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EL REFUGIADO HIPERREAL Y SUS IMPLICANCIAS EN EL

PROCESO DE ELEGIBILIDAD EN ARGENTINA1

Dosio, Catalina

Farias, Delfina

Licenciatura en Relaciones Internacionales


Facultad de Ciencias Humanas
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

7 de julio de 2022

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El presente estudio constituye el trabajo final presentado en el marco del Seminario Movilidad humana
en Argentina: breve estudio sobre los desafíos en relación a las personas migrantes, solicitantes de asilo,
refugiados y apátridas, dictado en la Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional del Centro de la
Provincia de Buenos Aires, 2022.
INTRODUCCIÓN

El presente trabajo tiene como objetivo analizar los procedimientos de determinación del
estatuto de refugiado en Argentina desde la perspectiva del refugiado hiperreal, término
acuñado por Stephanie McCallum (2012) para referirse “Aquella figura de refugiado nacida de
leyes y protocolos, de tradiciones visuales en el ámbito humanitario (...), de interacciones
cotidianas entre peticionantes de refugio y oficiales de elegibilidad, [que] produce
encarnaciones o performances particulares de ser refugiado, invisibilizando y deslegitimando
otras modalidades” (2012: 44). De esta manera, la pregunta orientadora de este estudio es ¿La
imagen del refugiado hiperreal tiene implicancias concretas en los procedimientos de
elegibilidad en Argentina?, lo cual se buscará responder a partir de un análisis previo y
descriptivo, tanto del proceso de determinación del estatuto de refugiado en Argentina, como
de la construcción del refugiado hiperreal. Se pretende reflexionar acerca de cómo, a través de
las caracterizaciones y estereotipos construidos en torno a las personas refugiadas -muchas
veces para que quepan dentro de los criterios burocráticos del estatus de refugiado-, se crea una
concepción de un refugiado hiperreal que se erige como otro elemento más que estigmatiza y
deshumaniza a los refugiados.

En el caso de Argentina, Álvarez et al. (2012) explican que el país adopta tanto la
definición clásica de refugiado como la ampliada. La primera se incorpora a partir de la
Convención de 1951, y tiene tanto una base positiva sobre la cual se determina la condición de
refugiado, conocida como cláusulas de inclusión, como una base negativa, asociada a las
cláusulas de exclusión, que establecen cuándo una persona que cumple con los criterios
estipulados en las cláusulas de inclusión no merece protección. Además, contiene cláusulas de
cesación, que se encargan de describir las condiciones por las cuales la protección ya no es
necesaria y el estatuto de refugiado llega a su fin. Esta definición clásica exige que los fundados
temores de ser perseguido sean por motivos de raza, religión, nacionalidad, grupo social
determinado y opinión política.

Sin embargo, esta definición reviste un problema relacionado a que, con el correr de los
años, su limitación para brindar protección a un número importante de personas que huían de
sus países por los conflictos armados o las violaciones de los derechos humanos se hizo
evidente. Por este motivo, y para responder especialmente a la situación de refugiados en
Latinoamérica, se convocó en 1984, en Cartagena de Indias, el Coloquio sobre la Protección
Internacional de los refugiados en América Central, México y Panamá: problemas jurídicos y
humanitarios, a partir del cual los países adoptaron la definición ampliada del concepto de
refugiado. Ésta incorpora el estatus en base a la existencia de una amenaza a la vida, seguridad
o libertad de la persona, haciendo hincapié en la situación del país de origen y poniendo el foco
del análisis en el criterio objetivo y en las necesidades de protección devenidas de algunas de
los motivos que enumera, a diferencia de la definición convencional en la cual prima un criterio
subjetivo.

Es importante recalcar que el reconocimiento de la condición de refugiado es el acto


formal de reconocimiento de una situación preexistente, por lo que una persona es un refugiado
tan pronto como reúna los requisitos enunciados en la definición. De allí que la determinación
de esta condición tiene carácter declarativo y no constitutivo, lo que acarrea consecuencias en
lo que respecta a los estándares de protección (Álvarez et al., 2012).

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EL PROCESO DE ELEGIBILIDAD EN ARGENTINA

El proceso de elegibilidad tiene por objetivo básico la concesión o denegación del


estatuto de refugiado a aquellos que así lo solicitaran. Una particularidad de este procedimiento
radica, como explican Lettieri (2012) y Álvarez et al. (2012), en que toma las características
que cada Estado le asigna de acuerdo con su tradición jurídica en general y en materia de asilo
en particular, ya que la normativa internacional en materia de refugiados no establece un
procedimiento específico para determinar la aprobación o rechazo de las solicitudes. En este
sentido:

Si bien desde la Convención de 1951 existen directrices establecidas en


instancias internacionales y regionales a las cuales la mayoría de los Estados
Sudamericanos han adherido, pensar en los procesos de elegibilidad nos remite al
ámbito nacional, aunque estén atravesados por lineamientos del plano
intergubernamental, la autorización o no de la permanencia en el territorio nacional
también depende de las decisiones que se adopten en el marco de las políticas al
interior de los Estados y de la forma en que se configuren prácticas como los procesos
de elegibilidad (Clavijo, 2018: 174).

Sumado a esta excepcionalidad, pueden mencionarse otras que revisten a estos


procedimientos de una gran complejidad, descritas por Lettieri (2012), a saber: 1) El objetivo
es establecer si una persona puede ser reconocida como miembro de una comunidad específica,
por lo que desempeñan un rol de autodefinición del propio Estado Nación y de sus
competencias y obligaciones respecto de dichas personas; 2) La particular opacidad de la
protección de refugiados en el sur de Sudamérica, dentro de la opacidad propia del discurso del
derecho, lo que deriva en decisiones públicas carentes de suficiente control y en la consecuente
dificultad para que dichas decisiones sean revisadas; 3) El carácter intercultural transversal a
todo el procedimiento, ya que en cada solicitud se ponen en juego el conjunto de normas,
instituciones y prácticas de un Estado respecto de una persona cuya identidad fue conformada
en otro conjunto diferenciado de normas, instituciones y prácticas.

Entre las diferentes instancias de lo que Clavijo (2018) denomina ritual estatal de
elegibilidad -caracterizadas por la categorización de los solicitantes-, la primera consta de un
primer contacto con funcionarios, donde se presenta una verificación inicial; luego se continúa
con la presentación de la solicitud de asilo, que plantea una nueva etapa de clasificación entre
aquellos que ameritan procedimientos sumarios u ordinarios (en los que se profundizará más
adelante); y un período liminal de resolución, hasta llegar a la situación de entrevista, que se
constituye en un evento central del proceso, donde la emotividad tiene un lugar privilegiado.
Finalmente, el mecanismo estipulado para la determinación de la condición de refugiado, una
vez realizadas las entrevistas y construido el informe del caso, consiste en la deliberación y
votación de los comisionados, considerando el expediente previo presentado por los
funcionarios de elegibilidad.

En lo que respecta a la normativa en Argentina, fue en 2006 cuando se aprobó la Ley N°


26.165, respondiendo a la cuestión migratoria en general, abordada bajo el paradigma de
derechos humanos, desplazando el tradicional enfoque de seguridad que había dominado en las
décadas anteriores. La temática de refugiados es de alta complejidad debido a las múltiples
dimensiones que aborda, por lo cual se adopta un enfoque de complementariedad entre el
Derecho Internacional de los Refugiados, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos,
y el Derecho Internacional Humanitario (Álvarez et al., 2012), con la intención de lograr la
protección de la persona humana en todas y cualesquiera circunstancias, generando la

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ampliación de la estrategia de protección en todas las etapas del desplazamiento. De esta
manera, la ley establece que deben respetarse las obligaciones asumidas por el Estado en los
principales instrumentos de Derecho Internacional de los Derechos Humanos, que están
incorporados a la Constitución Nacional (art. 75 inc. 22).

La ley contiene el principio de no devolución o non refoulement en varios de sus artículos


(art. 2, art. 7 y art. 39), el cual es considerado un imperativo legal, como norma de ius cogens.
La ley establece también la vigencia del principio de confidencialidad, al entender que toda la
información relacionada con la solicitud de la condición de refugiado tiene carácter
estrictamente confidencial.

A su vez, la ley regula lo concerniente a los órganos competentes y sus funciones, para
lo cual crea la Comisión Nacional para los Refugiados (CONARE), que tiene autoridad
competente para resolver las solicitudes de estatuto de refugiado, y también en lo relativo al
diseño, coordinación y monitoreo de políticas públicas para la búsqueda de soluciones
duraderas para los refugiados, atendiendo a sus necesidades asistenciales y de integración. La
CONARE es el organismo en el que se llevan adelante los procesos de elegibilidad vinculados
con la necesidad de corroborar que la situación de los solicitantes de asilo corresponda con la
definición formal de refugiado, y que no haya causas por las que no debiera concederse la
protección. Son los oficiales de elegibilidad, dependientes directamente de la CONARE,
quienes realizan las entrevistas, construyen el expediente de cada solicitud y, en base a ello,
recomiendan a la Comisión otorgar o no el estatuto como refugiado.

Como explican los autores “ un elemento fundamental del procedimiento establecido en


el art. 31 inc. b) de la ley 26165, es la entrevista personal obligatoria al solicitante
garantizándose en ese sentido el derecho a ser oído en el marco del debido proceso legal. A su
vez, el artículo 31, inc. c) establece que la Secretaría Ejecutiva debe elaborar un informe técnico
que contenga un análisis de los hechos, información sobre la situación en el país de origen y la
adecuación del caso a la definición de refugiado” (Álvarez et al., 2012: 66).

En este sentido, Clavijo (2018) sostiene que la recolección de la información es


concebida como una estrategia para construir múltiples perfiles, estableciendo un primer
ordenamiento de los sujetos con base en los criterios preestablecidos, debido a la necesidad de
clasificación y la asignación de una u otra categoría como mecanismo necesario para la
atención a los sujetos y para la gestión de los procesos migratorios. En palabras de la autora,
“...conviven junto con la preocupación por la atención a los sujetos la mirada selectiva y una
concepción e intervención segmentada sobre los mismos procesos y sujetos migrantes. Esta
mirada y concepción se encuentra marcada por múltiples dimensiones; (...) [en las prácticas
institucionales] la subjetividad de los funcionarios expresada en diversas formas atraviesa esa
categorización ideal y es un factor clave para comprender el tratamiento sobre la cuestión del
refugio” (Clavijo, 2018: 176).

Estos funcionarios, dado que no conocen en forma directa los hechos del caso, deben
intentar reconstruir un evento específico del pasado a partir de elementos que disponen al
momento de aplicar la norma, denominados elementos de prueba, que Lettieri (2012) divide
en tres categorías: 1) Cuestiones de relevancia y admisibilidad, referidas respectivamente a
pruebas que son importantes o relevantes para un procedimiento dado, y los criterios o
formalidades para ser admitidas en un procedimiento; 2) Carga de la prueba, en sentido
subjetivo, referida a las responsabilidades de las partes de aportar prueba en un caso específico,
y en sentido objetivo, referido a las consecuencias e inferencias que pueden realizarse frente a

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la carencia de dichas pruebas; y finalmente 3) Cuestión del mérito o valoración de la prueba,
referido a los métodos y criterios que se utilizan en un procedimiento específico para establecer
en qué medida los elementos de prueba permiten determinar la verdad o falsedad de los hechos
del caso que se pretenden probar. “Los hechos que deben probarse son siempre hechos pasados
referidos a la vida del solicitante del estatuto de refugiado o, a lo sumo, características del
solicitante de naturaleza continua o permanente, pero jamás, por definición, podrían probarse
hechos futuros…” (Lettieri, 2012: 117), lo que refiere a la confusión que provoca la aplicación
de la definición clásica de refugiado, que implica que no habrá un refugiado si no existe riesgo
de que hechos iguales o similares a los sufridos en el pasado le ocurran en caso de regresar, y
en muchos casos, dicha especulación sobre el carácter fundado del temor y los estándares o
reglas que la guían es lo que se ha confundido con la tarea de valorar la prueba para establecer
los hechos pasados del caso. De allí que el autor establezca, a efectos de su estudio, dos etapas
en el examen de una solicitud del estatuto de refugiado: una fáctica, que busca probar qué
hechos relevantes le han sucedido a la persona en el pasado que motivan su solicitud del
estatuto de refugiado, y una normativa, donde se recurre a hechos relevantes que ya fueron
probados para analizar si éstos se encuadran dentro de los distintos elementos que las
definiciones de refugiados exigen, es decir, para establecer el carácter fundado del temor.

Lettieri (2012) también critica la utilización de la credibilidad como pauta de valoración


de la prueba, ya que, “...al ser una categoría extraña a los procedimientos administrativos en
Sudamérica genera importantes confusiones que derivan en márgenes de apreciación muy
amplios o en su utilización para evaluar características personales de los solicitantes (como su
estado de ánimo, su disposición o fluidez al hablar, etc.) más que para valorar pruebas para
establecer hechos” (2012: 127). Además, explica que existe una gran vaguedad terminológica,
ya que los artículos pertinentes hablan de prueba directa, prueba material, indicios,
presunciones, etc., sin mayor especificidad ni precisiones sobre cada uno de estos términos, en
algunos casos con un sentido distinto al que comúnmente revisten en otros contextos.

Cabe señalar que, en armonización con lo planteado por el ACNUR, en la CONARE se


diferencian dos tipos procedimientos, los sumarios y los ordinarios (Clavijo, 2018). Los
primeros implican una atención prioritaria en la resolución de la solicitud y suponen que la
CONARE debería pronunciarse en un período menor a seis meses, debido a que son
considerados casos manifiestamente fundados con una necesidad imperiosa de protección, así
como también se utilizan para los casos considerados manifiestamente infundados y que no
requieren una necesidad de protección. En cambio, los procedimientos ordinarios remiten a
procesos de indagación más largos a los solicitantes de asilo, donde en promedio se tarda nueve
meses en su resolución. En relación con la hipótesis planteada en este estudio,

La adopción de estos procedimientos está constantemente asociada a la lectura


sobre las causas del desplazamiento que expresen los sujetos, con especial
importancia en la distinción entre los verdaderos y falsos refugiados, a partir de cómo
es fundado o no el hecho de recurrir a la solicitud (...) y qué se pone de relieve sobre
otras motivaciones para que los sujetos puedan ser leídos como legítimos refugiados,
ligado a las interpretaciones de los funcionarios, a la luz de las definiciones de la
categoría” (Clavijo, 2018: 179).

Por ejemplo, entre las solicitudes derivadas a procedimientos sumarios para agilizar la
denegatoria, se encuentran los denominados migrantes económicos, sobre los cuales se
profundizará más adelante.

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En este proceso, se concibe la verdad como un hecho objetivo en tanto los sujetos deben
dar cuenta de su relato, de coincidencias en el orden del discurso, que permitan al entrevistador
aseverar una coherencia intrínseca de los hechos narrados. En ese sentido, la verdad aparece
cuando ese discurso, tanto en su dimensión verbal como no verbal, es considerado “...verídico
y conmovedor a los ojos del funcionario de elegibilidad” (Clavijo, 2018: 183).

Según McCallum (2012), se dan dos elementos correspondientes al binomio “temor


fundado”: uno subjetivo o personal, y otro de situación objetiva del país de origen, los cuales
esencialmente van a determinar la otorgación o no del estatuto de refugiado. Es decir, en la
medida en que un refugiado es alguien que porta un temor fundado, se debe constatar tanto la
experiencia (subjetiva) de temor como el carácter fundado (objetivo) del mismo. La dimensión
objetiva refiere a la necesidad de probar la existencia de un contexto fáctico y verdadero de
temor. Esta necesidad se basa en la idea de que, para que haya un temor, tiene que haber un
peligro específico y real, una amenaza dirigida al peticionante.

La narrativa del pasado provista por los peticionantes sólo parece ser legítima si es
organizada y mediada por la estructura normativa y prescripta del formulario que vuelve la
historia de refugio inteligible y aprehensible. En el procedimiento administrativo de
determinación de la condición de refugiado, los oficiales de elegibilidad participan activamente
de la construcción de la narrativa de refugio, tanto en el momento de la entrevista inicial con
el peticionante, como en el seguimiento del caso y en la recomendación que elevan a la
Comisión en sí. La palabra del profesional traduce e interpreta la palabra del peticionante,
construye y determina la verosimilitud del temor fundado, y, en gran parte de los casos,
desautoriza y silencia al peticionante. Las narrativas autorizadas sobre qué significa ser un
refugiado, entonces, son producidas en contextos burocráticos: “...mientras que la narrativa del
peticionante es vista como “subjetiva”, dudosa y necesitada de mediación, el informe escrito
por los oficiales de elegibilidad en tanto “profesionales” y elevado a la CONARE lleva el peso
de facticidad y objetividad y produce una resolución final particular” (McCallum, 2012: 38).
Otras narrativas autorizadas que entran en juego en la producción del conocimiento
burocrático sobre los refugiados son los informes escritos por organismos de derechos humanos
sobre los países de donde provienen los solicitantes. Estos son consultados por los oficiales de
elegibilidad para corroborar los eventos y hechos narrados por los peticionantes y obtener
información sobre su contexto fáctico, pero es posible que exista una lectura tendenciosa de
los informes.

En conclusión, estos documentos burocráticos (el formulario de solicitud, los informes


publicados por organismos de derechos humanos, el informe escrito por los oficiales de
elegibilidad, y la resolución final) son “objetos materiales de la ley y gobernanza” (McCallum,
2012) con cualidades performativas. Como tales, estandarizan y regulan la narrativa del
peticionante, enfatizando ciertos hechos y eventos, y desestimando otros como no fácticos, no
relevantes, o no creíbles.

REFLEXIONES SOBRE EL REFUGIADO HIPERREAL

Entre los análisis antropológicos sobre las personas refugiadas o solicitantes de asilo,
Stephanie McCallum (2012) realiza un estudio sobre lo que denomina “refugiado hiperreal”,
refiriéndose a una modalidad particular de ser refugiado, que no es representativa de las
experiencias cotidianas de los peticionantes, y que es resultado de prácticas y discursos
estatales y no-gubernamentales referidos a los refugiados. De esta manera, la autora lo describe

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como “Aquella figura de refugiado nacida de leyes y protocolos, de tradiciones visuales en el
ámbito humanitario (...), de interacciones cotidianas entre peticionantes de refugio y oficiales
de elegibilidad, [que] produce encarnaciones o performances particulares de ser refugiado,
invisibilizando y deslegitimando otras modalidades” (McCallum, 2012: 44).

Esta imagen del refugiado hiperreal trivializa y silencia la historia y la política,


deshumaniza al colectivo de refugiados, asociándolo a una única modalidad posible e
imaginable del ser refugiado, vinculada directamente a situaciones de trauma y sufrimiento, o
lo que Liisa Malkki denomina "universal language of human suffering", refiriéndose a que
“Generally speaking, judges give more credence to physical than psychological traces. Physical
wounds, or traces thereof, speak more loudly than words, and their truths are often considered
above suspicion, almost like stigmata” (2007: 338).

La autora se refiere a esta situación como “universal horizon of the exile experience” y
“universalizable refugee condition”, asociando el exilio a la pérdida de la familia, de la
identidad social y profesional, y de referencias culturales y emocionales. En la construcción de
esos conceptos universales,

The refugee experience was universalized (mostly within the confines of


Europe) and essentialized into a kind of species existence with its characteristic traits,
often with tragic results in actual lives. The postwar refugees were a specter of
culturelessness, “uprooted” people who had lost all moral compass along with their
cultures and countries (...) There is cause for surprise that this definition is still
resonant today (Malkki, 2007: 337).

De esta manera, se opacan contextos migratorios complejos y se invisibilizan formas


alternativas de ser refugiado, además de que se concibe a los refugiados como una
“corporalidad anónima y silenciada” (McCallum, 2012).

Siguiendo con el estudio de Malkki (2007), en la construcción del refugiado hiperreal se


recurre a la necesidad de idealizar a los sobrevivientes de traumas como víctimas puras e
inocentes como condiciones previas para lograr una solidaridad hacia ellos. Se produce
entonces una santificación y sacralización de las víctimas y el trauma que resulta
profundamente problemática: “Whily privileging the "deep humanity" of the "suffering
stranger", it refuses the social personhood of the particular patient. The suffering victim
becomes charistmatic as universalized humanity. All of the foregoing, it bears underscoring,
occurs in the broader context of a wide retrear from the principle of asylum” (Malkki, 2007:
339). Existe una concepción de que la categoría de refugiado alude a un sujeto merecedor de
esa mirada compasiva desde la cual se interpela a los Estados como protectores, lo que se utiliza
para calificar de manifiestamente infundados a ciertos casos abusivos o fraudulentos, en tanto
recurrir a ese amparo de manera infundada es leído como un abuso del cual debe ser cuidado
el mismo estatuto y el Estado, recurriendo a procesos sumarios (Clavijo, 2018).

Montealegre y Uriarte (2017) contribuyen a este análisis, explicando que la hiperrealidad


refiere al proceso mediante el cual “...la realidad es abstraída de su contexto y se idealiza,
desvinculándose de los fenómenos o actores sociales que busca referir, definir o explicar, y se
produce en la medida en que los “beneficiarios” de estas acciones son apartados de su
concretitud y de la posibilidad de ser definidos teniendo en cuenta también sus posibles
contradicciones y producidos como un “oscuro objeto de defensa” (2017: 42).

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De esta manera, en el discurso hegemónico sobre los refugiados, éstos son vistos como
víctimas de un doble trauma: aquel que sufrieron en el país de origen, y aquel que sufren como
resultado del exilio -en la medida en que la migración forzada es vista como inherentemente
traumática-. Es particularmente este atributo de vulnerabilidad el que vuelve al refugiado
hiperreal merecedor de asistencia y compasión. Así, se crea un refugiado burocratizable, cuyo
temor puede ser aprehendido, clasificado y comprobado, y cuya condición de víctima requiere
de asistencia urgente por parte de organismos estatales y no-gubernamentales: “Este refugiado
hiperreal parece ser más real y creíble, incluso más deseable, que algunos de los refugiados
demasiado reales que llegan a la Argentina” (McCallum, 2012: 44).

En contraposición al refugiado hiperreal, o “refugiado verdadero”, se erige el “refugiado


falso”, vinculado a problemáticas “meramente económicas”. Esto conlleva a desestimar las
dificultades o penurias económicas y la falta de perspectivas en el país de origen como razones
legítimas para solicitar asilo, lo cual se asocia directamente a lo que Malkki (2007) denomina
discurso hegemónico, transnacional, sobre refugiados. Esto se debe a que las razones
económicas no son de refugio, sino de inmigración, ya que en la Convención de Ginebra de
1951 y los tratados posteriores, “el hambre y la falta de oportunidades en el país de origen -y
otras consecuencias del neoliberalismo- no forman parte de los criterios de autenticidad o de
los imperativos de refugio” (McCallum, 2012). Esto conduce naturalmente a la denominada
“criminalización de la pobreza”, y lleva también a que muchos peticionantes de asilo recurran
a ciertas narrativas (que podríamos denominar “hiperreales”) para poder ser considerados
merecedores de protección internacional. En este sentido, los sobrevivientes de tortura,
violación y otras formas de violencia deben probar y ejecutar sus motivos para solicitar asilo,
de forma que no se los considere como falsificadores o refugiados inauténticos, los cuales están
asociados a sobrevivientes de “...the extreme, even life-threatening, postcolonial poverty (...)
Yet poverty can be a violent assault on the body, the senses, and the psyche. It can be every bit
as traumatizing as violence (...) Impoverishment and the loss of livelihood can produce trauma”
(Malkki, 2007: 341), refiriéndose así al mucho más difamado “mero refugiado económico”.

En esta línea, Clavijo (2018) se refiere a la desestimación de las solicitudes -a partir de


la aplicación de procedimientos sumarios- en tanto se fundamenten o se interpreten como
motivadas bajo la necesidad de inserción laboral, lo que pone en evidencia la idea de entender
la migración forzada como desligada de la dimensión económica. En este sentido,

El verdadero refugiado aparece asociado a una víctima cuyas posibilidades y


estrategias de supervivencia se encuentran en el plano de la asistencia, es decir,
cuando los sujetos plantean el acceso al trabajo como una de sus preocupaciones no
se condicen con las representaciones que circulan sobre alguien que requiere
protección como refugiado, aunque sea un aspecto presente en la vida de todos los
sujetos, y no excluyente de otras preocupaciones (2018: 179).

Sin embargo, cabe señalar que esta imagen de los refugiados vulnerables y necesitados
de compasión no siempre tuvo estas características. Un examen sobre la evolución de las ideas
y proyecciones valorativas en torno a las personas que hacían uso de la protección internacional
de refugio (Montealegre y Uriarte, 2017) demuestra que, mientras durante el período de la
Guerra Fría los refugiados contaban con una valoración positiva, generalmente asociados a
intelectuales y artistas exiliados, y cuya presencia en los países occidentales permitía reforzar
la imagen de las ventajas del “mundo libre” y del capitalismo en oposición al bloque socialista,
con el fin de esta Guerra, la intensificación de la globalización, la integración de los mercados
y el aumento de la movilidad, la concepción de refugiado como héroe político comienza a
perder sentido. En la medida en que se profundizan los cierres de fronteras en los países

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desarrollados y se fortalecen sus controles migratorios, sumado a la reducción de la demanda
de mano de obra, la nueva representación del refugiado como víctima empieza a tomar cuerpo
y “...comienza a proyectarse sobre ellos la idea de los refugiados como “pacientes”
destinatarios de “asistencia” (Montealegre y Uriarte, 2017: 47).

EL IMPACTO DE LAS CONCEPCIONES DEL REFUGIADO HIPERREAL SOBRE EL PROCESO


DE ELEGIBILIDAD EN ARGENTINA

Como se anticipó en la introducción, el interrogante guía de nuestro estudio se centra en


el impacto de la construida imagen del refugiado hiperreal en los procesos de elegibilidad, y
consideramos que este impacto podría caracterizarse como de “doble vía”: se soslaya en la
percepción de los oficiales de elegibilidad -y en muchas ocasiones termina por condicionar la
decisión final respecto a las solicitudes-, pero también llegó a condicionar incluso a los
peticionantes de refugio, particularmente a sus narrativas, que en muchas ocasiones optan por
una “narrativa hiperreal” para asegurarse el merecimiento del estatuto.

Respecto al impacto de la imagen del refugiado hiperreal en los organismos


gubernamentales implicados en el proceso de elegibilidad -en el caso de Argentina, la
CONARE y particularmente los oficiales de elegibilidad-, al momento de la entrevista se
entretejen criterios que van desde asumir el encuentro como un procedimiento técnico, hasta la
ebullición de impresiones subjetivas latentes e inevitables a partir de la misma condición
humana de los funcionarios de elegibilidad, entrelazadas con su lugar como nacionales, agentes
estatales, y evaluadores del temor y la verdad del otro solicitante de asilo, no-nacional (Clavijo,
2018). Como explican tanto Lettieri (2012) como McCallum (2012), los oficiales de
elegibilidad participan activamente en la construcción de la narrativa de refugio, tanto en la
entrevista inicial con el peticionante, como en el seguimiento del caso y en la recomendación
que elevan a la Comisión. De hecho, “...no es el solicitante quien debe aportar toda la prueba
relevante sino que también el funcionario u órgano competente tiene la responsabilidad de
buscar y obtener dicha prueba” (Lettieri, 2012: 123). El funcionario u órgano que lleva adelante
el procedimiento de determinación del estatuto de refugiado tiene la responsabilidad de
incorporar al procedimiento los elementos de prueba que el solicitante se encuentra
imposibilitado de aportar, por lo que, en esta situación, la subjetividad del oficial se vuelve
central para la decisión final.

En este sentido, lecturas particulares de la realidad son construidas por agentes estatales
que reinterpretan la normativa y las narrativas de los solicitantes y, además, por medio de
discursos sobre la figura del refugio, constituyen regímenes de verdad y refugiado hiperreal:

La categoría de refugiado no es sólo disputada y actualizada en protocolos y


acuerdos internacionales, sino también, y quizás de manera más relevante, en las
interacciones cotidianas entre funcionarios estatales, miembros de organismos no-
gubernamentales (ONGs), peticionantes de refugio, y otros migrantes. Detrás de
dichas interacciones parece subyacer la premisa de que existe “un tipo modal de
refugiado sufriendo del trauma y de disturbio emocional y necesitado de cuidado
terapéutico” (McCallum, 2012: 35).

De allí que se considere que el sistema de refugio constituye un régimen de la verdad


donde las mismas nociones de verdad y falsedad están estructuradas en torno a un tipo
consensuado y apropiado de refugiado, el refugiado hiperreal. En tanto tecnologías de la verdad
(McCallum, 2012), el formulario de solicitud, los informes de derechos humanos, el informe

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creado por los oficiales de elegibilidad y la resolución final de la CONARE legitiman ciertas
encarnaciones del ser refugiado y deslegitiman otras, contribuyendo así a la producción e
institucionalización de modalidades particulares de ser refugiado.

Por ejemplo, durante la entrevista de elegibilidad, los gestos y las emociones del
peticionante pesan incluso más que sus palabras, donde usualmente son esperados ciertos
niveles apropiados de emotividad, ciertas performances con alto carácter emocional de
acuerdo con estereotipos de comportamiento apropiado de refugiado. Una falta de agentividad
e iniciativa, depresión, una relación no demandante con las autoridades, y muestras de gratitud
estan entre las características esperadas (McCallum, 2012). Las narrativas verbales, en este
sentido, deben ser validadas por narrativas emocionales y gestuales. Así, tanto la dimensión
objetiva como la subjetiva del temor fundado, se entraman finalmente en ciertos criterios o
estándares de autenticidad que le permiten al oficial de elegibilidad determinar si el
peticionante es o no un refugiado. Frutos de la estereotipación, estos criterios de autenticidad
se vuelven connotaciones necesarias del “ser refugiado” y garantía de que se está ante un
“refugiado real”, y entre ellos se incluyen: el sufrimiento, la existencia comprobable de una
situación amenazante en el país de origen, la imposibilidad de volver al país de origen, el cruce
de una frontera geopolítica, y los criterios expuestos por la Convención de 1951 y la
Declaración de Cartagena para explicar la persecución en el país de origen. Mientras tanto,
otras encarnaciones del ser refugiado son silenciadas por estos imperativos de refugio
(McCallum, 2012) o criterios de autenticidad, tildándolas de performances falsas. Lo
manifiestamente fundado en el marco del refugio supone entonces acentuar aspectos como el
temor, que generen una correspondencia con la categoría a juicio del funcionario de
elegibilidad (Clavijo, 2018).

Entonces, para que un peticionante sea reconocido como refugiado, los criterios de
autenticidad deben necesariamente aparecer en su narrativa, lo cual en la práctica puede
redundar en la estandarización de narrativas y en la creación -en el imaginario técnico de los
oficiales de elegibilidad y de la CONARE en sí- de una narrativa ejemplar o “hiperreal”. Así,
la imagen del refugiado hiperreal, además de tener un impacto notorio en la subjetividad del
oficial de elegibilidad y en la sociedad en general, también tiene un impacto directo en los
solicitantes y sus narrativas: “En definitiva, la creación del refugiado hiperreal define el modo
de ocupar un espacio por los refugiados reales, quienes deben satisfacer ciertos requisitos para
ser refugiados “verdaderos” (McCallum, 2012: 46).

Los peticionantes de refugio frecuentemente recurren a narrativas sobre trayectorias


migratorias que son consideradas “apropiadas” o “legítimas”, es decir, concomitantes con
aquella imagen de refugiado hiperreal, y con los corolarios materiales y simbólicos específicos
que posee el estatuto de refugiado. De esta manera, McCallum (2012) brinda el ejemplo de la
historia de Casamance, “la única región de Senegal clasificable como peligrosa, de acuerdo a
las taxonomías de peligro construidas en base a informes de derechos humanos” (2012: 48),
región de la que muchos peticionantes senegaleses afirman proceder. Este es un caso particular
que demuestra cómo los imperativos de la imagen del refugiado hiperreal se impregnan en
determinadas narrativas que llamamos “hiperreales”, y que mostraron ser efectivas, ya que la
autora, refiriéndose a la narrativa de Casamance, explica que fue considerada por un período
de tiempo como una “narrativa modelo, una historia ejemplar exitosa al momento de solicitar
refugio” (2012: 48). En relación con la exclusión de las problemáticas económicas como
propias de una persona refugiada, Malkki (2007) sostiene que “Contemporary asylum seekers
and immigrants are de facto being forced to convert the psychic trauma of impoverishment and
hopelessness into a performed psychic trauma of formulaic political violence” (2007: 341),

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demostrando nuevamente el visible impacto de la imagen hiperreal del refugiado en los
procesos de elegibilidad.

El análisis de la elegibilidad como ritual estatal (Clavijo, 2018) permite visibilizar las
instancias por las que el solicitante debe atravesar, y las conductas y narrativas que debe
desplegar, para ser instituido como refugiado. En este proceso, los solicitantes apelan a
estrategias para coincidir con los parámetros institucionales que supone tal nominación:

Así, en el caso de las personas reconocidas como solicitantes o, más aún, como
refugiadas no solo se pone de relieve la mirada de los otros desde la dimensión moral
que interpela comportamientos solidarios y vinculados a la protección bajo la
representación de víctimas, sino que también implica, para las personas instituidas
como refugiados, colocar en un primer plano sus experiencias de sufrimiento y temor
como parte del performance de la figura del refugiado reconocido, guardando en sus
acciones los límites y obediencias a los presupuestos designados sobre el
comportamiento como legítimo refugiado (Clavijo, 2018: 187).

CONCLUSIONES

En el presente estudio se buscó responder al interrogante respecto a la existencia, o no,


de una implicancia perceptible de la imagen del refugiado hiperreal, analizada principalmente
por McCallum (2012), en los resultados de los procesos de elegibilidad, particularmente en el
caso de Argentina. En base a la lectura de especialistas en el tema y al análisis y comparación
de sus principales escritos, fue posible justificar un impacto real y directo de la construcción
de esa concepción hiperreal de la persona refugiada, alejada de la realidad y poco representativa
de la complejidad y colectividad de los solicitantes de refugio, en los pronunciamientos finales
de la CONARE.

Al analizar el procedimiento de determinación del estatuto de refugiado en Argentina,


fue posible identificar una particular implicación de los oficiales de elegibilidad, en tanto son
quienes tienen el acercamiento más profundo hacia los peticionantes de refugio al momento de
la entrevista. Es entonces cuando la imagen del refugiado hiperreal tiene su primer impacto en
el procedimiento, ya que, como coinciden los autores citados, es a partir de allí cuando la
subjetividad de los funcionarios comienza a operar, y a su vez se entrelaza con sus obligaciones
como nacionales, agentes estatales, y evaluadores. Además, en tanto el oficial de elegibilidad
es quien interpreta las narrativas del peticionante y tiene la responsabilidad de incorporar
ciertos elementos de prueba, participando activamente del proceso, su cosmovisión y
subjetividad se vuelven centrales para la decisión final. Es en estas entrevistas donde, por
ejemplo, se espera que los solicitantes manifiesten determinada emotividad basándose en
estereotipos de comportamiento apropiado del refugiado, asociado directamente a la imagen
del refugiado hiperreal. A estos condicionantes se suman los informes de derechos humanos
utilizados para corroborar la información provista por los peticionantes, que pueden ser leídos
y analizados con mirada tendenciosa.

A su vez, identificamos el impacto de estas construcciones sobre los mismos solicitantes


de refugio, quienes, conscientes de la imagen de hiperrealidad que se construye en torno suyo,
optan por adecuar sus narrativas para que incluyan aquellos “imperativos de refugio”
(McCallum, 2012) o criterios de autenticidad vinculados al “refugiado real”, de modo de
presentar lo que denominamos una “narrativa hiperreal”. En este sentido, fue posible
comprobar que, en el caso del ejemplo de la narrativa de Casamance, efectivamente aquella

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historia cumplía y coincidía con lo esperado por parte de los funcionarios del proceso de
elegibilidad, y tuvo una amplia tasa de éxito entre los peticionantes que decidían utilizarla.

Las implicancias de este concepto sobre la colectividad de los refugiados también son
visibles y perjudiciales, ya que, no sólo se los deshumaniza, concibiéndolos como víctimas en
un estado de total vulnerabilidad, que requieren no protección, asistencia y ayuda, sino que
además contribuye a una imagen en la cual aquel refugiado que busca tener un papel activo, no
rezagado ni invisibilizado como se sugiere, es concebido como una amenaza, como no
merecedora de la protección que brinda al Estado, justamente porque se corre de la casilla del
refugiado hiperreal. En este sentido, McCallum (2012) brinda el ejemplo de la historia de
Nengumbi, refugiado senegalés que denunció cierta falta de compromisos del Estado y de
determinadas ONGs, lo que le valió castigo y ostracismo, e incluso tiempo más tarde, la
denegación de su solicitud de reasentamiento en Australia por motivos de discriminación.
Como concluye la misma autora,

La noción de lo hiperreal, entonces, sirve no tanto para discutir la veracidad o


falsedad de ciertas encarnaciones del ser refugiado, sino para explicar por qué algunas
peticiones de refugio son exitosas y otras no (...) El reconocimiento por parte del
Estado y de las ONGs como víctimas necesitadas de asistencia y compasión parece
estar mediada por la habilidad de los refugiados de reconocer a su vez al Estado y a
las ONGs como entidades con la capacidad y autoridad moral para asistirlos
(McCallum, 2012: 51).

De esta manera, podría afirmarse que los mismos refugiados o solicitantes de refugio
deben atenerse estrechamente a aquella imagen construida de refugiado hiperreal si aspiran a
obtener y conservar la protección del Estado.

A modo de cierre, concluimos que es necesario indagar sobre este tipo de


representaciones institucionales y sociales (Clavijo, 2018) que pesan sobre las personas
refugiadas o en busca de refugio, de manera de conseguir deconstruirlas. Esto también implica
prestar atención a las características y conductas que idealmente les son atribuidas a los
merecedores del estatuto de refugiado, altamente estigmatizantes y categorizantes, que no sólo
excluyen a quienes no encajan perfectamente en las definiciones provistas por los documentos
internacionales -como los migrantes meramente económicos-, sino que también invisibiliza,
silencia y hasta deshumaniza a quienes son efectivamente provistos del Estatuto.

BIBLIOGRAFÍA

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condición de refugiado en la Argentina: estándares de protección a la luz de la Ley 26.165.
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Clavijo, J. K. (2018). El proceso de elegibilidad en Argentina: rituales y ambivalencias


en el reconocimiento de los refugiados. REMHU, Rev. Interdiscip. Mobil. Hum., Brasília, v.
26, n. 54, dez. 2018, p. 171-188.

Lettieri, M. (2012). Procedimientos de determinación del estatuto de refugiado y


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Malkki, L. (2007). Commentary: The Politics of Trauma and Asylum: Universals and
their Effects. Ethos, Vol. 35, No. 3, pp.336-343.

Marcogliese, M. J. (2020). Los sistemas de asilo frente a las crisis de refugiados: el


panorama en el sur de América. Périplos GT Clacso – El sistema de protección internacional
de los refugiados y su aplicación en América Latina: contradicciones y tensiones entre el
derecho internacional y la soberanía estatal, Vol 3 – N°2.

McCallum, S. (2012). El refugiado hiperreal. Formas legítimas e ilegítimas de ser


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6886, 2017, Año II – Nº 1:41–54.

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