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El documento describe la influencia del feminismo en la ciencia. Explica que la ciencia ha sido dominada por hombres durante décadas y presenta una perspectiva androcéntrica. El feminismo ha cuestionado esta situación y ha resaltado las contribuciones ocultas de mujeres científicas a través de la historia. También ha propuesto que los métodos científicos pueden ser sexistas u opresivos culturalmente. Figuras feministas clave como Marie Curie han desempeñado un papel fundamental en la lucha por la igualdad de género en
El documento describe la influencia del feminismo en la ciencia. Explica que la ciencia ha sido dominada por hombres durante décadas y presenta una perspectiva androcéntrica. El feminismo ha cuestionado esta situación y ha resaltado las contribuciones ocultas de mujeres científicas a través de la historia. También ha propuesto que los métodos científicos pueden ser sexistas u opresivos culturalmente. Figuras feministas clave como Marie Curie han desempeñado un papel fundamental en la lucha por la igualdad de género en
El documento describe la influencia del feminismo en la ciencia. Explica que la ciencia ha sido dominada por hombres durante décadas y presenta una perspectiva androcéntrica. El feminismo ha cuestionado esta situación y ha resaltado las contribuciones ocultas de mujeres científicas a través de la historia. También ha propuesto que los métodos científicos pueden ser sexistas u opresivos culturalmente. Figuras feministas clave como Marie Curie han desempeñado un papel fundamental en la lucha por la igualdad de género en
La ciencia ha sido la madre de todas las revoluciones desde el surgimiento de las
civilizaciones humanas; y con mucha razón, pues ha sido la portadora de las respuestas a cada una de las preguntas vitales y filosóficas del ser humano, o por lo menos, aquella que promete tenerlas. Ciencia se define, según Bunge (1960), como un cuerpo de ideas que tienen su origen en la cualidad única y extraordinaria de los seres humanos por querer entender el mundo en el que vive, y esta, como actividad de investigación, pertenece a una actividad propia de la vida social de cada individuo o grupo de individuos, con el objetivo de llegar a un mejoramiento de su medio natural y artificial, convirtiendo a la ciencia en tecnología. Sin embargo; la triste realidad es que la ciencia nunca ha sido para todos, como su propia definición encasilla. Es en aquel contexto que el foco feminista toma su protagonismo en la historia de la política, y más concretamente, de la ciencia, manifestando explícitamente la problemática en cuestión: el androcentrismo en la misma. “La palabra ANDROCENTRISMO está compuesta por un primer término griego, ANER, ANDROS, que hace referencia al ser de sexo masculino, al hombre por oposición a la mujer, y por oposición a los dioses: al hombre de una determinada edad (…), de un determinado estatus (…) y de unas determinadas cualidades (…) consideradas viriles. En sentido estricto, al HOMBRE HECHO que forma parte del ejército. Por tanto, no se refiere a cualquier ser humano de sexo masculino, sino al que ha asimilado un conjunto de valores viriles (…). La palabra androcentrismo está compuesta, además, por un segundo término que hace referencia a un situarse en el centro, esto es, en una porción del espacio social desde la que se reglamenta jerárquicamente la vida del colectivo; un situarse en el centro del que, en consecuencia, se deriva una perspectiva centralista”. [CITATION Mor88 \l 12298 ] No se trata de ninguna novedad cuando se pone en evidencia el hecho de que la ciencia ha sido dominada por hombres durante décadas –y que posiblemente aún vivamos muchas de sus secuelas–, no solo llevando a discusión la cantidad de hombres involucrados en aquel mundo a comparación de las mujeres, sino también en la visibilidad vista desde el gran panorama, tanto en posiciones de poder como en cargos principales de proyectos a gran escala. Según Alic (1986) pensamos en la historia de la ciencia como un equivalente a la historia del hombre, reduciendola a pocos hombres como Aristóteles o Einstein; hombres que, a pesar de haber cambiado drásticamente la visión en ciencias del mundo, no le hacen justicia al trabajo detrás de sus teorías; las que además, fueron pulidas y construidas por un grupo de ilustrados censurados por la historia, tanto anteriores como contemporáneos a la vida de estos hombres, estándo entre ellos también muchas mujeres. Esto significa una simplificación arbitraria de la historia misma con el registro científico destinado a las sociedades de aquel entonces, dichas a trascender en la historia para crear así un aura de sabiduría y conocimiento sobre un solo hombre que eclipsa por completo los pilares que cimentaron la obra de la que él se apropia, inclusive si éste formó parte de la misma. Además, ha de demostrar que esta problemática, abarcada mayormente por la filosofía feminista en crítica a las formas de registro de la historia de la ciencia, también han llegado a afectar al género masculino en su medida. Moreno Sardá (1988), profesora de Historia de la Comunicación Social en Barcelona, llama a esta figura del hombre que transciende en la historia como “arquetipo hegemónico viril”. Olby, Cantor, Hodge, & Christie (1990) atribuyen al hecho de que las mujeres rara vez se les de protagonismo en la ciencia, o les cueste mucho más que a un hombre, a un efecto directo del patriarcado, definiendolo como la disposición de inequidad en los sistemas políticos, sociales y económicos de las mujeres en tendencia de lo que conseguiría un hombre (pp. 100). No obstante, a día de hoy, el concepto de patriarcado ha de ser tratado como subjetivo, debido a que la idea de un significado universal no toma en cuenta la opresión de género que se puede sucitar en los distintos contextos culturales; es decir, la idea de patriarcado ha de ser relativa a la cultura que predomine en el entorno de un grupo específico de personas [ CITATION But90 \l 12298 ], siendo incluso aún más abstracto si sumamos el fenómeno de la globalización debido a los avances tecnológicos, creando un panorama predominantemente heterogéneo, donde es difícil encontrar experiencias similares con respecto a la opresión individual de cada mujer, y a su vez, es probable encontrar similitudes en culturas distintas y lejanas que nunca han tenido contacto en tiempos anteriories, dificultando aún más la cohesión de qualias para un vocabulario universal. Este fenómeno se extrapola a la ciencia como “paradigma”, pues explica en su totalidad como grupos de diferentes culturas se pueden aliar por intereses comunes. En contraste, Harding (1993) alega que se vive una cultura “de la ciencia”, donde esta llega a afectar no solo nuestra vida social, sino nuestra vida privada; este hecho puede ser corroborado para el mismo siglo XXI, debido al notorio impacto de la ciencia en nuestro día a día, siendo su evidencia la preocupación de los Estados hacia la misma, destinandose así, en el 2018, 2.27% del PIB mundial al gasto de investigación y desarrollo; 0.30% más a comparación de los 90’s. [ CITATION Ban \l 12298 ]. Harding también propone que los métodos científicos y sus formas de definirlos presentan carencias abismales, en donde no solo son sexistas, sino también racistas, clasistas y coercitivos en el plano cultural, generando una fuerte contraposición de intereses cuando se piensa y se ejerce la ciencia. Su pensamiento es explicado a profundidad con su teoría del perspectivismo feminista, que se verá más adelante en el ensayo. Para poder hablar sobre el protagonismo que ha tenido el feminismo a la hora de hacer ciencia y como éste colaboró en los logros que se perciben hoy en día, se tendrá que conocer a fondo la historia de éste. Watz (2020) otorga un esquema simple sobre las olas del feminismo, aludiendo al nacimiento del término “ola” para describir la historia feminista con el artículo de la revista The New York Times del año 1968, escrito por Martha Weinman Lear y publicado como“The Second Feminist Wave”. La primera ola del feminismo describe mayormente la batalla de las sufragistas para conseguir el derecho al voto, cuestionando los alegatos de igualdad de las repúblicas, y protestas a favor de las mujeres en situación de matrimonio, esta se da entre los siglos XIX y los comienzos del siglo XX; la segunda ola feminista, se dice, empieza desde los años 60’s con el cuestionamiento de la inequidad entre el hombre y la mujer y la manera en que la sociedad estaba organizada para dar favor al privilegio masculino. La tercera ola feminista se sucita en los años 90’s con la teoría queer, siendo Butler una de sus mayores exponentes, en donde se cuestiona el concepto de mujer, pues al buscar unirse en lucha de intereses comunes, se encontraban con enormes discrepancias a la hora de definirse como sujetos políticos, haciendo eco a las teorías ya propuestas con anterioridad por mujeres como Simone de Beauvior con su libro El Segundo Sexo. Por un lado, se cuestionaban los roles femeninos, y se desarraigaba la idea de mujer con el concepto de feminidad, pues este perpetuaba la instauración de un lenguaje social sexista regido por tendencias impuestas por hombres, además de que sostenía fuertemente a una supuesta “realidad biológica” que resultaba, por menos, denigrante, inexacta y base de muchas de las ideas misóginas conservadoras de las sociedades opresoras de la época. Esta tercera ola carga consigo mucho del existencialismo de Beauvior, que en su época representaba un sinónimo de libertad para las mujeres, que poco a poco se daban cuenta de las trabas sistemáticas de la sociedad en contra de ellas; y por otro, surgía la interseccionalidad como una herramienta indispensable para entender la revolución feminista y como esta ayudará a la liberación de la mujer de su opresión, entendiendose como interseccionalidad a “un marco diseñado para explorar la dinámica entre identidades coexistentes (por ejemplo, mujer, negra) y sistemas conectados de opresión (por ejemplo, patriarcado, supremacía blanca)” [ CITATION Dav19 \l 12298 ]. Algunas feministas aseguran sobre una cuarta ola, que toma lugar en los comienzos del año 2010 y se basa mayormente en la era digital. Malinowska (2020) expone sobre la cuarta ola del feminismo con las campañas realizadas en redes sociales como Facebook, Twitter, Tumblr, Youtube y demás, con los movimientos Feministing, #MeToo, entre otros; marcando una nueva agenda y una nueva manera de resistencia feminista que forma parte de la cuarta ola, sumandose una mayor difusión del movimiento y su impacto a nivel mundial. Asimismo, la influencia del feminismo en la ciencia debe ser reconocida mediante las grandes figuras en el campo. Olby, Cantor, Hodge, & Christie (1990), en la parte ocho de su libro Companion to the History of Modern Science destacan a Hildegard de Bingen, una ilustrada de entre los años 1098 y 1179, quien escribió sobre historia, medicina, cosmología y cosmogonía; o a Margaret Cavendish, del siglo XV, escritora teórica y experimental de la filosofía natural (pp.102), ambas mujeres ilustradas en un contexto de completa censura hacia la ciencia, y mucho más si provenía de una mujer. Sin irnos más lejos, Marie Curie, física y química polaca conocida por ser la primera mujer científica en recibir un premio Nobel por el descubrimiento de los radio elementos, ícono por excelencia de la resistencia y desempeño mujer en la ciencia hasta el día de hoy y fundadora de su propio legado con su hija, Irene Curie, nacida en Francia, quien ayudó a consolidar los estudios de su madre y junto con Frédéric Joliot, crear el primer elemento radiactivo artificial de la historia [ CITATION Nob20 \l 12298 ]; al igual que su contemporánea, María Goeppert-Mayer; nacida en Alta Silesia, territorio que hoy forma mayormente Polonia, 1906. Fue la madre de la llamada fisión nuclear, la cual dio inicio a las teorías que permitieron desarrollar el reactor nuclear, y, aunque a completa oposición de Mayer, la bomba nuclear. Debido a esto, y el miedo de reconocer el trabajo de una persona judía en un contexto antisemita, a Mayer se le negó el reconocimiento del Nobel, quedando así, como una de las mayores injusticias de la ciencia [ CITATION Mor15 \l 12298 ], junto con el de Rosalind Franklin, quien fue una química británica extraordinaria, nacida en 1920, que dilucidó por primera vez la estructura del ADN, empero, no fue galardonada ni reconocida con el premio Nobel, otorgando este a Watson, Crick y Wilkins, cuatros años después de su muerte [ CITATION Cam15 \l 12298 ]. Finalizando, entre tantas destacadas contemporáneas, a Katherine Johnson, matemática y física, nombrada como la calculadora humana y clave esencial para la llegada del hombre a la luna [ CITATION BBC201 \l 12298 ]. Lo que nos lleva entonces a los plateamientos y críticas que se han ido generando durante la historia hacia ese sistema que dificultó los logros de las mujeres científicas en las ciencia; se habla de la epistemología feminista. Una de las bases esenciales para comprender esta teoría recae en Kuhn, historiador y físico, famoso por proponer la idea del paradigma, antes mencionada en este ensayo con respecto a los problemas del choque cultural y la idea de un patriarcado universal. “El paradigma es aquello que comparten los miembros de una comunidad científica en particular” [ CITATION Raf04 \l 12298 ] y, por ende, las personas que trabajan juntas en la ciencia, han de trabajar bajo un paradigma en concreto, por lo que tienden a compartir intereses sociales en común. Nahuel Bernabé (2019) sostiene que definir a estos pensamientos feministas como corrientes o escuelas del pesamiento no es útil, pues no se corresponde por su heterogeneidad; no obstante, se estipulan dos puntos esenciales que unen a cada uno de estos pensamientos en comunidad. El primero es la afirmación completa y total de la existencia de valores androcéntricos en la ciencia, y la segunda consiste en la estipulación de estos valores como indelebles debido a que las personas que realizan ciencia son sujetos sometidos por completo a sus perspectivas condicionadas por un contexto cultural específico: su sexo, su género, su raza o cualquier variante de esta naturaleza; definiendo a los científicos como situated knowers (y siendo fuerte crítica a objetivismo). A pesar de ello, cuando se remarca este subjetivismo en la ciencia, no se lo hace desde un punto de vista de reparo, pues no existe forma de alguna de hacerlo; el ser humano es diseñado a condición de todos y cada uno de los factores sociales que lo rodean, y, a pesar de que estos factores influencian de manera abismal en la niñez, el proceso de socialización es un proceso que ha de durar toda la vida, y por lo tanto, la mente humana es tan maleable como se la propone. Las corrientes filosóficas, feministas o no, que buscan un significado del ser humano desprendido de su imparcialidad, o lograr contenerse en un estado en donde este hecho se sucite en nombre de la ciencia para conseguir las respuestas a ese universo misterioso y efímero, contribuyen a un tema mucho más extenso que se encuentra en constante debate visto desde diferentes perspectivas, y es muy probable, que se mantenga así en el por venir. En base a esto, el perspectivismo feminista¸ mencionado con anterioridad y propuesto por Harding, hace hincapié al modelo del sujeto ahistórico y su supuesta neutralidad; es decir, no se puede hablar de una persona real ejerciendo ciencia en completa objetividad, debido a que la historia y contexto de la vida de esta persona es inherente a sí misma. A la vez, habla de las perspectivas de la objetividad y como estas aportan a la ciencia, definiendolas como objetividad fuerte, que es aquella concurrida por grupos oprimidos, no solo por su sexo o género, sino por su raza, clase social, condición económica y parcialidades culturales de este estilo; frente a la objetividad débil, propia del grupo opresor. Por otra parte, las teorías del empirismo contextual y el “empirismo feminista naturalizado” [ CITATION Suá19 \l 12298 ] nos brindan un panorama aún mucho más amplio con respecto a la problemática de las perspectivas en cuestión. El empirismo contextual, abogado por la filósofa Helen Longino, propone a la lógica y la evidencia empírica como importante para la creación de teorías científicas y la aprobación o rechazo de ellas; sin embargo, estas no son suficientes, por lo que es imprescindible el debate crítico de valores e intereses a la hora de hacer ciencia; y el empirismo feminista naturalizado, que será herencia directa del holismo empirista, defendido por Lynn Hankinson, la cual manifiesta un pensamiento en perspectiva del todo, explicado de tal forma que no existe juicio moral por sobre ninguna forma de hacer ciencia, pues si se cuestiona un teoría, ha de ser cuestionado el sistema conceptual completo. Esta forma de pensar a la ciencia la libra de ser mala o buena en esencia, sino mas bien se invita a pensarlo desde un punto de vista utilitarista y en lugar de ello, ver a la ciencia como completa o útil, de tal forma que la ciencia que esté hecha bajo una perspectiva débil, con unos intereses cuestionables y ejerciciendo cualquier tipo de comportamiento patriarcal ha de ser llamado ciencia incompleta o inútil. Con ello, surge la idea de la ambivalencia feminista, propuesta por Haraway y tomada por Harding con respecto a la crítica feminista del “objetivismo”, porque por un lado las mujeres de la ciencia apelan a “hechos” científicos para poner en evidencia el sexismo y establecerse en contraposición a estudios realizados bajo una perspectiva misógina, pero al mismo tiempo, ejercen bajo ese sistema de hacer ciencia que también es fuertemente criticado; llevándonos, junto con las teorías feministas antes mencionadas, a la conclusión de que no se puede criticar a la “mala ciencia” usando métodos científicos que también están siendo cuestionados. [ CITATION Har93 \l 12298 ] Son estas teorías las que nos ayudan a acotar distintas perspectivas con respecto al androcentrismo en la ciencia, y sus sesgos más arraigados en él, como la predisposición de la ciencia de perpetuar teorías que van de la mano con los prejuicios sobre la inferioridad intelectual o incluso física de la mujer para ejercer diferentes cargos o ser partícipe de ellos, siendo esta directamente relacionada con el neurosexismo. “El término neurosexismo (neurosexism) es un neologismo que precisamente reúne todos aquellos posicionamientos y teorías que utilizan la investigación neurocientífica para reforzar ideas prefijadas sobre las diferencias inherentes entre sexos” [ CITATION Rev16 \l 12298 ]. Estudios como el de García-Falgueras & Swaab (2008) “A sex difference in the hypothalamic uncinate nucleus: relationship to gender identity” y el de Zhou, Hofman, Gooren, & Swaab (1995) “A sex difference in the human brain and its relation to transsexuality” que, a pesar de ser un respaldo directo de la despatologización de las identidades transgénero, y por lo tanto, convertirse en estudios de respaldo específicamente para el transactivismo, han demostrado las diferencias entre los cerebros de ambos sexos, y han llegado a la conclusión de que los cerebros presentan diferencias como promedios estadísticos de densidades como la materia blanca o la materia gris, mas no diferencias abismales como diferentes capacidades cognitivas o estructuras anatómicas. De igual modo, en el siglo XX se sostenía un pensamiento de que la madre enseñaba a sus hijos tan solo los cimientos de la lengua y sus símbolos, mas no el simbolismo o la creación de nuevo significados, atribuyéndole la enseñansa de estos al padre. Luisa Muraro en 1991 debate esto en su libro El Orden simbólico de la Madre, desmintiendo por completo el alegato. [ CITATION Art09 \l 12298 ]. El neurosexismo, por lo tanto, es androcentrismo en esencia, al demostrar una superioridad explicita del hombre hacia la mujer, incluso si esta se encuentra disfrazada con eufemismos, Aplicando los principios epistemológicos antes estudiados en este ensayo por sobre las problemáticas de hoy en día, podemos conseguir conclusiones matizadas. Los modelos androcéntricos en la ciencia siguen vigentes a día de hoy, como lo es la figura predominante masculina con el llamado arquetipo hegemónico viril, aunque con ciertas modificaciones, tales como la indiferencia absoluta hacia una imagen “fisicamente” fornida, ha ser reemplazado por el sueño americano, el elicsir del éxito y la opulencia exuberante que llama la atención de todo aquel que lo ve. Hombres como Elon Musk, físico fundador de SpaceX, empresa que ha venido a renovar por completo a la percepción de la astrofísica para el ciudadano común y Tesla, empresa millonaria en industria automotriz; o a Steve Jobs, hombre puesto en un pedestal como el nombre de la innovación tecnológica; hombres con una moral y ética cuestionables, que han sido confrontados por sus acciones y palabras que no toman en consideración grupos oprimidos o de por sí, hechos que atentan contra los derechos de otras personas directamente. Elon Musk, con múltiples acusaciones de permitir tratos discrimitarios y acoso laboral y sexual en sus empresas [ CITATION Rub17 \l 12298 ] y Steve Jobs, dueño de una empresa que ha admitido permitir la explotación de grupos segregados y niños en sus fábricas en Asia [ CITATION Flo10 \l 12298 ]. Debido a esto, ha de ser razonable pensar en aquella imagen hegemónica como un ciclo en la historia de la ciencia, que claramente debe ser descontinuado. Esto no quiere decir que se buscan invertir papeles, o censurar a aquellas personas que parecen cumplir con este rol hegemónico en la ciencia, pues el sistema de opresión de grupos sociales ha probado no ser efectivo a la hora de cumplir con el objetivo de la ciencia y sus derivados para el bien común de la especie humana al poner trabas constantes al desarrollo de la tecnología misma. Una forma de hacerlo es tomar muy en cuenta los modelos de empirismo contextual feministas, que alegan por un desapego total de la moral y una perspectiva utilitarista. Es decir, plantear un nuevo sistema en donde la riqueza de perspectivas se conviertan en un punto imprescindible y necesario para poder ejecutar una teoría en cualquier campo de conocimiento científico, y este hecho, de ser así, debe formar parte del registro escrito de las investigaciones como parte fundamental de las mismas. A su vez, el aumento de la difusión de estas ciencias permitirá, aunque en un futuro no tan inmediato, eclipsar a las figuras únicas y hegemónicas y dar paso a la diversidad de pensamientos. Esta diversidad juega un papel de gran importancia en la vida científica del ser humano, pues representa una imagen, mediante los medios de difusión de información al ciudadano común, de personas ejerciendo ciencia mucho más acertada. Tener a un solo rostro en representación de toda una nueva teoría o corriente de pensamiento es contraproducente porque aquel rostro da un mensaje carente de realidad a la sociedad, debido a que la ciencia, de ninguna época y en ningún lugar, está hecha por solo un hombre. Al opacar a los rostros diversos, a las mujeres, a los afrodescendientes, a los segregados; generamos una expectativa implícita de la imagen que espera la sociedad de la ciencia, y por lo tanto, dificultamos el camino de las futuras generaciones que desean formar parte de él. Con respecto al patriarcado, este debe pensarse de tal forma que su significado corrobore los paradigmas del grupo que está destinado a poner sus criterios e intereses en la ciencia que se realiza, y de la misma manera, usarlo en contexto de cualquier escrito, de ataño o contemporáneo, que se ha de poner bajo el foco crítico feminista. Pensar en eliminar por completo el androcentrismo de la ciencia resultaría en una utopía, pues se ha de plantear un objetivismo perfecto para cientos de miles de distintos contextos culturales, quedándo más que claro que esto es imposible; sin embargo, las teoría epistemologicas y las perspectivas relativistas nos indican un camino a seguir para llegar a un consenso en donde no solo se abandonen principios sexistas, clasistas, racistas y segregativos en le ciencia, sino que se consiga una imparcialidad ideal para llamarla útil; este camino guarda estrecha relación con la interseccionalidad y acude a la diversidad de perspectivas y paradigmas en los estudios científicos; es decir, a mayores formas de pensar la hipotesis e interpretar los resultados, más fructífera será la investigación. En conclusión, el androcentrismo es tan antiguo como la ciencia misma y ha sido parte de este sistema desde sus cimientos –pues la humanidad en su evolución social ha tenido fuertes inclinaciones a la dominancia masculina–. Esta relación entre la ciencia y el androcentrismo resulta en la imposibilidad de un cambio verdadero, a no ser que se dé una revolución sistemática de la estructura social en la creación de ciencia, que se traduce a una reestructuración a nivel global de la comunidad científica.
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