Está en la página 1de 56

Gabino La Rosa Corzo

Rafael Robaina Jaramillo


Costumbres funerarias
de los aborígenes de Cuba
Gabino La Rosa Corzo
Rafael Robaína Jaramillo

f..17Ál EOIIallAL
rgJ ACADEMIA
La Habana, 1995
C Gabino La Rosa Corro y
Rafael Robaina Jaramillo, 1994
Centro de Antropologla

C Sobre la presente edición:


Editorial Academia, 1995

Edición: Lic. M. Elena Zulueto


Diseño: Mor/ene Sordiño
Ilustración de cubierta e interiores: Leticio Gutiérrez Gonz/Jiez
Composición: Francisco H. Louzurique
Corrección: Virgínio Molino
Emplane y realización: Rito Mo. L/Jp<'t

Obra editada e impresa por


Editorial Academia
Industria no. 452, esquina a San José
La Habana 10200, Cuba
ISBN 959·(}2.0092·3
ÍND ICE

PRESENTAC IÓN/V
INTRODUCCIÓN/1
Los aborlgcnc.s del territorio de Marien/2
Antecedentes en el estudio de la cueva funeraria Mari~n 215

TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS/ lO

Métodos y proccdimientoslll

DISCUSIÓN/13

R cdefinición cultural del grupo humano/13


Costumbres funcrarias/16
Entierros seeundariosll7
Orientación de los entierros/! S
Posición de los cntierros/20
Cadáveres decapitados/27
Uso de piedras en las sepulturas/28
Presencia de ofrendas/33
Relación niño-adulto en las sepuhuras/37
Mortalidad infantiV37
Posibles prácticas de infanticidio/40

CONCLUSIONES/46

REFERENC!AS/48
'
PRESENTACION

Las in·r estigadonesdentfncas dt Gubino Ln RulWt Cono han :thurda~


do dhtrsas lmeas de trab~'jo: &rqul'ología dt Cubtt tn gcnrral, y en
particu lar otrus de grt•n interés relacionatln~ con el chnarronujt•.los
ascmtami('ntos esclavos y la NSist encia l'~clava , la búsqucclu de
evidencias sobrt!' la connntada acthidad dl•l contrdb:mdo en d 'iglo
pa!'ludo y pnr ultimo. un a~pt'<tO también valioso d~ ~u labor. lo"
trab;--jtlS dl· CHmpo y estudios en turnn a las costurnbn:~ y modu' dt!
Yida dt los atwrí¡;ene:-. unlillano~. t¡u~o• nu 5ulo UJ)Ortnn un rico t'UIHhtl
de informaci ón hi~tiOrica, s ino qut: udenuh complen•tntan In' t''lu·
dios filo!:r-ófico!'l !'lllhre ht!'l cumuni<htdt'.S áhHrigcnr~ antillana~.
La obra qu..- M)ntch!mo~ a la con:-.id erad(nt crU icu dcllcctur, Cm•mm-
bres fwreran'uj· dt• los abonJ;rn~., dr Cubo. dr los auturl·~ Gabino La
Rosa Corzo) Rar:u:l Robaína Jannnillu, ~r ins erta tn l:t. antt.., mcn·
donada pro)tcdón d l· trabajo, q ue umbo~ desarrollan cnnjnnt:uucn-
te. y cuyos n:~ultados s nn traM.·cndent l''iii por cmwl u esdartccn
bipóte~i~ an·rca de los aborígt'rH.•, dt.-1 lt'rr itorio h:thanr ro ) dan
respuesta a incógnita:,) lagunas t~btenlf.'i'l.
De a h í q ue el dtscu hriru icutn, lucali 7.acifm y cst u clin dc ttmen lt'rlus
aborígt'nes encla,·ado5t en t'l tt:rritor·in ptrmite prorundiL'lr tn el
conocimiento dr su poblución primigt"ni.a. ddinir a)~ClüS somálicos
y put ol~)gicos, ;..~í como cst:,blecert::ornpanlriOnts )'l1tJUÍ\' alenci:t~ con
los r~sultad os de. lodm. lo) Ct'lbO:t a n .fUl'Hic'tgicos prtwlncíu lc~ del
ocddenlt dt" C uba. rn bpeciaJ la) t:ostumbre~ funerarias y <'•tratte-
rísticas nsico·antropo16J!Íl"3$ dt su:, pr·i nu:ros pobladuns.
C<tn tSUt obra SI! pn:ttndt' furuhuucnt.ar lu "rcdcfiuidún cullu r:tl'' de
nue~tro.s primitho~ hubito:utt(·S, ba~ándo.M..· en el sistema de a:..en ta·
miento, indu.\lria (explotación dr la concha y la pit'dra), CO.)tumbres
alimt;ntar ias, hábitos, d~~·,rrollo socioecnnó•uico ulcanz.ad o y ot ros
aspectos. así cumu aportar nuevos clemeutos - mcdiunte el unálisis
de lo:, restos humano) exhumado), su dis-po.!tición y orientación. uso
de piedras y ofren das runtrarias, más otras evidencia:, arqueol6l;icus
-, que e nric¡u a:ccn d conocimierllo ucltHtl de nuestra~ comunidades
aborlgeoes, tanto desdr r1 punto dt vista a ntropológico, cono o refe-
rentt a las eo!ltumbre~ mortuoria.) ysepulcralrs, mor1ulidad infa ntil,
y el po~ible vrncu lo de tos entitrros ~imull;.\neos d t nil1os y adultos
con or:lcticas de infa nticidio.
En cons«ucncia, Cosrumbres funerarias ... pu~de ser un mat~rial que
moU"e rtllui6n, análisis, discus ión y pol~mica; ptro sin duda alguna
resultar' de Imprescindible cons ulta para especialistas de otras ra-
mas dt las ciencias sociales como la his toria, la etnología, la anb'opo-
logfa, o Incluso la liloso!Ta. Además, seriO de gran iotem para todos
aquellos que deseen conocer sobre nues tros antecesores aborl¡¡eoes,
lnforntacl6n que hoy día es l.nsu licleotcmente conocida y poco divul-
gada, ptro que también forma parte de nuestra his toria nacional.

M.E.Z.B
Editora
INTRODUCCIÓN

En enero del año 1990 se iniciaron los trabajos de búsqueda informativa


y exploraciones sistemáticas para la realización del Censo Arqueológico
de la provincia La Habana, como parte del Censo Arqueológico Nacio-
nal de Cuba_ En aqueUos momentos el territorio habanero era el menos
estudiado en comparoción con las restantes provincias del occidente
cuUano, motivo por el cual se prestó cepecinJ ntcnol6n a las cloíinicione¡;
conceptuales, sistemas de trabajo y aspectos organizativos que permi-
tieran avanzar con rapidez y seriedad en el trabajo de obtención de in-
formación factual, y ¡¡¡(, elaborar un censo del territorio en correspon-
dencia con los avances que desde décadas anteriores se babinn obtenido
en provincias como Pinar del Río y ~tatnnzas, las que contaban ya
en ese año con información suficientemente representativa de la ocupa-
ción aborigen de sus respectivos territorios_
Además, dentro de los objetivos trazados para la elaboración del
censo de la provincia, ocupó un lugar importante el referente a la locali-
zación, estudio y definición óe los asentamientos de les primitivos
pobladores del territorio aborigen de Marién (hoy Mariel) en la región
W de La Habana_ La cabal comprensión de la ocupación aborigen del
territorio habanero dependía, en parte, de la dilucidación de los víncu-
los cultur.Ues y territoriales de las comunas asentadas en ~.urién, con los
que ocupaban el resto de la región, pues según se puede inferir de la
carta de relación de lro_ de abril de 1514 del conquistador Diego V~­
lázques (Pichardo, 1965:71-85) y de las crónicas de Las Casas (1951),
el territorio habanero dominado por el llamado "cacique" Habaguanex
comprendía la parte central y oriental de la actual provincia, incluyen-
do Batabanó en la costa sur, y al parecer, tenía estrecha comunicación
con el "cacique" Guayacayex en el territorio de la actual !'..atan~.
Desde el punto de vista arqueológico existen indicativos que parecen
corrobo= esta información. Sin embargo, no aparece noti.cia al¡¡una
medianU: la cual se pudiera inferir el tipo de vínculo o relaciones entre
los aborígenes que ocupaban la parte más occidental de La Habana,
territorio identificado en la lengua aborigen como Marién, con las zonas
¡ue se supone estaban supeditadas al Uamado "cacique" Habaguanex:.
En cambio, sobre 1~ base de un_a información suministrada por A.
Zayas {1931:192), qwe.n se apoyo en una documentación de 1519
parece que los grupos de Marién estaban vinculados culturalmen...;
con los del territorio del también denominado "cacique" Guanigua.
níco, el cual se situaba mucho más al occidente, en la actual provincia
de Pinar del Río, y como es conocido, de niveles de desarrollo algo in·
feríores a los que se les reconoce a los de la Habana y Yucayo.
Por estos motivos los trabajos arqueológicos que se desartollaron
en el territorio, tendrían necesaríamente que dar respuesta a esta in.
terrogante.
Pero ,otra cuestión requeriría también óe una atención especial.
Tanto en Matanzas, como en Cíudad de La Habana y Pinar del Río,
que constituyen el resto de las provincias del occidente insular, se
habían descubierto y estudiado cementerios aborígenes de gran impor-
tancia, a la vez que en relación con La Habana, se carecía de suficiente
información factual sobre la cual se pudieran definir aspectos somá-
ticos, patológicos y relativos a las costumbres funerarias para completar
la visión de los primitivos habitantes del territorio.
Sin tomar en consideración los hallazgos aislados de restos óseos
de aborígenes a lo largo de todo el occidente de Cuba, las evidencias
más numerosas e importantes correspondían a los cementerios de Cueva
de la Santa con 36 entienos en la actual provincia de Ciudad de La
Habana (Torres y Rivero de la Calle, 1970); 51 entierros procedentes
de. Cueva del Perico 1 en Pinar del Río {Pino, 1981). En el caso de la
provincia de Matanzas, a las numerosas exhumaciones realizadas en el
cementerio a.b origen de Canímar Abajo, trabajos que aún no han agotado
las amplísimas perspectivas que brinda el sitio, se sumaron en el año
1989, los 66 entierros proveníentes de Cueva Calero (Martínez y Rives,
1990).
Esta situación creaba un desbalance significativo entre el nivel
de información disponible pam La Habana, con el de las restantes
provincias que literalmente la rodean (Fig. 1 ).
Por este motivo, la localización y estudio de un posible cementerio
aborigen enclavado en el territorio permitirfa conocer detalles de algu-
nos pormenores de su población primigenia y, as(, hacer equivalentes
loe resultados de todos los censos provinciales del occidente de Cuba,
en e~~pecial, en cuanto a las costumbres !wu•ra.riu y características.
f!sicu de sus primeros pobladores.

Lol aborlgenn del territorio de Marlén

El territorio aborigen conocido en la literatura hiatórica mú temprana


de la colonización con el nombre de Marlén, parece haber tenido como

2
Provincia
Ciudat: de
La Habana
GOI,.FQ DE MÉXICO
• ¡ ""
- -___.,e; ... ; ~!'> ,.j ~ .
~~-V, ' ·~, __ . ___.1 ~~¡..; J YUCA
<-., - YO
~ Provincia
o'* Provincia La Habana :.Matanzas
- ~'e ·......
~e}> ..!
•.;;,l'>~ Provincia .r"'
V Pinar del Río 1

ESCALA

~ GUANAHACABIBES
l:ZOOOOO

SIMIIOWS
liJ (¡] El
l 2 3

Hg. t. TutUorios abo~nts dt-1 occidente: h\.<;;ular. S ímbolos: 1. Cc:mt-nll'rlos: pre:ítgroRirlutros •n(~
J.n•portantu; 2. 1'trrllorlos aboñge_nc:~ c:n los momentos de lk eonqublll; 3. l..hnlles pro,.,lndalc:s aduultl't.
centro principal el actual territorio del municipio Mariel, pero se supone
ocupaba una gran extensión de terreno, que comprendfa entonces los
actuales municipios de Guanajay, Caimito, Artemisa, Bahía Honda
y parte de San Cristóbal, según la propuesta del mapa de las provincias
indias elaborado por José María de la Torre (1841), y que en sentido
general se corresponde con las conclusiones de otros estudiosos (VeJez,
1923).
Pero para una mayor precisión en lo:; anál:isis y la discusión, circuns-
cribiremos el estudio al centro principal de la región, o sea, al territorio
comprendido hoy por el municipio Mariel, el que antes de la última
división político-administrativa en el año de 1975, p€rtenecia a la pro-
vincia de Pinar del Río. A partir de ese momento se integró a la pro-
vincia de La Habana como el municipio más occidental de la costa
norte. Mariel limita al norte con el Golfo de lVJéxico, al sur con los
municipios de Artemisa y Guanaja y, al este con Caimito y al oeste
con Pinar del Río. En la actualidad cuenta con 284 km 2 • Su suelo
está clasificado dentro de la familia Habana, de tipo genético húmico
carbonático, el material de origen es la caliza suave (marga} y la com-
posición mecánica._ arcilla. Desde el punto de vista de la regionalización
del relieve"forma parte de la llanura costera septentrional, con la presen-
cia de algunas dunas costeras y pequeños carn pos de lapiez.
Su litoral es rocoso con algunas pequeñas y aisladas playas arenosas
y la costa se clasifica como "abrasivo-acumulativa (IGP, 1985:7). Este
territorio es accidentado, sin que se encuentren altas elevaciones,
pero presenta algunas colin.a s de suaves lade:ras de formación arcillosa,
así como algunas pequeñas mesetas que integran las elevacitmes septen-
trionales. Dentro de sus elevaciones sobresale la Mesa de la Vigía
de cima muy aplanada cerca de la Bahía.
surcan el territorio numerosos arroyos e iimportantes ríos, como La
Dominica, Bongó, San Juan, Cañas, Río Mosq<l\tós y el Guajaibón.
Este último forma el límite con el municipio Caimito. Un elemento
que parece escapar a los mapas clasificatorios de suelos, relieves y bos-
ques en pequeña escala, es la existencia de zonas cenagosas en las
desembocaduras de los ríos, cuestión que pudo comprobarse mediante
los trab¡¡jos de prospección.
El accidente geográfico más sobresaliente del territorio es su mag-
nífica bahía de tipo bolsa, la que debió servir de amplio refugio a los
grupos gentilicios que penetraron en el ter:ritorio, así como suminis-
trarles abundantes alimentos.
Hasta el momento la mayoría de los sitios y residuarios arqueológicos
correspondientes a la etapa aborigen que se analiza, se localizan cerca
y al W de la bahía. Es muy posible que algunos grupos· gentilicios
hahi~ ¡,. ribera oriental, p€ro el alto grado de urbanización e indus-
trialización impiden un eficiente trab!ljo de pr ospec.cit>n.
En cuanto a la definición cullural de los aborígenes de Marit'n, 8
más general Y comunmente aceptada es In que los identifica como cabo.
neyes, la CWil e ra la población fundamental de la isla y cayos adyaccn .
1.es o la llegada de los europeos. Estos grupos vivfan funuamentalmente
de la pesca. Las Casas distingue a los ciboncycs de los taínos, que eran
agricultores y ceramistas, y ocupaban preferentemente las regiones mú
orientales del territorio insular, y de los guanahalabeyes, los cuales
eran "como salvajes, que en ningu11a cosa t.ralan con los de Ja Lsla, ni
tienen casas, sino estan en cuevas continuo" (CODO IN, T.6,1891 :6).
En los momentos de la conquista esW5 últimos habían sido despiJizados
hacia la parte más occidental, o sea, al territorio de CuanjguanJcO.
Como resultado de lns investigaciones arqueológicas, dentro M los
ciboneyes se han distinguido dos categorías o niveles, el Ciboncy
Guayabo Blanco y el Ciboney Cayo Redondo, como dos aspectos
de una misma culturo; sin embargo, los límites entre ambos concept•>s
son muy discutidos en la actualidad. Para Tnbío y Rey, el aborigen
poblador de Marién era ciboney del aspecto Guayabo fllanco. A los
mismos se les consideró como fundamentalmente recolectores y mues.
tra de la más primitiva d e las culturas aborígenes hasta entonces cono.
cida (1966:39).
Sobre esta base, el lector pued e comprender todo lo que quednoa
aún por dilucidar acerca de los aborígenes del ~erritorio y por qué biS
investigaciones arqueológicas y anb'opo16glcas estaban emplazadas
en la solución de buena parte de lru; incógrutas y lagunas del conocl.
miento existentes.

Antecedemes en el esmdío de la cueva funerurlu /ofarittr .&

Los trabajos desplegados en décadas anteriores por mie mbros del Grupo
Guamá (Morales Patiño, 1952:6), y en especial por E. •rabio (1951)
en la región de Mariel, habían arrojado la existencia de cuatro restdl.a·
rios aborígenes, uno de ellos correspondiente a un asentamiento ~
úea despejada dos conchale' costeros y una cueva con restos de habl·
tación y de e~tierros aborígenes. Sobre la base de algunas evidencias
colectadas en superficie, y en especial algunas calas pra_ct.ica~as en la
cueva, se estimó que el hombre que había dejado tales eVldCnCJas pe.rte·
nacía al grupo cultural más atntsado (Tabío, 1951:130) con una poatble
cronología que iba del 1 000 a.n.e. al 1 000 n.e. (Tabío Y !«!y, 1966:
32). . ..
j,;n aquellos años, aún no se conocfa en CUw la c:ult.""" m~ ~·twa
de cazadores paleolfticos, la cual ha sido objeto de mves.tlgaClon pu·
tlcular por parte del arqueólogo J . Febles y nla que se le asagna una ero·
nologw que va del 8 000 a.n.e. al 2 500 a.n.e. (Febles el al., 1991).
ESTRECHO DE LA FLORI DA

., v .,;JJ'

... -~ ~ 9
N

SíMBOLOS
11] 00 [jJ 00 8
1 2 3 4 S
ESCALA
L 150 000
314
- - - 320 327

ft¡. L Slskm• de -.~nlamlc:niO •boñ~n deo Mniin (MüoUHco nu·dlv). Sfmbolo!ó! l. ConC'ha1f'll> COl!oitr<tloj
1. Aw:ntamknloS eon 6.rt.a." dt,IXJ.• dMi l. Cw,·a fu.ntraria; 4. Carnpan1tnlo lallt·r; S. Zonas ck ruldYar l~
ckl MeMlíUto kmprano.
Los t:rnbajos nrqucológicos desarrollados en el 1.erntorio a part11
de iniciado el Censo. ampliaron lo que hasta esos momentos se conocla.
El grupo de a(icionados a las ciencias Atabey, h:\io la dirección de los
autores, realizaron ingentes trabajos de exploración, a partir de las
zonas seleccionadas prcvit\mcnl.e mediante el trabajo de prospección
cartográfica. Con el apoyo de los grupos d~ aficionados Cayaguasal
de Caimito y Combate de Moralitos de San Jos<-. el censo del munic1pio
arrojó, en un primer cort~ evaluativo, la existencia de varios residuarios,
106 que a simple vista guardaban relación entre si. Enos se correspon-
dían con cuatro concha/es costeros, tres asentarmcntos en áreas despeja-
das y un residuario en el interior y exterior de una cueva, este último
con grandes posibiUdndes de que se tratan\ dP un ccmenl.erio aborigen
(Fig. 2). Otros sitios correspondientes a campamPnt.os de grupos del
Mesolitíco tempwno se localizaron cerca de las desembocaduras de los
ríos Cuajaibón y Mosquitos.
La cueva registrada en el censo del municipio cm la misma reportada
por Tabio, !a que era conocida en la tradición oral como Cueva delln-
dio, pero a la cual el arqueólogo identificó como Cueva de la Caña
Quemada, porque encontró en su interior restos quemados de esta
planta. Pero a partir de los principios metodológ1cos aplicados en la
realización del censo de la provincia. que refieren el uso de la toponi-
mia aborigen para la identificación y estudio de los sistemas de asenta-
miento de aqueUas culturas, el residuario localizado en la cueva fue
denominado Marién 2.
Esta dolina desprendida se encuentra al \V de la desembocadll(a
de la bahía de Mariel, apenas unos 500 m de la costa y tiene unos
30 m de largo por 15 de ancho, por lo que su conriguración es alargada.
Sobre el piso de la cueva descansan grandes bloques de piedra que se
desprendieron del techo que se levanta a 3,40 m (Fi¡:. 3).
De la primera visita efectuada con intereses científicos a esta cueva
el 22 de octubre de 1950, E. Tabio registró:
La excavación principal se hizo hacia el lado S\~ de la cueva.
A una profundidad de 0,35 m se encontraron huesos human06,
incluso cráneos no deformados, redondos y bastante pequeños.
Estaban en muy malas condiciones de preservación. Los dientes
mostraban marcado desgaste. Los huesos correspondían a dos
adultos y a dos niños. Eran entierros primarios. La capa arqueo-
lógica presentaba muchos restos alimenticios: 06tiones, huesos
de jutía, de aves y tortugas, espinas de pescado y pinzas de can-
grejo. AUí se recogieron algunas gubias, picos de mano y Strombus
perforados (Tabío, 1950).
Un año después, en otra visita efectuada por el Grupo Cuamá en
a¡costo de 1951, se colect.ó en ella "un plato trianb•tdar de concha encon-

1
"' .,. "' --.., ..lé
oo~rnrnBII

.......
--....
-
-o.

- ....
-
-..,...

...
' '
... a' ' .. ' ' ' . '
.. •
l:nldo verticalmente junto a la pared derecha, una gubta, 7 picos de
manos, uno de ellos muy pequeño, 2 espiras de cobo... y en el rondo
de la cueva, al centro y algo a lo izquierda el entierro de un niño o un
pie de profundidad" (Morales Patíño, 1952:6).
Estas dos exploraciones y excavaciones no estratigráficas, las únicas
reportadas con anterioridad a que se iniciaran las labores del Censo Ar-
queológico de la provincia en enero de 1990, hicieron que se le prestara
especial atención al lugnr, ya que se trataba, según se pudo comprobar
mediante las sistemáticas explon1ciones a las que se someti6 la zona,
de la única cueva que se localiza al W de la bah(a, y la misma, además,
se encuentra muy cerca de varios asentamientos aborfgenes de grandes
dimensiones en áreas despejadas.
Todo esto nos pon la ante la posibilidad de que el residuario que se
localiza fuera y dentro de la cueva no fuese simplemente un lugar
habitado por los aborígenes y en el que se hubieran practicado algunos
entierros, ya que como es costumbre frecuente en los grupos aborígenes
de este estadio histórico, se practicaban los entierros en los propios
sitios de habitación. Podía tratarse, en cambio, de un cementerio abo.
rigen, como resultado de entierros sucesivos de los grupos que poblaron
la zona. De ser cierta' esta posibilidad, el residuario cobraría un valor
poco común dentro de los sitios del occidente insular.
En octubre de 1991 se iniciaron los estudios del sitio bajo la direc.
ción de miembros del Departamento de Arqueologla del Centro de An-
tropología. En esta ocasión, se efectuó el primer levantamiento topográ-
!ico del lugar, con la participación de los grupos de aficionados Atabey,
Combate de Moralitos y Caynguosal. Se pudo constatar la presencia
de restos de dieta aborigen en superficie, principalmente de sigua
(Cittarium pica), Strombus gigas. ostión (Gras&osiT~UJ rhizophorae), asr
como jut(a (Capromy3 sp). Los restos de una industria de concha,
algunos restos de taller de una industria de silex de pequeñas dimensio-
nes, asr como algunos restos óseos humanos en superficie, demostraron
la necesidad de que el lugar fuese sometido a estudios bajo procedi-
mientos muy rigurosos.
Su cercanla con Marién 1 y Marién 3, grandes residuarios en áreas
despejadas y apenas a 1 km de distancia, así como la presencia de restos
de una industria microHtica en todos ellos, pennitió, a düerencia de lo
p.r opuesto por Tabío en 1951, considerar el sitio Marién 2 como co-
rrespondiente al Ciboney Cayo Redondo, o sea, al estadio histórico
del Mesolftico medio, al que se le asigna en Cuba una posible cronolo-
sCa entre el 1 000 a.n.e. al 500 n.e.; basta tanto los ret1ultados de la
excavación permitieran ajustar la filiación cultural y la cronología
(La Rosa, 1991).

9
TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS

Entre los días 8 y 30 de julio del año 1992. se procedió, en correspon-


dencia con el cronograma de trabajo general del censo provincial y las
coordinaciones con las instancias municipales, a la excavación contro-
lada del sitio. Se efectuó un levantamiento topográfico más completo.
dado el interés que tienen los "nichos" naturales de las cuevas pamla
realización de entierros. Toda la cueva fue cuadriculada en espacios
de 1 x 1 m y se iniciaron las excavacio nes en el área seleccionada
por los trabajos de prospección. En estas tareas participaron miembros
de los Grupos Atabey y Cayaguasal, en especial los jóvenes Yony L.
Cabrera Viera y Jesús Martfnez González, así como arqueólogos del
Centro de Antropología.
Los tres primeros pozos fueron excavados por capas artificiales
de 0,10 m y todo el material fue cernido y debidamente clasificado
en sobres apartes. Desde los primeros niveles estratigráficos se pudo
comprobar la presencia de restos de dieta de origen marino, de una
industria de concba y de una industria lítica de pequeñas dimensiones.
Al nivel 0,20 a 0,30 m aparecen los fogones. Una vez concluidos los
tres pozos que llegaron a la roca matriz del piso de la cueva y contarse
con información relativamente suficiente para las necesarias inferencias
acerca de la ocupación del lugar como habitación, se pasó a la excava-
ción de otras tres cuadrículas seleccionadas previamente durante la
prospección., en este caso, por medio de capas artificiales de 0,21) m,
y las tres resultaron contener entierros.
Esta estrategia permit ió destapar 30 cuadrículas en 22 días ininte-
rrumpidos de trabi\Jo y poner al descubierto 27 entierros, los que se
presentaron en posiciones muy disímiles entre sí. También se colec-
taron de forma controlada abundantes restos óseos, al parecer de otros
entierros anteriores, los que hab(an sido destruídos seguramente por los
propioe aborfgenes al producirse los entierros que se exhumaban.
Mitodos y procedimientos

Según Jos resultados de las calas efectuadas por Tabfo 41 años atrás,
tu ''trl!s osamentas excavadas. . . estaban en tan malas condiciones
de presetVación, que a pesar de los esfuerzos realizados, los cráneos se
desintegraban por las SUQuas" (1951 :129).
Por eate motivo, en las excavaciones practicadas en julio de 1992
se prestó especial atención al instrumental ut.ilizado así como a la
sistemática de trabajo. Se eliminaron totalmente las pa.las, picos y palus-
tres, asf como todo aquello que pudiern producir roturas en los posibles
restos 1\umanoa sepultados; incluso, se organi~6 el trabajo mediante
procedimientos que eliminaron el paso por las árem; de posibles entie-
rros. La tierra de las sepulturas fue retirada sobre la base de brochas,
pinceles y espátulas, y lll detectarse la presencia de algún resto óseo,
se hacía uso de los manuales sopletes de goma, conocidos por "peras
de goma". Cuando la evidencia ósea quedaba totalmente al descubierto,
se cubría con una fina capa de acetato de polivilino por medio de un
atomiudor. Este último recurso había sido aplicado con anterioridad
por otros especialistas con favorables resultados en otros cementerios
aborígenes (Rivero de la Calle el al., 1972:67).
Cada uno de Jos entierros fue dibujado y fotografiado in silu, as(
como se dibujaron las áreas en las que se encontraban los restos huma-
nos en correspondencia con las cuadrículas. Se efectuó un registro
de cada uno de los entierros sobre la base de un esquema o planilla
elaborada a partir de una propuesta de Rivero de la Calle (1985:287),
todo lo cual permitió registrar la información factual correspondiente
a cada entierro para el futuro establecimiento de las regularidades
y particularidades de cada inhumación.
Tanto en el levantamiento de los entierros, como en la preparación
de !QO; paquetes para su traslado, se tuvieron en cuenta los requisitos
establecidos para tales operaciones, en especial, se evitó el levál\ta.
miento simultáneo de varios esqueletos, del mismo modo, durante el
trabajo de preparación de las muestras para su estudio antropológico,
no se trabajó a la v~ con más de un entierro.
El trabajo de retiro de la capa de acetato de polívi.l.lno se efectuó
despuéll de varios días de exposición a la sombra y aire Ubre de cada
reato 1\umano, lo que permitió la extracción de la humedad y reduc-
ción de la fragilidad de las muestras óseas.
Eata estrategia de trabajo aquí reseñada de forma general, permitió
la exhumación y preparación de todos los restos humanos con una sig-
nlfi<:>ati.va reducción de roturas y deterioros posexcavacíón.
Uoa v~ concluidos loe trabajos de limpieza y organización de los
reetoe bumanoe, fueron debidamente empaquetados. Tocó entonces

11
s u turno ni paciente trabajo de clasíficación antropológica el cual
descansó en el destacado anirOI>Ólogo M. Rivero de la Calle, d~l Museo
Montané, con la colaboración de L. Toribio Suúez dellnatituio de l\.1e-
dícina Legal y Rafael Travieso Ruíz, del museo mencionado. Los alum-
nos J . F. Cans.eU Izquie.r do Y R. Díaz Oarcía, de la Facultad de Biología
de la Universidad de La Habana, también contribuyeron al estudio de la
muestra de Marién 2.

11
DISCUSIÓN

Redefj11ici6n cultllral ael grupo lluma11o

Para un lector cuidadoso, lo primero que salta a la vista en cuanto al es-


tudio de los aborígenes que poblaron el territorio de IV.arién, es la
necesidad de deíinir, o más bien redeCínir desde el punto de vista cultu-
ral, a estos primitivos habitantes de la región \V de La Habana.
Si se presta atención a los estimados preliminares hechos por Tabío
(1951 :130), los cuales fueron ratificados 15 años después (Tabío
y Rey, 1966:22), los habitantes de lliiarién no practicaban la agricultura
ni explotaban la cerámica, por lo que pudieron ser ubicados dentro
de los grupos preagroalfare.ros. Pero como además, dentro de esta
categor(a, se les asignó una etapa muy elemental (Complejo 1 o Ciboney
Gu~yabo Blanco), con ausencia total de "microcuentas", "dagas''-
"esferas líticas" y "lascas de silex con retoques secundarios", no es
posible, a la luz de los resultados de las excavaciones, soslayar el asunto.
Los resultados de nuestros trabajos practicados en la zona, y en espe-
cial en la cueva funeraria l\liarién 2, permitieron comprobar la existencia
de un sistema de asentamiento correspondiente a un estadio histórico
diferente, el cual correspondería en la.s clasificaciones utilizada.s por
Tabío con el Complejo ti o Ciboney Cayo Redondo.
No se tratará aquf de dilucidar la compleja y actualmente discutida
diferenciación cultural entre el Uamado Ciboney Guayabo blanco y el
Ciboney Cayo Redondo, diferencia que se estableció, en lo funda-
mental, por la ausencia de "dagas" y "esferas líticas" en el primero. Sin
embargo, resulta imprescindible, a la luz de los conocimientos arqueoló-
gicos actuales, discutir los resultados de nuestro trabajo_
Los residuarios aborígenes del \V de la bahfa de Mariel, describen
un sistema de asentamiento que demuestra el dominio que tuvieron
aquellos primitivos habitantes del habitat de la babfa, la cual devíno en
factor geográfico domínante en su economía y debió regular gran parte
de sus actividades, fundamentalmente las económicas como la pesca y la
recolección.
Esta cuestión determinó, a su vez, factores favorables para el desa-
rrollo y relativa estabilidad de la comuna, como, por ejemplo, la abun-
dancia de recursos prote(nicos, cuestión que parece habe te ·d
. en 1a const 1't ucton
r efl e¡o .. f.lSICa
. d e1 grupo tal y como se r ruá o su •
q • ' • ver mas
adelante. También deb1o regular el ctclo de vida de esta
por 1o que es post"bte col\)eturar
· .
la extstencia s· ·comunas
de cierta dim • d
1un e 1as
'
. "d d d b . te . 1 b" .
ac t tVI a es e su sts ncta, con e o ¡etívo de explotar al máx·
fuentes de alimentos. tmo 1as
Todos estos aspectos parecen corroborarse gracias al cstud 10 ' d 1
· t d tam" t 1 ·
sJS_ ema e a:'en . ten o, ya que e miSmo eslá compuesto por varios e
stttos de habttactón de forma ellpttca y con más de 200 m de extcn -6
en sus e¡es . mayores, en áreas d espe¡adas .
en las laderas 0 partes SImásn
elevadas de las suaves colmas que adoman el paisaje de ta zona.
Las gubias, puntas de proyectiles y otras herramientas as( como
cue.ntas, todas fabricadas en concha, suponen una intensa y ~xperimen­
tada explotación de los recursos del mar y dominio de la materia prima.
Ell1J8ar y la extensión de los asentamientos y la deposición de la basura
arqueológica supone la existencia de habitaciones co nstruidas tas

que aunque fuesen tan rústicas como las conocidas por "paravientos",
denotan el desarrollo alcanzado por la comuna y su dominio del en-
torno. Los pequ~ños poblados de Marién debieron estar integrados
por grupos de alrededor de cien personas.
Allf cocieron sus alimentos de origen animal, explotaron la madera,
consumieron abundantes y variados productos de la pesca así como
de la captwa y recolección, tanto marina como terrestre y Ouvial. Se
protegieron del intemperismo valiéndose de sus habilidades y lradi.
ciones constructivas. Alrededor de sus rústicas viviendas explotaron la
concha y la piedta como materia$ primas para la elaboración de herra.
mientas y útiles necesarios para extraer los recursos del medio.
Pero, sobre la explotación de la pl.e dta, es necesario hacer un breve
aparte. El desarrollo de los estudios alcanzado hoy día en las técnicas
de elaboración de la piedra tallada por los aborfgenes, permite juicios
más fidedignos de los que eran posible formular hace unos veinte años
atrás, en especial a partir de los estudios de J . Febles (1988).
La industria lítica de los aborígenes asentados en Marién demuestra
que estos ya habían rebasado la etapa de las herramientas que caracte-
rizan el estadio histórico del MesoiCtico temprano en Cuba y que
poseían una tradición que tos sitúa en el MesoUtíco medio, conocido
en los cfrculos arqueológicos como Ciboney Cayo Redondo.
La existencia de varios conchales costeros, también de grandes
dimensiones y relativamente cercanos a los asentamientos más interio-
res, en los que abundan tos restos de Strombus gigas con perforación
apical. picos de mano, puntas de proyectil, platos, vasijas y grandes
cucharas elaboradas en concha, evidencia uno de los principales compo-
oe.n tes del siatema de asentamiento de estos grupos y de su economfa.
En el caso del residuario denominado por nosotros Marién 2, que se
localiza en el exterior e interior de la cueva , las excavaciones arqueo-
lógicas prncticadas permitieron poner al descubierto que el uso del
mismo como habitación tuvo carácter ocasional. La cueva y el área
de su entrada debieron servir de refugio en épocas de t.cmporales o de
crudos inviernos, ya que los fogones y restos de dieta aborigen se locali-
zan en pequeñas unidades espaciales separadas entre sf, pero solo en dos
niveles estratigráficos del piso de la cueva, en los niveles 0,10 a 0,20
y 0,20 a 0,30 m, o sea, no se encontró en el (~rea excavada de la cueva
capas alternas de numerosos fogones y deposición natural, que resulta
lo más común en habitaciones en cuevas de estos grupos preagroalfa.
reros. Las evidencias arqueológicas de la parte exterior del refugio solo
aparecen en superficie y son verdaderamente pobres.
En ninguno de los fogones se pudo observar la rotma del hogar
para la inhumación de un cadáver, lo que supone que los entierros
siempre fueron practicados antes del uso del espacio como habitación.
Es posible que otras áreas de la cueva tengan un comportamiento dife-
rente, por lo que hasta tanto se concluyan la.$ excavaciones en el resto
del recinto, esta observación tiene carácter preliminar.
De todas maneras, se puede subrayar que el entíeno no. 10, cuyo
cráneo estaba a 0,30 m de profundidad, tenía encima un gran fogón;
a la altura de los 0,18 m, mientras que el entierro no, 21, a 0,28 m
de profundidad, tenía a su vez otro fogón encima, a la altura de los
0,20 m. Ambos fogones no mostraron alteración alguna.
En relación con el otro uso de la cueva por parte de los aborígenes,
o sea, con su condición de cementerio, es bueno saber que esta es la
única existente en varias decenas de kilómetros a la redonda, y que los
resíduarios que la rodean guardan entre sf distancias relativamente
reducidas.
El conjunto de residuarios de Marién parecen corroborar que la
comuna, como célula fundamental de la sociedad gentilicia, compuesta
como se sabe por varias familias, 'dominaba, e.n este caso, la zona del
W de la bahía, lo que demuestra la relativa estabilidad alcanzada en co-
m!6pondencia con los ciclos ecológicos de los diferentes recursos. A su
vez, consideramos probada la vinculación económica de esta comuna
a un territorio determinado. Este último aspecto caracteriza en parte
la base socioeconómica de una economía productiva en forllUlción
(Kabo,l983:220).
Es de suponer que en épocas de invierno, cuando los crudos vientos
fríos sacudían las colinas del actual Mariel, la comuna se dividía en
pequeños grupos que podían dedicarse a actividades económicas con-
cretas en las elevaciones vecinas. Pero, aunque algunos residuarios del
interior del territorio parecen apuntar hacia esto, la dilucidación de tan
importante asunto fonna parte de objetivos más amplios correspondien-
tes al ce liBo provincial.
15
En resumen, las dimensiones y dlsposk:íón espacial de los asenta.
míentos, la presencia de ricos conchales costeros, bahía abundanv-
cn buena y fácil pesca. zonas de mangle con abundancia de crustáceos
jut(as y aves, son todas buenas razones que permiten explicar alguna,;
de las conclusiones del estudio runropológk:o, las que refieren el hecho
de que los restos de la población aborigen de Marién no presentaron
evidencias de traumas, cosa por lo demás muy frecuente en comunida.
des preagroalfareras, de vida semínómada y accidentada; a la vez que el
grado de robustez de algunos de los huesos nargos observados pudiera
interpretarse como resultado de una alimen tación eficiente (Rivero
de In Calle, 1993:18).
Por último, en cuanto al grado de precisión alcan'lado en la definí.
ción del grupo humano que ocupó Marién, puede decirse que se contó
con Jos resultados de dos (()(!hados obtenidos por córtesfa del Departa.
mento de Química de la Facultad de Ciencias d e la Universidad Calólica
de Louvain, Bélgica; los que ar:rojlll'on urut cronología que se correspon.
de con la definición cultural asignada por nosotros al grupo.
Estos fechados se obtuvieron sobre la base de dos muesb'as de carbón
extraídas óe los fogones que cubrían los enúerros no. 10 y no. 21
en los niveles siguientes:
Cuadncula Nivel Resultado
7-M 0,10-(),20 m 780 ± 100 AP
10-M 0,20-(),30 m 2220 ± SOAP

Costumbres funerarias

El b'abajo desplegado en la cueva funeraria Marién 2, así como el aru1Jj.


sís preliminar al que fueron sometidos los restos humanos exhumados,
permitieron identificar la existencia de 27 entierros, dentro de 106
cuales se enconb'aban restos dispersos de otros individu06, los que
debieron ser resultado de sucesivas inhumaciones. Por esto, a la cifra
inicial de 27 individuos fkilmente dí!erenciables, se sumarían otros
tantos como resultado del estudio anb'opológico.
En correspondencia con las conclusiones a las que arribó M. ruvero
de la Calle del estudio de la colección de restos humanos procedentes
de este sitio, fue posible la identificación de 50 indivíduos en total,
distri l:>uídos en 27 entierros, motivo por el cual el antropólogo afirmó
que esta cueva podía ser considerada como una de las más importantes
del occidente de Cuba (1993 :22).
En !lt'ntído general , y sobre la base del desarrollo de los estudios
de antropología física desarroüados en Cuba y de las características
craneales de los individuos sepultados en Marién 2, se puede afirmar

16
que se trata de comunidades preagroalfnreras (Meso! ítico), ya que care.
cen de la típica deformación fronto-oecipital que se observa en los
grupo• agroaiFareros. Sin cmbo.lgo, dosdo el punto de visi.Jl nntrnr<>l6.
gico, no se han podido establecer diferencias que permitan distinguir
dentro de esta categoría el llamado Ciboney Guayabo Blanco del Cibo·
ney Cayo Redondo (Rivero de la Calle, comunicación personal, 1993).
Por este motivo, la contradicción de si nos encontramos ante un
Meso1ftico temprano o medio, que son los equivalentes históricos
a los dos aspectos en los que se había dividido a los ciboneyes, no es
posible resolverla hoy día en el marco de la Antropología física, por lo
que resultan válidos los a rgum entos defendidos en el acápite anterior,
por medio de los cuales se situó al hombre de Marién corno corres.
pondiente al Mesolílico medio de Cuba, más conocido en la literatura
arqueológica como Ciboney Cayo Redondo. Esto es, por supuesto,
mientras nuevas investigaciones no amplíen, profundicen o rect ifiquen
lo dicho hasta aquí.
Este hombre, al que desde el punto de vista antropológico se puede
definir como preagroalfnrero, y desde el punto de vista arqueológico
como correspondiente al Meso! ítico medio, dejó en la cueva funeraria
Marién 2 suficientes evidencias materiales, mediante las cuales se pueden
estudiar sus costumbres funerarias. Los aspectos comprobados en este
tipo de prácticas se exponen a continuación mediante las siguientes
categorías.

Entierros secundarios
Los trabajos de excavación desarrollados pusieron al descubierto la exis-
tencía de un átea de la cueva en la que fuero:\ colocados o amontonados
varios e ntierros secundarios. La disposición de los mismos, entierros
nos. 1, 2, 3, 8, 9 y 17, lúzo pensar en un desplazamiento simultáneo
de restos de varias sepulturas hacia esa área, con el posible objetivo
de aprovechar el espacio para nuevos entierros. En el proceso de exhu-
mación, dibujo y limpieza de los restos óseos, se pudo constatar que se
trataba en todos los casos de "paquetes" de huesos con restos de varios
individuos, aunque la deposición de algunos de los cráneos, los c uales
habían sido colocados en sentido general sobre los hues06 largos, recor·
daba mucho 106 típicos entierros secundarios, todo lo cual facilitó identi.
ficar 6 entierros de este tipo a simple vista.
Los estudios de Antropologfa física desarrollados por M. Rivero de la
Calle permitieron esclarecer sobre este conjunto en particular Jo siguien-
te: el entierro no. 1, correspondiente a un adulto de sexo femenino
de entre 25 y 29 años, estaba acompañado de restos de un niño de 7
años; el entierro no. 2 reg:istl'ó los restos de un adulto de 20 a 24 años,

17
acompañado por otro adulto de 30 a 34 años y un subadul~o de entre 15
y 19 años. El número 3, que resultó corresponder a una mujer de 30 a 34
años estaba acompañado ·p or otros tres mdiVJduos, uno de entre 30 Y 31
años' otro de 4 años y otro que tendría entre 9 y 10 anos. El número 8,
de s~xo masculino y con una edad de 35 a 39 años, estaba también
acompañado por un niiio de 3 a 4 años, mientras~ue el núme~o 9 co.
rrespondió a un gran fragmento de cráneo de un nmo de 5 a 9 anos,~ el
número 17 resultó ser femenino con una edad entre los 10 y l.os 14 anos.
Por estas razones, el conjunto de restos enumerados anteriormente,
si bien se consideran entierros secundarios en su magnitud cultural,
o sea, la exhumación y traslado hacia otro lugar de restos humanos
después de que estos perdían los tejidos blandos como parte de las cos.
tumbres funerarias de estos grupos, lo comprobado en Marién 2· parece
estar motivado , además, por un necesario aprovechamiento del espacio.
Este criterio se sustenta sobre las siguientes bases: todos los restos
presentaban cierto orden en el área en la que fueron concentrados y se
vinculaban encadenadamente unos a otros, por lo que aparentemente
fueron trasladados de forma simultánea. El entierro no. 1 presentó evi-
dentes señales de haber sido empujado hacia la roca que tiene al frente,
de tal suerte, que una costilla perforó y se incrustó en el cráneo, mientras
que el entierro no. 6 apareció con la mandíbula inferior debajo del
cráneo, pero o!n posición invertida, lo que da la idea de una manipulación
apresurada y poco reverente (Fig. 4 ).
Estos hechos nos permiten aseverar que aunque nos encontramos
sin duda alguna ante un conjunto de entierros secundarios, el acto
de traslado de los restos humanos parece haber estado motivado por la
necesidad del aprovechamiento del espacio. A favor de este criterio,
también habla el hecho de que el amontonanúento de huesos de estos
entierros dan la idea de una especie de osario, el cual contr.asta con el
espacio libre que rodea los entierros no. 1'0 y no. 11, que eran los más
inmediatos al conjunto. Por supuesto, estos criterios no restan valor
a la presencia de hábitos y prácticas mortuorias que en sentido general
se reconocen para estos grupos humanos, hábitos a los que preferente.
mente siempre se les atribuye un gran peso cultural.

Orientación de los entierros


Un aspecto de sumo interés para el conocimiento de las costumbres fune·
rarias de los grupos asentados en la región aborigen de Marién se registra
al estudiarse las orientaciones de Jos entierros. Este es un aspecto
al cual la arqueología en Suba le ha prestado mucha atención. En casi
todos los reportes de excavaciones arqueológicas efectuadas antes
de 1970 en cementerios abor(genes, se encuentran referencias que
apuntan hacia la existencia de prácticas sepulcrales que orie.ntaban
lS
....
.... ~
o
"'
Sf
....o -
...o
..
"'
+

.•,

.. -....-.... -· .
'
'""
z
los cadáve- en relación con los punt-os cal'dinales y, en especia)
con la cabeza hacia el este (Pichardo Moyo, 1944; Utset, 195] y Coscu:
Huela, 1951).
Sin embargo, Jos trabl\jos más recientes parecen negar esta regulan.
dad. Somos del criterio de que en este asunto ha desempeñado un
papel importante el peñeccionamiento siempre ascendente de las té<:.
nicas de excavación, registro y control, así como los recursos materiales
y teóricos aplicados en el trabajo de campo. Para solo citar algunos
de los más importantes trabl\jos desarroUados en cementerios aborf.
genes de estadíos históricos similares a Marién 2, en los que los autores
no encontraron :regularidad en las orientaciones de los entierros, se
pueden recordar los ejemplos de Cueva de la Santa, Cueva del Perico 1
y Cueva Calero (Torres y Rivero de la Calle, 1970; Pino, 1981 y Mar.
tfnez y Rives, 1990).
En el caso de la cueva funeraria Marién 2, de la que se aseguró hace
41 años atras que sus entierros tenían similitud con los de Guayabo
!:llaneo, en tres esqueletos enterrados "sensiblemente Este.Oeste,
con el cráneo hacia el oriente " (Tabío, 1951:129), no fue posible en-
contrar regulNidad alguna en las orientaciones de los entierros exhu-
mados durante la jomada de julio de 1992. Los díbujos que acom.
pañan a la mayoría de las explicaciones de estos acápites son suficien.
temente ilustrativos al respecto .
Sobre este interesante y discutido aspecto de la arqueología en ~
Caribe, el prestigioso arqueólogo Morbán Laucer plantea que los en·
tierros aborígenes exhumados en República Dominicana no fueron
colocados bajo ninguna orientación fija. A1 reapecto asevera: "no
hemos encontrado nada que dé asidero a semejante teoría"(l979:88).
Quizá pudíera pensarse que se trata de una costumbre observada
principalmente en Cuba en 106 grupos preagroalfareros. Pero en contra
de este criterio se encuentra el significativo hecho de que los cemente-
riO& que han aportado las muestras más apreciables de indívidu06
correspondíentes a esta etapa del desarrollo histórico, no han validado
101 criterios que al respecto tostuvieron los arqueólogos de los años
40 y 50.

Posición de los entien01


Otro aspecto, en cierta medída vinculado al anterior, pero acerca del
cual no se han efectuado col'\)eturas del tipo que se ha criticado en el
•partado anterior, resulta del ertudío de las variadas posiéiones que se
pueden encontrar en un cementerio aborigen. Serta ocioso la enumera·
ción de las mismas. Una ligera mirada a loe planos de las excavaciones
practicad•• por Herrera Fritot y otrO& arqueólogos en la Cueva de los
Nlflos en Cayo Salin!la en el año de 1941 (Tabío y Rey, 1966:267),
o la realizada en la Cueva de la Santa en 1965 (Torres y Rivero de la
Calle, 1970:19), o Cueva Calero en 1989 (Martfnez y Rives, 1990:
151-157), permite apreciar el hecho de que los aborígenes preag:roal.
fareros de Cuba sepultaban a sus muertos en muy diferentes posiciones.
También, desde el punto de vista comparativo, resulta muy i.lustra.
tivo constatar la misma cuestión en cementerios de grupos agroal(a.
reros {Guarch, el al,, 1987:34·35).
En el caso de Marién 2 se encontraron restos de niños y adultos
en decúbito supino, con las manos y los pies extendidos (Fig. 5 ), o las
manos sobre la pelvis ( Fig. 6); en decúbito lateral derecho, posición
que resultó más frecuente, pues se presentó en los entierros nos. 7,
14, 18, 21 y 22 (Figs. 6 y 7). También, decúbito lateral izquierdo
con las piernas Oexionadas, en los entierros nos. 6, 15 y 23 (Figs. 6,
7 y 8), con las manos y piernas flexionadas en los entierros nos. 18
y 22, o muy flexionadas en los entierros nos. 7, 14 y 23. A su vez, e.l
entierro no. 15 ten fa un brazo flexionado y el otro extendido.
En este renglón resultó particularmente interesante la posición del
entierro no. 19, decúbito prono, el cual estaba desprovisto de los
huesos de la cabeza. F4 curioso observar que este entierro se encontró
encima del no. 20, separados ambos por una capa de tierra de apenas
13 C!DS. Los dos infantes eran recién nacidos (Fi¡¡. 8).
También, en el entierro no. 11 correspondiente a un niño de 6 meses
o quizás menor, llamó la atención sobre este particular. Su cuerpo se
encontró decúbito supino, con una ligera inclinación hacia el costado
izquierdo, las piern1111 semiflexionadas y separadas entre sf. Las manos
se encontraban separadas del tronco y el brazo derecho paree fa des-
cansar sobre una laja de piedra ( Fig. 5 ).
Es muy posible que la posición relajada de este entierro esté re!acio.
nada con la apertura de una sepultura espaciosa en la que fue colocado
el cadáver, tal y como se pudiera colocar un niño pequeño en reposo.
Esta posición, asf como la del no. 1 O, contrasta mucho con la del rt!Sto
de los infantes, sobre todo los nos. 14, 15, 21 y 23, los cuales parecen
haber sido comprimidos en un pequeño hueco, lo que produjo posicio-
nes verdaderamente forzadaB que se evidencian no solo por el hecho
de que sus extremidades se encuentran muy flexionadas, sino también
en que las columnas vertebrales.de estos infantes se presentan totalmen.
te arqueadas, lo que puede ser indicativo de la presión a la que debió
someterse el cuerpo para reducir su tamaño. Hacia esta misma concJu.
sión apuntan las posiciones de los cráneo., los cuales no reposan al
mismo nivel del tronco.
En todos estos casos enumerados, se trata de entierros que descansan
sobre el costado derecho o izquierdo, pero el cueUo se tuerce brusca-
mente, produciendo una disposición del cráneo como si el resto del
cuerpo se encontrara en posición vertical (Fig. 9).
N

~
ESCALA

o 50 cm

M
----- · -

@ .. _. _____ _
, ...
··~

-t •Oo¡f> +
~

'\

.'•

LL

na.s.Da' •• lO~,...•-al6o*'.,..•I•MMrolt • ..,. • .......,.....,,.. , ,


••lli S DM .. c.,._. ......,.. •••
lrt,J?.,_..,
-+
~. -~
...E
o
"' .. •
e• t
E •

• ~~3 "'
·•• ••
;; 2

'
~
H
~~
e1
H
-... •·-
ll .:
••
... - • '3

,¡.~t)
~.:

. .···-".
"'~--"
-r-- '"
4 f
-:• ..e
... •C: e
U!
~ .f
••
i~
·=,..
,_.;
~. -~
4
!1 •
e
• a
! 1~
2:. ~
.,¡.., 1!
f • •
Jl!!
.; •s
e .. §
&~?=
~ s ·

!el
"' -#
,.¡
.'·e
.·.,.···-...
~--~"

+ +
o

...

_¡_ +
..."'

+
... --- -- -- --
-- -'
'
' ''
'\
1
..
J
t
~
'•>
'\ •e
1 1 ,e
1
'
1
1 e
~
'1 1
1 i
' 1
t•
'' ' •
••
'' '' 1 &.
~•
'\ ~
1 ~

1
..,•
.!
' •"
''
' .. ,¡•
~
e •
~
'
1
' ••
'
1
....
-¡,
e-';
¡¡

.!11' ~'
1
••
-.a
~-
' z~
'' ~.!
,.. ::
...-.
1
' ~

'.-
e··
o'" •o ••

<(
~
'
'' o ...-.
~~
·"'
••
'
~~
/ :;. t
'' .
N ~ ''
' / ' ---- /
,¡S
~.!

''
-- ... -... ~ ~-
Esta posición puede ser resultado de la introducción forzada del ca.
dliver en una rosa muy pequeña, pero no puede descartarse la posibiU·
dad de 4ue se trate de entierros envucltou <-n ouc propiw: hnma03S, o on
jabas, lo cual produciría iguales resultados (M. N. Trincado, comunica.
ción personal, 1992).

Cadliveres decapitados
También, dentro de las costumbres sepulcrales de los primeros hombres
que se asentaron en las islas del Caribe, se ha11 apuntado interesantes
observaciones acerca de la presencia de cadáveres decapitados. Esta
cuestión está vinculada directamente con las creencias y costumbres
ancestrales de los grupos aruacos de cuyo tronco se desprendieron
las oleadas migratorias que ocuparon las Antillas.
Desde los primeros contactos de los europeos con los habitantes
del territorio, se reportan noticias acerca del llamado culto a los cráneos
(Morbán Laucer, 1979 y Torres, 1973). Así, en el diario de navegación
del primer viaje del almirante Cristóbal Colón aparecen repetidas infor.
maciones acerca de la existencia de cráneos colgantes en las viviendas
aborígenes (Pichardo, 1965).
Dentro de las comunidades agroalfareras o de economía productiva
se han reportado numerosos hallazgos de cadáveres decapitados, como,
por ejemplo, en los cementerios aborígenes de La Caleta y Nisibón
en República Dominicana (Morbán Laucer, 1979:89). Pero en Cuba
no son muchos los hallazgos de este tipo reportados hasta el presente.
En especial, se destaca la exhumación de una joven aborigen decapitada
antes de ser sepultada en Corrales de Ojo del Toro en la región oriental
de Cuba, aspecto que fue estudiado por Pino y otros especialistas
(1989).
En relación con este tipo de práctica o costumbre funeraria en
grupos preagroalfareros o de economía de apropiación, también son
pocas las informaciones exjstentes. Una de ellas nos remite al hallazgo
de un esqueleto de un adulto "en posición decúbito lateral derecho
con flexión violenta y forzada en ambas extremidades. . . y uusencia
de cráneo (Torres y Rivero de la Calle, 1970:21 ), correspondiente a la
Cueva de la Santa, en la provincía Ciudad de La Habana.
Además en el Museo Histórico de Varadero se han exhibido los
restos de ~n individuo de sexo femenino, también decapitado, atribuido
a los grupos preagroalfareros que habitaron la Cueva de los Musulmllnes
en la Península de Hicacos.
Sobre esta base informativa, pudiera inferirse que la cost~bre
de decapitar un cadliver para llevar a cabo prácti~ de cultos asoc~ados
a las cabezas de los difuntos no parece haber SidO muy generalizada
en Cuba. Pero tampoco se puede soslayar el hecho de que a esta cues-
27
tión se le ha prestado poca at.cnción .en los ~studios arqueoló¡,~cos
desnrrollados en los plinclpales ccmentcnos ubon gcnes del país.
Como en el cementerio de Marién 2 solo se aisló un caso de en.
tierro decapitado, el no. 1 ?• corr~pondiente a un recién nacido, no es
aconsejable hacer inlerenc1as de t1po cultural, hasta tanto la informa.
cíón factual no desarrolle la base necesaria para este tipo de análisis

Uso de piedras en las sepulturas


Otro de los aspectos relacionados con las prácticas mortuorias de los
aborígenes se refiere al uso de piedras como component.cs de los en.
tierros y cementerios. La utilización de este recurso para el acomodo
de los cadáveres dentro de las tu mbas y para la protección de los
restos, ha sido reportado en diferentes ocasiones; pero hemos encon.
trado ejemplos que parecen no responder a estos dos principios enume.
rados.
Algunos autores han logrado, en sentido general, advertir que el uso
de este recurso no tiene sentido estrictamente práctico y que el mismo
pudiera tener cierto sentido ritual. En República Dominicana, se ha
reportado el uso de piedras junto a las ofrendas en cementerios de
grupos agroal!areros (Veloz Maggiolo et al., 1973); mientras que en
Cuba, también en referencia con grupos agroal{areros se le ha conside·
rado parte del ritual (Rivera de la Calle el al., 1972:69). Pero lo cierto
es que en este particular cada autor ha informado lo que ha visto,
aunque la cuestión no se ha discutido en todas sus implicaciones.
El uso de piedras como recurso para el acomodo y protección de los
cadáveres ha sido reportado en todos los continentes desde tiempos
muy remotos, por lo que no resulta cuestionable que tal costumbre se
Teconozca en Cuba en los grupos preagroal fareros, como en el caso
de Cueva del Perico 1 (Milton, 1981 ). Este aspecto tuvimos oportuni·
dad de comprobarlo in filu en el cementerio aborigen de Cueva Calero
en el año de 1989.
En Marién 2 la presencia de piedras e.n las sepulturas posibilitó com·
probar algunas variantes. La primera de ellas y de la cual no conocemos
reporte anterior en Cuba, se refiere al uso de piedras para separar el
área de los entierros secundarios de los entierros primarios (Fig. 4).
Posiblemente asociado al mismo principio protector y delimitador se
encuentra el uso de piedras que rodean algunos de los restos, como los
entierros nos. 10 y 11 (Fig. 5). .
Dentro de esta categoría, se podrían situar también los entierros
nos. 4, 5, 6, 7, 14 y 15, los cuales se encontraron protegidos por la¡as
de piedras que en el nível 0,15 al 0,25 m cubrían las sepulturas. Todo~
e¡tos entierros eraJ:l primarios y se encontraban por debajo de 1':'".0,3
6 0,40 m de profundidad. La figura no. 10 registra tas poiiCIOne5
de las piedras en relación con los entierros, haciéndose abstracción
de la capa de tierra que separa a ambos elementos.
Pero, al parecer, en Malién 2 no Jiempre la presencia <le piedras
estuvo reladonada con la protección o delimitación de los restos
humanos, por lo menos esto puede someterse a discusión a partir
de los entierros nos. 14 y 22 (Fig. 7 y 8), ya que las piedras parecían
querer mantener la posición forzada de los restos humanos. Sin em.
bargo, este uso particular de las piedras no se discute y ha sido obser.
vada en la mayoría de los cementerios a los que se ha hecho referencia.
De lo que se trata es que, a juicio de los autores del presente trabajo,
esta variante no forma parte de la categoría de protección y delimita.
cjón de las sepulturas anteriormente analizadas, síno que la misma
debe estar muy relacionada con concepciones animistas y prácticas
funerarias de estos grupos que en algunos casos, al parecer, insistían
en mantener el carácter forzado del entierro. Una explicación convin-
cente de las causas de estas creencias y prácticas funerarias, escapa
por el momento a los objetivos del trabajo.
En este mismo sentido se encuentra otra variante observada en Ma.
rién 2, en cuanto al uso de las piedras en las sepulturas. Se trata de la
colocación de piedras directamente sobre alguna de las partes del
cuerpo del difunto. Esta forma particular de asociación de piedras
con restos humanos ha sido reportada en cementerios aborígenes agroaJ.
fareros de República Domínicana (Veloz Maggiolo el al., 1973:31)
y en Cuba, en cementerios preagroalfareros como en Cueva del Perico l
(Pino y Alonso, 1970:18).
En Marién 2, este tipo especial de uso de piedíras se pudo observar
en los entierros nos. 5 y 15. Al primero de estos se le había colocado
directamente sobre las piernas un conjunto de piedras, las que en forma
de gran bloque habían producido la fractura de amros extremidades
inferiores a la altura intermedia de la tibia y el peroné (Fig. 11).
Por su parte, el entierro no. 15 resultó particularmente interesante
sobre este particular, ya que se trataba de un niño de un año de edad,
sobre cuyo cráneo descansaba una piedra ligeramente más grande que el
propio cráneo, el cual había tomado la forma de la superficie ínferior
de la roca. El proceso de exhumación de este entíe.r ro se efectuó con
mucho cuidado, con el objetivo de comprobar si la piedra descansaba
.
directamente sobre el cráneo lo que resultó afirmativo (Fig. 12).
'
A todas luces, la colocación de piedras que aplastan el crane? o las
piernas de un cadáver no tiene funciones de ~rotección p~ el dif~nto,
más bien parece guardar relación con prácticas y creencJaS mediante
las cuales se pretendía evitar que el difunto buscata nuevamente morada
entre Jos hombres, aapecto que se reconoce en fases muy tempranas
de las comunidades gentilicias (Fariñas, 1993).

19
IIJ.r ,.

~~ .!
"'..Jo ..••
~

o
~
""1>•
-"' [Q]"'
::;:
~

..é :•...

-"
~. - .. .;
~~

...ll'"t
..
•~ •
.·<e
~~
·~
•• ~

..; •~
011~
o •
:P
E o
"'-4 -•::s
. ..
-.
..•
! 3

~

X~

.! •
; ~
S "' d
- ......
••
......
"';
.¡._
-.
:¡.¡:
..
3i3
•ii:
~(9
.._
..:1

.,. ~:itA

E.
... :5
z(B <u m "' .!~•
w .!:

.¡¡
o
••il
+ e
~
1
...•
,q
...
g E
•C ..!!

;J;
.;
~

~d
...• ~••
~ e
•3
1 • ~

••
• 'C
.; ~
H
• l ..
....
.
e
't: o
E

....
t: •~
.....
:5 =-
...
.. . ... . -
-1- -.
-.
.,. ......
.,;[

-.... ..J
.. ... . ~-s·=·-=-·:::::; . -. . -.

..., .,.
~-
,
••
"'~"·/

.._, .... ....:,.... ·.


~·~
•¡;...
,.~
••.

.

-.~,-

..-


••
' .... -- . -.... "' ...
N

@
ESCALA

o 25 crn

•·al- 12. 1-:ntlc:rro primario~ un niño dt 1 año dt f'dild. ~on una pl~dr.a ~ob"' r:l crin"'

31
Pero realmente result.a aventurado conjeturur hip6tesi8 con tan pobre
base informativa, por lo que el uso de las piedras en las sepulturas abo.
rígenes reclama un mayor cuidado y precisión en las excavaciones at·
queológlcas futuras.

Presencia de ofrendas
Pasaremos ahora al análisis y discusión de uno de los aspectos más con.
trovertidos y sobre el cual no se encuentra unidad de criterios dentro
de los especialistas, nos referimos al aspecto de las ofrendas que acom.
pañan los entierros aborígenes.
La presencia de ofrendas en las tumbes de grupos de economía pro-
ductiva, conocidos en general como agroalfareros, no es objeto de duda
alguna, pues a esta costumbre sepulcral neolítica se le reconoce carácter
universal y además existen suficientes pruebas que la respaldan (Tabio
y Rey, 1966:188; Rivero de la Calle el al., 1972:49; Pino, 1989 y
Guarch, 1984 y 1988). El tipo de ofrendas que se reportan pueden
est.ar constituidas por vasijas, adornos corporales, herramientas, objetos
de carácter superestructura) y restos de alimentos, entre algunos otros.
Tampoco, en el caso de Cuba, se pone en dudas la presencia de ofren.
d~ en el grupo denominado Ciboney Cayo Redondo, pero siempre
que se trate de artefactos no relacionados directamente con la obten.
ción de alimentos como, por ejemplo, las dagas y esferas líticas, las
que por el material en que están confeccionadas y no mostrar huellas
de uso, se les ha atribuido car.lcter superestructura!.
El hallazgo de estos dos tipos de artefactos en numerosos entierros
aborígenes ha hecho indiscutible su presencia en dichos lugares con ca·
rácrer de ofrenda funeraria.
Sin embargo, se han criticado observaciones que refieren la existencia
de herramientas, utensilios y sobre todo restos de alimentos con este
carácter dentro del llamado Ciboney Cayo Redondo, y no se reconoce
presencia alguna de ofrendas en el Ciboney Guayabo lllanco.
Ante es~:<~ cuestión, muchos autores se mostraron naturalmente
mesurados (Royo Guardia, 1943:92), pero otros expusieron los resuJ.
tados de sus trabajos de campo bajo una óptica más comprometida,
como lo fue la interpretación de los restos de alimentos y caracoles
que acompañaban un entierro exhumado por Rivero de la Calle en Ca·
guanes (1960:25). Este entierro fue considerado como correspondiente
al Ciboney Cayo Redondo, ya que junto a los res~os de alimentos,
considerados como ofrendas, se identificaron varias esferas líticas.
Sin embargo, este juicio fue puesto en dudas por otros estudiosos,
quienes al referirse a la cuestión aseguraron: "algunos autores interpre-
tan como ofrendas varios restos, tales como caracoles, conchas, huesos

33
de fauna asociada, resws de artefacws y aun artcfnctos rnl•mos"
(Tnbfo y Rey, 1966:96). En este caso, las evidencias de este lii)O
asociadas a entierros solo podían ser interpretadas como residuos
de habitaciones.
A pesar de esto, algunos arqueólogos que han practicado excavac10•
nes en cementerios aborígenes preagroalfnreros rcportM la posible prc.
sencia de ofrendas consistentes en resl<>s de alimentos (Pino. 1981 ).
mientras algunos otros manifiestan cierta cautela ante la cuestión
al decir: "La ausencia total de los tipos de ofrendas conocidas para esto;
grupos culturales de Cuba podría estar justificada por la posible existen.
cia de ot:rendas de especies animales" (Mart.íncz y Rives, 1990:150).
Por esta razón, la comprobación de la posible presencia de ofrendas
de cualquier tipo en los entierros de Marién 2, estuvo entre los objetivos
principales de la excavación. Ahora bien, consideramos o portuno
señalai que para los auwres del presente c.rabajo resulta necesario esta.
blecer cierta distinción dentro del concepto ofrenda, ya que no es lo
mismo un objew, harramienta o alimenw que se coloca intencional.
mente para que acompañe al difunto en correspondencia con las creen.
cias del grupo, asociadas a la idea d" prolongación de la vida, que un
adorno corporal dal cual era poseedor y portador el fallecido y que
pudo tener el carácter de ente protector (M. D. Fariñas, comunicación
personal, 1993), aunque por haber sido respetado por los que inhu.
maron el cadáver adquiera igual condición. Este aspecto debidamente
contro)ado en las excavaciones contribuirá sin duda alguna a la profun.
dización de las discusiones.
Sobre estas bases el trabajo de excavación arqueológica desarrollado
en Marién 2, prestó especial interés a la localización y descripción
de I.Odas aquellas evidencias materiales que acompañaban los entierros,
no solo mediante las anotaciones en el diario del trabajo da campo,
sino también mediante el dibujo y la fotografía. De manera muy espe.
cia.l se atendió la posible difuenciación de las ofrendas de los resws
alimenticios que podían estar asociados a los entierros como consecuen.
cía de una deposición acciden t.aL
Así, el control estratigráfico de las excavaciones permitió identificar
solo dos niveles diferentes dentro de los cuales se encontraron restos
de habitación aborigen, tales como fogones, herramientas y resws
de alimentos; pero rúnguno de los entierros estaba asociado directa.
mente a estas evidencias en su deposición natural. En cambio, algunos
de esws desperdicios aparecían mezclados con lO$ resws óseos posibl&·
ment.e como rcoultado dé las <>nnstant.es inhumaciones practicadas
en el lugar.
Por este motivo se prestó atención al carácter repetitivo de algunas
evidencias específicas y a sus asociaciones espaciaies con los restos
humanos. Sobre esta (U tima cuestión, exiswn criterios de algunos espe·

34
cialistas que aseguran que las ofrendas pueden encontrarse sobre loa
cráneos, sobre el peche>, a la altura de .la cintura, debajo del cadáver,
así como a ambos lados -del entieuo (Motbán Laucer, 1 979:90).
Pero, con un carácter indiscu tible de ofrenda, Jo primero que llamó.
la atención durante J·as excavaciones en Marién 2, fue la presencia de
gnlesas capas de brillantes valvas de Jsognomus ala tus, las que a manera
de man:ta~ cubrían Jos entierros nos. 4, 5, 6, 7, 10, ll, 14. 15 y ·21,
o sea, la mayoría de !.os entierros primarios presentaron este trata-
miento. En el caso de algunos de Jos entierros secundarios como Jos
nos .. 2, 3 y 8, Jos "paquetes" óseos estaban acompañados de abundantes
restos de conchas de este tipo, lo que hace :suponer para estos un trata.
miento inicialmente similar.
E~te tipo de ofrenda .no se da a conocer aquí por primera vez en ce-
men.te.rios aborígenes de Cuba. Hace ya casi 20 años, el colega JM. Pino
repe>rtó que algunos de .los entierros exhumados en la Cueva del Perico 1
descansaban sobre capas de éonchas del mismo tipo (1981}. De igua.l
forma, durante la exhumación de los restos de una aborigen de grupos
agroalfareros en la Sol.a:pa de los Indios en la costa sur de Cienfuegos,
se comprobó que estaban cubiertos por un.a capa de va.lvas de lsogno-
mus alatus (A. Rankin, comunicación persona.l, 1989).
Pero además de esta forma particular de ofrenda presente en :mucbas
de las tumbas de Marién 2, fue posible comprobar la asociación de gran.
des ejemplares de sigua (Cittarium pica) con a.lgunos de los cráneos,
como, por ejemplo, en tos entierros nos. 10, 11, 21 y 22, todos niños
de corta edad. Los caracoles habían sido colocados a la a.Jtura de los
cráneos y separados de -estos por w1a distancia nunca mayor de 5 cm.
P:u:a los grupos preagroalfareros de Cuba n o conocemos not.icia parti-
cular de este tipo de o!'renda, aunque sí para grupos preagroaUareros
en República Dominieana. Veloz Maggiolo afirma que en el cementerio
La Unión el 901; de los entierros contaba!!\ con este tipo de ofrenda
(1973:31).
Pero los ejemplos más significativos y posiblemente discutibles de pre.
senda de ofrendas, se presentaron en los entierros nos. 11 y 22. En el
primero de los casos, los huesos diminutos de la mano izqu.ierda de un
niño de apenas 6 meses descansaban sobre una. va.lva de Jsognomus
alatu:s. Debido a que este entierro se había destapado cuando aún no se
habia detectado el no. 22, el cua.J serviría de reafinnación aJ asunto
y además estuvo cubierto por una capa de va.lvas del mismo tipo, solo
se tornó nota del asunto, pero no se aventuró conjetura alguna, ya
que po<.l ía tratarse de una deposición accidental.
Sin embargo, este elemento se repitió en el entierro no. 22, corres-
pondiente a un niño de apenas 9-.rr¡eses de nacido. el cual ten ía tres
valvas de ostiones (Cr<l$sos/rea rhizophorae) debajo de Jos huesos

3S
de :unba$ manos, lns que se unían a la altura de las rodillas ligcrament.c
flexionadas.
La presencia de ofrendas similares en las manos de restos humanos
de comunidades desaparecidas se ha reportado desde el Paleolítico
superior europeo (Augusl4 Y Burian, 1966), por lo que no resulta
descabellado encontrar costumbres parecidas en comunidnd~s que
habían rebasado ese estadio his\.6rico, pero que se encontraban aún
dentro de In comunidad primitiva.
Sin embargo, dos cuestiones obligan a ser mesurados en las conclu.
siones de este asunto : se trata de solo dos ejemplos procedentes de un
cementerio del que hasta el momento se han extraído 50 individuos,
además, son niños de muy corta edad, los que como se sabe d opendían
de la lactancia materna.
Sin embargo, el acompañamiento de ofrendas de este tipo abre una
nueva interrogante, que solo se podrá rcsponuer con los resultados
de futuras excavaciones.
Abundantes restos de alimentos de otras variedades de concha como
caracoles (Strombus pugilis ). ostiones (Crasos treo rilizophorae), así
como fragmentos de Strombus giBas, huesos de aves, peces y jutías
( Capromys sp), no fueron tornados como ofrendas, toda vez que no
se pudo comprobar asociaciones espaciales reiteradas con los entierros.
Por igual razón, tampoco !14! consideraron los abundantes picos de mano
elaborados en Strom bus gigas. así como algunas puntas y c ucharas
de gran tamaño elaboradas en el mismo material.
Por todas las razones apuntadas hasta aquí, consideramos que existen
nuevos a¡ogumentos que permiten variar el juicio inicial referente a que
en la cueva funeraria objeto de estudio no aparecía ofrenda funeraria
alguna (Tab(o y Rey, 1966:22).
Resultados relativamente recientes de investigaciones en el plano
de la hist<>ria universal permiten afirmar que las ofrendas funerarias
aparecen en los entierros mucho antes del flomo sapiens sapiens.
categor(a dentro de la cual entran los aborígenes de Cuba; estas apare.
cen desde sus antecesores, el Horno sapiens neondertha/ensis, los cuaJes.
como se- ha comprobado de forma reiterada, enterraban a sus muertos
y Jos acompañaban con armas, herramientas, adornos y alimentos. F.:n
Le Moustíer, Francia, por ejemplo, fueron exhumados los restos de un
joven neanderthalense con ofrendas consistentes en herramientas líticas
y huesos de reses salvajes (Leakey, 1982).
Es más, en Shanidor, lrak, Wl neanderthalense sepultado bace 60 000
años fue acompañado de ofrendas consistentes en abundantes flores,
según las investigaciones del polen fósil que acomp·a ñaba el entierro
(Leakey, 1982:57).
Laa reiteradas observaciones de numerosos arqueólogos cubanos
acerca de a!'l.efactos y restos alimenticios que acompañan a muchos en.
uerros, tanto de grupos agroalfareros como de grupos preagroalfarerot
enriquecen los juicios que acerca de esta cuestión se habían generali-
zado en décadas anteriores.
Los argumentos ofrecidos, en particular acerca del cementerio abori-
gen Marién 2, los consideramos suficientemente respaldados como
para sustentar q ue los aborfgenes que poblaron el territorio de Marién
acostumbraban a acompañar los entierros de sus diluntos con variad~
ofrendas, en lo fundamental alimentos de origen marino, los que cons-
tituían la fuente fundamental de alimentos de estos grupos que se asen-
taron en las suaves colinas del 111 de la bahía.
Por último, y en renglón aparte, consideramos necesario señalar
que solo en el e ntierro no. 7 conespondiente a una mujer de 35 a 39
años. se encontró la presencia de un adorno corporal, consistente
en una fina cuenta elaborada en concha.

Relación niño.aduJto en las sepulturas


Las investigaciones llevadas a cabo en grandes cementerios aborfgenes
en el territorio de Cuba han venido apuntando la existencia reiterada
de entierros simultáneos de niños con adultos, por lo que en los últimos
años se le ha prestado atención a esta peculiar forma de inhumación,
la que por otro lado parece frecuente en grupos de economía de apro-
piación.
A su vez, y como consecuencia del desarrollo alcanzado en estos
estudios . ha cobrado forma la categoría relación niño-adulto en los más
recientes es~udios que al respecto se han divulgado (Martínez y ltives,
1990).
Sin embargo, aunque esta categoría fue objeto de atención en Ma-
rién 2 debido a que la misma resulta importante para la definición
de las costumbres funerarias de las comunidades aborígenes, no será
analizada e n el presente acápite como correspondería dentro del sistema
de conceptos que sirven de marco teórico pura la discusión.
En este caso, hemos preferido abordar las consideraciones relativas
a la reloción niñoo(ldulto dentro del acápite correspondiente a las
posibles prácticas de infanticidio , ya que somos del criterio de que
dicha categoría puede resultar la clave para la explicación, mediante
procedimientos arqueológicos, de la presencia de estas prácticas en las
comunidad es aborígenes en Cuba.

Mortaliuad infantil

Dentro de lO$ aspectos más significativos q ue como conclusión del es-


tudio antropo lógico de los restos humanos de Marién 2 se pueden npun-

37
tac, se tiene el referente a la alta mortalldad infantil d.el grupo humano.
Desde los primeros momentos de la excavación resaltó a simple viata
el hecho de que el número de restos de infantes ocupaba dentro del
cementerio un lugar destacado; sin embargo, debido a la presencia
de aislados restos óseos de individuos de diferentes edades dentro
de las mísmas sepulturns, fue necesario esperar las conclusiones del es.
tudio antropológico para comparar las cüras de individuos por edades.
Del total de 50 individuos exhumados durante la jamada de trabajo
de julio de 1992, 11 correspondieron a adultos, 37 a niños y 2 a sub.
adultos.
La clasificación de los individuos por grupos etáreos de cinco anos
fue brindada por Rivero de la Calle ( 1993). Este aspecto se sintetiza
en la tabla l.

T J\ ULA l. lndíviduos por grupos etlireoa dé 5 ail01. Cu eva


funtraria Marién 2.
---------- ---------------- -- Número de
!idod Cotegodo individuo•
-----------------------
o- 4 niño 29
5- 9 niño 7
10- 14 niño l
15- 19 aubadulto 2
20 - 24 adu Lto S
25 - 29 adulto 3
30-34 adv lto 4
35 - 39 adu lto 1
-----------------------------------
To1al 50
-------- ----------- ------·---

En sentido general puede decirse que en las_comunidades gen_tili7ias


de estos estadios hístóricos se reconoce la exiStencia de altos 1nd1ces
de mortalidad infantil. Estudiosos de esta problemática han subrayado
el papel que en ello desempeñan fac~res tales ~omo enfe~edades,
falta de higi<>ne, desequilibrio alimental'lo, parasitiSmo Y muchas otras
causas (lllorbán Laucer. 1979:69).
39
En Cuba eat.c' aspecto llamó la atención de forma particular a pnntr
de las excnvucíoncs dirigidas por llerrero f'rítot en 1~ Cueva runernría
de los Nio1os en Cayo Sa linas, en el oño de 19~1. lSín embargo, el mismo
cobró su verdntlcrn dimensió n u pnrtir de Jos halluzl(os en la Cucvu de lt\
Santa en Dacuranuo, Ciudad do l.n llalJann, lugur d~l t¡ur· se rxtrujo en
1965 un total dn 36 entienos, de los cuult>s 28 correspondían 1, llli\os
de muy corta ndad (Torres y Rlvero de la Calle. 1970).
Los sucesivos trabajos arqueológicos que en cement.A::rio• d!• uhorf~C·
nes preagroalfareros se han desarrollado. han contpletado la v•~•ón
acerca del asunto. Entre eUos se punden destacar los resultados de la
Cueva del Perico 1, con 51 entierros, 33 de los cuales eran niños.
y Cueva Calero con 66 individuos de los cuolcs 29 eran infantes (Pino,
1981 y Mart(nez y Rodrfguez, 1989).
En el caso do Murién 2, del total de 50 individuos exhumados h~sta
el presente, 37 concspond(an a niños mcnon>s de 14 a1ios y dc11tro
de esta categoría de niños, el 58 % estaba constituido por menores
de 4 años.
Por último, dentro de este acápit.e consideramos oportuno dar
a conocer lo siguiente.
El entierro no. 14 correspondiente a un mi1o de cona edad presentó
a simple vista uno destacad2. desproporción entre el tamaño del cráneo
y el resto de los huesos del cuerpo. A estA:: esqueleto se le estimó uno
edad entre los dos y medio a los tres y medio años por parte del ancro·
pólogo L. Toribio Suárez en base a la dentición. A su vez. el estudio
comparado que realizura R1vcro de lu Callo de estos restos con otros
de simllar edad, permitió comprobar que se trataba de Utl caso de ma-
crocefalia infantil, el primero que se reporta para las poblaciones abo.
rfgenes de Cuba.

Posibles prdctícos d~ infanticidio

En el presente acáplte apuntaremos algunM consideraciones arqueo.


lógicas de tipo histórico, mediante las culllcs so propicie la discusión
de un problema alrededor del cual las opiniones resu ltan siempre dis·
cordantes.
Existe suficient.A:: información histórica acerca de la exisi.A:!ncia de
prácticas de infanticidio en socindades ya desaparecidas, as( como
también ~abre comunidades que viven hoy día en condiciones simila-
res a las del hombre primiti\·o.
Por los relatos de los conquistadores y colonizadores se conoce
de la presencia de estas costumbres en casi todas las antiguas culturas.

, En el Nfger, por ejemplo, c•Jando nadan gemelos, uno de ellos o ombo5


eran enterrados vivos o abandonados. La costumbre de dar mu~rte
11 recién nacidos o niños de muy corta edad, se reconoció enLrc varia~
culturas del norte, centro Y su1· América. También entre los esquimales
de Alaska, en la India y China antiguas y en Australia.
A este tipo de prácticas se les atribuyen como causas principales
IM económicas, dado el bajo nivel de desarrollo de estas comunidades
así como a la presencia de creenc ias y tabúes. Según las opiniones m~
generalizadas, este recurso se justificaba en casos de hijos bastardos,
muerte de la madre, nacimiento de deformes, enfermos o de gemelos
e, incluso, si el nacimiento era considerado de mal aub'Urio.
Visto a<i. el infanticidio por miseria que caracteriza a muchas ~O·
munidades en sus primeros estadios históricos no era más que parte
de los mecanismos sociales que se ejercían para el control de la natali.
dad y la garantía de la supervivencia del grupo humano.
Un ejemplo muy ilustrativo acerca de las verdaderas causas dol in.
fanticidio, se tiene en el caso de los aborigenes de las Islas Canarias,
pertenecientes a España. EstudiO$ recientes han demostrado que en La
Palma, cuando la cifra de efectivos humanos que se consideraba podía
soportar la colectividad era sobrepasada. se ponían en función los m~a­
nismos del infanticidio. Igual suerte corría cualquiera que arribara a la
isla en esos momentos (Arco y Navarro, 1988:109).
Muy relacionadas con este aspecto se tienen otras prácticas de con-
troles prenatales, tales como el uso de recursos anticonceptivos y abor·
tivos, los cuales fueron también remedios en ma.nos de los primitivos
habitantes en los diferentes continentes.
En el caso de las Antillas, son conocidas también las referencias
de Oviedo y Las Casas a estas prácticas, cuestión que parece corrobo·
rarse con los resultados de excavaciones arqueológicas en cementerios
aborígenes, ya Que. por ejemplo, solamente en el C·ementerio de La Ca-
leta en República Dominicana, de 372 individuos exhumados, b'l co-
rrespondían a fetos (Morbán Laucer, 1976:163).
El tratamiento de esta problemática en la Arqueología de Cuba ha
seguido los siguientes derroteros.
A partir de las excavaciones practicadas en 1941 por Herrera rritot
y otros en la Cueva funeraria de los Niños, con la exhumación de 13 in·
Cantes, cuyas disposiciones y ofrendas hicieron pensar en la posibil!dad
de un sacrificio múltiple (Herrera Fritot, 1943), en la Arqueolog1a se
habló de sacrificios humanos.
Diez y siete años después, en las excavaciones practicadas por Rivero
de la Calle en Caguanes, Yaguajay, y ante la presencia de restos de va-
rios niños asociados a un adulto, el antropólogo llegó a preguntarse
acerca de si se estaba frente a los resultados de algún Lipo de sacrificio
(Rivero de la Calle, 1960:31). De igual manera, ante la presencia
de restos de niilos asociados a sepulturas de adultos en la Cueva de la

42
&mta excavada en el año de 1965, se Jormuló igual cueetíón (Tonea
y Rivero, 1970:37).
A estas interrogantes respondieron los arqueólogos Tabío y Rey,
quienes señalaron al respecto: "no es probable encontrar evitlenclu
de sacrificios humanos en tumbas de personajes, entre comunicladet
del grado de desarrollo de nuesb'os aborígenes Cayo Redondo" (1966:
95); pero además, se acotaron su ficientes elementos teóricos a la res.
puesta, los que hicieron inaplicable a partir de ese momento el concepto
de sacrificios humanos a las comunidades gentilicias de CUba.
Sin embargo, este certero análisis no contenía en sí toda la verdad
existente acerca de la problemática que se debiltía, ya que se mantenía
en pie los reiterados hallazgos de niños de muy corta edad junto a adul.
tos en los cementerios de aborígenes preagroa!Careros de Cuba.
Diez años más tarde, el arqueólogo A. Rives orientó la discusión
hacia denoterclS más prometedores en un breve pero importante tnbajo
para la arqueología de Cuba. Al respec to el joven arqueólogo señaló:
"A propósito, planteamos una categoría que contempla prácticas cono.
cidas en otros pueblos, como el infanticidio por miseria, la eliminación
de inútiles o e l castigo por b'ansgredir algún tabú; contraponi~ndola
a muertes que implicarían la existencia de una estntüicación social"
( !'Uves, 1976:49).
Sobre la base de este fundamento teórico, el investigador analizó
las posibles rupturas del equilibrio ecológico que se podían producir
como resultado de la acción de los hombres preagroalfareros, debido
a que no se había producido el paso al control de los recursos naturales;
por consecuencia, los períodos de hambruna jwLi!ican en parte In ruto.
mortalidud que se observa en este período histórico, lo que pudo haber
influido "indirectamente (en) la posible muerte de niños, ancianos
e inútiles a manos de sus familiares" (Rives, 1976:54).
Así, al considerarse el infanticidio por miseria como una de las
posibles causas de muerte infantil , los resultados de los hallazgos de la
CUeva de los Niños, Residuario Limonar e.n Caguanes y la CUeva de la
Santa podían tener una explicació n más convincente.
Ahora bien, ante esta problemática , consideramos que existe otra
~atego ría, la cual se ha venido desarrollando casi de forma paralela
a la de infanticidio y sobre la cual se requiere algunas consideraciones.
Se trata de la categoría re/4ción niñ04dulto en los entienos de grupos
preagroalfareros de Cuba.
Consideramos innecesaria la relación de todos los puntos del país,
desde los cuales se ha reportado la existencia de entierros de aborígenes
de este estadio histórico, con la presencia de niños asociados a adultos
en la misma sepultura.
A esta especial asoc iación de entierros se le viene prestando atención
desde el hallazgo del residuario Limonar en caguanes ( Rivero de la
Calle, 1960), las hipótesis dt A. Rives (1976) y los estudios de A. Mar-
tínez y Rives (1990).
Es criterio de los autores del presente trabajo que aunque no deben
descartarse la finalidad protectora o la de reflejo 'de ¡._., estructuras
genlilicias, Ja.o¡ que pueden expresarse mediante este t.ipo especial de aso-
ciación de cadáveres, dentro de la categoría rewción niño~dulto está
la clave para la explicación y comprobación arqueológica de la cau..
goría de infanticidio propuesta por Rives.
En esencia, se trata de que en cualquier cementerio de aborígenes
preagroalfareros la frecuencia de restos de infantes es incuestiona!>Je-
mente respuesta directa al fenómeno general de la alta mortalidad in-
fantil, pero a menos que aparezcan formas violentas de enterramiento,
sería muy difícil probar la categoría 111/anrícidio; sin embargo, sí se le
presta atención a la relación niño-adulto es posible lograr un mayor
grado de certidumbre en la cuestión.
Ahoro bien, para la continuación del análisis resulta necesaria la
siguiente aclaración, La categoría relación niño-adulto no quiere decir
que se trau. de probar que -;odos los niños estén acompañados de adul-
tos, se trata. a la inversa, de registrar cuántos y de qué forma, los adul-
tos están acompañados por niños, sobre todo. de corta edad.
Si se analiza de forma lineal la relación en Marién 2. predominan los
niños sin acompañantes adultos, sin embargo, si se responde a la pre-
gunta formulada, la respuesta es totalmente düerente y la misma
escapa a la explicación de la alta mortalidad infantil, pues no necesa-
riamente siempre que moría un adulto, moría un niño.
Por supuesto que a esta cuestión resulta imprescindible sumarle
o tros aspectos de carácter puramente arqueológico, tales como las
orientaciones, las posiciones, las partes del cuerpo de los adultos a las
que se asocian los infantes, las relaciones espaciales de ambos bpos
de restos, así como otros resultados de los análü;is antropológi::os,
como bien pueden ser el sexo, la edad y a.lgunas patologías.
En especial, la edad de los infantes asociados con adultos posible-
mente tenga mucho que ver como evidencia de posibles práclicas
de infanticidio, ya que como es conocido , en estos comunidades los
infantes son amamantados durante sus primeros anos de vida, por lo
que resulta lógico e.sperar que los entierros asociados q ue tengan este
origen, se conespondan con niños de muy corta edad, ya que eran
los que menos podía valen;e por sí mismos ante las diferentes siluacio-
nes que se han argumentado.
Los trabajos arqueológicos desarrollados en el cementerio abongen
de Marlén 2 permitieron poner al descubierto que todos los entierros
primarios de adultos estaban acompañados por infantes, y dentro
de 1011 "paquetes" óseos de todos los entierros secundarios se encon-
traban rt!fltos de niños de corta edad.
El entierro no. 5 correspondiente a un adulto muculino de entre
30 y 34 años de edad estaba acompañado por los reatoa de dos in·
Cantes, uno de 4 a 6 años y otro menor de año y medio. Ambos ea-
queletos se localizaban entre el codo y las costillas derechas de este
individuo. Por otra parte, los rutos de una mujer de entre 35 y 39
años, los que se identificaron con el no. -¡, estaban acompanados
por un niño de 3 a 4 años. En este segundo ejemplo, la posición de
ambos restos resultó altamente significativa, pues la mujer, que repo.
saba sobre su costado derecho y con las extremidades muy Oexionadu,
tenía pegados a su cara los restos del infante y los protegía en parte
con ambas manos.
Investigaciones desiUTolladas en comunidades del Amazooas (Meggers,
1976) han permitido conocer la existencia de prácticas vinculadas al
control demográfico. Se conocen controles prenatales y posnatales.
Dentro de las medidas prenatales, además del uso de anticonceptiv01
y abortivos naturales, existe la prohibición a las madres de tener reJa.
ciones con sus maridos hasta tanto el niño anterior no deje la lactancia.
Como ejemplos más crudos de controles posnatales, se tiene, entre
otros, el caso de los Omagua y los Camayurá. los que entienan vivos
a los recién nacidos si la madre aún amamanta otro niño. También se
practica la eliminación de uno de los dos gemelos que nacen.
Bajo estas condiciones históricas y culturales, resulta muy difícil
que una comuna soporte la carga, por ejemplo, de niños que han
perdido a sus padres.
Por todas estas razones, la respuesta a la presencia de entierros de
niños de corta edad asociados con adultos, hay que buscarla en este
tipo de prácticas, las que bien pudieron tener carácter ocasional, pero
por estar determinadas por la ley de la supervivencia en comunidades
que aún dependían de los ciclos estacionales y ecológicos, deben dejar
como resultado evidencias comunes en los cementerios preagroalfareros.
¿Acaso no son reiterados testimonios de esto los num~rvsos hallazgoo
producidos en cementerios aborígenes de Cuba?

45
CONCLUSIONES

Los aborígenes que poblaron el leuitorio de Mari<!n. hoy ~•anel, al \\'


de La Habana, se encontroban en una etapa del desarrollo histórico
correspondiente al Mesolítico medio, lo que convencionalmente se
identifica en arqueología como Ciboney Cayo Redondo o en tkrmi-
nos más generales preagroalfareros.
Eran fundament.nlmente pescadores, terreno en el cual habían
alcanzado cierto grado de desarroUo, al juzgar por las cvldcnclas mate-
riales de las artes de pesca. pero también desarrollaron actividades
cíclicas de recolección, captura y caza. Poseían cierto dommio en la
elaboración de herramientas líticas y sus técnicas de fabricación en este
terreno se corresponden con las del Mesolítico medio.
Desde el punto de vista arqueológico quedó comprobada una ocupa-
ción que se extiende desde el 70 a.n.e. al 1 170 n.e., pero inferencias
hechas sobre la base de las excavaciones practicadas permiten estimar
la posible ocupación del territorio desde el 1 000 a.n.e. hasta la Uegada
de Los europeos.
Desde el punt.o de vista cultural, se encontraban emparentados
con los gn.pos que ocupaban la región aborigen de Guaniguanico,
en la actual provincia de Pinar del Río.
De muchos es conocido que el "cacique" Guaniguanico y sus hom-
bres fueron encomendados por Diego Velázquez a una hacienda que el
conquistador fundó hacia La parte más occident.nl de la Isla, y que en
1526, a la muerte del español, Guaniguanico y La mitad de su grupo
fueron repartidos a otros encomenderos de tn ~!abana (CODO IK,
189l ,Til;lll ), Es muy probable que los aborígenes de Marién corrie-
ran similar suerte.
Los estudios desarroUados en la zona permitieron comprobar la
exístencia de un sistema de asentamiento que demostró el dominio
que tuvieron aqueUos primitivos habitantes del habitaL de la bahía,
la cual devino factor geogr-.l.fíco dominante en su economía y debió re-
gular gran parte de sus actividades.
Esta cuestión determinó a su vez factores favorables al desarrollo
y relativa estabilída-:1 de la com~m_a, ~omo, por ejemplo, la abund~cia
estacional de recursos proteínicos; cuestión que parece haber temdo
su reOejo e n la constitución flsica del grupo, ya que en correspondencia
con los resultados de los estudios antropológicos de los entierros
de Marién 2, esta población ¡;o1:6 en lM:nLidu ¡:eneral de buena aalud
y no se detectaron casos de traumas, que resultan muy comunes a grupos
de este estadio histórico (Rivera de la Cnlle, 1 993).
Los restos humanos e.x.humados en Marién 2 permitieron identificar
un total de 50 individuos, de los cuales 37 eran niños, y de estos, el
5811 estaba constituido por menores de 4 años.
De manera especial, los estudios desarrollados por Rivera de la Calle
(1993) perm itieron identificar un caso de macrocefalia infantil, el
primero que se reporta en las poblaciones aborígenes de Cuba.
El estudio arqu eológico de las costumbres funerarias de los aborí.
genes que utilizaron la cueva de Marién 2 como cementerio durante
vnrios siglos, permitió conocer la existencia de un área del sitio, la
cual era destinada de forma particular para la colocación de entierros
secundarios. Dentro de esta categoría, se evaluó el papel que pudo
desempeñar en tal costumbre la necesidad de reutilización del espacio
disponible.
En cuan Lo a las orientaciones y posiciones de los entierros, el trabajo
dcoplcll"do posibiJjlÓ la crílir.a de algunas ¡¡eneralizaciones poco feUce,s
que se han hecho al respecto. También, en cuanto al uso de piedras
en las sepulturas y la presencia de ofrendas, la investigación desarro-
llada facilitó la discusión científica medjante la cual se proponen
enfoques y soluciones.
Por último, en cuanto al tratamiento de las costumbres funerarias
de estos grupos, se prestó especial atención a la categoría relo:ción
nitio~dulto y a la categoría infanticidio, ya que ambas se complemen-
tan y constituyen, a juicio de los autores, la vfa para la solución de
muchas de las interro¡pntes quo aún existen en este terreno de las in-
vestigaciones arqueológicas.

47
REFERENCIA.<;

Arro. M. del y J . tt. Na..-am>(1988) . l..o& •bc.n·f.t~nf'S. La RthhOtcn C. nana. Cc ntrodc.Cultur.~~ Poputn
Canaria. SaniJ C Nt. de 'l'enenrc. 130 pp.
Augusta.. J~ y "L Huriin (1966) : ~ hamhr~ pr~hl..tórk~ Ouc ron,é n PAno ru, S.A•• M é~lro, l) F.,
S6pp.
Cok«:l6n 6t do<-umc nlM tnldh010 rvlal)"'()!; •1 d~uhrlmle nl o, ('Onquts._ '¡ orpni1.M~rl6n ~ 1-.
a.nl.la,UM r~hiMto nlp• ñol.._~ eH: ullr•m•r CODOIN ( 1891 ) . l;stablcdmiento hpogr'fí<'()
sutesores de Rivadcneirt, MadnCI. 1.1, 477 pp
Q)«ullucla, J. ( 19St). "'C~o~-auo • ttoi e-n la d inap de Í'JI~t a'", lhY'l" la 4<- Al'queoktogi• y Etnul(lotia..
La 1-l•bana, épOCa IL ae\0 VI. no. 12.328 pp.
Dxal. R. y M. ~-ero ck la Calk ( 1986): ATqueoJotí• abofil:tn ck Cub• . r~ 1t onal Gc:nlc N~. 1.a
H:aba na.. 174 PP.
&uada. A. ( 19TJ): '"ConecptOl del puc.blo ta•oo sobK la nh<J;a... 8oktin dod M...vo ckl ttombn
DomJ.nkano, Rep¡jblla DominKana.. no. 3. PP• 73-80,
FariAa.s. O . (199S): Rc:Uai6n •n ..... AniJII.•·~. Panklkm6 y lr•t11<ulturadc'in Editonal Acadetrua, l.a
4

U ab.1na, 112 pp.


Febles. J. (1988) : ~hnu•l p•r• rl '-'ludio d~ la plt<lra lílllada d~ lo" •borf~r:wcs d~ C ub•. r:dtto n al
Academia, L.a llabana. 120 pp.
fcb le.5, J .. L Oominguu y A . Rivcs (1991 ); f:'4tucoma h'-oOI( o de n-4Ad~ h l..t.4ricoti dt- 1~~.... t"41munld11·
6ES abo~nt:!i de C ub• . r;.diu:uial Academia, l .a H~tbana .
Gulr(b.J.M. {1978) : f.) a.lno ckCuba . Dtrc~ción de P·ub1icaclon c.t~ dc.llnsht\lto de Cicnna.s Soctalct,
L> Habano, 263 pp.
- - - - - - ( 1984)· Carta lnronn.~~llved.tllX.pariJtrrknlock A.rqUt'Okta,ía. Cen1rodc: Atttm pofop '¡.
Academia de: Ctei\C'ti S de Cuba. no. Sl (2da. ipor~).
- - - - - - ( 1988)c •S.ho arquc:Oióp<oElChorrodc Mat'ta... litc<w"b.U c... b•n.k CiorndtiSo<L.ln,
AC'1.dcmia de Ci(ncta.J de Cuba. La Habana. no l7. pp 162-183..
G~re:h. J ...'4 .. C. Rodn"¡uu y R. Peeln:.;o (1981): lnVUIIgaeioncs prehmmarcs en el Sitio '"'El Chorro
d:c Maítl .., R~vb... de Ubloria. Sc.cci6n de mvesC1&:f1Cl GnCS tltstóncas del C.omtté Pnwincial de l
Pan ido de H ol¡u(n, Hot¡\lin. ~u\o 11. no. 3. pp. l.S-40.
Herrera Fritot, R. ( 1943): " l..as bolas y la$ daga,\ lt'ticas.., en Ac LIL" '1 doi>tunteoto!\: cid 1u . Co n,rt~ dt
Fll'i>toria Munlc lp•llntcramcrl(• n.a.. La 1l a.bana, lOO pp.
Instituto de G-eología y P•lcontologfa, ICP (19&S): Co nCrth~ttc~ n • la C t-ololí• lk t . pronvk·l..,; df"
La Habana y Ciudad dt l.a U abana. Editonal C•cncifi(lo."('trni(a., LA Habana, ISS pp.
Kabo. V. (1983): "'l...a naturalcu. y la $0C'1c.dad primitiva"', ProblcmM MI ~h•ndo Conkmporirw-o. La
proltttión *' mtdlo ambknk y la sodc-dad., Atadem11 dt Q cnoa de la U RSS. Mo.;cü, no
1>4. pp. 2()9.2lJ.
Uls Casas.. !l. ( 19SI): lll<toria d< 1M India... t. ) , llduo tul Fondo de Cultura G:on6m;n. MC.o<o. O 1',
606 pp.
La Rosa. G. (1991): '"'Ptc.ccnso •rquc.otógJco de: la ptcMRCUI U lfaban1" (midito]. Departamento lk
Arqueoloda. Ccn1ro de Antropología.
Wkcy. R. (1982): Or(acn.tti ckl hombre, Consejo Nattonal de C•(nc•a y Tocnologia, M~xíco, 88 pp.
Martinc'l., A. y R.. Rodn'¡ucz (1989): Mil&ü~dad dc:l h••rnb" ~n r.hu.nLU sea-ú.n tu m.ú rt'df'nlh
lnventc•donon an¡u~Mcku. f:.dicori01l A cadc:mla,l,.a 1liba na. 8 pp.
Maninu. A. y A . Rívcc (1990): ..C ucVI Qalcro: n:einto (uncnario abon~tcn de C uba", Rub;ta C uban•
6t C kndM Soda&ó, &litorial A<ldcrnia, La Habana, al\o 7, no. 24, pp. 142.-J.57.
Megen., B. ( 1976): Ama zon la. llombrr 1 cuUu,. *'" un pa ,.....II"-"'rW, EdhoñaJ Si&1o XXI, M 6-Jt0,
249 pp.
Mont.a.X, L. (19M): L'Uoml'ftiC' ._ S.nctl SpirUKS (lk ck Cuba), ltnprimt.M- de M6Mco. MónKO.
~pp. •
MonJe&: htillo, O . ( 19Sl)t "'Rcl«ión ck .aM<S.ades duran ce el a &o 19S1. Exp&o~ en l;a n.4•
oc:a:lc de Maric:l"", ttc•• ... dr f'"'-nolot;la y A.rqu.eolocl' la t tabana, •tto VIl, no. lS· I6. pp 1·1

411
M uft\án La!X't:r, F. (1919): RH• rw,nt,.,....,_ M.d6a dd r•t-tO '1 mc4lo ..,...Mnc.t t.a 1M oamt.at.M
prTC'alombJnM. Ed•IOtl Taller, Aeact:mi~ de Cie:nclas de la Rcpúbltc. Dominitlnll. S..nto
Domingo. l.S7 pp.
Motb~n tau«r. P,, R.. ~<.use y E. ~ ( 197~): "EnrermedaelCAi e n loe ni~OIIbori',cncs. de-la Í$1~ de
San1o Domingo", &kHn del M\loSoto •tllombre Domlnlu_no, Sínto Oomln¡o, 11\0 •. no. &,
pp. 163-168.
Plchardo, 1-1. ( 1965): Do<~o~menl~ p•rala lllJt.arla dt Cuba , Editor11 Uni~rsitaria, La Habana.
P•chardo Moya. f. (1944): ''Loe cane~s del IJ.r de. Camagúey", Rerlli'- • U lfabana, LA Habana,
a~'lo U, no. 18. pp. 523·546,
P11\0,. M (1981). Can. lnronuUva del Ocpat1.a.me.ato de: Alq1NO..... 4od I.Ut.lto • CJt.oc.&.
Socia~ A<adem..a. de: Ctentw de Culta, La Habana, nO. 2:1 (U.. ¿poca).
Pu'tO, M- y E. AloMo (1910). "' (~ en la Q.c,,._ «1 Perico 1", Suil- ~ltoU&' y
CarY~ka. Acl4cm.a ck Qcl'l('t.a¡ de: Cuba. La Halnn~. no. •s. 3l pp.
r"ll\0, M .. N. OltellanC» y ú . tu¡ utc r<10 ( 1...W):t;arta lnrornurth·a 4d Dtpe.r\a~De.at.o • Arq_..~
Centro de Antro~opa , Acatkmia de Ciencias de C1.1ba, l,A l·hbana, no. 111 (2d.a.. ipoea).
R.wuo de la Calle. M. ()960): "'C.panu: nut'"..a:t.ona arqueológict ck Cuba''. UnM:rsidad Ce.nl~l de
l~s Villas.. Santa Cla.ra.
- - - - - - ( J98S): NO<"Iond dr. anatomía hu1n•n• apUcadas • la arq'Noloafa. Editorial Cicnt(..
fico·Téc nica, La Haba ni, 302 pf)o
- - - - - - (1993): '"E$cud!Ointmpol6gicodc los; te$106 humillln05pi'OC'ederncsde la cueva funeraria
Manén 2. 8ahl'a de Maricl, provincia de La Habi.n.a (t'l.mpiftl de 1992)"' lintdicoJ, M\lSCo
Anlmpoló¡jco MQfllaM. La Uabana_
ftl,.·ero de •a Qlk. M.• ;\. Vento y O. Sok.s (1972): "La cueva f~o~nc:nrb: ck t:u CA:tllcli.5, Canímar~
M:ata~U.aS"', lslas. La ll.abaftl, no. 4l, pp. 51-80.
Rl\u. A. (1976): "'&pckoiopl ht.itónn.. 1\~tu ck la d:isc.vhbk c.xas.c.nria ck ~rirtcios h\llft.J.n(lll:
cnuc: los rtt01c:c1orq 11'1dorubana.", Soktio ck U Socl~ Vrnuolaaa M Eipdrolo¡j&.
Vene:tuda.. aAo 1. no. ll, pp•.U..56.
Royo. F. (1940): -Enticrf"'X aboñ¡ cnu .:n C~o~'n", en Memoria~. 6« a. Soded.acl C ubana M Historia
!"lalut'1LI Fdlpe Pa..y, l.a lialban1. vol. N, no. l. pp. 39-43.
Royo. f . ( I<J.O): ··r:xpJoracione¡ a rqueológica$ en J ibacoa, prO-.nnda LIHabana'", en Me.moriu de a.
S<>c-ltd~td C~o~bt~~na ck llb lol"'la N11tural Frll~ Poey, Lallabana, ..-ni. 18, no. 1, pp. 81 · 100.
l'ah(o. l;, (1950): •·Jnro rme ~re: tr:abajO$ realiu d06 e n la (u.(VI de IJ Calla Quemad~" jintdiloJ.
l..kpanamento <fe Arquc()lo¡lii, Centro de A ntropologia, Academia de Ciencíu de Cub:o~.
- - - - - - ( 19SJ): " La r-uhun M Ú pnmu"\<'8 de Cuba", Rewbta de: Atq~o~&fa 1 Etnoi.P.. U
llabaM.a.floVII, no.ll,pp 117·1S1.
·rab.n, l;... y E. Rey( 19l16)- Prehi.W.rt. ck Cub• • .r\Cll<kmla de Ctennu de Cuba. La tbbana. 280 pp.
ronc. J M ck t.a (1&11)• ,\i•pa 41: t. hola &k Cuba y.)lb 1~ clrc.unYH'fAu. La 1-tabthl'.
ronu. P. ) M R.-'<rod< 1> Colk (19'101 · u Coc-"Ock .. Sonii". S.rit f.opcloof6cimyC....f6cka.
N<ldc.rrua de Cacnnn de C ubli, t.a ll atJan-~. no. 13.. 42 pp.
Utkl, R. (1951)' .. &plorat'ionu arqueolc.\c•eaHft la regjón 1ur de Oriente", R~wbta dr Arqucolo¡la
'i 1-)nolo¡tfá. La llaban•.ucvnda ipoc•. año VIl, not>. 13· 14, pp. 99·116.
Vttet., J (1•123): "(Jeog:rtafl'a mC:dtCO• Sln1tana del tC:rmino municip¡&l de Ma ricl"", eft Anak$ • ..
M•d~ml• ck Cl~nd~ Mldka._, f'("lca..... 1 N~ttlur•l«> ck La II.AMna, t. L.X, Imprenta Ptrn
Stcrra 'i Cia., l__.a 1I<JI.'l ana, pp. o&9 ·2.SIJ, • , ,
Vclor Mitgg:u)lo. M.. ll O n e~. R.O RJrnoli y F. Calde.rón ( 1973): "Ef;tudio compatat woy pn:hm,nar
de dusccmcnccn06 nco~lndlc.»• La Cutan'a y l..a Unión, Rcpll~littOominicana", Bokdn ckl
" Mu."t'' d.et tlombr~ l)onllnk• no, Repiblitana Dominicana. JW>, ) , PP. 11..47.
7.,.>""- ,, C1931) l..u:kova rta 1u11111• na.. 1iJK!' M oJ1nt y Cía., l.a 1-lab.ina, 312 PP.

49
PRINCIPALES ARTICULOS V LIIIR()S PUBLICADOS

• El Darwinismo Cll Cllba (Editorial Acadcmi3, 19R:l)


• "Donde los indios animaban las piedras" (Re•·ol11cióll y Cultura, 1983)
• "Félix Tanco en el m• reo de la litcraiUra ant icsclaviMa del siglo XIX" (Re•·ista
de Utut~tura Cubo-.a, 1986}
• "los palenques en Cuba: elementos para la rcconl>lrucción hi.<16rica" (La
escla>itud en Cuba, Editorial Academia, 1986)
• "Cimarrones, rebeldes y apalcncados» (Rt ..isto del Caribe, 1987)
• Los cimarrorr•s de Cubo (Edilorial de Ciencias Sociales, 1988)
• "Apuntes sobre un hospital para cimarro:nc; en la Hábana" (Eswdills de
Historia Social, Madrid, 1988)
• "Sobre marcas de c>elavos" (Bole11í1del Mu.reo del llomllfe Domirricarw, Santo
Domingo, 1988)
• Am1as y t6cticos d cfen.ri•·as de los cimQrro~~es de C11ba (Editorial Academia.
1989)
• "La Cueva de la Cachimba: estudio arqueológico de un refugio de cimarrones"
(Esrudios Arq11eológicos 1990, Editorial Acadcmi•)
• Los palenques dtl Orieme de Cuba: resistencia y acoso (Editorial Academia,
1991. Premio a las Mejores Obras de Ciencia yTécniCJ)
• Arqueolog(a en sitios d~ corttrabondistas (Editorial Academia, 1995)

so

También podría gustarte