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CONOCE MÁS SOBRE LOS

ADITIVOS ALIMENTARIOS
OCULTOS EN LA CESTA DE LA
COMPRA
1. ENVEJECER MÁS RÁPIDO
El bonito mundo multicolor de los aditivos alimentarios

Una enfermedad cardíaca provocada por la química en la comida /


Ahora las revistas médicas ya nos ponen sobre aviso acerca de las
sustancias calificadas con una «E» / ¿Quién necesita realmente un
antiespumante? / La empresa Coca Cola se cree inocente /
El nuevo colesterol

C uando su corazón comenzó a flaquear desde su juventud,


ella, por supuesto, no pensaba en la química añadida a los
alimentos. «Me había dado cuenta de que al pasear o montar
en bicicleta me faltaba el aire. Aunque caminara en una zona
llana, al cabo de diez o veinte metros no tenía más remedio
que detenerme para recobrar el aliento. Si no, no podía con-
tinuar», nos cuenta.
La siguiente semana Petra Brand fue sometida a una in-
tervención quirúrgica.
Naturalmente, ahora se arrepiente de no haber tomado
precauciones frente a los aditivos que afectaron a su corazón.
Pero no existen advertencias en los envases de los alimentos, ni
en el supermercado o en el restaurante. Cuando se dio cuenta
de las consecuencias, ya era demasiado tarde: «En el recono-
cimiento con ultrasonidos de los vasos coronarios (ecografía
vascular) se comprobó que mi corazón ya no trabajaba de for-
ma correcta. Probablemente esos vasos estaban calcificados.
Esto sucedió aproximadamente hace un año».

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QUÍMICA EN LA COMIDA

El diagnóstico: estenosis valvular aórtica. Los productos


químicos, permitidos por la ley, que se agregan a los alimen-
tos son de tan amplia difusión que provocaron la calcificación
de las válvulas de su aorta. Al menos esa es la fundada sospe-
cha de los médicos.
Brand, jardinera paisajista del lago Constanza, no tenía ni
la más remota idea de que pudieran darse esas consecuencias:
«Nunca me había preocupado de eso. Pero cuando me ocu-
rrió, comencé a hacer indagaciones. Los aditivos están ocul-
tos, por así decirlo, en todos los alimentos».
Las sustancias que atacaron su corazón están muy difun-
didas. Son aditivos con los que todos tenemos contacto, que
nadie puede evitar y que, literalmente, están en boca de cual-
quiera. Se esconden incluso en las leches infantiles de Hipp,
Milupa y otras. En sofisticados y caros jamones y embutidos.
En las galletas saladas Ritz y en la Coca Cola. Aparecen en los
panecillos de McDonald’s, en las Cheeseburger y los Chicken
McNuggets. Incluso en las patatas fritas. Están omnipresentes
en las estanterías de todos los supermercados.
Son aditivos que hasta el momento nos han parecido in-
ofensivos y que son absolutamente legales. Los consumido-
res no sospechan nada cuando adquieren y consumen alguno
de esos productos. Pero los médicos ya están comprobando
los inquietantes y crecientes riesgos y efectos secundarios
que acarrean. Ahora la revista médica alemana Deutsche Ärz-
teblatt avisa de que tales sustancias pueden ser nocivas para el
corazón. Incluso la Comisión Europea ha reaccionado ante
tantos informes y exige nuevos análisis de seguridad a través
de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA,
por sus siglas en inglés).

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ENVEJECER MÁS RÁPIDO

Al hablar de la química en los alimentos, la mayoría de


las personas piensan en alergias, erupciones, granos o habo-
nes. Sin embargo, las investigaciones más recientes muestran
que los efectos secundarios pueden ser mucho más graves de
lo que se supone. Las sustancias químicas añadidas a los ali-
mentos implican con mucha frecuencia un importante ries-
go para la salud.
Los potenciadores del sabor, como el glutamato, son sos-
pechosos de contribuir a enfermedades como el alzhéimer y
el párkinson. Los colorantes llegan a provocar trastornos de
aprendizaje. Las migrañas y la hiperactividad se pueden desen-
cadenar por culpa de determinados aditivos. En lo que se re-
fiere al cáncer, los edulcorantes están a menudo bajo sospecha.
Los conservantes pueden perjudicar el intestino y perturbar el
sistema inmunitario.
Todo ellos son riesgos absolutamente innecesarios. Na-
die necesita esos productos químicos. La naturaleza no los
conoce. En el mundo de los alimentos auténticos no existe ni
un solo aditivo. En los mercadillos semanales no se compran.
Hay manzanas, plátanos y endivias, pero nada de trifosfato
pentasódico, mono y diglicéridos de ácidos grasos, humec-
tantes o antiespumantes para alimentos.
Ninguna persona necesita estabilizadores ni agentes que-
lantes (o complejantes o secuestrantes) cuando hace la cena
para su familia o amigos. Ya sean espaguetis a la boloñesa, viei-
ras o albóndigas: los platos tradicionales de todas las culturas
y civilizaciones del mundo no conocen los aditivos químicos.
En la actualidad se han extendido enormemente los mo-
dernos productos industrializados con sus aditivos químicos,
que son ingredientes procedentes de los laboratorios. Y es

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ahora cuando se incrementan las advertencias sobre los ines-


perados efectos secundarios que pueden provocar esos aditi-
vos. Algunas investigaciones muestran los resultados obteni-
dos en los laboratorios, pero otras se refieren a miles o cientos
de miles de personas: unos pueden hacer engordar, mientras
que otros fomentan las enfermedades más graves que pueden
sufrir los seres humanos a lo largo y ancho del mundo, entre
las que se cuenta, curiosamente, la diabetes.
Según un estudio de 2011 hecho público por el Ameri-
can Journal of Clinical Nutrition, las personas muy aficionadas a
comer salchichas corren un riesgo muy elevado de padecer
diabetes tipo 2. El estudio de la Asociación Dietética Ameri-
cana (American Dietetic Association: ADA) ve un posible motivo
en los conservantes empleados en la carne, como los nitritos
y los nitratos (E-249 a E-251). Otra investigación realizada
en Finlandia registra la misma correlación en el desarrollo de
la diabetes tipo 1 en niños. Tanto los niños diabéticos como
sus madres consumieron durante el estudio mayor cantidad
de nitritos y nitratos incorporados a los alimentos que los
que ingirieron los grupos de control.
Otro conservante, el benzoato de sodio (E-211), puede
fomentar la diabetes, la hiperactividad y los trastornos del cre-
cimiento. Este aditivo aparece con frecuencia en ciertas bebi-
das refrescantes de la firma Coca Cola, así como en las rodajas
de pepinillo de los BigMac de McDonald’s y como conservante
en productos a base de pescado. Según palabras del profesor
británico Peter W. Piper, de Sheffield, es enormemente per-
judicial para las células. El benzoato de sodio daña una zona
en la mitocondria –las centrales energéticas de las células–, en
las que destruye en ciertos ámbitos el patrimonio genético,

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provocando las denominadas enfermedades neurodegenera-


tivas como, por ejemplo, el párkinson.
También existen aditivos supuestamente saludables, como
las vitaminas C y E, que se suelen utilizar como conservantes
y que, según un estudio realizado en Viena, pueden perjudicar
el sistema inmunitario «y jugar un papel muy importante en el
incremento de las alergias y el asma en el mundo occidental».
Los colorantes pueden hacer engordar, como ocurre con
la curcumina (E-100), considerada hasta ahora como perfec-
tamente inofensiva. Esta sustancia puede inhibir la emisión de
leptina, una hormona adelgazante que sirve de freno al apeti-
to; una escasa concentración de leptina es causa de obesidad.
En el caso de Petra Brand fueron determinados compues-
tos fosforados los que dañaron su corazón. Se incorporan bajo
diez denominaciones «E»: E-338 hasta E-341; E-450a, b y c;
E-540; E-543, y E-544. Además hay que contar con el ácido
fosfórico, un ingrediente de la Coca Cola con nombres como
«fosfato dipotásico» o «difosfato tetrapotásico».
Son productos totalmente desconocidos para la mayoría
de las personas. Brand apunta: «Por aquel entonces yo no sa-
bía casi nada de los fosfatos. Pero, a consecuencia de su con-
sumo, la válvula cardíaca ya no me funcionó correctamente».
En cambio, para los médicos se trata de un escenario ya
conocido. La Deutsche Ärzteblatt avisa de los «riesgos para la sa-
lud que suponen los aditivos fosfatados en los alimentos». La
misma publicación contempla la «amplia utilización de esos
aditivos» como un «problema sanitario evitable, pero de unas
dimensiones que han sido subestimadas hasta ahora». Incluso
la Comisión Europea ha reaccionado ante esos conocimientos
proponiendo nuevos análisis de control por la vía de la EFSA.

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Los fosfatos son unos aditivos alimentarios especialmen-


te insidiosos. Se presentan como inocuos y hasta los tiempos
actuales eran considerados como totalmente inofensivos. Pero
ahora se muestran súbitamente como sustancias muy perju-
diciales que pueden contribuir a la aparición de graves enfer-
medades: se denominan el «nuevo colesterol» porque pueden
obstruir los vasos sanguíneos y provocar daños cardiacos.
Las sustancias químicas nocivas para el corazón gozan de
una gran difusión, incluso entre los alimentos más aprecia-
dos de los tiempos actuales: en el caso de Petra Brand se trata
del café capuchino preparado que ella siempre ha compra-
do de Lidl, o el de la marca Nescafé y el de Jacobs. También
contiene fosfatos la pizza tradicional de salami de Dr. Oetker.
En muchos niños la contaminación producida por fos-
fatos comienza inmediatamente después de nacer debido a
que la leche infantil de los biberones ya contiene elementos
dañinos para el corazón. De hecho, el supermercado está
lleno de fosfatos por todas partes. En el rincón de los desa-
yunos, por ejemplo, hay alimentos fosfatados, como ocurre
con los cereales Fitness de Nestlé o el paquete de cereales de
chocolate Nesquik.
Los fabricantes también han estropeado el embutido que
tomamos en la merienda, tanto el de cerdo como el de ave.
Quien eche mano de los estantes de la cocina para preparar un
almuerzo rápido ingerirá su correspondiente dosis, y eso en
platos aparentemente saludables como algunas espirales con
hierbas aromáticas, de Knorr, o una pasta fresca de huevo, de
Maggi. El que desee mordisquear algo a última hora también
recibirá su ración nocturna si se decide, por ejemplo, por las
galletas saladas Ritz.

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ENVEJECER MÁS RÁPIDO

Incluso el que quiera hacer algo bueno para su salud pue-


de que se aproxime, sin saberlo, a una operación de corazón:
por ejemplo, existe un importante contenido de fosfato en el
producto Multivitamínico A-Z de Doppelherz, un complejo
de vitaminas activo a largo plazo que promete darte la energía
de dos corazones, aunque puede ocurrir que te deje tan solo
con la mitad de uno.
Al principio llamó la atención el efecto que podían te-
ner los aditivos fosfatados en los enfermos renales, llegando
a repercutir incluso en su corazón. Son enormemente peli-
grosos para ellos. Dado que sus riñones no son capaces por
sí mismos de eliminar las sustancias nocivas del organismo,
dependen de que esos órganos no lleguen a acumularlas de
modo que eso les cause innumerables problemas.
Los riñones son, por decirlo de alguna forma, las esta-
ciones depuradoras de nuestro cuerpo. Cuando absorbemos
un exceso de elementos perjudiciales con los alimentos, ese
sistema desintoxicante resulta sobrecargado, lo que, al cabo
de poco tiempo, afecta al organismo: «En nuestro cuerpo no
existe ningún vertedero de desechos», asegura el doctor Axel
Versen, internista, diabetólogo y especialista en enfermeda-
des renales causadas por la hipertensión, de la localidad ale-
mana de Friedrichshafen, en el lago Constanza. Este médico,
que trató a Petra Brand, constató que muchos de sus pacien-
tes habían sufrido daños provocados por los fosfatos. Cuanto
mayor sea la dosis de fosfato que soporta el organismo, más
dramáticas son las consecuencias. «Hasta ahora lo habíamos
subestimado», añade Versen.
Los enfermos de corazón a causa de los aditivos normal-
mente utilizados en los alimentos son, para médicos como

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Versen, tierras vírgenes: «Se trata de un nuevo continente al


que debemos acceder».
Petra Brand es un ejemplo totalmente típico del grupo
de pacientes en los que este doctor observó el fenómeno: ade-
más de tener problemas renales, también es diabética. Pero
los aditivos también pueden perjudicar a las personas sanas.
Incluso para la «población en general», Deutsche Ärzteblatt avisa
sobre la posibilidad de riesgos desconocidos. A aquellos con
una «tensión normal», situada en el ámbito de lo habitual, o
incluso para hombres jóvenes y sanos, la revista asegura que
las concentraciones de fosfato pueden provocarles problemas
cardiacos e incluso acortar sus vidas.
Un estudio estadounidense de ámbito gubernamental,
liderado por el profesor Robert N. Foley, nefrólogo de la
Universidad de Minnesota, en Minneapolis, demostró que
en adultos jóvenes y sanos el nivel de fosfato podía fomentar
la calcificación de los vasos sanguíneos (aterosclerosis). Unos
valores elevados de fosfatos, aun cuando no se salgan de los
límites de la normalidad, también suponen, según el estudio,
un factor de riesgo para las arterias coronarias de adultos jó-
venes; la consecuencia puede ser incluso un infarto cardíaco.
Un estudio británico señala asimismo la conexión di-
recta entre niveles de fosfatos «de grado normal» y el peligro
de obstrucción de los vasos (se denomina «oclusión vascu-
lar») a causa de la aterosclerosis.
La causa hay que buscarla en el exceso de fosfatos in-
geridos con los alimentos, según suponen los investigadores
del departamento de investigación cardiovascular de la Uni-
versidad de Sheffield. «¿Es el fosfato el “nuevo colesterol?”»,
se preguntan. De acuerdo con las afirmaciones del doctor

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Timothy Chico, uno de los autores del estudio, en el futuro


los fármacos que rebajan los niveles de fosfato, los denomi-
nados quelantes del fosfato, serán las «nuevas estatinas» con
las que ahora mismo se reducen los valores del colesterol;
esos quelantes disminuyen notablemente el riesgo de infar-
tos cardíacos.
El fosfato no solo puede calcificar los vasos sanguíneos.
También disuelve la cal de los huesos y colabora en la debili-
dad ósea. Por eso, las bebidas de cola están consideradas des-
de hace tiempo como «asesinas de los huesos», pues pueden
provocar osteoporosis incluso entre la población joven (en
tiempos pasados la debilidad ósea era una afección que solo
perturbaba a los más ancianos).
Entre esos jóvenes se cuenta un niño de once años que
llegó a una clínica berlinesa porque se le empezaban a caer los
dientes, luego se rompió una pierna en un accidente de bici-
cleta y después, en la propia clínica, se le fracturó una vértebra.
Diagnóstico: debilidad ósea, osteoporosis. «Tenía los huesos
totalmente deshechos», afirmó la profesora Jutta Semler. La
causa estaba en las tres botellas grandes de cola que se bebía
todos los días.
Una investigación del Institute for Medicine de Washington
constató ya a principios del presente siglo: «Durante los últi-
mos años se han incrementado notablemente las objeciones
relativas a la alta ingesta de fosforados; la causa está, presun-
tamente, en que la población en general los absorbe a través
de las bebidas de cola y de los aditivos con un componente de
fosfato». El estudio fue financiado por la Administración de
Alimentos y Medicamentos, el Departamento de Agricultura
y el Instituto Nacional de la Salud.

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La firma Coca Cola no se considera responsable de los


daños indirectos resultantes, como puede ser la debilidad ósea
infantil: «El ácido fosfórico (E-338) es un aditivo autorizado
en toda Europa. Su inocuidad como aditivo está, por tanto,
legalmente legitimada –replica la firma–. Por lo demás, nadie
debe beber tanta Coca Cola como para que le siente mal».
Lo peor es que nadie percibe de inmediato que los aditi-
vos le perjudican. Al principio no hay dolores de cabeza, de es-
tómago ni diarreas. Los consumidores no son capaces de notar
los trastornos. Eso es debido a que los aditivos, como cual-
quier compuesto fosforado, obran de una forma sutil. Actúan,
por decirlo de alguna manera, como un disolvente que separa
la cal de los huesos y la almacena en los vasos sanguíneos y el
corazón. Intervienen de forma imperceptible en los sistemas
hormonales de control del organismo: por así decirlo, progra-
man las células de los vasos sanguíneos para que, en adelante,
actúen como osteocitos (células óseas) y, en consecuencia, se
constituyan como almacenes de calcio.
Estos procesos son, posiblemente, tan solo un aspecto
parcial de la cascada de las consecuencias de los fosfatos que
Deutsche Ärzteblatt resume de una forma general al afirmar que
los aditivos llegan a acelerar los procesos de envejecimiento:
«En experimentos con animales, y probablemente también
con los seres humanos, se incrementa la aparición de compli-
caciones orgánicas asociadas con el envejecimiento, como son
la atrofia muscular y cutánea, el progreso de la insuficiencia re-
nal crónica y las calcificaciones cardiovasculares». Esto signifi-
ca que la piel se hace más fina, los músculos se debilitan, los ri-
ñones fallan y el corazón se calcifica. Nos hacemos mayores de
forma acelerada solo por el hecho de consumir diariamente,

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con la comida, unos aditivos legales. Y, al final, aparecen las de-


funciones prematuras. Deutsche Ärzteblatt lo expresa con jerga
médica: «Las patologías vasculares inducidas por los fosfatos
están potencialmente relacionadas con los procesos de enve-
jecimiento y mortalidad».
El fosfato puede estimular, además, un crecimiento pa-
tológico de las células del músculo cardiaco. Es lo que se co-
noce como «hipertrofia ventricular izquierda», en la que la
cámara izquierda del corazón queda parcialmente paralizada.
Las correspondientes consecuencias observadas en los ra-
tones utilizados en experimentos han sido arterioesclerosis,
osteoporosis, atrofia cutánea y adelgazamiento de la piel, así
como enfisemas pulmonares con insuficiencia respiratoria
crónica, infertilidad y muerte prematura.
Por eso, el investigador japonés Makoto Kuro-o iden-
tifica el fosfato con la «molécula señal del envejecimiento».
Un estudio que ha realizado conjuntamente con colegas de la
Universidad de Harvard ha concluido que también se puede
acelerar el envejecimiento por medio del fosfato. La investi-
gación llevada a cabo por el profesor Myung-Haing Cho en
el laboratorio toxicológico de la Universidad de Seúl ha esta-
blecido incluso una correlación entre los fosfatos y el cáncer
de pulmón. Son riesgos que el ser humano ha creado por sí
mismo. En la naturaleza no hay aditivos. Muchos de ellos han
sido preparados por necesidades expresas de la industria ali-
mentaria; en cierto modo se han diseñado sin disponer del
correspondiente modelo en la naturaleza.
Tales aditivos solo existen en el mundo paralelo de la in-
dustria alimentaria. Y tienen una razón de ser: alargar la du-
ración de los productos en los estantes, la denominada shelf

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life o «vida útil», un importantísimo factor para las fábricas de


alimentos y los supermercados.
Los auténticos alimentos son perecederos y se echan a
perder en poco tiempo: en el mundo de la comida natural,
un yogur de fresas solo se mantiene durante unas pocas horas
y un puré de patata puede aguantar únicamente unos días.
Pero todo esto cambia en el mundo industrial. En un super-
mercado, el denominado yogur de frutas debe conservarse al
menos dos semanas y el puré de patata de Knorr o Maggi ha
de soportar un año sin estropearse. Y sin refrigeración.
Los ingredientes de un laboratorio químico posibilitan
una caducidad muy prolongada, y eso es debido a que las sus-
tancias colorantes permiten que se mantenga durante meses
el bonito colorido de los productos. Los agregados químicos
sirven, además, para que el copete de nata de un pudin indus-
trial de chocolate mantenga su forma durante mucho tiem-
po. Se trata de un milagro de la técnica. Y semejantes ingre-
dientes también sirven para conseguir y mantener los sabores
como por arte de magia.
Los aditivos químicos han alterado totalmente el man-
tenimiento de los alimentos. En tiempos pasados la comida
procedía de nuestro entorno próximo y debía ser consumida
en poco tiempo, mientras que ahora los alimentos se produ-
cen a gran distancia del usuario, deben aguantar mucho tiem-
po en el supermercado y después hay que conservarlos en el
frigorífico doméstico. Un estudio del Gobierno austríaco so-
bre los aditivos alimentarios afirma:

Habitualmente, en los domicilios particulares había que consu-


mir la comida poco después de su preparación. Los productos

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industriales soportan, por el contrario, entre su preparación o


cocción en la empresa productora y el consumo de los usua-
rios, un suspense más o menos grande tanto espacial como tem-
poral [...] Por medio de revoluciones sociales y económicas y
a base de novedades técnicas, en los últimos ciento cincuenta
años han cambiado drásticamente las formas de nutrición y
mantenimiento de los alimentos.

Los autores ven incluso un «nuevo peldaño en la provi-


sión de alimentos» que es posterior a «las civilizaciones de ca-
zadores y recolectores y las de agricultores y ganaderos». Hoy
en día «los consumidores están dejando de adquirir materias
primas para transformarse en compradores de platos prepa-
rados y productos procesados industrialmente».
Las ofertas de los supermercados solo son posibles, en
gran medida, gracias a los métodos químicos de conserva-
ción. Es la primera vez en toda la historia de la Humanidad
que la elaboración de los alimentos no está adaptada en pri-
mer lugar a las necesidades humanas, sino a las exigencias
por parte de los supermercados y las cadenas globalizadas de
distribución.
La salud y el bienestar de las personas están resultando
cada vez más afectados. La gravedad del peligro depende de
la cantidad ingerida de productos químicos. Algo hay segu-
ro: quien solo haya consumido pequeñas cantidades y sea de
una complexión robusta no tiene nada que temer (sin olvi-
dar que, para los alérgicos, 1 mg de la sustancia equivocada
puede resultar fatal).
Como dato preocupante, en total, según afirma Deutsche
Ärzteblatt refiriéndose a los fosfatos, desde la década de los

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noventa del siglo pasado las cantidades consumidas se han


«duplicado».
Los aditivos se emplean en dosis mínimas: unos miligra-
mos por aquí, medio gramo por allá. Pero, en conjunto, pue-
den suponer una cantidad impresionante. En primer lugar
porque cada vez hay más sustancias: «El número de aditivos
autorizados es cada vez mayor, tanto a nivel mundial como en
la Unión Europea», reza el estudio austríaco.
Además, esos aditivos se producen en cantidades siem-
pre crecientes. Por ejemplo, la fabricación a nivel mundial
de fosfatos como aditivos alimentarios supera anualmente
las trescientas mil toneladas. En lo relativo a edulcorantes,
hablamos de setecientas cincuenta mil toneladas. El récord
pertenece al ácido cítrico: un millón ochocientas mil tonela-
das por año en todo el mundo, la mayoría destinada a la in-
dustria alimentaria.
El volumen del negocio de los aditivos mueve en todo el
mundo unos veinte mil millones de euros (cifras de 2010),
«una cifra de la que muchos quieren sacar provecho», expli-
ca el estudio de Austria. De la citada cantidad, unos siete mil
millones corresponden a Europa. El índice de crecimiento
anual de las ventas está cercano al 4%.
Muchos productos químicos se utilizan, sobre todo, por-
que proporcionan a los alimentos un sabor «apetitoso». Según
las estadísticas del estudio austríaco, en primer lugar figuran
las sustancias empleadas para mejorar ese sabor.
Realmente es todo un detalle el hecho de que la industria
se preocupe de que sus alimentos sean sabrosos para el con-
sumidor. Pero, por otro lado, esas manipulaciones también
tienen sus consecuencias. Por ejemplo, para la silueta.

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