puede conceder auténtica paz y seguridad espiritual.
Introducción.
Jesucristo iba a Jerusalén; de paso, se
detuvo en Jericó. Esa ciudad estaba en el desierto de Judea, era un oasis a orillas del Jordán. La ciudad estaba rodeada de palmeras exuberantes y refrescantes. Tenía ricos jardines que eran la delicia de los viajeros. Además, la población estaba rodeada de varios manantiales. Sin duda alguna, era una ciudad hermosísima. Herodes se encargó de reconstruir Jericó en una fértil llanura que cruzaban doce canales de riego para cultivos. Jericó fue escogida como una ciudad apartada para los sacerdotes; por esa razón, muchos residían ahí. Asimismo, funcionarios y soldados romanos se habían establecido en la ciudad.
En la encrucijada de los caminos se
localizaba Jericó, por que era paso obligado de los viajeros. Todo el que entraba a la ciudad tenía que pagar impuestos o derechos de aduana. Por eso había muchos publicanos.
Los publicanos.
Eran las personas de encargadas de
cobrar los impuestos. Roma dividía los territorios en distritos, cada uno con su propio jefe. El jefe no era romano, sino un ciudadano local a quien se arrendaba el derecho de cobro. Cada jefe distrital, tenía una cuota fija. El publicano, a su vez, tenía empleados a quienes fijaba las cuotas que debía cobrar. A los publicanos el pueblo los aborrecía. Ser publicano era sinónimo de injusticia y extorsión. En los Evangelios, se asocia a los publicanos con “pecadores”, “gentiles” y “prostitutas”. Era un escándalo convivir con ellos.
El problema.
El descontento con los publicanos era
porque se enriquecían al robar, técnicamente, a sus compatriotas. Traicionaban a la patria para servir a Roma. Todos los judíos odiaban pagar impuestos al gobierno romano, ya que los consideraban símbolos de esclavitud. Desde luego, los publicanos cobraban más de lo establecido; así, se enconaba más el odio judío. El publicano comía, bebía, vestía y vivía con dinero ajeno. Zaqueo era el jefe de los publicanos del distrito de Jericó.
La conversión.
El relato bíblico se encuentra en S. Lucas
3:2-8, 12. Juan el Bautista había predicado por todas las regiones próximas al Jordán, y es de suponer que también en Jericó. Su mensaje fue claro, convincente y escrutador. El comentario de E. G. White es muy revelador: “sin embargo, el acaudalado funcionario de aduana no era del todo el endurecido hombre de mundo que parecía ser. Bajo su apariencia de mundanalidad y orgullo, había un corazón susceptible a las influencias divinas” (DTG, p. 520).
Cuando el bautista estuvo en Jericó,
Zaqueo escuchó su duro mensaje y tuvo la convicción de que Dios lo llamaba por medio de aquel extraño predicador. Al respecto, E.G. White agrega: “a poca distancia de Jericó, Juan el Bautista había predicado a orillas del Jordán y Zaqueo había oído el llamamiento al arrepentimiento” (ídem).
Zaqueo entendió y aceptó el mensaje
del Bautista; además, conocía las Escrituras y reconoció que Dios no aprobaba su proceder. Desde entonces quiso cambiar, ser una persona diferente, pero la gente no creyó en sus intenciones.
Zaqueo fue malentendido; tropezaba
con sospechas y desconfianza. Para él era difícil soportar aquella situación. Nunca veía un rostro amable, comprensivo, ni una sonrisa; solamente recibía odio, recazo y repulsión.
Consideremos lo que E.G. White señala:
“Zaqueo había oído hablar de Jesús. Se habían divulgado extensamente las noticias referentes a uno que se había comportado con bondad y cortesía para las clases proscritas” (ídem).
Las palabras de Jesús avivaron la
esperanza en el corazón de Zaqueo y soñó con verlo, rendirse a sus pies, suplicar perdón y cambiar su vida.
Jesús en Jericó.
Mucha gente atestaba los caminos
rumbo a Jericó para asistir a las fiestas religiosas en Jerusalén; todos obligatoriamente necesitaban pasar por ahí. Un interés profundo se suscitó entre el pueblo al saber que entre la multitud viajaba el rabino galileo que había resucitado a Lázaro, que también viajaba con el grupo.
Cuando Zaqueo escuchó que Jesús se
aproximaba, decidió salir a su encuentro, pero una duda surgió en su mente: ¿me recibirá? A pesar del temor, Zaqueo decidió ir a la calle, para pronto descubrir gente que le impedía avanzar; rostros ceñudos, ojos que le lanzaban rayos de indignación y despreció.
Por otro lado, le resultó difícil ver a
Jesús porque su estatura se lo impedía. Cuando estaba a punto de rendirse, vio un árbol, se abrió paso entre la multitud y como niño trepó para contemplar al Señor. Cuando logró acomodarse, descubrió la serenidad y dulzura que reflejaba el rostro del Mesías. Sintió deseos de llorar, de confesar sus pecados, de decir: “confío en ti, Señor. Solo tú me puedes salvar”.
Al ver ese rostro amable, Zaqueo
experimentó seguridad y comprendió que todo lo que necesitaba lo encontraría en Jesús: perdón, amor, comprensión, seguridad. En aquel sicómoro, Zaqueo se convirtió. “Ningún clamor de un alma en necesidad, aunque no llegue a expresarse en palabras, quedará sin ser oído” (ídem, p. 229).
Repentinamente, la compañía se detuvo
bajo el sicómoro. Jesús levantó la vista y la multitud imitó sus acciones. De inmediato, la gente mostró su desprecio hacia el que estaba sobre el árbol; en cambio, Jesús regaló una sonrisa a Zaqueo y lo invitó:
-Zaqueo, apúrate y baja de allí, porque
hoy tengo que pasar la noche en tu casa (Lucas 19:5).
Con esa expresión, Jesús se entregó a
Zaqueo, por ende, él se sintió abrumado, asombrado, y guardó silencio debido al amor del Maestro y su condescendencia. En medio de su sorpresa, su corazón se agitó. Las ondas sagradas del amor recorrieron todo su ser; entonces, sus labios pronunciaron alabanzas a su Maestro y confesó públicamente al Señor. En el sicómoro hubo una muerte a un estilo de vida, pero también un nacimiento para seguir a Jesús.
Conclusión.
A los que se sienten inseguros de recibir
perdón, aquellos que no se perdonan a sí mismos; a los que se sienten despreciados, que tienen hambre de amor; a los que experimentan soledad e incomprensión, esta historia enseña que Jesús entregó todo en la cruz por nosotros. Él ofrece amistad, perdón, seguridad, comprensión, esperanza, restauración y salvación.