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Celia Amoros, Historia de la teoría feminista.

Instituto de investigaciones feministas de la


Universidad Complutense de Madrid y Consejería de Presidencia, Dirección General de la
Mujer, Madrid, 1994.

SUFRAGISMO

ALICIA MIYARES

Parece que cuando se habla de feminismo, cuando se hace la historia del feminismo del siglo XIX y comienzos del XX se
hace necesario el acuerdo, se hace necesario mostrar la unidad de intereses por parte de las mujeres de aquella época. El
derecho al voto se convierte en el hilo conductor que explica por arte "birlibirloque" la cohesión de las mujeres, y
también se convierte en el chivo expiatorio que aclara el posterior hundimiento del feminismo Y sufragismo en el período
de entreguerras. En realidad lo que sucede es que se tiende a contemplar el feminismo sin mediaciones históricas.
El historiador, especialista en el siglo pasado, describe la realidad de los hechos cuando habla de revoluciones sociales
marcadas por ideales contradictorios. Nadie perece poner en cuestión que es difícil el entendimiento entre liberales y
socialistas, pongamos por caso, pese a que el fermento de las revoluciones burguesas aglutinaba a estos dos grupos. El
concepto clase sirve para justificar la disparidad de criterios y tiende siempre a usarse de manera explicativa. Nadie se
desgarra las vestiduras porque el siglo XIX en su análisis muestre la fluctuación social y política a las que las tendencias
políticas y grupos sociales se vieron sometidas.
Pero el análisis se resquebraja, la limpidez de conceptos como "clase", "tendencias políticas", "ideales" parecen no servir
a la conciencia del historiador cuando ha de hablar del feminismo organizado, quizá porque es incapaz de referirse a
grupos sociales y tendencias políticas para lo que, a su entender, se designa como una clase única sin fisuras, la de la
mujer. En ese momento los juicios valorativos sustituyen a los hechos históricos y comienzan a aparecer los tópicos que
calan como si realmente fueran adecuadas interpretaciones históricas.
El primero que debemos tragar es el de que el feminismo era el credo de las mujeres de clase media, sin ninguna relación
o interés por las mujeres de clase trabajadora. Al no hacerse la mediación histórica se da alas a la interpretación elitista
que designa peyorativamente, de manera que el profano de la historia llega a la creencia de que en realidad fue una
revolución minoritaria de un grupo de mujeres en defensa de su status, frente a los hombres y mujeres de clases inferiores.
Se rechaza como explicativo lo que para los varones sí sirve, que fue precisamente la clase media, eso que se llama
burguesía, la que se hizo heredera del principio de ciudadanía, esto es, de la libertad y defensa de la individualidad. Esas
mujeres de clase media, es lo que no se dice, se habían educado en esos principios y fueron ellas y no ángeles etéreos las
que pusieron de manifiesto la contradicción de unos principios que a priori se negaban a la mitad de la humanidad.
Este es un argumento sutil que anuncia ya desde el principio la inevitable derrota del feminismo. Es tal el esfuerzo en no
querer hacer la conexión entre feminismo y liberalismo que se evidencia la premeditación del análisis. Pero hay
argumentos más groseros para minusvalorar la importancia del feminismo decimonónico: se recurre, en ocasiones, a la
fórmula mágica de "no estaban todas las mujeres", esto es, no hubo una respuesta unánime y universal por parte de la
mujeres hacia ese movimiento, antes bien muchas mujeres, se dice, y tengo en mente al historiador Hobsbawm, preferían
las ventajas prácticas de "manejar el sistema" como generacionalmente se había hecho desde su calidad de esposas o
madres. A tales argumentos sólo cabe la respuesta simple de que es de suponer que en la revoluciones sociales de 1830 y
1848, que orientarían la política posterior, debían estar todos los varones en las barricadas, pues sino no se entiende la
importancia que se les atribuye a tales sucesos.
Errores de bulto se han pegado como lapas a la historia del feminismo y sufragismo. Pecados de omisión obvían el
análisis social y político del feminismo, lo que debería darnos a las mujeres una imagen de fuerza sobrehumana, pues al
margen, parece, de la historia, las mujeres hemos sido capaces de llevar a término esa historia; por generación espontánea
o, quién sabe, quizá por intuición nos hemos colado en el curso de la historia.
Y ciertamente las mujeres hacen su aparición en la escena social y política del siglo XIX, con los notables precedentes
ilustrados, pero su suerte correrá pareja a las orientaciones, rumbos, cambios sociales y políticos del liberalismo y el
socialismo.
El punto de partida difuso del feminismo, mas como revolución social que política se hace eco del carácter difuso del
liberalismo, orientado también a una revolución social antes que política. Pero no sólo se queda ahí la conexión, sino que
esas mujeres de ascendencia liberal, educadas en principios liberales, pusieron de relieve la contradicción de los
principios liberales. Contradicción que se agudizaría cuando la revolución social dejó paso a una revolución política,
donde ya la tendencia liberal y la tendencia socialista designaban usos y actuaciones políticas inconciliables. Las propias
mujeres irían transformando sus reivindicaciones de sociales en políticas, agudizándose a su vez la escisiones en el seno
del feminismo.
Señalaré tres fases históricas, claves tanto en la historia del feminismo como del liberalismo y socialismo que rompen la
imagen de unidad en la trayectoria a seguir de tales movimientos. Las tres fechas elegidas de manera simbólica son, la de
1848 como exponente de una revolución social, la de 1871 que marca el inicio de una revolución política, la de 1900 que
supone una radicalización de la política. Me voy a atener al sufragismo inglés y americano, pues, en cierto sentido,
marcarán el proceso histórico del feminismo.

LOS IDEALES BURGUESES, LA DECLARACION DE SENECA FALLS (1848)

Hasta cierto punto puede parecer casual que 1848 sea una fecha de pleno y total ,significado para el liberalismo, el
socialismo y el feminismo. En ese año tiene lugar una de las revoluciones burguesas, aparece el "manifiesto comunista"
de Marx y Engels, y un grupo de mujeres americanas dirigidas por Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton firman la
"declaración de Pareceres", o "declaración de Séneca Falls".
La revolución social de 1848 y su precedente la de 1830, si bien estaban abocadas al fracaso, supusieron las reacciones
sociales más firmes al absolutismo del poder. Tanto en 1830 como en 1848 las exigencias y derechos que provocaron los
fenómenos revolucionarios marcarían el acontecer político posterior: libertad, derecho a la propiedad, sufragio. Europa,
en los años transcurridos entre las dos revoluciones burguesas, fue testigo de la eliminación gradual o total de las barreras
legales que privaban a los campesinos o siervos de diversos derechos, incluyendo el derecho a tener propiedades, ejercer
ciertas profesiones o disponer de sus personas libremente. Las revoluciones burguesas fueron revoluciones sociales,
confirmando como evidentes e indiscutibles ciertos derechos, que de forma general podríamos resumir en el derecho a la
libertad. Esa liberación otorgada a determinados grupos sociales será el fermento de las reivindicaciones feministas, pues
el reconocimiento de propiedad para campesinos, siervos y judíos ponía de manifiesto la indefensión legal en la que se
hallaban las mujeres. Las revoluciones sociales confirmaron que el derecho a la propiedad era la principal fórmula para
alcanzar la independencia.
En América el derecho de propiedad se tradujo en la reivindicación de libertad para los esclavos. A partir de la década de
los treinta se formaron grupos antiesclavistas, que en último extremo eran de ideología liberal. Las mujeres participaron
de manera activa en la recogida de firmas y peticiones abolicionistas. Sin embargo, pronto vieron como los varones
limitaban sus funciones. La participación organizada en estos grupos antiesclavistas sirvió a las mujeres por dos motivos
fundamentales, en primer lugar, las lanzó a la arena del espacio público, como oradoras, en segundo lugar, les realzó la
propia indefensión en la que ellas estaban.
Cuando el movimiento antiesclavista pasó de la recogida de peticiones a centrar sus actividades en el Congreso, las
mujeres pudieron percibir con absoluta nitidez que se convertía en un movimiento de votantes, quedando patente que ellas
no podían participar en esa política de pasillo y presiones. Las cosas se agudizaron cuando se excluyó a Lucretia Mott y
Elizabeth Cady Stanton de la convención antiesclavista mundial celebrada en Londres (1840).
A través de La Declaración de Séneca Falls se evidenciaba la exclusión social, civil y legal de las mujeres y las peticiones
resumían el espíritu reivindicativo por el que había de discurrir el feminismo en sus primeros años, acaba r con esta
secular marginación. Las doce decisiones tomadas, once de las cuales lo fueron por unanimidad, la número doce, el
derecho al voto, por una pequeña mayoría, se referían sustancialmente al derecho de toda mujer a la educación, el acceso
a las profesiones, libertad para organizarse o hablar en público, libertad para disponer de sus propiedades, igualdad con el
hombre, liberar a la mujer de la "minoría legal" en la que se hallaba. Se centraban de manera exclusiva en el derecho a la
propiedad de las mujeres, mostrando poco interés por el voto.
Las actividades de los primeros años, hasta los comienzos de los setenta, estuvo centrada en lograr mejoras económicas y
legales para la mujer, primordiales para que las mujeres pudieran conseguir su independencia. De manera muy precisa se
referían a la reforma de las leyes matrimoniales que condenaban a la mujer a una "muerte civil"(1): la mujer casada no
estaba autorizada a controlar sus ingresos, ni a elegir su domicilio, ni a administrar los bienes que le pertenecían
legalmente, ni a firmar documentos, ni a prestar testimonio. EL marido poseía tanto su persona como sus servicios. (2) Era
el dueño absoluto de la mujer y de los hijos. Como otra propiedad, el hombre podía retener a la mujer contra su voluntad.
En Inglaterra la mujer casada que se negaba a regresar al domicilio conyugal era castigada con el encarcelamiento.
Las feministas, así pues, orientaron sus reivindicaciones hacia la legislación secular que ordenaba la fusión del hombre y
la mujer en "un solo ser" que, por supuesto, era el del hombre. A este respecto, es interesante la declaración leída
públicamente por Lucy Stone en 1855 cuando contrajo matrimonio con Henry Blackwell: "Al mismo tiempo que
reconocemos nuestro afecto adoptando públicamente el estado de marido y mujer, queremos, sin embargo, ser
consecuentes con nosotros mismos y con un gran principio, por lo que consideramos un deber declarar que este acto no
indica por nuestra parte que sancionemos, ni que prometamos obediencia voluntaria a las actuales leyes del matrimonio,
que rehusan reconocer a la esposa como un ser racional e independiente, mientras otorgan al marido una superioridad
insultante y antinatural, invistiéndole con unos poderes legales que ningún hombre honrado ejercerla y que ningún
hombre debería poseer".(3) Muy poco después, en 1860, una ley en el Estado de Nueva York daba a las mujeres el derecho
a cobrar sus propias rentas, heredar las propiedades del marido y entablar acciones judiciales.
Sin embargo, realmente aún no se puede hablar de un feminismo organizado en América. Este se consolidaría a partir de
otra constatación dolorosa: la experiencia de la guerra y las esperanzas que suscitó. Las feministas apoyaron de modo
activo la Unión. La recompensa fue que en 1866, el partido Republicano, con el cual se habían identificado, al presentar
la Decimocuarta Enmienda a la Constitución negaba explícitamente el voto a las mujeres e insistía en conceder el derecho
al voto a los esclavos varones liberados. Ni los republicanos accedieron a las demandas de las feministas, ni el
movimiento antiesclavista las quiso apoyar en sus reivindicaciones, pues temía poner en peligro la enmienda.
Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony llegaron al convencimiento de que la lucha por los derechos de la mujer
dependía de las mujeres solas. En 1868 ellas y sus seguidoras fundaron la "Asociación Nacional pro sufragio de la mujer"
(National Woman Suffrage Association NWSA). Aparece ya de manera harto elocuente que la única manera de conseguir
sus reivindicaciones es por medio de la petición de voto, o sea, por la reivindicación política para las mujeres. Estaban
abiertas a todo problema social y laboral que pudiese afectar a la vida de la mujer y en este sentido eran totalmente
receptivas a los problemas de las mujeres obreras. Susan Anthony tenía como objeto prioritario el cambio de mentalidad
de las mujeres, centrándose fundamentalmente en la explotación económica de la mujer, y la necesidad de obtener el voto
a fin de poder controlar las condiciones de las mujeres en todos los aspectos de la vida:

" Con frecuencia se dice que "es el capital, no el voto, lo que regula el trabajo". De acuerdo con que el capital controla
el trabajo de la mujer, pero no hay nadie que admita, ni por un momento, que el capital domina absolutamente el ti-abajo
y los salarios de los hombres libres y emancipados de esta república. Y es a fin de elevar a millones de obreras a una
posición con igual poder sobre su situación laboral que la que tienen los hombres, por lo que se las debería
emancipar”(4)

Los planteamientos de Stanton y Anthony, anticlericales e individualistas, que buscaban la independencia de todas las
mujeres tanto las de la clase media, como las de la clase trabajadora, pronto resultaron excesivos para otras feministas.
Lucy Stone lideró una escisión en el año 1869. Nacía la "Asociación Americana pro sufragio de la mujer" (American
Woman Suffrage Association AWSA), el ala bostoniana, la más conservadora del movimiento. Se dedicaron al voto a
través de campañas graduales, Estado por Estado, oponiéndose a la estrategia Federal de Stanton y Anthony. Sus
actividades no estaban dirigidas en tomo a las condiciones de las mujeres de clase trabajadora.
Gran Bretaña sería el segundo país en el que el feminismo aparece de forma organizada. En el año 1850 Harriet Taylor
celebró el nacimiento de una organización política femenina en América. Es más que probable que esta mujer influyera
de manera decisiva en la obra de su segundo esposo John Suart Mill, "La sujeción de la mujer" publicada en 1869 y que
tendría gran importancia en el desarrollo del feminismo inglés. El libro de Mill constituye un duro ataque contra la
esclavitud legal, la educación embrutecedora y la opresiva moral basada en la sujeción de la esposa. Va en contra de la
ideología imperante de la sociedad victoriana que traducía una imagen de la mujer sentimental y mítica.
Su libro iba directamente contra los argumentos naturalistas o ideales que hacían a las mujeres depender por entero del
varón. El progreso de la humanidad sólo es posible a través de una total igualdad. Afirmaría rotundamente que lo que
comúnmente se llama carácter femenino no es sino el efecto previsible de un sistema educativo sumamente artificial: "Las
diferencias mentales, escribe Mill, que se presuponen entre el hombre y la mujer no son sino una consecuencia natural
de las diferencias que existen entre la educación y las condiciones a que ambos se hallan sometidas; no traducen, por
ende, una desigualdad radical y, menos aun, una inferioridad natural de la mujer". Para Mill, esa sujeción se materializa
de manera evidente e inmoral en la “esclavitud doméstica”, que hace de la mujer casada una sierva. El hombre, así pues,
goza de un derecho absoluto sobre la mujer. El objetivo de Mill es acabar con este estado legal.
En la década de 1850 las prioridades de las feministas inglesas estaban también dirigidas a la reforma de la legislación
matrimonial y de manera muy específica, para las mujeres solteras, acceso a una educación superior a fin de lograr
mejores salidas profesionales para las mujeres.
El movimiento sufragista inglés estaría indisolublemente unido al programa liberal. Así se explica que en 1866 se
presentará ante el Parlamento una petición firmada por 1499 mujeres exigiendo la reforma de] sufragio, que entonces se
debatía, incluyendo el voto para viudas y solteras. Esta petición fue presentada por John Stuart Mil] y Henry Fawcett. Al
ser rechazada se crea en 1867 un movimiento permanente, la "Sociedad Nacional pro Sufragio de la Mujer" (National
Society for Woman's Suffrage NSWS) liderada por Lydia Becker.

1871 EL INICIO DE LA DEMOCRATIZACION

1871 y los acontecimientos de la Comuna de París pusieron de relieve lo inevitable, que la democratización de Europa era
imparable, lo que suponía un problema no sólo político para la sociedad burguesa, sino que puso de manifiesto la
debilidad de la identidad social. Hacían su aparición en el escenario político las masas. Estas estaban formadas
mayoritariamente por la clase obrera, pero a ella se unía un estrato intermedio que tenía repartidos sus temores entre los
ricos y el proletariado, era la pequeña burguesía tradicional de maestros artesanos y pequeños tenderos. A estos dos
grupos deberíamos unir el trabajador no manual y los administrativos. Todos ellos mantenían un único afán, distinguirse
los unos de los otros. La aspiración de la pequeña burguesía era no ser asimilada a la clase media baja, poco consuelo
encontraban en la idea de ciudadanía y más en el dinero que les daría el ansiado estatus. Los obreros, por su parte,
implicados en el proceso de dinamización y cambio de la sociedad, en la erradicación de los valores burgueses no querían
saber nada de valores individualistas por el sabor burgués que delataban.
Dos conceptos, como el de "individuo" o "clase" pondrán rápidamente en desuso la vieja idea de ciudadanía. Tanto el uno
como la otra pasaron a designar no solo libertad, sino poder. En este sentido el libro de Darwin "El origen del hombre",
publicado en 1871, vendría a legitimar esta idea de dominio. El principal efecto del libro de Darwin "El origen del
hombre" fue sosegar y calmar la conciencia del burgués. Dio nuevas pautas para reconducir a sus mujeres, un poco
marisabidillas, a su espacio natural. Y aun cuando Darwin vino a trastrocar la inconsciencia originaria del hombre,
señalando "el sello indeleble de su ínfimo origen", en "El origen del hombre" se reconcilió con la moral burguesa, al
poner en la cúspide al hombre y los monos, mamíferos y demás vertebrados por debajo de él.
La teoría de la evolución, poco favorecedora a una teoría igualitaria, por primar la lucha por la supervivencia y la
selección natural, dio lógicamente, en su interpretación de la selección en relación al sexo, en una teoría que
fundamentaba de manera biologista y cientificista las profundas diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres. De
la teoría de Darwin aplicada al sexo resultaba un nuevo hombre inteligente y dominante, muy del gusto burgués, que
hacia más respetable el concepto de "individuo" que el de "ciudadano":

"La mujer parece diferir del hombre en su condición mental, principalmente en su mayor ternura y menor egoísmo... La
mujer siguiendo sus instintos maternales, despliega estas cualidades con sus hijos en un grado eminente; por
consiguiente, es verosímil que pueda extenderlos a sus semejantes. El hombre es el rival de otros hombres: gusta de la
competencia y se inclina a la ambición, la que con sobrada facilidad se convierte en egoísmo. Estas últimas cualidades
parecen constituir la mísera herencia natural. Está generalmente admitido que en la mujer las facultades de intuición, de
rápida percepción y quizá también de imitación, son mucho más vivas que en el hombre; mas algunas de estas
facultades, al menos, son propias y características de las razas inferiores, y por tanto corresponden a un estado de
cultura pasado.

La principal distinción en las facultades intelectuales de los dos sexos se manifiesta en que el hombre llega en todo lo
que acomete a punto más alto que la mujer, así se trate de cosas en que se requiera pensamiento profundo, o razón,
imaginación o simplemente el uso de los sentidos y de las manos".(5)

Como podemos ver Darwin desplegó sus recursos evolucionistas para amañar la imagen de una mujer a la vez inferior y
moralmente mejor, siguiendo las líneas trazadas por Rousseau, pero en toda su argumentación se evidencia la
autosatisfacción del burgués que pide disculpas por el comportamiento del varón, por su egoísmo y desmedida ambición,
pero que resultan ser los valores necesarios para la evolución de la especie, para el progreso de la civilización.
Gracias a la rivalidad entre los hombres, donde se aseguraba el éxito de los más aptos y capaces, el europeo blanco, en
una época de imperialismo, "pudo sentirse superior a las razas retrasadas; el hombre de negocios de la clase media pudo
sentirse mas capaz que los obreros a quiénes explotaba".(6) Y así fue tomando cuerpo el concepto de individuo en relación
con el poder. El individuo que emerge de la lucha por la supervivencia es aquel que tiene poder y gracias a su poder
domina. Es lógico pensar que esta teoría fue muy del gusto de las clases privilegiadas, pero también de las menos
privilegiadas. Los varones privilegiados dominarán la esfera pública, dominarán la política y dominarán a su mujeres que
serán las más hermosas y sanas. Los varones menos privilegiados por lo menos dominaran a sus mujeres y tendrán a su
vez su pequeña cota de poder. La otra mitad de la humanidad, las mujeres, no son individuos pues no tienen poder y son
solamente dadoras de deberes. La Naturaleza es el gran argumento para legitimar cualquier desigualdad.
Este cambio de valoración incidió de manera trascendental en las mujeres, pues ni como "individuos" ni como "clase"
designaban poder. Políticamente no eran nada. Tanto el concepto de "individuo" como el concepto de "clase" hacen
referencia, en último extremo, a una orientación política que podríamos resumir en la tensión entre liberalismo y
socialismo y a una consideración del espacio político reservado sólo para hombres. Así el liberalismo podía ciertamente
simpatizar con las feministas, pero éstas intentaban aplicar el credo liberal con una coherencia y una lógica que podía
desestabilizar las razones de conveniencia política. Desde el mundo obrero la situación no se presentaba mejor para las
mujeres. No sólo sus compañeros varones mostraban una actitud tradicional frente a la mujer, sino que eran consideradas
grave amenaza para los intereses sindicales, pues se presentaban como competidoras peor remuneradas.
Las sufragistas así pues no sólo se vieron obligadas a combatir una inercia política que las mantenía a distancia de la vida
pública, sino que tuvieron que luchar contra la imagen de la naturalización de las mujeres que las relegaba, sin mediación,
a la esfera del hogar y el cuidado de los hijos. Esta doble condena se tradujo en la radicalización de sus posiciones. La
petición de voto significaba renunciar a los valores naturalistas otorgados por los varones y la reclamación de
participación en la vida pública. Se pedía poder, poder para liberarse de las cadenas de una moral hipócrita y poder para
interferir en los acontecimientos de la sociedad. Pero poder era lo que los varones se resistían a otorgar a las mujeres,
sobre todo aquellos varones más conservadores que podían paralizar cualquier proyecto de sufragio en el parlamento. Las
objeciones conservadoras solían ir siempre adornadas de la misma retórica: se debe preservar a las mujeres de la
influencia corruptora del poder y los mejor es que permanezcan en el hogar, que resulta ser la cuna de la paz: refugio
contra todos los males, contra el miedo, la duda y la división. Nadie niega que Ya mano que mece la cuna gobierna el
mundo", pero desde la casa.
Entramos así en la fase más larga y frustrante del feminismo. Las expectativas de éxito se vieron continuamente
aplazadas. En el caso de Inglaterra durante los ocho años de 1870 a 1878 se presentaron proyectos en favor del sufragio
femenino de carácter restringido. Por tres veces en 1870, 1884 y 1897 se aprobó por mayoría el sufragio femenino en la
Cámara de los Comunes, pero estas votaciones no produjeron ningún resultado debido a los conservadores. Los
conservadores se oponían rotundamente al sufragio femenino y aunque a veces se encontraron en minoría en la Cámara
de los Comunes, a partir de mediados de la década de 1880 estuvieron en mayoría permanente en la Cámara de los Lores.
Y en las dos décadas posteriores apenas si dejaron el poder. Cuando en 1884 se amplió el derecho al voto para hacerlo
extensivo a los varones de las clases medias bajas y estratos más favorables del mundo del trabajo, muchos miembros
liberales del Parlamento consideraron que si añadían el voto para la mujer pondrían en peligro el proyecto de ley original.
Las continuas decepciones hicieron mella en las feministas inglesas. El grupo original, que quería mantener la neutralidad
política, y otras dos asociaciones partidarias de una mayor integración en el programa del partido liberal, la "Sociedad
central Nacional pro Sufragio de la Mujer" (Central National Society for Women's Suffrage) creada en 1888 Y la "Liga
pro Sufragio de la Mujer" creada en 1889, criticaban a las feministas moderadas por pedir sólo el voto para las viudas y
solteras con propiedades. La liga pro sufragio de la mujer pedía también el voto para la mujer casada. En 1897 se unían
todas las asociaciones sufragistas en la "Unión Nacional de Sociedades pro sufragio de la Mujer" al frente de la cual se
encontraba Millicent Garrett Fawcett dispuesta a una más vigorosa política reivindicativa.
En América las mejoras introducidas en la educación incrementó el número de mujeres profesionales. Esto hizo que el
feminismo americano creciera y se diversificara, muchas mujeres se organizaron en agrupaciones de carácter moral, pero
quienes realmente centraron sus objetivos en el sufragio fueron las asociaciones originarias de Anthony y Stanton por una
lado, y la de Lucy Stone por otro, Elizabeth Stanton y Susan Anthony crearon un estilo peculiar de hacer campañas,
consistente en marchas y reuniones masivas, difusión de folletos y la presentación casi anual de una enmienda
constitucional en favor del sufragio femenino en el Congreso, de 1878 a 1896. La asociación liderada por Stone centró
sus energías en las campañas del referéndum sobre el sufragio femenino Estado por Estado, pero casi todas estas
campañas estatales salieron mal paradas. Las dificultades con las que se encontraron las dos alas del movimiento
facilitaron su unión en 1890. Se creó la "Asociación Nacional Norteamericana pro Sufragio de la Mujer"
Al finalizar el siglo, tras el largo aprendizaje político y sin apenas éxitos, las mujeres se encontraban bastante preparadas
para una creciente radicalización de sus posiciones.
En el mundo obrero la situación era aún peor y de mayor indefensión. Tanto en Inglaterra como en América las mujeres
tenían que soportar en todos los ramos jornadas más largas, tareas más pesadas y condiciones de trabajo más nocivas que
el varón, a cambio de una retribución inferior a la de éste. Las mujeres no sólo teman que luchar contra su patrón
económico que las mantenía en trabajos inhumanos, sino que además estas mismas mujeres se las habían de ver con sus
patrones domésticos, los maridos. Por parte de los sindicatos existía una fuerte oposición a que las mujeres se
sindicalizaran y más aún tendían a aunar sus esfuerzos para que las mujeres pudieran estar en su debida esfera, el hogar y
el cuidado de los hijos.
La solución a estos problemas sólo podía venir por la formación de sindicatos femeninos. Estos se materializaron en Gran
Bretaña y Estados Unidos durante la década de 1870. Fueron creados por feministas de clase media. La figura más
destacada del movimiento británico fue Emma Paterson que creó en 1874 la "Liga Protectora y Previsora de la Mujer".
Los sindicatos femeninos en Inglaterra se opusieron a la limitación de la jornada de trabajo de las mujeres. Estas medidas
fueron promovidas por los sectores más conservadores y apoyadas por los sindicatos masculinos que las consideraban
oportunas para limitar o eliminar totalmente la competencia de las mujeres en el mercado del trabajo. Sin embargo, las
feministas se mantenían inflexibles. Eran conscientes de que ante esa reducción horaria, los patrones podrían preferir
despedir a las mujeres que introducir tales costosas medidas legales. Fue quizá el problema más extremo al que se
enfrentó el sindicalismo femenino liberal.
Sin embargo estos sindicatos, promovidos por feministas de clase media, resultaron en la mayoría de los casos
inoperantes para las mujeres obreras. Al final del siglo la desilusión hizo que las mujeres activas del proletariado
confiaran cada vez más en sus propios recursos y se separan de los ideales individualistas y liberales. Las insuficiencias y
limitaciones de la ideología liberal las condujo al socialismo, encontrando en éste una alternativa a la teoría individualista
liberal de los derechos de la mujer.
El socialismo así pues se convertía en una alternativa viable para las mujeres de clase obrera. Estas veían en la ayuda de
las feministas liberales una actitud interesada que en último extremo pretendía alejar a las mujeres trabajadoras del
socialismo. Las posiciones de unas y de otras se harían inconciliables ya que las mujeres obreras preferían mejorar su
condición como "clase" mas que como "Individuos". La reacción al sindicalismo, basado en principios liberales, también
partió del movimiento obrero, vinculado ideológicamente a las tesis socialistas; veían en las proposiciones del feminismo
burgués una injerencia premeditada que tenía la finalidad política de debilitar la solidaridad de la clase obrera.
La primera edición del libro de Bebel La mujer y el socialismo marcaría las líneas del feminismo socialista organizado.
Apareció en 1879 cinco años antes que la publicación del Origen de la familia de Engels. Por cierto el tan citado libro de
Engels no pasó de ser un divertimento para adaptar la antropología victoriana a las especulaciones sobre el papel de la
mujer en las formaciones sociales prehistóricas y antiguas. Esta obra realmente no se propuso tener una adaptación
práctica, y su influencia política inmediata fue mínima.
El libro de Bebel, por el contrario, estimuló la igualdad de derechos y el sufragio de la mujer, pero, sin embargo, se
mantenía dentro del universo naturalista. En la futura sociedad socialista las mujeres realizarían tareas adaptadas a sus
capacidades, y Bebel insistía mucho en que serían distintas de las de los hombres. Las mujeres, pensaba, estaban
adaptadas por naturaleza a la maternidad y la crianza de los hijos; de hecho las mujeres eran impulsivas por naturaleza y
emocional y físicamente no eran aptas para el trabajo manual pesado, que destruía su 'feminidad". Si bien es cierto que
éste admitía que las mujeres podían optar libremente por cualquier ocupación en la futura sociedad socialista,
comprendido el gobierno, la administración, las artes y las profesiones liberales. Pero hay tal naturalización en sus
páginas que todo hace pensar que la mayoría de las mujeres optarían por el papel tradicional de madres, gozando del total
apoyo del Estado y la sociedad.
Las bases para un movimiento socialista femenino fueron puestas por Clara Zetkin. Amparándose en las tesis de Bebel,
subrayó que la lucha de las mujeres obreras por su emancipación era parte integrante de la lucha del proletariado. Insistió
en la imposible comunidad de acción entre burguesas y proletarias, y organizó la estructura del movimiento de mujeres
del SPI) alemán. Sus presupuestos fueron aceptados por el partido como el medio más adecuado de evitar una tendencia
separatista por parte de las mujeres.
En 1907 Clara Zetkin organizó una Conferencia Internacional Socialista de Mujeres que dinamizaría de manera notable
los movimientos femeninos socialistas en los distintos países, aunque también revelaría profundas diferencias de
organización. Los resultados de la Conferencia Internacional se resumieron en dos principios: el primero, todos los
partidos socialdemócratas debían comprometerse firmemente en favor del voto para el hombre y la mujer, y no podrían
aceptar la aprobación del sufragio masculino, y el segundo, no debía haber ninguna cooperación con las feministas
burguesas.
Sin embargo esta aparente unidad de criterios no se materializó de manera inmediata ni en América, ni en Inglaterra. En
América se fundó en 1901 el Partido Socialista de América. Comenzaron a surgir clubs de mujeres socialistas que en
principio rechazaban la idea de cooperar con las sufragistas burguesas. Pero sin embargo éste se habría de convertir en un
punto de importante controversia entre las dirigentes socialistas y la dirección del Partido. En 1909 el comité de mujeres
socialistas cooperó con las sufragistas, produciéndose de inmediato una serie de divisiones internas dentro del feminismo
socialista americano, que no era más que un reflejo de la naturaleza desorganizada y confusa del Partido Socialista
norteamericano. En Inglaterra la federación socialdemócrata era realmente hostil a los derechos de la mujer debido quizá
a su carácter ecléctico en cuanto a ideas políticas, incluyendo tanto al anarquismo como al antisemitismo. En los
comienzos del siglo XX el incipiente Partido Laboralista estaba completamente decidido a aceptar el sufragio masculino y
se negó a apoyar oficialmente el voto para la mujer.

1900 LA RADICALIZACION DE LA POLITICA

La orientación de la política hacia la socialdemocracia por parte de una clase, la de los trabajadores, lógicamente influyó
en el feminismo burgués de ideología liberal. Algunas feministas, como Sylvia Pankhurst en Inglaterra o Lily Braun en
Alemania, impresionadas por las organizaciones de mujeres socialistas abandonaron por completo el feminismo de clase
media para unirse a ellas. Los movimientos socialistas con sus tácticas y métodos de propaganda intensiva tuvieron un
marcado efecto sobre la forma en que las feministas intentaron alcanzar sus objetivos.
Pero fue realmente el cambio en la mentalidad liberal lo que produjo las mayores transformaciones dentro del feminismo.
A comienzos del siglo XX el liberalismo se fue alejando de los dogmas individualistas y los ideales progresistas,
acercándose a una mayor creencia en la intervención del Estado. El liberalismo abandonó sus tesis igualitarias para
ganarse el beneplácito de las élites dominantes. El feminismo sufriría ese cambio transformándose o bien en grupos de
actividad radical o bien en organizaciones marcadamente morales cuyos mensajes eran literalmente elitistas. Inglaterra
ejemplificaría la primera vertiente, Estados Unidos, en cierto modo, la segunda.
En Inglaterra la transformación del liberalismo en planteamientos políticos cada vez más conservadores, produjo fuertes y
graves choques violentos entre las sufragistas y el gobierno. No sólo el liberalismo estaba cambiando, sino que las
entidades feministas federadas en la "Unión Nacional por el sufragio de la Mujer" (National Union of Women's Suffrage)
experimentó una rápido crecimiento. Sus tácticas y métodos ya nada tenían que ver con el gradualismo y la moderación
de tiempos anteriores y todo debido a la presencia de un grupo particularmente activo la "Unión Social y Política de las
Mujeres" (Women's Social and Political Union) de Emmeline Pankhurst. Emmeline Pankhurst había militado en el
Partido liberal. El partido liberal, que tradicionalmente había apoyado la causa sufragista, cuando llegó al poder en 1905
negó la concesión del voto a las mujeres. La reacción de las sufragistas no se hizo esperar ante el giro dado por sus
aliados naturales.
Las sufragistas comenzaron a organizar desfiles masivos, muestras ininterrumpidas de desobediencia civil, y ataques
directos a la propiedad. Estas prácticas se intensificarían a partir de 1909 cuando el Primer Ministro, Asquith, se negó a
recibirlas en comisión. Para las sufragistas la única salida para lograr sus aspiraciones fue la radicalización de sus
métodos, siendo el culpable de la violencia el propio gobierno: " La única temeridad -escribirá Emmeline Pankhurst-
cometida por las sufragistas respecto a la vida humana ha consistido en poner en peligro sus propias vidas, y no las
vidas ajenas. Y yo declaro aquí, y en este momento, que las tácticas de la "Unión Social y Política de las Mujeres" no ha
tenido nunca como objeto poner en peligro la vida humana. Eso se lo dejamos al enemigo. Eso se lo dejamos al hombre
en sus guerras. Eso no es una táctica que sigan las mujeres... Pues, como hay algo que a los gobiernos les importa
mucho más, y eso es la seguridad de la propiedad, nuestro ataque al enemigo lo vamos a llevar a cabo a través de la
propiedad. De ahora en adelante las mujeres que están de acuerdo conmigo van a declarar: "Nos tienen sin cuidado
vuestras leyes, caballeros, nosotras situamos la libertad y la dignidad de la mujer por encima de todas esas
consideraciones, y vamos a continuar esa guerra como lo hicimos en el pasado; pero no seremos responsables de la
propiedad que sacrifiquemos, o del perjuicio que la propiedad sufra como resultado. De todo ello será culpable el
Gobierno, que, a pesar de admitir que nuestras peticiones son justas, se niegan a satisfacérnoslas... " (7)

Esta actitud llevó directamente a las sufragistas a la cárcel. Las escaladas de violencia continuaron hasta 1913, año en que
las autoridades disolvieron la "Unión Social y Política de las mujeres". La señora Pankhurst fue encarcelada y condenada
a trabajos forzados. Sin embargo, logró escapar y viajó a Estado Unidos. No todas las sufragistas se mantenían de acuerdo
con los métodos desplegados por la señora Pankhurst. Así en 1906 fue creada la "Liga por la Libertad de la Mujer" que
propiciaba una militancia basada en la desobediencia civil: se negaban a pagar impuestos y eran partidarias de métodos de
protesta pacíficos.
Al estallar la Primera Guerra Mundial el movimiento sufragista ceso en sus actividades, colaborando con la causa bélica.
El voto llegaría a las británicas precisamente en los meses finales de¡ conflicto. Asquith fue sustituido por Lloyd George,
menos opuesto al sufragio femenino. Se encargó a la Cámara de los Comunes que estudiara una reforma electoral. El
resultado fue que en 1917 la Cámara aprobó una solución de compromiso que no incomodaba ni a liberales ni a
sindicalistas: el voto para las mujeres de 30 años. Tendrían que pasar unos años, hasta 1928, para que las mujeres vieran
equiparadas su edad electoral con los varones.
En Estados Unidos la causa sufragista estaba en su punto más alto cuando Emmeline Pankhurst realizó su gira
propagandística. Pero también los movimientos feministas gravitaban cada vez más sobre posiciones encontradas. Una
vez que las tesis individualistas del liberalismo entraron en franca decadencia, el feminismo más conservador americano
empezó a poner en cuestión la concesión del voto de manera total. Sus argumentos se basaban en la escasa disciplina
moral que evidenciaban las clases bajas. La única manera de atajar la decadencia moral era a través de la intervención del
Estado que regulara el derecho al voto. Este cambio en la valoración coincidió con el mayor número de afiliadas al
movimiento sufragista, particularmente a partir de 1905. Pero lógicamente no recogía el sentir de todas las mujeres que
militaban en las asociaciones feministas, esta valoración se hacía eco únicamente de aquellas mujeres más moderadas.
La radicalización, por otro lado, del feminismo americano en los comienzos del siglo XX se daría a través de Alice Paul y
Harriet Stanton. En 1910 organizarían desfiles monstruo en Nueva York y Washington. En 1913 Alice Paul fundó una
nueva organización la "Union del Congreso para el Sufragio Femenino" con objeto de luchar por el voto femenino a
través de las presiones en el Congreso y no Estado por Estado. Se trataba de conseguir el sufragio a nivel federal. Alice
Paul se enfrentó con el partido en el poder -los demócratas- e intentó movilizar a las mujeres que ya tenían derecho al
voto (principalmente en los Estados del Oeste) en favor de los candidatos republicanos. Propició, a su vez, la formación
de un partido político, Partido Nacional de la Mujer. Este partido llevó a cabo una campaña contra la reelección de
Wilson como presidente en 1916 que saldó con un rotundo fracaso, pero entonces sus militantes radicalizaron su
actuación. Estados Unidos había entrado en la guerra y ellas no aceptaban que su país estuviera luchando por la
democracia en Europa mientras en Estados Unidos se negaba el derecho democrático al sufragio. Desplegaron así durante
la guerra una agitada campaña pacifista.
Esta actitud radical del Partido Nacional de la Mujer, facilitó las cosas a las sufragistas más moderadas lideradas por
Carrie Chapman Catt, consiguiendo un espectacular aumento de afiliación. Desplegó una frenética actividad dirigida a
aumentar el número de Estados donde se reconociera la capacidad de voto a la mujer. (8) Gracias a estas campañas, en
1917 fue elegida en Montana la primera congresista de los Estados Unidos, Jeanette Rankin. En 1918 Wilson anunció su
apoyo al sufragio y un día más tarde la Cámara de Representantes aprobaba la 192 Enmienda por la mayoría exacta de
dos tercios. Necesitaría todavía un año para entrar en vigor. Pero en agosto de 1920 el voto femenino era una realidad en
Estado Unidos.
El descalabro del orden europeo anterior a la Gran Guerra, con la aparición de nuevas naciones producto del
desmembramiento del Imperio Autro-húngaro, la Revolución Rusa, la resaca postbélica... todo se conjugo para que en la
mayoría de los países se reconociera el derecho al voto de la mujer: Holanda y La unión Soviética en 1917, Austria,
Polonia, Checoslovaquia y Suecia en 1918, Sudáfrica en 1930, España en 1931, Brasil en 1934, Rumanía en 1935 o
Filipinas en 1937. Tras la 11 Guerra Mundial, además de Francia, sería concedido a la inmensa mayoría de países del
mundo, coincidiendo con las independencias que se sucedieron al fin de los grandes imperios coloniales.

EL PERIODO DE ENTREGUERRAS Y EL FEMINISMO

El período de entreguerras está marcado por la decadencia del feminismo. Quisiera citar la versión dada por Kate Millett
en su libro Política sexual por considerar que su análisis resulta excesivo al entender la reivindicación del voto como algo
superfluo y superficial: "Mas el principal defecto del movimiento sufragista, que acarreó su debilitamiento progresivo y
su desaparición ti-as la obtención del voto, estribó en su incapacidad para socavar la ideología patriarcal .... Un
movimiento renovador que dedica todo su brío a la consecución de un objetivo tan superficial e insignificante como el
sufragio y que, tras conseguirlo, se muestra incapaz de sacar provecho de tan anhelada reforma legislativa, no es, a
ciencia cierta, el más indicado para promover los profundos cambios sociales necesarios para llevar a término una
revolución sexual, es decir, la transformación de las actitudes y estructuras sociales, así como de las instrucciones y la
personalidad".(9)
El libro de Kate Millett es espléndido en su análisis de la hipocresía social y política que caracterizó el final del siglo XIX
y el principio de este, pero es profundamente injusto en su análisis histórico de la decadencia del feminismo. Ciertamente
podemos atribuir el fin del feminismo a un proceso interno de deterioro y desorientación. Se dio, es cierto, un abandono
gradual por parte del feminismo moderado de la reivindicación de la igualdad y se adoptó una mentalidad más
conservadora. Pero el feminismo más radical se concentró en los problemas económicos, reformas de las leyes de la
infancia y la maternidad. Sin embargo, las feministas no pudieron competir, puesto que no estaban institucionalizadas en
el sistema político como lo estaban los partidos políticos.
Externamente, además, se produjo un aumento de las fuerzas antifeministas, que acusaron a la feministas de ser
subversivas. Con el ascenso del bolchevismo en la Revolución de Rusia y Europa Central, el temor a una revolución creó
un "miedo rojo" entre las clases medias de muchos países. Las feministas se vieron afectadas. A esto debemos añadir el
fuerte descenso de la natalidad que se venía registrando desde los comienzos del siglo XX y que se incrementó después de
acabada la primera guerra mundial. En los países industrial izados, el índice de natalidad en descenso se atribuyó a la
independencia cada vez mayor de las mujeres. Se culpó a las feministas, que frecuentemente fueron consideradas parte de
una masiva conspiración bolchevique para socavar los cimientos de la nación y destruir a la familia.
La bipolarización de la política entre conservadurismo y socialismo y por lo tanto la crisis de la ideología liberal hizo
huella en el feminismo, pues éste era su sustrato. Esta tendencia al conservadurismo se radicalizaría aún más después de
la segunda guerra mundial, pero en este momento de la historia entramos en otro capítulo que es el de la "mística de la
feminidad".

(1)
De manera independiente George Sand desde la literatura arremeterá contra las leyes matrimoniales. Muy especialmente en su novela de 1832
Indiana. "He escrito Indiana con el sentimiento, no razonado, es verdad, pero profundo y legítimo, de la injusticia y de la barbarie de las leyes que
todavía rigen la existencia de la mujer en el matrimonio, en la familia y en la sociedad. Yo no pretendí hacer un tratado de jurisprudencia, sino luchar
contra la opinión, pues ella es la que retrasa o prepara las mejoras sociales. La guerra será larga y dura" (prefacio).
(2)
Kate Millett, Política sexual, México, Aguilar, 1970, pg. 89.
(3)
Amalia Martín-Gamero, Antología del feminismo, Alianza, Madrid, 1975, pg. 64.
(4)
Martín-Gamero, Amalia: Op. Cit. pg. 84..
(5)
Darwin, Ch., El origen del hombre, EDAF, pg. 473.
(6)
Eva Figes, Actitudes patriarcales, Alianza, 1972, pg. 120.
(7)
E. Pankhurst, " Mi propia historia" en Antología del feminismo, pg. 177.
(8)
Hasta entonces había sido aprobado en Wyoming (1869), Utah (1870). Colorado (1893). Idaho (1896). Washinton (1919), Californi a (1911),
Oregon, Arizona y Kansas (1912), Nevada y Montana (1914). (9) Kate Millett, Op. Cit. pg. 113.
(9)
Kate Millett,Op. Cit. pg. 113

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