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Infancia y
Adolescencia parte 2
ÍNDICE
Módulo VIII - Problemáticas actuales en adolescentes. El cuerpo como
escenario
Rojas. M.C. (2013). Clínica de la adolescencia: una perspectiva sociovincular. --- p.3
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Perez-Barrero, S. (1999). El Suicidio, comportamiento y prevención. --- p.132
Quagliata, S. (2015.). Las características del duelo en madres de hijos fallecidos por
suicidio. --- p.155
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Módulo VIII - Problemáticas actuales en adolescentes.
El cuerpo como escenario
El cuerpo, marcado por los otros de la crianza y por el lenguaje de su tiempo, pasa
además a primer plano, en la era de la imagen, desde otras vertientes que ponen en
juego el narcisismo, en relación con la jerarquía del mirar y ser mirado. Dentro de esta
perspectiva “en situación”, también tomaré en cuenta las pertenencias grupales e
institucionales, familia, escuela, pares, etc., y los caracteres de la trama social. Esta
mirada, socio vincular, incluye lecturas que van más allá del adolescente mismo y
amplían la comprensión del analista también en el trabajo con el paciente singular.
Es a mediados del siglo XX que cobra relieve la adolescencia como etapa en sí misma
y comienza a construirse un singular imaginario adolescente impregnado de
individualismo, que enfatizó muchas veces una autonomía precoz y solitaria. Sumado
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a otras condiciones, esto va planteando la desorientación y desvalimiento del
adolescente de hoy, quien se encuentra, en ocasiones, arrojado a un desierto de donde
se espera que salga virtualmente sin apoyos. Por otra parte, se le ofrecen todas las
elecciones, ya que casi nada está resuelto por la sociedad o la familia: tiene así que
elegir la inserción laboral; puede optar entre la hétero, homo o bisexualidad; drogarse
o no; comer o no: decidir todo su quehacer en el mundo.
Por otro lado, el espacio social suele desmentir el mensaje de “libertad” cuando coarta
expectativas. Frente a tal paradoja y a la fragilidad incontinente de múltiples
pertenencias suelen aparecer el vacío, la falta de proyecto, la apatía, distintas formas
de violencia y otros fenómenos que atraviesan en este momento la clínica de la
adolescencia.Estas cuestiones difieren bastante en los distintos grupos sociales
Notamos así que la adolescencia ha avanzado sobre los otros grupos etáreos. En las
últimas décadas nace esta suerte de adolescencia temprana, cuyos rasgos, en lo que
hace a comportamiento general, vestimenta, aficiones, se manifiestan en algunos niños
antes de los primeros signos de la pubertad.
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El adolescente establece un diálogo con la muerte, ésta se hace presente, violenta e
inevitable. El tiempo actual le ofrece escasos recursos para dicha confrontación,
cuando la muerte parece haber perdido buena parte de sus rituales, y se instalan
mecanismos de renegación, en una sociedad que elude tramitar el dolor psíquico e
interrogar la carencia.
Asimismo, notamos cierta propensión a renegar los duelos por la infancia, tarea
psíquica propia de la transición adolescente considerada ya por el Psicoanálisis (duelo
por el cuerpo infantil perdido, por el rol y la identidad infantil, por los padres
idealizados de la niñez). El abandono de la infancia aparece anhelado y anticipado,
siendo poco considerados sus costos psíquicos. Por otro lado, aunque el transcurrir
adolescente implica pérdidas diversas, se abre de modo especial a las grandes
adquisiciones: los duelos son pues inseparables de la emergencia de lo nuevo. Las
pérdidas y su elaboración, como sabemos, habilitan la construcción del deseo, que se
articula con el proyecto.
Familias y adolescentes
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Dada la importancia que el contexto familiar, con sus apegos y desprendimientos,
asume entre nosotros, es posible a veces proponer la inclusión de abordajes familiares
a partir de algunas consultas adolescentes. Suele suponerse que las intervenciones
terapéuticas en el ámbito de la familia, o con los padres, desfavorecen la construcción
de la intimidad y la autonomía.Entiendo que ello deja de lado la consideración de una
autonomía vinculada, que implique no el aislamiento sino el crecer y discriminarse
“solo, con otro”. Sin embargo, la operación en la intersubjetividad tomará en cuenta
en los modos de la intervención los requerimientos del proceso adolescente en el
sentido de la autonomización y las transcripciones singularizadas.
En todos los casos, al menos interesará conocer la posición que el paciente ocupa en
su familia, cuáles son los modos de vinculación predominantes en ella y cuáles las
expectativas de los familiares hacia él. Todo ello no sólo amplía la comprensión del
analista sino que abre también camino a los abordajes múltiples.
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Más allá del propio adolescente, los duelos y adquisiciones ligados al paso del tiempo
abarcan al conjunto familiar. Los padres experimentan también especiales crisis y
transformaciones; especiales, digo, porque entiendo que cambio y crisis son
intrínsecos al transcurso vital mismo y no privativos de algunos momentos.
Las perturbaciones de esta modificación vincular suelen aparecer bajo dos formas
extremas: a) familias que intentan sostener una pertenencia sin cambios, como
continuidad de la infancia de los hijos; se trata, a menudo, de grupos endogámicos, de
discurso autoritario y poco cuestionable, con sus efectos de cierre; b) por otro lado,
familias de lazos frágiles y discurso fragmentario, que no ofrecen el apuntalamiento
apto para sustentar tanto la pertenencia como el desasimiento. Hallamos, en unas y
otras, disfunciones en las operatorias de contención e interdicción, propias de las
configuraciones familiares. Dentro del segundo grupo incluyó las familias expulsivas:
en ellas parece haber un movimiento sin espacio transicional entre una fusión vincular
no continente y un modo de “salida” que equivale a una expulsión. La falla que afecta
el procesamiento de la operación separadora deja espacio al impulso y el desgarro. Se
trata de un imaginario desprendimiento, connotado por la indiferencia.
Aun cuando es destacable el respeto por el hijo como sujeto implícito en estas
modalidades vinculares, aparecen ciertas dificultades ligadas a su exceso o distorsión.
Particularmente cuando el niño o adolescente es idealizado como portador de un saber
que superaría al adulto, invirtiéndose la posición asimétrica, lo que puede dar lugar a
formas de abandono y desprotección no registradas como tales.
Ser propuesto por su familia como sede idealizada del saber y del poder constituye
para el adolescente una exigencia de realizaciones y perfección (encarnadura del yo
ideal.)
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Esta problemática puede aparecer bajo la forma de desinvestidura libidinal del saber,
apatía, actuaciones, inhibiciones del pensamiento.
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extra familiares, o grupos de pares de fuerte pertenencia. A veces, esto puede llevar al
adolescente a buscar pertenencias sustitutivas en grupos de características alienantes
(sectas, pandillas delictivas o grupos de adictos.)
Son muy importantes para el adolescente los grupos de pares, en la probable intimidad
de sus vínculos puede sustentarse la desinvestidura de los objetos endogámicos y
habilitarse la reestructuración identificatoria y el proyecto. No obstante, cuando un
grupo deviene pertenencia decisiva y excluyente, formar parte del mismo puede
desfavorecer la conformación de su identidad.
Los padres enfrentan en este período la pérdida de los hijos pequeños y con ellos su
propio lugar idealizado, que constituye un importante puntal narcisista, aun cuando en
la actualidad son cuestionados por los niños desde edades muy tempranas y se ven
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rápidamente desplazados por figuras exaltadas en la respectiva generación infantil o
adolescente.
Los padres vivencian que van dejando de ser el centro de la vida psíquica de los hijos,
transformación a menudo vivida como pérdida, lo cual supone un duelo que
habitualmente afecta con mayor intensidad todavía hoy a la madre que al padre, pese a
la inserción de la mujer en el mundo creativo/ productivo.
De tal modo, los padres viven, al decir de Bollas, también un "duelo generacional";
este implica la pérdida de los objetos que dieron identidad a su tiempo joven,
sustituidos por sucesivas camadas de sujetos enlazados por otros símbolos. "Cada
generación-dice este autor-asiste a su conversión en historia".
La emergencia sexual del hijo induce una supuesta finitud de la propia sexualidad.
Dice Freud: “... la entrada del niño en la genitalidad debería traer aparejada, de manera
mítica, la salida del padre, su muerte genital” Gutton, por su parte, señala: “El niño
púber se convierte en figura del ello. El progenitor vive bajo su presión.” Tales
problemáticas plantean posibles salidas elaborativas, u otras formas ligadas al síntoma
y la violencia.
Ante el hijo que crece tienden a reaparecer en los padres expectativas forjadas desde el
nacimiento y también desilusiones o satisfacciones frente a su realidad: se producen,
de tal modo, encuentros y desencuentros.
Hay cierta pérdida de familiaridad ante el nuevo ser que el hijo adolescente encarna.
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dicha extrañeza hoy se acentúe, ya que es profunda la distancia generacional y los
referentes cambian con celeridad. Enfatizó en este punto la operancia de modelos
identificatorios múltiples y diversos aportados por la trama social extra familiar en las
transformaciones y novedades del psiquismo adolescente.
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Cada época construye su propia narrativa en relación a la infancia y adolescencia y en
este sentido las nociones compartidas por las sociedades acerca de estos tramos de la
vida son construcciones sociales. Es decir, las definiciones colectivas de las
representaciones de la infancia y adolescencia son producidas y a su vez son
productoras de procesos en los que resultan inseparables la cultura y los sujetos que la
construyen. Por esta razón hablamos de adolescencias, ya que no es un concepto
universal: las formas que revisten las crisis y los padecimientos en estas etapas de la
vida se construyen en consonancia con las condiciones productoras de subjetividad de
las culturas en la que se gestan.
Acentúo esta idea porque muchas veces las miradas sobre las adolescencias movilizan
nociones hegemónicas y abstractas que perturban el reconocimiento de las diferencias
y singularidades de cada uno.
Las representaciones sociales que se producen en cada época y cultura, también son
generadoras de prácticas que actualmente incluyen conductas de alto riesgo para los
adolescentes, disfrazadas de actividades recreativas gracias a la banalización de su
contenido.
Se han ido construyendo categorías de adolescencias ligadas a las leyes del mercado.
Tenemos la figura del niño-adolescente consumidor, entrenado para desear aquello
que no necesita, guiado por pantallas que ya conforman su hábitat natural.
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las funciones que cumplían en la antigüedad pitonisas y sacerdotes que daban
respuestas enviadas por los dioses a las consultas que se les planteaban. Hay varias
publicidades, historietas y relatos que señalan esta cualidad, solo que ahora estos
sacerdotes reciben las verdades reveladas Google mediante.
Por supuesto, dichas representaciones sociales se aplican a los chicos con acceso a los
medios tecnológicos. Otras categorías no distinguen recursos económicos como las
que destacan la indisciplina, violencia, sexualidad precoz.
Vemos cómo se alteran las nociones de otras representaciones sociales tales como el
lugar y función de los padres y madres: estos atraviesan una época en la que se vieron
abruptamente despojados de los referentes o modelos que orientaban sus propias
crianzas. Estados de perplejidad frente a conductas novedosas de sus hijos que
obstaculizan la modalidad de construcción de sus vínculos. “No sé quién es, no lo
reconozco”, “no me escucha”, son comentarios habituales de padres angustiados.
No quedan excluidos los terapeutas de adolescentes de esta perplejidad. Muchos
luchan contra ciertos conceptos estancos, viejos paradigmas y modelos
epistemológicos difíciles de sostener a la luz de la complejidad de la demanda.
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La adolescencia ha sido descripta por muchos autores quienes coinciden en definirla
como una etapa del desarrollo que se caracteriza por un estado de vulnerabilidad.
Estos son algunos de los ingredientes del menú de ilusiones e ideales que conforman
la subjetividad actual, con otros condimentos como los poderes mágicos,
omnipotencia, ritmo acelerado, fuerte excitación o adrenalina, descontrol.
Con frecuencia se entendió el concepto de crisis desde la tensión que existe entre
peligro y oportunidad.
Hoy nos ocupa más la tarea de crear recursos protectores frente a la magnitud de los
peligros que atraviesan los adolescentes. Si bien siempre se considero la adolescencia
una de las crisis vitales en el devenir humano, como ya señalé, el aporte de la
característica cerril que reviste esta crisis actualmente, se agudiza por los factores de
riesgo a los que están sometidos los adolescentes, tanto en su seguridad física como en
la producción de trastornos emocionales.
Cada época produce variadas condiciones que pueden generar múltiples y específicos
factores de riesgo tanto desde el punto de vista social-ambiental como los modelos
vinculares e identificatorios en los que se gesta la subjetividad.
Veamos algunos aspectos con los que se construyen estas nuevas generaciones.
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procesos de contacto efímero (en las superficies) se observan también en el vuelco a la
exhibición de aspectos de la vida de cada adolescente que solían permanecer en la
intimidad.
Ya se han reportado algunos casos aquí, aunque los que más he tratado son
adolescentes que quedaban encerrados varios días o gran parte del día. No hay que
confundirlos con aquellos adolescentes que desarrollan una adicción a los juegos en
red que también pueden enclaustrarse durante días siguiendo el juego. Salvo esta
característica no comparten otros síntomas.
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torna crónico, ya que el mundo interno se vuelve rápidamente obsoleto y falto de
coincidencia con la oferta cambiante o ausente del mundo externo. La subjetividad
instituida necesita poder virar con celeridad, si no lo hace, queda entrampada en
contenidos que ya no existen, ya que sucumbe a la tendencia de defender siempre lo
que ya se incorporó más allá de su evidente ineficacia actual.
“A ver si me meto en algo”, dice Patricia. “Hacé dos carreras por las dudas”, sugiere
Carina. Lorena: “buscá algo en Facebook”. Si bien el deseo siempre está en otro lado,
aparece ahora con una intensidad peculiar.
En el caso de Carolina y sus amigas han incorporado en su grupo tres elementos que
nuclean a vastos grupos de adolescentes hoy:
•Una creencia: para divertirse hay que tomar alcohol;
•Un sistema de ideales: ilusión fusional, libertad entendida como descontrol, alegría
confundida con excitación;
•Una práctica: la previa.
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La necesidad de pertenencia en los grupos de adolescentes crea diferentes ritos de
iniciación en aras de instalar modelos homogéneos de ideales, gustos, creencias y
prácticas
Tomo un concepto Kaës quien enunció uno de los puntales del Psicoanálisis de Grupo:
el concepto de pacto denegativo. Denomina como tal a aquellos acuerdos
inconscientes que constituyen los vínculos. Para que se sostenga un vínculo algo tiene
que quedar en negativo, es decir, por fuera del vínculo (todo aquello que atentaría
contra la unión y mantenimiento de los lazos libidinales entre los sujetos) y tiene tanto
una función organizadora del vínculo como una defensiva. Quiere decir que mediante
este pacto quedan excluidos aquellos contenidos que pueden perturbar la constitución
de un vínculo.
Pienso en esta práctica que llaman la previa conformada como un pacto de alcohol.
Los pactos absorben en este caso las representaciones ofrecidas por la publicidad
asegurando un conjunto de consumidores fieles y sirviendo como nexo potenciador
del sentimiento de fusión-ilusión que brinda el encuentro.
Cuando los chicos se reúnen a tomar alcohol antes de ir a bailar, en general es muy
difícil que alguien no comparta la práctica: por ser rechazado por el conjunto, o por
quedar aislado al no poder vincularse con los demás en los mismos términos.
Cuando le pregunté a Carolina por qué no iba más a bailar con sus amigos, su
respuesta fue: no se puede ir sin tomar.
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psíquica) las prohibiciones, mandatos familiares, peligros, etc., en un poderoso cóctel
de omnipotencia y negación. Todo en aras de sostener una ilusión homogeneizante
que diluye los miedos, inseguridades, diferencias, incertidumbres…
En este aspecto el grupo de pares opera como lugar de anclaje que protege la
singularidad de la construcción subjetiva.
También cumple tareas constitutivas al ser dador de significaciones que crean, a partir
de los vínculos, funciones y recursos psíquicos a los que carecían de ellos.
Vemos así que los grupos pueden alojar tanto elementos que producen efectos
destructivos y de riesgo para la salud mental y física de los adolescentes, como
cumplir una función protésica, protectora que genera pensamiento y creatividad.
RESUMEN
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La adolescencia como momento de transición entre la infancia y la edad adulta
presenta al joven la compleja tarea de desasirse de la autoridad parental así como la de
confrontarse con lo real de su propio cuerpo y con el otro sexo.
INTRODUCCIÓN
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Nuestro foco de interés se centrará, en primer lugar, en la noción de conductas de
riesgo desde una perspectiva antropológica y psicoanalítica.
David Le Breton (2007, 2012) es uno de los autores que, desde las disciplinas de la
antropología y la sociología, definió este conjunto de conductas de un modo preciso.
Desde una orientación psicoanalítica lacaniana, que retoma estos lineamientos teóricos
de las ciencias sociales, podemos realizar una relectura de las llamadas conductas de
riesgo en los adolescentes de nuestra época.
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Philippe Lacadée (2007), psicoanalista francés, aborda la transición que implica la
adolescencia y sus avatares. El joven en el momento de la pubertad se ve confrontado
con la emergencia de lo real, de lo indecible e insoportable, que exige un trabajo de
simbolización. Para Lacadée (2007), este real, fuente de angustia, se encuentra en el
inicio de las conductas de riesgo.
En la misma línea que Lacadée, el autor belga subraya la jerarquía que posee el
significante del Nombre del Padre en la orientación de este Ideal. Sin embargo, esta
cuestión se ve dificultada en la actualidad.
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La identificación a la banda de adolescentes es una de “las situaciones intermedias”
(Stevens, 2001, p. 4) posibles en las dificultades por parte del joven con respecto a la
separación de la autoridad parental, condicionada en la época contemporánea por la
degradación de la función paterna. Al mismo tiempo, la filiación ya no se presenta
ligada a la inscripción en una cadena generacional, conferida por la institución
familiar y reconocida jurídicamente (Duschatzky & Corea, 2002).
OBJETIVOS
METODOLOGÍA
Este instrumento incluyó ítems definidos tales como: los datos personales del paciente
(sexo, edad, composición y situación familiar); la Fecha de Admisión; los motivos de
consulta; el inicio y frecuencia del consumo; su relación con situaciones conflictivas
de la vida del paciente; y los principales síntomas.
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consultante que exhibe en la primera consulta conductas de riesgo, y sus
transformaciones en el curso de la misma.
RESULTADOS
ANÁLISIS CUANTITATIVO
Notamos de este modo cómo el 58 % de los pacientes adolescentes (70 casos) que han
consultado al Hospital presentan conductas de errancia, fugas, han cometido actos
delictivos o hechos de violencia a sí mismo o a terceros así como han presentado
episodios de sobredosis e intento de suicidio, automutilaciones y repetidos accidentes
de carretera.
A partir de este conjunto que diferenciamos dentro de los 120 casos observados,
podemos utilizar determinados criterios como ejes de lectura del material clínico. En
consecuencia, discriminaremos en este grupo el sexo de los pacientes, la edad de los
jóvenes consultantes, el motivo de consulta que los llevó a pedir un turno en el centro
de salud referido, el origen de la demanda, el tipo de consumo que exhibían y el tipo
de sustancia que consumen.
Con respecto al sexo de los consultantes. De los 70 casos, el 13% son mujeres (9
pacientes), mientras que el 87 % restante (61 casos) son de sexo masculino. Es
importante mencionar que el total de los pacientes femeninos de los 120 casos que
observamos son 13, lo cual nos muestra cómo de las pocas mujeres que consultaron,
casi todas ellas (69 %) presentaban conductas de riesgo, contrastando con la población
masculina, donde el 57 % de todos los pacientes hombres exhibían comportamientos
ligados a la exposición al peligro de sí mismo o de otros.
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Con respecto a las edades de los consultantes, el mayor porcentaje se encontró en la
franja de los 15 y 17 años, siendo las otras categorías etáreas de menor importancia.
Los pacientes que presentaron conductas de riesgo arribaron al hospital, ya sea solos o
acompañados, demandando atención por parte de los profesionales y expresando un
determinado motivo de consulta.
Éste a su vez se despliega en cuatro categorías: los que se muestran preocupados por
el consumo, los que exigen una internación inmediata, los que asocian patologías
actuales con el consumo previo o actual y finalmente los que exhiben una demanda
preventiva para anticipar un futuro o próximo consumo.
Dentro del primer grupo, notamos que el 86 % de los pacientes analizados se acerca a
la institución vinculando el uso del tóxico con conductas que ponen en peligro tanto su
propia vida como la de terceros.
Con respecto al conjunto de los pacientes que piden una “rehabilitación” y “encierro”
para interrumpir una pendiente mortífera, es el 10 % de todos los jóvenes. Es de
destacar que de toda la casuística de 120 casos, sólo 8 de ellos piden internarse, de los
cuales 7 pacientes presentan conductas de riesgo.
Notamos cómo las acciones de fuga y errancia así como la posición desafiante frente a
las normas establecidas llevan, tanto a las autoridades como a los propios sujetos en
cuestión, a demandar una intervención externa que acote, que límite, que ponga una
línea divisoria y de ruptura con la modalidad de existencia que vienen llevando.
De estos siete (7) casos que solicitan el ingreso a una institución privada o pública
sólo uno de ellos proviene de un oficio penal, mientras que en dos casos son los
padres por medio del Tribunal de Familia los que exigen la internación de su hijo. Los
pacientes restantes de este grupo (cuatro de los siete) incluidos en los que reclaman la
inmediatez del tratamiento vía la internación lo hacen de un modo personal, es decir
que el propio paciente es el que apela a que los profesionales del hospital le otorguen
un lugar en un establecimiento aislado.
Los pacientes que consultaron motivados por la ligazón que ellos consideran existe
entre el consumo (anterior o presente) y ciertas presentaciones como las crisis de
angustia (o los llamados “ataques de pánico”) y que a su vez exhibían conductas de
riesgo representa el 2% del total del grupo delimitado. Debemos subrayar que este
único caso es el de una joven que a partir de la aparición de crisis de angustia
comenzaba a realizarse cortes y mordeduras para apaciguar un afecto ineludible, que
no engaña.
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Por último, el adolescente que se presentó en el centro de salud con una demanda
preventiva para evitar una futura “recaída”, representado el 2% de los pacientes con
conductas de riesgo, plantea su preocupación a partir de la posibilidad de consumir y
volver a tener diferentes episodios de riesgo personal, como los sucesivos accidentes
de moto y estar preso nuevamente
Los pacientes que arribaban a través del Juzgado Penal Juvenil, habiendo cometido
robos, homicidios o algún delito, llegaron con un oficio judicial penal que solicitaba al
profesional que lo atendiera si debía o no realizar un tratamiento o ser internado. El
propio sujeto relacionaba la mayoría de las veces sus actos de transgresión con el
consumo de sustancias. Posiblemente por la vinculación entre la determinación
dictada por el Juez y su posibilidad de libertad o disminución de la pena recibida,
estos pacientes se mostraron con un aparente interés en abandonar el consumo, en
modificar sus “hábitos de vida”, esperando un cambio a partir de su asistencia al
hospital y la realización del tratamiento. Estos pacientes o las instituciones que los
envían para realizar un tratamiento sitúan a la droga como posible causa de
comportamientos ligados a la infracción de la ley (robos, homicidios, peleas) así como
un factor condicionante de la realización de los mismos.
Dentro de este tipo de demanda, notamos que el 29% de los jóvenes llegaron al centro
asistencial a partir de que los padres, impotentes frente al comportamiento desafiante
de sus hijos, solicitaron turno considerando la posibilidad de que éstos realicen
tratamiento.
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(médicos clínicos, psiquiatras, psicólogos) o instituciones los cuales han derivado al
paciente al hospital especializado en adicciones.
Por otro lado, otros jóvenes mostraron un claro rechazo a la demanda de sus
familiares de asistir al centro hospitalario. Su reticencia estaba vinculada, en ciertos
casos, a que ellos no deseaban abandonar el consumo, no lo entendían como un
problema, ni se consideraban dependientes de la sustancia que ingerían ya que, según
ellos, podían abandonar el hábito cuando quisieran. Ellos no se consideraban
“adictos”, sino que su relación con las drogas no estaba pautada por la necesidad o
urgencia inmediata.
Por otra parte, dentro de la demanda espontánea también debemos incluir a las que
realizaron los propios jóvenes. El 12 % del total de los pacientes que presentaban
conductas de riesgo lo hicieron de forma personal, como ya habíamos mencionado
cuando nos referimos a aquellos que solicitaban internación. Estos adolescentes
expresaban que consultaban preocupados por el consumo, por el temor a volver a
consumir, por las patologías que asociaban al uso del tóxico así como la demanda de
internación.
La categoría que diferencia el tipo de ingreso puede sernos de utilidad para analizar la
población estudiada.
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Dentro de los pacientes que consultan por segunda o tercera vez al hospital notamos
que algunos de ellos solicitan internación, expresando que el tratamiento previo
ambulatorio ha fracasado. Presentando graves conductas de riesgo vuelven la
institución reclamando la inmediatez en la solución a su malestar.
De los pacientes restantes que ya han acudido antes a la institución, algunos se hallan
en situación de calle, a partir de fugas anteriores, permaneciendo en un estado de
errancia desde hace un largo tiempo. Otros muestran, ya sea ellos mismos o sus
familiares, la “peligrosidad” de sus conductas asociadas al consumo ya que los
reiterados accidentes, de moto en estos casos, alertan al paciente o a sus allegados,
impulsándolos a la consulta ubicando a la sustancia como la causante de los riesgos
permanentes.
ANÁLISIS CUALITATIVO
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A su vez, en muchos de los jóvenes se destaca una posición de desafío o de reproches
a ambos padres, sobre todo odio al padre, en otros, nostalgia por el padre que no tuvo.
Muchos de los episodios desencadenantes del inicio del consumo se presentan
vinculados a situaciones de la pareja parental. Se destacan en la mayoría de los casos
importantes carencias simbólicas del medio familiar.
CONCLUSIONES
Notamos que la presencia de conductas de riesgo aparece vinculada en una gran parte
de los casos al consumo de sustancias.
Recordemos que el nombre mismo de la institución al cual acuden los pacientes, sus
familiares o instituciones públicas y privadas, condiciona la demanda de intervención.
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La indiferencia, el abandono, el sentimiento de exclusión así como la sobreprotección
y la horizontalidad en la relación entre padres e hijos son algunas de estas condiciones
que se expresan en el discurso de algunos de los jóvenes consultantes.
INTRODUCCIÓN
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En ese contexto la vulnerabilidad es uno de los puntos centrales, y tanto el estado del
self como el desequilibrio narcisista propio de la adolescencia se hallan íntimamente
relacionados con dicha vulnerabilidad.
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sentimientos puede llegar a ser fomentada inconscientemente por respuestas del
analista que le indican que sus sentimientos son defensivos, anacrónicos, destructivos
u obstructivos?”.
Naturalmente una visión completa del tema requiere demasiado espacio. Intentemos
sin embargo una reseña de algunas perspectivas que conviene no desestimar para tener
una visión actualizada.
DESARROLLO EVOLUTIVO
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b) La crisis adolescente implica una profunda transformación de las estructuras del
psiquismo y de la inserción social del sujeto. Esta transformación personal genera
diversas manifestaciones que esquemáticamente podemos agrupar en cuatro áreas:
I) la identidad;
Sucede también que los sentimientos típicamente depresivos, el humor triste, son
muchas veces negados u ocultados, en especial por los adolescentes varones, que los
asocian con blandura, debilidad o falta de hombría. Muestran más, en cambio, la
apatía y la abulia, el vacío afectivo, la falta de concentración, el aburrimiento, la fatiga
y la irritabilidad.
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Además de la negación de los afectos depresivos, en forma compensatoria puede
aparecer la tendencia a la acción, el paso al acto que lleva a reacciones impulsivas y a
conductas violentas o delictivas.
NARCISISMO E INTERSUBJETIVIDAD
El tema esencial: la reactivación del drama edípico y los duelos que lo acompañan.
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La concomitante desidealización de las figuras parentales debilita otro soporte
narcisista y entraña un aumento de la vulnerabilidad del self. Entonces nuevos ídolos
o ideales, la sumisión a la cultura o la formación de una contracultura pueden servir
por igual para restaurar una autoestima vacilante.
Así una hipótesis para tener en cuenta es que cierto uso de drogas en la adolescencia,
y el uso de otras sustancias psicoactivas como el alcohol o los fármacos
autoadministrados en un período posterior de la vida (la edad de los padres), en
especial ansiolíticos, hipnóticos y analgésicos, pueden cumplir funciones psicológicas
y neurobiológicas semejantes.
Otro aspecto a considerar pasa por la repercusión afectiva en el entorno. Los estados
mentales juveniles sacuden necesariamente la vida familiar, así como son moldeados
o deformados por ese continente.
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angustiados por las situaciones de riesgo en que se coloca un paciente o por la
confesión alarmante de su falta de ganas de seguir viviendo así. En el analista o en
todo el equipo terapéutico se generan entonces estrés e impotencia que corren
paralelos con la vivencia de los familiares y con las experiencias infantiles del
paciente.
El desbalance narcisista de los padres sumidos en su propia crisis vital que los deja no
disponibles para sus hijos es moneda corriente en las familias de los jóvenes adictos.
Los padres están “fuera del área de cobertura”, inalcanzables para las silenciosas
necesidades filiales de idealización.
Esto puede coincidir con el analista en estado de desconcierto ante un panorama –la
dramática de la adicción– que no termina de conocer y comprender, o que
malinterpreta desde el otro lado de la brecha generacional.
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Cercana a la perspectiva descripta, que conecta el uso de drogas con la búsqueda de
regulación del estado del self afectado por razones evolutivas o psicopatológicas,
Ulman y Paul (1989, 1992) han definido lo que llamaron mecanismos adictivos gatillo
(“addictive trigger mechanisms”). Estos son sustancias específicas o comportamientos
(alcohol, drogas, alimentación, juego patológico) que se usan de manera regular y
compulsiva para despertar fantasías arcaicas y estados de éxtasis por su efecto
antidepresivo y antiansioso.
Pero a diferencia de lo que ocurre con los objetos del self propios del desarrollo
humano, que cumplen esas funciones de soporte del self y a la par promueven su
desarrollo, para que más adelante el self modificado pueda hacerse cargo de gran parte
de esas funciones, en estos casos los mecanismos gatillo son vicarios, mimetizan esas
funciones pero son incapaces de agregar estructura y transformar al self. Por el
contrario, deforman el self y tienen un efecto esterilizante que cosifica a una persona
transformándola en un ritual y un hábito deshumanizado.
La pérdida del carácter de humano es central en esta visión de las adicciones. Está
presente en el pasado de los vínculos del sujeto adicto y se torna esencial en el
tratamiento cuando el paciente adicto experimenta transferencialmente al analista
como una suerte de esponja absorbente (no-humana, más bien un objeto transicional)
que humedece y transforma los estados disfóricos de fragmentación o colapso del self,
de alienación o de rabia narcisista.
El analista debería permitir ser usado transitoriamente como cosa inanimada teniendo
cuidado de no rechazar las funciones adscriptas ni de gratificarlas
contratransferencialmente involucrado.
Si bien estas alternativas se van haciendo visibles una vez que se va instalando el lazo
transferencial, ya desde el inicio del vínculo con el paciente adicto es necesario que el
analista pueda detectar no tanto lo que la droga le hace al paciente sino más bien lo
que la droga hace por él: cuando transcurría el primer año de tratamiento, Josefina,
que inició su análisis a partir de una internación por sobredosis de cocaína y alcohol,
decía: “La droga es el mejor compañero para alguien como yo…cuando yo tomaba
cocaína me sentía más linda, abría más los ojos, tenía una mirada más linda. A mí la
cocaína me sentaba bien, me iba con lo que me faltaba a mí para sentirme bien
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conmigo misma. Era mi peor momento y sin embargo en algo me sentía bien conmigo
misma”.
Ahora bien, hasta aquí nos hemos referido a la vulnerabilidad poniendo el acento en
sus aspectos psicodinámicos, aquellos que surgen en forma nítida en los jóvenes sanos
y en la práctica clínica general con adolescentes adictos.
Pero los progresos de la neurobiología en los últimos veinte años hacen visibles otros
aspectos de la vulnerabilidad vinculados al funcionamiento del cerebro.
“Es lógico que nos sorprenda el hecho de que tan a menudo nos viéramos precisados
a aventurarnos más allá de las fronteras de la ciencia psicológica. Los fenómenos que
nosotros elaborábamos no pertenecen sólo a la psicología, tienen también un lado
orgánico-biológico”. (Freud, S., 1938)
Esto nos va a permitir no sólo tratar mejor al paciente adicto, sino también
comprender más acabadamente muchas manifestaciones de la parte neurótica de la
personalidad de jóvenes y de adultos que no necesariamente son abusadores de drogas
pero que sí utilizan sustancias psicoactivas (alcohol, tabaco, café, ansiolíticos) en su
vida cotidiana en forma recreativa o ante situaciones de stress psicobiológico.
37
La primera cuestión a considerar desde esta perspectiva es que las investigaciones
neurobiológicas en adicciones han mostrado que las drogas que generan dependencia
parecen tomar el comando de zonas filogenéticamentemente antiguas del cerebro que
se ocupan de la regulación de tendencias repetitivas como la alimentación, la
sexualidad y la interacción social. (Funciones que evocan, no por casualidad, los
conceptos psicoanalíticos de pulsión o impulso instintivo). Estas áreas cerebrales
comprenden al sistema límbico e incluyen la amígdala, el núcleo accumbens, y el área
tegmental ventral (Bickel, 2006)
Los circuitos vinculados a esta zona proveen sensaciones de placer, que también son
activadas por las drogas de abuso. Además el sistema límbico es responsable de
nuestra percepción de las emociones, lo que explica la propiedad que tienen todas
estas sustancias de alterar el humor.
Más aún, evidencias adicionales sugieren que las zonas más “modernas” del cerebro,
como la corteza frontal, parecen quedar “off line” tanto estructural como
funcionalmente durante el proceso de adicción. Pero la corteza frontal o cerebro
anterior, que queda relegada en las adicciones, está relacionada con el pensamiento
abstracto, con la capacidad de planear, de resolver problemas complejos y tomar
decisiones. En otras palabras, podríamos decir que el cerebro se torna más primitivo
en su modo de funcionar y pierde logros evolutivos alcanzados previamente.
Ahora bien, decimos que las drogas de adicción se apropian del comando de ciertos
circuitos, pero ¿cómo sucede esto?
Otras drogas, como la cocaína, el éxtasis o las anfetaminas clásicas, provocan una
liberación de gran cantidad de neurotransmisores normales que inundan y también
distorsionan los canales de comunicación, a la par que agotan las reservas naturales de
esos transmisores (Volkow, NIDA, 2007).
38
Esto va de la mano con que todas activan los Circuitos Cerebrales de Refuerzo
(“Brain Systems of Reward”).
¿Qué implica esto? Cada vez que se activan estos circuitos, el cerebro advierte que
algo importante está ocurriendo, que debe ser recordado (aunque sea de manera
inconsciente, diríamos como psicoanalistas) y luego repetido (sin elaboración, por
supuesto). Son conductas necesarias para la supervivencia del individuo y la especie
(alimentación, sexualidad).
Y como las drogas de adicción activan estos circuitos, el consumo, que al principio
era voluntario y ocasional, se transforma paulatinamente en compulsivo.
En inglés este “hambre” por consumir droga se denomina craving. Es una fuerza, una
tendencia imperiosa a consumir la sustancia de adicción.
A su vez, en el cerebro del sujeto adicto, los reforzantes naturales como alimento o
sexualidad pasan a ejercer un menor efecto. Esto tiene que ver con cambios celulares
que se producen a raíz del proceso de “aprendizaje” que conlleva el consumo de
drogas, la llamada neuroplasticidad.
Pechnik et al, (2007) han señalado que al comienzo en el uso inicial de cualquier
sustancia participa una decisión voluntaria, pero con la administración repetida de la
droga, esa elección se torna progresivamente menos voluntaria y más influenciada por
la adaptación del cerebro a la presencia crónica de la sustancia.
¿Cómo y por qué se producen esos cambios? La transición del uso recreativo a la
adicción está asociada con cambios en el funcionamiento neuronal que se acumulan
con la administración repetida y que disminuyen paulatinamente con el tiempo luego
de la discontinuación del uso. Esto lo vivió cualquier ex fumador.
39
En términos farmacológicos se habla de tolerancia, la misma cantidad de droga
produce cada vez menos efecto y en consecuencia, se tiende a aumentar la dosis
progresivamente para lograr el efecto de antes.
Pero en estrecha relación con los anteriores vamos a hallar los llamados circuitos de
refuerzo negativo: las drogas pueden también actuar como refuerzo al aliviar estados
anímicos negativos previos, como dolor, angustia, depresión, aburrimiento o
inhibición social, manifestaciones frecuentes y típicas en la juventud. Esta forma de
refuerzo es también llamada refuerzo negativo. Aquí tendríamos el factor
automedicación.
Finalmente, dos áreas en las que las futuras investigaciones arrojarán datos
significativos en los próximos años son el sistema endocannabinoide y los circuitos
que actúan en la modulación del stress.
40
identificaron receptores cannabinoides distribuidos en la corteza cerebral y núcleos de
la base, que son entonces los lugares de acción de la marihuana. El descubrimiento de
estos receptores estimuló la búsqueda de los transmisores endógenos con los cuales
estos receptores interactúan en forma natural (Gold, M. S.; Frost-Pineda, K.; Jacobs,
W. S., 2004). Devane aisló en 1992 el primer cannabinoide endógeno que es llamado
anandamida. Así la secuencia opio - receptores opioides - opiáceos endógenos parece
repetirse con la marihuana y las anandamidas.
Dicho de otro modo, la marihuana provee un agente externo, el THC, que actúa en los
mismos lugares del cerebro donde actúan las anandamidas que son sustancias
naturales del organismo. Pero quizás lo más importante es la observación
experimental de la capacidad reforzante. Aunque en este sentido la anandamida es
menos potente que los opiáceos, comparte con éstos los lugares de acción en el
cerebro y diversas propiedades farmacológicas, como la participación en los circuitos
que regulan la percepción del dolor (Martin, 2004)
Uno de los desafíos que enfrentan actualmente los investigadores es dilucidar con
precisión el rol fisiológico del llamado sistema endocannabinoide. Este abarca
receptores distribuidos tanto en el cerebro como en otras regiones del organismo y no
sólo está involucrado en mecanismos de refuerzo, vías de dolor y analgesia, sino
también con procesos cognoscitivos y con el apetito y el metabolismo.
Se sabe que hay relación con el llamado síndrome metabólico, obesidad y patología
cardiovascular. En cuanto al estrés, las drogas de abuso son también poderosos
activadores de los neurocircuitos vinculados al stress, entre ellos el eje
hipotálamo-hipofiso-adrenal (HHA).
Sólo a modo de ejemplo mencionaremos que las ratas Lewis, una cepa con conducta
preferencial por drogas de abuso, presentan un perfil bioquímico en núcleo accumbens
y área tegmental ventral similar al de otras ratas tratadas crónicamente con opiáceos,
cocaína o alcohol (Guitart, 1993). De modo que el cerebro de las ratas con tendencia
41
genética a la adicción se parece mucho al de las ratas no predispuestas, pero que
consumieron drogas durante cierto tiempo. El cerebro de éstas últimas se modificó y
se convirtió en “cerebro adicto”.
LA PATOLOGÍA DUAL
Esto implica que cada vez que nos hallamos ante un paciente que abusa de drogas es
conveniente preguntarse si esa adicción no está acompañada de otro trastorno
psicopatológico.
Los estudios epidemiológicos muestran en este caso que las personas que padecen
alguna de las patologías mencionadas tienen una prevalencia de abuso de drogas
mucho más alta que la población general (Kandel, D. B.; Johnson, J. G.; Bud, H. R.,
1999).
Diagnosticar en exceso o pasar por alto pueden, ambos, ser influenciados por
aspectos de la contratransferencia y por la formación del terapeuta.
42
LA MIRADA SOCIAL Y LOS MODELOS DE LA ADICCIÓN
Así podemos ver a la adicción como una vía final común, resultado de la interacción
entre predisposición genética, terreno neurobiológico, déficit estructural de la
personalidad, influencias ambientales y tendencias culturales.
Los clínicos con experiencia saben que un abordaje uniforme para todos los adictos
es inadecuado, porque se requieren estrategias diferentes según la patología de base.
Hay un polimorfismo estructural y a la vez defensas, fantasías, estrategias, objetos y
discursos típicos (Moguillansky, 2008).
Pero la adicción ocurre en una persona. Gabbard (2000) señalaba como las
interpretaciones psicoanalíticas clásicas han tendido a considerar al abuso de
sustancias como una conducta regresiva y/o autodestructiva.
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generación de la capacidad para la autoprotección. Es más bien déficit en el
autocuidado.
De más está decir que estos modelos no son excluyentes sino complementarios y es
necesario tenerlos globalmente en cuenta en un problema tan complejo como las
adicciones.
Para finalizar, reiteremos una breve referencia, aún más abarcativa, a propósito del
progresivo proceso de despersonalización que sufre el sujeto que se ve envuelto en el
consumo de drogas (Ortiz Frágola, A., 2000). No nos referimos al sentido de
identidad o las alteraciones de conciencia, sino al paulatino deterioro de la autonomía
personal, el sacrificio de su propia libertad.
El filósofo Julián Marías dice en su autobiografía que esta enorme pesadilla constituye
un peculiar “estado”, desconocido para quienes no lo han vivido, durante el cual el
tiempo mismo sufre una extrañísima transformación, con una sorprendente impresión
de “ilusorio”, como si no acabara de ser real lo que por otra parte es atroz, violento,
algo que irrumpe en la vida y altera su capacidad de proyectar, mejor dicho la sujeta a
una pauta impuesta que se siente como ajena. Esta impresión “va cobrando la forma
de un túnel. Significa un angostamiento del horizonte, acompañado de oscuridad, sólo
aliviada por algunos indecisos fulgores. Pero además hay una dirección impuesta que
en cierto modo ‘arrastra’; el individuo se siente ‘llevado’, no sabe bien por quién ni
adónde, a lo largo del túnel, del cual no se puede escapar”.
Llega a verse constreñido a transitar por un túnel estrecho donde sólo lo ilusorio le
permite tolerar su propia decadencia.
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Pero lo que encuentra (o tal vez lo que busca), señala Bauman, más que vínculos son
conexiones. Relaciones virtuales de fácil acceso y salida que son la encarnación de lo
instantáneo y lo descartable.
Podríamos decir que el uso de drogas provee un buen caldo para sobrevivir en esa
modernidad líquida. Actúa como solvente que diluye los restos pegoteados de los
objetos antes necesarios y a la vez resulta un magma de unión ilusoria.
En cada sujeto adicto –en todos los pacientes en realidad– se mantiene al menos un
resquicio, una vía de acceso a la espontaneidad disimulada detrás de la repetición
transferencial.
Me llamó la atención que la propuesta para escribir este artículo sea adicción asociada
a la pubertad, y no a la adolescencia, ya que el tema de los adolescentes y las drogas
suele presentarse como una seria preocupación en los medios, en las instituciones
escolares y en las consultas de padres.
Desde la clínica nos orientamos con la pregunta acerca de cuál es el lugar que ocupa
la droga en un sujeto, más allá del ciclo de vida que atraviese y trabajamos en la
singularidad del caso a caso.
En “Tres ensayos para una teoría sexual”, S. Freud, la define como la finalización de
la sexualidad infantil perversa polimorfa. Y en “La metamorfosis de la pubertad”,
45
Freud dice que la vida sexual de los humanos comienza dos veces. La primera vuelta
corresponde a las experiencias iniciales de la vida, pero el segundo inicio de la vida
sexual, en la pubertad, conlleva una verdadera metamorfosis del sujeto e implica un
trastocamiento de los goces y de los placeres en juego, así como un renovado
florecimiento de fantasías que abren las puertas a la exogamia.
Es el grupo de pares, sobre todo los del mismo sexo, el que cobra importancia, y
tienen como preocupación central la confrontación con los grupos del otro sexo. Se
generan espacios en los que se pueden experimentar los vínculos sin la presencia de
adultos.
46
La llamada transición adolescente implica justamente el pasaje del mundo del niño en
la familia hacia el mundo de los pares y de allí al mundo adulto.
Durante el periodo de latencia el niño tiene el camino bien delineado por el Otro.
¿Cómo se las arregla entonces este muchachito/a para estar en el mundo? ¿Cuenta con
nuevos recursos en la constitución de la subjetividad en este siglo veintiuno?
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¿Qué es lo que le da vigencia a esta pieza teatral?
“No son los adolescentes los que han cambiado, es el mundo”, afirma Jean Rassial.
Existe un cierto anonimato que permite un “corte y fuera” cuando deja de resultar
atractivo ese intercambio.
Pero a través de la computadora y el celular todo es posible. Podemos decir que ¿este
es el modo de evitar el lazo al otro? ¿Estas nuevas tecnologías son un espacio
transicional?, ¿permiten la simbolización, la socialización?
Pero ¿podría ser que se sigan teniendo las mismas preocupaciones que sus
predecesores? Y ¿esto es lo que permitiría entender que Chau Misterix siga vigente?
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Diversos autores opinan que no existe la adicción a Internet, sino que es un medio
para desarrollar otras tipos de vínculos patológicos, tales como adicción al trabajo, al
sexo, al juego etc.
Hay algo que empuja al encuentro con el Otro sexo pero no se sabe cómo. Primer
encuentro imposible de la relación sexual.
Conocemos el fenómeno actual que llamamos “la previa” reunirse para “prepararse a
salir”….un modo de calmar la aplastante demanda que inhabilita cualquier intento de
abordar al otro sexo. Compartir “la previa” va en detrimento del efectivo encuentro
con el objeto de deseo.
Los signos de la época parecen teñir todos los ámbitos del desarrollo humano. No
podemos dejar de ver que el entramado social y cultural en el que está inserto el púber
sin duda ha cambiado, generando sus efectos.
Las nuevas tecnologías permiten que desde muy temprana edad se goce de una gran
independencia a la hora de descubrir y comunicarse con el mundo. No se necesita el
permiso de los padres para hacerlo. Esto ha dado lugar a una aceleración del proceso
de desarrollo.
Aparece una cierta urgencia para abandonar ese periodo de la vida y transitar a través
de los personajes de ficción que se le ofrecen y que los obligan a enfrentar conflictos
que implican una cierta madurez, lejos de esa niñez que están en camino a abandonar.
Hoy contamos con una amplia gama de modos a los que el joven recurre para cancelar
el malestar estructural que lo atraviesa y del que no quiere saber. O se confronta con
los conflictos que se le presentan o los esquiva.
Cuando los recursos para hacer frente fallan o no son suficientes, aparecen modos de
vínculos absorbentes. “Se quedó pegado” es la frase que escuchamos frente a ese
último recurso “desesperado”.
La relación pasional con el objeto droga, (sea cual sea) que brinda una cantidad de
cualidades inagotables, le posibilita seguir en la ignorancia acerca de su
responsabilidad subjetiva y colmar estas preguntas inquietantes y movilizadoras. Y
fundamentalmente sacarse de encima la presión de la pulsión.
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En nuestra experiencia en la atención de pacientes adictos no han sido muchas las
consultas de menores de quince años.
En los casos que tratamos, el abordaje familiar desde la institución, las entrevistas
individuales, el trabajo intensivo con los padres, a veces también con la institución
escolar, permitieron alojar al joven, quien tendría que estar dispuesto a reestablecer un
lazo social que no esté entorpecido por el partener- droga, y donde finalmente pueda
poner en palabras las vicisitudes que atraviesa para armar un fantasma conveniente.
Con los padres, que suelen presentarse en estado de alarma y urgencia ante la
aparición del consumo del hijo, tratamos en un primer momento de “orientarlos”.
Qué queremos decir con orientar, brindarles un espacio en el que se pueda construir el
problema, poniendo en marcha nuevos recursos y aportando experiencias a lo que se
presentaba como un callejón sin salida.
Ante la aparición de preguntas acerca del antes y el después del consumo aparecen
efectos sorprendentes y a veces angustiantes, cuando la familia logra ubicar con
mayor precisión cómo fue produciéndose el alejamiento y a veces la ruptura casi total
del vínculo con su hijo.
La clínica nos enseña que es necesario poner en suspenso las categorías diagnósticas,
teniendo en cuenta que el diagnóstico psicoanalítico es siempre procesual y
retroactivo al mismo proceso.
Será la escucha del analista quien, tomando la poética del ojo del halcón, uno de los
aparatos ópticos más particulares y asombrosos de la naturaleza ya que puede recortar
en una misma visión un panorama y su detalle.
Analizar adolescentes, púberes, nos exige como decía Marcel Proust, “romper el
cristal de la costumbre”, explorando un territorio desconocido que se ilumine a
nuestro paso como si siempre hubiese estado allí, a la espera del momento en que el
paciente pueda tomar su propia voz.
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Y al igual que en “Chau Misterix”, llegue el momento en que el telón baja y el
muchacho se asoma a la escena de la vida.
RESUMEN:
Se plantea cuáles son los factores que pueden influir en la utilización abusiva de las
La adolescencia:
En otras ocasiones ante estos nuevos retos, se puede sentir incapaz de poder
afrontarlos de forma adecuada y su actitud lejos de ser valiente, o progresiva, será más
bien una actitud que podríamos calificar de regresiva, Es decir tendrá
comportamientos ya superados que en su día fueron útiles y adaptativos pero que
ahora no lo van a ser de una forma clara, sino que por el contrario le van a enlentecer
en su desarrollo.
Es por estas conductas regresivas por las que puede por ejemplo pedir de forma
voluntaria y consciente ayuda o beneficios extras de sus padres porque siente que él
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solo es incapaz de superar los retos. Puede pedir acompañamiento, consejo o apoyo
para realizar sus tareas mientras él va cogiendo fuerzas o seguridad suficiente.
Pero puede también que esa conducta regresiva sea una conducta realizada de forma
involuntaria, inconsciente cuando sin darse cuenta mantiene comportamientos que
inevitablemente van a forzar la intervención de los padres para frenar una conducta
indeseada o autoagresiva.
Así podemos ver como la regresión puede ser utilizado como un mecanismo
adaptativo, que refuerza al sujeto en su desarrollo, o como un mecanismo inmaduro
cuando su reacción y generalmente su conducta no es vista por el adolescente como
tal, ya que él piensa que ese hacer, esa conducta es fruto de su libertad y capacidad de
decisión y no un reclamo para que intervenga el adulto.
Hay otras experiencias tienen que ver con el contacto o la búsqueda de objetos que
puedan satisfacer las necesidades desde el “llenar el espacio vacío” hasta adicciones
a sustancias, a comportamientos o situaciones.
El sujeto se plantea entonces que sin ese comportamiento no voy a poder ser el
mismo. Necesita mantener ese comportamiento para sentirse, para reconocerse o para
ser.
A lo largo de la historia, las diferentes épocas han tenido y tienen objetos o sustitutos
que han sido especialmente deseados y por ello buscados, para satisfacer esa
necesidad de complitud o para calmar diferentes angustias. Estos objetos han ido
cambiando a lo largo de la historia de la humanidad. Entre muchos otros en un
momento fue el caballo, la espada, la bicicleta, el coche y ahora la nueva tecnología
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han sido vistos como objetos que van a calmar o completar aquello que el sujeto ve
que no tiene o que le incomoda en demasía.
¿Cuáles son los factores que influyen y favorecen la adicción a las nuevas
tecnologías?
1-El producto: en este caso es abundante, barato y de fácil acceso. Se considera que es
casi imprescindible para que el sujeto se pueda desarrollar de forma adecuada. Se ha
convertido en un instrumento e herramienta imprescindible en cualquier hogar y
centro escolar.
Los chicos tienen su blog en la escuela, su ordenador y su conexión wifi, libre de las
ataduras de la mesa del ordenador familiar (que empieza a ser un objeto en extinción)
para poder trabajar, sin ello sienten que no pueden hacer sus trabajos escolares.
Además el diseño de los instrumentos es muy “amable” que se puede transportar para
llevarlo a todas partes y no dejarlo nunca de lado.
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3. El sujeto, el tercer elemento. En él podemos encontrar toda una serie de factores
que favorecen la tendencia y la dependencia hacia el producto con el que va a
establecer la adicción.
Sin duda hay elementos que tienen que ver por un lado con aspectos fisiológicos, pero
además hay otros aspectos derivados de la personalidad del sujeto, los aspectos
intrapsíquicos de los que hablaremos más tarde con detalle.
Estallo señala cómo la línea entre la adicción a las nuevas tecnologías y la patología
puede llegar a ser muy débil.
En relación con los videojuegos por ejemplo, S. Tisseron plantea incluso una línea de
pensamiento muy interesante cuando se refiere a las relaciones que se generan entre
los jugadores, que comparten con los compañeros de juegos los diferentes trucos y
estrategias que ayudan a superar pantallas o a resolver enigmas y los vecinos de la
urbanización que comparten trucos de las actividades de bricolaje.
Nos señala cómo se pueden ver en ambas actividades un intento de socialización del
sujeto, además de una actitud de compartir estrategias que le ayudan a resolver los
problemas y a rentabilizar los esfuerzos.
Podríamos decir en este sentido como los hobbies han podido ser el refugio y han
favorecido la organización psíquica del sujeto en algunos casos y en otros, han sido
la “tapadera” de cuadros psicopatológicos más o menos definidos.
Diferentes etiologías
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Además del problema que señalamos, el de la delimitación del concepto de
dependencia, nos encontramos también con la cuestión de la etiología y las
consecuencias que ello tiene en las actividades terapéuticas que llevaremos a cabo.
Desde las posiciones más biologicistas se habla de una necesidad o falta orgánica que
requiere de estimulaciones extras del sujeto. Y también del descenso del autocontrol
que se observa entre los 15 y los 19 años.
3. Cómo hay una tendencia en la elección del objeto en función del temperamento del
sujeto lo que nos permitiría entender porque hay sujetos con tendencia a adicciones
más activas (juegos PC, surfeo en internet) o más pasivas (visualización de TV).
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Ello no ha de hacernos olvidar la importancia de la interrelación entre lo psíquico y
lo corporal. El reconocimiento de “las series complementarias” conceptualizadas por
S. Freud.
Propuesta de clasificación
Sobre las propuestas de criterios diagnósticos hay que mencionar al psiquiatra Ivan
Goldberg quien en 1995 fue el primero en hablar de la adicción a internet.
Luego ya diferentes autores han hablado sobre la adicción a las nuevas tecnologías y
se ha abierto el debate de cómo y dónde incluirlas. ¿Se deben incluir dentro del
espectro de los trastornos obsesivo-compulsivos?, ¿debemos de considerar como
diferencial el hecho de que se utilice la conexión a internet o también podemos incluir
el uso de tecnología no conectada a internet?
Han sido varios los trabajos que se han propuesto para valorar el nivel de dependencia
a internet.
1. Consumo menor:
Hace referencia a ese consumo que suele ser esporádico, en un determinado momento.
El sujeto mantiene con normalidad el resto de actividades de su vida, las placenteras y
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las que le suponen esfuerzo y continúa con sus amigos. El uso de estas tecnologías le
va a aportar una satisfacción adicional, no sustitutiva de placeres ni será ejecutado de
forma mecánica repetitiva. Será capaz por ello, de mantener su adecuación a la
realidad, su esfuerzo por el logro de nuevas metas.
2. Consumo preocupante:
Este consumo expresa también rasgos del carácter del sujeto, al empezar a
desinvestir otros temas, también empieza a ser más despectivo con las personas que
3. Consumo dependiente:
1. Valorar el tiempo que ocupa dentro de las actividades que desarrolla el sujeto. El
adolescente es incapaz de controlar su tiempo y por lo tanto de planificar sus
57
actividades. Exploramos si esa actividad le resta tiempo para las otras cosas que se ha
comprometido a realizar o que debe hacer inevitablemente esto nos va a permitir
pensar como el adolescente no es capaz de adecuarse a la realidad, con lo que eso
supone de fracaso en su organización psíquica.
En la entrevista que mantengo con Luis, paciente de 13 años, le preguntó si sale con
amigos. Me mira como sorprendido y su respuesta es tajante ¿cómo voy a salir si
estoy jugando con la Play?. No es fácil transmitir el sentimiento que genera su
respuesta: pero la sensación fue algo así como si me dijera ¿tú eres tonto no te das
cuenta que eso no es posible? Vemos como no se plantea ni siquiera la posibilidad de
interrumpir el juego para compartir el tiempo con los amigos.
b. Puede ser difícil además acotar las actividades que desarrollan con las Tecnologías
de la Información y la Comunicación (TIC), porque en un mismo momento se puede
estar leyendo una noticia en un periódico, consultar un diccionario, contestar un mail
o recibir una invitación para comenzar un juego on-line.
c. A estos dos aspectos hay que añadir los generados por la subjetividad que está
implícita en la pregunta de cuanto es el tiempo adecuado para estar en la red. Sin duda
hay tiempos y usos que están claramente desaconsejados pero en muchas ocasiones
nos encontramos como los límites temporales están en función de las expectativas,
tolerancia y comprensión por parte del entorno (tanto padres, como amigos como
profesores). Hay adultos asustados por el uso de las TIC y otros más tolerantes.
Es frecuente que los padres nos trasladen sus inquietudes y nos pregunten ¿pero es
normal que pase tanto tiempo con el ordenador?. La madre de otro paciente me dice
cómo en su casa están todos viendo la televisión desde que llegan por la tarde hasta
que se acuestan.
58
comer chucherías o el adolescente que no puede dejar de bailar en la discoteca, o el
comprador compulsivo
b. En otras ocasiones, el sujeto, niño o adulto, utiliza las nuevas tecnologías para
poder ocultarse de sus compañeros o iguales o incluso de sí mismo. Aprovechan el
contacto con la pantalla para refugiarse de otras actividades llegan incluso a poner
como excusa el no salir con los amigos porque “ahora no puedo estoy acabando la
partida”, como el niño que se esconde detrás de una tarea o de la pierna de su mamá
para no tener que saludar, o como el adulto se entretiene con su móvil en la consulta a
la espera de ser atendido “anestesiando” así la ansiedad de la espera.
c. Puede ser también la forma en que se refugia para no realizar otras actividades.
Puede repetir compulsivamente el juego o la actividad con el móvil como el niño que
una y otra vez no cesa de dar vueltas a la rueda o de chutar el balón contra la pared
para estar “haciendo algo sin hacer nada” como vacío.
3. Sentido de su uso.
e. Búsqueda de los objetos que calman al sujeto (desde los porno hasta el vagabundo
en la red) Se vive para ellos, me relajan.
f. En ocasiones nos preguntamos ¿lo utiliza para defenderse de forma poco adaptativa
ante las dificultades?
g. Nos podemos preguntar también si ¿es para alcanzar algo? en cuyo caso podríamos
hablar de algún mecanismo más adaptativo. O es quizás utilizado para encontrar un
canal de comunicación con sus iguales o incluso con el terapeuta?
4. Consecuencias de su uso:
59
e. incluso cuando se está inmerso en él, puede hablar de Internet con uno o el otro
amigo que ha mantenido va a comprar un ordenador, obtener información sobre
nuevos juegos, etc.
Hemos visto cómo las TIC, resultarán ser un soporte para que el sujeto pueda
desarrollar toda una serie de capacidades saludables. Podrá por ejemplo obtener
Se podrá constatar también el nivel de solidez en su imagen para así poder afrontar
esas tareas. Algunos no soportarán ser el chico débil que necesita ayuda o ser
aconsejado para ir poco a poco resolviendo los retos y buscarán la manera de
ahorrarse esos pasos (pedir a sus amigos que les pasen pantallas para conseguir más
poderes, etc).
60
ellos de sus últimos avances y descubrimientos y en otras ocasiones le facilitará como
ya hemos visto el aislamiento.
Veremos el impacto que las nuevas tecnologías tendrán en el adolescente. Todas estas
emociones y autopercepciones únicamente en caso de que el sujeto esté equilibrado
sarán inocuas, en todos los demás casos tendrán una repercusión negativa que
posiblemente obligue al terapeuta a intervenir.
Podríamos hablar de cierto paralelismo entre el consumo guloso que plantea Hayez y
los mecanismos y fallos estructuras que plantea P. Puertas al hablar de la Comprensión
Psicoanalítica de las Adicciones”
Mecanismos implicados
Por ejemplo, recibir muchos me gustas, aumentar los amigos en Facebook, etc. El
paciente necesita oír o sentir vibrar su móvil para sentirse “vivo” entre sus amigos.
No ser aceptado genera un importante nivel de angustia que desborda al sujeto.
Su temor ante las cosas nuevas, le hacen no atreverse a nuevas experiencias vividas
como un riesgo intenso que puede poner en peligro su propia existencia. Sin duda esa
misma protección va a ser la causante de su empobrecimiento al no permitir conocer
nada nuevo.
61
El adolescente que nos cuenta que él no sale de casa, que a él lo que le gusta es jugar
al ordenador con esos juegos “ya sabes” de guerras y todo eso, si queda con sus
amigos, en muy contadas ocasiones, es también cuando no únicamente para jugar
unas partidas. Por lo menos sabe de los otros y se permite algún contacto con los
otros.
Cuando la angustia es grande puede utilizar la nueva tecnología al igual que un objeto
fetiche que le calma los estados o angustias más primitivas.
Juan me dice “estoy deseando llegar a casa, me pongo la play y me harto de disparar
y de jugar a peleas, dejo de pensar en todas las cosas que me han hecho en el
instituto, se me olvida todo!, me pongo los cascos y ya está!”
La tensión interna no encuentra una manera adecuada para poder ser evacuada. No
puede mentalizar, pensar sobre lo que le ocurre. Busca imágenes concretas, pantallas
que resolver, etc. Las relaciones con los demás se vuelven complejas porque al
paciente no le interesa nada más que la resolución del problema planteado en el juego
que no logra superar.
La relación con sus iguales estará limitada a la que pueda tener con sus compañeros
de juego o de afición, el resto de iguales no le interesará tanto como para mantener
una relación con ellos.
Cuando nos planteamos el trabajo con el adolescente, hemos de ser conscientes de que
él se sitúa frente a la sociedad y al adulto con un espíritu observador y crítico.
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La coherencia del adulto a la hora de dirigirse al adolescente puede ser la primera
piedra para poder mostrarle un camino o forma distinta para poder enfrentarse al
malestar.
La búsqueda de fuentes de satisfacción más sublimadas será sin duda uno de los
objetivos del tratamiento.
Como conclusión
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Hay que tener en cuenta que el objetivo final del tratamiento no es la abstinencia,
sino la reorganización de la personalidad en el sentido de que el sujeto se vea capaz
de poder dirigir su propia vida y hacer elecciones saludables.
Esto sólo va a ocurrir cuando el adolescente tenga deseo de cambio o cuando una
nueva relación le dé la posibilidad de restablecerse.
RESÚMEN:
El objetivo de este estudio es analizar las relaciones entre los usos desadaptativos de
Internet y del teléfono móvil y diversos desajustes en habilidades sociales, manejo del
estrés,autoestima y satisfacción vital, así como explorar diferencias en tales
usos/abusos en función de variables sociodemográficas, como el género y la edad.
Se ha hallado que los desajustes en las habilidades de manejo del estrés predicen con
mayor probabilidad los usos abusivos en ambas tecnologías.
Se ha confirmado que las chicas y los adolescentes de mayor edad sufren más
problemas relacionados con el uso problemático del teléfono móvil.
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PALABRAS CLAVE: Internet;Teléfono móvil;Uso problemático;Factores de
riesgo;Adolescentes.
INTRODUCCIÓN:
En la investigación sobre los usos y abusos de estas nuevas tecnologías todavía no hay
consenso en la comunidad científica sobre los criterios diagnósticos, dado que las
calificadas como adicciones sociales (Echeburúa, Labrador Y Becoña, 2009; Karim y
Chaudhri, 2012) se encuentra en un limbo científico por las dificultades que entran a
discriminar adecuadamente entre comportamientos, en principio normales, y
patológicos que podríamos considerar adictivos (García del Castillo, 2013).
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Así, Young (1998) conceptualizó la adicción a Internet como un deterioro centrado
en el control de su uso que tiene manifestaciones sintomáticas a nivel
cognitivo,conductual y fisiológico, y en el que se llega a hacer un uso excesivo de
Internet que acarrea como consecuencia la distorsión de los objetivos personales,
familiares y profesionales.
Sin embargo, autores como Pérez del Río(2014) estiman que el potencial adictivo de
las nuevas tecnologías es meramente especulativo, ya que no existe una base empírica
lo suficientemente fundamentada, y alude al declive de la adicción a Internet y a la
tendencia dominante desde 2010 a encuadrar semejante problemática como un abuso
o uso inadecuado y no como adicción.
66
En concreto, en el caso de España, según los datos publicados en la Encuesta sobre
hábitos de uso y seguridad de Internet de menores y jóvenes que realizó el Ministerio
Del Interior (2014) del Gobierno de España, se señalaba que aproximadamente el
60% de los entrevistados se conectaba a Internet todos los días, siendo los medios
más utilizados el teléfono móvil y el ordenador (INE, 2014; Lozano, 2015).
Respecto al género,se verifica que los chicos utilizan más tiempo Internet(Estévez,
Bayón, de la Cruz y Fernández-Liria, 2009; Muñoz-Rivas et al., 2003), aunque, según
Sabater y Bingen (2015),las chicas gestionan más sus roles públicos y privados a
través de las nuevas tecnologías, si bien las TIC representan una herramienta de
socialización en ambos géneros.
67
Las hipótesis que se plantean son las siguientes:
MÉTODO
PARTICIPANTES Y DISEÑO
Dado nuestro interés investigador, se han aplicado 4 escalas que miden usos
problemáticos de nuevas tecnologías.
68
factores: preferencia por la interacción social online, uso compulsivo, autorregulación
deficiente y consecuencias negativas.
Para valorar los factores de riesgo asociados se han aplicado la Escala de Autoestima
(Rosenberg, 1965) para evaluarla autoestima global de adolescentes, la Escala para la
Evaluación de la Satisfacción Vital (Huebner, 1991) que explora la percepción de la
satisfacción vital global, la Escala para la Evaluación del Manejo del Estrés (Bar-On
y Parker, 2000) que evalúa la capacidad para resistir sucesos adversos y situaciones
estresantes, así como la capacidad para resistir o demorar un impulso y, finamente,
también se ha aplicadola Escala para la Evaluación de Habilidades Sociales
seleccionada del informe de la Consejería de Salud de la Junta De Andalucía
coordinado por Oliva et al. (2013), que explora habilidades sociales comunicativas,
asertividad y resolución de conflictos. El alfa de Cronbach hallado en estas escalas
oscila entre el valor 0,852 obtenido en los indicadores de autoestima y 0,726
correspondiente a los indicadores de habilidades sociales.
Una vez concedidos los permisos solicitados a los responsables académicos de cada
centro se procedió a la aplicación de la batería de test seleccionada a los participantes,
quienes fueron informados de la confidencialidad y el anonimato de las respuestas,
pidiendo que manifestaran su consentimiento informado.
Se han realizado análisis estadísticos descriptivos para contrastar con los baremos
sobre usos problemáticos de Internet y del teléfono móvil mediados por el género y
los niveles de edad. Asimismo, se han realizado análisis de regresión lineal con los
69
factores «uso de Internet» y «uso del teléfono móvil» para comprobar si los factores
sociales influyen diferencialmente en tales usos problemáticos.
RESULTADOS
La mayor diferencia se establece en el factor mentir sobre el uso, ya que solo un 1,5%
tiene problemas relacionados con este indicador.
70
Sin embargo, en los factores problemas a la hora de relajarse con el uso de Internet y
teléfono móvil (t = 4,15;p < 0,05) y problemas relacionados con dejar el uso de las
tecnologías (t = 2,44; p < 0,05), los chicos puntúan más alto.
Respecto a los usos problemáticos relacionados con el uso del teléfono móvil, el
manejo de estrés resulta significativo, explicando el 19,1% de la varianza (F = 46,64;p
< 0,05), y, asimismo, se confirma el valor predictivo de los problemas en habilidades
comunicativas como medio para relajarse, con un 5,4% de la varianza explicada (F =
11,22;p < 0,05).
DISCUSIÓN
El teléfono móvil aparece como una de las tecnologías que más uso desadaptativo
presenta en comparación a Internet, especialmente en lo que se refiere a problemas
relacionados con su uso como medio comunicativo y emocional.
71
estados anímicos y de humor, de manera que los conflictos intrapersonales generados
son indicativos de uso problemático destacados en el perfil diferencial.
De este modo, los adolescentes que presentan usos desadaptativos de Internet y del
teléfono móvil manifiestan problemas no solo en el control de los usos de estas
tecnologías, sino desajustes de autorregulación en las emociones negativas (Estévez,
Herrero, Sarabia y Jáuregui, 2014).
En cambio, los chicos, por su parte, tienen más problemas relacionados con el uso de
nuevas tecnologías como medio para relajarse y con los intentos de dejar ese uso.
Atendiendo a la variable edad, los problemas con el uso del teléfono móvil se
incrementan durante la adolescencia media con relación a la preadolescencia, tanto
los problemas relacionados con el uso emocional y comunicativo de esa tecnología,
como los conflictos que genera dicho uso.
Por tanto, el principal factor de riesgo que predice con mayor probabilidad un uso
problemático para ambas tecnologías es el que mide desajustes en el manejo del
estrés.
Para futuras líneas de investigación sería adecuado realizar este tipo de estudios con
muestras más amplias y con mayor diversificación en criterios de edad, así como
72
profundizar en el análisis de los perfiles clínico y psicosocial de los adolescentes que
presentan usos problemáticos de estas tecnologías.
RESUMEN
A) INTRODUCCIÓN:
73
En numerosos casos la decisión de quitarse la vida aparece como comportamiento
funcional, en tanto pone fin a situaciones de sufrimiento y tensión que se han
convertido en insoportables para la persona que las padece.
El tema central que se analiza en este trabajo tiene que ver con el hecho
psicobiológico de mayor certeza en nuestra existencia: la muerte segura desde ese
preciso momento en que iniciamos el proceso de estar vivos. Tal vez por su
incuestionable certeza, por la imposibilidad de su negación definitiva, el tema en sí
mismo ha sido poco estudiado por la Psicología.
El concepto griego de PSYCHE es, en cierta medida, una elaboración acerca de eso
que parte y abandona el cuerpo.
Nuestra sociedad occidental, aunque es mortal, rechaza el tema de la muerte. Tal como
afirma Thomas, actualidad nos enfrentamos con dos procesos frecuentes:
74
Morirse es, en esta etapa del ciclo vital, una metáfora potente en situaciones
transicionales; el lenguaje cotidiano alude a ello tanto para referirse a sensaciones
afectivas intensas (me muero de ganas) como de soledad y frustración ( me muero de
aburrimiento).
referencia a actos deliberados que no tiene un final fatal pero que provocan daños en
el propio sujeto que los ejecuta; dichos actos deben ser poco habituales. Así, por
3.- Suicidios: incluyen todas las muertes que son resultado directo o indirecto de
comportamientos ejecutados por la propia víctima la que es consciente de la meta a
lograr. Algunos autores, (Farberow, 1980 ) consideran que es importante ocuparse de
los denominados "suicidios indirectos": accidentes de tránsito, huelgas de hambre, el
rechazo a tomar una medicación necesaria.
75
relación con lo especificado en A) y con las posibilidades que le ofrece su subsistema
neurobiológico.
Un estudio realizado en 1991 en EEUU por la Gallup Organization reveló que entre el
6% y 13% de los jóvenes entrevistados informaron que intentaron quitarse la vida por
lo menos una vez.
La presencia de una historia familiar con suicidios es siete veces mayor entre
adolescentes que intentaron matarse que entre aquellos que no lo hicieron ( Garfinkel
y col. 1982).
76
1) Depresivo perfeccionista: hace referencia a personas con un Superyó muy rígido
que se exigen altos rendimientos y se manejan con altas expectativas de logro.
Evidencian necesitar mucho la aprobación social y tendencias a cumplir con las
normas sociales vigentes. Son altamente vulnerables a situaciones de fracaso y de
crítica. Tienden a idealizar a personas amadas que han fallecido y son altamente
propensas a internalizar sentimientos agresivos y hostiles. Se muestran bastante
solitarias. Es factible que se hayan criado en el núcleo de familias simbióticas muy
conflictivas.
A fin de lograr una comprensión más precisa de los diversos factores vinculados con
los comportamientos que estamos considerando analizaremos algunos de ellos en base
a algunas de las propuestas de Orbach (1994).
77
afrontar tales situaciones estresantes así como con relaciones interpersonales
insatisfactorias.
Casi un tercio de adultos jóvenes que completaron suicidio dejaron notas en las que
expresaban sentimientos de fracaso por no poder lograr metas que se habían
propuesto (Peck, 1983). El fracaso puede ser vivido por los adolescentes y jóvenes
con mucha humillación; la desesperanza y el sentirse humillado originan deseos de
abandonarlo todo, abatimiento, apatía y tendencias agresivas muy comunes en sujetos
con ideaciones e intentos suicidas.
Los sujetos que padecen ataques de pánico también se ubican entre quienes están
en alto riesgo de cometer suicidio; Johnson, Weiisman y Klerman (1990)
entrevistaron a 18.000 adultos en cinco ciudades de EEUU y encontraron que aquellas
78
personas con historias personales en las que estaban presentes ataques de pánico
tenían una probabilidad tres veces mayor de cometer suicidio que la población general
estudiada.
79
traumáticas como los abandonos, las pérdidas o la dependencia afectiva excesiva
convierten al apego en disfuncional. Las identificaciones logradas, al desaparecer
objeto de la identificación, necesitan reinstalarse en otros sujetos, hecho que suele
generar dolor y desesperanza. Situaciones de este tipo, de pérdida de objetos
identificatorios, aparecen asociadas a comportamientos suicidas.
80
Joseph, Dror, 1990). Una personalidad rígidamente estructurada, con características de
tipo obsesivo -compulsivas es frecuente de encontrar entre personas con intentos de
suicidio.
d.6. Escapismo. Shneidman, autor ya citado anteriormente, habla del estilo "salir
dando un portazo" para caracterizar cierta forma de comportarse de adolescentes con
riesgo de involucrarse en conductas auto - destructivas.
Mientras que durante la infancia los casos de suicidio son pocos comunes y su
prevalencia no muestra diferencias según sexo, la incidencia de parasuicidios se
incrementa más lentamente en las mujeres a medida que pasa el tiempo.
81
determinada por el área de conflicto, hecho que no se observa entre las mujeres
adolescentes. Entre ellas el apoyo de las amigas siguió en importancia al apoyo
familiar en casi todos los tipos de problemas, en tanto que los varones tienden a
preferir no buscar ayuda ni consejo. Otra diferencia significativa según género indica
que entre los hombres solicitar ayuda no se relaciona con la presencia de malestares
emocionales, en tanto que entre las mujeres se encuentran síntomas depresivos e
ideaciones suicidas.
Pocas veces los investigadores somos conscientes del sesgo cultural que pueden tener
muchas de las afirmaciones que expresamos. Estamos absolutamente convencidos de
que todo lo que responde a una visión judeo - cristiana - occidental - y urbana de los
hechos y fenómenos humanos es en sí misma incuestionable y válida para todos. La
Psicología Cultural contemporánea ha incorporado en su léxico dos términos que
pueden ser muy útiles para una mejor comprensión del tema que estamos analizando:
ÉTICO Y EMICO. Con origen en los términos de la lingüística fonético y fonémico,
aluden a universalidad o particularidad que los significados de los conceptos e ideas
que utilizamos tienen. Un constructo o concepto es ético en la medida que pueda
garantizarse su existencia y comprensión general; se lo denomina émico si sólo sirve
para enunciar y comprender ideas y acciones propias de un sistema cultural.
b) El rol central que tienen las mujeres. Han aprendido a afrontar situaciones de
pobreza y discriminación construyendo redes sociales fuertes, compartiendo recursos
y asumiendo roles familiares flexibles ( mayor resiliencia).
c) Las personas de más edad son tratadas con dignidad y respeto, aún cuando
quedan fuera del mercado laboral.
82
d) La familia extensa y los vecinos brindan apoyo afectivo, económico y social así
como recursos frente a situaciones de crisis.
83
¿Qué tipo de información brindan las autopsias psicológicas? Se busca poder
entender las razones del suicidio o la cadena causal de motivos y razones que
culminaron en él; se intenta una reconstrucción de las motivaciones, filosofia de vida,
dinámica de las situaciones vitales de conflicto. A la vez permite la vinculación con
los supervivientes en duelo mediante entrevistas que, si son bien realizadas, llegan a
tener un profundo sentido terapéutico. Suele denominarse postvención a este trabajo
terapeútico.
En una primera etapa las entrevistas psicológicas se realizan con parientes de primer
grado o cónyuges y luego se van extendiendo a amigos y conocidos. Se realizan con
parientes de primer grado o cónyuges y luego se van extendiendo a amigos y
conocidos.Se concreta así una compilación biográfica que muchas veces revela que la
muerte propia no es un evento azaroso sino el final de un largo proceso de
sufrimiento. Es esencial una búsqueda documental válida.
Metodológicamente es necesario:
1) Establecer los criterios en base a los cuales se eligen los informantes que van a ser
entrevistados.
5) Elegir bien las técnicas de evaluación a ser utilizadas. Se aconseja usar, en las
entrevistas, preguntas con respuestas abiertas de manera que el entrevistado pueda
asociar datos relevantes.
F) COMENTARIOS FINALES
84
Todo suicidio, más que reflejar el no soportar seguir viviendo parece expresar el
rechazo del propio sujeto a desvincularse de las "percepciones preferidas de sí
mismo". El suicidio aparece, en este contexto, como un comportamiento defensivo
ante la posibilidad de cambios en las auto-percepciones: tener que verse a sí
mismo/a de otra manera. (Smith, 1990). Generemos en nuestros adolescentes y
jóvenes la capacidad para recuperarse y sobreponerse ante situaciones de pérdida,
dolor, separaciones, crisis. (Henderson y Milstein, 2003). Es una urgencia social.
RESUMEN
85
suicidio, básicamente, como una crisis psicológica. El estudio del suicidio y su
propuesta acerca de que éste podría evitarse, se convirtieron en la pasión de su vida.
Las contribuciones principales de Shneidman han sido conceptuales.
INTRODUCCIÓN
El sociólogo Émile Durkheim introdujo el acto suicida dentro del catálogo de los
problemas fundamentales de la cultura occidental: consideraba que el suicidio y sus
consecuencias en la comunidad rebasaban el mero plano de lo moral y se mostraban
como una mezcla de condiciones psicopatológicas y condiciones sociales efectivas,
esto es, que el suicidio tenía un trasfondo que se anclaba en la dinámica comunitaria,
y sus efectos en la psique individual.
En los años 1950 los científicos pensaban que sólo los enfermos mentales se quitaban
la vida, es decir, que el suicidio no era un fenómeno que se diera entre las personas
que no demostraban claros signos de psicopatología y trastorno mental.
Sin embargo, nuevas teorías y perspectivas de análisis científico dieron cuenta de que
el estudio del acto suicida debía incorporar muchos factores que hasta ese momento
habían pasado inadvertidos, en aras de entenderlo a cabalidad y, además, poderlo
prevenir.
Por otro lado, la propuesta de que todo estudio del fenómeno acerca de la
autoaniquilación consciente debía diferenciar, en primera instancia, a los suicidios
86
consumados de aquellos que se hubieran quedado solamente en tentativas suicidas, o
lo que es lo mismo, comprender que el estudio del suicidio no debía centrarse
solamente en la muerte del sujeto sino también en el momento de su planeación y en
los rastros materiales y textuales que éste dejaba.
VIDA Y OBRA
Se crió en Lincoln Heights, donde su padre era dueño de una tienda departamental en
Broadway y la avenida Griffin.
Sus análisis del evento suicida y las conductas autodestructivas, por demás poco
simplistas y unidimensionales, crearon la conciencia científica de que el estudioso ha
de abandonar la costumbre de evaluar estas prácticas desde un solo discurso o
dispositivo para preferir su investigación desde una perspectiva compleja, rigurosa y
llena de variables provechosas.
87
Acuñó incluso el término «suicidología» y forjó esta nueva disciplina donde él mismo
apuntaba: «la Suicidología pertenece a la Psicología porque el suicidio es una crisis
psicológica».
Su trabajo en el campo del suicidio puede ser subdividido así: Evaluación del
Comportamiento Suicida, Conceptualización y teoría; Notas Póstumas (o recados
suicidas); Aspectos administrativos y programáticos; Aspectos clínicos y de
comunidad, y Autopsia psicológica y posvención.
Con fines de investigación clínica, Shneidman pidió a muchas personas, sin riesgo o
previo comportamiento suicida, que escribieran una nota póstuma simulando su
próxima muerte por suicidio. Reunió el mismo número de notas localizadas
anteriormente en las oficinas forenses (700 y más). Decidió nuevamente leer estos dos
grupos de notas póstumas (las genuinas y las simuladas) y en colaboración con su
colega, el doctor Norman Farberow, comenzó a analizar las notas sin saber si
pertenecían a un grupo o a otro. Utilizaron el método de razonamiento inductivo
propuesto por Stuart Mill y encontraron que podían distinguir cuáles notas eran
genuinas y cuáles no, así como algunos resultados inesperados y sorprendentes las
notas falsas estaban plenas de drama y melancolía, mientras que las notas reales
eran notablemente banales, incluyendo frases como: «deben recoger la ropa en la
lavandería, hacer depósitos de cheques», etc. Una nota decía incluso: «Querida
Mary. Te odio. Con amor, George».
88
Según él, el suicidio resulta de un «dolor psicológico», y acuñó en inglés la palabra
Psychache para describir el dolor psicológico insoportable que se deriva de
necesidades psicológicas insatisfechas.
Shneidman vio al suicidio como una crisis psicológica y –como lo haría Albert
Camus– lo defendió como «un verdadero problema filosófico».
Por sus méritos y especialización, ese gran anhelo de renovar la visión del suicidio se
vio cumplida y, a mediados de los 50’s, la EB le pidió redactar un artículo en torno a
sus ideas del hecho suicida.
89
enfermos mentales se quitaban la vida, y sin embargo los estudios que realizó con su
equipo de trabajo mostraron que solamente el 15% de los suicidas eran psicóticos.
Consideró que más que una enfermedad mental, el fuerte dolor psicológico
(psychache) resultaba ser el mayor común denominador del comportamiento suicida.
En sus propias palabras «[El suicidio es] el acto consciente de autoaniquilación, que
se entiende como un malestar pluridimensional en un individuo que percibe este acto
como la mejor solución”.
Los sociólogos han demostrado que las tasas de suicidio varían de acuerdo con
factores como la guerra y el desempleo, los psicoanalistas sostienen que es la ira hacia
un ser querido que se dirige hacia dentro, los psiquiatras lo ven como un desequilibrio
bioquímico. Ningún método tiene la respuesta: Es todo eso y más». La idea era
entonces hacer algo respecto al suicidio, no sólo decir algo sobre éste.
Tenían tantas llamadas que, según comentó Edwin, la gente llamaba diciendo:
«Dígame, estoy a punto de cometer una tentativa de suicidio, ¿tengo que tomar las
píldoras o saltar de un edificio para ser atendido por ustedes, o puedo acortar el
camino e ir directamente?».
Los voluntarios ayudaban en tareas tales como hacer las llamadas a las casas,
acompañar a las personas potencialmente suicidas al hospital, rastrear las llamadas
telefónicas, etc.
90
A pesar de que la investigación sobre el suicidio (y el acto suicida en sí) seguía siendo
en esa época un tema tabú y una discusión ampliamente rechazada y estigmatizada, el
trabajo de Shneidman y Farberow se volvió cada vez más popular y apreciado.
No sólo eso, durante esos años la labor de prevención del suicidio llegó a ser tan
digna de respeto que capturó la atención popular −por medio de películas y libros− y
favoreció que la institución creada por Shneidman y Farberow fuese reconocida como
el Centro Nacional de Investigación del Suicidio.
El rango de acción de la Suicidología desarrollada por este autor era, desde un inicio
y hasta la fecha, sumamente amplio y fue revelándose como un medio de ayuda social
muy fructífero: ofrecer información a las personas cercanas al potencial sujeto suicida
para manejar y canalizar la situación, crear vías de «alivio», ayuda y compañía para el
sujeto con pensamientos autodestructivos y contar con suficientes herramientas de
análisis para poder determinar el perfil psicológico del occiso y las potenciales causas
de su decisión.
Impactados por el éxito del Centro de Los Ángeles, el Instituto Nacional de Salud
Mental de EE.UU invitó a Shneidman en 1965, a desarrollar el Proyecto Shneidman,
una estrategia nacional de prevención del suicidio que en tres años hizo posible que el
número de Centros de Prevención del Suicidio en ese país aumentara de 15 a más de
100.
Fue un esfuerzo de prevención a nivel comunitario o público, algo que defendió toda
su vida: La prevención es la educación, decía.
Así mismo elaboró una serie de reglas para el tratamiento de los suicidas y
asesoramiento normativo para el psicoterapeuta, que sugiere enfocarse en la letalidad
mental del paciente.
Finalmente, Shneidman aceptó una invitación para enseñar en Harvard y en dos años
el Gobierno Federal cortó los fondos que tan arduamente se habían obtenido y las
clínicas y proyectos tuvieron que encontrar sus propias vías de financiamiento.
En 1972 se cerró el Proyecto Shneidman. Sus teorías, que se centraron en las causas
psicológicas y sociológicas del suicidio, no eran las favoritas de los administradores
de fondos para el financiamiento científico de la investigación aplicada en ciencias
91
sociales, quienes en una época de recortes presupuestarios se apuntaron a privilegiar
las intervenciones farmacéuticas y la investigación neurológica.
Fue fundador de la primera revista sobre él: Suicide and Life-Threatening Behavior.
Tras una vida plena, Shneidman pasó sus últimos años recibiendo huéspedes en su
casa en Los Ángeles, debilitado por la diabetes, el cáncer y la insuficiencia cardíaca
congestiva.
92
El psicoanálisis de adolescentes nos confronta en forma incesante a la vida, la
sexualidad y la muerte. O sea que son los movimientos pulsionales los que se ponen en
juego, de una forma peculiar que, en gran medida se materializa a través del actuar.
Actuar que en muchos casos toma la forma de un acto intrusivo y violento para el
propio adolescente o para su entorno.
Desde nuestro lugar de analistas, el trabajo con estos jóvenes nos compromete y
hackea la mayoría de las veces, llevándonos por caminos peligrosos, donde nuestros
propios puntos de referencia pueden desvanecerse. Es el trabajo con los afectos lo que
moviliza al analista, porque el proceso representativo puede no ser lo suficientemente
potente como para ser expresado y contenido. Por lo tanto, cuando los adolescentes
nos hacen pensar en la muerte, no se contentan siempre con evocar un escenario
mortífero, sino que pueden llevarlo a escena (Chabert, 2004).
Partiendo del ¿qué me está pasando? tan propio de la pubertad y continuando luego
por los frustrados intentos de control sobre los cambios corporales, las sensaciones y
afectos pueden generar en el joven distintos efectos; al apreciar en sí mismo un cuerpo
nuevo y desconocido, sexualmente maduro y quizás muy diferente a sus expectativas.
Dichas bases atravesarán un nuevo y largo proceso donde estará en juego parte de la
historia del adolescente, entramándose con una nueva historia que estará por
inscribirse y que se hará teniendo en cuenta las circunstancias previas, que
comienzan con el nacimiento y posterior desarrollo del infans, dentro de un
determinado marco que puede ser, entre otros, el familiar.
93
Si bien no tomaré el marco social como centro del trabajo, dejo señalado que este será
un punto fundamental a lo largo de todo el proceso de desarrollo y estructuración del
psiquismo, cobrando un lugar preponderante en lo que a la adolescencia se refiere.
El sufrimiento de Ana
Un colega cardiólogo me solicitó ver a los padres de una adolescente de 18 años que
había recibido un trasplante de corazón hacía ya 2 años. La operación había sido
exitosa, sin embargo la joven estaba haciendo todo lo posible para que las cosas no
funcionaran y así terminar de una vez con su vida.
De todas formas, algo de la problemática de Ana se colaba entre los intersticios de una
relación familiar que parecía armónica. Sus hermanos eran agresivos con ella,
probablemente por el cuidado preferencial que sentían de parte de la madre hacia la
niña. Según palabras de la madre, "se dejaba pegar". Había también una relación de
destrato entre sus padres, donde predominaba la desvalorización de la madre de Ana
hacia el padre. Este trabajaba permanentemente, pero nunca era suficiente lo que traía
a la casa. El padre pasaba por largos períodos de tolerancia hasta que llegaba el
maltrato hacia la madre, que aunque duraba poco, tenía un efecto nefasto en Ana.
Ana tenía un muy buen rendimiento escolar, comenzaron a hacerse evidentes algunas
situaciones problemáticas con el inicio del liceo, donde su rendimiento bajó
claramente hasta llegar a no entrar a clase para quedarse con su barra de amigos sin
volver a interesarse por sus estudios. Al mismo tiempo, los problemas cardíacos
comenzaron a agravarse en la pubertad e inicios de la adolescencia, en los momentos
en que Ana comenzaba a vivir sus primeros cambios corporales, su menarca y a su
vez, comenzaba a sentirse y mostrarse diferente del resto de las chicas de su edad. Se
había vuelto más retraída, su bajo rendimiento escolar así como el no querer asistir a
clase la llevó a cambiar su grupo de amigos, que al decir de su madre eran "malas
juntas".
Ana ya se encontraba en ese momento en una lista para ser trasplantada ni bien
apareciera un donante y alrededor de sus 16 años, apareció. La operación fue exitosa,
no así el actuar de Ana, que continuó de mal en peor.
94
Cuando les planteo a los padres ver a Ana me dicen que no es posible, ya que dos días
atrás había hecho un intento de autoeliminación cortándose las venas en el baño de
su casa, mientras se encontraba drogada. La mezcla que ella realizaba con el
consumo de drogas pesadas y la medicación indicada por el trasplante
(inmunodepresores, etc.) era incompatible e implicaba un serio riesgo en la joven.
Ana se había vuelto una joven agresiva, desconsiderada, intrusiva y actuadora dentro
de la vida familiar. A su vez, su actitud era violenta dentro del grupo de pares, pero
también el grupo en sí era definido como violento. Era promiscua en sus vínculos
sexuales que eran tanto homo como heterosexuales, con características sumamente
agresivas tanto para ella como para el grupo. Tenía plena conciencia de que a raíz del
trasplante y todas las complicaciones que surgieron posteriormente, no podría tener
hijos. El relato de los padres dejaba en claro que Ana estaba haciendo lo posible por
terminar con su vida.
Ana llegó a la consulta acompañada por sus padres unas semanas después.
Me encontré con una chica muy delgada, vestida de una manera más bien hippie, con
numerosos colores, telas de diferentes texturas, unas sobre otras, numerosas
caravanas, pendientes, una boina en la cabeza de un color estridente, en su conjunto
se notaba algo extravagante, su pelo cortado muy corto y sus rasgos faciales daban la
apariencia de no dejar en claro si me encontraba frente a un muchachito o una mujer.
Me quedé a solas hablando con ella y rápidamente comenzó a hablar con un tono
confianzudo en el lenguaje típico de los adictos, donde "la frula" (la droga), el "saque
de merca" (cocaína) o "picarse" (heroína intravenosa) eran términos que daba por
sentado que yo debía entender.
95
Su indiscriminación con el otro se instalaba de forma rápida y solo era necesario
dejarla hablar para notar que todos sus inicios habían sido problemáticos. Su llegada
al mundo con una malformación cardíaca congénita, sus cambios corporales a partir
de la pubertad, que la tomaron totalmente por sorpresa generándole una confusión
acerca de las diferencias de sexo. Sus inicios por los senderos de la sexualidad y el no
poder concebir la idea de realizar proyectos de vida a largo plazo, porque siempre
estaba el riesgo para ella de que esa cosa que llevaba adentro se "le pare".
Así hablaba Ana: Yo vivo al día, no sé ni me interesa qué va a pasar mañana, si hoy
hay frula la uso, mañana veo cómo la consigo. No me interesa nada, ni estudiar ni
trabajar, ni nada. No me vengas con la sanata de que estoy deprimida, la psiquiatra
ya me dio la medicación y me cago en ella. La tomo porque mi vieja me la da, si no, ni
eso. Y ahora lo único que me jode es que no me dejan salir y estar con mis amigos.
Preguntándole por sus amigos, quiénes son y qué hacen dirá: Ellos son como yo,
viven al día, tampoco hacen nada, nos empalmamos y salimos por ahí a veces a robar
para conseguir más frula y a veces por joder. A veces nos ennoviamos, yo ya tuve dos
novias y otros novios, no duramos mucho, alguna fiestita y nada más. Para qué, igual
hijos no voy a poder tener nunca, ya me lo avisaron con lo del transplante, mejor,
porque no quiero tener, ¡mirá si salía otro como yo!.
Nos seguimos viendo todas las semanas, primero Ana y yo y luego pasaba también su
mamá que la acompañaba a todas las sesiones. Aparentemente era la única persona a
la cual Ana quería y por la cual se apenaba por lo que estaba haciendo.
Para evitar que Ana siguiera utilizando droga, habíamos ideado una primer estrategia
que implicaba que Ana no saliera sola a ningún lado, siempre acompañada por algún
miembro de su familia.
96
Lentamente, junto con el cardiólogo, la psiquiatra, el grupo de Narcóticos Anónimos
y la familia, fuimos armando una red cuya intención era la de ir cubriendo a Ana en
una envoltura protectora y más acogedora que aquella a la cual se había entregado.
Si bien era un trabajo artesanal, tenía la peculiaridad de ir creándose y recreándose,
como una malla fina a la cual hay que ir reforzando por diferentes lados a medida que
la íbamos tejiendo.
No pasaron muchas semanas para que Ana comenzara a enojarse con la compañía
permanente y la sensación de estar siempre bajo control. Sin embargo pudimos
hacerle frente a los momentos más depresivos y agresivos por los cuales iba
atravesando.
P. No sabés qué fuerte lo que pasó en el grupo, son esas casualidades que no podes
creer por qué pasan. Viste como es, que todos tenemos que hablar, empezaron a
contar cada una quién las había violado de niñas, no te imaginas las historias, si
estabas ahí vos te caías de culo.
No era la primera vez que escuchaba el relato de adolescentes abusados, tanto de niñas
como de varones, por lo tanto no era eso lo que llamaba mi atención, sino que mi
97
mente había quedado paralizada, sin poder pensar, tomada absolutamente por
sorpresa. Esta reacción contratransferencial me estaba quizás dando la pauta de que
una vez más, el comienzo de Ana en cuanto a su iniciación sexual, había sido también
complicado, sorpresivo, en un mal momento y una vez más con sufrimiento, dolor y
agresión. Quizás de la misma forma que yo, ella había sido tomada por sorpresa y
nuevamente un muy mal inicio inauguraba su sexualidad.
Luego de esta situación tan traumática para la niña, Ana hizo una asociación muy
interesante que nos permitió profundizar e investigar acerca de este tema tan complejo
que cabalga en forma permanente entre lo psíquico y lo somático: su fantasía era que
no le habían puesto un corazón de otro en el lugar donde iba el suyo, sino que en
realidad la habían violado y colocado un gran pene adentro que era igual al de su
abuelo y se lo quería sacar, porque la sensación que le llenaba el pecho era
insoportable.
La búsqueda de la muerte por parte de Ana tenía en este caso -entre otras acepciones-
un carácter liberador.
Algunas reflexiones
Tal como lo he dicho al comienzo, se han puesto en juego en Ana las bases narcisistas
y objetales y hemos debido transitar por su angustiante historia para poder
comprender en parte su problemática.
98
La operación de trasplante de corazón no fue vivida como la salvación de su vida,
sino como el implante de aquello que no logró el abuelo dejar dentro, implantes de
objetos parciales vividos dentro de un cuerpo agredido, vejado, sexualmente
ultrajado.
El actuar
Una relación destructiva con su psiquis y con su cuerpo, ataques contra sí misma,
manifestados a través de conductas autodestructivas, enmascaraban una depresión
que hace eclosión en la adolescencia y pone en jaque todas las bases narcisistas sobre
las cuales se apoyaba el frágil psiquismo de Ana.
Las depresiones severas están frecuentemente vinculadas con intentos de suicidio, sin
embargo, encontramos en la clínica la ideación suicida sin que necesariamente
implique un pasaje al acto.
¿Qué condiciones deben darse entonces para que tal hecho ocurra? Parece
fundamental aclarar que el intento de suicidio o el suicidio, se convertirá en un
momento en el cual un quiebre entre pensamiento y acto se hará presente.
Por el contrario, ese objeto es experimentado como esencialmente "bueno", como una
promesa de placer y atenuación temporaria de la angustia y del dolor psíquico,
incluso como lo que da sentido a la vida. Se trata entonces de un objeto idealizado,
99
pues se le atribuye el poder de resolver mágicamente las angustias y quitar de alguna
manera el sentimiento de muerte interna.
De ello se desprende que teniendo en cuenta las angustias, los miedos y los deseos que
la madre experimenta y transmite al niño, ella corre el riesgo de provocar lo que ha
sido conceptualizado por C. Chabert (2000) entre otros, como una relación "adictiva a
su presencia" y a su cuidado, algo que sin dudas sucedió con esta adolescente. En
otras palabras, es la madre la que se encuentra en un estado de "dependencia"
respecto del bebé.
100
Los objetos adictivos solo resuelven momentáneamente la tensión afectiva, pues son
soluciones somáticas y no psíquicas, en reemplazo de la función del quehacer
materno primario faltante.
La contención
El riesgo solo puede ser controlado en forma segura si las ansiedades de los
pacientes, la familia, del personal y de la institución donde trabajan se encuentran
adecuadamente contenidos.
La contención es un término que fue originalmente introducido por Bion (1988) para
describir la función de identificación proyectiva en la situación analítica en paralelo
con la forma en que el bebé proyecta sus insoportables angustias en la madre, quien
las "contiene", respondiendo a través de la modificación de las ansiedades del bebé
por su "réverie".
La función del analista sigue algunos de estos pasos, "contiene" las proyecciones del
paciente, en un estado de "reverie", pero respondiendo con interpretaciones
apropiadas, Winnicott (1972) lo describe en forma similar a través de la función de
"holding" del analista y de la situación analítica, proveyendo una atmósfera en la cual
el paciente puede sentirse seguro y contenido aún cuando haya ocurrido una regresión
severa.
101
capacidad de pensar del paciente y por lo tanto, entre otras cosas, también anticipe la
acción (Flechner, 2005).
Los sentimientos hostiles, así como la angustia de muerte que los acompaña, pueden
ser proyectados sobre el analista o volverse autodestructivos, requiriendo por parte de
este toda la capacidad para recibir y contener los aspectos negativos a fin de
comprenderlos e interpretarlos.
Una de las mayores dificultades para interpretar los conflictos adolescentes que
muchas veces muestran de forma desgarradora los conflictos de amor y de odio, está
ligada a nuestras propias resistencias contratransferenciales para aceptar las
proyecciones hostiles del analizando y su destructividad hacia nosotros, que somos
quienes representamos a los culpables y responsables de despertar el dolor psíquico.
Será el analista con cada paciente quien podrá o no encontrar la manera, a través del
vínculo transferencia-contratransferencia, de establecer un nuevo nexo que le permita
transitar al paciente con menos dolor el camino analítico que decidió emprender.
102
De todas formas, parece fundamental tener analizados aspectos que tocan
directamente la propia adolescencia del analista, así como también las angustias
respecto a nuestra propia muerte. Las dificultades y riesgos para el analista en el
trabajo con estos pacientes estará siempre presente, ellos requerirán de una atención
sostenida debido a la permanencia e intensidad del cuadro, a la relación de la
transferencia y también por el control de la regresión.
Más allá de la relación analítica dual, se nos plantea la mayor parte de las veces la
problemática con la familia que puede presentarse como una situación de complicado
abordaje.
En casos de adolescentes que han atentado contra su vida, la familia puede intentar
borrar totalmente el hecho o incluso negar el valor de las señales que puedan
expresarse en momentos de riesgo. Hablar acerca de intentos de suicidio y suicidios
en la adolescencia deja hoy día un sabor amargo que nos impide ser optimistas.
Sin embargo, si bien sabemos que hay adolescentes por los cuales nada puede
hacerse, hay otros que nos permiten ponernos en contacto con su dolor mental, aun
sabiendo que muchas veces sienten que la muerte es la única alternativa de silenciar
al enemigo interno que los atormenta desde algún lugar de su cuerpo o mente. Esta
situación nos desafía a realizar un trabajo más, dicho trabajo hará que se ponga en
juego nuestra creatividad.
El acto suicida por lo tanto, nos sumerge en el misterio de la vida y de la muerte, del
origen y el fin.
103
Resumen
El trabajo con Ana, una paciente adolescente con trasplante de corazón, muestra el
tránsito con su analista por su angustiante historia.
Se destacan puntos tales como: el actuar, el camino adictivo ante el dolor psíquico y
la angustia, la contención, el analista confrontado a pacientes adolescentes en riesgo.
Descriptores:
EL TRÁNSITO DE LA ADOLESCENCIA.
104
Las generaciones jóvenes pagan un fuerte tributo a la globalización económica. Con
estudios universitarios o no, acumulan desempleo, formaciones y trabajos precarios, y
los profesionales son muchas veces empleados en trabajos por debajo de su
calificación (Chauvel, 2002).
La “moratoria” adolescente es aún más difícil de vivir, ya que los jóvenes son
solicitados permanentemente como actores en el mundo del consumo y a veces se
atascan largo rato antes de conseguir independencia. El deseo de liberarse de la tutela
de sus padres, de emanciparse completamente participando por entero en el uso de los
bienes de consumo es contradicho por la falta de medios simbólicos y materiales para
acceder de forma plena a esta independencia. El joven ya no es un niño, sin llegar no
obstante a reconocerse como un adulto en todo el sentido de la palabra.
Ser adolescente es hoy en día tanto más difícil precisamente porque la tarea de ser
individuo se ha vuelto más ardua. Las referencias sociales y culturales se multiplican,
se relativizan unas a otras, inducen interferencias, confusión. A esto se le agrega para
el joven la dificultad de tener que apoyarse en ellas para elaborar una matriz de
identidad propicia y consistente. Ya no hay fundamentos asegurados y consensuales de
la existencia. El sentido se individualiza, pero vincula sólo cuando también está
cargado de valor para los otros. Para constituirse como sujeto, el joven necesita un
apuntalamiento sólido de su relación con el mundo para establecer cimientos
narcisistas que perduren.
105
también ha perdido valor en el plano de las relaciones amorosas o amistosas, incluso
familiares. Así desaparece “todo lo continuo, estable y sólido” (…). Todo lo que
sugería la existencia de un marco social duradero, seguro, pacífico y tranquilizador.
Desvanecida, una vez más, la certeza de volverse a ver de forma regular, frecuente y
durante mucho tiempo (Bauman, 2ooo5). “No imaginan a qué punto me siento idiota
cuando les hablo a mis hijos de compromiso (…). Para ellos es una virtud abstracta;
no la ven en ninguna parte” (Sennett, 2000:29).
106
El cambio del estatus del sujeto en un entramado incierto donde debe salir adelante
induce este ambiente psicológico de nuestras sociedades, está pasión por la confesión,
el blog, las autobiografías, los reality show, la propensión a situarse como víctimas
(Erner, 2006), etc.
De igual manera, la relación con el niño se inscribe hoy en día más en una esfera
psicológica, en que se vela por el desarrollo de lo que se supone el niño ya trae
consigo, que en la esfera moral de la relación con el otro. La preocupación de los
padres es más la de ayudar al niño a ser él mismo que la de educarlo. Esta
preocupación traduce sociológicamente el acento puesto en los recursos de sentido del
individuo, su reflexividad frente a las circunstancias, con las limitaciones de su
historia personal, el entramado relacional en que se mueve.
Los sufrimientos de una parte importante de la juventud occidental son una prueba de
la inquietud nacida de este mundo de la incertidumbre que exige responder siempre a
las expectativas.
LA TRANSMISIÓN DESARRAIGADA
107
lengua que le da los medios para dotar de sentido e intercambiar con los demás. La
lengua conduce a la simbolización del mundo.
108
El movimiento de transmisión ha dejado de ser unilineal, proveniente de una
autoridad familiar, escolar o social. Es el individuo el que lo efectúa apropiándoselo a
su manera. El niño ya no puede ser concebido como una forma virgen en la cual
inscribir el texto social: de ahora en adelante ha de ser considerado un actor de la
educación que recibe, como un asociado cuyo punto de vista es admisible y cuya
postura de negociación es percibida como incontestable.
Ahora le toca a él tomar la iniciativa, aunque la opinión de sus padres siga teniendo
peso, pero con frecuencia le faltan las orientaciones decisivas para inscribirse en la
evidencia de su existencia.
109
emergencia de nuevos deseos que cortan la experiencia de la infancia, en la que los
padres constituían todavía un apoyo sólido. El cuerpo es sacudido por el sismo de la
sexuación.
Las antiguas distancias se vuelven caducas. El mundo interior del joven no cesó de
forcejear con una realidad exterior que establece límites, al mismo tiempo que permite
construirse. Pero esta articulación entre afuera y dentro se vive a veces de manera
dolorosa. Las fronteras del sentimiento de sí mismo se modifican sin descanso. El
desapego de la carga afectiva en los padres lleva a una carga afectiva en sí mismo más
o menos fuerte, cuyo resultado es ese narcisismo adolescente a veces insoportable
para el entorno.
Ya no soporta que sus padres entren en su pieza, registren sus cosas; se inventa a veces
un nombre nuevo o un apodo, como para renacer; firma su cuerpo para marcarlo como
propio, por medio de piercing o tatuajes, y se cubre con una segunda piel (maneras de
vestirse, de peinarse, de maquillarse, de llevar un pañuelo o un velo, marcas
comerciales, etc.)
110
padres. La familia deja poco a poco de ser el refugio, el centro de gravitación de la
existencia del joven; sus espacios transicionales se desplazan hacia los pares.
El universo interior es rico o pobre, está en paz o en conflicto, pero implica una línea
de demarcación que impide que el mundo se vuelva una prolongación de los
fantasmas interiores o el mundo interior el depósito complaciente de la realidad
exterior.
La evidencia del camino se oculta de pronto, sobre todo si los padres no son
suficientemente contenedores, disponibles. El sufrimiento es una confusión del
sentimiento de identidad.
111
La psicologización del vínculo social lleva a muchos jóvenes a vivir su sufrimiento
como un fracaso personal. El joven no siempre dispone hoy en día de modelos a su
alrededor, de mediadores para ayudarlo a superar sus dificultades. La familia extensa y
cercana de las generaciones precedentes ha desaparecido, la precariedad del vínculo
matrimonial, las hermandades reducidas o ser hijo único no facilitan tampoco los
medios. El joven a disgusto consigo mismo está aislado, se siente a sí mismo como
insuficiente, y tampoco se ve como un elemento de un conjunto más vasto.
LA ANGUSTIA PARENTAL
El comportamiento del joven se hace a menudo pesado para los padres, que no saben
cómo enfrentarlo.
112
La búsqueda de autonomía, el alejamiento de sus padres, se lleva a cabo con tanteos y,
sobre todo, con ambivalencia. Los cambios de humor son intensos, pero banales a lo
largo de los días. La afirmación de una singularidad, la inscripción en un cuerpo
propio no se lleva a cabo sin tensiones acaloradas con los padres, que se sienten
descartados o provocados.
Para los padres, este período coincide con la “crisis de la mitad de la vida”. Ese
balance de la vida profesional o afectiva, marcado por dudas y cambios de
orientación. Momento de cuestionamiento en el que aparece un deseo de renovación
en uno u otro de los padres, o en los dos. La iniciación en los comportamientos de
riesgo depende en gran medida de la manera en que los padres se sienten concernidos
por su hijo. La distancia propicia es difícil de establecer. Ni demasiado lejos, ni
demasiado cerca para que el adolescente pueda marcar su diferencia sin ruptura y sin
dejarse absorber por ellos.
Hoy en día la familia es “incierta” (Roussel, 1998), está caracterizada por el retroceso
del matrimonio, el aumento de los divorcios o de las separaciones y la recomposición.
Se ha convertido en un asunto privado, fundado en una afectividad compartida; sólo
debe rendirles cuentas a los individuos que la componen. El compromiso no exige
reciprocidad. Cualquier contrato es temporal y su rescisión está supuesta de antemano
si uno de los contrayentes deja de sentirse a gusto.
113
La formación familiar presenta gran cantidad de hijos únicos o de hermandades
reducidas, sometidas a los avatares relacionales de la familia nuclear. La dispersión
geográfica de las familias no facilita las mediaciones en caso de tensiones o de
carencias educativas.
114
Cuando los padres están separados, se sitúan con frecuencia ante el niño en una
posición de rivalidad, abandonando su posición educativa por una postura de
seducción y amistad. Tienden a apoyarse sobre sus hijos, a conferirles una carga de
reparación. Algunos niños se encuentran incluso “padronizados” y comprometidos en
un tipo de relación con su madre o su padre que no corresponde a su edad y que altera
su entrada en la vida adulta. Pero, de manera general, incluso en las familias que
permanecen unidas, numerosas parejas oscilan entre una posición depresiva de
abandono o una temible solicitud que desemboca en la inconsistencia de las
prohibiciones y los límites.
Los adolescentes tienen ahora territorios específicos, con una cultura diversificada que
les pertenece de manera propia para construir el sentido de su vida.
115
Una libertad que no viene acompañada de ningún marco desde el cual desplegar las
alas es un abismo. La frustración, es decir, el límite impuesto por la familia, es una
condición necesaria para la modulación de la omnipotencia del joven, la cual, si se
prolonga, lo expone a una colisión brutal con el mundo y los otros, o al choque de
rechazo de la ley, en el sentido judicial del término. No se puede inscribir al niño
como sujeto en el mundo sin establecer límites de sentido y situarlo en posición de
interrogar los límites.
Educar significa etimológicamente “conducir fuera de sí”, por lo tanto, evadirse de los
mismos para abrirse al mundo del otro, a un universo de sentido más extenso, que el
sujeto debe ser capaz de evaluar y pensar. La tarea es darle al niño el medio de
desprenderse de sí mismo para volverse partícipe del intercambio dentro del vínculo
social.
Al mismo tiempo que los padres pierden su autoridad educativa, que la escuela tiene
dificultades para establecer reglas de ciudadanía compartida, las generaciones de
jóvenes caen bajo la influencia de una cultura regida completamente por el universo
del consumo y la publicidad, lo que acentúa aún más la distancia entre las
generaciones.
Las fronteras de las generaciones se borran o se invierten. El modelo ofrecido por los
padres parece obsoleto. Ellos mismos, por lo demás, se sienten así frente a sus hijos, a
los que les cuesta entender, incluso si la mayoría de las veces satisfacen sus
peticiones. Los mayores se esfuerzan por mostrar una imagen “joven”, que trastorna
los vínculos generacionales y priva a los jóvenes de referentes duraderos y fuertes en
116
sus relaciones con los otros y con el mundo. Los padres que no marcan las diferencias
de generación al no asumir su responsabilidad de mayores privan al adolescente de los
referentes necesarios para crecer y adquirir su autonomía. Si los padres se identifican
con sus hijos ¿con quién podrán identificarse los hijos? Si los padres no les dan los
límites que se imponen para existir dentro del vínculo social ¿quién lo hará? Los
jóvenes se construyen apoyándose en sus mayores, aunque sólo sea para superarlos u
oponerse a ellos, pero si no hay nadie la apertura a la alteridad será deficiente.
Una generación se ausenta en parte y deja a sus hijos construirse a través de su propia
experimentación. Muchos adolescentes quedan librados a sí mismos por falta de
intervención y de consistencia de la autoridad familiar.
Los padres responden a todas las peticiones sin nunca cuestionarlas y se sorprenden
un día de la virulencia del niño en contra de ellos, o la de sus sufrimientos. “Nunca te
negamos nada. Siempre tuviste todo lo que quisiste”. Pero el sufrimiento se labra en el
hecho de no haber sido nunca interlocutor real, reconocido en su diferencia.
Un niño que tiene todo lo que quiere está en estado de sufrimiento, atiborrado, sin
acceso alguno a la carencia y, por lo tanto, a la consistencia del sentimiento de sí
mismo en la relación con el otro.
117
crea complicaciones para comer, dormir, vestirse y plantea problemas de integración
desde el preescolar. Estos niños nunca han estado confrontados a la prohibición y a las
frustraciones que alimentan una vida cotidiana inscripta en el vínculo recíproco con
los otros.
EL TRÁNSITO DE LA ADOLESCENCIA
Durante ese momento de tránsito entre dos mundos que sigue a la infancia y que
preludia la edad adulta, el joven se encuentra simultáneamente en busca de
independencia de seguridad en relación con los demás, buscando a la vez la tutela de
otros y su autonomía; experimenta en las buenas y en las malas su estatus de sujeto, la
frontera entre el afuera y el adentro, juega con las prohibiciones sociales, prueba su
lugar dentro del mundo, en el que no se reconoce del todo todavía. Inaprensible para
los otros, pero también para sí mismo, el joven inscribe su experiencia en la
ambivalencia.
Para el joven, la confrontación consigo mismo y con los otros es una puesta a prueba
en una búsqueda personal. Una de las preocupaciones por resolver es la de la entrada
en un sexo, o al menos en una sexualidad, percibida como propicia para sí mismo, que
vivencie la continuidad psíquica entre los diferentes momentos de la existencia.
118
Con el fin de la adolescencia se despliega el sentimiento de reciprocidad con los otros
y, simultáneamente, la asunción de la autonomía del joven.
Impulsado por este sentimiento de confianza hacia el mundo, respaldado por el gusto
de vivir, experimentando la consistencia del sentimiento de sí mismo, el joven no
necesita poner en juego su existencia para saber si la vida vale la pena o no. La
mayoría de los jóvenes acceden a esta tranquilidad de existir y entrar sin dilemas a la
edad adulta. La carencia de cimientos narcisistas y la dificultad de situarse en el
vínculo con el otro implican el choque con el mundo para experimentar de nuevo una
contención inexistente. El joven se ve obligado a aferrarse a su cuerpo para no
desplomarse en su carencia.
EL INGRESO EN LA SEXUALIDAD
EMBARAZOS PRECOCES
En la actualidad, una de cada dos adolescentes comienza a tener relaciones sin utilizar
anticonceptivos. Ahora bien, un embarazo precoz presenta varios riesgos: tensiones
con la familia, abandono de la escuela, con consecuencias no desdeñables para el
porvenir, y también el riesgo para la salud que representa el embarazo durante la etapa
119
de crecimiento. Aunque la mayoría de los adolescentes estiman estar bien informados
en materia de anticoncepción, no pocas veces se interponen extrañas ideas que
eliminan toda precaución, como la creencia en la imposibilidad de un embarazo en las
primeras relaciones sexuales.
“En mi época, recuerda F. Amara, era perfectamente natural que las muchachas
usaran falda corta,jeans ajustados, blusas escotadas, camisetas cortas. Ningún hombre
se habría permitido el más mínimo comentario. Hoy, y desde hace diez años, los
muchachos perciben la femineidad como una provocación y como algo reprensible”
(Amara, 2003, p.38-39). Las relaciones entre muchachas y muchachos en los sectores
populares. y sobre todo en los barrios de exiliados, están regidas por la desconfianza,
y a veces por la intimidación y la violencia que ellos ejercen. La vigilancia de que son
objeto les recuerda a las muchachas que el espacio público es peligroso para su
reputación.
PORNOGRAFÍA
120
acerca de sus primeros encuentros: a sus ojos, la genitalidad pertenece desde hace
mucho a un universo aparte con el cual trata de familiarizarse” (Bonnet, 2003, p.67).
La sexualidad es un mundo de afectos que en su fondo mismo supone la subjetividad.
Solicita las fantasías, los temores, el deseo. Apertura al otro que induce una
vulnerabilidad, puesta en cuestión en sí, la sexualidad solicita la confianza y la
reciprocidad. El movimiento del deseo supone ante todo una interioridad que mide la
importancia del otro. Si bien el goce depende de la carne, no por eso deja de implicar
una imaginación que moviliza el deseo del otro y su participación en el logro del goce.
121
La adolescencia es el período en que se cristaliza el acceso a una sexualidad que habrá
de ser la de la vida adulta, un período de experimentación y de formación de la
identidad sexual. Sin duda, la pornografía contribuye, en el caso de ciertos jóvenes, a
la desacralización de la sexualidad.
En sus Estudios sobre la histeria (1895), Freud atribuye la etiología de las neurosis, y
en especial de la histeria, a un trauma sexual vivido por un niño y reavivado después
de la pubertad por un acontecimiento que tiene un vínculo asociativo con la seducción.
Freud se apartó asimismo de la creencia, vigente en la mayoría de los psiquiatras de la
época, en la fabulación de los pacientes. Debió enfrentar ante todo las fulminaciones
morales de su tiempo, al afirmar la realidad de los actos de violencia sexual padecidos
por los niños en el seno de su familia. Freud presta oído al sufrimiento de las mujeres
histéricas y da crédito de sus declaraciones cuando evocan la seducción precoz por un
individuo cercano, casi siempre el padre.
Sin embargo, en un segundo momento, intimidado sin duda por sus consecuencias,
abandona la teoría de la seducción en beneficio de las fantasías. El modelo edípico le
procura un modo elegante de salir del aprieto. Paradójicamente, el padre, antes
abusador, se desliza ahora hacia la confortable posición de víctima de un
enmascaramiento de lo real operado por las fantasías del paciente.
122
El niño que ha sido víctima de incesto queda sumido en una confusión radical en
cuanto a las imágenes paternas, con su confianza en el mundo hecha trizas, al ver día
tras día que su agresor actúa como si nada hubiera pasado y engaña a todo el mundo.
Sabe a qué debe atenerse, pero está obligado a callar. El padre -si es el autor del
incesto. ya no es garante de la ley, sino un transgresor que sigue gozando de la
estimación de todos. Como consecuencia, la imagen de la madre queda
profundamente quebrantada.
La palabra “incesto” deriva del latín incestum, que proviene a su vez de incestus. El
incesto es un “crimen genealógico”, una ruptura de la institución simbólica que
inscribe al individuo en una cadena de generaciones. El parentesco se vuelve
indispensable. Al romperlo, el individuo incestuoso deroga el origen del sujeto y
enturbia su relación con el tiempo. “No hay incesto feliz”, dice un juez. El incesto es
un trauma, un acontecimiento que desborda las capacidades de elaboración simbólica
del sujeto. Su objeto es una persona degradada, privada de su posición generacional y
de parentesco, desposeída de su singularidad, descalificada en sus orígenes. El incesto
es una violencia simbólica que se vale de la fuerza física, del diferente grado de
conocimiento sobre la genitalidad, del dominio paterno sobre una víctima con
frecuencia ignorante de las cuestiones sexuales y propensa a la confianza. El incesto
es un asesinato simbólico; la víctima no es la misma antes y después del hecho.
123
sino también a la significación que tiene para el joven, a su edad, a las circunstancias,
a su repetición o no repetición, al tipo de abuso, a las presiones psicológicas sufridas,
al silencio forzado, etc.
El incesto o el abuso sexuak rara vez son descubiertos por medio de una queja
inmediata. El niño tiene dificultades para dormir, pesadillas, siente miedo de estar solo
o con una persona del mismo sexo que el agresor; pierde su capacidad creativa y
permanece como aturdido, triste, sin iniciativa. A veces se vuelve agresivo por
tonterías, con la sensibilidad a flor de piel, y se muestra reacio durante los exámenes
médicos. Se saca malas notas en el colegio y se muestra indiferente hacia actividades.
Una de las formas corrientes y activas de luchar contra los sufrimientos ocasionados
por el incesto o el abuso sexual consiste en inventar ritos privados para reconstruirse y
curar las heridas. Como consecuencia de la agresión, el niño siente el cuerpo como
algo profundamente mancillado y, en lo sucesivo, ajeno. Ya no es la carne de su
relación con el mundo, sino un cuerpo profanado, que está de más, que aprisiona. De
ahí la importancia de las escarificaciones o de los otros ataques contra el propio
cuerpo después de la agresión: en ellos se expresa la voluntad imperiosa de liberarse
del asco y superar las oleadas de sufrimiento que se apoderan del adolescente, que
trata de destruir una envoltura ultrajada o de deshacerse de ella. La piel es el lugar del
trauma; la herida corporal es una manera simbólica de arrancarla, de liberarse de una
piel que se pega a la piel y encierra al sujeto en la repulsión.
Los tatuajes y las perforaciones son modos de simbolización del trauma. Permiten a
veces reconquistar el cuerpo, apropiarselo nuevamente con un rito que esta vez al
menos requiere la presencia de un artista para su modificación, pero que también
requiere a veces la presencia de una comunidad de amigos.
124
BODY MODIFICATION Y AUTOAGRESION
Las conductas de ataque al cuerpo pueden también cumplir con funciones relativas al
ámbito personal, interpersonal y social, tales como: la externación de sentimientos de
profundo malestar; la voluntad de reforzar la imagen de uno mismo; la institución del
sentido de pertenencia a un determinado grupo; la manifestación de sentimientos
antisociales y la representación simbólica o el recuerdo de un evento significativo
(Aizenman & Jensen, 2007; Anderson & Sansone, 2003).
125
En esta etapa de evolución es importante distinguir las modalidades de ataque al
cuerpo adolescence-limited, relacionadas con tendencias y modas juveniles de apoyo
de la fragilidad narcisista (Ladame, 2004) que cumplen con la función de “prótesis
identitaria” (Le Breton, 2002), de otras modalidades, más patológicas, más graves a
nivel de pronóstico médico, que se caracterizan por la voluntad de lastimarse
intencionalmente, como en el caso de las autolesiones.
126
El acto por lo tanto se convierte en una expresión de defensa extrema, realizada por un
“Sí mismo” quien lucha contra la angustia de reconocer su propia fragilidad y sus
propias necesidades (Pelanda, 2008).
En efecto, el acting dirigido hacia el propio cuerpo anula toda posible insensibilidad
y, en términos más generales, el sufrimiento psíquico con ésta relacionado, mientras,
al mismo tiempo, se convierte en un mecanismo de manejo de la tensión, de la
disforia, de la ansiedad y de toda situación de estrés (Simeon, 1992; Strong, 1998;
Smith et al., 1999; Wells, 1999).
Las partes del cuerpo más frecuentemente atacadas son los brazos, las piernas, el
tórax y otras zonas de la parte frontal del cuerpo siendo ésta, por un lado, la más
accesible y, por el otro, más fácil de ocultar, con el fin de poder mantener
completamente en secreto tales conductas.
127
caracterizado por el progresivo acomodamiento del cuerpo en la psiquis favorecido
por la presencia de una madre devota capaz de criar, cuidar y preocuparse por su
propio hijo.
En los primeros meses de vida los objetos son experimentados en función de los
cambios que suscitan en el cuerpo del niño. Las sensaciones corporales y las
modificaciones fisiológicas inducidas por la presencia del otro pueden por lo tanto
constituir una forma primitiva que pretende recuperar la presencia de la madre
(presencia somática) cuando todavía su ausencia no puede ser representada a nivel
simbólico.
128
Si el entorno no sostiene adecuadamente tales procesos favoreciendo la
transformación de las necesidades del cuerpo en necesidades del Yo, se observará una
escisión entre mente y cuerpo, la formación de un falso Sí (Winnicott, 1975).
Winnicott sostiene, por lo tanto, que el desarrollo del Sí está basado inicialmente en
experiencias físicas en donde la psiquis y el cuerpo del niño, mediante adecuados
cuidados maternos, se integran en una unidad psiquis-soma.
Ogden (1999) evidencia como, en caso de que el entorno no haya sido facilitador, el
niño experimenta la prematura separación corporal de la madre de la misma forma que
la pérdida de una parte de su propio cuerpo. Este tipo de experiencia pre-verbal y
pre-conceptual es vivida como un profundo ataque a la propia integridad; el niño
trata de defenderse mediante un uso patológico, rígido de los objetos “autista”, de los
objetos “ sensación” (Tustin, 1980), al fin de poder recuperar las pérdidas
sensaciones de consuelo y de poder negar la separación. El uso de tales objetos
deriva del reemplazo de la madre con sus propios sentidos, experiencia que permite el
retraimiento del individuo en una matriz de sensaciones autogeneradas y lo sustrae de
la imprevisibilidad de las relaciones humanas, aislandolo del mundo de las
sensaciones que provienen de la realidad interpersonal.
Anzieu (1985) define al Yo-Piel como “una representación que utiliza el Yo del niño,
durante las etapas precoces del desarrollo, para representarse a sí mismo como Yo
que incluye los contenidos psíquicos, a partir de su propia experiencia de la
superficie del cuerpo.
129
La primera es la función propia de una bolsa que contiene y retiene en su interior todo
lo bueno acumulado por la lactancia y los cuidados.
La piel, en fin, es, al mismo tiempo que la boca, un lugar y un medio de comunicación
primaria con los demás, con quienes se establecen relaciones significativas; ésta es,
además, una superficie de inscripción de las huellas que estas relaciones dejaron”.
El niño, por lo tanto, se mantiene unido a sí mismo mediante la relación con estos
objetos y, especialmente, la “adhesión”, el “apego” a la madre (identificación
adhesiva) (Bick, 1968).
130
Gaddini (1981), por otro lado, insiste en identificar el desarrollo de la mente como un
proceso que se origina desde el cuerpo e implica una gradual adquisición mental del
Sí corporal.
“El acto de automutilación redefine los límites del cuerpo, diferenciando el Sí de los
demás. La sangre derramada desde las heridas prueba que adentro del cuerpo hay
vida. La estimulación de la piel por medio de la automutilación ayuda a reconstruir la
despedazada percepción del Sí, reactivando el Yo-Somático y tal vez recreando una
experiencia táctil que, por lo menos para aquel que se lastima, produce placer y
consuelo” (Raine, 1982). Semejante conducta puede estar, en efecto, relacionada con
la falta de cuidados maternales durante la infancia, especialmente en relación con la
falta de contacto corporal o con el caregiver (Pao, 1969).
Algunos autores elaboraron la hipótesis que la preferencia de los brazos como partes
para herir el propio cuerpo pueda también tener un latente significado de castigo
hacia la madre más que a sí mismo, porque los brazos representarían los brazos de la
madre que no acunaron y protegieron correctamente al niño.
131
autoagredirse se convertiría, si bien a nivel inconsciente, en una forma de autoayuda,
en un acto extremo porque extrema es la condición en donde el cutter se encuentra:
una condición de alienación total, no sólo con respecto al mundo que lo rodea, sino
directamente con respecto a su misma corporalidad (Ladame, 2004).
Prólogo
El suicidio ocupa un lugar entre las primeras 10 causas de muerte en las estadísticas
de la Organización Mundial de la Salud.
Generalidades
El intento de suicidio, junto al suicidio, son las dos formas más representativas de
esta conducta, aunque no las únicas. Desgraciadamente existen muchos textos que
sólo tienen en cuenta estos dos aspectos, los que, por demás son los más graves, y no
otros que detectándolos y tomándolos en consideración de forma oportuna, evitarían
que ambas ocurrieran.
132
La ideación suicida abarca un amplio campo de pensamiento que puede adquirir
las siguientes formas de presentación:
– El deseo de morir ("La vida no merece la pena vivirla", "Yo lo que debiera es
morirme", etcétera).
– La idea suicida con un plan indeterminado o inespecífico aún ("Me voy a matar de
cualquier forma, con pastillas, tirándome delante de un carro, quemándome").
3ra. variante:"¿Y durante este tiempo que usted se ha sentido así, ha tenido
pensamientos malos?"
133
especializado para valorar en conjunto la conducta que se debe seguir de forma
inmediata.
Las amenazas suicidas son expresiones verbales o escritas del deseo de matarse y
deben tenerse en cuenta, pues es un error frecuente pensar:"El que lo dice, no lo hace"
o"El que se mata, no avisa que lo va a hacer".
Cuando la amenaza ocurre teniendo los medios disponibles para su realización, pero
sin llevarla a cabo, se considera por algunos como gesto suicida (tener las pastillas en
la mano sin tomarlas) y nunca debe ser minimizado ni valorado despectivamente
como"un alarde".
Se considera que el intento es más frecuente en los jóvenes, en el sexo femenino, y los
métodos más utilizados son los suaves o no violentos, principalmente la ingestión de
fármacos o sustancias tóxicas.
Resumiendo:
134
hombres. Existen los que son comunes a cualquier edad y sexo, los cuales,
indudablemente, son los más importantes.
En cuanto a las características psicológicas del menor que puede realizar un acto
suicida, se mencionan las siguientes: la disforia, la agresividad y la hostilidad, como
manifestaciones de un trastorno del control de los impulsos.
Pueden ser niños con pobre tolerancia a las frustraciones, incapaces de prorrogar la
satisfacción de sus deseos, demandantes de atención y afecto, con intentos suicidas
previos, manipuladores, que asumen papeles de víctima; celosos de los hermanos,
susceptibles, rencorosos. Pueden expresar ideas de morir o suicidas. Otras veces son
135
rígidos, meticulosos, ordenados y perfeccionistas; tímidos, con pobre autoestima,
pasivos, etcétera.
Referente a las enfermedades mentales que pueden tener riesgo suicida, se encuentran
las psiquiátricas graves (trastornos del humor, esquizofrenia), los trastornos de
conducta, los de la adaptación y de ansiedad, el retraso mental y los trastornos
incipientes de la personalidad. Por tanto, la enfermedad mental en el niño es un rasgo
importante que se debe tener presente al evaluar a un menor con otros factores de
riesgo suicida.
– Problemas escolares
– Agredir a otros
136
hábitos de sueño (insomnio, pesadillas, enuresis, exceso de sueño), de carácter y de
ánimo, dificultades en el aprovechamiento docente, en el juego (desinterés, no
participación con los amigos habituales), repartir posesiones valiosas, preocupación
por la muerte y temas afines, hacer notas de despedida, etcétera
137
La mortalidad por suicidio entre los adolescentes y jóvenes está incrementándose,
particularmente en los varones, por lo que se hace impostergable su prevención
eficaz.
¿Qué se debe promover? Principalmente modos de vida saludables entre ellos, como
la práctica sistemática del deporte, una sexualidad responsable, no hábitos tóxicos,
desarrollar múltiples intereses que les permitan un uso adecuado de su tiempo libre,
entre otros.
Entre los factores de riesgo en esta etapa se cita la eclosión de la enfermedad mental,
sobre todo los trastornos del humor y la esquizofrenia. La denominación de trastornos
138
del estado del ánimo o del humor ha sustituido al término trastornos afectivos e
incluye los depresivos y bipolares.
Un episodio depresivo mayor se define por un síndrome formado por al menos cinco
de los síntomas que a continuación se relacionan:
1. Ánimo deprimido.
2. Disminución del interés o pérdida del placer por las actividades habituales.
139
8. Uno o más episodios depresivos mayores anteriores con remisión completa o casi
completa.
2. Insomnio o hipersomnia.
4. Disminución de la autoestima.
6. Sentimientos de desesperanza.
3. Alucinaciones.
140
6. Dificultad para llevar adelante y concluir la actividad habitual.
El inicio típico es la irrupción abrupta de los elementos antes descritos, con intensa
agitación y agresividad, aunque también puede darse el comienzo insidioso.
1. Infancia problemática.
141
2. Recrudecimiento de problemas previos, con la incorporación de los propios de la
edad (cambios somáticos, preocupaciones sexuales, nuevos retos en las relaciones
sociales y en el rendimiento escolar, etcétera).
142
1. Comportamiento suicida. Debe investigarse hasta la saciedad los deseos de morir,
la idea suicida, los gestos, las amenazas y el plan de autodestrucción, el método que
va a emplear, circunstancias en que lo realizaría, etcétera.
Entre los estresores crónicos se citan la disfunción familiar, los fracasos escolares, el
abuso sexual y el consumo de alcohol o drogas, entre otros; mientras que los agudos
pueden ser peleas entre amigos, conflictos amorosos, reprimenda de los padres que,
como se evidencia, pueden y de hecho forman parte de la rutina de la adolescencia,
pero que en un joven con problemas emocionales pueden llevar al acto suicida.
143
El diagnóstico de alcoholismo se puede realizar mediante la aplicación de
valoraciones, pruebas y test (Mast, Mast abreviado, CID, CAGE, Jellinek); la historia
clínica y los marcadores biológicos como la gamma-glutamil-transpeptidasa (GGT) y
el volumen corpuscular medio (VCM); enzimas sanguíneas (TGO y TGP), colesterol,
triglicéridos y la creatinfosfoquinasa (CPK).
1. Con frecuencia se bebe en mayor cantidad o por un período más largo del que
pretendía.
2. Un deseo persistente, con esfuerzos más o menos inútiles para suprimir o controlar
su consumo.
144
8. Síntomas de abstinencia al suprimir el tóxico, como temblor en lengua, párpados y
manos, náuseas, vómitos, cansancio, cefalea, palpitaciones y sudoración excesiva.
Una vez que se diagnostica esta toxicomanía, debe considerarse el riesgo suicida.
Las siguientes características predisponen al intento de autodestrucción en los
alcohólicos:
6. Poseer familiares con antecedentes de intentos suicidas, los cuales abusan del
alcohol.
6. No poseer empleo.
7. Vivir solo.
145
A. Temática suicida
B. Síntomas y comorbilidad
1. Angustia o agitación.
C. Entorno
146
1er. grupo Pacientes con aceptable recuperación y franca regresión de sus síntomas
productivos (alucinaciones, delirios), pero con sentimientos de frustración y
desesperanza.
También en los esquizofrénicos pueden tener riesgo suicida los efectos secundarios de
los neurolépticos, principalmente la depresión post tratamiento y la acatisia. Por
último, en relación con esta enfermedad, se dice que la autodestrucción es difícil de
predecir y es un peligro que nunca debe ser olvidado.
Por último, en relación con esta enfermedad, se dice que la autodestrucción es difícil
de predecir y es un peligro que nunca debe ser olvidado.
En la mujer el síndrome premenstrual, con los cambios hormonales que trae consigo,
y la menopausia, a la que se añaden factores socio-psicoculturales (independencia de
hijos, pérdida de belleza física y de la capacidad de procrear, imposibilidad de realizar
deseos frustrados, competencias de nuevas generaciones, etcétera), pueden, junto a
otros factores de riesgo asociados, precipitar un acto suicida.
En los adultos, a diferencia de los adolescentes, existen dos esferas que pueden
convertirse en generadoras de conflictos y que en determinados sujetos pueden ser el
motivo de un acto suicida. Nos referimos al matrimonio y el trabajo. Se ha
comprobado que un buen funcionamiento matrimonial y laboral, puede ser un antídoto
contra esta conducta.
147
Se ha demostrado que puede convertirse en un factor suicidógeno en determinados
sujetos, principalmente del sexo femenino, una relación matrimonial que no satisface
las espectativas originales.
El desempleo, sobre todo en el primer año, puede ser un factor predisponente, así
como el fracaso en el ejercicio de una profesión, lo cual se mide por la insatisfacción
laboral (actitud) y por la falta de éxito (realización).
Otra condición que hay que valorar en el riesgo suicida de un adulto, es haber
realizado previamente un intento o un suicidio frustrado, entendiendo como tal
aquel que no tuvo éxito en sus propósitos sólo por un error de cálculo o por otro
accidente.
Estos individuos pueden repetir dichos actos y existen algunos factores que pueden
predecirlos, como los siguientes:
5. Desocupación.
A continuación se pone a consideración del lector otra guía práctica para evaluar el
riesgo suicida en la atención primaria, la cual consta de los siguientes temas con sus
respectivas puntuaciones:
148
6. El sujeto tiene antecedentes de trastornos psiquiátricos. 4 PUNTOS
Esta guía, como las precedentes, tiene la ventaja de evaluar el riesgo sin necesidad de
realizar un diagnóstico psiquiátrico, así como normar qué hacer en cada situación, y
sólo requerir para su obtención, un interrogatorio al paciente y si éste no coopera, al
familiar.
Es conocido que esta conducta en el anciano tiene los siguientes rasgos distintivos:
Por estas características se hace necesario que se conozcan los diversos factores de
riesgo para esta conducta.
Entre los problemas físicos que el anciano debe afrontar se encuentran: la patología
artrítica, que afecta la locomoción; las enfermedades cardiovasculares, que limitan el
ejercicio físico; la enfermedad neurológica, que compromete la función intelectual, y
el cáncer, que ocasiona dolor, dependencia y muerte.
149
Los problemas emocionales incluyen cierta depresión y una alteración de la propia
estima, a lo cual se añaden las propias presiones sociales derivadas de la jubilación, la
dependencia, la muerte de familiares y amigos, la pérdida de la seguridad económica,
entre otras.
Para una mejor clasificación de los factores de riesgo en los ancianos, éstos se
pueden dividir en:
A. Factores médicos:
B. Factores psiquiátricos:
C. Factores psicológicos:
150
D. Factores familiares:
1. Pérdida de seres queridos por muertes naturales o por suicidio. La viudez durante
el primer año es un momento crítico para el anciano, durante el cual puede ocurrir la
llamada autodestrucción pasiva, en la que el evento vital doloroso desencadena una
depresión y altera además el sistema inmunitario, lo que facilita la patología somática,
principalmente las infecciosas.
E. Factores socio-ambientales:
1. La jubilación.
2. El aislamiento social.
4. La pérdida de prestigio.
Éstos son algunos de los factores de riesgo que se pueden encontrar en esta etapa y
que mientras mayor número de éstos se acumulen, mayor será el riesgo de terminar
su vida por suicidio.
La siguiente guía práctica pudiera ayudar a evaluar dicho riesgo en la vejez por
parte del médico de atención primaria:
7. Expresar deseos de descansar de todo, no dar más trabajo a otros, no hacer falta a
otros. 4 PUNTOS
151
8. Manifestar ideas suicidas. PUNTOS
10. Negarse a recibir ayuda por considerar que es inútil a pesar de mantener una
actitud adecuada en la entrevista. 5 PUNTOS
No obstante, se considera por muchos, y entre ellos el autor del libro, que la
prevención de este acto no es un problema exclusivo de las instituciones de salud
mental, !léase equipos de salud mental, psiquiatras y psicólogos!, sino de toda la
comunidad, sus organizaciones, instituciones e individuos. En la medida en que
mayor cantidad de personas, sean profesionales o voluntarios, sepan qué hacer frente a
un paciente con riesgo suicida, mayor será la posibilidad de evitar que se autolesione.
152
3. "El paciente que se repone de una crisis suicida no tiene peligro de recaer". No
es cierto, pues casi el 50 % de los que atravesaron dicha crisis, llevaron a vías de
hecho el suicidio dentro de los primeros tres meses siguientes, cuando todo parecía
pensar que el mayor peligro había transcurrido.
6. "Hablando con un individuo con riesgo suicida sobre el tema, se puede hacer
que lo lleve a cabo". No es verdad, ya que se ha comprobado que esto reduce el
riesgo, y es la primera posibilidad, quizás irrepetible, de iniciar su prevención.
7. "El suicidio no puede ser prevenido, pues ocurre por impulso". No es cierto; en
1949, E. Ringel examinó 745 casos de intentos suicidas con el objetivo de determinar
su estado psíquico previo al acto y describió el síndrome presuicidal, que aunque no
forma parte de ninguna enfermedad psiquiátrica, es un común denominador de todos
los trastornos psíquicos, y la persona en crisis lo es. Dicho síndrome presuicidal está
conformado por constricción de sentimientos e intelecto, inhibición de la agresión y
fantasías suicidas, las cuales se refuerzan entre sí. La detección de estos síntomas
puede evitar la autodestrucción.
9. "El abordar a una persona en crisis suicida sin preparación para ello, sólo
mediante el sentido común, es perder el tiempo". No es cierto, si el sentido común
nos hace asumir los siguientes principios, será una valiosa ayuda para el paciente
potencialmente suicida:
153
– Preguntar siempre sobre el comportamiento suicida según lo indicado al inicio de
este libro.
– No dejar sola a la persona en crisis y hacer todos los esfuerzos por atraerla a los
profesionales de la salud (médico de atención primaria, enfermeras, psicólogos,
psiquiatras, etcétera), o a los servicios de salud en cualquiera de sus modalidades
(consultorios, policlínicos, hospitales).
154
6. Reclamación de apoyo.
7. Agredir a otros.
Una vez logrado establecer la causa del intento suicida, se debe continuar
escuchando con paciencia y sensibilidad, y mantenerse cerca del sujeto para
disminuir los sentimientos de soledad tan frecuentes en ellos, que perciban que se les
acepta, a pesar de esa anómala conducta.
Al igual que debemos velar nuestras reacciones, no menos importantes son las del
sujeto, que puede asumir actitudes de víctima, de autocompasión, manipulativa,
francamente hostil, lo cual debe ser confrontado de forma inmediata a la
presentación de las mismas.
RESUMEN
La experiencia de perder un hijo por causa de un suicidio es una de las heridas más
dolorosas que pueden vivir los padres, lo cual implica sobrevivir al hijo en un
proyecto de vida truncado.
155
Los estudios relevados no profundizan sobre los procesos psicológicos en estos
duelos, sino que realizan descripciones generales de síntomas, clasificados en
normales o patológicos.
Para conocer las vivencias de este duelo se realizó una investigación cualitativa de
carácter exploratorio, cuyo diseño fue un estudio de casos sobre una muestra de seis
madres. Se investigaron los procesos psicológicos comprometidos en el duelo, las
posibles causas del suicidio y los recursos psicosociales para enfrentar el dolor. Se
interpretaron las narraciones de entrevistas, a partir del análisis de contenidos y desde
la teoría psicoanalítica y bibliografía internacional sobre prevención del suicidio.
1. CAPÍTULO
I: Fundamentación General
Para comenzar una oración que bien puede representar a esta investigación veo pero
no quiero ver. Esta frase contradictoria sostiene la ambivalencia en el sentimiento de
atravesar una experiencia tan ajena y cercana como la muerte de un hijo/a. De la
misma manera el suicidio es un acontecimiento familiar, al cual ocultar y esconder
para que otros no sepan. El término ominoso en idioma alemán es heimlich, cuya
categoría lingüística es un oxímoron, pues concentra significados contrarios e
156
inseparables. Freud (1919/1986, vol. 17) estudió los orígenes de Heimlich y constató
la existencia de una angustia de horror.
Del mismo modo con las fuentes de la ignorancia inherentes al hombre, cuyos
prejuicios son inoculados por la cultura y la sociedad. El poder de las tradiciones y de
las doctrinas religiosas ciegan los ojos del observador y falsean la verdad que aparece
ante sus ojos.
Nuestra cultura es dinámica pero cambia lentamente el estado de las cosas sostenido
por las prácticas cotidianas y las experiencias subjetivas de los sujetos. Accedemos a
la cultura a través de las representaciones que las personas tienen sobre ella.
157
Las generaciones de más edad, inducen y obligan a las generaciones más jóvenes a
adoptar los modos de pensar, estilos de vida y comportamiento tradicionales, a través
de dichos procesos.
Para este trabajo, lo inesperado se vuelve una pregunta sin respuesta para las madres
¿por qué se suicidó, por qué lo hizo? La cual se mantiene en espera por años. En tal
sentido, un riesgo a prevenir es la identificación del sobreviviente con el suicida
(Pérez Barrero, 2005).
El suicidio es un acto mortal por medio del cual una persona pone fin a la propia
vida.
Para las madres sobrevivientes resulta difícil encontrar cómo expresar el conflicto de
las emociones. A nivel intrafamiliar y social, el suicidio concentra significados y
representa un tema prohibido.
Cabe preguntarse: ¿qué pasa con estos padres y madres, quienes sienten el dolor y
angustia por la pérdida del hijo/a?, ¿cómo es la convivencia del duelo con la
158
prohibición solapada de la sociedad que les impide manifestarse, les ignora y sofoca
su dolor?
Parecería ser que en este siglo XXI se catapultaron polaridades presentes en todos los
tiempos, pero difíciles de integrar para el psiquismo. Somos los únicos seres vivos que
sabemos de la finitud de la vida. Por lo tanto, vivir implica también saber de la
muerte. De la misma manera, vivir implica integrar el concepto de muerte como algo
ajeno a uno mismo como una forma de obtener el beneficio de la vida en vivir. Con el
advenimiento de la modernidad, el duelo era de costumbre y orden reconocerlo,
contrariamente a lo que parecería suceder hoy.
La muerte del hijo/a instala una nueva realidad subjetiva. Probablemente, haya que
volver a significar el “estar de duelo”. No necesariamente, el duelo como reactivador
de energías psíquicas, el cual representa un “estado transitorio”. Sino que las madres
de nuestro estudio tienen que asimilar la desaparición del hijo/a y hacer propia la
inexistencia del objeto, aunque éste exista como objeto perdido en lo psíquico
(Allouch, 1996).
Para Bourdieu, Chamboredon y Passeron (2005), «no hay operación por más
elemental y, en apariencia automática que sea de tratamiento de la información que
no implique una elección epistemológica e incluso una teoría del objeto» (p. 68). Es
posible conocer los hechos sociales hasta cierto punto. Se tiene conciencia de ellos a
través de las sensaciones e impresiones, así como también desde las ideas-fuerza y de
los conceptos explicativos que los circunscriben. Desde la misma perspectiva, la
construcción del objeto nunca puede resolverse de antemano y en forma definitiva
(Bourdieu et al., 2005). Ha sido una decisión metodológica de esta investigación
poner el centro en las voces de las participantes, debido a los escasos desarrollos sobre
la temática.
Esta investigación tiene un carácter social, pues para Denzin y Lincoln (2011) se
ubicaría dentro del movimiento basado en la evidencia, lo cual la define como una
actividad que sitúa al observador en el mundo.
159
Luego de haber expuesto el problema resulta un compromiso social y universitario dar
respuesta a ambas temáticas. Se considera que esta investigación tiene un compromiso
ético con la población y adquiere una relevancia que se aplica a diferentes
dimensiones.
Resulta relevante transmitir a toda la sociedad y sus instituciones que estos duelos
menoscaban todas las áreas de desempeño de la persona. Igualmente, para considerar
que los tiempos de recuperación ante la pérdida no son predecibles. Para poder
ayudarles, es fundamental comprender que en los padres sobrevivientes se mantiene el
anhelo y el deseo de volver al pasado para evitar el suicidio.
Reconocer y aceptar como sociedad que es un tema que genera rispideces y rechazos,
lo cual inconscientemente refuerza el tabú y los mitos alrededor.
Asimismo, hacer visible la importancia que representa que los padres abandonen la
dureza del castigo moral de echarse culpas, lo cual facilitaría la vivencia en estos
duelos. En igual sentido correrse del lugar de víctima como sobreviviente y poder
apropiarse de una posición activa para el cambio en sus condiciones de vida.
160
En el mismo sentido la investigación muestra la necesidad de capacitar en el
reconocimiento del riesgo suicida, en el tratamiento y seguimiento de los Intentos de
IAE.
De igual manera con el seguimiento de los efectos del suicidio sobre los
sobrevivientes. Indica la importancia de la capacitación de todo el personal de la
Salud, tanto técnicos como no técnicos.
Se entiende que las problemáticas sociales traspasan el límite del imaginario colectivo
sobre el suicidio y muestran su anclaje en la clínica individual. En este sentido hace
visible la necesidad de realizar diagnósticos más tempranos, en el tratamiento de los
traumas psicológicos y sus efectos, en las depresiones y en el uso problemático de
drogas, entre otras afecciones en el límite con la salud mental.
161
Por último contribuye a tomar conciencia de la necesidad de agudizar la mirada y la
escucha clínicas, del mismo modo para la formación específica en la temática.
Este estudio aporta visibilidad para precisar algunos conceptos teórico-clínicos, los
cuales ayudan a la comprensión de los procesos acompañantes en ellos. Asimismo,
desde un abordaje individual y social señala la necesidad de crear estrategias
innovadoras y contingentes, así como también para construir e interconectar
dispositivos de contención. Se considera necesario el acceso a la atención específica
con dispositivos individuales y grupales.
162
proceso aporta un enfoque que permite diagramar recursos psicosociales e integrar las
organizaciones de los apoyos en estos duelos. Desde una perspectiva de comunidades
resilientes.
2. CAPÍTULO II
Marco Teórico-Referencial
163
Seguidamente, se profundiza sobre las concepciones del duelo, las representaciones de
la pérdida de un hijo o una hija. Del mismo modo se caracterizan las particularidades
del duelo con relación al suicidio como la causa de la muerte.
Al final se presenta el concepto de resiliencia, sus manifestaciones y diferentes
recursos para enfrenar la pérdida. Se toma al Psicoanálisis como marco
teórico-referencial, del mismo modo que se articulan saberes desde una perspectiva
dialógica de aprendizajes colaborativos, se incluyen otros desarrollos teóricos de la
Psicología y de otras disciplinas.
El suicidio representa para la sintaxis del lenguaje una forma compuesta proveniente
del latín: «mod suicidium, y del lat. sui “de sí mismo” y -cidium “-cidio” […] Acción
y efecto de suicidarse» (Real Academia Española, 2014) .
De esta forma, el silencio que rodea al suicidio se perpetuaría desde la Edad Media.
Este fenómeno remite a la colisión de tres mundos: el estoico, la moral y el cristiano
(Murray 2000; O. Cit.). Aunque, en el Renacimiento se produjo la medicalización del
suicidio que las diferentes culturas han buscado capturar.
164
Amèry (1976) dice del suicidio que conforma el par conceptual suicidante-suicidario,
pues el sujeto lleva consigo el proyecto de muerte voluntaria, así como el acto
mediante el cual se extingue a sí mismo. Además, considera que el suicida manifiesta
dos cosas a través de su acto, la fidelidad a los pactos y al triunfo de un yo, que solo
se pertenece a sí mismo (O. Cit.). Desde una óptica diversa acerca del suicidio: Ya
sólo cuenta una sola cosa, lo que llamamos dignidad: el suicidario está decidido a ser
suicidante, y a no exponerse de nuevo al ridículo de la cotidianeidad alienante o a la
sabiduría de psicólogos o parientes, que suspirarán aliviados, pero a duras penas
podrán reprimir una sonrisa indulgente. (O. Cit., p. 96)
Asimismo, la OMS (2014) ubica tres estrategias para la prevención del suicidio:
165
Las estrategias selectivas se relacionan con las políticas o acciones dirigidas a la
prevención sobre los grupos vulnerables de personas que: han padecido traumas y/o
abusos, son familiares sobrevivientes de suicidas, son víctimas de conflictos bélicos
y/o desastres naturales y aquellas que son refugiadas y migrantes.
Las estrategias indicadas se relacionan con las acciones dirigidas al cuidado de las
personas vulnerables mediante el apoyo de la comunidad y el seguimiento posterior
desde las instituciones de salud. Para ello se propone la capacitación específica del
personal de la salud en la identificación de los trastornos mentales y en el uso y
consumo de sustancias.
Por consiguiente, para la OMS (2014)
166
También, vinculadas a las estrategias de prevención: fortalecer en el individuo la
identificación de factores protectores, tales como las relaciones personales sólidas, un
sistema personal de creencias y estrategias de afrontamiento positivas. (O. Cit.)
En cuanto al marco legal, el Poder Legislativo (2006) crea la «Ley 18.097 “Día
Nacional para la Prevención del Suicidio”, declarándose con ese fin el 17 de julio de
cada año. A nivel nacional, en el año 2004 el Poder Ejecutivo crea la Comisión
Nacional Honoraria de Prevención del Suicidio (CNHPS) con la participación de los
Ministerios de Salud Pública, de Educación y Cultura, del Interior y de Relaciones
Exteriores. Esta Comisión tiene como finalidad la coordinación de las estrategias
nacionales para la prevención de suicidios. Consecuencia directa de las estrategias
sanitarias a nivel mundial y nacional. En el año 2009 se integra la CNHPS presidida
por el MSP y en el 2010 se suma el Ministerio de Desarrollo Social, en lugar del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Además, se incorporan representantes de la
Universidad de la República al asesoramiento técnico. En el marco de esta Comisión
se elabora en el 2011 el “Plan Nacional de Prevención del Suicidio 2011-2015”, cuya
meta es la reducción de la mortalidad por suicidio en un 10% para el período
2011-2020 (CNHPS, 2011).
La OMS (2014) indica que la cultura en algunas sociedades del planeta constituye un
factor de riesgo suicida a considerar. Sobre esto suscribe que: «se ha observado
variabilidad cultural en cuanto al riesgo de suicidio […] la cultura puede aumentar el
riesgo de comportamientos suicidas o proteger contra estos» (O. Cit., p. 8)
167
inmortalidad del bienaventurado/desafortunado, que a entender de Ariès (2011)
«proporciona un espacio intermediario entre la muerte y la conclusión definitiva de la
vida» (p.122).
El ars moriendi o artes del buen morir surge en el siglo XV a partir del poderío y de
la preeminencia de la ley de Dios en la vida de las personas, de tal manera que la vida
después de la muerte y la salvación del alma adquirieron el valor de verdad absoluta
en la Edad Media. Las ars moriendi emergen como la recopilación de aquellas
prácticas sociales en prosecución del encuentro del hombre con la muerte y la
salvación de su alma, como alternativa de sobrevida frente a las últimas tentaciones
que le condenan.
Desde estas artes y de algunas costumbres medievales que perviven, Ariès (2011) dice
que «la habitación está llena de gente porque siempre se muere en público» (p. 124).
Este arte(s) consiste en la tensión entre el ritmo de los muertos y la parálisis de los
vivos. Un tiempo de incertidumbre «la de la hora de la muerte y la igualdad de los
hombres ante ella» (O. Cit., p. 133).
Para las ars moriendi, el suicidio aparece como una tentación: «“Mátate a ti
mismo”, le sugiere el diablo al enfermo que alza ya su puñal para matarse» (Rousset,
1936, en O. Cit., p. 141) Las ars moriendi adquieren otras manifestaciones aunque con
la subyacente negación de la muerte como la finitud del ser.
168
observan en las dificultades que tienen los adolescentes para acceder al mundo de los
adultos. Conforme al autor estas dificultades pueden llevar al alcoholismo, a la droga
y al suicidio» (O. Cit.) El fracaso y la muerte aparecen como par de opuestos al
triunfo y a la vida. Esto se comprueba en la realidad que data en las cifras, pues los
adolescentes constituyen una población de alto riesgo suicida.
En este sentido, la supresión del duelo se debe a un acto frívolo de los vivos, pues se
niegan a participar de la emoción triste de los que están de luto, que aparece ya en la
actualidad como un rasgo significativo de nuestra cultura. La muerte es excluida, «las
crisis de lágrimas se convierten en crisis de nervios.
El suicidio como la muerte por mano propia, para el duelo de los padres por un hijo/a
es una muerte que arrastra consigo la sobrevida.
La muerte de uno mismo como modelo triunfa en el siglo XIX como la representación
del más allá, lo cual se convierte en un lugar de encuentro de los vivos con aquellos
seres separados por la muerte y quienes nunca habrían aceptado esta separación.
(Ariès, 2011)
169
de un hijo/a. Mayormente, los desarrollos teóricos encontrados parten de conceptos de
duelo en sentido genérico y descriptivo.
En el mismo sentido, plantea que Lévinas sobre la prohibición del suicidio dice que no
es de tipo religioso, sino que es una resistencia a la oscuridad de la muerte, a la
imposibilidad de evadirse del ser. Esto equivaldría a la neutralización de los afectos y
a la ruptura por el interés pragmático de la vida cotidiana, lo cual implicaría una
liberación del alma para crear conocimiento (O. Cit.)
170
perspectiva de un sujeto-objeto de estudio (madres) enlazados en nudos
socio-psíquicos que les constituyen como tales. Las participantes permiten una
aproximación a la experiencia y vivencia de sujetos concretos, pues son las
acompañantes privilegiadas para introducir a la Psicología en esta temática (Araújo,
2013).
La especificidad del duelo como estado del alma queda inaugurado por la muerte de
un hijo/a, es uno de los matices más lastimosos que tiene la sociedad uruguaya frente
al suicidio.
Para Araújo «La Hipermodernidad irrumpe con la tercera revolución tecnológica […]
todo es movimiento: espacio-tiempo […] la descorporalización de los vínculos, la
desterritorialización del trabajo y del encuentro» (O. Cit., pp. 29-30). La
Hipermodernidad constituye un nuevo paradigma para pensar y repensar lo
esencialmente humano atrapado por las paradojas del tiempo, por la soledad afectiva
y el miedo, lo cual interpela el sentido de vida misma a través del sujeto afectado por
la angustia y el agotamiento del sentir. El cuestionamiento principal en este
paradigma es el tiempo y las velocidades y cómo afectan en la subjetividad los
cambios sociales. En tanto paradigma, «crea y recrea valores y habitus con tal
vertiginosidad que nos impacta y genera, al mismo tiempo, una sensación de asombro
y admiración y un sentimiento de estar “fuera de nosotros mismos”» (Araújo, 2013,
p. 33). El sujeto se debate en la temporalidad de las urgencias personales y colectivas.
El yo de cada individuo se diluye en una sociedad líquida, según Bauman (en O. Cit.)
La alteridad en los duelos está dada en la responsabilidad del otro de continuar la
obra del que se ausenta.
171
muerte, para decir sobre: la imposibilidad de contener el advenimiento de lo
absolutamente otro, lo ajeno, lo imprevisible […] la responsabilidad por el otro, sin
este responder por, sin el reconocimiento del otro como parte de mi ser, la vida no es
vida, ni la muerte, muerte. (p. 141).
En la línea identificatoria, hay autores que conciben una identidad intrincada entre
madres e hijos, a los cuales aquellas transmiten una vivencia de desamparo e
impotencia demasiado dolorosas para seguir viviendo. «Ellas se maternan por
proyección» (David, 2014, p. 118). Estas madres por identificación proyectiva
atribuyen a sus hijos/as todas las vivencias que le son propias (O. Cit.)
172
delirante. Freud también delimitó diferencias sustanciales, cuando afirmó que, en «el
duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo
mismo» (O. Cit., p. 243). Sin embargo, no pudo responder si era posible salir del duelo
cuando se trataba de la muerte de una hija.
Por consiguiente, en términos de “duelo normal” así tendría que advenir. Sin embargo,
el hijo/a como objeto-muerto no llegaría a configurarse como tal, pues es parte
constituyente de las representaciones del sí mismo del yo y atañe a la historia
autobiográfica. Por consiguiente, este duelo se asemejaría a recrear la imagen de un
agujero en el conjunto de la trama de las representaciones. La misma guardaría
relación con la repetición de experiencias traumáticas infantiles de pérdidas
significativas y de duelos no elaborados, mas no por ello podrían ser clasificados
como patológicos. Son duelos, en los que hay un vacío de representaciones (Manfredi,
Julián y Linetzky, 2007). En la línea de recuperación del objeto (muerto), no podría
realizarse pues no pudo ser representado como tal, por ende abre interrogantes.
173
sus vidas y sus sistemas de creencias. La tarea implica la recuperación de la capacidad
para redistribuir la energía hacia otros objetos significativos en su vida. (Loitegui,
2008).
Desde la antropología social, Robben (2006) señala que «la realidad y la fantasía son
difíciles de separar, ya que un padre se encuentra a mitad de camino entre la
esperanza de la vida y la resignación de la muerte» (p.30).
Klass (citado en Robben, 2006) dice que los padres terminan por aceptar la muerte de
sus hijos/as cuando han conocido todos sus detalles.
La duración del duelo, conforme a autores como Meza, García, Torres, Castillo, Sauri
y Martínez (2008): No se dispone de una respuesta a la pregunta de cuándo se ha
terminado un duelo. Más bien, debe considerarse que es imprescindible haber
completado las etapas; un punto de referencia de un duelo acabado es cuando la
persona es capaz de pensar sin dolor en el fallecido, cuando la persona puede volver
a invertir sus emociones en la vida y en los vivos. (2008, p. 29).
El criterio cronológico parecería ser el más claro para diferenciarlo del duelo
patológico, el cual se acompaña de un sentimiento de frustración por sentirse
impedidos de volver a alcanzar el bienestar emocional y el funcionamiento anterior
(Dollenz, 2003).
174
Acerca de los duelos complicados, (Meza, García, Torres, Sauri y Martínez, 2008)
toman la clasificación retirada luego del DSM-IV-TR 25, encontraron como primer
factor de riesgo para un duelo complicado haber perdido un hijo/a, seguido por la
pérdida de un cónyuge y familiares íntimos, se le suman las reacciones anormales y
los síntomas fuera de control en todo el proceso, formando parte de los criterios
diagnósticos. Estos duelos constituirían una modalidad de respuesta a medio camino,
entre lo normal, lo traumático y lo patológico. Estos duelos sacuden las bases
existenciales del sujeto, sin llegar a la profundidad estructural del duelo melancólico.
Meza et al. (2008) afirman que «se tiende a considerar que hay riesgo de duelo
patológico cuando el dolor moral se prolonga considerablemente en el tiempo;
cuando su intensidad no coincide con la personalidad previa del deudor» (p.30).
A partir de ahí una pregunta recurrente que no se responde ¿por qué a mí? El interés
libidinal (vital) es retirado del objeto de amor (hijo/a) a causa del padecimiento. Este
mecanismo opera para sanar heridas, retirar las investiduras externas y traerlas hacia
sí, en lo que Freud dice “el decaimiento de la disposición de amar” (1915, p.79). Las
175
investiduras son devueltas al volver a amar para después de curarse. Profundizar en
estos duelos tiene el propósito de prevenir la patologización y cronicidad de los
mismos. Se hace acuerdo con Freud cuando en Introducción al Narcisismo (1915)
decía: «Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a
amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una
frustración no puede amar» (p.82)
En Duelo y Melancolía Freud afirma que en «el duelo, el mundo se ha hecho pobre y
vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo» (1915, p. 243). Sin embargo, no
pudo responderse si era posible salir del duelo cuando se trataba de la muerte de un
hijo/a. El conflicto en el duelo podría no resolverse a nivel inter-sistémico, sino que
los afectos ambivalentes podrían no resignar las investiduras sobre el objeto perdido.
La pretensión de deslindar a estos duelos de los clasificados como patológicos parte
de la caracterización que Freud en 1915 hace de la melancolía.
176
En el duelo por la muerte de un hijo/a pueden observarse estados similares a la
descripción que Freud hace de ella: el profundo desasosiego y desesperación, la
cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la
inhibición de la productividad, las perturbaciones en el sentimiento de sí, los
auto-reproches y auto-denigraciones, hasta una expectativa delirante de castigo,
simultáneamente a una culpa sentida. Parcialmente hacemos acuerdo con Freud
cuando diferencia al duelo de la melancolía, cuando dice: «si consideramos que el
duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del
sentimiento de sí» (1915, p. 242).
Visto así, el duelo representaría para la persona que en la pérdida del objeto amado
sabría qué y/o a quién perdió. Sin embargo, los límites inter-sistémicos se tornan
difusos en la melancolía, pues para Freud la pérdida sucede en un nivel no-consciente
y sobre la representación inconsciente del objeto.
Sobre ese concepto de duelo Allouch (1996) dice que dicha perspectiva el duelo es
pensado como reemplazo del objeto perdido por otro sustituible, por haber centrado su
desarrollo sobre la separación de la melancolía. No obstante, Freud vuelve sobre el
duelo e indica que «la libido se aferra a sus objetos y no quiere abandonar los perdidos
aunque el sustituto ya esté aguardando. Eso, entonces, es el duelo» (1915, pp.
310-311).
Ahora bien, ¿qué ocurrirá cuando hay una sobrevida del muerto en el espacio
psíquico y no se resigna al objeto perdido?
Allouch (1996) discrepa con la teoría del duelo de Freud, quien dice que se esboza una
mirada romántica por la felicidad de reencuentro con él. Mientras tanto, ¿qué ocurre
con las investiduras libidinales del objeto, con la subjetivación y representación
muerte?
177
los hijos/as podría ser que resultase interferida, por causa de una interpelación
dolorosa de aquello que proviene del exterior para su enmienda. De esta manera
resultaría mediatizada la dolorosa realidad. La subjetivación es un proceso inherente
al sujeto, quien se forma, deforma, transforma y metamorfosea a lo largo de toda su
existencia. Este sujeto es el producto de procesos grupales, mientras que el proceso de
subjetivación se nutre de los aportes de las subjetividades del grupo y de las
generaciones precedentes. Dicho proceso supone la inclusión de la organización
narcisista y subjetiva de los otros en la propia organización subjetiva del sujeto.
(Konicheckis, 2008)
Araújo atrae otra mirada sobre el sujeto: «las emociones son los relojes de la
subjetividad…Brindan indicaciones de un valor inestimable sobre la manera en que
los fenómenos sociales son sentidos, experimentados” (2013, p. 15). ¿A qué
subjetividades se hace referencia?, a una subjetividad cuyas trazas intentaremos dar
cuenta en este trabajo, la cual pretende objetivar y profundizar sobre las consecuencias
de un fenómeno tan relevante como escasamente estudiado.
También son épocas de reconfiguración de los intersticios del entramado social, que
determinan «nuevas formas de vivir los vínculos y vivirse como sujeto social
complejo» (Rheáume, 2011, en Araújo, 2013)
Para Freud en Pulsiones y Destinos de Pulsión (1915) dice que la vida anímica se rige
por tres polaridades: «sujeto (yo)-objeto (mundo exterior), placer-displacer y activo
pasivo» (p. 128). El sujeto desarrolla un papel activo en las relaciones yo-no-yo, quien
se encuentra indefenso ante los estímulos pulsionales. La pulsión se define como un
«concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico
de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma» (O. Cit., p.
108). En el mismo sentido, el yo-sujeto es parcialmente inactivo desde el inicio de la
vida anímica, debido que satisface las pulsiones en sí mismo, estado al que denominó
narcisismo. El yo-sujeto-activo es considerado en su obra como yo-sujeto-pasivo
frente al problema económico del masoquismo, pues para Freud «el mirar precede al
ser mirado» (O. Cit., p. 125); y viceversa. Es necesario hilvanar conceptos en la
construcción de una noción de sujeto para referenciar. Este sujeto es en relación a
otros y con otros en un espacio inter-subjetivo, pues resulta necesario relativizar la
polaridad del yo activo-pasivo freudiano. Una de las funciones del yo es catectizar la
178
permanencia de una coherencia identificatoria. «El yo comprende el conjunto de las
posiciones y enunciados identificatorios en los que se ha reconocido en forma
sucesiva » (Aulagnier, 1997, p. 174). Estos enunciados sometidos por el yo al juicio
de realidad podrían ser mantenidos o rechazados en su historicidad, de tal forma que
el yo acceda a un proyecto futuro y preserve el recuerdo de dichos enunciados.
Conforme a la autora, «el yo no es nada más que el saber del yo sobre el yo» (O. Cit.,
p. 168). Diferenciamos al sujeto del ideal del yo o yo ideal (Aulagnier, 1997). Este
sujeto es un sujeto del grupo, en tanto encierra una problemática identificatoria y una
singularidad que va más allá de dos interlocutores. El yo adviniendo como sujeto sería
aquel que privilegia algunas representaciones por sobre otras, negocia las compartidas
por el conjunto o grupo con aquellas que subroga el derecho de repetir y afirmar como
verdaderas. El grupo brinda una parte del soporte a la libido narcisista que el yo
necesita, ni el saber materno ni el paterno son garantes suficientes para la certeza del
sujeto acerca del origen (O. Cit.).
Freud (1915) en Lo Inconsciente dice que existe una conciencia de la cual no se tiene
un conocimiento cabal, concepto al cual en principio denominó “conciencia segunda”,
para después abandonarlo. En contraste, la misma guardaba estrecha relación con los
contenidos socialmente compartidos por la conciencia. Luego afirmaba que no podía
llamársela conciencia inconsciente, ya que el término en sí mismo era contradictorio,
pero aún así, los procesos anímicos latentes conforman una independencia recíproca
respecto a aquellos inconscientes. Nuevamente, como en Lo Ominoso (1919) aparece
la contradicción, pues la reciprocidad lleva consigo una correspondencia de ambos
procesos (conscientes inconscientes). Por lo tanto esta independencia no sería más que
una dependencia entre unas y otras representaciones. También problematiza lo que es
ajeno y contraría a la conciencia de aquello que al mismo tiempo no se rechaza, sino
que resulta familiarmente conocido. Esto confirmaba que el inconsciente seguía
siendo una noción ambigua. En esta connivencia pulsan los actos psíquicos que
carecen de conciencia. Freud plantea que existe una escisión en las actividades del
alma, la cual se manifiesta a través del fenómeno de “doble conciencia”. Para él, la
misma conciencia se mueve de un campo al otro en aras de mantener un equilibrio.
179
Empero, cuando se trata de la muerte de un hijo/a es un hecho tan contundente que se
mantiene ajeno por el dolor y el peso de lo externo, pero al mismo tiempo es familiar
en los intersticios psíquicos, innegablemente. Aquello que aparece como vivido, pero
no parece real. La teoría freudiana de fijación y de regresión de la libido a etapas de
fijación en el desarrollo psicosexual, es una de la series que fundamenta el malestar
psíquico. Para Freud (1916) no siempre la supresión de los síntomas es el camino para
alcanzar la cura. La complementariedad del desarrollo es un modelo, el cual le
permitió a Freud pensar los movimientos inter-sistémicos que equilibran el aparato
anímico.
Se considera que hay un trauma ocasionado por estas pérdidas en el mismo ser del
sujeto. De igual forma, la importancia patógena de algunas vivencias infantiles – no
estrictamente de origen sexual – atraen hacia sí otras vivencias posteriores de la
adultez, con igual intensidad angustiosa. Una complementariedad entre lo ajeno
externo (dolor de la muerte) y lo familiar (vivencias infantiles), dado que sería un
sufrimiento del sujeto del cual se sabe y del cual se queja.
En igual sentido, el trauma para Vieta (2007) sería la conformación del par
“exclusivamente-excluído”. En su investigación acerca del concepto de espacio
mental sostiene que existe una disociación en este espacio, cuyas expresiones clínicas
dan cuenta de que en él existen un espacio de exclusividad y otro de lo excluido
coexistentes. Desde la dimensión simbólica que tendría que asignarse al hijo/a muerto.
El duelo como proceso en estas madres puede quedar congelado o colgado hacia un
vacío inmenso, de una «ausencia que no termina de constituirse» (O. Cit., p. 14). El
hijo/a como objeto de amor perdido pervive en el psiquismo de las madres como tal,
más allá del conocimiento de un cuerpo enterrado. Una contradicción que mantiene el
conflicto como una condición simbólica para asimilar.
180
Desde la perspectiva de la psicoterapia relacional se ha investigado la
complementariedad en la relación espacio y tiempo mental. En el primero
(exclusividad) «la relación con el objeto es ideal […] en dicho espacio todo es
perfecto, ya que el objeto es sentido como omnipotente y el tiempo está parado o es
eterno» (Vieta, 2007, p. 112). Mientras que en el segundo (lo excluído) predominan
las ansiedades persecutorias de todos aquellos afectos que procuran mantener la
relación fusional o de dependencia con el objeto perdido. Toda relación se da en un
espacio y tiempo, físico-psíquico y externo-interno. La teoría psicoanalítica ha
intentado explicar el funcionamiento mental a través de términos espaciales. Sin
embargo, dice Vieta «la dimensión temporal ya desde Freud, ha impregnado toda la
teoría – fijación, regresión, compulsión a la repetición, fases, après-coup, timing, etc.»
(O. Cit.). La dificultad en teorizar más allá de la dimensión temporal puede ser
atribuida a nuestra cultura occidental y los requerimientos positivistas de secuenciar y
clasificar los objetos de conocimiento.
Ariès (1992; en Allouch, 1996) denomina a este fenómeno como “muerte excluida” o
la “muerte invertida”, dado que ya no es un hecho público. Se le impone al doliente
sufrir a escondidas cuando antes era un mandato social.
En el mismo sentido, sería paradojal pensar que la duración de estos duelos puede
ser pronosticada, del mismo modo que el duelo puede ser clasificado en categorías de
normal/patológico. Igualmente considerar que negar la pérdida podría eludir el dolor.
181
tranquilidad afectiva, una continuidad subjetiva» (De Gaulejac; en Araújo, 2013, p.
148)
Allouch (1996) reflexiona sobre los cambios sociales y sobre la concepción de estar
de duelo, afirma que «ya no hay duelo, no solamente con relación al grupo sino,
también por esto en sí mismo. Convertido en indecente, el duelo llega incluso hasta
declararse como si ya no existiera […] la familia no lleva el luto» (p. 156).
La muerte hacia fines del siglo XIX con el crecimiento industrial de la Modernidad
dejó de ser considerada un acontecimiento social.
En el siglo XXI, «una sociedad que busca patologizar el dolor de las víctimas o
anular la distinción y asimetría existente en la relación víctima–victimario, también
crea condiciones de impunidad y olvido que lesiona a las víctimas» (Markez,
Fernández y Pérez, 2009, p. 41). Adicionalmente, la estigmatización social sobre el
suicidio.
182
Allouch (1996) dice de Freud que él no llegó a reconocer la muerte de su hija en las
cartas a Jones y a Ferenczi. Asimismo, encontró que Freud decía que si bien era una
desgracia para él, mientras estuviera en pie tenía que vivir y trabajar. También, critica
la teoría del objeto de amor perdido y reemplazado por otro. Del mismo modo, en el
caso de la muerte de la hija no resulta útil pensar la repetida frase de «lo sé bien…
pero aún así […] no tenga cuidado por mí, sigo siendo el mismo» (O. Cit., pp.
170-171). La renegación del dolor por parte Freud, parecería reafirmar su teoría de
duelo normal/patológico.
Esta muerte es una situación disruptiva para la vida psíquica, la cual se caracteriza
por conformar un conjunto, donde el evento fáctico externo (la muerte traumática)
desestabiliza el funcionamiento psíquico.
183
c) la de la significación cuando un observador o el propio agredido le asignan al
acto el exceso y la connotación negativa para la víctima.
Estos autores sobre Durkheim y el suicidio (1897) dicen que si bien es una decisión
individual está enmarcada en lo que ellos llaman violencia social de fuerte raigambre
cultural. En igual sentido señalan que este tipo de violencia ha perdido fuerza frente a
otras etiquetas posteriores de las últimas décadas: violencia de género, sexual, escolar,
entre otras.
La violencia de la muerte intrépida del hijo/a sobre las madres víctimas de ella hacen
pendular la estructura psíquica. Para Aulagnier (1977) «la representatividad designa
la posibilidad de determinados objetos de situarse en el esquema relacional» (p. 31).
Esta posibilidad sería inasequible, pues resulta imposible establecer una relación con
un objeto presente y ausente, así como lo es la contradicción de existir pero no existir
más.
184
Aulagnier (1977) destaca la importancia de las relaciones del infans y de la
interacción socio-individual para la estructuración psíquica. Propone un modelo
tópico del aparato anímico en función de espacios psíquicos. Por esta causa y/o
consecuencia, diferencia entre dos tipos de violencia: primaria y secundaria. La
violencia primaria es ejercida desde el exterior como una primera violación del
espacio psíquico. Mientras que la violencia secundaria, cuyas bases se asientan en su
predecesora, representa un exceso perjudicial e innecesario para el funcionamiento del
yo.
El suicidio como tal es un acto homicida contra sí mismo, las reacciones psíquicas que
sobrevienen posteriormente son del orden de lo traumático a causa del impacto que la
situación disruptiva trae consigo. En el mismo sentido, en función de la situación
disruptiva y de lo traumático (Benyakar y Lezica (2004, Vol. 1) sería válido
preguntarse si estos duelos son potencialmente traumatogénicos.
A priori parecen ser duelos que tendrán complicaciones. Estos se agravan por el
vínculo y por tratarse de la pérdida de un hijo/a, lo cual sería esperable que configure
una situación traumática y disruptiva al mismo tiempo. Este duelo instala un
desequilibrio mayúsculo en el inter-juego de energías psíquicas.
185
disfunción traumática, y no toda disfunción de este tipo se instala a causa de un evento
único y claramente detectable» (Benyakar y Lezica, 2004, Vol. 1, pp. 17-18).
Para Araújo (2013), una epistemología humilde de los límites implicaría la asunción
de la autoría y de ser el actor responsable de ese tiempo que el sujeto transforma y es
transformado por él. Parecería ser que negar el pasaje del tiempo pretende evitar el
malestar, se le retiene cual pertenencia. Tener o no tener tiempo, se gana o se pierde.
La idea de un tiempo y de los tiempos en el duelo, de la misma manera se impone un
cambio a la subjetividad, mueve en el presente temporalidades inconscientes que no
siempre concuerdan con la percepción que se tiene del tiempo. Todo duelo modifica el
estado anterior de las cosas, un posible decurso del mismo podría asimilarse a la idea
que para conquistar un futuro se debe partir a una reconquista del pasado, así es
referido Octavio Paz por la autora (O. Cit.)
186
conforman una unidad interrelacionada» (p.18). Sin embargo, no podría desligarse de
la situación disruptiva del nuevo escenario psíquico y tampoco del trauma acontecido
en el yo. En el encuentro de ambos transcurre la experiencia de las madres en el duelo.
187
busca – cual si fuera una escena teatral – los autores y actores que se le presentan
como impensables en busca de pensamientos (Konicheckis, 2008).
Una de las dimensiones sociales de esta herida en el yo, aparece bajo la vergüenza de
tomarse – quizás – demasiado tiempo para volver a estar como se estaba antes de la
muerte del hijo/a. Esta prisa sería producto del temor de ser descartado afectivamente
por los otros y ser considerado “un problema” a solucionar ya. No queda tiempo para
producir, por lo tanto parecería no destinarse un lugar, espacio y tiempo para los
procesos. Para evitar la desinserción social y la exclusión, el sujeto se embarca en una
lucha solitaria que profundiza el resquebrajamiento de solidaridades.
En base a las experiencias observadas sería válido anticipar y considerar que las
representaciones atañen al objeto y que el afecto tendría una estructura doble: «a la
vez el afecto hacia el objeto y afecto como afecto del yo; uno y otro se pueden
confundir y no siempre el yo es capaz de establecer la diferencia» (O. Cit. p. 133)
Esta diferencia parece ser clave en los duelos. Correspondería precisar algunos
aspectos que definen posiciones, para diferenciar lo que sucedió de lo sucedido y la
situación traumática del trauma que daña y causa este dolor, la herida psíquica.
188
También, diferenciar lo fáctico externo de lo interno angustiante, lo cual contribuye a
alcanzar una visión más compleja para comprender que el hijo/a es una propiedad
interior del alma y un componente del propio yo.
Desde la perspectiva del sujeto, hay un desgarro por la pérdida, una sensación de
desvalimiento interior frente a angustias de separación y muerte, así como también el
conflicto por las tensiones contradictorias. El yo intenta salvaguardar la unidad de sí
mismo en simultáneo a que rechaza una parte de sí mismo. Del mismo modo,
sobrellevar el dolor de la contienda con la dignidad suficiente para no desmoronarse,
resistir el sufrimiento y proteger la subjetividad.
Para Green (1986), el yo no es el único que padece los efectos del trauma, sino que el
mundo de los afectos se encuentra amenazado. Debe reaccionar ante la angustia de
depender del objeto y no tenerlo consigo, como antes. «La imposibilidad de esta
reunificación desorganiza al yo» (1986, p. 134).
El yo del sujeto se concibe como el resultado de la diferenciación de una parte del ello
por influjo del mundo exterior. El yo sería como una red de operaciones e instancia
intermedia, sin representaciones de sí mismo. Aunque, sí se puede decir del yo que
189
concentra un conjunto de operaciones lógicas, cognitivas y afectivas (O. Cit.). Se
puede decir que tales características del yo le confieren una lógica de funcionamiento
de cambiavía u operador de funciones, pero sin representaciones de sí mismo. Esto de
por sí puede crear divergencias y discrepancias, dado que este operador (el yo) bien
puede verse a sí mismo operante y por ende puede representarse.
En estos duelos existe dolor psíquico, del cual busca el yo defender a todo el
psiquismo. Del mismo modo, el yo a través de sus mecanismos se defiende del
displacer cuasi permanente proveniente de aquel objeto, por ser y representar ser el
causante de ese dolor. El mismo queda circunscripto a una zona intermedia entre lo
interno y lo externo al psiquismo. El objeto atemorizante o fantasmal sería capturado
en un espacio psíquico intersticial, el cual lo cobija transitoriamente y atrae hacia sí –
cual si fuera un imán – la energía libidinal.
190
Dicho dolor sería el «producto de lo que Massud Khan ha llamado traumas
acumulativos […] como Freud lo describió, el de una experiencia traumática interna
contínua» (Green, 1986, p. 145)
Los sujetos (madres) viven la contradicción de una apariencia normal y una invalidez
interior, conjuntamente a verse invadidos por representaciones de objeto que
vampirizan al yo (Green, 1986). La coexistencia de temporalidades no-sincrónicas
(entre el diario vivir y el presente psíquico) ponen al yo en encrucijada y en una
encrucijada, como se propuso anteriormente. El yo se debate entre controlar al
objeto-trauma y ser controlado por él.
Las capacidades de resistir y de tolerar el duelo anclan en el yo, pues para él «perder
el objeto es perderse a sí mismo» (Green, 1986, p.146). De la misma manera, la
vivencia de la pérdida está ligada a la vida desconocida del objeto, a partir de la
muerte. La preocupación sobre el destino final del objeto es un impensable que alude
a un no-lugar físico y tampoco psíquico (cuerpo y objeto).
Las resistencias a estos tránsitos y atravesamientos dan cuenta de las dificultades que
se presentan en estos duelos, pues en la reacomodación del mundo interno el yo es
obligado a administrar los recursos psíquicos para representar una ausencia tan
presente del objeto. «La frialdad, la distancia, la indiferencia, se convierten en
eficaces escudos contra los golpes que vienen del objeto» (O. Cit., p. 151). Por estas
causas, la caparazón narcisista tras las defensas igualmente puede ser vulnerable ante
el objeto-trauma (hijo/a).
La muerte de un hijo/a hace que padre y madre se cuestionen acerca de sus propias
creencias personales y culturales, pues entran en conflicto los preceptos morales con
las percepciones respecto a la vida misma. Allí donde la muerte de un hijo/a, «deja
oraciones inconclusas y palabras sin decir […] donde la vida se desmorona y deja de
191
tener sentido», (Gutiérrez-Cuevas, 2009, p. 1). Frente a la necesidad desesperada de
encontrar respuestas para mitigar el dolor.
El registro del suicidio y la muerte del hijo/a, es pasible de mutar hacia una
representación contradictoria con el tiempo, que evada el conflicto y asegure la
continuidad psíquica a través de la figurabilidad. Este mecanismo inconsciente
podría enmascarar la dirección de los pensamientos, que rozan la percepción
traumática del vacío (Botella y Botella, 2003). La figurabilidad representaría una
expresión, cuyo estilo sería como comprender que el hijo/a se murió pero no poder
comprender por qué no está.
Aquí haremos un recorrido por algunos modelos que pueden ayudar a pensar estos
duelos. Tomaremos algunas descripciones que son comunes a unos y difieren de otros.
A nivel general los duelos aparecen descritos en función a: etapas, fases y momentos,
del misma manera con las emociones expresadas, la relación con el fallecido/a y las
causas de la muerte, entre otros criterios clasificatorios.
El modelo de duelo que plantea Parkes (1998) se basa en momentos o procesos, los
cuales se manifestarían de manera secuencial:
1.) Impacto,
2.) entorpecimiento,
3.) período de enganchamiento o de añoranza,
4.) desorganización y desesperanza, y
5.) reorganización (en Tizón, 2004)
Conforme a otro de los modelos, para Bowlby (1983) el duelo transcurre en cuatro
fases:
192
1.) incredulidad y embotamiento de la sensibilidad, puede durar horas hasta una
semana, cuyas características serían el impacto, la crisis y la protesta,
2.) añoranza y anhelo, búsqueda de la figura perdida; de meses a años,
3.) de desorganización y desesperanza, y
4.) de mayor o menor reorganización, desapego y/o depresión (en O. Cit.).
Finalmente, varias preguntas sobre el estudio y los modelos presentados aquí con
relación a los duelos a analizar. Es de considerar, que el sujeto concebido allí se
corresponde con un sujeto de la modernidad.
193
también producto de una transición de paradigmas, Modernidad e
Hipermodernidad
En función de los estatutos que adquieren los objetos internos recopila una
clasificación que es oportuna. Con relación a la especificidad de la cuestión de la
muerte toma de Fedida la noción de objeto reliquia, cuya característica es la capacidad
de transformarse en sus cualidades «como forma de ensalzamiento y de recomposición
a nivel imaginario de lo siniestro […] de un carácter altamente volátil» (O. Cit., pp.
184-185). Este objeto sería tan preciado para el sujeto, que en su esencia lo presente es
la ausencia (el muerto) que a su vez sostiene la anulación de la ausencia. Asimismo,
194
en su interpretación del texto de Freud Tótem y Tabú los muertos condensarían el
deseo del reencuentro con ellos y el deseo de la anulación de la muerte (O. Cit.).
Sobre las reliquias, dice Bleichmar «se producen en dos situaciones: en situaciones
de sacralización o en situaciones donde es absolutamente intolerable la muerte»
(2009, p. 185). En su lectura sobre Fedida y sobre el concepto de objeto reliquia,
afirma que sería como «la fetichización patológica de los actos normales que se
correlacionan con el duelo […] se corresponde, a nivel de la muerte, con lo que el
objeto fetiche implica a nivel de la castración» (O. Cit., p. 186), como la indiciaria del
mismo. Sin embargo, concluiría que las formas metafóricas de conservación del objeto
– como una reliquia – a largo plazo no son tan patológicas.
195
Igualmente importante sería pensar sobre cómo podrían estar constituidas las
relaciones internas en la madre con los objetos constituyentes de su psiquismo infantil.
En esta línea, Bollas (1991) concibe al yo como proceso organizador inconsciente y
como reflejo de la estructura mental, el cual se desarrolla a partir de la dialéctica de
lo interior y de lo exterior. «Todas las actitudes, sentimientos y operaciones del yo
indican […] la huella de una relación de objeto» (O. Cit., p. 23). Asimismo, las
formas de presentación de los sujetos en tiempo y espacio podrían representar la
relación con sus propios padres. Del mismo modo que el idioma espacio-temporal
refleja – para este autor – el registro que el yo conserva de sus experiencias tempranas.
«Es una forma de saber a la que le falta ser pensada, y constituye parte de lo sabido
no pensado» (O. Cit., p. 67). El yo es la huella de un vínculo con los padres o con
quienes hayan cumplido tales funciones, lo cual significa las formas de
relacionamiento que el yo del sujeto mantiene consigo mismo. Esto expresaría la
internalización que como objeto hubo del proceso de relacionamiento parental.
«Representa una puesta en escena interior de relación de objeto» (O. Cit., p. 66).
¿En qué medida resulta importante conocer cómo el sujeto se trata a sí mismo? Para
conocer los cuidados que sobre sí mismo realiza tomándose como objeto. En estos
duelos sería significativa la función que el yo (de las madres) pueda asumir. Tiene
procedimientos que pueden ser desconocidos para el sujeto, así como también lo
puede llegar a ser la capacidad o incapacidad de transformarse a sí mismo. A causa
de que «hereda los procesos de cuidado yoico» (Bollas, 1991, p. 74).
196
Benyakar y Lezica (2004, Vol. 1), sostienen que el vivenciar traumático tiene como
afecto principal la angustia y tres afectos más emergentes a las complejidades que
bordean al trauma: el desvalimiento, el desamparo y el vacío. Proponen que pueden
ser enlazados en función de tres conceptos activos que otorgan entidad a la concepción
de “ligar”. La cohesión como una primera acción para la interrelación sincrónica de
los componentes del complejo traumático, articular para la unión funcional entre los
afectos y las representaciones existentes y ligar en estricto sentido. Dichos procesos
guardan relación con los afectos emergentes de raíz infantil, que ligan o enlazan estos
afectos desarticulados y sin representación de la vivencia traumática. Correspondería a
ligar afectos con afectos, como un tercer tiempo de los tres tiempos del trauma,
propuesto como «momento rearticulador», o momento de la cura. (O. Cit. p. 176)
El modelo de los tiempos del duelo que propone Bauab (2012), orienta a pensar los
duelos en función de tres tiempos.
Tercer tiempo, se caracteriza por una posición activa del sujeto, en la cual consuma
por segunda vez la pérdida. «Matando al muerto… o perdiendo en lo simbólico lo que
había sido perdido en lo real» (O. Cit., p. 28)
Bauab (2012) afirma que hay duelos más difíciles de elaborar que otros, entre ellos el
suicidio de un familiar, pues per se acarrea una enorme culpa. En relación con la
sustitución del objeto perdido, lo irremplazable se resolvería en una serie de
sustituciones infinitas del mismo (Safouan; en O. Cit.)
197
2.10 Un aprendizaje, una enseñanza
Conocer el camino que toman estos duelos es parte central de esta investigación.
Quizás en función de la incertidumbre de lo impredecible, habría que pensar no tanto
en términos de finalización de un duelo, sino de aperturas.
Aunque, en esta concepción aparecería desdibujado el rol activo del sujeto. Cyrulnik
(2009) considera que la resiliencia es un proceso que puede activarse o bloquearse, el
cual depende directamente de la organización del apoyo recibido por el sujeto
después de un trauma. En función de estos apoyos, indica que la negligencia afectiva
de una familia puede paralizar este proceso y las personas corren el riesgo de
encerrarse en sí mismas, como una «especie de campo de refugiados psíquicos» (O.
Cit., p. 52).
Para emprender o reactivar este proceso resiliente, las personas apelan a buscar en las
viejas heridas aquellos aprendizajes que permiten no solo afrontar el trauma de la
pérdida sino también adaptarse. «En la agonía psíquica posterior a un trauma
tampoco hay un prójimo. Cuando uno recupera la vida, hay que volver a pensar todo»
(O. Cit., p. 114)
De esta manera, Cyrulnik (2009) considera que «el trauma produce quebranto: esta es
su definición. Y la resiliencia, que permite volver a vivir, asocia el sufrimiento con el
placer de triunfar sobre él» (p. 56). En consecuencia, el grado de afectación del
trauma depende de la confianza interior adquirida anteriormente. La resiliencia como
198
capacidad protectora ha comenzado a pensarse como un enfoque o un paradigma,
para enfrentar situaciones de desastres naturales o de guerra, donde el trauma
psicológico es una consecuencia esperable.
Lamas (2009) indica que en los últimos años hay una preferencia en pensar que la
resiliencia es una cualidad de resistencia, que las personas utilizan para rehacerse
ante situaciones traumáticas y/o pérdidas en pos de una proyección en el futuro.
Incluso para las pérdidas consideradas como más graves, la muerte de un hijo/a.
Asimismo, señala que se investiga la resiliencia como factor protector, la cual
parecería no tener predisposiciones genéticas. Es definida como una capacidad que
no es fija y que puede variar en función del tiempo y las circunstancias. En cuanto a
la génesis, dice que participan elementos como la naturaleza y la educación, así como
también la persona y su actitud frente a otras situaciones de vida dolorosas y
similares.
La resiliencia en estos duelos no podría ser pensada como la resolución de un
trauma, sino que habría de pensar en un nuevo destino para el trauma psicológico.
Esto implica una nueva posición subjetiva e incluye la capacidad de transformación de
sí mismos. Pese al sufrimiento y al determinismo patogénico de los efectos
traumáticos sería un acto de rebeldía creativo modificar las condiciones de existencia
(Rozenfeld, 2005; en Zukerfeld y Zonis, 2005)
En estos duelos la resiliencia es una capacidad que permitiría a las madres transitar
con más apoyo para el afrontamiento de las angustias y del dolor. Zukerfeld y Zonis
(2005) proponen que los procesos terciarios cumplen una función en el psiquismo
impactado por los efectos traumáticos. Dichos procesos son funcionales – valga la
redundancia – al funcionamiento psíquico, los cuales se relacionan con la creación y la
construcción de una nueva subjetividad, a partir de la inclusión de nuevas prácticas
sociales y de la resiliencia.
Es pertinente definir cuáles son las características de los procesos terciarios, los
cuales representan una noción metapsicológica del aparato psíquico, cuya
característica principal es la creación de lo nuevo. Al igual que Käes los autores se
enfocan en la preeminencia de los vínculos intersubjetivos. Dichos procesos tratarán
de investir lo nunca investido anteriormente, para crear nuevas condiciones psíquicas
(Zukerfeld y Zonis, 2005). A causa de una vulnerabilidad a transformar mediante la
acción y efecto de los vínculos, lo que es denominada como una «posición subjetiva
resiliente» (O. Cit., p. 41).
De esta forma, las madres para afrontar la adversidad en el duelo por esta pérdidas
tendrían que adaptarse a una forzada y nueva realidad psíquica. Esto llevaría consigo
199
nuevos comportamientos orientados a transformar la realidad externa y ampliar el
conocimiento de sus propias fortalezas.
200
6.1.2. Violencia intrafamiliar y maltrato infantil
Se constata que en todos los casos habrían existido actos de violencia intrafamiliar de
tipo física y psicológica, la cual era ejercida sobre las madres y sobre sus hijos e hijas.
Del mismo modo, se encontró la repetición de estos hechos a través de relaciones de
pareja conflictivas, las cuales incurrían en amenazas de abandono o separación. Las
pérdidas reales o inminentes constituyen un factor de riesgo, las mismas pudieron
exceder el umbral de estrés que ellos/as pudieron haber tolerado.
Al considerar que en todos los casos estudiados existió violencia y/o abandono por
parte de las figuras de las cuales se espera cuidado y protección en la infancia. Estas
situaciones constituyen una situación traumática que no pudo ser elaborada. Se infiere
que en estos hijo/as frente a la pérdida de un vínculo significativo se reactivan
angustias intolerables de las vivencias de desvalimiento y desamparo. Y, por
consiguiente, la vivencia de vacío traumático
201
Se podría afirmar que los traumas psicológicos infantiles, los cuales se acompañan de
vivencias de vacío interior y de angustias terroríficas, podrían ser especificado en la
clasificación como riesgo, dada la entidad del suicidio. Empero sí lo son la violencia y
el maltrato infantil.
Se encontró que todas las madres se realizaban una misma pregunta ¿por qué a mí?
También, que el suicidio del hijo/a fue tomado como algo que les ocurrió a ellas
mismas; una especie de causa y consecuencia de un mismo dolor. Asimismo, con las
contradicciones por no comprender cómo sus hijos/as pudieron darse muerte.
Todas las madres trataron de construir una teoría sobre los hechos para tener una
respuesta para sí mismas y para los otros, lo cual realizan al buscar información y
testigos que pudieran ayudarles con ese fin. Se consideró un hallazgo el carácter
testimonial que tomaron los relatos en las entrevistas, lo cual se comprueba a raíz del
tiempo utilizado para brindar detalles de los momentos previos y posteriores al
suicidio.
Las características que se desprenden de estos duelos no son un producto neto de los
relatos. Sino, que las mismas son conclusiones a las que se arribó luego del análisis de
los contenidos y de las síntesis de los relatos de entrevistas. Los resultados fueron
controlados metodológicamente por triangulación de datos.
Se concluye que los duelos a partir del suicidio de un hijo/a adquieren expresiones
diferentes en cada caso y procesos que son similares, aunque no distintos. Dichos
procesos se hallaron en todos los casos, independientemente del tiempo cronológico
de la pérdida.
Se puede concluir que a pesar del tiempo transcurrido, los duelos igualmente
presentan las siguientes características:
202
Apelamos a la metáfora para mostrar las conclusiones a las que se arribaron, en
función del carácter acumulativo de las palabras así como los conceptos
fundamentados en la investigación, que por asociación y semejanza permiten la
percepción inmediata al lector (Ricoeur, 2001).
● La herida narcisista es como una herida a nivel del cuerpo, la cual disminuye
en la intensidad de su sangrado a través del tiempo. La misma, al principio
sangra cual hemorragia, pero con el pasaje del tiempo reduce su sangrado.
Hay momentos en los cuales se detiene y en otros vuelve a sangrar.
203
● La culpa es afecto y es un mecanismo operante en la conformación psíquica
del sujeto en los tiempos del pasado infantil.
● La culpa es un conjunto operativo que junto a otros mecanismos puede o no
haber resultado fallante en los orígenes.
● Sentirse culpable en este duelo ha sido altamente recurrente y convergente para
la categoría, en todos los relatos
● La culpa no es un afecto simplemente doloroso que pueda ser extirpado y con
ello mágicamente pueda resolverse o elaborarse el duelo
Por último, la culpa cumple una función esencial e inseparable en estos duelos, la
cual podría evolucionar en sus manifestaciones con el pasaje del tiempo, pero es como
la piedra fundamental en la construcción de un edificio, si se la quita o se la mueve
falsea la estructura principal pudiendo precipitarla. Por consiguiente, el edificio del
cual hablamos ha sufrido una sacudida sísmica. Al igual que este edificio, el
psiquismo guarda la marca de una herida narcisista causada por el trauma de la
violenta muerte del hijo/a, quien puso fin a sus días.
A medida que se avanzó en las síntesis de los temas y las categorías, resultó ineludible
preguntarse ¿qué hacen estas madres para continuar con sus vidas luego de la
pérdida? Constituyó un descubrimiento comprobar y fundamentar que las madres
acuden a la renegación, para excluir conscientemente de la realidad la muerte en sí
misma del hijo/a.
La renegación al igual que la culpa cumpliría también una función en igual sentido,
en el límite de los accesos a las representaciones inconscientes y al ingreso de
fragmentos representacionales de origen traumático.
204
Se pudo inferir la importancia de la renegación en el duelo, a través de:
205
muertes. La triangulación de los datos (observaciones, datos y teoría) permitirían
afirmar que: en estos 143 duelos “el duelo” tiene la función de mantener vivo al
sujeto y de transformar las relaciones que mantienen con el hijo/a fallecido.
Ninguno de los términos que conocía para referir a estos duelos se ajustaba a lo que
había observado en la clínica. Los mismos no se comportaban conforme a los
modelos conocidos descritos: elaboración, trabajo, resolución, fases, etapas y
tampoco aquel que iría en función de los tiempos del duelo.
En este Bauab (2012) propuso la concepción de tiempos del duelo en tres momentos,
cuyas características resumimos en función de este capítulo: la renegación, la
simbolización, la declaración por parte del yo que el objeto ha muerto o cuando el
sujeto «consigue perder en lo simbólico lo que había perdido en lo real» (O. Cit., p.
42).
Se podría afirmar que el duelo puede ser una cuestión de tiempos, pero tampoco se
puede afirmar que el tercer tiempo del duelo, donde se declara muerto al hijo/a se
pueda lograr en estos duelos. De la misma manera que la muerte siempre es cómo y
puntos suspensivos, paradojalmente y sin duda alguna no se puede hablar de la
experiencia de muerte sin haberla vivido.
206
6.3.1. La resiliencia y el cambio de posición subjetiva
Se puede afirmar que la inserción en grupos fue un factor protector en estos duelos.
Las dinámicas instaladas de apoyo recíproco presentan algunas dificultades , aunque
no echarían por tierra el propósito de dar contención a los padres y madres frente al
dolor de haber sobrevivido a sus hijos/as. También, el grupo se conforma como un
lugar de pertenencia y espacio para el reconocimiento social del duelo en el
sobreviviente. De la misma manera, el grupo cobra importancia para la creación de
nuevos vínculos y como un espacio de contención para las angustias del vacío
frente a la nada. Asimismo, como un lugar de encuentro para la recreación y para
pensar las perspectivas de futuro, lo cual fortalece al yo.
207
Este último capítulo tiene el propósito de generar reflexiones sobre los hallazgos de la
investigación y realizar aportes para nuestra disciplina. Se enfatiza en algunas
conclusiones con la finalidad de contribuir con conocimientos sobre este campo
problemático. Asimismo, invitar a los interlocutores a profundizar en estos desarrollos
y dejar planteadas interrogantes.
El intento de suicidio a nivel sanitario no puede reducirse a ser tratado como una
enfermedad médica. No obstante, se considera que el registro y la declaración
obligatoria de carácter epidemiológico de los IAE constituyen un avance a nivel
regional, a seguir desarrollando.
Se considera que los factores de riesgo suicida mundiales son convalidados en este
estudio. Resulta indispensable y urgente promover acciones tendientes a sensibilizar
a la comunidad en la prevención del suicidio. Con la misma urgencia, comenzar a
integrar a las disciplinas, a las autoridades y a las organizaciones sociales, para
trabajar en pos de esto.
208
Conforme a lo anterior, es necesario deconstruir las representaciones sociales entorno
al suicidio como un estigma, para develar tabúes y mitos alrededor. De esta manera,
se contribuye a quitar el miedo ante la mirada social y liberar de presiones a quienes
necesitan pedir ayuda. Sobrevivientes de IAE y familiares, fundamentalmente.
Por último: Hacer énfasis sobre la necesidad social de contar con una formación
clínica en prevención de suicidios, para los estudiantes de grado y de posgrados en
Psicología, así como también en las otras disciplinas conexas, para:
209
● la muerte de un hijo/a conforma un trauma psicológico devastador
● en el duelo se debe priorizar el abordaje sobre la herida narcisista en el yo, más
que el tratamiento del dolor psíquico por la pérdida, el cual aparece
posteriormente
● el dolor psíquico es una consecuencia del trauma vivido
● el dolor psíquico permite pensar sobre la muerte, mas no es equiparable a la
representación de la misma
Finalmente, considerar que este duelo no es algo que se elabora y acaba y tampoco es
un trabajo terminado, sino que es un todo funcional que puede ser pensado como un
estado del ser. Un estado de duelo.
210
● conocer los aprendizajes resilientes que sostienen al sujeto en el duelo
● que la resiliencia sea considerada una herramienta técnica de la formación para
aplicar en la clínica del duelo
● ampliar la formación de grado en dispositivos grupales terapéuticos,
específicamente dirigidos a trabajar el duelo de los padres, originados a partir
del suicidio de un hijo/a.
En síntesis:
Sin dejar de considerar, que en nuestro país y más allá de que las cifras son confiables
en el estándar internacional, la tasa de 17.4 por cada 100 mil habitantes para el 2014
ratifica la permanencia de una tendencia levemente estable desde el año 2000, a
excepción del 2002.
En tanto que los jóvenes – según las estadísticas – son quienes más se suicidan
después de los adultos mayores. Resulta una consecuencia casi esperable la sobrevida
de los padres respecto a los hijos, por lo tanto encontrarse con la demanda de un
duelo de estas características, es altamente probable.
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