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EL LENGUAJE MUSICAL Y EL LENGUAJE MATERNO. DIFERENCIAS EN SU APRENDIZAJE TRADICIONAL.

7 febrero, 2017

Nosotros, como músicos o maestros de música, tenemos claro que la música es un lenguaje. La música comunica, tiene su mensaje,
su canal, su código, etc.
No es que sólo lo sepamos, es que está demostrado, y hay estudios que demuestran que la música despierta en el cerebro las
mismas áreas que el lenguaje.
Sin embargo, ¿se enseña la música como si fuera un lenguaje?
Vamos a ver…
¿Cómo aprende un niño su lengua materna?
En principio, nadie le enseña. Parece que la aprende solo. Vemos cómo va haciendo sus pruebas y un día habla con naturalidad y más
o menos destreza. Y ya está. No parece que hayamos tenido mucho que hacer, salvo atenderle y hablarle.
Este proceso “mágico” tiene una secuencia concreta de aprendizaje para el cerebro, el cual está preparadísimo (salvo problemas
específicos) para aprender esa lengua.
Para empezar, el niño escucha. Desde el vientre materno escucha, y escucha mucho. Escucha la voz de su madre, la de su padre, la de
sus abuelos, la de la gente que viene a verle, la de la tele, etc.
Luego intenta emitir ciertos sonidos para llamar la atención y pedir ciertas cosas, y enseguida se da cuenta de que esas cosas tienen
nombre, y puede pronunciarlas de la misma forma que ha escuchado.
Aprende palabras. Relaciona lo que hay en su cerebro con el sonido, su nombre, y el objeto físico.
Une conceptos, aprende frases, tiempos verbales. Poco a poco lo va usando todo correctamente.
Hasta que llega un momento que sabe cómo elaborar una idea en su cabeza y después emitirla. Como por ejemplo, recordar su día
de guardería y contárselo a su madre.
Después de todo este proceso, que no es corto, ni rápido, alguien empieza a enseñarle a leer, a identificar lo que ya sabe hacer con
algo escrito, dibujado, en un papel. Le enseñan que esas ideas sonoras que tiene en la cabeza, esas palabras que ya sabe emitir,
también se pueden dibujar.
Y resulta, después, que si aprende a identificarlo (a leerlo) con cierta soltura, podrá conocer un montón de historias nuevas y
divertidas, y aprenderá mucho más.
Hemos llegado a los 4, 5, o 6 años de edad.
Nos ha tomado, digamos, 5 años todo el proceso hasta poder leer un cuento, y puede que algo más escribir uno.
Digamos que se trata de una pirámide que se vería así.

En la base tenemos la escucha (preferiblemente escucha activa), en gran cantidad.


Un entorno totalmente envolvente hace que el cerebro del niño empiece a
procesar el lenguaje.
Más tarde empieza a hablar y a elaborar patrones de lenguaje, palabras. La
imitación.
Después aprende a conversar a partir de ideas elaboradas en su cerebro.
Después lee, y lo último es escribir.
Bien, ¿cómo hacemos para el lenguaje musical?
El niño, que puede que no haya escuchado nada de música antes, o sí, no siempre
lo sabemos, se sienta delante de un instrumento (o una mesa) y aprende que hay
dibujos con bolitas y palos y líneas y cosas raras que le han dicho que son música,
pero que él todavía no entiende, ni tiene una imagen mental en la cabeza para
relacionarlo, porque no ha adquirido el lenguaje (no sabe elaborar sus propias ideas musicales, hablar). Un montón de palitos y
“notas” que son superdifíciles de leer y que después de mucho tiempo hacen una canción que no conoce, o sí, quién sabe.
Y de vez en cuando, canta en clase y toca palmas.
O sea, el proceso es totalmente el contrario, y más desorganizado.

Lo que más suele hacer un niño en música es leer y escribir. Luego tocar lo que ha
leído, imitar las canciones que le enseñan, y en igual o menos medida, escuchar.
Lo primordial siempre es leer. Se pasa años intentando dominar ese sistema de
pentagrama antes de aprender a elaborar sus propias ideas musicales (la base de la
creatividad).
Este proceso resulta terriblemente complicado (salvo algunos que tengan entornos
adecuados o motivación), precisamente porque es antinatural.
Cuando hay una idea musical en la cabeza, cuando hay un lenguaje establecido en tu cerebro, como la lengua materna, resulta
mucho más sencillo aprender a leer y a escribir. De hecho, todo el mundo aprende a edad temprana.
Pero con la música no hemos establecido una idea de lenguaje en la cabeza del niño. No podemos conversar con él musicalmente
(improvisar, usar el lenguaje), y ya le pedimos que aprenda a leer algo que aún no está en su cerebro.
Es algo que está establecido así en el sistema de pedagogía musical generalizado y que lleva años, si no siglos, siendo así.
Algo que no funciona, porque si funcionara, todos los niños aprenderían ese lenguaje, igual que aprenden su lengua materna.
Shinichi Suzuki solía decir que todos los niños japoneses aprenden japonés. Solía contar en el libro “Educados con Amor“ que darse
cuenta de esta obviedad fue una revelación para él. Todos los niños japoneses aprenden japonés, lo que implica que todos los niños,
sin excepción, tienen la capacidad de aprender música de la misma forma que una lengua materna. Esto fue lo que le impulsó a
crear su sistema de educación musical, el sistema Suzuki, que lleva más de un siglo dando la vuelta al mundo y aún está
tremendamente demandado.
Pero hay una diferencia que no hemos comentado. Una diferencia entre el lenguaje materno y el lenguaje musical.
En realidad son dos.
La primera es el entorno.
Como decía antes, un bebé tiene a su alrededor 24 horas al día sonidos de su lenguaje materno. Cada día, 7 días a la semana 365
días al año, durante el resto de su vida. Se empapa sí o sí de su lengua, de su sonido, de su acento, del tono.
La música no siempre tiene esta enorme ventaja. Un niño, si tiene suerte, tendrá unos padres que canten con él a menudo, o que
pongan música en casa, o que bailen con él, o que toquen algún instrumento, o hagan todo esto a la vez y lo hagan con él, y de forma
regular en casa. O sea, tendrá un entorno que propicie la asimilación del lenguaje musical. Aunque nunca serán los 24-7-365 del
lenguaje materno, tendrá una base mucho más cimentada para entender la música.
Por supuesto, no todos los niños hacen esto en casa, ni mucho menos de forma regular.
La segunda diferencia entre estos dos lenguajes es la necesidad.
Resulta que el lenguaje verbal es la única forma que tiene (o la más efectiva) el ser humano de comunicarse con los demás para
conseguir lo que sea y cubrir sus necesidades. Necesita, en términos socio-culturales, aprender el lenguaje para sobrevivir.
La música, en cambio, no es una necesidad vital. No la necesitamos para poder sobrevivir. Podemos alegar un impulso emocional, o
social incluso, pero no para todos por igual, y siempre estará por encima la supervivencia y la seguridad. El lenguaje musical no
puede competir con el materno en este contexto.
(Algo parecido pasa también con las segundas lenguas, como el inglés. Si no tenemos un ambiente constante o una necesidad,
tardamos años en aprenderlo. Sin embargo, vivir 6 meses en el extranjero en total inmersión es suficiente para dominar el idioma)
¿Cómo podemos darle la vuelta al asunto? ¿Cómo podemos hacer que todos los niños aprendan música de una forma orgánica y
natural, como una lengua?
En el método Suzuki, por ejemplo, integran a los padres y los comprometen con el proceso, mucho antes de pedirle al niño que lo
haga. Les piden a los padres que aprendan a tocar, y que pongan cierta música en casa. Lo cual ya crea un entorno y un ambiente que
lleva al niño a utilizar su curiosidad natural y a investigar de qué se trata. Surge la motivación de vincularse a sus padres a través de lo
que hacen, de querer saber más y aprender a tocar, como mamá.
En el caso de Edwin Gordon, se toma el proceso cognitivo del lenguaje materno y se lleva al aprendizaje musical. Los niños pasan
años (algunos, desde bebés) inmersos en el sentido musical, en bailar, sentir, cantar, entender patrones musicales, identificar
sonidos, elaborarlos, tocar, improvisar y entender la música en general. Y mucho más tarde leen y escriben música. Suelen tardar
mucho menos en aprender a leer que otros niños del sistema de música tradicional.
Por supuesto, no todos tenemos formación en estos sistemas, ni aunque la tengamos, no siempre podemos aplicarla al pie de la letra
ni de forma ideal a nuestras clases.
Pero yo no creo que sea necesario. A veces un primer paso consiste en entender esto. Entender que a veces forzamos un proceso al
revés, y que podemos aprender a ser más flexibles. Podemos dedicar más tiempo a sentir el pulso y el fraseo, y menos a leer o a
escribir. Podemos poner más música en clase, o permitirles más a menudo tocar imitando con la vista, algo que está totalmente
estigmatizado, y que los sistemas anteriormente mencionados integran y aprovechan. Podemos ser más abiertos y observar cuál es
el camino orgánico y natural que está llevando nuestro alumno en cada momento.
Podemos seguir aprendiendo.

Rocío del Olmo. Pianista, maestra de música y musicoterapeuta.

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