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Ciencia y feminismo.

La ciencia ha sido la madre de todas las revoluciones desde el surgimiento de las


civilizaciones humanas; y con mucha razón, pues ha sido la portadora de las respuestas a
cada una de las preguntas vitales y filosóficas del ser humano, o por lo menos, aquella que
promete tenerlas. Ciencia se define, según Bunge (1960), como un cuerpo de ideas que
tienen su origen en la cualidad única y extraordinaria de los seres humanos por querer
entender el mundo en el que vive, y esta, como actividad de investigación, pertenece a una
actividad propia de la vida social de cada individuo o grupo de individuos, con el objetivo
de llegar a un mejoramiento de su medio natural y artificial, convirtiendo a la ciencia en
tecnología. Sin embargo; la triste realidad es que la ciencia nunca ha sido para todos, como
su propia definición encasilla. Es en aquel contexto que el foco feminista toma su
protagonismo en la historia de la política, y más concretamente, de la ciencia, manifestando
explícitamente la problemática en cuestión: el androcentrismo en la misma.
“La palabra ANDROCENTRISMO está compuesta por un primer término griego, ANER,
ANDROS, que hace referencia al ser de sexo masculino, al hombre por oposición a la
mujer, y por oposición a los dioses: al hombre de una determinada edad (…), de un
determinado estatus (…) y de unas determinadas cualidades (…) consideradas viriles. En
sentido estricto, al HOMBRE HECHO que forma parte del ejército. Por tanto, no se refiere
a cualquier ser humano de sexo masculino, sino al que ha asimilado un conjunto de valores
viriles (…). La palabra androcentrismo está compuesta, además, por un segundo término
que hace referencia a un situarse en el centro, esto es, en una porción del espacio social
desde la que se reglamenta jerárquicamente la vida del colectivo; un situarse en el centro
del que, en consecuencia, se deriva una perspectiva centralista”. [CITATION Mor88 \l 12298 ]
No se trata de ninguna novedad cuando se pone en evidencia el hecho de que la ciencia ha
sido dominada por hombres durante décadas –y que posiblemente aún vivamos muchas de
sus secuelas–, no solo llevando a discusión la cantidad de hombres involucrados en aquel
mundo a comparación de las mujeres, sino también en la visibilidad vista desde el gran
panorama, tanto en posiciones de poder como en cargos principales de proyectos a gran
escala. Según Alic (1986) pensamos en la historia de la ciencia como un equivalente a la
historia del hombre, reduciendola a pocos hombres como Aristóteles o Einstein; hombres
que, a pesar de haber cambiado drásticamente la visión en ciencias del mundo, no le hacen
justicia al trabajo detrás de sus teorías; las que además, fueron pulidas y construidas por un
grupo de ilustrados censurados por la historia, tanto anteriores como contemporáneos a la
vida de estos hombres, estándo entre ellos también muchas mujeres. Esto significa una
simplificación arbitraria de la historia misma con el registro científico destinado a las
sociedades de aquel entonces, dichas a trascender en la historia para crear así un aura de
sabiduría y conocimiento sobre un solo hombre que eclipsa por completo los pilares que
cimentaron la obra de la que él se apropia, inclusive si éste formó parte de la misma.
Además, ha de demostrar que esta problemática, abarcada mayormente por la filosofía
feminista en crítica a las formas de registro de la historia de la ciencia, también han llegado
a afectar al género masculino en su medida. Moreno Sardá (1988), profesora de Historia de
la Comunicación Social en Barcelona, llama a esta figura del hombre que transciende en la
historia como “arquetipo hegemónico viril”.
Olby, Cantor, Hodge, & Christie (1990) atribuyen al hecho de que las mujeres rara vez se
les de protagonismo en la ciencia, o les cueste mucho más que a un hombre, a un efecto
directo del patriarcado, definiendolo como la disposición de inequidad en los sistemas
políticos, sociales y económicos de las mujeres en tendencia de lo que conseguiría un
hombre (pp. 100). No obstante, a día de hoy, el concepto de patriarcado ha de ser tratado
como subjetivo, debido a que la idea de un significado universal no toma en cuenta la
opresión de género que se puede sucitar en los distintos contextos culturales; es decir, la
idea de patriarcado ha de ser relativa a la cultura que predomine en el entorno de un grupo
específico de personas [ CITATION But90 \l 12298 ], siendo incluso aún más abstracto si
sumamos el fenómeno de la globalización debido a los avances tecnológicos, creando un
panorama predominantemente heterogéneo, donde es difícil encontrar experiencias
similares con respecto a la opresión individual de cada mujer, y a su vez, es probable
encontrar similitudes en culturas distintas y lejanas que nunca han tenido contacto en
tiempos anteriories, dificultando aún más la cohesión de qualias para un vocabulario
universal. Este fenómeno se extrapola a la ciencia como “paradigma”, pues explica en su
totalidad como grupos de diferentes culturas se pueden aliar por intereses comunes.
En contraste, Harding (1993) alega que se vive una cultura “de la ciencia”, donde esta llega
a afectar no solo nuestra vida social, sino nuestra vida privada; este hecho puede ser
corroborado para el mismo siglo XXI, debido al notorio impacto de la ciencia en nuestro
día a día, siendo su evidencia la preocupación de los Estados hacia la misma, destinandose
así, en el 2018, 2.27% del PIB mundial al gasto de investigación y desarrollo; 0.30% más a
comparación de los 90’s. [ CITATION Ban \l 12298 ]. Harding también propone que los
métodos científicos y sus formas de definirlos presentan carencias abismales, en donde no
solo son sexistas, sino también racistas, clasistas y coercitivos en el plano cultural,
generando una fuerte contraposición de intereses cuando se piensa y se ejerce la ciencia. Su
pensamiento es explicado a profundidad con su teoría del perspectivismo feminista, que se
verá más adelante en el ensayo.
Para poder hablar sobre el protagonismo que ha tenido el feminismo a la hora de hacer
ciencia y como éste colaboró en los logros que se perciben hoy en día, se tendrá que
conocer a fondo la historia de éste. Watz (2020) otorga un esquema simple sobre las olas
del feminismo, aludiendo al nacimiento del término “ola” para describir la historia
feminista con el artículo de la revista The New York Times del año 1968, escrito por
Martha Weinman Lear y publicado como“The Second Feminist Wave”. La primera ola del
feminismo describe mayormente la batalla de las sufragistas para conseguir el derecho al
voto, cuestionando los alegatos de igualdad de las repúblicas, y protestas a favor de las
mujeres en situación de matrimonio, esta se da entre los siglos XIX y los comienzos del
siglo XX; la segunda ola feminista, se dice, empieza desde los años 60’s con el
cuestionamiento de la inequidad entre el hombre y la mujer y la manera en que la sociedad
estaba organizada para dar favor al privilegio masculino. La tercera ola feminista se sucita
en los años 90’s con la teoría queer, siendo Butler una de sus mayores exponentes, en
donde se cuestiona el concepto de mujer, pues al buscar unirse en lucha de intereses
comunes, se encontraban con enormes discrepancias a la hora de definirse como sujetos
políticos, haciendo eco a las teorías ya propuestas con anterioridad por mujeres como
Simone de Beauvior con su libro El Segundo Sexo. Por un lado, se cuestionaban los roles
femeninos, y se desarraigaba la idea de mujer con el concepto de feminidad, pues este
perpetuaba la instauración de un lenguaje social sexista regido por tendencias impuestas por
hombres, además de que sostenía fuertemente a una supuesta “realidad biológica” que
resultaba, por menos, denigrante, inexacta y base de muchas de las ideas misóginas
conservadoras de las sociedades opresoras de la época. Esta tercera ola carga consigo
mucho del existencialismo de Beauvior, que en su época representaba un sinónimo de
libertad para las mujeres, que poco a poco se daban cuenta de las trabas sistemáticas de la
sociedad en contra de ellas; y por otro, surgía la interseccionalidad como una herramienta
indispensable para entender la revolución feminista y como esta ayudará a la liberación de
la mujer de su opresión, entendiendose como interseccionalidad a “un marco diseñado para
explorar la dinámica entre identidades coexistentes (por ejemplo, mujer, negra) y sistemas
conectados de opresión (por ejemplo, patriarcado, supremacía blanca)” [ CITATION Dav19 \l
12298 ]. Algunas feministas aseguran sobre una cuarta ola, que toma lugar en los comienzos
del año 2010 y se basa mayormente en la era digital. Malinowska (2020) expone sobre la
cuarta ola del feminismo con las campañas realizadas en redes sociales como Facebook,
Twitter, Tumblr, Youtube y demás, con los movimientos Feministing, #MeToo, entre otros;
marcando una nueva agenda y una nueva manera de resistencia feminista que forma parte
de la cuarta ola, sumandose una mayor difusión del movimiento y su impacto a nivel
mundial.
Asimismo, la influencia del feminismo en la ciencia debe ser reconocida mediante las
grandes figuras en el campo. Olby, Cantor, Hodge, & Christie (1990), en la parte ocho de
su libro Companion to the History of Modern Science destacan a Hildegard de Bingen, una
ilustrada de entre los años 1098 y 1179, quien escribió sobre historia, medicina, cosmología
y cosmogonía; o a Margaret Cavendish, del siglo XV, escritora teórica y experimental de la
filosofía natural (pp.102), ambas mujeres ilustradas en un contexto de completa censura
hacia la ciencia, y mucho más si provenía de una mujer. Sin irnos más lejos, Marie Curie,
física y química polaca conocida por ser la primera mujer científica en recibir un premio
Nobel por el descubrimiento de los radio elementos, ícono por excelencia de la resistencia
y desempeño mujer en la ciencia hasta el día de hoy y fundadora de su propio legado con su
hija, Irene Curie, nacida en Francia, quien ayudó a consolidar los estudios de su madre y
junto con Frédéric Joliot, crear el primer elemento radiactivo artificial de la historia
[ CITATION Nob20 \l 12298 ]; al igual que su contemporánea, María Goeppert-Mayer; nacida
en Alta Silesia, territorio que hoy forma mayormente Polonia, 1906. Fue la madre de la
llamada fisión nuclear, la cual dio inicio a las teorías que permitieron desarrollar el reactor
nuclear, y, aunque a completa oposición de Mayer, la bomba nuclear. Debido a esto, y el
miedo de reconocer el trabajo de una persona judía en un contexto antisemita, a Mayer se le
negó el reconocimiento del Nobel, quedando así, como una de las mayores injusticias de la
ciencia [ CITATION Mor15 \l 12298 ], junto con el de Rosalind Franklin, quien fue una
química británica extraordinaria, nacida en 1920, que dilucidó por primera vez la estructura
del ADN, empero, no fue galardonada ni reconocida con el premio Nobel, otorgando este a
Watson, Crick y Wilkins, cuatros años después de su muerte [ CITATION Cam15 \l 12298 ].
Finalizando, entre tantas destacadas contemporáneas, a Katherine Johnson, matemática y
física, nombrada como la calculadora humana y clave esencial para la llegada del hombre a
la luna [ CITATION BBC201 \l 12298 ].
Lo que nos lleva entonces a los plateamientos y críticas que se han ido generando durante la
historia hacia ese sistema que dificultó los logros de las mujeres científicas en las ciencia;
se habla de la epistemología feminista. Una de las bases esenciales para comprender esta
teoría recae en Kuhn, historiador y físico, famoso por proponer la idea del paradigma, antes
mencionada en este ensayo con respecto a los problemas del choque cultural y la idea de un
patriarcado universal. “El paradigma es aquello que comparten los miembros de una
comunidad científica en particular” [ CITATION Raf04 \l 12298 ] y, por ende, las personas que
trabajan juntas en la ciencia, han de trabajar bajo un paradigma en concreto, por lo que
tienden a compartir intereses sociales en común.
Nahuel Bernabé (2019) sostiene que definir a estos pensamientos feministas como
corrientes o escuelas del pesamiento no es útil, pues no se corresponde por su
heterogeneidad; no obstante, se estipulan dos puntos esenciales que unen a cada uno de
estos pensamientos en comunidad.
El primero es la afirmación completa y total de la existencia de valores androcéntricos en la
ciencia, y la segunda consiste en la estipulación de estos valores como indelebles debido a
que las personas que realizan ciencia son sujetos sometidos por completo a sus perspectivas
condicionadas por un contexto cultural específico: su sexo, su género, su raza o cualquier
variante de esta naturaleza; definiendo a los científicos como situated knowers (y siendo
fuerte crítica a objetivismo). A pesar de ello, cuando se remarca este subjetivismo en la
ciencia, no se lo hace desde un punto de vista de reparo, pues no existe forma de alguna de
hacerlo; el ser humano es diseñado a condición de todos y cada uno de los factores sociales
que lo rodean, y, a pesar de que estos factores influencian de manera abismal en la niñez, el
proceso de socialización es un proceso que ha de durar toda la vida, y por lo tanto, la mente
humana es tan maleable como se la propone. Las corrientes filosóficas, feministas o no, que
buscan un significado del ser humano desprendido de su imparcialidad, o lograr contenerse
en un estado en donde este hecho se sucite en nombre de la ciencia para conseguir las
respuestas a ese universo misterioso y efímero, contribuyen a un tema mucho más extenso
que se encuentra en constante debate visto desde diferentes perspectivas, y es muy
probable, que se mantenga así en el por venir.
En base a esto, el perspectivismo feminista¸ mencionado con anterioridad y propuesto por
Harding, hace hincapié al modelo del sujeto ahistórico y su supuesta neutralidad; es decir,
no se puede hablar de una persona real ejerciendo ciencia en completa objetividad, debido a
que la historia y contexto de la vida de esta persona es inherente a sí misma. A la vez, habla
de las perspectivas de la objetividad y como estas aportan a la ciencia, definiendolas como
objetividad fuerte, que es aquella concurrida por grupos oprimidos, no solo por su sexo o
género, sino por su raza, clase social, condición económica y parcialidades culturales de
este estilo; frente a la objetividad débil, propia del grupo opresor.
Por otra parte, las teorías del empirismo contextual y el “empirismo feminista
naturalizado” [ CITATION Suá19 \l 12298 ] nos brindan un panorama aún mucho más amplio
con respecto a la problemática de las perspectivas en cuestión. El empirismo contextual,
abogado por la filósofa Helen Longino, propone a la lógica y la evidencia empírica como
importante para la creación de teorías científicas y la aprobación o rechazo de ellas; sin
embargo, estas no son suficientes, por lo que es imprescindible el debate crítico de valores
e intereses a la hora de hacer ciencia; y el empirismo feminista naturalizado, que será
herencia directa del holismo empirista, defendido por Lynn Hankinson, la cual manifiesta
un pensamiento en perspectiva del todo, explicado de tal forma que no existe juicio moral
por sobre ninguna forma de hacer ciencia, pues si se cuestiona un teoría, ha de ser
cuestionado el sistema conceptual completo. Esta forma de pensar a la ciencia la libra de
ser mala o buena en esencia, sino mas bien se invita a pensarlo desde un punto de vista
utilitarista y en lugar de ello, ver a la ciencia como completa o útil, de tal forma que la
ciencia que esté hecha bajo una perspectiva débil, con unos intereses cuestionables y
ejerciciendo cualquier tipo de comportamiento patriarcal ha de ser llamado ciencia
incompleta o inútil.
Con ello, surge la idea de la ambivalencia feminista, propuesta por Haraway y tomada por
Harding con respecto a la crítica feminista del “objetivismo”, porque por un lado las
mujeres de la ciencia apelan a “hechos” científicos para poner en evidencia el sexismo y
establecerse en contraposición a estudios realizados bajo una perspectiva misógina, pero al
mismo tiempo, ejercen bajo ese sistema de hacer ciencia que también es fuertemente
criticado; llevándonos, junto con las teorías feministas antes mencionadas, a la conclusión
de que no se puede criticar a la “mala ciencia” usando métodos científicos que también
están siendo cuestionados. [ CITATION Har93 \l 12298 ]
Son estas teorías las que nos ayudan a acotar distintas perspectivas con respecto al
androcentrismo en la ciencia, y sus sesgos más arraigados en él, como la predisposición de
la ciencia de perpetuar teorías que van de la mano con los prejuicios sobre la inferioridad
intelectual o incluso física de la mujer para ejercer diferentes cargos o ser partícipe de ellos,
siendo esta directamente relacionada con el neurosexismo. “El término neurosexismo
(neurosexism) es un neologismo que precisamente reúne todos aquellos posicionamientos y
teorías que utilizan la investigación neurocientífica para reforzar ideas prefijadas sobre las
diferencias inherentes entre sexos” [ CITATION Rev16 \l 12298 ].
Estudios como el de García-Falgueras & Swaab (2008) “A sex difference in the
hypothalamic uncinate nucleus: relationship to gender identity” y el de Zhou, Hofman,
Gooren, & Swaab (1995) “A sex difference in the human brain and its relation to
transsexuality” que, a pesar de ser un respaldo directo de la despatologización de las
identidades transgénero, y por lo tanto, convertirse en estudios de respaldo específicamente
para el transactivismo, han demostrado las diferencias entre los cerebros de ambos sexos, y
han llegado a la conclusión de que los cerebros presentan diferencias como promedios
estadísticos de densidades como la materia blanca o la materia gris, mas no diferencias
abismales como diferentes capacidades cognitivas o estructuras anatómicas. De igual modo,
en el siglo XX se sostenía un pensamiento de que la madre enseñaba a sus hijos tan solo los
cimientos de la lengua y sus símbolos, mas no el simbolismo o la creación de nuevo
significados, atribuyéndole la enseñansa de estos al padre. Luisa Muraro en 1991 debate
esto en su libro El Orden simbólico de la Madre, desmintiendo por completo el alegato.
[ CITATION Art09 \l 12298 ]. El neurosexismo, por lo tanto, es androcentrismo en esencia, al
demostrar una superioridad explicita del hombre hacia la mujer, incluso si esta se encuentra
disfrazada con eufemismos,
Aplicando los principios epistemológicos antes estudiados en este ensayo por sobre las
problemáticas de hoy en día, podemos conseguir conclusiones matizadas. Los modelos
androcéntricos en la ciencia siguen vigentes a día de hoy, como lo es la figura
predominante masculina con el llamado arquetipo hegemónico viril, aunque con ciertas
modificaciones, tales como la indiferencia absoluta hacia una imagen “fisicamente”
fornida, ha ser reemplazado por el sueño americano, el elicsir del éxito y la opulencia
exuberante que llama la atención de todo aquel que lo ve. Hombres como Elon Musk, físico
fundador de SpaceX, empresa que ha venido a renovar por completo a la percepción de la
astrofísica para el ciudadano común y Tesla, empresa millonaria en industria automotriz; o
a Steve Jobs, hombre puesto en un pedestal como el nombre de la innovación tecnológica;
hombres con una moral y ética cuestionables, que han sido confrontados por sus acciones y
palabras que no toman en consideración grupos oprimidos o de por sí, hechos que atentan
contra los derechos de otras personas directamente. Elon Musk, con múltiples acusaciones
de permitir tratos discrimitarios y acoso laboral y sexual en sus empresas [ CITATION
Rub17 \l 12298 ] y Steve Jobs, dueño de una empresa que ha admitido permitir la
explotación de grupos segregados y niños en sus fábricas en Asia [ CITATION Flo10 \l 12298 ].
Debido a esto, ha de ser razonable pensar en aquella imagen hegemónica como un ciclo en
la historia de la ciencia, que claramente debe ser descontinuado. Esto no quiere decir que se
buscan invertir papeles, o censurar a aquellas personas que parecen cumplir con este rol
hegemónico en la ciencia, pues el sistema de opresión de grupos sociales ha probado no ser
efectivo a la hora de cumplir con el objetivo de la ciencia y sus derivados para el bien
común de la especie humana al poner trabas constantes al desarrollo de la tecnología
misma.
Una forma de hacerlo es tomar muy en cuenta los modelos de empirismo contextual
feministas, que alegan por un desapego total de la moral y una perspectiva utilitarista. Es
decir, plantear un nuevo sistema en donde la riqueza de perspectivas se conviertan en un
punto imprescindible y necesario para poder ejecutar una teoría en cualquier campo de
conocimiento científico, y este hecho, de ser así, debe formar parte del registro escrito de
las investigaciones como parte fundamental de las mismas. A su vez, el aumento de la
difusión de estas ciencias permitirá, aunque en un futuro no tan inmediato, eclipsar a las
figuras únicas y hegemónicas y dar paso a la diversidad de pensamientos. Esta diversidad
juega un papel de gran importancia en la vida científica del ser humano, pues representa
una imagen, mediante los medios de difusión de información al ciudadano común, de
personas ejerciendo ciencia mucho más acertada. Tener a un solo rostro en representación
de toda una nueva teoría o corriente de pensamiento es contraproducente porque aquel
rostro da un mensaje carente de realidad a la sociedad, debido a que la ciencia, de ninguna
época y en ningún lugar, está hecha por solo un hombre. Al opacar a los rostros diversos, a
las mujeres, a los afrodescendientes, a los segregados; generamos una expectativa implícita
de la imagen que espera la sociedad de la ciencia, y por lo tanto, dificultamos el camino de
las futuras generaciones que desean formar parte de él.
Con respecto al patriarcado, este debe pensarse de tal forma que su significado corrobore
los paradigmas del grupo que está destinado a poner sus criterios e intereses en la ciencia
que se realiza, y de la misma manera, usarlo en contexto de cualquier escrito, de ataño o
contemporáneo, que se ha de poner bajo el foco crítico feminista. Pensar en eliminar por
completo el androcentrismo de la ciencia resultaría en una utopía, pues se ha de plantear un
objetivismo perfecto para cientos de miles de distintos contextos culturales, quedándo más
que claro que esto es imposible; sin embargo, las teoría epistemologicas y las perspectivas
relativistas nos indican un camino a seguir para llegar a un consenso en donde no solo se
abandonen principios sexistas, clasistas, racistas y segregativos en le ciencia, sino que se
consiga una imparcialidad ideal para llamarla útil; este camino guarda estrecha relación con
la interseccionalidad y acude a la diversidad de perspectivas y paradigmas en los estudios
científicos; es decir, a mayores formas de pensar la hipotesis e interpretar los resultados,
más fructífera será la investigación.
En conclusión, el androcentrismo es tan antiguo como la ciencia misma y ha sido parte de
este sistema desde sus cimientos –pues la humanidad en su evolución social ha tenido
fuertes inclinaciones a la dominancia masculina–. Esta relación entre la ciencia y el
androcentrismo resulta en la imposibilidad de un cambio verdadero, a no ser que se dé una
revolución sistemática de la estructura social en la creación de ciencia, que se traduce a una
reestructuración a nivel global de la comunidad científica.

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