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Sigo los planteos del crítico uruguay Amir Hamed (1962-2017) en su libro Orientales.
Uruguay a través de su poesía [1996].
Montevideo era el puerto rival de la capital del Virreinato, Buenos Aires y asediada y
tomada durante las invasiones inglesas (1808-1810). Estos invasores abrirán dos
tradiciones: la de convertirla en una ciudad sitiada y la de publicar, a cobijo de sus muros,
periódicos no hispánicos como el bilingüe La estrella del sur. Al comienzo de las gestas
de la independencia la ciudad será bastión de la corona, para luego ser cercada, durante
todo el siglo, por diversos ejércitos. Los ejércitos “patriotas” sitiarán y luego expulsarán a
los españolistas, luego el ejército imperial portugués expulsará a los orientales de José
Artigas y así en más, hasta la Guerra Grande, donde el ejército de Juan Manuel de Rosas
encabezado por los “blancos” de Manuel Oribe pondrá un interminable asedio a la ciudad
políticamente gobernada por los “colorados”, protegida por mar por la armada británica y
la francesa y poblada, en su mayor parte, por inmigrantes europeos.
Esa historia de asedios y de presencia francesa en el siglo XIX que consolida una
tradición poético franco-uruguaya (de la que participaron Isidore Ducasse y Jules
Laforgue), es decir, antes del modernismo de Darío, Montevideo había lanzado poesía
“cosmopolita”. Lautreamont se definía como montevideano.
Reducir el territorio a este exclusivo margen (la orilla montevideana) no es una solución.
La capital, menos que un lugar, ha sido el articulador traumático del pasaje a la
modernización. Una bisagra que es el eje fundador de la poesía uruguaya del siglo y el
margen en el cual, desde el inicio de la República, refractan los ideologemas más fuertes,
que han construido el territorio y la cultura.
En 1920, Alberto Zum Felde (Proceso histórico del Uruguay) señalaba que los
intelectuales, radicados en Montevideo, tenían una producción que entraba en abierto
conflicto con el territorio.
RAMA => LA CIUDAD LETRADA => la escritura, diseñadora de ciudades, coloniza, más
allá de la urbanización, el territorio.
Montevideo parece funcionar, no como un lugar continentador sino como una barra
separante, como un margen o línea que, de por sí, los exilia. Esos muros de Montevideo
partieron, ni bien erigidos, el territorio en dos. Pues una vez escindido de la otra banda, y
reconvertido también el margen que separa a Montevideo del resto del territorio, en este
siglo el espacio aparecerá como el desierto de Quiroga, o como las inmensas llanuras que
Supervielle narra y recuerda. La escritura metropolitana queda, de este modo, vaciada del
cuerpo oral que la retroalimentaba, y también deberá inventarse, interminablemente, sus
orígenes. A este respecto cabe recordad que no por casualidad será Herrera y Reissig
quien haya de ocupar, en poesía, el lugar del texto fundacional.
=> Eduardo Milán dice que en la realidad poética del Uruguay siempre ha primado el
pensamiento lógico cartesiano y este se niega a “admitir mitos”. A los verdaderos
escritores uruguayos les quedan dos salidas: el exilio interior −Herrera y Reissig,
Felilsberto Hernández− y el exilio exterior −Onetti, quien mantuvo una tenaz resistencia a
regresar a Montevideo y muere finalmente en España−. El conde de Lautreamont y Jules
Laforgue nacieron precisamente en Uruguay y abandonaron el país adolescente y
murieron en Francia. Un país que, cuando no mata (calla) a sus escritores adentro, los
persigue hasta matarlos afuera.
La denominación “uruguayo” remite a una formación exclusiva del siglo XX –es decir,
moderna- y se realiza en oposición a otras como “oriental” o “cisplatino”. El término
“uruguayo” constituye la marca en el orillo del Estado moderno, batllista e independiente,
que se inicia con la centuria y que propone una delimitación con respecto a las
pretensiones que el Brasil o las Provincias Argentinas tenían con respecto al territorio. El
“uruguayo” resultaría, de este modo, aquel continentado por el discurso del Estado
definitivamente dibujado desde Montevideo.
La palabra “orientales”, con la que se territorializaba durante el siglo XIX, deriva hacia las
provincias argentinas, y ahí el río Uruguay, que saja el suelo, delimita: el margen oriental,
el suelo escdindido.
Para Herrera y Reissig, a inicios del siglo XX, la palabra “uruguayos” funcionaba como
una interdicción, como una voz que lo volvía extranjero. Herrera se construía un lugar con
una advertencia: “Prohibida la entrada a los uruguayos”.
Vivió aislado en Montevideo, en la ciudad vieja. Considerado por sus coetáneos como un
poeta maldito, casi inédito, pero marcado a fuego como un drogadicto y un luzbélico, el
afecto de unos pocos y entre ellos un editor insólito sostendrá su nombre y su creación
incomparable. Lo consideran la “tercera orilla de la poesía”.
No solo lleva hasta sus últimas consecuencias las propuestas de sus modelos
modernistas y simbolistas, sino que –superándolas- trabajará en líneas experimentales.
Para él, el enemigo del arte es esa burguesía mercantil de principios de siglo. La llama el
“Dragón”. Ese dragón asusta al “Cisne” y lo obliga a replegarse en la ensoñación evasiva.
Por eso, su reivindicación metafísica es una reacción ante la “adversidad de lo real”
(Yurkievich). L a imaginación permite liberarse de las limitaciones fácticas. Por vía del
desarreglo de los sentidos, provoca la fragmentación, la disolución la evanescencia del
mundo corporal. El decir indirecto es lo que permite manifestar lo inefable, sondear lo
incomprensible (quiere despertar las fuerza mágicas del lenguaje conjuro, el modernismo
se imbuye de ocultismo).
Otras curiosidades
Herrera proclamaba que iba a “escribir para París”, es decir que, si sustraía su persona
del funcionamiento más o menos cívico de la ciudad, proponía el viaje compensatorio de
la obra; se enviaba en ella.
Tuvo una relación de tirantez con Rodó por una beca que solicitó del gobierno para viajar
a Europa (Rodó había intercedido por Florencio Sánchez pero no movió un dedo por
Herrera).
DELMIRA AGUSTINI
El cuerpo
Desde Petrarca al menos, la lírica le asigna a la figura femenina ese lugar inconmovible
de amada a la que se le depositan los versos. Delmira parece revertir el asunto. Ella
replica: una mujer no es una estatua al decir: “Eros, ¿no has sentido piedad de las
estatuas?”. La poesía de Agustini es el primer punto de referencia cuando se piensa el
ingreso del cuerpo a la lírica. A diferencia de sus predecesores, el cuerpo en Delmira no
es un motivo, es el lugar exacto de la escritura.
La nena
El filósofo Carlos Vaz Ferreira le señalaba a Delmira –como si fuera un confesor- que
parecía imposible que ella misma entendiera las cosas que escribía.
Su vida se desarrolló dentro del marco de una familia montevideana de buena posición
económica. Tiene una madre argentina que la idolatra, la acompaña permanentemente,
no la envía la colegio para educarla en la casa y acepta más tarde que emprenda estudios
de piano, de francés, de pintura. El padre copia aplicadamente los poemas de la hija
cuando esta comienza a escribir a temprana edad. Según testimonios de la familia
escribía por arrebatos, interrumpiendo de pronto una melodía que tocaba en el piano.
Deseaba una soledad absoluta para escribir. Solía acostarse y levantarse tarde, con plena
aceptación de los padres.
Sin embargo, los cuadernos de manuscritos que dejó no la muestran adicta al mero
arrebato, sino partidaria del trabajo constante sobre los originales. Tiene correspondencia
con Rubén Darío (quien la visita en 1912), con Manuel Ugarte (a quien lo une un vínculo
aparentemente pasional) y con Roberto de las Carreras.
Atrevimiento y condena
Unamuno se alarmaba de la “fijación” con la que Delmira quería atrapar “la cabeza de
Dios”. Un impulso de Salomé (la sintaxis de “lo trunco”).
“Una poesía erótica intelectualizada, que no tenía antecedentes en nuestro medio (por
demás pequeño y común), pero tampoco en el hispanoamericano, poesía ausente de toda
vinculación con su tiempo, un poesía para los venideros” (Walter Rela).
JUAN CUNHA
Hace una editorial “Estela” donde publica a escritores desconocidos como Juan Carlos
Onetti (El pozo) y Líber Falco (Cometa sobre los muros). Y luego trabaja como cobrador
en el mítico semanario Marcha.
A su muerte había publicado 26 libros y Ángel Rama sospecha que apenas veían la punta
del iceberg (dejó inéditos 46 poemarios, cuatro tomos de 2000 páginas = Señal de vida).
Lo editado es un tercio de su verdadera obra.
Contexto
1973-1983 – Dictadura Militar, que se inicia con el presidente colorado Juan María
Bordaberry.
Idea
Su padre era anarquista y poeta (Leandro Vilariño). Sus hermanos eran Poema, Azul,
Alma y Numen. Idea comienza con la poesía “angustiada” de los años cuarenta y pasa
por la canción-protesta sesentista recuperando el cielito “oriental”. Su tópica es el amor
perdido, la evocación elegíaca y nihilista.
Benedetti ataca la tópica de Vilariño: “el amor y la muerte, esas certezas”. Pero la realidad
es que Idea logra salir de los problemas de tópica y de la lógica antitética (amor-muerte,
sueño, muerte). Judy Berry-Bravo lo llama la “afirmación-negativa” de Idea. De acuerdo
con W. Rela, la de Vilariño es una poesía cautelosa y pesimista que “funda su única
posibilidad real en la despojada expresión de una soledad radical, en el señalamiento
desnudo de la miserable condición del hombre”.
Alcanzó una difusión masiva, hasta tocar el grado de best-seller, algo infrecuente en el
género.
Declara en una entrevista hecha por María Teresa Andruetto por el año 2013: La poesía
es “(…) Una forma que busca, parece mentira, cosas que la ciencia busca por otro lado: la
exactitud. Porque, a ver, la poesía nos obliga ante todo a prestar atención. Generalmente
te dicen <<ah, un poeta anda por las nubes>>. No es así”.
La filosofía ha invadido el cuerpo de la mujer. Es un “yo” que dialoga con las cosas o
consigo mismo, temeroso, en caso de emitirse, de desnivelar el delicado equilibrio
alcanzado.
Declaración de Maia: “Se considera varias veces a la belleza como una esencia aislada
de lo real, del vivir cotidiano –y aún en oposición con él-, de modo que las ocupaciones
corrientes, la vida en compañía, serían trabas para el creador. Comparto, al contrario, la
opinión que ve en la experiencia diaria, viva, una de las fuentes más auténticas de poesía”
(1975, prólogo de En el tiempo).
En el libro El puente (1970), el título era un símbolo de comunicación con el prójimo, dice
Benedetti. Anuncia la realidad inquietante que vendrá después. En plena dictadura publica
Cambios, permanencias (1978). El clima de opresión se siente en las entrelíneas. En un
poema concluye: “Las preguntas, heridas. Las respuestas, silencio”.
Muchos críticos echan de menos en la poesía de Maia el tópico amoroso y erótico. Según
Benedetti y a diferencia de las poetas de su generación, el amor es una presencia sutil,
implícita. No hay frialdad ni desapego en sus poemas tampoco. El amor se incorpora al
paisaje, es visto desde el nosotros del amor.
EDUARDO MILÁN
Es un crítico literario tan valioso como su poesía, no deben separarse sus ensayos de sus
novelas.
Milán, a lo largo de su obra, irá borrando. Es decir, cada nuevo libro se presenta como el
borrador del siguiente.