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INDICE

Págs.
Prólogo……………………………………………………………….6
1. ESOTERISMO. La manera no científica de considerar la
realidad .........................................................................................8
La cosmovisión esotérica .....................................................11
El esoterismo como camino .................................................15
La filosofía hermética ..........................................................17
La ley de la analogía: Así como es arriba, así es abajo 19
Cuerpo, alma y espíritu .......................................................22
2. LA HIPNOSIS. Una caricatura de la realidad.....................28
El descubrimiento de la hipnosis y del psicoanálisis. 31
La hipnosis como fenómeno ................................................32
Un modelo de la hipnosis ...................................................35
La terapia de hipnosis ........................................................37
Consecuencias .......................................................................38
3. LA POLARIDAD DE LA REALIDAD. REALIDAD . .............................. 42
La vida es ritmo ....................................................................44
La reconciliación ...................................................................48
La proyección de la culpa ....................................................50
La ley de resonancia ...........................................................51
El medio ambiente como un espejo ...................................53
4. LA ASTROLOGIA. Un sistema de representación
de la realidad ........................................................................58
Los principios primordiales de la realidad .....................60
Los astros como representantes.........................................66
La calidad del tiempo .........................................................69
El horóscopo como instrumento de medición ..................72
El horóscopo como plan de estudios de la vida ..............76
La polaridad del aprendizaje ............................................78
La astrología en base a la reencarnación .......................83
El cumplimiento del destino ..............................................86
10 VIDA Y DESTINO HUMANO

Págs.
La enfermedad como información ............................................ 90
El camino hacia la libertad ........................................................ 92
5 . E N FER MED AD Y CURACION.
CURACION . .................................................. 94
Enfermedad y muerte como signos del destino .............. 97
La homeopatía .................................................................................. 101
La información como medio de curación ............................. 105
El principio de la semejanza .................................................. 108
6. LA CR EAC ION Y EL PEC ADO OR IG INA L . .................... 113
La unidad ............................................................................................ 119
El triple paso de la creación .................................................... 121
La historia bíblica de la creación ............................................. 123
La expulsión del paraíso .......................................................... 125
La enfermedad y el pecado original ........................................ 129
A la salvación a través de la enfermedad ........................... 130
7. LA RE EN CARN ACION . Ritmo de lo vivie nte ................ 134
La muerte — Otra forma del Ser ............................................ 137
La ley del Karma .............................................................................. 139
La maduración a través de la reencarnación ..................... 141
8. LA TERAPIA DE REENCARNACION. Un camino a la
integración ..................................................................................... 148
La vivencia del nacimiento propio y de la concepción… 151
El encuentro con el pasado ..................................................... 153
Culpa y responsabilidad................................................................ 157
El problema primordial: el poder ......................................... 158
Experiencias del más allá ............................................................ 160
La almas atadas a la tierra .................................................... 163
Etapas de la evolución del alma ............................................ 165
Religión y reencarnación .............................................................. 167
9 . L A VID A DIA RIA COMO RITU AL . ............................................... 171
Del sentido de las técnicas ocultas .......................................... 178
Esoterismo y huida del mundo ................................................. 178
El retorno al hogar ..................................................................... 181
PROLOGO

Desde hace algunos años, el interés del público en general por


los temas espirituales ha crecido más y más. Como Fuego se difun-
de el conocimiento de que no se agote necesariamente el sentido de
la vida en comer, beber, dormir, sexo y posesiones. Pero, ¿dónde
está ese sentido? ¿Es posible que el hombre lo encuentre alguna
vez? ¿Debemos volver a la iglesia que hemos abandonado con el
primer entusiasmo de la expansión intelectual? ¿O se encuentra la
respuesta solamente en las enseñanzas y religiones de Oriente? La
gran cantidad de preguntas, aún sin respuesta, transforman al
hombre en un buscador. Puede ser que buscar sea más importante
que encontrar. Porque buscar quiere decir "cuestionar", abandonar
todas las posturas, volverse flexible. La búsqueda abre al hombre.
Desde hace algunos años, el autor, en forma paralela a su acti-
vidad terapéutica, dicta regularmente cursos y seminarios bajo el
nombre de: "psicología esotérica". El gran éxito de estos cursos
demuestra que los temas tratados se han podido transformar para
muchos buscadores en líneas de orientación. Tanto del círculo de
participantes, como de todos aquellos que por razones de distancia
o de tiempo no han podido frecuentar los cursos, surgió la sugeren-
cia de publicar los temas de esos cursos en forma de libro. Como
resultado de esta idea, tiene Vd. ante sí los temas del primer
semestre de esos cursos. Los libros tienen la gran ventaja de la
multiplicación y por eso pueden llegar a muchísimas personas.
Pero los libros tienen también una desventaja: lo mucho que se
pierde de la atmósfera personal de la palabra hablada. Es por eso
que en los tiempos antiguos la verdadera iniciación se reservaba
solamente a la transmisión oral.
Al igual que el primer semestre del curso, este libro
también quiere ofrecer una introducción a la cosmovisión del
esoterismo. Una introducción de esta naturaleza no requiere del
lector ningún conocimiento específico, sino que solamente
espera de él una apertura interna para acceder a rumbos de
pensamientos nuevos y desacostumbrados. Es más difícil
cumplir con esta exigencia que lo que generalmente se
supone. Tenemos la tendencia a quedarnos fijados en lo
conocido y aferrados a lo acostumbrado; todo lo nuevo provoca
en primera instancia un miedo inconsciente y moviliza reacciones
defensivas. Así, también muchos pensamientos y tesis de este
libro provocarán la resistencia del lector. A nadie le resulta
fácil abandonar clichés y puntos de vista queridos y
reemplazarlos por nuevos conocimientos, pero esto es
justamente lo que tenemos que hacer constantemente si
queremos evitar el estancamiento de la evolución. Y,
evolución y apertura de conciencia son el objeto de este libro.
Es mi deseo que este libro pueda prestar una pequeña
ayuda a la mayor cantidad posible de quienes están en la
búsqueda.

THORWALD DETHLEFSEN
Munich, octubre de 1978
1. ESOTERISMO
La manera no científica de considerar la realidad

La casualidad es el suave almohadón


sobre el que reposan quienes desean eliminar del cosmos
lo divino, lo significativo, lo que indica una meta a las
criaturas, prefiriendo la triste fábula de que el universo se
originó de paso,
completa y absolutamente por sí mismo,
más allá de cualquier realización de un sentido.

HERBERT FRITSCHE
El pensamiento de nuestro siglo está marcado por una visión del
mundo que se denomina "científica" en el sentido de las ciencias
naturales. Este adjetivo "científico" se transformó en un criterio
para tratar de medir la exactitud de una afirmación, una teoría o
un pensamiento. Todos pensamos dentro de categorías científicas
hasta en dominios que nada tienen que ver con la ciencia en su
verdadero sentido. Así es como llegamos a ser "creyentes en la
ciencia" sin darnos cuenta, realmente, del contrasentido que encie-
rran estos términos.
La ciencia en su labor persigue la finalidad de penetrar la reali-
dad con el pensamiento y, mediante el descubrimiento de leyes,
introducir un orden en la diversidad de las formas aparentes. Para
esto se establecen teorías que se supone comprenden de la mejor
manera posible la realidad.
Cada teoría cuando aparece constituye un fiel reflejo del estado
de conciencia de sus creadores. Como se sigue investigando perma-
nentemente, también se sigue desarrollando el estado de conciencia
y pronto las teorías anteriores aparecen como demasiado estrechas.
Se torna necesaria una nueva teoría más amplia y así sucesi-
vamente. De este modo, resulta como ley obligatoria que a causa
del permanente avance y ampliación de la conciencia de la humani-
dad, tarde o temprano toda teoría perderá vigencia y tendrá que
dejar lugar a nuevos conocimientos, porque la verdad de hoy es el
error de mañana. Una mirada a la historia de la ciencia ratifica de
manera categórica esta aseveración.
La historia de la ciencia es la historia de los errores humanos.
No hay que avergonzarse por ello, porque todo el mundo sabe que
de donde más se aprende es de los errores. Lo grotesco es que cada
generación parece estar absolutamente segura que los errores
han sido cometidos únicamente en el pasado y nada hace
perder la profunda convicción de haber encontrado —ahora sí—
la verdad absoluta y terminante. En este punto la fuerza de
la fe en la ciencia sobrepasa con facilidad a la de cualquier secta
religiosa.
También el comportamiento frente a todos aquellos que
tengan convicciones nuevas y en función de las mismas pongan
en duda la verdad "absoluta", válida para todos, tiene una
similitud sorprendente con el fanatismo religioso. Por cierto, una
de las debilidades humanas cardinales es la de fijarse
mentalmente y defender este punto de vista propio con todas
sus fuerzas hasta el final de su vida. Aquí la ciencia, al poner
el acento en forma (sospechosamente) intensa en la
objetividad, se encuentra en una discrepancia especialmente
atractiva.
La ciencia empezó su trabajo investigando el mundo visible cir-
cundante. Este se nos presenta como materia, por ende la
ciencia ha adaptado su método de trabajo a las condiciones de
la materia. Esto seguramente es correcto, mientras se
investiga solamente materia. En el mejor de los casos, los
resultados hallados son válidos dentro del mundo de la
materia. Aquí es donde ya encontramos las dos fallas
fundamentales que nos autorizan a dudar del derecho de la
ciencia a creerse representante exclusiva de la verdad:
1. El método de trabajo de la ciencia se ha adaptado
conscientemente a las exigencias de investigación de la
materia. Pero ese método, de manera no consciente, se
sigue usando hoy en día, ampliándolo a dominios que
no necesariamente tienen que ver con la materia.
2. Se deduce del hecho resultante del punto 1 que la ciencia
solamente puede tratar y medir la materia y que
fuera de ella no puede haber otra cosa.
Este círculo diabólico sólo se puede romper cuando se
reconocen las limitaciones y los métodos propios, o cuando se
encara el dominio no-material con métodos adecuados,
desacostumbrados para la manera de pensar científica. Los
tiempos actuales parecen propicios para dar un paso semejante,
pues en muchos lugares se multiplican las voces que no quieren
seguir dando a la ciencia el derecho único para representar la
realidad. Las razones que parecen justificar dicho paso
pueden residir en parte en las preguntas siguientes: ¿A pesar
de sus éxitos innegables en el campo técnico, ha conseguido la
ciencia hacer más feliz a la humanidad? ¿Puede la ciencia ayudar
al hombre a solucionar sus problemas? ¿Puede contestarle sus
preguntas más íntimas referidas a su "condición de ser humano"?
¿El desarrollo de la conciencia humana ha ido a la par con el
desarrollo técnico externo?
Las respuestas a estas preguntas son inequívocas y
conmovedoras: no hay éxitos a la vista. Cuantos más medios
desarrolla el hombre para ahorrar tiempo, menos tiempo tiene.
La enfermedad en sí no ha podido ser reducida por la,
así llamada, medicina moderna, ni en un mínimo porcentaje.
No hay que dejarse engañar por estadísticas que comprueben
la declinación de las enfermedades infecciosas o de la
mortalidad infantil sin que al mismo tiempo se informe sobre las
enfermedades que han aumentado durante el mismo período o,
incluso, sobre nuevas enfermedades que se han manifestado desde
hace poco.
Las estadísticas de medicina tienen sentido solamente si se
toma en cuenta a la "enfermedad" como tal y no cuando se
consideran por separado sus formas de manifestación
específicas. Así, tenemos un aumento enorme de
enfermedades psíquicas, que aún no se han conseguido
suprimir en la misma medida en que se suprimen algunos
síntomas somáticos.
Todas estas observaciones no proponen tanto criticar
ampliamente a la ciencia, sino que pretenden más bien aclarar
la necesidad y el derecho de encaminarnos de ahora en
adelante a una manera de pensar de polaridad
diametralmente opuesta a la científica, a la que designaremos
con el concepto de esoterismo, concepto en gran medida idéntico a
lo que se conoce con otros nombres: ciencia secreta, sabiduría,
ocultismo, etc. Pero ocurre que la mayoría de las asociaciones que
desde siempre se relacionan con estos conceptos están
equivocadas, y será tarea de este libro introducir, paso a paso, al
sistema de pensamiento del esoterismo.

La cosmovisión
cosmovisión esotérica

La ciencia piensa pura y exclusivamente de manera


funcional. Esto para nosotros es tan natural, que al principio uno
se pregunta sorprendido de qué otra manera sería posible
pensar, sin abrirle la puerta de par en par a la fantasía sin
límites. El esoterismo piensa de manera esencial, o sea, no
pregunta solamente por el "cómo" de la realidad sino, ante
todo, por el "por qué". Este "por qué" es la pregunta por el
sentido de las cosas, que es el verdadero lazo de unión entre el
mundo de las formas fenoménicas y el hombre.
Empero, este sentido sólo puede manifestarse como verdad
al hombre individual, por eso evita toda presentación pública.
El esoterismo es por lo tanto no social. La ciencia se exige a sí
misma ser accesible para todos. Dotados del talento
suficiente, todos deberían tener la posibilidad de adueñarse
de la ciencia mediante el ejercicio de cierto empeño. La ciencia
es transmisible, pero el saber no. Desgraciadamente, a menudo
confundimos el saber con conocimientos parciales que carecen
totalmente de importancia y de orientación. Estos sí son
transmisibles. Pero el saber nunca es el resultado del empeño,
sino de una toma de conciencia totalmente personal e
individual. Esta toma de conciencia es de naturaleza metafísica e
ignora ampliamente todas las exigencias de la masa por un
"saber para todos". El saber solamente puede ser el
resultado de la experiencia propia, no se puede recibir ni
transmitir.
Todo lo que me llega de otros sólo lo puedo creer, pero
nunca saber y ni siquiera es importante tener buenas razones
para creer algo o no. Creer quiere decir: no saber. Nada
cambian ahí los cálculos de probabilidad. Bajo este punto de
vista las ciencias naturales se muestran como una gran
parroquia de crédulos que no hacen otra cosa que rumiar las
migajas que dejan caer unos cuantos que realmente saben y
este proceso sigue hasta que ya no se reconoce nada.
De ninguna manera se quiere menospreciar aquí la fe,
porque la fe es la condición más importante para poder
llegar al saber. Creer significa por principio, tener en cuenta
la posibilidad de un hecho. Sin que se tenga como posible una
experiencia nunca se la podrá alcanzar. Creer y saber son
pasos distintos que se condicionan mutuamente, los dos
tienen su justificación, sólo que no habría que confundirlos.
Así como el saber es siempre asunto de un individuo, lo
esotérico siempre ha sido asunto de unos pocos. Estos pocos
que emprendieron la marcha por el sendero angosto del
conocimiento, para llegar a ser sabios, son los que forman el así
llamado círculo esotérico o interno (en griego "esoteros" es lo
interno). Este pequeño círculo interno está rodeado por otro
considerablemente más grande, el círculo exotérico o exterior
(en griego "exoteros" es lo externo). Más adelante, al estudiar
la ley de la polaridad, se nos aclarará que estos dos círculos
se condicionan mutuamente y que cada uno de ellos le debe su
existencia al otro polo.
De ahí resulta que la meta del círculo esotérico nunca es
obrar como misionero del mundo. El verdadero esoterismo
trabaja en secreto y realiza esfuerzos más grandes por
disimular su existencia hacia afuera que por tratar de cazar
nuevos adeptos. Por eso es un signo infalible de cualquier
agrupación o sociedad que se esfuerza por crecer y tener más
socios, que allí no se trata de una agrupación
verdaderamente esotérica, por más que su nombre y la pro-
paganda así lo digan.
El hecho de que lo esotérico sea oculto nada tiene que ver con
secretos, sino que se da por sí solo. Las enseñanzas
esotéricas se mantienen secretas sin que nadie haga nada. El
hombre sólo puede reconocer y usar el saber, sea cual fuere,
cuando su propio estado de conocimiento o conciencia esté más
o menos adecuado al nivel del saber. Una persona no educada en
física no puede reconocer el significado de una fórmula física, a
ella no le dice nada, ni siquiera en el caso de que esa fórmula
tenga un significado trascendental para la física. La fórmula
se mantiene en secreto para el no iniciado en la física. Por eso
no hace falta esconderla. Pero cuando el observador ha
adquirido un alto grado de conocimiento de la física, esa
fórmula puede significarle un gran avance en su conocimiento.
Exactamente lo mismo ocurre con el saber esotérico o las así
llamadas ciencias ocultas.

El saber del esoterismo es accesible en forma codificada para


cualquiera, pero no puede ser reconocido por el ignorante. La
gran masa no reconoce el valor de los símbolos y por eso los
considera tonterías sin sentido. Hay que aprender a ver para
poder ver. ("La luz llegó a la oscuridad, pero la oscuridad no la
reconoció." Juan 1.)
Si yo no soy capaz de leer las notas musicales, no tengo el
derecho de exigirle a la música que haga el favor de usar para
su escritura letras o números que yo sea capaz de leer; lo que
tengo que hacer es decidirme y tomarme el trabajo de aprender
a leer las notas, o si no tengo que renunciar para siempre a la
comprensión más profunda de la música. Lo mismo pasa con lo
esotérico. No es deber de los que saben adaptarse a la
comprensión del ignorante, sino que deben tan sólo estar listos
para ayudar a quienes piden tal ayuda. "Pedid y se os dará,
llamad y se os abrirá". Las comparaciones citadas deben
mostrar que el esoterismo no es un campo de saber como
muchos otros, que uno puede apropiarse mediante el esfuerzo.
Lo esotérico no es un común denominador para datos, hechos
y fórmulas cualesquiera, que basta con aprender para saberlos.
El esoterismo es un camino o sendero. Un camino conduce
a una meta. Tomemos como ejemplo específico el camino que va de
Munich a Viena. Podemos estudiar esta ruta detalladamente
en el mapa, calcular los kilómetros, nos podemos informar en los
libros correspondientes sobre los distintos lugares que se
hallan en el camino, podemos mirar fotos y podemos
conversar sobre todos los detalles con otros que hayan recorrido
este camino, etc. Toda esta ocupación con el camino "Munich-
Viena" puede ser muy atractiva e interesante, solamente una
cosa no logramos con esto: llegar a la meta, es decir, a Viena.
Si queremos llegar alguna vez a Viena, tenemos que
emprender el camino, recorrerlo, ponernos en movimiento.
Todas las consideraciones e informaciones previas nos pueden
ser útiles entonces, pero no hay teoría que pueda reemplazar a
recorrer el camino. Este ejemplo debía aclarar la diferencia
entre lo esotérico como camino y una mera colección de
referencias. El esoterismo conduce a una meta a la que
solamente se puede llegar si uno emprende el camino.
Aquí está la falla más frecuente de todos aquellos que
defienden ruidosamente la cosmovisión esotérica, pero nunca
ponen ni un pie en el sendero. Andar el camino quiere decir
convertir de inmediato en realidad todos los descubrimientos,
por insignificantes que sean; significa cambiar constantemente su
propia vida y su experiencia, cambiar su comportamiento, ser
siempre distinto y nuevo, en síntesis: esoterismo significa
evolución.
Yo llamo a esta conversión necesaria el compromiso de la
enseñanza esotérica. Todas las ciencias funcionales no
representan compromiso alguno para el observador. Un
químico puede hacer hoy un descubrimiento sensacional y al
mismo tiempo seguir pegándole a su mujer, pleitear con su
hermano, protestar contra la sociedad, etc. Su vida y su
comportamiento no se ven afectados en lo más mínimo por su
descubrimiento químico.
La cosa es completamente distinta con el más pequeño "descu-
brimiento" esotérico. Este tiene efectos directos sobre todas
las áreas del ser, obliga a tomar una nueva posición frente al
mundo, hace que ciertas costumbres sean a partir de ese
momento imposibles. Si alguien, por ejemplo, ha comprendido
la astrología, nunca más podrá buscar culpables en el mundo
exterior, nunca más podrá hacerle juicio a nadie, etc. (Debe
recalcarse que practicar astrología y comprender astrología son
dos cosas muy diferentes. Desgraciadamente coinciden pocas
veces.)
Este compromiso es desde siempre la razón por la cual el mundo
exterior, exotérico, lucha tan apasionadamente contra la
penetración de las verdades esotéricas, porque se siente de modo
inconsciente pero muy claramente el aplastante compromiso
involucrado. Se acepta con mucho gusto todo nuevo
descubrimiento, mientras sea funcional y no tenga efectos que
entrañen un compromiso.
Desde hace algún tiempo se está tratando de esquivar este
conflicto con una treta: esta artimaña se llama
parapsicología. Aquí se trata de quitarle el filo al desafío que
representa la cosmovisión esotérica, —con el método estéril de la
ciencia. Los cálculos de significancia llenan archivos enteros pero
no cambian, a Dios gracias, al hombre. La parapsicología es
mentirosa y cobarde, porque no tiene ni el valor de la ciencia
puramente materialista de negar con sencillez todos los
fenómenos que no sean materiales, ni tampoco tiene la
disposición de asumir su propia comprensión y cargar con las
consecuencias. La parapsicología husmea y discute constante-
mente sobre lo "husmeado" sin animarse jamás a dar el
mordisco. La ironía del destino hace que cada uno se dicte su
propia sentencia: el concepto auto-elegido de parapsicología (en
griego: "para" es "al lado") significa que se pasa al lado de la
psique.

El esoterismo como camino

Después de habernos diferenciado con suficiente claridad


tanto de la ciencia como de la parapsicología, ahora podemos
dirigirnos hacia el camino esotérico. La meta de este camino
es la plenitud del hombre, es la sabiduría, la superación de la
polaridad, la unión con Dios, la "Unio mystica", la "boda
chymica", la conciencia cósmica. Todos estos conceptos son
intentos de circunscribir esa meta final del camino humano. A
esta altura los conceptos de este tipo pueden sonar aún como
frases vacías, pero confío que nuestras consideraciones ulteriores
puedan llenar estos conceptos cada vez con un mayor contenido.
Para poder alcanzar la meta es necesario reconocer las leyes
esotéricas de este universo y también aprender a
comprenderlas. A medida que el hombre alcance más y más
conocimientos, deberá cambiar, deberá tornarse más conscien-
te para comprender con mayor nitidez su verdadera misión
y su meta. En tal camino las ayudas orientadoras son de suma
utilidad, son indicadores del camino, señales que informan donde
en un cruce determinado sigue el buen camino. Las múltiples
técnicas y disciplinas esotéricas son ayudas en este sentido, como
por ejemplo, mencionando las más importantes: Astrología, Cábala,
Tarot, Alquimia, Magia, Yoga, Meditación, el I Ching. Todas estas
disciplinas no son fines en sí, sino medios para orientarse, señales
en el camino.
Un peligro frecuente es que el hombre confunda el
indicador con el camino mismo. Así tenemos a los sólo-astrólogos,
a los sóloradiestesistas, y toda una gama de otros especialistas
que creen haber encontrado la Clave para la comprensión del
mundo en su área de competencia especial. Estas personas,
lamentablemente, se quedan detenidas, enamoradas de un
indicador del camino y son ellas mismas su propio obstáculo
para avanzar. Las disciplinas esotéricas deben liberar al hombre
de sus viejas fijaciones, pero muy a menudo se usan
justamente para quedar nuevamente fijado. Así, uno piensa
haber avanzado, sin darse cuenta que solamente se ha cam-
biado el objeto de la fijación. Aquí quiero decir algunas
palabras sobre las técnicas de Oriente y Occidente.
La finalidad de toda evolución esotérica es conocer la
verdad. Hay una sola verdad. Es independiente del tiempo,
de la cultura y de la religión. Los métodos para llegar a esta
verdad tomaron formas individuales en los distintos tiempos y
culturas y todos ellos, como medios para avanzar, son igualmente
buenos y útiles. Pero a menudo una persona está más
familiarizada con los sistemas y símbolos de su propia cultura
y le resulta mucho más difícil y generalmente tarda más
tiempo en recorrer el camino, como hombre de Occidente, con
los medios auxiliares de Oriente.
Esto lo digo porque en este momento se ha convertido en
una moda ocuparse de los sistemas esotéricos y religiones
orientales, lo que hace olvidar a muchos que también en
Occidente hay una oferta abundante de sistemas esotéricos,
que tienen la ventaja de ser más afines a nuestra manera de
pensar y a nuestras costumbres. Esta es la única razón por la
cual en todos mis trabajos me refiero casi exclusivamente a las
cuatro grandes columnas del esoterismo occidental: la Astrología,
la Cábala, la Alquimia y la Magia. Estos sistemas se designan
frecuentemente como ciencias de primer rango que dieron
origen, con el correr del tiempo, a las ciencias de segundo
rango (Astronomía, Química, etc.).
El esoterismo es tan antiguo como la humanidad. Siempre
existió y siempre existirá. Guarda desde sus comienzos la
suma del saber sobre este universo que es accesible al
hombre. Sus enseñanzas son independientes del tiempo,
nunca fueron corregidas, nunca modernizadas, jamás
envejecen. Nuestra ciencia moderna no comprende que todo el
saber está siempre presente. Más bien vive en la ilusión de que
con cada nuevo descubrimiento se acerca más y más a la
verdad y que en consecuencia es una cuestión del tiempo
llegar a saberlo "todo".
Desde el punto de vista esotérico sucede todo lo contrario.
El saber está siempre presente, el individuo tan sólo tiene
que evolucionar y acercársele para poder reconocerlo. Para
ejemplificar: las obras poéticas de Homero existen desde hace
mucho tiempo, pero cada niño debe desarrollarse durante largo
tiempo en el colegio para llegar a leer y comprender las obras
de Homero. Para ese niño no tiene importancia que otros
muchos lo hayan leído, puesto que a Homero, que se puede leer
desde hace miles de años, él lo lee por primera vez.

La filosofía hermética

Si comparamos la realidad con un círculo, la ciencia lo


divide desde la periferia en muchos segmentos, en disciplinas
especiales (Medicina, Física, Química, Biología, etc.).
Explorando todas estas áreas específicas, se espera coincidir
algún día en el centro del círculo. Pero esta meta,
lamentablemente, se retira cada vez más a lejanías
inalcanzables, pues la alta especialización torna cada vez más
difícil un entendimiento interdisciplinario.
El trabajo esotérico no comienza en la periferia sino en el
centro del círculo. El esoterismo investiga las leyes
universales; una vez comprendidas, lo único que nos falta es
proyectarlas sobre los distintos segmentos del círculo, sobre las
distintas áreas especializadas. Un saber así es superior al del
especialista, porque está en relación con todas las otras áreas y es
capaz de insertar adecuadamente cada área especial en la realidad.
El pensamiento esotérico sigue un principio básico, cuya
formulación en palabras se remonta al padre troncal del
esoterismo, por quien lleva justamente el nombre de:
"Filosofía Hermética": Hermes Trismegisto. Este Hermes,
"Tres veces grande" fue sacerdote e iniciado en Egipto, su
biografía exacta se pierde en la penumbra de la historia.
Escribió la quintaesencia de toda sabiduría en quince tesis
sobre una tabla de corindón verde oriental. La tabla,
desaparecida hace mucho tiempo, entró en la historia como
"Tabula smaragdina". El texto de esta "Tabla de Esmeralda"
es el siguiente:

LA TABULA SMARAGDINA DE HERMES TRISMEGISTO


1. Verdad es y sin mentiras, cierto y totalmente verdadero.
2. Aquello que está abajo es igual a aquello que está arriba:
y aquello que está arriba es igual que aquello que está
abajo, para realizar los milagros de una única cosa.
3. Es igual como por el único DIOS han sido creadas todas
las cosas, en la meditación de una única cosa, así de ésta
única cosa han nacido todas las cosas, por la adaptación.
4. El padre de esta cosa es el Sol, la madre de esta cosa es la
Luna.
5. El Viento la ha llevado en su vientre.
6. La tierra es la nodriza de esta cosa.
7. Aquí, en esta cosa única, está el Padre de toda
perfección de todo el mundo.
8. La virtud de dicha cosa es totalmente íntegra, cuando
ha sido convertida en tierra.
9. Debes separar la tierra del fuego, lo sutil de lo denso,
suavemente, con una gran comprensión.
10. Esta cosa asciende de la Tierra hacia el Cielo, y a su vez
desciende nuevamente a la Tierra, y recibe la fuerza de
las cosas superiores y de las inferiores.
11. Así tendrás la Gloria de todo el Mundo. A raíz de ello
se apartará de ti toda incomprensión. Esta única cosa
es, de toda fuerza, la fuerza más fuerte, pues va a
superar todo lo sutil y penetrar todo lo sólido.

12. De este modo ha sido creado el mundo.


13. Por ello existirán extrañas imitaciones, cuya modalidad
está descrita aquí.
14. Y por tanto soy llamado Hermes Trismegisto, el que posee
las tres partes de la filosofía de todo el mundo.
15. Lo que he dicho de la obra de los Soles, no le falta nada,
está totalmente completo.
Yo sé, que este texto inicialmente le ha de parecer trivial
al hombre moderno, pero esto no es culpa del texto sino de
nuestra falta de comprensión.
En estas quince tesis está resumido todo el saber que
alguna vez haya sido accesible al hombre. El texto describe la
creación de este universo y al mismo tiempo la piedra
alquímica de los sabios. Para aquél que comprende este texto
totalmente, están de más todas las bibliotecas, porque posee
toda la sabiduría, "no le falta nada, está totalmente completo".
Dichas aseveraciones pueden parecer delirios fantásticos y para
algunos pueden ser suficiente motivo para volver a abandonar
en este punto todo interés esotérico de una vez para
siempre. Pero quien se toma el trabajo de estudiar el idioma
hermético y sus simbolismos, y así logra penetrar en él cada vez
más, algún día llegará a vivenciar el significado de este texto en
carne propia.

La ley de la analogía:
Así como es arriba, así es abajo

A nosotros ahora mismo nos interesa solamente la tesis


número 2: "Aquello que está abajo es igual a aquello que está
arriba: y aquello que está arriba es igual a aquello que está
abajo, para realizar los milagros de una única cosa." Esta
expresión, que generalmente se abrevia "así como es arriba, así
es abajo", es la llave de la filosofía hermética. Detrás está la
suposición de que las mismas leyes rigen en todas partes en
este universo, arriba y abajo, "en el cielo y en la tierra", en el
dominio macrocósmico así como en el microcósmico, en todos los
niveles de las formas aparentes.
Por ejemplo, nosotros podemos reconocer en todo
momento tan sólo segmentos de un continuo dentro del área de
nuestras percepciones. Vemos solamente una pequeña parte del
espectro luminoso, oímos solamente las frecuencias que se
encuentran dentro de cierta área. Algunos animales pueden
percibir sonidos y colores que no le son accesibles al hombre
sin recursos especiales. Lo mismo pasa con la imaginación.
Solamente nos podemos imaginar dimensiones de tamaño
medio, pero si algo es muy grande o muy pequeño, aún lo
podemos captar a menudo en fórmulas, pero ya no nos podemos
imaginar nada al respecto.
Sabemos por ejemplo que un lingote de hierro consiste casi
exclusivamente en espacios intersticiales a cuyo alrededor
giran partículas atómicas. Existe una relación de
correspondencia entre las distancias que separan las
partículas y las de los planetas de nuestro sistema solar. Por
más que sepamos muy bien todo esto, nos cuesta mucho
imaginarlo al mirar un lingote de hierro de aspecto muy
macizo.
Así como un virus como organismo independiente es demasiado
pequeño para nuestra capacidad de imaginación, también la
distancia de diez millones de años luz es demasiado grande
para imaginarla. Estamos limitados en nuestra capacidad de
percepción a una escala de tamaños "medianos", a nuestra
medida humana. Todo lo que se encuentra por encima o por
debajo o no nos es accesible casi nunca, o lo es solamente con
instrumentos especiales.
Aquí nos ayuda la clave genial "Así como es arriba, así es
abajo" porque esta frase nos permite limitar nuestras
consideraciones e investigaciones de las leyes a las áreas que
nos son accesibles, para poder después trasladar en forma
análoga las experiencias así realizadas a otros niveles
inaccesibles para nosotros. Esta forma de pensar por analogía
permite comprender el universo completo sin límites. La
manera de pensar por analogía no es causal y por eso es
desacostumbrada en nuestro tiempo. Más adelante
trataremos otra vez en forma concreta la aplicación de este
método con el ejemplo de la Astrología.
La analogía "Así como es arriba, así es abajo" solamente
se justifica si estamos dispuestos a reconocer que este universo es
en su totalidad un cosmos (en griego "cosmos" es "orden").
Pero un cosmos está regido por leyes y no tiene lugar para una
casualidad.
Una casualidad como un acontecimiento imponderable,
no sujeto a ley, transformaría a cualquier cosmos en un caos. Si
construimos una computadora ésta representa en sí mismo un
pequeño cosmos: está construida de acuerdo a leyes establecidas,
su funcionamiento depende del cumplimiento de estas leyes. Si
en su circuito se insertan arbitrariamente algunos transistores,
condensadores y resistencias, que no pertenecen al circuito
programado, estos representantes insertados de la casualidad
transforman todo el cosmos en un caos y la computadora deja
de operar coherentemente. Esto mismo es también válido para
nuestro mundo. Con el primer acontecimiento casual nuestro
mundo ya dejaría de existir.
También la ciencia confía generalmente en las leyes de la
naturaleza, pero no tiene escrúpulos de invitar al mismo
tiempo el concepto de la casualidad. Si se deja caer una piedra
desde una cierta altura, la misma no cae por casualidad, sino
debido a una ley. Si esa piedra cae sobre la cabeza del señor X,
entonces el señor X no será golpeado por una piedra por
casualidad, sino también en razón de una ley. Ni el hecho de que
al señor X le caiga una piedra en la cabeza, ni el preciso momento
en que esto sucede, son casuales. Uno no se enferma por
casualidad, ni es atropellado por un automóvil por casualidad,
ni nace por casualidad de padres ricos o pobres, etc.
Otra vez: no existe la casualidad. Detrás de cada
acontecimiento hay una ley. No siempre podemos percibir esta ley
en el acto, pero esto no nos da derecho a negar su existencia.
Las piedras también caían según una ley cuando el hombre
todavía no había descubierto la ley de la gravedad.
Probablemente ha de ser otra vez la ironía del destino, que esos
defensores profesionales de la casualidad, los estadísticos, se
empecinen a demostrar ellos mismos la imposibilidad de
sostener el concepto de casualidad, y hasta lo hacen con un
cuidado metódico. Un estadístico cree que al tirar un dado, éste
da sólo por casualidad un 3, un 5, u otro número, pero si se
sigue tirando ese dado un tiempo suficientemente largo,
resulta que la suma de todos los números mostraría una curva
sujeta a ley, que se llama la distribución normal. ¡Qué milagro se
revela aquí! La suma de acontecimientos aislados, casuales,
resulta en una ley. La trayectoria de vuelo según la ley de un
cuerpo tampoco se compone de tramos parciales casuales. Si
los estadísticos tuviesen razón, debería ser válida la sen-
tencia: cuanto más a menudo se equivoca uno en los cálculos,
tanto más acertado será el resultado. Con lógica similar
piensan los darwinistas, ¡que quieren explicar la evolución como
suma de los accidentes genéticos!
Por supuesto, la distribución normal del gran número
indica por sí misma que está estructurada por
acontecimientos individuales regulados por ley. En todo caso
se puede decir que el acontecimiento individual de un dado que
cae es demasiado pequeño como para poder percibir
inmediatamente su determinación por una ley, y que los
hombres estamos todavía necesitados de una cierta escala mínima
del acontecer para poder percibirlo.
Al observar este mundo, nos vemos obligados a hablar de
un cosmos y a excluir toda casualidad. Por otra parte se
reconoce ya en la palabra "casualidad" que originalmente es
probable que tuviera otro significado. Pues designa lo que le
ocurre al hombre por imperio de una ley. Pero si el cosmos es
una unidad ordenada, en todas partes tiene que regir la
misma ley, en lo grande y lo pequeño, como arriba, así abajo.
Esta analogía dio a Paracelso el derecho de poner al
hombre como microcosmos al nivel del macrocosmos. El
hombre es la fiel imagen del universo macrocósmico, nada
podemos encontrar afuera que no se halle de manera análoga
dentro de él y viceversa. Es por esto que está escrito sobre el
templo de Delfos: "Conócete a tí mismo, para poder conocer a
Dios."

Cuerpo, alma y espíritu

Si miramos más de cerca a ese microcosmos del ser humano,


lo que vemos primero es su cuerpo. Este cuerpo se distingue
en el hombre viviente en que no es la mera suma de los
elementos químicos que lo componen, porque esos
componentes están subordinados a una idea unificadora al
servicio del concepto global "ser humano".
Esto no es "natural". Mucho más natural es lo que ocurre al
descomponerse un cadáver: todas las partes químicas
individuales siguen sus propias leyes ("según su propia
voluntad") y no se subordinan a ningún concepto unificador.
Pero si esto sucede con el hombre viviente, es porque debe
haber en él una instancia activa con la autoridad de
coordinar la diversidad material y esta instancia es típica del
hombre viviente, porque ya no podemos hallar su actividad en
el muerto.
Es sabido que nada se pierde en el nivel material cuando
un hombre muere. Es por eso que esta instancia nuestra que
buscamos, ni puede ser nunca de naturaleza material.
Tampoco era de esperar que fuera así, porque siendo el
criterio esencial de esta instancia su capacidad de coordinar
la materia, no es concebible que ella misma sea también
materia.
Todos sabemos también por experiencia que, al morir un
hombre, desaparecen su conciencia y su vida. Resulta natural
suponer que esa instancia que estamos buscando sea idéntica
a alguno de estos dos conceptos. Pero, ¿qué es la conciencia?
El hombre es consciente de sí mismo. Se experimenta como
individuo que es y percibe, desde el nacimiento hasta la
muerte. Esta conciencia da forma a una continuidad que no
tiene el cuerpo, que construye y destruye células
continuamente.
Otro concepto más antiguo es el del "Alma". Alma es
conciencia, individualidad, es aquella instancia que reúne las
diversas piedras materiales que conforman el cuerpo en una
unidad y las coordina. El alma es una instancia
independiente que se diferencia en forma cualitativa del
cuerpo material.
Nuestra psicología moderna, lamentablemente, no conoce
el alma. Lo que sí hace es jactarse, en alta voz, de su
terminología especial, que hace creer que se conoce algo del
alma y hasta de sus profundidades y niveles. Pero la verdad
es que hasta el día de hoy la psicología no ha logrado ni
siquiera un contacto remoto con el alma del hombre.
La psicología investiga lo "psíquico" en el hombre. Pero
esto no es el alma, sino un producto de esta ciencia, un
descarte. Al confundir los dos conceptos, la psicología llega a
aseverar que la función del alma del hombre es un producto
del cerebro y de un sistema nervioso intacto. De ahí deduce
que al perderse estas condiciones materiales, también el "alma"
deja de existir. El desorden conceptual y de pensamiento de
nuestra ciencia torna, a veces, casi imposible poner las cosas
nuevamente más o menos en su lugar.
Cuando hablamos del alma o conciencia, lo que queremos
significar es una instancia independiente, no material, que
no es un producto de la materia (como cerebro, sistema
nervioso central o cosas parecidas), ni depende de la materia
en forma alguna. Las religiones, los iniciados y los ocultistas
sabían desde siempre de este alma y su supervivencia a la
muerte corporal. Pero el público en general y nuestra ciencia
parecen considerar, evidentemente como una sorpresa
sensacional, que científicos como el norteamericano Dr. Moody y
otros, publiquen informes de personas clínicamente muertas y
vueltas a reanimar que relatan en forma unánime como "dejaron
solamente el cuerpo, se quedaron en el recinto, invisibles para
los demás y pudieron ver, oír y percibir todo."
La psique o el alma de la psicología (incluyendo la así llamada
psicología profunda) no es idéntica al concepto antes
descrito, sino solamente su producto de descarte. El alma de la
psicología es el lugar de los impulsos, temores, conflictos y
complejos, un concepto colectivo para las manifestaciones del
alma, pero que nunca se acerca a lo que realmente actúa. Se
supone que lo que actúa se encuentra en el cerebro y en el
sistema nervioso central. Pero es aquí donde la pescadilla se
muerde la cola. ¿Quién pone en funcionamiento el cerebro y el
sistema nervioso central? Es sabido que la materia necesita
siempre una información para poder entrar en acción, pero
la información siempre es de tipo no material. En un capítulo
posterior presentaremos más claramente la diferencia entre
información y portador de información. Aquí se menciona
solamente para evitar que alguien busque la información en los
genes.
Finalmente se mencionará que en todas partes donde se
realizan procesos de formación en la naturaleza, tiene que
haber información, o sea, que tiene que haber conciencia o
alma. Cada animal, cada planta, cada hombre tienen un alma.
Dentro del reino terrestre también el alma necesita un portador
material, que es sin embargo de naturaleza sutil. Por eso, en
círculos esotéricos se habla del así llamado cuerpo astral. En
conexión con esto hay resultados de investigaciones recientes,
dignos de ser mencionados, provenientes del norteamericano
Harold Saxon Burr, profesor en la Universidad de Yale. Burr
investigó con gran despliegue técnico los campos eléctricos
que rodean un organismo viviente. Ha encontrado, por
ejemplo, alrededor de una semilla un campo con la forma de la
planta madura y adulta, y alrededor del huevo de un sapo
pudo comprobar la existencia de un campo en forma de sapo
adulto.
De ahí extrajo la conclusión de que todos los seres vivientes
poseen tales campos electromagnéticos. En estas imágenes
espaciales invisibles, pero medibles, cada célula nueva recibe su
lugar. Estos resultados experimentales confirman la tesis
esotérica de que todos los seres vivientes se desarrollan hasta
ocupar una forma preestablecida. Pero hay que cuidarse de
considerar estos campos electromagnéticos como el alma. Son
más bien, el correlato material del cuerpo astral. Una
confusión similar ha llevado a opinar que lo que se ve en la así
llamada fotografía Kirlian es el cuerpo astral. Pero la fotografía
Kirlian muestra solamente el intercambio entre emanaciones
energéticas del organismo y un campo de alta tensión.
Después de haber tratado de aclarar un poco los conceptos
del cuerpo y del alma, queda todavía un concepto muy
importante a saber "la vida". Esta no puede ser nunca
idéntica a la conciencia. Porque hasta el idioma distingue
entre estar inconsciente y estar muerto. La vida tampoco
puede consistir de materia porque lo que se ve en la materia
es solamente la manifestación de la vida. Podemos decir que la
vida es el misterio más grande para el hombre. Si el alma es
desconocida para la ciencia, tanto más lejos se halla todavía
de poder comprender lo que es la vida. Siempre se ocupa so-
lamente de sus manifestaciones materiales, pero nada sabe
de la vida misma. El hombre no la puede ni producir ni
destruir. La vida es una calidad que escapa totalmente a su
aprehensión.
Todos conocen, aunque sólo sea de oídas, la clásica división
en tres: cuerpo, alma y espíritu. La filosofía hermética enseña
que el espíritu es la vida. Al contrario del alma, la vida (espíritu)
es algo impersonal, anónimo. Hay solamente un espíritu, una vida.
Se puede participar de él, dejarle actuar a través de uno, entonces
se vive. Al terminar la "vida terrenal" se termina tan sólo esta
conexión, pero de ninguna manera se destruye algo de la vida
en sí. Hay solamente un espíritu, por eso la vida en nosotros
representa la unidad, es la "chispa divina" que se encuentra en
todo ser viviente.

Así el hombre, como todo producto de la naturaleza, es una


trinidad de cuerpo, alma y espíritu. Se siente como unidad y
esa unidad la llama "yo". Mirándolo más de cerca descubrimos
que ya la unidad corporal "hombre" se deja subdividir en
otras "unidades", tales como los órganos. También un
órgano es una unidad individual, si no sería imposible
distinguir un corazón de un hígado. Pero esta individualidad
funcional requiere que cada órgano tenga una conciencia
individual. Esta idea puede parecer extraña porque siempre
nos atribuimos una conciencia solamente a nosotros mismos.
La mayoría de la gente está aún dispuesta a concederle una
conciencia a su perro, por más que la conciencia del perro es sin
duda muy diferente a la de un hombre. Concederle conciencia
a una mosca generalmente ya encuentra más resistencias, aunque
hay que preguntarse con qué derecho trazamos esta línea de
separación. Todo lo que se desarrolla en forma viviente y muestra
tener individualidad, tiene conciencia, también en los casos en
que nos cuesta introducirnos con nuestra conciencia en la de
formas de vida muy diferentes.
No tenemos más remedio que concederles a nuestros
órganos esta conciencia. El hígado también se siente como una
unidad completa e individual. Su único y exclusivo trabajo es
cumplir con su función según la ley del hígado, pues si no deja de
sentirse bien la individualidad que le es superior, el hombre,
en el cual está integrado.
Si seguimos con el análisis de la individualidad "hígado"
encontramos nuevas unidades que se llaman células.
También cada célula es una individualidad; vive y se puede
reproducir, así que tiene sin duda también una conciencia, se
siente como "yo soy", su deber es ser una "célula de hígado"
completa.
Si no tiene ganas de hacerlo y descubre una tendencia
personal hacia la libertad, se transforma en célula cancerosa,
porque se pone fuera del orden superior. El hombre, como
dueño de este tipo de células que abandonan el orden no
piensa en felicitarlas por su libertad recién descubierta, sino
que hace lo posible por eliminarlas, para mantener su propia
existencia.
Al igual que la célula como individuo es parte de un individuo
superior llamado órgano, éste no es más que una parte del
individuo llamado hombre, así también el hombre no es más
que una parte de una unidad superior. El hombre es
solamente una célula en un organismo que llamamos el
planeta Tierra. Al igual que todos los planetas, también la
Tierra es una inteligencia individual y posee no solamente un
cuerpo, sino también una conciencia. Si esto no fuera así, no
tendríamos un cuerpo intacto de un planeta, sino un cadáver
de un planeta. Al igual que un cuerpo humano muerto se
descompone, también se desintegra el cuerpo de un planeta
muerto, como vemos, por ejemplo, en el Cinturón de Asteroides.
Tenemos que acostumbrarnos al fin a no contemplar solamen-
te las formas de vida corporales. Todo cuerpo, ya sea piedra,
planta o animal, también posee alma y espíritu, caso
contrario tendríamos ante nosotros un cadáver que rápidamente
perdería su forma. También un planeta es sólo un órgano de un
ser superior, del sistema solar, etc. Si el hombre contempla un
poco ese orden, pronto tomará conciencia de que también él,
como célula, tiene solamente el deber de cumplir con el
servicio a la totalidad que le ha sido asignado. Tiene que
esforzarse para ser una célula de la más alta utilidad posible,
al igual que él espera de las células de su cuerpo, para no
convertirse en un tumor canceroso para este mundo. Si
abandona temerariamente el orden para gozar de su libertad mal
interpretada, no debería sorprenderse si es eliminado.
Porque: "Así como es arriba, así es abajo."
2. LA HIPNOSIS
Una caricatura de la realidad

Sólo aquel que comprende plenamente la dificultad del


despertar, puede comprender que para ello es necesario
un trabajo largo y arduo.

G. GURDIEFF
El tema hipnosis no pertenece necesariamente al
esoterismo. Sin embargo, si lo tratamos aquí hay varias razones
para ello:
1. La hipnosis ejerce una fascinación especial sobre todas las
personas interesadas en el ocultismo,
2. en este momento. se presenta una vez más la hipnosis al
público como "medio de curación" especialmente efectivo
y frecuentemente no se repara en envolver la terapia de
hipnosis con un velo esotérico;
3. si se usan los fenómenos de la hipnosis como una
"parábola", de manera análoga se pueden sacar
conclusiones importantes para la realidad.
4. Last not least , yo hice mis primeras experiencias con la
reencarnación, ayudándome con la hipnosis para inducir la
regresión. El hecho de que yo haya trabajado con hipnosis,
tan sólo en la primera etapa experimental, y que hace
años que ya no uso esta ayuda en la terapia de
reencarnación, se ha divulgado tan poco, que para el gran
público mi nombre aparece todavía fuertemente conectado
con el tema hipnosis.
Hay una literatura copiosa sobre la así llamada "hipnosis cien-
tífico-médica" donde, sin excepción, se nos informa ya desde
los primeros capítulos, que la historia de la hipnosis empieza
alrededor del año 1775. Por entonces vivía en Viena un médico
llamado Friedrich Anton Mesmer que trataba de curar
enfermedades y dolores con la aplicación de imanes de hierro.
Pero esta idea es antiquísima; ya la encontramos en Paracelso y
hasta en la Biblia. (Compárese "Mahrah" del Dr. Stark.)
Mesmer, quien cosechaba grandes éxitos con este método de los
imanes, trató cierto día de reemplazar el imán de hierro por la
mano humana. Como también tuvo éxito con este tratamiento,
Mesmer dedujo que el hombre posee una fuerza parecida a la del
magnetismo. Llamó a esa cualidad: "Magnetismo animal". Animal
significa en este contexto "viviente y animado". Lo que quería ex-
presar era solamente la diferencia entre el ferromagnetismo del
hierro y la fuerza análoga de la mano humana. Es testimonio de
bastante estupidez que se haya traducido magnetismo animal como
"magnetismo de los animales."
Mesmer escribió una voluminosa obra en la cual explica las ba-
ses teóricas del magnetismo animal. Gracias a sus grandes éxitos
de curación se transformó en el médico milagroso de su tiempo,
ensalzado tanto como odiado. Tuvo que dejar Viena y a
continuación vivió en París, donde trataba a la gente más
importante con su método, también llamado "Mesmerismo" en
conformidad con su nombre.
La Academia de Ciencias francesa empezó al fin a investigar
científicamente este polémico magnetismo animal, para decidir en
definitiva respecto de la discusión pública sobre este nuevo método
de curación. Tras minuciosas investigaciones esta corporación cien-
tífica llegó a la conclusión de que la existencia de esta fuerza mag-
nética, afirmada por Mesmer, no era comprobable. Con esto se dic-
tó la sentencia de muerte científica sobre Mesmer, quien una vez
más tuvo que cambiar su lugar de residencia y finalmente murió
en soledad y pobreza.
Motivada por un justificado sentimiento de culpa, nuestra cien-
cia actual trata de rehabilitar a Mesmer. Hoy se lo celebra en todos
los libros de enseñanza como "el verdadero padre de la hipnosis,
cuya tragedia fue haber descubierto las fuerzas milagrosas de la
hipnosis, pero haberlas interpretado equivocadamente como mag-
netismo". Aquí se crucifica científicamente a Mesmer por segunda
vez. Este pobre hombre nada tenía que ver con la hipnosis. No se
puede hacer de un difunto el padre fundador de algo de lo que él en
toda su vida nunca se ocupó.
La ciencia no comprendió entonces el magnetismo y sigue sin
comprenderlo hasta el día de hoy. El magnetismo es un método de
tratamiento independiente que sigue siendo practicado por magne-
tizadores. El magnetismo nada tiene que ver con la hipnosis. La
medicina haría bien en estudiar a fondo la obra de Mesmer sobre el
magnetismo, para cerrar finalmente una laguna del conocimiento
vieja, demasiado vieja. También llegará ese día, ya que
actualmente se investigan con mucha aplicación los efectos
curativos de los campos magnéticos y con esto lentamente se está
llegando, por lo menos en un área parcial, al nivel de evolución de
un Paracelso.

El descubrimiento
descubrimiento de la hipnosis y del psicoanálisis

Después de haber absuelto a Mesmer del descubrimiento de la


hipnosis, nos podemos ocupar de otro hombre, el ocultista inglés
Braid, quien en el año 1843 obtuvo el siguiente descubrimiento: si
se deja a una persona que mire fijamente durante unos minutos un
objeto brillante, colocado a una distancia de aproximadamente 20
cm., levemente por encima de los ojos, automáticamente se
producirá un reflejo de cierre de los párpados, acompañado de un
estado de extraña somnolencia. Como este estado, producido por la
fijación es parecido al sueño, Braid llamó a ese fenómeno "hipnosis"
(en griego hypnos = sueño). Si nos hace falta un padre fundador
para la hipnosis, cuya historia finalmente se remonta al sueño
sagrado del templo, quizá sería Braid a quien más fácilmente po-
dríamos nombrar.
Las siguientes estaciones importantes en la historia moderna de
la hipnosis son Nancy y París. En Nancy trabajaron Liébeault y
Bernheim en el desarrollo y la investigación de la hipnosis (1866-
1884). Trataron, con éxito, de producir un sueño hipnótico por
sugestión verbal. El centro de sus reflexiones teóricas es la suges-
tión como factor esencial de la hipnosis. En la terminología actual
se hablaría de un principio de motivación psicológica.
Más o menos en la misma época, el famoso neurólogo y fisiólogo
del cerebro Charcot, experimentaba con la hipnosis, en la clínica
neurológica de la Salpétriére de París. Como, acorde con aquellos
tiempos, sus pacientes eran casi exclusivamente histéricos, le
llamó la atención la similitud de los fenómenos que se observaban
en la hipnosis y la sintomatología de la histeria. En ese entonces se
explicaba la histeria al igual que todas las psicosis como
enfermedad desconocida del cerebro, y así era comprensible que
Charcot buscara la explicación teórica de la hipnosis en ciertos
procesos fisiológicos del cerebro.
Sigmund Freud, cuando era un joven médico y sin éxito, visitó a
Bernstein en Nancy y también a Charcot en París, para aprender
él mismo la técnica de la hipnosis. Después de su regreso a Viena,
Freud no tuvo mayores éxitos en su propio consultorio con su te-
rapia de hipnosis recién aprendida porque no le era afín. Es cierto
que un buen hipnotizador no necesita tener facultades sobrenatu-
rales congénitas, pero sí necesita, como para la música, un cierto
talento.
La técnica de la hipnosis se puede aprender, al igual que la
técnica de tocar el piano, pero la técnica sola no engendra un
maestro.
Lo que Freud aprendió con Bernheim fue, sin embargo, una
experiencia que para él se transformó en el punto de partida para
otras reflexiones básicas. Bernheim inducía a los pacientes, que
participaron en sus experimentos de hipnosis, a realizar ciertos ac-
tos sugeridos, tratando de conseguir mediante sugestión posthipnó-
tica, que no recordaran los actos y acontecimientos producidos
durante la hipnosis (amnesia posthipnótica). Al interrogar a las
personas, en su estado de vigilia después de la hipnosis, se pudo
comprobar que efectivamente no recordaban nada referido al tiem-
po en que estaban hipnotizados.
Bernheim trató entonces de ejercer una presión psicológica cada
vez más intensa sobre sus pacientes, pidiéndoles que se esforzaran
para poder recordar el lapso de tiempo olvidado.
Poco a poco iban apareciendo fragmentos de recuerdo y al final
las personas podían recordar todos los acontecimientos ocurridos
durante la hipnosis. Freud transfirió esta experiencia de Nancy a
la historia clínica del neurótico. Supuso que en la historia de la
vida de un enfermo psíquico también pueden existir uno o varios
acontecimientos que no quiere recordar, que ha desalojado de su
memoria. De la misma manera en que se puede anular una falta de
memoria producida hipnóticamente, tiene que ser posible en forma
análoga volver a traer a la conciencia de un paciente los aconte-
cimientos olvidados o reprimidos de su vida. Freud siguió desarro-
llando esta técnica de traer nuevamente a la conciencia material
olvidado, técnica que hoy día conocemos como "método psico-
analítico".
Freud que más tarde se expresó en sus escritos negativamente
sobre la hipnosis con la difusión del psicoanálisis fue limitando
más y más a la hipnoterapia. No obstante tenemos una excepción
en los países de detrás del telón de acero, donde el psicoanálisis no
se pudo instalar, y por esa razón la hipnosis tiene un lugar indiscu-
tido como método psicoterapéutico.

La hipnosis como fenómeno

Una hipnosis se articula generalmente en tres o cuatro fases:


1. La inducción al sueño hipnótico,
2. los experimentos en el estado hipnótico,
3. despertar de la hipnosis y
4. eventualmente cumplir órdenes post-hipnóticas.
La inducción al sueño hipnótico se efectúa generalmente por
sugestión verbal de cansancio y sueño; a veces, estas sugestiones se
apoyan con la fijación en un objeto brillante, un lápiz, tabletas de
color, espirales o cosas parecidas. La duración de esta primera fase
puede ser más o menos larga y depende de la persona con la que se
experimenta y del hecho de que se trate de la primera hipnosis o
no. Si una vez se ha alcanzado una hipnosis profunda, la repetición
posterior de la inducción a menudo tarda menos de un minuto.
Contrariamente, la inducción de la primera hipnosis puede
llegar a tardar unos quince minutos. Una vez alcanzado el estado
hipnótico, el sujeto hipnotizado sigue toda orden sugerida por el
hipnotizador y éste puede provocar todas las alucinaciones
deseadas. He aquí algunos ejemplos: si el hipnotizador sugiere que
hace un frío insoportable, la persona empieza a tener frío en todo el
cuerpo. Si sugiere que hace más y más calor, la persona comienza a
transpirar hasta que le corre el sudor de la frente. Partes del
cuerpo pueden volverse rígidas, paralizadas o insensibles por
simple sugestión. Mas todavía se sorprende el observador, cuando
se deja abrir los ojos a la persona hipnotizada, cosa que de ninguna
manera interrumpe o perturba la hipnosis.
Entonces se le puede hacer ver lo que uno quiera. Es posible
hacer ver al hipnotizado un bosque sin gente, por más que esté
mirando con los ojos abiertos un aula llena de personas. Los
experimentos hipnóticos no tienen límites y todos los que han
presenciado alguna vez el show de un hipnotizador, conocen esta
multiplicidad de posibilidades.
A continuación mencionaremos aún dos experimentos fisioló-
gicos: si se pone una moneda en la mano del sujeto y al mismo
tiempo se le sugiere que se trata de un trozo de hierro ardiente, al
poco tiempo se desarrolla una ampolla. Si en la hipnosis se le in-
yecta a un diabético, acostumbrado a inyecciones de insulina, una
simple solución fisiológica de sal común, con la sugestión de que es
insulina, el nivel de glucosa en sangre bajará en el tiempo usual el
mismo valor que hubiera ocurrido en caso de inyectarle insulina.
Con estos ejemplos ya tocamos las posibilidades terapéuticas, cuyo
valor o no discutiremos más adelante.
Aquí se aclarará brevemente el concepto de la "post-hipnosis". Es
posible hacer que una sugestión dada durante la hipnosis sea
efectiva más allá del despertar, o si no acoplar durante la hipnosis
una orden a una señal que se dará inmediatamente después de la
misma, estando despierto. De esta manera es posible provocar
todos los fenómenos de la hipnosis, también en estado de vigilia, si
es que se han sugerido durante la hipnosis y se han acoplado a una
señal. Damos ejemplos simples de este tipo de post-hipnosis e
hipnosis de señal:
Durante la hipnosis se sugiere rigidez e imposibilidad de movi-
miento del brazo derecho. Al mismo tiempo se sugiere que la per-
sona inmediatamente podrá mover nuevamente el brazo cuando al-
guien palmee tres veces. Después que se despierta al sujeto y
aunque esté totalmente desvelado, no puede mover el brazo
derecho. Esta traba sólo se puede levantar con la señal convenida
del aplauso.
Otra sugestión post-hipnótica más compleja sería la siguiente:
"cuando yo lo despierte, Vd. se sentirá completamente fresco y
descansado. Vd. estará totalmente despierto. Pero en el momento
en el que me ve encender un cigarrillo, oye golpear en la puerta.
Vd. irá a la puerta, la abrirá, y ante su gran asombro verá que allí
están un Papa Noel con un angel. Esto, le llamará mucho la aten-
ción porque estamos en verano. Vd. sospechará que alguien le está
gastando una broma y se ha disfrazado. Por eso agarra al Papa
Noel y le tira de la barba, para ver si es auténtica. Haga Vd. lo que
haga, tiene que convencerse con asombro que tanto él como el
ángel son absolutamente auténticos. Vd. puede hablar con él y él le
dará un regalo. Después de un breve rato el Papa Noel y el ángel
saldrán otra vez del cuarto. Ahora lo voy a despertar y todo
sucederá como se lo he dicho. Pero despierto Vd. no recordará nada
de lo que hemos hablado ahora."
Entonces se puede despertar a la persona y no podrá recordar
nada, pero si después de un rato enciendo un cigarrillo, la
historia sugerida antes se desarrollará en todos sus detalles, por
más que en realidad no se ve ni se oye nada.
La sugestión descrita es muy compleja porque contiene
alucinaciones acústicas (golpear, hablar), ópticas (Papa Noel,
ángel, regalo) y táctiles (contacto, barba), se agrega todavía una
duda sugerida y una crítica a la visión que se presenta que pueden
ser eliminados realizando pruebas. (Vd. pensará que alguien se
ha permitido una broma.)
Generalmente se puede observar otro fenómeno importante
en las sugestiones post-hipnóticas: la tendencia a
racionalizar. Toda orden implantada en la hipnosis se prolonga
también después de la hipnosis, en estado despierto: el sujeto
hace algo, simplemente porque lo tiene que hacer, pero no
sabe por qué. Si se trata de una orden más bien ilógica,
observará su propia acción durante la ejecución con asombro.
Pero resulta que el hombre tiene muy arraigada la opinión
de que todo lo que hace lo está haciendo solamente porque él
mismo así lo quiere. Es por esa razón que ningún sujeto, al ser
preguntado por la razón de ésta u otra acción, contestará
que siguió simplemente una orden. Al contrario, tratará de
encontrar desesperadamente una "razón" convincente y
plausible, que justifique haber realizado justamente dicha
acción por su propia voluntad.

Un modelo de la hipnosis

Hablaremos más adelante en mayor detalle del significado


que tienen todos los fenómenos para nuestras consideraciones
ulteriores. Pero antes queremos tratar de explicar qué es
realmente la hipnosis y cómo se producen estos fenómenos a
veces increíbles. La ciencia no tiene ninguna teoría de la
hipnosis de validez general y yo no quiero enriquecer esa
multiplicidad de teorías con una más, sino dar algunos ejemplos
ilustrativos para aclarar el proceso de la hipnosis.
Imagínese que está sentado en el teatro. El espectáculo todavía
no ha empezado y Vd. observa el ir y venir a su alrededor. Su
atención todavía no está fijada en un punto, así que se pueden
percibir muchas cosas: mucha gente, la decoración del teatro,
la vestimenta de los vecinos, unas miradas al programa, al mismo
tiempo la afinación de los instrumentos. Se sabe que es sábado por
la noche, que mañana se puede dormir hasta tarde, a lo mejor se
sale a comer después del espectáculo: una multitud de
pensamientos y observaciones, de impresiones.
La luz se oscurece, el telón se levanta, comienza la obra, el ar-
gumento nos fascina. La atención, que antes estaba aún dispersa
se concentra cada vez más en el argumento que se desarrolla en el
escenario, a la vez, todo lo que nos rodea se transforma en algo
absolutamente indiferente y sin importancia.
Mientras se sufre con el héroe sobre el escenario y se comparten
sus esperanzas, ya no se piensa en qué día de la semana es, ni en
la comida después del espectáculo. Literalmente se olvida que hay
otra gente presente, a ratos uno hasta se olvida que está en un
teatro. Al caer el telón e iluminarse la sala uno vuelve a
encontrarse en el "Aquí y ahora".
Lo que pasa en una situación semejante es simplemente la con-
centración de la conciencia sobre un solo punto. Con la concentra-
ción, la conciencia se ciñe al objeto de interés, al mismo tiempo
desaparece todo lo demás de la conciencia y del campo de percep-
ción. (Empobrecimiento del estímulo externo.) Este proceso es
común y se produce continuamente en distintos grados de intensi-
dad. Todos conocemos el fenómeno que se produce durante la lec-
tura de un libro apasionante: no se oye cuando llaman o le hablan a
uno.
Usamos el mismo efecto cuando le mostramos algo interesante al
niño que se lastimó y llora y así tratamos de distraerlo. El niño
olvida el dolor en segundos porque este dolor se desplaza fuera de
la zona de percepción.
En todos estos ejemplos sucede lo mismo, la conciencia se con-
centra en un punto. Esta restricción de la conciencia se podría
comparar con una fuente de luz que ilumina a través de una lente
de dispersión un área relativamente grande. Si se reemplaza la
lente de dispersión por una de convergencia, la luz se concentra y
un rayo de luz cada vez más angosto ilumina como un "spot" de
búsqueda sólo un punto diminuto, mientras el resto del área queda
inmerso en la oscuridad. La intensidad de la luz en este único
punto es desproporcionalmente mayor que antes, cuando se
iluminaba todo el área; ese haz de luz no solamente ilumina el
punto de manera exageradamente clara, sino que incluso puede
quemar, produciendo un agujero, y así penetrar en una nueva
dimensión de profundidad (compárese lente ustorio,
respectivamente rayo láser).
En esta comparación, la luz sería la conciencia, nuestra
conciencia diurna es comparable a una luz dispersa. Cuando
nos concentramos, es como si hiciéramos un haz de luz y el punto
se vuelve sumamente nítido. Entonces puede pasar que
nuestra conciencia llegue a concentrar hasta un nivel más
profundo y se descubra una nueva dimensión hasta entonces
desconocida. Esta irrupción a un nuevo nivel es el punto de
cambio donde la limitación de conciencia anterior se transforma
en una expansión de conciencia.
Los hombres de todos los tiempos han tratado de
provocar este proceso a voluntad en sí mismos y en otros y
para esto desarrollaron las técnicas más diversas: ejercicios de
concentración y meditación, hipnosis, entrenamiento
autógeno, hipnosis activa escalonada, biofeedback, etc. La
hipnosis resulta ser, así, solamente una técnica posible para
allanar el acceso a un nivel inconsciente de lo psíquico.
En este nivel del subconsciente encontramos, entre otras
cosas, todos aquellos "programas" que son responsables de la
dirección de todos los procesos autónomos del cuerpo. Ninguno
de nosotros controla conscientemente la temperatura del
cuerpo, la secreción de hormonas, el nivel de glucosa en
sangre, el latido cardiaco, etc. Todas estas funciones tienen
como base programas en el subconsciente que las comandan. En
el estado de hipnosis conseguimos repentinamente acceso a esa
"central de programas" generalmente inaccesible y podemos
cambiar algunos programas por otros. Inmediatamente se podrá
observar el programa recién implantado a través de sus
efectos. Nos podemos imaginar un gran hotel cuyos cuartos
reciben música funcional. Si alguien consigue entrar al
cuarto donde está el equipo de transmisión y cambia el
cassette que se está tocando por otro, en ese momento
cambia abruptamente la música en toda la casa. En la
hipnosis no pasa otra cosa. Si se pone el programa "calor",
todo el cuerpo empieza a transpirar. El programa "inyección
de insulina" hace bajar el nivel de glucosa en sangre.

La terapia de hipnosis

Aquí prácticamente se impone la posibilidad del uso


terapéutico de la hipnosis. Se parte de la idea de que cada
síntoma de enfermedad tiene como fondo un programa defectuoso.
Si la hipnosis logra —por sugestión— cambiarlo por un programa
nuevo deseable, el síntoma desaparece. Digo aquí "síntoma" a
propósito, a pesar de que el terapeuta, el hipnotizador, diría
probablemente "enfermedad ".
Y este es el punto débil de la terapia de hipnosis, que, al igual
que todos los otros métodos de la medicina oficial, puede hacer
desaparecer síntomas, sin que con esto ni remotamente se haya lle-
gado a curar al "hombre enfermo". Dónde está la diferencia decisi-
va es algo que se aclarará probablemente al final de este libro.
Aquí solamente queremos prevenir una euforia prematura que
cree haber descubierto en la hipnosis la clave de curar
enfermedades.
Desde el punto de vista esotérico no se justifica jamás una
"curación por hipnosis" dado que la terapia de hipnosis sugestiva
nunca podrá llevar a la curación en su verdadero sentido. Lo que sí
puede hacer es eliminar dolores y síntomas y así se halla al mismo
nivel que, digamos, la cirugía. No pienso negar el éxito de una
operación de apéndice, ni tampoco pienso negar los éxitos de la te-
rapia de hipnosis. En ciertos casos las dos pueden ser necesarias y
de gran ayuda. Pero ninguna de las dos tocan el dominio de la en-
fermedad en sí y por eso tampoco pueden curar.
En base a las experiencias de la terapia de hipnosis se desarro-
llaron los métodos de autosugestión, del "Pensar positivo" y del
"Pensar final". Estos sistemas enseñan cómo la persona, mediante
la repetición e imaginación visual de pensamientos positivos, llega
a curar enfermedades y obtiene la salud eterna, dinero, bienes, ri-
quezas y así en adelante.
Uno de los grandes pioneros de la autosugestión fue Emile Coué,
de la ciudad de Nancy, quien no era médico y cuyas enseñanzas y
fórmulas ("estoy día a día en todo sentido mejor y mejor")
provocaron todo un movimiento en Europa, conocido bajo el nombre
de Coueísmo. Su axioma básico es: "solamente la imaginación hace
que el hombre sea sano o enfermo, al poder dirigirla, uno es dueño
de hacer que el hombre sea sano o enfermo, porque el hombre es lo
que piensa." Como este axioma fundamental no es correcto,
tampoco lo es el método que se basa en él. Lo que tendría que decir
es: "el hombre no es lo que piensa sino que es como fue pensado"
(Hans Blüher).
Coué no percibió el aspecto metafísico de la enfermedad con la
misma seguridad que nuestra medicina de hoy. Ambos creen fir-
memente que lo único que haría falta para eliminar la enfermedad
del mundo sería difundir más y más sus respectivos métodos. Esta
manera de pensar no deja de ser simpática, pero no se adecúa al
problema de la enfermedad. Las sugestiones nunca pueden curar
porque siempre son mentiras. La curación puede resultar única-
mente del encuento con la verdad. Lo dicho es válido para todos los
métodos y sistemas sugestivos, que prometen atraer mediante el
pensamiento, salud, felicidad y riquezas.
No se niega la posibilidad de conseguir los efectos deseados con
estas prácticas, pero, ante una opinión cada vez más generalizada,
sí se niega que estas prácticas sean conformes con las enseñanzas
esotéricas. No basta en absoluto que una acción resulte efectiva,
para justificar haberla ejecutado.

Consecuencias

El significado de la hipnosis no está en su aplicación terapéutica


ni experimental. Para un camino esotérico la hipnosis es más bien
peligrosa, por contener un aspecto fuerte de dominación, contrario
a nuestras intenciones. Pero la observación en detalle de los
fenómenos hipnóticos nos posibilita algunos conocimientos, si los
comprendemos como parábolas.
La hipnosis no aporta nada fundamentalmente nuevo, sino que
exagera simplemente la realidad. Nos proporciona una caricatura
de la realidad. La ventaja que tienen las caricaturas, con toda su
exageración, es hacernos reconocer lo esencial mejor y más rápi-
damente. Así la hipnosis nos muestra la relatividad de la percep-
ción sensorial. La percepción del hombre no depende tanto del
mundo exterior como de sus programas propios.
Es posible impartir a una persona la sugestión post-hipnótica de
ver a todas las personas sin cabello. Una persona así tiene, en es-
tado despierto, la misma percepción del mundo exterior que cual-
quier otra persona, pero con la diferencia de que, para él, todos son
calvos. Esta percepción es, para él, absolutamente real. Si se
encuentra en un grupo con otras diez personas, su opinión sobre
esta calvicie chocará con la opinión contraria de los otros, que están
convencidos de que todos los presentes tienen cabello en la cabeza.
En nuestro ejemplo las diez personas están en la situación más
favorable, porque son mayoría absoluta. Probablemente piensan
que éste otro, por ser el único, no es del todo normal.
Pero si sugerimos este programa a diez personas y las juntamos
con solamente dos de los otros, tenemos ahora diez que ven la
calvicie de los presentes, pero hay dos que afirman que todas las
cabezas tienen cabello.
¿Quién tiene razón ahora? Como estamos acostumbrados a
tomar la opinión de la mayoría como criterio de realidad, esta vez
las dos personas "normales" están bajo sospecha de no ser
totalmente normales.
Meditemos sobre este ejemplo todo el tiempo que sea necesario
para llegar a comprender cuanta prudencia hay que tener con la
percepción, la objetividad y la realidad, y cuán poco válida es la
opinión de la mayoría para saber la verdad.
Lo primero que tenemos que aprender es a no darle demasiado
carácter de realidad a nuestra percepción del mundo de las formas.
Por ello en la India este mundo se denomina "Maya" el mundo de
la decepción, los antiguos egipcios hablaban del velo de Isis, Platón
trataba de explicar a los hombres con su parábola de la caverna,
que no están viendo nada real, sino solamente sombras. Mientras
consideren que estas sombras son la realidad, siguen siendo
víctimas de la decepción. Sólo al salir de la caverna se puede
descubrir la realidad, pero ésta encandila tanto en el primer
momento que no se puede soportar. Si el hombre logra soportar la
confrontación con la realidad, se transforma en vidente. Pero si no
soporta la luz, cae nuevamente en el error que ya no es el antiguo
error porque, aunque brevemente, ha visto la verdadera luz.
A ese error que sigue el encuentro con la verdad, lo llamamos
hoy en día neurosis. Los neuróticos han vivido más que aquellos
que todavía no se han animado a salir de la caverna de las
sombras. Pero no han podido soportar la verdad.
Los experimentos con la hipnosis nos enseñan además que el
hombre es un producto de sus programas. El hecho de que toda
percepción, opinión, noción, incluso la capacidad de crítica, son
intercambiables a voluntad, muestra que todas son programas. El
hombre es un producto de los programas y un programa adicional
se ocupa de que agregue todavía a todos los efectos de los progra-
mas: "yo hago esto solamente porque así lo quiero." He presentado
intencionalmente el ejemplo de la sugestión de Papa Noel con tanto
detalle para mostrar que hasta las consideraciones críticas, las
dudas y los controles, siguen siendo efectos de programas, pero que
el programa de la racionalización le hace difícil al hombre llegar a
reconocerlo. El hombre cree estar haciendo mientras lo hacen o,
como lo formuló Pascal: "si la piedra arrojada tuviera conciencia,
diría, yo vuelo porque quiero." Los programas de las personas
hipnotizadas llaman la atención únicamente porque son inusuales.
También el hombre no hipnotizado no hace más que seguir
programas, pero por ser acostumbrados nos llaman menos la aten-
ción. En realidad, todos los hombres están hipnotizados y "duer-
men". Pero mientras se duerme no es posible comprobar que se es-
tá durmiendo. Mientras se duerme tampoco se puede verificar que
todos los demás duermen. Mientras se duerme no se puede recono-
cer a los que están despiertos. Hay que despertar, entonces se sabe
de golpe que uno estuvo durmiendo, que casi todos los demás
duermen y que hay algunos que están despiertos.
"Despertad" es por eso la exigencia de la hora. Despegaos del
querido sueño hipnótico profundo en el cual no se hace otra cosa
que obedecer sugestiones, como máquinas. Ser hombres es un pro-
yecto que cada uno todavía tiene que realizar. Por eso es necesario
abandonar la caverna platónica de las sombras y arriesgarse a
mirar la realidad que encandila. Su visión es desacostumbrada y
extraña y sin embargo, es la realidad con la cual siempre sueñan
secretamente todos los hombres. El hombre hipnotizado no es un
hombre libre, es una marioneta atada a hilos invisibles, él no nos
muestra otra cosa que nuestra propia pobre realidad, es un espejo
del hombre que aún no se ha vuelto consciente. Es esa función de
espejo que le da el único verdadero significado a la hipnosis.
El camino esotérico quiere sacar al hombre de la somnolencia
colectiva y llevarlo a la conciencia despierta de la verdadera condi-
ción humana. El esoterismo sacude hasta despertarlos a aquellos
que ya no duermen tan profundamente y están listos para abrir
sus ojos: ¿cómo podría entonces el esoterismo servirse de la
hipnosis? ¿Cómo justificar sugerir a los hombres más sueño
todavía? El que quiere recorrer el camino esotérico, no necesita
creer nada, no necesita buscar nada, lo único que tiene que hacer
es tan sólo despertar y aprender a ver, porque la realidad está en
todas partes.
3. LA POLARIDAD DE
LA REALIDAD

Todo es doble, todo tiene dos polos,


todo tiene su par de contraposiciones,
igual y desigual son lo mismo;
las contraposiciones son idénticas en la naturaleza,
sólo distintos en grado;
los extremos se tocan;
todas las verdades son sólo medias verdades;
todas las contradicciones pueden ser puestas en consonancia entre sí.

"KYBALION"
La ley de la polaridad es la base de la filosofía hermética.
Muchos errores humanos se podrían evitar con una mejor
comprensión de la ley de la polaridad. El camino del hombre
pasa por el análisis de la polaridad. La meta del camino es la
superación de la polaridad.
"¿Qué es esto: a la mañana camina en cuatro patas, al
mediodía en dos y a la noche en tres?" Este era el enigma de
la esfinge. Al que no podía resolverlo, le esperaba la muerte
y la aniquilación. Edipo sabía la respuesta. Es el hombre. En
la infancia gatea en cuatro patas, en el mediodía de la vida
camina en dos piernas y en la vejez su bastón se convierte en la
tercera.
Pero esto no es más que la explicación exotérica de la
pregunta. Tampoco sería ni por asomo adecuado castigar con
la muerte no contestar a una pregunta burlona. Lo que sucede es
que aquí se pregunta por las estaciones principales del camino
del hombre, que al no ser superadas son literalmente mortales.
El número cuatro es desde los tiempos antiguos un símbolo de
la materia, que representa la cruz del hombre. A través de la
interacción con lo tangible y lo material, que constituye el
comienzo de la evolución (la mañana), el hombre debe aprender
a comprender la polaridad que está simbolizada por el número
dos. Pero ahora la "re-solución" (Erloesung) de la polaridad en
un tercero lo lleva al anochecer de la perfección. Sólo quien
resuelve este problema, logra la vida eterna.
La ley de la polaridad parece inicialmente demasiado simple,
demasiado obvia, parecería no valer la pena ocuparse más
detalladamente de ella. Todo lo que el hombre encuentra en el
mundo de las formas fenoménicas y todo lo que el hombre puede
imaginar, se le presenta siempre en dos polos. Al ser humano le
resulta imposible imaginarse una unidad fuera de la
polaridad. Hablando en simbología numérica esto significa
que el número uno no es imaginable sin la creación del número
dos, el uno presupone el dos.
Esto es más fácil de seguir en el nivel de la geometría. El
símbolo geométrico del uno es el punto. Un punto no tiene
extensión espacial ni superficial, de lo contrario sería una
esfera o una placa. El punto no tiene dimensión. Pero un
punto así, el hombre no puede ni imaginarlo, pues toda
representación de un punto tiene siempre una extensión, por
más pequeña que sea. Por lo que esta unidad es incomprensible
para el hombre.
Su conciencia está sujeta a la ley de la polaridad, está
subordinada al número dos. Por eso tenemos: más o menos,
hombre y mujer, eléctrico y magnético, ácido y alcalino, modo
mayor y modo menor, bien y mal, luz y oscuridad. La serie se
podría extender al infinito, porque frente a cada concepto
surge un polo opuesto. Nosotros llamamos contraposiciones a
tales pares de conceptos y estamos acostumbrados a preguntar
en cada caso concreto si existe "el uno o el otro". Tratamos
constantemente de ordenar todos los fenómenos en pares de
conceptos. Las cosas son grandes o pequeñas, claras u oscuras,
buenas o malas. Pensamos que estos polos contrapuestos se
excluyen mutuamente: aquí reside nuestro error de
pensamiento.
La realidad se compone de unidades, pero a la conciencia
humana se le presentan únicamente de manera polar. No
podemos percibir la unidad como tal, pero esto no nos permite
deducir que no existe. La percepción de la polaridad requiere
forzosamente la existencia de una unidad. Siempre el dos puede
sólo ser consecuencia del uno. Siempre vemos a la unidad bajo
dos aspectos que nos parecen contrapuestos. Pero las
contraposiciones forman justamente una unidad y dependen una
de otra para su existencia.

La vida es ritmo

La experiencia básica de la polaridad es la respiración. En ella


podemos estudiar las leyes de la polaridad, se pueden transferir a
la totalidad del universo. Porque así como es arriba, así es abajo.
Cuando inspiramos, sigue con certeza absoluta, y sin mayor
esfuerzo, el polo opuesto, la expiración. A esta corriente de
expiración sigue con la misma seguridad otra vez la corriente de
inhalación. El cambio constante de los dos polos da el ritmo.
El ritmo es el patrón básico de toda vida. Al destruir el ritmo se
destruye la vida. El ritmo siempre se compone de dos polos, es un
"tanto como uno, también el otro", nunca es uno o el otro. El que se
niega a exhalar, tampoco podrá inhalar y viceversa. Pues un polo
se nutre de la existencia del otro. Si elimino un polo, también
desaparece el otro. Un polo exige el otro. Esto parece lógico para
todos cuando se trata de la respiración, pero se desprecia en casi
todos los otros dominios.
Mientras el hombre, en su actitud y su orientación, se declara en
"pro de algo" y en "contra de algo" destruye unidades. El hombre
está en pro de la salud y en contra de la enfermedad. No quiere
comprender que salud y enfermedad se condicionen mutuamente
como la polaridad y se nutren la una de la otra. La salud recibe su
existencia a través de la enfermedad. La salud sólo puede surgir a
partir de la enfermedad. Por eso toda medicina preventiva no es
más que una ilusión.
Quien haya comprendido la ley de la polaridad, sabe que toda
meta se alcanza solamente a través de su polo opuesto y no por el
camino directo, como lo trata de hacer la mayoría de la gente, sin
éxito. Quien quiere tirar una piedra lo más lejos posible, no se ade-
lanta lo más posible al tirar, sino que se estira lo más posible hacia
atrás, en la dirección opuesta. El jardinero no abona sus rosas en el
jardín con perfumes aromáticos, para tener rosas muy perfumadas
el año próximo, sino que les pone, más bien, un abono mal oliente,
—a pesar de ello de ahí crecen las flores perfumadas. Así enseña el
Libro Tibetano de los Muertos: "El que no haya aprendido a morir
no puede aprender a vivir." Así nos enseña Cristo, que sólo a través
de la muerte llegaremos a la vida. Así nos enseñan también todos
los sistemas de sabiduría; que solamente se llega a la libertad a
través de la subordinación a la ley. Pero el hombre no quiere
comprender esta ley. En todos los campos se busca el camino
directo, casi sin poder aprender en base a los fracasos.

Cada actitud en pro o en contra de algo es una fijación. La vida


es ritmo y en consecuencia es movimiento. "Todo fluye", decía
Heráclito. Pero la fijación impide el movimiento y así es un enemi-
go de la vida. Con cada opinión o idea fija que alguien tenga
en cualquier campo, impide la evolución. Si nos analizásemos con
honestidad, comprobaríamos que estamos constituidos casi
exclusivamente por este tipo de fijaciones. Nada parece
costarle tanto al hombre como cambiar su opinión.
Hay una antigua técnica en la enseñanza esotérica que
consiste en la inversión consecuente de la polaridad de todas las
ideas y opiniones. Esa técnica la he descrito detalladamente en mi
libro "La reencarnación". Consiste en representar de manera
consecuente el polo opuesto a toda opinión que se haya tenido
hasta el momento, y eso durante el tiempo necesario hasta que los
dos polos tengan el mismo peso. En ese momento uno se
desprende automáticamente de la polaridad y empieza a
comprenderla en su totalidad desde un tercer punto más
elevado.
Toda aseveración humana puede expresar, siempre, sólo
un aspecto de la verdad. Para describir toda la verdad se
necesita siempre el polo opuesto. Por eso toda declaración
sobre la realidad es una paradoja. No puede haber aseveración
inequívoca sobre la realidad en el lenguaje del hombre. Si a
una formulación le falta la paradoja, es de todos modos
incompleta y no comprende más que un aspecto parcial. Esto
es lo que resultó catastrófico para los esfuerzos de la ciencia
tendentes a formular afirmaciones inequívocas y sin
contradicciones. Fueron prematuras las sonrisas burlonas
respecto a las formulaciones contradictorias de las antiguas
enseñanzas de la sabiduría, como por ejemplo las del Tao Te
King o de los alquimistas.

En la ciencia, el punto de conversión lo trajo la investigación


de la luz. Había dos opiniones opuestas sobre la naturaleza de
los rayos de luz. Una formulaba la teoría ondulatoria y la
otra la corpuscular, las dos teorías parecen excluirse
mutuamente. Cuando la luz consiste en ondas, no está
compuesta por corpúsculos y si lo está de corpúsculos no se
trata de ondas. O uno o el otro. Mientras tanto se sabe que
"uno u otro" era un planteamiento equivocado de la cuestión.
La luz es tanto onda como corpúsculo. Esta simultaneidad de
dos naturalezas que nos parecen opuestas es inimaginable para
el hombre, sin embargo verdadera. Así la naturaleza ondu-
latoria o corpuscular de la luz sólo se puede verificar en distintos
dispositivos de experimentación; pues, el hombre solamente puede
percibir la polaridad de manera sucesiva en el tiempo y no
simultáneamente. Siempre deberíamos recordar la naturaleza
doble de la luz cuando estamos tratando problemas filosóficos.
En todos los tiempos se discute apasionadamente la
cuestión de si el hombre es libre o si está determinado. Y uno
se da cuenta de que la cuestión está mal planteada.
Solamente cuando se transforma el planteamiento de "uno u
otro" por el conocimiento de que el hombre es tanto
totalmente determinado como totalmente libre, es posible
acercarse a la verdad. De la ley de la polaridad se infiere que
todo lo que existe tiene derecho a existir.
Dentro de un cosmos que funciona según leyes, nunca
podrá haber nada que "en realidad no debería existir". Sólo los
hombres han adaptado el hábito de dividir el mundo en cosas
que pueden ser y en otras que en realidad no deberían
existir. Empero, con semejante actitud uno se opone a la
realidad. Toda manifestación tiene carga de sentido, si no ni
siquiera se produciría. El que no quiere aceptar esto, tiene
que introducir nuevamente al concepto de la casualidad.
Cuando el hombre está en contra de algo, esto significa
generalmente que está "en favor" de lo contrario. Uno está a
favor de la paz y en contra de la guerra, a favor de la salud y
en contra de la enfermedad, a favor de la felicidad y en
contra de la desgracia, a favor del bien y contra el mal. Con
esto se pasa por alto que todos estos conceptos constituyen
pares y forman una unidad inseparable, que el hombre no
puede romper. Si me niego a exhalar tampoco podré inhalar.
Si le quito el polo negativo a la corriente eléctrica, también
desaparece el polo positivo. De la misma manera la paz es
condición de la guerra, el bien convoca el mal y el mal es el
abono del bien. Así es como dice Mefistófeles en el "Fausto" de
Goethe: "Yo soy una parte de aquella fuerza que siempre
quiere el mal y siempre crea el bien."
Estas consideraciones no pretenden legitimar de ninguna
manera un comportamiento arbitrario del hombre, sino que
quieren preservar al hombre de crear resistencias al considerar
las manifestaciones. Pero hay que distinguir con claridad entre
algo que ya se ha manifestado y algo que todavía no se ha tornado
realidad. Si se produce un asesinato, esto es, una parte de la
realidad que tiene su sentido y su razón de ser, si no no se
habría manifestado. No tiene sentido no aceptar el asesinato
ocurrido, si no nos queremos oponer al orden global. Pero de
ahí no resulta que este asesinato nos tiene que parecer bueno o
correcto o que nosotros mismos podríamos cometer uno.

Reconocer la realidad significa solamente reconocer el


derecho a la existencia de todas las cosas. Si nos oponemos a la
realidad, no cambiamos nada en cuanto a los hechos objetivos,
pero sí nos sentimos subjetivamente peor. Porque cada
presión en contra de la realidad produce otra presión
aparente en contra, que no podemos dejar de sentir. La mayor
parte del sufrimiento humano consiste en la resistencia auto-
ejercida contra las circunstancias manifestadas.
Todas las cosas carecen en sí de valoración y son neutras.
El criterio del hombre hace de ellas contraposiciones de la
alegría o del sufrimiento. Resulta así que la soledad no es ni
buena ni mala, ni agradable ni desagradable: para unos la
soledad es una tortura, para otros es la oportunidad bienvenida
para la contemplación y la meditación. Para uno, tener bienes
es la meta más alta de sus esfuerzos, para otro, los bienes son
un lastre molesto. Nunca son las circunstancias en sí las que tocan
nuestro ánimo, sino sólo nuestra disposición frente a ellas.

La reconciliación

Si el hombre aprende la primera regla importante de que:


"Todo lo que es, está bien, porque es", tendrá cada vez más
tranquilidad y paz. Sólo con esta tranquilidad aprenderá a
contemplar las cosas y ellas le revelarán su sentido. Uno se
desprende poco a poco de las ideas fijas, de tener que luchar
en pro o en contra de algo, sin que con esto se llegue a la
inactividad. El hombre que piensa que mediante su actividad
podrá cambiar el mundo, generalmente no se da cuenta, que
en realidad se ha transformado en esclavo de las
circunstancias que lo están cambiando a él. La verdadera
actividad nace de la tranquilidad. Es una señal de madurez,
cuando el hombre puede dejar que algo suceda sin querer
intervenir de inmediato. Aquí empiezan a rebelarse nuevamente
la mayor parte de las personas. Creen perder su viveza
("cleverness"), transformarse en pelota de juego de los otros,
hundirse sin esperanza. No quieren renunciar a las queridas
luchas, quieren defenderse; uno quiere seguir demostrándoles
a los otros que es "alguien", quiere ejercer el poder. Tampoco
Pedro pudo dejar de desenvainar la espada durante la captura
en el jardín de Gethsemaní y con esto no hizo otra cosa que
demostrar que todavía no había comprendido completamente
las enseñanzas de su Maestro. Quien no está dispuesto a vivir en
armonía con los hechos de la realidad encontrará cerrada la
puerta al sendero esotérico.
La mayoría de la gente lleva consigo una carga pesada
proveniente de su pasado, consistente en sucesos y personas
con las que estaban en conflicto hace muchos años y lo están
todavía. Para desmontar este lastre, recomiendo el ejercicio
siguiente: sentarse o acostarse relajadamente en un momento de
tranquilidad, cerrar los ojos y dejar aparecer ante el ojo
interno las situaciones pasadas de las que se opina que hubiera
sido mejor no tener que haberlas vivido. Estas situaciones
negativas del destino se miran junto con las personas de las
que se cree haber sufrido injusticias y de las que se piensa que
hubiera sido mejor no haberlas encontrado nunca. Mientras se
vuelve a considerar interiormente un acontecimiento de este
tipo y las personas involucradas en él, tómese conciencia de
que todo esto ha sido un escalón dispuesto por una ley en el
camino totalmente personal del destino, y que uno no estaría
donde está sin ese suceso. Trátese de comprender la carga
de sentido de lo acontecido para llegar a sentirse lentamente
agradecido porque todo haya sido tal como fue.
Sólo cuando se puede sonreír al acontecimiento y a las
personas involucradas desde adentro y agradecerles que se
prestaron para ayudarnos a realizar nuestro destino, entonces
puede pasarse a otro acontecimiento siguiendo el mismo
procedimiento. Déjense surgir los acontecimientos, no se han
de buscar con el intelecto. También se debe aceptar todo
acontecimiento que surja al pensar: "acontecimientos con los
cuales me encuentro en pie de guerra", sin reprimir nada,
porque se crea "con esto ya estoy reconciliado desde hace
mucho".
Este ejercicio, al principio muy difícil para algunos, se ha de
repetir una y otra vez hasta que se llega a tener la
experiencia de sentirse más liviano y que desaparece una
presión interna. Porque cuando uno hace mucha fuerza contra
una pared, se siente como ésta ejerce a su vez la misma
presión contra uno. Al aumentar la presión propia, la pared
también presiona con más fuerza. La solución está en quitar
las manos de la pared, entonces la presión de la pared
desaparecerá por sí sola. La comparación puede parecer tri-
vial, pero sin embargo la mayoría de la gente se apoya
contra alguna pared, presionando con todas sus fuerzas y al
mismo tiempo se lamentan en voz alta de la presión de la pared.
Teóricamente es simple abandonar las resistencias propias,
pero es increíblemente difícil para el hombre, porque todo el
mundo está profundamente convencido de que para
mantenerse, tiene que seguir ejerciendo presión contra esa
pared, porque "la pared ejerce presión contra ellos" y que al
disminuir la presión propia, la pared infaliblemente se les
caería encima. Pero aquí está el engaño. Compruebe por sí
mismo el ejemplo con la pared, para comprender el problema
en forma completa. En efecto, se tiene la impresión de que la
pared presiona contra uno, razón por la que uno se ve obligado
a aumentar la presión propia. Para ver a través del engaño, hay
que tener el coraje de soltar. Quien reconoce el derecho de
existencia a la pared, no necesita hacer presión en contra de ella y
tampoco será molestado por la misma.

La proyección de la culpa

Este problema tiene una trascendencia inabarcable. La humani-


dad ha adquirido la costumbre de buscar disculpas en el mundo
exterior para todo lo que no debería ser. La escala de los
culpables abarca desde los miembros de la familia hasta el
gobierno, desde las circunstancias de la época hasta la sociedad
misma y es a esos culpables a quienes el individuo quiere cargar
la responsabilidad de su propio destino. Esta proyección de la
culpa se ha sublimado hasta hacerse una ciencia que, bajo el
título de psicología y sociología, sanciona este error colectivo.
Todos hablan de cómo los factores del mundo exterior
influencian y marcan al hombre. El psicoanálisis y el "grito
primordial" buscan las causas de una perturbación neurótica
en la infancia, en la educación y en situaciones traumáticas
entre padres e hijos. Ya falta poco para que se acepten
oficialmente en la psicoterapia los métodos de regresión y
entonces se creerá encontrar de repente las causas en las
vivencias prenatales.
Por diferentes que sean los muchos métodos y teorías de
tratamiento, todos tienen algo en común: siempre se buscan
las causas de una situación o de una perturbación en el
mundo exterior. Si uno hace que un individuo nos informe
sobre su destino, indicará para cada situación y
simultáneamente, cuales son las circunstancias y las personas
culpables de la misma.
Será muy difícil eliminar el cuento de hadas de la influencia del
mundo exterior en esta era de abundancia de sociólogos. Por-
que toda teoría que permite la proyección de las culpas
contará siempre con toda seguridad con una mayoría
absoluta. Lo que ofrece el esoterismo en cuanto a este
problema, es mucho menos gustoso y práctico, pero como
contraprestación le muestra al individuo cómo puede cambiar
realmente su destino, le muestra un camino para salir de la
enfermedad, cumpliendo así lo que todos los demás solamente
pueden prometer.
No hay influencias exteriores que forman al individuo, no es la
educación la que forma al hombre ulterior, no hay culpables
del destino del individuo. No hay bacterias ni virus que produzcan
enfermedades. Todos los que creen tener pruebas exactas de
lo que acabo de negar, se equivocan en un punto: todo lo que
se considera como pruebas, se apoya en realidad sobre
observaciones de relaciones, que son sólo correlaciones. Estas
dicen por ejemplo que al parecer en cierta enfermedad
infecciosa, siempre se encuentra presente cierto virus, o que en
la vida de un delicuente juvenil las relaciones familiares presentan
ciertas características, que tras una cierta perturbación neurótica
siempre se hallan problemas con la madre. Estas correlaciones
todavía son ciertas porque anuncian solamente que cada vez
que se manifiesta una cosa, también se manifiesta la otra.
Aquí surge el paso siguiente tan favorito de la ciencia que
nada tiene de "científico": la interpretación de todo esto como
causalidad. De la observación "siempre cuando-entonces
también" se pasa furtivamente a un "a causa de esto-también lo
otro". Pero es justamente esta transformación de los
resultados la que ya no es correcta. No se niega que en cierta
enfermedad se hallen al mismo tiempo ciertos virus, pero la fe
resultante de ello, de que estos virus sean la causa de la
enfermedad, hará reír a las generaciones venideras tan
cordialmente como nosotros nos reímos de la teoría de que la
tierra es un disco. Así que no es tan fácil negar nuestra
afirmación de que no existe ninguna influencia del mundo exterior.

La ley de resonancia

Todos conocemos a partir de la física el concepto de la


resonancia (en latín: resonare-resonar). Un diapasón entra en
resonancia solamente con un tono que corresponde a su propia
frecuencia.
Si éste no es el caso, el tono ni existe para el diapasón,
porque no lo puede percibir. Un receptor de radio sintonizado
en onda media, sólo captará onda media en base a su
resonancia. No puede reconocer las ondas, corta y larga, por
eso no forman parte de su "visión del mundo". De la misma
manera el hombre necesita dentro de sí una correspondencia
para cada percepción. Esa correspondencia debe poder "vibrar"
a la par, y entonces a través de ésta resonancia se le torna
posible la percepción. Goethe lo formula así en la frase: "Si el
ojo no fuera de naturaleza solar, nunca podría ver el sol, si no
tuviéramos dentro de nosotros la propia fuerza de Dios, ¿cómo
podría encantarnos lo Divino?"
Esta formulación de Goethe abandona ya el nivel
puramente físico de la capacidad de resonancia, transfiriendo
la ley de la resonancia en forma de analogía, sobre el campo que
aquí nos interesa. Cada persona puede percibir solamente
aquellos dominios de la realidad, para los que posee una
capacidad de resonancia. Esto no solamente es válido para la
percepción meramente sensorial, sino para la comprensión
total de la realidad. Como todo lo que se encuentra fuera de
la propia capacidad de resonancia no puede ser percibido,
tampoco existe para la persona en cuestión. Por esto, cada
persona cree conocer la totalidad de la realidad y que no existe
nada más fuera de ésta. Cuando alguien lee un libro, cree que lo
comprende completamente, por más que de lo leído sólo
pueda absorber aquello que se encuentra al unísono con su
actual nivel de conciencia. La mejor manera de comprender
que esto es así es volver a leer ciertos libros después de algunos
años. La conciencia se ha ampliado en estos años, razón por la
cual ahora se comprende el libro "aún mejor".
Todas las relaciones descritas le son más o menos familiares y
comprensibles a cualquiera y por esto solamente han de servir para
aclarar el principio que ahora queremos aplicar también al
destino en general. Solamente es posible encontrarse con
aquellas ideas, personas y situaciones para las que poseemos
una resonancia propia, o como lo llamaremos de ahora en
adelante: una afinidad. Sin la afinidad correspondiente nunca
se puede producir una manifestación. Si alguien llega a
encontrarse envuelto en una pelea o una riña, no es nunca
debido a una casualidad, sino que se produce solamente por
razones de afinidad con una vivencia de este tipo. La culpa por
las eventuales consecuencias de dicha pelea también la carga aquel
que supone haber sido involucrado en ella de manera totalmente
inocente. Pero sin la afinidad correspondiente le hubiera sido
imposible verse involucrado. Si alguien es atropellado en la
calle por un automóvil, ni la culpa puramente funcional y legal del
otro cambia en algo el hecho de que el accidentado estaba maduro
para esa vivencia, si no, este acontecimiento no se hubiera podido
manifestar, en su campo de experiencia.

El medio ambiente como un espejo

Yo se que esta manera de ver las cosas es muy desacostumbrada


al principio, pero no se debería tomar la familiaridad de una
afirmación como criterio incondicional de que es verdadera. El así
llamado medio ambiente es en realidad un espejo en el cual toda
persona se ve solamente a sí misma. Nunca puede ver otra cosa
que a sí misma porque de la verdadera realidad total, objetiva,
igual para todos los hombres, filtra solamente aquello por lo cual
tiene una afinidad. El que no es consciente de éste hecho, cae
obligatoriamente en formas de comportamiento equivocadas.
Cuando por la mañana me miro al espejo y veo una cara
poco amable, puedo increparla enérgicamente por su poca
amabilidad. Pero la cara en el espejo no se deja impresionar
en absoluto por esto, sino que al mismo tiempo me inculpa
con igual energía. De esta manera es muy fácil realizar una
escalada mutua hasta que le pego a esta cara encarnizada y
destrozo el espejo. Pero nadie jugaría este juego con el espejo
del baño, porque tenemos conciencia de su función de espejo.
Sin embargo, la mayoría de las personas celebran
empecinadamente este juego en su vida diaria. Luchan
contra sus enemigos en su medio ambiente, contra los malos
vecinos y parientes, contra la injusticia de sus jefes, contra la
sociedad y muchas cosas más.
En realidad todos están luchando contra sí mismos, por
esto es que en todas partes tenemos solamente perdedores y
ningún ganador porque ¿contra quién se podría ganar en una
esgrima frente al espejo? Naturalmente la ley de resonancia y
del reflejo en el espejo es válida tanto en lo positivo como en lo
negativo.
Si citamos en nuestras consideraciones casi
exclusivamente ejemplos negativos, es porque el sufrimiento
del hombre nace de ahí. La mayoría, no obstante, se las arregla
bastante bien con las partes positivas de su destino. Si el ser
humano toma conciencia de la función de espejo de su medio
ambiente, surge de allí una fuente insospechada de
información. Por más que en el espejo sólo puede verse siempre
a sí mismo, empero usamos un espejo porque nos puede
mostrar partes de nosotros, que nos resultaría imposible co-
nocer sin este recurso.
Así es como la observación del propio medio ambiente y de los
acontecimientos con los que nos vemos confrontados, resulta
ser uno de los mejores métodos para el auto-conocimiento,
porque todo lo que nos molesta en el mundo circundante,
demuestra solamente que uno mismo no está reconciliado
todavía con el principio análogo dentro de sí. No le gusta al
hombre admitir esto. Pero el hecho de que alguien se moleste
por la avaricia de otro, muestra con toda seguridad que él
mismo es avaro, de otro modo esto no le podría molestar. Si él
mismo es generoso, ¿qué le importa la avaricia de los otros? El
la podría tomar como un hecho, sin alterarse por ello y sin
sentirse molesto.
Considerando sobriamente las cosas, todas ellas son como
son. El cesped es justamente verde, naturalmente se podría
pensar que fuese rojo, pero es verde, y esto ya tendrá su
sentido. Nadie se molesta por el color verde del cesped, porque
no toca ninguna problemática dentro del hombre. El hecho de
que haya guerra en el mundo es un hecho, tanto como el color
verde del cesped. Pero ahí ya se excitan los ánimos y así se
empieza a luchar por la paz. Se "lucha" por todo: por la paz, la
justicia, la salud, el sentido de humanidad.
Pero sería mucho más sencillo y exitoso crear la paz dentro
de uno mismo. Aquí tenemos otra vez una de las claves más
poderosas para el que sabe usarla. Toda persona es capaz de
cambiar y transformar el mundo entero de acuerdo a su
representación, sin lucha alguna y sin poder exterior. Basta
que el hombre se cambie a sí mismo y he aquí que el mundo
entero cambia con él. Si en el espejo veo la cara poco amable, lo
único que tengo que hacer es sonreír, y con toda seguridad me
sonreirá. Todos quieren cambiar el mundo, pero ninguno usa
los únicos medios que llevan al éxito. Quien cambia su
afinidad, recibe un programa nuevo, ve un mundo distinto.
Cada hombre vive en su "mundo". Hay tantos de estos
mundos como personas. Todos estos mundos no son más que
segmentos, aspectos del mundo verdadero que se subordina a leyes
férreas y no se deja impresionar por las llamadas de los
hombres para que cambie. El mundo exterior es la fuente más
segura de información sobre la situación propia, en la que uno
justamente se encuentra. Cuando el hombre aprende a
preguntar sobre el verdadero sentido de todo lo que le pasa, se
conocerá cada vez mejor, no solamente a sí mismo y a sus
problemas, sino que también descubrirá las posibilidades de
cambio.
En todo lo que le sucede al hombre, debería preguntarse de
inmediato: "por qué me está pasando precisamente a mí, en
este momento, justamente esto?" Hasta acostumbrarse a plantear
estas preguntas, también puede resultar difícil encontrar las
respuestas. Empero, también aquí el ejercicio hace maestro
y bastante pronto se aprende a reconocer la carga de sentido
de los acontecimientos y a ponerlos en relación consigo mismo.
Hay un concepto en psicopatología que se llama "locura
relacional sensitiva" que describe la particularidad de los
enfermos, generalmente de esquizofrenia, de relacionar de
manera psicótica, todo lo que acontece en el mundo con la
propia persona. Pero hay un polo positivo para este polo
enfermizo de la "locura relacional sensitiva", al que llamaremos
"pensar relacional sensitivo". Todo lo que pasa, tiene un
significado para aquél que lo vive.
Cuanto más consciente se vuelve el hombre, tanto más
aprende a catalogar las cosas, a preguntar por su información
inherente. Por eso la exigencia máxima sigue siendo la de
andar en armonía con todo lo que existe. Cuando esto no se
logra, hay que buscar la razón dentro de uno mismo. El
hombre es el microcosmos y por eso es la fiel imagen del
macrocosmos. Todo lo que percibo fuera, lo encuentro también
dentro de mí.
Si dentro de mí estoy en armonía con los distintos dominios
de la realidad, no me pueden molestar sus representantes en el
mundo externo. Si sucede algo desagradable para mí, esto no es
más que una invitación a dirigir mi atención a la zona
correspondiente en mi interior.
Toda la gente mala y los acontecimientos desagradables, en
realidad no son más que mensajeros, son medios para hacer visible
lo invisible. Quien comprende esto y está preparado para cargar la
responsabilidad de su destino, pierde todo miedo ante la casualidad
amenazante.
La ocupación preponderante en nuestro tiempo es prevenirse y
asegurarse contra las eventualidades del destino. Los sistemas
para asegurarse van desde los seguros hasta el socialismo y no
tienen más que una meta: impedir o cambiar por medio de medidas
externas las intervenciones del destino. Detrás de todos estos
esfuerzos está el miedo. Pero sólo cuando el hombre está preparado
a encarar el destino, asumiendo toda su responsabilidad,
solamente entonces pierde el miedo. No se puede ser asesinado por
casualidad, no se puede llegar a ser rico por casualidad. Las dos
cosas solamente se pueden manifestar cuando se está maduro para
ello y cuando se posee la afinidad correspondiente. Los seres
humanos se esfuerzan por obtener riquezas y olvidan tornarse
maduros para la riqueza. Los interesados en el esoterismo buscan
en el mundo entero a su verdadero guru y al mejor sistema, y
olvidan que el guru viene sólo hacia aquel que está maduro para
ello.
Es suficiente necesitar algo realmente, y uno lo obtendrá. En
cosas menores muchos ya habrán observado a menudo como fun-
ciona esta ley. En algún momento de la vida uno se ve confrontado
de repente con algún tema, de cuya existencia hasta el momento no
se había percatado o ni siquiera lo sospechaba. Así es posible, por
ejemplo, conocer a un especialista en "la vida amorosa de las
hormigas". Mientras uno todavía se sorprende que pueda haber
una persona interesada en un tema tan estrafalario se recibe por
otro lado "casualmente" un libro de regalo justamente sobre ese
tema. Se lee también en una revista algo sobre ese tema y en una
próxima visita se verifica que una persona bastante allegada desde
hace años también se ocupa de ese tema, pero nunca lo había co-
mentado antes.
Detrás de esta cadena de "casualidades" que la mayoría ya ha
vivido en una forma u otra, no hay otra cosa que la ley de afinidad
o de resonancia. De esta manera se recibe con seguridad todo libro,
toda información, todo contacto que se necesita, si realmente se lo
necesita y se está maduro para ese encuentro. Sin esa madurez
necesaria, de nada sirve toda búsqueda y esfuerzo en el mundo ex-
terior.
El que se cambie a sí mismo, cambia el mundo. No hay nada que
mejorar en este mundo, pero sí hay mucho que mejorar en sí
mismo. El camino esotérico es un camino de cambio constante, de
la transmutación del plomo en oro. El sabio está en armonía con
todos los dominios del Ser y por eso vive en el mejor de todos los
mundos posibles. El ve la realidad y reconoce que todo lo que
es, está bien. El ya no busca la felicidad, la ha encontrado,
dentro de sí mismo.
4. LA ASTROLOGIA
Un sistema de representación
representación de la realidad

Así como en el día, en que al mundo vienes,


El sol saluda a los planetas,
De inmediato y de más en más tú creces,
Según la ley, por la que te presentas.
Así debe ser, huir de ti no puedes,
Así ya lo dijeron sibilas y profetas.
Y ningún tiempo ni poder fracciona
La forma acuñada, que viviente evoluciona.

Orphische Urwote (Voces Orficas primordiales)


J. W. von GOETHE
Si ahora hemos de considerar más de cerca la astrología,
esto es por varias razones:
1. La astrología es la disciplina esotérica más conocida por el
público. Las discusiones entre partidarios y adversarios de
la astrología siempre se vuelven a encender con renovada
pasión.
2. La mayoría de las ideas del profano sobre astrología son
totalmente falsas, cosa que dificulta que tanto partidarios
como adversarios la comprendan.
3. Siguiendo al espíritu de la época hay cada vez más
astrólogos que tratan de separar la astrología de su
origen esotérico y adaptarla, paso a paso, al estilo de
razonar funcional científico. Se esperaba que con tal
proceder fuera reconocida por la ciencia oficial. A causa de
este proceso se ha degradado la astrología original a una
pura técnica.
4. La astrología originaria es típicamente una disciplina
esotérica en su estructura interna y su manera de pensar.
Es por eso que la estamos tratando como representante de
todas las otras técricas mánticas. Basándose en la fisolosofía
que fundamenta la astrología, nos proponemos desarrollar a
continuación consideraciones ulteriores sobre el tema destino y
enfermedad.
Antes de hacer algunas reflexiones abstractas para una mejor
comprensión de nuestro tema, pediré al lector que resuelva los dos
problemas siguientes: Busque lo que tengan en común en cada
caso (su idea genérica) los siguientes conceptos:
a) perro, estornino, hormiga, cocodrilo, oso, elefante,
trucha. solución: ............
b) plomo, macho cabrío, dientes, hiedra, celda de convento,
color negro, minero.
solución:
Con seguridad, la solución del problema a) no representa
ninguna dificultad. Porque el concepto genérico "animal" es
inmediatamente reconocible para cualquiera. Pero mucho más
difícil resultará la solución del problema b) porque los
conceptos citados no parecen nada homogéneos. El sentido y la
explicación de estos dos planteamientos se explicarán en lo que
sigue, paso a paso.
Cuando el hombre se enfrenta con la diversidad de las formas
fenoménicas, siente la necesidad de ordenarlas. Todas las
filosofías y ciencias corresponden a ese fundamental deseo
humano. Pero desde siempre ha habido dos caminos
diferentes para ordenar esta variedad que al principio parece
inabarcable:
1. Creando conceptos genéricos para las distintas
individualidades con características comunes (por ej.:
plantas, animales, piedras). Así resulta una subdivisión
de la realidad en niveles (reino animal, vegetal, mineral,
etc.).
2. Se buscan unidades de las cuales se compone la variedad,
mediante distintas relaciones de mezcla. Tanto la teoría
de los elementos como también el modelo atómico de los
filósofos presocráticos se basan en este modelo de
pensamiento.
En cuanto a este modo de ordenar, el documento de
nuestra época que más impresiona es el sistema periódico de los
elementos. Un sistema tal permite reducir la diversidad de las
formas fenoménicas a algunas cualidades originarias. Las
diferentes composiciones y proporciones de mezcla dan la
realidad múltiple, cuya estructura se puede comprender mejor
así.

Los principios primordiales de la realidad

Este segundo modo de proceder, válido en el ejemplo del siste-


ma periódico sólo para el nivel de la materia, ahora lo
vamos a transferir al total de la realidad. Aquí partimos
nuevamente de la consideración de que la variedad se basa en un
número limitado de unidades. Pero como queremos abarcar
toda la realidad con nuestro sistema, tenemos que buscar
unidades que tengan vigencia en todos los niveles, ya sea el
reino animal, el vegetal, a nivel material o psíquico. En el primer
capítulo ya hemos hablado de que la materia siempre necesita
información para ser configurada. De ahí resulta que la idea es
siempre lo más original y más real.
Desgraciadamente en nuestra época materialista se ha
impuesto la opinión contraria. Así, se piensa que primero hay
una piedra y que entonces el hombre, al contemplarla,
desarrolló la palabra y la idea de la piedra, pero en realidad
pasa exactamente lo opuesto. Sin la idea de la piedra nunca
se puede manifestar una piedra concreta. La idea y el idioma
siempre están presentes mucho antes que sus representaciones
materiales. ("En el principio era el Verbo...")
Si un pintor quiere pintar un cuadro, lo primero que
necesita es una idea, sólo entonces puede transferir esta idea
al plano material. No es el cuadro el que crea la idea, sino que
es ésta la que se condensa en un cuadro. Si entonces
queremos proyectar un "sistema periódico de la realidad",
nuestras unidades hipotéticas tendrían que ser ideas
arquetípicas.
Deben existir tales imágenes arquetípicas como elementos pri-
mordiales de la realidad, pero al hombre le resulta muy
difícil el acceso al mundo de las ideas puras, por eso, por el
momento, formulamos unidades hipotéticas y las caracterizamos
con símbolos abstractos. Por ahora no tiene importancia cuáles
son esos símbolos. Sería posible, y de acuerdo con nuestra
época, que fueran X, Y, Z, etc. Así tenemos a X como una
determinada idea arquetípica en el campo del mundo de las
ideas. Pero como este mundo de las ideas es la imagen
primordial de nuestra realidad visible y perceptible, ésta debe
encontrarse también en el mundo manifestado.
Con más precisión, esto quiere decir, que debe hallarse en
cada nivel de la realidad un cierto representante de la idea
arquetípica X. Así encontraremos tanto en el reino animal,
como en el vegetal o el mineral, así como también en el nivel
del hombre, algo concreto que represente la idea arquetípica X
en este nivel de la realidad. Si X no se puede descubrir en cada
uno de estos niveles, entonces no merecería el título de "ideas
Lo que sí debería estar claro es que un principio arquetípico
atraviesa verticalmente todos los niveles del mundo de las formas.
El número de niveles no tiene límites, los niveles mostrados son un
pequeñísimo segmento y se pueden extender a todos los niveles que
se prefiera (por ejemplo: tipos de verdura, acciones de cervecerías,
instrumentos musicales, estilos de construcción, etc.). Algunos
habrán descubierto bajo X los conceptos de la pregunta inicial
b) (pág. 60). Aquí se puede llegar a entender, en qué se
diferencian las preguntas a) y b).
La pregunta a) contiene distintos conceptos de un solo nivel,
a saber del reino animal. Todos hemos sido educados para
reconocer esto. Pero la pregunta b) contrariamente, contiene
conceptos de una serie vertical de principios, cuyo concepto
genérico reside en un principio arquetípico hasta ahora no
definido, al que, por ahora llamaremos X. Al tratar de resolver
concretamente el problema b) debíamos darnos cuenta que no
estamos acostumbrados a pensar de manera vertical y por eso
no vemos ningún elemento en común, por más que así sea, como
ahora se irá aclarando poco a poco.
Es importante comprender que existe tanto una
distribución horizontal de la realidad en niveles, como
también un orden vertical de cadenas de principios. La
primera es usada casi exclusivamente por la ciencia, la
segunda la usa el esoterismo casi con la misma exclusividad.
Porque el axioma: "Como es arriba, así es abajo", lleva
obligatoriamente a una manera de pensar vertical. Así que el
sistema de pensar científico y el esotérico se diferencian ya
exteriormente en exactamente noventa grados. De ahí
resulta el bien conocido "discurrir el uno por al lado del
otro", característico del desencuentro de ambos enfoques, lo
que no debería sorprendernos.
La matriz dibujada nos deja sacar más conclusiones, por
ejemplo: si por cualquier razón cambiara un principio
arquetípico, se debería tornar visible ese cambio
simultáneamente en todos sus representantes y en todos los
niveles de la realidad. Así, de modo análogo, deberían tener
sus efectos toda interacción y mutua influencia de los
principios primordiales en todos los niveles del mundo
visible. Esta relación necesaria también debería hacer posible
sacar a la inversa conclusiones de la observación de los repre-
sentantes de cualquier nivel concreto, con respeto a las ideas
primordiales, que de otra manera no nos serían accesibles.
De modo más concreto, esto significa: cada principio
primordial tiene que tener un cierto animal que le corresponda en
ese reino. Si conozco esta correspondencia, puedo tomar un
animal de cada principio y reunirlos juntos en un zoológico.
Observado como se comportan estos animales entre sí, debería ser
posible sacar conclusiones, tanto respecto al nivel de los
principios primordiales, como también para todos los demás
niveles concretos, es decir, se extraen conclusiones por analogía
de la observación de un nivel hacia otro nivel.
Para proceder así es necesario conocer exactamente las corres-
pondencias verticales y también la capacidad de transportar
por analogía las observaciones concretas de un nivel a las
circunstancias de otro nivel. Así que, en pura teoría,
observando animales, podemos sacar conclusiones sobre las
plantas, los paralelismos sociales del hombre o el
comportamiento de las acciones de una cervecería. Pensar así
se llama sacar conclusiones por analogía y no tiene nada que
ver con la causalidad.
Para citar un ejemplo banal, esto significaría
aproximadamente lo siguiente: si yo sé por experiencia que los
domingos debo ir a la iglesia y que cada domingo hay asado de
cerdo para la comida, entonces puedo llegar a la conclusión de
que, si hoy tengo que ir a la iglesia, hoy también voy a comer
asado de cerdo al mediodía. Esta conclusión lleva a resultados
correctos si bien "ir a la iglesia" no tiene nada que ver con
"almuerzo", no existe ninguna relación causal entre los dos
hechos. Lo que hace que mi conclusión sea correcta reside en
un tercer punto en común, a saber, que estos dos hechos se
producen un día, domingo. Pero este tercer punto en común se
puede omitir completamente en el momento de sacar la
conclusión.
Volvamos a nuestra "matriz de la realidad". En principio
resulta totalmente indiferente cuál es el nivel que elijo como
base inicial para una observación y cuáles son los otros
niveles sobre los que proyecto las conclusiones por analogía.
Pero en la práctica, no todos los niveles se prestan igual de
bien. Así que no le aconsejaría a nadie usar el "zoológico de los
principios primordiales", mencionado como ejemplo, para uso
diario. Aunque más adelante veremos que en la historia se ha
hecho uso prácticamente de todos los niveles para estos fines.
Empero, en la búsqueda de un nivel de observación ideal se
presentó el firmamento como especialmente fecundo. El nivel del
firmamento no se mezcla con otros, y el comportamiento de los
astros, captable matemáticamente, hace posible una
interpolación para el pasado y el futuro, sin tener que estar
observando constantemente. Como el firmamento con sus
astros es un nivel de la realidad como cualquier otro, también en
él se debían encontrar los representantes de todos los principios
primordiales.
Por eso es que se dio a los diferentes cuerpos celestes los
nombres de los distintos principios que representan en cada
caso en el cielo.
Finalmente debemos encarar los nombres de estos principios
primordiales porque en la historia de la humanidad no se los
designó con X, Y, Z, como lo hemos hecho nosotros por el
momento. Lo que se ha hecho es tomar otros signos como símbolos
que no se eligieron al azar, sino que ya eran jeroglíficos
discernibles de los principios.
Nos acordamos del axioma mencionado inicialmente, de
que todo lo que origina la naturaleza se compone de la trinidad
cuerpo, alma y espíritu.
El espíritu se designaba en los tiempos antiguos con el
símbolo del círculo, que debía simbolizar la unidad y la
perfección del principio espiritual. Para el alma el semicírculo, o
bien una copa, representaban la predisposición, la receptividad
y la impresionabilidad del principio del alma. Finalmente el
cuerpo se expresa por el símbolo de la cruz, que representa la
esencia de la materia, de manera análoga el número 4. Con
estos tres símbolos básicos O U + se formaron por distintas
composiciones los símbolos de los diferentes principios
primordiales. Determinadas consideraciones condujeron a los
sabios de la antigüedad a adoptar 7 principios primordiales. No
es el momento de tratar aquí la justificación del número 7.
Solamente quiero recordar que también el arco iris tiene 7
colores, la semana 7 días, el Padre Nuestro 7 súplicas, etc.
Así en la antigüedad se conocían 7 cuerpos celestes.
Ciertamente en los tiempos modernos se han agregado 3
planetas más, hasta llegar a 10, cosa que en sí no anula el clásico
número 7.
Así se declaró al Sol representante del principio espiritual ¢
recibió como símbolo un círculo con un centro. La luna
representa lo anímico y lo receptivo ¡ . La cruz como símbolo
de la materia ( + ) no se representa sola, porque la materia
pretaciones y errores sobre la astrología. Los adversarios de la
astrología niegan generalmente la posibilidad de una
influencia concreta de los astros sobre el hombre. Se ha
aclarado ahora que este reproche no es válido para la
astrología, pues ella misma no presume ninguna influencia de
los astros sobre el hombre.
Pero la confusión se produce porque todavía hay astrólogos que
creen ellos mismos en una influencia de este tipo. Algunos de
ellos hasta se consideran especialmente progresistas y
científicos y se refieren a resultados de investigación que
constatan correlaciones entre los cambios de posición de los
astros, erupciones de las manchas solares y los campos
electromagnéticos de una célula viviente. Nadie duda de esta
correlación, pero la misma no dice nada sobre un efecto de los
factores cósmicos sobre las células en la tierra. Esto confirma
solamente el fenómeno arriba descrito del comportamiento
análogo en los distintos niveles. Uno puede correlacionar todo,
pero esto no significa en absoluto demostrar efectos causales.
No hay que dejarse forzar a creer, a raíz de semejantes
resultados de investigación, que la astrología examina los
efectos de los cuerpos celestes sobre nuestra vida. Todos los
astrólogos sobre la fundación de un estado, la concertación de
contratos, la colocación de piedras fundamentales, etc. ¿Qué
tiene que ver con todo esto la cháchara sabihonda de la
influencia electromagnética sobre nuestras células? En la
mayoría de los horóscopos todo astrólogo calcula con posiciones
de los astros que en el momento de su interpretación ni siquiera
se encuentran en el firmamento (tránsitos, direcciones,
revoluciones solares, etc.). Resumiendo:
1. La astrología se ocupa de los principios primordiales arque-
típicos, que representan en el nivel de las ideas, las piedras
originales de construcción con las que se ha compuesto
la realidad en todas sus formas fenoménicas.
2. Estos principios primordiales atraviesan verticalmente
todos los niveles de las formas fenoménicas. Así es como
surgen cadenas de analogías, cuyos eslabones
individuales, si bien pertenecen a distintos niveles,
también representan todos un principio común.
3. La observación de un nivel cualquiera se puede
transportar con ayuda de la analogía a cualquier otro
nivel. El nivel de referencia de la astrología es el cielo.
4. Los principios primordiales de la astrología se llaman
Sol, Luna, Mercurio, Marte, Venus, Júpiter y
Saturno. Los cuerpos celestes del mismo nombre no son
más que los representantes de estos principios.
En los tiempos modernos se trabaja con tres principios
adicionales, a saber Neptuno, Urano y Plutón.
5. No hay relaciones causales efectivas entre los astros y
los distintos niveles de la realidad.
6. La astrología resulta ser entonces un instrumento para
medir la realidad, que indica algo con la precisión que
se desee, pero sin producirlo. También un termómetro
mide la temperatura, sin producir temperatura.
7. La astrología piensa fundamentalmente de manera
vertical, según el axioma esotérico: así como es arriba, así
es abajo.
Este pensamiento vertical es típico para todos los
sistemas esotéricos. También es la razón principal por
la cual esta manera de pensar les parece tan sin
sentido a los que les es ajena. Fuera del esoterismo, se
conocen solamente sistemas de pensamiento
horizontal. Pero solamente con las cadenas de
analogías verticales se pueden comprender de pronto
muchas interrelaciones, que de otra manera serían
incomprensibles.

Algunos ejemplos al respecto:


Una diversión de los arquitectos de interiores es decorar
ambientes totalmente en negro, combinado con cromados.
Basta hojear algunas revistas de decoración y mirar algunas
de estas propuestas. También se constatará que en todos estos
ambientes, sin excepción, se ha elegido una planta de yuca. La
razón de esto está en el seguro instinto estilístico de los
arquitectos de interiores. Empero, de manera inconsciente
siguen la cadena simbólica del principio saturnino. Un
ambiente negro representa el principio de Saturno, para el que
solamente se siente como adecuada una planta que también
representa este principio.
Para quien está ajeno a estas cosas, las mismas se pueden
aclarar más, por ejemplo: con ciertas costumbres idiomáticas.
Así se emplea en alemán, en el idioma vulgar diario, en lugar de la
palabra "Glueck" (suerte) la palabra "Schwein" (cerdo), a
quien tuvo "cerdo". Sin la comprensión de la cadena vertical de
analogías sería difícil comprender esta manera de
expresarse. Pero para el que tiene formación astrológica la
relación es clara. El cerdo representa en el nivel del reino
animal el principio de Júpiter, que generalmente también se
denomina "la gran suerte" porque es el principio de la plenitud
y de la expansión. Se reemplaza el concepto de la suerte con
otro concepto de la misma cadena vertical.
Algo así sucede con el modismo "tiene pájaros en la
cabeza". El pájaro proviene de la cadena simbólica del
principio de Urano, que representa toda interrupción de la
continuidad y también todo lo que "se sale de lo común", "salirse
de la norma", "estar loco".
Como último ejemplo simple quiero citar la superstición
de tocar madera tres veces, para asegurarse la suerte. La madera
como material está también bajo el principio de Júpiter. Así, al
tocar madera tres veces, uno trata de ponerse en relación con
el principio de la suerte a través de este representante material.
Estas simples indicaciones bastarán por el momento para
señalar la justificación y la utilidad de un sistema de
pensamiento vertical. Más adelante, en conexión con la
terapia astrológica, trataremos más de cerca el uso práctico de
una matriz de este tipo.

La calidad del tiempo

Para entender mejor todavía la astrología como


instrumento de medida tenemos que observar otro concepto
menos familiar. Si se habla del tiempo, generalmente se
entiende como una medida cuantitativa. Uno pregunta:
¿cuánto duró?, ¿hace cuánto tiempo?, ¿cuánto tiempo ha
pasado? Se considera exclusivamente la cantidad del tiempo,
pero según la ley de polaridad tiene que haber además del
aspecto cuantitativo del tiempo (en griego: chronos) un polo
opuesto, que llamaremos el aspecto cualitativo (griego: kairós).
El tiempo posee no solamente cantidad, sino también
calidad. Pero actualmente ya casi nadie puede imaginarse algo
respecto de la calidad del tiempo. Antiguamente era
exactamente al revés. Entonces se consideraba
primordialmente la calidad del tiempo, y más bien se daba
menos importancia a la cantidad. La calidad del tiempo no
tiene nada que ver con la duración, sino que dice cada
momento o período de tiempo (esto puede ser una hora, un
segundo o una década), tiene una cierta calidad, que sólo deja
manifestarse aquellos hechos que sean adecuados a esta calidad.
Dicho de otro modo: en un momento dado pueden
manifestarse solamente aquellos hechos cuyos contenidos
cualitativos sean adecuados a la calidad del tiempo que reina
en ese momento. Por tanto, el tiempo tiene que darle una
abertura a una latencia, para que ésta pueda entrar en la
realidad y manifestarse. Un avión no puede precipitarse a
tierra en "cualquier momento", sino solamente cuando la
calidad reinante del tiempo lo permite. Como también el
tiempo sólo es un nivel de la realidad, así las calidades del
tiempo no son otra cosa que correspondencias de nuestros
principios primordiales. Así, en cierto momento "reina" un
cierto principio o mejor dicho, una cierta mezcla de principios.
Antiguamente se conocía además otra ley, actualmente
olvidada: "cada comienzo lleva en sí su fin." Esta ley dice
que en el momento en que una cosa comienza, ya están
fijados todo su transcurso y su fin. Nosotros tenemos la
idea de que es posible interferir en algo que sucede e
influenciarlo. Pero cada comienzo ya contiene su fin, así como
cada grano de semilla contiene toda la planta y además la
semilla nueva. Siempre todo está en todo. En la semilla está el
fruto, en el fruto la semilla.
Por todo ello, en los tiempos antiguos se le daba mucha
importancia a emprender ciertas acciones en la "hora
justa". Porque cada empresa se desarrolla según la calidad de
tiempo reinante en su comienzo. Por tanto, si uno quiere
asegurar para una cierta empresa un desarrollo cierto y un
fin favorable, lo primero que hay que hacer es buscar antes,
para el comienzo, una calidad de tiempo correspondiente. En
tiempos antiguos era misión de los sacerdotes determinar la
calidad del tiempo. Al hacerles una pregunta, los sacerdotes
miraban "la hora" para averiguar la calidad del tiempo. De
allí nace la palabra "horóscopo" porque "horoscopear" quiere
decir "mirar la hora" (en griego: skopein = mirar). Por
consiguiente un horóscopo no es otra cosa que una
instantánea del cielo en un momento determinado.
Un horóscopo de este tipo se hacía en otros tiempos
para acontecimientos y empresas importantes, como el
comienzo de una guerra, la concertación de convenios, etc. El
así llamado horóscopo natal, la preparación de un horóscopo
para el minuto de nacimiento de una persona, es un desarrollo
relativamente nuevo y no constituye de ninguna manera la
parte más interesante de la astrología.
Recordemos además que la mirada hacia el cielo no era de
ninguna manera el único método empleado por los sacerdotes para
determinar la calidad del tiempo. Sabemos que también
observaban las entrañas y el vuelo de los pájaros y que se
interpretaba el comportamiento de las gallinas santas al comer. En
estos ejemplos que conocemos de la antigua Roma, en vez del
cielo se tomaba el nivel animal como punto de partida para
la observación, con el fin de conocer los principios reinantes en
un momento determinado.
En la historia de los sistemas mánticos se han empleado ya
muchos niveles como sistemas de referencia, que obedecen
todos a la misma ley de la conclusión por analogía vertical. Por
ello, la interpretación de las cartas del Tarot para usos
adivinatorios no es menos "científica" o más "supersticiosa"
que hacer un horóscopo. En base al hecho de que para hacer un
horóscopo es necesario referirse a tablas matemáticas, algunos
astrólogos tratan de derivar la condición "científica" de la
astrología, y se distancian de todas las prácticas "poco serias"
como el Tarot, el I Ching y cosas parecidas. Dicho
comportamiento es una tontería. Todos los sistemas mánticos
y adivinatorios trabajan según el mismo principio. Pero los ni-
veles de referencia son intercambiables a gusto.
Lo único que decide si una práctica es seria o no es la
capacidad de quien la ejerce para transferir los resultados de su
nivel de observación a otro nivel, mediante la analogía. Esta
transferencia, que en la astrología se llama "interpretación" es
la gran dificultad en todos los sistemas. Por eso
probablemente siempre habrá más gente poco seria que seria,
no interesa si se trata de echar las cartas o de la astrología.
Volvamos a la astrología. El horóscopo es entonces la represen-
tación gráfica de la situación del cielo en un momento
determinado, con referencia a un cierto lugar. Cada horóscopo
es por consiguiente una ecuación de espacio y tiempo. Un
horóscopo siempre se refiere al lugar donde se manifiesta el
acontecimiento motivo del horóscopo y observa el firmamento
desde esa perspectiva.
Aquí también quiero contestar al reproche muy común, de
que la astrología trabaja todavía con una imagen geocéntrica
del mundo. Esto es correcto porque para el hombre no puede
haber nunca otra imagen que no sea la geocéntrica. Para el
hombre en su vivencia hasta sería falsa una imagen del mundo
heliocéntrica, porque independientemente de los cálculos de la
astronomía, el hombre experimenta día a día, por ejemplo, que el
Sol sale a la mañana y se pone a la noche. Esta vivencia es
mucho más real para la psique del hombre que el saber
funcional de que la Tierra gira alrededor del Sol. El hombre
no puede vivenciar esto psíquicamente y por eso no tiene
relevancia para él.
Entonces la imagen heliocéntrica del mundo es correcta
para los científicos y los astronautas. Pero el hombre en
general y el astrólogo en especial no se imaginan sin embargo
otro punto de referencia que no sea la Tierra. Porque es aquí
donde se desarrolla la vida humana. Bonn es la capital de la
República Federal de Alemania. Esto es correcto, pero no
sería ninguna razón para que yo hiciera imprimir como
habitante de la ciudad de Munich, tarjetas con una dirección
en Bonn. El hombre no puede experimentarse en otro centro
que no sea él mismo, refiriendo el mundo a sí mismo. Cuando
no hace esto, pierde su "ubicación" y las raíces de su alma.
Aquí se halla la justificación más profunda de por qué la
iglesia se resistió tanto tiempo a aceptar la imagen heliocéntrica
del mundo.

El horóscopo como instrumento de medición

La astrología no es la creencia en la influencia de los astros


sobre el hombre. Sí, es un sistema de representación de la
realidad. La física también trata de representar la realidad a
través de símbolos (números y letras), sin querer hacer creer
que sus fórmulas tienen alguna influencia sobre la fuerza de la
gravedad.
Un horóscopo es un instrumento de medición, calibrado
para captar la calidad del tiempo; trabaja con la precisión que
se le quiera dar. Esta precisión depende de variables técnicas,
pero no tiene su límite en la capacidad de medición en sí. Así
como la cantidad de tiempo es medible con la precisión que se
desee, esto depende en la práctica de las posibilidades técnicas.
Cuando se conocía solamente el reloj de sol, no se podía medir
con tanta exactitud como con un reloj mecánico. Hoy ya
podemos medir 1/1.000 y 1/1.000.000 de segundo.

Exactamente lo mismo pasa con la astrología. En la aplicación


práctica, la precisión astrológica es a menudo bastante tosca y
deja que desear. Pero el mejoramiento de la precisión
depende del conocimiento técnico del astrólogo y del desarrollo
ulterior de los instrumentos de medición. Sus límites los
encuentra en la capacidad del hombre.
Una absoluta tontería son algunos aforismos astrológicos que
encontramos fielmente citados en todos los libros de
enseñanza de la astrología. Por ejemplo, "los astros inclinan
pero no obligan". Una frase así, que la mayoría de los
autores todavía quieren presentar como prueba de su propia
humildad y seriedad, contiene varios errores de razonamiento.
Para empezar: los astros no hacen ni una cosa ni la otra.
Tampoco se puede decir de un termómetro, que cuando la
columna de mercurio indica 30 grados, eso predispone la
temperatura atmosférica a un cierto calor, que sin embargo no
debe producirse necesariamente. Los astros no obligan, sino que
señalan la composición de la realidad en un momento
determinado. Pero eso sí, con exactitud obligatoria. Si la frase
antes citada fuera cierta, en ese caso cinco minutos de
ocupación con la astrología serían tiempo perdido. Sobre esta
base, toda afirmación astrológica tendría una probabilidad del
50%, o sea que sería cierta, o no. Para obtener semejantes
resultados es más sencillo tirar una moneda al aire.
Otra aserción de similar calidad es: "el destino del hombre
se compone de los factores hereditarios, la educación, las
influencias del mundo externo y los factores cósmicos". En
esta frase no se mezclan solamente manzanas y peras. La
primera pregunta atañe a la composición de esos factores
cósmicos. ¿Qué es eso y dónde se puede experimentar un tal
factor cósmico? ¿Cuáles serían las partes del destino bajo su
influencia? Ya tendría que tratarse aquí de acontecimientos del
destino en los que el mundo externo no participe en absoluto,
porque en tal caso ya sería pertinente la categoría de las
influencias del medio ambiente.

Tras una frase así hay menos reflexión que un deseo de aceptar
las teorías de las ciencias naturales y al mismo tiempo
introducir de contrabando también la astrología. La
educación y el medio ambiente no son más que un nivel
concreto en el que se manifiestan los principios primordiales.
El medio ambiente es el órgano ejecutor. Pues ¿cómo habría de
vivencias una persona un "factor cósmico (es decir principio
primordial) sino a través del medio ambiente? ¿Cómo se
puede ser atropellado sin un automóvil, cómo puede uno
enfermarse sin un virus, cómo se puede ser asesinado sin un
asesino? Pero todos estos factores del medio ambiente no son
nunca la causa, sino que siempre son únicamente los "ejecuto-
res" del destino.
Los factores hereditarios son otro nivel de la realidad, en
la que también se encuentran los representantes de todos los
principios primordiales. En el nivel de la información celular
podemos leer la realidad, de la misma manera que en el cielo. Por
eso los genetistas humanos se manifiestan como colegas de los
astrólogos. Si hasta los astrólogos pueden creer en un efecto
causal de los astros, quién tomaría a mal que los genetistas
humanos están firmemente convencidos de que la estructura
genética sea la "causa" de los así llamados caracteres
hereditarios. El hombre lleva su "horóscopo" en cada célula
individual, porque el todo siempre se halla en cada detalle, tal
como la planta está en la semilla.
Esto nos lo enseña de manera muy gráfica la acupuntura,
que en sus principios se refería al cuerpo entero, después
descubrió al hombre completo en la oreja, luego en la nariz,
en la mano, en pie, en cada una de sus células. El idioma
simbólico difiere, lo que dice es siempre lo mismo. Porque todo
representa una sola realidad.
No sin razón se llamaba en tiempos antiguos a la
astrología la "ciencia regia", porque abarca toda la realidad;
puede ser aplicada en todos los niveles con igual éxito, es
universal. No sin razón Kepler escribió un libro con el título
significativo: "Advertencia a los adversarios de la astrología." No
sin razón Paracelso señalaba como charlatán y curandero a
un no versado en astrología. Pero todos estos elogios son
totalmente válidos cuando van dirigidos a una astrología que
todavía tiene sus raíces en una imagen esotérica del mundo,
que todavía es una verdadera sabiduría de los astros, pero no
va dirigida a las caricaturas demasiado frecuentes que
siguen existiendo bajo este nombre.

La verdadera astrología era y sigue siendo un camino de inicia-


ción, que lleva a través del autoconocimiento y el conocimiento
de la naturaleza hacia el conocimiento de Dios. Por ello, la
verdadera astrología se hace al fin superflua a sí misma. La
verdadera astrología es filosófica (por esto Schult habla de la
"astrosofía") y no andar revolviendo en el futuro de los
congéneres. La astrología hay que aprenderla uno mismo para
conocerla. La verdadera astrología enseña al hombre a
comprender al mundo y a sus semejantes desde su propia
situación y con ello reconciliarse interiormente con ellos. ¿Cómo
molestarse con alguien cuando se le comprende? La verdadera
astrología enseña a ver una nueva dimensión de la realidad.
La astrología natal realiza el horóscopo para el momento del
nacimiento, mejor dicho, de la primera respiración. De modo
similar a lo que ocurre con cualquier acontecimiento o
empresa, aquí empieza algo que llamamos la trayectoria vital
del hombre. El horóscopo mide la calidad del tiempo reinante
cuando comienza esa trayectoria vital y por eso sabe cómo es ese
camino de vida. Un horóscopo natal de este tipo, también
llamado horóscopo básico o "radix", tiene tres áreas distintas de
validez:
1. Indica lo que los psicólogos llamarían la estructura del
carácter o de la personalidad.
2. Cuando se agrega a esa estructura del carácter que es
en sí algo estático, el factor tiempo, resulta
necesariamente el camino del destino. El factor tiempo
informa sobre el campo de problemas que pueden ser
vivenciados y cuándo pueden manifestarse.
3. El horóscopo básico es a la vez el horóscopo del
acontecimiento mismo del nacimiento.
Esta tercera incumbencia ha sido ignorada hasta ahora a
pesar de que justamente tiene vastas consecuencias teóricas.
La vida de una persona y el acontecimiento mismo del
nacimiento tienen el mismo horóscopo único. En otras
palabras: la vida de una persona no es más que la
amplificación de su propio nacimiento. Todo lo que acontece
como destino en su vida, con seguridad se tiene que haber
manifestado en forma analógica ya en el mismo nacimiento,
como acontecimiento considerablemente sintetizado.
Ya hemos hablado al comienzo del problema de la dimensión y
dijimos que el hombre está siempre atado a un orden
dimensional mediano para poder reconocer aún la "forma". Si
alguien silba en el tiempo normal la melodía del "Arroz con
leche", la podemos reconocer. Si espaciamos los períodos entre
los diferentes sonidos hasta escuchar un solo sonido por día,
ya no podremos reconocer la canción en su unidad (forma)
("Gestalt"). Lo mismo sucede si dejamos pasar la melodía en
un reproductor de cinta a una velocidad excesiva. Esta pasada
rápida sería en la astrología el nacimiento, cuya estructura
interna se reconocerá en la apertura en abanico temporal como la
"vida". Mirándolo al revés, esto quiere decir, que nunca se
puede manifestar algo en la vida de una persona (sea lo que sea,
enfermedad, acontecimientos positivos y negativos del destino,
etc.), sin que ya haya estado presente en el nacimiento en una
dimensión empequeñecida. Pero esta consideración contradice
todas las teorías que buscan las "causas" de la enfermedad y de los
acontecimientos en la biografía del hombre. En efecto, se
puede comprobar con métodos apropiados (terapia de
reencarnación), que todo problema de una persona se puede
remontar hasta el proceso del nacimiento mismo. Porque en todo
comienzo ya está decidido el fin.

El horóscopo como plan de estudios de la vida

El horóscopo muestra en forma simbólica la calidad del tiempo,


un ordenamiento específico según el rango y la relación de los
principios primordiales que reinaban cuando una persona entró en
esta existencia. Este horóscopo es su deber, respectivamente
su programa de aprendizaje, que tiene que ser cumplido en
esta vida. Cada así llamada constelación (los astrólogos las
entienden como ciertas agrupaciones de principios) representa
un cierto deber, un problema.
Hagamos aquí algunas observaciones respecto del
concepto problema. En realidad no hay problemas. Una
determinada situación sólo se convierte en problema para un
ser humano cuando no puede integrarla en su conciencia.
Multiplicar es un gran problema para un niño de seis años, no
así para un hombre de treinta, porque mientras tanto
aprendió a multiplicar. Cada proceso de aprendizaje es
también una expansión de la conciencia, que torna posible
resolver el problema. Con cada problema que se resuelve se re-
dime al mismo tiempo al deber de su "problematicidad". Un
proceso tal de redención tiene como consecuencia que la
situación redimida generalmente nunca más puede caer al
nivel de constituir un problema.
Es importante que el hombre no olvide nunca que un
problema es solamente la diferencia individual de nivel entre
una situación y un estado de conciencia y por ello debe
desafiar al hombre a que redima la situación mediante un caso
de aprendizaje. Pero en la vida diaria la mayoría de la gente
se comporta como si los problemas existiesen "en sí", y les
gusta alentar al mundo circundante a que los elimine.
Hemos dicho que cada constelación es la forma simbólica
de un problema de este tipo y que el horóscopo es
comparable a un plan de estudios para esta vida. Así, todas
estas constelaciones quieren ser redimidas mediante pasos
de aprendizaje, por realización activa, transformándose en
vida. Las constelaciones son por cierto, aún, "problemas" en
el momento del nacimiento, pero al final de la vida, deberían
verse en lo posible totalmente redimidos. Porque la vida es un
proceso de aprendizaje, lamentablemente esta frase para
muchos no es tan natural como debería serlo en realidad.
Si buscamos en la naturaleza un rasgo en común,
observamos que todo evoluciona. La idea de la evolución es la
meta de toda la vida, tanto para la ciencia como para el
esoterismo. Si la ciencia tiende a considerar la evolución
como un producto "casual" de la mutación de genes, el
esoterismo ve en la evolución un desarrollo final hacia una
meta definida, pero todos están de acuerdo en que lo que
vive, evoluciona. ¿Cómo se produce esto? Solamente me-
diante procesos de aprendizaje. Esto vale tanto para la
lombriz como para el hombre.
Pero los procesos de aprendizaje sólo pueden realizarse
mediante la solución de problemas, y como resolver problemas
siempre cuesta un esfuerzo, lo común es que los seres vivos no
se busquen ellos mismos los problemas, si no tienen que
verse enfrentados con ellos. Los problemas se revelan como las
verdaderas ruedas impulsoras de la evolución.
El hombre denomina destino a aquella instancia que cuida de
que nunca deje de aprender y por ello constantemente lo
confronta con problemas nuevos. Y como en el horóscopo de
una persona está prefigurado el programa completo de
aprendizaje para una encarnación, se sostiene que es posible
ver el destino del hombre en el horóscopo. Si se lo considera
aisladamente, esto suena como un hecho fatídico que se le
impone a cada uno. Pero si hablamos del plan de aprendizaje
o de la distribución de deberes, descubrimos algo más de la
significación que hay tras ello.

La polaridad del aprendizaje

Hace mucho que se plantea la pregunta de hasta qué punto está


determinado el destino, respectivamente el cumplimiento de estos
deberes, y dónde está la libertad del hombre para cambiar esto en
algún respecto. Esta es y será una de las cuestiones más
difíciles, pero podemos acercarnos a su eventual solución
paso a paso. Respecto al programa de aprendizaje, éste con
seguridad está determinado y tiene que ser cumplido. Pero
también dentro del determinismo la ley de polaridad sigue
totalmente en vigencia. Esta ley nos pone ante la elección de
cómo cumplir el programa de aprendizaje, por qué camino
queremos realizar nuestros pasos de aprendizaje y cómo
queremos resolver los problemas. Por eso es necesario
distinguir entre los problemas a resolver, ellos sí totalmente
determinados, y el "cómo" de la vía de solución. Para ello la
ley de polaridad ofrece dos posibilidades:
1. Aprender de manera consciente. Esta posibilidad
requiere del hombre que esté siempre dispuesto a
afrontar las exigencias del destino y a resolver cada
problema que se presenta, voluntariamente mediante la
actividad.
2. Aprender de manera inconsciente. Esto se produce automá-
ticamente, cuando el hombre pierde la oportunidad de
resolver un problema de manera consciente. La
mayoría de los hombres se limitan generalmente a la
segunda posibilidad. Pero aprender inconscientemente es
siempre aprender mediante el sufrimiento. Mientras el
hombre esté dispuesto a cuestionar viejos puntos de
vista y fijaciones, a aprender nuevos enfoques, arriesgar
nuevas experiencias, a expandir su conciencia de manera
de dominar todos los deberes presentados por el destino,
no tiene que temer golpes demasiado tremendos del
destino, ni enfermedades graves.
Pero en el momento en que el hombre rechaza los
problemas y trata de escaparles o de negarlos (los psicólogos
llaman a esto "reprimir"), ahí el destino comienza a obligar al
hombre a enfrentar el proceso de aprendizaje no percibido. El
hombre se convierte en víctima de una situación en la cual
resuelve obligatoriamente, mediante la vivencia propia, por lo
menos una parte del problema. El proceso de aprendizaje en
estas situaciones forzadas es generalmente incompleto porque
la resistencia del que sufre es demasiado grande. Sólo
cuando el hombre se ha reconciliado con una situación, puede
comprender plenamente su sentido. Así, el resto no resuelto del
problema queda como semilla para una nueva enseñanza forzada;
veamos un ejemplo:

Tomamos del horóscopo de una persona una constelación


que en el idioma específico se llamaría "Saturno cuadratura
Marte". En el sentido puramente técnico esto significa que el
planeta Saturno forma un ángulo de 90º con el planeta Marte
en el momento de nacer la persona en cuestión. Pero esta
constelación Saturno-Marte no es más que un símbolo para
un cierto deber a aprender. Ya hemos visto brevemente el
principio de Saturno bajo los términos clave: resistencia,
estructura, obstáculo; al principio Marte le asignamos los conceptos
energía e impulso. Si estos dos principios primordiales entran en
un horóscopo en una relación denominada cuadratura, esto
significa que en esta persona la energía se acopla con la
resistencia y no pueden ser separados. Llamamos brevemente a
esta situación "problemática energía-resistencia". Siempre que
una persona así quiera usar sus energías, se enfrentará al
mismo tiempo con resistencias.
Un ser en esta situación se quejará muchísimo del mundo
exterior y opinará que por pura maldad le están tirando
permanentemente palos entre las piernas. Cuanto más
proyecta la "culpa" hacia el mundo circundante, tanto menos
redimirá su problema. Es cierto que el mundo circundante es el
órgano ejecutivo de estas resistencias, pero el problema en sí
reside en la persona en cuestión, quien por esta afinidad
entra por ley en contacto con un mundo exterior que le
corresponde, también se puede decir que se lo busca de manera
inconsciente. En realidad esta persona es posible que necesite
dichas resistencias porque sin ellas no podría agotar sus
energías. Las personas de este tipo crecen con las resistencias,
cosa que fácilmente puede llevar a una "escalada de la búsqueda
de resistencias".
La constelación es un deber para el hombre, no es ni buena
ni mala, ni positiva ni negativa, sino que sólo quiere ser
transformada en realidad por el hombre, porque solamente
así puede ser redimida.

Supongamos además que esta persona reprime en gran medida


este problema. Allí donde lo encuentra, lo proyecta sobre el mundo
circundante y lo hace responsable del problema, pero él mismo no
hace nada para resolverlo. Ni siquiera lo considera "su" problema.
En astrología hay ciertos procedimientos técnicos que permiten
reconocer cuando cierta constelación entra en vigencia especial
para una persona la así llamada descarga. La mayoría de los
astrólogos tienden a considerar una constelación tal como
mala y peligrosa y en caso de que esa persona aceptara
consejos, recomendarán especial prudencia para el momento
calculado de la descarga. Independientemente de poder seguir
tal consejo, totalmente sin sentido, la persona se verá
envuelta en el momento calculado en una situación donde
conocerá el problema evitado "energía-resistencia" como
víctima: Una posibilidad para esto, análoga a los principios
primordiales, sería estrellarse con un automóvil a 180 km. por
hora contra un árbol. Ahora ha aprendido lo que es energía
(180 km. por hora) y resistencia (árbol). Ha conocido estos
principios primordiales.
Siempre se aprende con acontecimientos de este tipo pero
no de la manera completa deseada. Un hecho de esta
naturaleza parece dar derecho a un astrólogo para hablar de
una constelación peligrosa y negativa, pero en realidad, aquí
una constelación totalmente neutral se convirtió en peligrosa
para una persona en un caso muy definido, porque la misma se
resistió a cumplir su deber de manera consciente.
¿Cómo sería una solución consciente en este caso? Se
debería buscar una actividad u ocupación en la cual fuera posible
realizar constantemente los principios descritos (energía-
resistencia) en cualquier nivel de la realidad. En nuestro
ejemplo se ofrece por ejemplo el deporte kárate. En este
deporte se aprende a ejecutar golpes de una intensidad
enormemente elevada y a pararlos con exactitud milimétrica
antes de que lleguen a su meta, porque si no serían golpes
mortales para el compañero de lucha. La potencia increíble de
estos golpes de mano y pie se demuestra a menudo partiendo con la
mano ladrillos o tablas.
Las dos propiedades más sobresalientes de este deporte son
por lo tanto los golpes de alta energía y la gran exactitud con la
que se los controla. Es por esto que el kárate corresponde
exactamente a nuestra constelación "Marte-Saturno". La
energía en sí adireccional de Marte encuentra aquí la
estructura de Saturno. Si por ejemplo esta persona aprende este
deporte, realiza constantemente su constelación, mediante el
ejercicio diario. Aprende a conocer cada vez mejor la
problemática, por experiencia propia y análisis, con lo cual este
conocimiento se transfiere por sí mismo a otros niveles del
ser.
Esta persona no tiene que temer la descarga de la
constelación. No necesita estrellarse con su automóvil contra
un árbol, por más que circule a 180 km. por hora. También
para ella se va a mostrar la constelación a su debido tiempo,
pero no resultará peligrosa. Así podría ser que esa persona
saliera ganadora en ese preciso momento en una competencia
de kárate, que recibiera un cinturón ("Dan") nuevo, etc. Este
ejemplo debería aclarar hasta dónde está determinado el
cumplimiento del deber y cuál es la posibilidad de elección
entre el camino consciente y el inconsciente. Lo que le importa
al destino es solamente el resultado final, no el camino. Lo
importante es llegar a la meta de aprendizaje y no de cuanto
sufrimiento se carga el hombre a sí mismo en su camino, por
su constante negativa a aprender.
De paso, este ejemplo, también debería esclarecer la
cuestión de la exactitud del pronóstico astrológico. La
astrología trabaja con precisión en el nivel de los principios,
pero estos principios pueden realizarse en un sin fin de
niveles concretos. Es bastante imposible para la astrología
definir el nivel de la realización. "Bastante" significa aquí que se
pueden reconocer ciertos niveles preponderantes.
Eventualmente un desarrollo técnico más avanzado puede
mejorar esta posibilidad. Los sistemas astrológicos modernos
ya pueden captar en parte el nivel, pero la diferenciación de
tales sistemas hace prácticamente imposible su uso para el
pronóstico. Deberíamos tener claro que esto no es falta de
exactitud, sino la consecuencia del sistema de pensamiento
vertical. Como el nivel concreto de realización no tiene
importancia para el destino, tampoco es para nosotros de
significación fundamental.
Veremos más adelante que justamente el hecho de poder inter-
cambiar los niveles nos trae valiosas posibilidades de terapia.
Puede ser extraño para quien sea ajeno al tema, oír que
estrellarse contra un árbol y practicar kárate sean lo
"mismo". Por otro lado, esta manera de pensar nos permite
descubrir relaciones totalmente nuevas de la realidad.
Los golpes del destino y la enfermedad son casi siempre sólo el
aspecto pasivo de un proceso de aprendizaje no percibido de mane-
ra voluntaria. La fórmula abreviada reza: quien no aprende, sufre.
El hombre plantea en general exigencias bastante particulares a
la vida y a su destino; se comporta como si tuviera derecho a que le
vaya bien, a ser rico, sano y feliz. ¡Qué grotesco desconocimiento de
la realidad! ¿De dónde deduce el hombre tales pretensiones?
El hombre no se encarna en este mundo para gozar el calor del
sol holgazaneando, sino para desarrollarse y para servir al mundo
según sus capacidades. Quien hace esto de manera consciente,
también encontrará la felicidad. Lo dicho, nada tiene que ver
con una negación de la vida, sino que sólo quiere desplazar
prioridades.
El hombre está siempre buscando la felicidad. Esto no
solamente es su derecho, sino el impulso más profundo de sus
actos. Pero los caminos tomados son en gran parte muy
inadecuados para asegurar el éxito de tal búsqueda. El hombre
busca lo que él llama la felicidad, sin tener una visión precisa de
lo que es en realidad esa felicidad. Así se identifica cualquier
cosa del mundo exterior con esta sensación deseada de
felicidad y se cree que, una vez que se poseen tales cosas,
también se será feliz.
Y así empieza una cacería sin fin y sin sentido. Porque,
cada vez que se ha alcanzado al codiciado portador de la
felicidad, éste se desenmascara como insuficiente para
transmitir la felicidad ansiada. El que tiene hambre, cree que
sería el hombre más feliz del mundo si tuviera alimento como
para saciarse. Si se le da esa ansiada comida, creerá que
alcanzará la perfección de la felicidad cuando tenga una
vivienda. Si consigue alojamiento, va a querer una casa
propia con jardín. Si la obtiene, todavía le falta la fama y el
reconocimiento para ser feliz. Cuando también obtiene esas cosas,
lamentablemente una enfermedad crónica le impide gozar su
felicidad. Curada la enfermedad, se siente solitario y
necesita "sólo" gente para ser "feliz". "Por suerte", la muerte lo
salva entonces transitoriamente de esta cacería agotadora en pos
de la felicidad.
El error reside en la opinión de que la felicidad depende
de cosas exteriores. Uno se olvida que las cosas exteriores
solamente tienen encanto mientras uno no las tiene, que la
felicidad no se puede cazar, no se puede poseer. Solamente se
puede ser feliz. La felicidad es un estado de la conciencia del
alma, razón por la cual se habla de "bienaventuranza"
(condición feliz o venturosa del alma). La felicidad es
totalmente independiente del mundo exterior; crece allí
donde el hombre entra en armonía con el mundo, crece
también donde el hombre toma conciencia de su deber y
reconoce la gracia de poder servir.
El sufrimiento es el polo opuesto de la felicidad y por ende fi-
nalmente es lo mismo. El sufrimiento se ocupa "para suerte del
hombre" que no se pierda para siempre en un laberinto. El
sufrimiento se encarga de que el hombre no abandone la
búsqueda, hace imposible que se detenga. El sufrimiento es
siempre un rodeo, y por lo tanto, aun a pesar de ello, es un camino.

La astrología en base a la reencarnación

Volvamos a nuestro horóscopo natal. Hemos visto que repre-


senta el plan de estudios de una vida y como tal muestra el
destino del hombre. El camino de la vida de un hombre ya está
fijado en el día de su nacimiento. El hombre, a lo largo del
camino de su vida, sólo transforma esta latencia en realidad.
En la vida del hombre no existe la casualidad.
Se plantea la pregunta de si una persona no podría tener
otro plan de estudios y como consecuencia otro destino, si "por
casualidad" hubiese nacido algunas horas más tarde o más
temprano. Esto es efectivamente así; porque otro momento
tiene otra calidad y por eso indica otra trayectoria de vida.
Ahora se podría llegar a creer que, después de haber
eliminado con bastante trabajo el concepto de casualidad de la
vida del hombre, lo volvemos a encontrar empaquetado en
el momento del nacimiento; ¿la casualidad de la hora de
nacimiento decide sobre el destino? Si nos seguimos ateniendo
al conocimiento de que en este mundo no puede haber nunca
una casualidad, entonces también el nacimiento como
acontecimiento tiene que estar determinado por ley.
Todo acontecimiento es siempre sólo la expresión formal
de un contenido. Contenido y forma deben corresponderse. A
partir de la forma se puede reconocer el contenido y
viceversa (es un error típico de la juventud creer que puede
descuidar la forma en su búsqueda de contenidos valiosos). El
nacimiento es un acontecimiento formal que se manifiesta en
una cierta calidad de tiempo y que representa un contenido.
¿Cuál es este contenido?

Aquí estamos obligados a adelantarnos al tema introduciendo


la reencarnación. En el nacimiento no se presenta al mundo
ningún "papel en blanco", es decir, un alma pura y virginal,
como nos imaginamos a los niños, que sólo dependen del favor
de su minuto de nacimiento. Si nos remontamos a lo largo de
la biografía de un alma, esta tiene tras de sí una cadena muy
larga de vidas en esta tierra (ya volveremos sobre esto). En cada
vida se vio confrontada con un plan de estudios determinado,
que cumplió más o menos bien y totalmente o no.
Al morir una persona, rara vez ha comprendido y resuelto
totalmente las exigencias y deberes de su destino. Casi siempre
queda algo que no está totalmente comprendido ni resuelto, de
modo parecido a un balance comercial, en el que también
queda al final alguna suma sin saldar. Para usar una imagen,
esta cifra por debajo de la raya del balance representa un
número de código del alma. Este número de código es el
símbolo de la madurez cualitativa de este alma que sólo puede
encarnar nuevamente cuando la calidad del tiempo corresponde
a la calidad propia.
Antes hemos señalado la calidad del tiempo como
condición para hacer posible la manifestación de un
acontecimiento de contenido adecuado. También en este caso
la calidad del tiempo es la puerta hacia la realidad material,
que solamente se abre cuando la "calidad inherente" del alma
se corresponde con la calidad del tiempo ( ¡Ley de la
resonancia!). Este momento de encarnación sería la
concepción, pero según la leyes antes consideradas, la con-
cepción se correlaciona con el nacimiento, así que podemos
decir: la calidad temporal del nacimiento dice algo sobre la
"constitución" del alma encarnada.
El horóscopo es solamente el resultado intermedio, según
una ley, del camino recorrido hasta ahora a través de las
vidas terrestres. Es por eso que no es ni casual ni injusto. El
horóscopo nos muestra el Karma del hombre, el plan de
aprendizaje necesario para esta encarnación.
Aquí se ve claramente el lazo fundamental que hay entre
la astrología y la enseñanza de la reencarnación. Sin referencia a
la reencarnación la astrología es un sin sentido indefendible,
porque ningún astrólogo puede dar una respuesta satisfactoria
a la pregunta de por qué una persona tiene este y otra aquel
horóscopo, si niega la reencarnación. El horóscopo se
transformaría en un producto de la casualidad o del capricho
del destino. Pero si trabajo con la casualidad y con un destino
caprichoso, se vuelve sin sentido ocuparse de la astrología.
Entonces lo único para lo que se la podría utilizar sería para
calcular la ley del capricho.
El horóscopo es algo que cada uno se ha ganado, no tiene
sentido quejarse de él. No hay horóscopos ni buenos ni malos, pero
sin duda hay problemas que son más o menos fáciles o difíciles
de resolver.
Desgraciadamente se difunden más y más errores de
razonamiento de los astrólogos, debido a la mezcla de la
técnica astrológica con el estilo de pensar funcional de nuestra
época. Esto torna cada vez más grande el peligro de que quien
busca el consejo de la astrología, se vea expuesto a más daño
que provecho. Ante todo cuando se asigna una influencia a los
planetas. Así es como los planetas se transforman en nuevos
planos de proyección de la culpa. Si hasta entonces se
buscaban los culpables en el mundo circundante, en la
familia, la profesión, el estado, ahora, en la sesión de consejo
astrológico, de repente se transforma Saturno en el chivo
emisario. Las víctimas de este enfoque buscan la culpa de
todas sus dificultades en la vida en su "horóscopo malo" y
envidian a la gente de éxito en su "horóscopo bueno".
Cuando la astrología se rebaja a un nivel semejante, no debería
sorprender que no cesen los reproches de que se trata de una
superstición. De esta orientación básica equivocada resulta
casi en forma automática el error seguramente más difundido
de los seguidores de la astrología: que la astrología es un
método con el cual se puede corregir el destino. Casi en todas
partes se practica astrología con la intención de ganarle un poco
de mano al destino, consiguiendo así ventajas para sí y sus
clientes, en base al conocimiento de las estrellas.
A raíz de esta actitud, se originan consultas en que se
recomienda encarecidamente a alguien que tenga mucho
cuidado durante los próximos meses, que no emprenda nada, y
que dentro de lo posible guarde cama durante tres días
determinados, porque se manifestará una constelación mala y
peligrosa durante ese período. Pero parece que no hay que
desesperar del todo, porque dentro de medio año las cosas
mejorarán, porque entonces se encontrará Júpiter en trígono
con el Sol; y ahora sí que se puede emprender de todo. Porque
entonces sucederán acontecimientos felices, habrá grandes
ganancias, etc.

¡Mejor no practicar astrología que desorientar así a la humani-


dad! Así se llega a los adictos a la astrología, que no pueden tomar
ninguna decisión sin consultar antes a su astrólogo, para saber si
las estrellas se disponen bien o mal, que no suben a su
automóvil sin mirar primero su horóscopo, etc. Ruego no medir la
astrología por los desvaríos de sus usuarios, si no pronto
habría que catalogarla entre las drogadicciones.
La humanidad está fascinada por la idea de estafar al
destino, cada uno trata de hacerlo a su manera: los médicos
en las estaciones de terapia intensiva, los astrólogos con el
horóscopo. El mismo abismo que se abre entre nuestra
medicina y el verdadero arte de curar, separa la astrología de
nuestra época de la verdadera sabiduría de las estrellas.

El cumplimiento del destino

La astrología no es un medio para estafar al destino, sino


que debe ayudar a cumplirlo. Aún en tiempos de los griegos
y los romanos volvemos a encontrar nuestros principios
planetarios en forma de dioses. Se personificaron los
principios primordiales y se describieron las definiciones de los
principios como propiedades de los dioses. Así el Olimpo
antiguo era un sistema de representación de la realidad
parecido al de la astrología. También la Biblia está construida
estrictamente según estos 7 principios planetarios. Sea mencionado
esto aquí de paso y reservado para un estudio especial.
Los griegos conocían una fórmula sencilla para tratar sin
roces con los dioses; mientras se sacrifica a los dioses, éstos
no hacen ningún daño, si no se sacrifica nada, los dioses
cobran su "sacrificio" por la fuerza. Esta fórmula continúa
teniendo vigencia y es la verdadera clave de la astrología.
También nos acercamos más a la realidad si nos imaginamos
los principios primordiales como "dioses" y no como cuerpos
celestes muertos.
El concepto "sacrificar" significa hacer lugar para un principio
primordial en la esfera de vida propia, integrarlo en la
conciencia. Los distintos principios exigen al hombre en
diversos momentos sus derechos, lo exhortan a que
justamente ahora se ocupe especialmente de ellos. El que
acepta esta convocación y le hace lugar en su vida a esta
deidad, para conocerla, le está sacrificando y ya no tiene nada
que temerle. Pero el que al oír "golpear" a esa deidad a la
puerta, la cierra y no la deja entrar, no la quiere conocer,
puede estar seguro que se verá obligado a presentar la
ofrenda antes negada.

El camino de la vida del hombre debe llevarlo a la perfección,


cada paso de aprendizaje, por más mínimo que sea, hace del hom-
bre un ser más perfecto. Se es cada vez más perfecto agregando
lo que aún falta, integrando lo desconocido. Por eso el
hombre es confrontado siempre por una ley del destino con
aquellos principios que todavía no ha realizado, que le son
ajenos, que aún le faltan.
Este es el punto peligroso donde tanta gente comete el error de
cerrarse, de reprimir o presentar resistencia, negándose a ofrecer
su sacrificio necesario. Y ahí empieza la lucha entre el
destino y el hombre, siendo segura de antemano la victoria
del destino. Como perdedor, el hombre, se queja de su destino
maligno que lo arruina y pasa por alto el hecho que es él
mismo quien no aceptó la invitación.
Aquí es donde la astrología adquiere su sentido. La
consulta astrológica debería mostrarle a la persona cuál es el
plan de estudios que hay que cumplir durante esta
encarnación y hacerle saber los distintos principios que le toca
conocer de cerca. El astrólogo no debe predecir el futuro a
quien le pregunta si no le quiere robar su propio desarrollo.
Pero sí le puede informar en qué momento "golpeará a la
puerta y cuál de las deidades", cómo manejarse más o menos
en ese encuentro, cómo llegar a conocerla y amarla. Es una
gran pena que frecuentemente se olvida que todo lo que se
llega a conocer realmente, también se aprende a amarlo
automáticamente. El odio significa siempre el desconocimiento del
objeto.
El pensamiento vertical permite al astrólogo mencionar a
quien lo consulte, las posibilidades de realizar en distintos
niveles el nuevo principio y de redimir una constelación. Una
auténtica consulta astrológica no puede contener nunca una
prevención contra un principio (constelación) sino siempre
sólo consejos y estímulos para entrar justamente en una
confrontación con él.
Aquí está la posibilidad de una verdadera "astroterapia". Esta
"astroterapia", tal como la hemos desarrollado y perfeccionado
en los últimos años, tiene como base una "matriz de la
realidad" según el modelo esbozado al principio de este
capítulo. De allí resulta una asignación de la mayor cantidad
posible de niveles a los diez principios primordiales y sus
distintas constelaciones. Los problemas y síntomas de enfermedad
son siempre la redención de una constelación en un nivel
determinado (por ejemplo, la enfermedad en el cuerpo o en la
psique).

La misión de la enfermedad es hacerle conocer al hombre un


determinado principio, que por lo visto no quiso redimir por
propia voluntad. Con ayuda de una "matriz de la realidad" es
posible hacer que una enfermedad se torne superflua, al indicar la
posible realización del mismo principio en otros niveles
intercambiando los niveles en sentido vertical. Un método así
concebido no lucha contra el síntoma, sino que lo hace
superfluo en sí, porque la confrontación con el principio a ser
aprendido, ha cambiado de nivel, un desplazamiento consciente
del síntoma en dirección vertical.
Veremos lo dicho en un sencillo ejemplo: podemos
calcular que, por ejemplo, una persona entra en los próximos
meses en una "fase de Saturno", es decir, que se produce una
constelación de Saturno. Seguimos utilizando nuevamente el
principio de Saturno porque en primer lugar se lo considera
especialmente "malo" y por eso es especialmente temido y, en
segundo lugar, porque ya sabemos algo de este principio y
conocemos las asignaciones por analogía en algunos niveles (ver
matriz página 62).
Algunos astrólogos advertirán a un cliente ante esta
constelación, previniéndolo de pérdidas, limitaciones,
accidentes, enfermedades, etc. Pero de nada le sirve una
prevención de este tipo a nuestro cliente. Lo que pasa es que
tiene miedo y se siente víctima de un planeta evidentemente
malo. Empero, en realidad la constelación inminente de
Saturno sólo significa que ha madurado el tiempo de
conocer más de cerca el principio de Saturno, de integrarlo
en la vida propia, de incorporarse al "Dios Saturno" para llegar
a ser más perfecto.
Para facilitar este proceso necesario explicaríamos primero
el principio para tornar comprensible su justificación como piedra
de construcción de la realidad y hacer desaparecer así las
resistencias. Como segundo paso le daríamos a nuestro cliente
una serie de consejos, de cómo convertir en realidad
activamente este principio en su vida. Estos consejos pueden
parecer en un principio algo extraño, pero nuestra matriz nos
ayuda a comprender velozmente su sentido. Los consejos
pueden rezar como sigue:

En el tiempo inmediato, limite sus ansias de expansión, evite


encuentros sociales y fiestas y todo lo que tenga que ver con
distracción, diversión y opulencia. Vista dentro de lo posible
solamente ropa negra y haga frecuentemente paseos por
cementerios. Si le resulta posible, instálese de alguna manera
en un cuarto donde pueda retirarse para estar solo. Ese cuarto
debería ser austero y limitarse a lo esencial, pintado
totalmente en blanco o negro, como único adorno en la pared
eventualmente la carta número 13 del Tarot (la muerte). Ponga
eventualmente una calavera o un reloj de arena sobre su mesa
de trabajo. Lea el Libro Tibetano de los Muertos y ciertos
pasajes bíblicos. Evite la comida excesiva, practique la
alimentación macrobiótica o, mejor todavía, haga ayuno.
Como bebida prefiera el té de equiseto (cola de caballo); como me-
dicamento se puede considerar plomo o cal en forma
homeopática en alta potencia en una sola toma. Escuche
música clásica, seria. Todo lo que haga durante este tiempo
que sea muy ordenadamente, trate de reestructurar en
forma nueva muchos ámbitos de su vida, aprenda a conocer y
a amar las bendiciones del silencio y la soledad.
Es fácil ver que todas estas recomendaciones provienen de
la cadena vertical de analogías del principio de Saturno:
estructura, plomo, equiseto, negro, cementerio, todos los
símbolos de la muerte, etc. Esas posibilidades se dejan extender
de manera correspondiente a muchos otros niveles,
adaptándose también a la persona en cuestión. Si nuestro
cliente sigue muchos de estos consejos, tiene que llegar a
conocer y a comprender inexorablemente el principio de
Saturno, pues no es posible hacer todas estas cosas sin que al
mismo tiempo también ocurra algo dentro de uno mismo.
Pero como el cliente está haciendo todo esto
voluntariamente, no producirá resistencia y de esa manera
aprenderá a amar en su significación al principio de la limitación,
de la renuncia y de la estructura (reducción a lo necesario).
Después de este tiempo constatará que esta confrontación
con los problemas de la muerte, la soledad y el silencio,
antes cuidadosamente evitados, lo ha hecho madurar y que ha
podido conocer nuevas dimensiones de la realidad. Durante
este tiempo hizo activamente lo que tenía que hacer: integrar a
través del aprendizaje un aspecto de la realidad nuevo para
él. Cumplió con su plan de estudios y resolvió el problema.
Si no sigue estas recomendaciones, porque opina que renuncia,
limitaciones y soledad "no son nada para él", que estas cosas no
le gustan, y por eso sigue con su estilo de vida habitual, pronto se
le transformará esta constelación de Saturno en "malévola" y
se cobrará su "sacrificio" por la fuerza.
Así, por ejemplo, nuestro cliente podrá tener que ir a la fuerza
al hospital, debido a un accidente. Aquí sí tiene que renunciar a
muchas cosas, fiestas, vida social, comida opípara, todos los
placeres, ¡cosa, que nosotros le habíamos aconsejado hacer
voluntariamente! Su cuarto de hospital estará reducido a lo
más necesario; justamente un cuarto así le habíamos
aconsejado. Todos los días ve cómo conducen a los muertos
por los pasillos y él mismo se ocupa con la idea de que su
accidente lo llevó muy cerca de la muerte; también le
habíamos aconsejado que frecuentara la idea de morir y de la
muerte. Está mucho tiempo solo y tiene tiempo para pensar.
Es fácil ver que el efecto es el mismo. Como ya lo hemos di-
cho, la meta del aprendizaje está determinada. Lo que
podemos elegir es solamente "Cómo" queremos aprender, de
modo voluntario o forzoso.

La enfermedad como información

De la misma manera se pueden conducir a una solución enfer-


medades o problemas ya manifestados. El criterio de una
terapia, así entendida, será siempre la pregunta: ¿qué es lo
que quiere enseñar la enfermedad al paciente? ¿Qué es lo
que el paciente no quiere aprender? Una terapia tiene que
reemplazar el proceso de aprendizaje intentado por la
enfermedad, de otra manera no podrá curar nunca.
De ahí resulta que hay que proceder de manera
homeopática. (Más sobre el principio de similitud en la
homeopatía en el próximo capítulo.) Así, tiene poco sentido
tratar de alegrar o distraer a un paciente depresivo. Al
contrario, es necesario que se enfrente con los representantes
de Saturno, color negro, soledad, muerte, etc., si quiere
curarse. Hoy día se peca contra esa ley básica en todas
partes. Los cuartos de los enfermos son multicolores y ale-
gres, la lectura divertida. Pero a nadie se le ocurre, sin
embargo, consolar con un chiste a una persona que está de luto.
En todos los órdenes se trabaja en contra de la voluntad
del destino en vez de apoyarlo. Hay algunas terapias que
obedecen a la ley de la analogía, pero sin que los usuarios se
den cuenta. Estos se fabrican a su vez teorías complicadas
para explicar la eficacia del método, que sólo obedece a la ley de
la analogía.
Así el principio de Neptuno corresponde a la disolución de
lo obvio y concreto, a lo velado e inconsciente. Su cadena de analo-
gías contiene entre otras cosas: alcohol, drogas, engaño,
agua, color verde botella, pies, sueños, visiones, mística,
esoterismo (esta cadena explica de paso por qué por un lado el
público no puede separar engaño, ilusión y esoterismo, y por
qué por otro lado se encuentra de hecho frecuentemente el
engaño, propio y ajeno, y la estafa, en el campo esotérico).
Si en la vida de una persona se manifiesta el principio de
Neptuno, esto debería descubrirle los misterios de la vida y
llevarlo al reino del inconsciente. Pero para esto es necesario que
lo obvio, lo consciente, la lógica y el intelecto cedan por un
tiempo su prioridad y se tornen más transparentes. Así se
puede llegar a una debilidad para concentrarse, a soñar despierto
y cosas similares.
Esta irrupción inesperada del inconsciente para empezar
lleva a la persona a consultar un médico. Este le prescribe
psicofármacos. Algo le sirven, porque son "venenos" y así
corresponden a la misma cadena de analogías. Después puede ser
que vaya a tratarse al psicoterapeuta. Ahí sí puede hacer lo que
Neptuno le quiere enseñar. Se ocupa del inconsciente, de los
sueños, de lo irracional. Pero es este tipo de ocupación lo que
le ayuda, mucho más que lo que quiere explicar la teoría
psicoanalítica. Unas vacaciones al borde del mar y la lectura
de una novela esotérica le harían el mismo efecto, al igual
que tomar baños de pie y la terapia con luz verde botella.
Podríamos continuar a voluntad con estos ejemplos, pero
se quiere presentar solamente el significado de una "matriz de
la realidad", que permite reconocer la estructura normal de
las relaciones y afirmaciones astrológicas y esotéricas en
su sentido más amplio.

El camino hacia la libertad

Hemos tratado de aclarar el concepto del destino y la


correcta relación con el mismo, tomando como ejemplo la
astrología, que no fue aquí más que un medio auxiliar para llegar
a reconocer más claramente el destino. Los resultados son
válidos independientemente de ella.
Nos queda la pregunta de si el hombre está predestinado o si
tiene libre albedrío. Una respuesta a este interrogante puede
entrar fácilmente en una vía muerta si pasamos por alto las
condiciones de la ley de la polaridad. El determinismo y la
libertad son dos polos que se condicionan mutuamente y que
se unen; no son contrarios entre sí, como se opina
frecuentemente. Como en toda polaridad nos resulta difícil o
imposible comprender con nuestra razón la simultaneidad de
ambos polos, y sin embargo la libertad no puede vivir sin el
determinismo y viceversa. Los dos se condicionan mutuamente
como la luz y la oscuridad, inspirar y espirar. Por eso el camino
a la libertad pasa por el cumplimiento de la ley.
La verdad paradójica reza: sólo quien se somete a la ley, es
libre. Sin embargo la mayoría de la gente trata de llegar a la
libertad por el camino de la arbitrariedad, pero este camino
lleva a la esclavitud. El sufrimiento no es otra cosa que el roce
que se origina entre el hombre y la ley de este mundo.
Cumplir la ley significa no percibir más roces. Por eso las reglas
de oro para llegar a la libertad absoluta son:
1. ¡Conócete a ti mismo (el microcosmos)!
2. ¡Conoce las leyes que rigen este universo (macrocosmos)!
3. ¡Reconoce que las leyes son buenas (estar en armonía)!
4. ¡Subordínate por tu propia voluntad y plenamente,
bajo estas leyes que has reconocido como buenas!
El que es capaz de dar estos cuatro pasos, cosechará por sí solo la
Quinta Esencia, que dice así: Libertad. El que se subordina li-
bremente bajo la ley, se integra a la ley y se transforma en la ley y
no queda nada por encima de él como obstáculo. Así lo formula
Crowly: "Cada hombre debe ser como una estrella y seguir su órbi-
ta." Una estrella es libre mientras sigue su órbita. La libertad se
termina cuando abandona su órbita.
Cada ser humano posee igualmente una órbita, que debe trazar en
este cosmos pero tiene que reconocerla si no quiere sentir los roces
de su rumbo equivocado. Por eso no queremos alentar ni la
actividad ni la pasividad, solamente las dos juntas originan un rit-
mo. Primero el hombre debe hacer silencio y escuchar para averi-
guar su órbita, pero luego debe trazarla activamente. Una
actividad así concebida nace de la confianza y no de la dominancia
del ego, que dice: "yo quiero, yo hago". El hombre ha alcanzado su
máxima libertad cuando es capaz de decir las palabras: "Señor,
hágase Tu voluntad y no la mía."
5. ENFERMEDAD Y
CURACION
No hay curación sin Salvador.
Nunca es curación en su sentido más elevado la
recuperación de la norma biológica.
Curación es santificación.
HERBERT FRITSCHE
La enfermedad es la forma más frecuente de cumplir el
destino. La enfermedad y la salud se transforman tanto para
el individuo como para la sociedad en áreas de problemas cada
vez más significativas, cuya solución se torna crecientemente
más difícil. Por un lado presenciamos un desarrollo de la
medicina en el campo técnico, que nos deja casi sin aliento,
por otro lado tenemos cada vez más enfermos y enfermedades
más y más caras.
Considerando el acentuado interés que hay por el problema
de la enfermedad y las múltiples discusiones sobre el tema,
sorprende con cuánta ingenuidad e inocencia se sigue
tratando este tema. Hasta qué punto tendrán que
presionarnos los acontecimientos, para empezar a
comprender que las teorías desarrolladas en la mecina hasta
el día de hoy, se mueven en un nivel que simplemente no se
adecúa al estar enfermo en sí. Se pasa por alto demasiado fá-
cilmente que los errores de concepto no se mejoran a raíz de
su difusión.
Nuestra medicina científica moderna se remonta a
Hipócrates (400 a. de C.). Hipócrates provenía de la célebre
estirpe de los Asklepíades, que con el correr de los siglos
instalaron lugares de curación en Grecia (casas de Asklepio)
donde los sacerdotes curaban a los enfermos mediante rituales
y cantos mágicos. Hipócrates, que se enorgullecía mucho de su
descendencia de los Asklepíades, rompió sin embargo, con su
tradición, o sea, la de los sacerdotes médicos y empezó a
observar las enfermedades independientemente de toda
religión y a desarrollar las curas correspondientes, tomando
como base el estudio del transcurso de la enfermedad misma.
Con este proceder sentó las bases para el método que se
considera obligatorio para la medicina científica hasta hoy día.
Esta medicina se transformó muy poco desde Hipócrates y
no muestra ningún desarrollo significativo, si se tiene en
cuenta el progreso en algunas áreas parciales y la regresión en
otras. Antes de ésta apostasía de Hipócrates, curar era cosa de
los sacerdotes y por ende de la religión. La enfermedad
siempre expresaba el enojo de los dioses y era curable por el
sacerdote, hacedor de puentes (en latín pontifex = el que
construye puentes). El llamaba al enfermo al arrepentimiento,
reconciliándolo así nuevamente con la deidad. Del punto de
vista de la medicina sacerdotal, la enfermedad está siempre
ligada con la culpa; la curación con el arrepentimiento y el cambio.
Al apartarse Hipócrates de esta tradición, se produjo a la
vez un apartamiento del "estar enfermo" y un volverse hacia las
"enfermedades". Así, hasta hoy, la medicina se ocupa del
diagnóstico y de la terapia de las "enfermedades" y pasa por alto el
verdadero problema del "estar enfermo". El hombre no tiene
ninguna enfermedad, sino que está enfermo. Pero
justamente este hombre enfermo no es tratado por la medicina,
solamente se tratan sus enfermedades, sus síntomas. Por eso los
éxitos de la medicina se limitan a esas enfermedades y no
tocan el fondo del estar enfermo de la humanidad. Sobre la
base de esta consideración individual de las enfermedades, se ha
logrado dominar de manera impresionante, ciertos grupos de
síntomas (epidemias, enfermedades infecciosas, etc.). Por otro
lado se pasa completamente por alto que con ello no se ha
cambiado en nada el "estar enfermo" en sí. Escribe Hans
Blueher, quien pudo ver claramente estas relaciones filosóficas
como ningún otro, en su "Traktat ueber die Heilkunde"
("Tratado sobre el arte de curar"): "Las enfermedades son
un bien común cargado a la humanidad; la masa de enfermos
visibles en el mundo queda siempre constante; de todos modos
no depende su variación de ninguna acción humana. Cuando
el médico cura a un enfermo, no se elimina por eso en el
mundo ninguna parte de la enfermedad en sí, así como la
materia tampoco es destruida por la combustión. Lo que hace el
médico, es quitarle a esa persona su parte individual de
enfermedad para, sin saberlo, cargársela a otra persona."
Siendo nuestro tema el destino del hombre, también debemos
tratar la enfermedad, ese "bien común cargado a la
humanidad". Bajo ese punto de vista, los síntomas son lo que
menos nos interesa. Esta consideración torna necesario hilvanar
la medicina con la filosofía y la religión, por más que la
medicina científica evite angustiada esta conexión. Es
comprensible que también lleguemos a deducciones diferentes
con respecto a la curación de las enfermedades.
Para evitar todo malentendido, quiero aclarar de antemano
que no es cuestión de atacar algo o alguien o de juzgar su
manera de proceder. No se niega de ninguna manera que
nuestra medicina proporciona la ayuda necesaria en muchos
casos, que cualquiera acepta con gratitud en un caso de
emergencia. No estamos considerando la ayuda, sino el hecho
de estar enfermo y su curación. La terapia médica tiene su
justificación y su bendición, cuando interviene por necesidad;
sin embargo esto nada tiene que ver con la curación.
Porque curar es siempre santificar y toca una dimensión que la
medicina científica desconoce. Una aclaración de estos
conceptos y vinculaciones no debería entenderse como una
crítica, sino como un intento de demostrar dónde se procede
de manera demasiado inconsciente. Lo inconsciente es siempre
el precursor necesario de la toma de conciencia.
Todo tiene su justificación en su tiempo, pero también es el
tiempo quien a su vez quita esa justificación. El error es falta de
conocimiento, es por esto que todo error espera su
transmutación, porque alguna vez todo el plomo tendrá que
transformarse en oro. Así como el invierno sueña con el
verano, y la noche prepara el día, así todo error lleva oculta
la verdad dentro de sí y es nuestro deber liberar ese germen de luz.

Enfermedad y muerte como signos del destino

Ya hemos visto que el estar enfermo representa generalmente


pasos de aprendizaje pasivos, que quieren familiarizar al
hombre con una realidad todavía no aceptada. Las
enfermedades son siempre portadoras de información. No
existen enfermedades sin sentido. Nos muestran donde hemos
salido de nuestra trayectoria; ponen fin a caminos errados,
obligan al cuestionamiento.

Curar significa descubrir la información inherente en la


enfermedad. Esto presupone que se pregunte por su sentido.
Aquí se pone en evidencia la peligrosidad de la medicina
actual, que trata de explicar la enfermedad por sí misma de modo
funcional y torna imposibles las preguntas del paciente por el
por qué con respuestas que sólo parecen serlo. Cada enfermo
siente íntimamente que la enfermedad tiene que tener algo
que ver con él, siente algo de culpa, para él su enfermedad
significa más que un cuerpo que no funcione bien. Pero hoy en
día ese comienzo es estrangulado por el médico, al asegurarle
que se trata de nada más que de... Así es como la enfermedad
pierde cada vez más su papel como portador de información, como
socio en el difícil camino de la evolución, y se le pone el sello
de un enemigo al que hay que combatir por todos los medios.
Llama la atención que la medicina habla exclusivamente
de la lucha contra la enfermedad. Quién se va a asombrar que
justamente los médicos no comprendan la enfermedad. Es
imposible comprender y conocer a un enemigo, mientras se
"lucha" contra él. Mientras la medicina no termine esta lucha,
tendrá que seguir cargando su destino de no ser competente en
cuestión de enfermedades, por faltarle la comprensión para
ello. El paso más importante y primordial del enfermo
consiste en estar en armonía con la enfermedad, en darle su
consentimiento. ¿Cómo puede llegar el paciente a lograr tal
cosa, si su médico se considera un luchador contra la enfermedad?
La resistencia siempre provoca resistencia, la lucha siempre
origina lucha.
De modo similar a los gobiernos en guerra, que sólo
informan a sus pueblos sobre las victorias, pero se callan las
derrotas, así de los círculos de la medicina solamente se escuchan
victorias sobre las enfermedades. Uno diría que después de
tantas victorias anunciadas, poco a poco no debería ya quedar
ni rastro del enemigo... Pero el adversario ;gracias a Dios!,
tiene tal magnitud, que no se deja impresionar por las
inyecciones, los comprimidos y los cuchillos de la medicina. Y
digo: gracias a Dios, porque al desaparecer las enfermedades
también desaparecería la posibilidad de la evolución humana.
El hombre solamente puede ser curado porque está enfermo, sin
enfermedad no hay salvación.

El segundo gran enemigo, señalado como tal por la medicina,


es la muerte, a la que también se estará tratando de vencer.
Esta ocupación impide evidentemente que se conozca más de
cerca "la vida". Porque con nuestras observaciones aún no se ha
llegado más allá de algunas manifestaciones de la vida. La vida
misma como calidad independiente es algo relativamente
desconocido en aquellos círculos profesionales. Esto no es de
sorprender si se toma en cuenta que la medicina, desde sus
principios hasta hoy en día, estudia cadáveres y así resulta
ser más la ciencia del hombre muerto que del vivo. Aquí reina
la misma ley primordial que en el transcurso del destino de cada
hombre, uno siempre se ve obligado a ocuparse de manera
especialmente intensa con lo que uno resiste.
Mirándolo más de cerca, esta resistencia contra la
enfermedad y la muerte resulta algo sospechosa en una
profesión cuya meta declarada es ayudar al prójimo. Resistir
significa lo mismo que no estar reconciliado, lo que lleva
nuevamente a la conclusión de que hay temores
subconscientes. La ayuda demuestra ser una lucha
transferida al mundo exterior, contra los problemas propios,
contra angustias no-resueltas ante la enfermedad y la
muerte. Quien haya comprendido realmente la enfermedad,
ya no puede hablar más de "la lucha contra las
enfermedades". El que está reconciliado con la muerte, no
habla de "la carrera contra la muerte", cuando se logra
mantener en acción las funciones corporales de una persona
en una sala de terapia intensiva.
Leímos en un periódico algo sobre médicos desesperados.
La razón de esta desesperación era un joven accidentado, que
aprovechaba las breves fases en que recuperaba el
conocimiento para negarse estrictamente a aceptar
transfusiones de sangre, lo que su fe le prohibía. Uno se
pregunta con sorpresa por qué los médicos estaban tan
desesperados. Esperemos que haya sido porque les faltaba la
fortaleza de la fe de aquel paciente.
Si la ambición de poder de la medicina se sigue
desarrollando como hasta ahora, pronto tendremos que asegurar
el derecho a la enfermedad y a la muerte mediante norma
constitucional. La ayuda siempre adquiere un gusto raro, si es
prestada a cualquier precio y hasta en contra de la voluntad de la
persona en cuestión.
Por supuesto, no queremos ser unilaterales en nuestras conside-
raciones y pretender que son los médicos los que tienen la culpa si
los pobres pacientes no pueden encontrar un sentido más pleno a la
enfermedad y a la muerte. La ley de resonancia dice que cada
uno recibe lo que merece. En nuestro caso esto significa que
los enfermos reciben la medicina que se merecen. Esto también
es válido en cada caso individual. Cada enfermo se encuentra
con el terapeuta para el que está maduro y viceversa. Por eso,
todos los terapeutas están tan profundamente convencidos de la
efectividad exclusiva de su método.
Cuando una sociedad ha olvidado entenderse con el destino
y no tiene ganas de asumir la responsabilidad del estar
enfermo, nutre con sus propias expectativas una medicina
como la tenemos hoy. Es por eso que no se puede cambiar a la
medicina, sino solamente a los pacientes, y es de estos de quienes
tratamos aquí. Estar enfermo significa que el hombre ha caído
fuera de un orden; significa no vivir ya dentro de la ley. Ese
"estar enfermo" se señaliza por síntomas. Estos tienen
función de señal y pueden mostrarnos un camino al "estar
enfermo" y a la curación, si se comprenden bien. Los síntomas
mismos no son enfermedades, por eso lo menos importante del
mundo es hacer desaparecer síntomas.
En la técnica tenemos muchos sistemas de alarma como,
por ejemplo, la luz roja en un congelador, que se enciende cuando
la temperatura sube en forma fuera de lo común. Al
encenderse la lámpara, ninguna persona razonable iría a
aflojarla y al apagarse la luz, anunciaría con orgullo haber
reparado el congelador. En la "reparación" del hombre, sin
embargo, se repite permanentemente ese grotesco proceder.
Apenas se "enciende" un síntoma, ya está ahí el médico para
hacerlo desaparecer y anota esa treta como un éxito de la
terapia.
Así surge la paradoja de que las estadísticas de éxito de la
medicina se apoyan únicamente en el hecho de que no se sabe
curar. Porque cada síntoma reprimido obliga a la persona a
manifestar su "ser enfermo" no tratado, en otro nivel. La
supresión de este nuevo síntoma ya nos da el éxito de terapia
número 2 y así progresivamente. Hay un nombre para este
efecto: el desplazamiento de síntomas, pero este proceso se
disimula cada vez más por la alta especialización, el enfermo
lleva su próxima enfermedad al especialista siguiente.
El hombre se enferma siempre y solamente de un
principio primordial, no debido a bacterias, virus, toxinas o
cosas parecidas. Curar significa tornar al hombre más sano,
santificarlo, acercarlo más a la salvación. La curación está
ligada a un proceso de toma de conciencia, que lo reconcilia
nuevamente con el principio primordial (Deidad) del que
estaba enfermo. Una curación así comprendida no es por
supuesto cuestión de tener medios técnicos cada vez mejores,
ni sistemas de diagnóstico más refinados, ni más química.
Curar es siempre un acto sacerdotal, que se desarrolla más allá
del mundo tangible. Por eso, aprender a curar es muy poco
factible; un verdadero curador debe ser legitimado por la
naturaleza como sacerdote, tiene que ser un iniciado.
Paracelso y Hahneman eran, por ejemplo, tales iniciados por
la naturaleza. Había y hay todavía muchos más, aunque no
sean de celebridad comparable, pero siempre son pocos los
que saben y estos llevan siempre el sello del sacerdocio —y
estos pocos son los que en realidad cambian el mundo.
Así el médico Wladimir Linderberg en su "Reine nach
Innen" ("Viaje hacia adentro") le hace decir a Buturlin: "...
pero el mundo no puede existir de ninguna manera sin los
sabios, sin los santos, sin los que oran. No se los ve, ni se los
oye, sin embargo son más reales que todos los demás, porque
son los únicos que permanecen."
Ante la gran cantidad de enfermos, puede que parezcan
alejadas del mundo y no realistas estas exigencias para un
curador. En efecto, será difícilmente posible ocupar los
puestos de nuestras grandes empresas de medicina con
verdaderos curadores. Un consultorio normal de nuestra
medicina social tampoco es el mejor lugar para ocuparse de la
salvación del alma de los pacientes. No es parte de nuestro
tema, averiguar si ese estado de cosas es la condición o la
consecuencia de nuestra medicina. Queremos mostrar
únicamente que sí existen caminos practicables para tratar
al paciente según el principio primordial de la curación, si por
lo menos se está dispuesto a seguir las indicaciones de los
grandes médicos iniciados y sus enseñanzas.

La homeopatía

Uno de los conocimientos fundamentales en el arte de curar


es la homeopatía, tal como ha sido desarrollada y transmitida
en su forma más válida por Samuel Hahnemann (1755-1843).
Desde ese momento hasta el día de hoy, la homeopatía ha sido
atacada tan apasionadamente por sus contrarios como
defendida por sus seguidores. A continuación, nos ocuparemos
un poco más detalladamente de la homeopatía. Esto no
solamente porque en una época de peligro a la orden del día
de parte de los legisladores hace más necesaria que nunca una
mejor comprensión justamente en los círculos no-médicos,
sino también porque la homeopatía es mucho más que un
mero método de terapia.
Observándola más de cerca, la homeopatía se revelará como el
verdadero principio de curación de este universo. Y este
significado le da su legitimación también al uso terapéutico
concreto. Además, con este ejemplo se quiere mostrar que la
cosmovisión esotérica está capacitada para presentar de
manera simple y clara las relaciones funcionales, que para el
hombre de mente materialista parecen una imposibilidad lógica.
Los principales ataques se dirigen generalmente contra el pro-
cedimiento de producción de los medicamentos homeopáticos. Un
medicamento de este tipo sería "tan diluido" que parecería
imposible que contuviera todavía algo de la sustancia activa.
Con sorprendente obstinación por no querer aprender, la
prensa demuestra ese proceso al público con el ejemplo
siguiente: Se vierte una gota de una sustancia en el lago de
Bodensee o en el Mar del Norte, se revuelve simbólicamente y
después se afirma que una botellita de agua sacada en la otra
orilla es ahora más o menos equivalente a la dilución
homeopática D 30. Las pruebas en contra se tornan aún más
científicas cuando se compran en la farmacia cinco medica-
mentos homeopáticos diferentes y después se analizan con
instrumentos modernos hasta llegar a su estructura atómica,
solamente para constatar entonces que cada una de las cinco
botellitas contienen tan sólo alcohol con algunas impurezas.
Se ha desenmascarado el engaño y se exige en alta voz "en
interés del público" que los legisladores procedan a actuar
finalmente contra esta estafa.
Para no seguir siendo víctimas de esta argumentación,
que ni siquiera roza la homeopatía, observemos en primer
lugar cómo se prepara un medicamento homeopático. La
sustancia inicial para el mismo puede ser prácticamente casi
todo lo que se encuentra en materia de sustancias en este
mundo, pero se limita primariamente a las sustancias de los
tres reinos de la naturaleza: el mineral, el animal y el vegetal.

Tomemos como ejemplo, la belladona (Bell). A partir de este


fruto vegetal se prepara una tintura que viene ser la
sustancia original y se llama por ello también tintura
madres (símbolo: o). Ahora se toma una parte de ella y se le
agregan diez partes de una sustancia solvente, como por
ejemplo, alcohol, y se agitan ambas. Este agitar, que más
exactamente es una cantidad definida de sacudidas, se llama
potenciar. El producto final de este procedimiento se llama ahora:
Bell. D 1, o sea la primera potencia decimal de la planta
belladona. De esta Bell. D 1 se toma nuevamente una parte y se
agita con 10 partes de solvente y así se obtiene Bell. 2. Este
proceso de potenciar se repite de modo continuo, lo que nos
lleva al esquema siguiente:

1 parte Bell. + 10 partes de alcohol = Bell. D 1


(relación 1:10)
1 parte Bell. D 1 + 10 partes de alcohol = Bell. D 2
(relación 1:100)
1 parte Bell. D 2 + 10 partes de acohol = Bell. D 3
(relación 1:1.000)
1 parte Bell. D 3 + 10 partes de alcohol = Bell. D 4
(relación 1:10.000)
1 parte Bell. D 4 + 10 partes de alcohol = Bell. D 5
(relación 1:100.000)
1 parte Bell. D 5 + 10 partes de alcohol = Bell. D 6
(relación 1:1 millón)
1 parte Bell. D + 10 partes de alcohol = Bell. D 7
(relación 1:10 millones)

1 parte Bell. 29 + 10 partes de alcohol = Bell. D 30


(relación 1:1 quintillón)
Aquí terminamos nuestra tabla de D 30 a pesar de que de
ninguna manera la potenciación de un medicamento tiene
que detenerse aquí. Cada medicamento se puede obtener en
las potencias más variadas, se puede obtener Bell. D 30 así
como Bell. D 12, D 30 ó también D 200, D 500, D 1.000 ó D
10.000. Belladona D 200 corresponde según el esquema
anterior a una relación de una parte Bell. con tantas partes
de alcohol como lo expresaría el número 1 con 200 ceros.
Ahora bien, se sabe que ya en la D 23 no hay ni una sola
molécula de la tintura madre (en nuestro caso: Bell.), todo
lo que se hace a partir de la D 23 es una agitación ritual del
alcohol. Una belladona D 30 no se distingue químicamente de
una belladona D 200 en prácticamente nada. Las dos son
alcohol puro y no merecen, visto de esta manera, ni siquiera la
etiqueta "Belladona". Y sin embargo la homeopatía trabaja con
estas "potencias altas". Gahnemann usaba casi exclusivamente
la potencia 30 y con ella realizaba todas sus curas.
El adversario de la homeopatía se alegra de que con esto queda
comprobado que se trabaja "con nada". Pero el verdadero
homeópata usa la D 30, justamente para asegurarse de que ya
no está trabajando con materia.
Para completar, se debería mencionar aquí que también
existen las así llamadas potencias C (potencias centesimales),
donde en cada paso de potenciación se agita en la relación
1:100 (en vez de 1:10 en las potencias D). En las potencias C,
que en realidad son las más originales y por eso deberían
tener preferencia, se abandona por supuesto con más rapidez
todavía el nivel material, desde la C 12 ya no hay ni un átomo
de la tintura madre. Un desarrollo posterior de Hahnemann
son las así llamadas potencias LM (potencia quinta-centesimal)
que corresponden a las potencias altas, pero son más fáciles de
usar en la terapia. Los problemas específicos relacionados con esto
no nos interesan aquí.
Si ya el hecho de que los medicamentos no contengan
"nada" de lo que anuncia su etiqueta, nos presenta algunos
problemas, entonces la dosificación aumenta
considerablemente la confusión. Si se le prescribe a un
paciente por ejemplo una D 6, puede ser que tenga que
ingerir una toma cada 2 horas, siendo una toma siempre 7
gotas o 7 glóbulos. Resulta que los medicamentos homeopáticos
no vienen solamente en forma líquida, sino también como
pequeños glóbulos de lactosa, los así llamados glóbulos. En
este caso la lactosa corresponde al disolvente alcohol.
De un medicamento en potencia 30 (D 30) puede ingerir
una toma solamente una vez al día, una D 200 se le da
solamente una vez y después ningún otro medicamento
durante 6 semanas. Es bastante extraño para un ciudadano
acostumbrado al consumo de píldoras, recibir 7 gotas de un
medicamento y que le digan que vuelva dentro de 6
semanas, y esto con una D 200, "que hace tiempo ya no
contiene más nada".
La confusión aumenta aún más cuando se ve que el homeópata
prescribe el mismo medicamento a una señora, a cuyo
marido le dio tanto resultado en su operación de amígdalas,
pero a ella ahora se lo prescribe para sus varices. Pero cuando
la señora tenga su próxima inflamación de amígdalas, se le
dará un medicamento totalmente distinto. También llama la
atención que los medicamentos mismos no lleven clase de
indicación respecto de en qué casos se aconseja usarlos.

La información como medio de curación

Con tantos disparates no ha de sorprender demasiado, que


sea cosa fácil para los clínicos caracterizar a la homeopatía como
una superstición. Por otro lado tenemos los éxitos, que son tan
claros, que aún palabras como efecto-placebo, curación
espontánea, autosugestión, sólo suenan como pretextos. Que a
un médico homeópata, que durante treinta años realiza su
práctica solamente con homeopatía, se le impute que trabaja
exclusivamente con la fuerza imaginativa de sus pacientes no es
más que una señal de estupidez ingenua. Porque si esto fuera
así, vergüenza tendría que darle a la medicina oficial no
obtener la misma cantidad de éxitos con el efecto placebo.
Pero entonces se espera todavía una explicación científica, de
cómo puede ser que haya ignorantes que, con su imaginación, están
dispuestos a proporcionarle éxitos al homeópata.
Aquí se podría citar una larga lista de pruebas puramente ex-
perimentales para comprobar la efectividad de los medicamentos
homeopáticos; ensayo de cristalización según Pfeiffer,
dynamólisis capilar según Kolisko, ensayo de medicamentos
según Voll, etc. Pero no se trata en este libro de probar a los
que no quieran entender, algo que no pueden ni quieren
comprender. Más bien propongo aquí la efectividad de la
homeopatía como muy superior a cualquier otro procedimiento
de la medicina oficial. Porque esto es un hecho, del que
cualquiera se puede convencer solo, si quiere. Más interantes que
cualquier prueba funcional son las consideraciones de cómo y
por qué justamente la homeopatía puede curar y por qué
contradice en todos los puntos el mundo corriente de las ideas
de la medicina. Todas las contradicciones se resuelven
rápidamente cuando sabemos distinguir dos conceptos: la
información y el portador de información. Miremos una cinta
en cassette: vemos que consiste en una caja de plástico y en
una cinta de material sintético con una capa sensible. Con este
cassette se puede grabar por ejemplo un concierto o una
conferencia. La conferencia o la música son la información, el
cassette no es más que el portador de la información. Dos
cassettes, una con una grabación de música y la otra con una
conferencia no se podrían distinguir materialmente si no fuera
por sus etiquetas distintas.
Lo mismo pasa con un libro. El libro mismo consiste en papel,
cola y tinta de imprenta. El contenido podría ser, por ejemplo,
un tratado sobre la historia de Europa. Si se le da ese libro a
un grupo de científicos, con la orden de analizarlo hasta su
estructura atómica, se obtendría después una lista con el peso del
libro, sus medidas exactas, los resultados del análisis espectral,
la composición química exacta, etc. Solamente una cosa no
surgiría más en ese análisis: la historia de Europa. El
contenido del libro, su información en sí, se ha perdido en el
análisis.
Desde el punto de vista de los adversarios de la
homeopatía, toda la oferta compleja de libros sería una pura
estafa, porque todos los libros consisten a grandes rasgos del
mismo material y lo único que los distingue son los títulos. En
el laboratorio no se puede comprobar ni medir técnicamente,
que los distintos títulos también correspondan a distintos
contenidos.
La información es siempre algo inmaterial y para ser
transmitido, necesita un portador material. Un portador así
puede consistir en las sustancias más variadas, cinta grabada,
disco, papel, madera, piedra, metal, aire, etc., y sin embargo
cumplir siempre la misma misión. Portadores de información
similares pueden transmitir las informaciones más variadas y
por otro lado la misma información puede ser confiada a
portadores muy variados. Lo que generalmente importa más es
la información y no tanto el material del portador. Si se
quiere conocer el Fausto de Goethe, es de importancia
secundaria, si leo el texto impreso en papel, escrito en metal o
hablado en una cinta. Lo que importa es la información en sí.
Si recibo un ejemplar del " Fausto" de Goethe, basta con
este único ejemplar para transmitir la información. Diez
tomos adicionales del mismo libro no aumentan la información.

Transfiramos estos ejemplos simples a nuestro problema.


Ya dijimos que, en una enfermedad, siempre es el hombre el que
está enfermo, nunca la materia. Esta como tal no se puede
enfermar, porque toda materia es "enferma" en sí. En lo
corporal se ven solamente los rastros de la enfermedad. Si se
quiere curar, esto siempre tiene que combinarse con una
ampliación de la conciencia, como ya recalcamos antes. Pero
ampliación de la conciencia quiere decir afluencia de
información. Si un medicamento quiere ser llamado "medio de
curación" (= ser mediador de la curación), entonces ese
medicamento le tiene que aportar al hombre la información que
le falta. Si recordamos la correspondencia del hombre como
microcosmos al macrocosmos, entonces todo lo que le falta al
microcosmos hombre tiene que poder ser encontrado en el
macrocosmos. Todos los principios están individualizados en el
macrocosmos como minerales animales o plantas. Lo esencial de
una planta medicinal es justamente su individualidad, su alma
como representante de un principio primordial, que se
manifiesta en su organismo corpóreo. Si a una persona le
falta un principio primordial (el médico pregunta: ¿Qué le
pasa?, en alemán "¿Qué le falta?"), se puede buscar en el
macrocosmos y se le puede incorporar al enfermo esa infor-
mación. Pero para esto es necesario desprender la
información de una planta, de un mineral, de un animal, etc., de
su forma corpórea aparente, de liberarla de su prisión en la
materia. Después se toma esa información liberada y se la
acopla a un portador de información adecuado, para así poder
ser transmitida.
Justamente esto es lo que sucede en el proceso de
potenciación en la homeopatía. En el proceso descrito se
desprende paso a paso la esencia de la planta, su individualidad,
de su forma corpórea y al mismo tiempo se acopla la
información liberada a un portador nuevo, neutro, como por
ejemplo alcohol, lactosa. Cuanto más largo es ese proceso y
más alta la potencia, más se la libera de su cautiverio
material y con tanta más fuerza puede desplegar su infor-
mación en el espacio inmaterial.
Por esto es que, paralelamente con la potencia, la
efectividad aumenta de manera tan tremenda, que a veces de
una D 200 no se dan más que dos gotas o glóbulos, y
enfermedades, hasta entonces incurables, desaparecen para
siempre. Si por un descuido en vez de dos glóbulos se tragara
una libra entera, no pasaría tampoco ni más ni menos, es como
en nuestro ejemplo con el libro: diez libros adicionales no
aportan más información que uno. Cien tarjetas de visita no
dicen más sobre una dirección que una. Como al verdadero
homeópata lo único que le interesa es la información, trabaja casi
exclusivamente con potencias mayores a D 30, porque las
potencias bajas, al contener todavía partículas materiales,
tienen que hacer desvíos corpóreos, por eso también tienen
que ser tomadas en dosis más frecuentes.
El que haya entendido la potenciación como proceso gradual
de "espiritualización" de la materia, también verá la
diferencia entre una disolución de un elemento y la potenciación
del mismo. Es por esto que la imagen de una sola gota en el lago
de Bodensee no tiene nada que ver con la homeopatía,
porque no es cuestión de diluir la sustancia, lo esencial es la
potenciación. La homeopatía según Hahnemann no es una
terapia "con muy pequeñas dosis de medicamentos", sino es una
terapia sin ningún medicamento material.
Esto debe recalcarse, porque hay un grupo de homeópatas
que se autodenomina "crítico" que denuncia con fervor las
potencias altas y quiere adaptar las potencias bajas, a través
de teorías materiales, a la manera de pensar de la medicina
oficial. Pero la adaptación de disciplinas esotéricas en manos
de seguidores incompetentes es siempre traición y demuestra
solamente que se perfila una neurosis en aquellos que la
hacen. Ya lo dijo Paracelso: "Lo que mastican los dientes, no
es el medicamento; nadie ve el medicamento. No es cuestión de
cuerpo, sino de fuerza."

El principio de la semejanza

Después de este intento de explicar la preparación y el


efecto de los medicamentos homeopáticos, llegamos al núcleo
de la cuestión: cómo se puede verificar, cuál es la información que
le falta al enfermo y cómo se puede reconocer, dónde se
manifiesta esa información que falta en el dominio
macrocósmico. La respuesta está en la formulación clásica de
Hahnemann: "Similia similibus curantur" o sea: "Lo similar se
ha de curar por lo similar."
Este mandato de la similaridad es la piedra angular de la
homeopatía y en su validez sobrepasa ampliamente el dominio
de la medicina. La ejecución concreta de esa instrucción se hace de
la siguiente manera: casi todas las sustancias que se
encuentran en la naturaleza son tóxicas. El grado de
toxicidad de las distintas sustancias difiere solamente en la
dosis requerida para que sea tóxica. Así hace falta muchísima
más sal común para intoxicarse que por ejemplo mercurio.
Pero todas las sustancias provocan, a partir de cierta
cantidad, síntomas de envenenamiento en el organismos hu-
mano.

La homeopatía ensaya sus medicamentos en personas sanas.


Una persona ingiere de una sustancia (mineral, vegetal, etc.)
una cantidad tal que enferma el organismo sano. Todos los
síntomas resultantes se observan minuciosamente y se anotan en
un protocolo. De esa manera se llega a tener el cuadro de
toxicidad, o sea, el cuadro medicamentoso de determinada
sustancia. Es cierto que el cuadro clínico resultante de la
intoxicación siempre mostrará solamente una reacción
individual, subjetiva, de un cuerpo a esa sustancia, pero el
examen repetido de la misma sustancia en distintos individuos,
permite establecer un cuadro característico de los efectos de un
determinado medicamento. En esta verificación de medicamentos,
el individuo sano toma un medicamento y como consecuencia de
ello, se enferma. Si el médico encuentra a un enfermo, cuya
suma de síntomas tiene una gran similitud con el cuadro de
enfermedad provocado en una persona sana por un cierto
medicamento, entonces resulta que este medicamento es el
"simile", o sea el medicamento indicado, que es capaz de curar al
enfermo. Lo único es que el enfermo no recibe el
medicamento en su forma material (tóxica), sino en una
potencia.
Volvamos a repetir: Un medicamento, por ejemplo, Belladona,
provoca por su toxicidad en un individuo sano, una
enfermedad con síntomas característicos. Si un enfermo que
no ha ingerido Belladona, presenta un cuadro sintomático
similar al cuadro de intoxicación con Belladona, entonces
Belladona, en su forma potenciada, es el medicamento
indicado para ese paciente. Porque "Similia similibus
curantur", lo similar se curará por lo similar.
Aquí vemos otra vez todo el significado de la ley de
polaridad: lo que es veneno para el sano, es medicamento para
el enfermo. No es casualidad que en griego la palabra
"Pharmakon" significa tanto veneno como medicamento.
De la manera descrita han sido examinados unos cuantos
miles de medicamentos por los pioneros de la homeopatía,
que los probaron en su propio cuerpo para poder verificar
sus síntomas de toxicidad. El médico se enfermó a sí mismo,
devino un paciente a la par. El verdadero significado de
homeópata es Homoinon =similar, pathein = sufrir. Así como se
transforma veneno en medicamento a través de la
potenciación, el médico que por voluntad propia se sumerge en
la enfermedad, deviene el verdadero curador, porque se asemeja al
enfermo en el padecimiento. Aquí ya se impone la idea de
Cristo, que, siendo Dios, devino un ser humano sufriente por
su propia voluntad, para que, de manera homeopática, a través del
padecimiento similar, pudiera redimir así al hombre.
Si bien ya se han examinado un número increíblemente alto de
sustancias respecto de su efectividad como medicamentos, hay
muchas más sustancias que tienen que ser examinadas de esa
manera, aunque justamente ese gran número hace cada vez más
difícil encontrar el medicamento "similar" apropiado en cada
caso individual. Pero la homeopatía solamente habrá
terminado su trabajo, cuando haya examinado la totalidad del
macrocosmos respecto de su efectividad tóxica y con esto su
efectividad de curación.
Si recordamos lo dicho en relación con la astrología sobre el
enfermarse de un principio primordial, entonces el método de
trabajo de la homeopatía se tiene que aclarar cada vez más.
El hombre como microcosmos contiene en sí mismo la suma de
todos los principios primordiales en forma de unidades
inmateriales. El macrocosmos también contiene todos estos
principios primordiales, pero en su forma de caída,
pecaminosa, atados a la oscuridad de la forma fenoménica
material. La caída del reino de las ideas al reino de la materia
torna tóxicos a los principios, porque tóxico es el polo opuesto
de sano, santo. Por eso se ha dicho que las sustancias
materiales nunca pueden curar, porque ellas mismas
todavía no están redimidas.
Si una persona sana ingiere un principio primordial de ese
tipo en su forma material, se intoxica y se enferma. Pero en el
enfermo pasa lo mismo. En el enfermo uno de "sus" principios
primordiales se precipita a la forma material, "se vuelve
bruto" (Fritsche) y se materializa en su cuerpo como sustancia.
Este principio primordial materializado es lo que lo intoxica y
así es como se enferma. Ahora le falta ese principio primordial
en el nivel inmaterial, en cambio, experimenta su efecto tóxico
en el nivel corporal.
La tarea difícil del homeópata es averiguar, cual es el principio
primordial que enferma al paciente; el médico le da ese
principio ausente como medicamento, el que, aún proveniente
del macrocosmos, está redimido por el proceso de potenciación y
así está re-transformando a su forma inmaterial. El enfermo
recibe lo que le falta. Esa información se encarga de que, en el
nivel corpóreo, sea eliminado ese principio primordial que se
había tornado material y tóxico. Esa eliminación se puede
medir experimentalmente: Si un paciente recibe una toma de
Sulfuro D 200 (azufre), entonces, de pronto, su cuerpo
elimina más o menos 600 veces más azufre que lo normal,
hasta 5,76 gramos diarios.

Con el principio de semejanza Hahnemann le ha dado una for-


mulación válida de un principio primordial. La curación
puede efectuarse solamente a través de la similitud. Por
consiguiente, se puede evaluar cualquier sistema terapéutico en
la medida en que corresponde a ese principio homeopático o no.
La medicina oficial piensa de manera alopática, trata de
curar mediante lo contrario (per contraria). Pero el
principio de lo contrario está en contradicción con la ley
universal. La resistencia siempre produce resistencia; con ella
se pueden conseguir efectos, pero no curar. Esto lo sabían todos
los grandes médicos, ya 200 años antes de Hahnemann dijo el
gran Paracelso: "De ninguna manera se cura una enfermedad
per contraria, o sea con los medios contrarios, sino con ayuda
del Similie ("sed quodlibet suo simile"). El gran Paracelso
escribe en "Paragranum": "Si sabes que una enfermedad
tiene carácter arsenical, esto es lo que te indica la cura,
porque arsénico cura arsénico, anthrax cura anthrax, como el
veneno suele curar al veneno. Por eso un hombre cura al otro,
porque tienen la misma anatomía; la misma anatomía cura por
intercambio." Ya Paracelso conocía el principio de la
similitud, pero aún no conocía el proceso de preparar
medicamentos mediante la potenciación. En lugar de esto,
preparaba sus medicamentos mediante procesos alquímicos.
En el proceso alquímico de preparación de un medicamento
tenemos la misma transmutación del veneno en
medicamento, solamente mediante otra manera que en el
potenciación.
Finalmente se mencionará otra vez la astrología, ya
delineada en el capítulo anterior, cuya estructura
homeopática ahora se puede entender mejor aún. Si alguien
se enferma del principio de Saturno, se le prescriben como
medicamentos principios de Saturno. Por eso el depresivo
necesita un cuarto negro y no colores vivos, etc.
Lo que tienen todos estos métodos en común, es la opinión
de que toda enfermedad es una repetición microcósmica de lo
que llamamos "el pecado original" y es por ello que toda
curación tiene que ser también un proceso de redención en
pequeña escala.
6. LA CREACION Y EL
PECADO ORIGINAL
Tratar de evitar el sufrimiento; cómo y donde sea que se
presente; indica siempre que quien lo hace,
es fundamentalmente un no-iniciado.
HERBERT FRITSCHE
Debes comprender,
de uno haz diez y
al dos déjalo ir y
el tres hazlo ya, así
eres rico.
El cuatro piérdelo
d e c inc o y seis
a sí d ice l a br uja
haz sie te y o c ho ,
así está consumado.
El nueve es uno y
diez es ninguno,
ésta es la tabla de multiplicación de las brujas
GOETHE

La Tabla de Multiplicación de las Brujas, de Goethe, casi ya


no es comprensible para el hombre de hoy. Se supone con
frecuencia que se trata de un mero juego de palabras, sin
mucho sentido, lo que en el caso de Goethe no deja de ser
una suposición bastante audaz.
Ya hemos hablado de la polaridad del tiempo, de su
aspecto cualitativo y cuantitativo. Así como hoy tenemos en
cuenta exclusivamente el lado cuantitativo del tiempo,
también con los números conocemos solamente la cantidad.
El número tres para nosotros representa siempre una cantidad:
tres manzanas, tres litros, tres grados, etc. Pero también los
números poseen el aspecto del polo opuesto de la calidad.
Si se aprende a comprender la calidad de los números, éstos
se revelan como la matriz y los símbolos primordiales de la
Creación. Pitágoras, iniciado en las disciplinas esotéricas en
Egipto, enseñaba que el número es la última piedra de
contrucción, la raíz de este mundo. Si bien proveyó a las
Matemáticas de teoremas válidos hasta el día de hoy,
consideraba a todos los números y relaciones matemáticas en
primer lugar desde el punto de vista cualitativo, como parábola de
una realidad superior.
Este es exactamente el criterio que distingue a un espíritu
genial de sus seguidores. Después de descubrir la ley de gravedad,
Isaac Newton se dedicó a traducir la Biblia y escribió, entre
otros, libros sobre las profecías de Daniel y el Apocalipsis según
San Juan. Usó la ley de la gravedad solamente como parábola
y con esto consiguió el modo de pensar vertical. Sus seguidores
y sucesores utilizaron la ley de la gravedad para satisfacer su
curiosidad y así dieron testimonio de su falta de comprensión.
Los números, al igual que los idiomas, no son algo creado
o pensado por el hombre, sino algo encontrado por él. Los
numeros son cualidades primordiales, realidades de un
orden mayor. Los números, si se los mira bien, revelan las leyes y
los secretos de esta creación; reflejan el proceso de la creación.
Por eso, dentro del marco útil y necesario para nuestras consi-
deraciones ulteriores, queremos estudiar algunas
características cualitativas de los números, sin pretender
agotar ni remotamente con esto el enorme campo de la mitología
de los números.
En el esoterismo, al tratar con los números, se aplican sobre
todo dos operaciones de cálculo: la reducción y la adición
teosóficas. La reducción teosófica consiste en retrotraer a
una sola cifra un número compuesto por varias cifras. Esto se
consigue si se suman las cifras de que se compone el número
tantas veces como sea necesario hasta que queda una sola
cifra. Esto se conoce como la formación de las sumas
transversales. Ejemplos:
10 = 1 + 0 = 1
11 = 1 + 1 = 2
12 = 1 + 2 = 3
13 = 1 + 3 = 4
2311 = 2 + 3 + 1 + 1 = 7
666 = 6 + 6 + 6 = 18 = 9
De esta operación se deduce que todos los números sin
excepción son solamente distintas presentaciones de las
primeras nueve cifras. No hay más que nueve cifras. Al
terminar con ellas se cumple el primer ciclo (0); podemos
escribir 10. A partir de ahí comienza un nuevo desarrollo de
1 a 9, solamente en otro nivel. Así las cifras del 1 al 9 forman
la matriz básica de toda evolución y de todo proceso de creación.
La adición teosófica consiste en sumar en forma aritmética
todas las cifras de un número, desde su unidad hasta su propio
valor matemático. Ejemplos:
El valor teosófico del número 3 es
1+2+3=6
el valor teosófico del número 4 es
1+2+3+4=10
el valor teosófico del número 7 es
1+2+3+4+5+6+7=28
el 28 se reduce a 2 + 8 = 10 = 1 + 0 1
De ahí resulta:
4=10=1
7=10=1
o sea:
4=7
Si usamos estas dos operaciones de manera sistemática, se
muestra una estructura inherente a la construcción de los
números. Hallamos que los números 1, 4, 7, 10 son todos iguales
a1
Porque:
1=1
4 = 1 + 2 + 3 + 4 = 1 0 = 1
7=1+2+3+4+5+6+7=28=10=1
10=1
Aquí se puede observar que la construcción de los números
se puede descomponer en pasos triples porque el número "4"
representa la unidad "1" en un nivel más elevado. Así podemos
escribir:
1 2 3
4 5 6
7 8 9
10 11 12
13 14 15 y así sucesivamente.
Vemos que todos los números de la primera línea vertical
(1, 4, 7, 10, 13, 16, 19, etc.) no son más que distintas
formaciones de la unidad. Para controlar:
1=1
4 = 1 + 2 + 3 + 4 = 1 0 = 1
7=1+2+3+4+5+6+7=28=10=1
10=1+0=1
13=1+3=4=1
16=1+6=7=1
19 = 1 + 9 = 10 = 1 y así sucesivamente.
Es decir que todos los números en su análisis último se
reducen a la secuencia de los primeros cuatro números en la
disposición siguiente:
123
4
Toda creación y toda evolución consiste en un paso triple.
En el cuarto paso ya empieza una repetición de la primera
trinidad en un nuevo nivel. Este saber es muy antiguo en los
círculos esotéricos y ha sido transmitido en muy variadas
formulaciones, como por ejemplo en la enseñanza de los cuatro
elementos, en el Tetraktys de Pitágoras, en el
Tetragrammaton de los Cabalistas "Jod He Vau He", etc. Estos
cuatro primeros números se asignaron a las ideas primordiales
siguientes:
El primero (1) presenta la unidad original, de la cual sale el
impulso. Por eso es el principio activo, creador (masculino).
El segundo (2) es el principio femenino, receptivo, pasivo,
que puede recibir al impulso creador del 1 (oposición,
antagonismo).
El tercero (3) es el resultado de la relación entre la unidad
(1) y la oposición (2), es neutral.
El cuarto (4) no es en sí nada nuevo, es bipolar, porque por un lado
representa el resultado pasivo de la primera tríada de la
creación —4 es número par, igual a femenino (—), pero por
otro lado es al mismo tiempo un nuevo comienzo activo en un
nuevo nivel, —4 = 1, pero el 1 es positivo (+).
En nuestro tiempo encontramos esa ley arquetípica en la dia-
léctica: Tesis-Antítesis-Síntesis. Pero también la teoría clásica de
los cuatro elementos expresa la misma relación: el fuego es el prin-
cipio activo, creador, a él le sigue como polo opuesto o antagónico el
agua, que es receptiva, pasiva, moldeable. El elemento aire esta-
por la ley de la polaridad resulta que tiene que haber una
unidad para esa polaridad. Al encontrar una Dualidad, ésta
tiene que haber surgido forzosamente de una unidad. Sin
unidad no hay polaridad. Sin Creador no hay Creación, sin
padre no hay hijo. Al igual que se puede deducir de la
existencia de un niño la existencia de un padre, de la
existencia del mundo polar se puede deducir con la misma
seguridad la existencia de un Creador no-polar, único. Esa
unidad original, no accesible para nosotros, es la que llamamos
Dios.
De esa definición sigue que toda idea que nos hacemos de
ese Dios debe ser por fuerza errónea. Porque toda
representación humana es polar y nunca puede expresar
adecuadamente algo no-polar. Compárese el primer
Mandamiento: "No te liarás imágenes, ni parábolas". El número
1 nunca puede ser realizado en sí mismo, sino puede ser
percibido solamente en su expansión. Así también Dios es
palpable sólo a través de su creación.
El número 1 no se deja multiplicar, ni cambiar, porque 1
multiplicado por 1 es 1 y dividido por 1 es 1. El 1 contiene en sí
todas las posibilidades, en él están latentes todos los demás
números. Y de la misma manera el 1 está contenido en todos
los demás números, cuando éstos entran en el mundo de las
formas fenoménicas.
Todo esto es también válido para la Deidad. En ella está
contenido todo, pero también ella está siempre contenida en la
Creación. No puede haber nada fuera de Dios. El no puede ser
aumentado ni disminuido por nada, es indivisible. El número 1
está contenido en todos los demás números pero él no
contiene ningún otro. Dios abarca al universo, pero el
universo no alcanza a contenerlo. Cuando hablamos de un Dios
único, significa que El tiene que abarcar todo lo que
realmente existe. Nada puede existir fuera de El, si no no
sería el Unico. El tiene que ser infinito en el tiempo y el
espacio, porque lo finito y lo limitado, el principio y el fin son
conceptos polares. Pero todas estas formas se subordinan a
las condiciones del tiempo y del espacio, son finitas y
limitadas. Pero Dios es espíritu puro, infinito y viviente.
En el estado de esa unidad no hay conocimiento, porque el
conocimiento está atado al sujeto y al objeto, necesita de la
polaridad. Para expresarlo en idioma humano: el proceso de
la Creación empieza en el momento en el que la Deidad
quiere ser consciente de sí misma, cuando quiere conocerse a sí
misma. El 1 no se puede percibir a sí mismo como 1 mientras no
haya otra cosa que no sea el 1. El 1 activo debe proyectar de sí un
polo opuesto que le sirva de espejo.

El triple paso de la creación

Así es como nace el 2 como número femenino, pasivo, reflejados.


Se hizo la partición, se ha creado la base para un mundo polar,
contrastante. Pero del 2 forzosamente se produce el 3, ese tercer
punto que compensa la tensión de los polos opuestos, los neutrali-
za. El 3 es el resultado de la polaridad, capaz de procrear y
reúne la dualidad nacida del 1 en una nueva unidad más
elevada, la trinidad. Eliphas Levi lo dice en las palabras
siguientes: "Si Dios fuera solamente Uno, no sería nunca
creador, ni padre. Si El fuera Dos, habría un antagonismo o
una separación en el infinito y eso significaría para todas las
demás cosas separación o muerte. Por eso El es Tres, para poder
crear de sí mismo y a su imagen y semejanza la cantidad infinita
de seres y números."
El 3 representa por consiguiente como ya hemos visto en
el análisis de la estructura de los números, la creación
perfecta, pero antes de haber entrado en el dominio material.
Todas las religiones tratan de expresar este misterio de la
Trinidad correspondiente: Padre, Hijo y Espirítu Santo;
Brahma, Vishnú y Shiva; Isis, Osiris y Horus.
También en las expresiones populares se considera el 3
como número perfecto y completo: se toca madera 3 veces,
se dice: adivina tres veces, se dice no hay dos sin tres, en los
cuentos de hadas siempre hay que resolver 3 problemas, etc.
El 3 abarca el espacio a lo largo, a lo ancho y a lo alto. El
tiempo se escalona en pasado, presente y futuro, hay tres
colores básicos: el azul, el rojo y el amarillo. La materia tiene
tres estados: sólido, líquido y gaseoso. En la música tenemos
el acorde de tres notas, en la alquimia los tres elementos
esenciales: sal, azufre y mercurio.

Podríamos seguir con estos ejemplos al infinito, pero aquí sola-


mente queremos indicar que la creación se construye en todos
los niveles por pasos triples. Cada diferenciación ulterior es
siempre solamente una repetición de la tríada en un nuevo
nivel. La Deidad, cuando entró en la tríada, está más cerca de la
experiencia del hombre que el Dios no manifestado del 1. Dios se
ha transformado en Creador, que si bien ha proyectado la creación
desde sí mismo, ésta sigue estando dentro de El, es abarcada por El
y nunca puede enfrentarse con El, porque entonces Dios dejaría
de ser el Unico y Total.
Esta representación es una paradoja para el hombre.
Porque del hecho de que Dios da vida a la creación a partir de
sí mismo, deducimos que la creación está separada de su creador y
que es distinguible de El. Pero esta presunción es errónea,
porque nunca puede haber nada fuera de ese Dios que lo abarca
todo.
Si se sigue ese pensamiento hasta el final, se muestra que
en realidad el universo no existe. El universo es finito, mutable,
polar. Pero el Dios Unico es infinito, sin límites, todo uno.
Por eso no puede existir nada fuera de él, pero él mismo tampoco
puede ser el universo.
Los sabios aclaran este problema con la indicación de que
la creación entera no es más que un sueño de Dios, una
creación espiritual, porque todo es espíritu. Así como un
hombre da a luz una idea, sin que esa idea esté ahora fuera de
ese hombre, no siendo al mismo tiempo, idéntica con él, ni
siendo una parte de él, así también este universo es la
creación espiritual de un Dios que sueña. "El Todo crea en su
espíritu infinito innumerables universos, que existen durante
eones, pero para El Todo la creación y la evolución, la
declinación y la muerte de millones de universos no es más que
un abrir y cerrar de ojos."
Si volvemos a la analogía de la serie de los números,
alcanzamos con el número 4 el nivel denso, material. El 4 es el
número de la materia, sus símbolos son el cuadrado o el cubo.
Si desplegamos un cubo, tenemos una cruz. Así el hombre
está clavado a la cruz de la materia, crucificado por la
polaridad del espacio y del tiempo. Solamente en la
intersección de la cruz el espacio y el tiempo se encuentran en
un solo punto, se da la liberación de la polaridad. Por eso desde
todos los tiempos, la cruz es el símbolo del apego a la materia y
a la vez también de la redención de la materia.
Si hemos entendido el significado cualitativo de los 4 primeros
números, por ahora no es necesario seguir con los demás.
Hay 9 números, es decir 3 veces 3. Esto quiere decir que la
creación se manifiesta en 3 niveles, surgiendo así los "3
mundos" de los Cabalistas: sería demasiado tratarlos más
detalladamente aquí. Estos "3 mundos" existen tanto en el
más pequeño de los mundos como en el más grande. Según el
axioma: "Como es arriba, así es abajo". Se puede transferir esa
Trinidad de Dios a todas las formas visibles mediante
analogías, desde el universo hasta el hombre mismo. Así, en el
esoterismo se habla de un mundo mental, uno astral y uno
material, a los que en el hombre les corresponden sus cuerpos men-
tal, astral y material o en otras palabras: espíritu, alma y cuerpo.

La historia bíblica de la creación

Es importante distinguir los diferentes "mundos" para com-


prender la Historia Bíblica de la Creación. En el primer libro de
Moisés (Génesis) se describe, en el capítulo 1, la creación del
mundo; cómo Dios creó en 7 días (recuérdense los 7 principios
arquetípicos que hemos tratado en el capítulo sobre la
astrología) el cielo y la tierra, la luz y la oscuridad, las plantas,
los animales y el hombre. (Capítulo 1, vers. 26-27): "Entonces
dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según
nuestra semejanza; que tenga dominio sobre los peces del mar,
sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre las bestias
salvajes y sobre los reptiles de la tierra. Y Dios creó al hombre
a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los
creó."

La historia de los 7 días de la creación del primer capítulo


del Génesis se refiere expresamente no al mundo material,
sino a las ideas arquetípicas. Dios creó al hombre como
varón y mujer, la imagen del hombre como tal, que en ese
escalón todavía es andrógino. Porque sólo en el segundo
capítulo del Génesis se nos informa de la creación de Adán
como ser viviente con alma. Capítulo 2, vers. 7: "... Yavé Dios
formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en sus narices un
hálito de vida, y el hombre se hizo un ser viviente." En el vers.
19 continúa: "Y Yavé Dios formó de la tierra toda clase de
animales del campo y aves del cielo y las llevó donde el
hombre..." Los vers. 21-23, 25 informan finalmente sobre la
creación de la mujer: "Entonces Yavé Dios infundió al
hombre un sueño pesado y mientras dormía tomó una de
sus costillas, y el hueco lo llenó de carne; después de la
costilla tomada al hombre, Yavé Dios formó una mujer y la
llevó donde el hombre. Y entonces éste exclamó: Ahora sí que
es hueso de mis huesos y carne de mi carne; a ésta se la
llamará varona, porque del varón ha sido tomada." (En hebreo,
hombre se dice: isch, mujer: ischsa.) "Andaban ambos desnudos,
el hombre y su mujer, y no sentían rubor el uno del otro."
Citar esto de manera tan completa tiene su razón de ser
para aclarar algunos puntos dignos de atención, que muchas
veces llevan a malentendidos: El Génesis relata
consecutivamente varias creaciones. La creación en 7 días del
primer capítulo se refiere al mundo de las ideas. Ya ahí se crea
al "hombre". Pero solamente se dice que fue creado a semejanza
de Dios. Este es el "Adán Kadmon" de los cabalistas, la idea
arquetípica del hombre, que no necesariamente tiene que
tener mucho que ver con el hombre concreto, como lo
conocemos y representamos nosotros. El hombre que se
creó en el primer capítulo es la imagen ideal, que todavía no
ha caído en el pecado y por tanto todavía no es material. La tan
frecuentemente citada semejanza del hombre con Dios no se
puede aplicar al hombre concreto de nuestro mundo material,
si no que representa en el mejor de los casos una meta hacia
donde la humanidad tiene que evolucionar". Vosotros sed
perfectos, como es perfecto vuestro Padre Celestial" (Sermón del
Monte. Mateo 5.48).
Ya en el primer capítulo Dios creó al hombre como hombre
y mujer. Sólo mucho más adelante sigue la descripción de
cómo formó a Adán de la tierra y después crea a la mujer de
la costilla. El hombre en ese primer nivel, en el mundo de las
ideas, es hombre y mujer en uno, es andrógino, porque aún no
ha entrado en la polaridad. Ya en el primer capítulo, al
mismo tiempo que la creación del hombre, también se describe
la creación de las plantas y de los animales. Pero en el segundo
capítulo se nos informa que la creación de los hombres,
plantas y animales se vuelve a producir; esta vez se forman
sus figuras de la tierra. Porque en el segundo capítulo se
repite todo el proceso de la creación, que en el primer capítulo
ya había concluido con el séptimo día, de descanso, y esto en
otro nivel, en otro mundo. Si la primera creación se produjo en
el nivel espiritual de las ideas arquetípicas, la segunda creación
(segundo capítulo) se refiere al nivel de la otorgación de las formas.
Solamente en el segundo capítulo se realizan las formas
cuando "Dios le sopló el hálito de vida" al hombre, éste se
transforma en un "ser viviente con alma". Compárese el
significado de la palabra griega psyche = alma, soplo.

Por más que las formas se hayan creado en ese nivel, los caba-
listas lo llaman Yetzirah, todavía no tiene nada que ver con
nuestro nivel material. Más bien es la creación de la matriz
astral, anímica, que más tarde servirá como modelo para su
realización material. El hombre sigue siendo andrógino en este
nivel, contiene los dos sexos en sí, lo que queda bien claro
cuando se saca el polo opuesto posterior "mujer" desde
dentro del hombre y no es algo que viene de afuera.
Al decir que no reconocían su desnudez, se nos muestra que
en ese nivel el hombre estaba todavía totalmente en la unidad
del alma, todavía no podía reconocer en su conciencia la
polaridad. Por esto se dice de él que aún estaba en el paraíso
y podía hablar con Dios y los animales, lo que no es más que
circunscribir el hecho de que vivía en la conciencia de la
totalidad, que su conciencia todavía no estaba
individualizada, que no se distinguía aún de la conciencia
cósmica. Estar en la unidad quiere decir ser uno con todo, sólo
en la polaridad se separa el Yo del No Yo. El paraíso es el
símbolo de la unidad, en la que el hombre se hallaba
originalmente. Todavía no estaba separado de Dios, su
origen, todavía no había separación de los sexos, todavía no
había conciencia de la individualidad.

La expulsión del paraíso

Ya dijimos antes que el conocimiento está ligado a la


polaridad. Por ello el hombre del paraíso tenía prohibido comer
del árbol del conocimiento, porque esto lo transformaría en
mortal. El hombre en el paraíso poseía conocimiento
cósmico, pero no conocimiento. Vino la serpiente desde el
árbol y convenció al hombre de que tomara el camino del
conocimiento. Al comer el fruto prohibido, el hombre pudo ver
el bien y el mal. Porque así cayó de la unidad a la polaridad
de la conciencia, se separó de la unidad y con esto se volvió
pecador. El pecado es la separación de la unidad original, por
lo cual todo hombre es pecador, pues polaridad y pecado es lo
mismo. La Iglesia llama a esta relación el pecado original. El
pecado es el precio del conocimiento. Con demasiada frecuencia
se pasa por alto esta relación entre el conocimiento y el pecado.
La expulsión del hombre del paraíso o del estado de concien-
cia de la unidad, es la caída del hombre en la polaridad y al
mismo tiempo en la materia; solamente el hombre material es
mortal, sólo el mundo material es pecaminoso. Esto es lo que
quisimos decir al hablar de la preparación de medicamentos
homeopáticos cuando mencionamos el carácter venenoso de la
naturaleza entera. Todo el mundo material es pecaminoso, ha
caído de la unidad y anhela regresar a ella. La materia densa
es la expresión de la mayor distancia del origen, de la luz
original, la materia simboliza la oscuridad. Los cabalistas
definen el mal como "falta de luz". Así la materia poseía
desde siempre los atributos del mal, de la oscuridad, de lo sa-
tánico. Por esto también se llama a Satanás con razón "el
Señor de este mundo", el polo opuesto de la luz. La
precipitación de la luz en la oscuridad material es la
involución, cuyo movimiento descendente se transmuta en su
punto más bajo en un movimiento ascendente, en una
evolución. De la misma manera en que el péndulo en un punto
determinado se mueve según la ley en la dirección de ésta,
el movimiento descendente de la involución se transforma en
un movimiento ascendente, la evolución. Es la nostalgia
inherente en todos los seres vivientes, que impulsa a todos a
buscar permanentemente su verdadera patria. El hombre
llama a esta nostalgia la búsqueda de la felicidad, pero la
felicidad es siempre equivalente a superar la polaridad y a
reencontrar la unidad.
En el nivel material-corporal esa búsqueda de la unidad se
llama sexualidad. La polaridad que se manifiesta
corporalmente como sexo, se supera en el acto sexual y se vive
la felicidad de la unidad en el orgasmo. En el breve momento de
esa unidad corporal el hombre ya es "semejante a Dios" y puede
realizar algo que como hombre polar no puede: engendrar
vida. Pero la felicidad que resulta de la unión de los cuerpos
no es duradera, por eso el hombre trata de alcanzar una y otra
vez esa felicidad a través de la repetición frecuente. El mundo
corporal está subordinado al tiempo, por eso toda felicidad
material y corpórea es fugaz.
Pero si transferimos las experiencias de la sexualidad al
nivel psíquico y espiritual, entonces se ve claramente que el anhelo
de la humanidad por la felicidad duradera sólo puede ser
saciado por el retorno a la unidad de la que alguna vez
salimos. Esta fusión definitiva de la conciencia propia,
pequeña y limitada, con la conciencia grande, cósmica, que lo
abarca todo, se describe como meta en diferentes imágenes y con
distintos nombres en todos los sistemas religiosos y esotéricos: la
boda chymica de los alquimistas, la conjunctio oppositorum, la
Unio mystica, la boda mística, la iluminación, etc.
Todas estas imágenes y denominaciones significan lo mismo: el
retorno a la unidad divina. Pero este paso está inseparablemente
ligado al renunciamiento del ego. Porque mientras el hombre sigue
fortaleciendo el carácter dominante de su ego, sigue cimentando la
polaridad. Mientras haya un "Yo", también habrá algo que es "No-
Yo". Cada "yo quiero" eleva el muro que separa al hombre de
la unidad. Por esto todas las religiones enseñan a los hombres
a amar al prójimo, porque solamente el amor es capaz de
superar el carácter dominante del ego.
Podría surgir la pregunta de por qué, entonces, se ha
manifestado la creación, cuando su verdadera meta es la unidad
original. Es siempre algo aventurado contestar esta pregunta,
porque llegamos a ámbitos tan alejados de la conciencia
humana, que los pensamientos humanos generalmente no son
adecuados para esos problemas. Pero la manera de pensar por
analogías da la posibilidad de aproximarse a una respuesta,
por lo menos a través de imágenes y parábolas. Cuando la
creación vuelve a su origen, vuelve más rica, más consciente que
cuando se separó de la unidad. El camino de aprendizaje,
justamente por esa individualización tan alta trajo conoci-
mientos que al fin y al cabo enriquecen la unidad. Así nos lo
cuenta el mito de Lucifer, el Portador de Luz, a quien Dios
justamente amaba tanto porque rompió con la ley de la
unidad, cayó y pecó. El volverá un día, por su propia
voluntad, purificado por el conocimiento, y Dios se alegrará,
como el padre, cuando volvió el hijo pródigo, para él, el padre
sacrificó un cerdo y celebró una fiesta.
El significado central del hombre en la historia de la
creación reside justamente en su caída para adquirir el
conocimiento. Así que no se trata aquí de maldecir este
mundo material, terrenal, ni de exorcizar su carácter
pecaminoso ni de alentar al hombre a huir cuanto antes de todo
lo terrenal y a buscar la felicidad en un nivel " pseudo-espiritual".
Desgraciadamente esto es lo que pasa muy a menudo en
círculos que piensan que lo esotérico es huir del mundo, a
pesar de que un problema no se redime haciendo un gran des-
vío alrededor, sino solamente enfrentándose con él. Huir de
este mundo nada tiene que ver con dominarlo o redimirlo.
Jesús enseñó el camino de la redención, que consiste justamen-
te en sumergirse totalmente en la condición "humana". En
imágenes sin fin, la Biblia expresa ese descenso: la luz llegó a
la oscuridad, por eso festejamos la Navidad, el nacimiento de
la luz, en el día de la mayor oscuridad exterior, en el solsticio de
invierno. Jesús nació en un establo, en la pobreza, trató con
publicanos y prostitutas, sufrió injusticias, padecimientos y
muerte, descendió al infierno. Sólo cuando el hombre baja
totalmente a la oscuridad, se vuelve maduro para emprender
el ascenso. Frente a esta ley fracasan todos aquellos que
quieren usar las enseñanzas esotéricas como una coartada
por no poder dominar su vida cotidiana o por no querer
hacerlo. Mientras el hombre tiene un cuerpo material, está
ligado a la polaridad. Todo incumplimiento o traspaso de la
polaridad lo hará caer indefectiblemente.
Un árbol puede ensanchar su copa y desarrollarla solamente
en la medida en que desarrolla también las raíces. Cuando deja
de formar raíces por hacer la copa, el primer golpe de viento
lo hará caer. La formación de la copa siempre tiene que estar
en correlación con la formación de las raíces; el dirigirse
hacia arriba tiene que estar siempre asegurado en el polo
opuesto. Uno no escapa a la oscuridad por no querer verla, hay
que tomarse el trabajo de transmutarla en luz si no se quiere
seguir arrastrándola tras de sí como una sombra.
Si se quiere insistir en buscar una diferencia entre el
cristianismo y las religiones de Oriente, seguramente está en
que el cristianismo original era afirmativo en cuanto al
mundo. La Iglesia sin embargo logró invertirlo en lo
contrario. Aquí está la fuerza y el secreto del cristianismo:
reconocer al hombre y al mundo como pecaminosos y sin
embargo considerarlos afirmativamente en ese carácter
pecaminoso.
La mitología del Santo Grial sabe de esa profunda
relación entre el conocimiento y el pecado, entre la caída y
la redención, cuando cuenta que el cáliz del Grial que contiene
la sangre de Cristo fue cortado en la piedra que cayó de la
corona de Lucifer en su caída. Caer en el pecado es caerse de
la unidad a la polaridad. El hombre es pecador en sí, sólo por
existir como un ser polar, esto es lo que quiere decir el
concepto del pecado original. El hombre no es separable de la
culpa, pero sí redimible.
La enfermedad y el pecado original

La enfermedad no es más que la repetición microcósmica del


Pecado Original. El hombre está enfermo, toda la creación
material está enferma. El hombre sano no existe, es un
invento de la medicina. "El hombre sano ideal de la higiene, libre
del pecado original, es un producto artificial ideado por la
medicina, inventado tan sólo para fines de demostración".
(Hans Blueher.) Esta circunstancia hace fracasar todas las
teorías de la medicina, cuya meta suprema es la profilaxis de la
enfermedad.
La gente todavía tiene la creencia de que la enfermedad es una
desgracia inevitable. No se comprende que la enfermedad es el
bien más precioso de la humanidad; hasta diría es lo que
conforma su esencia humana, porque solamente el enfermo se
puede curar. La enfermedad hace que el hombre pueda
santificarse, pero para esto tiene que recorrerla, no evitarla.
Así como la enfermedad es un pecado original microcósmico,
también la curación tiene que ser siempre un proceso de
redención microcósmico. El enfermo es culpable, tanto en el
sentido concreto como en el metafísico, y tiene que ser
confrontado con esa culpa, si su enfermedad ha de ser
transmutada en salvación.
En relación con la homeopatía hablamos de que los principios
primordiales pueden embrutecerse y caer en la materialidad,
envenenando así el organismo. Tanto la manera
homeopática como también la alquímica de preparar los
medicamentos, redime a la naturaleza de su materialidad y
puede ayudar al enfermo cambiando la polaridad de su
enfermedad, tornándolo un "Ser más salvo". La curación de una
enfermedad debería coincidir siempre con un crecimiento en
madurez y evolución. Los padres saben como cada enfermedad de
la infancia superada, hace que el niño madure; pero por
supuesto, para impedir esto se puede vacunar antes...
C. A. Meier y Herbert Fritsche vieron una relación entre el mo-
tivo del árbol del paraíso envuelto por la serpiente, con el
bastón de Esculapio. Es la serpiente del paraíso la que inició
la caída del hombre, la que lo enfermó, y por eso es ella
quien tiene que ser eregida nuevamente por el arte de curar,
en el bastón de Esculapio. De la misma manera que el veneno
se torna en medicamento así también de la confrontación con
la culpa crece la liberación, también se transforma la
serpiente que enferma en la serpiente que trae la salvación.
Así como en el árbol del paraíso se enroscaba hacia abajo, así
cambia de polaridad y se levanta a lo largo del bastón de
Esculapio. El hombre tiene que sobrepasar el sufrimiento con
su crecimiento y no tiene que evitarlo. Por eso vuelvo a
repetir aquí la cita inicial del capítulo, de Herbert Fritsche:
"Tratar de evitar el sufrimiento, cómo y dónde sea que se
presente, indica siempre que quien lo hace, es fundamentalmente
un "no-iniciado".
Jesús se transformó en redentor, porque no evitó el
sufrimiento, demostrando su poder y siguiendo la
exhortación: "Bájate de la cruz, si eres el Hijo de Dios."
Prefirió cargar con el sufrimiento, con el pecado del mundo.
Se transformó en el médico de este mundo, haciéndose Dios
similar (no igual) al hombre y hasta se transformó en el
medicamento de este mundo. Desde entonces el cuerpo
enfermo y la sangre vertida de Cristo han sido y son dados a
los hombres como medicamento salvador, en muy altas potencias
homeopáticas, ligadas a los portadores materiales pan y vino.

A la salvación a través de la enfermedad

Hemos recorrido un camino muy largo en el pensamiento para


demostrar, que la enfermedad tiene raíces muy profundas en los
fundamentos metafísicos primordiales de la condición
humana. Ante este fondo, todos los esfuerzos realizados en
nuestro tiempo por la medicina oficial, la medicina naturista y
la medicina preventiva en pro de la salud son de una
inocencia aterradora. La enfermedad no se puede evitar, ni
con vacunas, ni con la mente positiva, la autosugestión, ni las
comidas sanas. Por todos lados se discute cuáles son los
mejores medios para evitar la enfermedad, pero nadie se
cuestiona el derecho de su propio punto de vista. Así resulta
que tanto los del "pensar positivo" como los "apóstoles de la
salud" quieren colocar sus actividades bajo la bandera esotérica.
Pero el camino a la salvación no es tan simple, no se puede
forzar comiendo alimento crudo, ni acostándose temprano, ni
diciendo fórmulas de sugestión, ni ingiriendo pan integral.
Todos estos fanáticos de la salud tratan de oponerse con
medidas funcionales a una evolución cuya dirección ya fue
decidida en el paraíso. No es cuestión de elegir entre salud o
enfermedad, sino ir por el camino que lleva a la salud a través de
la enfermedad.
La observación de alguna gente sobre la vida sana y natural
de los animales, nada tiene que ver con los problemas que
tiene que resolver el hombre. Es muy posible desarrollarse
hasta llegar a ser un animal sano, mediante una manera de
vivir sana y natural, pero el camino del hombre es distinto:
tiene que llegar al conocimiento por el sufrimiento, a la salvación
por la enfermedad.

Para evitar malentendidos: aquí no quiero hablar de ninguna


manera en pro de una manera de vivir "malsana". No se
trata de las cosas en sí, sino del enfoque con el que se hacen y
se usan. El cuerpo es el templo del espíritu y es parte de la
evolución esotérica purificarlo y mantenerlo puro. Pero esto
nada tiene que ver con evitar enfermedades. ¿Hay que
distinguir entre "de acuerdo a la ley" y "sano"? "Sano" tiene
su justificación solamente con referencia a "enfermo". Para
un enfermo puede ser necesario y por lo tanto "sano" seguir
una determinada dieta durante un cierto tiempo; pero de ello
no resulta que también quien no está enfermo tendría que
hacer esa dieta para "mantenerse sano". Independiente-
mente de esto puede adaptarse la forma de vida cada vez mejor
a la ley también en el dominio corporal. En este campo se
inserta por ejemplo la alimentación vegetariana. No tiene
mucha importancia si es más o menos sana pero es interesante
reflexionar sobre el derecho a comer carne o no. Debería
darnos que pensar que todos los seres carnívoros se
alimentan solamente de seres vegetarianos. La experiencia
muestra que en la medida en que crece la conciencia aumenta
el rechazo a la alimentación con carne. Es un buen ejercicio
examinar en cada comida si uno sería capaz de prepararla del
principio al fin, y ¡si luego podría seguir comiéndola con ape-
tito! Muchos perderían el apetito por una rica costilla si
antes tuvieran que matar y trocear al ternero. Por otro
lado, el apetito prácticamente no sufre si uno se imagina que
tiene que cosechar la verdura, la fruta y los granos.
Otra medida similar para medir la pureza de los alimentos es
su incorruptibilidad. Cuanto más puro es un producto,
tanto más tiempo se mantiene. Así habría que ver cuánto se
conserva el trigo en comparación con las vísceras, los
mariscos, etc. Esta clase de reflexiones con el tiempo
transportan a un estado de conciencia que por sí solo, sin
obligación lleva a vivir más y más de acuerdo con la ley. Pero
siempre hay que cuidarse de los extremos. Quien cree perder la
salvación de su alma por comer un bocado de carne,
probablemente está en peligro de no poseer siquiera lo que
tanto teme perder.

En todas estas cuestiones se trata mucho menos de las cosas


exteriores en sí, que de un nivel de conciencia, cuya expresión re-
presentan. Quien todavía puede matar a una mosca, demuestra
inequívocadamente que aún no ha comprendido lo que es
realmente la "vida". Esto merece más compasión que la mosca
muerta. La vida de acuerdo con la ley nace del conocimiento, los
esfuerzos de los fanáticos de la salud nacen del miedo, pero el
miedo es siempre falta de saber.
Dijimos antes que la curación es exclusivamente cosa de la
religión y nunca puede efectuarse dentro del marco de una
medicina funcional. Cuando hablamos de religión, queremos
decir "religio" en su original sentido, comprendemos como
religio el reencuentro del hombre con su fundamento
primordial. Pero no hablo de ninguna religión determinada en
su aspecto y formación confesional.
Si he citado a menudo la Biblia es porque el caudal de su
pensamiento nos resulta más cercano en razón de nuestra
cultura y educación. Pero todas las religiones enseñan
finalmente lo mismo, la única verdad. Quien piensa que las
religiones en este mundo se diferencian, ve solamente sus
distintas envolturas. Hay que tomarse el trabajo de
desempaquetar el contenido y, oh sorpresa, ¡es siempre el
mismo! Esto es válido para las religiones, no para las iglesias.
Estas son obra del hombre y, como toda obra humana, son
imperfectas y defectuosas.
Lo esotérico vale para todas las confesiones y creencias,
porque muestra la verdad y la ley que hay detrás de las
distintas imágenes y parábolas. Pero, contrariamente, las
iglesias no tienen lugar para lo esotérico, porque están
apegadas a lo concreto. Lo más grande siempre tiene lugar
para lo más pequeño, pero no al revés. Las iglesias tienen su
justificación porque acercan las verdades primordiales en
envolturas comprensibles al círculo exotérico de la
humanidad.
Lo esotérico es para aquellos que estén preparados para
asimilar ellos mismos la sabiduría primordial. Ser sacerdote no
es al fin y al cabo el resultado de una carrera profesional, sino
el de una iniciación en los misterios de la "condición
humana". Entonces se transforma en Pontífice, en el
constructor de puentes que puede prepararles el camino a los
hombres para volver al fundamento primordial. Curar es la
reconciliación con Dios y así Jesús curó con las palabras: "Tus
pecados te están perdonados."
7. LA REENCARNACION
Ritmo de lo viviente

Sólo aquel que por amor se ha tornado sabio,


se libera de la cruz de la causa y el efecto,
a la que lo clavó la ignorancia.
Sólo el amor termina con la ronda de los renacimientos.

"Der Sang des Ewigen" ("El canto del Eterno")


HANS STERNEDER
Ya al comienzo de nuestras consideraciones hablamos de
las leyes de la polaridad. Recordamos que un polo siempre provoca
forzosamente su polo opuesto y por el cambio continuo de los
dos polos se origina el ritmo, la pauta fundamental de la vida.
Ya hace muchos miles de años dijeron los sabios en el Kybalion:
"Nada está en reposo, todo se mueve, todo es vibración. Todo
es flujo y reflujo, todo tiene su tiempo, todas las cosas suben y
caen, la oscilación del péndulo se ve en todo, la oscilación hacia
la izquierda equivale a la que va hacia la derecha, el ritmo
compensa."
La física moderna tampoco ha de tener argumentos
contra el axioma: "Todo es vibración." Los distintos fenómenos
del universo se distinguen entre sí solamente por su grado de
oscilación, pero todos obedecen a la misma ley de la oscilación.
Como objeto de observación hemos utilizado la respiración y
podemos transferir las leyes allí encontradas por analogía a
un ritmo algo mayor: el de estar despierto y dormido. Así
como con seguridad a una inhalación sigue una exhalación, con
la misma seguridad sigue el sueño al estado de vigilia. Después
de algún tiempo, dormir exige a su vez su polo opuesto: el
despertar, así como la espiración exige una nueva
inspiración.

En el lenguaje popular se dice, "el sueño es el pequeño herma-


no de la muerte" y con esto demuestra su capacidad de pensar
en cadenas de analogías verticales. También vivir y estar
muerto no es más que un ritmo como inhalar y exhalar, vigilia y
sueño, sólo que su dimensión mayor dificulta al hombre verlo en
su totalidad. La experiencia ratifica también aquí la validez
de la ley de que un polo evoca a su polo opuesto: la vida
exige la muerte, lo único seguro a la hora del nacimiento de un
ser vivo es el hecho de que algún día tendrá que morir. La muerte
sigue a la vida con la misma seguridad con que la exhalación sigue
a la inhalación.
Pero según la misma ley, con seguridad la muerte exige
nuevamente la vida. Así vemos que el cambio de vida, muerte
y vida da la misma imagen rítmica que da el cambio de vigilia,
sueño, vigilia, etc. La vida y la muerte son polaridades, que por su
cambio ininterrumpido se ordenan rítmicamente en la
existencia de todas las formas del ser. Todas las formas
fenoménicas se subordinan a esta ley de la oscilación: el flujo y
reflujo de las mareas, las estaciones del año, la electricidad,
los períodos de paz y guerra, los tiempos del día. En todas
estas partes podemos observar el juego rítmico del cambio
polar. ¿Por qué sería justamente una excepción la polaridad
vida-muerte, por qué debería detenerse una ley que se puede
comprobar por doquier, justamente ante el fenómeno de la vida?
Esta peregrinación rítmica del alma a través de la vida y
la muerte se llama, desde antiguos tiempos la transmigración
de las almas o reencarnación (encarnación reiterada). Platón
sabía de esto, lo mismo que Goethe. Digo a propósito "sabía"
y no "creía" porque la reencarnación no es una cuestión de
creencia, sino de capacidad de percepción filosófica. Todo el
mundo tiene derecho a creer en otra cosa que la reencarnación,
pero debería tener bien en claro que una hipótesis sin
reencarnación tiene un aire absurdo, porque solamente la
reencarnación está en armonía con todas las leyes de este
universo.
Por eso resulta bastante sorprendente oír una y otra vez
voces que exigen pruebas de la reencarnación. La realidad se
comprueba por sí misma, por su mera existencia, y no
necesita de ninguna prueba externa. La prueba funcional
externa, elevada a testigo principal de la argumentación
científica, es el mayor enemigo del saber, porque quiere
forzar al otro a creer. Decir "yo comprobé" es sinónimo de
"tienes que creerme", pero la realidad no necesita ninguna
prueba porque no es objeto de fe. La realidad trabaja en la
experiencia personal del individuo y así logra "saber".

El que sabe no necesita creer y se independiza de las pruebas.


Decir por ejemplo "con la muerte se acabó todo", eso
requiere una comprobación, porque esta aserción no es parte
de la realidad y por ende no puede transformarse en
experiencia. No hay ningún área de la realidad, en la que se
pudiera comprobar que la naturaleza conoce procesos que
terminan de pronto en la nada.

La muerte – Otra forma del ser

Hemos definido el alma como conciencia y nos dimos


cuenta que es esta conciencia del yo la que hace posible la
continuidad de la experiencia constante del "mismo" yo, a
pesar del cambio permanente del cuerpo material a través de
muchas décadas de vida. La continuidad de la identidad
empero, no se extiende solamente sobre los años de la vida
terrenal, sino sobre el ritmo completo, cuyas fases llamamos la
vida y la muerte. Es el alma la que en forma alternativa
colecciona en una envoltura corporal sus experiencias en esta
tierra, para vivir después una fase compensatoria, despren-
dida de la materia, que llamamos "muerte". La muerte no es
"no ser", sino es solamente otra forma de ser polarmente
opuesta. Así pues, morir no es más que traspasar aquel
umbral que separa los dos reinos; de los vivos y de los muertos.
Generalmente llamamos el "aquí" a la esfera de los
hombres vivientes corporalmente y le ponemos el nombre de
"más allá" a ese reino desconocido de los muertos. El "aquí" y
el "más allá" no son lugares diferentes, si no se pueden
comparar mejor con diferentes escalones de percepción o de
conciencia. Así como el "país de los sueños" tampoco
representa ningún lugar geográfico diferente a nuestra
realidad, así el "más allá" se refiere primariamente también a
nuestro umbral de percepción. No vale la pena discutir sobre
la existencia de un "más allá", porque el "más allá" se deduce
necesariamente de la existencia del "aquí". La ley de polaridad
dice que tiene que haber por fuerza un polo opuesto a algo que
nosotros llamamos el "aquí" y ese polo opuesto lo llamamos
"más allá".

Esta denominación se da desde el punto de vista del hombre


corpóreo. Cuando el hombre cruza el umbral de la muerte y
llega al "más allá", de repente el "más allá" se transforma
para él en el "aquí", puesto que el "aquí" puede ser
solamente el lugar de la propia permanencia. El nivel del
hombre corpóreo, al que dejó de pertenecer, es ahora el "más
allá" para él. La muerte se transforma así en una experiencia
subjetiva, cuya objetividad está totalmente unida a la
polaridad. Nuestra conciencia polar es la que nos obliga a vivir
la vida eterna, fuera del tiempo, en la polaridad de la vida y la
muerte. Así también, para un espectador el sol se levanta en el
horizonte y al mismo tiempo para otro se pone, por más que el
sol mismo no sepa nada de todo esto, porque en realidad él
ni se levanta ni se pone.
Algo parecido sucede con el nacimiento y la muerte. Lo que
desde nuestro punto de vista es la muerte de una persona, del
otro lado se ve como el nacimiento. Una muerte ocurrida en el más
allá es festejada de este lado, por nosotros los mortales, como el
nacimiento de un niño. Quien puede desprenderse un poco de la
subjetividad de las apariencias ve que el "aquí" y el "allá", el
nacimiento y la muerte, al fin y al cabo son lo mismo. Es sólo
nuestra conciencia polar la que produce la separación de la unidad
en contraposiciones y hace de la simultaneidad una secuencia.
El alma humana, expulsada de la unidad sin tiempo y sin
espacio para poder ganar conocimiento, tiene que peregrinar
a través de la oscuridad del mundo material siguiendo el eje
subjetivo del tiempo, aprendiendo así a evolucionar y a tornarse
más consciente, siempre hacia la meta, para cerrar su círculo
con el regreso a la unidad original.
Este camino del alma humana es un camino de
aprendizaje y está sujeto a estas leyes. Un proceso de
aprendizaje de esta naturaleza, cuya meta es la perfección, es
un camino largo y se compone de muchos pequeños pasos,
incluye muchos errores y también muchas correcciones.
Solamente la cadena de las encarnaciones individuales, con las
diferentes clases de un determinado tipo de colegio, lo que
nosotros llamamos una vida terrenal, corresponde a un
grado escolar con sus deberes, problemas, dificultades, éxitos y
fracasos. A tal período de aprendizaje le sigue un tiempo de
vacaciones, donde a veces se tienen que repetir procesos de
aprendizaje defectuosos u omitidos. Después de las vacaciones
viene un nuevo período de clases. Lo que importa ahora es
cuánto de todo el plan de estudios del último año se ha
integrado a la conciencia. Según el caso, se continúa en la
clase inmediatamente superior o se tiene que repetir el año.
El destino trabaja según el mismo principio. La única diferen-
cia es que con una paciencia sin fin le da al hombre una y otra
vez nuevas oportunidades de aprender y compensar de esta
manera los defectos. Vivir es aprender, independientemente de
si esto es aceptado por el individuo o no. El destino se ocupa
con una justicia totalmente insobornable de que cada uno
aprenda justamente lo que menos quiere aceptar y lo que más
resistencia le produce.
Comprender el destino en su totalidad sólo es posible frente al
telón de fondo de la reencarnación. Si se mira una vida aislada, en-
tonces sí se podría dudar de la significación del poder del
destino y por eso para algunos la duda se trueca en
desesperación. Es evidente que no tienen en esta vida el
mismo punto de partida y, ¡esto sí que no es por culpa de la
sociedad! Tanto desde el punto de vista religioso como del
ateo es bastante difícil de explicar a alguien por qué
justamente él tiene que ser mudo o paralítico, lisiado o
débil mental y por qué vio así la luz en este, "el mejor de
todos los mundos", sin tener en cuenta el punto de vista de
la reencarnación. Ni siquiera una indicación sobre las
decisiones insondables de Dios sirve en casos así para
transmitir una percepción de que todo esto tiene un significado.
Pero una vida sin sentido se torna insoportable para los
hombres. Es una necesidad primordial del hombre buscar el
sentido de la vida. Solamente cuando el hombre está dispuesto
a comprender que ésta vida aislada no es la única y puede
reconocerla como un eslabón de una larga cadena, entonces
podrá captar el sentido y la justicia del destino. Porque el
destino de una vida es el resultado del proceso total de
aprendizaje recorrido hasta ese momento.

La ley del karma

Esta relación de causa y efecto entre los actos del pasado y el


transcurso del destino actual se llama en general el Karma. El
Karma es la ley del equilibrio que se encarga de confrontar al
hombre una y otra vez con el mismo tipo de problema hasta
que haya redimido el problema con su acción y se haya
subordinado a !a ley. De esta manera cada acto y hasta cada
pensamiento se tornan inmortales e imborrables. Todos los
actos y todos los pensamientos esperan ser compensados
por un movimie nto en la dirección opuesta.

La ley del Karma exige que el hombre asuma total


responsabilidad por su destino, un paso que el hombre de
nuestro tiempo no quiere dar. Es muy comprensible el
rechazo de gran cantidad de personas hacia la enseñanza de
la reencarnación, ya que, con mucho esmero y trabajo se han
fabricado teorías al parecer perfectas, que liberan al hombre de
su responsabilidad para consigo mismo y proyectan las culpas
hacia la sociedad, los virus o las malas casualidades. Es
comprensible que se espanten ante la mera idea de desen-
mascarar esas teorías refinadas de la astucia humana como
estafa frente a sí mismo, dejando que se derrumben y que el
individuo vuelva a buscar lisa y llanamente la culpa en su propio
ser.
En teoría todos estos modelos de pensamiento funcionan
muy bien; el fracaso práctico se esconde detrás de la fe positivada
en el progreso. Pero cuando el hombre comienza a ser honesto
consigo mismo, asumiendo la forma más difícil de la honestidad,
tiene que reconocer que sólo entonces puede descubrir el
sentido de la vida cuando carga con la responsabilidad plena
por todo lo que le pasa y por todo lo que está viviendo.
Responsabilidad y significación no se dejan separar, ambas se
condicionan mutuamente.
La mayoría de los hombres de nuestro tiempo están
enfermos por la falta de sentido de la vida, porque tratan de
deshacerse de la responsabilidad. Quien busca el sentido,
primero encontrará la culpa. Si acepta la culpa, se le revelará el
sentido.
El cambio constante entre la vida corpórea y la muerte es
la ampliación del ritmo día-noche. Cuando nos despertamos
cada mañana para empezar un nuevo día, tenemos ante
nosotros este día nuevo, totalmente virginal, y en nosotros
está cómo aprovecharlo y darle forma. Así decidimos qué
experimentaremos en el transcurso del día. Pero por otro lado
ese día será determinado forzosamente por todo lo que hemos
hecho y vivido en los días anteriores. Si alguien se ha
peleado recientemente con todo el mundo de su entorno o ha
contraído grandes deudas, si fue negligente en el cuidado de
su cuerpo o en el cuidado de su alma, todo esto influirá sin
duda en este nuevo día, por más que el mismo contenga en sí
todas las posibilidades.
Esta simultaneidad difícil de comprobar de las influencias y los
efectos del pasado y de las nuevas posibilidades aún no usadas,
de cada nuevo día, se puede trasponer de manera análoga a cada
"vida nueva". Por supuesto cada vida nueva es una nueva
oportunidad, presenta la plenitud de todas las posibilidades.
Sin embargo no es más que la consecuencia de la cadena de
encarnaciones anteriores, es un espejo de todos los problemas,
fallas y conocimiento ocurridos hasta ese momento de la
misma manera que, al empezar un nuevo día, un hombre no
puede hacer desaparecer sus actos, pensamientos y obras,
tampoco puede borrar el pasado en una nueva encarnación, sino
que tiene que seguir hilando ese mismo hilo que estaba
produciendo hasta ese momento.

La maduración a través de la reencarnación

Muchas veces se oye la objeción de que sería bastante tonto y


poco práctico olvidar siempre todo el saber que se ha acumulado
a través de muchas encarnaciones y volver a empezar cada vez
desde cero. Otros argumentan de manera opuesta; dicen que
seguramente tiene su razón de ser no poder recordar las
encarnaciones anteriores y de ahí deducen una prohibición de
tornar consciente el saber sobre el pasado.
Pero no es cierto que se olvide el saber de las
encarnaciones anteriores y que siempre se empieza de nuevo;
sucede lo contrario. El hombre arranca en cada encarnación
en su nivel evolutivo alcanzando hasta entonces.
Generalmente se confunde el conocimiento concreto con la
madurez que resulta del saber y saber hacer. Esto se podría
comparar con las muchas cosas concretas aprendidas en el
colegio, que hoy ya no sabemos. Pero la ocupación con estas
cosas concretas y el propio proceso de aprender nos han
educado, efecto que sigue existiendo aún cuando se pierda lo
concreto. El efecto de aprender consiste en la ampliación de
la conciencia, siendo de poca importancia el objeto mismo que
estudiamos. Un juego de lectura sirve para aprender a leer;
una vez alcanzado ese fin, ya no tiene valor para nosotros.
Todo lo que hemos aprendido en la cadena de nuestras
encarnaciones, se refleja en la madurez y en el nivel de
conciencia con el que hemos nacido ahora. Es justamente esto
lo que produce las diferencias de inteligencia, madurez,
capacidad, etc. La psicología sigue discutiendo el tema de si la
inteligencia se hereda o se aprende. La respuesta es: ni lo uno,
ni lo otro. El alma trae consigo un cierto nivel de evolución,
que nada tiene que ver con la herencia ni tampoco es una
cuestión de las muy citadas influencias del medio ambiente.
Los hombres no son todos iguales, tampoco en nuestros tiem-
pos en que las voces que piden la nivelación son cada vez
más fuertes. La igualación nada tiene que ver con la justicia, la
manera de pensar jerárquica nada tiene que ver con la
dictadura. Si en nuestra comparación las distintas
encarnaciones corresponden a distintos grados de una escuela,
entonces las distintas personas pertenecen a clases de
aprendizaje distintas. A nadie se le ocurriría exigir a un niño de
tercer curso que ejecute cálculos integrales. Cada uno tiene
sus deberes y sus problemas según el escalón donde se
encuentra en ese momento. No hay problemas objetivos y por
eso nunca podrá haber soluciones válidas para todos. Los
cálculos de fracciones le parecen muy, pero muy difíciles al
niño de primer curso, para el de segundo año son un juego. Ambos
enfoques son subjetivamente acertados, pero en nada
conciernen al cálculo de fracciones. Lo mismo pasa con todos
los problemas humanos. Fácilmente se olvidan los diferentes
niveles de conciencia de los hombres, cuando se trata de que
un cierto problema es accesible para todos y cuando se
pretende obtener soluciones obligatorias para todos.
Aquí está la raíz de todo trabajo misional. Todo trabajo
misional es un error porque no tiene en cuenta los distintos
niveles de los individuos, porque proyecta su escalón de
evolución propia sobre todos los demás. Por eso el esoterismo
nunca desarrolla una labor misional porque sabe de los distintos
niveles de evolución del hombre. Lo esotérico siempre es sólo
una oferta para aquellos que han descubierto su afinidad por
sí mismos. Imponerle verdades a una persona que aún se
resiste, es una intrusión injustificable.
La diferenciación entre los individuos humanos es el
resultado de la experiencia hecha en encarnaciones anteriores.
El hombre no olvida nada de lo que es esencial. Lo que se olvida
es el marco concreto, que no tiene importancia.
Esto también es válido para ciertas capacidades y
habilidades. Las capacidades de vidas anteriores se traen a la
actual encarnación como talentos, si tienen sentido y son
útiles para cumplir con el deber actual. Las capacidades que
no tienen nada que ver con el deber actual de esta vida se
"olvidan" por así decir y esto está bien porque lo único que
harían sería distraer al individuo de su actual plan de
aprendizaje.
Esta es la razón por la cual advertimos no usar la técnica de la
terapia de reencarnación para integrar en la conciencia
talentos anteriores (generalmente de tipo artístico). Por
desgracia ya hay algunos experimentadores que alaban esta
técnica como algo especialmente útil y significativo y hasta la
llamada "terapia" — un gran peligro! por más que desde el punto
de vista experimental es ésta una de las demostraciones más
impresionantes de la reencarnación.
Si se traen a esta vida talentos anteriores a través de una intro-
misión externa, a pesar de que esta capacidad no se hubiera
demostrado por sí misma como un talento, se distrae
eventualmente al paciente de su verdadero camino. Nuestra
manera de pensar centrada en la utilidad da demasiado valor
a las cosas en sí, olvidando que no son más que medios
auxiliares. Hacer música o pintar no tiene ningún valor en
sí, sino únicamente en relación a la persona que lo hace.
Hacer música puede ser una fuente de profunda experiencia,
pero una vez integrada a la conciencia, esa fuente ya no se
necesita más.
Si alguien fue un músico genial hace quinientos años, no
por eso la música tiene que desempeñar necesariamente un rol
en esta vida. Porque si el alma ha aprendido todo lo posible a
través del contacto con la música, ésta ya no tiene mayor valor
para ella.
Ahora se tornan importantes nuevas áreas. Si se incorpora
esa vieja capacidad de la música, puede que se produzca una
equivocación en el tiempo, que entorpece el camino de
aprendizaje actual. Por el contrario, los niños prodigios son un
ejemplo que habla por sí solo en pro de los casos en que no se
ha podido terminar una cierta temática y se quiere llegar a la
culminación de una larga evolución.
Es mejor por tanto tener confianza en el destino y trabajar
con los talentos que nos han sido dados. No conviene codiciar
siempre lo que justamente no se tiene. Nada se pierde en este
universo; esto no es solamente válido para la física, sino
también para el camino de maduración de un alma. El olvido
de las anteriores encarnaciones no es un descuido tonto de la
naturaleza, sino que tiene su sentido en que libera la
conciencia de un lastre y facilita la capacidad de captación en
el aquí y ahora. No soy de la opinión de que sería mejor que
todo el mundo pudiese conocer la totalidad de sus en-
carnaciones, como tampoco estoy soñando que algún día la
terapia de reencarnación asumirá la importancia de, digamos,
una vacuna oral. Un determinado saber corresponde siempre
sólo a un cierto nivel de evolución. La mayoría de la gente no
habrá leído la Divina Comedia de Dante, y eso está bien. Sin
embargo, en casos aislados esa lectura puede tener una
importancia tremenda para algún individuo determinado.
El camino esotérico de ampliación de la conciencia no es
un "camino natural", sino un producto artificial de la evolución y
del conocimiento humano. El alquimista en su laboratorio
también produce cosas artificiales que en esa forma no se
encuentran en la naturaleza. El yogui adopta posiciones con su
cuerpo que ningún ser viviente ejecutaría nunca en forma
natural. Los ejemplos podrían seguir más y más, pero lo
único que se proponen es demostrar que si bien el camino de
iniciación esotérica se orienta en las leyes de la naturaleza,
empero llega a ser un arte al unirse con la capacidad del
conocimiento humano. Es por esto que las obras de tal arte son
"artificiales" y no "naturales".
Justamente en tales procesos de evolución artificialmente
creados reside el deber de ser hombre, de redimirse a sí mismo
y al cosmos. El mirar de manera consciente las cadenas de
encarnaciones ha sido desde siempre un paso en el camino de
la evolución esotérica que a veces llega por sí solo o se crea
mediante técnicas adecuadas. Como la casualidad no existe,
podemos estar seguros de que nunca jamás una persona se
encontrará en la situación de conocer sus encarnaciones, si el
tiempo no estuviese maduro para ello.
Existe el fenómeno de que personas sensitivas pueden ver de
manera clarividente las encarnaciones de otros. Este proceso se
llama generalmente: leer en la crónica del Akasha. Esta crónica se
puede comparar con un banco de datos en el cual,
independientemente del tiempo, se almacenan
acontecimientos del pasado, del presente y del futuro. Las
personas que tienen o desarrollan la capacidad de obtener con su
propia conciencia informaciones de esta crónica del Akasha,
pueden ver las encarnaciones de otras personas. Como ge-
neralmente es difícil o imposible controlar tales afirmaciones,
no se debería creer en forma absoluta y sin reservas todas las
profecías clarividentes respecto a las encarnaciones. La utilidad
de conocer las encarnaciones por medio de la clarividencia es
bastante limitada para la persona a quien solamente se le
informa sobre ellas. De esa manera se trata de una mera
información, la persona no tiene acceso al pasado y le falta
por así decir la percepción de la identidad. Sólo se torna
significante leer la crónica Akasha en relación con una terapia,
cuando de esa manera se vuelven palpables las informaciones
para el paciente, que por alguna dificultad él mismo no puede
alcanzar: (debilidad, dificultades del habla, etc.).

De todos modos habría que tener muy en cuenta que


nunca debe ser pura curiosidad lo que impulsa a querer
experimentar sus encarnaciones pasadas. La curiosidad es la
enfermedad de nuestro tiempo, es siempre signo de inmadurez
y es el medio más seguro para impedir la verdadera iniciación.
Es mucho más grande de lo que generalmente se supone, el
número de personas y sobre todo de niños, que tienen por sí
mismos algunos recuerdos de encarnaciones pasadas. Por
cierto, en nuestra cultura no se reconocen generalmente
recuerdos de esta naturaleza o se callan y reprimen
temerosamente como signos amenazantes de una enfermedad
psíquica. Lo mismo pasa con los niños que, especialmente en
los primeros seis años, tienen aún muy buen acceso al pasado. Los
padres generalmente les prohíben hablar de ello, por miedo y
por ignorancia, cosa que lleva a una represión de todo el
complejo. Al cumplir seis años, más o menos, estas impresiones del
pasado generalmente desaparecen por sí solas.
Muy distinta es la historia en las culturas en que la
reencarnación es un componente natural de la visión del
mundo. Allí es, por cierto, tan natural que los niños tengan
esos recuerdos de encarnaciones pasadas, que ni siquiera llegan a
presentarse en público como fenómenos.
Hay un cierto número de síntomas psicóticos que también
pertenecen a esos recuerdos de encarnaciones anteriores que
irrumpen en la conciencia de manera espontánea. Cualquier
situación externa, paisajes o personas pueden volver a
estimular a una persona hasta tal punto que de pronto
irrumpen trozos de vidas anteriores en la conciencia y le
resulta difícil al sujeto separarlas de su vida actual. Así se
explican un cierto número de alucinaciones y alienaciones
psicóticas.
Pero no son solamente los síntomas psicóticos los que se
tornan más comprensibles ante el telón de fondo de la
reencarnación, más bien se puede decir que cualquier síntoma
de enfermedad, no importa que sea psíquica o física, tiene su
"causa" en encarnaciones anteriores. Aquí hay que usar el
concepto "causa" con prudencia, porque en última instancia no
le resulta posible al hombre encontrar la causa real de una
cierta enfermedad, si no quiere terminar en el acontecimiento
metafísico del pecado original.

Desgraciadamente se abusa del concepto "causa", se usa


demasiado y de manera por consiguiente incorrecta. Si nosotros
también hablamos aquí de "causa" nos referimos con ello al
comienzo de una fase que todavía podemos abarcar, cuya unidad
interna está caracterizada por un tema en común; y también
tenemos plena conciencia de que esta "causa" tiene a su vez
determinantes anteriores y así ad infinitum.
Sostenemos por tanto que jamás podrá haber un síntoma
de enfermedad, ni psíquico ni somático cuya causa inmediata
se pueda encontrar también en esta vida. Yo se que
semejante aserción debe sonar provocativa para muchos,
después de haberse tomado tanto trabajo y acostumbrarse a
buscar y encontrar la causa para todo en la temprana
infancia. Pero ya hemos dicho al hablar de la carta natal que
el nacimiento no es más que una versión abreviada de toda la
vida y que nunca podrá haber un tema nuevo en el transcurso
de una vida que no haya estado ya presente en forma dismi-
nuida al nacer.
Debería ser comprensible, también sin argumentación
astrológica, que todos los problemas que se presentan en la vida
no pueden ser otra cosa que el producto de la propia
experiencia de aprendizaje hasta ese momento. Y ese camino de
aprendizaje, visto en retrospección, no termina en el nacimiento
ni en la concepción, sino que incluye la totalidad de las
encarnaciones.
Esta conexión quizá se aclarará si volvemos otra vez a la
analogía de que una vida es igual a un día. Si hay un problema
en cierto día sería ingenuo querer encontrar la causa del
problema en el mismo día. Porque la persona en cuestión no
pudo empezar ese día como "algo sin historia", sino que ha
traído a ese nuevo día, a pesar de la fase intermedia del
sueño, su evolución completa como una hipoteca.
De la misma manera, el hombre tampoco empieza su vida
terrenal sin ninguna condición previa; en sus muchas
encarnaciones previas se ha ganado su karma, su programa de
aprendizaje muy especialmente necesario para él, el plan que ya
trae consigo a esta encarnación en el momento de la
concepción. Si una persona fracasa en algún problema
especial de ese plan o si no puede comprender su
significación, la observación consciente de la totalidad del
camino que lo trajo hasta ese punto, le podrá proporcionar la
comprensión necesaria y entonces sí podrá redimir ese problema.
Estas consideraciones pueden aclarar el concepto que ha lleva-
do a la creación de la forma actual de una psicoterapia a la
que dimos el nombre de "terapia de reencarnación". La
terapia de reencarnación, desarrollada y aplicada por mí y mis
colaboradores desde 1975, no es una nueva técnica en el bosque
cada vez más grande de los métodos psicoterapéuticos, sino
que es deliberadamente un polo opuesto a todos los métodos
y teorías conocidas hasta ahora. No es un psicoanálisis
extendido hasta vidas anteriores, no es un tratamiento
terapéutico primario cuya meta sería la descarga de traumas
anteriores, no es una forma especial de hipnoterapia.
La terapia de reencarnación es más bien el intento de
abandonar los conceptos insostenibles de la psicología oficial y
desarrollar de manera consecuente una terapia a partir del
saber de la cosmovisión esotérica y de su imagen del hombre.
Esta actitud básica hace que no sorprenda que tanto nuestras
ideas como nuestra acción terapéutica sean diametralmente
opuestas a todos los conceptos habituales hasta el presente.
8. LA TERAPIA DE
REENCARNACION
Un camino a la integración

Una y otra vez


desciendes
al seno cambiante de la tierra,
hasta que hayas aprendido a leer en la luz
que la vida y la muerte eran una sola cosa
y todos los tiempos sin tiempo.
Hasta que la pesada cadena de las cosas
se transforme en el anillo siempre en reposo dentro de Ti,
en tu voluntad está la voluntad de los mundos,
el silencio está en ti, el silencio
y la eternidad.

MANFRED KYBER
La terapia de reencarnación tiene su raíz en una serie de
experimentos que realicé desde el año 1968. En estos
experimentos logré dejar que a través de una regresión
hipnótica las personas pudiesen revivir no sólo su propio
nacimiento, su evolución en el vientre materno y su
concepción, sino también encarnaciones pasadas. Los
protocolos de estos experimentos y consideraciones sobre sus
posibles consecuencias, los publiqué en mis dos libros: "La vida
después de la vida" y "La reencarnación". En estos
experimentos se usó la hipnosis como medio auxiliar para
lograr la regresión en el tiempo.
Los experimentos no son nuevos, ya los realizó en el siglo
pasado Albert de Rochas. En 1956 el caso de Bridey Murphy
inquietó a la opinión pública, y también los ingleses Arnall
Bloxham y Dennys Kelsey condujeron durante décadas
experimentos de regresión hipnótica a vidas anteriores, y los
publicaron. Durante esta primera fase de las regresiones
puramente experimentales a encarnaciones anteriores pude
aprender que hay una relación obvia entre síntomas actuales y
vidas pasadas. Cuando se pudo consolidar más y más esta
teoría, surgió la idea de la utilización terapéutica del hecho de
tornar conscientes las encarnaciones pasadas. El paso decisivo
para concretar esa idea consistió en el desarrollo de métodos que
permitieran la regresión a encarnaciones anteriores, sin que
la persona sujeto de la experiencia tuviese que ser hipnotizada.
Sólo al renunciar a la hipnosis, resultó posible que cualquier
persona pudiese traer a su conciencia los recuerdos de
encarnaciones pasadas.
Como dijimos en el capítulo sobre la hipnosis, el hecho de
que una persona se pueda hipnotizar o no depende mucho menos
del hipnotizador que de la confianza íntima del paciente; —
justamente esa confianza es lo que menos se puede esperar de
pacientes psíquicamente perturbados. Además muchos otros
argumentos hablan en contra de la dependencia de la
hipnosis. No por nada, desde tiempos inmemoriales se oyen
en el campo del esoterismo sólo críticas y advertencias frente a la
hipnosis.
El proceso de hipnotizar se sirve de la sugestión de cansancio,
somnolencia y soñar despierto y lleva así a la persona al
punto contrario de la meta propuesta por el esoterismo.
Justamente el problema del hombre es "dormir" constantemente
y dejarse vivir ciegamente como una marioneta, en lugar de
despertarse a sí mismo y tornarse consciente. Pero todo lo que
pasa en una sesión de psicoterapia debería representar, de una
manera disminuida, lo que esperamos del paciente en la vida
diaria. Es por esto que nuestra meta es hacer que los hombres
sean más conscientes y despiertos, enseñarles a ver la realidad
cada vez con más claridad y no mantenerlos dentro de su
somnolencia e inconsciencia.
Además, es imposible desprender el problema de la hipnosis del
problema del poder. Como veremos más adelante, éste es el
tema central de toda terapia. Finalmente la hipnosis hace que
el paciente se transforme fácilmente en un consumidor
pasivo, que espera de la terapia y del hipnotizador la solución de
sus problemas. Estos argumentos deberían ser suficientes para
entender por qué busqué posibilidades de liberarme e
independizarme de la hipnosis como medio auxiliar para la
regresión en el tiempo, con fines terapéuticos.
El resultado es que en la terapia de reencarnación traemos a la
conciencia de todos los pacientes vidas anteriores, sin
hipnotizarlos jamás. Las regresiones se hacen con plena
conciencia despierta. Para gente ajena al tema esto parece ser
tan inverosímil, que el público sigue relacionando la terapia de
reencarnación con la hipnosis. Pero esto ya no es válido, dado
que la terapia de reencarnación se ha independizado de la
hipnosis.
Es justificada la pregunta de cómo funciona el "nuevo méto-
do". Es bastante difícil describir esto, casi imposible. Todavía
empezamos con una breve distensión, que debe llevar al
paciente a una actitud interna de meditación. El
relajamiento sirve para empobrecer los estímulos externos y
deja que el paciente pueda escucharse a sí mismo. Por tanto,
esta distensión cambia la polarización de la atención desde fuera
hacia dentro, sin que esto produzca cansancio o somnolencia.
Con la ayuda del terapeuta aparecen imágenes o
representaciones internas que el paciente aprende a mirar y al
mismo tiempo a relatar.

La vivencia del nacimiento propio y de la concepción

Ya después de dos o tres sesiones, el paciente está, como lo lla-


mamos nosotros, "enhebrado en su nacimiento". El paciente vive su
primera regresión en el tiempo, remontándose a su propio naci-
miento, sintiendo nuevamente los dolores, huele todo, ve
todo, oye y percibe todo lo que pasó durante y después de su
nacimiento.
Cuando el paciente ha aprendido a tener una vivencia de
manera consciente del nacimiento en todos sus detalles y
fases (para esto generalmente se requieren algunas repeticiones),
entonces retrocedemos más en el tiempo, hasta el momento de
su concepción. Allí vivencia cómo estaba presente en el acto de
la procreación de su futuro cuerpo como una conciencia que
vive y percibe. Puede ver la habitación, sus futuros padres,
participa también en la relación sexual de los padres y de
repente siente como "una especie de remolino en forma de
embudo que lo succiona" y vuelve a encontrarse otra vez
encajado en algo limitado, material, oscuro. Estar presente en
su propio engendramiento suena como una broma para la
mayoría de los contemporáneos, pero se torna lógico cuando
aprendemos a separar la conciencia del cuerpo como dos
conceptos distintos. El hombre está presente tanto al
engendrarse su cuerpo material como en su entierro.
Después de la experiencia de la concepción indagamos el
lapso entre la concepción y el nacimiento. Aquellos meses en el
vientre de la madre son una fuente de muchas experiencias para
el niño, generalmente desagradables. Lo que vive el embrión
durante este tiempo en cuanto a miedos, dolores e intentos de
aborto no lo cree nadie que no lo haya vivido él mismo.

Comparadas con estas experiencias prenatales, las vivencias de


la temprana infancia, de los primeros años, son episodios
inofensivos. Mirar conscientemente ese lapso de tiempo entre
la concepción y el nacimiento le aporta al paciente más claridad
que algunos cientos de horas de análisis. En las terapias
primarias ocurre cada vez con más frecuencia que el paciente
retrocede por sí mismo a los acontecimientos del nacimiento y a
los embrionarios. Por eso aún en esos ámbitos se impone
gradualmente el conocimiento de que los acontecimientos
previos al nacimiento se viven de manera consciente. Esto suena
muy sensacional para las teorías y métodos de terapia
conocidos hasta el momento, y trae consigo el peligro de que
algunos creen haber encontrado en estos acontecimientos des-
agradables antes y durante el nacimiento "la verdadera causa" de
posteriores conflictos y perturbaciones. Pero todas estas
vivencias son tan poco "causas" como las vivencias infantiles que
desde Freud se invocan hasta el cansancio. Las vivencias
prenatales y las vivencias de la infancia son sólo los eslabones
de una cadena de problemas que se extiende a través de muchas
encarnaciones.
Aquí puede ser que haya protestas de que el alma sólo se
une al cuerpo más o menos en el tercer mes. La respuesta es
que hasta ahora todos los pacientes y personas que se prestaron
para los experimentos, sin excepción, han descrito su
concepción y al mismo tiempo su simultánea posesión del
cuerpo. Tal vez más adelante se pueda aclarar
experimentalmente cómo surgió la teoría de que el alma
encarna a partir del tercer mes. A mi esto me parece poco
probable, pues desde el principio las células necesitan
informaciones para evolucionar de acuerdo a una ley.
El hecho de que un niño sea plenamente consciente desde la
concepción, y de ahí en adelante perciba todo lo que pasa y lo
que se habla es de una trascendencia casi inabarcable para
todos los padres y asistentes del parto. Por suerte en estos
tiempos el "nacimiento suave" del Dr. Leboyer está teniendo más
y más eco y las clínicas se pliegan poco a poco a las exigencias de
los padres conscientes.
Se podrían llenar libros enteros con advertencias y
consejos para el tiempo del embarazo y del nacimiento, pero
debería ser suficiente que los padres tuvieran bien claro que
el embrión que se está formando es pequeño, indefenso y joven
solamente en cuanto al cuerpo, pero el alma trae consigo la
madurez de muchos miles de años. Es muy posible que un
recién nacido tenga un alma más madura que las de sus
padres.,No hay razón alguna para balbucear sonidos
incomprensibles delante de un bebé, él comprende cada
palabra y cada frase, también lo que sería mejor no decir en
presencia del niño.
Se aconseja a todos los padres empezar cuanto antes con
la educación de sus niños, a saber el mismo día en que se
enteran de la presencia del niño (= eugenética).
La eugenética o educación prenatal, consiste en una
conversación normal de los padres con el niño en el vientre de la
madre, en expresarle la alegría que causa su llegada,
informarle sobre el proceso del nacimiento, ofrecerle solamente
buena música, buena literatura, buen cine y buen teatro. Una
conversación clara con el embrión sobre el nacimiento tiene más
éxito que muchas semanas de gimnasia.
La razón de todos los problemas y dificultades en el
nacimiento es que el niño trata de evitarlo. El miedo a nacer
no se refiere tanto al acto mismo como a no tener dominio
sobre esta vida que está empezando. El embrión todavía no
tiene un ritmo propio de respiración y por eso no está
totalmente apresado por la polaridad. La consecuencia es que
el embrión tiene aún acceso al pasado y al futuro, divisa su
vida futura en sus fases más importantes, esto puede
compararse con el film de la vida en el momento de la muerte.
Este saber se borra con la primera inspiración, porque con el
ritmo de la respiración el hombre entra de lleno en la
polaridad y en la dependencia del tiempo. Aquí está la razón
de por qué un horóscopo se calcula sobre el primer grito, es decir,
la primera respiración. También se relaciona con ello la gran
importancia de los ejercicios de respiración dentro de la
educación esotérica. El embrión ve los problemas de su vida
futura y sabe que este saber se borra en el nacimiento. De ahí
resulta el miedo a nacer y el intento frecuente de evitar el
nacimiento Las conversaciones prenatales adecuadas pueden
ayudar mucho mejor que todas las técnicas clínicas. De la
misma manera, los padres que discuten durante semanas sobre
si abortan al niño o no, no deberían sorprenderse si su niño
presenta perturbaciones o rechaza a los padres.

El encuentro con el pasado

Cuando el paciente ha traído a la conciencia las fases de su na-


cimiento, de la concepción y del desarrollo embrionario (este
proceso requiere aproximadamente cinco horas de terapia)
entonces lo dejamos retrogradar a una vida anterior. Entonces
se vivencia en un tiempo anterior y aprende a abarcar de una
mirada esa vida desde el nacimiento hasta la muerte. Por
supuesto también dejamos que el paciente viva siempre la
muerte de una anterior encarnación de manera consciente,
para reconciliarlo con el polo opuesto de la vida, generalmente
reprimido.
Después de esta terapia el paciente ya no conoce el miedo
a la muerte, porque el miedo tuvo que dejar lugar al saber.
(Miedo es falta de conocimiento.) Así una paciente dijo de
manera espontánea en una sesión: "Que gracioso, nunca me
hubiera imaginado que morir era tan sencillo." Las
descripciones del proceso de morir de nuestros pacientes se
asemejan con bastante exactitud a las descripciones que
obtuvieron el Dr. Moody, el Dr. Kuebler Ross y otros de los
muertos clínicamente y vueltos a revivir. Tal como en la
concepción la conciencia se une al cuerpo, así se desprende otra
vez en la muerte.
Cuando el paciente ha aprendido a abarcar de una mirada
algunas vidas anteriores, entonces usamos como guía
adicional un síntoma cualquiera y seguimos su aparición a
través de las encarnaciones anteriores. De esa manera
observamos cada vez sólo la situación que se relaciona con ese
síntoma y no todos los otros detalles de esa vida. Así llegamos
con bastante rápidez a encarnaciones ubicadas muy atrás en el
tiempo.
A menudo se tienen nociones equivocadas sobre el número
de las encarnaciones pasadas. Algunos cuentan con orgullo que
saben que ya han vivido cuatro veces. El verdadero número de
las vidas pasadas es en realidad casi incalculable. Después
de unas pocas sesiones, un paciente pierde las ganas de
querer averiguar la cifra de sus vidas anteriores.
Para alguien ajeno al tema resulta igualmente difícil
imaginarse los enormes períodos de tiempo que atravesamos
en el transcurso de una terapia. Es muy difícil mencionar
cifras, pero nos remontamos muchísimo más atrás que la
investigación histórica moderna. Las encarnaciones de los
atlantes que sucedieron hace 12.000 años, para nosotros no son
muy antiguas.
Sabemos muy bien que estas afirmaciones tienen que resultar
inimaginables para muchos lectores, pero lo que decimos no es
más que el resultado de nuestro trabajo diario con los
pacientes, que no se distinguen de los que son atendidos por
otros terapeutas. Como al principio los resultados no eran para
nada acordes con nuestras expectativas, no hubo nunca intento
alguno de sugerir ciertos fenómenos o de provocarlos.

En la investigación del nivel material nos hemos tenido que


acostumbrar igualmente a dimensiones inimaginables. A
quienes han perdido la capacidad de maravillarse al respecto
les convendría ir a un planetario y meditar sobre el orden de
las dimensiones astronómicas que está manejando la ciencia hoy
en día.
Después de las investigaciones sin duda grandiosas del mundo
material, ahora podemos empezar con las investigaciones del
mundo del alma. Pero oficialmente en este nivel apenas hemos
dado los primeros pasos y por esto hay muchos fenómenos
totalmente inimaginables que esperan ser comprendidos por la
ciencia humana.
En este camino también habrá que revisar a fondo las
opiniones actuales relativas a la antigüedad del hombre y su
origen. La humanidad es mucho más antigua de lo que se
cree hoy en día y ya tiene cumplidas rítmicamente varias
culturas altamente evolucionadas, muy parecidas a la de
nuestro tiempo. También aquí rige la ley del ritmo, por eso a
cada cúspide de evolución tiene que seguirle su declinación y
su aniquilación. La humanidad sigue construyendo la torre de
Babel.
Volvamos al transcurso de la terapia de reencarnación;
entonces el paciente se da cuenta, al vivir una determinada
cadena de síntomas, que su problema o síntoma actual es
muy antiguo y ya estuvo presente en casi todas las vidas
pasadas en forma similar. Aquí tenemos otra vez un gran
peligro de mala interpretación, también yo fui inicialmente
víctima de ese error; comparándose el capítulo correspondiente de
"La reencarnación".
Al encontrar en una vida anterior una situación traumática que
corresponde en su contenido a un síntoma, se tiende
forzosamente a interpretar esa situación anterior como
trauma original y por lo tanto como "causa" del síntoma. Por
ejemplo: un paciente que no puede ver con el ojo izquierdo,
revive cómo en una vida anterior una flecha le da en ese ojo.
O un paciente con miedo a las alturas revive cómo en una
vida anterior lo tiran de una roca. Prisionero del sistema de
pensamiento usual en la psicología, se tiende a ver en estas
vivencias anteriores la causa de los síntomas. Sin embargo es
una conclusión totalmente equivocada; tiene el mismo nivel
que el intento de encontrar la causa de una perturbación en la
infancia.

Si transferimos los pensamientos desarrollados para esta vida a


una encarnación anterior, entonces esta vivencia traumática
seguramente no fue una casualidad tonta, sino la expresión de un
problema, que ya se traía a aquella encarnación. O mirándolo
al revés: si bien se puede pensar que el alma de una persona
que se ahoga en esta vida, en la próxima tendrá miedo al agua,
esto no da derecho a poner el acto de ahogarse como causa del
miedo al agua posterior, porque ahogarse es un
acontecimiento que responde a una ley, expresión externa de
un problema que ya se ha traído a esta vida.
Se muestra entonces que al buscar ulteriormente se
encuentran cada vez más situaciones, de las cuales cada una
tendría la calidad como para poder ser calificada como
"trauma original" para ese síntoma. Para seguir nuestro
ejemplo, esto significaría que el paciente con la flecha en el
ojo izquierdo encuentra en su pasado muchos más
acontecimientos en los que ha perdido el ojo izquierdo. Todos
estos acontecimientos son eslabones de una cadena cuyo hilo
es el problema común a todas esas situaciones.
Cuando en la terapia hemos recorrido una cadena de tales
síntomas, hasta un supuesto fin, se inicia el paso decisivo para
la terapia: dejamos regresar al paciente a la situación en que
él mismo localizó la causa para la cadena de sufrimientos
posteriores y el contenido para las formas posteriormente
redimidas. Al dar este paso, el paciente se enfrenta con su
culpa kármica, por la que hizo que fueran necesarios todas las
situaciones de sufrimiento. Porque hasta ese momento el
paciente se vivencia eternamente como una pobre víctima.
Que un paciente crea que la causa de su perturbación reside
en el comportamiento de su madre o de una vivencia
desagradable de una vida anterior, al fin y al cabo no hay
tanta diferencia. En ambos casos el paciente proyecta su culpa
hacia un mundo exterior.
Algo totalmente distinto pasa en la confrontación con la
culpa kármica propia. El paciente tiene que integrar su
sombra, se vive a sí mismo como actuante, el que hace a los
otros las mismas cosas de las que se está quejando desde hace
algunos miles de años por tener que sufrirlas. No es un paso
fácil para el paciente enfrentarse con la culpa, pero es un
paso enorme en dirección a la curación cuando lo realiza. Si
uno quiere insistir en la palabra "causa", entonces se puede
encontrar aquí, en la culpa kármica.
Una tal situación de culpa nunca puede ser un verdadero
final, sino se puede interrogar más y más por sus determinantes.
Si no lo hacemos en la terapia es por razones prácticas:

1. No hay un final concreto, circunstancia que la iglesia


define con el concepto de pecado original.
2. Una culpa kármica, en relación a un problema actual,
es por lo menos el comienzo de una fase en el ritmo
infinito.

Culpa y responsabilidad

Al reconocer la culpa, el paciente tiene que asumir la total res-


ponsabilidad por su destino, un paso que abre la puerta a la
curación. Una persona ajena al tema, a veces, tiene miedo al
descubrir situaciones de culpa y piensa que difícilmente
podrá continuar viviendo con ese saber. Algunos creen que no
podrán incorporar el conocimiento de que alguna vez han
matado a alguien. Estos miedos no se realizan en la situación
concreta. Una antigua moraleja dice: "Solamente oprime lo
que se reprime." Es justamente ese saber inconsciente de la
culpa lo que produce ese miedo ante la confrontación. Si se logra
mirar la culpa, al mismo tiempo cede toda la presión anterior,
justamente porque se pretendía no saber nada de ella.

Todo lo que es consciente para el hombre, nunca puede tener


efectos negativos. En la terapia la confrontación con la culpa
se produce sin juicios de valor, se mira la realidad y se la integra
conscientemente como un paso de aprendizaje del pasado. El
hombre, al integrar paso a paso su sombra en su conciencia,
después de tenerla totalmente reprimida, se vuelve más
íntegro, más completo, más sano. La confrontación con la
culpa no es cargar un nuevo bulto, sino su descarga. Por más
que la confrontación generalmente no sea agradable, todos los
pacientes se sienten después más libres y más aliviados en
forma desacostumbrada. Hay que evitar todo extremo en el
manejo de la culpa. Reprimir la culpa y proyectarla sobre
otros enferma al individuo, porque se está alejando de la
realidad. Es igualmente nocivo sobrecargarse con culpas y
autoacusaciones, hasta desplomarse bajo esa carga. El hombre
tiene que aprender que como hombre es culpable, y que este
es el precio de su proceso de aprendizaje. No hay evolución sin
equivocaciones. Por eso no hay una sola persona que no haya
cargado culpas en su pasado, solamente el que atraviesa la
oscuridad, llega a la luz. Nadie se cuida del fuego sin haberlo
tocado jamás. En la tradición de la Iglesia tenemos otro manejo
muy equilibrado del tema de la culpa. Primero se le hace
consciente al creyente que como hombre es pecador y ha
cargado con culpa y después se le descarga mediante la
absolución de esa culpa.
Algunos objetan que el Principio de la Gracia es un
contrasentido respecto de la dura ley del Karma, que dice
que toda culpa tiene que ser expiada. Esta contradicción
entre Karma y Gracia existe solamente en apariencia, los
dos principios se unen como todas las polaridades en el centro y
en realidad se condicionan mutuamente. La Gracia la recibe
solamente aquel que la pide. Para poder pedirla, el hombre
tiene que reconocer su culpa. Pero el Karma es la ley que cuida
de que el hombre, en algún momento, llegue a reconocer sus
fallos, su culpa. Por eso la Gracia puede efectuarse solamente a
través del Karma. El Karma apunta a la comprensión del
hombre, cuando ésta se produce, está maduro para la Gracia.

El problema primordial: el poder

En una terapia seguimos varias cadenas de síntomas y sus


culpas kármicas. Todas estas cadenas terminan al final en una
especie de punto de empalme que representa el problema
básico, que hasta ahora ha sido el fracaso del paciente. Este
problema en sí se encuentra tanto entonces, como ahora, en el
pasado lejano de estructura considerablemente más tosco y
visible, en la vida presente el problema está generalmente más
refinado y sublimado, hasta tornarse irreconocible.
Si se analiza el problema primordial en todos los pacientes, se
encuentra que se puede reducir siempre al mismo tema: el
poder. El hombre se enferma siempre por el poder, antes vivido a
veces de manera muy nítida, hoy disimulado de modo muy
astuto, pero es y será siempre el poder el que hace fracasar
al hombre. El polo opuesto del poder es la humildad. Cada "yo
quiero", "yo quisiera" es la expresión de esa pretensión de poder.

En nuestro tiempo, una de las formas más frecuentes de ejercer


el poder es la enfermedad. Hoy en día, la enfermedad garantiza al
individuo un espacio libre "por encima de toda crítica" para
sus pretensiones inconscientes de poder. Aquí está la razón de
por qué los enfermos en realidad nunca quieren dejar sus
enfermedades. Por cierto, esto es negado rotundamente por el
enfermo, indicando todo lo que ya ha hecho y emprendido para
poder sanarse nuevamente. Pero no hablamos de este
amontonamiento de coartadas. Por supuesto, el enfermo cree
que quiere sanarse, pero solamente porque aún no es
consciente de la motivación de su enfermedad. Cuando
reconoce que tiene que elegir entre la enfermedad y re-
nunciar al poder, la elección le resulta generalmente muy difícil.
Poder equivale a predominio del Ego, es el intento de no subor-
dinarse, sino de forzar su voluntad sobre el otro. Esta
pretensión de poder ya condujo en el paraíso a morder la
manzana: no subordinarse a la ley, sino saber uno mismo lo
que es bueno y lo que es malo. El hombre siempre estuvo
dispuesto a pagar un precio muy alto por ese poder. Para
obtener el poder, el hombre gustosamente pactó con Satanás y
vendió su alma.
Pero solamente cuando ha vivido sus deseos de poder en encar-
naciones anteriores con toda claridad, el paciente empieza a des-
enmascararlos en el aquí y ahora. Sólo cuando ve cómo
durante miles de años se cargó permanentemente de
sufrimientos, para adquirir poder, empieza a comprender
lentamente el mandato de la humildad. Una comprensión de
este tipo no es un proceso intelectual, sino una experiencia de
la realidad que hace que el hombre cambie de polaridad. La
modificación en la conciencia sucede en el presente y por esto
el hombre puede curarse. Los síntomas desaparecen
literalmente por sí solos, por más que no hayan sido tratados,
pues se han tornado superfluos en sí mismos.
( La terapia de reencarnación no es una fuga al pasado, sino
que utiliza el polo opuesto del pasado para llevar al paciente
al presente. Mientras el pasado sea reprimido y siga teniendo
efecto de manera subconsciente, el hombre no logra vivir a
plena conciencia el aquí y ahora.) Permanentemente es
reestimulado por cosas pasadas y confunde los tiempos. Sólo
cuando ha integrado el pasado en la conciencia, puede dejarlo de
lado, y vivir finalmente el presente con una claridad hasta
entonces no sospechada. Nosotros miramos el pasado porque
tiene tan poca importancia, no porque lo encontramos tan
interesante.

La meta de todo camino esotérico es vivir realmente y siempre


de modo consciente en el presente. Para poder hacerlo,
tenemos que separar primero el presente del pasado y
purificarlo. La terapia de Reencarnación sigue el principio del
simile de la homeopatía: el enfermo al pasar por las cadenas de
síntomas se enfrenta permanentemente a situaciones similares,
hasta encontrar por ese camino el veneno de la culpa. Este
veneno se le transforma en medicamento si lo potencia con
su conocimiento y redime así su problema originario.
La terapia de reencarnación no satisface la curiosidad por
las vidas anteriores, ni es el opio del pueblo que consuela a
los hombres con la promesa de una vida nueva. La terapia de
reencarnación es un camino duro hacia la purificación. No
vemos ningún consuelo en tener que reencarnar una y otra
vez, sino un desafío para liberarse de la rueda de las
reencarnaciones a través de la evolución, hacia la perfección.
Nosotros le decimos sí a la vida en esta tierra, mientras sea
necesaria para nuestro camino de evolución, pero nuestra
meta está más allá del mundo material, es esa unidad de la
cual nos hemos separado alguna vez y que en el fondo es el
anhelo de retorno final de cada ser humano.

Experiencias del más allá

Una pregunta frecuente es si en el viaje a través del pasado


también pasamos por las fases intermedias que se hallan
entre las distintas encarnaciones y que es lo que informan los
pacientes sobre el más allá. Nuestras experiencias sobre el más
allá y las fases intermedias están en este momento más
adelantados que hace algunos años, pero a pesar de ello
seguramente no han llegado a término. En la terapia tratamos
de pasar solamente por las fases que son de relevancia para el
paciente y evitamos preguntar por cosas que satisfacen
primariamente nuestra propia curiosidad. Esta es la razón por
la cual nuestras experiencias del más allá están todavía un
tanto en sus principios.
Además es difícil obtener observaciones de validez general por-
que el más allá no muestra una imagen homogénea, sino que es tan
diferenciado como lo son los distintos niveles de evolución de
la conciencia humana. El más allá es un mundo astral y en
consecuencia un nivel únicamente de imágenes, en el cual las
formas corresponden a los contenidos anímicos más dispares.
El alma de un difunto llega en el más allá según su resonancia, al
nivel que corresponde al estado de conciencia que trae consigo.
Así que cada alma llega a SU más allá, que al fin y al cabo no
es más que el reflejo de su propia conciencia que ha tomado
forma. Estos distintos niveles hacen que sea difícil reproducir un
cuadro uniforme. Depende del individuo que el más allá sea
para él el cielo o el infierno. Un difunto vive el más allá
frecuentemente como un paisaje cuyo ambiente y aspecto
corresponden a la calidad de su alma. Así, una paciente
describe su más allá, al que llega después de una vida, muy
remota en el pasado, en que fue una regente muy poderosa y
muy cruel, del modo siguiente:
"Muero una muerte lenta, dolorosa y solitaria. Sobre todo
tengo un miedo atroz a la muerte, que casi me vuelve loca.
Oigo un ruido y un estruendo tremendos y luego me encuentro
en una esfera oscura, respectivamente en un paisaje muy
extraño. Todo inspira terror, todo tiembla de miedo. El paisaje es
inarmónico, todo es puntiagudo, frío y rechazante. Hay viento,
el aire está lleno de gemidos angustiosos. Yo busco sin ton ni
son un orificio o una grieta donde esconderme, pero no
encuentro nada. También los tonos de los colores aquí son
amenazantes. Hay muchos otros seres, entre otros algunos
parecidos a ratas. Tengo que permanecer aquí un lapso
terriblemente largo, buscando siempre un rincón donde es-
conderme. Lo peor es que uno no se acostumbra al horror de aquí.
Después de mucho tiempo encuentro por fin una grieta donde
me escondo deprisa, mejor dicho, hacia donde me siento
succionada."
Igualmente desagradables son otras descripciones del más
allá, que siguen a una vida en que han imperado el poder, la
codicia, la crueldad y la falta de amor. Si dejamos de lado estos
casos, el más allá generalmente se describe como hermoso y
agradable. Así por ejemplo la descripción de un niño que muere
reza:
"Lentamente todo se torna más liviano, empiezo a flotar en
el espacio. Ya no soy yo, pero sí soy yo, veo todo: mi madre, mi
padre, la mujer y yo mismo en la cama. Estoy suspendido más
arriba, llegando al cielo raso y vuelvo a bajar, me acerco a mi
madre y le hago una caricia. Después me elevo otra vez y veo
la casa y el jardín. Me llevan de la mano, me lleva mi abuela de
la mano, la madre de mi padre. Ella es muy buena conmigo.
Dice que me llevará a alguna parte y me mostrará todo.
Llegamos a un paisaje suavemente ondulado y veo otros
seres más. No hablamos, pero se sabe lo que dicen y ellos
saben lo que yo digo. Uno se siente muy bien y feliz aquí. Se
ven colores suaves, tiernos, claros, que entran en transición
unos con otros."
Las descripciones del más allá van desde el horror primitivo
hasta la descripción de paisajes magníficos. Los seres que se en-
cuentran corresponden en cada caso a la calidad del lugar. Quiero
subrayar nuevamente que el más allá no es un nivel material,
sino un mundo puramente psíquico, pero no por eso menos real.
Nuestras experiencias hasta el día de hoy han demostrado
que el más allá corresponde al estado de conciencia del alma.
A este mismo nivel pertenecen también todos los otros seres de
igual evolución. Hay contacto con otras almas y seres y por lo
visto hasta hay un progreso en el aprendizaje. Los seres más
evolucionados ayudan solamente a los que piden tal ayuda.
Después de la muerte del cuerpo, el individuo a menudo ve de
pronto con gran claridad los errores propios cometidos
durante la vida. Si dejamos de lado la esfera muy oscura,
generalmente la permanencia en el más allá se experimenta
como tan agradable, que nadie quiere volver al mundo
material. Solamente la comprensión de las propias faltas lleva
al deseo de equilibrarlas y compensarlas y finalmente a la
aceptación de tener que encarnar nuevamente.
El más allá es tan variado y diferenciado como nuestro mundo
de aquí. Como el alma no se vuelve mucho más madura ni
inteligente por el hecho de morir, tenemos en el más allá una
distribución de sabiduría y estupidez similar a la de aquí en la
tierra, cosa que muy amenudo es pasado por alto entre los
espiritistas. No se trata de dudar de la "autenticidad" de los
fenómenos espiritistas, sino que se quiere advertir de no
ponerle una aureola de infalibilidad a todo lo que se dice porque
viene desde el "más allá". La probabilidad de recibir a través de
médium espiritistas mensajes de una calidad espiritual
verdaderamente alta es bastante más remota que de recibir
opiniones privadas y creencias de cualquier alma de bajo nivel
evolutivo o hasta de entidades no humanas.

Las almas atadas a la tierra

Con esto tocamos el tema de las almas "atadas a la tierra", tema


para cuya comprensión el público en general todavía carece de la
preparación necesaria, pero no lo puedo callar totalmente por la
gran importancia que tiene. Con la expresión "almas atadas
a la tierra" se designa a las que, al abandonar su cuerpo
terrestre, por diversas razones quedan tan fuertemente
fijadas en el quehacer de aquél que omiten realizar su camino
necesario a través de la esfera del más allá. Igual que durante su
vida terrestre, lo único que les interesa son los acontecimientos
terrestres, razón por la cual tratan de participar en el cuerpo
de un ser viviente para obtener así nuevamente su capacidad de
actuar.
La razón para tal atadura a la tierra es generalmente, por
más raro que esto parezca, que el individuo en cuestión, no ha
captado conscientemente su propia muerte. Ese "no darse
cuenta de la propia muerte" se puede producir cuando existe la
firme creencia de que con la muerte se termina todo. Cuando
un individuo con tal convicción muere repentinamente,
subjetivamente cambia tan poco para él que simplemente ni se
le ocurre la idea de que ha muerto. El único cambio perceptible
sería el hecho de no poder actuar, cosa que se trata de
compensar inmediatamente apegándose a otro cuerpo. Así se
vuelve a tener la sensación de tener plena influencia sobre el
acontecer del mundo.
Otras razones para tal atadura a la tierra puede ser errores
muy graves que se quieren poder corregir imprescindiblemente en
forma personal después de la muerte. También puede serlo
una "retención" por la familia en luto que trata de encadenar
así el alma del difunto. En ciertas circunstancias un ser vivo
puede ser poseído por varias almas atadas a la tierra, en este
caso el concepto de "posesión" no se debe confundir con la posesión
demoníaca o diabólica.
Estas almas atadas a la tierra no se proponen nada malo,
sino que están ellas mismas en una situación deplorable y
esperan ayuda. Pero los seres del más allá no pueden dar esa
ayuda, mientras esas almas no se desprenden del quehacer
terrenal y pidan esa ayuda. Entonces es misión de los seres
vivos prestar esa ayuda necesaria a las almas. Por eso todas la
religiones originarias conocen los rituales de las misas de
difuntos y las plegarias en su favor. Un documento
impresionante en este sentido es el Libro Tibetano de los
Muertos, cuyos rituales se proponen guiar a las almas de los
difuntos.
La posesión de un ser viviente por esas "almas" puede ir desde
síntomas leves hasta la enfermedad mental. Hay muchas
razones para suponer que la mayoría de todas las
enfermedades que se clasifican bajo el concepto de esquizofrenia,
se caracterizan por la presencia de estas "almas atadas". En
estos casos hay que tratar a estas "Almas" y no al paciente, lo
que lleva a estas almas a desprenderse y con ello a la liberación del
paciente.
A principios de nuestro siglo el psiquiatra norteamericano Dr.
Wickland trató mediante este método la esquizofrenia con gran
éxito durante más de 30 años. Este trabajo no tan fácil se hizo
posible por el don de su esposa, quien como excelente médium
pudo prestar su cuerpo en estas sesiones a las "almas atadas"
para que pudiesen hablar y expresarse a través de ella.
El objeto de tal terapia es aclarar al alma su estado, hacer
que a posteriori tome conciencia de su muerte. El alma
tiene que aprender a comprender que ya no tiene un cuerpo
propio y que los quehaceres terrestres ya no tienen importancia
para ella. Tiene que darse literalmente vuelta para poder
reconocer su nuevo camino y la ayuda en el más allá.
En los últimos años hemos comenzado a reunir nuestras
propias experiencias en este terreno. Pudimos verificar las
experiencias de Wickland, pero también se mostró que estos
procesos al principio están llenos de peligros y problemas. Por
eso quiero advertir a los legos en la materia que no deben hacer
experimentos alocados. Ultimamente han aparecido en nuestro
trabajo posibilidades de tomar contacto con estas almas y
tratarlas durante la terapia y hasta sin médium. A esta forma
de terapia le dimos el nombre de "terapia de liberación",
porque un alma es liberada de su atadura y conducida hacia
su propio camino.
La oración ocupa un lugar central en esta terapia de
liberación. Las mismas almas a veces la piden
lastimosamente. Aquí está la gran posibilidad para el lego de
ayudar a estas almas: rezar y pedir misas de difuntos para los
fallecidos, no se les puede hacer un mejor servicio. De allí
deducimos que los deudos deberían omitir todo lo que ata a los
difuntos o llamarlos. Los espiritistas o investigadores de voces
grabadas tratan sobre todo con "almas atadas". Deberían tener
bien claro que estas almas necesitan ayuda, pero que de
ninguna manera son proveedores de sabiduría celestial.
Estamos aún al principio con todos estos
descubrimientos y trabajos, pero las experiencias obtenidas
hasta ahora muestran que la integración de este círculo de
problemas abre posibilidades totalmente nuevas de terapia y
ayuda.

Etapas de la evolución del alma

El tiempo de permanencia del alma en el más allá difiere en los


distintos casos. Una cosa es segura, que las aserciones muy
difundidas de que pasan cientos o miles de años entre las
distintas encarnaciones son errados. Puede presumirse que en el
pasado más remoto había fases intermedias de algunos
cientos de años. Pero ahora pasan generalmente menos de diez
años entre las encarnaciones. La duración más larga o más corta
es el mecanismo que regula las cifras variables de población.
Cuanto más corta es la fase intermedia, más hombres viven en la
Tierra.
En relación con esto no debería olvidarse nunca que el
reino humano no es un nivel cerrado con un número constante
de almas, sino algo así como una estación de pasaje. Si se
comparan las encarnaciones con grados escolares, se podría
comparar por ejemplo el reino humano con la enseñanza
media. Así como antes y después de ésta hay todavía otras
instituciones de estudio, así también el alma recorre reinos
distintos hasta tener la madurez para el reino humano. Una
vez perfecto como ser humano, le esperan en la jerarquía otros
deberes que se encuentran fuera del reino humano.
En el alma humana se encuentran recuerdos que se
remontan hasta los reinos animales, vegetales y minerales,
pero esto no se debería considerar como encarnaciones en
sentido estricto. Sólo al llegar a ser humano empieza la
evolución individual del alma, ya que en el reino animal
impera aún un alma grupal. En casos aislados se puede dar
una "re-ubicación" de un ser humano en una encarnación
animal, cuando como hombre ha transgredido formas básicas
de comportamiento humano de manera tan severa, que deben
ser aprendidos mejor en el reino animal. Pero tales regresiones
se deben haber dado más en los comienzos del reino humano y
no son de ninguna manera la regla.
Una pregunta frecuente es si en el transcurso de las
encarnaciones se cambia de sexo o no. Por más que sabemos
por experiencia que hay un cambio de sexo, sigue siendo
difícil una contestación exacta a esta pregunta, porque
todavía no nos resulta claro cuál es la ley que gobierna estos
cambios. Después de examinar muchas hipótesis tenemos en
este momento la opinión de que un alma tiene un sexo fijo y de
que existe un alma dual del sexo opuesto. La mayoría de todas
las encarnaciones tienen el sexo que el alma tuvo desde el
principio. Las encarnaciones en el sexo opuesto solamente se inter-
calan de vez en cuando para hacer ciertas experiencias o para
redimir el Karma. El alma se une frecuentemente, pero no
siempre, con su alma dual, pues ambas dependen una de la otra
en su evolución.
Uno de los fenómenos más sorprendentes es encontrarse repe-
tidamente con las mismas personas a través de largas cadenas de
encarnaciones. Amor y odio, atracción y rechazo no son más
que restos de tiempos pasados. La culpa kármica se paga siempre
con la misma persona con la cual se contrajo la deuda. A veces
la experiencia más estremecedora de una terapia de
reencarnación es ver cuánto se parecen los problemas en todas
las encarnaciones, cuántos miles de años pasan sin que cambien
las modalidades básicas de comportamiento.
Reconocer esto puede ser parte del éxito de la terapia. Al
abarcar períodos de tiempo que parecen tan grandes para
nuestra conciencia, la estructura de los problemas y las
cadenas de errores resaltan con enorme claridad. La terapia
de reencarnación opera como un microscopio que torna visible
la estructura de la personalidad hasta el último detalle.
En la confrontación con la culpa uno se ve obligado a
cargar uno mismo con la responsabilidad por su destino, o sea
a cambiar uno mismo. El paciente al principio, no espera
nada más que el cambio de su cuadro de síntomas y no se da
cuenta que este cambio sólo se puede producir en
combinación con un cambio en él mismo. En la terapia de
reencarnación, el hombre aprende a conocer la significación y la
justicia del destino. Reconoce que con cada acción solamente
cosecha lo que ha sembrado alguna vez, pero que al mismo
tiempo ya siembra lo que alguna vez cosechará. Reconocer esto
obliga a vivir conscientemente en el aquí y ahora. El hombre
experimenta la protección de un cosmos guiado por leyes con
sentido. Estar al servicio de ese cosmos es su único deber.
Esta re-unión con la base originaria es re-ligio, la meta última de
nuestra terapia, pues curar es cosa de la religión.

Religión y reencarnación
reencarnación

Nuestra experiencia muestra que no es posible excluir la


problemática religiosa de una persona en un tratamiento
psicoterapéutico. El alma se enferma siempre solamente
cuando pierde el sentido de las cosas. Justamente el enfermo
psíquico ya ha tocado una realidad generalmente
desconocida para el "hombre normal medio". El neurótico ya
ha visto "más", pero no pudo soportar la realidad y se
enfermó con el veneno de la verdad.
Si seguimos pensando en forma homeopática, entonces
solamente lo puede curar aquella verdad que lo ha enfermado.
Por eso, dicho camino tampoco puede tener por meta tratar
al enfermo hasta recuperar ese estado de normalidad previo a
enfermarse, más bien después de una terapia exitosa el
paciente tiene que estar por encima de la normalidad tanto
como antes estuvo apartado de ella en sentido contrario por la
neurosis.
Acompañando a un paciente en ese camino de
individuación, uno se enfrenta forzosamente con las preguntas
por el sentido, por Dios, por la redención, etc. Esos temas no
son introducidos en el juego por el terapeuta, como dicen algunos,
sino la mayoría de los terapeutas los pasan por alto exprofeso.
La terapia no es un marco para la misión eclesiástica. Pero
examinar a fondo la "religio" no es lo mismo que discutir en
pro o en contra de determinada confesión o credo.
Desgraciadamente la conciencia religosa de la mayoría de la
gente tiene rasgos muy infantiles. Esa infantilidad en cosas de
religión es tan fuerte entre los enemigos de la religión como
entre sus seguidores. Es terrible que ambos grupos tan rara
vez comprendan la esencia de la religión. Por eso tenemos
abismos tan grandes entre las enseñanzas de las religiones y
las de sus iglesias. Esto siempre fue así y siempre será así.
También las instituciones eclesiásticas son obra del hombre y
por eso son tan propensos a errores como todas la
instituciones. Parte de la esencia de una institución es
acumular poder, pero el poder es el peor enemigo de todas las
religiones.
De tiempo en tiempo aparecen verdaderos iniciados entre
los hombres que proclaman la enseñanza verdadera, no
falsificada, eternamente válida, pero siempre son perseguidos
y hasta crucificados por los fariseos y escribas de turno.
Cuando hablamos de religión, nos referimos siempre a la
enseñanza pura y no a las iglesias e instituciones. Si durante
la terapia un paciente aprende a comprender las esencias de la
religión, queda después en sus manos encaminarse a una religión o
confesión dada o seguir su camino individualmente. Quien ha
comprendido la religión, ya no albergará agresiones contra los
errores de las comunidades humanas sino que se servirá a
menudo de ellas como marco ritual para su camino.

Sobre ese fondo también habría que considerar la temática de


"Reencarnación y Cristianismo". La iglesia cristiana oficial
rechaza la enseñanza de la reencarnación con excepción de las
comunidades cristianas que se orientan en las enseñanzas de
Rudolf Steiner. Esa enseñanza es un ejemplo de que el
cristianismo se lleva muy bien con la reencarnación. Es
difícil probarlo, pero hay muchos argumentos a favor que
permiten presumir que en la época de Cristo y también en los
primeros siglos después de El, la reencarnación era cosa
absolutamente natural. Pero en el año 533, en el Concilio
Ecuménico bajo el emperador Justiniano, se proclamó que la
enseñanza de la reencarnación era una herejía: "maldito sea el que
enseña una preexistencia fabulosa del alma y una monstruosa
restauración."
Se sostiene que al mismo tiempo se limpiaron las Sagrados
Escrituras de los textos correspondientes. La seguridad en
este caso sólo la podría dar la Biblioteca Vaticana. Sin embargo
hay algunos pasajes del texto de la Biblia que, aunque
insuficientes para señalar la reencarnación como objeto de las
enseñanzas cristianas, demuestran sin duda que la idea de la
reencarnación era cosa totalmente natural en ese entonces
para los discípulos de Cristo. Así encontramos en todos los
Evangelistas citas en el texto sobre la pregunta de si Juan
Bautista era o no la reencarnación de Elías.
Marcos 8. 27: "Jesús salió con sus discípulos hacia las
aldeas de Cesarea de Filipo; y en el camino les preguntó:
¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos dijeron: Juan el
Bautista; otros que Elías; otros que uno de los profetas."
Compárese al respecto: Mateo 16, 13-16. Además encontramos
en Mateo 17, 10-13 el pasaje siguiente: "Sus discípulos le
preguntaron: ¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que
venir Elías? El respondió: 'Sí, Elías tenía que venir a
disponerlo todo. Pero os digo que Elías vino ya, y no le re-
conocieron, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así
también el Hijo del hombre ha de padecer de parte de ellos.'
Entonces entendieron los discípulos que les había hablado de
Juan Bautista." (Compárese Marcos 9, 11-12.) Dice Mateo 11,
13-16: "Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan.
Y si queréis comprenderlo, él es Elías, el que iba a venir. El
que tenga oídos que oiga."

Este preguntar por Elías que aparece en todos los Evangelios,


se comprende solamente ante el fondo de la reencarnación.
Esto es válido en sumo grado también para el pasaje siguiente
de Juan 9,1: "Al pasar vió a un ciego de nacimiento. Sus
discípulos le preguntaron: 'Maestro, ¿quién pecó, éste o sus
padres, para que haya nacido ciego?' Jesús respondió: 'Ni éste ni
sus padres, sino para que resplandezcan en él las obras de Dios'."
La pregunta sobre si era el pecado propio o de los padres la causa
de esa ceguera desde el nacimiento, requiere forzosamente la
existencia de anteriores encarnaciones. Esto no es cambiado en
nada por la respuesta de Jesús, que no pone en duda la
justificación de la pregunta, sino que muestra solamente un tercer
aspecto no comprendido en la pregunta.
Más numerosas y evidentes son las afirmaciones de muchos
padres de la Iglesia referentes al tema de la reencarnación.
En su libro "No vivimos solamente una vez" K. O. Schmidt ha
reunido muchas citadas en ese sentido de las que algunas se
incluirán aquí: Así escribe el gran Orígenes: "Si se quiere saber
por qué el alma humana alguna vez obedece al bien y otra vez
al mal, habría que buscar la causa en una vida precedente a
esta vida. Cada uno de nosotros recorre el camino hacia la
perfección en una sucesión de vidas. Estamos obligados a llevar
siempre nuevas y mejores vidas, en esta Tierra o en otros
mundos. Nuestra entrega a Dios, que nos purifica de todo
mal, significa el fin de la reencarnación." Otros Padres que
hablaron expresamente en pro de la reencarnación son: San
Jerónimo, Clemente de Alejandría, Gregorio de Nycea,
Rufino, San Justino, San Hilarlo, Tertuliano, Filón, Nemesio
y otros.
El Arzobispo Luis Pasavali escribe: "Soy de opinión que
sería un gran paso adelante que se nos permitiera sostener
públicamente la idea de la reencarnación, y digo la
reencarnación en esta Tierra, así como en otros mundos,
porque así se explicarían muchos enigmas que hoy oprimen al
espíritu y la inteligencia de los hombres como neblinas
borrosas."

Todas estas citas y nombres no pretenden ser un intento de


comprobar que la reencarnación es una parte de las
enseñanzas cristianas. Cada uno encontrará bastantes citas y
autoridades famosas para poder afirmar su propia opinión. Yo no
creo que convenga disputar sobre la reencarnación en base a
citas bíblicas. Me parece que tiene más sentido un examen
escrupuloso, sobre si realmente se opone la reencarnación al
verdadero pensamiento de Cristo o no. Un examen sin
prejuicios de esta cuestión no podrá encontrar ninguna
contradicción. No es pues cuestión de elección para el in-
dividuo entre seguir siendo cristiano o creer en la
reencarnación. El verdadero cristianismo ha exigido desde
siempre el coraje de andar el camino de la propia conciencia,
lejos de las opiniones temporalmente válidas y en ese sentido no
ha cambiado nada hasta el día de hoy. Ya en ese entonces los
"escribas" no pertenecían al círculo de los amigos íntimos de
Cristo.
9. LA VIDA DIARIA
COMO RITUAL
El hombre es "básicamente aquel que se le envió a la
aventura". Menos daño le hace el fracaso, que la falsa
creencia de estar a salvo. Dios no quiere buscadores de
salidas de emergencia metafísicas, sino quienes
perfeccionan la condición de ser humano,
desde lo sensorial hasta lo supra sensorial.
HERBERT FRITSCHE
Como a lo múltiple tiene que seguirle lo simple, así
también nosotros tenemos que tratar de unir todas nuestras
consideraciones de los diferentes aspectos parciales, para poder
reconocer el transcurso de nuestro camino. Ya al principio se
indicó que el esoterismo es camino que hay que recorrerlo si
queremos llegar a nuestra meta.
Después de todos nuestros pensamientos teóricos surgirá
nuevamente la pregunta de qué es lo que tenemos que hacer
concretamente, para no quedarnos en la rigidez de la mera
observación de las cosas, sino para recorrer realmente el
camino esotérico. Quien espera recetas en contestación a esta
pregunta, sufrirá una honda decepción, pero quien se contenta
con indicaciones, encuentra más de lo que puede elaborar.
Porque no hay nada que no sea una indicación hacia la meta.
Pero al igual que a un niño pequeño que aún no sabe leer y
por ende no puede asimilar las muchas informaciones escritas,
así nos sucede al principio a los hombres. También nosotros
tenemos que aprender a leer las letras de la realidad, para
reconocer que todo lo visible no es más que una parábola, un
código de ideas más elevadas. Esa manera de leer y pensar
hay que aprenderla como la manera usual de leer y escribir.
Este libro debía familiarizarnos en alguna medida con esa
manera de observar la realidad. Como se trata de los primeros
pasos, evitamos conscientemente presentar todos los sistemas
esotéricos, cuya comprensión y manejo exigirían una
terminología especializada más amplia.
El objeto único y exclusivo de nuestras consideraciones
ha sido el destino, ese "socio" de todos los hombres, con el que
tienen que ocuparse a la fuerza. Ese destino propio es el sistema
esotérico más individual, más hecho a medida, que jamás se
podrá encontrar. Por eso el camino también empieza con la
discusión con el propio destino. El fin de ese análisis no es ni la
riqueza, ni la felicidad, ni el éxito en el sentido corriente, sino
una comprensión más profunda de la realidad, una expansión
de la conciencia, un encuentro con aquella instancia que el
hombre llama Dios.
El camino esotérico no promete la fama externa, el
esplendor y los honores, sino más bien trabajo, soledad y un
combate sin fin por la verdad. Este camino es angosto y
pedregoso, pero lamentablemente es el único que lleva a la
angosta puerta de la liberación. Es grande el peligro de fracasar
en ese camino y de caer al abismo, porque es un camino muy
empinado. La polaridad dice que con la utilidad también
aumenta proporcionalmente la peligrosidad. Con un cuchillo
se puede cortar pan y también matar a una persona. Si se
conforma el cuchillo como para no poder asesinar más con él,
tampoco se podrá cortar el pan. Una pila pequeña no es
peligrosa pero tampoco se puede usar para proveer de
electricidad a toda una ciudad. Cuanto más alto se sube a
una montaña, tanto más amplia será la vista y tanto más
profunda puede ser la caída. Es más seguro quedarse abajo en
el llano y gatear allí en cuatro patas, pero así también será el
panorama. El camino esotérico quiere llevar a la cima más
alta y por eso es mortalmente peligroso. La redención y el
fracaso están tan cerca el uno del otro como el genio y la
locura.
Pero el hombre al morder la manzana en el paraíso se
decidió por el camino del conocimiento y ahora tiene que
recorrerlo hasta el final, si quiere volver otra vez a su hogar.
Es el camino que ha mostrado Cristo y que lleva cada vez
más abajo hasta consumar "la gran obra" y desde la
profundidad se ve brillar la luz de la redención.

Es por esto que en este lugar ya se quiere indicar una de


las distintas fases del camino de iniciación esotérica a la que
llegan todos cuando recorren ese camino: la soledad. La soledad es
una fase dentro de la ley que cada uno tiene que pasar; se
simboliza en el Tarot por la novena carta, "el eremita". Esa
soledad es independiente de la actividad externa; se
experimenta interiormente y consiste en que el mundo deja de
comprender al solitario. Se abre un abismo profundo de
incomprensión, de ser diferente, entre uno mismo y el mundo
circundante. El hombre se transforma en eremita, por más
que haya cien personas alrededor. Con la misma seguridad
con la que cada uno tiene que pasar por esta fase, seguirán
después otras fases. También la soledad no es más que una fase
transitoria, que entre otras cosas quiere enseñar al hombre el
silencio y escuchar con atención.
Por ello, ya al principio del camino se deberán desechar
todas las ilusiones. Demasiado frecuentemente la verdadera
motivación para ocuparse de cosas ocultas, es el deseo de
adquirir facultades que hacen que uno sobresalga de los
demás y pueda obtener más poder. Pero donde, abiertamente
o a escondidas, la motivación es el afán de poder, el camino
lleva indefectiblemente a aquel polo que se llama "magia
negra". "Magia negra" es simplemente toda actividad, que
sirve a los fines de la utilidad propia y del predominio del Ego.
La esencia de la así llamada "magia blanca" es traer luz a la
oscuridad, transmutar el "plomo" en "oro", colaborar con el
proceso de redención de nuestro planeta, para servir a la
luz. Pero "sólo quien se ha transformado en luz, puede dar la
luz. Sólo el renacido puede despertar" (Fritsche). El verdadero
poder es solamente aquel que se tiene sin usarlo. La
omnipotencia de Cristo en la cruz se manifestó cuando no
admitió el desafío de descender de la cruz. Mientras el hombre
siga usando el poder, sigue siendo esclavo del poder e impotente.
Como el público en general no comprende estas relaciones,
se exige constantemente a los ocultistas que den pruebas de
sus afirmaciones y se espera la demostración de milagros visibles.
Pero el esoterismo verdadero jamás accederá a estas
expectativas. Al negarse a producir "milagros", el público
saca la conclusión de que éstas cosas evidentemente no
existen, pero ese es el error de los que lo cometen y uno no
debería hacerse cargo de sus problemas. Ya el tentador en el
desierto quería pruebas visibles y no las recibió (ver Lucas 4, 1-
13).
Aquí se ve nuevamente con claridad la gran diferencia entre el
esoterismo y la parapsicología. Mientras el hombre siga siendo
curioso, la puerta de la iniciación permanecerá cerrada para él.
Después de averiguar a fondo nuestra verdadera motivación, y
habernos asegurado de que las causas de nuestras acciones no
son ni la curiosidad ni el poder, entonces podemos comenzar a dar
los primeros pasos en este sendero nuevo. Pero ya viene la próxima
advertencia: ¡Descártese toda prisa! Hay quienes, con el
entusiasmo de haber descubierto tierras desconocidas, empiezan a
cazar los secretos de lo esotérico a un ritmo acelerado. Pero no
se puede forzar a voluntad el conocimiento y la evolución,
tienen su ritmo propio y están más allá de cualquier compulsión.
Desde hace años me acompaña una frase admonitoria de Frater
Albertus: "Cuando la búsqueda se transforma en adicción". Desgra-
ciadamente se encuentran a menudo adictos esotéricos que
absorben insaciablemente más y más sistemas y verdades
nuevas, con gran afán y avidez, sin poder digerirlos ni asimilarlos.
El camino se transforma en un "tour". El fanatismo y la
intolerancia son finalmente las señales de aquellos que, en su
afán desmesurado, quieren obligar a Dios a una prestación en
reciprocidad. La evolución necesita calma, lo cual no quiere decir
inactividad. La calma nace de la confianza de que todo lo que
tiene que suceder, pasará a su debido tiempo. Así como el
labrador tiene que dejar descansar la semilla, también el
hombre tiene que aprender a esperar hasta que el tiempo esté
maduro. "Lento pero seguro" es la sabiduría del pueblo que
también puede, en nuestro tema, buscar el justo medio entre
los extremos.
No creo que lo más importante sea embarcarse en la
búsqueda de sociedades y asociaciones esotéricas, o ir a la
India en busca de un Gurú. En este momento hay un gran
número en permanente aumento de tales organizaciones, con
distintas tradiciones, distintas magnitudes y distintas metas. Si
se le agregan todavía todos los pequeños círculos y grupos, su
número crece en gran medida. Por eso es imposible juzgar
globalmente si tienen sentido o no, pero sí quiero formular
algunas consideraciones básicas respecto a este tema. Todos
los grupos tienen su derecho a la existencia y pueden dar al
buscador en un momento determinado ciertos estímulos e
impulsos. Este impulso hasta puede ser independiente de la
calidad inherente al grupo. En este mundo nada puede ser tan
malo que no pueda dar cierta información a quien ya ha
aprendido a ver de manera consciente. Es difícil fijar en forma
absoluta el valor de un sistema o de una comunidad, porque
esto depende más bien del nivel presente de la conciencia del
buscador. Si alguien siente afinidad con cierto grupo esto
demuestra que todavía puede sacar provecho de sus enseñanzas
y entonces ese grupo se torna valioso para él.
Pero esto sólo puede quedar así para siempre en casos muy
aislados. Porque todos los grupos, a partir de cierta
magnitud, adquieren una cierta inercia en su evolución
propia, que generalmente es más lenta que el ritmo de evolución
del individuo.
Por eso llegará el día en que ese grupo habrá cumplido su
finalidad para el individuo, quien habrá alcanzado una
afinidad para un nuevo paso, para un nuevo escalón de
conocimiento.
Aquí está el punto de peligro de todas las asociaciones. La ense-
ñanza propia, que forzosa o generalmente abarca sólo un
segmento de la realidad, es elevada a verdad salvadora única y
se malgastan energías de la propia evolución en burocracia,
misión y rivalidades con los que piensan de otro modo. Un
sistema se torna en auto-propósito y fija al individuo en vez
de liberarlo de fijaciones. El grupo se transforma en un lugar de
escapismo para asegurarse mutuamente su propio valor. Se
forma un grupo de discípulos cuyo camino esotérico se agota
en el consumo de las palabras del maestro. Así el camino se
transforma en un callejón sin salida.
Aparte de este peligro general de todas las asociaciones
grandes, se pueden distinguir cualitativamente tres direcciones
básicas:
1. grupos con intenciones de magia blanca pura,
2. grupos con tendencias a la magia negra y
3. grupos que por sus características inofensivas no
pueden servir a ninguna de ambas tendencias.
Si se descarta a estos últimos, que esotéricamente carecen
totalmente de interés, entonces queda la pregunta de cuáles
son las señales para distinguir el camino blanco del negro.
Aquí los conceptos de "magia negra" y de "magia blanca"
solamente sirven como símbolos de una polaridad básica, que
usamos independientemente del hecho de si el mismo grupo en
cuestión se relaciona a sí mismo alguna vez con el concepto de
"magia" o no.
Se puede replantear la misma polaridad con las palabras
camino "izquierdo" o "derecho". Los dos caminos son
palaridades y por eso tienen su justificación. Así que no es
cuestión de dar un carácter diabólico al camino izquierdo, es
necesario como antagonista y torna bien visible la claridad del
camino no "derecho". Pero el individuo que quiere recorrer un
camino se encuentra ante la decisión de cuál de los dos quiere
tomar, el sendero de la oscuridad o el de la luz. Cada uno es
libre en esta decisión, pero también cada uno tiene que cargar
totalmente con las consecuencias de esa elección, es decir, debe
soportarlas. El sendero "izquierdo" atrae con el poder, el
camino "derecho" espera el sacrificio. Para muchos la elección
parece resultarles fácil.

Pero hay que pensar que todo ha nacido de la luz y por eso
tiene que volver por fuerza a la luz. La oscuridad es la falta
de luz. Por eso el camino izquierdo, el sendero oscuro, no lleva
a ninguna meta real, sino que es solamente un desvío muy
largo que finalmente algún día también tiene que terminar en
la luz. No por nada se asocian desde tiempos antiguos la
verdad, el conocimiento, la redención, la iluminación con la
luz, y la mentira, la traición, el error, la enfermedad y el
sufrimiento con la oscuridad. Cada uno tiene que decidirse,
pero recordemos aquí que cuando decimos camino esotérico,
siempre queremos significar el camino de la luz, pues el
camino oscuro en última instancia no es ningún camino, sino
su sombra.
Existen muchas organizaciones y grupos que sirven al
camino oscuro, pero hay muy pocos que lo admiten
oficialmente. Por eso se deberían examinar algunas
características de un grupo antes de incorporarse a él. Los
indicios típicos del polo izquierdo son: todo afán de poder, ya
sea magnitud exterior, misión o similares, todo intento de
atar al individuo a la organización, que haga difícil o hasta
imposible una salida posterior, todo tipo de consumo de
drogas.

El verdadero esoterismo, si es que existe en forma


organizada, no quiere más que ayudar al buscador, estará a su
disposición para servirle hasta donde lo necesite y pida su
consejo y ayuda. El verdadero esoterismo muestra el camino a
la libertad y no lleva nunca a una dependencia. El verdadero
esoterismo es difícil de organizar, por eso no será justamente en
las grandes organizaciones donde habrá que buscarlos. Al fin y
al cabo cada uno tiene que recorrer su camino solo. Si en esto
necesita ayuda, esa ayuda le llegará sin que tenga que ir en
busca de ella. Para recibir ayuda es suficiente necesitarla
realmente.
Del sentido de las técnicas ocultas

Hay un gran número de así llamados ejercicios y técnicas ocultas


de distinta efectividad y peligrosidad. También aquí es impor-
tante ser medido y no querer acelerar demasiado el progreso propio
usando muchas técnicas simultáneamente. El valor de la mayo-
ría de los ejercicios reside más en hacer algo determinado
regularmente que en el ejercicio mismo. No depende tanto de
si uno se para de cabeza, si retiene el aliento o si pela patatas,
más bien es el grado de conciencia el que decide el éxito.
Así puede darse que las técnicas más secretas y mejores
queden sin efecto si se ejercen aplicadamente en forma aislada del
comportamiento general, pero sin comprender su carácter de
parábola, no pudiendo por lo tanto transferirlas a la vida. Así
ya dijo Goethe: ¿"Para qué sirve la Piedra de los Sabios
(Filosofal), si a la piedra le falta el sabio?" Pero a la inversa
existe la posibilidad de santificar toda actividad, por más
simple o trivial que sea haciéndola de manera consciente y
dándole así un sentido.
Un ritual es reproducción microcósmica consciente de una rea-
lidad macrocósmica. Por eso yo creo que el ejercicio esotérico más
exigente es elevar la vida diaria a un ritual. Si queremos
sobreponernos a la polaridad, primero tenemos que hacer
desaparecer la separación entre "ejercicios esotéricos" y
"vida normal", si no degradamos lo esotérico a una
ocupación para los momentos de ocio. La meta de este
esfuerzo es convertir cada movimiento, cada palabra, cada
acción en un oficio religioso. La flor en la pradera, que
derrocha generosamente su belleza y su perfume, ¿hace otra
cosa que alabar sin cesar a su creador? La canción del pájaro
y el rumor del mar, ¿qué otra cosa son sino un permanente
oficio divino? Solamente nosotros los hombres siempre
creemos tener cosas más importantes que hacer y fundarnos
el sentido de nuestra acción en el actuar mismo.

Esoterismo y huida del mundo

Quien eleva la vida diaria a un ritual, no puede caer en el peligro


de servirse de lo esotérico para huir del mundo. Lo esotérico no
tiene que llevarnos fuera de este mundo, sino ayudarnos a
iluminar la estancia terrenal y redimirla. Recorren un camino
peligroso los que desprecian todo lo que pertenece al abajo, a
lo terrenal, a lo material y lo evitan escrupulosamente, por ser
sucio, oscuro e impuro, para dirigirse a lo de arriba, a lo celestial,
a lo puro.

En estos casos lo esotérico se transforma en huida ante todo


lo que el individuo ya no puede dominar. Desgraciadamente, los
que no se saben arreglar con la vida diaria y con los problemas
de este mundo son justamente sobre quienes el esoterismo
parece ejercer una fascinación especial. Esto tiene como
consecuencia que el porcentaje de iniciados y neuróticos que
huyen del mundo sea muy desigual en los círculos esotéricos.
Dion Fortune formula este problema con precisión con las
siguientes palabras: "El místico tiene que cumplir las
condiciones en el nivel de las formas, antes que le sea
permitido retirarse del mundo de lo estructurado. Si recorre
precipitadamente el sendero místico, entra en el reino del
caos, no en el de la luz. Quien tiende por naturaleza al
sendero místico, le tiene repugnancia a la disciplina de la
forma y es una gran tentación abandonar la lucha con la vida
en el nivel de las formas y retirarse a niveles superiores antes
de tener la necesaria madurez. La forma es un receptáculo
que rodea a la conciencia líquida hasta que ésta tiene la forma
suficiente como para no poder deshacerse más. Cuando el
receptáculo se rompe prematuramente, la conciencia se
descompone hasta no tener forma, al igual que el barro se
desparrama en un lodo líquido cuando se rompe
prematuramente el molde. Cuando el místico muestra
señales de esa descomposición, entonces sabemos que el molde
se ha roto prematuramente y que debe retornar a la disciplina
de la forma hasta haber aprendido la lección de la misma."
Para poder aprender bien esa lección, es muy importante
investigar el destino propio según las reglas de las leyes
esotéricas. Para esto debería servir primariamente este libro
y por ello queremos volver a perfilar la estructura básica de estos
pensamientos.
La meta de todos los esfuerzos es despertar al que
duerme y hacer así que pueda ver la realidad. Si alguien
permite ser despertado de su sueño conciencial y aprende así a
abrir los ojos, entonces descubre paso a paso dimensiones nuevas
de esa realidad que para él no existía porque dormía. Ese
deseo de conocer más y mejor esa realidad, no le obliga a
ensanchar cada vez más su conciencia, para poder asimilar más
y más aspectos de esa realidad.
Un gran problema resulta ser en ese camino el fenómeno
de que la realidad se presenta a nuestra conciencia separada
en polaridades. El hombre se encuentra situado en medio de
polaridades, pero en cambio siente dentro de sí mismo una
profunda nostalgia por la unidad. Si quiere alcanzar algún
día esa unidad, tiene que aprender dentro de sí mismo
polaridades aparentes, para que puedan transformarse así en
escalones de su evolución. El hombre se vivencia a sí mismo
como una conciencia limitada a la cual llama "yo", frente a él
se halla el mundo externo, que experimenta como "no-yo".
Los sabios sostienen que el hombre como microcosmos es
análogo al macrocosmos, así lo externo se transforma en
imagen especular de lo interno. En consecuencia, el
autoconocimiento tiene que llevar al conocimiento del mundo, el
conocimiento del mundo conduce al autoconocimiento. En ese
escalón el hombre tiene que aprender que él no es una
víctima de las circunstancias externas, como siempre le ha
gustado creer, sino que él con su propio modo de ser está
creando su propio mundo exterior.
Así aprende a aplicar conscientemente la ley de la resonancia,
madurando paso a paso a través del cambio dentro de sí para
llegar a lo que quiere percibir y vivir en el mundo externo. Así
se reconcilia forzosamente con todas las cosas que existen y
descubre que todo lo que es, está bien.
Pero con la reconciliación se abren repentinamente nuevas di-
mensiones y nuevas relaciones, cuyo descubrimiento está
vedado al que opone resistencia a la realidad. El hombre
desprende su mirada del ordenamiento horizontal de los
niveles del mundo y descubre que esos niveles son
atravesados por cadenas de principios verticales. Siendo todo
fenómeno solamente una cierta expresión de un principio
primordial, todo el mundo visible se transforma de repente en
una parábola de esa realidad superior y se empieza a
comprender lo que quería decir Hermes Trismegisto con las
palabras: "Lo que está arriba, es también lo que está abajo."
Donde quiera que miramos, nada está quieto, todo fluye, todo
se transforma, todo está cambiando; como esa transformación
interminable parece tener una meta la llamamos desarrollo o
evolución. Pero la evolución se puede producir solamente a
través de procesos de aprendizaje y éstos a su vez están
vinculados a la solución de problemas. Es así que descubrimos
que los problemas son el verdadero motor de toda evolución y
comprendemos que cada problema es sólo un desafío a vivenciarlo
a través de la acción para solucionarlo y redimirlo.

El retorno al hogar

El destino anónimo que amenaza a la humanidad con su casua-


lidad ciega resulta que ofrece gradualmente al buscador su ley más
intrínseca: el destino es aquella instancia que cuida que el indivi-
duo siga su camino trazado. El supuesto enemigo, que es el destino,
se transforma en un "socio" que evita que por nuestra inercia
propia nos eliminemos de la evolución. Cuanto más el individuo
se niega a resolver ciertos problemas a través del aprendizaje,
cuanto más se opone a su destino, tanto más aprenderá a
conocer solamente el aspecto negativo del destino, o sea el
sufrimiento.
El sufrimiento es solamente la fricción que resulta entre
el camino trazado dentro de la ley del individuo y la
dirección de su propio movimiento. El sufrimiento sólo se
puede tornar superfluo cuando se realizan los esfuerzos
suficientes como para descubrir cada vez mejor el camino y
cuando el individuo se adapta voluntariamente a este camino.
Solamente quien aprende a subordinarse a la ley, dejará de
vivir esa ley como una compulsión. Solamente aquel que se
encuadra en el orden de este cosmos obtendrá una libertad
total, porque él y la ley se funden en una sola unidad.
Pero esto exige superar la pretensión de poder del ego. La
voluntad de poder es el peor enemigo del hombre, se
disfraza con vestimentas cada vez más refinadas.
El polo opuesto al poder se llama humildad o amor. En
todos los niveles del ser solamente el amor puede superar la
polaridad del yo y el no-yo. Solamente la fuerza del amor puede
transformar verdaderamente lo bajo en algo elevado, puede
transmutar y así cambiar. La lucha siempre produce más lucha,
el odio más odio, la presión produce una contra presión. En el
amor se muestra que el débil es el verdaderamente fuerte, el
humilde el verdaderamente poderoso.
En los 22 arcanos del Tarot la carta número 11
constituye el centro, se llama "la fuerza" y muestra una
mujer frágil, envuelta en rosas que abre con las manos la boca a
un león feroz. Esa carta simboliza la fuerza y el poder del
amor, que no es superada por ningún poder externo en el
mundo.
Quien haya aprendido a realizar el gran poder del servicio y
de la humildad, ha dado un paso grande en su camino. El amor
quiere superar la polaridad de los contrastes y llevar al hombre
nuevamente a aquella unidad de conciencia de la que cayó, una
vez, al cometer el pecado en el paraíso.
El hombre, como ser andrógino aún plenamente en la unidad
paradisíaca siguió las insinuaciones de la serpiente y quiso llegar
al conocimiento para distinguir entre el bien y el mal. Se separó
de la unidad y ahora sabe lo que es el bien y el mal.
El conocimiento se le transformó en veneno; por esa razón
solamente el conocimiento lo puede curar, porque "similia
similibus curantur". El hombre es enfermo de la polaridad del
conocimiento y espera ser curado. Estar enfermo define la
condición humana. La enfermedad es la oportunidad del
hombre, porque solamente por estar enfermo es curable, es
capaz de salvarse. La enfermedad es el pecado original
microcósmico y es siempre una desavenencia con Dios. La
curación es la reconciliación con Dios. Todas las medidas externas
para la curación no pueden ser más que condiciones formales
para ese acontecimiento.
Por eso la enfermedad y el sufrimiento no son molestias
desagradables en la vida del hombre y evitarlos no debería ser la
meta máxima, pues sólo son las etapas previas a la liberación
que tienen que ser vividas y sufridas para poder encontrar
la luz en la profundidad. Así como el aspecto impersonal de
la enfermedad es la culpa original, así llamamos al aspecto
personal el Karma.
Al vivir de manera consciente, debería tratarse de redimir
cada vez más Karma y pagarlo sin introducir a la vez más
Karma nuevo. El aspecto personal y el impersonal de la culpa
es que forma ese punto de transición en que la enfermedad se
transforma en curación.
Pero sólo cuando el hombre está dispuesto a cargar con la res-
ponsabilidad total por todo lo que vivencia y le sucede, descubre el
sentido de la vida. La enfermedad de nuestro tiempo es la
falta de sentido, que desarraigó al hombre del cosmos. La falta
de sentido es el precio que la humanidad ha tenido que pagar
por el intento de deshacerse de la responsabilidad. Los signos
del tiempo demuestran que esa enfermedad colectiva se está
transformando en curación y que hay cada vez más hombres
que salen a recuperar el sentido.
Quien está dispuesto a asumir la responsabilidad por su
destino, se vivencia integrado en las leyes de este universo y
pierde todo temor, porque ha encontrado la reunión con su fondo
originario.
Solamente esa reunión es la esencia de la verdadera
religio. Solamente a partir de la sapiencia de su origen el
hombre puede reconocer su meta. La meta es la perfección. La
perfección es la expresión de la Unidad. La Unidad la llamamos
DIOS.

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