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MUERTE EN EL SICÓMORO

Texto: Lucas 19.

Tema: Conversión de Zaqueo.

Propósito: Resaltar el perdón que Jesús


nos ofrece.

Proposición: Solamente Jesucristo


puede conceder auténtica paz y
seguridad espiritual.

Introducción.

Jesucristo iba a Jerusalén; de paso, se


detuvo en Jericó. Esa ciudad estaba en
el desierto de Judea, era un oasis a
orillas del Jordán. La ciudad estaba
rodeada de palmeras exuberantes y
refrescantes. Tenía ricos jardines que
eran la delicia de los viajeros. Además,
la población estaba rodeada de varios
manantiales. Sin duda alguna, era una
ciudad hermosísima.
Herodes se encargó de reconstruir
Jericó en una fértil llanura que
cruzaban doce canales de riego para
cultivos. Jericó fue escogida como una
ciudad apartada para los sacerdotes;
por esa razón, muchos residían ahí.
Asimismo, funcionarios y soldados
romanos se habían establecido en la
ciudad.

En la encrucijada de los caminos se


localizaba Jericó, por que era paso
obligado de los viajeros. Todo el que
entraba a la ciudad tenía que pagar
impuestos o derechos de aduana. Por
eso había muchos publicanos.

Los publicanos.

Eran las personas de encargadas de


cobrar los impuestos. Roma dividía los
territorios en distritos, cada uno con su
propio jefe. El jefe no era romano, sino
un ciudadano local a quien se arrendaba
el derecho de cobro. Cada jefe distrital,
tenía una cuota fija. El publicano, a su
vez, tenía empleados a quienes fijaba
las cuotas que debía cobrar. A los
publicanos el pueblo los aborrecía. Ser
publicano era sinónimo de injusticia y
extorsión. En los Evangelios, se asocia a
los publicanos con “pecadores”,
“gentiles” y “prostitutas”. Era un
escándalo convivir con ellos.

El problema.

El descontento con los publicanos era


porque se enriquecían al robar,
técnicamente, a sus compatriotas.
Traicionaban a la patria para servir a
Roma. Todos los judíos odiaban pagar
impuestos al gobierno romano, ya que
los consideraban símbolos de
esclavitud. Desde luego, los publicanos
cobraban más de lo establecido; así, se
enconaba más el odio judío.
El publicano comía, bebía, vestía y vivía
con dinero ajeno. Zaqueo era el jefe de
los publicanos del distrito de Jericó.

La conversión.

El relato bíblico se encuentra en S. Lucas


3:2-8, 12. Juan el Bautista había
predicado por todas las regiones
próximas al Jordán, y es de suponer que
también en Jericó. Su mensaje fue claro,
convincente y escrutador. El
comentario de E. G. White es muy
revelador: “sin embargo, el acaudalado
funcionario de aduana no era del todo
el endurecido hombre de mundo que
parecía ser. Bajo su apariencia de
mundanalidad y orgullo, había un
corazón susceptible a las influencias
divinas” (DTG, p. 520).

Cuando el bautista estuvo en Jericó,


Zaqueo escuchó su duro mensaje y tuvo
la convicción de que Dios lo llamaba por
medio de aquel extraño predicador. Al
respecto, E.G. White agrega: “a poca
distancia de Jericó, Juan el Bautista
había predicado a orillas del Jordán y
Zaqueo había oído el llamamiento al
arrepentimiento” (ídem).

Zaqueo entendió y aceptó el mensaje


del Bautista; además, conocía las
Escrituras y reconoció que Dios no
aprobaba su proceder. Desde entonces
quiso cambiar, ser una persona
diferente, pero la gente no creyó en sus
intenciones.

Zaqueo fue malentendido; tropezaba


con sospechas y desconfianza. Para él
era difícil soportar aquella situación.
Nunca veía un rostro amable,
comprensivo, ni una sonrisa; solamente
recibía odio, recazo y repulsión.

Consideremos lo que E.G. White señala:


“Zaqueo había oído hablar de Jesús. Se
habían divulgado extensamente las
noticias referentes a uno que se había
comportado con bondad y cortesía para
las clases proscritas” (ídem).

Las palabras de Jesús avivaron la


esperanza en el corazón de Zaqueo y
soñó con verlo, rendirse a sus pies,
suplicar perdón y cambiar su vida.

Jesús en Jericó.

Mucha gente atestaba los caminos


rumbo a Jericó para asistir a las fiestas
religiosas en Jerusalén; todos
obligatoriamente necesitaban pasar por
ahí. Un interés profundo se suscitó
entre el pueblo al saber que entre la
multitud viajaba el rabino galileo que
había resucitado a Lázaro, que también
viajaba con el grupo.

Cuando Zaqueo escuchó que Jesús se


aproximaba, decidió salir a su
encuentro, pero una duda surgió en su
mente: ¿me recibirá? A pesar del temor,
Zaqueo decidió ir a la calle, para pronto
descubrir gente que le impedía avanzar;
rostros ceñudos, ojos que le lanzaban
rayos de indignación y despreció.

Por otro lado, le resultó difícil ver a


Jesús porque su estatura se lo impedía.
Cuando estaba a punto de rendirse, vio
un árbol, se abrió paso entre la multitud
y como niño trepó para contemplar al
Señor. Cuando logró acomodarse,
descubrió la serenidad y dulzura que
reflejaba el rostro del Mesías. Sintió
deseos de llorar, de confesar sus
pecados, de decir: “confío en ti, Señor.
Solo tú me puedes salvar”.

Al ver ese rostro amable, Zaqueo


experimentó seguridad y comprendió
que todo lo que necesitaba lo
encontraría en Jesús: perdón, amor,
comprensión, seguridad. En aquel
sicómoro, Zaqueo se convirtió. “Ningún
clamor de un alma en necesidad,
aunque no llegue a expresarse en
palabras, quedará sin ser oído” (ídem,
p. 229).

Repentinamente, la compañía se detuvo


bajo el sicómoro. Jesús levantó la vista
y la multitud imitó sus acciones. De
inmediato, la gente mostró su desprecio
hacia el que estaba sobre el árbol; en
cambio, Jesús regaló una sonrisa a
Zaqueo y lo invitó:

-Zaqueo, apúrate y baja de allí, porque


hoy tengo que pasar la noche en tu casa
(Lucas 19:5).

Con esa expresión, Jesús se entregó a


Zaqueo, por ende, él se sintió
abrumado, asombrado, y guardó
silencio debido al amor del Maestro y su
condescendencia. En medio de su
sorpresa, su corazón se agitó. Las ondas
sagradas del amor recorrieron todo su
ser; entonces, sus labios pronunciaron
alabanzas a su Maestro y confesó
públicamente al Señor.
En el sicómoro hubo una muerte a un
estilo de vida, pero también un
nacimiento para seguir a Jesús.

Conclusión.

A los que se sienten inseguros de recibir


perdón, aquellos que no se perdonan a
sí mismos; a los que se sienten
despreciados, que tienen hambre de
amor; a los que experimentan soledad e
incomprensión, esta historia enseña
que Jesús entregó todo en la cruz por
nosotros. Él ofrece amistad, perdón,
seguridad, comprensión, esperanza,
restauración y salvación.

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