación de los pro­
pios mensajes y de los ajenos, desviaciones en la comunicación, mistificacio­
nes, etc. Todos estos fenómenos sugieren que las informaciones que necesi­
tamos para tomar conciencia del conflicto son evacuadas desde que se inicia
el proceso de generación de sentido (Schaffer y otros, 1965). Podemos hablar
de una oscilación rápida entre el sentido de los enunciados que crean el
sentido y de los enunciados que niegan el sentido. Por eso, un observador
se encuentra frente a una niebla de sentidos diversos que surgen arbitraria­
mente de enunciados inestables y borrosos. D e esta manera los conflictos se
ven evacuados, si podemos decirlo así. Es como si los millares de imágenes
instantáneas que componen una película fueran expuestas todas al mismo
tiempo; resultaría una sincronicidad máxima en la cual desaparecerían todos
los contornos significativos.
E n las familias con síntomas esquizoafectivos el cuadro se presenta de
otra manera. Aquí los miembros de la familia se comunican durante períodos
más prolongados; las contradicciones pueden tener, así, un impacto visuali-
zable y tangible. Por este hecho, un observador registra una tensión entre
las necesidades conflictivas, los puntos de vista, las posiciones de valor, las
líneas de conducta, etc. E n el plano individual esto aparece como una ten­
sión debida a una ambivalencia; a nivel interaccional, como una tensión debi­
da a un conflicto. Cuanto más cargadas afectivamente estén las posiciones
conflictivas, mayor será la tensión y lo que dice cada uno será más conside­
rado como indispensable a su propia sobrevivencia psíquica. No es raro detec­
tar comportamientos suicidas y asesinos: tenemos realmente muchos pacien­
tes en nuestra muestra que intentaron cometer un asesinato o que eran suicidas.
Estos actos pueden ser considerados como una tentativa de deshacerse de
una tensión insoportable. Si consideramos el marco temporal dado y los inter­
valos de oscilaciones, advertimos que el drama esquizoafectivo se desen­
vuelve en un momento más alejado de un momento ficticio de sincronicidad
máxima que el drama esquizofrénico antes descrito,. Podemos hablar de
una estructura de tiem po esquizoafectiva, caracterizada por intervalos
de oscilaciones más amplios. Sólo con la existencia de éstos pueden desa­
rrollarse las ambivalencias y conflictos altamente cargados. A nivel individual,
tipos catatónicos de esquizofrenia proporcionan ejemplos de una estructura
de tiempo análoga. El individuo siente una ambivalencia máxima; ésta pone
en evidencia que se necesitan intervalos de oscilaciones bastante amplios para
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 95

que puedan surgir sentidos y hacerse visibles, pudiendo convertirse estos sen­
tidos en elemento fundamental de conflictos.
En la experiencia clínica conocemos dos subgéneros catatónicos: un sub­
género hiperexcitado y otro, el del estupor. Los dos ofrecen ejemplos de inter­
valos de oscilaciones variados. En el subgénero hiperexcitado, estos interva­
los son en rigor más largos que en el estupor. Entrañan movimientos que
podemos reconocer aun cuando parezcan desorganizados y carentes de obje­
tivo. Podemos considerarlos como tentativas de equilibrar los polos de una
ambivalencia que provoca una tensión. En el estupor,' los intervalos de osci­
laciones son más cortos, lo cual refleja una alternancia más rápida todavía en
las tentativas de comienzo y fin de puesta en equilibrio de los polos de ambi­
valencia. Encontramos una tensión máxima debida a la ambivalencia y al mis­
mo tiempo una inmovilidad corporal. Sin embargo, hallamos en el cuerpo,
como en el caso del subgénero hiperexcitado, un estado externo de excita­
ción con parámetros elevados tales como presión arterial, ritmo cardíaco, tem­
peratura, etcétera.
Es pertinente desde el punto de vista clínico localizar la esquizofrenia cata-
tónica en la interfase de los desórdenes esquizofrénicos y esquizoafectivos.
Se coincide aquí con el punto de vista de los autores contemporáneos que
consideran el comportamiento catatónico como un síndrome esquizoafecti-
vo. Sus precondiciones demuestran ser, por un lado, significaciones doloro-
sas y mutuamente excluyentes y duras y, por el otro, una tensión extrema debi­
da a la ambivalencia, que resulta del enfrentamiento de estas significaciones
dolorosas. Podríamos decir que la persona catatónica tiene en su interior dos
significaciones que amenazan con partirla en dos. En un nivel interaccional
esto querría decir: «Mi interpretación se opone a la suya, pase lo que pase».
Pero lo que engendra una alta tensión de ambivalencia o conflicto puede
engendrar también creatividad. Puede posibilitar lo que Bateson denominó
«transcontextualidad»; capacidad y voluntad de desplazar un contexto o de
marcar este contexto de manera inhabitual. Un árbol puede ser visto no sola­
mente como un tronco con ramas, sino también como parte de un tren de
madera, etc. Sin embargo, antes de desplazar un contexto se lo debe reco­
nocer como tal e investirlo de sentido: un árbol no puede al mismo tiempo
dar sombra, dar papel, ser parte de un tren de madera, etc., a menos que haya
un observador que rompa semejante sincronicidad y al mismo tiempo con­
serve los pedazos separados suficientemente cerca unos de otros como para
engendrar una tensión productiva. Así pues, los intervalos de oscilaciones no
deben estirarse hasta separar definitivamente los diferentes contextos. Así,
a nuestro entender, muchas paradojas en el análisis final son contradicciones
debidas a que hemos descuidado el factor tiempo -cuestión elaborada por
Spencer Brown (1969)4y otros- y no deben disolverse totalmente cuando tie­
nen una posibilidad de estimular la creatividad.
E n los sistemas con síntomas maníaco-depresivos encontramos una es­
tructura temporal distinta, todavía más alejada del punto de sincronicidad

4. Spencer Brown, G ., Law s ofForm , Nueva Ybrk, Dutton, 1979.


96 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

máxima que las dos precedentes. Las distancias entre las oscilaciones son tan
importantes que ni el individuo ni los miembros de la familia pueden esta­
blecer ninguna relación entre posiciones mutuamente excluyentes. Alguien
que se observa a sí mismo ya no puede establecer un nexo entre ellas.
Encuentra que es, pues, una especie de máquina, sin duda exenta de ambi­
valencia pero que ha perdido toda flexibilidad, toda esa capacidad de auto­
rregulación que también podemos calificar en términos de contradicción,
impulsividad, irracionalidad, otros tantos rasgos humanos que caracterizan a
las personas que viven la ambivalencia. A título individual, pues, ya no hay
experiencia de ambivalencia; a nivel interaccional, en estas familias ya no
hay experiencia de conflicto. Los miembros, aceptando un marco de valores
comunes, pueden alcanzar un consenso sobre los temas de interés vital. Quiere
decir entonces que un observador externo reconoce aquí, durante un perío­
do más largo, el predominio de ciertas ideas de bases y valores comunes, sea,
grosso m odo, los de orden y responsabilidad, sea los de desorden y de dejar­
se llevar. Por un lado, tendremos conductas y actitudes diagnosticadas en el
registro depresivo; del otro, conductas y actitudes diagnosticadas en un regis­
tro maníaco. Una y otra vez observamos posiciones extremas, pero a causa
de los largos intervalos de oscilaciones no se las siente ya como mutuamen­
te excluyentes: consideramos contradictorio aquello cuyo opuesto se ve; pues
bien, aquí ya no está visible. Hablamos entonces de una disociación diacró-
nica por oposición a una disociación sincrónica: la que encontramos en los
sistemas esquizoafectivos. Sin embargo, podemos encontrar también una diso­
ciación sincrónica en muchos sistemas depresivos o en sistemas llamados bipo­
lares. Esto resulta posible en los momentos de cambio: cuando dos sistemas
de valor mutuamente excluyente -y la conducta que resulta de ello- comienzan
a enfrentarse. Encontramos también aquí una contradicción y una incompa­
tibilidad de posiciones, una ambivalencia y una tensión de conflicto, y esto
corresponde a la experiencia clínica, que nos enseña que es también el momen­
to de un riesgo máximo de suicidio. Es bien conocido que los pacientes depri­
midos son menos proclives al suicidio cuando tocan fondo que cuando emer­
gen de él y comienzan una fase maníaca eventual. Lo mismo que en el caso
de los pacientes esquizoafectivos, podemos considerar un suicidio de este tipo
como una tentativa de deshacerse de una tensión máxima de ambivalencia
y conflicto. Desde el punto de vista interaccional, es también una fase donde
las luchas encarnizadas por tomar el control de las relaciones son susceptibles
de dar inicio a un movimiento en escalada. Nuestra experiencia nos indica
que a menudo sólo la hospitalización puede engendrar una descompresión.
Tarde o temprano el resultado será una mayor voluntad por parte de los
participantes de aceptar un marco de valor común, y por lo tanto de reducir
la posibilidad de un conflicto interaccional. Es verdad también que los indi­
viduos diagnosticados como maníaco-depresivos pueden parecer creativos.
A nuestro entender, es posible que semejante creatividad suponga dos pre­
condiciones: una experiencia de transcontextualidad, habida en los momen­
tos de cambio citados más arriba, y un período bastante largo de disocia­
ción diacrónica con un potencial de conflicto reducido y por lo tanto propicio
a la transformación de las perspectivas contextúales en obras de arte o cien-
ESTABILIDAD Y CONTEXTO TERAPÉUTICO 97

cia. E l punto de vista que estamos presentando tiene numerosas implicacio­


nes, al menos para nosotros. En primer lugar, y ésta es la más importante, las
variaciones de las estructuras temporales, como ya las hemos descrito, van a
relativizar las fronteras de diagnóstico existentes entre síndromes psícóticos
diferentes; aunque estos diagnósticos hayan sido establecidos a base de cri­
terios empíricos, pensamos que ya no poseen un gran valor cuando conside­
ramos estos marcos de tiempos diferentes. E n segundo lugar, en lo que ata­
ñe a la psicosis maníaca, podemos prescindir de un modelo que suponga un
déficit; si hablamos todavía de un déficit es por referimos a una expresión y
una consecuencia de estructuras temporales diferentes. Tercera implica­
ción: podemos construir un continuo entre los puntos extremos de una sin­
cronicidad máxima de un lado y una diacronicidad máxima del otro. Sin embar­
go, cambios continuos en este continuo no van a provocar forzosamente
cambios continuos en sintomatología. Pueden presentarse súbitamente trans­
formaciones cualitativas, lo mismo que el agua, a temperaturas diferentes,
puede transformarse en hielo líquido o en vapor. Cuando se proyecta un fil­
me a gran velocidad, se puede ver que conductas que inicialmente aparecían
como trágicas pueden volverse cómicas; dicho de otra manera, un sentido
dado puede engendrar su opuesto. No obstante, un filme proyectado con
excesiva lentitud puede no provocar ningún efecto trágico ni cómico, sino fas­
tidioso. Cada vez, el sentido atribuido y la cualidad emocional sentida reve­
lan ser como las funciones de una estructura temporal existente.

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Stierlin, H ., «Crises et interventions», Cahiers Critiques de Thérapie Fam iliale
et d e Pratiques de Réseaux, n° 8, págs. 53-55, Toulouse, Privat, 1988.
TE N E M O S Q U E INVENTAR ESTRATEGIAS
PARA AMPLIAR N U ESTRO C O N O C IM IEN TO

M ara Selvini Palazzoli

H a pasado mucho tiempo desde que el círculo de Viena (1925-1936) pre­


tendió fundar en el «positivismo lógico» la certeza del pensamiento. Este sue­
ño de purificar la ciencia, de encontrar para ella fundamentos absolutos se
derrumbó al descubrirse que tales fundamentos no existían. Lo real mismo
entró en crisis, no sólo en las ciencias humanas sino también en las ciencias
«duras». Estoy convencida de que semejante crisis de lo real de ninguna mane­
ra debe sumirnos en la desesperación o, lo que es peor, en una actitud de rela­
tivismo cínico del tipo: «¡Las historias de familia son todas iguales!...».
D e acuerdo: trabajamos en el ámbito más complejo que quepa imaginar.
Nuestro objeto de investigación es e l hom bre en los juegos interactivos con los
dem ás, es decir, el hombre en cuanto estratega. Porque tenemos que tratar
con un ser vivo estratégico, no sólo en el nivel de la computación egoísta
por la supervivencia, cosa que comparte tam bién la bacteria monocelular
(computación a partir de sí, en función de sí y sobre sí), sino también en el
nivel de la conciencia de sí... incluida la «falsa conciencia».
Estoy convencida de que en lugar de hundirnos en la desesperación o de
resbalar hacia el relativismo cínico, debemos aceptar este desafío de la com­
plejidad de los fenómenos interactivos que desembocan en los dramas que
llamamos esquizofrenia y psicosis.
Estoy igualmente convencida de que, para aceptar este desafío, para pro­
gresar en el conocimiento de este tipo de organizaciones relaciónales, tene­
mos que inventar estrategias que permítan ampliar este conocimiento.
Las estrategias para conocer mejor tienen por misión:1

a) extraer informaciones del océano del «ruido»;


b) construir la representación correcta de una situación (para tomar deci­
siones, es decir, para hacer elecciones);
c) prever eventualidades y elaborar guiones de acción (que podrían seguir
nuestras diferentes elecciones).

La información sólo puede entregar su mensaje en marcos suficientemente


estables (esquemas de codificación, acontecimientos repetitivos). En la medi­
da en que el aparato neurocerebral está en condiciones de reconocer regu-

1. M otín, E ., ha M éthode, vol. 3, «La connaissance de la connaissance», pág. 62.


100 INTERCAMBIOS CLÍNICOS

laridades, es decir, constancias, puede también localizar e indagar en un acon­


tecimiento inesperado, imprevisto, es decir, transformarlo en información.
D e este modo, el conocimiento debe disponer de certidumbres (sobre lo que
es fijo, estable, repetitivo y predecible) para afrontar y resolver la incerti­
dumbre (para eso hemos construido esquemas, modelos).
Si, como propuse en mi intervención anterior, dejamos de lado el para­
digma sistémico y adoptamos la metáfora del juego, dejamos también de lado
la noción de inform ación y la sustituimos por la de computación. Esta noción
lleva en sí la idea de elección (elección estratégica táctica entre varios com­
portamientos posibles: elección que apunta a protegerse a sí misma, es decir,
a mantener la posibilidad de continuar eligiendo, y por lo tanto a garantizar
cierto poder y cierta libertad). Si se acepta la metáfora del juego no habrá más
polémica en lo que respecta al poder... Ya hemos dicho que sustituir el mode­
lo sistémico por la metáfora del juego nos ha permitido descubrir al indivi­
duo en cuanto ser viviente estratégico en el juego familiar. Pero es importan­
te agregar que, de este ser estratégico, conviene conocer no las opiniones, sino
¿osfin es.
Por esta razón, la serie de prescripciones invariables que hemos dado regu­
larmente, durante varios años, a todas las familias con un hijo psicótico o
esquizofrénico, ha sido muy eficaz: ha ampliado nuestro conocim iento de las
m etas de los miembros de estas familias, d a rn o s un ejemplo de los más elo­
cuentes: cuando los padres de un niño esquizofrénico, que habían estable­
cido con nosotros un contrato según el cual querían salvar a su hijo, se nega­
ron a proseguir su esfuerzo por cumplir nuestras prescripciones (cuando el
niño estaba haciendo progresos), revelaron que su meta era diferente. No era
éste el fin que habían suscrito. Era otra cosa. Su elección de interrumpir el
tratamiento demandado para salvar a su hijo (que comenzaba a mejorar)
era un hecho innegable. Ya no se trataba de contar historias. N o teníamos
nada que interpretar. El hecho estaba ahí, declarado, evidente.
A partir de entonces iniciam os una segunda fa s e de nuestra investigación.
La serie de prescripciones invariables había ampliado nuestro conocimiento
hasta el punto de que pudimos construir esquemas representativos de los pro­
cesos familiares que conducen a la psicosis de un hijo (esquema elaborado
después de ocho años de trabajo clínico gracias a las redundancias que hemos
podido observar a causa de las prescripciones). Ahora estamos en condicio­
nes de emplear estos esquemas para inventar nuevas estrategias terapéuticas. No
estamos ya obligados, pues, salvo en casos especiales, a dar la serie de pres­
cripciones invariables.
Segunda parte
INTERCAMBIOS TEÓRICOS
i
4. SISTEM AS, EV O LU C IÓ N ,
C RISIS Y C A M BIO

Esta parte de la obra, titulada «Intercam bios teóricos», com ienza con la trans­
cripción de un debate qu e reúne a H einz von Foerster, Carlos Sluzki, Jean-Louis
L e M oigne, H um berto M aturana, Francisco Varela, Paul W atzlaw ick e Isabelle
Stengers.
E l texto de este debate se ha tom ado de un número, agotado en la actualidad,
de Cahiers Critiques de Thérapie Familiale et de Pratiques de Réseaux, que
lleva p o r título «A utoréférence et thérapie fam ilia le» (A utorreferencia y terapia
fam iliar, n° 9, 1988).
En esta mesa redonda se exponen temas qu e van a m odificar e l devenir de las
terapias fam iliares. Jean -L ou is L e M oigne insiste en la im portancia d e la com ple­
jid ad , Francisco Varela en la m anera en que e l observador se sitúa en e l mundo,
Isabelle Stengers y Paul W atzlawick en e l devenir crucial para los sistem as en cam­
bio d e elem entos aparentem ente anodinos.
H um berto Maturana, cuyo propósito es describir lo que é l llam a «isófora» d el
cam bio social, nos cuenta una historia que p od ría ser una bella ilustración d e la
riqueza d e los sistemas alejad os d el equilibrio.
En 1823, en la ciudad d e Rugby, donde se ju gaba un partido de fú tbol, un juga­
dor, arrastrado p or su entusiasmo, hizo un g o l con las manos.
L os m iem bros d el equ ipo contrario le quitaron la pelota y se pusieron a correr
hacia e l otro extremo d el terreno, pasándosela igualmente con las manos. Este inter­
cam bio duró varios minutos. A sí nació e l rugby.
H um berto M aturana narra este suceso p ara describir e l cam bio so cia l com o
cam bio de una configuración de acciones coordinadas p or la que se defin e la iden­
tidad particular de un sistem a social específico.
Sin em bargo, tam bién podríam os considerarlo com o e l ejem plo d e lo qu e pue­
de ocurrir en un sistema alejad o d el equ ilibrio cuando una interacción nueva no
se som ete a la norma com o sucede en un sistem a estable, sino, p or e l contrario, se
am plifica.
En un partido de fú tbol, alguien que coge la p elota con las m anos com ete una
falta. E l árbitro interviene y penaliza esta infracción.
En e l caso concreto que nos describe H um berto Maturana, este comportamiento,
en vez d e ser reprimido, tuvo la posibilidad de extenderse.
En un segundo tiem po, con el nacim iento d el rugby, una interacción sin futu­
ro n otable en e l fú tb o l pu ed e convertirse en una d e las reglas de funcionam iento
d el nuevo juego.
Esta situación en la. qu e lo anodino pu ede volverse determinante, válida para
diferentes sistemas humanos en proceso de cam bio, explica el interés qu e han dedi-
104 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

cad o num erosos terapeutas fam iliares a los trabajos de Ilya Prigogine sobre e l
funcionam iento de los sistem as alejados d el equ ilibrio.
Por otra parte, Francisco Vareta nos invita, en este intercam bio, a ir más allá
de la propuesta de H einz von Foerster de incluir a l observador en la descripción.
Considera im portante estudiar e l proceso p or e l cu al este observador em erge en el
seno d e prácticas lingüísticas y no lingüísticas específicas.
E l tenor de este debate condujo adem ás a los organizadores d el congreso a pro­
pon er unos años después una m esa redonda cuya transcripción podrá leerse en este
volum en. D icha mesa estuvo dedicada a «L a autorreferencia y la em ergencia del
observador».
G racias a esta sucesión d e intercam bios separados por pocos años d e interva­
lo, e l lector podrá seguir m ejor la evolución d e teorías que han llegado a ser deter­
m inantes en e l cam po de las terapias fam iliares.

M ony Elkaim
ANACRUSIS*

H einz von Foerster

E l marco últim o del cambio es el no cambio.


I chin¿
La naturaleza paradójica del cambio ofrece la fuerza generativa a los seis
oradores que se dirigen al tema central: Sistem a, evolución, crisis y cam bio.
Utilizo aquí el término «paradójico» no en el sentido literal de estar «en el
exterior de doctrinas aceptadas», sino en el sentido ortodoxo de ofrecer dife­
rentes sentidos según las diferentes maneras de aprehenderlo. Recuerden la
exclamación-tortura: «¡Soy un mentiroso!» (que es verdadera si es falsa y fal­
sa si es verdadera). La naturaleza paradójica del «cambio», sin embargo, es
más rica que la de la difícil pregunta que nos hace Epiménides. ¡Tomen uste­
des el «cambio» de la manera que quieran, y ofrecerá siempre algo nuevo!
Además, ¿qué otra cosa podríamos esperar del cambio?
Los seis textos que siguen demuestran este punto por excelencia: todos
ellos se dirigen a los «mismos» temas (crisis y cambio), pero nos cuentan his­
torias fundamentalmente «diferentes». Este resultado no debe referirse tan
sólo a la naturaleza iridiscente de la noción de cambio, sino también a la auto­
nomía intelectual y a la particularidad de los oradores «(auto-)poyéticos».
Mientras que Jean-Louis Le Moigne, por ejemplo, desarrolla esmeradamen­
te un modelo sistémico y teórico de la crisis empleando términos como «tran­
sición», «pasaje», «flujo», un «momento de fluctuación», un «punto de cam­
bio» entre estados, Isabelle Stengers nos explica de manera extremadamente
convincente que hay dos formas estéticamente distintas, pero estables, de la
crisis: el drama y la exploración; pero no deberíamos ir tan rápido sino más
bien acompañar los hechos según han ido teniendo lugar.
Una mujer y cinco hombres presentan sus puntos de vista sobre los temas
centrales arriba mencionados, y aquí la mujer, por supuesto, tiene la última
palabra. Gracias al puño de hierro de Carlos Sluzki, presidente de esta mesa

* Con su modestia habitual, Heinz von Foerster tituló su texto «Anacrusis». Del grie­
go ana, adelante y krousis, acción de golpear, este término designa las notas débiles que pre­
ceden al primer tiempo fuerte del primer compás o la sílaba en la que se inicia un verso y
no cuenta en la medida (M .E.).
1. The I Ging or Book ofChanges, traducción de Richard Wilheim, Bolingen Series XIX,
Princeton, Princeton University Press, 1968.
106 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

redonda, cada orador no supera el tiempo de quince minutos previamente


establecido.
Mony Elkaim no pierde tiempo y abre esta sesión con un reguero de pre­
guntas que dirige a sí mismo, a los oradores, al público y a los lectores futu­
ros de estas actas. Por una parte, él mismo las responde, hace surgir diver­
sas soluciones entre los participantes o deja a las generaciones futuras la tarea
de responder. Son las preguntas de una comadrona que ayuda a los otros a
dar nacimiento a «una construcción original», se trate de una «nueva reali­
dad», de una «terapia», de la «intersección del terapeuta y el paciente», o
incluso de la propia noción de «intersección». Rápidamente, todos se ven
arrastrados por la irresistible invitación de Elkaim al diálogo, y es justamen­
te mediante la creación de este proceso interactivo como él mismo brinda res­
puestas a estas preguntas.
Jean-Louis Le Moigne arroja una red de apretadas mallas a un océano
de ideas y recoge algunos valiosos especímenes. En apoyo de su noción de
crisis como fenómeno temporal, nos recuerda las primeras intuiciones
de Edgar Morin: «[La crisis es] un microcosmos de la evolución, especie de
laboratorio donde estudiar in vitro los procesos evolutivos», y cita de nuevo
a Morin como el primero en haber utilizado la noción de doble coacción de
Gregory Bateson para ofrecer un contexto «crisogénico». Reúne con elegan­
cia acontecimientos sistémicos que percibimos como «crisóticos», por ejem­
plo las bifurcaciones, las catástrofes, las turbulencias, los elementos no pre-
dictibles o no decidibles y finalmente el caos. Además de todo esto, presenta
una taxonomía exhaustiva de las crisis en una ciencia de las crisis, en una «cri-
sología» en la que introduce, y pienso que por primera vez para muchos de
nosotros, los trabajos sobre la Tectología, «la ciencia general de la organiza­
ción» de Anatoli Bogdanov (1873-1928), que dirige nuestra atención a las cri­
sis que aparecen a partir de conflictos tradicionales, por ejemplo entre nor­
ma y regla, pero tam bién de manera más importante entre moralidad y
legalidad.
L a placa sobre la puerta del despacho del neurofisiólogo Humberto
Maturana reza: «Laboratorio de epistemología experimental y neurofiloso-
fía». Maturana utiliza la ocasión ofrecida por este encuentro para clarificar
más aún la noción de autopoyesis,2 que él creó junto con Francisco Varela, y
teje este concepto como uno de los hilos en la tapicería de este congreso.
Antes del encuentro tuvo que consultar, arrojando seis monedas, el I Ching.
D ebió obtener cinco yins (cabezas) y un yang (cola), es decir, el hexagrama
«Fu». Indudablemente, debió haber leído el comentario que utilicé como
exergo; pues en el dominio de la autopoyesis el marco último del cambio
estructural es la organización incambiada de los elementos vivos. Hablando
en Bélgica, y sabiendo hasta qué punto el fútbol es allí un deporte popular,
utiliza la historia de un hombre joven, William Webb Ellis, quien, en la sobre­
excitación de un partido de fútbol desarrollado en la ciudad de Rugby, en

2. Varela, F.G., Maturana, H .R ., Uribe, R., «Autopoiesis: The Organization ofliving


Systems, Its Characterization and a Model», Biosystems, 5, págs. 187-196, 1974.
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 1 07

1823, desobedeció las reglas y de este modo cambió el fútbol en rugby, como
metáfora del cambio social. Sólo cuando el individuo cambia puede aparecer
el cambio social.
D e Francisco Varela me gusta pensar que es un neurólogo y él me reafir­
ma en este pensamiento con su intervención sobre las múltiples figuras de
la circularidad. A primera vista puede parecer sorprendente que en este encuen­
tro sobre la crisis y el cambio no mencione ni una sola vez el término crisis ni
el término cambio. D e una manera implícita, sin embargo, estas nociones
están inscritas en las múltiples figuras de la circularidad, se trate de la forma
general en la cual A implica B, B implica C, y C a su vez A; en la forma refle­
xiva en que A implica B , y B implica A; o en su forma autorreferencial don­
de A implica A, la magia última: «Soy quien soy».3 Como en general nos preo­
cupamos sobre todo de las A, las B y las C, dirige nuestra atención sobre la
emergencia de las implicaciones, sobre la emergencia de las operaciones de
conexiones, donde «un espacio se abre para el sujeto que nace».
Paul Watzlawick, el teórico y el practicante, nos recuerda que aquí todas
las discusiones deberían ser en definitiva beneficiosas para quienes, por deses­
peración, entrampados en un sistema, demandan ayuda y para los que anhe­
lan ofrecerles su ayuda. Frente a problemas en los cuales los elementos teó­
ricos y prácticos están mezclados de una manera inseparable, él muestra de
qué manera el «enfoque sistémico» es exitoso. Su fuerza es triple: 1. Como
un sistema puede ser reconocido por sus relaciones estructurales y no por
su talla, es independiente de su talla, es decir que puede ser válido para fami­
lias, minorías y otras entidades sociales. 2. N o responder en una interacción
es también una respuesta, una manera de ver que corresponde, en el ámbi­
to de la teoría de los números, al primer axioma de Peano: «Cero es un núme­
ro». Y 3. La causalidad lineal es inútil. Este punto concentra especialmente
la atención del terapeuta sobre las potencialidades de cambio en el aquí y aho­
ra, en lugar de preocuparse por articular una teoría de las razones por las que
algo ocurrió, teoría que por principio no puede ser confirmada. E n otros tér­
minos, no tiene sentido decir: «La historia se repetirá». Quienes se repiten a
sí mismos no son sino los historiadores.
Carlos Sluzki introduce a la última oradora en estos términos: «¡Por últi­
mo, el espíritu universal de Isabelle Stengers!». Ella, sin embargo, no se liga
a la universalidad, pero de una manera graciosa y elegante cierra el círculo de
la discusión de esta mesa redonda volviendo a Mony Elkaim, quien había
intervenido primero y hablado de la transformación de una persona cuando
«crea algo original», un «puente singular» que la conecta de una manera nue­
va y única a una familia. Se pregunta qué se produce en estos momentos de
cambios fundamentales, y sugiere una conexión estrecha, com o ella dice,
«entre el problema de la crisis y el problema de lo que llamamos ser lo mis­
mo, seguir siendo el mismo “yo” o el mismo sujeto».
Un aspecto fascinante de esta cuestión crucial que se centra en francés en
«le m ém e» [lo/el mismo], en inglés plantea interrogaciones fundamentales a

3. Éxodo, 3/14.
108 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

propósito del «self» \sí mismo), del «sam e» (mismo) y de «Remaining the same
I» (seguir siendo el mismo yo). «Self» (en griego aveos) está ligado etimoló­
gicamente (y semánticamente) a «sibling» (miembros de una fratría nacida
de los mismos padres) y «solitu de» (soledad), mientras que «sam e» (en grie­
go eis) se liga a «simultaneous» (simultáneo) y «hom ologous» (homólogo). Esto
nos muestra que las nociones de no cambio, tanto como las de cambio, nacen
a través del lenguaje;4 por añadidura, el lenguaje no nace a partir de un vacío:5
no sólo es necesario ser dos para bailar, sino que dos son igualmente nece­
sarios para hablar, el uno se ve a través de los ojos del otro. Como dice Isabelle
Stengers: es aquí donde comienza la exploración y donde el drama se trans­
forma.
N o puedo pensar en ningún otro que haya podido evocar este punto con
la precisión de Martin Buber:6
«Contemplad lo humano con lo humano y veréis la dualidad dinámica,
la esencia humana, juntos: allí se encuentra el dar y el recibir, allí la fuerza
agresiva y defensiva, allí la calidad de la búsqueda y de la respuesta, siempre
los dos en uno, complementándose mutuamente en una acción alternativa,
demostrando juntos lo que es: humano. Ahora podéis volveros hacia el indi­
viduo aislado y reconocéis al humano en su potencialidad de poder entrar en
relación; luego miráis el conjunto y reconocéis lo humanó en la riqueza de
la relación. Podemos acercamos a la respuesta de la pregunta: ¿qué es lo huma­
no?, cuando comenzamos a comprender lo humano como un ser en el cual
el diálogo, en la presencia mutua de ser dos, el encuentro del uno con el otro
se realiza y reconoce en todo momento».

4. Foerster, H. von, «N otes pour une épistémologie des objets vivants», en Morin,
E ., Piatelli-Palmarini, M., L im ité de l ’Homme, París, Seuil, págs. 401-417, 1974.
5. Maturana, H.R., «Biology of Language: The Epistemology of Reality», en Psychology
and Biology o f Language and Tbought, Nueva % rk , Academic Press, págs. 26 -6 4 , 1978.
6. Buber, M., Das Problem des Menschen, Heidelberg, Verlag Lambert Schneider, 1970.
PRESEN TA CIÓ N

Carlos Sluxki

Ésta es la sesión plenaria titulada «Sistemas, evolución, crisis y cambio».


Mi nombre es Carlos Sluzki y presidiré esta reunión.
Permítanme pedirles, señores oradores, limitar su productividad y no pro­
ducir más de un tema por presentación a fin de no sofocar a nuestro público.
Los oradores de esta mesa redonda son primeramente Mony Elkaim, orga­
nizador de esta conferencia y presidente del Institut d’Études de la Famille
et des Systémes Humains de Bruselas; Jean-Louis Le Moigne, profesor en la
Universidad de Aix-en-Provence e importante figura del pensamiento sisté-
mico francés, así como director de la Société Frangaise de Cybernétique;
H um berto Maturana, profesor de biología en la Universidad de Chile en
Santiago; Francisco tárela, también chileno, que es profesor de ciencias cog-
nitivas en la École Polytechnique de París; Paul Watzlawick, miembro del
M ental Research Institute de Palo Alto y profesor de psiquiatría y ciencia
del comportamiento en la Universidad de Stanford; y por último, Isabelle
Stengers, filósofa, epistemóloga, historiadora de las ciencias y miembro del
equipo de Ilya Prigogine en Bélgica.
r

I
*«)
A U TO RREFEREN CIAS,
IN T E R SE C C IO N E S Y EN SA M BLES

Mony E lkaim

Voy a hablarles de autorreferencia. Durante muchísimo tiempo hemos


insistido, en terapia familiar, sobre lo que Bertrand Russell llamó diferencia
entre tipos lógicos. Esta separación de niveles lógicos la introdujo en el cam­
po de las terapias familiares Gregory Bateson y el grupo de Palo Alto, para
ayudarnos a no quedar atrapados en situaciones de autorreferencia. Más
allá de la riqueza de este enfoque, lo cierto es que ponía entre paréntesis el
hecho de que, como terapeutas, somos personas que construimos el mundo
que supuestamente describimos. Para ilustrar esta situación de autorreferencia
voy a plantearles el problema siguiente: ayer, en mi taller, irnos participantes
simulaban conmigo una entrevista de familia. Había, entre otros, un padre
y un hijo. Yo pregunto a la familia simulada: «¿Q ué puedo hacer por uste­
des?». La mujer se dirige al marido: «Dile». E l marido, volviéndose hacia mí:
«Es ella la que quiere que venga, es ella la que me ha traído, y ahora ella insis­
te para que yo hable». Entonces, pregunto a los miembros del taller: «¿Qué
han visto? ¿Qué piensan?». Un participante me responde con un análisis teó­
rico bastante rebuscado, y luego agrega: «Veo un hombre que quiere jugar a
omnipotente, que quiere hacerse el fuerte y en realidad es muy débil». En ese
momento, y les pido disculpas por el aspecto reductor de lo que sigue, pue­
de parecer en efecto que lo que vivimos no está sino en la intersección de
situaciones del pasado y de momentos presentes sin traducir la riqueza y mul­
tiplicidad de los elementos de toda índole que componen las uniones que nos
constituyen. En ese momento, pues, le pregunto: «Vamos, ¿en qué le hace
pensar?». Medita un instante y luego me contesta: «Efectivamente, en alguien
sumamente cercano». Bueno, henos aquí en una situación donde el terapeuta
descubre que su percepción de ese señor, de ese padre de familia, es una per­
cepción que él no puede separar de su propia historia. He aquí a este inter­
locutor en terreno de conocimiento, en una situación en la que es terapeuta
y donde es difícil diferenciar su experiencia propia de lo que ve, lo que cons­
truye, de lo que describe. Así, imaginemos que es usted el supervisor, tiene
usted su estudiante terapeuta que se descubre viviendo cosas específicas con
relación a ese padre, ¿qué va a hacer? ¿Quién quiere tomar la palabra?
UN PARTICIPANTE: E n mi opinión, no hay una variedad de soluciones; o
bien dejar de ser su terapeuta y los deriva a un colega porque encuentra que
existen demasiadas dificultades, o bien considera que es lo suficientemente
fuerte como para seguir.
112 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

MONY ELKAIM: Muchas gracias. El señor nos dice algo que se podría enten­
der com o «la autorreferencia es una situación extremadamente difícil».
Idealmente sería necesario que este terapeuta fuese a trabajar lo que en otros
medios llamarían su contratransferencia, para que pueda efectuar un trabajo
conveniente. Pero yo pregunto: «¿Y qué? ¿Acaso existimos en un cielo azu­
lado sin ninguna historia y sin ninguna relación con las personas con que nos
confrontamos?». Nosotros existimos en un campo de intersecciones múlti­
ples entre las cuales está la que se sitúa entre la manera en que construimos
lo real y en que las personas con las cuales trabajamos construyen lo real. ¿Qué
vamos a hacer? ¿Vamos a dejarlas plantadas o a aseptizarnos para suprimir
cualquier especificidad molesta, cualquier elemento singular que amenace
con generar desorden? Esta es efectivamente una de las soluciones común­
mente propuestas a este problema de autorreferencia. ¿Quién de ustedes tie­
ne otra propuesta?
UNA PARTICIPANTE: Esto me ha hecho pensar en mi viejo maestro, Georges
Devereux, quien sostiene que las únicas informaciones que realmente pode­
mos tener en investigación o en terapia son las informaciones que podemos
recoger de nosotros mismos. Y, si hay algo que yo siento en mí misma, esto
tal vez me permite comprender más al paciente. Por supuesto, no hay que tra­
tar como angustia lo que siento, sino como información.
ELKAIM: ¿Puedes co n tin u a r ayu d án d om e u n p o co m ás co n cre ta m e n te ?

PARTICIPANTE: Ao diría que en primer lugar el estudiante debe trabajar


para sí lo que esta situación le recuerda. Puede ser algo tan inquietante para
él que le impida estar en contacto con ese paciente, o bien, si puede hablar
de ello, es posible que pueda descubrir lo que está implicado en esa situación.
Su propia experiencia le permitirá saber más cómo trabajar con ese paciente.
ELKAIM: Muchas gracias. Sigamos buscando, sigamos. ¿De qué modo pode­
mos arreglárnoslas con la autorreferencia como no sea intentando ponerla
entre paréntesis?
UN PARTICIPANTE: ¿No se podría aconsejar a ese terapeuta que confesara
al padre su dificultad ante esa determinada configuración? ¿Q ue pregunta­
se al padre cómo puede ayudarlo, él como terapeuta? También puede diri­
girse al hijo preguntándole si también él se siente acorralado ante la situación
y cómo reacciona.
OTRO PARTICIPANTE: M e parece que no está sólo el problema de la auto­
rreferencia, hay muchas otras referencias. D e modo que tal vez, y no es segu­
ramente una solución lo que voy a proponer, pero tal vez se puede felicitar
primero a ese estudiante por haber descubierto especialmente que es un exper­
to. Conoce el terreno. ¿Tal vez se pueda reencuadrar esto de otro modo y
efectivamente hacerle explorar lo que él conoce mejor que yo y mejor que
otros?
ELKAIM: No diré que el estudiante conoce el terreno, sino que está cons­
truyendo un terreno específico de esa familia y de él. Por otra parte, les oigo
decir: «Mony, mientras te quedes en una historia donde debes tener una reía-
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 11 3

ción “neutra” entre un terapeuta y su familia, estás perdido. No tienes solu­


ción». Lo que por mi parte oigo en esta intervención es: «¡M ira eso de otra
manera! Di, ¡pero qué suerte tiene ese estudiante! ¡Qué suerte enorme que
tiene de poder vivirse en una relación específica con respecto a esa familia!
Qué suerte tiene de construir esa intersección entre esa familia y él para
crear este sistema terapéutico que no es el que tú, Mony Elkaim, habrías cons­
truido con esa familia». Y oigo también: «¿C óm o puedes ayudarlo a utili­
zarse en esta tarea privilegiada, a utilizar ese puente único específico y sin­
gular entre él y los miembros de esa familia para crear algo original en el sistema
terapéutico al que está perteneciendo? ¿Cómo puedes ayudarlo a no cons­
truir un sistema terapéutico que va a bloquear la evolución de la familia y del
terapeuta, sino más bien a articular sus singularidades con las del sistema tera­
péutico para crear un proceso que extenderá el campo de lo posible?».
E stá claro que esto me llevará de nuevo a nuestras intersecciones en el
grupo de supervisión y a mi manera de poder articular mis propias singulari­
dades con las de mi estudiante.
Una palabra más antes de terminar esta intervención.
Lo que me importa a mí no es sólo tomar en cuenta las intersecciones entre
terapeuta y paciente o entre observador y sistema observado, sino también
aquello a lo cual esta noción de intersección remite.
N o es únicamente la manera en que construimos lo real lo que determina
nuestras intersecciones, sino que son quizás estas intersecciones las que nos
constituyen igualmente. Nosotros describimos los sistemas humanos como
sistemas de individuos en interacción. Pero, ¿estamos tan seguros de saber lo
que es un individuo? ¿Y si la interacción no se situara tanto entre indivi­
duos biológicamente determinados sino entre los elementos ligados a estos
individuos, pero no reductibles a ellos?
Estos elementos podrían ser también biológicos o culturales, más mediá­
ticos o familiares. Como diría Félix Guattari, pueden pertenecer al nivel
que él llama «pre-personal» o ser «singularidades colectivas». Las interac­
ciones entre estos elementos crearían los ensambles transitorios que nos cons­
tituyen como personas no separables de los contextos en los que existimos.
Podemos estar constituidos por ensambles hechos de elementos no reducti­
bles a nosotros y ser sin embargo singulares y únicos. Podemos ser no sepa­
rables de nuestro contexto sin por ello evitar nuestra responsabilidad a nivel
ético, pero esto es quizá el comienzo, si ustedes lo desean, de otra parte de
este debate.
C R ISIS*

Jean-L ou is L e M oigne

S obre la modelización sistémica de la crisis

¿No hay cierta paradoja en el proyecto de una modelización de la crisis en


un sistema, cualquiera que fuese? ¿La crisis no es precisamente, casi por defi­
nición, el caos, lo imprevisible, y por lo tanto lo no modelizable?
Analíticos o sistémicos, habitualmente los métodos de modelización nos per­
miten representar por un modelo el estado del sistema antes de la crisis, y por
otro modelo el estado del sistema después de la crisis. Pero ¿permiten ellos con­
cebir y construir un modelo del paso del estado anterior al estado posterior?
Los analistas y cibernetistas nos dirán que, para hacerlo, han desarrollado
el poderoso concepto de ecu ación de estado de un sistema, modelo general
que permite dar cuenta de la trayectoria simbólica de este sistema en su «espa­
cio de estados»: secuencia de estados por los cuales deberá pasar para desem­
bocar en un estado final estable y presuntamente deseable partiendo de un
estado inicial presuntamente conocido. Pero agregarán de inmediato que la
ecuación de estado da cuenta precisamente del comportamiento correcta­
mente regulado de un sistema sin crisis: sabe dónde está, sabe adonde quie­
re ir, y conoce las etapas —los cambios programables de comportamiento—que
le permiten llegar con seguridad... ¡y por lo tanto sin crisis!... ¡Es precisamente
la ausencia (esperada) de crisis lo que legitima el método de modelización del
proceso de cambio de estado!...

U n desafío para la modelización sistémica

Este contrato constituye un estimulante desafío para la sistémica (enten­


dida aquí como la disciplina que hace su objeto de los métodos de modeli­
zación, con fines de intervención, de fenómenos percibidos como comple­
jos): si tam bién ella debe bajar los brazos no bien se encuentra con un
fenómeno complejo tan familiar y universal como la crisis, ¿puede pretender,
pretenderse seriamente «disciplina científica»? Lo que las modelizaciones
analíticas (o conjuntistas) y cibernéticas (de primer orden) no saben hacer,
¿no debe ella intentarlo? Sobre estas insuficiencias de sus predecesoras se
legitimó precisamente la sistémica desde sus orígenes.
Desafío más importante aún de destacar aquí cuanto que se trata de mode-
lizar no un «estado» sino un «proceso»: ahora bien, es sobre este proyecto

El título es del director de la compilación.


116 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

(«N o modelizamos más que operaciones, es decir, actos», E Valéry) como


la sistémica puede asegurar epistemológicamente su diferencia con la analí­
tica (que se quiere fundada sobre la modelización de conjunto de elemen­
tos conocidos por su «estado»).
Desafío que no vamos a aceptar aquí por completo: la incompletud de la
modelización ¿no es consustancial a la sistémica, que recusa el criterio carte­
siano de validación científica de un modelo por su carácter «claro y neto»?
¿No es acaso el propio objeto de este congreso hacernos progresar en nues­
tra inteligencia de la crisis? Y sería yo un petulante si pretendiera conocer des­
de la entrada lo que hallaremos colectivamente a la salida. En cambio, habien­
do despejado así el contexto de nuestro proyecto, pretendo que la red que se
puede arrojar hoy sobre el corpus de los primeros trabajos sistémicos consa­
grados a la modelización de la crisis, permite reunir cierto número de con­
ceptos pertinentes, susceptibles de ayudarnos a aprehender e interpretar las
crisis con las que nos topamos, que suscitamos o sufrimos...

D o u b l e - b in d , catástrofe, bifurcación...

E l sólido dossier que Edgar Morin y su equipo habían consagrado hace


diez años ya, de manera quizá premonitoria, a la «noción de crisis» prueba
esta sorprendente fecundidad de la joven sistémica. Mi redada me aportó
algunos otros materiales, pero se me concederá que esta sola referencia cons­
tituye ya una garantía de «valor agregado» por la sistémica; más aún cuando
Edgar Morin introducía ya en ella, para sostener varias facetas de su argu­
mentación, el concepto de double-bind, hoy tan familiar para ustedes pero que
hace diez años era aún harto incongruente en las comunidades francófonas...^
Concepto de double-bind que voy a utilizar a mi vez —al precio de una inter­
pretación extendida de su definición inicial—para presentar sumariamente
algunas familias de argumentos que la sistémica pone hoy a nuestra disposi­
ción para entender la crisis.
Crisis que percibimos más gustosamente «en el espíritu de los hombres que
en la naturaleza»; dicho de otra manera, en las representaciones que nos for­
mulamos de los comportamientos de los sistemas que tenemos que conocer,
más que en estos sistemas en sí. Si bien la crisis es la percepción de una bifur­
cación posible próxima e imprevisible, una de cuyas ramas al menos conduce
a situaciones desconocidas, ella no es necesariamente la catástrofe. Aunque
R. Thom señale justamente que puede ser «anunciadora» de catástrofes, a
menudo ocurrirá que ninguna catástrofe la acompañe: ¡no es necesario que un
sistema esté verdaderam ente en crisis (caos o turbulencia cuya salida es indeci-
dible e imprevisible) para que se perciba y viva en crisis! (¿No es acaso uno
de los usos de la crisis por parte de ciertas terapias convencer a la familia de que
está en crisis... aun cuando el interviniente no anticipe ninguna catástrofe natu­
ral... a fin de facilitar, por ejemplo, un cambio de comportamiento ulterior?)
Desde el momento en que aprehendemos la crisis por las representacio­
nes que de ella elabora el sistema involucrado, ¡no es sorprendente que poda­
mos descodificarla por los double-bind potencialmente inherentes a toda repre­
sentación comunicada!
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 117

1. L a crisis, conjunción (y double-bind) de lo sincrónico y lo diacrónico


Primera familia de argumentos, resultante de nuestra definición: la crisis es
un fenómeno temporal («Un microcosmos de la evolución, especie de labora­
torio donde estudiar in vitro los procesos evolutivos», dirá E. Morin).1A cada
instante, todo sistema desarrolla en forma paralela dos procesos de regulación
comportamental, en general endeblemente coordinados entre sí: la regulación
funcional o sincrónica, y la regulación transformacional o diacrónica. Puede que
este modelo de la conjunción sincrónico-diacrónica de todo comportamiento
organizacional carezca de legitimidad ontológica, pero es muy utilizado y fun­
da la interpretación o legitimación de la mayoría de las conductas. Cuando la
regulación sincrónica afecta (imprevisiblemente, por lo'tanto) al comportamiento
diacrónico, o al revés («Un dedo de champaña para sentirse bien enseguida; esa
gota de alcohol y, al año, casi seguro, un cáncer de hígado»), las regulaciones no
sólo ya no se coordinan sino que se inhiben mutuamente: los comportamien­
tos resultantes se perciben incoherentes, el sistema se declara en crisis.

2. L a crisis, conjunción (y double-bind) organizacional


Segunda familia de argumentos: la crisis es un fenómeno organizacional; por­
que «la antiorganización (el desorden, el ruido, elfeed back positivo que ampli­
fica en vez de regular) es a la vez necesario y antagonista a la organización»
(E. Morin). La crisis es en cierto modo consustancial a la organización, al menos
durante todo el tiempo en que el sistema no se representa a sí mismo por este
antagonismo necesario. Cada vez que se percibe organizado ignorándose como
tal, cada vez que se percibe como actual ignorándose potencial, autónomo igno­
rándose dependiente, cerrado ignorándose abierto, regulado o reglamentado
ignorándose ruidoso o agitado, normativo ignorándose imaginativo, o recípro­
camente, el sistema se pone en situación de crisis latente, el acontecimiento que
afecta las condiciones de dependencia, de apertura, de potencialización («yo
me acuerdo»), poco o nada deliberadamente reguladas, va a afectar también las
condiciones de las regulaciones funcionales habituales: las reglas del juego se
cambian pero el sistema no percibe las nuevas reglas que él mismo ha produ­
cido: literalmente enloquece y sobreviene la crisis.

3. L a crisis, conjunción (y double-bind) cognitivo


Tercera familia de argumentos: el sistema no domina bien los procesos por
los que construye sus propias representaciones de sus propios comporta­
mientos. Se pueden proponer al menos dos niveles de este proceso cogniti­
vo de autorrepresentación.

E l prim ero gusta a los piagetianos


Los requerimientos del entorno suscitan adaptaciones mentales de tipo
defensivo, como las acomodaciones, y de tipo ofensivo, como las asimilaciones.

1. Morin, E. y otros, «La notion de crise», Communications, n° 25, número especial, 1976.
118 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

La articulación («la equilibración de las estructuras cognitivas»)2 de estos dos


modos de adaptación no es fácil de dominar mientras no sea percibida. La
«pobreza» de los modelos resultantes puede suscitar la crisis desde el momen­
to en que el sistema no encuentra «solución» comportamental al problema que
le ofrecen sus modelos desequilibrados de su relación con su entorno. (Así, la
tensión en el seno del sistema familiar que quiere a la vez «entrar en el juego»
del desequilibrio, siendo «tan loco» como él, y protegerse de él desarrollando
mecanismos de protección interna, por ejemplo huyéndole sistemáticamente.)

E l segundo gusta a los batesonianos


El razonamiento sobre los modelos conductuales se presume evaluable por
referencia a una racionalidad suprema definitivamente expresada, por ejemplo,
por la lógica formal tal como está descrita en los Principia Mathematica (que nadie
ha leído, pese a los consejos de Bateson, pero que todos conocen bien): «la lógi­
ca» debe respetar formalmente algunos principios declarados sagrados y natura­
les de identidad y no contradicción. Como los diez axiomas suelen prestarse difí­
cilmente a una conducción juiciosa de «la razón de los asuntos humanos»,3y como
así fuese en infracción con los cánones de la lógica formal, los sistemas están a
menudo en situación de razonar (guardar razón) por referencia a otros axiomas
a menudo implícitos pero igualmente plausibles, la coordinación entre las dos lógi­
cas ya no se cumple... y hay crisis intelectual y luego moral: los comportamientos
inducidos por la lógica formal (la verdad es clara y neta, todo el resto es mentira
y por lo tanto inmoral) son recusados por la otra lógica (recursiva, conjuntiva, plau­
sible, normativa, etc.), a la cual el sistema se refiere también para «conducir bien
su razón», y por supuesto, recíprocamente, como no hay metalógica suprema (prin­
cipio religioso, por ejemplo) aceptada por todos los actores involucrados, no hay
arbitraje posible ni coordinación: double-bind tipo, revelador de la crisis tipo.
Inddentalmente, esta interpretación cognitiva del double-bind batesoniano
autoriza una definición en extensión del doble (y del múltiple) bind que podre­
mos intentar formalizar y generalizar: tal vez no se trata solamente de un con­
flicto entre los órdenes comportamentales suscitados por dos niveles de una
misma racionalidad, sino de un conflicto entre racionalidades diferentes que
el sistema no percibe como tales: una astucia («la métis») está en general mag­
níficamente razonada, pero el razonamiento se funda en otra racionalidad (o
axiomática) distinta de la que cauciona la buena moralidad de la lógica clási­
ca (¡para la cual la astucia es el pecado contra el espíritu!). Aquí sería preciso
que el terapeuta se hiciera profesor de lógicas (¡el plural es importante!) para
liberar al sistema de sus inhibiciones monorracionalizadoras.

4. L a crisis, conjunción (y double-bind,) decision al


Cuarta familia de argumentos, inicialmente de origen etimológico: krisis y
krinein, o decidir y separar, la acción y el resultado, están sin duda en el origen

2. Piaget, J ., Léquilibration des stmctures cognitives, probléme central du développement,


París, PU F, 1975.
3. Simón, H A ., Reason in hum an Affairs , Stanford University Press, 1983.
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 119

griego de nuestra «crisis»: el concepto está asociado, pues, de muchas mane­


ras, con el de decisión (E. Morin agregará: y por lo tanto de indecisión) como
lo está al de criterio {kriterian), de crítica (k>ritikos) o de hipócrita (hupokrités).
Aunque sólo fuese porque por su mismo intitulado, la crisis identifica el pro­
blema a resolver y por lo tanto la decisión que habrá que deliberar y luego tomar.
Este proceso de identificación del problema es lo que a menudo suscita­
rá el d ou ble-bin d revelador (¿o causa?) de la crisis en el sistema. La refle­
xión de H.A. Simón sobre las representaciones del proceso decisional de un
sistema puede aportamos aquí una gran claridad: la decisión no es solamen­
te resolución de problema (qué decidir entonces cuando el problema no tie­
ne solución: ¡la crisis!), es en primer lugar y quizá sobre todo proceso d e (re\for­
m ulación d el problema-, planteándolo de otra forma: pero ¿es entonces el mismo
problema? Quizá sea posible resolverlo. Y si uno resuelve este problema dife­
rente y el sistema ya no se considera en crisis, ¿no se ha mostrado -a poste-
riori—que no lo estaba con anterioridad?: ¡pues el problema que había reve­
lado la crisis (ausencia de resolución) seguía sin resolverse!... E l double-bind
entre los procesos entrelazados de formulación de problema (inteligencia) y
de resolución de problema (concepción y cálculo de la solución), enmaraña­
miento que nada coordina mientras no se lo perciba como tal, este double-
bind suscita la crisis. E l terapeuta bien sabe por experiencia que a menudo se
sale de la crisis complejizando mucho el problema inicialmente planteado,
reformulándolo según un gran número de nuevas dimensiones que desblo­
quean el proceso resolutorio (del tipo «yo tengo principios y a ellos me aten­
go: los niños deben respetar a sus padres») suscitando un nuevo ejercicio
de reformulación-resolución tanto más imprevisible, por lo demás, en su desen­
lace, por cuanto que las soluciones posibles mostrarán ser múltiples y «el engo­
rro de la elección» puede suscitar a su vez nuevas crisis.
Los practicantes de la vida en las empresas contemporáneas hallarán nume­
rosas ilustraciones de este double-bind decisional revelador de crisis examinan­
do crisis suscitadas por las intervenciones del «control de gestión» (el procedi­
miento reglado de resolución de los problemas presuntamente bien planteados...
por el controlador), que ignoran o desconocen el papel de «la inteligencia en
gestión» (la capacidad de reformular los problemas en función de la inteligen­
cia de la situación que se forja el sistema), que disuade a veces de resolver un
problema mal planteado...

L a crisis, fenóm eno m ultidim ensional: representación y com plejización


Al transformar en ciencia de la crisis («crisología») nuestras experiencias
de la crisis, despejaremos sin duda otras dimensiones de este fenómeno a la
vez familiar y complejo: la crisis latente, la crisis fatal, la salida de la crisis,
la crisis por conjunción (o fusión) y la crisis por disyunción (o separación),
crisis que A. Bogdanov4 proponía teorizar bajo las etiquetas imaginadas de

4. Bogdanov A., Essays in Tektology (edición original en ruso, 1913 a 1921), traducción
inglesa de G . Gorelik, Intersystems Publication, Sea-side, CA, 1980.
120 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

crisis C y crisis D , la crisis suscitada por el juego eterno de las tensiones entre
los poderes y los contrapoderes que ellos suscitan, y la crisis suscitada por el
conflicto tradicional entre la norma y la regla, entre la moral y el derecho.
Parece, sin embargo, que las cuatro primeras componentes evocadas de mane­
ra sucinta nos sugieren dos invariantes pertinentes para ayudamos a construir
nuestra inteligencia de la crisis:
•La crisis es dou ble-bind (o conjunción) de representaciones (por lo tan­
to simbólicas) de las situaciones percibidas y de las acciones concebibles que
se forman los actores de un sistema. Representaciones sistemáticamente pobres
y simplifícadoras, y por lo general no percibidas en su multiplicidad (hay doble
-o m ultiple-bind- cuando el actor ignora que está en situación de double-bind).
La modelización de la crisis pasa por la modelización de estas representa­
ciones.
•El «tratamiento» (evitemos el término aquí ambiguo de «resolución»)
de la crisis pasa por su complejización, o más bien por la complejización de
las representaciones que el sistema tiene o podría tener de ella. Complejización
no quiere decir ininteligibilidad (piénsese, por ejemplo, en lo que se ha con­
venido en llamar la crisis libanesa iniciada hace ya diez años: su dramática
evolución disuadirá tal vez un poco a los actores, los políticos... y a los media­
dores, ide toda representación maniquea de las crisis!).
Dicho de otra manera, la crisis se debe entender como un fenómeno com­
plejo, a la vez transitivo y recursivo, a la vez potencial y actual, a la vez pasi­
vo y activo, a la vez sufrido y querido. Toda interpretación disyuntiva, y por
lo tanto analítica, no solamente empobrece su representación y su compren­
sión, sino que también compromete su tratamiento. Es decir que nuestras
intervenciones deben conocerse en su tejido cultural: hoy en día, una cultu­
ra occidental extraordinariamente analítica que huye del complejo y aspira al
simplismo. Si lo ignoramos, seremos víctimas de uno de esos dou ble-bind que
pretendemos diagnosticar. Pero esta lucidez no alcanza para crear las condi­
ciones de la comunicación y nosotros no intervenimos a partir de un meta-
nivel del que podríamos discriminar los tratamientos analíticos y los trata­
mientos sistémicos de la crisis: nosotros somos producidos, y transformados,
por las crisis que producimos, y transformamos: anillo cuya extrañeza sólo se
debe a que no lo habíamos visto: inteligencia, más inteligencia...
SERES HUM ANOS INDIVIDUALES
Y FE N Ó M E N O S SO CIA LES H UM AN O S*

H um berto M aturana

Justo después de regresar de Chile, armado con mi doctorado, después de


estudiar siete años en el extranjero, convencí al profesor del departamento
de biología de la escuela médica de la universidad de Chile para que me deja­
ra dar cinco lecciones en el curso de biología para estudiantes de medicina.
Mi objetivo era hablar de la organización de los sistemas vivos y del origen de
la vida. Cuando terminé la quinta lección, uno de los alumnos me preguntó:
«Doctor Maturana, ¿puede decimos qué es lo que comenzó en determinado
momento de la historia de la Tierra, de tal forma que se pueda decir que los
sistemas vivos comienzan ahí? ¿Qué ocurre en ese momento por lo que
los seres vivos no existen sino después mientras que antes no los había?».
Cuando ese alumno me hizo esta pregunta, me sonrojé. No podía respon­
derla. Había pasado todos mis años de estudios preparándome para una pre­
gunta semejante: de hecho, toda la pasión que había puesto en estudiar biolo­
gía y en hacerme biólogo venía de mi deseo de encararme con esa pregunta a
la cual seguía sin poder responder. Iras un momento de reflexión, dije: «Yo no
conozco la respuesta a esa pregunta, pero si viene usted el año que viene, inten­
taré proponerle una». Desde ese momento me aboqué a la tarea de descubrir la
organización que constituye a los seres vivos en unidades autónomas. Mis esfuer­
zos culminaron, hacia 1966, cuando mostré que un sistema vivo en cuanto enti­
dad autónoma es una red discontinua de procesos circulares de producciones
moleculares, en el cual las moléculas producidas constituyen mediante sus
interacciones la red que las produce, determinando su crecimiento, y no existe
sino durante todo el tiempo en que permanece así. Al comienzo, llamé a esta
organización «organización circular», a causa de la circularidad de los procesos
de producción molecular que pone en juego, pero más tarde, en un artículo que
escribí con mi ex alumno Francisco Varela, introdujimos la palabra autopoyesis
para designar y caracterizar la organización de los sistemas vivos en forma tal que
quedaran en evidencia las consecuencias de su operación. A la pregunta: «¿Qué
tipo de sistemas son los sistemas vivos?», respondíamos: «Los sistemas vivos son
sistemas autopoyéticos moleculares».
M e dirijo ahora a un problema conceptual que se presenta generalmente
cada vez que se intenta comprender un sistema como una totalidad. Se trata
de la frecuente confusión entre las condiciones que presiden la constitución de

E l título es del director de la compilación.


122 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

un sistema y su apariencia para un observador. Esto se hizo evidente para mí


cuando el alumno me preguntó qué cosa hacía que los sistemas vivos fuesen
vivos. E n ese momento comprendí que había hablado todo el tiempo de la
manera en que los seres vivos se me aparecían y no de su constitución como
tales. Creo que si en alguna cosa tuve éxito en el descubrimiento de la organi­
zación de los sistemas vivos, fue porque separé el dominio de constitución de
un sistema vivo, la red de procesos que hace de él un todo, del dominio de su
operación en cuanto todo, las propiedades que manifiesta en cuanto unidad,
en cuanto resultado de su modo de composición como tal. Esta distinción, que
se aplica a todos los sistemas, permite no solamente al observador caracteri­
zar la organización de un sistema en los términos de sus condiciones de cons­
titución, sino que además le permite comprender que un sistema no cambia
si no cambian las propiedades de sus componentes. Consideremos lo que suce­
de en los sistemas sociales. Con este fin empezaré introduciendo una distinción
entre dos palabras, metáfora e isófora. A menudo se oye la palabra metáfora
con respecto a historias o imágenes que permiten hacer comprender el sentido
de fenómenos difíciles de explicar de otra manera. Las metáforas evocan supues­
tamente en el oyente algo diferente de aquello de lo que hablan, porque per­
tenecen a un dominio de significación extraño al sentido que supuestamente
transmiten. Voy a proponerles una «isófora». Isófora es una palabra que inven­
té hace unas semanas para designar una historia que hace algo más que evo­
car la significación a la que apunta, porque le es isomórfica. Así pues, voy a con­
tarles una historia que es una isófora del cambio social, porque mi interés es
poner en evidencia las modalidades del cambio social.
H ace de esto muchos años, en 1823, en la ciudad de Rugby, se jugaba
un partido de fútbol. Se jugaba normalmente, es decir que los jugadores gol­
peaban la pelota con los pies. Sin embargo, llevado por el arrebato del juego,
arrastrado por la ola emocional que envuelve a todas las acciones, uno de los
jugadores cogió la pelota con las manos y corrió a meterla en el arco del equi­
po contrario, en el otro extremo del terreno. Al producirse esto, los demás
jugadores lo persiguieron y empezó una lucha por la pelota; los jugadores se
pasaron la pelota unos a otros tomándola con las manos y corriendo hacia las
metas del equipo contrario. Esta clase de interacción entre los jugadores duró
varios minutos. Más tarde, tal manera de jugar pasó a ser el rugby Lo que esta
historia tiene hoy de interesante para nosotros es que nos perm ite ver lo
que es un sistema social y de qué manera cambia. Reflexionemos un poco
sobre la cuestión. Un sistema social es un sistema que engendra todos los
fenómenos que llamamos fenómenos sociales en la vida cotidiana. Y un sis­
tema formado por seres vivos que, por sus interacciones recurrentes, consti­
tuyen una red de acciones coordinadas en la cual se realizan ellos mismos
como tales, es un sistema que engendra todos los fenómenos que llamamos
sociales. ¿Se aplica esto a lo que sucede durante un partido de fútbol? ¿Es
primordial que los jugadores sean seres humanos? Mi respuesta es sí a las dos
preguntas. Por supuesto, la esencia misma del fútbol quiere que los jugado­
res sean humanos y que se impliquen en el juego con toda su emoción y su
inteligencia humanas; se puede añadir que los jugadores se realizan como
seres humanos al jugar, como lo muestra el desarrollo de un partido. Además,
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 123

todo observador de un partido de fútbol se da cuenta de que los jugadores


interactúan unos con otros según la configuración de acciones coordinadas
recurrentes que define al juego, y que todas las acciones coordinadas que
no pertenecen a esta configuración no pertenecen al juego. De hecho, la diná­
mica de un partido de fútbol es isomórfica a la de un sistema social o, mejor
dicho, un partido de fútbol es un sistema social que dura todo el tiempo
que dura dicho partido. En estas condiciones, ¿qué nos enseña sobre el cam­
bio social la transformación del fútbol en rugby? Examinemos la cosa con más
detenimiento. En el curso de esta transformación, un sistema particular de
acciones coordinadas, constitutivo del juego del fútbol, sufrió un cambio súbi­
to cuando el nuevo comportamiento de uno de los jugadores, a través de un
conjunto de acciones coordinadas que provocaron un nuevo comportamien­
to en los otros jugadores, dio nacimiento a la configuración de acciones coor­
dinadas inédita que llegó a ser el rugby. Lo normal hubiese sido que el árbi­
tro tocara el silbato, detuviera el partido y dijera: «Pare de jugar, usted no
respeta las reglas». Pero esto no sucedió. O bien el árbitro tocó el silbato y
nadie le prestó atención, o bien quedó apresado en la refriega y participó él
mismo en todo el asunto, no lo sé. El hecho es que el acontecim iento se
perpetuó y surgió un nuevo sistema de acciones coordinadas, ya que el com­
portamiento de todos los jugadores cambió de una manera que definió una
nueva configuración de acciones coordinadas legítima, gracias al cambio de
comportamiento de un jugador.
El cambio social es un cambio en la configuración de acciones coordina­
das que define la identidad particular de un sistema social particular. Es por
ello por lo que el cam bio social no tiene lugar sino cuando el com porta­
miento de los sistemas vivos individuales que componen el sistema social se
transforma, dando nacimiento a una nueva configuración de acciones coor­
dinadas definidora de una nueva identidad para el sistema social. Por supues­
to, un sistema en tanto unidad compuesta (y un sistema social es una unidad
compuesta) no existe sino por las interacciones de sus componentes, y éstos
interactúan por la operación de sus propiedades (bajo las condiciones en las
que estas propiedades cumplen una función en la dinámica estructural de los
sistemas), y de las relaciones de composición en las que dichos componentes
participan. D e esto resulta que un sistema no cambia si no cambian igual­
mente las propiedades de sus componentes. Por lo tanto, si los sistemas vivos
individuales que componen un sistema social no cambian, el sistema social
no cambia. Pero si el comportamiento de un sistema vivo individual, com­
ponente de un sistema social, cambia de tal manera que la configuración de
acciones coordinadas con los otros componentes cambia también, entonces
todo el sistema se transforma y pasa a ser un sistema social de un tipo dife­
rente. Puesto que una familia es un sistema social, se aplica a ella lo que he
dicho de los sistemas sociales; de lo que jesuíta q u e s e a cual fuere el cambio
producido en una familia cuando transforma su identidad de familia que pide
ayuda en la de familia que ya no la busca, dicho cambio se opera por un cam­
bio de los individuos que la componen. De ello resulta igualmente que cual­
quiera que sea la participación de un terapeuta en un cambio semejante de,
la familia, tal participación no tiene lugar más que por las interacciones de ese
124 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

terapeuta con los individuos que la componen, con las transformaciones de


comportamiento que estas interacciones desencadenan en ella. Además, como
en el caso del origen del juego de rugby, toda la dinámica de cambio com-
portamental que da nacimiento a la configuración de acciones coordinadas
que define a esta familia como una familia particular, puede comenzar por el
cambio de comportamiento de uno solo de sus miembros. E l conjunto del
proceso se asemeja a una transformación coreográfica en un ballet cuando un
bailarín produce una innovación seguida por los demás: al cambiar uno de los
miembros de la familia, los otros también lo hacen, cambia el tipo de fami­
lia que componen, cambian los miembros de la familia; y toda esta dinámi­
ca de cambio prosigue hasta alcanzarse una configuración de acciones coor­
dinadas estable. Los roles o características que un observador puede atribuir
a los miembros de un sistema social no los describe en términos de propie­
dades constitutivas. Son abstracciones del observador a partir de las regula­
ridades de comportamiento de los miembros de un sistema social y, como
tales, son abstracciones proyectadas sobre un conjunto particular de valores
y nociones, aquellos que el observador prefiere. Las propiedades de los miem­
bros constitutivos de un sistema social no son intrínsecas, son las propieda­
des que emergen de la composición del sistema social, por lo tanto están liga­
das a las acciones coordinadas que lo constituyen y son tan fluidas como ellas.
Se puede sostener, por ejemplo, que los jugadores de rugby deben cumplir
ciertos roles y observar ciertas reglas cuando juegan, pero lo que hace el juga­
dor cuando disputa un partido de rugby es desplazarse por la red de acciones
coordinadas que constituye el juego. Indudablemente, es posible decir que el
paso del fútbol al rugby es un cambio de reglas y de roles en cuanto a lo que
hacen los jugadores, y tam bién es posible abstraer eijji términos de cambio
de regla y de rol una transformación de la configuracioh de acciones coordi­
nadas en los jugadores. Pero al hacer esto se ocultan las condiciones de cons­
titución o las condiciones de cambio de un juego o de un sistema social. El
juego del fútbol se define por las acciones coordinadas aceptadas como coor­
dinaciones de acciones legítimas por los jugadores en sus interacciones tales
que ellas constituyen el juego. Por este hecho, si las coordinaciones de accio­
nes aceptadas como legítimas por los jugadores mientras juegan un partido
cambian, el juego cambia y se vuelve diferente: el juego original desaparece
y el nuevo aparece al mismo tiempo que cambia la configuración de acciones
coordinadas puesta en práctica por los jugadores.
H e oído hablar en este coloquio de cambio de organización, como si un
sistema pudiera sufrir un cambio de organización y seguir siendo el mismo.
"Vo no estoy de acuerdo. Para mí, la organización de un sistema es una coj^-
figuración de relaciones entre componentes que define su clase de identidad.
Al mismo tiempo, en mi opinión, la estructura de un sistema se identifica con
sus componentes reales^ con las relaciones efectivas entre éstos, mantenidas
por un sistema como caso particular de una clase dada. Esto explica el que la
organización de un sistema, es decir, la configuración de relaciones que defi­
ne su identidad de clase, sea necesariamente invariante. Si hay un cambio de
.organización, el sistema se desintegra y en su lugar aparece aleo diferente. De
todo esto resulta asimismo que, por cuanto la estructura de un sistema lo
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 125

actualiza como caso particular de una clase dada (identidad). Ja estructura de


un sistema puede cambiar con o sin conservación de la organización. Si cam-
bia conservando su organización, algunas de las propiedades del sistema pue­
den cambiar, pero el sistema sigue siendo el mismo. En el caso del paso del
fútbol al rugby se produjo un cambio de estructura con pérdida de organi­
zación: el juego del fútbol se desintegró y apareció un juego nuevo, el rugby.
Todos los otros cambios en el transcurso del partido de fútbol que no hubie­
ran alterado la configuración de acciones coordinadas que constituye a este
juego, no habrían representado más que un cambio de estructura con con­
servación de la organización, no habrían sido más que una de las posibilida­
des de despliegue normal de un partido de fútbol. ¿Qué nos enseña todo esto?
La dinámica por la cual se realiza un partido de fútbol es una isófora de la
dinámica por la cual se actualiza un sistema social: es un caso de la misma
especie. Por eso, lo que sucedió en el origen del rugby nos enseña: a) que cada
sistema social particular es definido como tal por una configuración particu­
lar de acciones coordinadas entre los sistemas vivos que lo componen y cons­
tituyen su organización; b) que la clase de identidad de un sistema social cam­
bia cuando un cambio en el comportamiento individual de los sistemas vivos
que lo componen transforma la configuración de acciones coordinadas que
lo define, y c) que un..sistema social no puede cambiar a menos que sea por
^1 cambio individual de los sistemas vivos que lo componen.
Finalmente, en el contexto del cambio y de la terapia familiar, todo esto
significa: a) que cada cambio terapéutico en una familia pasa necesariamen­
te por el cambio individual de las personas que la componen; b) que la acción
terapéutica sólo puede efectuarse por la interacción del terapeuta con uno,
varios o todos los miembros de la familia en cuanto individuos, y c) que el
encuentro simultáneo del terapeuta con todos o la mayoría de los miembros
de la familia es una manera de interactuar individualmente con cada uno de
ellos en un proceso que permite al terapeuta desarrollar una manera de ser
pertinente para ellos en el contexto de su familia, y esto con la intención de
propiciar un cambio en la configuración de acciones coordinadas que la defi­
ne. Insisto sobre todo esto aun sabiendo que lo que digo parece evidente a
muchos de ustedes, porque considero que la comprensión de estos proble­
mas es fundamental si se quiere evitar que los individuos humanos desapa­
rezcan de nuestras reflexiones sobre los sistemas sociales humanos: un ser
humano no es un individuo sino en el contexto de los sistemas sociales en los
que se integra, y sin seres humanos individuales no habría fenómenos socia­
les humanos.
\

I
LAS M ÚLTIPLES FIGURA S
D E LA CIRCULARIDAD

Francisco Varela

Entre todos los temas que se pueden presentar durante el breve tiempo
concedido a cada uno de nosotros, elegiré uno que me ha apasionado duran­
te toda mi vida de investigador y que al mismo tiempo tiene pertinencia en el
dominio de la terapia familiar. Se trata de la noción de autorreferencia (o cir-
cularidad, o reflexividad; utilizaré aquí estos tres términos indiferentemen­
te). Es una noción que hasta fechas muy recientes resultaba más bien mar­
ginal. Pero estoy convencido de que está llamada a cumplir un papel cada vez
más importante en la ciencia. En lo que sigue distinguiré tres niveles donde
la reflexividad aparece bajo formas diferentes.

LA CIRCULARIDAD LÓGICA

E l primer nivel es también el más usual: la circularidad como anillo lógi­


co. En el campo de la terapia familiar, fue Bateson quien introdujo esta idea
al afirmar que es importante mantener una separación entre los tipos lógicos.
La noción de tipo lógico fue introducida por B . Russell y N. Whitehead en
los Principia M athem atica, como un medio para mantener la separación entre
una función y sus argumentos, los operandos y los operadores, de tal suerte
que en general el proceso y los resultados permanecen en niveles diferentes.
Tomemos, por ejemplo, la función «adición de dos números»; esta función
«adición» no debe encontrarse en el mismo nivel que los números sobre los
que opera.
¿Por qué es esto importante? Porque Russell se dio cuenta de que, de no
mantenerse esta distinción, los sistemas formales que construía para fundar
las matemáticas se tornaban incoherentes. Es muy importante comprender
que la teoría de los tipos lógicos está estrechamente ligada al problema de la
consistencia en los sistemas formales. Los Principia fueron escritos en la pri­
mera década del siglo; ahora bien, desde entonces han ocurrido muchas cosas
en lógica matemática. Tantas que hoy podemos decir, con toda seguridad, que
el espectro russelliano de confusión entre tipos lógicos se ha disipado. Hoy
está claro que ninguna necesidad intrínseca se opone a una plena identifica­
ción de los operadores y los operandos, a condición de disponer de dominios
de trabajo más ricos, matemáticamente hablando, que la simple lógica biva­
lente —verdadero y falso—en la que se redactaron los Principia y que consti­
tuye el basamento de la lógica proposicional clásica. Pienso que el mandato
batesoniano de aferrarse a la distinción de tipos lógicos como a una boya de
128 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

salvación fue engañoso. Ocultó el hecho de que la plena autorreferencia pue­


da ser perfectamente sana desde un punto de vísta formal. Pero desarrollar
este punto aquí de manera técnica me llevaría demasiado tiempo.1

La circularidad como clausura operacional


La segunda manera en que la circularidad cumple un papel en la ciencia
fue también central en mi trabajo. Aquí la autorreferencia reaparece no en los
sistemas formales sino en los sistemas naturales. La circularidad de los sistemas
vivos y sociales es efectivamente el hilo de Ariadna que permite compren­
der su capacidad para la autonomía. Cuando se trabaja en el dominio de la
vida y del psiquismo, no es posible conformarse con las herramientas tradi­
cionales, que sólo permiten describir un sistema en términos de inputs o out-
puts. Se necesita comprender de qué modo un sistema se instituye como enti­
dad autónoma que da nacimiento a un mundo,12 es decir que todas las
significaciones de su mundo son inseparables de sus propias acciones y no
datos del exterior. Esto es lo que más necesitan los biólogos y psicólogos, y
ofrece a la autorreferencia un rostro completamente diferente. Desde un pun­
to de vista técnico, es lo que se da en llamar descripción de un sistema en tér­
minos de clausura operacional, en vez de descripciones de tipo input/output.
La idea clave de la clausura operacional es centrar la caracterización del sis­
tema en los anillos multidimensionales, la calidad de red de las interaccio­
nes que lo componen y lo hacen emerger de un fondo. Por supuesto, la clau­
sura no es el cierre, es decir, la ausencia de interacción o la separación respecto
del mundo. Se trata más bien de otra manera de comprender la forma en que
un sistema se articula con su mundo. Ya no se consideran inputs y outputs inter­
cambiados con el exterior; el mundo está efectivamente constituido por las
acciones del propio sistema. Uno de los primeros ejemplos de clausura orga-
nizacional es la noción de autopoyesis que caracteriza a los sistemas vivos.
Pero otros dominios importantes, como el sistema nervioso, el sistema inmu-
nitario, la gestión empresarial, los sistemas sociales, o las interfases hom-
bre/máquina, pueden ser considerados en virtud de esta línea de pensamiento.
Este es, pues, el segundo nivel en el que la autorreferencia desempeña un
papel en la ciencia contemporánea. Hay además un tercero, que quisiera abor­
dar antes de que se termine el tiempo que me queda.

* L a circularidad de segundo grado

E ste nivel es habitualmente asociado a la cibernética de segundo grado:


el mandato de incluir al observador en la descripción. Tal es la divisa de Von
Foerster; la circularidad pasa a otro plano puesto que comporta la participa­
ción de un actor humano. Pero, sin embargo, este mandato de la cibeméti-

1. Soto-Andrade, F.J., Varela, F.J., «Self-reference and fixed point: A discussion and an
extensión o f Lawvere’s theorem», Acta Applic. Mathem., 2, págs. 1-19, 1984.
2. Maturana, FL, tire la , F.J., The Tree ofKnowledge, introduction, Boston, New Science
Library, 1987.
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 129

ca de segundo grado no es más que un mandato. No nos proporciona el


«cóm o». E s una consigna, pero sin explicaciones sobre la manera de cum­
plirla. E n este sentido, tal forma imperativa de la cibernética de segundo gra­
do es incompletá.3
Quisiera, pues, distinguir esta forma imperativa de reflexividad de lo que
yo denomino reflexividad engendrada. Llamo generador a un proceso que pue­
de engendrar realmente al observador. No es posible contentarse con decir:
«Incluya al observador», hay que indicar precisamente la manera en que este
observador puede emerger. ¿De qué proceso se trata? Es justamente una for­
ma de clausura operacional, pero que adopta aquí un sentido completamente
diferente porque para engendrar al observador debemos introducir explícita­
mente las prácticas humanas, las formas de interacción humanas, a la vez lin­
güísticas y no lingüísticas, que dan forma a los seres humanos, con su cuerpo,
en el tiempo y el espacio. Por intermedio de tales prácticas emergen unos «yo»,
unos sujetos.
Subrayo que en la reflexividad imperativa el «yo» parece venir de otra par­
te, existe como una entidad llamada «observador». En la reflexividad engen­
drada,; estamos forzados a abandonar la idea de que usted o yo o quien­
quiera que sea preexiste realmente. En cambio, emergemos, somos traídos al
mundo por las prácticas lingüísticas y no lingüísticas que constituyen a diario
nuestra vida de hombres.4
En este proceso generador basado en prácticas humanas, los sujetos son
en realidad puntos nodales de una matriz de emergencia. A la emergencia de
estados coherentes en la naturaleza -una célula, un sistema nervioso- corres­
ponde aquí la emergencia de prácticas humanas coherentes donde se abre un
espacio para el nacimiento de un sujeto. Este no existía previamente, fuera
de esas prácticas.

C o n c l u s ió n

Para resumir, me parece que la noción de circularidad (autorreferencia,


reflexividad) es importante para muchos de nosotros no solamente en tera­
pia familiar sino también en la ciencia. He propuesto considerar la reflexivi­
dad como una noción triple.

1. U n sentido estrictamente formal, a cuyo respecto pretendo que en la


actualidad no se plantee ya ningún problema fundamental: siempre y cuan­
do se tomen todas las precauciones necesarias, la autorreferencia puede ser
introducida en los universos formales.
2. Un sentido en el que la autorreferencia aparece en el mundo natural,
el cerebro, los sistemas informáticos, como el síntoma del cambio de descrip­
ción de los sistemas autónomos: del input/output a la clausura operacional.

3. Varela F.J., Principies o f Biological Autonomy, Nueva V>rk, Elsevier/North-Holland,


1979.
4. Maturana H ., Varela F.J., Autopoiesis and Cognition, Boston, D. Reidel, 1980.
130 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

3. Un sentido en el que la autorreferencia reaparece de nuevo con otra


cara, la reintroducción del observador en la observación. Este sentido tiene
una versión débil, el mandato, y una forma fuerte, generativa, en la que el
observador es efectivamente traído al mundo por la reflexividad misma.

M e parece que estos tres aspectos de la circularidad son distintos unos de


otros y deben ser diferenciados, a riesgórde contentarse con vagas generali­
dades. Al mismo tiempo está claro que entre los tres existe una circulación.
Por consiguiente, han de mantenerse simultáneamente la distinción y la cir­
culación.

A gradecim ientos
Gracias a M. Elka'im por su invitación a participar en el congreso inter­
nacional de Bruselas. Francisco Varela es titular de una cátedra científica de
la Fondation de France. Agradece calurosamente al Prince Trust Funds su
apoyo financiero.
PEN SA M IEN TO SIST É M IC O
Y E N F O Q U E D E LO S SISTEM A S H UM AN O S*

Paul W atzlawick

Una de las desventajas para alguien cuyo apellido empieza con ’W, es que
siempre le toca ser de los últimos. Pero, para un orador, esto tiene una ven­
taja. Puede dejar de lado cierto número de puntos que ya fueron menciona­
dos por los oradores precedentes. Quisiera limitarme a unas pocas conside­
raciones prácticas: de qué modo pensar en términos de sistemas puede ser
efectivamente una ventaja decisiva en el trabajo con sistemas humanos, se
trate de familias o de sistemas más amplios. La estructura de un pequeño sis­
tema como la familia y la de un sistema más amplio es frecuentemente iso-
mórfica, es decir que hay ciertos elementos estructurales que son similares
o incluso idénticos. Si hemos tenido la posibilidad de señalar la emergencia
de un sistema mediante el establecimiento de una relación, hemos observa­
do de qué manera, a partir de estas circunstancias, el sistema comienza a gene­
rarse a sí mismo. Por ejemplo, si un muchacho tiene su primera cita con una
chica que llega con veinte minutos de retraso, puede reaccionar de una mane­
ra o de otra: puede decir, por ejemplo: «Te has retrasado», o puede ignorar
ese retraso, pero en cada caso se habrá establecido una regla.
No puede no reaccionar al hecho de que ella llegue tarde, y éste será
uno de los elementos a partir de los cuales va a desarrollarse seguramente la
estructura del sistema de la nueva relación. Hay excelentes estudios que mues­
tran cómo sistemas muy complejos pueden emerger y emergen de elementos
muy limitados cuya interacción puede generar una enorme complejidad. A
partir de esto, se torna menos difícil comprender cómo una intervención muy
pequeña puede traer aparejado un cambio significativo de gran amplitud.
Una de las acusaciones contra las personas que practican las terapias sis-
témicas es que sus intervenciones son relativamente superficiales y no toman
en cuenta la profundidad de los problemas, que no tocan más que la punta
del iceberg. Y, sin embargo, pienso que, si comenzamos a pensar de manera
sistémica, se nos abren numerosas posibilidades. Estas posibilidades no están
disponibles si pensamos en términos relaciónales, si estimamos que lo que
sobreviene en el aquí y ahora es el resultado directo, lineal, de todos los fac­
tores del pasado que esculpen el presente. N o hay ocasión en la que se torne
más evidente la inadecuación de este enfoque intrapsíquico, introspectivo y
retrospectivo, que cuando nos percatamos de que en el momento en que dos

E l título es del director de la compilación.


132 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

elementos, por ejemplo dos personas, establecen una relación, aparece enton­
ces un fenómeno que es imposible reducir a una u otra de estas personas. Una
relación es diferente de los elementos que las personas que interactúan
traen a la relación. Toda tentativa de inducir un cambio en el aquí y ahora por
medio de una investigación del pasado puede conducir a una ilusión y no lle­
var muy lejos. Porque, aun si he llegado a comprender en todos los detalles
estas dos historias de vida separadas, la interacción de estos elementos en la
relación, su cualidad «superpersonal», no se revelará en una lectura moná-
dica e individual.
Una vez que un sistema se ha desarrollado y asumido sus cualidades «super-
personales», puede constituir una adaptación óptima a las influencias proce­
dentes tanto del interior del sistema como de su medio circundante. E l pro­
blema es que todos nosotros, y con esto quiero decir tanto los seres humanos
como los animales, intentamos tratar de mantener una adaptación semejan­
te, una organización semejante, una vez que ha sido alcanzada. Hay razones
para eso que no vamos a explorar ahora, pues el tiempo no lo permite. Pero
hacemos notar, cuando trabajamos con una familia que tiene un problema,
que, visto desde el exterior, este sistema humano parece recorrer más y más
las mismas secuencias de comportamiento para tratar de resolver dicho pro­
blema. Pero eso no lo resuelve. En efecto, la solución al problema puede estar
en el exterior del repertorio de comportamientos del sistema. E n el modelo
psicodinámico, este «juego sin fin», esta cualidad de la interacción recursiva,
repetitiva, en círculo vicioso, fue llamada compulsión de repetición. No me
gusta este término por la sencilla razón de que arrastra la connotación de algo
patológico desde el principio. Ahora bien, un tipo de disfunción de un siste­
ma puede ser en determinado momento el único camino posible, la mejor vía
posible para permitir a este sistema funcionar y adaptarse. En la visión ciber­
nética hay dos tipos de cambio. El cambio de primer orden es el cambio de
un sistema que pasa de un estadio interno a otro. Es un cambio en el interior
de los límites del repertorio de este sistema. Sin embargo, si la solución a un
problema reside en el exterior de los límites de este repertorio, un cambio de
primer orden no permite hallar la solución. Tenemos entonces necesidad
de cambiar la estructura del sistema. A esto se le llama cambio de segundo
orden. E n otros términos, el sistema tiene necesidad de una contribución del
exterior, del terapeuta, por ejemplo, pues por una razón u otra no parece capaz
de generar en sí mismo las modificaciones necesarias para su propio funciona­
miento. Este cambio en la vida cotidiana se opera generalmente a través de
cierto tipo de acontecim ientos. A menudo he especulado sobre el hecho
de que si un día apareciera el célebre hombrecito verde llegado de Marte, y
nos preguntara: «¿Cóm o resuelven ustedes en la Tierra los problemas?»,
debiendo entonces nosotros explicarle las teorías extrañas, fantásticas y ela­
boradas que hemos creado durante estos últimos siglos, sin duda se sor­
prendería y preguntaría: «¿Cómo puede ser que no hayan visto los cambios
cotidianos que se han producido en las vidas humanas y que no son resulta­
do de tomas de conciencia?». Jacques Monod, en su libro L e hasard et la néces-
sité, describió con gran claridad estos efectos. Hizo notar que acontecimien­
tos azarosos pueden inducir un cambio significativo en un sistema, noj
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 133

forzosamente un tipo de explicación ni un tipo de toma de conciencia; sim­


plemente algo que ocurre y a lo que puede seguir o no la toma de conciencia.
Por supuesto, tocamos aquí la manera en que el orden aparece a partir del
desorden. Un sistema estructurado muy rígidamente, con una cantidad de
orden extremadamente importante (es decir, un orden homeostático), sería
un sistema que impediría cualquier posibilidad de cambio. Hay otras cues­
tiones que no puedo abordar aquí. Prigogine nos ha mostrado un camino que,
más allá de Monod, nos indica cómo podemos comenzar a aplicar estas obser­
vaciones a los sistemas sociales. Y, finalmente, está Heinz von Foerster, quien
abrió una perspectiva totalmente nueva del cambio social al postular lo que
él llama su Imperativo Estético: «Si quiere usted ver, aprenda a actuar».
I
EXPLO RA CIÓ N Y DRAMA*

Isabelle Stengers

Com o soy la última, aprovecharé para tratar de no hablar mucho tiem­


po, pues lo necesitaremos para la discusión; y también aprovecharé para
tratar de «redondear».
Lo que he escuchado esta mañana, me gustaría com entar la escena
que nos hizo Mony al comienzo, porque me parece que tal vez había más
para decir de lo que él dijo. Siempre hay más que decir de lo que dice cual­
quiera, y justamente por eso puede uno aprender, pero en fin, aquí pasó
algo que me pareció curioso: Mony nos colocó ante un problem a y nos
pidió que respondiéramos, y lo que me parece interesante es que todos
sabían que había una cosa que no se podía decir. No se podía decir: «Puesto
que estoy implicado, puesto que me reconozco, tengo que dejar esto a
un lado», es decir que ya no podíamos atenernos a una norma de objeti­
vidad que en otros medios intelectuales hubiera sido evidente. Entonces,
como sabíamos que no podíamos decirlo, ¿qué es lo que se podía decir?
Esto era un problema. E ra un pequeño problema que se exploró de dife­
rentes maneras y lo que me interesó es que, en el fondo, llegamos —y jus­
tam ente por eso quiero hablar de crisis—, llegamos a dos posiciones bas­
tante claras; una, la primera, es: «No, no, no puedo decir que no puedo
comprometerme en esta relación terapéutica, que no soy capaz», o «¿Soy
capaz? Tal vez seré capaz, y por lo tanto si soy bastante fuerte puedo hacer­
lo», y esto coloca el problema bajo el signo del drama; va a producirse un
drama, ¿soy capaz de tolerar este drama? Y la otra, que Mony finalmente
tom ó a su cargo, era: «Q u é suerte tienes, vas a producir una construc­
ción original, vas a explorar un paisaje con una agudeza, una sensibili­
dad, y lo digo, una sensibilidad que yo mismo no podría tener». Entonces,
esto es un poco lo que m e interesaba a m í: que hemos tenido en estas
dos soluciones, en el fondo estables, al problema planteado, dos estéticas
diferentes de la crisis: la del drama y la de la exploración. ¿Son dos esté­
ticas contradictorias? N o lo sé. Son tal vez dos polos que ponen bajo
tensión ese algo que se puede considerar com o relativamente homogé­
neo pero que habría que reflexionar sobre esta tensión a pesar de esa homo­
geneidad. E n el fondo, el que dice al otro o que logra pensar: «Q u é suer­
te tengo, voy a poder construir», dice m enos «Voy a poder construir un
paisaje» que «Va a construirse un paisaje del que yo formaría parte», pero

* E l título es del director de la compilación.


136 INTERCAMBIOS TEÓRICOS *7
no es «yo»* el que va a construirlo, puesto que justamente la exploración
a la que me veré llevado por mi sensibilidad extremadamente específica
a este problema, a este paisaje, no es el «yo» que habla ahora el que va a
construirlo, para retomar lo que dijo Varela: este «yo» va a resultar trans­
formado en la construcción de dicho paisaje. Se perfila aquí la perspecti­
va de una práctica, lingüística y otra, donde ese punto flotante que es el
«yo» corre el riesgo de quedar transformado en lo que él puede significar
para aquel que habla. P or lo tanto, el que dice: «Q ué suerte tengo, el
paisaje va a ser original», sabe también que va deliberadamente a ponerse
en situación de transformación de su propia referencia a sí mismo, que está
implicada en la construcción de ese paisaje. E n lo que concierne al que
dice: «H abrá drama, ¿seré bastante fu erte?», el punto queda ambiguo,
es decir que puede ser tomado de manera homogénea a la primera pro­
posición; es duro embarcarse en una especie de río rápido donde las refe­
rencias, lo que uno creía que era «yo», va a quedar implicado en una explo­
ración original, pero donde va a transformarse, y por lo tanto es doloroso
hacerlo: ¿tendrá fuerza, puede aceptarlo? O bien, y en este caso eviden­
tem ente se vuelve a caer en la primera posición, es doloroso, ¿pero acaso
tendrá fuerza para m antener una distancia cualquiera con relación a un
problema en el que se siente implicado a distancia? El «drama» es ambiguo.
Por lo tanto, a lo que llego de manera un tanto precipitada es a la idea
de la fortísima conexión entre el problema de la crisis y el problema de lo
que llamamos «ser el m ismo», seguir siendo el mismo «yo», o el mismo
sujeto. Creo que las nociones de drama, la noción de crisis com o dramá­
tica, se enlazan siempre a situaciones donde de una u otra manera la noción
de uno mismo fue construida de manera estable y sólida. Así, se puede
hablar de crisis con referencia a los vivientes en el sentido, por ejemplo, en
que un monstruo biológico traduce una crisis. ¿Y por qué un monstruo tra­
duce una crisis? No porque sea feo o bello —ciertos monstruos viven muy
bien—, sino porque vemos que no corresponde a su norma específica. Lo
que llamamos la especie para un ser vivo es aquello por lo cual lo recono­
cemos, aquello por lo cual es «el mismo». Cuando hay monstruosidad, es
porque de una u otra manera esa identidad específica se pone en cuestión
en la exploración de los paisajes de potencialidad que es la producción del
individuo vivo. Pues bien, ya ahí, en la relación con el individuo vivo, pode­
mos ver esa distribución entre exploración y drama de manera bastante
interesante. En cuanto la crisis alcanza lo que reconocemos como identi­
dad específica, aun siendo nada más que convencional, reconocem os al
monstruo, podemos hablar de drama y hablamos de monstruo, lo desig­
namos. Ahora bien, el individuo, cuando aprende, cambia tam bién, evi­
dentemente. La identidad de un individuo se transforma en el momento
en que aprende, pero aquí no vemos drama, aquí vemos algo que es nor-

* Las reiteradas menciones de «yo» en este artículo corresponden al pronombre fran­


cés je, en su valor estrictamente pronominal, y que en determinado momento la autora hace
equivaler a «sujeto». [N. del t. ]
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 1 37

mal, la transformación de la identidad misma del que aprende a través de


su exploración, a través del paisaje de problemas que recorre y que se cons­
truye a través de él. Tengo la impresión de que debemos acordarnos de esto
porque no hay, creo, diferencias de naturaleza entre el monstruo biológi­
co y el individuo que aprende; hay una diferencia de grado ligada en el fon­
do al hecho de que el monstruo biológico contradice una historia evoluti­
va que ha estabilizado una norma de la especie, mientras que el individuo
que aprende explora un paisaje en el que ninguna norma biológica impli­
ca repetición, explora un paisaje en el que no ha habido estabilización selec­
tiva que lo arrastrara por la vía de desarrollo definida por la identidad espe­
cífica. Y creo que ocurre un poco lo mismo en el orden de las relaciones
entre vivos hablantes: hacem os un drama de ciertas crisis de identidad
cuando, de una u otra manera, hay puesta en cuestión de una norma social,
de una norma psicológica o de una norma familiar, y tendem os a decir:
«Ahí ocurre algo dramático, algo puede desintegrarse», mientras que no
solemos considerar como crisis muchas pequeñas diferencias de produc­
ción de ideas o de producción de novedades en las que sin embargo ha
habido transformación del que dice «yo». E l que dice «yo» no puede remi­
tirse ya a sí mismo de la misma manera que antes de haber tenido esa peque­
ña o gran idea, etc. Pero no hay, creo, diferencia de naturaleza, hay una
diferencia que es una producción de dram atización porque había pro­
ducción de normas, se trate de la norma selectiva en biología o de una nor­
ma social u otra en las relaciones humanas.
La idea de mismo es una idea que nos da la impresión de ser natural, de
estar dada, y entonces hay que explicar por qué las cosas cambian, por qué
hay crisis. Por el contrario, lo que yo propondría es que la propia idea de mis­
mo «debe ser explicada» siempre. Siempre hay que decir: «Por qué y con qué
derecho se dice que algo que atraviesa un episodio, que tiene una historia,
sigue siendo “el mismo”». N o es una idea que siempre haya que negar aprio-
ri, es una idea que siempre hay que problematizar, que nunca puede ser evi­
dente en sí misma. Nunca se puede decir: «E s evidentemente el mismo sis­
tema el que experimenta una crisis».
Si he sido sensible a este aspecto de las cosas, y con ello voy a terminar, es
porque ya..., de hecho se ha dicho que formaba parte de la escuela de Prigogine,
así que voy a administrar una referencia a esa identidad que es también la
mía. E n física, pues, se ha reparado ya en que la idea de mismo es mucho más
complicada de lo que se pensaba. Una de las cosas interesantes con lo físico
es que si ya es más complicado de lo que se creía en física, ¿cuánto más com­
plicado no ha de ser en otra parte? Esta ha sido siempre mi actitud: si ya en
física, entonces ¿cuánto más en otra parte? Así pues, normalmente un siste­
ma físico se define de una manera estable. Se define por variables, se define
por interacciones, se define como sistema, y entonces uno estudia lo que pue­
de hacer en diferentes condiciones. Ahora bien, la mayoría de las veces esto
no plantea problemas, pero no siempre.
H e empleado desde el comienzo el término sensibilidad y, mala suerte, he
asumido un riesgo porque es una palabra que Prigogine también emplea y
ahora voy a referirme a ella en el sentido en que la emplea él. En física, enton-
138 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

ces, se han percatado de que las cosas que importan, las cosas que deben ser
tomadas en cuenta para comprender el sistema, no están dadas de una vez
para siempre. Hay tipos de interacciones que en ciertas condiciones de iqtep-
sidad de funcionamiento son insignificantes, y que en otras condiciones se
hacen significantes. Quiere decir, pues, que algo que no era pertinente para
definir la identidad de un sistema pasa a serlo cuando este sistema se encuen­
tra en otro régimen de actividad, que sin embargo sólo es cuantitativamente
diferente.
Un ejemplo, el más trivial de todos: la gravedad. Todos estamos some­
tidos a la fuerza de la gravedad, en un sistema físico-químico las molécu­
las tam bién, evidentemente. Pero cuando se modeliza, cuando se define
la identidad de un sistema físico-químico para poder calcularlo, en gene­
ral uno se desentiende tranquilamente de la gravedad, simplemente porque
el movimiento de las moléculas ligado al calor alcanza perfectamente para
obliterar de manera absoluta cualquier efecto ligado a esa fuerza de la
gravedad. Pues bien, no nos equivocamos, en efecto, la gravedad es insig­
nificante para la mayoría de los sistemas de este tipo, pero para una cierta
intensidad de funcionamiento a partir de un umbral, nos damos cuenta de
que el sistema puede hacerse sensible a la gravedad: esta gravedad, que era
insignificante, cobra significación y hay que atender a ella para comprender
ciertos comportamientos que el sistema es susceptible de adquirir. ¿Qué
quiere decir esto? Q uiere decir que no se puede definir de una vez para
siempre lo que cuenta como explicación para un sistema dado. Su defini­
ción es relativa a su acción. ¿Podemos decir entonces que es el «mismo»
sistema cualquiera que sea esa actividad? A lo mejor es el mismo sistema
desde un punto de vista metafísico, desde el punto de vista del que, cono­
ciendo todo, habría decidido, sabiéndolo, simplificar la gravedad en con­
diciones donde sabe que ella es insignificante. Por lo tanto, desde un pun­
to de vista metafísico, desde el punto de vista del demonio de Laplace, es
e l m ism o sistema. Y, en el ejemplo que les he dado, ese punto de vista meta-
físico del demonio de Laplace, en el que se puede decir todo y luego deci­
dir simplificar en aquellos puntos en que no se puede hacer, no plantea en
apariencia demasiados problemas. Pero si recordamos que, en lo que se
refiere a la mayoría de los sistemas que estudiamos, no lo sabemos todo,
que los comprendemos a partir de las relaciones significativas que obser­
vamos y testamos, es útil señalar que, desde un punto de vista pragmáti­
co, no se puede decir: «E s e l mismo sistem a».
Todo lo que nos había enseñado el sistema en condiciones de funciona­
miento usuales en cuanto a lo que era pertinente para describirlo, todo lo que
nos había enseñado nos decía: «No tome en cuenta la gravedad» y he aquí
de pronto que debemos tomar en cuenta la gravedad. Por lo tanto, si emple­
amos «mismo» y «diferente» en el sentido pragmático, en el sentido real en
que construimos una representación a partir de lo que nos parece pertinente
para comprender aquello ante lo que estamos, en ese momento ya no pode­
mos decir: «Es e l m ismo sistema»-, y creo, pues, que ya en ese dominio no obs­
tante tan simple que es la física, la idea de «¿Q ué es e l mismo, q u é es e l otro?»
es puesta en crisis por aquello con lo que tenemos que vérnoslas. Entonces,
SISTEMAS, EVOLUCIÓN, CRISIS Y CAMBIO 139

cuánto más, evidentemente, en aquellas relaciones lingüísticas en que se cons­


truye la idea del «yo» o de donde sale la idea de identidad, cuánto más debe­
mos distinguir entre la aventura exploratoria de ese «yo» flotante, como decía
tir e la , y las normas, sean biológicas o sociales, que, llegado el caso, trans­
forman en drama esa aventura exploratoria, sea drama del conocimiento obje­
tivo o drama de la existencia.
MODO DE CONCLUSIÓN
Carlos Sluzki

¡ón> crisis y cambio», es el título de esta sesión plenaria.


i f0 pensé que este título era excesivo, pero a medida que
*'.esto sus ideas se ha ido haciendo totalmente razonable,
’^pjitud de las presentaciones ha sido absolutamente

i señalar las gemas que he retenido entre los múl-


|os oradores nos han presentado,
jjs que n os ha presentado Mony son: que la autorrefe-
siempre presente, que no es posible pensar en las fron-
sjn pensar en las intersecciones constantes que tiene
la form ación es sobre todo la aceptación de las dife-
qtie eso no puede sino conducir a una acción triviali-

e ha presentado una gran cantidad de temas. Quisiera


su definición de la crisis en términos de una secuen-
j ab les: el presente y el potencial, separados por turbu-
q u e de manera inevitable incluye a la vez las variables
,flg. H a descrito la crisis como una modificación limi­
t o un cambio cualitativo que incluye el proceso dia-
ptem ente conflictivas.
fjc o de las lógicas aparentemente conflictivas ha sido
ro s oradores.
nos ha ofrecido un nuevo término. E s infrecuente
^os términos pero, cuando lo hace, como sucedió con
p h oy con el de isófora, debe tener una buena razón.
¿ razones la ha creado, es con la esperanza de cóm­
p rente a tiempo como para reconocer una vez más su
tim erosos puntos en los que ha puesto énfasis es en
p rev ien e a través del individuo. Esta frase se puede
atribuírsele enormes implicaciones éticas a nivel de
refiero entenderla de esta última manera y, de este
ilició n del lugar en que se sitúa cada uno de nosotros
j o social. Maturana ha reiterado también de manera
la diferencia, presente en toda su obra, entre orga-

e a las relaciones entre los componentes que definen


ien tras que la estructura alude a las relaciones entre
A MODO DE CONCLUSIÓN
Carlos Sluzki

«Sistemas, evolución, crisis y cambio», es el título de esta sesión plenaria.


En un primer momento pensé que este título era excesivo, pero a medida que
los oradores han expuesto sus ideas se ha ido haciendo totalmente razonable.
La profundidad y amplitud de las presentaciones ha sido absolutamente
notable.
Para terminar, déjenme señalar las gemas que he retenido entre los múl­
tiples elementos que los oradores nos han presentado.
Algunas de las ideas que nos ha presentado Mony son: que la autorrefe-
rencia es una variable siempre presente, que no es posible pensar en las fron­
teras de un individuo sin pensar en las intersecciones constantes que tiene
con los demás, y que la formación es sobre todo la aceptación de las dife­
rencias. Hacer menos que eso no puede sino conducir a una acción triviali-
zante.
E l profesor Le Moigne ha presentado una gran cantidad de temas. Quisiera
poner el acento sobre su definición de la crisis en términos de una secuen­
cia de dos procesos estables: el presente y el potencial, separados por turbu­
lencias, por un choque que de manera inevitable incluye a la vez las variables
diacrónicas y sincrónicas. H a descrito la crisis como una modificación limi­
tada por el tiempo, como un cambio cualitativo que incluye el proceso dia­
léctico de lógicas aparentemente conflictivas.
E ste aspecto específico de las lógicas aparentemente conflictivas ha sido
tomado a su vez por otros oradores.
E l profesor Maturana nos ha ofrecido un nuevo término. Es infrecuente
que Maturana cree nuevos términos pero, cuando lo hace, como sucedió con
el de autopoyesis o bien hoy con el de isófora, debe tener una buena razón.
Si me pregunto por qué razones la ha creado, es con la esperanza de com­
prender esto suficientemente a tiempo como para reconocer una vez más su
sabiduría. Uno de los numerosos puntos en los que ha puesto énfasis es en
que el cambio social sobreviene a través del individuo. Esta frase se puede
considerar banal, o bien atribuírsele enormes implicaciones éticas a nivel de
la responsabilidad. % prefiero entenderla de esta última manera y, de este
modo, ver en ella la definición del lugar en que se sitúa cada uno de nosotros
en el proceso del cambio social. Maturana ha reiterado también de manera
sumamente importante la diferencia, presente en toda su obra, entre orga­
nización y estructura.
La organización alude a las relaciones entre los componentes que definen
una entidad de clase, mientras que la estructura alude a las relaciones entre
142 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

los componentes que pueden cambiar sin cambiar la identidad del todo. De
ahí que una discusión sobre la crisis haga referencia a uno u otro de estos con­
ceptos. E n un caso se trata de la destrucción de la identidad que está ligada
a la organización; en el otro, a cambios en la estructura que no ponen en entre­
dicho la organización de base.
E l profesor Varela, utilizando indistintamente los términos reflexividad,
circularidad y autorreferencia para hablamos de clausura operacional, nos ha
distanciado de la trampa original de Russell al definir la reflexividad como
esencial para comprender la naturaleza de los sistemas sociales y naturales.
Entre estas formas de reflexividad, ha propuesto no solamente la frase liga­
da a la cibernética de segundo orden, «Incluir al observador», sino una refle­
xividad generadora que pone el acento en la observación de las microprácti-
cas (prácticas que nos incluyen en el proceso terapéutico, poniéndonos así en
el interior de la frontera). Si el límite de nuestros pensamientos ha sido duran­
te mucho tiempo la cibernética de segundo orden, este nuevo salto nos deja­
rá inestables por un buen rato.
Paul Watzlawick ha indicado el modo en que algunos cambios pueden
crear un proceso extremadamente complejo y cómo pequeños cambios en el
proceso terapéutico pueden generar transformaciones importantes. Al hacer
esto, ha establecido un vínculo claro entre la práctica clínica y avanzados for­
malismos como los de los modelos creados por Prigogine, en los cuales per­
turbaciones del equilibrio surgidas en sistemas abiertos pueden generar cam­
bios a través de las bifurcaciones. Estos cambios pueden desencadenarlos
perturbaciones ligadas a elementos surgidos al azar. Su alegato contra el pen­
samiento lineal ha concluido con el mandamiento constructivista propuesto
por Heinz von Foerster: «Si quiere usted ver, aprenda a actuar».
Isabelle Stengers ha definido la crisis como inherente a los sistemas vivos,
ligada a la identidad, ligada al perfil de nuestra propia especie. E l elemento
central de la crisis es entonces la identidad y, siendo la identidad la de cada
individuo, de cada sistema y de cada especie, es una noción que tiene una ins­
cripción metafísica sumamente rica, aun si su presencia me parece un tanto
oscura a nivel pragmático. Al mismo tiempo, Isabelle Stengers alude al aspec­
to mágico de la terapia cuando discute las dos soluciones, las dos estéticas de
la crisis, el drama conocido como «crisis de identidad» y la exploración-trans­
formación basada en la micropráctica en la que se encuentran incluidos los
participantes. El problema es cómo transformar un drama, que generalmen­
te paraliza a la gente, en exploración, que por el contrario libera a las perso­
nas permitiéndoles realizar nuevos saltos hacia nuevos cambios. Estamos
entonces en el corazón de la práctica clínica y no solamente en el dominio de
la reflexión conceptual.
5. AUTORREFERENCIA
Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR

H einz von Foerster abre esta mesa redonda citando a José Ortega y Gasset. Para
éste, e l hom bre es su p rop io autor condenado a ser libre. Después, e l orador nos
recuerda la prim era directiva d el segundo capítulo d e Las leyes dé la forma de G.
Spencer Brow n: «H aga una distinción».
H ein z Von Foerster nos introduce a sí en e l ám bito de la elección , d e la res­
ponsabilidad y d éla ética. N o es casual que autores com o Maturana o Von Foerster
insistan sobre estos temas. En efecto, si se adopta una perspectiva constructivista,
¿ el otro no corre e l peligro d e aparecer com o e l sim ple producto d e nuestra cons­
trucción d e lo real? ¿Cóm o escapar a este solipsism o? Heinz responde: «Incluyendo
a los otros qu e se m e parecen y qu e pueblan e l m undo tal com o y o lo h e encon­
trado». ¿Q ué qu iere d ecir esto? En la m edida en qu e tam bién p ara los otros e l
m undo está p oblado d e apariciones que se les parecen, estas personas podrían ima­
ginarse tam bién com o la única realidad. A hora bien, en otro d e sus textos, 1 Von
Foerster utiliza e l prin cipio d e realidad qu e rechaza una hipótesis si ésta no fu n ­
cion a para dos instancias a la vez. Así, e l otro, tanto com o yo, p u ed e pretender
ser la única realidad. M ientras no nos crucemos, esta hipótesis pu ede ser sostenida.
Pero este solipsism o deja d e ser defendible en cuanto estamos uno a l lad o d el otro.
Por supuesto, yo soy lib re d e rechazar este prin cip io d e realidad y vuelvo a qu e­
dar solo en e l centro d el universo, pero si acepto ese principio, n i e l otro n i yo esta­
m os ya en e l centro d el m undo, y será necesario un tercero para pon er en relación
a l otro y a m í mismo. A partir d e este m om ento, realidad y com unidad existen una
ju n to a la otra. ^
Pongo e l acento en esta faceta particular d e la intervención d e Von Foerster que
vale p o r muchas otras, pues para m í la im portancia conferida a la ética es uno de
los aspectos importantes d e l constructivismo.
E n un mundo en e l qu e soy actuado p or fu erzas sociales, culturales, económ i­
cas, fam iliares, inconscientes, ¿quéparte d e responsabilidad m e qu eda? A l insistir
en e l p ap el que cum plim os en nuestra construcción d e lo real, los constructivistas
recrean un espacio para nuestra libertad. Esta lectura no niega en absoluto nuestra
alienación, la relativiza.
L a intervención d e M aturana m arca la im portancia d e las prácticas lingüís­
ticas para e l terapeuta constructivista. Afirma, en efecto, que todos los sufrimientos
hum anos nacen d e las dinám icas fisiológ icas qu e sobrevienen en e l curso d e un
sistem a d e conversaciones repetido. Para M aturana, e l sufrim iento hum ano nace

1. Heinz von Foerster, «O n Constructing a Reality, in Environmental Design Research»,


vol. 2, en F.E. Preiser, Dowden, Hutchinson and Ross, Stroudberg, págs. 35-46, 1973.
144 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

en la con versación y d esap arece en la con versación . A q u í en con tram os una


parte d e la inspiración d e terapeutas com o H arléne Anderson o Harry Q nolishian.
p ara qu ien es los p roblem as se disuelven en e l in terior de conversacion es tera­
péuticas.
Por otra parte, M aturana hace alusión a la parálisis debida a una lesión occi­
p ital. Para com prender m ejor a lo que se refiere, d ebo describir una situación
com unicada por H einz Von Foerster en e l artículo citado ya anteriorm ente (véa­
se n ota 1).
D urante la Primera G uerra M undial, se describieron lesiones occipitales cau­
sadas p or herida de bala. Estas heridas se curaban sin que e l paciente padeciera una
dism inución perceptible d e su visión. Sin em bargo, transcurridas varias semanas,
e l p acien te comenzaba a perder e l control de los m ovim ientos de un m iem bro. Los
tests clín icos mostraban q u e e l funcionam iento d e l sistema m otor estaba intacto,
p ero qu e había en e l h erid o una pérdida sustancial de una parte im portante d el
cam po visual.
L a terapia consistía en «vendar los ojos d e l p acien te durante uno a dos meses,
hasta qu e recupere e l con trol de su sistem a nervioso motor, y esto p o r desplazar
su “aten ción ” de puntos d e referencia visuales (no existentes) qu e norm alm ente
lo inform an sobre la p osición d e su cuerpo, h acia canales (totalm en te operati­
vos) q u e le proporcion an directam en te puntos d e referen cia postu rales p rove­
nientes d e receptores sensoriales (propioceptivos) alojados en sus m úsculos y arti­
culaciones».
Para Maturana, si som os ciegos a lo que hacem os, las dinámicas d e nuestro cuer­
p o se parecen a la d el hom bre de la lesión occipital. En cam bio, si tenem os con­
cien cia d e lo que hacem os, nuestra fisiolog ía se m odifica, algo diferen te nos ocu­
rre y nuestra parálisis p u ed e desaparecer. M aturana afirm a que, s i la conciencia
cam bia nuestro cuerpo, es gracias a la im plicación fisiológ ica d e nuestra utiliza­
ción d e l lenguaje.
E m st von G laserfeld, a l insistir en qu e no se pu ede separar la form a d e l fo n ­
do, observador y m undo observado, nos p rep ara para un d eb ate m uy rico con
M aturana, quien reivindica un enfoque diferente d el observador.
L lega después F élix Guattari. F élix Guattari, desaparecido prem aturam ente, a
los 62 años, fu e para m í desde hace más d e veinte años un am igo q u e m e ayudó
a conservar una visión crítica d e las teorías basadas en un solo universo d e refe­
rencia, teorías que é l calificab a d e «cientificistas». N o cesó de insistir en e l hecho
d e qu e no se podía centrar la producción d e subjetividad n i sobre un individuo, ni
sobre un sistema. Para é l sólo existían disposiciones heterogéneas, y e l arte d el tera­
peu ta era más bien trabajar «sin reserva m ental» con los sistemas d e singularida­
des considerados com o «m áquinas» d e enunciación y de produ cción capaces de
adm inistrar su propio destino.
En esta línea, nos recuerda en e l debate qu e n o hay observadores sino más bien
disposiciones heterogéneas d e observación. F élix G uattari insiste tam bién en la uti­
lización d e las sim ulaciones en terapia fam iliar. Ve en ellas un acto d e creación,
qu e exacerba la heterogénesis d e los com ponentes enunciativos d e una situación.
Isabelle Stengers, con gran sutileza, concluye esta mesa redonda sugiriéndonos
la p osib ilid ad de que e l observador que em erge no sea sino un participante que se
tom a p o r un observador.
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 1 45

L o mismo que Félix Guattari, insiste en la im portancia de los trabajos de D aniel


Stern2para e l cam po d e las psicoterapias. Para aqu ellos que aún no lo conocen,
D an iel Stem es un psiquiatra infantil que objeta la noción de estadio de desarro­
llo según la utilizan las teorías clínicas freu dian as o kleinianas. E l entiende que
problem áticas com o la oralidad o e l apego están presentes a lo largo d e toda la vida.
D escribe la visión d el m undo d el niño a través d e las experiencias subjetivam ente
vividas en un contexto interpersonal.
D e este m odo, la vivencia intrapsíquica y e l contexto interpersonal no pueden
ser ya separados en e l proceso de construcción d e la realidad.

M ony Elkaim

2. Daniel Stern, Le monde interpersonnel du nourrisson, París, PUF, 1989.


!

i
PRESEN TA CIÓ N

Mony Elkaim

¿Qué relación con nuestra práctica puede tener «la emergencia del obser­
vador»? Dimos un paso sumamente importante en terapia familiar cuando
comenzamos a reflexionar en términos de sistema terapéutico que incluye
al terapeuta y no ya solamente en términos de sistema familiar. Hablar de sis­
tema terapéutico no es meramente insistir en la interrelación entre el obser­
vador y el sistema observado, sino también interrogarse sobre el proceso
por el cual emerge el observador en el sistema que él describe.
Hemos reunido aquí a varias personas que no sólo me son cercanas sino
que además son, a mis ojos, las que más pueden ayudarnos a reflexionar sobre
este punto.
Vamos a empezar por Heinz von Foerster. N o sé cómo describir a Heinz
von Foerster de otro modo que como una persona que «electriza» a la gen­
te. Quisiera presentarlo con una anécdota, si Heinz me lo permite. En la épo­
ca en que era presidente de la Wenner-Gren Foundation for Anthropological
Research, acudió a un congreso internacional de antropología que se lleva­
ba a cabo en Moscú. También estaba Margaret Mead. Ambos decidieron ir
de visita a un museo. Margaret Mead llevaba un bastón. Le dicen: «¿Entrar
al museo con un bastón? ¡Ni hablar!». Y ella responde: «Sin bastón, no entro».
Aparece Heinz von Foerster. ¿Qué propone?: «Dame tu bastón». Lo desli­
za hacia el interior de una de las piernas de su pantalón y entra en el museo
dando el brazo a M argaret M ead. Pasada la primera sala, le devuelve su
bastón y ella se pasea así tranquilamente, sin que nadie intervenga. ¿Por qué?
Porque es evidente que a nadie se le habría ocurrido la descabellada idea de
entrar a un museo ruso con un bastón si se le prohibiese hacerlo. Lo que
me fascina es la creatividad de Heinz. Ningún problema detiene a este caba­
llero encantador: él les da la vuelta a las situaciones con infrecuente soltura.
Heinz von Foerster es, creo, un terapeuta de la realidad cotidiana. Es alguien
que, de una u otra manera, toma un objeto, lo mira y luego dice: «Sí, pero
desde este ángulo, puede ser que...», y el objeto ya no se ve de la misma mane­
ra. Además, por cierto, fue el secretario del Cybernetics Conference Program
de la Macy Jr Foundation en Nueva Y>rk. En 1958 creó el Biological Computer
Laboratory para el estudio de la fisiología, la teoría, la tecnología y la episte­
mología de los procesos cognitivos, laboratorio que dirigió hasta 1976. Por
último, es uno de los progenitores, si no el padre, de la segunda cibernética.
í
OBSERVAR LA AUTORREFERENCIA
EN EMERGENCIA*
H einz von Foerster

E l orador emerge lentam ente detrás de su pupitre. Se eleva p oco a p oco, queda
com o suspendido p or un instante, vuelve a b ajar y luego com ienza su alocución
(M .E.).
Como pueden comprobar, he tomado en serio el título de esta sesión:
«Autorreferencia y emergencia del observador». Lo he tomado tan en serio
que hasta he mirado «emergencia» en el diccionario. ¿Qué significa? ¿De
dónde viene esta palabra? H e sabido por el diccionario de la herencia nor­
teamericana de la lengua inglesa, que «emergencia» es una noción secunda­
ria. La noción primaria es estar sumergido. Quiere decir que estamos pri­
mero en el término «m erge», del cual e-mergemos. Ahora, ¿qué es lo que
«merge»? No ha sido cosa fácil de descubrir, pero después de una búsqueda
etimológica en profundidad, creo que podemos decir que el término «mer­
ge» comprende un estado de turbiedad indefinido, impersonal y nebuloso en
el cual estamos todos sumergidos, y del que debemos emerger para conver­
timos en aquel que decidimos ser.
Con mi demostración introductoria de la emergencia creo no hablar dema­
siado de este proceso milagroso, toda vez que nuestro jurado incluye a los
emergeologistas más competentes que nos iluminarán sobre este tema.
D e manera más técnica, por supuesto, debería hablar de nuestros orado­
res como de ontogenetistas, o como prefieran llamarse: «constructivistas»,
«constructivistas radicales», «parteros», etc.; donde entonces, si vienen de la
escuela del pensamiento de Prigogine, se los podría llamar los «que van del
ser al devenir». En mi versión, si uno no quiere tomarse por alguien que va
de suyo en el carácter de ser humano, no debería hablar de sí como de un ser
humano (human being), sino como de un ser en devenir, es decir, un «ser devi-
niente».
E sta es, desde luego, la perspectiva de los existencialistas, que partieron
de la significación de la raíz latina exsistere: surgir, sobrevenir, aparecer. A mi
juicio, José Ortega y Gasset lo dice de manera más notable: «E l Hombre no
tiene una naturaleza sino una historia... E l hombre no es una cosa sino un
drama... Su vida es algo que debe ser elegido, inventado mientras él progre­
sa, y un hombre está en esa elección y en esa invención. Cada hombre es su*

* E ste título, así como los de las comunicaciones siguientes, son del director de la
compilación.
150 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

propio autor, y aunque pueda elegir entre ser un autor original o un plagia-
dor, no puede escapar a esta elección... Está condenado a ser libre».
¡Efectivamente, estamos condenados a ser libres!
D e los tres conceptos: «autorreferencia», «emergencia» y «observador»,
que componen el tema de esta sesión, permítanme tratar ahora el de «obser­
vador». Si tomamos la perspectiva existencialista, comprendemos que, cuan­
do finalmente emerge un observador, toda observación está ya hecha. Por
lo tanto, debemos concentramos sobre el hecho de observar, y podríamos lla­
mar a nuestra sesión «observar la autorreferencia en emergencia». Pienso que
esta paráfrasis del título original puede sugerir más explícitamente la inte­
racción de nuestros tres conceptos, cada uno de los cuales debe su existencia
(emergencia) a los otros dos.
H ace cuatrocientos años, el escéptico francés Michel de Montaigne cons­
tató que la esencia misma del observador no era tanto servare (servir), ani-
m adversare (esperar), spectare (mirar), contem plare (contemplar), conservare
(conservar), etc., sino que era distinguere (separar, dividir).
H ace diez años, el lógico inglés G. Spencer Brown escribió un pequeño
libro de gran importancia en el que dice: «E l tema de este libro es que el uni­
verso nace cuando un espacio es separado o desmontado». Llamó a su libro
h as leyes de la form a y el primer párrafo del primer capítulo, «Forma», se lee
así:
«Tomamos como adquiridas la idea de distinción y la idea de indicación,
y no podemos hacer una indicación sin hacer una distinción. Así pues, toma­
mos la forma de distinción por la forma».
Y la primera directiva del segundo capítulo, «Las formas salidas de la for­
ma» es:
«Construcción
Haga una distinción».
Es fácil advertir que de nuevo tenemos aquí una tríada de conceptos mutua­
mente dependientes cuando permitimos que «observar» se asocie a «distin­
guir» e «indicar», donde cada concepto tiene necesidad de los otros dos para
aparecer.
Francisco Varela llamó a los fascinantes desarrollos lógicos de G. Spencer
Brown «cálculo de indicación». Pero señaló también un aspecto más fasci­
nante aún de parecidas constelaciones de conceptos que necesitan unos de
otros para existir, especialmente que estas constelaciones necesitan también
ellas de sí mismas para existir. De ahí que ampliara este «cálculo de indica­
ción» a un «cálculo de autorreferencia».
Déjenm e decir ahora unas palabras sobre el hecho de autorreferenciarse
en cuanto componente inevitable de observar y, por supuesto, de emerger.
E l enfoque ortodoxo aplicado a las referencias que se reducen a aquel que
nombra la referencia es, como todos ustedes saben, evitar como la peste una
referencia semejante. Esta fobia se justifica habitualmente por el temor de
que estas reflexiones permitan la aparición de paradojas. Y estoy seguro
de que todos ustedes pueden recordar los estragos ocasionados por las pro­
posiciones paradójicas a las categorías lógicas de ortodoxia esmeradamente
inventariadas. En esa clasificación, la Verdad y la Mentira quedan cuidado-
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 151

sámente separadas: si miramos estos términos bajo el título «verdadero»,


hallamos el término «falso», si buscamos «falso», hallamos «verdadero». ¿Se
acuerdan del barbero del pueblo que sólo afeita a los habitantes que no se
afeitan a sí mismos? éY el barbero, entonces? É l mismo no puede afeitarse,
porque sólo afeita a los que no se afeitan a sí mismos; y si no se afeita, debe
afeitarse a sí mismo, precisamente porque forma parte de aquellos que no
se afeitan.
M e parece fascinante que la belleza de las dinámicas creadas por las para­
dojas no haya sido percibida por nuestros más grandes pensadores de los últi­
mos dos mil setecientos años, y esto desde la invención de sus enigmas lógi­
cos por Epiménides. Ross Ashby, el psiquiatra cibernetista, Gregory Bateson,
el antropólogo epistemólogo, y G. Spencer Brown, el lógico poético, fueron los
primeros, hace apenas treinta años, en llamar nuestra atención sobre la rique­
za de una lógica que no contiene únicamente proposiciones que pueden ema­
nar de otras proposiciones, engendrando éstas otras nuevas; que indicaron,
pues, el camino para un cálculo de ontogénética, un cálculo de la emergencia.
Aquí el acento recae sobre el proceso y no sobre el producto; dicho de otra
manera, sobre los procesos por los cuales establecemos la verdad o la men­
tira, y no los productos «verdadero» o «falso». Con esta nueva perspectiva,
uno no se pregunta cómo evitar las paradojas del «sí mismo», sino que se pre­
gunta: ¿qué es el «sí mismo» para que pueda referirse a él mismo?
Por supuesto, la naturaleza regeneradora de este proceso no puede ser vis­
ta cuando esa máquina es detenida por la nominalización: cuando un verbo
es castrado para pasar a ser un nombre, un objeto, una comodidad. Al hacer
esto, se puede hablar de términos como «yo» (je), «yo» (tn oi),* «eso», y en
consecuencia evitar la pregunta: «¿Quién habla?».
Por otra parte, la naturaleza regeneradora de este proceso no es muy
visible, porque de un modo semejante a las proposiciones paradójicas —que,
cuando se las enfoca de cierta manera, por ejemplo por el aspecto «verda­
dero», presentan el otro aspecto, esto es, «falso», y viceversa-, se puede com­
prender «sí mismo» como se quiere y el concepto se transforma siempre en
otra cosa. Quienes conocen los encantos de las nuevas matemáticas llamadas
«teoría del caos», pudieron reconocer la naturaleza ilusoria del «sí mismo»,
el personaje del «atractor caótico». Temo, sin embargo, que estos nuevos
matemáticos no logren hacer apreciar sus ideas increíbles a un público de tera­
peutas familiares.
Así pues, quisiera apelar a un amigo que según todas las probabilidades es
conocido por todos nosotros, Ludwig Wittgenstein, para que me ayude a acla­
rar el punto que quiero exponer.

* E l castellano no permite verter esta diferencia que sí ofrece el francés, entre ye, pro­
nombre personal de primera persona del singular, y moi, que cumple también la misma fun­
ción pronominal pero con el carácter de representante de la persona que habla o escribe;
además, m oi se emplea también como complemento de objeto, como sujeto de verbo en
infinitivo, como sujeto de una oración elíptica, etc. Por otra parte, moi es también un sus­
tantivo de género masculino, traducible en castellano por «el yo». [N . del t. ]
152 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

E n la proposición 5.631 de su Tractatus logico-philosophicus se lee: «Si yo


escribiera un libro titulado E l mundo ta l com o lo encontré, estaría obligado a
incluir un informe sobre mi cuerpo, y a decir qué partes estaban subordina­
das a mi voluntad y cuáles no lo estaban, etc., siendo éste un método de ais­
lar al sujeto o más bien de mostrar de una manera notable que no hay suje­
to; porque, solo, él no podría ser mencionado en este libro».
Ahora, si yo, Heinz von Foerster, tuviera que escribir un libro titulado E l
m undo tal com o lo en con tré, estaría obligado a incluir un informe sobre mi
cuerpo, etc., pero tam bién debería incluir un informe sobre el aspecto de
los otros que se me parecen y que pueblan el mundo tal como yo lo encon­
tré. A causa de esto puedo verme a través de los ojos de los demás. El que me
enseñó esto fue Víctor Frankl, el psicoterapeuta vienés.
Conocí al doctor Frankl después de la Segunda Guerra Mundial. Salía del
infierno de los campos de concentración, era el único superviviente de su
familia. En la Viena de posguerra, conquistada por los rusos, ocupada enton­
ces por las cuatro potencias aliadas, su presencia y su práctica como terapeuta,
como curador de las experiencias traumáticas, tenían una importancia vital.
Un día le trajeron a un hombre aquejado de una grave depresión. Su esposa
y él mismo habían estado en campos de exterminio diferentes, y por mila­
gro habían sobrevivido y vivían entonces en Viena. Tras unos pocos meses de
vida en común, ella murió de una enfermedad contraída en el campo. El hom­
bre quedó depresivo. Cesó de comer, cesó de participar en la vida que le rode­
aba. Sus amigos lo llevaron al consultorio de Frankl y ambos hablaron duran­
te largo tiempo. Finalm ente, Frankl le preguntó: «Supongamos que Dios
quiera darme el poder de crear una mujer idéntica a la suya. Usted no podría
constatar ni sentir ninguna diferencia; la apariencia, la gracia, las conversa­
ciones, los recuerdos, todo sería idéntico a su esposa. éMe pediría usted
que creara una mujer así?». Se hizo un largo silencio. Después, el hombre res­
pondió: «No».
Frankl dijo: «Gracias»; y el hombre se fue y comenzó a revivir.
Cuando pregunté al doctor Frankl: «¿Q ué sucedió? ¿Qué hizo usted?»,
contestó: «Durante toda su vida, en la unión de esos dos seres humanos, el
hombre veía a través de los ojos de su mujer. Cuando ella murió, él quedó
ciego. Pero cuando vio que estaba ciego, ¡pudo ver! ¡Con nosotros es igual!
Vemos a través de los ojos del otro».
Les ruego que acepten esto como metáfora del tema de nuestra sesión:
«Autorreferencia y emergencia del observador».
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 153

MONY ELKAÍM: Ahora voy a pasar la palabra a mi amigo Humberto


Maturana. Maturana es profesor en la Universidad de Santiago de Chile.
Comenzó sus investigaciones interesándose en la visión en la rana. Partió del
presupuesto de que había una realidad exterior a nosotros. Y sus trabajos
avanzaban sin problemas. Y luego, en 1964, con la ayuda de S. Frenk y
G. Uribe, comenzó a estudiar la visión coloreada. Ahí se dieron cuenta de
que no conseguían enlazar la actividad de la retina con estimulantes físicos
exteriores al organismo. E n ciertas condiciones no hallaban correspondencia
entre los flujos de luz de diferentes longitudes de onda y los colores que el
sujeto de la experiencia asociaba a los objetos. Empezaron a comprender que,
si querían explicarse lo que pasaba, necesitaban pensar el sistema nervioso
como un sistema cerrado, perturbado por el mundo exterior. Había que con­
cebir un cierre del sistema nervioso para entender su funcionamiento.
Y M aturana comenzó a estudiar el mundo en términos de acoplamientos
estructurales, donde lo que surge, surge en la intersección de un acoplamiento
entre un sistema determinado por su estructura y su medio. E sto tenía un
gran interés para nosotros. Por ejemplo, la información ya no existe en cuan­
to tal: se sitúa siempre en la intersección del que escucha y de lo que se le
transmite. Espero que esta intersección se revele particularmente fecunda en
su escucha de Humberto.

i
OBSERVAR LA OBSERVA CIÓN

H um berto M aturana

Puesto que Heinz von Foerster ha hablado de la ceguera, yo quisiera hablar


de la vista. Al hacerlo, quisiera referirme a algunas de mis experiencias, que
tienen también relación con la ceguera y que me han abierto un espacio para
ver lo que vemos cuando lo vemos. Hace años yo estudiaba la visión, la visión
del color, y utilizaba palomos como animales de experimentación. Al mismo
tiempo y a fin de descubrir, de ser posible, el modo en que los palomos veían
el mundo, decidí aprender a volar. Fui con ese propósito a una escuela de vue­
lo donde me pusieron en un aeroplano com o aprendiz de piloto, no para
aprender, por supuesto, cómo agitar mis brazos como alas, sino para apren­
der a guiar el aeroplano por los movimientos de mi cuerpo. Cuando se ins­
criben ustedes en una escuela, penetran en una comunidad que funciona
como un club y deben aprender a hacer las cosas que refrendan su «perte­
nencia» o adhesión. Yo aprendí a hacer todo o, mejor dicho, casi todo lo
que se debía hacer. Ayudé a desplazar los planeadores por las pistas de des­
pegue, presté diversos servicios, pagué lo que debía, asistí a las conferencias-
pero no participé en las conversaciones sobre el vuelo. \o los escuchaba, pero
no me integraba; guardaba silencio; estaba ahí, pero no de verdad, pues me
mantenía silencioso.
E n una escuela de vuelo, cuando se vuela por primera vez solo es como
un bautismo, como un acto de reconocimiento público del momento más
importante del aprendizaje. Este bautismo es ocasión para la novatada, una
jugada que nos hacen nuestros compañeros de curso y los jóvenes instructo­
res; por ejemplo, pueden tirarnos a la piscina del club. Ahora bien, cuando
realicé mi primer vuelo en solitario, no me bautizaron. Nadie me veía, nadie
parecía entender que había hecho mi primer vuelo en solitario. % estaba más
que sorprendido y no dije nada: era invisible. Sí, por supuesto, obtuve mi
licencia, pero era invisible.
Aquel que ve tiene necesidad de una referencia para ver en una opera­
ción donde la distinción de una distinción constituye la visión en cuanto
acto de ver. Si esta operación de distinción de la distinción no se produce,
no hay visión en el ver y el observador no aparece. Heinz von Foerster dijo:
«Prestem os atención al proceso “observar”, hagamos de él un verbc^y no
hablemos más del observador sino del acto de observar». Me gustaría agre­
gar que si hacemos lo que él nos dice, debemos hacerlo conscientes de que
el observador emerge en el proceso de observar el acto de observar y que,
cuando hablamos del observador, hablamos de la observación del acto de
observar. Pero me gustaría agregar algo más, me gustaría agregar que, dado
156 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

que observar el acto de observar consiste en una distinción de una distin­


ción, observar el acto de observar es un proceso reflexivo: la segunda dis­
tinción especifica la referencia según la cual la primera distinción surge en
el momento en que ella tiene lugar. Lo que me resulta particularmente inte­
resante en todo esto es que, como el observador aparece en la observa­
ción de la observación, queda constituido en objeto, aparece como un sus­
tantivo, como una entidad que se puede utilizar, como un cuerpo que se
puede desplazar y que aparece al mismo tiempo que el dominio en el cual
él (o ella) existe como entidad. El observador no preexiste a esta distinción,
observar el acto de observar, pero cuando aparece es como si hubiera pre­
existido a su dominio independientemente de la distinción que lo hizo nacer.
E n otras palabras, cuando yo distingo mi persona en cuanto observador,
aparezco en mi distinción como una entidad independiente que parece haber
existido siempre, a menos que aclare que su origen está en su distinción.
E n otros términos, cuando el observador aparece como Y O en la observa­
ción del acto de observar, lo hace como una «corporeidad» que posee su
propia dinámica y su propio dominio.
Éste no es aún más que un primer paso. Cuando aparezco en mí corpo­
reidad viviente postulándome como si Y O fuera una entidad independiente
y preexistente, descubro, ai explicar mi corporeidad, que todo lo que hago se
instala en ella como entidad dinámica independiente en el dominio en que
aparezco gracias a mi distinción reflexiva, aun si sé que el observador no pre­
existe a su distinción. Sin embargo, no emergemos como observadores por
esta comprensión: debemos desarrollarla en una reflexión sobre el lenguaje
y sobre el papel que cumple en el acto de ver lo que no vemos.
E l observador aparece, ciego en cuanto a su origen, pero en su aparición
pasa a ser la única posibilidad de ver y comprender la observación, la obser­
vación como fenómeno biológico.
E l trabajo experimental que realicé hace unos años en Chile, y al que ha
aludido hace un momento Mony Elkaim, me condujo a ver en los dominios
del conocimiento y del lenguaje algo a lo que estaba ciego y antes no veía: lo
que vemos con los oios está conjuntamente determinado en la estructura de
los ojos y en el resto del sistema nervioso, y no en los objetos que pretendemos
\^r gracias Téllos. Reflexionemos un instante sobre esta aserción? Cuando se
estudia ia estructura de la retina en el ojo, aparece como si se compusiera de
varios tipos de elementos interconectados: los receptores, las neuronas y las
células gliales; nos muestra un sistema que sólo puede hacer lo que puede hacer
en función de la manera en que está construido. Si se toma en serio este des­
cubrimiento, se advierte que su causa está en la manera en que el ojo está cons­
tituido: todo lo que vemos es lo que el ojo y el resto del sistema nervioso pue­
de ofrecer en el ámbito en que existe el organismo. Descubrimos también que
lo que vemos no es algo que el ojo capta en una realidad externa al actuar como
un filtro, sino que el ojo y el sistema nervioso hacen de la visión un aspecto
de la actividad productiva del organismo: no el descubrimiento de un mundo
preexistente independiente, sino la aparición de un mundo que uno descu­
bre al vivirlo como se lo describe y explica. No me refiero, claro está, a la crea­
ción de un mundo constituido por entidades trascendentes; me refiero a un
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 157

campo de explicaciones de experiencias.1Tal vez esta conclusión no sea una


revelación para ustedes, puesto que muchos filósofos han dicho ya cosas simi­
lares. Sin embargo, no lo planteo como una aserción filosófica sino como un
hecho científico, después de haber mostrado a través de mis experiencias y
reflexiones que la cosa no tiene nada de accidental ni de reductible al estado
de nuestro conocimiento presente del fenómeno de la percepción. Planteo esto
como una reivindicación constitutiva ontológica que revela que nuestro fun­
cionamiento es el de sistemas de estructura determinada. Trataré de explicar­
lo mejor. Al estudiar la visión de los colores, mostré:

a) que es imposible dar cuenta de la gama de distinciones cromáticas de


los seres humanos o de los palomos mediante el intento de poner en corre­
lación la actividad del sistema nervioso con un mundo de colores externo e
independiente;
b) que es posible mostrar la forma en que aparece en el hombre el domi­
nio global de las distinciones cromáticas observando la actividad de las célu­
las retinianas en relación con los nombres que damos a nuestras diferentes
experiencias cromáticas. Pero, aun tomando conciencia de lo que acabo de
decir, queda también en evidencia que no podemos continuar creyendo en la
existencia de objetos externos ontológicamente independientes, y advertimos
que tal creencia se asemeja mucho a una suposición mágica.

Cuando emergemos como observadores de la observación del acto de


observar, no emergemos en la distinción de entidades preexistentes en un
medio preexistente cuya existencia es independiente de nuestra observación,
sino que intervenimos en un mundo constituido por la producción de nues­
tra propia operación de observación del acto de observar.
Heinz von Foerster ha dicho también que nosotros mismos nos hallamos
viviendo en el mundo que vivimos en el proceso de vivir o, siguiendo en esto
a Wittgenstein, que hablamos del mundo como lo hallamos. Quisiera agregar
que éste no es un atributo que nos limite, sino al contrario, nuestra condición
de posibilidad. Nosotros mismos nos hallamos viviendo, observando el acto de
observar, y cuando nos vivimos observadores, queremos explicar nuestra viven­
cia de observadores y de explicadores mediante la observación y la explicación.
E n otros términos, hacemos la experiencia de explicar nuestra experiencia
por nuestra experiencia. En este proceso de explicación de nuestra experiencia
por nuestra experiencia, surge la cuestión del conocimiento. Además, adverti­
mos también que, en este proceso de explicación de nuestra experiencia por
nuestra experiencia, cada vez que es pertinente descubrir lo que vemos, sea lo
que fuere, todo lo que vivimos está determinado por nuestra estructura, por
nuestra manera de ser en el momento de esa experiencia y no por algo que supo­
nemos existiendo constitutivamente fuera de nosotros mismos. Más aún: en el
momento en que realizamos, realizamos además otra cosa: primeramente, intro­

1. Maturana, H.R., «Reality/the search for objectivity or the quest for a compelling argu-
ment», Tbelrish J. o f psycbology, 9
(1), págs. 25-82, 1988.
158 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

ducimos el mundo que vivimos en forma de mundo de distinciones y, entre


las distinciones que introducimos, nos incluimos como observadores que están
observando la observación y nos constituimos en forma de «corporeidades».
La experiencia no es un problema en las relaciones humanas porque es algo
que ocurre en la vida del observador, la reivindicación de una distinción en la
observación que el observador expresa como una expresión de su distinción
como corporeidad, sin pedir el asentimiento de los otros. Las explicaciones,
tanto como las justificaciones, son en este caso diferentes porque se las enun­
cia como proposiciones presentadas a los otros para que las acepten: compor­
tan una demanda de aceptación y en consecuencia un posible rechazo del otro.
Ésta es la razón por la que, en las relaciones humanas, la mayoría de los pro­
blemas provienen de desacuerdos en las explicaciones y justificaciones. Justamente
porque comprendo el rechazo del otro, digo ahora de manera explícita que
no Ies pido que acepten lo que digo: les invito a escucharlo y a reflexionar sobre
sus consecuencias en la tentativa de comprender el observador y la autorrefe-
rencia como operaciones del acto de observar. La belleza de las invitaciones
está en que pueden ser rehusadas sin que nadie sea censurado por ello. Si les
gusta lo que digo, maravilloso; si no les gusta, maravilloso también.
Si seguimos lo que digo a propósito de la constitución del observador y de
su corporeidad, queda claro que, en la explicación que propongo, la experien­
cia de la observación está constituida y determinada en las dinámicas estruc­
turales de la corporeidad del observador cuando él (o ella) opera las distincio­
nes que él (o ella) opera a la manera del ojo y del sistema nervioso que construyen
la visión. Por otra parte, dado que las distinciones del observador intervienen
en el lenguaje como operaciones en un ámbito de coordinaciones consensúa­
les recursivas de coordinaciones consensúales de acciones por el juego de las
interacciones repetidas de corporeidades cambiantes, todo lo que nos sucede
nos sucede en el lenguaje a través de los cambios en nuestra corporeidad en
función del curso de nuestras interacciones en cuanto corporeidad. Por lo
tanto, en el proceso de comprensión de la operación de observación, nos per­
catamos de que la observación es una operación que se desenvuelve a través de
las interacciones repetidas de las corporeidades cuando son formuladas las dis­
tinciones en el curso de la observación a la que el juego de esas corporeidades
da nacimiento. Éste es un punto central, y meditemos un momento sobre nues­
tra implicación como observadores cuando nos constituimos como tales. Cuando
proporcionamos una explicación del observador de la observación a través
del acto de observar la observación, damos una explicación que muestra que
nuestras corporeidades cambian según la movilidad de las distinciones for­
muladas por nosotros en cuanto observadores en el lenguaje (véase nota 1 de
pág. 157). Dado que el lenguaje se instala dentro de las coordinaciones repe­
tidas de acciones a través de las interacciones repetidas y los desencadena­
mientos mutuos de cambios estructurales de los participantes,2 se desenvuel­
ve como un proceso que acarrea los cambios pertinentes de las corporeidades

2. Maturana H .R., «Biology o f language: epistemology o f reality», en G.A. Miller/E.


Lenneberg, Psychology and biology o f language and Thought, Academic Press, 1978.
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 159

de los participantes observadores, aun si éstas permanecen operativamente inde­


pendientes y cerradas sobre sí mismas en sus dinámicas de estado. Así pues,
la operación de un observador en el lenguaje tiene consecuencias sobre su cuer­
po, no sólo porque el hecho de utilizar el lenguaje se desenvuelve a través de
él, sino también porque el hecho de utilizar el lenguaje como fenómeno de coor­
dinación de acciones se instala en el curso pertinente de cambios estructura­
les de los cuerpos de los participantes como resultado de sus interacciones repe­
tidas a lo largo de secuencias ligadas a la historia de esas interacciones repetidas.
Además, cuando la corporeidad del observador cambia, el observador y su obser­
vación cambian también, y de una manera que está ligada al flujo de su len­
guaje. Para concluir, nada de lo que el observador hace cuando es observador,
es decir, un ser humano en el lenguaje, es banal, porque esto tiene consecuen­
cias sobre su corporeidad. Es en las consecuencias del lenguaje sobre la cor­
poreidad del observador, sea en la soledad de la reflexión o en las coordina­
ciones de acciones con los otros, donde la comprensión del lenguaje y su
participación dinámica en la constitución del observador y de la observación
son pertinentes en la práctica y la comprensión de la terapia.
Todo lo que sucede en terapia ocurre en los cambios fisiológicos (cambios
en el cuerpo) que sobrevienen a la vez en el terapeuta y en el cliente cuando
se entremezclan en ellos lenguaje y emociones durante sus conversaciones
repetidas (véase nota 1 de pág. 157). Permítanme aclarar esto: todos los sufri­
mientos humanos nacen de las dinámicas fisiológicas que sobrevienen en el
curso de un sistema de conversación repetida como una manera de estar en
relación con uno mismo o con los otros que alimenta la autonegadón del otro.3
Además, de la misma manera en que el sufrimiento humano nace en la con­
versación, desaparece por la conversación. E l sufrimiento es una manifesta­
ción de las dinámicas fisiológicas del observador en el dominio conversacio­
nal en el cual él (o ella) se instala al mismo tiempo que su cuerpo sigue el curso
de su conversación, donde se juega entre él (o ella) y los otros la autonega-
ción o la negación del otro. Eso sucede en nosotros y nos sucede a nosotros
independientemente de nuestro conocimiento o de nuestra ignoranda de lo
que hacemos. Si estamos ciegos a lo que hacemos, las dinámicas de nuestro
cuerpo van en un sentido, como en el caso del hombre que tiene una lesión
occipital y que desarrolla una parálisis: si tomamos condencia de lo que hace­
mos y vemos lo que hacemos en el espacio de nuestra acción, nuestra fisio­
logía se modifica, algo diferente nos ocurre y, mientras que eso nos ocurre,
nuestra parálisis puede desaparecer.
La conciencia cambia nuestras vidas como cambia nuestro cuerpo gracias
a la implicación fisiológica de nuestra utilización del lenguaje (véase nota 2 de
pág. 158). Como sistema vivo, estamos de manera constitutiva en un cambio
estructural continuo; como hombres, el flujo de nuestras modificaciones cons­
titutivas de estructuras sigue un curso ligado al de nuestros discursos. Así pues,
si nos hallamos en una situación de terapia familiar, el curso que siguen nues­

3. Méndez, C.L., Codou, F., Maturana, H.R., «The bringing forth pathology», The Irish
J. o f psychology, 9 (1),
1988.
160 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

tras dinámicas estructurales es diferente del curso seguido cuando no esta­


mos en esa situación. En otras palabras, si están ustedes en una situación de
terapia y se dicen a ustedes mismos: «Soy consciente de participar en un
sistema de terapia familiar», este acto de reflexión tiene una consecuencia en
sus cuerpos: cambian de manera relativa a esa conciencia y se comportan uste­
des de otra manera. Mediante el juego de la conciencia y en relación con ella,
se convierten en una entidad fisiológica diferente de la que son cuando no
están conscientes. Y si se vuelven conscientes de que están conscientes, el flu­
jo de sus dinámicas fisiológicas cambia de nuevo, y la manera con la que abor­
dan a los otros en el sistema terapéutico cambia también. Es así como, en tér­
minos generales, se desarrollan las diferentes prácticas de la observación y de
la reflexión que dan nacimiento al observador y a la autorreferencia en una
relación terapéutica.
Permítanme terminar llevando su atención hacia otro aspecto de las diná­
micas fisiológicas implicadas en la autoconciencia. Muchos de ustedes saben
que una persona que practica karate puede romper un ladrillo golpeándolo
con la mano. El karateca dispone el ladrillo de tal modo que sólo los extre­
mos están en contacto con el soporte y, después de haber fijado el ladrillo,
grita «huahh», golpea, y el ladrillo se rompe. Pregunta: ¿adonde apuntó el
karateca? ¿Adonde apunta con la mano la persona que golpea el ladrillo cuan­
do lanza el golpe? Si observan ustedes lo que hacen en la vida cotidiana, nota­
rán que, si apuntan al ladrillo, lo golpearán con poca fuerza, porque nor­
malmente inhiben el movimiento del brazo cuando sus manos enfocan una
superficie dura. Para golpear el ladrillo de frente, deben apuntar más allá de
él. E n verdad, el karateca apunta más allá del punto en que golpeará al ladri­
llo. Cada movimiento, cada acción va acompañada de su inhibición en su mis­
mo comienzo. Por otra parte, cada vez que prestamos atención a lo que hace­
mos, inhibimos nuestro acto. Se trata de un fenómeno ligado a la fisiología
del sistema nervioso. E n realidad, éste se encuentra constituido en todos
sus niveles como una red cerrada de entrecruzamientos de procesos de exci­
tación e inhibición; pero esto es visible sobre todo en el proceso de la acti­
vación e inhibición intervinientes en toda acción motriz. Así pues, en la vida
corriente todos sabemos que, cada vez que queremos inhibir las acciones
de alguien, todo lo que tenemos que hacer es conseguir llevar su atención a
ellas. Esto resulta singularmente visible cuando estamos en el coche de otro
y nos ponemos a hacer comentarios sobre su manera de conducir: la con­
ducción del conductor se resiente de inmediato. Pero no nos sorprenda­
mos, el mismo fenómeno sucede en terapia; sólo que no vemos con tanta cla­
ridad que uno de los elementos de su éxito es la inhibición del apego del
cliente a las emociones que constituyen su sufrimiento por su atención o sus
actos en sus emociones. La constitución del sistema nervioso como red cerra­
da de entrecruzamientos de procesos de excitación e inhibición es lo que per­
mite esto, pero lo que lo hace posible es, de hecho, el acoplamiento de la acti­
vidad del sistema nervioso como red con las dinámicas del lenguaje en el que
está inmerso el observador, así como con su autoconciencia y su autorrefe­
rencia. La conciencia y la conciencia de la conciencia en la actividad de obser­
vación en autorreferencia no son en absoluto banales. Si prestamos aten­
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 1 61

ción al hecho de que prestamos atención, modificamos nuestra atención. Esto


puede ser un inconveniente o una fuente de terapia. digo que sufrimos y
que hacemos sufrir a los demás cuando no reflexionamos sohre nuestros actos.
Es cómodo ser ciego, porque nos desliga de toda responsabilidad. Pero a tra­
vés de nuestra ceguera, dado que existimos en el lenguaje, presentamos a
nosotros mismos y a los otros situaciones de negativa que tienen consecuen­
cias sobre nuestras corporeidades; tarde o temprano son fuente de sufrimientos
de los que no podemos salir sin la ayuda de la conciencia, la nuestra o la de
los demás. D e esto, al menos, es bueno ser conscientes.

MONY ELKAIM: Querido Humberto, ¿puedo hacerte una pregunta? Si


entiendo bien, nos dices que tradicionalmente hacemos como si lo que vemos
existiera en el exterior de nosotros. Pero, por ejemplo, en condiciones espe­
cíficas de experiencia, puede ocurrir que una luz blanca, que podemos medir
en cuanto tal con un espectofotómetro, aparezca como azul-verde para nues­
tro ojo. Lo que vemos es un encuentro entre esa luz blanca y las disconti­
nuidades a nivel de nuestra retina.
HUMBERTO MATURANA: Sí, y podemos mostrar que lo que sucede en la
retina cuando vemos una sombra azul en un lugar que sólo recibe luz blanca,
es la misma cosa que lo que sucede cuando vemos un azul que es un azul
espectral. Además, podemos mostrar que incluso el azul espectral es azul a
causa de lo que sucede en la retina y no a causa de su composición espectral.
ELKAIM: Nos dices: lo que veo es algo que aparece en un cuerpo, y dices:
en psicoterapia, ustedes hacen un trabajo inverso. De la misma manera que
un elemento exterior es transformado por mi «corporeidad», he aquí que una
palabra en psicoterapia puede transformar algo en mi «corporeidad» igual­
mente. Lo que nace aparece en esta intersección.
MATURANA: Sí, esto es lo que sucede. La única dificultad nace cuando quie­
ro declarar que lo que digo a propósito de un mundo exterior es indepen­
diente de lo que hago.
ELKAIM: Por lo tanto, lo que nos recuerdas constantemente es cómo dis­
tinguimos pero también cómo arriesgamos distinguir de una manera tal que
olvidamos que somos nosotros los que distinguimos.
MATURANA: Sí.

ELKAIM: Muchas g ra cia s, querido Humberto.

I
162 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

MONY ELKAIM: Ahora voy a introducir a Em st von Glasersfeld. De nue­


vo quisiera hablarles de él a través de historias personales. H ubo una épo­
ca en que dirigí un número de los Cahiers critiques de thérapie fa m ilia le et de
pratiqu es d e réseaux sobre el tema «Psicoterapia y reconstrucción de lo real».
Ernst von Glasersfeld me dijo: «Mony, ¿por qué re-construcción?», "ib obra­
ba como si no hubiese más que una realidad que cada cual reconstruye. Dios
tiene el privilegio de la realidad, y los pobres seres humanos no tienen más
que el de la reconstrucción. Por otra parte, era también un momento en que
hablaba mucho de mapas y territorios. Hablar de mapas y territorios es dar
la ilusión de poder trazar el mapa de un sistema en el cual estoy metido, como
si no perteneciera a él. Y Heinz von Foerster añadió: «Pero Mony, ¿qué es
esa historia de mapas y territorios?». Gracias a mentores como estos dos ami­
gos me puse a pensar en psicoterapia no ya en términos de mapas y territo­
rios, sino en términos de construcciones de lo real. Hablar de construcción
de lo real es no hacer ya referencia a realidades objetivas en psicoterapia. Ya
sólo hablo de las construcciones de los pacientes, de las mías, y del acopla­
miento entre estas construcciones y otras. Ernst von Glasersfeld es alguien
que me ayudó a dar el paso de este aspecto todavía un tanto friolento de la
reconstrucción de lo real, a un aspecto más desligado en el que yo acepto
asumir lo que construyo en el proceso de describirlo. Por otra parte, Ernst
von Glasersfeld ha enseñado psicología cognitiva en la Universidad de
Georgia. Sus recientes trabajos versan sobre el análisis conceptual, la epis­
tem ología y, de una m anera general, sobre el análisis del razonamiento
científico.
¿Q U É PO D E M O S SA BER D E N U EST R O C O N O C IM IEN TO ?

Ernst von G lasersfeld

'Vb no soy biólogo y, sobre todo, no soy mago como Heinz, por lo tanto no
puedo emerger, como él, del pupitre, ni hacer pases de magia. Hablaré
de la autoorganización desde un ángulo muy diferente y desde un punto de
vista muy diferente. M e interesé por la autorregulación de una manera bas­
tante extraña; quizá la mejor, al menos en mi opinión. Me pregunté: ¿qué sig­
nifica conocer y cuáles son las teorías del conocimiento producidas hasta aho­
ra por la filosofía occidental? H e leído mucho, de manera ecléctica, y después
de muchos años de lectura he llegado a la conclusión de que el problema plan­
teado en tiempos de los presocráticos: ¿qué es el conocimiento y cómo pode­
mos saber si nuestro conocimiento es verdadero?, nunca ha hallado respues­
ta en el mundo occidental. Los grandes filósofos han producido bellísimos
edificios intelectuales que en numerosos casos pertenecen al ámbito de la
poesía, sin por ello responder verdaderamente al argumento planteado por
los escépticos en la misma época de los presocráticos. No les aburriré entran­
do en detalles, pero el argumento, aunque recogido con extrema compleji­
dad por los filósofos, es muy simple. Dice que, mientras uno cree acceder al
conocimiento del mundo mirándolo, escuchándolo, oliéndolo, dicho de otra
manera, a través de los sentidos, puede construir una imagen de lo que ve,
huele y ove, ñero sin poder saber nunca si esta imagen es verdadera, porque
toda form a de verificación debe utilizar los mismos sentidos, las mismas
distinciones, las mismas relaciones conceptuales, v por lo tanto no puede pro­
ducir más que otra imagen.
Los filósofos lo han dicho de varias maneras. Una de las más claras, en mi
opinión, es la formulación de Berkeley. É l dice: todo lo que podemos hacer
es comparar imágenes con imágenes, ideas con ideas, pero nunca podemos
comparar las ideas con el rritnTdo extTOüF 'S íW Io iJia esto'cómo una hipóte­
sis de trabajo, con seriedad^nos preguntamos: «Pero, si es así, y dado que
desde hace dos mil quinientos años nadie ha podido demostrar esta propo­
sición, ¿cómo podemos acceder al conocimiento? ¿Cómo se explica que lo
alcancemos tan bien?». En apariencia, el conocimiento debe ser una cosa muy
distinta. Más aún: el conocimiento debe ser algo que nosotros mismos hemos
organizado, puesto que no ha venido del exterior. Todo lo que sabemos,
nos lo han dicho nuestros sentidos. Humberto Maturana diría: «Los acon­
tecimientos están en nuestra retina, los acontecimientos están en los senti­
dos». Ésa es la materia prima de la que disponemos.
Si pensamos así en la autoorganización, su mejor formulación se encuen­
tra, a mi entender, al final del libro h a construcción de lo real en e l niño, de
164 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

Piaget. Dice: «La inteligencia organiza el mundo organizándose ella misma».


Hay que decir que esto data de 1936, mucho antes de que empezara la ciber­
nética y antes de que naciera el interés moderno por la autorreferencia. Si
aceptan ustedes esto, van a tratar de explicar o de describir todo lo que saben
en términos que no conciernen a una realidad exterior. Entonces viene la gen­
te inmediatamente y dice: «Ah, usted niega que haya una realidad». Por supues­
to, es lo único que decimos: hablamos simplemente de saber a propósito
del conocimiento, de lo que podemos conocer de un proceso de conocimiento.
Sería una idiotez negar la existencia de un mundo, pero pienso que también
es una idiotez pretender que conocem os ese mundo. Heinz citó a Michel de
Montaigne y por primera vez me di cuenta de que era también uno de sus
héroes. Montaigne es un héroe para mí desde hace mucho tiempo porque,
en algún lugar de la A pología de R aym ond S ebon de, tiene esta frase maravi­
llosa: «La peste del hombre es la opinión del saber». Traducirlo no es fácil,
pero podría resumirse así: «La peste del hombre es la pretensión de saber».
Es una pretensión, es una aspiración, y esta aspiración carece de esperanzas
si definimos el conocimiento como un cuadro del mundo exterior. Todos sabe­
mos que sabemos muchas cosas. Todos sabemos que podemos lograrlo per­
fectamente. Entonces, ¿cómo tenemos ese saber? Pues bien, pienso que esto
se puede describir como: poner juntas cosas que funcionan para nosotros.
Nos hacemos nuestras imágenes, nos fabricamos nuestros cuadros, visuali­
zamos nuestras experiencias, las ordenamos en cierto sentido, y guardamos
siempre lo que ha servido a nuestros objetivos. Decir esto implica muchas
cosas que numerosos científicos rechazarían de inmediato porque, cuando yo
hablo de objetivo, implico que el organismo vivo tiene ciertos valores. Sin
embargo, no creo que sea una implicación tan imaginaria. Incluso los con-
ductistas que intentaron trabajar sin el espíritu, sin el sentido, sin los valores,
sin prácticamente todos los elementos dignos de interés, en un momento dado
debieron plantear que existen cosas «reforzantes»; las llamaron «refuerzo».
¿Qué quiere decir? Que hay cosas que ustedes aman. En cuanto a los «refuer­
zos negativos», que se parecen a un castigo, son cosas que ustedes no aman.
Desde este ángulo, incluso las ratas en sus laberintos y los gatos en sus cajas
tienen valores: aman ciertas cosas más que otras. Las ratas quieren encontrar
comida y, para hacerlo, intentan acondicionar sus experiencias. Según estos
valores, las ratas repiten lo que tuvo éxito en el pasado y no repiten lo que
.fracasó. Por lo tanto, llegamos a una autoorganización que no organiza sola-
ímente nuestra manera de mirar el mundo, sino también la manera en que nos
^Comportamos en este mundo, porque repetimos lo que fue exitoso y retene­
mos de los actos pasados lo que conduce al éxito.
Cuando abordamos la cuestión de la autorreferencia, esto se convierte en un
problema muy difícil y filosófico. Heinz citó la famosa paradoja del mentiroso.
Me parece que esta paradoja se simplifica si la consideramos como una cons­
trucción dinámica, si nos percatamos de que cualquier cosa formulada por las
palabras sólo tiene sentido en un contexto particular. Cuando advertimos que
las palabras no tienen sentido en sí mismas sino que quieren decir algo en su
contexto -lo que los lingüistas expresaron hace veinte años de maneras dife­
rentes, y que además era conocido antes, pero no entre los lingüistas—, cuando
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 165

tomamos conciencia de esto y nos encontramos con nuestro famoso cretense


que se mantiene fuera de Creta y declara: «Todos los cretenses son mentirosos»,
debemos colocar su proposición dentro de un contexto social. Como ustedes
saben, en los contextos sociales las personas presentes son generalmente excluidas
de los comentarios chocantes. Si yo digo que el mundo está loco, no incluyo cier­
tamente a nadie de los aquí presentes, ni a mí mismo. Esta manera de conside­
rar la afirmación del cretense simplifica la paradoja. No me parece que la anu­
le desde un punto de vista lógico, pero permite ver que algo semejante puede
ser utilizado en una situación y ser aceptable, pese a su lógica de paradojas.
Otra cosa me ha hecho reflexionar durante las intervenciones de Heinz y de
Maturana: la expresión «descubriendo el mundo y descubriéndonos». Si nos
preguntamos, individualmente, cuándo hallamos por primera vez una cosa
que podríamos llamar el mundo, o algo que podríamos designar como nosotros
mismos, apostaría lo que fuere a que esto ocurría, en la medida en que pudié­
semos acordarnos, durante o después de la pubertad. Han vivido ustedes al
menos doce, trece o quizá catorce años antes de que semejante pregunta les haya
venido a la cabeza. Se han encontrado ante un espejo, mirando la imagen delan­
te de ustedes, y se han preguntado: «¿Qué es? ¿Qué soy? ¿Qué quiere decir
“ser”? ¿Qué es el mundo?» o alguna otra cuestión filosófica del mismo género.
En esa época habían vivido ciertamente más de un decenio. Habían desarro­
llado una gran cantidad de técnicas para administrar su existencia cotidiana.
Conocían muchas cosas sobre qué hacer, cómo hacerlo, qué hacer bien, lo que
no hay que hacer, etc. Eran unos seres vivos muy experimentados y en este sen­
tido, desde luego, estaban «en el mundo». Estaban en el mundo como partici­
pantes activos, pero no creo que esto responda a la cuestión: ¿de dónde viene
la experiencia?
La experiencia como tal surge, en mi opinión, mucho antes. Me referiré de
nuevo a Piaget quien, al final del mismo libro, L a construcción d e lo real en el
niño, en algún punto de las últimas veinte páginas, presenta un pequeño dibu­
jo: dos círculos concéntricos, y nada más, dos círculos concéntricos sobre
una página blanca. Como suele ocurrir, Piaget es oscuro también sobre esto:
no habla mucho de ese dibujo. Pero lo que dicho dibujo pretende ilustrar es
esa idea de que el niño, en una etapa muy precoz, mucho antes de los dos años,
hace una distinción entre lo que considera como él mismo y lo que considera
como exterior. A partir de esta primera distinción, que construye el círculo
sobre la hoja, comienza a operar y a colocar experiencias, bien sea en el inte­
rior bien sea en el exterior, experimentalmente, y sabemos que el éxito no
es inmediato. Se trata de un desarrollo muy lento. Entonces, a mi entender, es
tan imposible hallar una respuesta a la pregunta: «¿Cómo interviene el obser­
vador?», como a la pregunta: «¿Cómo se hace el mundo?». Son dos concep­
tos ligados, surgen en el mismo momento, de la misma manera que para un
artista que posa su lápiz sobre una hoja o su pincel sobre la tela, el dibujo y
el fondo aparecen en el mismo momento. No hay fondo sobre la tela antes de
que el artista haya dibujado algo reconocible, una flor de lis, por ejemplo. En
cuanto es reconocible, tenemos la forma y el fondo. Pero es fútil pretender que
el dibujo estaba ahí antes, o que el fondo estaba ahí antes, pienso que aquí
tenemos una manera fructífera de abordar la cuestión del observador.
1 66 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

MONY ELKAIM: Gracias, querido Ernst. Antes de dar la palabra a Félix


Guattari, quisiera decir unas palabras sobre él. Nos conocimos hace ahora
casi veinte años en Nueva York. En esa época yo trabajaba en un centro de
salud mental en un barrio pobre del sur del Bronx.
Rápidamente me sentí sumamente próximo a la manera en que Félix reac­
cionaba ante ciertas situaciones clínicas, psiquiátricas y políticas. Por otra par­
te, tenía una gran dificultad para comprender los conceptos a los que se refe­
ría. Con una paciencia de ángel, aceptó no considerarse como una suerte de
inculto intuitivo que vivía en Estados Unidos, e hizo el esfuerzo de hallar en
Nueva York E l A n tiedipo, traérmelo, explicármelo, y en eso hizo una obra
didáctica notable. D esde entonces, debo confesar que tengo la impresión
de que me permitió no someterme de manera estricta al campo sistémico al
que por entonces estaba abriéndome. Me permitió permanecer abierto y fle­
xible en el interior del campo de las terapias familiares. Me ayudó, sin dejar
de trabajar con los sistemas, a interrogarme sobre lo que es un sistema. ¿En
qué medida no soy yo el que especifica y distingue mi propio sistema? ¿Cuál
es la ventaja de un sistema con relación a una escena? Fue igualmente él quien
me ayudó a no pensar en términos de oposición individuo-sistema, sino a inte­
rrogarme más bien sobre la noción de individuo. Me permitió refinar mi noción
de ensamble y tengo la impresión de que no puedo separar de su inspira­
ción mi contribución al dominio de las terapias familiares. Su libro Cartographies
schizoanalytiques comienza por la pregunta: «¿Cómo se puede hablar hoy de
producción de subjetividad?».
C reo que esta interrogación está extremadamente próxima a la que nos
planteamos hoy sobre el proceso de emergencia del observador. Le estoy muy
agradecido a Félix Guattari por haber aceptado venir a estas conferencias
para permitimos pensar las cosas de una manera distinta.
LAS D ISP O SIC IO N E S D E OBSERVACIÓN

Félix G uattari

Surge a mi entender de las diferentes intervenciones que, no bien se pre­


tende tomar en cuenta al observador de un sistema, no bien se pretende tomar
en cuenta los hechos de autorreferencia, quedamos ante una antinomia. Nos
vemos obligados a desprendemos de los sistemas reduccionistas, cientificistas
de descripción, y conducidos de una manera u otra a reexaminar los funda­
mentos metodológicos de nuestro accionar. N o se puede eliminar la autorre­
ferencia: desde el momento en que se la introduce en una cartografía, tiende
a modificar desde su propio ángulo la visión que se puede tener del sistema.
En particular, las nociones de interacción y conflicto resultarán profundamente
sacudidas. Creo que cuando se asume esto explícitamente o se busca derivar
las correspondientes consecuencias metodológicas, nos confrontamos con el
virtual planteamiento de otra lógica, distinta de la de los conceptos discursi­
vos, que supone objetos y sujetos distintos, colecciones de objetos bien cir­
cunscritas con coordenadas de referencias extrínsecas; y que nos vemos lle­
vados a asumir lo que llamaré una lógica de los afectos no discursivos, especie
de aglomerado subjetivo carente de alteridad articulable y que funciona a la
manera del devenir intensivo y mantiene precisamente relaciones de autorre­
ferencia con ordenadas inmanentes. Freud pretendió forjar una lógica discur­
siva para interpretar cadenas no discursivas sintomáticas. Pero al mismo tiem­
po tropezó constantemente con afectos, con fenómenos de sugestión, de
transferencia, de repetición existencial, complicándose en prácticas que él que­
ría de pura explicitación racional. Recomiendo aquí el libro de Isabelle Stengers
y Léon Chertok titulado h e coeur et la raison, que aclara de manera particu­
larmente brillante este aspecto de los problemas. La terapia familiar conoce,
por su lado, la misma dicotomía. Junto a motivaciones conceptuales que tele­
comandan más o menos las intervenciones lingüísticas y gestuales de los tera­
peutas, hechos de singularidad habitan la escena sistémica, hacen bifurcar esas
producciones de subjetividad e imprimen su sello de verdad a los aconteci­
mientos que surgen. Así pues, creo que hay que cuidarse de tomar esta cues­
tión del observador con una O mayúscula, como no hace mucho tiempo se
atavió al «otro» lacaniano con una gran O. N o hay un observador, sino dis­
posiciones de observación, cada una de las cuales corresponde a su propio sis­
tema cartográfico. No sólo son heterogéneas estas disposiciones, sino que una
praxis a su respecto impone que se las arrastre a lo que llamaré una hetero-
génesis, es decir, que se las vuelva cada vez más heterogéneas y que se persi­
ga la vía de singularización de sus cartografías. En este sentido, la referencia,
en el libro de Isabelle Stengers y Léon Chertok, a la etología infantil desarro-
1 68 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

liada por Daniel Stem, muestra a las claras lo que puede ser una experiencia
indisoluble de sí mismo y de los otros. Dicho de otra manera, no hay miste­
rio de la incomunicabilidad; hay modos de semiotización, fuera del lenguaje,
que proceden por afectos no discursivos; la única discursividad que conocen
es que son o bien compartibles o bien no compartibles, y así es como se cons­
tituye una subjetividad no circunscrita en un plano de individuación. La tera­
pia familiar, el psicoanálisis, la terapia institucional, todos los modos de terapia
se confrontan con esa multiplicidad de fenómenos de observación, que pue­
den ser ya internos, ya autoobservaciones, como sucede con la formación del
superyó en psicoanálisis, o bien estar encamada la observación por dispositi­
vos de visualización como en la terapia familiar, incluyendo la mirada que cons­
tituye el vídeo. Estas observaciones ponen en juego dimensiones cognitivas,
pero también dimensiones no cognitivas que pertenecen al orden del afecto.
Esta captación inmediata del tiempo, esta intuición del tiempo de la que Kant
decía que era una dimensión no cuantitativa, implica concebir lo que llamaré
una rítmica subjetiva o lo que ha llamado en otro lugar ritornelos existencia-
les. Los eslabones discursivos ya no están dados para designar un referente, ya
no están articulados con el otro según ejes sintagmáticos y paradigmáticos para
producir una significación. Están ahí para engendrar lo que llamaré una fun­
ción existencial, es decir, la puesta en práctica de repeticiones infinitas para
hacer existir cierto tipo de universos de referencia. De este modo, en el ritual
psicoanalítico tanto como en el ritual sistémico, cierto número de ritornelos,
de frases de acogida, de gestualidades, de mímicas, de relaciones de dinero,
funcionan en este plano etológico del ritornelo existencial y constituyen terri­
torios existenciales, universos de referencia que, como tales, brillan en la cons­
telación de los universos de referencia traídos por la familia o por el individuo
en cuestión, y pueden contribuir a modificar profundamente lo que Mony
Elkaim llama los campos de lo posible. Esto implica, pues, pensar la subjeti­
vidad de manera descentrada con relación al concepto de individuo, y revi­
sar un concepto que parece simple, como el de interacción.
Cuando se toman elementos en universos intrínsecamente heterogéneos,
no solamente heterogéneos sino, lo repito, tomados en una heterogénesis,
ya no nos encontramos ante un sujeto observador de una sola pieza, sino que
tenemos un hojaldrado de la subjetividad que compromete no solamente al
individuo, a los grupos de individuos involucrados, sino también otros dis­
positivos cognitivos, dispositivos arquitectónicos, dispositivos materiales o
dispositivos como esa mirada del vídeo que, aunque no esté concretamente
instalada en la terapia familiar, está siempre ahí como un ojo virtual. La mira­
da del psicoterapeuta sobre la familia es muy diferente de la del psicoanalis­
ta o incluso de la del psicodramatista, puesto que funciona como un apara­
to de vídeo, de la misma manera en que la voz de una cantante funciona como
una máquina musical y no como una voz corriente. Lo que me parece fun­
damental en esta problemática de la emergencia del observador es tener en
cuenta este hojaldrado de subjetividades. Tomaré algunos ejemplos para hacer­
me entender mejor.
E n la conducción automovilística se ve puesto en juego un hojaldrado
de subjetividad que compromete varios tipos de conciencia, varios tipos de
AUTORREFERENCIA Y .EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 169

memoria, varios tipos de afectos y de relaciones con el tiempo. Tienen uste­


des las semióticas señalísticas de la ruta, la servidumbre maquinística al auto­
móvil y, por ejemplo, un embotamiento corporal, pueden tener una semióti­
ca de conversación con un acompañante y, paralelamente, una escucha musical
de fondo sonoro. Estas diferentes semióticas se organizan unas en relación
con las otras. Al menor incidente, es la semiótica señalística la que va a tomar
la delantera y relegará a las semióticas de adormecimiento.
Consideremos ahora la servidumbre a la visión televisiva. E l sujeto entra
con ella en un estado casi hipnótico paralelo a la dirección de la atención hacia
un relato y, por ejemplo, se atiende a la presencia del agua que hierve sobre
el gas o bien a una conversación intermitente. Este es el hojaldrado de los
diferentes niveles de semiotización.
E n la escena de la terapia familiar sucede lo mismo: encontramos rituales
de acogida etológicos, protocolos conversacionales, montajes cognitivos, dife­
rentes teorizaciones, diferentes cartografías de los terapeutas. Ciertos afec­
tos sexuales pueden emerger bajo esa mirada del vídeo siempre al acecho y
todo un mundo de fantasmas puede surgir para inundar literalmente la situa­
ción. E l aspecto más original de la práctica de ustedes, aspecto que a mi jui­
cio debería ser objeto por su parte de una reflexión absolutamente específi­
ca, si no lo ha sido ya, es el concepto de «simulación». Me parece que a través
de la simulación, el objeto familiar queda fundado en su verdad más extre­
ma. E l objeto familiar fabricado en la simulación es mucho más verídico
que la seudofamilia que encuentran en el consultorio, porque es a través de
ella como se exacerban ese hojaldrado y esa heterogénesis de los compo­
nentes enunciativos.
E n resumen, lo que me parece importante es renunciar a tomar apoyo
en un solo universo de referencia, de un carácter siempre más o menos cien-
tificista en el caso del análisis sistémico tradicional. El enfoque preconizado
por Mony Elkaim implica el abandono de las coordenadas energético-espa-
ciotemporales y la entrada de nuevos paradigmas de orden ético cuando se
trata de constituir ciertos tipos de objetos en su consistencia autorreferente.
El objeto familiar no se da nunca como preexistente sino como objeto que
debe ser siempre recreado, en el sentido de la recreación estética, a través de
las modelizaciones idiosincrásicas. Las modelizaciones vigentes en el proce­
so y esa dimensión ética que escapa a la definición cientificista del objeto, esa
producción mutante de alteridad, esa emergencia de puntos, de singulari­
dades de los que Mony nos dice que permiten la apertura de nuevos cam­
pos de lo posible, valen por otros tantos pájaros golpeando en la ventana para
actualizar nuevos universos de referencia.
170 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

MONY ELKAÜM: Gracias, querido Félix. Tendrán ahora el privilegio de escu­


char a la extraordinaria Isabelle Stengers. Ante cualquier concepto abstruso
y enrevesado, ella se pone a hablar y es un placer. Lo que era una madeja de
hilos enmarañados comienza a transformarse, aparecen hilos distintos, se
abren a la exploración sendas nuevas. Cada vez que tengo la suerte de escu­
charla en mis congresos, disfruto diciéndome: «¡Qué extraordinario espíritu
de síntesis!», y luego descubro que no es una síntesis sino una nueva cons­
trucción que enriquece y presenta en forma diferente los conceptos que ella
nos ofrece. Por lo demás, es autora de diversas obras, algunas de ellas redac­
tadas con Ilya Prigogine, quien nos hará el honor de concluir este congreso.
Por último, es una gran amiga y una excelente pedagoga; querida Isabelle,
¿tienes a bien enseñarnos?
D E L «SE » AL «Y O »*

Isabelle Stengers

La experiencia es cada año más peligrosa y más peligrosa aún por cuan­
to, cada vez, me veo obligada a hablar de cosas de las que normalmente
no debería verme obligada a hablar, en cualquier caso, ante una sala en sesión
plenaria. Esta vez, como de costumbre, y como Mony ha dicho que lo hago
con talento, he escuchado a los oradores diciéndome: «Querida, en verdad
no sabes lo que vas a decir, tienes una o dos ideas flotando y que lograrás
hacer pasar, pero no sabes en absoluto lo que vas a tener que decir, cómo
irán las cosas. Así que escucha, observa. M ira lo que pasa para intentar
que se produzca algo que puedas decir». Pero lo cierto es que, mientras escu­
chaba exposiciones en verdad muy interesantes, no ha aparecido nada. «Hay
que hacer algo.» Mony y mi presunción me han colocado en una situación
tal que debía aceptar este riesgo, me he colocado en posición de tener que
emerger como un observador a partir de su observación. Pues bien, les juro
que cuando uno sabe que debe emerger, todavía es peor que saber que uno
sabe o que observar que uno observa cuando observa y que uno sabe que
está intentando vivir, sabiéndolo, la cosa más fáctica, en el sentido positivo,
e incontrolable posible: la emergencia del observador. Pues bien, cuando
uno lo sabe demasiado, finalmente lo único de lo que puede hablar es de
esa experiencia misma de esperar la emergencia. La angustia de esperar la
emergencia de algo que decir es quizá similar a la ansiedad de los terapeu­
tas que quisieran dejarse llevar eventualmente por una interacción con la
familia y que sin embargo saben que en determinado momento deberán asu­
mir otro papel, deberán hablar y se los escuchará, de una manera o de otra,
como al terapeuta, como a aquel que ha observado, como a aquel que ha
sacado las conclusiones. Existe, pues, esa doble experiencia: estar inmer­
so, estar interesado, y saber que lo que se espera es otra cosa. Lo que se

* E n cuanto a «yo», véanse las notas de las páginas 136 y 151. Por su parte, «se» tra­
duce a o», pronombre indefinido que carece de equivalente preciso en castellano y que
según los contextos es traducible por dicha partícula (on d it tant de choses!, « ¡se dicen
tantas cosas!»; on les appellera, «se les llamará», etc.), por «uno» o «una» (on a sespetites
habitudes, «uno tiene sus costumbres», etc.), por la 3 a persona del plural (on dit, on racon-
te, «dicen», «cuentan»; on frappe a la porte, «llaman a la puerta», etc.), por la I a persona
del plural (on est tous alié en vacances, «todos hemos ido de vacaciones»), o por un nombre
colectivo (por ej., la gente). La solución del título («se») resume el espíritu del texto en la
parte que alude específicamente a la cuestión, aun cuando la traducción deba diferir, toda
vez que lo que el «se» expresa es una indefinición del sujeto del verbo. [N . del
172 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

espera: a eso voy, ésa es la pequeña punta de la que intentaré tirar. Que yo
deba emerger aquí como observador no tiene nada de un proceso natural,
no tiene nada de una especie de emergencia en el sentido en que un físico
hablaría de transición, en el sentido de la emergencia de un cristal: yo enfrío,
el cristal emerge, esto se produce. No, aquí, si emerjo como observador, es
porque soy esperada, porque ustedes están ahí, porque están los otros y
los otros existen. Por lo tanto, mi acto de haber observado, de presentar­
me com o observador, no tiene nada de natural, no tiene nada de indivi­
dual en el sentido de una robinsonada, en el sentido en que se diría que cual­
quier hombre, aun en una isla desierta, observaría. Es sin duda el acto donde
menos sola estoy, donde menos aislada estoy, donde menos dotada estoy de
iniciativa posible, y más conminada a haber observado.
E sto me recordó —com o todo el mundo hablaba de experiencias y de
relatos, yo volví a dar con una, me satisfizo decirme que aguantaría un minu­
to más y finalmente esto me complace- una situación que aquellos de uste­
des que tienen hijos en la escuela primaria o elemental conocen bien o de
la que se acuerdan. Yo sí me acuerdo; no tengo hijos, pero aquello me mar­
có. Son esos horrendos cursos de iniciación a la observación en los que jus­
tamente se le dice a un niño: «observa, compara»; y luego: «generaliza, saca
conclusiones». Ahí se intenta enseñarle lo que es la ciencia o lo que es la
observación científica. Pues bien, cuando se le dice a un niño: «observa y
dime lo que observas», se lo coloca en la situación social más artificial, aque­
lla en que verdaderamente más obligado está a especular sobre lo que los
otros esperan de él y a vivir de una m anera en que se ve afectado por
los otros con máxima intensidad y probablemente casi siempre con menor
fecundidad, en el sentido de que lo que él se dice para observar, es: «<Qué
se espera que observe? N o se trata de que diga cualquier cosa, se trata de
que comprenda lo que se espera de mí en esta observación, de tal forma
de no quedar en ridículo porque sé inmediatamente que podría decir cien­
to cincuenta mil cosas, pero en cuanto a esta observación, sé que hay una
buena manera de realizarla y que los otros no se rían». Todo esto para decir
finalmente que el observador —no la observación en el sentido en que podría­
mos decir que desde que el hombre existe, observa, y que además los chim­
pancés observan, etc., no—es una invención reciente y curiosa. Sabemos
que el hombre observa, que el hombre construye, que el hombre interpre­
ta el mundo, que además nunca podremos tener acceso al territorio según
el mapa por el que podríamos compararlo y que, por lo tanto, estamos en
un mundo de mapas sin fin. Todos tenemos la impresión, desde que sabe­
mos esto, de que hemos hecho un progreso formidable con respecto a nues­
tros antepasados realistas, a aquellos que creían que observaban y vivían en
un mundo. Es cierto que la marcha es irreversible. Ya no podemos ser rea­
listas y esto es el resultado de que desde hace ya mucho tiempo -ocurrió en
la Ed ad Media—el escepticism o cesó de ser subversivo para convertirse
en el punto de partida desde donde tratar de construir un conocimiento
que, más o menos, se mantiene en camino. H ace ya mucho tiempo, en rea­
lidad, que no concebimos el conocimiento en términos de semejanza, aun
cuando olvidemos a veces, cuando estamos demasiado orgullosos de lo que
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 1 73

conocemos, que lo real no nos lo regalan, que no recibimos una donación,


que no estamos en un mundo, sino que lo construimos activamente. Para
mí, todo el problema está en no ir demasiado rápido con el triunfalismo, es
decir, no creer, como lo creyeron muchos de nuestros antepasados filóso­
fos, que hacemos un progreso decisivo al anunciar que el sujeto construye
su mundo. E l sujeto observa: un individuo aislable construye su mundo.
Siniestra robinsonada que desemboca en el solipsismo: ¿qué prueba tengo
de que usted exista, qué prueba tengo de que usted no sea simplemente un
mapa que no tiene lo suyo para decir? Creo que el .solipsismo, que fascina a
algunos como el riesgo último del constructivismo, corresponde de hecho
a la situación más artificial y más socialmente construida -e n el mismo sen­
tido que la orden: «observa», dada al niño—que podamos concebir. La idea
de que somos nosotros los que construimos, en el sentido de que tendría­
mos en la materia una iniciativa médica, de que seríamos un punto de par­
tida, de que seríamos el centro de actividad, es el peligro que presenta la
palabra construcción. Siempre se ha tenido la impresión de que hay un cons­
tructor. Por mi parte, prefiero la palabra proceso, en la que el centro de acti­
vidad, de iniciativa, aquel por el cual y gracias al cual eso se produce, es
menos evidente. Félix Guattari ha aludido a mi interés por la etología infan­
til, aludió a mi interés por la hipnosis, no ha aludido a mi interés por la suges­
tión. N o sé cómo hablan de la sugestión los terapeutas familiares, lo que sé
es que entre otros terapeutas, especialmente los psicoanalistas, es una pala­
bra tabú. Lo cual me sorprendió mucho porque me pregunté si ése tabú no
traducía un problema mucho más virulento que el realismo; hoy el realis­
mo está prácticamente muerto, pero el ideal de un sujeto que se definiría
contra la sugestión está siempre vivo.
Desde hace algún tiempo me intereso por lo que podríamos aprender de
aquellos que observan a los niños de pecho, y especialmente por lo que Daniel
Stem escribió en L e m onde interpersonnel du nourrisson. A mi juicio, esto pue­
de contribuir a volvemos un poco más inteligentes con respecto a esa pala­
bra que no se ha movido mucho desde hace siglos: la sugestión.
U na primera cosa interesante es que Stern pone el acento en interac­
ciones que hasta ahí no se habían com entado tanto. ¡Ah!, el lactante al
pecho, he aquí un espectáculo que fascinó a los hombres desde los pinto­
res hasta Freud. E l lactante freudiano, parece, está en pleno fantasma de
fusión. E l pobre no ha aprendido todavía que su madre es alguien distin­
to, todavía debe aprender a distinguir entre el interior y el exterior. Pero
¿quién fantasea? ¿El lactante, o los pintores y Freud? Porque para fanta­
sear, para vivir la confusión entre el interior y el exterior, hace falta que
uno pueda plantearse este tipo de problema, por lo tanto hace falta que se
tenga acceso a la experiencia de ser alguien que tiene una experiencia. Y
Stern llama la atención sobre otros tipos de interacción entre la madre y el
niño, los jueguecitos, los «buuu», los «titi titi», los bichitos que suben...
Todas esas cositas un tanto ridiculas, «atontadoras». Ahí es donde aquello
sucede, propone él. Ahí es donde se crea un proceso de «afinación», en
inglés attunem ent, donde la madre y el niño crean juntos una realidad afec­
tiva. Y, según su hipótesis, de esta experiencia compartida emerge el sen-
174 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

tido que el niño tiene de su propia existencia, de él mismo com o alguien


que tiene una vida afectiva.
Lo cual querría decir que no habría primero un «yo», ni siquiera un «yo»
que se tomara por el pecho de su madre o por el centro del mundo. Primero
habría un «se», el mismo tipo de «se» que el que emplean los niños cuando
dicen, en francés: «allez, on jo u e» [«venga, jugamos» o «se juega»]. Y por
lo tanto el «observador», del que se nos dice que constituye su mundo, emer­
gería siempre después. Aquel que puede decir «yo construyo», «yo observo
que observo que observo», emergería en un mundo donde sólo por artificio
metodológico puede hacer abstracción del hecho de que su madre, de que
los otros existen, de que la obra ya ha comenzado. El no es el autor de la obra.
E l hecho de que los otros piensen, sientan, lo miren, lo comprendan, o debie­
ran comprenderlo, o se nieguen a comprenderlo, es tan constitutivo de su
experiencia como el sentimiento de existir. N o es un observador el que emer­
ge, es un participante que puede, a veces, tomarse por un observador.
Vuelvo a la sugestión. Cuando se piensa en Hider, o en el linchamiento,
hay muy buenas razones para desconfiar de la sugestión, pero no mejores que
para desconfiar del lenguaje, por ejemplo. E l «se» que produce el proceso de
afinación según Stem me parece un antídoto bastante bueno al «vamos a car­
gamos a un negro, o a un árabe». Querer prescindir del «se» con el pretex­
to de que produce linchamientos, para mí, es un poco como querer prescin­
dir de comer porque hay problemas de bulimia o anorexia.
Vuelvo al. desdichado niño a quien se le dice: «¡Observa!». Tiene razón
para especular sobre lo que quieren de él. Nunca se observa solo. Se obser­
va un mundo que nos afecta, que nos interesa, e interesar viene, en latín, de
«ser entre», un mundo que es entre ustedes y otros, un mundo donde se habla­
rá a otros, reales o imaginarios, de lo que se ve, un mundo que los otros siem­
pre nos han sugerido ver de una cierta manera, incluso si pueden ustedes
imprimir una pequeña transformación, crear un pequeño toque original. Esto
no significa que no puedan existir todos los conflictos del mundo, o que deba­
mos tener por ideal la comunicación transparente. Esto significa que la «inco­
municabilidad», o el sentimiento de ser dueño y responsable de lo que se sien­
te, de lo que se observa, no es la base primordial, natural, de donde debería
partir la reflexión. Nada más, y nada menos. Vuelvo a mi propia situación
cuando escuchaba a los que me han precedido. Esperé que emergiera en mí
el «observador», y la cosa no anduvo muy bien. Por lo tanto, tuve que vivir
la angustia del artificio, no el estado segundo, el estado de trance donde emer­
ge el «sé lo que voy a decir». Me observé observar, en vez de convertirme
en «se». La autorreferencia es seductora como instrumento polémico, cuan­
do se trata de combatir las ilusiones del realismo ingenuo. Pero cuando se tra­
ta de «emerger», es más bien un mal signo: se trata entonces más bien de
disolver el «auto».
MONY ELKAIM: Quisiera dar la palabra a los oradores que deseen dar algu­
nas opiniones sobre lo hablado hasta ahora. ¿Quién quiere la palabra?
HUMBERTO MATURANA: Gracias por la oportunidad que se me brinda de
añadir algunas palabras. E n primer término, reivindico el hecho de que el
AUTORKEFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 17 5

observador puede ser explicado y de ahí una discrepancia con Ernst von
Glasersfeld. Yo no tomo al observador por un dato, puede ser explicado y se
pueden mostrar las condiciones que constituyen la observación si se puede
mostrar cómo emerge el lenguaje. Quisiera decir también que esto pue­
de hacerse científicamente. No necesita una lógica diferente. Puede hacer­
se desde el punto de vista de los sistemas vivos. Sin embargo, es interesante
constatar que la comprensión de los sistemas vivos debe efectuarse en con­
diciones tales que no se pueda reivindicar nada que no sea independiente de
lo que hacemos. Esto ha vuelto el problema muy difícil, pero no imposible;
de hecho, se ha resuelto. La cuestión de saber cuál es la prueba de la exis­
tencia es una cuestión que pertenece al dominio de los comentarios sobre la
existencia en el cual se cuestiona la existencia.
Cuando se quiere explicar la experiencia, se la toma como tal. Si quere­
mos explicar al observador, debemos partir de la experiencia de la observa­
ción y hacemos surgir las condiciones que permiten la observación. No creo
que lo que hacemos como observadores sea artificial.
Es tan natural como lo que hacemos cuando no somos observadores, pero
es diferente, y particular, porque el observador emerge y se instala cuando
hay lenguaje.
E l hecho de que una cosa surja en el lenguaje no la hace artificial, a menos
que reivindiquemos que todo lo que hacemos como seres humanos es arti­
ficial. D e ser así, entonces, por supuesto, observar se torna artificial, porque
es realizado por humanos. No estoy de acuerdo con quienes proclaman que
la realidad tiene un impacto como presencia que no puede ser denegada. \b
reivindico el hecho de que la realidad es una explicación. Es una proposición
explicativa de la experiencia. «¿Por qué puedo tocar esta mesa?» Puedo hacer­
lo «porque es real», «puedo tocar la mesa real, no la mesa imaginaria». En
estas declaraciones hay una confusión entre la experiencia de tocar una mesa
con la explicación «porque es real». La realidad es una explicación de una
experiencia. Si tomamos la biología seriamente, no podemos afirmar que
podemos hacer declaraciones sobre elementos que estén separados de nues­
tras acciones. Incluso la noción de realidad es una noción que se aplica a nues­
tra actividad en el lenguaje, y por lo tanto a nuestras acciones.
Acepto el hecho de que el interés es necesario, pero el interés es un comen­
tario en el lenguaje concerniente a nuestras actividades en un ámbito parti­
cular de acciones, o una distinción sobre cómo operamos en él. Ciertamente,
sin interés, no vemos, pero ver es una actividad dentro de un ámbito de exis­
tencia en el que hacemos aparecer lo que distinguimos. Este es el contexto
donde el interés debe ser visto y comprendido. Al mismo tiempo, no pienso
que podamos leer mal la realidad, porque la realidad se constituye en el
proceso de distinguirla.
Sin embargo, podemos encontrarnos con que hacemos distinciones que
nos disgustan, porque las hacemos en ámbitos diferentes de aquellos donde
quemamos realizarlas. A esto le llamamos «malas lecturas», errores, pero para
decir que podemos leer mal la realidad, deberíamos poder decir cómo es la
realidad en sí misma y esto es exactamente lo que no podemos hacer. Es un
elemento constitutivo de nuestra biología que hace que no podamos reivin­
176 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

dicar algo independiente de nosotros, y a causa de eso afirmo que ¡a noción,


de realidad surge en la experiencia y es una explicación de ella.
UN PARTICIPANTE: Les agradezco lo que hemos podido escuchar hoy y qui­
siera agregar también algunos comentarios. Cuando se habla de la emer­
gencia del observador, pienso que se puede estar lleno de fantasmas de sub­
jetividad pero, como dijo una vez M aturana, no habitamos en universos
sino en multiversos comunicables. Entonces, yo propondría hablar de un mun­
do fundado en la duda. Por otra parte, tendería a definir la noción de infor­
mación como una transformación. No hay información sin transformación.
Información, a mi juicio, es igual a transformación biopsíquica. Tal vez es ésa
la equivalencia entre información y experiencia.
UN PARTICIPANTE: Me siento muy audaz, pero como he apreciado mucho
la intervención de la señora Stengers en particular sobre el nacimiento de la
emergencia del observador debida al interés, quisiera hacer una pregunta al
señor Maturana en relación con la «corporeidad», con los cambios de la «cor­
poreidad». ¿Es posible poner esto en relación con ciertas enseñanzas de la
sabiduría hindú y ciertas experiencias místicas, trascendentales con respecto
a los cambios producidos en estado de meditación? Estas personas describen
el estado de meditación como un estado de fusión observador-objeto obser­
vado.
MATURANA: Si me pregunta si es posible o no vivir una suerte de realidad
trascendental como algo supuestamente existente con total independencia de
las operaciones que lo distinguen, le contesto que no. Si me pregunta si exis­
ten experiencias que llamamos trascendentales, interpretándolas como la
expresión de un acceso directo a una realidad independiente, respondo que
sí. Pero agrego también que el hecho de que las llamemos trascendentales es
una proposición explicativa en la cual situamos una realidad trascendental
como el mecanismo generativo de una experiencia semejante. ¿Reconozco yo
esta explicación como capaz de ser adecuada? No. Y no lo acepto porque,
constitutivamente, no hay en nosotros, sistemas vivos, ninguna operación posi­
ble que nos permita un acceso cognitivo a una tal realidad supuestamente
independiente.
ERNST VON GLASERSFELD: Me ha impresionado la aparición de la pala­
bra interés en esta discusión. Para mí, el interés es también muy importan­
te, pero pienso que mi definición o mi utilización de esta palabra será dife­
rente. Déjenme explicarlo en forma muy breve. En mi juventud, pasé mucho
tiempo completamente solo en la alta montaña. No tenía nadie con quien
hablar fuera de mí mismo, y si viajan ustedes por la alta montaña en esquí­
es, en invierno, su atención se torna muy aguda por excelentes razones; por­
que hay avalanchas y deben estar vigilantes a ciertos signos precursores. De
otro modo corren grandes riesgos. Para mí, es el ejemplo de un interés que
no tiene nada que ver con la comunicación ni con el lenguaje. Se parecen
entonces ustedes a un gato al acecho de un ratón. El gato sabe que el ratón
está detrás del armario y se sienta y mira, está lleno de interés y de atención.
Pienso que es un ejemplo extremo de algo que no deberíamos perder nunca.
AUTORREFERENCIA Y EMERGENCIA DEL OBSERVADOR 177

Hoy mucha gente deja dormido ese interés. Esperan que elementos exte­
riores vengan a estimularlos, anj:es que buscar atentamente algo ellos mismos.
MATURANA: Sólo quiero hacer una reflexión sobre el primer comentario
del oyente que propone que haya varios dominios de realidad en el mismo
espacio. ¿Cuál podría ser ese espacio? ¿Sería el espacio físico, o el espacio de
la corporeidad? Digo que existimos en varios ámbitos diferentes de realidad
en el lenguaje v que este lenguaje tiene que ver con las acciones, con las coor­
dinaciones de acciones, v en el ámbito c e nuestra existencia en cuanto siste­
mas vivos. El que sea así se manifiesta en el hecho de que utilizamos palabras
diferentes, de que hacemos cosas diferentes. Sin embargo, no es que todas
esas realidades existan en el mismo espacio; de hecho, existen en diferentes
espacios constituidos como otros tantos ámbitos de acciones diferentes que
no se cruzan y cuyos elementos no tienen ni pueden tener ninguna interac­
ción entre sí. Lo que sucede es que cuando los diferentes ámbitos de reali­
dad se concretan a través de la misma corporeidad, sus realizaciones se cru­
zan aun cuando permanezcan desunidos. Cuando estos diferentes ámbitos
de realidad se concretan a través de la misma corporeidad, se afectan el uno
al otro pero no interactúan. Es como en un teatro de sombras donde pode­
mos tener dos sombras que se abrazan mientras que los cuerpos que mani­
pulan esas sombras están en planos diferentes y no se tocan. Las diferentes
realidades creadas a través del lenguaje no existen en el mismo espacio, en
rigor constituyen espacios diferentes.
ELKAÍM: Gracias, Humberto. Heinz, ¿deseas decir algo?

HEINZ VON FOERSTER: Quisiera decir algo. Soy el mayor, de lejos el par­
ticipante de más edad de esta conferencia, y quisiera, en mi nombre y en el
de ustedes, agradecer a Mony Elkalm el haber organizado esta maravillosa
conferencia que apreciamos mucho, yo en particular.

/
6. RESON AN CIAS Y D O M IN IO S D E L SABER

L a teoría general d e sistem as de Ludwig von Bertalanjfy ha servicio d e base a


las terapias fam iliares sistémicas. Introducida en e l dom inio terapéutico p or la escue­
la d e Palo A lto, esta teoría se interesa en los sistem as abiertos en equ ilibrio y da
más cuenta de la estabilidad qu e d el cam bio. Insiste sobre las leyes generales y otor­
ga un p ap el reducido a la historia.
Incóm odo ante e l estrecho m arco de esta teoría, m e h e inspirado en los traba­
jo s d e Ilya Prigogine sobre los sistemas alejad os d e l equ ilibrio p ara ofrecer a los
terapeutas fam iliares un en foqu e que reserve un lugar a la historia, a l azar, a las
reglas intrínsecas y a los elem entos singulares.
L o qu e e l enfoque de Prigogine nos ha ofrecido, más allá d e los diversos dom i­
nios a los que puede aplicarse, es sobre todo la riqueza de una nueva m anera de ver
e l cam bio.
En las páginas qu e siguen, Ilya Prigogine nos hablará d el nuevo clim a inte­
lectu al qu e caracteriza según é l a este fin d e siglo. Elegirá tres ejem plos d e reso­
nancias entre diferentes ram as d el saber a partir d e uno de mis últim os trabajos.
D estacará así la m ultiplicidad d e soluciones a un m ism o problem a, la im posibili­
d ad d e separar e l observador d e l cam po observado y, p or últim o, la im portancia
de la noción de acontecim iento para lim itar e l alcan ce d el concepto d e ley.
Para Ilya Prigogine, preparar e l próxim o siglo es luchar contra una idea here­
dada d el siglo XIX, la d e desigualdad. E l siglo XXI sólo se construirá en e l rechazo
de una fron tera clara entre e l saber absoluto y la ignorancia absoluta, en e l cues-
tionam iento de la superioridad d e las civilizaciones, en la apertura a l otro.

M ony Elkaim
PRESEN TA CIÓ N

Mony Elkai'm

E n esta sesión de clausura de nuestras jomadas, quisiera presentar al pro­


fesor Prigogine retomando un comentario que hizo ayer Jay Haley. Dijo Jay:
«Ustedes lo saben, la teoría sístémica era más bien molesta porque era una
teoría que se interesaba en la estabilidad, mientras que nuestro trabajo está
centrado en el cambio». Esta es efectivamente una de las razones que nos
condujeron, en todo caso en Bruselas, a interesamos por los trabajos del pro­
fesor Prigogine, trabajos que recayeron sobre los sistemas alejados del equi­
librio, sistemas que, justamente, cambian. Gracias a las investigaciones del
equipo de Ilya Prigogine hemos podido, desde un enfoque terapéutico sis-
témico dominado por la teoría general de los sistemas, reintroducir un tiem­
po que ya no es un tiempo causal lineal; gracias a ellas, hemos podido insis­
tir sobre las reglas intrínsecas antes que sobre las leyes generales, hemos podido
pensar en términos de amplificación de elementos aparentemente anodinos
que pueden llevar a una bifurcación y a la importancia del azar. Sus trabajos
nos han ayudado a ofrecer mayor grado de libertad a los terapeutas familia­
res que anhelan continuar trabajando en el ámbito sistémico ensanchando el
campo de lo posible. Quisiera agradecerle, por los especiales esfuerzos que
ha tenido que hacer, que haya aceptado estar entre nosotros antes de que el
encuentro se clausurara, y expresarle nuestro reconocimiento por ser de los
nuestros.
I
RESON A N CIA S Y D O M IN IO S D E L SABER*

Ilya Prigogine

N o soy especialista en sistemas familiares, y si decidí participar en vues­


tros trabajos es ante todo porque me considero amigo de Mony Elkaim y me
complace complacerlo.
Hay más. Al recorrer su último libro, de sugerente título: S i tu m ’aim es, ne
m ’aim espas [Si me amas, no me ames], me sorprendieron las resonancias entre
el tipo de enfoque que el doctor Elkaim utiliza y el que emerge hoy en un
conjunto de ciencias, desde la física teórica hasta las ciencias humanas. Un
clima intelectual nuevo emerge en este fin de siglo, y tengo la impresión de
que las investigaciones proseguidas por su escuela pertenecen a esa corrien­
te que reúne numerosas disciplinas.
Se ha hablado con frecuencia de fragmentación de las ciencias o de la opo­
sición entre ciencias llamadas exactas y ciencias llamadas humanas. Hay ele­
mentos de contacto, hay transferencias legítimas.
Para estudiar el cambio en los sistemas familiares, el doctor Elkaim ha eli­
gido como método la ampliación del campo de lo posible. Pero suele ocu­
rrir que este campo de lo posible no se ensanche de una manera continua:
hay estructuras. Me parece que se habla de estructuras discretas, ya que se
distingue un tipo dado de familia, de otro tipo, luego de otro más, sin rete­
ner las formas intermedias que corresponden a otros tantos estados más o
menos estables. Estas discontinuidades evocan las ideas de no linealidad y de
bifurcación. Y una de las ideas a las que nuestro grupo fue asociado hace vein­
te años, y que hoy se han convertido, diría yo, en lugares comunes, es que
vivimos en un mundo de sistemas abiertos a coacciones externas. Piensen en
el entorno terrestre, donde tenemos un flujo de calor solar; es un sistema
sometido a condiciones de no equilibrio a las que responde de manera no
lineal; en un sistema semejante, y esto no es muy profundo, hay usualmente
más de una solución estable compatible con las mismas coacciones. Aquí está
la idea que da lugar a la idea de bifurcación: cambien ustedes las coacciones
partiendo del equilibrio, y al principio tendrán sólo una respuesta; pero, para
coacciones más fuertes, pueden llegar a puntos de bifurcación o varias solu­
ciones se toman accesibles: el campo de los posibles se ha ampliado. E l siste­
ma cambia de estructura y de hábitos, hay más de una sola estructura posible.
Cuando yo era joven, mis profesores se alegraban de demostrar que un
problema matemático dado admitía sólo una solución. Era el summum de la

* E l título es del director de la compilación.


184 INTERCAMBIOS TEÓRICOS

belleza matemática. En el curso de mi carrera he consagrado mucho tiempo


a demostrar a mis alumnos que hay muchos problemas que admiten más de
una solución. Así y todo, fue una sorpresa: cuando pasan ustedes a estos siste­
mas alejados del equilibrio, asisten a fenómenos de autoorganización, lo cual
equivale simplemente a decir que aparecen nuevas estructuras. Cambien de
coacción, aléjense del equilibrio, y pasen de un tipo de régimen (dotado de un
solo estado estable) a otro tipo de régimen (dotado, por ejemplo, de varios esta­
dos estables).
E l ejemplo clásico, que hallamos hoy en todos los manuales de cinética
química, es el ejemplo de los relojes químicos. Toman ustedes una reacción
en la que x se convierte en y, pero, una vez transformado x en y , y puede tam­
bién actuar sobre la formación de x. Es un sistema autocatalítico; si cam­
bian las coacciones en este sistema autocatalítico, van de un régimen a otro.
Cerca del equilibrio, las reacciones se producen totalmente al azar, ya que las
colisiones se efectúan al azar. Supongamos moléculas que pueden volverse
rojas o azules, ustedes tendrían azul y rojo, azul y rojo, pero totalmente al azar,
tienen relámpagos de rojo, relámpagos de azul aquí o allá. Pero si se alejan
del equilibrio, el comportamiento del sistema se hace más coherente: todo el
reactor químico se vuelve rojo, y después azul, y después todo rojo, tienen
ustedes un reloj químico. Se han podido clasificar varios modos de funcio­
namiento, varias estructuras que van de este funcionamiento periódico a fun­
cionamientos llamados «caóticos» en el tiempo, es decir, donde los tiempos
no son regulares: ya no es cada dos segundos, por ejemplo, sino una vez cada
segundo, y luego cada tres, y luego cada uno y luego cada cinco: el sistema es
caótico.
Existen muchas de estas estructuras posibles. Y lo interesante —aquí tam­
bién hay un punto de encuentro posible entre disciplinas—es que estas dife­
rentes estructuras se construyen siempre con las mismas moléculas relativa­
mente banales, simples. Por lo tanto, como ven, no todo está en la molécula.
Una gran parte del comportamiento viene de lo que se produce «entre» las
moléculas: las interacciones, los tipos de colisión, y también las condiciones
a las cuales someten ustedes el sistema (si es en equilibrio, será desordena­
do; y, lejos del equilibrio, no será desordenado). Podemos pensar, si puedo
expresarme así por comparación, que evidentemente es el carácter contra­
dictorio de la actividad humana el que mantiene siempre cierta tensión en los
sistemas colectivos. La química nos muestra que hay varios regímenes posi­
bles con las mismas moléculas simples; y un ser humano es, sin ninguna duda,
más complicado que una molécula. No voy a empezar a tratar de precisar
esto, llevaría más de una hora, pero salta a la vista cualitativamente. Así, tene­
mos cognitive maps, «visiones del mundo», comparamos lo que se produce
con lo que pensamos que debe producirse y ésta es una de las razones de esa
tensión de la que acabo de hablar. Si con moléculas son posibles diferentes
regímenes, regímenes mucho más variados y más numerosos son posibles
en las comunidades humanas.
Y esto es cierto en el caso de los sistemas familiares, y esto es, por supues­
to, aún más cierto en el caso de las civilizaciones o de las culturas. En el fon­
do, las diferentes culturas, pongamos la civilización tradicional china y la civi-
RESONANCIAS Y DOMINIOS DEL SABER 1 85

lización europea, siguieron caminos diferentes. Hoy tenemos una visión muy
diferente de la visión antigua, reductora, en la que se decía: «Existe una sola
dirección asignada al progreso de la civilización»; ahora comprendemos que
hay muchas maneras de ser civilizados. Uno de los problemas capitales de la
política, diría yo, mundial, es la confrontación de culturas, la comparación y
el mantenimiento de la diversidad, sin olvidar insistir también sobre los ele­
mentos que nos unen a todos los hombres. Este es, por lo tanto, un primer
aspecto del libro que yo quería subrayar: la apertura de los posibles.
Un segundo aspecto sobre el que insiste este libio y que, de nuevo,. hace
pensar en muchos elementos semejantes en otras/ciencias, es que no se'pue-
de separar al observador del campo observado. Ésta es una idea que, curio­
samente, emerge hoy en muchas ciencias. Hoy hasta es harto evidente, pero
no siempre fue evidente. E n la visión clásica de la ciencia, se creía que las
cosas debían ser observadas como si se las viera desde un punto de vista divi­
no, desde el punto de vista de un dios, o de un demonio. E n un libro que
escribí con Isabelle Stengers (Entre le temps et l ’étem ité, Fayard, 1988), redac­
tamos un capítulo titulado «Des dieux et des démons» [«De los dioses y los
demonios»]. No es que seamos especialistas en demoniología o que nos des­
tinemos a una carrera de grandes inquisidores, pero sí se trata de subrayar
el hecho de que en el curso de la historia de las ciencias el hombre ha imagi­
nado frecuentemente seres semejantes a nosotros pero más inteligentes, demo­
nios, dioses, y para quienes el mundo sería más claro, más transparente. Einstein
dijo: «Dios no juega a los dados». Laplace imaginó su demonio, Maxwell ima­
ginó su demonio... Estos demonios sirven en las demostraciones. E l demo­
nio de Laplace debía mostrar que todo el devenir está escrito en el presen­
te; el demonio de Maxwell debía mostrar que el segundo principio de la
termodinámica no era más que una apariencia. La actitud era superar el pun­
to de vista humano para alcanzar un punto de vista exterior, y hoy vemos que
esta suposición debe explicitar sus límites de validez.
E n otros términos, describimos el mundo a partir de nuestra posición en
el mundo. Psicólogo y economista, Herbert Simón creó el concepto de boun-
decl rationality para expresar los límites inherentes al hecho de estar situados
en el mundo. La nueva racionalidad que hoy se busca será una racionalidad
limitada. Antes se decía: «Ser racional es adecuarse a las leyes de la natura­
leza»; es verdad, por supuesto, ya que éste es uno de los sentidos. Pero hay
más: debemos tener en cuenta indudablemente las «leyes de la naturaleza»,
pero también debemos tener en cuenta nuestras limitaciones en la descrip­
ción de la naturaleza; por ejemplo, la cantidad de información que pode­
mos utilizar, los límites a los cálculos que podemos hacer. D ebem os tener
en cuenta, en el balance, los límites de medida o los límites de cálculo. Herbert
Simón plantea el problema en el marco de la economía clásica. En el marco
de la economía clásica, «racional» significa trabajar, digamos, para el mayor
beneficio, maximizar una utilidad dada. Pero en realidad, dicho esto, hay que
saber cómo maximizar; y para maximizar absolutamente, hacen falta infor­
maciones que nadie posee.
Por lo tanto, en realidad, estamos en un mundo del que poseemos una des­
cripción aproximada, del que poseemos ciertos elementos, no todos, y esta-
186 IN TE R C A M BIO S T E Ó R IC O S

mos lejos de tener el poder de actuar de una manera racional en el sentido


clásico. Y no existe en absoluto, cuando se quiere describir el comportamiento
de una sociedad humana, optimización global; los sistemas no pueden sino
encontrar, diría yo, tipos de comportamiento compatibles con la superviven­
cia, o compatibles con ciertas metas parciales; a menudo contradictorias.
La idea de bounded rationality puesta de relieve por Herbert Simón es hoy
una de las grandes ideas en economía. Y aquí hay otra coincidencia que sugie­
re una confluencia de nuestra civilización, de nuestra cultura en este fin de
siglo, y es que aproximadamente al mismo tiempo nació la idea de caos diná­
mico, de la que seguramente han oído hablar porque es algo muy difundido
actualmente. No todos los sistemas dinámicos son semejantes. Tenemos sis­
temas dinámicos simples, como el movimiento de la Tierra alrededor del Sol;
y podemos predecir la posición de la Tierra alrededor del Sol para dentro
de cinco millones de años. Pero, como se sabe, no podemos predecir el tiem­
po que hará más que por unos pocos días, e incluso no siempre. ¿De dónde
viene la diferencia? No de que los meteorólogos sean particularmente estú­
pidos comparados con los astrónomos, sino de la inestabilidad dinámica de
los sistemas de nuestro entorno terrestre. Nuestro entorno está hecho de sis­
temas dinámicos diferentes.
Aristóteles había distinguido por un lado el mundo del cielo, con su deter-
minismo, con su simplicidad, y por el otro el comportamiento contingente del
mundo sublunar. En cierta medida no estaba tan equivocado. Una vez des­
cubiertas las leyes de Newton, las grandes leyes del movimiento mecánico
simple, se creyó haber unificado las leyes de la Tierra y del cielo, y esto es ver­
dad en lo que se refiere a la mecánica. Pero hay también diferencias, y son
estas diferencias lo que se destacó recientemente, mientras que antes se habría
dicho: «¡Pues no hay ninguna diferencia! Son los mismos sistemas, los mis­
mos tipos de ecuación para los movimientos de las masas de aire en la atmós­
fera o para el movimiento de los planetas». Es verdad, pero en parte; los
sistemas caóticos tienen un horizonte tem poral ligado a su carácter imprede­
cible, es decir, a su sensibilidad fuerte a las condiciones iniciales; no se pue­
de predecir lo que va a pasar por tiempos muy largos porque la información
necesaria crece exponencialmente con el tiempo sobre el cual se quiere pre­
decir: e incluso con las supercomputadoras hay un límite.
Ahora sabemos que no tenemos más que una ventana finita sobre el mun­
do; el conocimiento divino no es del mismo tipo que el conocimiento finito,
sea cual fuere la precisión de este conocimiento. Aquí no está permitido el
paso al límite; lo mismo que como cuando toman ustedes un segmento de
recta, hay siempre un número infinito de puntos, hay siempre un diferente
número de posibilidades, pero un punto no es un segmento. U n segmento,
por pequeño que sea, contiene todavía un número infinito de puntos. Por
lo tanto, debemos tener en cuenta en física, como en economía, la situación
en la cual nos encontramos, debemos renunciar a una física de sobrevuelo y
es aquí, me parece, donde hay una analogía con la posición adoptada por el
doctor Elkaim.
Quisiera dar ahora un tercer ejemplo para concluir. Uno de los elementos
esenciales del progreso de las ciencias físicas es el abandono de la idea de tra­
R E SO N A N C IA S Y D O M IN IO S D E L SA B ER 187
yectoria. La idea de la trayectoria es el conocimiento óptimo, máximo; es uti-
lizable sobre tiempos cortos en los sistemas dinámicos caóticos pero, en cuan­
to a los tiempos largos, carece de objeto. Si ya no tenemos medio de hablar
de trayectoria, el alcance del concepto de ley queda limitado en la misma pro­
porción. Lo que emerge aquí es la noción de acontecim iento. Por ejemplo, una
colisión entre moléculas es un acontecimiento, y este acontecimiento nos da
una imagen muy diferente del mundo. Cuando hay una colisión entre las dos
moléculas, las dos moléculas se van, pero conservan la memoria de la coli­
sión: si yo volviera para atrás las velocidades, ellas volverían: es la correlación.
Pero estas moléculas van a golpear a otras moléculas, hay un flujo de corre­
laciones que se toman cada vez más complejas y que engloban al sistema. Hay
retornos de correlaciones: la molécula puede ser sometida a una molécula
sobre la que ella ha influido antes, y tenemos entonces sistemas que, desde
el punto de vista de la relación causa-efecto, ya no se distinguen con claridad.
Como pueden ver, esta noción de correlación se aproxima mucho a la noción
de comunicación.
¿Qué es una sociedad? Una sociedad es un conjunto de seres que se comu­
nican, y una familia es también, sea cual fuere el modo de comunicación —aun­
que espero no estar adelantándome demasiado—, ante todo, un sistema de
comunicación. Por lo tanto, tienen ustedes esta idea de comunicación, y la
idea de comunicación niega la idea de causalidad lineal, está basada en feed -
backs de acontecimientos sobre acontecimientos ulteriores. Aquí queda en
cierto modo apartada la idea de autorreferencia, reemplazándosela por un
cosm ic belt, una especie de red de interacción, una red en la cual no se sabe
quién es la causa, quién es el efecto, quién es el efecto, quién es la causa, un
juego de interacciones, y este juego de interacciones conduce a estructuras
que pueden ser muy complejas y a sistemas autoorganizadores.
Q uise presentarles algunos ejemplos de resonancia que se establecen
en diferentes dominios del saber entre, yo diría, la física y la psicoterapia. Una
visión se desprende, y yo diría que, si tuviera que caracterizarla, sería
una visión menos jerarquizada del mundo, una visión que comprende el aban­
dono de la idea de omnisciencia, de racionalidad absoluta, y que se acerca
más a la situación real en la que está el hombre con respecto a los otros hom­
bres y con respecto a la naturaleza en la que vive. La ciencia ha caucionado
por un tiempo la desigualdad entre el que sabe y el que no sabe, entre el espí­
ritu racional y la naturaleza mecánica. Aquí avanzo por un terreno un tanto
resbaladizo para mí, ya que no soy especialista. Hoy, pienso que se reduce esa
forma de desigualdad que en cierta medida aún me parece reflejarse en vues­
tro entorno profesional; me parece que en la visión del psicoanalista, estaba
el psicoanalista, que sabía, que conocía en principio el remedio, y su cliente,
su paciente, que no sabía nada.
Hoy, al menos en lo que yo he leído, me parece que se supera esta situa­
ción. Aquel con quien ustedes hablan puede saber ciertas cosas que uste­
des ignoran, por supuesto, pero estas distinciones que antaño eran abso­
lutas entre el que sabe y el que no sabe son hoy, digamos, menos nítidas. Tal
vez sea éste, diría yo, un aspecto general de nuestro clima intelectual: luchar,
en este terreno como en otros, contra algo muy peligroso que hemos here­
188 IN TE R C A M BIO S T E Ó R IC O S

dado del siglo xix y que es la idea de desigualdad: saber absoluto, igno­
rancia absoluta, superioridad de las civilizaciones, distinción absoluta entre
el salvaje y el civilizado, por ejemplo, entre el que sabe y el que no sabe.
Pienso que en la superación de esta herencia, superación que es quizá uno
de los elementos esenciales del siglo XX, trabajos como los que he leído, el
libro del señor Mony Elkalm, encuentran un lugar muy natural.
I DEBATE

MONY ELKAIM: No podría soñar con un cierre mejor, en forma de aper­


tura, que el que nos ha propuesto el profesor Prigogine. (Al profesor Prigogine):
¿Acepta usted algunas preguntas?... Con su modestia habitual, el profesor
Prigogine me responde: «Acepto las preguntas pero no sé si podré contes­
tarlas». Entonces, ¿alguien de ustedes desea hacer una pregunta?
UN PARTICIPANTE: Me interrogo sobre la comparación entre un sistema de
moléculas y el sistema familiar. Me pregunto si no erramos el camino a nivel
de la legitimidad de esta comparación. Creo que hay especificidad de siste­
mas químicos, moleculares y del sistema familiar. Pienso que cada uno tiene
sus características y nuestro problema como psicólogos, como psicoterapeu-
tas sistémicos, es que justamente no encontramos un sistema referencial para
poder avanzar, de ahí esta pregunta.
ELKAIM: Quisiera decir algo antes de dar la palabra al profesor Prigogine.
Cuando en Estados Unidos, en la década de 1950, algunos terapeutas fami­
liares comenzaron a ver familias, empezaron a observar comportamientos
que no se podían comprender exclusivamente en términos de teorías intra-
psíquicas, y procuraron hallar entonces una teoría que diese cuenta de lo
que pasaba. Y ahí es donde los trabajos del grupo de Palo Alto presenta­
ron una teoría que rápidamente se hizo dominante y que se basaba en la
teoría general de los sistemas. Así que -y los miembros del grupo de Palo
Alto lo aclararon perfectam ente- no creo que en ningún momento hayan
pensado que el funcionamiento de un sistema familiar pueda reducirse al
de un sistema físico-químico. Lo que ocurrió es que encontraron en el enfo­
que sistémico una fuente de inspiración, y gracias a eso su clínica avanzó
extraordinariamente. Gracias a eso, por ejemplo, ya no se veía el síntoma
de un paciente únicamente en el contexto de su economía propia, sino tam­
bién en el contexto de la economía del sistema en que este síntoma había
surgido, lo cual abrió la puerta a toda una serie de innovaciones clínicas en
nuestro campo.
D e la misma manera, cuando nos interesamos en los trabajos del pro­
fesor Prigogine, fue para tratar de introducir grados de libertad suplemen­
tarios en el campo de la terapia sistémica. M e parece importante agregar
que no es el profesor Prigogine quien se ha propuesto asociar sus investi­
gaciones a la psicoterapia, sino que hemos sido nosotros los que nos inspi­
ramos en sus trabajos como un modo de enriquecer nuestra práctica. Insisto,
pues, sobre esto, porque el profesor Prigogine no puede hablar más que de
sus trabajos propios, y no de lo que hacem os con ellos. D e lo que hace­
mos con ellos, nosotros somos responsables.
190 IN T E R C A M B IO S T E Ó R IC O S

ILYA PRIGOGINE: Su pregunta demuestra que tal vez no me he expresa­


do con suficiente claridad. No es cuestión de extrapolar moléculas a los hom­
bres, pero hay elementos en los cambios que son, pese a todo, comunes, no
porque las moléculas sean idénticas a los hombres, sino porque hay ciertos
aspectos de esos cambios que en última instancia son descritos cualitativa­
mente por mecanismos del mismo tipo, aunque en el caso del hombre resul­
ten mucho más complejos. Estos mecanismos son esencialmente retroaccio­
nes amplificativas, es decir que cuando yo actúo de cierta manera —vuelvo a
la idea de un mundo de com unicación- mi acción provoca una reacción en
otros, especialmente en los miembros de mi familia, y esta reacción actúa a
su vez sobre mí. En estas condiciones, podemos tener amplificaciones que
conducen a un trastocamiento del sistema, y donde hay una analogía es en la
existencia de retroacciones. E n cuanto a construir modelos matemáticos,
la idea no carece de interés, siempre y cuando se entienda bien que las razo­
nes de las acciones del hombre, esas acciones que conducen a retro-acciones,
deben ser descritas con prudencia y a menudo son menos fáciles de mate-
matizar. Por lo tanto, no se trata de transferencia, copia o sistema reductor.
Se trata más bien de aprovechar la ampliación conceptual de las ciencias de
este siglo para ver, con un vocabulario nuevo, problemas a menudo anti­
guos en otros terrenos. Por más que a usted no le guste la música moderna,
es indiscutible que ella ha creado otros medios de expresión, otras posibili­
dades que los grandes músicos del futuro van ciertamente a utilizar de una u
otra manera. Aquí también hay un nuevo lenguaje.
UN PARTICIPANTE: "Vb habría querido preguntar simplemente si la noción
de autorreferencia perdía su importancia en física. Si usted podría hacer un
comentario al respecto porque tenía la sensación de que, por el contrario, en
el campo de la terapia familiar el concepto de autorreferencia cobra cada vez
más importancia.
PRIGOGINE: Tal vez habría que ponerse de acuerdo sobre lo que llama
usted autorreferencia. tomé la palabra autorreferencia en el mismo senti­
do que el señor Elkaim en su libro. Pues bien, en ese sentido, en muchos sis­
temas de la física, ya no hay autorreferencia porque es difícil decir cuál es la
causa y cuál el efecto; es como cuando se dice, como se dice a menudo de
manera un tanto gráfica, que no se sabe quién viene primero, si el huevo ó la
galllina o la gallina o el huevo; en este sentido, hoy existe en física una decli­
nación de la idea de autorreferencia.
ELKAIM: E n nuestro terreno, la autorreferencia se ve como la interroga­
ción del terapeuta sobre lo que él puede hacer con una vivencia que le con­
cierne en el momento en que está describiendo una realidad. ¿Cómo des­
cribir una realidad como exterior siendo que nos hallamos en el proceso de
construirla?
PRIGOGINE: Ese es otro aspecto.

ELKAIM: Sí, aquí nuestra perspectiva es diferente. Yo diría que, en cuan­


to a nosotros, durante mucho tiempo se ha tenido la impresión de que lo
R ESO N A N C IA S Y D O M IN IO S D E L SA B ER 191
importante es que el observador no contamine con sus propiedades propias
lo que quiere observar. Ahora bien, estamos en un contexto tal que no pode­
mos separar nuestras propiedades de lo que observamos. Esta es la parado­
ja que nos resulta problemática y que llamamos autorreferencia.
UN PARTICIPANTE: Usted trabaja con las nociones de azar y las nociones
de observador. ¿Podríamos decir que el azar existe fuera del observador?
PRIGOGINE: Ésa es una pregunta a la que no sé contestar. E n realidad,
nosotros describimos el mundo con los medios que están a nuestra disposi­
ción. Yo me hice justamente preguntas así: «¿Tiene el azar un sentido obje­
tivo?». Ciertamente, en el sentido de que hay modelos matemáticos, diná­
micos, que, después de cierto tiempo, sólo nos permiten decir lo que puede
ocurrir pero no pueden decirnos lo que va a ocurrir necesariamente. Por lo
tanto, la noción de ignorancia ya no está ligada a la noción de probabilidad
en el sentido antiguo de la palabra. En el sentido antiguo de la palabra, el azar
era simplemente nuestra ignorancia. Es el hecho de que yo no me había cita­
do con un amigo y de que me encuentro con él en un sitio; éste es un efecto
del azar, es simplemente mi ignorancia porque yo no lo había llamado por
teléfono. Hoy vemos aparecer el azar de otro modo, en la teoría de los siste­
mas dinámicos inestables.
Ninguna de estas preguntas es sencilla, pero podría tratar de expresarme
de una manera gráfica: arrojen una moneda, puede caer de un lado o del otro.
Es un sistema dinámico. Constato que en numerosos intentos la mitad cae
en cruz y la otra en cara. Esto prueba que no he precisado la manera en que
lancé la moneda cada vez, por lo tanto es algo que proviene del hecho de
que no he precisado las condiciones iniciales. Puedo precisarlas. Entonces
pueden pasar dos cosas. Puede ser que, precisando lo suficiente mis condi­
ciones iniciales, llegue a un estadio en el que dominaré el azar. E n ese esta­
dio puedo predecir que tendré un lado o que tendré el otro. Pero lo que hemos
aprendido recientemente es que hay sistemas donde yo debería tener un cono­
cimiento absoluto de la condición inicial en un punto, o de lo contrario no
podría predecir nada. Así pues, el azar es intrínseco a la estructura dinámica
de este sistema. ¿Existen demonios que conocen un número absolutamente
infinito de cifras? Pues bien, ésa no es nuestra física, de ello no puedo decir
nada. Lo cual de todas formas equivale a preguntar si creo en el demonio
de Maxwell o si creo en el demonio de Laplace: debo decir que nada sé al res­
pecto. Y> hago física humana con las limitaciones que esto supone.
P a id ó s Te ra p ia F a m ilia r

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