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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE MÉXICO

LA EXPERIENCIA MÍSTICA
Lic. Mario Alberto Hernández Durán, Teólogo

ACTUAR

SESIÓN 5 III. Mística y vida.


1. Una experiencia que transforma.
CONTENIDOS
2. Una experiencia que compromete: profetismo.

INTRODUCCIÓN

Lejos de creer que la mística sea una experiencia ajena a la vida, hay entre ellas una estrecha relación
de complementariedad: la mística, aun siendo la revelación del misterio divino, no se da en sí ni se
abre al hombre, si no es a través de las mediaciones históricas y de la vida humana. Y la vida, por su
parte, adquiere un sentido profundo y pleno cuando se deja invadir por ese misterio que todo lo
abarca y todo lo contiene.

En última sesión abordaremos dos aspectos propios de la experiencia mística, que se proyectan
sobre la vida como acción transformadora y como acción profética.

III. MÍSTICA Y VIDA

La experiencia de la Vida podría ser la definición más breve de la mística. Se trata de una
experiencia y no de su interpretación, aunque nuestra consciencia de ella le sea
concomitante. No las podemos separar, pero las podemos y debemos distinguir (...) Se trata
de una experiencia completa y no fragmentaria. Lo que a menudo ocurre es que no vivimos
en plenitud porque nuestra experiencia no es completa y vivimos distraídos o solamente en
la superficie. De ahí que la mística no sea el privilegio de unos cuantos escogidos, sino la
característica humana por excelencia.

Así explica, o define, Panikkar la relación entre mística y vida, no las podemos separar… Es en la vida,
en los acontecimientos ordinarios, donde se experimenta a Dios con más intensidad y fuerza.

1. Una experiencia que transforma

Cuando el hombre se encuentra con Dios y hay entre ellos una relación donde se intercambian y se
comparten el misterio divino con la vida humana, sucede entonces, que ese hombre vive, padece y
experimenta una transformación profunda de su ser y de su historia. Lo que allí pase y desde ese
momento, ya no puede cambiar. Es irreversible…
Jeremías, a pesar de su resistencia, aceptó ser profeta ante el llamado del Señor (1,4-10), y
experimentó una transformación radical de la que se lamentaría más tarde, pero él sabía que ya no
podía retroceder: Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, y me venciste. Yo era motivo
de risa todo el día, todos se burlaban de mí (Jr 20,7).

La experiencia que Moisés tiene en el Sinaí, queda plasmada en una transformación emblemática y
significativa: tenía el rostro radiante (Ex 34,29-20). Se encontró tú a tú con Yahvé y le fue conferida
una misión de la que no se pudo desentender.

San Juan de la Cruz habla de esta transformación utilizando la imagen del fuego, que abraza al
madero y lo convierte en fuego, lo transforma.

Porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle


a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego
le va poniendo negro, oscuro y feo, y aun de mal olor, y, yéndole secando poco a poco,
le va sacando la luz y echando fuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene
contrarios al fuego; y, finalmente, comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle,
viene a transformarle en sí y ponerle tan hermoso como el mismo fuego (N 10,1).

La acción transformadora de la mística representa, dice Martín Gelabert, el acceso del hombre a
Dios (cf. 1990, p. 116). Cuando esto sucede, cuando el hombre se adentra a ese misterio, o es
introducido por el mismo Dios, tiene ante sí el misterio revelado, ante el cual puede sólo mirar, o
mirar y ver.

Siguiendo las reflexiones de Gelabert, tomamos de él mismo esta reflexión:

…Los que ven, no viven en la ilusión ni son unos ilusos… Si ven es porque algo hay, aunque
no baste una “simple mirada para verlo”. Donde no hay contenido, no hay sino vacío. Por
eso, en el contenido en el que cuando se mira unos ven y otros no ven, debe darse algo que
se traicione a la simple mirada y que, por tanto, suscite no sólo la posibilidad, sino también
la invitación de profundizar en la visión o lectura de lo que aparece. Cuando toda
profundización supone una opción, esto explica que algunos se queden en este primer nivel
del mirar y no lleguen hasta el ver. Los pasos, pues, que conducen al ver, comienzan con un
estar y siguen con un mirar. Podríamos esquematizarlos así:

a. Revelación: Es el momento de estar.


b. Señalización de esta revelación o anuncio del mensaje: Es el momento del mirar.
c. Finalmente, aparece el momento de ver (o del no ver), de la aceptación (o de la
no aceptación). Es el momento del “dejarse seducir” por la señalización que es
seductora. Quien se deja seducir queda iluminado…1

2. Una experiencia que compromete: profetismo

Una idea que debemos superar en torno a la experiencia mística es que no es una experiencia
estática, intimista y que se agota en sí misma. No debemos olvidar que todo encuentro con Dios

1
Gelabert, M. (1990). Valoración cristiana de la experiencia. Nueva Alianza 115. Ed. Sígueme. Salamanca, pp.
117-118
siempre tiene repercusiones, que se canalizan en una dinámica que comienza por la seducción, sigue
con el envío y se extiende, de manera indeterminada, por medio del compromiso.

El compromiso que aflora de la experiencia mística es profético y siempre está en función del otro,
el hermano, el pueblo. En este sentido, dice el P. Ciro García, OCD: El ser con los demás y para los
demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humana. La existencia personal del hombre está
siempre orientada hacia los demás, ligada a los demás, en comunión con los demás. Y no alcanza su
pleno desarrollo sino en relación con los demás en el mundo. Todo ser humano es un ser-en-relación,
y ser con y para los demás. El hombre no puede interpretarse más que a partir de esta relación.2

Ellos -los profetas-, al entrar en el misterio de Dios, miran y ven lo que Yahvé les revela, pero deben
salir, no sólo de sí mismos, sino hacia horizontes insospechados, para anunciar y hablar de su
experiencia: mirando ellos las cosas con los ojos de Dios, vienen a ser la conciencia crítica de la
sociedad y a proclamar su denuncia en forma de rechazo u oposición en todos los campos.3

¿Quiénes son los profetas? La figura de un profeta tiene tres características esenciales: el profeta es
hombre de Dios, es hombre del Espíritu y es hombre de la Palabra.

Se considera que un profeta es hombre de Dios porque es


HOMBRE DE DIOS elegido por el mismo Yahvé y se le destina para hablar y
actuar en su nombre. Porque vive en la presencia de Yahvé.
Lo que haga o diga un profeta, lo hará movido por el Espíritu
HOMBRE DEL ESPÍRITU de Yahvé y, principalmente, porque son partícipes del
antiguo “espíritu de profecía” que los capacita como
hombres cercanos a Dios.
Nos referimos a la Palabra misma de Dios: su boca
HOMBRES DE LA PALABRA pronunciará el mensaje de Yahvé. Son testimonio vivo que
deberá ser escuchado y que no podrá callar. Su fuerza radica
en la fuerza misma de la Palabra de Dios.

EN UNA IDEA:
Los profetas son confidentes y mensajeros de Dios (I. Congar).

Conclusión:

Dos ideas que el Papa Francisco nos aporta sobre cómo llevar la mística a la vida, en clave profética
y de compromiso:

• Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos
inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de
mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa
marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en
una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores
posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de

2
García C. (1986). Bases antropológicas de la oración. CEVHAC. México., p. 11.
3
Pasquetto, V. (1997). Llamado a una vida nueva. Temas de espiritualidad del AT. Carmel Maranatha
ediciones. México., p. 111.
solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan
sanador, tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien.
Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá
perdiendo con cada opción egoísta que hagamos (EG 87).

• Allí está la verdadera sanación, ya que el modo de relacionarnos con los demás que
realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa, que
sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano,
que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir
el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno
(EG 92).

Preguntas:

- ¿Qué descubro?
- ¿Percibo la mística en la vida? ¿Cómo?
- ¿Comprendo la relación entre mística y compromiso profético?

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