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procedimientos industriales y son derivados del petróleo, gas natural o carbón (Morales Méndez,
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1En la publicación se tomó en cuenta residuos sólidos (basura) de casa e instituciones. Los residuos industriales,
médicos, peligrosos, electrónicos o de la construcción y demolición se tomaron por aparte en la medida de lo
posible.
2010), lo que los hace no biodegradables, es decir no se degradan en el ambiente por la acción
de microorganismos en un tiempo relativamente corto, debido a que no sufren procesos de
oxidación por la humedad y el oxígeno. Lo único que puede degradarlos son los rayos
ultravioleta del sol; bajo estos, los plásticos van perdiendo resistencia y se fragmentan en
pequeñas partículas diminutas sin sufrir ningún cambio en su composición química; es decir,
siguen siendo plástico y no sirven de alimento para ningún microorganismo. Cuando llegan a
un diámetro inferior a 5 mm, se les denomina “microplásticos” (Bilbao Villena, 2015).
Los microplásticos son muy difíciles de retirar del ambiente, en especial de los océanos y
pueden llegar a nuestra cadena alimenticia cuando son ingeridos por animales que luego
comemos. Ejemplo de ello son los pescados, como el atún, la lisa, el pargo o los huachinangos.
Incluso se han encontrado microplásticos en la sal de mesa comercial, agua embotellada o agua
de grifo. Hay que resaltar que, existe evidencia de que los químicos agregados durante la
fabricación de plásticos son tóxicos, algunos de los cuales se han considerado cancerígenos;
otros, al ser ingeridos, pueden causar afectaciones al sistema nervioso, los pulmones u órganos
reproductores (ONU Medio Ambiente, 2018).
A pesar de estos impactos negativos al ambiente, el uso del plástico ha desplazado a otros
materiales para la fabricación de objetos como el metal, las fibras naturales y la madera, muy
probablemente por ser más económico. Por otra parte, en términos generales, los plásticos
también se pueden agrupar con base a su comportamiento al calor, en tres categorías: los
termoplásticos que se ablandan con el calor y endurecen al enfriarse; los termoestables que
nunca se ablandan una vez que han sido moldeados; y, los elastómeros que no reaccionan bien
al calor. En la actualidad se han encontrado más de 300 diferentes tipos de plásticos y aleaciones,
por lo que hay diversas maneras de clasificarlos, como puede ser en función de su origen o por
su tipo de estructura química, entre otras formas de analizarlos (Morales Méndez, 2010).
De acuerdo con Aldimir Torres, Presidente de la Asociación Nacional de Industrias de
Plástico (ANIPAC) (Revista Vector, 2019), México produce más de 7 millones de toneladas de
plástico al año. La industria del plástico en nuestro país aporta 5% del Producto Interno Bruto
(PIB) manufacturero y el 3% del PIB nacional. Asimismo, México se ubica en el duodécimo lugar
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mil millones de toneladas de plástico (Revista Vector, 2019). Por otra parte, la asociación Plastics
Technology México (2017) estima que, solo en el 2015, en México se consumieron 6.5 millones
de toneladas de plásticos.
Es paradójico imaginar que una de las actividades más comunes del ser humano, como
puede ser beber agua, se ha convertido en los últimos 20 años en una de las causas más
contaminantes. En 2010 se produjeron 135 billones de botellas fabricadas con tereftalato de
polietileno (PET) destinadas para envases de agua. Si consideramos que tan solo un 12%
ponderado a nivel mundial se recicla, significa entonces que 115 billones de botellas de agua se
quedarán sin una buena disposición (Reyes Flores, 2013).
El plástico objetivo de esta investigación es el PET, el cual es un termoplástico que, debido
a su versatilidad, su uso ha ido en incremento, aunque en gran medida se ocupa para la
fabricación de botellas plásticas. La empresa dedicada a la producción de PET BMI Machines
(2015) estima que en el mundo se generan 12 millones de toneladas de PET al año, con un
incremento anual del 6%. En México se calcula una demanda anual de 700 mil toneladas
(Vázquez Amador, 2014), la Cámara de Diputados estima que son 722 mil toneladas, agregando
que el país se posiciona como el segundo consumidor de envases de PET para refrescos en el
mundo y el primero para recipientes de agua embotellada. En coincidencia, otras fuentes
oficiales señalan que se elaboran al año, en promedio, 200 botellas de PET por cada mexicano
(Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, 2018).
El consumo anual de botellas de PET en México, representa el 6% de la producción total
de PET en el mundo. Si tomamos en cuenta que la población mundial es de 7.7 mil millones de
personas (Naciones Unidas, 2019) y que la población mexicana es de aproximadamente 127.5
millones de personas (Banco Mundial, 2019), México tiene el 1.65% de la población mundial,
pero el 6% del consumo total de PET al año, únicamente en botellas. Si dividiéramos el consumo
por personas equitativamente entre toda la población a nivel mundial, México consume casi 4
veces más (3.63) de lo que le tocaría proporcionalmente en botellas por persona.
Tan solo en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México se consumen 600 toneladas
diarias de PET. Se valora una recuperación total del 95% de botellas, recaudadas por camiones
recolectores (50%), plantas de separación (30%) y programas de acopio en escuelas, oficinas,
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parques… (15%). Sin embargo, ante la falta de tecnología y procesos de transformación del PET
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posconsumo en nuevos productos, el precio se devalúa y no genera las ganancias necesarias para
el sector (Vázquez Amador, 2014). Debido a ello, las 31 empresas registradas por la Secretaría
del Medio Ambiente de la Ciudad de México (SEDEMA) (2017) dedicadas a acopiar residuos de
PET en la ciudad, se enfocan principalmente en la molienda de insumo para la producción de
hojuelas sin limpiar, lo que al final, conlleva a que se exporte el 80% como materia prima
(Vázquez Amador, 2014).
Por otra parte, los plásticos han reducido el uso de materiales que para su extracción
causan erosión del suelo (como la tala de árboles para obtener madera o la erosión del suelo por
extracción de metales). Tal es el caso de la botella de vidrio, cuyo sistema de producción requiere
mayor cantidad de energía y produce mayor cantidad de desechos sólidos y gases de efecto
invernadero que la botella de PET, esto según un estudio del ciclo de vida comparativo entre
botellas de vidrio, de PET y latas de aluminio para bebidas individuales realizado para la
Asociación de Resinas PET (PETRA) (Franklin Associates, 2009).
Otro de los factores que han influido en el exceso de la producción de basura, incluyendo
los deshechos plásticos, además de la mala disposición de los residuos, es el modo de consumo
que se da en las sociedades humanas, y es que va más allá de satisfacer necesidades primarias
(comida, techo, descanso). El individuo no solo va en busca de obtener satisfacción material o
espiritual, sino de obtener un status, prestigio, posición o distinción. Los objetos están en un
sistema de valores y de distinciones que hacen del mismo, un elemento cada vez mas sujetado
y portador de diferencias y reconocimientos sociales. En este contexto, los objetos se multiplican
por doquier y las empresas se benefician de ello, buscando siempre obtener mayores ganancias
por medio de empaques, colores y sabores, exacerbando la necesidad de consumo para
mantener la institución imaginaria de la sociedad y su orden jerárquico (Panesso, 2009).
En el caso del agua embotellada, en México, también existe otro factor. Datos del INEGI
(2018) arrojan que 3 de cada 4 hogares consumen agua embotellada o de garrafón; el porcentaje
de hogares que compran agua embotellada o de garrafón aumentó poco más de 5 puntos
porcentuales en los últimos años: de 70.8% en 2015, a 76.3% en 2017, no solo en las ciudades,
sino también en el ámbito rural, donde, en 2017 alcanzó a casi la mitad de los hogares. La
motivación de dichos hechos guarda relación con aspectos de salud (69.4%) y de sabor o color
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del agua de la red pública (19.6%), así mismo, 2 millones 114 mil hogares informaron no tener
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acceso al servicio por red pública. En este sentido, el problema de la disponibilidad del agua
potable para consumo humano, ha sido un aspecto no resuelto y, continúa siendo un factor de
riesgo a la salud humana (Galdos- Balzategui, y otros, 2017) lo que aumenta el uso de botellas
plásticas.
Aunado a esto, la disposición de desechos constituye un problema de difícil solución,
especialmente en las grandes ciudades. Es realmente una tarea costosa y compleja, no solo es la
cantidad, sino el volumen que representa. En el caso de los plásticos, los problemas tienden a
agravarse. Por ejemplo, el caso del traslado: un camión que puede trasladar 12 toneladas de
desechos comunes, transportará apenas 6 o 7 toneladas de plástico compactado, y apenas 2 de
plástico sin compactar, por lo que se necesitan más viajes para recolectarlos (Reyes Flores, 2013).
Otro aspecto a considerar en el caso de las botellas PET, es que, las empresas, buscando
reducir costos y amparadas en la falta de legislación, han ido sustituyendo los envases de vidrio,
primero por los de PET retornables y luego por los desechables. Esta decisión les permite a las
empresas trasladar el costo a los consumidores y al ambiente. Al ser no retornables, las botellas
no vuelven al circuito de venta, y tampoco a la empresa embotelladora para su lavado y
rellenado. Así evitan la recepción de envases vacíos, el almacenamiento y lavado de los mismos
(Reyes Flores, 2013).
El PET es un material 100% reciclable, sin embargo, la logística existente de recolección
y acopio, es aún muy deficiente; en la mayoría de los casos el costo del proceso para lograr tener
materia prima de los residuos, con un grado aceptable de calidad, que permita crear nuevos
productos a costos más competitivos que los generados con materias vírgenes, esto hace que las
empresas a la hora de elegir materia prima, prefieran utilizar materiales vírgenes que reciclados.
Estas deficiencias y los procesos intermedios necesarios, que no agregan valor y encarecen el
uso de materiales obtenidos del reciclado (Reyes Flores, 2013).
El precio del PET virgen varía por diversos factores, uno de ellos es el valor de la materia
prima, como el caso del petróleo y gas natural. Cuando el precio del petróleo baja, disminuye
por consiguiente el precio del PET virgen, por lo que es más económico usar éste que reciclar
(Arias , 2011). Es aquí donde radica la oportunidad de mejora, para hacer significativos los
esfuerzos de incrementar los volúmenes de material factible de recuperar y reutilizar, creando
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utilizó aserrín tamizado y pellets ─gránulos de menos de 5 mm─ de PET reciclado, que se
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deshidrataron a 100 °C; enseguida se elaboraron diferentes formulaciones de aserrín y PET, para
formar encapsulados y, el material resultante fue enfriado y molido. Se obtuvo un polvo fino
que se moldeó en probetas mediante compresión. Dicho material se propuso para conformar
cimbras para apoyar al sector de la construcción (Cruz Salgado, Alonso Romero, & Zitzumbo
Guzmán, 2015).
Paras las Placas Decorativas, los investigadores de la Universidad de Cali, Colombia,
lavaron y recortaron las botellas en hojuelas de aproximadamente 1 cm2, que separaron por
colores ámbar, verde y transparente. Posteriormente se colocaron en moldes de 10 x 10 x 5 cm,
y se pusieron en hornos, se hicieron diferentes combinaciones por tonos y se controlaron
variables como tiempo, temperatura y presión. La variable respuesta fue la resistencia a la
flexión. El resultado óptimo fue un tiempo de 40 minutos a 320 °C (Ortiz Cortés & Díaz Rosero,
2018).
El PET es un material 100% reciclable, pero presenta sus complejidades, por ejemplo, al
momento en que se funde, presenta un proceso de cristalinización, en el que sus cadenas de
polímeros se acortan y puede llegar a perder ciertas características, como su grado de resistencia,
entre otras. Es por eso que parece pertinente revisar diferentes formas en las que se ha logrado
reciclar este material. Algunas son sencillas y abordan de una manera creativa el problema, como
las Uniones de botellas, otras requieren de un extenso y controlado proceso, como el caso de la
Madera Líquida.
Hemos establecido hasta ahora algunos aspectos de la complejidad del uso del PET, la
cual es definida por Morín (2001), como “un tejido de constituyentes heterogéneos inseparables
y asociados”. En este caso, el uso del PET no solo tiene implicaciones económicas, sino también
ambientales, sociales e incluso de salud pública. Es por eso que en esta investigación se aborda
desde una visión de sistemas.
La visión de sistemas o el pensamiento sistémico, se da en términos de conectividad,
relaciones y contexto. Se reconoce entonces, que dentro del sistema se pueden identificar partes
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individuales que, sin embargo, no están aisladas (Capra , 1996). Es por eso que la tendencia hacia
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la prohibición de los plásticos de un solo uso que han adoptado algunos países2, parece una
Como ejemplo puede citarse a la Unión Europea en la que, en 2019, se aprobó una iniciativa para la eliminación
del plástico de un solo uso con proyección al 2021 (Fernández Espejel & Sánchez, 2019), o en México, en donde
han ido implementado políticas que prohíben los plásticos de un solo uso, como en Querétaro desde el 1 de agosto
medida poco satisfactoria que no resuelve para nada el problema, y es como prohibirle fumar a
un fumador que ya tiene cáncer de pulmón.
Es por ello que hay que abordarlo de diferentes formas, una de ellas es reconocer, desde
el diseño, que el diseñador tiene responsabilidad en la forma en la cual el mercado recibe los
productos que diseña y ha de ir más allá de las consideraciones señaladas anteriormente, por lo
que tiene que juzgar también, de manera apriorística, si los productos estarán a favor o en contra
del bien social. Hay que tener en mente que, si el diseño es sensible a la ecología, entonces es
también revolucionario. Todos los sistemas (capitalismo privado, socialismo de estado,
economías mixtas) se basan en el supuesto de que tenemos que comprar más, consumir más,
desperdiciar más, tirar más, y, en consecuencia, destruir la balsa llamada Tierra. Si el diseño ha
de ser responsable en términos ecológicos, necesariamente tendrá que independizarse de los
intereses del producto nacional bruto (Papanek, 1977).
En este contexto, puede señalarse que, al interior del diseño, se han implementado
diversas estrategias para integrar los aspectos ecológicos dentro de los medios de producción, y
lo que las distingue es el nivel de compromiso que adquieren con el ambiente. Algunas tienden
hacia lo que se le denomina como ecología superficial ─que sigue siendo de carácter
antropocéntrico, se sigue viendo al ser humano como un ente por encima o aparte de la
naturaleza, y adquiere un enfoque tecnocéntrico, es decir se basa en los principios de progreso,
eficiencia, racionalidad y control para el manejo del medio ambiente, mediante la ciencia y la
tecnología (García Parra, 2008) ─, un ejemplo es la Producción más Limpia (P+L), que es una
táctica que se integra al proceso productivo para incrementar la eficiencia de los recursos
necesarios por los procesos industriales (Juárez Nájera, 1998).
Por el contrario, los más comprometidos se van más por la ecología profunda, la cual no
separa elementos y considera al todo como parte del entorno natural, no hay objetos aislados,
sino una red de fenómenos fundamentalmente interconectados e interdependientes (Capra ,
1996). En palabras de Bookchin (1973), la ecología profunda (o radical) no reconoce ninguna
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jerarquía en el nivel de los ecosistemas, no hay rey de las bestias y no hay hormigas
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del 2018 (Alcantara, 2018), o la Ciudad de México, donde el 9 de mayo de 2019 se aprobaron reformas para prohibir
los plásticos de un solo uso (Greenpeace México, 2019), entre otros estados de la república.
insignificantes, todas se relacionan y dependen unas de otras. En este rubro se encuentra el
ecodiseño o diseño ambientalmente sensible, que se dirige a diseñar materiales, productos,
proyectos y sistemas en armonía y con respeto a las especies vivientes y a la ecología del planeta
(García Parra, 2008).
Ya sea desde la ecología superficial o profunda, lo que se pretende es la ecoeficiencia, que,
definida por García Parra (2008), se refiere al conjunto de objetivos orientados al mejor
aprovechamiento de los recursos y a la reducción de la contaminación a lo largo del ciclo de vida
de los productos, sin descuidar las cualidades técnicas y económicas, de manera que haya un
menor uso de recursos, con un máximo aprovechamiento de estos, ofreciendo una mayor
eficiencia durante su fabricación y utilización.
El ciclo de vida de un producto o servicio, es el conjunto de etapas por las que atraviesa
de inicio a fin, tales como: diseño, extracción y adquisición de recursos y materiales, producción,
reutilización, reciclaje y desecho. Esta manera lineal de concebir el ciclo de vida, se ha tratado
de cambiar en años recientes, de manera que, en vez de que se concluya en un desecho, se cierre
el ciclo, en lo que se denomina como economía circular o el paradigma de la cuna a la cuna
(Cradle to cradle, C2C).
Este paradigma se enfoca a la naturaleza y la ve como modelo, medida y mentora. Modelo
porque se pueden imitar formas, procesos y sistemas que llevan funcionando millones de años;
medida porque al evolucionar los diseños, deben ser comparados con los referentes naturales;
y, mentora debido a que hay que aceptar que somos parte de la naturaleza, por lo que las
actividades humanas deben reflejarlo y, por ende, los humanos deben dejar de actuar como si
fueran ajenos a ella. Desde esta perspectiva, se parte de que en la naturaleza no existen residuos,
los desechos de unos son alimento para otros. Se plantea el C2C para buscar soluciones de ciclo
de vida cerrado, es decir, los residuos de un sistema, se convierten en nutrientes para otros
sistemas (Aguayo González, Peralta Álvarez, Lama Ruiz, & Soltero Sánchez, 2013).
Este trabajo está enfocado bajo este paradigma y, como tal, se enfoca en principios de
ecoefectividad, metabolismo de ciclo cerrado hacia el supra-reciclado, diseño bioinspirado y
ecointeligencia.
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acopio, en donde se aplastan y se agrupan en pacas de alrededor de media tonelada cada una;
transporte a la planta de reciclaje, en donde se deshacen las pacas y se dejan caer a una fosa de
alimentación; prelavado, por medio de una lavadora gigante, se retiran etiquetas y se lavan por
fuera con agua y sosa cáustica a 90 °C; clasificación, primero con máquina infrarroja y luego con
detección manual; triturado, por medio de licuadoras; lavado y secado, con lo que se obtienen
hojuelas de PET; detallado final, se hace con una máquina que remueve con luz ultravioleta el
pegamento y otras impurezas; almacenado; extrusión, a una temperatura de 270 °C, con lo que
se obtienen tiras de PET que son cortados a pellets. Estos pellets, sin embargo, son de cadena
amorfa, lo cual hace que no sean resistentes, por lo que se necesita un siguiente proceso, la
policondensación, que consiste en inyectar gas nitrógeno a 212 °C y su posterior enfriamiento
con aire puro (agua de Chiller) a una temperatura de entre 50 y 90 °C; por último, se realiza el
empacado, almacenado final y su distribución.
El método propuesto en esta investigación para conformar placas de PET reciclado,
implica eliminar el proceso de pelletización, de manera que se reduzca a recolección, lavado y
corte, prensado con calor (por medio de aire a 600 °C y presión de 15 a 20 Kg/dm2) y,
finalmente, enfriamiento con agua. De esta manera se cumplen los principios del paradigma
C2C, al utilizar un material contaminante considerado basura como materia prima,
minimizando los procesos por lo que solo se use la energía indispensable, lo que facilita la
diversidad de materiales, en este caso para muebles.
Una vez realizada la investigación bibliográfica, se inició la fase de pruebas experimentales,
cuyo diseño se hizo con base a los libros: Metodología de la Investigación de Hernández
Sampieri, 6ta edición, 2014; Análisis y Diseño de Experimentos de Gutiérrez Pulido y De la Vara
Salazar, 2da edición, 2008; y, Diseño de Experimentos, Principios estadísticos para el diseño y
análisis de investigaciones de Kuehl, 2da edición, 2001.
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El primer experimento (Imagen 1) se hizo con un horno
cerámico convencional, las botellas fueron limpiadas y
cortadas de manera transversal, se eliminaron las boquillas y
la parte inferior, con el fin de obtener láminas de un grosor
más parejo, se realizó 8 botellas de lámina gruesa y 15
botellas de lámina delgada. Se trabajó con temperaturas de
225 °C y 300°C, por periodos de 20 y 40 min. Se dividieron
en láminas gruesas (> a 0.2 mm) y delgadas (< a 2 mm).
Como resultado se perdieron 2 gr. en peso, y únicamente
algunas de las botellas más delgadas se unieron a una
temperatura de 300 °C por 40 minutos.
El segundo experimento (Imagen 2) se realizó con una pistola
de aire caliente, se realizó con 10 botellas de distintos grosores
y tonalidades, fueron lavadas y secadas, se aplastaron y, una
vez hecho esto, se colocaron dentro de un recipiente de
aluminio. Se les aplicó calor con una pistola de aire,
empezando con una temperatura de 400 °C por 5 minutos.
Cada 5 minutos se aumentó la temperatura en 50 °C. Las
botellas fueron manipuladas con una vara para que se mantuvieran unidas en el proceso. El PET
respondió bien, es decir se lograron unir las botellas, a temperaturas mayores a 400 °C excepto
cuando la pistola de aire se encontraba a menos de 2cm de la botella.
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El tercer experimento (Imagen 3) se realizó únicamente con
botellas de PET recuperado (tono azul), una vez lavadas y
aplastadas se colocaron en 3 hileras de 3 botellas cada hilera
en forma contrapuesta a manera de tejido simple. se les
aplicó 8 kg de peso y calor por medio de pistola de aire a
600°C durante 5 minutos, posteriormente se voltearon y se
les agregó otra capa de botellas, se les volvió a aplicar calor
por 5 minutos más. Las botellas fueron volteadas 2 veces
más, la temperatura se mantuvo constante de 600°C.
Las botellas se unieron en algunas partes, sin embargo, la
forma de aplicar el peso presentó muchas dificultades debido a que se pegó a la rejilla utilizada,
por lo que se necesitó diseñar un mecanismo para las siguientes pruebas.
Para el mecanismo (Imagen 4), se utilizó una base para las
botellas de aluminio (material elegido para evitar que las
botellas se pegaran). Se perforó un sartén tipo wok con
barrenos de ¼” y se hicieron tipo retícula a 1 cm de
separación, con el fin de que el aire pudiera penetrar a las
botellas. Encima se colocaron dos soportes para poder ir
incorporando el peso.
La siguiente serie de experimentos se realizaron con dicho
mecanismo con aire caliente a 600 °C, se fueron calentando
por periodos de 5 minutos y volteando las botellas de PET
para mantener el mismo calor por ambos lados de las botellas. Lo que cambió en cada
experimento fue la preparación de las mismas, además, el tiempo de duración de cada prueba
varió dependiendo de las láminas de PET que se fueron incorporando. Para todas las pruebas se
utilizó agua a temperatura ambiente para enfriar las placas resultantes y evitar el proceso de
cristalinización.
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Para el experimento 4 (Imagen 5), se utilizaron 8 botellas de
PET transparente, de 2 litros, se cortaron transversalmente
y se les retiró la boquilla y la parte inferior. Para colocarlas,
las botellas fueron dobladas e intercaladas de manera que
una abrazaba a otra. Se colocaron de principio 6 botellas y
se agregaron 2 más a cada lado, de manera que el tiempo
total de la prueba fue de 20 minutos. En los primeros 10
minutos se colocó un peso de 8 kilogramos y, al aumentar
el número de botellas, tambien se aumentó el peso (4Kg).
Como resultado, las botellas se unieron en su mayoría, en
especial por los costados, formando una placa de apariencia
resistente, sin embargo, al interior de la placa, había espacios donde el aire caliente no penetró
por lo que no se unieron.
Para el siguiente experimento (Experimento 5, Imagen 6),
se prepararon las 6 botellas igual que el anterior, con la
diferencia de que las láminas fueron perforadas y cortadas
a la mitad. Se utiizaron 4 botellas, el tiempo en el que se
sometieron las placas al calor fue de 20 minutos, debido a
que se colocaron en principio 2 botellas y luego se
agregaron las siguientes. Como resultado se obtuvo una
placa más integrada que la anterior, pero aún con huecos
que nos llevan a pensar que, al momento de haber un corte,
la placa es susceptible de romperse.
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Para la siguiente fase aún no se han realizado las pruebas, pero ya se diseño un nuevo mecanismo
(Imagen 7), tipo molde, pensado para contener trozos de
PET, de distintos tamaños y poder aplicar calor y presión al
mismo tiempo. Para la fabricación de este molde, se
reutilzó una caja de luz a la que se le agregaron rejillas en
los huecos existentes y se le adaptó una tapa de lámina
extraída de un CPU de computadora vieja. Ambas fueron
perforadas cerca de las esquinas para atravesar gusanos de
metal con tuercas para ir apretando y presionando.
De acuerdo con los resultados preliminares, este
método podría facilitar el proceso de reciclaje de botellas PET, debido a que se han logrado
fabricar matrices de los tablones, con casi nula preparación de las botellas, únicamente se han
lavado con detergente biodegradable y se han quitado las impurezas sólidas que pudieran
presentar las botellas recolectadas, como tierra o restos de comida, es decir, no se han realizado
procedimientos para eliminar los restos de pegamento o posibles rastros de etiquetas.
Aunque todavía no se ha alcanzado la resistencia necesaria, hay optimismo en que con un
mejor mecanismo (como el mecanismo 2), se pueda lograr una unión más sólida entre las
partículas de PET. De ser así, se garantizaría que dichos tablones pudieran ser sometidos bajo
las mismas herramientas utilizadas actualmente para trabajar la madera o el triplay, facilitando
así su uso en la aplicación de muebles.
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