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Psicopatología de la

Infancia y
Adolescencia parte 2
ÍNDICE
Módulo VIII - Problemáticas actuales en adolescentes. El cuerpo como
escenario

Rojas. M.C. (2013). Clínica de la adolescencia: una perspectiva sociovincular. --- p.3

Sujoy, O. (2014). Riesgos actuales en las condiciones de producción de subjetividad


en adolescentes. --- p.11

Fernandez Raone, M. (2014) Adolescencia, consumo de sustancias y conductas de


riesgo en un hospital especializado en drogadependencias y alcoholismo. --- p.18

Frágola, A. O. (2009). Vulnerabilidad adolescente y psicopatología de las adicciones.


--- p.29

Gutierrez Posse, S. (2014) El amanecer de la adolescencia. La adicción en la


pubertad. --- p.45

Hernanz Ruiz, Manuel. (2015). Adolescentes y nuevas adicciones. --- p.51

Moral, M. V., & Suárez, C. (2016). Factores de riesgo en el uso problemático de


Internet y del teléfono móvil en adolescentes españoles. --- p.64

Módulo IX El suicidio como máxima expresión del sufrimiento de los


adolescentes

Casullo, M. C. (2004). Ideaciones y comportamientos suicidas en adolescentes: una


urgencia social. --- p.73

Chávez-Hernández, A. M., Leenaars, A. (2010). Edwin S Shneidman y la Suicidología


moderna. --- p.85

Flechner, S. (2009). Más allá de los límites: la conflictiva adolescente, riesgos y


desafíos. --- p.92

Le Breton, D. (2007). La edad solitaria: adolescencia y sufrimiento. --- p.104

Manca, M. (2012). Agresiones al cuerpo en la adolescencia. --- p.124

1
Perez-Barrero, S. (1999). El Suicidio, comportamiento y prevención. --- p.132

Quagliata, S. (2015.). Las características del duelo en madres de hijos fallecidos por
suicidio. --- p.155

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Módulo VIII - Problemáticas actuales en adolescentes.
El cuerpo como escenario

Rojas. M.C. (2013). Clínica de la adolescencia: una


perspectiva sociovincular.

Comenzaré mi enfoque de la clínica de la adolescencia proponiendo pensar al


adolescente “en situación”, es decir, considerando para su diagnóstico y tratamiento
las distintas dimensiones que operan en simultaneidad, a modo de condición, tanto del
fenómeno adolescente como de sus patologías.

El cuerpo se presentifica de modo especial con la metamorfosis de la pubertad, a


través de la aceleración del crecimiento, el juego hormonal y la consiguiente irrupción
de la sexualidad, que trastoca el mundo subjetivo previo y plantea otras exigencias al
psiquismo. Momento de desequilibrio que pone en marcha múltiples procesos
autoorganizativos, de incierto devenir.

El cuerpo, marcado por los otros de la crianza y por el lenguaje de su tiempo, pasa
además a primer plano, en la era de la imagen, desde otras vertientes que ponen en
juego el narcisismo, en relación con la jerarquía del mirar y ser mirado. Dentro de esta
perspectiva “en situación”, también tomaré en cuenta las pertenencias grupales e
institucionales, familia, escuela, pares, etc., y los caracteres de la trama social. Esta
mirada, socio vincular, incluye lecturas que van más allá del adolescente mismo y
amplían la comprensión del analista también en el trabajo con el paciente singular.

El proceso adolescente supone la vacilación de ciertas certezas de la infancia, implica


las urgencias deconstrucción/ reconstrucción de la propia identidad, inclusiva de
nuevas exigencias pulsionales y expansiones del campo representacional. En relación
con esto, si bien el adolescente encara procesos de autonomización, requiere la
pertenencia a vínculos que le ofrezcan apuntalamiento, a fin de desligarse del sostén
infantil intrafamiliar. El psiquismo requiere puntos de anclaje aptos para dar base a su
proyección hacia el futuro y para la construcción de su identidad (quién voy e iré
siendo.)

Es a mediados del siglo XX que cobra relieve la adolescencia como etapa en sí misma
y comienza a construirse un singular imaginario adolescente impregnado de
individualismo, que enfatizó muchas veces una autonomía precoz y solitaria. Sumado

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a otras condiciones, esto va planteando la desorientación y desvalimiento del
adolescente de hoy, quien se encuentra, en ocasiones, arrojado a un desierto de donde
se espera que salga virtualmente sin apoyos. Por otra parte, se le ofrecen todas las
elecciones, ya que casi nada está resuelto por la sociedad o la familia: tiene así que
elegir la inserción laboral; puede optar entre la hétero, homo o bisexualidad; drogarse
o no; comer o no: decidir todo su quehacer en el mundo.

Por otro lado, el espacio social suele desmentir el mensaje de “libertad” cuando coarta
expectativas. Frente a tal paradoja y a la fragilidad incontinente de múltiples
pertenencias suelen aparecer el vacío, la falta de proyecto, la apatía, distintas formas
de violencia y otros fenómenos que atraviesan en este momento la clínica de la
adolescencia.Estas cuestiones difieren bastante en los distintos grupos sociales

Mientras los estilos adolescentes se expanden, la infancia de la modernidad parece


diluirse. Una de las primeras transformaciones de la idea moderna de niñez se
relaciona con la concepción freudiana de la sexualidad infantil, que atentara contra
creencias epocales, tales como la inocencia asexuada del sujeto infantil. Hoy se perfila
un niño míticamente autosuficiente, un “agrandadito” que se comporta muchas veces
como un adolescente o un adulto: niño al que se le supone un saber aún más allá de su
propia potencialidad lógico/ afectiva. Todo esto nos habla de otras formas de
considerar la diferenciación entre generaciones, que es uno de los temas enlazados con
la problemática adolescente.

Notamos así que la adolescencia ha avanzado sobre los otros grupos etáreos. En las
últimas décadas nace esta suerte de adolescencia temprana, cuyos rasgos, en lo que
hace a comportamiento general, vestimenta, aficiones, se manifiestan en algunos niños
antes de los primeros signos de la pubertad.

Junto a ello, configura un fenómeno usual el denominado adolescente tardío, temática


de la que ya se ocupa P. Blos, dice el autor, en un enunciado de fuerte vigencia actual
entre nosotros: “El individuo se adhiere a la crisis adolescente con persistencia,
desesperación y ansiedad. En este estado tumultuoso nunca falta un componente de
satisfacción; incluye ingeniosas combinaciones de las gratificaciones infantiles con las
prerrogativas adultas.”: “Se trata de niños con expectativas grandiosas. Si crecen se
exponen a renunciar a los sueños de gloria.” Estas son problemáticas presentes en
nuestra clínica, lo cual se ve incentivado por las escasas posibilidades de realización y
por lo elevado de las aspiraciones fijadas por el medio social. En relación con ello,
suele desplegarse un mundo fantasmático pleno de realizaciones grandes e inmediatas,
al tiempo que aparecen dificultades en el hacer, abulia, indiferencia afectiva.

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El adolescente establece un diálogo con la muerte, ésta se hace presente, violenta e
inevitable. El tiempo actual le ofrece escasos recursos para dicha confrontación,
cuando la muerte parece haber perdido buena parte de sus rituales, y se instalan
mecanismos de renegación, en una sociedad que elude tramitar el dolor psíquico e
interrogar la carencia.

Asimismo, notamos cierta propensión a renegar los duelos por la infancia, tarea
psíquica propia de la transición adolescente considerada ya por el Psicoanálisis (duelo
por el cuerpo infantil perdido, por el rol y la identidad infantil, por los padres
idealizados de la niñez). El abandono de la infancia aparece anhelado y anticipado,
siendo poco considerados sus costos psíquicos. Por otro lado, aunque el transcurrir
adolescente implica pérdidas diversas, se abre de modo especial a las grandes
adquisiciones: los duelos son pues inseparables de la emergencia de lo nuevo. Las
pérdidas y su elaboración, como sabemos, habilitan la construcción del deseo, que se
articula con el proyecto.

Lo renegado no tramitado, en cambio, se vincula con la perentoriedad de la pulsión y


puede aparecer bajo la forma de trastornos de la corporalidad o actuaciones: rasgos
característicos de algunas de las patologías usuales en la actualidad en la consulta
adolescente.

En el procesamiento de pérdidas y creaciones, el adolescente vive la transformación


del sí mismo y sus vínculos; de su visión del mundo, ideologías y creencias. Selener y
Sujoy proponen un cuarto duelo, “duelos a futuro”,en relación con lo cual pienso dos
variantes posibles. Una, la dimensión de pérdida implícita en cualquier elección, al
eliminar las otras opciones; otra, y ésta sí vinculada con dolor psíquico, surgiría
cuando no es factible elegir ni el presente ni el futuro, exponiendo al sujeto a la
depresión y el vacío.
Por otra parte, cuando las exigencias psíquicas conectadas con el final de la infancia
no se reconocen y tramitan, el adolescente puede permanecer adherido al objeto
endogámico/ incestuoso, al prolongar la dependencia infantil. Esto se relaciona con
ese otro eje del discurrir adolescente que es el pasaje de la dependencia a la autonomía
respecto de los lazos de familia. Podríamos así decir que las maneras singulares, en
que cada adolescente atraviesa el espinoso camino de inserción en el mundo adulto y
el logro de la autonomía, ponen también de manifiesto excesos y carencias propios del
entramado social y familiar.

Familias y adolescentes

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Dada la importancia que el contexto familiar, con sus apegos y desprendimientos,
asume entre nosotros, es posible a veces proponer la inclusión de abordajes familiares
a partir de algunas consultas adolescentes. Suele suponerse que las intervenciones
terapéuticas en el ámbito de la familia, o con los padres, desfavorecen la construcción
de la intimidad y la autonomía.Entiendo que ello deja de lado la consideración de una
autonomía vinculada, que implique no el aislamiento sino el crecer y discriminarse
“solo, con otro”. Sin embargo, la operación en la intersubjetividad tomará en cuenta
en los modos de la intervención los requerimientos del proceso adolescente en el
sentido de la autonomización y las transcripciones singularizadas.

La propia indicación vincular suele en esta etapa generar un específico material


clínico, precisado de trabajo elaborativo.

En todos los casos, al menos interesará conocer la posición que el paciente ocupa en
su familia, cuáles son los modos de vinculación predominantes en ella y cuáles las
expectativas de los familiares hacia él. Todo ello no sólo amplía la comprensión del
analista sino que abre también camino a los abordajes múltiples.

Además de la relación con su familia, serán importantes también sus formas de


inclusión en distintos grupos, en la escuela y otras instituciones. A la vez, considerar
de qué manera él se posiciona ante las exigencias, ofertas y contradicciones propias de
la trama social y acerca de los valores e ideales que en ella circulan.

No obstante la multiplicidad de condiciones operantes en la problemática adolescente,


podemos preguntarnos acerca de la especificidad de lo familiar durante la
adolescencia de los hijos ¿Cómo opera en relación con el psiquismo adolescente una
familia que vive este peculiar tiempo social, grupo familiar que alberga a un
adolescente tan marcado a su vez por su tiempo, por la invasión mediática, por una
virtualidad tecnológica que lo diferencia de otras generaciones?

La familia no ejerce hoy, por lo general, amplias funciones de orientación: carece de


tal posibilidad o cree, a partir de ideologías vigentes, que no debe hacerlo. Las
expectativas parentales –tan lejos de aquellos mandatos rígidos que originaron las
rebeldías adolescentes de los ‘50 y los ‘60-parecen reducirse a la expectativa de una
indefinible y exaltada felicidad.

Las familias con hijos adolescentes se hallan también en transición hacia la


finalización de la etapa de convivencia.

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Más allá del propio adolescente, los duelos y adquisiciones ligados al paso del tiempo
abarcan al conjunto familiar. Los padres experimentan también especiales crisis y
transformaciones; especiales, digo, porque entiendo que cambio y crisis son
intrínsecos al transcurso vital mismo y no privativos de algunos momentos.

En este período se va produciendo una intensa transformación en las cualidades de la


pertenencia al grupo familiar.

Las perturbaciones de esta modificación vincular suelen aparecer bajo dos formas
extremas: a) familias que intentan sostener una pertenencia sin cambios, como
continuidad de la infancia de los hijos; se trata, a menudo, de grupos endogámicos, de
discurso autoritario y poco cuestionable, con sus efectos de cierre; b) por otro lado,
familias de lazos frágiles y discurso fragmentario, que no ofrecen el apuntalamiento
apto para sustentar tanto la pertenencia como el desasimiento. Hallamos, en unas y
otras, disfunciones en las operatorias de contención e interdicción, propias de las
configuraciones familiares. Dentro del segundo grupo incluyó las familias expulsivas:
en ellas parece haber un movimiento sin espacio transicional entre una fusión vincular
no continente y un modo de “salida” que equivale a una expulsión. La falla que afecta
el procesamiento de la operación separadora deja espacio al impulso y el desgarro. Se
trata de un imaginario desprendimiento, connotado por la indiferencia.

En el funcionamiento familiar simétrico,hoy frecuente, una problemática posible se


relaciona con el desvanecimiento de las regulaciones, falla de la función de
interdicción que interfiere a la vez la función amparadora. Dichas fisuras afectan la
prohibición del goce violento e incestuoso y obstaculizan la construcción del sujeto de
deseo. Me refiero a aquellas familias donde la indiferenciación diluye la
responsabilidad adulta y la posibilidad de la heterarquía (circulación del poder al
modo no jerárquico.)

Aun cuando es destacable el respeto por el hijo como sujeto implícito en estas
modalidades vinculares, aparecen ciertas dificultades ligadas a su exceso o distorsión.
Particularmente cuando el niño o adolescente es idealizado como portador de un saber
que superaría al adulto, invirtiéndose la posición asimétrica, lo que puede dar lugar a
formas de abandono y desprotección no registradas como tales.

Ser propuesto por su familia como sede idealizada del saber y del poder constituye
para el adolescente una exigencia de realizaciones y perfección (encarnadura del yo
ideal.)

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Esta problemática puede aparecer bajo la forma de desinvestidura libidinal del saber,
apatía, actuaciones, inhibiciones del pensamiento.

Frente a la magnitud de lo esperado el adolescente puede evitar su confrontación con


la realidad, la que exige trabajo y espera, cuando el ideal se desplaza al futuro y al más
allá de su yo (constitución del Ideal del yo.)

El adolescente “ideal” padece a veces aburrimiento –en la escuela y hasta en la vida-lo


cual parece surgir, entre otras razones, de la ilusión de ya saberlo –o “serlo”-todo. El
aburrimiento cercena el propio pensamiento, elimina la capacidad de sorpresa y
descubrimiento. Se genera en dicho adolescente un péndulo entre la omnipotencia
narcisista y el colapso de la autoestima.

Familias de asimetría invertida: en algunos grupos con estas características


predominan las modalidades transgresivas. Aparecen, en otros, hijos sobreadaptados,
con dificultades de desasimiento, ya que han de permanecer como sostén de los
padres.

En otros casos puede frenar el pensamiento, se ven favorecidas las repeticiones


escolares y/ o cuadros regresivos y encerrados, que sostienen al adolescente como tal.

Junto a familias que se exceden en expectativas desmedidas encontramos otras en las


que apenas se insinúa el indispensable proyecto anticipatorio familiar. Hay
ambigüedad, o falta de deseo, o mensajes dobles, que dan lugar a veces a confusiones
paralizantes, en ocasiones ligadas a la contradicción insoluble entre las expectativas de
los integrantes de la pareja parental

Persistencia de la idealización parental: la idealización inicial de los padres y su


posterior caída forman parte del proceso de crecimiento; cuando los padres ideales se
sacralizan se constituye en cambio una forma de alienación en el discurso parental que
puede dar lugar, entre otros, a problemas del pensamiento autónomo.

El hijo aquí se desconoce como portador de un deseo y un pensamiento singulares. En


esta índole de familias se dificulta la obsolescencia parental, a la que Gutton se refirió;
sería declarada obsoleta la utilización del objeto parental en beneficio de objetos
nuevos: entiendo que esto es posible relacionado con la tramitación de la capacidad de
estar a solas a la que ya me referí.

Como contrapartida, cuando se da la precoz caída de la idealización de los padres, esto


deja al joven sujeto sin la guía inicial para sus proyectos, que deberá basar en líderes

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extra familiares, o grupos de pares de fuerte pertenencia. A veces, esto puede llevar al
adolescente a buscar pertenencias sustitutivas en grupos de características alienantes
(sectas, pandillas delictivas o grupos de adictos.)

Son muy importantes para el adolescente los grupos de pares, en la probable intimidad
de sus vínculos puede sustentarse la desinvestidura de los objetos endogámicos y
habilitarse la reestructuración identificatoria y el proyecto. No obstante, cuando un
grupo deviene pertenencia decisiva y excluyente, formar parte del mismo puede
desfavorecer la conformación de su identidad.

Efectos de la trasmisión intergeneracional: la construcción del sujeto se realiza sobre


el fondo de la trasmisión familiar, que ofrece raíces al psiquismo en su vertiente
creativa, ligada al narcisismo de vida.

El sujeto va realizando una apropiación singular de la herencia: no es en la ruptura y


vaciamiento del ligamen y la historia familiar que el sujeto deviene autónomo, sino en
su posibilidad de apropiación metabólica y transformadora, donde pueda fijar su
semejanza y su diferencia respecto del discurso familiar.

Si no hay tal apropiación, puede quedar situado en posición de objeto, viéndose


arrasado en distintos grados por el discurso alienante, encerrado en la inhibición o
impulsado al acting. La revisión histórica es una de las tareas centrales de la
adolescencia, y ella también se ve facilitada u obturada por la configuración familiar.
El adolescente ha de construir sus alas, pero para ello se requieren raíces. Estas tienen
que ver también con la narrativa autobiográfica, historización que lo sitúa como
eslabón en la cadena de las generaciones.

Cuando es predominante en la familia el mecanismo de la desmentida, se demarcan


situaciones de desamparo desapuntalante. El no ver, no percibir, no anticipar, ligados a
dicho mecanismo, suele reproducirse en los hijos, con un déficit de la función psíquica
defensiva ligada a la señal de alarma del psiquismo.

Los hechos devienen “accidentes”, no previsibles y disruptivos, configurándose


posibles situaciones de riesgo físico y psíquico. Se vive cada situación “como si fuera
la primera vez”: la experiencia parece no fijarse en la memoria, y esto se relaciona
también con el valor epocal de la instantaneidad.

Los padres enfrentan en este período la pérdida de los hijos pequeños y con ellos su
propio lugar idealizado, que constituye un importante puntal narcisista, aun cuando en
la actualidad son cuestionados por los niños desde edades muy tempranas y se ven

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rápidamente desplazados por figuras exaltadas en la respectiva generación infantil o
adolescente.

Los padres vivencian que van dejando de ser el centro de la vida psíquica de los hijos,
transformación a menudo vivida como pérdida, lo cual supone un duelo que
habitualmente afecta con mayor intensidad todavía hoy a la madre que al padre, pese a
la inserción de la mujer en el mundo creativo/ productivo.

De tal modo, los padres viven, al decir de Bollas, también un "duelo generacional";
este implica la pérdida de los objetos que dieron identidad a su tiempo joven,
sustituidos por sucesivas camadas de sujetos enlazados por otros símbolos. "Cada
generación-dice este autor-asiste a su conversión en historia".

Por su parte, tramitan también el renunciamiento al hijo como objeto edípico y el


duelo por la propia juventud: la significación psíquica del crecimiento de los hijos se
relaciona con la confrontación con la vejez.

También tomemos en cuenta la elaboración de la pérdida de la exclusividad de la


práctica sexual en la familia y del control de la sexualidad de los hijos, lo que los lleva
a cuestionar su propia sexualidad.

La emergencia sexual del hijo induce una supuesta finitud de la propia sexualidad.
Dice Freud: “... la entrada del niño en la genitalidad debería traer aparejada, de manera
mítica, la salida del padre, su muerte genital” Gutton, por su parte, señala: “El niño
púber se convierte en figura del ello. El progenitor vive bajo su presión.” Tales
problemáticas plantean posibles salidas elaborativas, u otras formas ligadas al síntoma
y la violencia.

Observamos en algunos casos actualmente una búsqueda de acortar la distancia con


los hijos y los esquemas juveniles a través de la imitación de las modalidades
adolescentes.

Ante el hijo que crece tienden a reaparecer en los padres expectativas forjadas desde el
nacimiento y también desilusiones o satisfacciones frente a su realidad: se producen,
de tal modo, encuentros y desencuentros.

Hay cierta pérdida de familiaridad ante el nuevo ser que el hijo adolescente encarna.

Eso se incrementa y deviene a veces extrañeza cuando éste se asemeja poco a la


expectativa parental, remarcándose los márgenes del desencuentro. Es posible que

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dicha extrañeza hoy se acentúe, ya que es profunda la distancia generacional y los
referentes cambian con celeridad. Enfatizó en este punto la operancia de modelos
identificatorios múltiples y diversos aportados por la trama social extra familiar en las
transformaciones y novedades del psiquismo adolescente.

Es preciso en algunos casos elaborar nuevos reconocimientos recíprocos, ya que para


el adolescente también se modifica la visión de los padres de la infancia.

Los ámbitos terapéuticos compartidos pueden dar pie a estos procesos.

En cuanto a la pareja, el crecimiento de los hijos también constituye el germen de


nuevos modos de encuentro y desencuentro: se trata pues de momentos de intensa
transformación.

Los padres experimentan también cierta tendencia a evaluar su vínculo conyugal a


partir de la presunta “calidad” de los productos.

Cuando la pareja ha funcionado tomando como eje de su vínculo el espacio de lo


familiar, la elaboración de los cambios ligados al crecimiento de los hijos es más
difícil, así como las exigencias de conformar un espacio de pareja diferenciado de las
líneas de la filiación, que especifican el ámbito de lo familiar.

Otra tarea psíquica característica de la familia con hijos adolescentes es la


construcción de los espacios de intimidad, que deja de lado esa casi transparencia
propia de la vinculación con los niños. Según Aulagnier, el secreto es condición para
el funcionamiento del yo, pero en tanto derecho a la creación de pensamientos que
puedan o no comunicarse por decisión propia, es decir, instalando la opacidad en lugar
de la transparencia, lo que habilita el pensamiento singular.

En este punto me interesaría diferenciar la configuración de la intimidad respecto de la


clandestinidad o el aislamiento en el adolescente: la función analítica se sitúa del lado
de la construcción de la intimidad del sujeto en crecimiento, pero también toma en
cuenta el apuntalamiento intersubjetivo del psiquismo, una de las líneas que he
elegido destacar en esta presentación.

Sujoy, O. (2014). Riesgos actuales en las condiciones de


producción de subjetividad en adolescentes.

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Cada época construye su propia narrativa en relación a la infancia y adolescencia y en
este sentido las nociones compartidas por las sociedades acerca de estos tramos de la
vida son construcciones sociales. Es decir, las definiciones colectivas de las
representaciones de la infancia y adolescencia son producidas y a su vez son
productoras de procesos en los que resultan inseparables la cultura y los sujetos que la
construyen. Por esta razón hablamos de adolescencias, ya que no es un concepto
universal: las formas que revisten las crisis y los padecimientos en estas etapas de la
vida se construyen en consonancia con las condiciones productoras de subjetividad de
las culturas en la que se gestan.

No es la misma edad la de un niño de trece años que recién inicia la escuela


secundaria con un proyecto a futuro, que otro niño de trece que es sostén de su familia
y trabaja desde los seis u ocho años.

Acentúo esta idea porque muchas veces las miradas sobre las adolescencias movilizan
nociones hegemónicas y abstractas que perturban el reconocimiento de las diferencias
y singularidades de cada uno.

Representaciones sociales de la adolescencia

Si bien la coexistencia de variadas formas de subjetivación crea diversas


adolescencias, la potencia y expansión de la revolución tecnológica tiñe actualmente
la mayoría de las actividades y quehaceres humanos.

Los medios de comunicación realizan actualmente una operación invasiva en territorio


adolescente y ejercen un enorme poder intrusivo sobre la modelización de las pautas
de conducta, gustos, prácticas, lenguaje, modos de relación en general.

Las representaciones sociales que se producen en cada época y cultura, también son
generadoras de prácticas que actualmente incluyen conductas de alto riesgo para los
adolescentes, disfrazadas de actividades recreativas gracias a la banalización de su
contenido.

Se han ido construyendo categorías de adolescencias ligadas a las leyes del mercado.
Tenemos la figura del niño-adolescente consumidor, entrenado para desear aquello
que no necesita, guiado por pantallas que ya conforman su hábitat natural.

Otra figura actual de adolescente es una representación ligada a una supuesta


sabiduría, una creatividad espontánea, un talento natural otorgado por su capacidad de
operar aparatos que simulan prolongaciones de la mente: el joven oráculo se asemeja a

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las funciones que cumplían en la antigüedad pitonisas y sacerdotes que daban
respuestas enviadas por los dioses a las consultas que se les planteaban. Hay varias
publicidades, historietas y relatos que señalan esta cualidad, solo que ahora estos
sacerdotes reciben las verdades reveladas Google mediante.

Por supuesto, dichas representaciones sociales se aplican a los chicos con acceso a los
medios tecnológicos. Otras categorías no distinguen recursos económicos como las
que destacan la indisciplina, violencia, sexualidad precoz.

Vemos cómo se alteran las nociones de otras representaciones sociales tales como el
lugar y función de los padres y madres: estos atraviesan una época en la que se vieron
abruptamente despojados de los referentes o modelos que orientaban sus propias
crianzas. Estados de perplejidad frente a conductas novedosas de sus hijos que
obstaculizan la modalidad de construcción de sus vínculos. “No sé quién es, no lo
reconozco”, “no me escucha”, son comentarios habituales de padres angustiados.
No quedan excluidos los terapeutas de adolescentes de esta perplejidad. Muchos
luchan contra ciertos conceptos estancos, viejos paradigmas y modelos
epistemológicos difíciles de sostener a la luz de la complejidad de la demanda.

Los tiempos cambian, nuevas subjetividades se construyen y el Psicoanálisis se


transforma demandando herramientas y prácticas creativas que sean operativas en este
mundo plagado de incertidumbres, cambios acelerados y problemáticas de la carencia.

El Psicoanálisis trata de acceder en este tiempo desde un pensamiento complejo al


sufrimiento del humano contemporáneo signado a construirse en una época de crisis,
desapuntalamiento de los valores e ideales colectivos, el reinado del mercado, la
desmaterialización de los intercambios, etc

Algunas inquietudes actuales circulan alrededor de interrogantes en relación a los


modos constructivos de la subjetividad actual y particularmente qué tipo de trabajo
psíquico se está desplegando en las nuevas generaciones que parecieran operar con
mecanismos mentales poco conocidos para nosotros.

Precisamente la reacción inicial ha sido patologizar estas modalidades novedosas. Los


que trabajamos con adolescentes tenemos mucho que investigar para descubrir qué
perturbaciones se ocultan bajo el disfraz de época, así como qué trastornos son
solamente expresiones de un profundo cambio en las formas de procesamiento mental.

Algunas condiciones de riesgo

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La adolescencia ha sido descripta por muchos autores quienes coinciden en definirla
como una etapa del desarrollo que se caracteriza por un estado de vulnerabilidad.

Si se entiende el concepto de riesgo como un conjunto de condiciones y factores que


tienen la potencialidad de producir daños, en el adolescente la exposición y magnitud
a los efectos nocivos de dichos factores tendrá mayores consecuencias, efectivamente,
dada su situación de vulnerabilidad.

Congelar el tiempo, eterna juventud, cuerpo inmortal, inexistencia de cambios,


ausencia de incertidumbre, de desprendimiento…

Estos son algunos de los ingredientes del menú de ilusiones e ideales que conforman
la subjetividad actual, con otros condimentos como los poderes mágicos,
omnipotencia, ritmo acelerado, fuerte excitación o adrenalina, descontrol.

Con frecuencia se entendió el concepto de crisis desde la tensión que existe entre
peligro y oportunidad.

Hoy nos ocupa más la tarea de crear recursos protectores frente a la magnitud de los
peligros que atraviesan los adolescentes. Si bien siempre se considero la adolescencia
una de las crisis vitales en el devenir humano, como ya señalé, el aporte de la
característica cerril que reviste esta crisis actualmente, se agudiza por los factores de
riesgo a los que están sometidos los adolescentes, tanto en su seguridad física como en
la producción de trastornos emocionales.

Cada época produce variadas condiciones que pueden generar múltiples y específicos
factores de riesgo tanto desde el punto de vista social-ambiental como los modelos
vinculares e identificatorios en los que se gesta la subjetividad.

Veamos algunos aspectos con los que se construyen estas nuevas generaciones.

La potencia y expansión de la revolución tecnológica tiñe actualmente la mayoría de


las actividades y quehaceres humanos.

Los medios de comunicación realizan, hace ya tiempo, una operación invasiva en


territorio adolescente y ejercen un enorme poder intrusivo sobre la modelización de
las pautas de conducta, gustos, prácticas, lenguajes, modos de relación en general.

Estas formas de colonización de la organización subjetiva genera la construcción de


recursos psíquicos que tienden a un funcionamiento focalizado en los bordes. Estos

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procesos de contacto efímero (en las superficies) se observan también en el vuelco a la
exhibición de aspectos de la vida de cada adolescente que solían permanecer en la
intimidad.

Ahora manifiestan exacerbadamente la necesidad de hacerse visibles a los demás


como si respondiera a una condición de posibilidad de existencia. En otro polo vemos
cada vez más en la consulta clínica, adolescentes que se refugian en el aislamiento
como mecanismo protector frente a las vigorosas demandas de un medio que tolera
poco las diferencias cuando del mercado se trata.

Ya se han reportado algunos casos aquí, aunque los que más he tratado son
adolescentes que quedaban encerrados varios días o gran parte del día. No hay que
confundirlos con aquellos adolescentes que desarrollan una adicción a los juegos en
red que también pueden enclaustrarse durante días siguiendo el juego. Salvo esta
característica no comparten otros síntomas.

Esta clausura social que denominó ermitaños digitales, no responden a características


de síntomas psicóticos o restituciones de quiebre psíquico. Tampoco a víctimas de
maltrato o abuso ni deprivaciones en los vínculos tempranos. El síntoma más visible
es la disociación: parecen afectados por una suerte de anestesia emocional, un
desinterés por el mundo externo. Bromberg (2006) describe estados parecidos
producto del intento de encontrar estabilidad y continuidad del self. Serían
adolescentes que no soportan la hiperestimulación y exigencia del medio.

Sus características se encuentran en el otro extremo de otros adolescentes, los más


recientes ninis así denominados en Méjico, (en EE.UU. e Inglaterra los llaman neet)
que son adolescentes que “ni estudian ni trabajan” y, a diferencia de los ermitaños,
pasan sus días agrupados en plazas o lugares abiertos donde se dedican a hacer nada
(como ellos mismos refieren). La búsqueda es estar con otros y tener un sentimiento
de pertenencia. Muchos de estos agrupamientos pueden derivar a ser captados por
bandas organizadas o consumo de drogas. Por ahora solo hay publicaciones de tipo
estadístico, y no se ha estudiado si tienen características de personalidad particulares.

Otros adolescentes presentan gran diversidad de problemáticas, entre otras la


dificultad de crecer, de armar su propio proyecto.

Se preguntan: ¿en qué medida la construcción de un proyecto se ve afectada por la


incidencia y presión de la oferta colectiva? ¿Puede ésta impugnar la propia historia?.
Dicho de otro modo: si el narcisismo está apoyado sobre objetos, imágenes, ideales
propuestos por la cultura vigente, que cambian velozmente, el peligro de quiebre se

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torna crónico, ya que el mundo interno se vuelve rápidamente obsoleto y falto de
coincidencia con la oferta cambiante o ausente del mundo externo. La subjetividad
instituida necesita poder virar con celeridad, si no lo hace, queda entrampada en
contenidos que ya no existen, ya que sucumbe a la tendencia de defender siempre lo
que ya se incorporó más allá de su evidente ineficacia actual.

“A ver si me meto en algo”, dice Patricia. “Hacé dos carreras por las dudas”, sugiere
Carina. Lorena: “buscá algo en Facebook”. Si bien el deseo siempre está en otro lado,
aparece ahora con una intensidad peculiar.

La perturbación que se esboza aquí en la metabolización e incorporación de


contenidos representacionales, en la fragilidad y sufrimiento en los vínculos, perfilan
una característica exacerbada en los adolescentes de hoy: los pasos del proceso
representacional, las ligaduras que son necesarias para la formación de objetos sólidos
y permanentes, han adquirido una notable fragilidad.

La previa: pacto de alcohol

Eran las cuatro y diez de la madrugada de un domingo. Suena el teléfono al lado de mi


cama.Una voz llorosa me pide ayuda sin que yo pudiera entender qué era lo que
pasaba.Una paciente de quince años, Carolina, quería que le dijera qué hacer. Estaba
en un hospital al que había ido llevando a una amiga en estado de coma alcohólico y
pensaba que como ella no había dicho que estuviera tomando alcohol, los médicos no
la iban a poder salvar por no saber qué le pasaba. Si decía, iba a traicionar a su grupo,
quebrando un pacto tácito de silencio.

En este abanico podemos enumerar una serie de riesgos predominantes en los/as


adolescentes actuales: embarazo, aborto, bulling o acoso entre pares, trastornos
postraumáticos por iniciación sexual prematura, enferme-dades de transmisión sexual,
intento de suicidio, violencia (maltrato físico o psicológico), consumo de sustancias
(como alcohol u otras drogas) y cortes, entre otros.

En el caso de Carolina y sus amigas han incorporado en su grupo tres elementos que
nuclean a vastos grupos de adolescentes hoy:
•Una creencia: para divertirse hay que tomar alcohol;
•Un sistema de ideales: ilusión fusional, libertad entendida como descontrol, alegría
confundida con excitación;
•Una práctica: la previa.

16
La necesidad de pertenencia en los grupos de adolescentes crea diferentes ritos de
iniciación en aras de instalar modelos homogéneos de ideales, gustos, creencias y
prácticas

Tomo un concepto Kaës quien enunció uno de los puntales del Psicoanálisis de Grupo:
el concepto de pacto denegativo. Denomina como tal a aquellos acuerdos
inconscientes que constituyen los vínculos. Para que se sostenga un vínculo algo tiene
que quedar en negativo, es decir, por fuera del vínculo (todo aquello que atentaría
contra la unión y mantenimiento de los lazos libidinales entre los sujetos) y tiene tanto
una función organizadora del vínculo como una defensiva. Quiere decir que mediante
este pacto quedan excluidos aquellos contenidos que pueden perturbar la constitución
de un vínculo.

Pienso en esta práctica que llaman la previa conformada como un pacto de alcohol.

Los pactos absorben en este caso las representaciones ofrecidas por la publicidad
asegurando un conjunto de consumidores fieles y sirviendo como nexo potenciador
del sentimiento de fusión-ilusión que brinda el encuentro.

Este escenario se ve reforzado por ritos de iniciación, rituales de ingesta, reglas de


cuidado grupal, lealtad al consumo. Este último es dador de identidad- pertenencia y
está sostenido por un pacto de silencio.

Los grupos de amigos

El grupo de amigos se constituye en la adolescencia actual cumpliendo una serie de


funciones que alojan los procesos de crecimiento de esta etapa. Podríamos pensar en
una suerte de probeta que protege, acompaña, brinda referentes identificatorios y que
dependiendo de los nutrientes que utilizan, también puede organizarse como un
ámbito de máximo peligro según las características y reglas que instituyen.

Cuando los chicos se reúnen a tomar alcohol antes de ir a bailar, en general es muy
difícil que alguien no comparta la práctica: por ser rechazado por el conjunto, o por
quedar aislado al no poder vincularse con los demás en los mismos términos.

Cuando le pregunté a Carolina por qué no iba más a bailar con sus amigos, su
respuesta fue: no se puede ir sin tomar.

Todos deben renunciar a diversos aspectos de su conformación subjetiva; se reprimen,


niegan o desmienten (según las posibilidades defensivas de cada organización

17
psíquica) las prohibiciones, mandatos familiares, peligros, etc., en un poderoso cóctel
de omnipotencia y negación. Todo en aras de sostener una ilusión homogeneizante
que diluye los miedos, inseguridades, diferencias, incertidumbres…

Se ha destacado como característica de la etapa adolescente, la velocidad y creciente


aceleración de los procesos mentales. Un ritmo de cambio acompañado por el veloz
pasaje de un objeto a otro (desde los intereses lúdicos, intelectuales, las actividades,
ideales, compañías) en busca de nuevos referentes identificatorios que avalen el
alejamiento de los vínculos amorosos infantiles.

Actualmente, no solo la carencia de estabilidad y continuidad en el apuntalamiento


cultural, sino el empuje desde un exterior en rápida transformación que impone
modelos de cambio constante parecen potenciar y entrar en resonancia con la
particular velocidad de trabajo psíquico propio de esta etapa.

Tomando, por ejemplo, la característica de aceleración (que ha modificado las


nociones de tiempo y espacio), como en las comunicaciones, demanda del joven
respuestas que requieren una velocidad en la selección de opciones que deben
adaptarse al todo ya, al instante.

Una fuerte tendencia a la nivelación generacional, fortalece en los grupos de pares, la


creación de códigos y lenguaje propios que son modificados ni bien comienzan a ser
utilizados por personas de otras edades, como niños o adultos.

En este aspecto el grupo de pares opera como lugar de anclaje que protege la
singularidad de la construcción subjetiva.
También cumple tareas constitutivas al ser dador de significaciones que crean, a partir
de los vínculos, funciones y recursos psíquicos a los que carecían de ellos.

Vemos así que los grupos pueden alojar tanto elementos que producen efectos
destructivos y de riesgo para la salud mental y física de los adolescentes, como
cumplir una función protésica, protectora que genera pensamiento y creatividad.

Fernandez Raone, M. (2014) Adolescencia, consumo de


sustancias y conductas de riesgo en un hospital especializado
en drogadependencias y alcoholismo.

RESUMEN

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La adolescencia como momento de transición entre la infancia y la edad adulta
presenta al joven la compleja tarea de desasirse de la autoridad parental así como la de
confrontarse con lo real de su propio cuerpo y con el otro sexo.

El inicio del consumo de sustancias y la aparición de conductas de riesgo en este


periodo son fenómenos que en la actualidad muestran las dificultades de los
adolescentes para poder transitar por la crisis que esta etapa implica.

El objetivo de este trabajo es caracterizar y analizar la demanda de asistencia


psicológica de los pacientes adolescentes de 13 a 25 años en un hospital especializado
en alcoholismo y drogadicción delimitando el grupo de jóvenes que presentan
conductas de riesgo

Nuestro estudio es de tipo descriptivo y exploratorio. El ámbito de estudio donde se


realiza la investigación son los consultorios externos del Hospital especializado en
toxicomanía de la ciudad de La Plata presenciando las entrevistas de admisión de los
pacientes seleccionados. Los resultados obtenidos son tanto cuantitativos como
cualitativos. Circunscribimos 70 casos de los 120 observados a partir de observar la
presencia de conductas de riesgo.

Consideramos de importancia los resultados provisorios obtenidos para la futura


profundización y análisis de expresiones sintomáticas que en la clínica de la
adolescencia implican obstáculos tanto en el abordaje terapéutico como en la
dirección de la cura.

Palabras Clave: Adolescencia, conductas de riesgo, consumo de sustancias.

INTRODUCCIÓN

La adolescencia como momento de transición entre la infancia y la edad adulta


presenta al joven la tarea de desasirse de la autoridad parental así como la de
confrontarse con lo real de su propio cuerpo y con el otro sexo.

El inicio del consumo de sustancias y la aparición de conductas de riesgo en este


periodo son fenómenos que en la actualidad muestran las dificultades de los
adolescentes para poder transitar por la crisis que esta etapa implica.

Nos preguntamos por las características de este grupo etáreo particularmente en el


ámbito de la asistencia hospitalaria especializada en el abuso de drogas y por su
vinculación con expresiones sintomáticas que van desde las fugas y errancias a las
sobredosis por intoxicación.

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Nuestro foco de interés se centrará, en primer lugar, en la noción de conductas de
riesgo desde una perspectiva antropológica y psicoanalítica.

Los datos obtenidos nos permitirán aproximarnos a una problemática de imperante


vigencia a partir de que estas expresiones manifiestas de riesgo que ponen en peligro
la vida de los propios sujetos o la de terceros son acompañadas frecuentemente por la
urgencia con respecto al tipo de intervención necesaria (Garmendia, 2004). ¿Cómo
caracterizar este tipo de manifestación que en la actualidad se presenta en la clínica de
la adolescencia y qué exige, por un lado, la premura en la respuesta terapéutica y, por
el otro, la necesidad de dilucidar a qué estructura subjetiva, coyuntura biográfica y
condicionamientos subjetivos, familiares y sociales responde?

LAS CONDUCTAS DE RIESGO EN LA ADOLESCENCIA.

Las conductas de riesgo no son un término específico del psicoanálisis.

David Le Breton (2007, 2012) es uno de los autores que, desde las disciplinas de la
antropología y la sociología, definió este conjunto de conductas de un modo preciso.

En el momento del pasaje de la adolescencia se presentan ligadas a la exposición por


parte del sujeto a una alta probabilidad de lastimarse o morir, de perjudicar su propio
futuro o poner en peligro su salud o su potencialidad personal.

Se originan en el contexto de la indiferencia familiar, el abandono, el sentimiento de


exclusión al mismo tiempo que en el marco de la sobreprotección (Le Breton, 2007).

Realizadas muchas veces en el marco del silencio, alteran profundamente la


integración social del joven, siendo el abandono de la escolarización uno de los
ejemplos más frecuentes.

El antropólogo y sociólogo francés destaca la ambivalencia en el joven persiguiendo


la independencia así como la afirmación de los otros. Entre los mundos de la infancia
y la adultez, el adolescente experimenta un estatuto nuevo de sujeto y prueba su lugar
en un mundo donde aún él mismo no acaba de reconocerse. Definido como el
sentimiento de existir en la mirada de los otros y de tener un valor para sí mismo, el
reconocimiento orienta, según este autor, “el gusto de vivir del joven” (Le Breton,
2012, p.2).

Desde una orientación psicoanalítica lacaniana, que retoma estos lineamientos teóricos
de las ciencias sociales, podemos realizar una relectura de las llamadas conductas de
riesgo en los adolescentes de nuestra época.

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Philippe Lacadée (2007), psicoanalista francés, aborda la transición que implica la
adolescencia y sus avatares. El joven en el momento de la pubertad se ve confrontado
con la emergencia de lo real, de lo indecible e insoportable, que exige un trabajo de
simbolización. Para Lacadée (2007), este real, fuente de angustia, se encuentra en el
inicio de las conductas de riesgo.

El adolescente precisa hallar “un lugar y una fórmula”, parafraseando al escritor


Rimbaud, estandarte del joven turbulento que denuncia la caducidad e imperiosa
necesidad de referentes simbólicos en el momento en el cual los que tenía desfallecen.
El psicoanalista francés destaca que el objetivo central de la adolescencia es “buscar
“el lugar y la fórmula” o ser autentificado, buscar su nombre de goce, a falta de haber
hallado un no al goce avasallante surgido en el momento de su pubertad” (Lacadée,
2007, p.17).

Precisamente, las conductas de riesgo, frecuentes en la adolescencia, pueden ser


pensadas como búsquedas “salvajes” del lugar y la fórmula (Mitre, 2014, p.62).

En consecuencia, las conductas de riesgo se presentan en el momento donde el


sentimiento de vacío preocupa al adolescente. Separarse de aquél que él fue como
niño tomado desde el discurso del Otro pone al descubierto un agujero en la
significación (Lacadée, 2007).

El autor advierte acerca de la lectura otorgada a estas expresiones desde la “pseudo


salud mental” (Lacadée, 2007, p.33), que pretende regularlas en nombre de la
seguridad colectiva. Por el contrario, plantea que son síntomas que evidencian una
clínica del ideal del yo, en relación con la función del Nombre del Padre.

Asimismo, Alexandre Stevens (2001), psicoanalista belga, hace mención a la


importancia del Ideal del yo en la adolescencia. La salida de esta última implica la
posibilidad de “poder constituirse un nuevo Ideal del Yo, hacer una nueva elección
con el significante: un nombre, una profesión, un ideal, una mujer” (Stevens, 2001,
p.3).

En la misma línea que Lacadée, el autor belga subraya la jerarquía que posee el
significante del Nombre del Padre en la orientación de este Ideal. Sin embargo, esta
cuestión se ve dificultada en la actualidad.

Las características de la sociedad hipermoderna contemporánea que obedecen a la


lógica del hiperindividualismo, la permisividad y la confusión de roles y de
identidades (Lipovetsky, 2006; Cottet, 2008) son correlativas de la fragmentación
social y el desfallecimiento del Otro como referente simbólico (Miller, 2005).

21
La identificación a la banda de adolescentes es una de “las situaciones intermedias”
(Stevens, 2001, p. 4) posibles en las dificultades por parte del joven con respecto a la
separación de la autoridad parental, condicionada en la época contemporánea por la
degradación de la función paterna. Al mismo tiempo, la filiación ya no se presenta
ligada a la inscripción en una cadena generacional, conferida por la institución
familiar y reconocida jurídicamente (Duschatzky & Corea, 2002).

La importancia de las conductas de riesgo, expresiones sintomáticas por su estatuto de


manifestaciones subjetivas, reclama hoy su elucidación y análisis regidos por una
orientación teórico-clínica de las problemáticas que la adolescencia y sus
características actuales exhiben en las presentaciones contemporáneas.

OBJETIVOS

Los objetivos generales se refieren, por un lado, a favorecer la promoción del


conocimiento con respecto a la relación entre la toxicomanía y las manifestaciones
sintomáticas que ponen en peligro la vida del propio sujeto o la de terceros en el
período adolescente, y, por el otro, a contribuir al estudio de las conductas de riesgo
que se presentan en adolescentes que consultan a centros de asistencia terapéutica.

Dentro de los objetivos específicos, podemos mencionar tres fundamentales. En


primer lugar, esta investigación intentará caracterizar y analizar la demanda de
asistencia psicológica de los pacientes que consultan al hospital monovalente que
manifiestan el tipo de comportamiento mencionado. En segundo lugar, elaborar una
estadística de la consulta de adolescentes de 13 a 25 años en un hospital especializado
en alcoholismo y drogadicción delimitando el grupo de jóvenes que presentan
conductas de riesgo. Finalmente, describir las conductas de riesgo de los pacientes que
consultan al centro de atención especializado a partir de las categorías emergentes.

METODOLOGÍA

El estudio que realizamos es de tipo descriptivo y exploratorio. La primera implicó el


análisis de la información obtenida a través de una Ficha Clínica que sistematizó las
principales categorías emergentes a partir del estudio de la casuística

Este instrumento incluyó ítems definidos tales como: los datos personales del paciente
(sexo, edad, composición y situación familiar); la Fecha de Admisión; los motivos de
consulta; el inicio y frecuencia del consumo; su relación con situaciones conflictivas
de la vida del paciente; y los principales síntomas.

El estudio cualitativo incluyó la definición de categorías emergentes a partir del


estudio de los casos observados y el análisis de la demanda y la posición subjetiva del

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consultante que exhibe en la primera consulta conductas de riesgo, y sus
transformaciones en el curso de la misma.

Para la obtención de la información requerida utilizamos como estrategia principal de


abordaje la entrevista semiestructurada en la instancia de Admisión de la demanda de
tratamiento inicial. Los ejes contemplados en ella fueron: el origen de la demanda
(padres, paciente, escuela, Justicia, hospital); las consultas, tratamientos e
internaciones previos; la posición del paciente en relación a la consulta (aceptación,
indiferencia, rechazo); la presentación de otras manifestaciones sintomáticas;
antecedentes familiares y personales.

RESULTADOS

ANÁLISIS CUANTITATIVO

La casuística analizada comprende 70 pacientes que presentaron conductas de riesgo


del total de los 120 pacientes observados de 13 a 25 años de edad que acudieron al
Hospital especializado en drogodependencia y alcoholismo de la ciudad de La Plata,
provincia de Buenos Aires (Argentina) en el período de Abril de 2011- Octubre de
2014.

Notamos de este modo cómo el 58 % de los pacientes adolescentes (70 casos) que han
consultado al Hospital presentan conductas de errancia, fugas, han cometido actos
delictivos o hechos de violencia a sí mismo o a terceros así como han presentado
episodios de sobredosis e intento de suicidio, automutilaciones y repetidos accidentes
de carretera.

A partir de este conjunto que diferenciamos dentro de los 120 casos observados,
podemos utilizar determinados criterios como ejes de lectura del material clínico. En
consecuencia, discriminaremos en este grupo el sexo de los pacientes, la edad de los
jóvenes consultantes, el motivo de consulta que los llevó a pedir un turno en el centro
de salud referido, el origen de la demanda, el tipo de consumo que exhibían y el tipo
de sustancia que consumen.

Con respecto al sexo de los consultantes. De los 70 casos, el 13% son mujeres (9
pacientes), mientras que el 87 % restante (61 casos) son de sexo masculino. Es
importante mencionar que el total de los pacientes femeninos de los 120 casos que
observamos son 13, lo cual nos muestra cómo de las pocas mujeres que consultaron,
casi todas ellas (69 %) presentaban conductas de riesgo, contrastando con la población
masculina, donde el 57 % de todos los pacientes hombres exhibían comportamientos
ligados a la exposición al peligro de sí mismo o de otros.

23
Con respecto a las edades de los consultantes, el mayor porcentaje se encontró en la
franja de los 15 y 17 años, siendo las otras categorías etáreas de menor importancia.

Los pacientes que presentaron conductas de riesgo arribaron al hospital, ya sea solos o
acompañados, demandando atención por parte de los profesionales y expresando un
determinado motivo de consulta.

Éste a su vez se despliega en cuatro categorías: los que se muestran preocupados por
el consumo, los que exigen una internación inmediata, los que asocian patologías
actuales con el consumo previo o actual y finalmente los que exhiben una demanda
preventiva para anticipar un futuro o próximo consumo.

Dentro del primer grupo, notamos que el 86 % de los pacientes analizados se acerca a
la institución vinculando el uso del tóxico con conductas que ponen en peligro tanto su
propia vida como la de terceros.

Con respecto al conjunto de los pacientes que piden una “rehabilitación” y “encierro”
para interrumpir una pendiente mortífera, es el 10 % de todos los jóvenes. Es de
destacar que de toda la casuística de 120 casos, sólo 8 de ellos piden internarse, de los
cuales 7 pacientes presentan conductas de riesgo.

Notamos cómo las acciones de fuga y errancia así como la posición desafiante frente a
las normas establecidas llevan, tanto a las autoridades como a los propios sujetos en
cuestión, a demandar una intervención externa que acote, que límite, que ponga una
línea divisoria y de ruptura con la modalidad de existencia que vienen llevando.

De estos siete (7) casos que solicitan el ingreso a una institución privada o pública
sólo uno de ellos proviene de un oficio penal, mientras que en dos casos son los
padres por medio del Tribunal de Familia los que exigen la internación de su hijo. Los
pacientes restantes de este grupo (cuatro de los siete) incluidos en los que reclaman la
inmediatez del tratamiento vía la internación lo hacen de un modo personal, es decir
que el propio paciente es el que apela a que los profesionales del hospital le otorguen
un lugar en un establecimiento aislado.

Los pacientes que consultaron motivados por la ligazón que ellos consideran existe
entre el consumo (anterior o presente) y ciertas presentaciones como las crisis de
angustia (o los llamados “ataques de pánico”) y que a su vez exhibían conductas de
riesgo representa el 2% del total del grupo delimitado. Debemos subrayar que este
único caso es el de una joven que a partir de la aparición de crisis de angustia
comenzaba a realizarse cortes y mordeduras para apaciguar un afecto ineludible, que
no engaña.

24
Por último, el adolescente que se presentó en el centro de salud con una demanda
preventiva para evitar una futura “recaída”, representado el 2% de los pacientes con
conductas de riesgo, plantea su preocupación a partir de la posibilidad de consumir y
volver a tener diferentes episodios de riesgo personal, como los sucesivos accidentes
de moto y estar preso nuevamente

La categoría del origen de la demanda podemos a su vez dividirla en tres grandes


grupos: los que llegan por la vía judicial (o también llamada “por oficio”), los que
concurren espontáneamente a la institución (solos o llevados por sus padres o
familiares) y los que son derivados de otros profesionales, organismos o instituciones
públicas o privadas.

Dentro de la demanda judicial (representada por el 49%) casi en su totalidad (32%)


eran derivados del Juzgado de Garantías del Joven o del Juzgado de Responsabilidad
Penal Juvenil, mientras que sólo el 17% eran pacientes provenientes del Tribunal de
Familia.

Los pacientes que arribaban a través del Juzgado Penal Juvenil, habiendo cometido
robos, homicidios o algún delito, llegaron con un oficio judicial penal que solicitaba al
profesional que lo atendiera si debía o no realizar un tratamiento o ser internado. El
propio sujeto relacionaba la mayoría de las veces sus actos de transgresión con el
consumo de sustancias. Posiblemente por la vinculación entre la determinación
dictada por el Juez y su posibilidad de libertad o disminución de la pena recibida,
estos pacientes se mostraron con un aparente interés en abandonar el consumo, en
modificar sus “hábitos de vida”, esperando un cambio a partir de su asistencia al
hospital y la realización del tratamiento. Estos pacientes o las instituciones que los
envían para realizar un tratamiento sitúan a la droga como posible causa de
comportamientos ligados a la infracción de la ley (robos, homicidios, peleas) así como
un factor condicionante de la realización de los mismos.

Con respecto a la demanda espontánea, ésta representó el 41 % del total de los


pacientes analizados. Debemos diferenciar la consulta solicitada por el propio paciente
de aquella realizada por el padre o un familiar del mismo.

Dentro de este tipo de demanda, notamos que el 29% de los jóvenes llegaron al centro
asistencial a partir de que los padres, impotentes frente al comportamiento desafiante
de sus hijos, solicitaron turno considerando la posibilidad de que éstos realicen
tratamiento.

Es de destacar que su preocupación por el consumo y por los comportamientos de


riesgo han llevado en algunos casos a consultar previamente a otros profesionales

25
(médicos clínicos, psiquiatras, psicólogos) o instituciones los cuales han derivado al
paciente al hospital especializado en adicciones.

En estos casos, la posición subjetiva frente a la demanda de tratamiento era diversa.


Por un lado, mostraron indiferencia, apatía y desinterés frente a la posibilidad de
iniciar un tratamiento por adicciones, adaptándolo a partir de la injerencia de sus
padres, para evitar que estos últimos sigan insistiendo en un problema del cual ellos
mismos niegan su existencia.

Por otro lado, otros jóvenes mostraron un claro rechazo a la demanda de sus
familiares de asistir al centro hospitalario. Su reticencia estaba vinculada, en ciertos
casos, a que ellos no deseaban abandonar el consumo, no lo entendían como un
problema, ni se consideraban dependientes de la sustancia que ingerían ya que, según
ellos, podían abandonar el hábito cuando quisieran. Ellos no se consideraban
“adictos”, sino que su relación con las drogas no estaba pautada por la necesidad o
urgencia inmediata.

En otros casos, el deseo de no seguir el tratamiento se explica en estos pacientes


cuando argumentaban que, sí considerándose en una relación de dependencia con la o
las drogas que consumen, no deseaban continuar con las entrevistas ya que no tenían
la intención de abandonar el consumo que realizan. Dentro de este grupo, muchos de
los consultantes han estado internados en clínicas u hospitales a partir de severas
intoxicaciones cercanas a la sobredosis, peligrando su propia vida. Frente a estos
episodios agudos, algunos de los sujetos difícilmente los subjetivan como alarmantes
mientras otros a partir de encontrarse en situaciones de peligro de muerte, aceptan
iniciar un tratamiento.

Por otra parte, dentro de la demanda espontánea también debemos incluir a las que
realizaron los propios jóvenes. El 12 % del total de los pacientes que presentaban
conductas de riesgo lo hicieron de forma personal, como ya habíamos mencionado
cuando nos referimos a aquellos que solicitaban internación. Estos adolescentes
expresaban que consultaban preocupados por el consumo, por el temor a volver a
consumir, por las patologías que asociaban al uso del tóxico así como la demanda de
internación.

La categoría que diferencia el tipo de ingreso puede sernos de utilidad para analizar la
población estudiada.

Notamos que el 74 % ingresa por primera vez a la institución hospitalaria, mientras


que el 26 % restante ya ha concurrido a la misma.

26
Dentro de los pacientes que consultan por segunda o tercera vez al hospital notamos
que algunos de ellos solicitan internación, expresando que el tratamiento previo
ambulatorio ha fracasado. Presentando graves conductas de riesgo vuelven la
institución reclamando la inmediatez en la solución a su malestar.

De los pacientes restantes que ya han acudido antes a la institución, algunos se hallan
en situación de calle, a partir de fugas anteriores, permaneciendo en un estado de
errancia desde hace un largo tiempo. Otros muestran, ya sea ellos mismos o sus
familiares, la “peligrosidad” de sus conductas asociadas al consumo ya que los
reiterados accidentes, de moto en estos casos, alertan al paciente o a sus allegados,
impulsándolos a la consulta ubicando a la sustancia como la causante de los riesgos
permanentes.

El conjunto de pacientes que consultaron por primera vez es heterogéneo en su


composición a la vez que la égida del riesgo, la urgencia y la preocupación de un
presente y futuro inminente de conductas errantes y desafiantes delinea y fusiona el
grupo.

Los pacientes analizados refirieron consumir diferentes tipos de sustancias. En su


mayoría los tóxicos consumidos fueron diversos en cada paciente, presentándose un
“policonsumo” generalizado. El 84 % del total de los 70 pacientes utiliza más de una
sustancias, mientras que el restante sólo consume una.

Dentro de las sustancias utilizadas para el consumo, pueden mencionarse siete: la


marihuana (31%), la cocaína (20%), el alcohol (18%), los psicofármacos (21%), el
pegamento o inhalantes (8%), alucinógenos (1%) y el denominado “paco” o pasta
base.

ANÁLISIS CUALITATIVO

En muchos de ellos el recurso a la droga forma parte de una "crisis" de adolescencia


que conduce a los sujetos a iniciar un camino de transgresión y marginalidad delictiva,
en franca oposición a la autoridad de los padres.

La presencia de conductas de errancia y fuga condicionan la demanda realizada por un


tercero (familiar o institución pública o privada), lo que obstaculiza la puesta en forma
del síntoma y la posible futura implicación subjetiva.

En muchos de los pacientes, sus padres o familiares muestran alarma y preocupación,


expresando sentimientos de culpa o adjudicándose responsabilidad por los
comportamientos del paciente.

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A su vez, en muchos de los jóvenes se destaca una posición de desafío o de reproches
a ambos padres, sobre todo odio al padre, en otros, nostalgia por el padre que no tuvo.
Muchos de los episodios desencadenantes del inicio del consumo se presentan
vinculados a situaciones de la pareja parental. Se destacan en la mayoría de los casos
importantes carencias simbólicas del medio familiar.

El abandono de la escolaridad se repite en la mayoría de los casos, lo cual parece ser


solidario del camino errático de los jóvenes analizados.

Algunos pacientes exhiben una “sensibilidad” paranoide que desencadena la violencia


mientras que en otros, la violencia y el riesgo se erigen como estilos de vida.

La transgresión aparece como modo de afirmarse en una nueva identidad. Esto se


observa en la posición desafiante de muchos pacientes frente a las normas establecidas
por el Otro social al cual el sujeto no otorga legitimidad o legalidad. Esta modalidad
suele acompañarse de la ausencia de indicios que den cuenta de los efectos subjetivos
específicos por las consecuencias de las conductas de riesgo.

La importancia del grupo de pares tomados como referentes identificatorios se


destaca como alternativa frente a la fragilidad en la autoridad parental..

La mayoría de los jóvenes han recibido sanciones penales o judiciales, lo que se


convierte en un obstáculo para establecer una demanda de asistencia hospitalaria y
requiere de un abordaje preliminar.

CONCLUSIONES

Notamos que la presencia de conductas de riesgo aparece vinculada en una gran parte
de los casos al consumo de sustancias.

Recordemos que el nombre mismo de la institución al cual acuden los pacientes, sus
familiares o instituciones públicas y privadas, condiciona la demanda de intervención.

En consecuencia, se destaca cómo la preocupación por el consumo o las expresiones


ligadas al mismo aparecen como principal determinante en la consulta terapéutica,
ubicando a la droga como agente etiológico del malestar subjetivo.

Coincidimos con los autores que abordan la temática de la adolescencia y los


comportamientos de riesgo, los cuales establecen una relación entre la aparición de
estos últimos y determinadas circunstancias que confirmamos en la casuística
seleccionada.

28
La indiferencia, el abandono, el sentimiento de exclusión así como la sobreprotección
y la horizontalidad en la relación entre padres e hijos son algunas de estas condiciones
que se expresan en el discurso de algunos de los jóvenes consultantes.

Nuestra investigación se orientará en un futuro a responder el interrogante acerca del


tipo de tratamiento terapéutico posible en este tipo de casos, donde la urgencia domina
la escena de intervención. En ellos se destacan las relaciones entre la nueva economía
de goce vigente en nuestra época y la singularidad de las respuestas vinculadas a una
modalidad de ruptura con el Otro familiar y social.

En consecuencia, deberemos considerar cómo estas características dificultan el


abordaje de presentaciones clínicas donde el riesgo, el desafío, la ausencia de
implicación subjetiva y la escasa importancia dada a la palabra rigen estas
modalidades iniciales de la demanda.

Frágola, A. O. (2009). Vulnerabilidad adolescente y


psicopatología de las adicciones.

“La biología es verdaderamente un reino de posibilidades ilimitadas; tenemos que


esperar de ella los esclarecimientos más sorprendentes y no podemos columbrar las
respuestas que decenios más tarde dará a los interrogantes que le planteamos”.
(Freud, S., 1920)

Freud supo vislumbrar, adelantándose a su tiempo, la luz que el psicoanálisis y la


neurobiología iban a echar sobre nuestros interrogantes clínicos y teóricos. Por cierto
es aún extenso el trayecto por recorrer, pero ello no nos autoriza a despreciar los
avances incipientes.

INTRODUCCIÓN

Las adicciones constituyen una pandemia social, un problema psicopatológico y un


embrollo jurídico. Hoy nadie duda que el abuso de drogas es un fenómeno dinámico y
multideterminado, que requiere de una confluencia de factores biológicos,
psicológicos y socioculturales.

En este trabajo nos referiremos a algunos aspectos de la psicopatología y la clínica de


las adicciones en los adolescentes buscando la confluencia entre los aportes del
psicoanálisis y los de otras disciplinas del campo de la salud mental, como las
neurociencias.

29
En ese contexto la vulnerabilidad es uno de los puntos centrales, y tanto el estado del
self como el desequilibrio narcisista propio de la adolescencia se hallan íntimamente
relacionados con dicha vulnerabilidad.

Si bien no existe prácticamente período de la vida en el que el riesgo de adicción esté


ausente, está demostrado que niños y adolescentes son los grupos etarios más
proclives.

También representa un desafío para los profesionales de la salud mental. Y es bien


sabido que muchos colegas evitan estos pacientes o sufren cierta incomodidad al
enfrentarse con un adolescente que abusa de las drogas.

Aunque pocas veces se lo admita abiertamente, la consulta con el paciente adicto


constituye con frecuencia una experiencia molesta, difícil y desalentadora en la que el
analista se siente por momentos desarmado o impotente aunque sea un profesional
experimentado. Así le resulta complicado mantener una actitud confiada, objetiva y
no enjuiciadora, necesaria para el éxito terapéutico.

La valoración narcisista de su rol analítico se ve socavada en el abordaje de casos que


implican una probabilidad alta de fracaso del tratamiento, que suelen presentar
dificultades en el contacto con el paciente o su familia y que además pueden poner
sobre el tapete la cosmovisión del analista y su actitud ante el uso de sustancias
químicas que afectan el estado de ánimo.

Cierto es que la reacción terapéutica negativa, por ejemplo, es un obstáculo frecuente


en el análisis de estos pacientes, pero su aparición, influida por el tipo de estructura de
personalidad subyacente, no es necesariamente un ingrediente central o un
impedimento definitivo en estos casos.

El consumo de drogas abarca un amplio espectro de personalidades de base y en


consecuencia pueden generarse diversas variantes transferenciales. Pretender enfocar
a todos los casos usando los mismos parámetros y supuestos básicos conduce
necesariamente al desencuentro y a la dificultad en el contacto intersubjetivo.

Por ejemplo, el paciente que es predominantemente captado desde la perspectiva de su


hostilidad, reacciona frecuentemente con sumisión o con rabia hacia el analista, que
como un integrante más del “establishment” ve confirmada fácilmente su propia
perspectiva: la asociación entre lo malo –la falla moral para el imaginario social– y la
conducta adictiva.

La cuestión es que cualquiera sea la perspectiva o la técnica que utilicemos, los


pacientes adictos constituyen un reto, y Brandchaft (1999) se ha preguntado “¿cuán a
menudo cierta falsedad del paciente acerca de sus propias metas, experiencias o

30
sentimientos puede llegar a ser fomentada inconscientemente por respuestas del
analista que le indican que sus sentimientos son defensivos, anacrónicos, destructivos
u obstructivos?”.

LA ADICCIÓN Y SUS PERSPECTIVAS

Naturalmente una visión completa del tema requiere demasiado espacio. Intentemos
sin embargo una reseña de algunas perspectivas que conviene no desestimar para tener
una visión actualizada.

Veamos entonces algunos puntos a considerar:

1) Aspectos del desarrollo evolutivo que incluyen la difícil delimitación entre


normalidad y patología en la adolescencia. La depresión juvenil y su relación con el
consumo de drogas.

2) La transformación narcisista de la adolescencia, las vivencias de vacío y el campo


intersubjetivo.

3) La neurobiología y los cambios neuroquímicos asociados con la transición del


consumo de sustancias a la adicción. Los sistemas cerebrales de refuerzo y la
motivación. La patología dual.

4) La vulnerabilidad que resulta de las circunstancias anteriores y su inclusión en un


modelo integral de las adicciones. La mirada social. Las drogas y la persona.

DESARROLLO EVOLUTIVO

Hoy es un lugar común la relación entre adolescencia y uso y abuso de drogas.


Algunos aspectos evolutivos nos pueden ser de utilidad para comprender mejor las
adicciones en adolescentes:

a) Lo específico de la psicopatología en niños y adolescentes es su carácter evolutivo:


ellos están inmersos en un desarrollo madurativo continuo que hace que lo que puede
parecer patológico a una edad no sólo no lo es en otra, sino que puede llegar a tener
un valor estructurante, de modo que su ausencia a veces denuncia un trastorno
patológico. En cuanto a las drogas, familiares y/o terapeutas pueden caer en el error de
confundir el uso esporádico recreativo de sustancias psicoactivas con el abuso y la
dependencia adictiva. Las fantasías subyacentes y la significación psicopatológica son
muy diferentes y por ende las medidas a implementar.

31
b) La crisis adolescente implica una profunda transformación de las estructuras del
psiquismo y de la inserción social del sujeto. Esta transformación personal genera
diversas manifestaciones que esquemáticamente podemos agrupar en cuatro áreas:

I) la identidad;

II) el cuerpo y las funciones vitales (sueño, alimentación, sexualidad);

III) los procesos de mentalización que incluyen el estado de humor y;

IV) los problemas de la acción, el paso al acto.

Desde las cuatro áreas encontramos determinantes para el consumo de sustancias.


Tanto las alteraciones de la identidad como los cambios pulsionales y las alteraciones
del humor generan displacer, mientras que el paso al acto, asociado a un control
precario de los impulsos, provee por una parte placer inmediato y por otra cierto alivio
de las vivencias desagradables a través de la droga que actúa en el sistema nervioso
central.

Wieder y Kaplan (1969), de los primeros psicoanalistas que estudiaron en forma


pormenorizada el tema en adolescentes, subrayaron el rol que las drogas cumplen para
reducir el distress y mantener la homeostasis en adolescentes, como una suerte de
“prótesis estructural”

En todas las áreas suceden transformaciones y disrupciones, se generan síntomas que


son capturados por el entorno social y catalogados por los médicos, los sociólogos, los
periodistas y los psicoanalistas.

c) Vulnerabilidad y afectos depresivos: reasignación de prioridades libidinales, duelo


por la pérdida y duelo anticipatorio, durante la fase adolescente son sumamente
frecuentes las manifestaciones de tipo depresivo, que suelen incluir una clásica
nostalgia angustiosa, esa difusa melancolía existencial que tan bien reflejan los
jóvenes creativos o los escritores que han sabido describir las vivencias interiores de
los jóvenes en esos años hipersensibles, a veces vacilantes y opresivos.

Sucede también que los sentimientos típicamente depresivos, el humor triste, son
muchas veces negados u ocultados, en especial por los adolescentes varones, que los
asocian con blandura, debilidad o falta de hombría. Muestran más, en cambio, la
apatía y la abulia, el vacío afectivo, la falta de concentración, el aburrimiento, la fatiga
y la irritabilidad.

32
Además de la negación de los afectos depresivos, en forma compensatoria puede
aparecer la tendencia a la acción, el paso al acto que lleva a reacciones impulsivas y a
conductas violentas o delictivas.

La tendencia a la acción se asocia con frecuencia al consumo de sustancias


psicoactivas y a otras formas de búsqueda de estimulación tales como las conductas
de riesgo o la promiscuidad sexual.

La gran dificultad que enfrentamos al considerar estas manifestaciones clínicas es que


la adolescencia, por su dependencia, por su mutabilidad, por su incertidumbre
evolutiva, por el carácter aparatoso de ciertas manifestaciones que resultan ser
triviales, es uno de los períodos de la vida en los que el establecimiento de un perfil
psicopatológico se vuelve más aleatorio.

De todas maneras la persistencia, continuidad y profundidad de los afectos depresivos


en adolescentes son datos significativos que con frecuencia se asocian al consumo
adictivo de sustancias y marcan una diferencia con las oscilaciones circunstanciales
del humor y las transformaciones propias de las crisis evolutivas mencionadas en el
ítem anterior que acompañan al consumo esporádico.

NARCISISMO E INTERSUBJETIVIDAD

La clásica visión de la adolescencia se sustenta en el papel protagónico que tienen los


cambios pulsionales que suceden en este período (S. Freud, 1905, 1925 y 1939; E.
Jones, 1922; A. Freud, 1957). Más cercano a nuestros tiempos Laufer y Laufer (1984)
han señalado la naturaleza del impacto potencialmente traumático que puede tener en
algunos adolescentes la llegada a la madurez física de la pubertad.

La adolescencia resulta ser entonces la continuación del desarrollo psicosexual


interrumpido por la latencia.

El tema esencial: la reactivación del drama edípico y los duelos que lo acompañan.

Pero la transformación adolescente implica también una reorganización del equilibrio


narcisista alcanzado en etapas anteriores y una conmoción de los mecanismos
reguladores de la autoestima.

Las sustanciales modificaciones de la imagen corporal y la activación del desarrollo


cognitivo causan en el joven un impacto de tal magnitud que trae aparejada una
completa reestructuración de su self. El paulatino reemplazo de una representación
duradera del self por otra puede poner en peligro a un self cuyo establecimiento
nuclear había sido deficiente.

33
La concomitante desidealización de las figuras parentales debilita otro soporte
narcisista y entraña un aumento de la vulnerabilidad del self. Entonces nuevos ídolos
o ideales, la sumisión a la cultura o la formación de una contracultura pueden servir
por igual para restaurar una autoestima vacilante.

Pensamos que el narcisismo y la intersubjetividad son dos ejes centrales a la hora de


considerar la patología adolescente y en especial el abuso de drogas. En los pacientes
jóvenes se pueden apreciar con claridad estados de desequilibrio narcisista que son
versiones amplificadas de aquellos que forman parte de la vida cotidiana.

Las vivencias de vacío, los sentimientos de vergüenza, inadecuación e inferioridad, la


introversión y una difusa angustia existencial, los procesos alternantes de idealización
y desvalorización en los vínculos interpersonales, son todos resultado de
perturbaciones en los sectores de la personalidad que regulan el estado de sí mismo
–el self– y la valorización que el sujeto hace de sí, la autoestima.

Naturalmente el carácter transitorio, breve, del desequilibrio narcisista se asocia con


benignidad del proceso y consumo esporádico. Su persistencia es en cambio típica en
el abuso y la dependencia de drogas.

Otras veces el sufrimiento narcisista determina la búsqueda de alguna estimulación


que permita recuperar la vivencia de un sí mismo cohesivo, firme, valioso, la
sensación de estar vivo. Los recursos son diversos, la hipersociabilidad, la sexualidad
compulsiva o el uso de sustancias psicoactivas.(Ortiz Frágola, A., 2007; Pumariega,
A. J.; Rodriguez, L.; Kilgus, M. D., 2004)

La clínica de la transferencia o la simple observación atenta de la vida psíquica de


personas del rango neurótico, nos dejan ver ejemplos de lo que es el sufrimiento
narcisista y de cómo el uso de sustancias químicas puede ser una de los mecanismos
para sobrellevarlo.

Así una hipótesis para tener en cuenta es que cierto uso de drogas en la adolescencia,
y el uso de otras sustancias psicoactivas como el alcohol o los fármacos
autoadministrados en un período posterior de la vida (la edad de los padres), en
especial ansiolíticos, hipnóticos y analgésicos, pueden cumplir funciones psicológicas
y neurobiológicas semejantes.

Otro aspecto a considerar pasa por la repercusión afectiva en el entorno. Los estados
mentales juveniles sacuden necesariamente la vida familiar, así como son moldeados
o deformados por ese continente.

Los terapeutas no escapan tampoco al impacto de esa turbulencia, y pueden verse


envueltos en el “turmoil” adolescente. Así surgen las consultas de familiares

34
angustiados por las situaciones de riesgo en que se coloca un paciente o por la
confesión alarmante de su falta de ganas de seguir viviendo así. En el analista o en
todo el equipo terapéutico se generan entonces estrés e impotencia que corren
paralelos con la vivencia de los familiares y con las experiencias infantiles del
paciente.

El desbalance narcisista de los padres sumidos en su propia crisis vital que los deja no
disponibles para sus hijos es moneda corriente en las familias de los jóvenes adictos.
Los padres están “fuera del área de cobertura”, inalcanzables para las silenciosas
necesidades filiales de idealización.

A su vez, en los tramos iniciales del tratamiento, la repetición transferencial del


adolescente adicto suele ubicar al analista en un rol paterno vacilante, desconectado
de las inquietudes de su hijo y de su escenario, de la alternancia juvenil entre la
omnipotencia y la zozobra.

Esto puede coincidir con el analista en estado de desconcierto ante un panorama –la
dramática de la adicción– que no termina de conocer y comprender, o que
malinterpreta desde el otro lado de la brecha generacional.

Quien tiene en tratamiento tanto adolescentes adictos como pacientes fronterizos u


otros narcisistas, sabe muy bien que temas como idealización, confrontación y lucha,
sintonía afectiva o disponibilidad emocional son elementos cruciales en el análisis.

La observación del desarrollo nos muestra que los avatares ya señalados de la


transformación adolescente, los cambios puberales, el remodelamiento psíquico, el
desequilibrio narcisista y la presión social determinan una especial vulnerabilidad ante
la oferta de las drogas.

Las sustancias psicoactivas, insistimos, pueden proveer un alivio transitorio a algunas


de las manifestaciones propias de la adolescencia, sea a través de la atenuación de
estados afectivos displacenteros o merced al efecto desinhibitorio y la facilitación del
contacto social. En el primer aspecto al referirnos a las motivaciones para el consumo
hablaremos del factor automedicación, en el segundo caso el factor recreativo del uso
de drogas.

El problema es también que, en la medida en que algunos jóvenes se habitúan a


disfrutar de las drogas y a confiar en ellas para afrontar su vida, los procesos normales
de integración y complejización del psiquismo se ven interferidos en una atrofia por
falta de uso (como un órgano o un músculo) que perturba sus posibilidades de
crecimiento y desarrollo mental (Khantzian, 1997, 2003).

35
Cercana a la perspectiva descripta, que conecta el uso de drogas con la búsqueda de
regulación del estado del self afectado por razones evolutivas o psicopatológicas,
Ulman y Paul (1989, 1992) han definido lo que llamaron mecanismos adictivos gatillo
(“addictive trigger mechanisms”). Estos son sustancias específicas o comportamientos
(alcohol, drogas, alimentación, juego patológico) que se usan de manera regular y
compulsiva para despertar fantasías arcaicas y estados de éxtasis por su efecto
antidepresivo y antiansioso.

Este efecto se logra porque estos estados reproducen funciones cumplidas


originariamente por los llamados objetos del self. A las funciones descriptas por
Kohut en su Psicología del Self (espejamiento, idealización, gemelaridad), estos
autores agregan en este caso lo que llaman función de pacificación, de aplacar la rabia
narcisista y proveer una suerte de anestesia disociativa.

Pero a diferencia de lo que ocurre con los objetos del self propios del desarrollo
humano, que cumplen esas funciones de soporte del self y a la par promueven su
desarrollo, para que más adelante el self modificado pueda hacerse cargo de gran parte
de esas funciones, en estos casos los mecanismos gatillo son vicarios, mimetizan esas
funciones pero son incapaces de agregar estructura y transformar al self. Por el
contrario, deforman el self y tienen un efecto esterilizante que cosifica a una persona
transformándola en un ritual y un hábito deshumanizado.

La pérdida del carácter de humano es central en esta visión de las adicciones. Está
presente en el pasado de los vínculos del sujeto adicto y se torna esencial en el
tratamiento cuando el paciente adicto experimenta transferencialmente al analista
como una suerte de esponja absorbente (no-humana, más bien un objeto transicional)
que humedece y transforma los estados disfóricos de fragmentación o colapso del self,
de alienación o de rabia narcisista.

El analista debería permitir ser usado transitoriamente como cosa inanimada teniendo
cuidado de no rechazar las funciones adscriptas ni de gratificarlas
contratransferencialmente involucrado.

Si bien estas alternativas se van haciendo visibles una vez que se va instalando el lazo
transferencial, ya desde el inicio del vínculo con el paciente adicto es necesario que el
analista pueda detectar no tanto lo que la droga le hace al paciente sino más bien lo
que la droga hace por él: cuando transcurría el primer año de tratamiento, Josefina,
que inició su análisis a partir de una internación por sobredosis de cocaína y alcohol,
decía: “La droga es el mejor compañero para alguien como yo…cuando yo tomaba
cocaína me sentía más linda, abría más los ojos, tenía una mirada más linda. A mí la
cocaína me sentaba bien, me iba con lo que me faltaba a mí para sentirme bien

36
conmigo misma. Era mi peor momento y sin embargo en algo me sentía bien conmigo
misma”.

Una mirada analítica al sujeto proclive a la adicción va a vislumbrar tarde o temprano


algún déficit significativo en cuatro áreas nucleares del funcionamiento psicológico
relacionadas con el terreno narcisista:

1) registro y regulación de las emociones,

2) mantenimiento de un sentido estable del self,

3) manejo de los vínculos interpersonales y

4) cuidado de la propia integridad, incluyendo la habilidad de anticipar las


consecuencias de la propia conducta.

Ahora bien, hasta aquí nos hemos referido a la vulnerabilidad poniendo el acento en
sus aspectos psicodinámicos, aquellos que surgen en forma nítida en los jóvenes sanos
y en la práctica clínica general con adolescentes adictos.

Pero los progresos de la neurobiología en los últimos veinte años hacen visibles otros
aspectos de la vulnerabilidad vinculados al funcionamiento del cerebro.

NEUROBIOLOGÍA DE LAS ADICCIONES

“Es lógico que nos sorprenda el hecho de que tan a menudo nos viéramos precisados
a aventurarnos más allá de las fronteras de la ciencia psicológica. Los fenómenos que
nosotros elaborábamos no pertenecen sólo a la psicología, tienen también un lado
orgánico-biológico”. (Freud, S., 1938)

Los avances en neurociencias están revolucionando la comprensión de los


mecanismos involucrados en las adicciones.

Es apropiado que como analistas estemos enterados de los últimos descubrimientos y


desarrollos en temas que como la neurobiología de las adicciones, se hacen presentes
a diario en nuestra práctica clínica, lo sepamos o no.

Esto nos va a permitir no sólo tratar mejor al paciente adicto, sino también
comprender más acabadamente muchas manifestaciones de la parte neurótica de la
personalidad de jóvenes y de adultos que no necesariamente son abusadores de drogas
pero que sí utilizan sustancias psicoactivas (alcohol, tabaco, café, ansiolíticos) en su
vida cotidiana en forma recreativa o ante situaciones de stress psicobiológico.

37
La primera cuestión a considerar desde esta perspectiva es que las investigaciones
neurobiológicas en adicciones han mostrado que las drogas que generan dependencia
parecen tomar el comando de zonas filogenéticamentemente antiguas del cerebro que
se ocupan de la regulación de tendencias repetitivas como la alimentación, la
sexualidad y la interacción social. (Funciones que evocan, no por casualidad, los
conceptos psicoanalíticos de pulsión o impulso instintivo). Estas áreas cerebrales
comprenden al sistema límbico e incluyen la amígdala, el núcleo accumbens, y el área
tegmental ventral (Bickel, 2006)

Los circuitos vinculados a esta zona proveen sensaciones de placer, que también son
activadas por las drogas de abuso. Además el sistema límbico es responsable de
nuestra percepción de las emociones, lo que explica la propiedad que tienen todas
estas sustancias de alterar el humor.

Más aún, evidencias adicionales sugieren que las zonas más “modernas” del cerebro,
como la corteza frontal, parecen quedar “off line” tanto estructural como
funcionalmente durante el proceso de adicción. Pero la corteza frontal o cerebro
anterior, que queda relegada en las adicciones, está relacionada con el pensamiento
abstracto, con la capacidad de planear, de resolver problemas complejos y tomar
decisiones. En otras palabras, podríamos decir que el cerebro se torna más primitivo
en su modo de funcionar y pierde logros evolutivos alcanzados previamente.

Ahora bien, decimos que las drogas de adicción se apropian del comando de ciertos
circuitos, pero ¿cómo sucede esto?

Es relativamente simple. Las células del sistema nervioso se comunican entre sí y


conforman circuitos –envían, reciben y procesan información– a través de sustancias
químicas que son los neurotransmisores.

Y bien, algunas drogas adictivas, como la marihuana o los opiáceos (morfina,


heroína, analgésicos opiáceos) tienen una semejanza estructural con los
neurotransmisores, entonces “engañan” a las neuronas y generan mensajes falsos que
producen una disrupción en la red.

Otras drogas, como la cocaína, el éxtasis o las anfetaminas clásicas, provocan una
liberación de gran cantidad de neurotransmisores normales que inundan y también
distorsionan los canales de comunicación, a la par que agotan las reservas naturales de
esos transmisores (Volkow, NIDA, 2007).

En última instancia todas las drogas de adicción producen liberación de dopamina en


las zonas cerebrales mencionadas, generan placer y cierto grado de euforia.

38
Esto va de la mano con que todas activan los Circuitos Cerebrales de Refuerzo
(“Brain Systems of Reward”).

¿Qué implica esto? Cada vez que se activan estos circuitos, el cerebro advierte que
algo importante está ocurriendo, que debe ser recordado (aunque sea de manera
inconsciente, diríamos como psicoanalistas) y luego repetido (sin elaboración, por
supuesto). Son conductas necesarias para la supervivencia del individuo y la especie
(alimentación, sexualidad).

Y como las drogas de adicción activan estos circuitos, el consumo, que al principio
era voluntario y ocasional, se transforma paulatinamente en compulsivo.

En inglés este “hambre” por consumir droga se denomina craving. Es una fuerza, una
tendencia imperiosa a consumir la sustancia de adicción.

Los activadores naturales de los circuitos de refuerzo como la comida o el objeto


sexual despiertan fuertes y apasionados apetitos, pero sin embargo en los cuadros de
adicción, la droga los supera. Por eso se afectan vidas, salud física, relaciones de
amor y familias. Y decimos que los supera porque cuando se consumen las drogas de
adicción se libera de 2 a 10 veces más cantidad de dopamina que ante los refuerzos
naturales (Spanagel, R.; Weiss, F., 1999), y esto produce un muy poderoso factor de
motivación, es decir esa conducta tiende a ser repetida más allá del obstáculo que se
interponga en el camino.

A su vez, en el cerebro del sujeto adicto, los reforzantes naturales como alimento o
sexualidad pasan a ejercer un menor efecto. Esto tiene que ver con cambios celulares
que se producen a raíz del proceso de “aprendizaje” que conlleva el consumo de
drogas, la llamada neuroplasticidad.

Pechnik et al, (2007) han señalado que al comienzo en el uso inicial de cualquier
sustancia participa una decisión voluntaria, pero con la administración repetida de la
droga, esa elección se torna progresivamente menos voluntaria y más influenciada por
la adaptación del cerebro a la presencia crónica de la sustancia.

¿Cómo y por qué se producen esos cambios? La transición del uso recreativo a la
adicción está asociada con cambios en el funcionamiento neuronal que se acumulan
con la administración repetida y que disminuyen paulatinamente con el tiempo luego
de la discontinuación del uso. Esto lo vivió cualquier ex fumador.

Como consecuencia el impacto de la dopamina en los circuitos de refuerzo del adicto


es anormalmente bajo y esto se relaciona con las manifestaciones de depresión,
indiferencia y profundo desinterés que dominan su panorama emocional.

39
En términos farmacológicos se habla de tolerancia, la misma cantidad de droga
produce cada vez menos efecto y en consecuencia, se tiende a aumentar la dosis
progresivamente para lograr el efecto de antes.

La activación de los circuitos de refuerzo positivo, que llevan al sujeto a volver a


consumir para obtener nuevamente placer, la disfunción hedónica de estos circuitos ha
sido llamada el “lado luminoso de las drogas de adicción” (Koob, 2006).

Pero en estrecha relación con los anteriores vamos a hallar los llamados circuitos de
refuerzo negativo: las drogas pueden también actuar como refuerzo al aliviar estados
anímicos negativos previos, como dolor, angustia, depresión, aburrimiento o
inhibición social, manifestaciones frecuentes y típicas en la juventud. Esta forma de
refuerzo es también llamada refuerzo negativo. Aquí tendríamos el factor
automedicación.

Una forma especial de refuerzo negativo es el alivio de los síntomas de abstinencia,


que son manifestaciones displacenteras que aparecen en el sujeto que interrumpe o
disminuye el consumo de una sustancia de adicción. Sabemos que cuando la
dependencia se establece, el alivio de estos síntomas puede convertirse en un potente
refuerzo para continuar el consumo de drogas (Palomo, Ponce, 2002). Este ha sido
llamado “el lado oscuro de las drogas de abuso”. Hay que volver a consumirlas, ya
no por placer sino para aliviar el sufrimiento de no consumirlas.

Cualquier profesional que haya tratado pacientes adictos conoce el problema de la


posibilidad de la recaída. La vulnerabilidad a las recaídas, aun luego de largos años de
abstinencia, implica (Kalivas y Volkow, 2007) la confluencia de cambios en el
funcionamiento cerebral resultado de injuria química (uso repetido de la droga),
disposición genética, desestabilización emocional y disparadores ambientales
aprendidos.

Finalmente, dos áreas en las que las futuras investigaciones arrojarán datos
significativos en los próximos años son el sistema endocannabinoide y los circuitos
que actúan en la modulación del stress.

Respecto al sistema endocannabinoide, aunque hasta aquí para simplificar hemos


preferido no referirnos a ninguna droga en particular, conviene dedicar un párrafo a la
marihuana, por ser la droga ilícita más consumida por los adolescentes en Argentina y
en general en el mundo occidental, sujeta además a fuertes polémicas a propósito de
su legalización.

Los agentes psicoactivos presentes en la marihuana son los cannabinoides. El más


importante es el 5 tetrahidrocanabinol (5THC). Pues bien, ya en la década del 90 se

40
identificaron receptores cannabinoides distribuidos en la corteza cerebral y núcleos de
la base, que son entonces los lugares de acción de la marihuana. El descubrimiento de
estos receptores estimuló la búsqueda de los transmisores endógenos con los cuales
estos receptores interactúan en forma natural (Gold, M. S.; Frost-Pineda, K.; Jacobs,
W. S., 2004). Devane aisló en 1992 el primer cannabinoide endógeno que es llamado
anandamida. Así la secuencia opio - receptores opioides - opiáceos endógenos parece
repetirse con la marihuana y las anandamidas.

Dicho de otro modo, la marihuana provee un agente externo, el THC, que actúa en los
mismos lugares del cerebro donde actúan las anandamidas que son sustancias
naturales del organismo. Pero quizás lo más importante es la observación
experimental de la capacidad reforzante. Aunque en este sentido la anandamida es
menos potente que los opiáceos, comparte con éstos los lugares de acción en el
cerebro y diversas propiedades farmacológicas, como la participación en los circuitos
que regulan la percepción del dolor (Martin, 2004)

Otro dato curioso e interesante es que se ha hallado anandamida en el chocolate, un


alimento para muchos difícil de resistir.

Uno de los desafíos que enfrentan actualmente los investigadores es dilucidar con
precisión el rol fisiológico del llamado sistema endocannabinoide. Este abarca
receptores distribuidos tanto en el cerebro como en otras regiones del organismo y no
sólo está involucrado en mecanismos de refuerzo, vías de dolor y analgesia, sino
también con procesos cognoscitivos y con el apetito y el metabolismo.

Se sabe que hay relación con el llamado síndrome metabólico, obesidad y patología
cardiovascular. En cuanto al estrés, las drogas de abuso son también poderosos
activadores de los neurocircuitos vinculados al stress, entre ellos el eje
hipotálamo-hipofiso-adrenal (HHA).

En una línea cercana a la cuestión del stress, hechos clínicos y experimentales


permiten correlacionar los corticosteroides (hormonas que actúan en el stress) con la
vulnerabilidad al abuso de drogas y también al padecimiento de trastornos afectivos y
cuadros de angustia (Álamo, 2002).

Volviendo al tema de la vulnerabilidad, nos queda por agregar que también se ha


demostrado que los factores genéticos juegan también un papel de peso.

Sólo a modo de ejemplo mencionaremos que las ratas Lewis, una cepa con conducta
preferencial por drogas de abuso, presentan un perfil bioquímico en núcleo accumbens
y área tegmental ventral similar al de otras ratas tratadas crónicamente con opiáceos,
cocaína o alcohol (Guitart, 1993). De modo que el cerebro de las ratas con tendencia

41
genética a la adicción se parece mucho al de las ratas no predispuestas, pero que
consumieron drogas durante cierto tiempo. El cerebro de éstas últimas se modificó y
se convirtió en “cerebro adicto”.

El campo de la investigación genética en humanos tiene mucho para aportar en este


problema. Hasta el momento los estudios sugieren que los factores psicológicos y
ambientales tienen un papel mayor en el inicio del uso de drogas, mientras que los
factores genéticos tienen peso en aquellos sujetos que pasan del uso ocasional al
abuso y la dependencia (Hasin, 2006).

LA PATOLOGÍA DUAL

El stress constituye un puente de unión con la llamada patología dual.

Al respecto sabemos que la alta comorbilidad entre patología psiquiátrica y


dependencia a las drogas tiene tanta trascendencia desde el punto de vista
neurobiológico, diagnóstico y terapéutico que ha dado lugar a que se hable de
patología, trastorno o diagnóstico dual.

Esto implica que cada vez que nos hallamos ante un paciente que abusa de drogas es
conveniente preguntarse si esa adicción no está acompañada de otro trastorno
psicopatológico.

Depresión, trastornos de ansiedad, fobias, psicosis y por supuesto trastornos


fronterizos o narcisistas son moneda corriente cuando tratamos patología adictiva.

Los estudios epidemiológicos muestran en este caso que las personas que padecen
alguna de las patologías mencionadas tienen una prevalencia de abuso de drogas
mucho más alta que la población general (Kandel, D. B.; Johnson, J. G.; Bud, H. R.,
1999).

Tanto las hipótesis explicativas como las formas transferenciales y la estrategia


terapéutica global dependerán entonces no solamente de la adicción sino de la
estructura que la sustenta.

En cuanto al trastorno bipolar, la exagerada difusión del concepto y más aún, su


hipertrofia a través de la idea de espectro bipolar, pueden inducir a error. En algunos
ámbitos se genera la tendencia a diagnosticar a cualquier adolescente cuyo ánimo
varía, que tiene algo de impulsividad o ha consumido drogas, como bipolar (Kosten,
T. R., 2003).

Diagnosticar en exceso o pasar por alto pueden, ambos, ser influenciados por
aspectos de la contratransferencia y por la formación del terapeuta.

42
LA MIRADA SOCIAL Y LOS MODELOS DE LA ADICCIÓN

El contexto social influye de manera decidida en la consideración del abuso de drogas.

En algunas épocas, en algunos grupos culturales o en sectores de nuestra sociedad,


prevalece un modelo moral de la adicción. De acuerdo a esa visión, los individuos
adictos son totalmente responsables de su dependencia. La adicción es una búsqueda
hedonista de placer y al mismo tiempo, una señal de corrupción moral. Aquí se genera
una secuencia que indica: falla de la voluntad - pecado o delito - castigo legal como
posible medio terapéutico y disuasivo. También se produce un fuerte sesgo hacia el
poder de decisión del sujeto para decidir si es adicto o no, si consume o no consume.

Como reacción frente al modelo moral, surge el modelo de la enfermedad. Este


paradigma cobra especial fuerza a través de Alcohólicos Anónimos, que en su
explicación tienden a liberar al sujeto de culpa por la enfermedad. Se apoya en la
predisposición biológica a la adicción y tiende a hacer a un costado y soslaya a los
factores psicológicos, como si no tuvieran relevancia. Promueve un cambio en la
conducta sin detenerse a pensar en la personalidad del sujeto ni en la posible
psicopatología concomitante.

Finalmente, el modelo psicodinámico, sintetizado por Gabbard (2001), emerge de la


integración de los elementos psicológicos en la experiencia clínico-psiquiátrica y es
particularmente útil para comprender el problema en los jóvenes.

Así podemos ver a la adicción como una vía final común, resultado de la interacción
entre predisposición genética, terreno neurobiológico, déficit estructural de la
personalidad, influencias ambientales y tendencias culturales.

Los clínicos con experiencia saben que un abordaje uniforme para todos los adictos
es inadecuado, porque se requieren estrategias diferentes según la patología de base.
Hay un polimorfismo estructural y a la vez defensas, fantasías, estrategias, objetos y
discursos típicos (Moguillansky, 2008).

Pero la adicción ocurre en una persona. Gabbard (2000) señalaba como las
interpretaciones psicoanalíticas clásicas han tendido a considerar al abuso de
sustancias como una conducta regresiva y/o autodestructiva.

Algunas perspectivas psicodinámicas actuales, que incluyen aportes de raigambre


intersubjetiva, ponen el acento en la adicción como una conducta defensiva y
pseudoadaptativa. Las drogas refuerzan técnicas de protección contra afectos
displacenteros como vergüenza, depresión, rabia, o sensación de vacío o
desintegración. Más que tendencias autodestructivas, parece haber una inadecuada

43
generación de la capacidad para la autoprotección. Es más bien déficit en el
autocuidado.

Todos estos déficits en la armazón y por lo tanto en el funcionamiento de la


personalidad hacen que sea difícil tolerar y regular la cercanía interpersonal.

De más está decir que estos modelos no son excluyentes sino complementarios y es
necesario tenerlos globalmente en cuenta en un problema tan complejo como las
adicciones.

LAS DROGAS Y LA PERSONA

Para finalizar, reiteremos una breve referencia, aún más abarcativa, a propósito del
progresivo proceso de despersonalización que sufre el sujeto que se ve envuelto en el
consumo de drogas (Ortiz Frágola, A., 2000). No nos referimos al sentido de
identidad o las alteraciones de conciencia, sino al paulatino deterioro de la autonomía
personal, el sacrificio de su propia libertad.

El filósofo Julián Marías dice en su autobiografía que esta enorme pesadilla constituye
un peculiar “estado”, desconocido para quienes no lo han vivido, durante el cual el
tiempo mismo sufre una extrañísima transformación, con una sorprendente impresión
de “ilusorio”, como si no acabara de ser real lo que por otra parte es atroz, violento,
algo que irrumpe en la vida y altera su capacidad de proyectar, mejor dicho la sujeta a
una pauta impuesta que se siente como ajena. Esta impresión “va cobrando la forma
de un túnel. Significa un angostamiento del horizonte, acompañado de oscuridad, sólo
aliviada por algunos indecisos fulgores. Pero además hay una dirección impuesta que
en cierto modo ‘arrastra’; el individuo se siente ‘llevado’, no sabe bien por quién ni
adónde, a lo largo del túnel, del cual no se puede escapar”.

De igual manera que el ciudadano común ve trastornado su destino al verse envuelto


en el descalabro de una guerra, el individuo drogadicto va siendo progresivamente
arrastrado por las circunstancias y se ve relegado sutilmente a una particular sensación
de pasividad, de inevitable restricción de su libertad.

Llega a verse constreñido a transitar por un túnel estrecho donde sólo lo ilusorio le
permite tolerar su propia decadencia.

En nuestra “modernidad líquida”, incisivamente descripta por Zygmunt Bauman


(2003), el “hombre sin vínculos”, particularmente sin vínculos tan fijos y estables
como solían ser las relaciones de parentesco en la época de Freud, busca
compulsivamente llenar el vacío dejado por los antiguos lazos ausentes.

44
Pero lo que encuentra (o tal vez lo que busca), señala Bauman, más que vínculos son
conexiones. Relaciones virtuales de fácil acceso y salida que son la encarnación de lo
instantáneo y lo descartable.

Podríamos decir que el uso de drogas provee un buen caldo para sobrevivir en esa
modernidad líquida. Actúa como solvente que diluye los restos pegoteados de los
objetos antes necesarios y a la vez resulta un magma de unión ilusoria.

En cada sujeto adicto –en todos los pacientes en realidad– se mantiene al menos un
resquicio, una vía de acceso a la espontaneidad disimulada detrás de la repetición
transferencial.

Nuestro difícil rol requiere un compromiso persistente y una mesurada y no ingenua


confianza, que son recursos esenciales para intentar desmontar aquel túnel y restituir
al adicto el pleno ejercicio de su libertad.

Gutierrez Posse, S. (2014) El amanecer de la adolescencia. La


adicción en la pubertad.

Me llamó la atención que la propuesta para escribir este artículo sea adicción asociada
a la pubertad, y no a la adolescencia, ya que el tema de los adolescentes y las drogas
suele presentarse como una seria preocupación en los medios, en las instituciones
escolares y en las consultas de padres.

¿Cómo ubicar el tema de las adicciones en la pubertad?

Desde la clínica nos orientamos con la pregunta acerca de cuál es el lugar que ocupa
la droga en un sujeto, más allá del ciclo de vida que atraviese y trabajamos en la
singularidad del caso a caso.

Cuando el tema de la adicción es abordado desde la prevención, ubicamos como


población de mayor riesgo a jóvenes y adolescentes. Tendremos entonces que incluir
también a quienes tienen once, doce años? ¿Dónde se produjo el cambio para ampliar
los márgenes de edad?

Empecemos por ubicar la pubertad.

¿Qué nos dice el psicoanálisis sobre este ciclo de la vida?

En “Tres ensayos para una teoría sexual”, S. Freud, la define como la finalización de
la sexualidad infantil perversa polimorfa. Y en “La metamorfosis de la pubertad”,

45
Freud dice que la vida sexual de los humanos comienza dos veces. La primera vuelta
corresponde a las experiencias iniciales de la vida, pero el segundo inicio de la vida
sexual, en la pubertad, conlleva una verdadera metamorfosis del sujeto e implica un
trastocamiento de los goces y de los placeres en juego, así como un renovado
florecimiento de fantasías que abren las puertas a la exogamia.

Podemos distinguir la pubertad de la adolescencia situando la primera como la


irrupción pulsional. La pulsión se presenta con toda su intensidad destronando lo que
hasta ayer fueron los pilares del niño.

En el periodo de latencia, el juego amortiguaba el recorrido del trayecto de la pulsión


proponiendo una relación con el objeto, como dice J. Lacan, situando un fantasma
inofensivo.

El tiempo lógico, que distingue la pubertad de la adolescencia, no es el cronológico,


para el púber surge una zona de interrogantes ante lo sexual en la que está apremiado
por la puesta en juego con el partenaire.

Un tránsito que implica complejísimos procesos creando una exigencia de “trabajo


psíquico”, lo pulsional irrumpe desde un cuerpo que se convierte en una suerte de
“extraño” que va a determinar una compleja tarea de integración a tramitar, que hacen
que el/la joven se pregunten: ¿de quién es este cuerpo?

Tanto la definición general de la pubertad como la mirada del psicoanálisis ponen el


acento esencialmente en el cuerpo y en los efectos que esta explosión genera. Y qué
de aquella mirada ciertamente popular, nombrandolos como “la edad del pavo”,
haciendo referencia a ese modo de “pavonearse”, exhibirse-inhibirse.

La irrupción de un nuevo real empuja, y desorganiza el modo en que el niño se las


venía arreglando, conmocionando el modo en que real y sentido se venían
conjugando.

La relación al Otro ya no es la misma. La posición infantil de creer en el Otro del


saber, vacila. Es justamente en este momento de la vida cuando aparece un Otro que
no tiene “las respuestas”.

Es el grupo de pares, sobre todo los del mismo sexo, el que cobra importancia, y
tienen como preocupación central la confrontación con los grupos del otro sexo. Se
generan espacios en los que se pueden experimentar los vínculos sin la presencia de
adultos.

46
La llamada transición adolescente implica justamente el pasaje del mundo del niño en
la familia hacia el mundo de los pares y de allí al mundo adulto.

J. Lacan ubica la pubertad como un despertar.

¿Despertar de qué? Se despierta del sueño de la infancia, despierta de esas respuestas


que lo habían estabilizado, que le dieron un sentido de la vida.

Durante el periodo de latencia el niño tiene el camino bien delineado por el Otro.

La demanda de saber apacigua porque es ordenadora, hay un amo a quien servir, a


quien alienarse. Es un momento de extrema alienación al discurso del Otro que se
interrumpe en la pubertad, caracterizada por el contrario como un momento de
separación: la pérdida de los padres de la infancia, la imagen idealizada y el encuentro
con la castración. Despertar a las preguntas sin respuestas, se despierta a una nueva
forma de goce. En el encuentro con el otro sexo, se vivencia un desamparo del Otro.
Se presenta un real, imposible de ser simbolizado y es donde surge la angustia.

¿Cómo se las arregla entonces este muchachito/a para estar en el mundo? ¿Cuenta con
nuevos recursos en la constitución de la subjetividad en este siglo veintiuno?

La obra de teatro “Chau Misterix”, de M. Kartun, estrenada en el año 1980, narra la


historia de cuatro niños en su paso desde la niñez hacia la adolescencia. Chicos de 10,
11 y 12 años, lo que llamaríamos púberes. La obra está ambientada en un suburbio de
1950. El protagonista Rubén al sentirse incomprendido, no sólo por sus padres sino
también por sus pares, imagina y juega a ser Misterix, el poderoso superhéroe del
cómic. Rubén a través de Misterix, con tan solo unos cambios de luces sobre el
escenario, logra canalizar y exteriorizar todos los impulsos que debe ocultar o reprimir
en la vida real, el héroe le permite asumir sus sueños de libertad: combate al enemigo
fatal, su maestra particular; logra ir al baile del club con pantalones largos y
demostrarle a Miriam la linda del barrio su destreza en la danza; ingresa al mundo del
cine erótico con Marilyn Monroe y Gina Lollobrigida, puede vengarse de las burlas de
los chicos del barrio etc.

La fantasía repara la realidad insoportable que tambalea frente al umbral de lo


incierto: el despertar sexual, y la muerte de la infancia, tan bien lograda en el título de
la obra, con ese “ Chau” que despide a Misterix, un recurso que se agota y deja de
cumplir el objetivo.

En la última escena el personaje se despide no sin dolor, del último atisbo de su


entrañable infancia. La burbuja que lo protege deja lugar a la aparición de los
conflictos que conllevan el ingreso a una nueva etapa de la vida. Claro, las burbujas
no se llevan bien con lo concreto y real, cuando se tocan, explotan.

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¿Qué es lo que le da vigencia a esta pieza teatral?

“No son los adolescentes los que han cambiado, es el mundo”, afirma Jean Rassial.

¿Existe en la pubertad una nueva manera de hacer síntoma en la sociedad


contemporánea?

Asomándonos a la escena del mundo actual, consideremos los efectos ligados a la


velocidad, a la instantaneidad, donde la neutralización de la distancia no es solo
espacial. La presencia de la realidad virtual a través del ciberespacio, a través del
email, el chat, los juegos en red, los foros, ocupan un gran espacio del terreno en que
se desarrollan los vínculos. No es necesario el encuentro personal, y hasta se puede
hacer lo que en el mundo real no es permitido, se puede elegir quien quiere ser,
armarse una identidad a su gusto escondido tras su nickname.

Existe un cierto anonimato que permite un “corte y fuera” cuando deja de resultar
atractivo ese intercambio.

El púber que intenta tramitar la angustia por la pérdida de la representación de sí


mismo y de su cuerpo infantil en un cambio brusco por lo acelerado que se le
presenta, en ese intercambio con los otros logra calmar la angustia ligada al vacío de
su existencia.

Pero a través de la computadora y el celular todo es posible. Podemos decir que ¿este
es el modo de evitar el lazo al otro? ¿Estas nuevas tecnologías son un espacio
transicional?, ¿permiten la simbolización, la socialización?

Es un nuevo lugar de encuentro difícil de entender por quienes transitamos otra


adolescencia.

Pero ¿podría ser que se sigan teniendo las mismas preocupaciones que sus
predecesores? Y ¿esto es lo que permitiría entender que Chau Misterix siga vigente?

Las compañías diseñadoras de videojuegos al crear algo que contenga un elemento


adictivo aumentan sus ventas considerablemente. Esta captura del objeto, esta relación
particular de adherencia que vemos frente a la pantalla, despierta una violenta
atracción, una cierta esclavitud donde se puede vislumbrar el sufrimiento en ese acto
compulsivo.

En el espacio virtual el Sujeto queda anónimo, en la adicción, el sujeto queda borrado.

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Diversos autores opinan que no existe la adicción a Internet, sino que es un medio
para desarrollar otras tipos de vínculos patológicos, tales como adicción al trabajo, al
sexo, al juego etc.

Hay algo que empuja al encuentro con el Otro sexo pero no se sabe cómo. Primer
encuentro imposible de la relación sexual.

Conocemos el fenómeno actual que llamamos “la previa” reunirse para “prepararse a
salir”….un modo de calmar la aplastante demanda que inhabilita cualquier intento de
abordar al otro sexo. Compartir “la previa” va en detrimento del efectivo encuentro
con el objeto de deseo.

Los signos de la época parecen teñir todos los ámbitos del desarrollo humano. No
podemos dejar de ver que el entramado social y cultural en el que está inserto el púber
sin duda ha cambiado, generando sus efectos.

Las nuevas tecnologías permiten que desde muy temprana edad se goce de una gran
independencia a la hora de descubrir y comunicarse con el mundo. No se necesita el
permiso de los padres para hacerlo. Esto ha dado lugar a una aceleración del proceso
de desarrollo.

Aparece una cierta urgencia para abandonar ese periodo de la vida y transitar a través
de los personajes de ficción que se le ofrecen y que los obligan a enfrentar conflictos
que implican una cierta madurez, lejos de esa niñez que están en camino a abandonar.

En el mundo actual hay un derrumbe de la función paterna como efecto regulador y


ordenador.

Hoy contamos con una amplia gama de modos a los que el joven recurre para cancelar
el malestar estructural que lo atraviesa y del que no quiere saber. O se confronta con
los conflictos que se le presentan o los esquiva.

Cuando los recursos para hacer frente fallan o no son suficientes, aparecen modos de
vínculos absorbentes. “Se quedó pegado” es la frase que escuchamos frente a ese
último recurso “desesperado”.

La relación pasional con el objeto droga, (sea cual sea) que brinda una cantidad de
cualidades inagotables, le posibilita seguir en la ignorancia acerca de su
responsabilidad subjetiva y colmar estas preguntas inquietantes y movilizadoras. Y
fundamentalmente sacarse de encima la presión de la pulsión.

En la pubertad lo que empuja y exige viene del cuerpo. En la adolescencia se suma


además la exigencia proveniente de lo social.

49
En nuestra experiencia en la atención de pacientes adictos no han sido muchas las
consultas de menores de quince años.

Pero en el relato de los pacientes ya en tratamiento reconocen haber iniciado el


consumo alrededor de los trece, catorce años.

En los casos que tratamos, el abordaje familiar desde la institución, las entrevistas
individuales, el trabajo intensivo con los padres, a veces también con la institución
escolar, permitieron alojar al joven, quien tendría que estar dispuesto a reestablecer un
lazo social que no esté entorpecido por el partener- droga, y donde finalmente pueda
poner en palabras las vicisitudes que atraviesa para armar un fantasma conveniente.

Con los padres, que suelen presentarse en estado de alarma y urgencia ante la
aparición del consumo del hijo, tratamos en un primer momento de “orientarlos”.

Qué queremos decir con orientar, brindarles un espacio en el que se pueda construir el
problema, poniendo en marcha nuevos recursos y aportando experiencias a lo que se
presentaba como un callejón sin salida.

Ante la aparición de preguntas acerca del antes y el después del consumo aparecen
efectos sorprendentes y a veces angustiantes, cuando la familia logra ubicar con
mayor precisión cómo fue produciéndose el alejamiento y a veces la ruptura casi total
del vínculo con su hijo.

La pubertad es un periodo que somete al sujeto al exceso de un stress intensificado,


activa un proceso de estructuración psíquica y su consecuencia deja al descubierto
fragilidades y deficiencias psíquicas que anteriormente no se manifestaban.

Se producen estados que por su intensidad con frecuencia no pueden distinguirse de


formaciones patológicas.

La clínica nos enseña que es necesario poner en suspenso las categorías diagnósticas,
teniendo en cuenta que el diagnóstico psicoanalítico es siempre procesual y
retroactivo al mismo proceso.

Será la escucha del analista quien, tomando la poética del ojo del halcón, uno de los
aparatos ópticos más particulares y asombrosos de la naturaleza ya que puede recortar
en una misma visión un panorama y su detalle.

Analizar adolescentes, púberes, nos exige como decía Marcel Proust, “romper el
cristal de la costumbre”, explorando un territorio desconocido que se ilumine a
nuestro paso como si siempre hubiese estado allí, a la espera del momento en que el
paciente pueda tomar su propia voz.

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Y al igual que en “Chau Misterix”, llegue el momento en que el telón baja y el
muchacho se asoma a la escena de la vida.

Hernanz Ruiz, Manuel. (2015). Adolescentes y nuevas


adicciones.

RESUMEN:

El autor reflexiona sobre la adolescencia como momento evolutivo en el que se puede


entender la adicción como un modo de relación en la que ésta busca resolver
situaciones o estados conflictivos de manera poco adecuada.

Se plantea cuáles son los factores que pueden influir en la utilización abusiva de las

nuevas tecnologías, los problemas derivados de su clasificación y los aspectos propios


de la personalidad así como de los mecanismos que deben de ser contemplados tanto
para su abordaje como para su tratamiento.

PALABRAS CLAVE: Adolescencia. Adicción. Nuevas tecnologías.

La adolescencia:

La adolescencia es una época especialmente sensible a experimentar nuevas


vivencias. Busca nuevos retos que le acerquen a una mayor comprensión de sí mismo.

Un movimiento hacia la búsqueda de nuevos retos, le va a llevar a realizar diferentes


actividades. Unas podríamos decir que responderán a un deseo auténtico por avanzar,
por hacer aquello que piensa que le hará ser o estar mejor, que le acerque a ese ideal
con el que ha soñado. Así aceptará o se propondrá retos de mejora por ejemplo de su
estado corporal o de su desarrollo intelectual o cultural queriendo aprender sobre un
área de interés o tratando de resolver ecuaciones o acertijos.

En otras ocasiones ante estos nuevos retos, se puede sentir incapaz de poder
afrontarlos de forma adecuada y su actitud lejos de ser valiente, o progresiva, será más
bien una actitud que podríamos calificar de regresiva, Es decir tendrá
comportamientos ya superados que en su día fueron útiles y adaptativos pero que
ahora no lo van a ser de una forma clara, sino que por el contrario le van a enlentecer
en su desarrollo.

Es por estas conductas regresivas por las que puede por ejemplo pedir de forma
voluntaria y consciente ayuda o beneficios extras de sus padres porque siente que él

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solo es incapaz de superar los retos. Puede pedir acompañamiento, consejo o apoyo
para realizar sus tareas mientras él va cogiendo fuerzas o seguridad suficiente.

Pero puede también que esa conducta regresiva sea una conducta realizada de forma
involuntaria, inconsciente cuando sin darse cuenta mantiene comportamientos que
inevitablemente van a forzar la intervención de los padres para frenar una conducta
indeseada o autoagresiva.

Así podemos ver como la regresión puede ser utilizado como un mecanismo
adaptativo, que refuerza al sujeto en su desarrollo, o como un mecanismo inmaduro
cuando su reacción y generalmente su conducta no es vista por el adolescente como
tal, ya que él piensa que ese hacer, esa conducta es fruto de su libertad y capacidad de
decisión y no un reclamo para que intervenga el adulto.

Una manera entre comillas sofisticada de conducta regresiva la podemos ver al


observar el consumo de drogas o sustancias que alteran el estado de consciencia
colocando al sujeto en un estado de confusión en el que se diluye la realidad y se
desdibujan los límites de la persona. La búsqueda de esas sustancias podemos
entenderla como la búsqueda de una situación o vivencia psicológica en la que el
sujeto no tenga que tolerar el dolor de la falta o la dureza de la frustración.

Hay otras experiencias tienen que ver con el contacto o la búsqueda de objetos que
puedan satisfacer las necesidades desde el “llenar el espacio vacío” hasta adicciones
a sustancias, a comportamientos o situaciones.

La adicción comportamental es definida por Didia como, “a una actividad que en


principio puede ser placentera o útil para la vida de una persona, pero luego se
convierte en algo dañino para el individuo. Aún consciente de esta cualidad, no puede
abandonarla y pierde de esta manera la capacidad de elegir y controlar su conducta.
Ello da lugar a una obsesión que cobra el lugar de un deseo constante, inevitable que
ocupa la mayoría de los intereses o actividades del sujeto, dejando a las demás de
lado”.

El sujeto se plantea entonces que sin ese comportamiento no voy a poder ser el
mismo. Necesita mantener ese comportamiento para sentirse, para reconocerse o para
ser.

A lo largo de la historia, las diferentes épocas han tenido y tienen objetos o sustitutos
que han sido especialmente deseados y por ello buscados, para satisfacer esa
necesidad de complitud o para calmar diferentes angustias. Estos objetos han ido
cambiando a lo largo de la historia de la humanidad. Entre muchos otros en un
momento fue el caballo, la espada, la bicicleta, el coche y ahora la nueva tecnología

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han sido vistos como objetos que van a calmar o completar aquello que el sujeto ve
que no tiene o que le incomoda en demasía.

Las nuevas tecnologías o si lo preferimos los “nuevos cacharros”, tienen en común


con todos los cacharros la dificultad que ha supuesto para las antiguas generaciones
aceptarlos como algo positivo ya que siempre han sido vistos como algo
potencialmente peligroso que sólo va a acarrear mayores conflictos y dificultades en
el hombre.

Las nuevas tecnologías no se libran de ello y traen asociados a ellas problemas


relativos a la intimidad, a la comodidad, al cambio en nuestra estructura cerebral, etc.
Y además de ello traen también la cuestión que nos ha reunido hoy: la fuerza que
tienen para generar adicciones.

¿Cuáles son los factores que influyen y favorecen la adicción a las nuevas
tecnologías?

Clásicamente, como señala Hayez , se habla de tres elementos que interrelacionados

favorecen la adicción: el producto, el entorno y el sujeto.

1-El producto: en este caso es abundante, barato y de fácil acceso. Se considera que es
casi imprescindible para que el sujeto se pueda desarrollar de forma adecuada. Se ha
convertido en un instrumento e herramienta imprescindible en cualquier hogar y
centro escolar.

Los chicos tienen su blog en la escuela, su ordenador y su conexión wifi, libre de las
ataduras de la mesa del ordenador familiar (que empieza a ser un objeto en extinción)
para poder trabajar, sin ello sienten que no pueden hacer sus trabajos escolares.

Además el diseño de los instrumentos es muy “amable” que se puede transportar para
llevarlo a todas partes y no dejarlo nunca de lado.

2 El entorno: Muy favorecedor a través de las campañas publicitarias hace que se


vuelva muy comprensivo y tolerante ante estos dispositivos y los comportamientos
que generan. Lo preocupante puede resultar que no se pone en duda la necesidad de
tolerar estos dispositivos.

También manifiestan la tendencia de la sociedad en aletargar las experiencias de los


jóvenes. Favorecedora de vivir sensaciones dentro de la casa, sin romper los
parámetros conocidos, que permiten al adolescente e incluso al adulto entrenarse para
la vida sin tener que soportar los riesgos.

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3. El sujeto, el tercer elemento. En él podemos encontrar toda una serie de factores
que favorecen la tendencia y la dependencia hacia el producto con el que va a
establecer la adicción.

Sin duda hay elementos que tienen que ver por un lado con aspectos fisiológicos, pero
además hay otros aspectos derivados de la personalidad del sujeto, los aspectos
intrapsíquicos de los que hablaremos más tarde con detalle.

Delimitar el concepto de adicción

La primera cuestión que se nos plantea es la de diferenciar entre la adicción y la


patología.

Estallo señala cómo la línea entre la adicción a las nuevas tecnologías y la patología
puede llegar a ser muy débil.

En términos coloquiales podríamos incluso plantearnos la línea de división entre una


conducta hobby y una conducta expresión de una dependencia. Sin duda somos
capaces rápidamente de establecer la frontera entre el Síndrome de Diógenes y el
coleccionista, pero ¿es en todos los casos una cuestión tan sencilla?.

En relación con los videojuegos por ejemplo, S. Tisseron plantea incluso una línea de
pensamiento muy interesante cuando se refiere a las relaciones que se generan entre
los jugadores, que comparten con los compañeros de juegos los diferentes trucos y
estrategias que ayudan a superar pantallas o a resolver enigmas y los vecinos de la
urbanización que comparten trucos de las actividades de bricolaje.

Nos señala cómo se pueden ver en ambas actividades un intento de socialización del
sujeto, además de una actitud de compartir estrategias que le ayudan a resolver los
problemas y a rentabilizar los esfuerzos.

Podríamos decir en este sentido como los hobbies han podido ser el refugio y han
favorecido la organización psíquica del sujeto en algunos casos y en otros, han sido
la “tapadera” de cuadros psicopatológicos más o menos definidos.

Coleccionar sellos o especializarse en hacer sudokus puede ser un modo de descarga


pulsional del sujeto, que le ayude a relajarse, a reprimir en ocasiones o a suprimir en
otras determinados contenidos psíquicos. En otros casos puede ser la expresión de una
conducta patognomónica de un cuadro de aislamiento por ejemplo.

Diferentes etiologías

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Además del problema que señalamos, el de la delimitación del concepto de
dependencia, nos encontramos también con la cuestión de la etiología y las
consecuencias que ello tiene en las actividades terapéuticas que llevaremos a cabo.

Lógicamente la posición teórica elegida, nos marcará inevitablemente un camino


terapéutico.

Desde las posiciones más biologicistas se habla de una necesidad o falta orgánica que
requiere de estimulaciones extras del sujeto. Y también del descenso del autocontrol
que se observa entre los 15 y los 19 años.

Desde posiciones más cognitivistas-conductuales, vemos como en su momento


Echeburúa planteó la comprensión de la adicción a Internet considerándola como una
adicción específicamente psicológica (como la adicción al sexo, las compras, el
trabajo, los videojuegos, la televisión, etc...), con características comunes a otro tipo
de adicciones: pérdida de control, aparición de síndrome de abstinencia, fuerte
dependencia psicológica, interferencia en la vida cotidiana y pérdida de interés por
otras actividades.

Para estas corrientes, el “éxito” en la adicción a las nuevas tecnologías, se logra


debido a las conductas reforzantes ya que son las que tienen la capacidad de producir
dependencia.

Desde posiciones más psicodinámicas se habla de las bases o predeterminantes


emocionales o de personalidad. Para esta corriente las nuevas tecnologías o la red en
la que estas se basan, no es la que provoca la adicción ni la dependencia. Es la unión
entre estos elementos y personalidad del sujeto la que va a marcar o determinar esta
adicción.

Independientemente de las posiciones teóricas que mantengamos, lo cierto es que


desde la atención clínica, podemos observar:

1. Cómo hay una psicopatología asociada.

2. Cómo muy frecuentemente observamos una franca patología previa en la que se


liga la dependencia a uno u otro instrumento o actividad a través de la cual expresa
su necesidad y su malestar.

3. Cómo hay una tendencia en la elección del objeto en función del temperamento del
sujeto lo que nos permitiría entender porque hay sujetos con tendencia a adicciones
más activas (juegos PC, surfeo en internet) o más pasivas (visualización de TV).

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Ello no ha de hacernos olvidar la importancia de la interrelación entre lo psíquico y
lo corporal. El reconocimiento de “las series complementarias” conceptualizadas por
S. Freud.

Propuesta de clasificación

Sobre las propuestas de criterios diagnósticos hay que mencionar al psiquiatra Ivan
Goldberg quien en 1995 fue el primero en hablar de la adicción a internet.

Luego ya diferentes autores han hablado sobre la adicción a las nuevas tecnologías y
se ha abierto el debate de cómo y dónde incluirlas. ¿Se deben incluir dentro del
espectro de los trastornos obsesivo-compulsivos?, ¿debemos de considerar como
diferencial el hecho de que se utilice la conexión a internet o también podemos incluir
el uso de tecnología no conectada a internet?

Han sido varios los trabajos que se han propuesto para valorar el nivel de dependencia
a internet.

Recientemente se ha publicado en la revista Trastornos Adictivos un texto original


titulado “Análisis de las propiedades psicométricas de la versión en español del
Internet Addiction Test” firmado por D.X. Puerta-Cortes y otros; en el que demuestran
una alta fiabilidad en el instrumento y donde también señalan que es necesario
continuar la investigación para ver otras dimensiones aún no exploradas.

En este artículo muestran diferentes propuestas de clasificación que en resumidas


cuentas vienen a plantear una escala de tres puntos.

1. El primero denominado como uso normal, mínimo o controlado.

2. El segundo considerado como uso problemático, moderado o con tendencia

a la adicción según los diferentes autores y un

3. Tercer nivel ya referido al uso adictivo, excesivo o severo.

Esta dificultad en encontrar nomenclaturas o señalar con concreción la graduación del


nivel de dependencia refleja finalmente la complejidad del tema.

Hayez plantea una escala también basada en tres categorías:

1. Consumo menor:

Hace referencia a ese consumo que suele ser esporádico, en un determinado momento.
El sujeto mantiene con normalidad el resto de actividades de su vida, las placenteras y

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las que le suponen esfuerzo y continúa con sus amigos. El uso de estas tecnologías le
va a aportar una satisfacción adicional, no sustitutiva de placeres ni será ejecutado de
forma mecánica repetitiva. Será capaz por ello, de mantener su adecuación a la
realidad, su esfuerzo por el logro de nuevas metas.

2. Consumo preocupante:

Se observa cuando empieza a haber un interés excesivo por la actividad en sí misma.


El sujeto empieza a estar demasiado interesado y empieza a limitar su círculo de
relaciones para estar con aquellos que comparten su afición. La afición se vuelve
única y omnipresente en sus lecturas, conversaciones y reflexiones. Se puede detectar
también como el sujeto retrasa para poder seguir con el juego, las actividades que
previamente había planificado por ejemplo comer más rápido, dejar de salir con los
amigos, etc.

Este consumo expresa también rasgos del carácter del sujeto, al empezar a

desinvestir otros temas, también empieza a ser más despectivo con las personas que

no comparten sus interés (o incluso su nivel de juego) y puede empezar a expresar

descontroles en su expresión agresiva.

3. Consumo dependiente:

El consumo está presente en todo momento de su vida. Todo lo demás pasa a un


segundo nivel, todo lo que antes le reportaba placer ahora es rechazado. Esta vía de
satisfacción se ha vuelto como la única vía.

En relación a la dependencia hay diversos estudios que hablan de los diferentes


niveles adictivos de las distintas plataformas (móvil, “play”, pc), de las distintas
actividades desarrolladas en ellas (sms, whatsapp, hablar…) y también de los
diferentes niveles adictivos y /o significaciones de las tareas desarrolladas. Por
ejemplo se habla del distinto carácter adictivo de los juegos de acción y los de
reflexión.

Conductas observadas en el consumo dependiente de las nuevas tecnologías en


adolescentes.

La valoración de la dependencia se deberá de hacer teniendo en cuenta varios


aspectos:

1. Valorar el tiempo que ocupa dentro de las actividades que desarrolla el sujeto. El
adolescente es incapaz de controlar su tiempo y por lo tanto de planificar sus

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actividades. Exploramos si esa actividad le resta tiempo para las otras cosas que se ha
comprometido a realizar o que debe hacer inevitablemente esto nos va a permitir
pensar como el adolescente no es capaz de adecuarse a la realidad, con lo que eso
supone de fracaso en su organización psíquica.

En la entrevista que mantengo con Luis, paciente de 13 años, le preguntó si sale con
amigos. Me mira como sorprendido y su respuesta es tajante ¿cómo voy a salir si
estoy jugando con la Play?. No es fácil transmitir el sentimiento que genera su
respuesta: pero la sensación fue algo así como si me dijera ¿tú eres tonto no te das
cuenta que eso no es posible? Vemos como no se plantea ni siquiera la posibilidad de
interrumpir el juego para compartir el tiempo con los amigos.

a. Quizás al principio se hablaba de las horas recomendadas pero ahora la cantidad de


horas no es un valor en sí mismo que nos indique gran cosa. Internet, el móvil y las
pantallas en general son utilizadas para una amplia gama de actividades que van desde
la obtención de documentación, la visualización de películas o documentales hasta la
pérdida de tiempo con el denominado surfeo en la red.

b. Puede ser difícil además acotar las actividades que desarrollan con las Tecnologías
de la Información y la Comunicación (TIC), porque en un mismo momento se puede
estar leyendo una noticia en un periódico, consultar un diccionario, contestar un mail
o recibir una invitación para comenzar un juego on-line.

c. A estos dos aspectos hay que añadir los generados por la subjetividad que está
implícita en la pregunta de cuanto es el tiempo adecuado para estar en la red. Sin duda
hay tiempos y usos que están claramente desaconsejados pero en muchas ocasiones
nos encontramos como los límites temporales están en función de las expectativas,
tolerancia y comprensión por parte del entorno (tanto padres, como amigos como
profesores). Hay adultos asustados por el uso de las TIC y otros más tolerantes.

Es frecuente que los padres nos trasladen sus inquietudes y nos pregunten ¿pero es
normal que pase tanto tiempo con el ordenador?. La madre de otro paciente me dice
cómo en su casa están todos viendo la televisión desde que llegan por la tarde hasta
que se acuestan.

2. La actitud hacia su uso Podemos plantearnos la pregunta ¿Cuál es la actitud hacia


las TICs? porque podemos encontrar números estilos de consumidores.

a. Algunos hacen un uso basado en atracones, cuando pueden sentarse delante de


cualquier pantalla son incapaces de regularse, es como si dijeran ¡ahora que ha llegado
el momento voy a aprovechar!. Son insaciables como el niño que no puede parar de

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comer chucherías o el adolescente que no puede dejar de bailar en la discoteca, o el
comprador compulsivo

b. En otras ocasiones, el sujeto, niño o adulto, utiliza las nuevas tecnologías para
poder ocultarse de sus compañeros o iguales o incluso de sí mismo. Aprovechan el
contacto con la pantalla para refugiarse de otras actividades llegan incluso a poner
como excusa el no salir con los amigos porque “ahora no puedo estoy acabando la
partida”, como el niño que se esconde detrás de una tarea o de la pierna de su mamá
para no tener que saludar, o como el adulto se entretiene con su móvil en la consulta a
la espera de ser atendido “anestesiando” así la ansiedad de la espera.

c. Puede ser también la forma en que se refugia para no realizar otras actividades.
Puede repetir compulsivamente el juego o la actividad con el móvil como el niño que
una y otra vez no cesa de dar vueltas a la rueda o de chutar el balón contra la pared
para estar “haciendo algo sin hacer nada” como vacío.

3. Sentido de su uso.

d. Conductas repetitivas y persistentes, “de la búsqueda del placer”. Juega de manera


compulsiva para sentirse vivo sino lo hace siente que no tiene nada, que no está
despierto o incluso que no está vivo “necesito hacerlo para sentirme vivo!”

e. Búsqueda de los objetos que calman al sujeto (desde los porno hasta el vagabundo
en la red) Se vive para ellos, me relajan.

f. En ocasiones nos preguntamos ¿lo utiliza para defenderse de forma poco adaptativa
ante las dificultades?

g. Nos podemos preguntar también si ¿es para alcanzar algo? en cuyo caso podríamos
hablar de algún mecanismo más adaptativo. O es quizás utilizado para encontrar un
canal de comunicación con sus iguales o incluso con el terapeuta?

4. Consecuencias de su uso:

a. Limitaciones en la capacidad de simbolización. Sus emociones estarán asociadas a


imágenes y restos mnesicos

b. Abundaran comportamientos primitivos poco específicos propios del proceso


primario en lo concreto

c. Funcionamiento a base de la obtención inmediata del placer (mentir, cambiar/


confundir la realidad, no adecuarse a horarios, etc.

d. Ruptura con la dinámica familiar

59
e. incluso cuando se está inmerso en él, puede hablar de Internet con uno o el otro
amigo que ha mantenido va a comprar un ordenador, obtener información sobre
nuevos juegos, etc.

Comprensión psicodinámica de la adicción a las nuevas tecnologías en


adolescentes

Hemos visto cómo las TIC, resultarán ser un soporte para que el sujeto pueda
desarrollar toda una serie de capacidades saludables. Podrá por ejemplo obtener

información sobre cuestiones que investiga a través de buscadores especializados,


también podrá desarrollar tendencias pulsionales como la curiosidad o la
competitividad. Lo que para un sujeto puede ser una fuente de crecimiento y
desarrollo, para otro puede ser una fuente de tensión y una actividad de alto riesgo.

Podrán revivir sensaciones corporales incluso a nivel sensorioperceptivo con esas


pantallas de alta definición, la sonoridad sonround, etc. De nuevo el joven bien
integrado podrá disfrutar con el juego de sentirse tenso o de sentir en su mano la
vibración del mando al salir su coche de la pista o el ruido generado por el gatillo
presionado de forma intensa, o podrá sentir la confusión en las actividades realizadas
sintiéndose culpable por haber disparado.

También va a poder descargar de una forma algo activa pulsiones agresivas y


sexuales. Digo algo activa para diferenciar la forma pasiva de descargar la agresividad
viendo películas en el sofá sin más requerimiento que esperar el desenlace propuesto
por el director. Mediante las nuevas tecnologías, se le va a exigir reaccionar de forma
activa incluso hoy con movimientos de piernas, manos y ojos. “Si no me muevo o si
no disparo me matan”.

Se podrá contrastar la solidez de las normas interiorizadas. En muchos de los juegos


por ejemplo, se le propondrá al adolescente transgredir normas que ha ido recibiendo
a lo largo de su educación. Sólo a través de esa transgresión conseguirá puntos o
mejoras en su valoración como jugador. Justo al revés que en la vida real.

Se podrá constatar también el nivel de solidez en su imagen para así poder afrontar
esas tareas. Algunos no soportarán ser el chico débil que necesita ayuda o ser
aconsejado para ir poco a poco resolviendo los retos y buscarán la manera de
ahorrarse esos pasos (pedir a sus amigos que les pasen pantallas para conseguir más
poderes, etc).

Podremos verificar cómo despliega sus habilidades sociales ya que en ocasiones le


permitirá aumentar la comunicación con sus amigos y compañeros, podrá hablar con

60
ellos de sus últimos avances y descubrimientos y en otras ocasiones le facilitará como
ya hemos visto el aislamiento.

Veremos el impacto que las nuevas tecnologías tendrán en el adolescente. Todas estas
emociones y autopercepciones únicamente en caso de que el sujeto esté equilibrado
sarán inocuas, en todos los demás casos tendrán una repercusión negativa que
posiblemente obligue al terapeuta a intervenir.

El adolescente está en una posición más peligrosa que el joven. Su organización


psíquica está a la vez cristalizandose y adaptándose a los nuevos retos.

El gran riesgo viene marcado por la incapacidad de su estructuración psíquica, así


puede utilizar el objeto adictivo, como un objeto que va a calmar las tensiones que su
psiquismo no es capaz de tolerar. No es capaz de encontrar el sujeto un soporte mental
que le haga tolerable lo intolerable. No puede soportarlo y recurre a él para mitigar
toda la tensión.

Podríamos hablar de cierto paralelismo entre el consumo guloso que plantea Hayez y
los mecanismos y fallos estructuras que plantea P. Puertas al hablar de la Comprensión
Psicoanalítica de las Adicciones”

Desde el punto de vista psicoanalítico, se trata de ver la adicción a las nuevas


tecnologías, no como el resultado de una conducta, sino como el resultado de una
organización psíquica que expresa en ese comportamiento un modo de ser.

Mecanismos implicados

En el consumo más dependiente, podemos entrever una organización psíquica en las


que destacaríamos como el sujeto se ve alienado en su propia actividad.

La conexión, la utilización de la nueva tecnología no le deja hacer su vida, sino que


necesita de ella para sentirse. Cuando se encuentra con ella, se confunde y se ve tan
inmerso que deja de sentirse de ser capaz de ocuparse de sí mismo.

Por ejemplo, recibir muchos me gustas, aumentar los amigos en Facebook, etc. El
paciente necesita oír o sentir vibrar su móvil para sentirse “vivo” entre sus amigos.
No ser aceptado genera un importante nivel de angustia que desborda al sujeto.

Su temor ante las cosas nuevas, le hacen no atreverse a nuevas experiencias vividas
como un riesgo intenso que puede poner en peligro su propia existencia. Sin duda esa
misma protección va a ser la causante de su empobrecimiento al no permitir conocer
nada nuevo.

61
El adolescente que nos cuenta que él no sale de casa, que a él lo que le gusta es jugar
al ordenador con esos juegos “ya sabes” de guerras y todo eso, si queda con sus
amigos, en muy contadas ocasiones, es también cuando no únicamente para jugar
unas partidas. Por lo menos sabe de los otros y se permite algún contacto con los
otros.

Cuando la angustia es grande puede utilizar la nueva tecnología al igual que un objeto
fetiche que le calma los estados o angustias más primitivas.

Juan me dice “estoy deseando llegar a casa, me pongo la play y me harto de disparar
y de jugar a peleas, dejo de pensar en todas las cosas que me han hecho en el
instituto, se me olvida todo!, me pongo los cascos y ya está!”

La tensión interna no encuentra una manera adecuada para poder ser evacuada. No
puede mentalizar, pensar sobre lo que le ocurre. Busca imágenes concretas, pantallas
que resolver, etc. Las relaciones con los demás se vuelven complejas porque al
paciente no le interesa nada más que la resolución del problema planteado en el juego
que no logra superar.

La relación con sus iguales estará limitada a la que pueda tener con sus compañeros
de juego o de afición, el resto de iguales no le interesará tanto como para mantener
una relación con ellos.

¿Qué se puede hacer ante la adicción?

Desde el trabajo más social y familiar:

Cuando nos planteamos el trabajo con el adolescente, hemos de ser conscientes de que
él se sitúa frente a la sociedad y al adulto con un espíritu observador y crítico.

Como buen observador, llamará la atención al adulto y a la sociedad en general sobre


las incoherencias que observa. Nos preguntará por ejemplo, cómo si el alcohol es
malo los adultos lo consumen sin problema.

Cuando se trata de las nuevas tecnologías el adolescente observará también como la


adicción a las TIC puede ser una copia de las adicciones a las otras tecnologías más
antiguas, como la televisión, cuyo uso es bien aceptado por los adultos (cosa que a los
jóvenes les llama la atención).

El adulto ha utilizado y utiliza ese recurso el de la televisión para “desconectar” de


todo lo ocurrido durante el día, como si no hubiera otra manera de poder elaborar lo
ocurrido.

62
La coherencia del adulto a la hora de dirigirse al adolescente puede ser la primera
piedra para poder mostrarle un camino o forma distinta para poder enfrentarse al
malestar.

El adulto, modelo que utilizará el niño y el adolescente, debería de mostrarle las


formas adecuadas para hacer frente al malestar. Por ejemplo a través del diálogo, de
la presencia en la casa, del afrontamiento de los problemas. Es decir a través del
mensaje claro: El malestar o la incomodidad puede afrontarse mediante formas
saludables que ayuden al sujeto a progresar.

Desde el trabajo más individual:

Ayudar al sujeto a que organice de forma sólida su personalidad. Eso le permitirá

hacer frente a las insatisfacciones y frustraciones que sin duda va a encontrar en lo


largo de su desarrollo.

Fortalecer el Yo es dotarlo de las herramientas necesarias para poder responder de


manera adecuada a los retos externos e internos con los que el adolescente se ha de
enfrentar. Podemos llamarle autoconfianza, o seguridad en sí mismo o autoestima, al
final fortaleza de su Yo.

Sabemos que el recurso al objeto o comportamiento adictivo viene a resultar por la


incapacidad de encontrar satisfacciones en el objeto esperado y adecuado. El
adolescente en el mejor de los casos se equivoca al buscar en el objeto adictivo una
satisfacción propia de otro objeto.

La búsqueda de fuentes de satisfacción más sublimadas será sin duda uno de los
objetivos del tratamiento.

Ajustar la imagen de sí mismo a la realidad. Adecuarla a la realidad. Hacerle ver


como alguien con capacidad de destrucción y también destructible. Sometido por
tanto a las leyes de la realidad.

Ayudar al adolescente a buscar fuentes de derivación de las tensiones de forma que


estas no vean vividas con una intensidad peligrosa. Conseguir que tanto la sexualidad
como la agresividad puedan ser integradas dentro de una forma de actuar y de ser
saludable.

Ayudarle a utilizar la palabra como una forma prioritaria de comunicación a través de


la cual se pueda expresar e intercambiar todo tipo de sentimientos con el otro.

Como conclusión

63
Hay que tener en cuenta que el objetivo final del tratamiento no es la abstinencia,
sino la reorganización de la personalidad en el sentido de que el sujeto se vea capaz
de poder dirigir su propia vida y hacer elecciones saludables.

Esto sólo va a ocurrir cuando el adolescente tenga deseo de cambio o cuando una
nueva relación le dé la posibilidad de restablecerse.

Cuando no haya deseo de cambio y la relación no sea suficientemente estimulante,


habrá que programar un trabajo basado en metas realistas y ajustadas que le facilite
una buena reinserción.

Moral, M. V., & Suárez, C. (2016). Factores de riesgo en el uso


problemático de Internet y del teléfono móvil en adolescentes
españoles.

RESÚMEN:

El objetivo de este estudio es analizar las relaciones entre los usos desadaptativos de
Internet y del teléfono móvil y diversos desajustes en habilidades sociales, manejo del
estrés,autoestima y satisfacción vital, así como explorar diferencias en tales
usos/abusos en función de variables sociodemográficas, como el género y la edad.

Para ello, mediante un muestreo bietápico de conveniencia con submuestreo aleatorio


intragrupo, se han seleccionado 200 estudiantes (104 chicos y 96 chicas) con edades
comprendidas entre los 12 y los 17 años (M = 14,34;DT = 1,637) escolarizados en
varios centros de educación secundaria del Principado de Asturias(España).

Se ha hallado que los desajustes en las habilidades de manejo del estrés predicen con
mayor probabilidad los usos abusivos en ambas tecnologías.

Asimismo, las dificultades en el manejo del estrés y la falta de habilidades


comunicativas predicen mejor usos problemáticos de Internet relacionados con
hábitos compulsivos, problemas de autorregulación del control y conflictos por los
sentimientos generados.

Se ha confirmado que las chicas y los adolescentes de mayor edad sufren más
problemas relacionados con el uso problemático del teléfono móvil.

Finalmente, se discuten las implicaciones de tales usos problemáticos y se abunda en


la conveniencia de promover medidas de prevención e intervención psicosocial.

64
PALABRAS CLAVE: Internet;Teléfono móvil;Uso problemático;Factores de
riesgo;Adolescentes.

INTRODUCCIÓN:

Surgen nuevas prácticas de interacción comunicativa interpersonal asociadas al auge


de herramientas de contacto y a otros dispositivos y redes telemáticas que amplían el
espectro relacional, dado que las tecnologías dela información y la comunicación
(TIC) están transformado diversos ámbitos y generando múltiples impactos
(Ontiveros,2015; Pérez del Río, 2011).

Se están produciendo cambios operativizables en la forma de concebir las relaciones


humanas, de modo que algunas personas se muestran incapaces de controlar
semejantes usos y desarrollan hábitos que interfieren en sus vínculos, su trabajo y/o su
rendimiento académico (Marín, Sampedro y Mu ̃noz, 2015; Sánchez-Carbonell,
Beranuy, Castellana, Chamorro y Oberst, 2008;Surià, 2015).

De tales usos problemáticos se derivan diversas alteraciones afectivas y psicosociales,


como desajustes del estado de ánimo, aumento del aislamiento social y deterioro de
las relaciones más cercanas, tal y como se confirma en la literatura sobre el tema
(García et al., 2008; Muñoz-Rivas,Navarro y Ortega, 2003; Sánchez-Carbonell et al.
2008).

En la investigación sobre los usos y abusos de estas nuevas tecnologías todavía no hay
consenso en la comunidad científica sobre los criterios diagnósticos, dado que las
calificadas como adicciones sociales (Echeburúa, Labrador Y Becoña, 2009; Karim y
Chaudhri, 2012) se encuentra en un limbo científico por las dificultades que entran a
discriminar adecuadamente entre comportamientos, en principio normales, y
patológicos que podríamos considerar adictivos (García del Castillo, 2013).

En el DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013) se ha establecido una nueva


categoría denominada «trastornos adictivos y relacionados a sustancias» dentro de
la cual se encuentra la subcategoría«trastornos no relacionados a sustancias», en la
que se incluye el trastorno adictivo al juego, pero no se establece que exista ninguna
adicción no química más (Cho et al.,2014).

En la literatura especializada se defiende la existencia de una adicción a las nuevas


tecnologías, incluida dentro de las adicciones sociales o conductuales, y comparables
a los otros tipos de adicciones establecidas (García delCastillo, 2013; Marciales y
Cabra, 2010; Potenza, 2006;Carbonell, Fúster, Chamarro y Oberst, 2012; Young,
1996,1998, 2005).

65
Así, Young (1998) conceptualizó la adicción a Internet como un deterioro centrado
en el control de su uso que tiene manifestaciones sintomáticas a nivel
cognitivo,conductual y fisiológico, y en el que se llega a hacer un uso excesivo de
Internet que acarrea como consecuencia la distorsión de los objetivos personales,
familiares y profesionales.

De acuerdo con Echeburúa y de Corral (2010),hay hábitos comportamentales


aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstancias, pueden convertirse
en adictivos e interferir en la vida cotidiana de las personas afectadas y que son
concomitantes con la pérdida de control y la dependencia.

Sin embargo, autores como Pérez del Río(2014) estiman que el potencial adictivo de
las nuevas tecnologías es meramente especulativo, ya que no existe una base empírica
lo suficientemente fundamentada, y alude al declive de la adicción a Internet y a la
tendencia dominante desde 2010 a encuadrar semejante problemática como un abuso
o uso inadecuado y no como adicción.

En este sentido, se abunda en la conveniencia de desarrollar criterios diagnósticos


específicos para el abuso de Internet y otras nuevas tecnologías y avanzar en los
perfiles diferenciales entre los sujetos con usos problemáticos o desadaptativos y
aquellos que no los presentan (Carbonell et al., 2012;García del Castillo, 2013;
Echeburúa y de Corral, 2010).

Diversos factores de riesgo o de vulnerabilidad se relacionan con los usos


desadaptativos o problemáticos de las TIC.

Así, la adolescencia se considera un factor de riesgo porque los adolescentes


representan un grupo que se conecta con más frecuencia a Internet y a la telefonía
móvil, en parte porque están más familiarizados y, además, tienden a buscar nuevas
sensaciones, siendo más receptivos a un nuevo espectro relacional (Batalla, Muñoz y
Ortega, 2012; Sánchez-Carbonell et al., 2008).

En la literatura sobre el tema proliferan diversos etiquetajes, tales como iuventus


digitalis e iuventus ludens (Moral y Ovejero, 2005) o generación digital (Bringué y
Sádaba, 2008) y se analizan las conexiones entre la cultura juvenil digital y las
tecnologías de la comunicación.

A consecuencia de la imprecisa frontera diagnóstica entre lo normal y lo patológico


se ha generado gran alarma social acerca de la adicción a las nuevas tecnologías
entre el colectivo infanto juvenil (Becoña, 2009; Beranuy y Carbonell, 2010;
Echeburúa y de Corral, 2010; Echeburúaet al., 2009).

66
En concreto, en el caso de España, según los datos publicados en la Encuesta sobre
hábitos de uso y seguridad de Internet de menores y jóvenes que realizó el Ministerio
Del Interior (2014) del Gobierno de España, se señalaba que aproximadamente el
60% de los entrevistados se conectaba a Internet todos los días, siendo los medios
más utilizados el teléfono móvil y el ordenador (INE, 2014; Lozano, 2015).

España fue el país de la Unión Europea en el que más aumentó la implantación de


Internet. Se concreta que un 1,5% de los adolescentes españoles, más de
70.000,estaría afectado por tecnoadicción, según la Fundación Mapfre (2014),
estimándose que entre un 6 y un 9% de los usuarios habituales de Internet podría
haber desarrollado algún comportamiento adictivo y, asimismo, un 21,3% estaría en
riesgo de desarrollar conductas adictivas a Internet debido al uso «abusivo» de las
redes sociales, lo que sitúa a España en la cabeza de Europa (Fundación Mapfre,
2014).

El uso tanto de Internet como del teléfono móvil es más problemático en la


adolescencia y se normaliza con la edad para convertirse en un uso más profesional y
con menor carácter lúdico (Beranuy et al., 2009), si bien cabe destacar que Bianchi y
Philips (2005) concluyeron que el uso problemático del móvil era una función de la
edad. Se confirma que a medida que aumenta la edad se incrementa la percepción del
problema que supone el tiempo excesivo dedicado al uso de Internet y del teléfono
móvil y sus posibles consecuencias adversas (Labrador y Villadangos, 2010), aunque
en otros estudios con adolescentes no se han encontrado diferencias significativas
(Muñoz-Rivas et al., 2003).

Respecto al género,se verifica que los chicos utilizan más tiempo Internet(Estévez,
Bayón, de la Cruz y Fernández-Liria, 2009; Muñoz-Rivas et al., 2003), aunque, según
Sabater y Bingen (2015),las chicas gestionan más sus roles públicos y privados a
través de las nuevas tecnologías, si bien las TIC representan una herramienta de
socialización en ambos géneros.

En cuanto al uso problemático de Internet, el hecho de ser mujer constituye un factor


de riesgo, según Rial, Golpe, Gómez y Barreiro(2015), y se ha confirmado que las
adolescentes muestran más consecuencias emocionales negativas por el uso
problemático del teléfono móvil (Jenaro, Flores, Gómez-Vela,González-Gil y Caballo,
2007; Sánchez-Carbonell et al.,2008; Sánchez-Martínez y Otero, 2009).

Fundamentado lo anterior, el objetivo de este estudio se centra en evaluar el uso


problemático de Internet y del teléfono móvil en una muestra de adolescentes y
comprobar si existen relaciones predictivas entre posibles factores de riesgo o
vulnerabilidad y dicho uso inadecuado.

67
Las hipótesis que se plantean son las siguientes:

a) Existirán diferencias significativas en el uso desadaptativo de Internet y del


teléfono móvil en relación con elgénero

.b) Se hallarán perfiles diferenciales significativos en función de la edad.

c) Los factores de riesgo o características de vulnerabilidad como los desajustes en


factores como autoestima,satisfacción vital, habilidades comunicativas, asertividad,
resolución de conflictos y manejo del estrés están relacionados con el uso
problemático de Internet y del teléfono móvil.

MÉTODO

PARTICIPANTES Y DISEÑO

Se ha realizado un estudio con diseño transversal descriptivo, en el que se han


recopilado los datos en un solo momento (Hernández, Fernández y Baptista, 2003).

Han participado en el estudio 200 adolescentes seleccionados mediante un muestreo


aleatorio con submuestreo muestreo bietápico no probabilístico intencional.

Están escolarizados en varios centros de educación secundaria del Principado de


Asturias (España). Presentan edades comprendidas entre los 12 y los 17 años (M =
14,34, DT = 1,63) y, de acuerdo con la distribución por género, el 52% (n = 104) son
varones.

VARIABLES E INSTRUMENTOS DE MEDIDA

Dado nuestro interés investigador, se han aplicado 4 escalas que miden usos
problemáticos de nuevas tecnologías.

Así, el Cuestionario de Experiencias Relacionadas con Internet (CERI) es una


adaptación del cuestionario de PRI (Young,1998) validado por Beranuy, Chamarro,
Graner y Carbonell(2009). Evalúa los factores conflictos interpersonales y conflictos
intrapersonales relacionados con el uso de Internet.

En el caso de los usos desadaptativos del teléfono móvil se ha empleado el


Cuestionario de Experiencias Relacionadas Con el Móvil (CERM), también validado
por Beranuy et al.(2009). Está integrado por 2 factores: problemas debidos al uso
emocional y comunicacional y conflictos relacionados con el uso del móvil.

También se ha empleado la Escala De Uso Problemático y Generalizado de Internet


(GPIUS2)validada por Labrador, Villadangos, Crespo y BecoÑa (2013),que explora 4

68
factores: preferencia por la interacción social online, uso compulsivo, autorregulación
deficiente y consecuencias negativas.

Asimismo, se ha aplicado la Escala De Uso Problemático de Nuevas Tecnologías


(UPNT) formada por 50 ítems validados por Gámez-Guadix, Orue y Calvete (2013) e
integrada por 7 factores que miden: uso del teléfono móvil, uso de videojuegos, uso de
televisión,uso de Internet, y 3 factores que incluyen consecuencia de uso de tales
tecnologías como son: mentir sobre el uso, relajarse con el uso e intentos fallidos de
dejar el uso.

Para valorar los factores de riesgo asociados se han aplicado la Escala de Autoestima
(Rosenberg, 1965) para evaluarla autoestima global de adolescentes, la Escala para la
Evaluación de la Satisfacción Vital (Huebner, 1991) que explora la percepción de la
satisfacción vital global, la Escala para la Evaluación del Manejo del Estrés (Bar-On
y Parker, 2000) que evalúa la capacidad para resistir sucesos adversos y situaciones
estresantes, así como la capacidad para resistir o demorar un impulso y, finamente,
también se ha aplicadola Escala para la Evaluación de Habilidades Sociales
seleccionada del informe de la Consejería de Salud de la Junta De Andalucía
coordinado por Oliva et al. (2013), que explora habilidades sociales comunicativas,
asertividad y resolución de conflictos. El alfa de Cronbach hallado en estas escalas
oscila entre el valor 0,852 obtenido en los indicadores de autoestima y 0,726
correspondiente a los indicadores de habilidades sociales.

PROCEDIMIENTO Y ANÁLISIS DE DATOS

Una vez concedidos los permisos solicitados a los responsables académicos de cada
centro se procedió a la aplicación de la batería de test seleccionada a los participantes,
quienes fueron informados de la confidencialidad y el anonimato de las respuestas,
pidiendo que manifestaran su consentimiento informado.

Los cuestionarios fueron aplicados por el equipo investigador durante 2 mañanas en


las horas de tutoría en presencia de los tutores de cada curso.

En este estudio se ha propuesto un diseño transversal descriptivo con el que se


pretende observar la relación de diversos factores psicosociales (autoestima general,
satisfacción vital, habilidades sociales y manejo del estrés) con el uso problemático de
Internet y del teléfono móvil.

Se han realizado análisis estadísticos descriptivos para contrastar con los baremos
sobre usos problemáticos de Internet y del teléfono móvil mediados por el género y
los niveles de edad. Asimismo, se han realizado análisis de regresión lineal con los

69
factores «uso de Internet» y «uso del teléfono móvil» para comprobar si los factores
sociales influyen diferencialmente en tales usos problemáticos.

También se han propuesto análisis multivariados de regresión lineal múltiple mediante


el procedimiento de pasos sucesivos para determinar el valor predictivo de las
variables seleccionadas en el modelo.

RESULTADOS

En relación con la existencia de usos problemáticos en la muestra seleccionada para


este estudio, se revela que no existen problemas graves de uso ni de Internet ni del
teléfono móvil . Ello se afirma en base a la obtención de máximas puntuaciones en las
escalas (existencia de uso desadaptativo) y a la obtención de puntuaciones más
bajas(no uso problemático) siguiendo los criterios de las desviaciones típicas que
establecían los estudios de los que se extrajeron las escalas.

En el caso de Internet, el uso problemático que presenta mayores diferencias es el de


mentir sobre el uso de Internet. Según estos datos, solo un 1,5% de los participantes
de este estudio presentan problemas de ese tipo.

El que menos diferencias muestra es el de autorregulación, ya que un 77% no


presenta problemas graves frente a un 23% que los manifiesta.

Cabe destacar también que un 19% de la muestra presenta problemas relacionados


con los conflictos intrapersonales en uso de Internet y un 18,4% problemas con el uso
compulsivo.

Respecto al uso del teléfono móvil, el mayor porcentaje de uso problemático se


encuentra en el factor que mide problemas relacionados con el uso relacional y
comunicacional que se le da al móvil, ya que un 44,4% de los adolescentes presenta
problemas.

La mayor diferencia se establece en el factor mentir sobre el uso, ya que solo un 1,5%
tiene problemas relacionados con este indicador.

Por lo que respecta a las diferencias intergénero, se confirma la existencia de


diferencias estadísticamente significativas en el factor que mide problemas
relacionados con el uso emocional y comunicativo del teléfono móvil (t = ---2,25; p <
0,05), en el sentido de que las chicas presentan un mayor uso problemático.

También se han hallado diferencias en el factor autorregulación del uso de Internet (t


= ---2,72; p < 0,05), en la misma dirección predicha.

70
Sin embargo, en los factores problemas a la hora de relajarse con el uso de Internet y
teléfono móvil (t = 4,15;p < 0,05) y problemas relacionados con dejar el uso de las
tecnologías (t = 2,44; p < 0,05), los chicos puntúan más alto.

Se evidencia que los factores psicosociales más importantes a la hora de predecir


usos problemáticos de Internet y del teléfono móvil son las variables que miden las
habilidades en el manejo del estrés y las habilidades comunicativas y relacionales.

Atendiendo a los factores de uso problemático de Internet, los déficits en las


habilidades comunicativas y relacionales y el manejo del estrés explican un 10,4% de
la varianza (F = 11,38; p < 0,05).

Respecto a los usos problemáticos relacionados con el uso del teléfono móvil, el
manejo de estrés resulta significativo, explicando el 19,1% de la varianza (F = 46,64;p
< 0,05), y, asimismo, se confirma el valor predictivo de los problemas en habilidades
comunicativas como medio para relajarse, con un 5,4% de la varianza explicada (F =
11,22;p < 0,05).

DISCUSIÓN

Nuestros resultados muestran una baja prevalencia de uso problemático de Internet y


del teléfono móvil acorde con algunos de los hallazgos con adolescentes
españoles(Becoña, 2006; Beranuy et al., 2009), posiblemente porque la conducta
adictiva tiende a minimizarse en los autoinformes (Kandell, 1998).

El teléfono móvil aparece como una de las tecnologías que más uso desadaptativo
presenta en comparación a Internet, especialmente en lo que se refiere a problemas
relacionados con su uso como medio comunicativo y emocional.

Casi la mitad de los participantes de este estudio prefieren comunicarse utilizando el


móvil que hacerlo cara a cara, emplean el móvil como modo de distracción y
reportan experimentar desajustes emocionales a causa de esta tecnología. Cabe
destacar que el uso del teléfono móvil presenta unas características especiales, como
son la sociabilidad, autoconfianza, diversión,estatus social, movilidad, acceso
permanente, identidad, conciliación familiar e individualización de bienes, que lo
hacen más susceptible a la aparición de comportamientos abusivos (Ahmed, Qazi y
Perji, 2011; Buchinger, Krieglstein,Brandt y Hlavacs, 2011).

Ello se relacionaría con el hecho de que en nuestro estudio los adolescentes


manifestasen más problemas relacionados con el uso del móvil.

Para el caso de Internet, los conflictos relacionados con la autorregulación deficiente


destacan sobre los demás. Así, se han hallado desajustes en la regulación de sus

71
estados anímicos y de humor, de manera que los conflictos intrapersonales generados
son indicativos de uso problemático destacados en el perfil diferencial.

De este modo, los adolescentes que presentan usos desadaptativos de Internet y del
teléfono móvil manifiestan problemas no solo en el control de los usos de estas
tecnologías, sino desajustes de autorregulación en las emociones negativas (Estévez,
Herrero, Sarabia y Jáuregui, 2014).

Se evidencia que las adolescentes muestran más consecuencias emocionales


negativas por el uso del teléfono móvil que los chicos, tal y como se ha hallado en
estudios previos(Sánchez-Carbonell et al., 2008; Sánchez-Martínez y Otero,2009).

En cambio, los chicos, por su parte, tienen más problemas relacionados con el uso de
nuevas tecnologías como medio para relajarse y con los intentos de dejar ese uso.

Atendiendo a la variable edad, los problemas con el uso del teléfono móvil se
incrementan durante la adolescencia media con relación a la preadolescencia, tanto
los problemas relacionados con el uso emocional y comunicativo de esa tecnología,
como los conflictos que genera dicho uso.

Asimismo, la edad correlaciona positivamente con la percepción de problemas,


tendencia está confirmada en el estudio de Labrador y Villadangos (2010), lo cual es
interpretado por los propios autores incidiendo en que con una mayor frecuencia de
uso se perciben o se han experimentado más problemas, o bien que, conforme
aumenta la edad, se van identificando mejor los efectos negativos.

En el modelo predictivo se ha hallado que los adolescentes que presentan déficits en


las habilidades para afrontar y manejar las situaciones adversas y estresantes, o que
no tienen recursos para encontrar posibles soluciones a las mismas, presentan un
mayor uso problemático de Internet del teléfono móvil.

Por tanto, el principal factor de riesgo que predice con mayor probabilidad un uso
problemático para ambas tecnologías es el que mide desajustes en el manejo del
estrés.

Además, los problemas de uso compulsivo, deficiente autorregulación del estado de


ánimo y los conflictos por los sentimientos que genera el uso de Internet aparecen con
más probabilidad cuando existen desajustes en habilidades comunicacionales y
desajustes en el manejo del estrés (Echeburúa, 2012;Gómes y Sendín, 2014).

Para futuras líneas de investigación sería adecuado realizar este tipo de estudios con
muestras más amplias y con mayor diversificación en criterios de edad, así como

72
profundizar en el análisis de los perfiles clínico y psicosocial de los adolescentes que
presentan usos problemáticos de estas tecnologías.

Tales investigaciones deberían también encaminarse a avanzar en el estudio de cómo


afectan otros factores de riesgo, incidiendo en la toma de decisiones, la autoeficacia y
la expresión y manejo de emociones,entre otras.

Finalmente, resulta de sumo interés avanzar en propuestas de prevención y


tratamiento (Greenfield, 2009;Marco y Chóliz, 2013; Mayorgas, 2009) a objeto de
proponer intervenciones integrales (psicoeducación, intervención psicosocial,
entrenamiento en técnicas de autocontrol y manejo del estrés, reeducación emocional,
etc.) que promuevan un uso adaptativo de estas nuevas tecnologías en población
juvenil.

Módulo IX El suicidio como máxima expresión del


sufrimiento de los adolescentes

Casullo, M. C. (2004). Ideaciones y comportamientos suicidas


en adolescentes: una urgencia social.

RESUMEN

El artículo analiza investigaciones realizadas sobre el tema SUICIDIO en un intento


de poder constatar y destacar que la identificación y orientación psicológica de los
sujetos adolescentes en riesgo suicida es una urgencia social y como tal debe ser
estudiada. En base a las investigaciones que se concreten se deberán proponer
acciones preventivas eficientes y oportunas.

Palabras clave: suicidio. Adolescentes. Prevención.

A) INTRODUCCIÓN:

Al intentar comprender el suicidio se toma conciencia de su enorme complejidad; no


es una entidad psicopatológica, tampoco una mera reacción a situaciones que generan
malestar y angustia.

Es un acontecimiento vital en el que están presentes componentes biológicos,


psicológicos, sociológicos, culturales y filosóficos.

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En numerosos casos la decisión de quitarse la vida aparece como comportamiento
funcional, en tanto pone fin a situaciones de sufrimiento y tensión que se han
convertido en insoportables para la persona que las padece.

El tema central que se analiza en este trabajo tiene que ver con el hecho
psicobiológico de mayor certeza en nuestra existencia: la muerte segura desde ese
preciso momento en que iniciamos el proceso de estar vivos. Tal vez por su
incuestionable certeza, por la imposibilidad de su negación definitiva, el tema en sí
mismo ha sido poco estudiado por la Psicología.

La Psicología ha abordado el estudio de la muerte de maneras más indirectas que


directas, aunque su existencia misma como campo de conocimiento sistemático y
reflexivo se haya originado en pensamientos sobre ella; los humanos prehistóricos
lograron aproximarse a una definición de la “vida mental” cuando enfrentaron la
realidad del morir: el alma, el espíritu, es algo que se desprende del cuerpo.

El concepto griego de PSYCHE es, en cierta medida, una elaboración acerca de eso
que parte y abandona el cuerpo.

Nuestra sociedad occidental, aunque es mortal, rechaza el tema de la muerte. Tal como
afirma Thomas, actualidad nos enfrentamos con dos procesos frecuentes:

la desocialización de la muerte y su profesionalidad y burocratización. Se verifican


tanto la falta de solidaridad y el abandono del moribundo como haberla convertido

en algo que incumbe a profesionales especializados, en un problema de gestión. El


hombre urbano moderno nace y muere en una institución hospitalaria; ve la muerte
como algo escandaloso y pone sus esperanzas en los progresos científicos que, algún
día, acabarán definitivamente con ella.

B) INTENTOS E IDEACIONES SUICIDAS

La etapa evolutiva designada como “adolescencia” (trece a dieciocho años) supone,


desde una perspectiva cognitiva, que el sujeto está en posesión de habilidades que lo
capacitan para las operaciones formales de pensamiento: el adolescente puede analizar
posibilidades, no sólo realidades concretas, y por ello, elaborar complejos sistemas de
razonamiento, reconstruyendo el universo de su infancia. En el reconocimiento de la
posibilidad de "no ser" la realidad psíquica incorpora tanto lo permanente como lo
transitorio, las variancias e invariancias.

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Morirse es, en esta etapa del ciclo vital, una metáfora potente en situaciones
transicionales; el lenguaje cotidiano alude a ello tanto para referirse a sensaciones
afectivas intensas (me muero de ganas) como de soledad y frustración ( me muero de
aburrimiento).

Kastenbaum ( 1986) reafirma la validez de la expresión “muero, luego existo” para


esta etapa del desarrollo. La reconstrucción de la identidad, en la adolescencia
incorpora las posibilidades de fracasos, pérdidas, catástrofes y muertes.

La literatura contemporánea aborda el estudio de los comportamientos suicidas desde


una triple categorización:

1.- Ideaciones suicidas: se estudian distintos procesos cognitivos y afectivos que


varían desde sentimientos sobre la falta de sentido del oficio de vivir, la elaboración
de planes para quitarse la vida, hasta la existencia de preocupaciones sistemáticas y
delirantes referidas a la autodestrucción. (Goldney y col. 1989).

2.- Parasuicidios: comprenden conductas variadas que incluyen desde gestos e


intentos manipuladores hasta intentos fallidos de terminar con la vida propia. Se hace

referencia a actos deliberados que no tiene un final fatal pero que provocan daños en
el propio sujeto que los ejecuta; dichos actos deben ser poco habituales. Así, por

ejemplo, el alcoholismo crónico o las adicciones graves no se ubican en este rubro.

3.- Suicidios: incluyen todas las muertes que son resultado directo o indirecto de
comportamientos ejecutados por la propia víctima la que es consciente de la meta a
lograr. Algunos autores, (Farberow, 1980 ) consideran que es importante ocuparse de
los denominados "suicidios indirectos": accidentes de tránsito, huelgas de hambre, el
rechazo a tomar una medicación necesaria.

Para estudiar los comportamientos e ideaciones suicidas es necesario operar desde


un marco teórico que integre distintos modelos. En nuestro caso lo denominamos
cognitivo - mediacional - psicodinámico, pues complementa modelos teóricos.

A) Se entiende al sujeto humano como integrante de un sistema familiar específico en


el cual incorpora creencias, valores y significaciones determinadas en relación con la
vida, la muerte, el objetivo de un proyecto de vida, que operan tanto a nivel consciente
como inconsciente.

B) Ese sujeto contextuado (social, cultural e históricamente) tiene experiencias


diversas en el curso de su ciclo de vida, las que se interpretan y comprenden en

75
relación con lo especificado en A) y con las posibilidades que le ofrece su subsistema
neurobiológico.

C) Los comportamientos concretos relacionados con el suicidio se vinculan con


factores concurrentes (historia personal y social, programa neurobiológico, grado de
salud mental) y precipitantes (experiencias vitales percibidas como muy estresantes,
falta de estrategias adecuadas de afrontamiento, incapacidad para resolver problemas).

Un estudio realizado en 1991 en EEUU por la Gallup Organization reveló que entre el
6% y 13% de los jóvenes entrevistados informaron que intentaron quitarse la vida por
lo menos una vez.

Sobre la base de la bibliografía consultada se pueden señalar como principales


factores de riesgo:

• desequilibrio en neurotransmisores (neurobiológicos)

• trastornos psiquiátricos (psicopatológicos)

• pobres habilidades para resolver problemas (cognitivos)

• violaciones sexuales muy agresivas (experiencias vitales traumáticas) • trastornos en


la identidad sexual (desarrollo personal)

• acceso a armas de fuego (ambientales)

• adicción a drogas (uso de substancias)

conflictos entre los padres ( familiares)

• desempleo, problemas laborales (psicosociales)

• familias disfuncionales muy violentas (familiares).

Entre 1978 y 1983 aumentó considerablemente el porcentaje de suicidios adolescentes


causados por el excesivo consumo de alcohol. Brent y col. (1987).

La presencia de una historia familiar con suicidios es siete veces mayor entre
adolescentes que intentaron matarse que entre aquellos que no lo hicieron ( Garfinkel
y col. 1982).

La investigación epidemiológica realizada (Casullo, 1994, Orbach. Existen tres tipos


básicos de comportamientos vinculados con ideaciones e intenciones suicidas en la
adolescencia.

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1) Depresivo perfeccionista: hace referencia a personas con un Superyó muy rígido
que se exigen altos rendimientos y se manejan con altas expectativas de logro.
Evidencian necesitar mucho la aprobación social y tendencias a cumplir con las
normas sociales vigentes. Son altamente vulnerables a situaciones de fracaso y de
crítica. Tienden a idealizar a personas amadas que han fallecido y son altamente
propensas a internalizar sentimientos agresivos y hostiles. Se muestran bastante
solitarias. Es factible que se hayan criado en el núcleo de familias simbióticas muy
conflictivas.

2) Impulsivo: caracteriza a personas con baja tolerancia a la frustración, incapaces de


sentir afectos negativos, muy irritables , con marcadas tendencias a la actuación
( acting out) de sus conflictos.Son muy sensibles a las situaciones en las que se sienten
rechazadas por otros, les cuesta resolver situaciones problemáticas de manera eficaz.
Generalmente se han criado en un contexto de familias violentas.

3) Desintegrado: en las personas que pueden incluirse en esta categoría es factible


encontrar estados severos de ansiedad con miedo a la pérdida de la identidad. Temen
perder el autocontrol e irritarse en forma desmedida, son poco asertivas y en general
muy sumisas. Suelen padecer ataques de pánico o trastornos de tipo esquizofrénico.

A fin de lograr una comprensión más precisa de los diversos factores vinculados con
los comportamientos que estamos considerando analizaremos algunos de ellos en base
a algunas de las propuestas de Orbach (1994).

a) Presencia de psicopatología: diferentes trastornos psicopatológicos coexisten con


los comportamientos suicidas; no puede decirse que son causa de ellos sino que su
presencia aumenta la probabilidad de un suicidio. Al aludir a presencia de
psicopatologías nos estamos refiriendo a regresiones importantes, empobrecimiento de
las funciones yoicas, inadecuado uso de los mecanismos de defensa, todo lo cual
reduce las posibilidades adaptativas así como el empleo adecuado de estrategias de
afrontamiento frente a situaciones conflictivas.

La depresión es sin dudas el cuadro clínico más relacionado con comportamientos


suicidas. Aproximadamente un 15% de las personas con esta patología realizan
intentos suicidas; dos tercios de quienes intentaron quitarse la vida sufrían de algún
malestar del tipo de una depresión primaria (Maris, 1991; Murphy, 1986)

b) Estados fenomenológicos: aluden a estados emocionales muy intensos, que no


pueden ser tolerados por los sujetos;al persistir, generan un deseo muy intenso de
ponerles fin ( Baumeister, 1990). Las emociones intensas se estructuran como
reacción a situaciones permanentes de estrés crónico y traumas, que interactúan con
predisposiciones o características de personalidad, estrategias inadecuadas para

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afrontar tales situaciones estresantes así como con relaciones interpersonales
insatisfactorias.

La desesperanza es uno de los estados fenomenológicos asociados con


comportamientos suicidas (Shneidman, 1985). Investigaciones concretadas por Topol
y Reznicoff (1982) encontraron que la desesperanza diferenciaba entre adolescentes
suicidas de aquéllos que no lo eran. Al comparar pacientes internados con y sin
intentos de suicidio, Reynolds y Eaton (1986) verificaro que la ineficacia para resolver
problemas y las tendencias suicidas estaban muy asociados a sentimientos de
desesperanza.

Casi un tercio de adultos jóvenes que completaron suicidio dejaron notas en las que
expresaban sentimientos de fracaso por no poder lograr metas que se habían
propuesto (Peck, 1983). El fracaso puede ser vivido por los adolescentes y jóvenes
con mucha humillación; la desesperanza y el sentirse humillado originan deseos de
abandonarlo todo, abatimiento, apatía y tendencias agresivas muy comunes en sujetos
con ideaciones e intentos suicidas.

Investigaciones en las que se comparó a adolescentes que lograron suicidarse con


quienes sólo lo intentaron indican que aproximadamente el 66% de los que se
suicidaron y el 71% de los que lo intentaron habían sido diagnosticados con
presencia de trastornos afectivos primarios. (Brent, Perper, Goldstein, Kalko, Allan,
Zelenak, 1988)

Estadísticas similares se han encontrado para referirse al consumo de alcohol y uso


de substancias y su relación con comportamientos suicidas. Aproximadamente el 4%
de las personas hospitalizadas por problemas de alcoholismo terminaron suicidándose.
(Murphy, Wetzel, 1990)

Los trastornos de conducta también aparecen asociados con comportamientos


suicidas, especialmente en la infancia y la adolescencia; investigaciones realizadas
comprueban que aproximadamente el 25% de los intentos suicidas en la etapa
adolescente fueron diagnosticados como problemas de conducta y, a la vez, este tipo
de trastorno era una de las características más llamativas en una muestra de
adolescentes suicidas. (Apter, Bleich, Plutchik, Mendelson, Tyrano, 1988).

Ha sido posible verificar la asociación entre esquizofrenia y suicidio; el 10% de


personas con esquizofrenia crónica terminaron suicidándose. (Bleuler, 1978).

Los sujetos que padecen ataques de pánico también se ubican entre quienes están
en alto riesgo de cometer suicidio; Johnson, Weiisman y Klerman (1990)
entrevistaron a 18.000 adultos en cinco ciudades de EEUU y encontraron que aquellas

78
personas con historias personales en las que estaban presentes ataques de pánico
tenían una probabilidad tres veces mayor de cometer suicidio que la población general
estudiada.

Los malestares psicopatológicos contribuyen a la génesis de comportamientos


suicidas en la medida que provocan sufrimiento psicológico, disminuyen las
defensas yoicas y originan sentimientos de desesperación y desesperanza.
Probablemente, psicopatología y suicidio sean entidades separadas que se yuxtaponen
ocasionalmente al compartir causas similares . ( Orbach, 1995).

Otros estados afectivos hacen referencia a sentimientos de vergüenza, soledad, ser


muy diferente al resto, aislamiento.

Los sentimientos de culpa son también predictores de suicidios intentados o


logrados. Estudios concretados en el ejército norteamericano con soldados veteranos
de guerra permitieron comprobar que los que se sentían culpables por determinadas
acciones concretadas en los combates tenían mucha más inclinación a pensar en
quitarse la vida que los que padecían de trastornos depresivos (Hendin, Haas, 1991)

La experiencia fenomenológica de pérdida del autocontrol está asociada a ideaciones


suicidas; incluye sentimientos de rabia, hostilidad, irritabilidad, ansiedad y labilidad
afectiva. El odio intenso a sí mismo y los demás es una de las mayores experiencias
subjetivas presente en todo comportamiento suicida.

c) Procesos autodestructivos: se alude a las denominadas "formas internas de


auto-abuso". Uno de los procesos más estudiados es la vuelta de la agresión hacia el
propio sujeto que la experimenta, de objetos externos a objetos internos, UN
HOMICIDIO QUE HA HECHO UN GIRO DE 180 grados.

Desde la perspectiva psicoanalítica las explicaciones clínicas de los


comportamientos suicidas han analizado la transformación de la agresión hacia otros
en agresión contra sí mismo en vinculación con la existencia de imperativos
superyoicos muy rígidos, sentimientos intensos de culpa así como con situaciones de
disociación yoica. Freud oportunamente manifestó que una persona difícilmente
encuentre la energía necesaria para matarse a menos que al mismo tiempo esté
matando a un objeto con el que se ha identificado; al autoagredirse está eliminando
a otro. (Freud, 1917, Menninger, 1938)

El proceso de identificación es central en el desarrollo psicológico infanto-juvenil.


Ese proceso supone profundas relaciones de apego con personas que tienen
significación afectiva. Las identificaciones están vinculadas con las figuras
parentales y con quienes han provisto de afecto y contención. Experiencias

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traumáticas como los abandonos, las pérdidas o la dependencia afectiva excesiva
convierten al apego en disfuncional. Las identificaciones logradas, al desaparecer
objeto de la identificación, necesitan reinstalarse en otros sujetos, hecho que suele
generar dolor y desesperanza. Situaciones de este tipo, de pérdida de objetos
identificatorios, aparecen asociadas a comportamientos suicidas.

Otra forma de comportamiento autodestructivo es atribuirle el origen de los sucesos


vitales negativos. La posibilidad de atribuir la causa de las dificultades así como de
los acontecimientos percibidos como negativos a otras personas (no a sí mismo/a)
protege al individuo, de alguna manera, de sentirse deprimido y desvalorizado. Hay
actos suicidas originados en las que se denominan "autoatribuciones negativas". (Jack
y Williams, 1991) La auto-devaluación, el balance negativo entre el yo real y el yo
ideal, está también muy presente en ideaciones e intentos suicidas en tanto resultante
de la interacción de mecanismos variados: miedo a lograr lo deseado, temor a
comprometerse personalmente en la realización de determinadas acciones, miedo al
fracaso, introyecciones de experiencias tempranas de fracaso. (Maris, 1981).

d) Rasgos o estilos de personalidad: Los rasgos o estilos de personalidad son


características estables de la persona en relación a determinados contextos o hábitats
en función de los cuales se fueron estructurando. En este sentido, la variable
personalidad debe ser analizada en su relación con los procesos autodestructivos y las
situaciones generadoras de estrés psicosocial. Algunas características pueden
convertirse en altamente auto - destructivas, bajo determinadas circunstancias.

d.1. La ambición. Si no se establece un buen balance entre metas y posibilidades las


altas aspiraciones, tanto personales como familiares, pueden conducir a situaciones
suicidas. Los sujetos perfeccionistas conforman un subgrupo interesante dentro del
grupo de potenciales suicidas.

d.2. La impulsividad. Numerosos casos de comportamientos suicidas o parasuicidas


están relacionados con fracasos en el control de los impulsos. (Arffa, 1983).

d.3. La apatía y el pesimismo. Muchos sujetos no logran elaborar proyectos de vida


viables y desarrollan lo que Shneidan (1980) denomina VISIÓN DE TÚNEL. Esta
forma de mirar la vida se caracteriza por la presencia de pensamientos dicotómicos
(blanco o negro), rigidez de pensamiento (sólo hay una manera de hacer algo),
incapacidad para lograr razonamientos divergentes.

d.4. Rigidez cognitiva. Numerosos estudiosos consideran que la RIGIDEZ


COGNITIVA es un factor limitante altamente responsable de que el sujeto cuente con
pocas estrategias para afrontar y resolver problemas, lo que determina que aumente el
riesgo de suicidio ante situaciones generadoras de estrés emocional. (Orbach, Ban

80
Joseph, Dror, 1990). Una personalidad rígidamente estructurada, con características de
tipo obsesivo -compulsivas es frecuente de encontrar entre personas con intentos de
suicidio.

d.5. Rechazo a recibir ayuda: desconfianza y aislamiento están también presentes en


sujetos en riesgo suicida; estas personas generalmente descartan toda propuesta de
orientación y apoyo frente a las situaciones conflictivas que pueden estar
viviendo.(Rotheram-Borus y col. 1990).

d.6. Escapismo. Shneidman, autor ya citado anteriormente, habla del estilo "salir
dando un portazo" para caracterizar cierta forma de comportarse de adolescentes con
riesgo de involucrarse en conductas auto - destructivas.

El estado mental suicida se caracteriza por un alto nivel de depresión y desesperanza,


bajo autoconcepto y pocas razones para vivir, que junto con el estrés explican las
ideaciones respecto a poner fin a la propia ayuda. Los datos exploratorios obtenidos
están muy relacionados con factores académicos, dado que gran parte de la vida
adolescente gira en torno al ámbito educativo. (Villardón Gallego, 1993).

C) DIFERENCIAS SEGÚN GÉNERO

La variable sexo es una de las mejores predictoras de intentos de suicidio.


Numerosos estudios indican que las mujeres tienen una probabilidad dos veces mayor
que los varones de verse involucradas en ideaciones suicidas y están más expuestas a
concretar parasuicidios que sus pares masculinos. Las mujeres adolescentes tienen
menores probabilidades de morir en sus intentos de matarse.

Mientras que durante la infancia los casos de suicidio son pocos comunes y su
prevalencia no muestra diferencias según sexo, la incidencia de parasuicidios se
incrementa más lentamente en las mujeres a medida que pasa el tiempo.

Numerosos intentos e ideaciones suicidas parecen estar relacionadas con sentimientos


de marginación y rechazo en individuos con dudas e inseguridades en la definición de
sus intereses y orientaciones sexuales. Las diferencias en las tasas de prevalencia
según género (son más altas las que se refieren a suicidios concretados para los
varones y a para suicidios en las mujeres) están muy relacionadas con los recursos
empleados para matarse: los varones emplean más frecuentemente armas de fuego lo
que supone mayor certeza de muerte, en tanto que las mujeres suelen recurrir a las
píldoras o al gas, cuyos efectos letales son menores.

El varón muestra un patrón diferente en los recursos de apoyo: busca ayuda en la


familia cuando se trata de resolver problemas familiares y no así cuando se trata de
problemas personales y con amigos. En los hombres la búsqueda de apoyo está

81
determinada por el área de conflicto, hecho que no se observa entre las mujeres
adolescentes. Entre ellas el apoyo de las amigas siguió en importancia al apoyo
familiar en casi todos los tipos de problemas, en tanto que los varones tienden a
preferir no buscar ayuda ni consejo. Otra diferencia significativa según género indica
que entre los hombres solicitar ayuda no se relaciona con la presencia de malestares
emocionales, en tanto que entre las mujeres se encuentran síntomas depresivos e
ideaciones suicidas.

D) LAS DIFERENCIAS CULTURALES

Pocas veces los investigadores somos conscientes del sesgo cultural que pueden tener
muchas de las afirmaciones que expresamos. Estamos absolutamente convencidos de
que todo lo que responde a una visión judeo - cristiana - occidental - y urbana de los
hechos y fenómenos humanos es en sí misma incuestionable y válida para todos. La
Psicología Cultural contemporánea ha incorporado en su léxico dos términos que
pueden ser muy útiles para una mejor comprensión del tema que estamos analizando:
ÉTICO Y EMICO. Con origen en los términos de la lingüística fonético y fonémico,
aluden a universalidad o particularidad que los significados de los conceptos e ideas
que utilizamos tienen. Un constructo o concepto es ético en la medida que pueda
garantizarse su existencia y comprensión general; se lo denomina émico si sólo sirve
para enunciar y comprender ideas y acciones propias de un sistema cultural.

Lester (1997) analiza los comportamientos suicidas en diferentes grupos étnicos de


origen aborigen en EEUU y concluye que es importante tener presente en qué medida
los denominados conflictos culturales y procesos de aculturación afectan los datos que
se elaboran sobre el tema.

Las investigaciones consultadas muestran que es posible referirse a importantes


Factores Protectores presentes en estas comunidades, útiles para comprender su
menor exposición al riesgo suicida:

a) La religiosidad. La asistencia a las iglesias así como la afiliación a ellas, su


mayoría protestantes ( bautistas y metodistas) actúa como una variable importante que
brinda apoyo social y la posibilidad de actuar en base a determinados principios
éticos. El suicidio es visto como una solución inaceptable, un signo de sumisión.

b) El rol central que tienen las mujeres. Han aprendido a afrontar situaciones de
pobreza y discriminación construyendo redes sociales fuertes, compartiendo recursos
y asumiendo roles familiares flexibles ( mayor resiliencia).

c) Las personas de más edad son tratadas con dignidad y respeto, aún cuando
quedan fuera del mercado laboral.

82
d) La familia extensa y los vecinos brindan apoyo afectivo, económico y social así
como recursos frente a situaciones de crisis.

Irónicamente, estas características cohesivas y psicológicamente beneficiosas de la


comunidad negra se están debilitando debido a fuertes cambios masivos como la
integración, la urbanización, la desindustrialización y la secularización que se están
concretando en nombre de la idea de progreso.

Shiang, Blinn y col. (1997) investigan los comportamientos suicidas comparando


comunidades de origen anglosajón y chino; las principales diferencias se centran en
las maneras distintas en que esos grupos culturales estructuran la noción de Self (sí
mismo): los anglosajones privilegian la independencia y la autonomía en tanto que los
asiáticos enfatizan la interdependencia y las interrelaciones con otros miembros de la
comunidad. (individualismo-colectivismo). Ante un hecho de suicidio un occidental se
pregunta ¿por qué? Un asiático plantea: ¿Qué ha provocado esta situación? ¿Quién es
responsable? ¿Existe alguna relación entre las variables género, cultura y
comportamientos suicidas? Estudios realizados en India (Tousignant y col. 1998),
Pakistán (Moosa Khan, Reza, 1998), Sri Lanka (Marecek, 1998), entre otros, parecen
sugerir una respuesta afirmativa a la pregunta que se ha planteado.

E) INVESTIGACIÓN RETROSPECTIVA DE LA MUERTE: LAS AUTOPSIAS


PSICOLÓGICAS.

En la medida que la persona ya ha muerto enfrentamos la imposibilidad concreta


de un diálogo con ella para conocer los motivos o razones que la llevaron a asumir
la determinación de quitarse la vida. Shneidman (1994) describe la técnica Autopsia
Psicológica como un método para discutir las conclusiones de los médicos forenses
sobre muertes con etiologías dudosas. El término autopsia (del griego, ver por los
propios ojos) hace referencia a un procedimiento para clarificar la naturaleza de la
muerte centrado en sus aspectos psico - sociológicos. Se trata de una técnica
esencialmente psicobiográfica cuyo objetivo es la reconstrucción de las
circunstancias del fallecimiento; es un proceso de recolección y análisis de datos
obtenidos de fuentes diversas que se centra en la evaluación de los sucesos de vida o
historia vital de la persona fallecida.

La autopsia psicológica es una reconstrucción de la historia de una vida a través del


contacto con miembros de las redes sociales con existencia previa a la circunstancia
de morirse. La importancia de esta estrategia evaluativa logra entenderse mejor si la
vinculamos a los conceptos "causas de la muerte" y "muertes equívocas";
generalmente se mencionan cuatro modos básicos de morir, aludiendio a la
clasificación NASH: muerte natural, accidente, suicidio y homicidio.

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¿Qué tipo de información brindan las autopsias psicológicas? Se busca poder
entender las razones del suicidio o la cadena causal de motivos y razones que
culminaron en él; se intenta una reconstrucción de las motivaciones, filosofia de vida,
dinámica de las situaciones vitales de conflicto. A la vez permite la vinculación con
los supervivientes en duelo mediante entrevistas que, si son bien realizadas, llegan a
tener un profundo sentido terapéutico. Suele denominarse postvención a este trabajo
terapeútico.

En una primera etapa las entrevistas psicológicas se realizan con parientes de primer
grado o cónyuges y luego se van extendiendo a amigos y conocidos. Se realizan con
parientes de primer grado o cónyuges y luego se van extendiendo a amigos y
conocidos.Se concreta así una compilación biográfica que muchas veces revela que la
muerte propia no es un evento azaroso sino el final de un largo proceso de
sufrimiento. Es esencial una búsqueda documental válida.

Metodológicamente es necesario:

1) Establecer los criterios en base a los cuales se eligen los informantes que van a ser
entrevistados.

2) Delimitar la manera en que esos informantes van a ser abordados y el encuadre


técnico que se le va a dar a la tarea.

3) Considerar el plazo mínimo de tiempo que se espera entre el momento del


fallecimiento y el comienzo de las entrevistas.

4) Elaborar un plan de trabajo en el que se especifique las forma en que van a


integrarse las variadas fuentes de datos.

5) Elegir bien las técnicas de evaluación a ser utilizadas. Se aconseja usar, en las
entrevistas, preguntas con respuestas abiertas de manera que el entrevistado pueda
asociar datos relevantes.

Es importante hacer aproximaciones sucesivas, que vinculen diferentes


comportamientos que en vida concretó la persona que ha muerto: detalles de la
muerte, estructura de su familia de origen y de pertenencia, historial de muertes en la
familia, características de personalidad y estilo de vida del suicida, patrones más
comunes de reaccionar ante situaciones estresantes, papel del alcohol o las drogas en
su forma de vivir, tipo de relaciones interpersonales, posibles cambios en los patrones
habituales de conducta en etapas anteriores a la concreción de la muerte, reacciones
de los informantes ante el suicidio. (Maganto, Campos, González, 2001).

F) COMENTARIOS FINALES

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Todo suicidio, más que reflejar el no soportar seguir viviendo parece expresar el
rechazo del propio sujeto a desvincularse de las "percepciones preferidas de sí
mismo". El suicidio aparece, en este contexto, como un comportamiento defensivo
ante la posibilidad de cambios en las auto-percepciones: tener que verse a sí
mismo/a de otra manera. (Smith, 1990). Generemos en nuestros adolescentes y
jóvenes la capacidad para recuperarse y sobreponerse ante situaciones de pérdida,
dolor, separaciones, crisis. (Henderson y Milstein, 2003). Es una urgencia social.

Chávez-Hernández, A. M., Leenaars, A. (2010). Edwin S


Shneidman y la Suicidología moderna.

RESUMEN

En el año 2003 el suicidio se declaró como un problema de salud pública por la


World Health Organization (WHO), y por tanto la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), junto con la Asociación Internacional de Prevención de Suicidio
(IASP), declararon al 10 de septiembre como el «Día Mundial de la Prevención del
Suicidio». Esto fue posible gracias al trabajo y dedicación del doctor Edwin S.
Shneidman quien logró obtener la atención pública y política sobre el fenómeno
suicida y sus graves consecuencias sociales.

Edwin S. Shneidman (1918-2009), fue pionero en el campo de la Prevención del


Suicidio además de un prolífico pensador y escritor de este tema, manteniéndose a la
vanguardia en sus estudios y reflexiones durante más de 50 años. Su creatividad,
sensibilidad y agudeza de conocimiento hicieron posible crear una nueva disciplina:
la Suicidología, término incluso que él mismo acuñó. Pocas personas tienen la
magnífica oportunidad de crear una nueva disciplina, darle nombre, forma y trabajar
para contribuir a ella de la manera en que él lo hizo; y más aún, para sensibilizar a
otros investigadores competentes e incentivarlos a invertir en ella haciéndola crecer y
ganarse un lugar importante en las ciencias de lo humano.

El trabajo central de Shneidman, la Suicidología, está basado teoricamente, y de


manera primordial en las causas psicológicas y sociológicas del suicidio. Creía que la
vida se enriquece con la contemplación de la muerte y el morir; y concibió a la
Psicología como la ciencia que debería estar presente en el estudio de estas formas
de expresión de la compleja individualidad de la persona, pues consideraba al

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suicidio, básicamente, como una crisis psicológica. El estudio del suicidio y su
propuesta acerca de que éste podría evitarse, se convirtieron en la pasión de su vida.
Las contribuciones principales de Shneidman han sido conceptuales.

Acuñó palabras y conceptos como suicidología, autopsia psicológica, posvención,


muerte sub-intencionada, dolor psicológico. Su trabajo en el campo del suicidio
puede ser subdividido así: Evaluación conceptual y teórica del comportamiento
suicida; Notas póstumas (o recados suicidas); Aspectos administrativos y
programáticos; Aspecto clínico y de comunidad; Autopsia psicológica y posvención.

INTRODUCCIÓN

El suicidio se manifiesta como un fenómeno innegable y profundamente significativo


para todas las sociedades del mundo histórico. Es síntoma claro de la pugna entre las
pasiones del hombre, su base biológica y las fuerzas culturales de su entorno. No
obstante, aunque el suicidio es un mismo evento en todos los casos (una persona se
quita voluntariamente la propia vida por medio de diversos medios), cada sociedad
ha mantenido hacia éste consideraciones y acercamientos tan variables como sus
peculiares principios culturales, religiosos, morales e ideológicos.

El sociólogo Émile Durkheim introdujo el acto suicida dentro del catálogo de los
problemas fundamentales de la cultura occidental: consideraba que el suicidio y sus
consecuencias en la comunidad rebasaban el mero plano de lo moral y se mostraban
como una mezcla de condiciones psicopatológicas y condiciones sociales efectivas,
esto es, que el suicidio tenía un trasfondo que se anclaba en la dinámica comunitaria,
y sus efectos en la psique individual.

En los años 1950 los científicos pensaban que sólo los enfermos mentales se quitaban
la vida, es decir, que el suicidio no era un fenómeno que se diera entre las personas
que no demostraban claros signos de psicopatología y trastorno mental.

Sin embargo, nuevas teorías y perspectivas de análisis científico dieron cuenta de que
el estudio del acto suicida debía incorporar muchos factores que hasta ese momento
habían pasado inadvertidos, en aras de entenderlo a cabalidad y, además, poderlo
prevenir.

Dos fueron las grandes aportaciones a este respecto. En primer lugar, un


descreimiento al presupuesto de que únicamente los pacientes psiquiátricos eran
susceptibles de atentar contra su propia vida: la tesis a defender era que no todo
suicida es psicótico, así como no todo psicótico es suicida.

Por otro lado, la propuesta de que todo estudio del fenómeno acerca de la
autoaniquilación consciente debía diferenciar, en primera instancia, a los suicidios

86
consumados de aquellos que se hubieran quedado solamente en tentativas suicidas, o
lo que es lo mismo, comprender que el estudio del suicidio no debía centrarse
solamente en la muerte del sujeto sino también en el momento de su planeación y en
los rastros materiales y textuales que éste dejaba.

Esta visión innovadora que nuestra sociedad occidental contemporánea le otorga al


suicidio fue uno de los legados del doctor Shneidman.

VIDA Y OBRA

Edwin S. Shneidman, hijo de padres judíos rusos, nació en York, Pensilvania, el 13 de


mayo de 1918.

Se crió en Lincoln Heights, donde su padre era dueño de una tienda departamental en
Broadway y la avenida Griffin.

Estudió en la Universidad de California en Los Ángeles y en 1940 obtuvo una


Maestría en Psicología. Entre 1942 y 1945 perteneció a las fuerzas armadas, y durante
la Segunda Guerra Mundial llegó a ser capitán. Después de la guerra obtuvo su
Doctorado en Psicología Clínica y se interesó por estudiar la esquizofrenia, cuando
trabajaba en el Hospital de veteranos en Brentwood, EUA. Este trabajo y sus
acuciosas labores teóricas y prácticas fueron, sin lugar a dudas, el suelo fértil desde
el que floreció su perspectiva de investigación revolucionaria.

EDWIN S. SHNEIDMAN Y LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA DEL


SUICIDIO

Este prolífico pensador y escritor ha sido merecedor del título de «Padre de la


Suicidología moderna» por ser pionero en el campo de la prevención y atención del
suicidio.

Sus análisis del evento suicida y las conductas autodestructivas, por demás poco
simplistas y unidimensionales, crearon la conciencia científica de que el estudioso ha
de abandonar la costumbre de evaluar estas prácticas desde un solo discurso o
dispositivo para preferir su investigación desde una perspectiva compleja, rigurosa y
llena de variables provechosas.

Como investigador, teórico, conferencista y autor, Shneidman ayudó a establecer el


estudio del suicidio como un campo interdisciplinario e ideó muchos conceptos ahora
ampliamente aceptados.

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Acuñó incluso el término «suicidología» y forjó esta nueva disciplina donde él mismo
apuntaba: «la Suicidología pertenece a la Psicología porque el suicidio es una crisis
psicológica».

La Suicidología es, pues, la ciencia de los comportamientos, los pensamientos y los


sentimientos autodestructivos, del mismo modo en que la Psicología es la ciencia
referida a la mente y sus procesos, sentimientos, deseos, etc

Su trabajo en el campo del suicidio puede ser subdividido así: Evaluación del
Comportamiento Suicida, Conceptualización y teoría; Notas Póstumas (o recados
suicidas); Aspectos administrativos y programáticos; Aspectos clínicos y de
comunidad, y Autopsia psicológica y posvención.

Siguiendo a su maestro Henry Murray y en clara sintonía con lo manifestado por


Freud, Shneidman advirtió que la faceta lingüística verbal de los sujetos, la narrativa
de la vida humana, era un claro síntoma de su situación psicológica. Lo que una
persona dice y escribe, aunado con el modo de decirlo y entonarlo, puede dar
suficientes pistas y directrices para determinar su personalidad y su estado emocional.

Con fines de investigación clínica, Shneidman pidió a muchas personas, sin riesgo o
previo comportamiento suicida, que escribieran una nota póstuma simulando su
próxima muerte por suicidio. Reunió el mismo número de notas localizadas
anteriormente en las oficinas forenses (700 y más). Decidió nuevamente leer estos dos
grupos de notas póstumas (las genuinas y las simuladas) y en colaboración con su
colega, el doctor Norman Farberow, comenzó a analizar las notas sin saber si
pertenecían a un grupo o a otro. Utilizaron el método de razonamiento inductivo
propuesto por Stuart Mill y encontraron que podían distinguir cuáles notas eran
genuinas y cuáles no, así como algunos resultados inesperados y sorprendentes las
notas falsas estaban plenas de drama y melancolía, mientras que las notas reales
eran notablemente banales, incluyendo frases como: «deben recoger la ropa en la
lavandería, hacer depósitos de cheques», etc. Una nota decía incluso: «Querida
Mary. Te odio. Con amor, George».

El descubrimiento de esta ambivalencia en relación al morir era revolucionario. El


estudio sugería que el suicidio es más una reacción que una decisión.

Aprender y comprender acerca de a qué se está reaccionando implicaba entonces una


alternativa de acción, la cual podía ser una oportunidad para interrumpir el impulso
suicida. Esto se convirtió en la base del enfoque para salvar vidas de Shneidman.

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Según él, el suicidio resulta de un «dolor psicológico», y acuñó en inglés la palabra
Psychache para describir el dolor psicológico insoportable que se deriva de
necesidades psicológicas insatisfechas.

Sus profundas intelecciones lo llevaron a proponer sus ya conocidas Diez


características comunes a todo suicidio:

1. El propósito común del suicidio es buscar una solución,

2. El objetivo común es el cese de la conciencia,

3. El estímulo común es el Dolor Psicológico Insoportable,

4. El estresor común son las Necesidades Psicológicas Insatisfechas,

5. La emoción común es la desesperanza, la desesperación,

6. El estado cognoscitivo común es la ambivalencia,

7. El estado perceptual común es la constricción (visión de túnel),

8. La acción común es escapar,

9. El acto interpersonal común es la comunicación de la intención suicida, y

10. La consistencia permanente de los estilos de vida.

UNA NUEVA VISIÓN EN TORNO AL SUICIDIO

Shneidman vio al suicidio como una crisis psicológica y –como lo haría Albert
Camus– lo defendió como «un verdadero problema filosófico».

De hecho, una de sus grandes ambiciones fue la de incorporar en la Encyclopaedia


Britannica (EB) un concepto suficientemente esclarecedor de lo que en realidad es
este acto autodestructivo (así como de la contemplación de sus variables fácticas e
históricas), con la intención de llevar el hecho suicida a la comprensión popular, y de
este modo facilitar su detección y prevención.

Por sus méritos y especialización, ese gran anhelo de renovar la visión del suicidio se
vio cumplida y, a mediados de los 50’s, la EB le pidió redactar un artículo en torno a
sus ideas del hecho suicida.

Shneidman y su equipo realizaron estudios que contradecían algunas creencias


ampliamente difundidas. Por ejemplo, desde hace décadas se pensaba que sólo los

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enfermos mentales se quitaban la vida, y sin embargo los estudios que realizó con su
equipo de trabajo mostraron que solamente el 15% de los suicidas eran psicóticos.

Consideró que más que una enfermedad mental, el fuerte dolor psicológico
(psychache) resultaba ser el mayor común denominador del comportamiento suicida.
En sus propias palabras «[El suicidio es] el acto consciente de autoaniquilación, que
se entiende como un malestar pluridimensional en un individuo que percibe este acto
como la mejor solución”.

Los sociólogos han demostrado que las tasas de suicidio varían de acuerdo con
factores como la guerra y el desempleo, los psicoanalistas sostienen que es la ira hacia
un ser querido que se dirige hacia dentro, los psiquiatras lo ven como un desequilibrio
bioquímico. Ningún método tiene la respuesta: Es todo eso y más». La idea era
entonces hacer algo respecto al suicidio, no sólo decir algo sobre éste.

La relevancia social de la suicidología de Edwin S. Shneidman

A partir de 1955, Shneidman comenzó a buscar financiamiento para abrir un Centro


de estudio y prevención del suicidio. Lo interesante de ello es que sus intenciones
eran, más que académicas y científicas, humanitarias. Así, Edwin Shneidman, junto
con Norman Farberow y Robert Litman, establecieron el Primer Centro de
Prevención del Suicidio en Los Ángeles, California, en el año de 1958, en un hospital
para tuberculosos que se encontraba abandonado.

Dentro de esta tónica de trabajo, y después de casi 10 años de estudiar el fenómeno


del suicidio y de atender casos de riesgo, Shneidman y Farberow idearon e
implementaron la Primera Línea telefónica de Intervención en crisis.

Tenían tantas llamadas que, según comentó Edwin, la gente llamaba diciendo:
«Dígame, estoy a punto de cometer una tentativa de suicidio, ¿tengo que tomar las
píldoras o saltar de un edificio para ser atendido por ustedes, o puedo acortar el
camino e ir directamente?».

Dichos cambios teóricos y de intereses clínicos convirtieron a Shneidman y Farberow


en pioneros de la asistencia en los casos de potenciales suicidas, pero también en
pioneros del proyecto en el cual personas voluntarias, y no necesariamente
profesionales de la salud, comenzaron a capacitarse para atender las llamadas
telefónicas.

Los voluntarios ayudaban en tareas tales como hacer las llamadas a las casas,
acompañar a las personas potencialmente suicidas al hospital, rastrear las llamadas
telefónicas, etc.

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A pesar de que la investigación sobre el suicidio (y el acto suicida en sí) seguía siendo
en esa época un tema tabú y una discusión ampliamente rechazada y estigmatizada, el
trabajo de Shneidman y Farberow se volvió cada vez más popular y apreciado.

No sólo eso, durante esos años la labor de prevención del suicidio llegó a ser tan
digna de respeto que capturó la atención popular −por medio de películas y libros− y
favoreció que la institución creada por Shneidman y Farberow fuese reconocida como
el Centro Nacional de Investigación del Suicidio.

El rango de acción de la Suicidología desarrollada por este autor era, desde un inicio
y hasta la fecha, sumamente amplio y fue revelándose como un medio de ayuda social
muy fructífero: ofrecer información a las personas cercanas al potencial sujeto suicida
para manejar y canalizar la situación, crear vías de «alivio», ayuda y compañía para el
sujeto con pensamientos autodestructivos y contar con suficientes herramientas de
análisis para poder determinar el perfil psicológico del occiso y las potenciales causas
de su decisión.

Asimismo, propusieron también estrategias para la llamada Posvención del Suicidio.

Impactados por el éxito del Centro de Los Ángeles, el Instituto Nacional de Salud
Mental de EE.UU invitó a Shneidman en 1965, a desarrollar el Proyecto Shneidman,
una estrategia nacional de prevención del suicidio que en tres años hizo posible que el
número de Centros de Prevención del Suicidio en ese país aumentara de 15 a más de
100.

Fue un esfuerzo de prevención a nivel comunitario o público, algo que defendió toda
su vida: La prevención es la educación, decía.

Así mismo elaboró una serie de reglas para el tratamiento de los suicidas y
asesoramiento normativo para el psicoterapeuta, que sugiere enfocarse en la letalidad
mental del paciente.

La regla de Shneidman es: al reducir la perturbación, se reduce la letalidad. La terapia


gira entonces alrededor de aplacar el dolor.

Finalmente, Shneidman aceptó una invitación para enseñar en Harvard y en dos años
el Gobierno Federal cortó los fondos que tan arduamente se habían obtenido y las
clínicas y proyectos tuvieron que encontrar sus propias vías de financiamiento.

En 1972 se cerró el Proyecto Shneidman. Sus teorías, que se centraron en las causas
psicológicas y sociológicas del suicidio, no eran las favoritas de los administradores
de fondos para el financiamiento científico de la investigación aplicada en ciencias

91
sociales, quienes en una época de recortes presupuestarios se apuntaron a privilegiar
las intervenciones farmacéuticas y la investigación neurológica.

Shneidman, sin embargo, no se dejó intimidar por las vicisitudes políticas y


económicas a su alrededor. A pesar de todo siguió siendo un escritor incansable: el
estudio del suicidio y la propuesta radical de que éste podía evitarse, se había
anclado como la pasión de su vida. Prueba de esto es que Edwin S. Shneidman fue
autor de 20 libros y decenas de artículos científicos y de divulgación. Para él, una de
sus referencias bibliográficas más importantes en su vida fue la Enciclopedia
Británica, pues consideró un honor que se le pidiera hacerse cargo del tópico Suicidio.

SUS MÉRITOS Y SU HERENCIA A LOS SUICIDÓLOGOS

La vida de Shneidman es, amén de lo ya mencionado, evidencia de que los méritos


que recibe una persona pueden ser valiosa herencia para la humanidad. Todo lo que
para cualquier otro habría sido motivo de vanidad, para Shneidman fue abonar aún
más a sus contribuciones para los estudios clínicos y científico-sociales.

En 1971 fundó la Asociación Americana de Suicidología, la primera organización


profesional dedicada al estudio del tema.

Fue fundador de la primera revista sobre él: Suicide and Life-Threatening Behavior.

En 1987 recibió de la Asociación Americana de Psicología un premio por


contribuciones distinguidas a la administración pública (lo cual aumentaba la
reputación seria y confiable de los nuevos seguidores de su perspectiva científica y
social).

Tras una vida plena, Shneidman pasó sus últimos años recibiendo huéspedes en su
casa en Los Ángeles, debilitado por la diabetes, el cáncer y la insuficiencia cardíaca
congestiva.

Murió el 15 de mayo de 2009, unos días después de haber celebrado el día 13 su 91


aniversario.

Curiosamente su último libro fue A commonsense Book of Death.

Flechner, S. (2009). Más allá de los límites: la conflictiva


adolescente, riesgos y desafíos.

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El psicoanálisis de adolescentes nos confronta en forma incesante a la vida, la
sexualidad y la muerte. O sea que son los movimientos pulsionales los que se ponen en
juego, de una forma peculiar que, en gran medida se materializa a través del actuar.

Actuar que en muchos casos toma la forma de un acto intrusivo y violento para el
propio adolescente o para su entorno.

Desde nuestro lugar de analistas, el trabajo con estos jóvenes nos compromete y
hackea la mayoría de las veces, llevándonos por caminos peligrosos, donde nuestros
propios puntos de referencia pueden desvanecerse. Es el trabajo con los afectos lo que
moviliza al analista, porque el proceso representativo puede no ser lo suficientemente
potente como para ser expresado y contenido. Por lo tanto, cuando los adolescentes
nos hacen pensar en la muerte, no se contentan siempre con evocar un escenario
mortífero, sino que pueden llevarlo a escena (Chabert, 2004).

Partiendo del ¿qué me está pasando? tan propio de la pubertad y continuando luego
por los frustrados intentos de control sobre los cambios corporales, las sensaciones y
afectos pueden generar en el joven distintos efectos; al apreciar en sí mismo un cuerpo
nuevo y desconocido, sexualmente maduro y quizás muy diferente a sus expectativas.

El psiquismo adolescente puede enfrentar esta ebullición hormonal de distintas


formas; a veces acompañando dentro de parámetros esperables dichos cambios. Otras
veces hacen eclosión diferentes aspectos psicopatológicos que, por un lado dan
expresión a situaciones nuevas y desconocidas - tanto para el adolescente como para
su familia - mientras que, simultáneamente, pueden reavivar determinadas huellas o
marcas traumáticas ya vividas por el infans y el niño, reactivando procesos que hasta
ese momento habían quedado temporariamente encubiertos, y hacen eclosión en este
tránsito. Son situaciones de diversa índole, a las cuales nos vemos muchas veces
confrontados los analistas.

Los cambios corporales, la pérdida de los puntos de referencia de la infancia, el


cambio de parámetros espacio-temporales, así como el corporal, incidirán sobre las
bases únicas e irrepetibles sobre las cuales se ha ido formando el psiquismo del infans
hasta el arribo a la adolescencia.

Dichas bases atravesarán un nuevo y largo proceso donde estará en juego parte de la
historia del adolescente, entramándose con una nueva historia que estará por
inscribirse y que se hará teniendo en cuenta las circunstancias previas, que
comienzan con el nacimiento y posterior desarrollo del infans, dentro de un
determinado marco que puede ser, entre otros, el familiar.

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Si bien no tomaré el marco social como centro del trabajo, dejo señalado que este será
un punto fundamental a lo largo de todo el proceso de desarrollo y estructuración del
psiquismo, cobrando un lugar preponderante en lo que a la adolescencia se refiere.

El sufrimiento de Ana

Un colega cardiólogo me solicitó ver a los padres de una adolescente de 18 años que
había recibido un trasplante de corazón hacía ya 2 años. La operación había sido
exitosa, sin embargo la joven estaba haciendo todo lo posible para que las cosas no
funcionaran y así terminar de una vez con su vida.

Los padres de Ana estaban claramente desesperados. Su mamá relataba que el


problema cardíaco apareció ya desde el nacimiento, desde un inicio le advirtieron que
en la adolescencia habría que operar. Pero en aquel momento la adolescencia les
parecía una época lejana y trataron de darle a Ana una vida lo más normal posible,
dentro de sus posibilidades económicas que por cierto eran muy limitadas.

De todas formas, algo de la problemática de Ana se colaba entre los intersticios de una
relación familiar que parecía armónica. Sus hermanos eran agresivos con ella,
probablemente por el cuidado preferencial que sentían de parte de la madre hacia la
niña. Según palabras de la madre, "se dejaba pegar". Había también una relación de
destrato entre sus padres, donde predominaba la desvalorización de la madre de Ana
hacia el padre. Este trabajaba permanentemente, pero nunca era suficiente lo que traía
a la casa. El padre pasaba por largos períodos de tolerancia hasta que llegaba el
maltrato hacia la madre, que aunque duraba poco, tenía un efecto nefasto en Ana.

Ana tenía un muy buen rendimiento escolar, comenzaron a hacerse evidentes algunas
situaciones problemáticas con el inicio del liceo, donde su rendimiento bajó
claramente hasta llegar a no entrar a clase para quedarse con su barra de amigos sin
volver a interesarse por sus estudios. Al mismo tiempo, los problemas cardíacos
comenzaron a agravarse en la pubertad e inicios de la adolescencia, en los momentos
en que Ana comenzaba a vivir sus primeros cambios corporales, su menarca y a su
vez, comenzaba a sentirse y mostrarse diferente del resto de las chicas de su edad. Se
había vuelto más retraída, su bajo rendimiento escolar así como el no querer asistir a
clase la llevó a cambiar su grupo de amigos, que al decir de su madre eran "malas
juntas".

Ana ya se encontraba en ese momento en una lista para ser trasplantada ni bien
apareciera un donante y alrededor de sus 16 años, apareció. La operación fue exitosa,
no así el actuar de Ana, que continuó de mal en peor.

94
Cuando les planteo a los padres ver a Ana me dicen que no es posible, ya que dos días
atrás había hecho un intento de autoeliminación cortándose las venas en el baño de
su casa, mientras se encontraba drogada. La mezcla que ella realizaba con el
consumo de drogas pesadas y la medicación indicada por el trasplante
(inmunodepresores, etc.) era incompatible e implicaba un serio riesgo en la joven.

La psiquiatra que la vio en la puerta de emergencia de su sociedad decidió internarla


y medicarla, algo que hasta ese momento no se había realizado.

En cierta forma los padres se mostraron aliviados con la internación, no lograban


tener paz, ya que Ana se iba sin avisar y no volvía hasta la madrugada, muchas veces
traída por algunos amigos que la depositaban en la puerta de su casa y se iban
rápidamente para no tener que dar explicaciones de quiénes eran. Otras veces volvía
borracha y así la vida de Ana y la de sus padres y hermanos pasaba del desconsuelo
por no encontrar forma de ayudarla, al odio y el deseo de muerte solapado y negado
debido a la impotencia que les provocaba la situación por la que estaban
atravesando.

Ana se había vuelto una joven agresiva, desconsiderada, intrusiva y actuadora dentro
de la vida familiar. A su vez, su actitud era violenta dentro del grupo de pares, pero
también el grupo en sí era definido como violento. Era promiscua en sus vínculos
sexuales que eran tanto homo como heterosexuales, con características sumamente
agresivas tanto para ella como para el grupo. Tenía plena conciencia de que a raíz del
trasplante y todas las complicaciones que surgieron posteriormente, no podría tener
hijos. El relato de los padres dejaba en claro que Ana estaba haciendo lo posible por
terminar con su vida.

Quedé en ver a Ana cuando saliera de la internación. Mi propósito era investigar si


aún existía en ella algún deseo de vivir.

Ana llegó a la consulta acompañada por sus padres unas semanas después.

Me encontré con una chica muy delgada, vestida de una manera más bien hippie, con
numerosos colores, telas de diferentes texturas, unas sobre otras, numerosas
caravanas, pendientes, una boina en la cabeza de un color estridente, en su conjunto
se notaba algo extravagante, su pelo cortado muy corto y sus rasgos faciales daban la
apariencia de no dejar en claro si me encontraba frente a un muchachito o una mujer.

Me quedé a solas hablando con ella y rápidamente comenzó a hablar con un tono
confianzudo en el lenguaje típico de los adictos, donde "la frula" (la droga), el "saque
de merca" (cocaína) o "picarse" (heroína intravenosa) eran términos que daba por
sentado que yo debía entender.

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Su indiscriminación con el otro se instalaba de forma rápida y solo era necesario
dejarla hablar para notar que todos sus inicios habían sido problemáticos. Su llegada
al mundo con una malformación cardíaca congénita, sus cambios corporales a partir
de la pubertad, que la tomaron totalmente por sorpresa generándole una confusión
acerca de las diferencias de sexo. Sus inicios por los senderos de la sexualidad y el no
poder concebir la idea de realizar proyectos de vida a largo plazo, porque siempre
estaba el riesgo para ella de que esa cosa que llevaba adentro se "le pare".

Así hablaba Ana: Yo vivo al día, no sé ni me interesa qué va a pasar mañana, si hoy
hay frula la uso, mañana veo cómo la consigo. No me interesa nada, ni estudiar ni
trabajar, ni nada. No me vengas con la sanata de que estoy deprimida, la psiquiatra
ya me dio la medicación y me cago en ella. La tomo porque mi vieja me la da, si no, ni
eso. Y ahora lo único que me jode es que no me dejan salir y estar con mis amigos.

Preguntándole por sus amigos, quiénes son y qué hacen dirá: Ellos son como yo,
viven al día, tampoco hacen nada, nos empalmamos y salimos por ahí a veces a robar
para conseguir más frula y a veces por joder. A veces nos ennoviamos, yo ya tuve dos
novias y otros novios, no duramos mucho, alguna fiestita y nada más. Para qué, igual
hijos no voy a poder tener nunca, ya me lo avisaron con lo del transplante, mejor,
porque no quiero tener, ¡mirá si salía otro como yo!.

Su discurso era prolongado y no daba lugar, prácticamente, a mis intervenciones.


Solo pude hacer alguna pregunta, pero me sirvió para percatarme que Ana era una
chica inteligente, que estaba sufriendo por su futuro y no podía encarar ningún
presente, ya que eso la angustiaba.

Nos seguimos viendo todas las semanas, primero Ana y yo y luego pasaba también su
mamá que la acompañaba a todas las sesiones. Aparentemente era la única persona a
la cual Ana quería y por la cual se apenaba por lo que estaba haciendo.

Para evitar que Ana siguiera utilizando droga, habíamos ideado una primer estrategia
que implicaba que Ana no saliera sola a ningún lado, siempre acompañada por algún
miembro de su familia.

Luego decidimos que se incorporara a un grupo de N. A. (Narcóticos Anónimos) a los


cuales Ana ya había asistido con muy poco éxito, sólo había sacado de allí chicos y
chicas con los cuales tener una noche de "fiesta". Esta vez tratamos de encararlo
distinto y si bien su madre ya había concurrido a los grupos de padres de adictos,
decidió sentarse y esperarla en la puerta hasta que Ana saliera del grupo. Buscamos
un grupo al que pudiera concurrir dos veces a la semana, siempre acompañada.

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Lentamente, junto con el cardiólogo, la psiquiatra, el grupo de Narcóticos Anónimos
y la familia, fuimos armando una red cuya intención era la de ir cubriendo a Ana en
una envoltura protectora y más acogedora que aquella a la cual se había entregado.
Si bien era un trabajo artesanal, tenía la peculiaridad de ir creándose y recreándose,
como una malla fina a la cual hay que ir reforzando por diferentes lados a medida que
la íbamos tejiendo.

No pasaron muchas semanas para que Ana comenzara a enojarse con la compañía
permanente y la sensación de estar siempre bajo control. Sin embargo pudimos
hacerle frente a los momentos más depresivos y agresivos por los cuales iba
atravesando.

La continuidad de las sesiones, la presencia de la madre y del grupo de pares de N.A.


comenzó a producir sobre ella un efecto tranquilizador. Si bien los accesos de rabia y
malhumor seguían presentes, era más fácil para la madre y para Ana poder ponerlos
en palabras y así bajar la angustia.

Aproximadamente a los 6 meses continuos con este ritmo - que me encargaba de


mantener como forma de instalar una rutina - Ana me pidió en una de las sesiones que
su madre no entrara a hablar conmigo luego de tener la sesión con ella. Quería
utilizar todo el tiempo del que disponíamos para hablar de lo que había pasado en la
última reunión del grupo de N.A. a la que había asistido.

P. No sabés qué fuerte lo que pasó en el grupo, son esas casualidades que no podes
creer por qué pasan. Viste como es, que todos tenemos que hablar, empezaron a
contar cada una quién las había violado de niñas, no te imaginas las historias, si
estabas ahí vos te caías de culo.

A. ¿Y cuando te tocó a ti qué dijiste? ¿A ti quién te violó?

P. (silencio prolongado en el cual lentamente me voy angustiando). Mi abuelo


paterno, cuando tenía 7 años, me violó a mí, a mi prima y creo que a otra de mis
hermanas, pero no estoy segura, nunca me animé a hablar de esto con nadie, es la
primera vez que lo cuento. Nos llevaba para el fondo de a una, decía que nos quería
mostrar una cosa y se sentaba en un banquito, nos sentaba en su falda y nos bajaba la
bombacha, el resto ya lo sabés. Por favor, hoy no me hagas decirte más.

Ana no se había percatado que me había dejado totalmente descolocada y paralizada.


En realidad mi pregunta (aparentemente) apuntaba más bien a sentirse violentada,
pero no concretamente violada.

No era la primera vez que escuchaba el relato de adolescentes abusados, tanto de niñas
como de varones, por lo tanto no era eso lo que llamaba mi atención, sino que mi

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mente había quedado paralizada, sin poder pensar, tomada absolutamente por
sorpresa. Esta reacción contratransferencial me estaba quizás dando la pauta de que
una vez más, el comienzo de Ana en cuanto a su iniciación sexual, había sido también
complicado, sorpresivo, en un mal momento y una vez más con sufrimiento, dolor y
agresión. Quizás de la misma forma que yo, ella había sido tomada por sorpresa y
nuevamente un muy mal inicio inauguraba su sexualidad.

Luego de esta situación tan traumática para la niña, Ana hizo una asociación muy
interesante que nos permitió profundizar e investigar acerca de este tema tan complejo
que cabalga en forma permanente entre lo psíquico y lo somático: su fantasía era que
no le habían puesto un corazón de otro en el lugar donde iba el suyo, sino que en
realidad la habían violado y colocado un gran pene adentro que era igual al de su
abuelo y se lo quería sacar, porque la sensación que le llenaba el pecho era
insoportable.

La búsqueda de la muerte por parte de Ana tenía en este caso -entre otras acepciones-
un carácter liberador.

Algunas reflexiones

Tal como lo he dicho al comienzo, se han puesto en juego en Ana las bases narcisistas
y objetales y hemos debido transitar por su angustiante historia para poder
comprender en parte su problemática.

Su infancia, teñida del recuerdo traumático de la violación por parte de su abuelo,


introduciéndola al mundo sexual femenino desprovista de un aparato psíquico capaz
de metabolizar este ultraje, la imposibilidad de vislumbrar un futuro que no implique
verse como una mujer estéril, violada y violentada también por una operación, que
según Ana no quería, la mantenían en un presente inhóspito y sombrío que le resultaba
insoportablemente doloroso.

La única forma de sobrevivir fue a través de la droga, como forma de calmar


mínimamente sus angustias de muerte y evitar estar lúcida de cara a los recuerdos
traumáticos y a un futuro desesperanzador.

La llegada de la adolescencia en Ana reavivó todos sus fantasmas que habían


quedado relativamente ocultos durante el período de latencia, sus inicios con la
menarca y las sensaciones producidas por los cambios corporales, la trasladaron
rápidamente a los dolorosos recuerdos de la violación realizada por un abuelo
supuestamente querido. La operación en su adolescencia viene a resignificar, como
una segunda violación su cuerpo y su corazón biológica y simbólicamente debilitado
como producto de tanta agresión.

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La operación de trasplante de corazón no fue vivida como la salvación de su vida,
sino como el implante de aquello que no logró el abuelo dejar dentro, implantes de
objetos parciales vividos dentro de un cuerpo agredido, vejado, sexualmente
ultrajado.

El actuar

Una relación destructiva con su psiquis y con su cuerpo, ataques contra sí misma,
manifestados a través de conductas autodestructivas, enmascaraban una depresión
que hace eclosión en la adolescencia y pone en jaque todas las bases narcisistas sobre
las cuales se apoyaba el frágil psiquismo de Ana.

En lo que atañe específicamente al intento de suicidio, notamos que son diferentes


máscaras las que podrá adoptar el intento suicida en el adolescente; sabemos que la
depresión puede ser una condición necesaria, pero no suficiente para ello.

Las depresiones severas están frecuentemente vinculadas con intentos de suicidio, sin
embargo, encontramos en la clínica la ideación suicida sin que necesariamente
implique un pasaje al acto.

¿Qué condiciones deben darse entonces para que tal hecho ocurra? Parece
fundamental aclarar que el intento de suicidio o el suicidio, se convertirá en un
momento en el cual un quiebre entre pensamiento y acto se hará presente.

El actuar se apartará de la vía de la renuncia dirigiéndose en busca de la satisfacción


inmediata, dejando así suspendidos los parámetros espacio-temporales en lo que atañe
a la representación. La capacidad de espera para generar la ilusión se vuelve
incontrolable, desencadenandose la descarga motriz.

Un momento o rapto ansioso en el sentido de una emergencia impulsiva dirigirá al


adolescente en riesgo a realizar dicho acto, para ello cierto estado de pavor y
desesperación deberá haberse apoderado del joven (Ladame, 1995).

El camino adictivo: ante el dolor psíquico y la angustia

El camino adictivo es una solución a la intolerancia afectiva (Jeammet, 2004).


Cuando el adolescente se siente afectivamente encadenado y capturado, pueden
aparecer objetos de adicción, ya sea al tabaco, el alcohol, la comida, los narcóticos,
los medicamentos, sin embargo, no es esta la esclavitud en sí.

Por el contrario, ese objeto es experimentado como esencialmente "bueno", como una
promesa de placer y atenuación temporaria de la angustia y del dolor psíquico,
incluso como lo que da sentido a la vida. Se trata entonces de un objeto idealizado,

99
pues se le atribuye el poder de resolver mágicamente las angustias y quitar de alguna
manera el sentimiento de muerte interna.

En determinados momentos de nuestra vida, todos recurrimos a comportamientos


adictivos, en especial cuando ciertos acontecimientos nos perturban de manera
inhabitual, al punto de encontrarnos incapaces de manejar nuestros afectos y de
reflexionar sobre ellos de manera constructiva. En tales circunstancias tendemos a
comer o beber más, tomar medicación en exceso o comprometernos en cualquier
relación sea sexual o de otro tipo para escapar al sufrimiento psíquico.

Podríamos decir entonces que a veces, la solución que adoptamos frente a


determinados conflictos y dolores mentales que resultan por momentos inmanejables,
pueden convertirse en síntoma adictivo cuando este aparece como el único alivio que
contamos para soportar el sufrimiento y el dolor (Braconnier, 1995).

La cualidad de las primeras relaciones entre la madre y el hijo puede resultar


decisiva en la estructuración de fondo de ciertos tipos de funcionamiento psíquico:
una madre más o menos adecuada en el sentido de Winnicott (1979) tiende a sentirse
"fusionada" con su bebé en las primeras semanas, Winnicott lo llama "preocupación
maternal" y subraya que si el deseo materno de fundirse con el lactante continúa más
allá de esta fase normal, la interacción se vuelve persecutoria y patógena para el niño.

Parte de la problemática de Ana también se centró en esta situación, ya que su madre


"optó" por la hija más enferma a un grado de sobreprotección extrema, dejándola sin
embargo librada al traumatismo sexual generado por su abuelo sin lograr comprender
Ana, cómo es que esto sucedió, si su mamá la cuidaba tanto.

En ese acuerdo de a dos, cada uno es instrumento de gratificación del otro. No


obstante, la movilidad del bebé, así como sus impulsos afectivos, su inteligencia, su
sensualidad y su erogeneidad, sólo pueden desarrollarse en la medida en que la madre
invista positivamente todos estos aspectos. Pero ella puede también inhibir la
intensificación narcisista de estos elementos vitales para la estructura somatopsíquica
precoz del niño, sobre todo si el bebé tiene que cubrir faltas en el mundo interno de la
madre (Winnicott 1979).

De ello se desprende que teniendo en cuenta las angustias, los miedos y los deseos que
la madre experimenta y transmite al niño, ella corre el riesgo de provocar lo que ha
sido conceptualizado por C. Chabert (2000) entre otros, como una relación "adictiva a
su presencia" y a su cuidado, algo que sin dudas sucedió con esta adolescente. En
otras palabras, es la madre la que se encuentra en un estado de "dependencia"
respecto del bebé.

100
Los objetos adictivos solo resuelven momentáneamente la tensión afectiva, pues son
soluciones somáticas y no psíquicas, en reemplazo de la función del quehacer
materno primario faltante.

La contención

El riesgo solo puede ser controlado en forma segura si las ansiedades de los
pacientes, la familia, del personal y de la institución donde trabajan se encuentran
adecuadamente contenidos.

La contención es un término que fue originalmente introducido por Bion (1988) para
describir la función de identificación proyectiva en la situación analítica en paralelo
con la forma en que el bebé proyecta sus insoportables angustias en la madre, quien
las "contiene", respondiendo a través de la modificación de las ansiedades del bebé
por su "réverie".

Esta es su capacidad para entender a través de la identificación empática con su bebé


la forma de soportar las ansiedades intolerables, modelarlas y ofrecerlas de vuelta al
bebé en una forma tolerable, promoviendo un desarrollo mental y físico sano.

La función del analista sigue algunos de estos pasos, "contiene" las proyecciones del
paciente, en un estado de "reverie", pero respondiendo con interpretaciones
apropiadas, Winnicott (1972) lo describe en forma similar a través de la función de
"holding" del analista y de la situación analítica, proveyendo una atmósfera en la cual
el paciente puede sentirse seguro y contenido aún cuando haya ocurrido una regresión
severa.

Proveer de un ambiente contenedor es de suma importancia, no solo para el paciente


sino también para los profesionales que trabajan con el paciente. Sin embargo, no
debemos dejar de tener en cuenta que en estas situaciones violentas y peligrosas para
la vida, nos encontramos trabajando más allá de los límites, al borde de una situación
que puede ser catastrófica para el propio paciente o para su entorno. Si bien en estos
casos el tiempo es un gran aliado, será justamente nuestro mayor enemigo, ya que el
actuar del paciente adolescente en estos estados, no da lugar a generar un espacio
psíquico para que los parámetros témporo espaciales, así como los corporales hayan
logrado, aunque sea mínimamente, dar cabida al pensamiento y así evitar estas
situaciones que nos ponen como analistas, permanentemente al límite de nuestra
propia capacidad de pensamiento.

El cuestionamiento que surge es cómo crear, a través del eje transferencia -


contratransferencia, un espacio dentro de la sesión analítica que incorpore la

101
capacidad de pensar del paciente y por lo tanto, entre otras cosas, también anticipe la
acción (Flechner, 2005).

El analista confrontado a pacientes adolescentes en riesgo

Para intentar comprender la significación del impulso autodestructivo en el


adolescente y el camino interior que lo ha determinado, disponemos de un instrumento
privilegiado: la relación analítica.

Si el paciente acepta el tratamiento después de uno o varios intentos destructivos


manifiestos o encubiertos, nos permitirá comenzar a trabajar sobre algunas hipótesis
que hemos de formularnos a partir de la comprensión de las áreas más frágiles que
expresará su mundo interno, alrededor de las cuales gravitan entre otras, las tendencias
suicidas.

Liberarlo de su fascinación por la muerte implicará ayudarlo a comprender aquello


que ha intentado llevar a cabo, esto significa integrarlo y para ello será indispensable
trabajar el momento traumático, de forma tal que éste no se constituya en un punto de
permanente atención y espanto a la vez, intentando impedir así que reaparezca en
forma repetitiva en otros actos. El intento es que esa angustia, ese terror, no anule el
pensamiento sino que se convierta en verdadera alarma que permita un primer punto
de anclaje que pasará necesariamente por la figura del analista.

La reactivación del dolor psíquico, de la angustia y depresión que determina la


expresión consciente e inconsciente del odio hacia el analista, representante del objeto
amado y odiado en la relación transferencial, constituye una dura prueba para la
contratransferencia del analista.

Los sentimientos hostiles, así como la angustia de muerte que los acompaña, pueden
ser proyectados sobre el analista o volverse autodestructivos, requiriendo por parte de
este toda la capacidad para recibir y contener los aspectos negativos a fin de
comprenderlos e interpretarlos.

Una de las mayores dificultades para interpretar los conflictos adolescentes que
muchas veces muestran de forma desgarradora los conflictos de amor y de odio, está
ligada a nuestras propias resistencias contratransferenciales para aceptar las
proyecciones hostiles del analizando y su destructividad hacia nosotros, que somos
quienes representamos a los culpables y responsables de despertar el dolor psíquico.

Será el analista con cada paciente quien podrá o no encontrar la manera, a través del
vínculo transferencia-contratransferencia, de establecer un nuevo nexo que le permita
transitar al paciente con menos dolor el camino analítico que decidió emprender.

102
De todas formas, parece fundamental tener analizados aspectos que tocan
directamente la propia adolescencia del analista, así como también las angustias
respecto a nuestra propia muerte. Las dificultades y riesgos para el analista en el
trabajo con estos pacientes estará siempre presente, ellos requerirán de una atención
sostenida debido a la permanencia e intensidad del cuadro, a la relación de la
transferencia y también por el control de la regresión.

Más allá de la relación analítica dual, se nos plantea la mayor parte de las veces la
problemática con la familia que puede presentarse como una situación de complicado
abordaje.

En casos de adolescentes que han atentado contra su vida, la familia puede intentar
borrar totalmente el hecho o incluso negar el valor de las señales que puedan
expresarse en momentos de riesgo. Hablar acerca de intentos de suicidio y suicidios
en la adolescencia deja hoy día un sabor amargo que nos impide ser optimistas.

Sin embargo, si bien sabemos que hay adolescentes por los cuales nada puede
hacerse, hay otros que nos permiten ponernos en contacto con su dolor mental, aun
sabiendo que muchas veces sienten que la muerte es la única alternativa de silenciar
al enemigo interno que los atormenta desde algún lugar de su cuerpo o mente. Esta
situación nos desafía a realizar un trabajo más, dicho trabajo hará que se ponga en
juego nuestra creatividad.

M. Alizade (1995) dirá: "Cuando de morir se trata, todo el sistema narcisista se ve


conmocionado (...) El yo se enfrenta al cuerpo, ese extraño al yo, ese poderoso
limitador. Frente al espejo (espejo de azogue pero también espejo en el rostro del
semejante), el narcisismo enraizado en el cuerpo se desmorona".

Nos preguntamos entonces, ¿se trata de la misma muerte? ¿Cuál es la dimensión a la


que nos confronta la muerte del adolescente en relación a la perspectiva de nuestra
propia muerte? Si nos conformamos con "tirar hacia la vida" o flexibilizar los
mecanismos de defensa o volver al preconciente más eficaz, dejamos preguntas
ocultas que son fundamentales para la comprensión de estas situaciones. En última
instancia, no podemos dejar de tener en cuenta que la muerte también produce una
cierta fascinación, por su carácter incognoscible e impensable.

El acto suicida por lo tanto, nos sumerge en el misterio de la vida y de la muerte, del
origen y el fin.

Lo incomprensible tocará también al analista y este le dará, de acuerdo a su propia


historia, una significación a aquello que muchas veces decimos sin saber qué decimos:
"es que esta muerte no tuvo sentido".

103
Resumen

Más allá de los límites: la conflictiva adolescente, riesgos y desafíos.

Cuando hablamos de adolescencia, será en gran medida la clínica la que nos


señalará los diferentes aspectos que se van poniendo en juego a lo largo de este
tránsito de vida.

No me centraré en este caso en lo que consideramos un tránsito esperable por la


adolescencia, sino que, a través del caso clínico que presento, me interesa destacar los
complejos lazos que se van formando, removiendo las bases de la problemática
narcisista y objetal propia del despertar de un cuerpo sexualmente maduro y un
psiquismo cuyas marcas se reavivan "a posteriori", dejando abiertas para el
adolescente en su trabajo con el analista, distintas posibilidades de nuevas
inscripciones.

El trabajo con Ana, una paciente adolescente con trasplante de corazón, muestra el
tránsito con su analista por su angustiante historia.

Se destacan puntos tales como: el actuar, el camino adictivo ante el dolor psíquico y
la angustia, la contención, el analista confrontado a pacientes adolescentes en riesgo.

Descriptores:

ADICCION / TRANSPLANTE / INTENTO DE SUICIDIO / ACTUACION/


ANGUSTIA DE MUERTE / MATERIAL CLINICO

Le Breton, D. (2007). La edad solitaria: adolescencia y


sufrimiento.

CAPÍTULO 1: DIFÍCIL ENTRADA EN LA VIDA. (Pág. 29-56)

EL TRÁNSITO DE LA ADOLESCENCIA.

Una larga fase de espera y de incertidumbre se extiende entre la adolescencia y las


responsabilidades de la edad adulta. Lo provisorio se convierte en un principio de
existencia en la relación amorosa, el vínculo con el trabajo, la relación con la familia,
con eventuales períodos de independencia, seguidos de un regreso a la casa de los
padres a falta de una autonomía financiera suficiente.

104
Las generaciones jóvenes pagan un fuerte tributo a la globalización económica. Con
estudios universitarios o no, acumulan desempleo, formaciones y trabajos precarios, y
los profesionales son muchas veces empleados en trabajos por debajo de su
calificación (Chauvel, 2002).

La “moratoria” adolescente es aún más difícil de vivir, ya que los jóvenes son
solicitados permanentemente como actores en el mundo del consumo y a veces se
atascan largo rato antes de conseguir independencia. El deseo de liberarse de la tutela
de sus padres, de emanciparse completamente participando por entero en el uso de los
bienes de consumo es contradicho por la falta de medios simbólicos y materiales para
acceder de forma plena a esta independencia. El joven ya no es un niño, sin llegar no
obstante a reconocerse como un adulto en todo el sentido de la palabra.

Ser adolescente es hoy en día tanto más difícil precisamente porque la tarea de ser
individuo se ha vuelto más ardua. Las referencias sociales y culturales se multiplican,
se relativizan unas a otras, inducen interferencias, confusión. A esto se le agrega para
el joven la dificultad de tener que apoyarse en ellas para elaborar una matriz de
identidad propicia y consistente. Ya no hay fundamentos asegurados y consensuales de
la existencia. El sentido se individualiza, pero vincula sólo cuando también está
cargado de valor para los otros. Para constituirse como sujeto, el joven necesita un
apuntalamiento sólido de su relación con el mundo para establecer cimientos
narcisistas que perduren.

El individualismo contemporáneo implica, para el sujeto, el hecho de tener que


definirse a través de sus propios referentes.

El individuo moderno ya no es un heredero, en el sentido de una transmisión de


habitus a través de una socialización familiar. Ya no depende de un camino trazado de
antemano, no toma el camino cuando sus mayores no están, según la letra de La
Marsellesa. El individuo moderno ya no es asignado a un origen o a un sector, sus
raíces están únicamente en la experiencia personal. Sus referentes son los que elige.
Establece por decisión propia vínculos que satisfagan el sentimiento de sí mismo y
desecha aquellos en los que menos se reconoce. Le toca instituirse por sí sólo, bajo la
influencia de otros, por supuesto, pero con un margen de maniobra que a él
corresponde construir.

El tiempo vivido se vuelve consensual. El futuro ya no es lo que era. El individuo se


convierte en nómade a sí mismo. El ejercicio de la cotidianeidad hace impensable
cualquier proyecto a largo plazo; entrega al individuo a la libertad, pero también a la
angustia y a la soledad. El compromiso de las instituciones con él, empezando por su
empresa, depende de las variaciones del mercado. Todo contrato es provisorio y se
disuelve de inmediato si deja de convenirle a uno de los firmantes. El compromiso

105
también ha perdido valor en el plano de las relaciones amorosas o amistosas, incluso
familiares. Así desaparece “todo lo continuo, estable y sólido” (…). Todo lo que
sugería la existencia de un marco social duradero, seguro, pacífico y tranquilizador.
Desvanecida, una vez más, la certeza de volverse a ver de forma regular, frecuente y
durante mucho tiempo (Bauman, 2ooo5). “No imaginan a qué punto me siento idiota
cuando les hablo a mis hijos de compromiso (…). Para ellos es una virtud abstracta;
no la ven en ninguna parte” (Sennett, 2000:29).

Las condiciones actuales del mercado fuerzan a los sujetos a un cuestionamiento


permanente de sí mismos mientras se van reduciendo cada vez más las posibilidades
de ganar. El liberalismo económico rompe las antiguas formas de solidaridad e
instaura una competencia generalizada, provoca un contexto de desvinculación social,
de dispersión de lo simbólico que a menudo hace poco caso al otro.

La preocupación ya no es la del compromiso sino la de mantener el barco a flote ante


la indiferencia de los demás. El individuo ya no se siente enlazado a los otros, ya no
considera que deba rendirles cuentas. El vínculo está preestablecido, no tengo que
instaurarlo, me desenvuelvo dentro de un mundo en el que no tengo que preocuparme
de lo que me sujeta a los demás (Gauchet, 2002:246).

La fragmentación de la existencia vuelve difícil el establecimiento de un sentimiento


de identidad sólido y coherente, capaz de inscribirse en el tiempo o de movilizar los
recursos para pasar de una situación a otra. El individuo debe ser capaz de producir
para él mismo y los otros la coherencia de un relato sobre sí mismo.

En el mundo contemporáneo, cualquier fijación es peligrosa, la identidad implica estar


disponible ante las circunstancias, fluidez, flexibilidad, reciclaje, en función de las
ofertas del mercado y del entorno. Los papeles y los estatus son provisorios y
personalizados, ya no ofrecen garantía de perennidad. La asignación a un papel
profesional, matrimonial, sexual o de algún otro tipo ha dejado de ser pertinente en el
necesario nomadismo de las significaciones de la existencia. Se trata más de
mantenerse a flote que de crear. “Parece que ninguna continuidad en el tiempo es
asignada y que no hay, en consecuencia, humanamente hablando, ni pasado ni futuro,
sino sólo el devenir eterno del mundo”, escribe H. Arendt (1972:14).

La distancia adecuada con el otro se convierte en un problema. De ahí la pasión de las


nuevas generaciones por los medios de comunicación que mantienen la distancia,
como Internet o el teléfono celular, y que conjugan sutilmente el vínculo con el otro y
la posibilidad de retirarse cuando se estime conveniente. El otro es ahora con
frecuencia una amenaza que hay que exorcizar. Los individuos ya no cuentan con las
instrucciones de uso para caminar juntos en términos de reciprocidad, el mundo entre
ellos es un obstáculo que franquear.

106
El cambio del estatus del sujeto en un entramado incierto donde debe salir adelante
induce este ambiente psicológico de nuestras sociedades, está pasión por la confesión,
el blog, las autobiografías, los reality show, la propensión a situarse como víctimas
(Erner, 2006), etc.

De igual manera, la relación con el niño se inscribe hoy en día más en una esfera
psicológica, en que se vela por el desarrollo de lo que se supone el niño ya trae
consigo, que en la esfera moral de la relación con el otro. La preocupación de los
padres es más la de ayudar al niño a ser él mismo que la de educarlo. Esta
preocupación traduce sociológicamente el acento puesto en los recursos de sentido del
individuo, su reflexividad frente a las circunstancias, con las limitaciones de su
historia personal, el entramado relacional en que se mueve.

Esto explica el éxito reciente de la noción de resiliencia, el hecho de no quedar


destruido por la adversidad, de poder enfrentarla y reconstruirse.

El individuo actúa por mandato propio, y ya no en conformidad con la tradición;


ninguna trascendencia se impone a él.

Permanecer en movimiento, surfear sobre la reposición de los productos, de las


expectativas sociales o de las ofertas de trabajo para permanecer a flote se convierte
en una ocupación de tiempo completo y en un principio de identidad.

La entrada en la vida ya no se emprende bajo los auspicios de un proyecto, sino de la


aptitud para reciclarse en forma permanente.

Los sufrimientos de una parte importante de la juventud occidental son una prueba de
la inquietud nacida de este mundo de la incertidumbre que exige responder siempre a
las expectativas.

Ahora el individuo ya no es conducido, sostenido (holding) ni contenido (containing)


por el vínculo social. Para bien o para mal, tiene que asumir su libertad. Él es el
responsable, muy relativo, de su existencia. A través de su experiencia progresiva del
mundo, le corresponde encontrar sus propias marcas para entrar en su vida. Y la
juventud es precisamente el momento difícil en que conviene responder a la pregunta
sobre el sentido y el valor de la existencia. Pero en la actualidad el joven ha quedado
librado a sí mismo.

LA TRANSMISIÓN DESARRAIGADA

La transmisión introduce al sujeto en su diferencia individual en el seno de un


conjunto de hombres y mujeres, lo inscribe en particular en la delimitación de un sexo
y en un rango de edad, en una posición determinada de generación. Lo sumerge en una

107
lengua que le da los medios para dotar de sentido e intercambiar con los demás. La
lengua conduce a la simbolización del mundo.

Pero hoy en día, en el pluralismo de las sociedades contemporáneas regidas por el


individuo democrático, las matrices de sentido y de valor de la relación con el mundo
son múltiples.

Para numerosos niños y jóvenes a disgusto consigo mismos, esta transmisión de


sentido no cumple con su papel y los deja en estado de sufrimiento, indecisos para
orientarse.

La transmisión implica la inmersión en la duración, el encadenamiento de las


generaciones. ¿Qué transmitir en un mundo que privilegia la velocidad, la urgencia, la
flexibilidad, el reciclaje, la adaptabilidad, etc.? Someterse a lo instantáneo es una
dimensión del hecho de que la existencia es a lo largo plazo y que la transmisión está
dirigida a preocuparse al joven un universo de sentido y de valores capaz de sostenerlo
a lo largo del tiempo y a volverlo así autor de sí mismo. La valorización de la corta
duración quiebra los valores de lealtad, de compromiso, de confianza, etc. Esta forma
particular del tiempo que es la historia desaparece en una especie de presente sin fin.

En una sociedad de lo fast, del zapping, del surfing, en la que lo inmediato se


convierte en la única duración posible, en la que la proyección es impensable, en la
que lo imprevisible siempre está delante de uno, la transmisión se vuelve caduca, a
menos de dispersarse en la información, pero esta última es un saber del instante,
destinada una pronta obsolescencia; no prepara para vivir, sino que apunta solamente
al reacomodo en los ambientes difusos del momento.

En una sociedad de individuos, sólo el individuo puede mantener un discurso sobre sí


mismo, y no ya los otros, que únicamente lo conocen por episodios.

El entusiasmo por internet o por el celular, es decir, por la conexión, y no por el


vínculo cara a cara, va en el sentido de una desmultiplicación sin compromiso de sí
mismo. Estas técnicas exorcizan la flexibilidad y la fragmentación de lo cotidiano,
dándole al individuo la sensación de que controla los datos.

Frente a la obsolescencia de los datos del mundo, el saber no escapa de la caducidad


incorporada, su valor es limitado en el tiempo y su eficacia relativa. Solo tiene sentido
en su utilización inmediata, en su formateo en vista de una tarea específica, y no tanto
en la formación que procura. La dificultad de la transmisión es acentuada por el
desarraigo del sentido, su recomposición siempre provisoria, la sensación aguda de la
ambivalencia del mundo, la obsolescencia de los valores y las cosas, la transformación
de las relaciones y los referentes de las generaciones.

108
El movimiento de transmisión ha dejado de ser unilineal, proveniente de una
autoridad familiar, escolar o social. Es el individuo el que lo efectúa apropiándoselo a
su manera. El niño ya no puede ser concebido como una forma virgen en la cual
inscribir el texto social: de ahora en adelante ha de ser considerado un actor de la
educación que recibe, como un asociado cuyo punto de vista es admisible y cuya
postura de negociación es percibida como incontestable.

LA ADOLESCENCIA EN ESTADO DE SUFRIMIENTO.

La adolescencia es un segundo nacimiento en un mundo social regido por reglas


respecto a las cuales el joven deviene hoy en día un individuo de pleno derecho,
investido de una responsabilidad más amplia. Es la apertura al otro y, en particular, el
paso de una sexualidad infantil a una sexualidad genital que corresponde a su
maduración como sujeto. Durante mucho tiempo los padres decidieron por él, aun
cuando el joven influía en sus elecciones.

Ahora le toca a él tomar la iniciativa, aunque la opinión de sus padres siga teniendo
peso, pero con frecuencia le faltan las orientaciones decisivas para inscribirse en la
evidencia de su existencia.

La adolescencia es una prueba de verdad, el momento en que la mirada de los otros


que posa sobre uno con expectativas más precisas. El “¿Quién soy?” exige cada vez
más la pregunta corolario ¿para quién?

El duelo de la infancia apela a la necesidad de resistir, de franquear indemne el paso,


convirtiéndose en otro, pero manteniendo, o adquiriendo, el gusto de vivir y un
sentimiento de sí mismo consistente.

La travesía de la adolescencia es la de una confrontación a una larga zona de


turbulencias. Ya no es posible apoyarse en los padres, que tienen respuesta para todo.
El ensanchamiento del margen de maniobra, la autonomía de las decisiones, se
enfrentan a la dificultad de elegir y de tener que asumir sin orientación decisiva el
curso de la existencia.

Y el adolescente es especialmente sensible a estos reacomodos del sentido, desgarrado


con frecuencia por lo que se imagina que los otros perciben de él o por su sensación
de no ser comprendido o de no encontrar su lugar en el mundo. Siempre está a la
defensiva, en busca de un lugar de referencia para comprender mejor quién es.

Experiencia de despojo, de ser arrancado de la infancia y simultáneamente de


reconstrucción de sí mismo, de carga afectiva en nuevos objetos, la adolescencia está
ligada a la pubertad, pero la precede y se prolonga más allá de ella. La relación con el
mundo del joven es remodelada profundamente por su apertura pulsional, la

109
emergencia de nuevos deseos que cortan la experiencia de la infancia, en la que los
padres constituían todavía un apoyo sólido. El cuerpo es sacudido por el sismo de la
sexuación.

Para psicoanalistas como A. Freud (1936), la pubertad desequilibra la antigua relación


entre el ello y el superyó, cierta energía desborda al joven y lo lleva hacia los otros.
Más aún si se tiene en cuenta el apuntalamiento de los padres estalla hecho pedazos.
El movimiento de la infancia hacia la edad adulta es el del reacomodo de las
identificaciones asociadas a nuevas exigencias para construirse apropiándose en
primera persona de fragmentos del comportamiento de unos y otros. Las conmociones
del mundo interior, el desasosiego de sus recursos de sentido íntimos pone en cuestión
la relación con el mundo y con los otros.

Las antiguas distancias se vuelven caducas. El mundo interior del joven no cesó de
forcejear con una realidad exterior que establece límites, al mismo tiempo que permite
construirse. Pero esta articulación entre afuera y dentro se vive a veces de manera
dolorosa. Las fronteras del sentimiento de sí mismo se modifican sin descanso. El
desapego de la carga afectiva en los padres lleva a una carga afectiva en sí mismo más
o menos fuerte, cuyo resultado es ese narcisismo adolescente a veces insoportable
para el entorno.

El sentimiento de identidad se constituye en el interior del entramado afectivo y


relacional compuesto por los miembros de la familia. Es quebradizo, vulnerable,
sensible a los acontecimientos exteriores o íntimos, siempre puesto en juego en una
búsqueda de cimientos narcisistas sólidos.

Incómodo en un cuerpo sometido a las transformaciones de la pubertad, al joven se le


hace difícil afincarse dentro de esas nuevas orientaciones en las que comienza a
separarse de la tutela de sus padres y a volar por su cuenta.

Se esfuerza por marcar simbólicamente su espacio a la vez interno y externo, por


establecer los límites de sentido para sentirse existir sin ser invadido.

Ya no soporta que sus padres entren en su pieza, registren sus cosas; se inventa a veces
un nombre nuevo o un apodo, como para renacer; firma su cuerpo para marcarlo como
propio, por medio de piercing o tatuajes, y se cubre con una segunda piel (maneras de
vestirse, de peinarse, de maquillarse, de llevar un pañuelo o un velo, marcas
comerciales, etc.)

La preocupación del adolescente es la institución de sí mismo a partir de la separación


de los padres, la emancipación de la célula familiar. En otras palabras, se trata de un
proceso de subjetivación. El alejamiento del objeto edípico y de la dependencia de los

110
padres. La familia deja poco a poco de ser el refugio, el centro de gravitación de la
existencia del joven; sus espacios transicionales se desplazan hacia los pares.

El universo interior es rico o pobre, está en paz o en conflicto, pero implica una línea
de demarcación que impide que el mundo se vuelva una prolongación de los
fantasmas interiores o el mundo interior el depósito complaciente de la realidad
exterior.

La frontera entre sí y no-sí le corresponde a la piel y a la elaboración de un espacio de


confianza en la relación con el mundo. Pero, durante largo tiempo, las
transformaciones del cuerpo privan al joven de cualquier iniciativa, volviéndolo
extranjero a sí mismo, obligándolo a ajustarse a un universo todavía desconocido y
amenazante.

El sufrimiento de la adolescencia nace de la diferenciación del advenimiento a sí


mismo, rara vez puede ser nombrado, a menos que provenga de un acontecimiento
traumático que quebró la existencia en un antes y un después (incesto, violación,
accidente, separación conflictiva de los padres…), pero con frecuencia el joven se
debate en un malestar difuso, imposible de delimitar. No sabe lo que busca y qué le
parece al mismo tiempo tan cercano y tan inaccesible.

La adolescencia es el momento en que se establece de forma duradera un sentimiento


de identidad todavía maleable para el joven que no deja de preguntarse sobre lo que
es. Arrastrado por un proceso de reconquista de sí mismo, ignora el objeto de
búsqueda, intenta convertirse en lo que es, pero eso es lo que resulta más extraño.

La evidencia del camino se oculta de pronto, sobre todo si los padres no son
suficientemente contenedores, disponibles. El sufrimiento es una confusión del
sentimiento de identidad.

El joven ha perdido su centro, es arrojado a un mundo que no comprende y no puede


hacer la distinción entre sus fantasías y lo real. Si no encuentra límites de sentido,
establecidos por sus padres u otras personas importantes para él para poder discutirlos
o combatirlos, permanecerá vulnerable. La falta de interlocutores le impide construirse
una identidad muy sólida.

En el adolescente, el sentimiento de identidad rima con identificaciones múltiples y


provisorias siempre reconstruidas mientras no “cuajen” con la consistencia necesaria.
La elaboración de sí mismo implica una multitud de pruebas, de arrepentimientos, de
reanudaciones, de mezclas, de collages mientras los fundamentos de la subjetividad no
sean percibidos como válidos.

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La psicologización del vínculo social lleva a muchos jóvenes a vivir su sufrimiento
como un fracaso personal. El joven no siempre dispone hoy en día de modelos a su
alrededor, de mediadores para ayudarlo a superar sus dificultades. La familia extensa y
cercana de las generaciones precedentes ha desaparecido, la precariedad del vínculo
matrimonial, las hermandades reducidas o ser hijo único no facilitan tampoco los
medios. El joven a disgusto consigo mismo está aislado, se siente a sí mismo como
insuficiente, y tampoco se ve como un elemento de un conjunto más vasto.

LA ANGUSTIA PARENTAL

Las transformaciones de la pubertad, la genitalidad naciente provoca un período


turbulento de domesticación de sí mismo y de la distancia con el otro.

El duelo de la infancia y la dificultad de encontrar una versión tranquilizadora de sí


mismo suscita numerosas tensiones con la gente cercana. El adolescente redefine sus
límites con el entorno familiar, se esfuerza para acceder a sí mismo. Busca
diferenciarse, arrebatar su cuerpo de la tutela parental, encarnar su existencia. Los
padres dejan de ser admirados y de encontrarse en el centro de la existencia, se
convierten en personas ordinarias o insoportables. Arrojados de su posición de
autoridad, se convierten en un hombre o una mujer como otros, fastidiosos y de los
cuales hay que deshacerse. Su rechazo es un rechazo de la infancia y de sus antiguas
dependencias. Por primera vez en tal magnitud el joven tiene secretos, cosas ignoradas
por los padres, una intimidad que pone de manifiesto el engrandecimiento de su
persona, y cuya ilustración con frecuencia es el diario íntimo o el blog. Los padres
dejan de ser confidentes, papel que pasan a ocupar los amigos de la misma edad,
dispuestos a compartir las mismas preocupaciones.

El grupo de pares es una mediación entre el joven y la sociedad global, un lugar de


domesticación del mundo exterior. Es con ellos con los que se tejen las relaciones de
proximidad, de intimidad que alimentan la sociabilidad cotidiana.

La adolescencia es un período intenso de comunicación, de encuentros con los otros,


pero no escapa siempre de la soledad. La comunicación (internet, celular, etc.) no es ni
la conversación ni una amistad que implique la reciprocidad, el cara a cara, la atención
del otro. No impide sentirse solo, incluso estando bien acompañado.

A medida que la adolescencia se aleja, los pares pierden su importancia y son


sustituidos por papeles más acordes con la madurez social.

El comportamiento del joven se hace a menudo pesado para los padres, que no saben
cómo enfrentarlo.

112
La búsqueda de autonomía, el alejamiento de sus padres, se lleva a cabo con tanteos y,
sobre todo, con ambivalencia. Los cambios de humor son intensos, pero banales a lo
largo de los días. La afirmación de una singularidad, la inscripción en un cuerpo
propio no se lleva a cabo sin tensiones acaloradas con los padres, que se sienten
descartados o provocados.

La capacidad de los padres para contener esa turbulencia está vinculada a su


capacidad para renovarse en cuanto pareja o sujetos. El carácter que tomará el tránsito
adolescente está indisolublemente ligado a la capacidad de los padres de hacer el
duelo del niño para acoger a ese joven que le causa tantos problemas. Unos y otros
están viviendo el mismo cambio.

Para los padres, este período coincide con la “crisis de la mitad de la vida”. Ese
balance de la vida profesional o afectiva, marcado por dudas y cambios de
orientación. Momento de cuestionamiento en el que aparece un deseo de renovación
en uno u otro de los padres, o en los dos. La iniciación en los comportamientos de
riesgo depende en gran medida de la manera en que los padres se sienten concernidos
por su hijo. La distancia propicia es difícil de establecer. Ni demasiado lejos, ni
demasiado cerca para que el adolescente pueda marcar su diferencia sin ruptura y sin
dejarse absorber por ellos.

Al reconocer que su hijo ha crecido, los padres renuncian a su antigua omnipotencia y


le dejan un margen para construirse como sujeto. El adolescente necesita verificar si
puede continuar apoyándose en ellos, y esta verificación roza a veces con lo
insoportable. Incluso si se exaspera con sus reproches, es sensible a ellos pues así
confirma que su comportamiento les preocupa. La solidez del containing (la
contención), es decir, de los límites de sentido apropiados para situarse como actor en
la reciprocidad social, evita que se quemen las naves y preserva el futuro.

DE LA TRANSMISIÓN POR LOS PADRES A LA DE LOS PARES

La familia ha sido durante mucho tiempo una correa de transmisión de la socialización


y de la cultura, el lugar donde se forjan individuos ajustados, cada uno según su estilo,
a un mundo en que las posiciones estaban relativamente definidas.

Hoy en día la familia es “incierta” (Roussel, 1998), está caracterizada por el retroceso
del matrimonio, el aumento de los divorcios o de las separaciones y la recomposición.
Se ha convertido en un asunto privado, fundado en una afectividad compartida; sólo
debe rendirles cuentas a los individuos que la componen. El compromiso no exige
reciprocidad. Cualquier contrato es temporal y su rescisión está supuesta de antemano
si uno de los contrayentes deja de sentirse a gusto.

113
La formación familiar presenta gran cantidad de hijos únicos o de hermandades
reducidas, sometidas a los avatares relacionales de la familia nuclear. La dispersión
geográfica de las familias no facilita las mediaciones en caso de tensiones o de
carencias educativas.

La familia moderna es una red de relaciones privilegiadas, esencialmente igualitarias,


consensuales, contractuales, provisorias. En otras palabras, la pareja prima sobre la
familia. La maternidad o la parentalidad se disocian y se convierten en accesorias.

Pero la dimensión de transmisión y de filiación es debilitada por la proximidad de un


padre más amigo que autoridad y por la flexibilidad de una relación conyugal que
conduce a menudo a la separación.

La familia es hoy en día una micro sociedad de individuos, en un contexto de erosión


de las relaciones generacionales, como si el niño o el adolescente fuera de entrada un
individuo ya formado, al que resultara accesorio otorgarle referentes o educarlo.

La insuficiencia afectiva de los padres, su ausencia, sus conflictos, inducen una


desorientación y una búsqueda de límites de sentido a través de un enfrentamiento con
el mundo.

Lo que está en crisis en la familia contemporánea no es tanto el padre o el que funge


como tal, sino la función separadora del tercero. Los hombres o las mujeres son menos
cuestionables que aquello en nombre de lo cual asumen una responsabilidad hacia los
más jóvenes. En el desarrollo del niño, el padre, o su sustituto, es esencialmente
“aquel que está a cargo de instituir el límite” (Legendre, 1989). Lo que las
transformaciones del estatus del padre pone en juego es algo que va mucho más allá
de la presencia de los padres cerca de sus hijos; sin duda, éstos jamás habían estado
tan presentes, amantes, preocupados de su responsabilidad, pero en la prolongación de
las funciones maternas.

En caso de separación y divorcio, lo más corriente es que la madre permanezca como


la referencia primaria. La madre siempre está ahí en materia de educación, de salud,
de entrenamiento, de presencia en lo cotidiano.

Las familias monoparentales, encabezadas con más frecuencia por la madre, o


recompuestas, están estadísticamente sobrerrepresentadas en los comportamientos de
riesgo de los jóvenes, sobre todo si acumulan dificultades sociales y económicas. Los
objetivos cargados afectivamente por la madre (su compañero, sus amigos) aportan la
diferencia y una manera para el niño de relativizar su posición, de no estar en la
omnipotencia.

114
Cuando los padres están separados, se sitúan con frecuencia ante el niño en una
posición de rivalidad, abandonando su posición educativa por una postura de
seducción y amistad. Tienden a apoyarse sobre sus hijos, a conferirles una carga de
reparación. Algunos niños se encuentran incluso “padronizados” y comprometidos en
un tipo de relación con su madre o su padre que no corresponde a su edad y que altera
su entrada en la vida adulta. Pero, de manera general, incluso en las familias que
permanecen unidas, numerosas parejas oscilan entre una posición depresiva de
abandono o una temible solicitud que desemboca en la inconsistencia de las
prohibiciones y los límites.

A menudo, los niños no encuentran un garante en torno suyo, dentro de la familia o


fuera de ella. La autoridad de los mayores es destituida por la preocupación, por una
relación simétrica que olvida que un niño o adolescente está en busca de puntos de
referencia para avanzar en su camino.

El principio de educación es echado por tierra por la preocupación de los padres de


que sus hijos sean “felices”, que privilegia únicamente el presente, como si el niño
fuera eterno y no le esperara crecer para entrar de lleno en un vínculo social cargado
de exigencias. La importancia sociológica de los sufrimientos adolescentes o de los
comportamientos de riesgo da cuenta de la ruptura de las transmisiones y de la falta de
disponibilidad de los padres (la cual no es una cuestión de tiempo sino de calidad de la
relación.

EL NIÑO AUTOR DE SÍ MISMO

Los adolescentes tienen ahora territorios específicos, con una cultura diversificada que
les pertenece de manera propia para construir el sentido de su vida.

Insertos en un entramado relacional en el que sus mayores ejercen de manera más


distendida su función de autoridad, su posibilidad de ejercer una autonomía de
conciencia y de acción se ha extendido, y es propicia al desarrollo de sí mismos.

Pero la educación recibida de las familias (o de los mayores) que ejercen su


responsabilidad con amor y comprensión, considerando al joven como un sujeto de
pleno derecho, no es de ninguna manera comparable con aquella en que la autonomía
cedida al niño es más indiferencia o indisponibilidad que un principio. No son tanto
las modalidades sociales de la familia las que resultan esenciales como la dimensión
afectiva y simbólica que alimenta las relaciones dentro de la familia. Si los padres no
están a la altura del amor y de la necesidad de presencia que los niños requieren de
ellos, si eluden su tarea, generan sufrimiento y una falta de-ser. Si los dejan sin
orientación para existir, fragilizan su relación con el mundo.

115
Una libertad que no viene acompañada de ningún marco desde el cual desplegar las
alas es un abismo. La frustración, es decir, el límite impuesto por la familia, es una
condición necesaria para la modulación de la omnipotencia del joven, la cual, si se
prolonga, lo expone a una colisión brutal con el mundo y los otros, o al choque de
rechazo de la ley, en el sentido judicial del término. No se puede inscribir al niño
como sujeto en el mundo sin establecer límites de sentido y situarlo en posición de
interrogar los límites.

Educar significa etimológicamente “conducir fuera de sí”, por lo tanto, evadirse de los
mismos para abrirse al mundo del otro, a un universo de sentido más extenso, que el
sujeto debe ser capaz de evaluar y pensar. La tarea es darle al niño el medio de
desprenderse de sí mismo para volverse partícipe del intercambio dentro del vínculo
social.

La simetría moral entre el niño y el adulto implica, precisamente, tener en cuenta el


hecho de que el niño no dispone de los medios para pensarse en la complejidad del
mundo; conviene por tanto educarlo para que esté a la altura de su libertad y de su
dignidad.

Un niño es un adulto en formación, y no el lado nostálgico de lo que los padres han


perdido.

Un niño no es un objeto ni un animal de compañía, ni un Tamagotchi que alimentar o


acostarse de vez en cuando; es un hombre o una mujer en formación que exige
comprender el mundo en el que ha venido a la existencia y poseer las claves para
moverse en él de manera autónoma. Los mayores están en una posición de
responsabilidad hacia las generaciones más jóvenes. Cualquier falla dentro de este
sistema de relaciones sitúa al niño en desequilibrio ante el mundo.

DE LA AUSENCIA DEL PADRE A LA TIRANÍA DE LOS PARES

Al mismo tiempo que los padres pierden su autoridad educativa, que la escuela tiene
dificultades para establecer reglas de ciudadanía compartida, las generaciones de
jóvenes caen bajo la influencia de una cultura regida completamente por el universo
del consumo y la publicidad, lo que acentúa aún más la distancia entre las
generaciones.

Las fronteras de las generaciones se borran o se invierten. El modelo ofrecido por los
padres parece obsoleto. Ellos mismos, por lo demás, se sienten así frente a sus hijos, a
los que les cuesta entender, incluso si la mayoría de las veces satisfacen sus
peticiones. Los mayores se esfuerzan por mostrar una imagen “joven”, que trastorna
los vínculos generacionales y priva a los jóvenes de referentes duraderos y fuertes en

116
sus relaciones con los otros y con el mundo. Los padres que no marcan las diferencias
de generación al no asumir su responsabilidad de mayores privan al adolescente de los
referentes necesarios para crecer y adquirir su autonomía. Si los padres se identifican
con sus hijos ¿con quién podrán identificarse los hijos? Si los padres no les dan los
límites que se imponen para existir dentro del vínculo social ¿quién lo hará? Los
jóvenes se construyen apoyándose en sus mayores, aunque sólo sea para superarlos u
oponerse a ellos, pero si no hay nadie la apertura a la alteridad será deficiente.

La autogeneración de la juventud actual, su voluntad de ser por sí misma, sin filiación,


es también el síntoma de una autogeneración, es decir, de una generación amputada de
los precedentes y librada así misma, una self made generation, pero bajo la égida del
consumo y el marketing. Una autorreferencialidad a veces radical, que asombra a los
padres o a los profesionales, es la consecuencia, con el egotismo que esto implica.

Una generación se ausenta en parte y deja a sus hijos construirse a través de su propia
experimentación. Muchos adolescentes quedan librados a sí mismos por falta de
intervención y de consistencia de la autoridad familiar.

La dimensión afectiva y educativa se reviste fácilmente con un discurso de libertad, de


no intervención.

Los padres responden a todas las peticiones sin nunca cuestionarlas y se sorprenden
un día de la virulencia del niño en contra de ellos, o la de sus sufrimientos. “Nunca te
negamos nada. Siempre tuviste todo lo que quisiste”. Pero el sufrimiento se labra en el
hecho de no haber sido nunca interlocutor real, reconocido en su diferencia.

Un niño que tiene todo lo que quiere está en estado de sufrimiento, atiborrado, sin
acceso alguno a la carencia y, por lo tanto, a la consistencia del sentimiento de sí
mismo en la relación con el otro.

Para que el niño o el adolescente se afirme, necesita debatir, desde el reconocimiento


de su persona, con una ley, con prohibiciones, con una oposición, en resumen, necesita
una transmisión.

La adolescencia es un período de elaboración de sí mismo, en la medida en que la


búsqueda es en ese momento la de los límites: saber lo que los otros pueden esperar de
él y lo que él puede esperar de los otros.

Un tipo de sufrimiento típico del mundo contemporáneo es el del niño sobreprotegido


por uno u otro de sus padres. El niño que no ha recibido ningún límite en su familia
tiene dificultades para inscribirse en la sociabilidad escolar y multiplica los conflictos
con los profesores o los otros escolares. A. Raffy da un retrato típico: “se trata de un
niño pegado a su madre, desobediente, colérico y tiránico en la casa. Es mal perdedor,

117
crea complicaciones para comer, dormir, vestirse y plantea problemas de integración
desde el preescolar. Estos niños nunca han estado confrontados a la prohibición y a las
frustraciones que alimentan una vida cotidiana inscripta en el vínculo recíproco con
los otros.

Educados en la omnipotencia de sus deseos y la manipulación de sus padres, la


confrontación con los otros fuera de la esfera familiar es un escollo. Son jóvenes en
estado de sufrimiento, indiferenciados, en busca de límites, es decir, de soberanía
personal. Su sentimiento de identidad es lábil, frágil, incierto, pura frustración,
cualquier espera les resulta insoportable. Se ponen agresivos cuando uno les opone
resistencia, pues son incapaces de simbolizar el acontecimiento y de entender el punto
de vista del otro. Nunca entran en inter-dirección.

Los sufrimientos adolescentes se enraizan en la desaparición de los límites de sentido


que autorizan a construirse, eventualmente en oposición a los padres, sabiendo quién
se es y conociendo las expectativas de los otros con respecto a uno mismo.

Cuando la transmisión fracasa y no consigue cumplir con su función de tranquilizar al


joven sobre su valía, este necesita autorizarse por sí mismo, pagar el precio de su
existencia, golpearse contra las aristas del mundo, puesto que la evidencia de ser él
mismo no pudo sustentarse sobre las personas más cercanas. El joven no tiene la
opción de elegir los medios para abrirse paso en la vida.

EL TRÁNSITO DE LA ADOLESCENCIA

Durante ese momento de tránsito entre dos mundos que sigue a la infancia y que
preludia la edad adulta, el joven se encuentra simultáneamente en busca de
independencia de seguridad en relación con los demás, buscando a la vez la tutela de
otros y su autonomía; experimenta en las buenas y en las malas su estatus de sujeto, la
frontera entre el afuera y el adentro, juega con las prohibiciones sociales, prueba su
lugar dentro del mundo, en el que no se reconoce del todo todavía. Inaprensible para
los otros, pero también para sí mismo, el joven inscribe su experiencia en la
ambivalencia.

Para el joven, la confrontación consigo mismo y con los otros es una puesta a prueba
en una búsqueda personal. Una de las preocupaciones por resolver es la de la entrada
en un sexo, o al menos en una sexualidad, percibida como propicia para sí mismo, que
vivencie la continuidad psíquica entre los diferentes momentos de la existencia.

En este período de la existencia es cuando se establecen los cimientos de sí mismo.


Incluso si estos son maleables, empiezan en este momento a cristalizarse.

118
Con el fin de la adolescencia se despliega el sentimiento de reciprocidad con los otros
y, simultáneamente, la asunción de la autonomía del joven.

Impulsado por este sentimiento de confianza hacia el mundo, respaldado por el gusto
de vivir, experimentando la consistencia del sentimiento de sí mismo, el joven no
necesita poner en juego su existencia para saber si la vida vale la pena o no. La
mayoría de los jóvenes acceden a esta tranquilidad de existir y entrar sin dilemas a la
edad adulta. La carencia de cimientos narcisistas y la dificultad de situarse en el
vínculo con el otro implican el choque con el mundo para experimentar de nuevo una
contención inexistente. El joven se ve obligado a aferrarse a su cuerpo para no
desplomarse en su carencia.

CAPÍTULO 8: DIFÍCIL ENTRADA EN LA VIDA. (Pág. 173-202)

EL INGRESO EN LA SEXUALIDAD

La sexualidad es un momento esencial de la adolescencia, porque, más allá del


placer,contribuye al sentimiento de sí misma, está anclada en un género y corta
simbólicamente las ataduras con los padres. Confirma el hecho de ser en lo sucesivo
un hombre o una mujer. La “primera vez” sigue teniendo una función iniciática para
los muchachos. Si bien no los convierte en “hombres”, les otorga el sentimiento de
haber dejado de ser niños. Si es una buena experiencia, confirma una “normalidad”
que angustia siempre a los adolescentes. Si, por el contrario, resulta un fracaso, la
dificultad de afirmarse como hombre o mujer suele tener un efecto depresivo, y deja
huellas difíciles de borrar si las experiencias posteriores no llegan a ser más propicias.
Especialmente entre los muchachos, la sexualidad se vive como una prueba necesaria,
no siempre asociada al deseo, sino más bien al propósito de demostrar que se está en
concordancia con los otros.

Al preguntarles qué consideran importante en la relación sexual, las muchachas


destacan mayoritariamente la ternura; los muchachos, el sexo. Para ellas, la relación
sexual es una muestra de apego, un abandono de sí a la confianza del otro. Para ellos,
el sexo es necesario para el amor; las muchachas piensan que es necesario solo si la
relación esta afianzada. “Al poner obstáculos a una culminación sexual demasiado
rápida, las muchachas quieren poner a prueba la verdad de los sentimientos.

EMBARAZOS PRECOCES

En la actualidad, una de cada dos adolescentes comienza a tener relaciones sin utilizar
anticonceptivos. Ahora bien, un embarazo precoz presenta varios riesgos: tensiones
con la familia, abandono de la escuela, con consecuencias no desdeñables para el
porvenir, y también el riesgo para la salud que representa el embarazo durante la etapa

119
de crecimiento. Aunque la mayoría de los adolescentes estiman estar bien informados
en materia de anticoncepción, no pocas veces se interponen extrañas ideas que
eliminan toda precaución, como la creencia en la imposibilidad de un embarazo en las
primeras relaciones sexuales.

Los embarazos precoces afectan sobre todo a adolescentes de medios populares o


desfavorecidos, que han crecido en el seno de familias inestables, conflictivas o
disociadas, con numerosos hijos.

La adolescente se ha expuesto de manera más o menos inconsciente al embarazo. Sin


que lo sepa, opera aquí la atracción ejercida por un cambio de estatus que la convierte
en joven madre, que ahora podrá dejar atrás su impotencia y hacerse responsable de
un hijo propio. Llena así el vacío, el sentimiento de insignificancia que
experimentaba. Encuentra allí, al alcance de la mano, una posible fuente de
reconocimiento, un ingreso mínimo y una responsabilidad que la arrancan de sí
misma, le dan el sentimiento de existir y de contar finalmente para alguien. Pero con
frecuencia se halla dividida entre su condición de niña y su responsabilidad de madre.
En la mayoría de los casos, el padre no asume responsabilidad alguna.

EL VALOR DIFERENCIAL DE LOS SEXOS

“En mi época, recuerda F. Amara, era perfectamente natural que las muchachas
usaran falda corta,jeans ajustados, blusas escotadas, camisetas cortas. Ningún hombre
se habría permitido el más mínimo comentario. Hoy, y desde hace diez años, los
muchachos perciben la femineidad como una provocación y como algo reprensible”
(Amara, 2003, p.38-39). Las relaciones entre muchachas y muchachos en los sectores
populares. y sobre todo en los barrios de exiliados, están regidas por la desconfianza,
y a veces por la intimidación y la violencia que ellos ejercen. La vigilancia de que son
objeto les recuerda a las muchachas que el espacio público es peligroso para su
reputación.

PORNOGRAFÍA

El adolescente quiere saber quién es él se busca, y la sexualidad es una de las pruebas


más temibles de su ingreso en la vida. Está dividido entre “un mundo de satisfacciones
pulsionales, entre ellas las vinculadas a la masturbación, al cual se entrega
directamente, y un mundo de satisfacciones genitales que él va despertando y
asimilando progresivamente, hasta el momento en que todas las pulsiones se
organizan finalmente, como dice la expresión consagrada, “bajo el primado de lo
genital”. Por eso se aísla y se muestra tan discreto acerca de sus descubrimientos,

120
acerca de sus primeros encuentros: a sus ojos, la genitalidad pertenece desde hace
mucho a un universo aparte con el cual trata de familiarizarse” (Bonnet, 2003, p.67).
La sexualidad es un mundo de afectos que en su fondo mismo supone la subjetividad.
Solicita las fantasías, los temores, el deseo. Apertura al otro que induce una
vulnerabilidad, puesta en cuestión en sí, la sexualidad solicita la confianza y la
reciprocidad. El movimiento del deseo supone ante todo una interioridad que mide la
importancia del otro. Si bien el goce depende de la carne, no por eso deja de implicar
una imaginación que moviliza el deseo del otro y su participación en el logro del goce.

La sexualidad es hoy un medio privilegiado de “comunicar” y valorizarse. La


publicidad se sirve de manera a veces explícita de imágenes con connotación sexual
para difundirlas en gran escala.

En otro registro, multitud de adolescentes, al no encontrar en parte alguna respuesta a


sus preguntas, consideran las películas pornográficas una fuente de información sobre
la sexualidad. Algunos de ellos, con buena fe, se forman una idea “pornográfica” de la
sexualidad, donde ninguna palabra educadora viene a matizar la violencia de las
imágenes que ha recibido. Ven en ellas una norma de comportamiento, una
anticipación de lo que es recomendable llevar a la práctica.

Pero hay un abismo enorme entre lo que la pornografía supuestamente enseña y la


realidad de la relación con el otro. “Técnicamente lo sé todo, pero nunca me he
acostado con una muchacha. Tengo miedo de la primera vez”. La sexualidad
escenificada en la pornografía consiste en actuaciones, donde no haya fallas ni
vacilaciones, no hay palabras, sino gestos mecánicos y eficaces. El joven marcado por
la pornografía tiene dificultades para movilizar un imaginario acerca de la relación
con el otro, un movimiento propio del deseo que no le llegue desde el exterior; sigue
obsesionado por una combinación de cuerpos desprovista de toda afectividad.

Un adolescente que ingresa en la sexualidad o no la ha conocido aún no percibe en las


imágenes pornográficas lo mismo que un adulto. No obstante, la mayoría de los
adolescentes (o los niños) de hoy ven imágenes pornográficas en Internet, en la
televisión abierta o por cable, o en grupo alrededor de casetes o DVD. Se trata sobre
todo de muchachos, que viven tales experiencias como un rito de virilidad que los
confirma en su superioridad física y moral sobre mujeres cuyas presuntas ansias están
en condiciones de satisfacer. En la angustia de no saber cómo actuar o de no ser
“normales”, buscan instrucciones en las imágenes pornográficas y creen encontrar allí
la “experiencia” que les falta.

121
La adolescencia es el período en que se cristaliza el acceso a una sexualidad que habrá
de ser la de la vida adulta, un período de experimentación y de formación de la
identidad sexual. Sin duda, la pornografía contribuye, en el caso de ciertos jóvenes, a
la desacralización de la sexualidad.

INCESTO, ABUSO SEXUAL

En sus Estudios sobre la histeria (1895), Freud atribuye la etiología de las neurosis, y
en especial de la histeria, a un trauma sexual vivido por un niño y reavivado después
de la pubertad por un acontecimiento que tiene un vínculo asociativo con la seducción.
Freud se apartó asimismo de la creencia, vigente en la mayoría de los psiquiatras de la
época, en la fabulación de los pacientes. Debió enfrentar ante todo las fulminaciones
morales de su tiempo, al afirmar la realidad de los actos de violencia sexual padecidos
por los niños en el seno de su familia. Freud presta oído al sufrimiento de las mujeres
histéricas y da crédito de sus declaraciones cuando evocan la seducción precoz por un
individuo cercano, casi siempre el padre.

Sin embargo, en un segundo momento, intimidado sin duda por sus consecuencias,
abandona la teoría de la seducción en beneficio de las fantasías. El modelo edípico le
procura un modo elegante de salir del aprieto. Paradójicamente, el padre, antes
abusador, se desliza ahora hacia la confortable posición de víctima de un
enmascaramiento de lo real operado por las fantasías del paciente.

“Las seducciones incestuosas se producen habitualmente de la siguiente manera: un


adulto y un niño se quieren; el niño tiene fantasías lúdicas, como la de desempeñar el
papel maternal con respecto al adulto. Este juego puede adoptar una forma erótica,
pero, pese a ello, se mantiene siempre en el nivel de la ternura. No ocurre lo mismo
con los adultos que presentan predisposiciones psicopatológicas. Confunden los
juegos de los niños con los deseos de una persona que ha alcanzado la madurez sexual
y se dejan arrastrar a actos sexuales sin pensar en las consecuencias” (Ferenczi, 1983).

Frente a una persona cercana investida de autoridad, sobre todo si se trata de un


adulto, el niño, incluso el adolescente, prácticamente no dispone de recursos para
zafarse. No duda de aquellos a los que ama ni de los adultos, aunque la situación no
deja de sorprenderlo y tiene vaga conciencia de estar en lo prohibido. Sin un
conocimiento cierto de los mecanismos de la sexualidad, el niño que ha sido sometido
a abuso no siempre entiende lo que está pasando. Aturdido, deja hacer con un
sentimiento difuso de culpa. La experiencia está en el límite de lo pensable, pues no
corresponde en nada a su desarrollo sexual. Es confrontado por una sexualidad adulta
que, por carecer de los medios, le es imposible comprender.

122
El niño que ha sido víctima de incesto queda sumido en una confusión radical en
cuanto a las imágenes paternas, con su confianza en el mundo hecha trizas, al ver día
tras día que su agresor actúa como si nada hubiera pasado y engaña a todo el mundo.
Sabe a qué debe atenerse, pero está obligado a callar. El padre -si es el autor del
incesto. ya no es garante de la ley, sino un transgresor que sigue gozando de la
estimación de todos. Como consecuencia, la imagen de la madre queda
profundamente quebrantada.

Dividida entre el amor y el odio hacia su padre o el agresor en un sufrimiento tanto


más difícil de superar, la joven víctima vive en medio de sentimientos confusos. Tiene
vergüenza y siente que ella misma es culpable. Está aprisionada en la posición
insostenible de tener que proteger a sus padres de una revelación insoportable. En el
caso de los muchachos, en cambio, el agresor rara vez es conocido, por lo que están en
mejores condiciones para luchar o rechazar la situación, mientras que la niña se halla
paralizada entre varias actitudes posibles, ninguna de las cuales parece apropiada. Si
no conoce al agresor, la denuncia es más fácil. los abusos perpetrados fuera del círculo
familiar son revelados con mayor facilidad.

La palabra “incesto” deriva del latín incestum, que proviene a su vez de incestus. El
incesto es un “crimen genealógico”, una ruptura de la institución simbólica que
inscribe al individuo en una cadena de generaciones. El parentesco se vuelve
indispensable. Al romperlo, el individuo incestuoso deroga el origen del sujeto y
enturbia su relación con el tiempo. “No hay incesto feliz”, dice un juez. El incesto es
un trauma, un acontecimiento que desborda las capacidades de elaboración simbólica
del sujeto. Su objeto es una persona degradada, privada de su posición generacional y
de parentesco, desposeída de su singularidad, descalificada en sus orígenes. El incesto
es una violencia simbólica que se vale de la fuerza física, del diferente grado de
conocimiento sobre la genitalidad, del dominio paterno sobre una víctima con
frecuencia ignorante de las cuestiones sexuales y propensa a la confianza. El incesto
es un asesinato simbólico; la víctima no es la misma antes y después del hecho.

El sentimiento de identidad sufre el cataclismo del trauma. Un trauma es un rito de


tránsito en sentido inverso. Hace que la víctima caiga en una versión disminuida de sí
misma. “Todo incesto es violencia. Lo incestuoso es violencia. La práctica del incesto
es una organización de la violencia. Y no de una violencia cualquiera, y rara vez de
esa violencia que estalla, sino de una violencia que atormenta, que amputa y divide,
que ataca a fondo la calidad propia de los seres, en su cuerpo y su psiquis, su
autonomía y su identidad, sus necesidades vitales y sus deseos” (Recamier, 1995). La
violencia simbólica del icnesto o del abuso sexual no se refiere solo al acto mismo,

123
sino también a la significación que tiene para el joven, a su edad, a las circunstancias,
a su repetición o no repetición, al tipo de abuso, a las presiones psicológicas sufridas,
al silencio forzado, etc.

El incesto o el abuso sexuak rara vez son descubiertos por medio de una queja
inmediata. El niño tiene dificultades para dormir, pesadillas, siente miedo de estar solo
o con una persona del mismo sexo que el agresor; pierde su capacidad creativa y
permanece como aturdido, triste, sin iniciativa. A veces se vuelve agresivo por
tonterías, con la sensibilidad a flor de piel, y se muestra reacio durante los exámenes
médicos. Se saca malas notas en el colegio y se muestra indiferente hacia actividades.

Durante la adolescencia, el sufrimiento se manifiesta en la forma de escarificaciones


repetidas, trastornos alimentarios, afecciones somáticas, intentos de suicidio,
abandono de la escuela, consumo brutal de drogas, etc. El síntoma da cuenta de un
malestar más amplio que el que se expresa a veces en la enfermería escolar o ante el
médico general. Muchas víctimas de abuso sexual se vuelven anoréxicas, impulsadas
por el rechazo del propio cuerpo, de la sexualidad, en una búsqueda frenética de
pureza.

RITOS ÍNTIMOS DE RECONSTRUCCIÓN DE SÍ

Una de las formas corrientes y activas de luchar contra los sufrimientos ocasionados
por el incesto o el abuso sexual consiste en inventar ritos privados para reconstruirse y
curar las heridas. Como consecuencia de la agresión, el niño siente el cuerpo como
algo profundamente mancillado y, en lo sucesivo, ajeno. Ya no es la carne de su
relación con el mundo, sino un cuerpo profanado, que está de más, que aprisiona. De
ahí la importancia de las escarificaciones o de los otros ataques contra el propio
cuerpo después de la agresión: en ellos se expresa la voluntad imperiosa de liberarse
del asco y superar las oleadas de sufrimiento que se apoderan del adolescente, que
trata de destruir una envoltura ultrajada o de deshacerse de ella. La piel es el lugar del
trauma; la herida corporal es una manera simbólica de arrancarla, de liberarse de una
piel que se pega a la piel y encierra al sujeto en la repulsión.

Los tatuajes y las perforaciones son modos de simbolización del trauma. Permiten a
veces reconquistar el cuerpo, apropiarselo nuevamente con un rito que esta vez al
menos requiere la presencia de un artista para su modificación, pero que también
requiere a veces la presencia de una comunidad de amigos.

Manca, M. (2012). Agresiones al cuerpo en la adolescencia.

124
BODY MODIFICATION Y AUTOAGRESION

Durante la etapa de la adolescencia la tendencia a actuar (acting out y acting-in)


puede representar una modalidad de la mente para elaborar una realidad interna rica
en continuos cambios, inestable y, en algunos casos, inquietante (Cerutti & Manca,
2008). Tales conductas pueden constituir, por un lado, la expresión de una prueba
potencial de construcción de identidad y, por el otro, la manifestación de una profunda
vulnerabilidad y conflictividad (Laufer & Laufer, 1986). La tendencia al acting, a la
confrontación, a la rebeldía, a la posibilidad de experimentar y de ponerse a prueba
mediante una búsqueda de excesos, son todas expresiones funcionales al desarrollo
de la autodefinición (Blos, 1971). La acción puede ayudar a enfrentar los conflictos
internos; sin embargo, el recurso a la acción puede significar al mismo tiempo un
impulso hacia la activación de conductas peligrosas tanto para el sujeto como para su
entorno (abuso de alcohol, drogas, manejo en estado de ebriedad, etc.).

Las conductas se caracterizan por modificar voluntariamente partes del propio


cuerpo, como sucede en el caso del branding, o la práctica de marcar a fuego la piel
con un láser o con un hierro candente. Otras modalidades extremadamente difusas son
la aplicación de insertos de siliconas o de otros objetos con dibujos o formas
particulares por debajo de la piel, o el microdermal, que consiste en el implante, por
debajo de la piel, de una pieza de titanio en forma de L cuya extremidad puede
cambiarse en función de necesidades estéticas.

Estas modalidades autodestructivas dejan en la piel marcas y cicatrices indelebles y


representan un lenguaje mediante el cual el adolescente puede expresar su
independencia afectiva de las figuras paterna y materna o concretar un desafío con
respecto a las reglas impuestas por los adultos.

Las conductas de ataque al cuerpo pueden también cumplir con funciones relativas al
ámbito personal, interpersonal y social, tales como: la externación de sentimientos de
profundo malestar; la voluntad de reforzar la imagen de uno mismo; la institución del
sentido de pertenencia a un determinado grupo; la manifestación de sentimientos
antisociales y la representación simbólica o el recuerdo de un evento significativo
(Aizenman & Jensen, 2007; Anderson & Sansone, 2003).

Otros estudios ponen en evidencia, al contrario, que tales comportamientos cumplen


con la función de mecanismo de defensa y de estrategia de doping, que adolescentes y
jóvenes adultos utilizan como acción para enfrentar una situación de sufrimiento
(Derouin, Bravender & Terrill, 2004).

125
En esta etapa de evolución es importante distinguir las modalidades de ataque al
cuerpo adolescence-limited, relacionadas con tendencias y modas juveniles de apoyo
de la fragilidad narcisista (Ladame, 2004) que cumplen con la función de “prótesis
identitaria” (Le Breton, 2002), de otras modalidades, más patológicas, más graves a
nivel de pronóstico médico, que se caracterizan por la voluntad de lastimarse
intencionalmente, como en el caso de las autolesiones.

Sobre la base de los estudios de Moffitt (1993; 2003), centrados en la transformación


crónica de las conductas agresivas dirigidas hacia el otro, es posible observar algunas
formas de agresión autodirigida life course persistent que se manifiestan a partir de
las primeras fases del desarrollo y que se mantienen y se hacen crónicas con el
transcurrir del tiempo hasta desembocar en un malestar declarado (Síndrome de
Autolesiones Repetitivas). Tales conductas se expresan con modalidades más violentas
y reiteradas y los síntomas se hacen más graves en el transcurso del desarrollo, de tal
manera que resulta más larga y compleja también la intervención terapéutica,
especialmente porque la conducta autoagresiva repetida se presenta frecuentemente en
coexistencia con otras patologías tales como: trastornos de la alimentación, depresión,
PTSD y trastornos de personalidad, en particular de cluster B.

Por autolesiones deliberadas (Deliberate Self-Harm -DSH) se entiende una conducta


que origina un daño o una herida al propio cuerpo o a partes del mismo y se
caracteriza por intencionalidad, reiteración y falta de intención suicida (Kahan &
Pattison, 1984; Favazza, 1996; Gratz, 2001; Manca, 2009; Cerutti et al., 2011 a;b).
Esta autoagresión no tiene que producirse como respuesta a alucinaciones y en
presencia de diagnóstico de autismo o retraso mental grave (Favazza & Rosenthal,
1993; Yates, Tracy & Luthar, 2008); se caracteriza por falta de control del impulso,
por aumento de la tensión y por una sensación de alivio sucesiva a la puesta en acto
de la autoagresión.

El DSH surge en la primera adolescencia (doce-catorce años) y la forma más común


es la superficiales/moderadas (Favazza, 1998). Las modalidades autoagresivas
utilizadas con mayor frecuencia son la acción de cortarse (cutting), quemarse
(burning), las escarificaciones, la interferencia con el proceso de cicatrización de
heridas, la acción de morderse y de insertar objetos por debajo de la piel y debajo de
las uñas (Pattison & Kahan, 1983; Favazza 1998). En estos últimos casos, el cuerpo
puede representar un lugar de expresión del sufrimiento psíquico o también un
instrumento para comunicar necesidades y conflictos evolutivos (Armstrong et al.,
2004).

126
El acto por lo tanto se convierte en una expresión de defensa extrema, realizada por un
“Sí mismo” quien lucha contra la angustia de reconocer su propia fragilidad y sus
propias necesidades (Pelanda, 2008).

Este tipo de adolescente, para apropiarse en términos psíquicos de su propio cuerpo y


para tomar el control sobre éste, lo ataca con actos autodestructivos (Albero, Cesari
& Pelanda, 2008).

El fracaso de las tareas evolutivas y del equilibrio entre la necesidad de continuidad en


defensa de su propia identidad (narcisismo), por un lado, y el impulso al cambio
(fisiológico en la adolescencia), por el otro, provoca en el adolescente una fuerte
sensación de frustración. La desconfianza que deriva de ello, junto con la rabia,
representan el proceso que lleva al adolescente a hacerse daño. La acción violenta
dirigida contra sí mismo representa una modalidad destructiva y patológica defensiva
de la propia identidad narcisista (“Yo decido sobre mi cuerpo y sobre mi vida”).

El cutting cumple con la función de manejar estados emocionales particularmente


intensos como la rabia, la frustración, la vergüenza y el vacío (Suyemoto &
MacDonald, 1995; Connors, 1996) y de autorregular la afectividad (Figueroa, 1998).

En efecto, el acting dirigido hacia el propio cuerpo anula toda posible insensibilidad
y, en términos más generales, el sufrimiento psíquico con ésta relacionado, mientras,
al mismo tiempo, se convierte en un mecanismo de manejo de la tensión, de la
disforia, de la ansiedad y de toda situación de estrés (Simeon, 1992; Strong, 1998;
Smith et al., 1999; Wells, 1999).

REDEFINIR LOS CONFINES DEL CUERPO: ¿POR QUE LA PIEL?

Las partes del cuerpo más frecuentemente atacadas son los brazos, las piernas, el
tórax y otras zonas de la parte frontal del cuerpo siendo ésta, por un lado, la más
accesible y, por el otro, más fácil de ocultar, con el fin de poder mantener
completamente en secreto tales conductas.

La piel representa el elemento de separación, de límite entre el mundo interno y el


mundo externo, de comunicación y de interacción entre ambos mundos y de
discriminación entre el adentro y el afuera; “el cuerpo, y sobre todo su superficie, es
el lugar donde pueden producirse contemporáneamente percepciones externas e
internas” (Freud, 1922). La piel es el lugar donde se supera de manera muy clara la
diferenciación entre cuerpo y mente, porque es el lugar donde entran en contacto el
aparato psíquico y el aparato físico ya indiferenciados (Anzieu, 1985).

Con respecto a la comprensión de la integración psiquis-soma, Winnicott (1975)


ofreció un aporte relevante, en particular acerca del proceso de personalización

127
caracterizado por el progresivo acomodamiento del cuerpo en la psiquis favorecido
por la presencia de una madre devota capaz de criar, cuidar y preocuparse por su
propio hijo.

Este, al comienzo, se encuentra en un estado primario de falta de integración, donde la


comunicación es mediada, en primer lugar, por la regulación de las necesidades
fisiológicas que a la vez vehiculizan emociones básicas con respecto a las primeras
huellas primarias, constitutivas de la memoria biológica.

La repetición de la necesidad fisiológica y de su satisfacción crean para el niño un


sentido de familiaridad de estado que le permiten diferenciar su propio sí mismo
emergente (Lichtenberg, 1995).

En los primeros meses de vida los objetos son experimentados en función de los
cambios que suscitan en el cuerpo del niño. Las sensaciones corporales y las
modificaciones fisiológicas inducidas por la presencia del otro pueden por lo tanto
constituir una forma primitiva que pretende recuperar la presencia de la madre
(presencia somática) cuando todavía su ausencia no puede ser representada a nivel
simbólico.

Las capacidades de holding, handling y object presenting maternas son


fundamentales para un sano desarrollo del niño.

El holding es el apoyo, no sólo físico, ofrecido al niño que todavía no puede


sostenerse autónomamente; se entiende como la capacidad materna de
mantener-sostener-educar y provee al recién nacido de la experiencia de “estar en
brazos”.

El handling incluye aquel conjunto de manipulaciones corporales maternas: los


cuidados y el aseo así como los juegos corporales y los actos afectivos; provee al
recién nacido de la experiencia de “estar sostenido junto con”.

El object presenting se refiere a la capacidad materna de hacer disponible para el


niño el objeto en el exacto momento en que lo necesita.

Tales capacidades permiten la evolución de las primitivas modalidades autocalmantes


que dan consuelo en las experiencias transicionales y el desarrollo de las capacidades
simbólicas fruto de situaciones relacionales en donde el niño experimenta experiencias
del tipo “él (el caregiver) piensa que yo pienso, por lo tanto existo” (Winnicott, 1958;
Fonagy & Target, 2001).

128
Si el entorno no sostiene adecuadamente tales procesos favoreciendo la
transformación de las necesidades del cuerpo en necesidades del Yo, se observará una
escisión entre mente y cuerpo, la formación de un falso Sí (Winnicott, 1975).

Winnicott sostiene, por lo tanto, que el desarrollo del Sí está basado inicialmente en
experiencias físicas en donde la psiquis y el cuerpo del niño, mediante adecuados
cuidados maternos, se integran en una unidad psiquis-soma.

El reflejo empático y la manipulación de la madre con respecto al recién nacido


ayudan a definir los confines del cuerpo y, sucesivamente, a ofrecer la posibilidad de
distinguir el cuerpo propio del cuerpo de la madre.

El autor evidencia que la calidad de los cuidados maternos, concretos y diarios,


determina la continuidad o la discontinuidad del desarrollo emocional del niño; a
partir de esta disyuntiva pueden provocarse una inadaptación y una dependencia
absoluta que no favorecen el crecimiento; por consecuencia, los procesos intelectuales
de cada individuo deberán sucesivamente compensar tales carencias.

Ogden (1999) evidencia como, en caso de que el entorno no haya sido facilitador, el
niño experimenta la prematura separación corporal de la madre de la misma forma que
la pérdida de una parte de su propio cuerpo. Este tipo de experiencia pre-verbal y
pre-conceptual es vivida como un profundo ataque a la propia integridad; el niño
trata de defenderse mediante un uso patológico, rígido de los objetos “autista”, de los
objetos “ sensación” (Tustin, 1980), al fin de poder recuperar las pérdidas
sensaciones de consuelo y de poder negar la separación. El uso de tales objetos
deriva del reemplazo de la madre con sus propios sentidos, experiencia que permite el
retraimiento del individuo en una matriz de sensaciones autogeneradas y lo sustrae de
la imprevisibilidad de las relaciones humanas, aislandolo del mundo de las
sensaciones que provienen de la realidad interpersonal.

También Anzieu (1985) profundiza el estudio de esta transición desde el estado de no


integración al estado de integración a través de las modalidades de la contención
maternal. Considera que la piel es un “envoltorio psíquico (enveloppe)” que le
permite a la psiquis desarrollarse en formas más complejas.

Anzieu (1985) define al Yo-Piel como “una representación que utiliza el Yo del niño,
durante las etapas precoces del desarrollo, para representarse a sí mismo como Yo
que incluye los contenidos psíquicos, a partir de su propia experiencia de la
superficie del cuerpo.

El Yo-Piel encuentra su propio apoyo en las diversas funciones de la piel.

129
La primera es la función propia de una bolsa que contiene y retiene en su interior todo
lo bueno acumulado por la lactancia y los cuidados.

La segunda función es aquella de una superficie de separación (interfaz) que marca el


límite con el afuera y lo mantiene en su exterior, en calidad de barrera que protege de
la penetración de la avidez y de la agresión ajenas.

La piel, en fin, es, al mismo tiempo que la boca, un lugar y un medio de comunicación
primaria con los demás, con quienes se establecen relaciones significativas; ésta es,
además, una superficie de inscripción de las huellas que estas relaciones dejaron”.

El Yo-Piel es, por lo tanto, un “envoltorio psíquico”, un contenedor somato-psíquico


de lo que el niño pudo experimentar en el contacto con la madre (Anzieu et al., 1993).
En esta superficie se colocan las experiencias de ser tocado, protegido, escuchado y
alimentado y, al mismo tiempo, los sentimientos de seguridad, estabilidad y
protección relacionados con tales experiencias.

El Yo, en otros términos, no manifiesta la conducta “propia de la piel” por simple


analogía, sino se radica en la piel, tiene un origen epidérmico y “propioceptivo”,
nace y se desarrolla en el contacto de un cuerpo con otro.

La función interna de contener las partes del Sí depende, principalmente, de la


introyección de un objeto externo, vivido como capaz de desarrollar esta función. Este
objeto se constituye, normalmente, durante el acto de amamantar gracias a la doble
experiencia que hace el niño del pezón materno contenido en su boca y de su propia
piel contenida por la piel de la madre, quien lo abraza, lo ampara, le habla y emana
un determinado olor, con el que el niño está familiarizado.

El objeto contenedor es vivido concretamente como una piel. Si la función de


contención es introyectada, el niño puede apropiarse de la noción de interior y
exterior, diferenciando por lo tanto el Sí y el Objeto. Si, al contrario, la función de
contención no se desarrolla de manera adecuada, tanto por una carencia del objeto
real como por ataques fantaseados en contra de éste, la introyección no se produce.
Una normal introyección es reemplazada por una continua confusión de identidad. De
tal manera el niño buscará frenéticamente un objeto, una luz, una voz o un olor que
pueda mantener la atención sobre su cuerpo y le permita, de manera temporaria,
mantener unidas las partes de su cuerpo.

El niño, por lo tanto, se mantiene unido a sí mismo mediante la relación con estos
objetos y, especialmente, la “adhesión”, el “apego” a la madre (identificación
adhesiva) (Bick, 1968).

130
Gaddini (1981), por otro lado, insiste en identificar el desarrollo de la mente como un
proceso que se origina desde el cuerpo e implica una gradual adquisición mental del
Sí corporal.

El concepto de Yo-Somático o Yo-Piel, retomado por Gaddini (1987), representa la


primerísima organización del Sí experimentada a través de las sensaciones
corporales, sobre todo las sensaciones táctiles. El niño, si no recibe los estímulos
apropiados a nivel sensitivo, no logrará percibir la sensación de ser una única entidad,
protegida y contenida por la piel. Esto podría determinar una incapacidad de saber
diferenciar el Sí de los demás, adentro y afuera, fantasía y realidad.

El acto de auto lastimarse intervendría en la resolución de estos conflictos mediante el


uso primitivo del cuerpo (Gaddini, 1987).

“El acto de automutilación redefine los límites del cuerpo, diferenciando el Sí de los
demás. La sangre derramada desde las heridas prueba que adentro del cuerpo hay
vida. La estimulación de la piel por medio de la automutilación ayuda a reconstruir la
despedazada percepción del Sí, reactivando el Yo-Somático y tal vez recreando una
experiencia táctil que, por lo menos para aquel que se lastima, produce placer y
consuelo” (Raine, 1982). Semejante conducta puede estar, en efecto, relacionada con
la falta de cuidados maternales durante la infancia, especialmente en relación con la
falta de contacto corporal o con el caregiver (Pao, 1969).

Algunos autores elaboraron la hipótesis que la preferencia de los brazos como partes
para herir el propio cuerpo pueda también tener un latente significado de castigo
hacia la madre más que a sí mismo, porque los brazos representarían los brazos de la
madre que no acunaron y protegieron correctamente al niño.

Actualmente estudios con orientación psicodinámica analizan cómo el contacto


cutáneo entre la madre y el hijo recién nacido es un factor determinante en función
del desarrollo psíquico del niño y por lo tanto en función de las dinámicas
afectivo-emocionales, cognitivas y de la construcción del esquema y de la imagen
corporal (Orlandelli, Garcovich & Satta, 2002).

En esta perspectiva es importante destacar la importancia del rol de la piel.

El self-injurer siente la necesidad de atacar su propio límite, de manera que el dolor


callado podría encontrar un desahogo con el fin de ser regulado y calmado. El dolor
y la herida autoinflingida son pensados como una forma ritualizada que le permite al
individuo reconfigurar a su gusto los confines entre sí mismo y el mundo que lo rodea.

En la perspectiva de quien actúa mediante una conducta autolesiva, la incisión de su


propia piel sería un acto de reivindicación de su propia existencia. El hecho de

131
autoagredirse se convertiría, si bien a nivel inconsciente, en una forma de autoayuda,
en un acto extremo porque extrema es la condición en donde el cutter se encuentra:
una condición de alienación total, no sólo con respecto al mundo que lo rodea, sino
directamente con respecto a su misma corporalidad (Ladame, 2004).

Perez-Barrero, S. (1999). El Suicidio, comportamiento y


prevención.

Prólogo

El suicidio ocupa un lugar entre las primeras 10 causas de muerte en las estadísticas
de la Organización Mundial de la Salud.

Se considera que cada día se suicidan en el mundo al menos 1110 personas y lo


intentan cientos de miles, independientemente de la geografía, cultura, etnia, religión,
posición socioeconómica, etcétera.

Cualquier sujeto puede, en determinado momento de su existencia, sentir que la vida


no tiene sentido por diversas causas, como la enfermedad física o mental, la pérdida
de una relación valiosa, un embarazo oculto o no deseado, la soledad, las dificultades
cotidianas en personalidades poco tolerantes, lo que convierte el suicidio en la mejor y
única opción para ellos.

Cuba no escapa a esta realidad y existe desde 1989 un Programa de Prevención de la


Conducta Suicida cuyos objetivos principales son: evitar el primer intento suicida, su
repetición y la consumación.

Generalidades

El intento de suicidio, junto al suicidio, son las dos formas más representativas de
esta conducta, aunque no las únicas. Desgraciadamente existen muchos textos que
sólo tienen en cuenta estos dos aspectos, los que, por demás son los más graves, y no
otros que detectándolos y tomándolos en consideración de forma oportuna, evitarían
que ambas ocurrieran.

El espectro completo del comportamiento suicida está conformado por la ideación de


autodestrucción en sus diferentes gradaciones: las amenazas, el gesto, el intento y el
hecho consumado.

132
La ideación suicida abarca un amplio campo de pensamiento que puede adquirir
las siguientes formas de presentación:

– El deseo de morir ("La vida no merece la pena vivirla", "Yo lo que debiera es
morirme", etcétera).

– La representación suicida ("Me he imaginado que me ahorcaba").

– La idea de autodestrucción sin planeamiento de la acción ("Me voy a matar", y al


preguntarle cómo lo va a llevar a efecto, responde: "No sé cómo, pero lo voy a
hacer").

– La idea suicida con un plan indeterminado o inespecífico aún ("Me voy a matar de
cualquier forma, con pastillas, tirándome delante de un carro, quemándome").

– La idea suicida con una adecuada planificación ("He pensado ahorcarme en el


baño, mientras mi esposa duerma"). Se le conoce también como plan suicida.
Sumamente grave.

Todas estas manifestaciones de la ideación de autodestrucción deben ser exploradas,


si el paciente no las manifiesta, pues la comunicación y el diálogo abierto sobre el
tema no incrementa el riesgo de desencadenar el acto, como erróneamente se
considera y es una valiosa oportunidad para iniciar su prevención.

Varias son las formas de abordar el tema. Le sugiero las siguientes:

1ra variante:"Evidentemente usted no se siente bien y quisiera saber cómo ha


meditado resolver su situación actual".

2da. variante:"Usted me ha manifestado que apenas duerme y quisiera saber en qué


piensa cuando eso le ocurre, pues sé que en esos casos se idean muchas cosas".

3ra. variante:"¿Y durante este tiempo que usted se ha sentido así, ha tenido
pensamientos malos?"

4ta. variante:"Bien, yo quisiera saber si en su familia alguien se ha matado, es decir,


se ha suicidado o ha intentado contra su vida" (Esperar respuesta y
preguntar)."¿Usted ha intentado alguna vez contra su vida o lo ha pensado?","Y
ahora, ¿lo ha meditado?

5ta. variante:"¿ Ha pensado usted quitarse la vida?"

Las respuestas afirmativas a cualquiera de estas variantes para explorar la ideación


suicida deben ser consideradas con seriedad y recabar ayuda del personal

133
especializado para valorar en conjunto la conducta que se debe seguir de forma
inmediata.

Las amenazas suicidas son expresiones verbales o escritas del deseo de matarse y
deben tenerse en cuenta, pues es un error frecuente pensar:"El que lo dice, no lo hace"
o"El que se mata, no avisa que lo va a hacer".

Cuando la amenaza ocurre teniendo los medios disponibles para su realización, pero
sin llevarla a cabo, se considera por algunos como gesto suicida (tener las pastillas en
la mano sin tomarlas) y nunca debe ser minimizado ni valorado despectivamente
como"un alarde".

El intento suicida, también denominado parasuicidio, tentativa de suicidio, intento de


autoeliminación (IAE) o autolesión intencionada (deliberate self harm), se ha definido
como aquel acto sin resultado de muerte en el que un individuo, de forma deliberada,
se hace daño a sí mismo.

Se considera que el intento es más frecuente en los jóvenes, en el sexo femenino, y los
métodos más utilizados son los suaves o no violentos, principalmente la ingestión de
fármacos o sustancias tóxicas.

El suicidio consumado abarca todos aquellos actos lesivos autoinfligidos con


resultado de muerte. Son más frecuentes en adultos y ancianos, en el sexo masculino,
y los métodos preferidos son los llamados duros o violentos, como las armas de fuego,
el ahorcamiento, el fuego, etcétera.

Resumiendo:

El comportamiento suicida es un continuo que va desde la ideación en sus diferentes


expresiones, pasando por las amenazas, los gestos e intentos, hasta el suicidio
propiamente dicho. La presencia de cualquiera de estos indicadores (ideas, amenazas,
gestos e intentos) debe considerarse como un signo de alto riesgo en el individuo que
los presenta.

Para prevenir el intento y el suicidio consumado, es primordial conocer los factores


de riesgo, que son aquellos que los predisponen

En la literatura suicidológica se mencionan múltiples factores de riesgo hay que


considerar; estos rasgos son individuales, pues lo que para algunos es un elemento de
riesgo, para otros no representa problema alguno. Además de individuales son
generacionales, ya que los factores en la niñez pueden no serlo en la adultez o en la
vejez. Por otra parte, son genéricos, pues los de la mujer no son similares a los de los

134
hombres. Existen los que son comunes a cualquier edad y sexo, los cuales,
indudablemente, son los más importantes.

Factores de riesgo suicida en la niñez

La infancia se considera, en general, como una etapa de la vida feliz, en la que la


conducta suicida no puede estar presente. Esto no siempre es así, en la niñez ocurren
actos suicidas, los cuales no son reportados como tal o lo hacen como accidentes en
muchos países, y se considera que es un fenómeno que va en aumento.

En la infancia los factores de riesgo debemos detectarlos, principalmente, en el


medio familiar en el que vive el menor. Así, hay que tener en cuenta si fue un niño
deseado o no, pues en este último caso existirán en mayor o menor grado, de forma
explícita o encubierta, diferentes manifestaciones de rechazo, con la lógica
repercusión psicológica en el menor. La edad de los progenitores tiene importancia.
Los embarazos en personas demasiado jóvenes dan lugar a trastornos en la atención y
la educación del niño debido a la inmadurez biosicológica de los padres. Los
embarazos en personas maduras, son causa de una crianza defectuosa por la
disminución de la energía vital que impide satisfacer las demandas del menor en su
lógico desarrollo, lo que provoca actitudes que pueden cubrir toda una gama, desde la
sobreprotección limitante hasta la permisividad.

El seguimiento durante el embarazo y los controles obstétricos periódicos tienen


importancia, pues denotan disciplina y responsabilidad con el fruto de la concepción.
Una embarazada que no asiste a las consultas médicas y es despreocupada con su
estado, no debe resultar una madre responsable con la crianza de su hijo.

La personalidad de los progenitores tiene una enorme importancia en el riesgo suicida


de los hijos. Si padecen un trastorno de la misma, sobre todo las antisociales o
emocionalmente inestables, la crianza estará mediada por dichos rasgos.

Asimismo, ser portadores de enfermedades psiquiátricas, como la depresión materna,


el alcoholismo paterno o la esquizofrenia, son factores que pueden predisponer el
suicidio en los hijos.

En cuanto a las características psicológicas del menor que puede realizar un acto
suicida, se mencionan las siguientes: la disforia, la agresividad y la hostilidad, como
manifestaciones de un trastorno del control de los impulsos.

Pueden ser niños con pobre tolerancia a las frustraciones, incapaces de prorrogar la
satisfacción de sus deseos, demandantes de atención y afecto, con intentos suicidas
previos, manipuladores, que asumen papeles de víctima; celosos de los hermanos,
susceptibles, rencorosos. Pueden expresar ideas de morir o suicidas. Otras veces son

135
rígidos, meticulosos, ordenados y perfeccionistas; tímidos, con pobre autoestima,
pasivos, etcétera.

Referente a las enfermedades mentales que pueden tener riesgo suicida, se encuentran
las psiquiátricas graves (trastornos del humor, esquizofrenia), los trastornos de
conducta, los de la adaptación y de ansiedad, el retraso mental y los trastornos
incipientes de la personalidad. Por tanto, la enfermedad mental en el niño es un rasgo
importante que se debe tener presente al evaluar a un menor con otros factores de
riesgo suicida.

El clima emocional en el cual convive el menor es importante. Un hogar roto, con


discusiones y peleas frecuentes entre los padres, el maltrato físico al niño o el
psicológico en forma de rechazo manifiesto, humillaciones y vejaciones, o un hogar
sin normas de conductas coherentes con el papel de cada miembro de la familia,
pueden ser un caldo de cultivo para la realización de un acto suicida. En este sentido
hay que tener en cuenta la presencia de familiares, principalmente padres, hermanos y
abuelos, con antecedentes de comportamiento suicida, por la posibilidad del
aprendizaje por imitación.

Los motivos que pueden desencadenar un suicidio en la infancia, son variados y no


específicos, pues también se producen en otros niños que nunca intentarán contra su
vida. Entre los motivos más frecuentes que llevan al acto suicida en la niñez, se
encuentran:

– Presenciar acontecimientos dolorosos (divorcio, separación, muerte de un ser


querido).

– Problemas con las relaciones paterno-filiales.

– Problemas escolares

– Llamadas de atención de padres o maestros con carácter humillante.

– Búsqueda de afecto y atención.

– Agredir a otros

– Deseos de reunirse con un ser querido fallecido.

Contrario a lo que se piensa, la existencia de un motivo no desencadena habitualmente


un acto suicida de inmediato, por impulso, sino que el niño comienza a dar una serie
de señales en su conducta que de manera general se traducen en cambios de todo
tipo. Así tendremos que velar su comportamiento en la casa o la escuela (agresivos o
pasivos), variación de hábitos alimenticios (pérdida o aumento del apetito), en los

136
hábitos de sueño (insomnio, pesadillas, enuresis, exceso de sueño), de carácter y de
ánimo, dificultades en el aprovechamiento docente, en el juego (desinterés, no
participación con los amigos habituales), repartir posesiones valiosas, preocupación
por la muerte y temas afines, hacer notas de despedida, etcétera

Los métodos elegidos por los menores para autodestruirse dependen de la


disponibilidad de éstos, de las propias experiencias y las circunstancias del momento.
Se citan: la ingestión de tabletas, venenos agrícolas, kerosene, lociones para la piel,
precipitación, ahorcamiento, fuego, corte de vasos sanguíneos, etcétera. Por lo
general, las niñas intentan contra su vida a menor edad que los niños y en los lugares
que habitualmente habitan o frecuentan (hogar, escuela, casa de amigos, etcétera).

Se recomienda la siguiente Guía para evaluar dicho riesgo y proceder de la manera


en que se señala:

1. Progenitores demasiado jóvenes o maduros. 1 PUNTO

2. Dificultades en la captación y control prenatal. 1 PUNTO

3. Enfermedad psiquiátrica de los progenitores. 2 PUNTOS

4. Niño poco cooperador en la consulta. 1 PUNTO

5. Niño que manifiesta cambios en su comportamiento. 3 PUNTOS

6. Violencia en el hogar y sobre el niño. 3 PUNTOS

7. Antecedentes familiares de conducta suicida (padres, hermanos, abuelos) o amigos


con dicha conducta. 2 PUNTOS

8. Antecedentes personales de autodestrucción. 2 PUNTOS

9. Manifestaciones desagradables de los progenitores en relación con el niño. 3


PUNTOS

10. Situación conflictiva actual (hogar roto recientemente, pérdidas, fracasos


escolares, etcétera). 2 PUNTOS

Si la suma de la puntuación es menor de 10, el niño debe ser interconsultado por el


equipo de salud mental de su área, y si es mayor de 10 puntos, por un psiquiatra
infanto-juvenil en breve plazo para su evaluación y manejo por el personal
especializado,

Factores de riesgo suicida en la adolescencia

137
La mortalidad por suicidio entre los adolescentes y jóvenes está incrementándose,
particularmente en los varones, por lo que se hace impostergable su prevención
eficaz.

Para lograrlo es necesaria la promoción de salud, la protección específica de los


grupos de riesgo, el diagnóstico precoz y tratamiento oportuno y adecuado de
aquellas afecciones que lleven al suicidio y al intento de autodestrucción en
cualquiera de sus variantes.

La promoción de salud para prevenir esta conducta debe involucrar no sólo a


profesionales de la salud pública, sino a otras personas que se relacionan, muchas
veces durante mayor cantidad de tiempo, con los adolescentes, como son: los
familiares, los maestros y los propios adolescentes.

¿Qué se debe promover? Principalmente modos de vida saludables entre ellos, como
la práctica sistemática del deporte, una sexualidad responsable, no hábitos tóxicos,
desarrollar múltiples intereses que les permitan un uso adecuado de su tiempo libre,
entre otros.

Es útil también que el adolescente, que aún no ha conformado plenamente su


personalidad, desarrolle características que le sirvan como tampón contra el
comportamiento suicida. Por tanto, debemos incrementar el estoicismo, la humildad,
la modestia, la perseverancia en el logro de objetivos elevados, así como la renuncia,
cuando sea necesaria, lo cual indica flexibilidad sin dejar de ser uno mismo; el
altruismo, la sensibilidad y el sentimiento solidario; el autocontrol; tolerar
frustraciones, aceptarse tal y cual es; confiar en sí mismo y en los demás, así como
desarrollar una sana desconfianza e incertidumbre frente a lo no conocido aún. Lograr
que el adolescente aprenda a exponer y defender sus ideas hasta que se convenza de su
equivocación, aceptándola sin dobleces cuando esto ocurra, así como no alimentar
aquellos rasgos negativos del carácter como la vanidad, el egoísmo, la mezquindad, la
envidia, los celos, la timidez, la autosuficiencia, la complacencia con lo logrado, la
mediocridad, la chapucería, la terquedad, la duda, la falta de fantasía y proyectos
elevados, la glotonería, la impulsividad, etcétera.

En el aspecto social, el riesgo suicida puede incrementarse a través de noticias


sensacionalistas, sea por los medios de difusión masiva o por el rumor popular,
cuando el adolescente la identifica con la amistad, el amor, el heroísmo o cualquiera
otra cualidad positiva. También pueden aumentar la falta de apoyo social, la
posibilidad de adquirir drogas, armas de fuego, etcétera.

Entre los factores de riesgo en esta etapa se cita la eclosión de la enfermedad mental,
sobre todo los trastornos del humor y la esquizofrenia. La denominación de trastornos

138
del estado del ánimo o del humor ha sustituido al término trastornos afectivos e
incluye los depresivos y bipolares.

Aquí nos limitaremos al diagnóstico, particularmente el de los depresivos.

Un episodio depresivo mayor se define por un síndrome formado por al menos cinco
de los síntomas que a continuación se relacionan:

1. Ánimo deprimido.

2. Disminución del interés o pérdida del placer por las actividades habituales.

3. Aumento o pérdida de peso (5 % en un período de un mes) o cambios en el apetito.


4. Insomnio o hipersomnia casi diarias.

5. Agitación psicomotora o lentitud.

6. Fatigabilidad o pérdida de energía.

7. Sentimientos inadecuados de culpa o inutilidad.

8. Disminución de la capacidad de concentración o indecisión.

9. Ideas de suicidio o de muerte.

Los síntomas se presentan al menos durante dos semanas.

Si la depresión es de tipo melancólico, de mayor severidad se encontrarán al menos


cinco de los siguientes síntomas.

1. Pérdida del interés o placer por la mayoría de las actividades habituales.

2. Falta de respuesta a estímulos agradables.

3. Mayor depresión en las mañanas.

4. Insomnio matutino (despertar 2 horas antes de lo habitual).

5. Lentitud o agitación psicomotora.

6. Anorexia significativa o pérdida de peso (más del 5 % del peso corporal en un


mes).

7. Ausencia de trastornos previos de la personalidad.

139
8. Uno o más episodios depresivos mayores anteriores con remisión completa o casi
completa.

9. Buena respuesta previa a un tratamiento somático antidepresivo adecuado


(antidepresivos, sales de litio, electroshock).

El trastorno distímico, consistente en un estado de ánimo deprimido o irritable, que


se prolonga diariamente durante un año, se caracteriza por acompañarse de dos de
los siguientes síntomas.

1. Descenso o aumento del apetito.

2. Insomnio o hipersomnia.

3. Fatiga o pérdida de energía.

4. Disminución de la autoestima.

5. Falta de concentración o dificultad para tomar decisiones.

6. Sentimientos de desesperanza.

Generalmente comienza a los 21 años y la ausencia de sintomatología durante dos


meses excluye el diagnóstico. En otras ocasiones, la depresión se manifiesta como
abuso de drogas, dificultades de comunicación, escasa autoestima, mutismo, inusual
mal carácter, aislamiento social, descuido personal, rebeldía con padres y maestros,
problemas con la policía, etcétera.

La esquizofrenia, otra enfermedad con elevado riesgo suicida, requiere para su


diagnóstico de la presencia de síntomas psicóticos, cuya duración debe ser de un mes,
y la no adquisición del nivel de desarrollo social correspondiente a la edad o el
deterioro del nivel previo adquirido.

Dichos síntomas son:

1. Trastornos del contenido del pensamiento, especialmente ideas delirantes.

2. Desorden en el curso del pensamiento, sobre todo la pérdida de la capacidad


asociativa.

3. Alucinaciones.

4. Afectividad aplanada o inadecuada.

5. Trastorno de la identidad personal con extrema perplejidad hacia uno mismo.

140
6. Dificultad para llevar adelante y concluir la actividad habitual.

7. Problema en las relaciones interpersonales y desorden en la psicomotricidad.

Otros autores consideran algunas características como las siguientes:

1. Trastornos evidentes y mantenidos de las relaciones emocionales, con marcada


tendencia a la reserva y las conductas inapropiadas en el contacto interpersonal.

2. Falta de conciencia aparente de la identidad personal, que se traduce en posturas


inadecuadas e investigación reiterativa de una parte del cuerpo (mirarse en el espejo
durante horas).

3. Preocupación excesiva por determinados objetos que no guardan relación con el


uso habitual.

4. Resistencia e intolerancia a los cambios en el ambiente con reacciones de mucha


ansiedad o miedo intenso.

5. Respuestas excesivas, impredecibles o nulas a los estímulos sensoriales.

6. Asumir posturas extrañas, manierismos, estereotipias.

7. Deterioro del lenguaje adquirido.

8. Preocupaciones religiosas, sexuales, filosóficas, no usuales.

La adolescencia es la edad preferida para comenzar el trastorno esquizofrénico,


aunque desde la infancia son frecuentes los síntomas de ansiedad, las preocupaciones
excesivas, los miedos y la timidez.

El inicio típico es la irrupción abrupta de los elementos antes descritos, con intensa
agitación y agresividad, aunque también puede darse el comienzo insidioso.

En no pocas ocasiones el suicidio es el primer síntoma evidenciable de una


esquizofrenia, como una reacción de la parte aún sana de la personalidad ante la
evidencia de la desintegración que se avecina con la enfermedad. Esto es muy
peligroso los primeros días de ser admitido en un hospital psiquiátrico o
inmediatamente después de ser egresado.

De manera general podemos dividir la biografía de los futuros adolescentes con


conducta suicida en tres etapas:

1. Infancia problemática.

141
2. Recrudecimiento de problemas previos, con la incorporación de los propios de la
edad (cambios somáticos, preocupaciones sexuales, nuevos retos en las relaciones
sociales y en el rendimiento escolar, etcétera).

3. Etapa previa al intento suicida, que se caracteriza por la ruptura inesperada de


relaciones interpersonales.

La primera etapa engloba los factores predisponentes; la segunda, los reforzantes, y


la tercera, los precipitantes.

Al igual que en la infancia, la siguiente guía práctica puede contribuir a evaluar y


tomar la conducta según la puntuación obtenida.

1. Provenir de un hogar roto. 1 PUNTO

2. Progenitores portadores de enfermedad mental. 2 PUNTOS

3. Antecedentes familiares de comportamiento suicida. 3 PUNTOS

4. Historia de trastornos del aprendizaje, fugas de la escuela, inadaptación a becas o


régimen militar. 2 PUNTOS

5. Antecedentes personales de conducta de autodestrucción. 4 PUNTOS

6. Cambios evidentes en el comportamiento habitual. 5 PUNTOS

7. Amigos con conducta suicida. 2 PUNTOS

8. Presencia de ideación suicida y sus variantes (gestos, amenazas, plan suicida). 5


PUNTOS

9. Antecedentes personales de enfermedad mental. 4 PUNTOS

10. Conflicto actual (familiar, pareja, escuela, etcétera). 2 PUNTOS

Si la suma de la puntuación es mayor de 12, el adolescente debe ser trasladado a un


servicio de psiquiatría infanto-juvenil para su hospitalización y, de no ser posible,
requerirá de una valoración inmediata por el especialista en psiquiatría del equipo de
salud mental del área.

Otra valoración que puede realizarse ante un adolescente potencialmente suicida,


incluye la exploración de los siguientes aspectos:

142
1. Comportamiento suicida. Debe investigarse hasta la saciedad los deseos de morir,
la idea suicida, los gestos, las amenazas y el plan de autodestrucción, el método que
va a emplear, circunstancias en que lo realizaría, etcétera.

2. Ámbito familiar. Relaciones disarmónicas con padres, hogar roto, violencia


familiar, padres enfermos mentales, familiares con conducta suicida. Deben
explorarse las expresiones familiares que manejen la autodestrucción como una
posibilidad de poner fin a la vida y la presencia de amistades con este
comportamiento.

3. Cuadro clínico. Explorar signos de enfermedad mental, especialmente depresión,


esquizofrenia y conducta suicida previa del adolescente.

4. Estado psicológico. Precisar la presencia de desesperanza, sentimientos de


soledad, angustia, culpabilidad, abuso de alcohol, depresión, rabia, agresividad.

5. Motivos. Pérdida de una relación valiosa, conflictos escolares, humillaciones,


problemas familiares, deseos de matarse, etcétera.

Un comportamiento suicida afirmativo, un medio familiar que no constituye un


adecuado soporte, la presencia de síntomas depresivos, desesperanza, agresividad o
sentimientos de soledad y cualquier motivo, por poco significativo que parezca, debe
presuponer la posibilidad real de un acto suicida y se debe actuar con eficacia para
evitarlo.

Entre los estresores crónicos se citan la disfunción familiar, los fracasos escolares, el
abuso sexual y el consumo de alcohol o drogas, entre otros; mientras que los agudos
pueden ser peleas entre amigos, conflictos amorosos, reprimenda de los padres que,
como se evidencia, pueden y de hecho forman parte de la rutina de la adolescencia,
pero que en un joven con problemas emocionales pueden llevar al acto suicida.

Factores de riesgo suicida en el adulto

Siguiendo la línea de pensamiento precedente, los factores de riesgo suicida en la


adultez estarán conformados por los que se arrastran desde la infancia y la
adolescencia más aquellos inherentes a esta etapa de la vida.

Entre los factores de riesgo en el adulto es necesario mencionar en un lugar


preferencial el alcoholismo. En este período de la vida adquiere categoría de
enfermedad lo que hasta entonces fue una costumbre socialmente aceptable, pero con
la reiteración del tóxico, se convirtió en un consumo perjudicial y/o un hábito
propiamente dicho.

143
El diagnóstico de alcoholismo se puede realizar mediante la aplicación de
valoraciones, pruebas y test (Mast, Mast abreviado, CID, CAGE, Jellinek); la historia
clínica y los marcadores biológicos como la gamma-glutamil-transpeptidasa (GGT) y
el volumen corpuscular medio (VCM); enzimas sanguíneas (TGO y TGP), colesterol,
triglicéridos y la creatinfosfoquinasa (CPK).

Desde el punto de vista meramente clínico, se puede plantear la existencia de una


alcoholización física dada por: cara congestiva, venillas en pómulos y nariz,
escleróticas amarillentas, voz ronca, movimientos torpes, marcha oscilante y temblor
fino en las manos, disminución de la agudeza visual, repugnancia a los dulces,
sudoración profusa, parestesias en miembros inferiores, hígado aumentado de tamaño
y doloroso, eritema palmo plantar, disminución del vello, alopecias, etcétera.

La alcoholización psíquica estaría dada por las siguientes manifestaciones: cambios


del humor, irritabilidad, reacciones coléricas, remordimientos, tristeza, llanto,
pérdida de memoria y agilidad mental; elevada susceptibilidad, tensión interior,
propensión a los celos y a culpar a otros; aislamiento, inseguridad, búsqueda de
relaciones con otros alcohólicos, vulnerabilidad a los eventos vitales, etcétera.

La dependencia del alcohol, alcoholismo crónico o enfermedad alcohólica, se


diagnostica según la Asociación Psiquiátrica de América cuando se producen como
mínimo tres de los siguientes síntomas:

1. Con frecuencia se bebe en mayor cantidad o por un período más largo del que
pretendía.

2. Un deseo persistente, con esfuerzos más o menos inútiles para suprimir o controlar
su consumo.

3. Una gran parte del tiempo se emplea en obtener y consumir el alcohol o


recuperarse de los efectos de su ingesta.

4. Intoxicación frecuente o síntomas de abstinencia cuando tiene que realizar sus


actividades habituales, o ingesta de alcohol en situaciones arriesgadas.

5. Reducción de actividades sociales, laborales, culturales o recreativas a


consecuencia de la ingestión de bebidas alcohólicas.

6. Uso continuado de alcohol a pesar de ser consciente de tener un problema físico,


psicológico o social persistente y recurrente.

7. Tolerancia notable con necesidad de incrementar las cantidades de alcohol para


lograr la intoxicación o el efecto deseado.

144
8. Síntomas de abstinencia al suprimir el tóxico, como temblor en lengua, párpados y
manos, náuseas, vómitos, cansancio, cefalea, palpitaciones y sudoración excesiva.

9. Calmar los síntomas de abstinencia con la ingestión de alcohol ("matar el


ratón","aplomar").

Una vez que se diagnostica esta toxicomanía, debe considerarse el riesgo suicida.
Las siguientes características predisponen al intento de autodestrucción en los
alcohólicos:

1. Tener bajo nivel socioeconómico.

2. Ser joven y del sexo femenino.

3. Comenzar a edades tempranas la ingestión de alcohol y los problemas derivados de


dicha ingestión.

4. Consumir grandes cantidades de alcohol cada vez que se ingiere.

5. Tener comorbilidad: personalidad antisocial, depresión mayor, trastorno de


ansiedad.

6. Poseer familiares con antecedentes de intentos suicidas, los cuales abusan del
alcohol.

Las siguientes características predisponen a la autodestrucción entre los


alcohólicos.

1. Pertenecer al sexo masculino.

2. Tener pobre apoyo social.

3. Ingerir frecuentemente bebidas alcohólicas.

4. Padecer un episodio depresivo mayor.

5. Padecer enfermedades médicas.

6. No poseer empleo.

7. Vivir solo.

8. Tener pensamientos suicidas.

Los trastornos depresivos continúan siendo un factor de riesgo en el adulto, sobre


todo si cumplen las siguientes características:

145
A. Temática suicida

1. Intentos suicidas previos.

2. Casos de autodestrucción en la familia o en el entorno.

3. Amenazas de suicidio (directas o indirectas).

4. Expresión de ideas concretas sobre la ejecución o los preparativos de dicho acto.

5. Calma inquietante tras un período suicidal y de agitación.

6. Sueños de autodestrucción, catástrofes.

B. Síntomas y comorbilidad

1. Angustia o agitación.

2. Trastornos crónicos del sueño.

3. Inhibición de los efectos y de la agresividad.

4. Fase depresiva que finaliza.

5. Nosomanía o enfermedades incurables.

7. Comorbilidad por alcoholismo.

C. Entorno

1. Desórdenes familiares en la infancia y adolescencia.

2. Ausencia o pérdida de contactos humanos (aislamiento, desengaño).

3. Dificultades profesionales o financieras.

4. Ausencia de un fin en la vida.

5. Ausencia o pérdida de relaciones religiosas sólidas o de otro tipo.

Se considera que la asociación de desesperanza, sentimientos de culpa, inutilidad,


delirios diversos con un humor depresivo posee gran riesgo suicida.

En relación con la esquizofrenia en el adulto, se considera que existen dos grupos de


pacientes suicidas:

146
1er. grupo Pacientes con aceptable recuperación y franca regresión de sus síntomas
productivos (alucinaciones, delirios), pero con sentimientos de frustración y
desesperanza.

2do. grupo Pacientes en los que predominan la angustia, la agitación, las


alucinaciones y las ideas delirantes.

También en los esquizofrénicos pueden tener riesgo suicida los efectos secundarios de
los neurolépticos, principalmente la depresión post tratamiento y la acatisia. Por
último, en relación con esta enfermedad, se dice que la autodestrucción es difícil de
predecir y es un peligro que nunca debe ser olvidado.

Por último, en relación con esta enfermedad, se dice que la autodestrucción es difícil
de predecir y es un peligro que nunca debe ser olvidado.

En la adultez generalmente se padecen determinadas enfermedades que, aunque no


son privativas de esta etapa de la vida, hay que tenerlas en cuenta cuando coexisten
con otros factores de riesgo. Entre éstas tenemos: la enfermedad de Parkinson, la
corea de Huntington la sífilis terciaria, las endocrinopatías (Addison, Cushing,
hipotiroidismo, hipertiroidismo, diabetes mellitus), carcinoma de la cabeza del
páncreas, anemia perniciosa, colagenopatías (artritis reumatoidea, lupus eritematoso
sistémico), etcétera.

También constituyen un factor de riesgo los fármacos que necesariamente se utilizan


en determinadas enfermedades, como son: Clonidina, Metildopa, Propanolol,
Reserpina, Amantadina, Levodopa, fenotiacinas, butirofenonas, barbitúricos,
anticonceptivos orales, digitálicos, Disulfiram, benzodiacepina, esteroides y otros que
tienen en común ser prodepresivos.

En la mujer el síndrome premenstrual, con los cambios hormonales que trae consigo,
y la menopausia, a la que se añaden factores socio-psicoculturales (independencia de
hijos, pérdida de belleza física y de la capacidad de procrear, imposibilidad de realizar
deseos frustrados, competencias de nuevas generaciones, etcétera), pueden, junto a
otros factores de riesgo asociados, precipitar un acto suicida.

En los adultos, a diferencia de los adolescentes, existen dos esferas que pueden
convertirse en generadoras de conflictos y que en determinados sujetos pueden ser el
motivo de un acto suicida. Nos referimos al matrimonio y el trabajo. Se ha
comprobado que un buen funcionamiento matrimonial y laboral, puede ser un antídoto
contra esta conducta.

147
Se ha demostrado que puede convertirse en un factor suicidógeno en determinados
sujetos, principalmente del sexo femenino, una relación matrimonial que no satisface
las espectativas originales.

El desempleo, sobre todo en el primer año, puede ser un factor predisponente, así
como el fracaso en el ejercicio de una profesión, lo cual se mide por la insatisfacción
laboral (actitud) y por la falta de éxito (realización).

Es en esta etapa de la vida en la cual el sujeto interactúa más intensamente con la


sociedad y el éxito o fracaso de esta interrelación individuo-sociedad puede, junto a
con otros factores, evitar o precipitar un intento o un suicidio consumado.

Otra condición que hay que valorar en el riesgo suicida de un adulto, es haber
realizado previamente un intento o un suicidio frustrado, entendiendo como tal
aquel que no tuvo éxito en sus propósitos sólo por un error de cálculo o por otro
accidente.

Estos individuos pueden repetir dichos actos y existen algunos factores que pueden
predecirlos, como los siguientes:

1. Historia de tratamiento psiquiátrico, ya sea de forma ambulatoria u hospitalizado.


2. Poseer una personalidad antisocial.

3. Abusar del alcohol u otras drogas.

4. Pobres condiciones materiales de vida.

5. Desocupación.

6. Antecedentes criminales (lesiones, homicidio, robo, etcétera).

A continuación se pone a consideración del lector otra guía práctica para evaluar el
riesgo suicida en la atención primaria, la cual consta de los siguientes temas con sus
respectivas puntuaciones:

1. Los familiares temen que el paciente realice un intento suicida. 3 PUNTOS

2. Actitud poco cooperadora del individuo en la entrevista. 2 PUNTOS

3. El paciente expresa deseos de morir. 2 PUNTOS

4. Manifiesta ideas suicidas. 4 PUNTOS

5. Expone un plan de autodestrucción. 5 PUNTOS

148
6. El sujeto tiene antecedentes de trastornos psiquiátricos. 4 PUNTOS

7. Posee antecedentes de hospitalización psiquiátrica reciente. 2 PUNTOS

8. Tiene antecedentes de intento suicida. 3 PUNTOS

9. Posee antecedentes familiares de conducta suicida. 3 PUNTOS

10. Presencia de un conflicto actual. 2 PUNTOS

Esta guía, como las precedentes, tiene la ventaja de evaluar el riesgo sin necesidad de
realizar un diagnóstico psiquiátrico, así como normar qué hacer en cada situación, y
sólo requerir para su obtención, un interrogatorio al paciente y si éste no coopera, al
familiar.

Factores de riesgo suicida en la vejez

A pesar de la presión popular sobre el suicidio en la juventud y las numerosas


investigaciones en torno a ese fenómeno, los ancianos son los que tienen mayores
tasas en este aspecto.

Es conocido que esta conducta en el anciano tiene los siguientes rasgos distintivos:

a) Realizan menos intentos de autodestrucción.

b) Usan métodos mortales.

c) Reflejan menos señales de aviso.

d) Dichos actos son premeditados, reflexivos.

e) Pueden asumir la forma de suicidios pasivos (dejarse morir).

Por estas características se hace necesario que se conozcan los diversos factores de
riesgo para esta conducta.

El envejecimiento trae consigo el abandono de la profesión o de otros objetivos,


reducción del vigor físico, cambio en los placeres sensuales y una conciencia de la
muerte desconocida en etapas previas.

Entre los problemas físicos que el anciano debe afrontar se encuentran: la patología
artrítica, que afecta la locomoción; las enfermedades cardiovasculares, que limitan el
ejercicio físico; la enfermedad neurológica, que compromete la función intelectual, y
el cáncer, que ocasiona dolor, dependencia y muerte.

149
Los problemas emocionales incluyen cierta depresión y una alteración de la propia
estima, a lo cual se añaden las propias presiones sociales derivadas de la jubilación, la
dependencia, la muerte de familiares y amigos, la pérdida de la seguridad económica,
entre otras.

Como se evidencia, existen suficientes condiciones inherentes a la vejez que son un


caldo de cultivo adecuado para que se manifieste esta conducta.

El intento de autodestrucción en esta edad es un serio problema, pues en muchas


ocasiones se trata de verdaderos suicidios frustrados por su alto grado de
premeditación; por los métodos utilizados, que usualmente son violentos; por la
existencia de enfermedades médicas concomitantes, sobre todo las que se acompañan
de disnea en el caso de dolencias físicas o los trastornos depresivos en el grupo de las
enfermedades mentales.

Para una mejor clasificación de los factores de riesgo en los ancianos, éstos se
pueden dividir en:

A. Factores médicos:

1. Enfermedades crónicas, terminales, dolorosas, invalidantes y discapacitantes,


como la de Parkinson, la demencia de Alzheimer o de otro tipo, las neoplasias, la
diabetes mellitus complicada de retinopatía o polineuropatía discapacitante, la
insuficiencia cardíaca congestiva, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica.

2. La hospitalización periódica del anciano, así como ser sometido a intervenciones


quirúrgicas frecuentes.

3. Los tratamientos prodepresivos muy utilizados para contrarrestar patologías que


padece el anciano (digitálicos, Propanolol, L. Dopa, Indometacina, etcétera).

4. Las enfermedades prodepresivas, principalmente la arteriosclerosis, demencias, la


de Parkinson, entre otras.

B. Factores psiquiátricos:

Se incluyen las depresiones de cualquier etiología, el abuso de drogas o alcohol, los


trastornos crónicos del sueño, las psicosis delirantes paranoides con gran
desconfianza y agitación, y la confusión mental.

C. Factores psicológicos:

Los ancianos que sufren de sentimientos de soledad e inutilidad, inactivos, aburridos,


con falta de proyectos vitales y con tendencia a revivir el pasado.

150
D. Factores familiares:

1. Pérdida de seres queridos por muertes naturales o por suicidio. La viudez durante
el primer año es un momento crítico para el anciano, durante el cual puede ocurrir la
llamada autodestrucción pasiva, en la que el evento vital doloroso desencadena una
depresión y altera además el sistema inmunitario, lo que facilita la patología somática,
principalmente las infecciosas.

2. El abuelo"pin-pon" es otra condición de riesgo suicida y se produce con la


migración forzada del anciano (le"rotan" entre los familiares).

3. El ingreso en un hogar de ancianos en su etapa de adaptación puede reactivar


situaciones de desamparo previas que precipiten un acto autodestructivo.

E. Factores socio-ambientales:

1. La jubilación.

2. El aislamiento social.

3. La actitud hostil, peyorativa o despreciativa de la sociedad hacia el anciano.

4. La pérdida de prestigio.

Éstos son algunos de los factores de riesgo que se pueden encontrar en esta etapa y
que mientras mayor número de éstos se acumulen, mayor será el riesgo de terminar
su vida por suicidio.

La siguiente guía práctica pudiera ayudar a evaluar dicho riesgo en la vejez por
parte del médico de atención primaria:

1. Vivir solo. 2 PUNTOS

2. Padecer una enfermedad física que ha requerido ingresos frecuentes y tratamientos


prolongados. 2 PUNTOS

3. Padecer una enfermedad mental. 3 PUNTOS

4. Tener antecedentes personales de conducta suicida. 3 PUNTOS

5. Poseer antecedentes familiares de dicha conducta. 1 PUNTOS

6. Actitud poco cooperadora en la entrevista. 2 PUNTOS

7. Expresar deseos de descansar de todo, no dar más trabajo a otros, no hacer falta a
otros. 4 PUNTOS

151
8. Manifestar ideas suicidas. PUNTOS

9. Cambios de conducta en forma de aislamiento, agresividad, agitación, llanto


frecuente de pocos días de evolución. 3 PUNTOS

10. Negarse a recibir ayuda por considerar que es inútil a pesar de mantener una
actitud adecuada en la entrevista. 5 PUNTOS

Si la suma de la puntuación es mayor de 9, el anciano debe ser remitido a una


unidad psiquiátrica para ser examinado por el personal especializado.

Algunas técnicas de intervención

Conociendo los factores de riesgo suicida, el médico de atención primaria está en


mejores condiciones para detectar aquellos individuos suicidas en potencia y las guías
prácticas pueden trazar la conducta que se debe seguir para que este tipo de paciente
sea valorado de forma precoz por profesionales de la salud mental, los que sin
objeción, están científicamente más capacitados para profundizar en el diagnóstico
nosológico, perturbabilidad y letalidad potencial de la persona con riesgo de
autodestrucción, así como la terapéutica que debe seguir, sea hospitalizado o de forma
ambulatoria.

No obstante, se considera por muchos, y entre ellos el autor del libro, que la
prevención de este acto no es un problema exclusivo de las instituciones de salud
mental, !léase equipos de salud mental, psiquiatras y psicólogos!, sino de toda la
comunidad, sus organizaciones, instituciones e individuos. En la medida en que
mayor cantidad de personas, sean profesionales o voluntarios, sepan qué hacer frente a
un paciente con riesgo suicida, mayor será la posibilidad de evitar que se autolesione.

Lo segundo es que una persona en crisis suicida no es un criminal ni un loco


furioso capaz de realizar cualquier agresión, no sólo contra él sino contra otros.
Generalmente se trata de personas muy infelices que piensan en autodestruirse por no
tener otras formas de adaptarse a situaciones dolorosas de sus vidas.

Y tercero, se hace necesario eliminar creencias erróneas que se han arraigado en


los que desconocen esta conducta, como las siguientes:

1. "La gente que habla de suicidarse nunca lo hace". No es cierto, aproximadamente


el 75 % de los que se suicidan lo habían intentado con anterioridad, y de cada 10
personas que lo hicieron, 9 dieron aviso de lo que ocurriría o habían hablado de ello.

2. "El suicidio se comete sin previo aviso". No es verdad, la persona da muchas


señales verbales y extraverbales de sus propósitos.

152
3. "El paciente que se repone de una crisis suicida no tiene peligro de recaer". No
es cierto, pues casi el 50 % de los que atravesaron dicha crisis, llevaron a vías de
hecho el suicidio dentro de los primeros tres meses siguientes, cuando todo parecía
pensar que el mayor peligro había transcurrido.

4. "Todo el que se suicida está deprimido". Aunque todo deprimido es un suicida


potencial, no todo el que lo lleva a efecto lo es, pues puede ser un individuo con un
trastorno de personalidad, alcohólico, etcétera.

5. "El suicidio se hereda". No es cierto, éste no se hereda, lo que puede suceder es


que se herede la predisposición a padecer determinadas enfermedades en las que éste
puede ocurrir (esquizofrenia, trastornos afectivos) o que se imite dicho
comportamiento anormal.

6. "Hablando con un individuo con riesgo suicida sobre el tema, se puede hacer
que lo lleve a cabo". No es verdad, ya que se ha comprobado que esto reduce el
riesgo, y es la primera posibilidad, quizás irrepetible, de iniciar su prevención.

7. "El suicidio no puede ser prevenido, pues ocurre por impulso". No es cierto; en
1949, E. Ringel examinó 745 casos de intentos suicidas con el objetivo de determinar
su estado psíquico previo al acto y describió el síndrome presuicidal, que aunque no
forma parte de ninguna enfermedad psiquiátrica, es un común denominador de todos
los trastornos psíquicos, y la persona en crisis lo es. Dicho síndrome presuicidal está
conformado por constricción de sentimientos e intelecto, inhibición de la agresión y
fantasías suicidas, las cuales se refuerzan entre sí. La detección de estos síntomas
puede evitar la autodestrucción.

8. "Sólo los psiquiatras pueden prevenir el suicidio". No es verdad, en párrafos


precedentes recalcamos que cualquier persona puede ayudar a la prevención del
mismo.

9. "El abordar a una persona en crisis suicida sin preparación para ello, sólo
mediante el sentido común, es perder el tiempo". No es cierto, si el sentido común
nos hace asumir los siguientes principios, será una valiosa ayuda para el paciente
potencialmente suicida:

– Escuchar con atención a la persona en crisis, facilitando su desahogo.

– Durante el discurso del sujeto en crisis se deben utilizar, en su momento, frases


cortas que le hagan sentir que lo comprendemos y lo tomamos en serio. Estas frases
pueden ser:"Me imagino", "Entiendo", "Es lógico", "Claro", "No es para menos",
etcétera.

153
– Preguntar siempre sobre el comportamiento suicida según lo indicado al inicio de
este libro.

– Ayudarle a que encuentre otras alternativas que no sea la autodestrucción, aunque


no confíe en aquellas que no pueda realizar inmediatamente. Ejemplo:"Yo voy a irme
de la casa" (sin tener otro lugar donde vivir);"Me voy a olvidar de él" (como si la
memoria fuera como la pizarra, que se puede borrar en un momento y no quedar
huellas de lo escrito); "Tengo que cambiar para que ella vuelva" (a pesar de que ella
no desea nada más con él y ya tiene un nuevo amante).

– No dejar sola a la persona en crisis y hacer todos los esfuerzos por atraerla a los
profesionales de la salud (médico de atención primaria, enfermeras, psicólogos,
psiquiatras, etcétera), o a los servicios de salud en cualquiera de sus modalidades
(consultorios, policlínicos, hospitales).

Otra forma de abordar al individuo en situación de crisis es lo que se ha denominado


primera ayuda psicológica, que tiene puntos de contacto con lo descrito
anteriormente.

Si el individuo ya ha realizado una tentativa de suicidio, la primera medida es salvar


su vida, por lo que hay que apoyarse en un médico que evalúe los posibles daños e
imponga el tratamiento oportuno que impida futuras secuelas.

Pero si el sujeto está en condiciones de cooperar, se debe facilitar la comunicación


con la intención de conocer cuál ha sido el móvil que explique dicha conducta.

Un intento de autodestrucción es una forma desesperada de decir algo y se


considera un grito de ayuda o socorro. Es, en definitiva, un mecanismo de
adaptación anormal que nos dice que el paciente no encuentra o no tiene otros más
adecuados.

Generalmente estos son algunos de los significados del intento suicida:

1. Posibilidad de dormir para descansar, temporalmente, del agobio de una situación


intolerable.

2. Expresar rabia, inconformidad, frustración.

3. Debut de una enfermedad psiquiátrica de relevancia.

4. Reacción ante la pérdida de una relación valiosa.

5. Forma inadecuada de vivir.

154
6. Reclamación de apoyo.

7. Agredir a otros.

8. Evitar el dolor físico o la enfermedad fatal.

Conociendo estos posibles significados, se puede entender mejor al paciente suicida


y ayudarlo más eficazmente.

Una vez logrado establecer la causa del intento suicida, se debe continuar
escuchando con paciencia y sensibilidad, y mantenerse cerca del sujeto para
disminuir los sentimientos de soledad tan frecuentes en ellos, que perciban que se les
acepta, a pesar de esa anómala conducta.

Es de importancia capital que el paciente comprenda, si su estado mental lo permite,


que esa vida es suya y que nadie mejor que él debe cuidarla, por lo que nuestra
función es tratar de que se ayude, es decir, trabajar juntos por la opción de vivir, no
de morir.

Al mismo tiempo, debemos ser sagaces observadores de nuestras propias reacciones,


teniendo en cuenta que el afecto no es una técnica terapéutica reconocida ni es
suficiente para darlo a todos los pacientes, por lo cual debe dosificarse.

También deben evitarse las manifestaciones de odio, desprecio, indiferencia, burla o


cualquier otra que traduzca un rechazo, consciente o no, a este tipo de personas.

Al igual que debemos velar nuestras reacciones, no menos importantes son las del
sujeto, que puede asumir actitudes de víctima, de autocompasión, manipulativa,
francamente hostil, lo cual debe ser confrontado de forma inmediata a la
presentación de las mismas.

Quagliata, S. (2015.). Las características del duelo en madres


de hijos fallecidos por suicidio.

RESUMEN

La experiencia de perder un hijo por causa de un suicidio es una de las heridas más
dolorosas que pueden vivir los padres, lo cual implica sobrevivir al hijo en un
proyecto de vida truncado.

155
Los estudios relevados no profundizan sobre los procesos psicológicos en estos
duelos, sino que realizan descripciones generales de síntomas, clasificados en
normales o patológicos.

En Uruguay, el suicidio representa la segunda causa de muerte entre las edades de 15


y 34 años. En el 2012, un estudio reveló que el 9.2 % de 3.524 adolescentes de la
enseñanza media, entre 13 y 15 años intentaron suicidarse. En el 2014, la tasa de
suicidio fue de 17.4 por cada 100 mil habitantes y 601 suicidios. Mientras que las
notificaciones epidemiológicas fueron 3.395 para intentos de suicidio.

Para conocer las vivencias de este duelo se realizó una investigación cualitativa de
carácter exploratorio, cuyo diseño fue un estudio de casos sobre una muestra de seis
madres. Se investigaron los procesos psicológicos comprometidos en el duelo, las
posibles causas del suicidio y los recursos psicosociales para enfrentar el dolor. Se
interpretaron las narraciones de entrevistas, a partir del análisis de contenidos y desde
la teoría psicoanalítica y bibliografía internacional sobre prevención del suicidio.

El trauma psicológico es inherente a este duelo, el cual es determinado por el vínculo,


el suicidio como causa de muerte y la culpa que cumple una función en ellos. En todos
los suicidios hubo combinación de factores de riesgo, aunque sobresalió la violencia
intrafamiliar y la depresión. La resiliencia fue la capacidad fortalecida en los nuevos
vínculos con grupos de la comunidad.

Finalmente, el duelo es un estado que permanece en el tiempo y cumple la función de


mantener con vida a estas personas, sintiendo culpa, para vivir negando una parte de la
realidad irreversible.

Palabras clave: estado de duelo, suicidio hijo, trauma psicológico, resiliencia.

1. CAPÍTULO

I: Fundamentación General

1.1 Fundamentos Epistémicos

Para comenzar una oración que bien puede representar a esta investigación veo pero
no quiero ver. Esta frase contradictoria sostiene la ambivalencia en el sentimiento de
atravesar una experiencia tan ajena y cercana como la muerte de un hijo/a. De la
misma manera el suicidio es un acontecimiento familiar, al cual ocultar y esconder
para que otros no sepan. El término ominoso en idioma alemán es heimlich, cuya
categoría lingüística es un oxímoron, pues concentra significados contrarios e

156
inseparables. Freud (1919/1986, vol. 17) estudió los orígenes de Heimlich y constató
la existencia de una angustia de horror.

También rastreó el término y encontró matices, el más importante su opuesto en


alemán unheimlich. Freud cita a Schelling para decir que «se llama unheimlich a todo
lo que estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, […] ha salido a la
luz” (O. Cit., p. 224).

¿Cómo comprender que heimlich/unheimlich en la lengua alemana son palabras


gramaticalmente opuestas y que en heimlich confluyen significados emparentados?

Freud al respecto dice: Quedamos advertidos de que esta palabra heimlich no es


unívoca, sino que pertenece a dos círculos de representaciones que sin ser opuestos,
son ajenos entre sí: el de lo familiar y agradable, y el de lo clandestino, lo que se
mantiene oculto […] heimlich es una palabra que ha desarrollado su significado
siguiendo una ambivalencia hasta coincidir al fin con su opuesto, unheimlich (O. Cit.,
p. 224-226)

Para Popper (1972), una pregunta epistemológicamente adecuada es aquella cuya


afirmación concuerda con los hechos, si esto sucede tal pretensión de verdad es
objetiva. En igual sentido señala que «el avance del conocimiento consiste
principalmente, en la modificación del conocimiento anterior» (O. Cit., p. 52).
Asimismo, la ciencia deja de ser segura para tener un carácter hipotético y conjetural,
al igual que entender el mundo es un problema esencialmente humano. Sostiene que
«el hombre puede conocer; por lo tanto, puede ser libre» (O. Cit., p.26).

Del mismo modo con las fuentes de la ignorancia inherentes al hombre, cuyos
prejuicios son inoculados por la cultura y la sociedad. El poder de las tradiciones y de
las doctrinas religiosas ciegan los ojos del observador y falsean la verdad que aparece
ante sus ojos.

1.2 Situación del problema de la investigación

Nuestra cultura es dinámica pero cambia lentamente el estado de las cosas sostenido
por las prácticas cotidianas y las experiencias subjetivas de los sujetos. Accedemos a
la cultura a través de las representaciones que las personas tienen sobre ella.

Compartimos una misma época, un tiempo y un espacio comunes de un entramado


social e intersticios culturales vivos, los cuales son trasmitidos de generación en
generación Dice Harris (2004) que a esta trasmisión de valores, conceptos y
tradiciones se le llama endoculturación, la cual es «una experiencia de aprendizaje
parcialmente consciente y parcialmente inconsciente» (p. 144).

157
Las generaciones de más edad, inducen y obligan a las generaciones más jóvenes a
adoptar los modos de pensar, estilos de vida y comportamiento tradicionales, a través
de dichos procesos.

La endoculturación es un dispositivo intrínseco de control ejercido por las


generaciones más grandes para asegurar la continuidad de su cultura, la cual transmite
un carácter natural y casi incuestionable a nuestras pautas de conducta (O. Cit.). En el
siglo XXI estos procesos se complejizan a partir de la movilidad de los significados,
lo cual es inevitable debido a los entrecruces transnacionales que impugnan la inercia
de las cosas. Si bien la endoculturación es un dispositivo restrictivo «puede explicar la
continuidad de la cultura, pero no puede dar cuenta de la evolución de la cultura”
(Mead, en Harris, 2004, p. 148).

La cultura deja vacíos en la no-repetición de algunas prácticas, lo cual dificulta poder


anticipar los comportamientos esperables para las diferentes franjas etarias.

Las ascendientes generaciones son los vectores humanos de transmisión de las


tradiciones. Del mismo modo, las nuevas adquisiciones de la cultura son propiedad de
las generaciones presentes y actuales, lo cual desdibuja las certezas de lo esperable
para cada generación y para cada contexto socio-histórico.

Para este trabajo, lo inesperado se vuelve una pregunta sin respuesta para las madres
¿por qué se suicidó, por qué lo hizo? La cual se mantiene en espera por años. En tal
sentido, un riesgo a prevenir es la identificación del sobreviviente con el suicida
(Pérez Barrero, 2005).

El suicidio es un acto mortal por medio del cual una persona pone fin a la propia
vida.

Para el mundo académico representa la interpelación constante que moviliza a la


producción de conocimientos, el cual debe dirigirse al corrimiento de las fronteras
disciplinares y de las certezas sobre las cuales se asientan dichos saberes.

Para las madres sobrevivientes resulta difícil encontrar cómo expresar el conflicto de
las emociones. A nivel intrafamiliar y social, el suicidio concentra significados y
representa un tema prohibido.

Los/as sobrevivientes en ocasiones callan y quedan solos ante el dolor y el silencio de


los otros, lo cual acrecienta el daño psicológico por la falta del soporte social en las
redes de vínculos.

Cabe preguntarse: ¿qué pasa con estos padres y madres, quienes sienten el dolor y
angustia por la pérdida del hijo/a?, ¿cómo es la convivencia del duelo con la

158
prohibición solapada de la sociedad que les impide manifestarse, les ignora y sofoca
su dolor?

Parecería ser que en este siglo XXI se catapultaron polaridades presentes en todos los
tiempos, pero difíciles de integrar para el psiquismo. Somos los únicos seres vivos que
sabemos de la finitud de la vida. Por lo tanto, vivir implica también saber de la
muerte. De la misma manera, vivir implica integrar el concepto de muerte como algo
ajeno a uno mismo como una forma de obtener el beneficio de la vida en vivir. Con el
advenimiento de la modernidad, el duelo era de costumbre y orden reconocerlo,
contrariamente a lo que parecería suceder hoy.

El sufrimiento que interpone el duelo por estas muertes ha pasado a ser


inconveniente, rechazado, prohibido y hasta medicado. Asimismo en nuestra cultura
judío-cristina el duelo parecería que dejó de ser un acontecimiento social, «la muerte
ya no es más subjetivable, aunque fuera en el sentido de un choque con la
subjetivación» (Allouch, 1996, p. 154).

La muerte del hijo/a instala una nueva realidad subjetiva. Probablemente, haya que
volver a significar el “estar de duelo”. No necesariamente, el duelo como reactivador
de energías psíquicas, el cual representa un “estado transitorio”. Sino que las madres
de nuestro estudio tienen que asimilar la desaparición del hijo/a y hacer propia la
inexistencia del objeto, aunque éste exista como objeto perdido en lo psíquico
(Allouch, 1996).

Para Bourdieu, Chamboredon y Passeron (2005), «no hay operación por más
elemental y, en apariencia automática que sea de tratamiento de la información que
no implique una elección epistemológica e incluso una teoría del objeto» (p. 68). Es
posible conocer los hechos sociales hasta cierto punto. Se tiene conciencia de ellos a
través de las sensaciones e impresiones, así como también desde las ideas-fuerza y de
los conceptos explicativos que los circunscriben. Desde la misma perspectiva, la
construcción del objeto nunca puede resolverse de antemano y en forma definitiva
(Bourdieu et al., 2005). Ha sido una decisión metodológica de esta investigación
poner el centro en las voces de las participantes, debido a los escasos desarrollos sobre
la temática.

1.3 Relevancia de la investigación

Esta investigación tiene un carácter social, pues para Denzin y Lincoln (2011) se
ubicaría dentro del movimiento basado en la evidencia, lo cual la define como una
actividad que sitúa al observador en el mundo.

159
Luego de haber expuesto el problema resulta un compromiso social y universitario dar
respuesta a ambas temáticas. Se considera que esta investigación tiene un compromiso
ético con la población y adquiere una relevancia que se aplica a diferentes
dimensiones.

1.3.1 Trascendencia social

El fenómeno estudiado contribuye a visibilizar el tema del suicidio en nuestra


sociedad en particular. Se generan aportes para la comprensión del fenómeno en
general y para su prevención. Asimismo, aporta un enfoque para el tratamiento y
abordaje con los familiares sobrevivientes.

1.3.2 Soporte comunitario

Resulta relevante transmitir a toda la sociedad y sus instituciones que estos duelos
menoscaban todas las áreas de desempeño de la persona. Igualmente, para considerar
que los tiempos de recuperación ante la pérdida no son predecibles. Para poder
ayudarles, es fundamental comprender que en los padres sobrevivientes se mantiene el
anhelo y el deseo de volver al pasado para evitar el suicidio.

Reconocer y aceptar como sociedad que es un tema que genera rispideces y rechazos,
lo cual inconscientemente refuerza el tabú y los mitos alrededor.

Aprender que en este sentido se puede apoyar y habilitar a los sobrevivientes a


hablar del duelo y del suicidio.

Asimismo, hacer visible la importancia que representa que los padres abandonen la
dureza del castigo moral de echarse culpas, lo cual facilitaría la vivencia en estos
duelos. En igual sentido correrse del lugar de víctima como sobreviviente y poder
apropiarse de una posición activa para el cambio en sus condiciones de vida.

1.3.3 Prevención del Suicidio en el Sistema de Salud

Contribuye a reiterar la necesidad de un cambio urgente en el modelo de atención en


salud mental, particularmente con relación al Sistema Nacional Integrado de Salud
(SNIS). Del mismo modo con la generación de aportes para una base de conocimientos
sobre la prevención del suicidio a escala individual y sobre el abordaje con los
familiares sobrevivientes.

160
En el mismo sentido la investigación muestra la necesidad de capacitar en el
reconocimiento del riesgo suicida, en el tratamiento y seguimiento de los Intentos de
IAE.

De igual manera con el seguimiento de los efectos del suicidio sobre los
sobrevivientes. Indica la importancia de la capacitación de todo el personal de la
Salud, tanto técnicos como no técnicos.

El estudio muestra la posibilidad de crear y/u optimizar la articulación de los recursos


asistenciales desde un enfoque interdisciplinario, para la prevención de posibles
futuros suicidios en los familiares.

Desde los recursos, genera visibilidad para la implementación de campañas de


sensibilización dirigidas a la comunidad, a la articulación de las redes de contención
social, desde y hacia las instituciones con distintos sectores de la sociedad.

1.3.4 Formación Clínica en Procesos Suicidas

A nivel de la formación de los psicólogos/as apunta a generar elementos de


diferenciación en las clasificaciones de duelo tradicional, así como a construir
herramientas técnicas para las intervenciones psicológicas.

Esta investigación también propone aportar y generar conocimientos sobre la


prevención del suicidio a nivel local y atender a las señales sobre una posible
evolución patológica del duelo; desde las perspectivas de las madres sobrevivientes.

En el mismo sentido, aspira a contribuir a la construcción de indicadores específicos


sobre este duelo en la clínica psicológica.

La literatura científica se enfoca hacia la comprobación de la existencia de los factores


de riesgo suicida a nivel poblacional. Sin embargo, aporta sobre la necesidad de
formar a los psicólogos/as en la detección y en la manifestación de los riesgos a
escala individual, para prevenir un posible suicidio y para intervenir durante las
crisis del proceso.

Se entiende que las problemáticas sociales traspasan el límite del imaginario colectivo
sobre el suicidio y muestran su anclaje en la clínica individual. En este sentido hace
visible la necesidad de realizar diagnósticos más tempranos, en el tratamiento de los
traumas psicológicos y sus efectos, en las depresiones y en el uso problemático de
drogas, entre otras afecciones en el límite con la salud mental.

161
Por último contribuye a tomar conciencia de la necesidad de agudizar la mirada y la
escucha clínicas, del mismo modo para la formación específica en la temática.

1.3.5 Duelos complejos

Este estudio aporta visibilidad para precisar algunos conceptos teórico-clínicos, los
cuales ayudan a la comprensión de los procesos acompañantes en ellos. Asimismo,
desde un abordaje individual y social señala la necesidad de crear estrategias
innovadoras y contingentes, así como también para construir e interconectar
dispositivos de contención. Se considera necesario el acceso a la atención específica
con dispositivos individuales y grupales.

La investigación señala la necesidad de rescatar el reconocimiento social por estar


de duelo y contribuir a la des-estigmatización del suicidio. Especialmente hace
visible la entidad que adquiere la violencia intra-familiar como factor de riesgo para
cometer suicidio.

En igual sentido deja en evidencia a la violencia en todas sus manifestaciones como


una problemática político-social que arrasa con las personas y vulnera el soporte de
los vínculos, del mismo modo con la capacidad de tolerar el estrés en estos hijos/as
que cometieron suicidio.

Asimismo, pone en evidencia que los efectos de la violencia perdidos en la memoria


se reintroducen en las dimensiones de la realidad psíquica (Barros, 2014). Del mismo
modo con los suicidios, «el silencio refuerza el desamparo y desvalimiento psíquico
de los sujetos» (O. Cit., p. 132)

Apunta a un cambio cultural para revertir el estigma social, lo cual representa un


obstáculo en el duelo, dado que refuerza la culpa de las madres y la soledad en el
duelo. Asimismo, hace posible ver determinados riesgos en ellos: la desesperanza, la
angustia, el aislamiento, el miedo a morir de igual forma y la falta de proyección a
futuro. No obstante, los aspectos protectores a tener en cuenta son la aceptación de
ayuda y la flexibilidad para adaptarse a la nueva realidad.

1.3.6 Recursos de afrontamiento

La resiliencia es una capacidad a fortalecer en los sobrevivientes. Resultan


relevantes los aportes sobre este concepto, el cual se considera un proceso creador de
nuevas condiciones y de establecimiento de nuevos vínculos. Esta perspectiva de

162
proceso aporta un enfoque que permite diagramar recursos psicosociales e integrar las
organizaciones de los apoyos en estos duelos. Desde una perspectiva de comunidades
resilientes.

A escala individual se considera que la resiliencia es una fortaleza, la cual las


personas pueden reconocer en sí mismas. La puesta en marcha de los aprendizajes
previos abre caminos hacia los nuevos. Se considera que la resiliencia es un proceso
de procesos interactivos, el cual se enriquece y cobra fuerza con el apoyo de los
grupos al servicio del duelo.

1.3.7 Detección de riesgo suicida

A nivel académico local y regional escasamente existen producciones científicas


específicas de referencia.
Por lo tanto a nivel general aporta conocimientos para la formación de la disciplina
en los siguientes temas:

1. La prevención de posibles futuros suicidios tanto en los padres como en los


demás integrantes del grupo familiar y en el entorno afectivo más cercano
(amigos, compañeros de trabajo, entre otros)
2. La reducción de los riesgos y posible cronificación de los duelos hacia la
patología
3. La articulación, optimización y creación de recursos psicosociales y
asistenciales orientados hacia la interdisciplina e intersectorialidad

Este trabajo es una contribución general a la identificación de los aspectos clínicos y


a la presentación de conocimientos teóricos novedosos, que complejizan las nociones
acerca del duelo. En igual sentido aporta una nueva mirada a la comprensión del
funcionamiento psíquico frente a una situación traumática, como lo es el suicidio de
un hijo o una hija.

2. CAPÍTULO II

Marco Teórico-Referencial

Este capítulo presenta el recorrido teórico principal que contribuyó a la comprensión y


delimitación del problema de la investigación. Se comienza por presentar el suicidio,
desde su definición y las representaciones que concentra a su alrededor, así como
también los aspectos relacionados con el riesgo y la protección del mismo.

163
Seguidamente, se profundiza sobre las concepciones del duelo, las representaciones de
la pérdida de un hijo o una hija. Del mismo modo se caracterizan las particularidades
del duelo con relación al suicidio como la causa de la muerte.
Al final se presenta el concepto de resiliencia, sus manifestaciones y diferentes
recursos para enfrenar la pérdida. Se toma al Psicoanálisis como marco
teórico-referencial, del mismo modo que se articulan saberes desde una perspectiva
dialógica de aprendizajes colaborativos, se incluyen otros desarrollos teóricos de la
Psicología y de otras disciplinas.

2.1 El suicidio. La prevención

El suicidio es un acto de muerte ligado a la esencia del ser humano. El mismo


término de “suicidio” admite más de un aspecto controversial.

El rastreo del vocablo en los orígenes señala la inexistencia del mismo en


innumerables idiomas (Morin, 2008).

El suicidio representa para la sintaxis del lenguaje una forma compuesta proveniente
del latín: «mod suicidium, y del lat. sui “de sí mismo” y -cidium “-cidio” […] Acción
y efecto de suicidarse» (Real Academia Española, 2014) .

La palabra suicidio es un emergente que condensa la intención y el acto en una


misma expresión y solapa su condición de tabú. Semánticamente, la palabra suicidio
remite a una perífrasis procedente de la articulación de las prácticas del pecado y del
crimen «homicida de sí» (Morin, 2008, p. 165).

De esta forma, el silencio que rodea al suicidio se perpetuaría desde la Edad Media.
Este fenómeno remite a la colisión de tres mundos: el estoico, la moral y el cristiano
(Murray 2000; O. Cit.). Aunque, en el Renacimiento se produjo la medicalización del
suicidio que las diferentes culturas han buscado capturar.

El sociólogo Durkheim (1897) fue uno de los primeros investigadores de la


Modernidad en ocuparse del suicidio como un fenómeno de ocurrencia social. Al
respecto, decía que el suicidio se hace más frecuente a medida que avanza la edad.
Realizó una clasificación de los suicidios relacionada a las causas sociales y observó
la influencia de los factores psicológicos. Asimismo determinó que la imitación en los
suicidios es un fenómeno social de reciprocidad, que contribuye a la elaboración de un
sentimiento general. Este autor dice que: «en la medida en que se puede admitir que el
suicidio se reproduce por unas o por otras de estas direcciones, habrá que hacerlo
depender de causas sociales y no de condiciones individuales» (O. Cit., p. 53)

164
Amèry (1976) dice del suicidio que conforma el par conceptual suicidante-suicidario,
pues el sujeto lleva consigo el proyecto de muerte voluntaria, así como el acto
mediante el cual se extingue a sí mismo. Además, considera que el suicida manifiesta
dos cosas a través de su acto, la fidelidad a los pactos y al triunfo de un yo, que solo
se pertenece a sí mismo (O. Cit.). Desde una óptica diversa acerca del suicidio: Ya
sólo cuenta una sola cosa, lo que llamamos dignidad: el suicidario está decidido a ser
suicidante, y a no exponerse de nuevo al ridículo de la cotidianeidad alienante o a la
sabiduría de psicólogos o parientes, que suspirarán aliviados, pero a duras penas
podrán reprimir una sonrisa indulgente. (O. Cit., p. 96)

Para las autoridades nacionales: El suicidio es un fenómeno multicausal, que implica


el acto de matarse a sí mismo». En él intervienen diversos factores que van desde lo
político, económico y ambiental, hasta lo biológico, psicológico y sociocultural. Es
así que el suicidio impacta enormemente en el plano individual, familiar y social, a
través de varias generaciones (CNHPS, 2011)

Se ha tratado el suicidio como un fenómeno a comprender y prevenir desde el punto


de vista social.

En tal sentido, la OMS (2014) ha recopilado de investigaciones internacionales los


factores de riesgo y los factores protectores del suicidio, para propender y promover
acciones tendientes a la identificación de ellos a escala individual, como estrategia
para la prevención del suicidio.

Los factores de riesgo suicida son clasificados a nivel de:

1.El Sistema de Salud y la Sociedad


2. La Comunidad y sus relaciones
3.El Individuo

Asimismo, la OMS (2014) ubica tres estrategias para la prevención del suicidio:

Las estrategias universales se relacionan con la construcción de políticas dirigidas a


toda la población, en relación con: el acceso a la atención, la promoción de la salud
mental, la reducción del consumo de alcohol y drogas, la limitación al acceso de los
métodos para cometer suicidio y la información responsable por parte de los medios
de comunicación.

165
Las estrategias selectivas se relacionan con las políticas o acciones dirigidas a la
prevención sobre los grupos vulnerables de personas que: han padecido traumas y/o
abusos, son familiares sobrevivientes de suicidas, son víctimas de conflictos bélicos
y/o desastres naturales y aquellas que son refugiadas y migrantes.

Las estrategias indicadas se relacionan con las acciones dirigidas al cuidado de las
personas vulnerables mediante el apoyo de la comunidad y el seguimiento posterior
desde las instituciones de salud. Para ello se propone la capacitación específica del
personal de la salud en la identificación de los trastornos mentales y en el uso y
consumo de sustancias.
Por consiguiente, para la OMS (2014)

A.Los factores de riesgo asociados al Sistema de Salud y a la sociedad son:

1. Dificultades en el acceso a la atención sanitaria necesaria, oportuna y específica


2. .El acceso a los diferentes medios y métodos para cometer suicidio,
3. . El sensacionalismo concerniente a la difusión del suicidio en el cual incurren
algunos medios masivos de comunicación, lo cual aumenta el riesgo de
imitación de las conductas
4. La estigmatización que recae sobre las personas que piden ayuda por
comportamientos suicidas, por problemas de salud mental y por el consumo de
drogas psicoactivas.

B. Factores de riesgo asociados a la Comunidad y sus relaciones:

1. .Las guerras y desastres naturales


2. Procesos de aculturación impuestos sobre poblaciones indígenas y/o
poblaciones desplazadas
3. La discriminación, el aislamiento social
4. El abuso, la violencia y las relaciones conflictivas

C.Factores de riesgo asociados al Individuo:

1. Intentos de suicidio previos


2. Antecedentes familiares de suicidio
3. Trastornos mentales y/o problemas asociados a la salud mental
4. Dolores crónicos
5. Pérdidas afectivas significativas
6. Pérdidas financieras

166
También, vinculadas a las estrategias de prevención: fortalecer en el individuo la
identificación de factores protectores, tales como las relaciones personales sólidas, un
sistema personal de creencias y estrategias de afrontamiento positivas. (O. Cit.)

En cuanto al marco legal, el Poder Legislativo (2006) crea la «Ley 18.097 “Día
Nacional para la Prevención del Suicidio”, declarándose con ese fin el 17 de julio de
cada año. A nivel nacional, en el año 2004 el Poder Ejecutivo crea la Comisión
Nacional Honoraria de Prevención del Suicidio (CNHPS) con la participación de los
Ministerios de Salud Pública, de Educación y Cultura, del Interior y de Relaciones
Exteriores. Esta Comisión tiene como finalidad la coordinación de las estrategias
nacionales para la prevención de suicidios. Consecuencia directa de las estrategias
sanitarias a nivel mundial y nacional. En el año 2009 se integra la CNHPS presidida
por el MSP y en el 2010 se suma el Ministerio de Desarrollo Social, en lugar del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Además, se incorporan representantes de la
Universidad de la República al asesoramiento técnico. En el marco de esta Comisión
se elabora en el 2011 el “Plan Nacional de Prevención del Suicidio 2011-2015”, cuya
meta es la reducción de la mortalidad por suicidio en un 10% para el período
2011-2020 (CNHPS, 2011).

Los ejes estratégicos del Plan Nacional (2011) son:

1. Organización de la Atención Integral en Salud Mental.


2. Construcción de Intersectorialidad y trabajo en Red.
3. Sensibilización a la comunidad y Educación a la población en Promoción de Salud
Mental y Prevención de Suicidios.
4. Formación, Capacitación y reorientación de recursos humanos para el abordaje de
la prevención de suicidios, atención de los IAE y sobrevivientes.
5. Desarrollo e implementación del Sistema nacional de Información en IAE y
Suicidios.

La OMS (2014) indica que la cultura en algunas sociedades del planeta constituye un
factor de riesgo suicida a considerar. Sobre esto suscribe que: «se ha observado
variabilidad cultural en cuanto al riesgo de suicidio […] la cultura puede aumentar el
riesgo de comportamientos suicidas o proteger contra estos» (O. Cit., p. 8)

2.2 La muerte: significados y representaciones

La necesidad de pensar sobre la muerte ha sido una inquietud filosófica y existencial


en los seres humanos. La raigambre de la negativa a asimilar la finitud del ser con la
desaparición física trajo como consecuencia la construcción por añadidura de la

167
inmortalidad del bienaventurado/desafortunado, que a entender de Ariès (2011)
«proporciona un espacio intermediario entre la muerte y la conclusión definitiva de la
vida» (p.122).

El ars moriendi o artes del buen morir surge en el siglo XV a partir del poderío y de
la preeminencia de la ley de Dios en la vida de las personas, de tal manera que la vida
después de la muerte y la salvación del alma adquirieron el valor de verdad absoluta
en la Edad Media. Las ars moriendi emergen como la recopilación de aquellas
prácticas sociales en prosecución del encuentro del hombre con la muerte y la
salvación de su alma, como alternativa de sobrevida frente a las últimas tentaciones
que le condenan.

Desde estas artes y de algunas costumbres medievales que perviven, Ariès (2011) dice
que «la habitación está llena de gente porque siempre se muere en público» (p. 124).
Este arte(s) consiste en la tensión entre el ritmo de los muertos y la parálisis de los
vivos. Un tiempo de incertidumbre «la de la hora de la muerte y la igualdad de los
hombres ante ella» (O. Cit., p. 133).

Para las ars moriendi, el suicidio aparece como una tentación: «“Mátate a ti
mismo”, le sugiere el diablo al enfermo que alza ya su puñal para matarse» (Rousset,
1936, en O. Cit., p. 141) Las ars moriendi adquieren otras manifestaciones aunque con
la subyacente negación de la muerte como la finitud del ser.

En el Renacimiento surge un amor apasionado por la vida como la voluntad absoluta e


imponer la vida como un valor autónomo, «voluntad que podía ir incluso hasta la
negación del alma y de la supervivencia» (Ariès, 2011, p. 148). El triunfo versus el
fracaso impone una velocidad al hombre para nunca detenerse, pues su deseo debe
encontrarse con el triunfo en la meta. Este autor considera que las ambiciones de "el
hombre" van a un ritmo más rápido del que puede alcanzar. «Entonces siente que ha
echado a perder su vida». En particular sostiene que es una prueba que ha sido
reservada para los varones. (O. Cit., p. 158)

Complementariamente, el suicidio en las sociedades posmodernas impacta en la


población adolescente. El fracaso que representaría el no triunfo del deseo y por ende
de la vida, sería una prueba que se le presenta al ser humano alrededor de los 40 años
(Ariès, 2011).

Sin embargo, esta conclusión ha cambiado actualmente. La reflexión acerca del


triunfo personal tiende a confundirse antes de la aparición de las decadencias de la
vejez y de la muerte. La antelación de la pregunta por el triunfo o por el fracaso se

168
observan en las dificultades que tienen los adolescentes para acceder al mundo de los
adultos. Conforme al autor estas dificultades pueden llevar al alcoholismo, a la droga
y al suicidio» (O. Cit.) El fracaso y la muerte aparecen como par de opuestos al
triunfo y a la vida. Esto se comprueba en la realidad que data en las cifras, pues los
adolescentes constituyen una población de alto riesgo suicida.

En el siglo XX y XXI se observa la inversión de la muerte como fenómeno, «la


sociedad ha expulsado a la muerte […] la sociedad no tiene ya pausas: la
desaparición de un individuo no afecta ya a su continuidad. En la ciudad todo sigue
como si nadie muriese» (Ariès, 2011, p. 626). Sin embargo, como la muerte no puede
ser expulsada de la vida y tampoco de la sociedad, «la muerte entra por la ventana,
vuelve tan rápido como había desaparecido» (O. Cit., p. 626). Evidentemente, la
expulsión es una ilusión mentirosa.

En este sentido, la supresión del duelo se debe a un acto frívolo de los vivos, pues se
niegan a participar de la emoción triste de los que están de luto, que aparece ya en la
actualidad como un rasgo significativo de nuestra cultura. La muerte es excluida, «las
crisis de lágrimas se convierten en crisis de nervios.

El duelo es una enfermedad» (Ariès, 2011, p. 648). En igual sentido, el silencio ya no


es un aspecto respetado para el que está de duelo, sino que es propiedad del entorno
del doliente. El rechazo de la muerte iría más allá de la persona en luto, se ha
extendido a todo aquello afectado por la muerte, lo cual se torna infeccioso (O. Cit.).

Por ende, la muerte es contagiosa. La muerte no es un acto simplemente individual.

El suicidio como la muerte por mano propia, para el duelo de los padres por un hijo/a
es una muerte que arrastra consigo la sobrevida.

La muerte de uno mismo como modelo triunfa en el siglo XIX como la representación
del más allá, lo cual se convierte en un lugar de encuentro de los vivos con aquellos
seres separados por la muerte y quienes nunca habrían aceptado esta separación.
(Ariès, 2011)

2.3 El duelo: representaciones de la pérdida

Como componentes del marco teórico se toman conceptos comunes y característicos a


todos, ya que las diferencias en el duelo están dadas por el vínculo con el hijo/a
fallecido y por las causas y circunstancias de la muerte. No obstante, la singularidad
está dada por el problema a investigar en esta tesis. El duelo con relación al suicidio

169
de un hijo/a. Mayormente, los desarrollos teóricos encontrados parten de conceptos de
duelo en sentido genérico y descriptivo.

En los duelos representar la pérdida requiere de una reacomodación psíquica a la


ausencia del ser perdido y amado. Para Martínez-Lucena (2008) «la muerte está fuera
del tiempo experienciable, y es algo indeterminado» (p. 238).

Asimismo, la angustia ante la cual se angustia el ser humano es la angustia de la


existencia en tanto del «ser-para-la-muerte» (Heidegger, 1991; en O. Cit.).

La muerte en el duelo remite a una pérdida a ser pensada en sentido metafórico. A


partir de la función representacional del lenguaje el sujeto trata de relacionar con el
mayor ajuste posible a la realidad, las relaciones entre las palabras y las cosas
(Jakobson, 1974). Esta función implica una asignación de sentidos propios a la
muerte de ese hijo/a con referencia a la propia experiencia vivida.

En el lenguaje operan dos niveles: el ideal en el cual el sentido no existe a nivel


psíquico y físico y el referencial donde el sentido guarda relación con la experiencia
de la situación a representar (Martínez-Lucena, 2008)

Sobre el concepto de ser-para-la-muerte y el ser contra la muerte Lévinas (1979) lo


discute con otros filósofos (citado en Peñalver, 2010). Asimismo afirma que la
Filosofía tiene la tarea de tranquilizar al ser humano frente a lo inevitable, «debe
hacerse cargo del profundo “no aceptar la muerte” del viviente más o menos sano» (O.
Cit., p 31).

En el mismo sentido, plantea que Lévinas sobre la prohibición del suicidio dice que no
es de tipo religioso, sino que es una resistencia a la oscuridad de la muerte, a la
imposibilidad de evadirse del ser. Esto equivaldría a la neutralización de los afectos y
a la ruptura por el interés pragmático de la vida cotidiana, lo cual implicaría una
liberación del alma para crear conocimiento (O. Cit.)

Con referencia exclusiva a la muerte, «si el suicidio pretende “dominar” la muerte, no


es ya que sobre él recaiga una prohibición de profundas raíces, es que es imposible.»
(Lévinas, 1979, en Peñalver, 2010, p. 39). Sobre la representación de la muerte, señala
la imposibilidad de asumir la muerte, pues la nada es imposible «es una toma de
conciencia de la imposibilidad de aniquilarse» (O. Cit., p. 39).

Sobre los fundamentos teóricos presentados. Epistemológicamente cercana a la ruta de


esta investigación, la psico-sociología y la sociología clínica. Ambas sostienen la

170
perspectiva de un sujeto-objeto de estudio (madres) enlazados en nudos
socio-psíquicos que les constituyen como tales. Las participantes permiten una
aproximación a la experiencia y vivencia de sujetos concretos, pues son las
acompañantes privilegiadas para introducir a la Psicología en esta temática (Araújo,
2013).

La especificidad del duelo como estado del alma queda inaugurado por la muerte de
un hijo/a, es uno de los matices más lastimosos que tiene la sociedad uruguaya frente
al suicidio.

Transitamos el siglo XXI con la pesada historia de guerras y catástrofes, calando la


esperanza de las personas. «La inseguridad y ese miedo a la pérdida y el fracaso,
genera vulnerabilidad y desasosiego, que, a su vez, son productores de ansiedad y
angustia» (Araújo, 2013, p. 27).

A partir de la década de los 60 los reclamos sociales, las políticas internacionales


post-guerra y la economía capitalista neoliberal configuraron un nuevo paradigma
epocal.

Para Araújo «La Hipermodernidad irrumpe con la tercera revolución tecnológica […]
todo es movimiento: espacio-tiempo […] la descorporalización de los vínculos, la
desterritorialización del trabajo y del encuentro» (O. Cit., pp. 29-30). La
Hipermodernidad constituye un nuevo paradigma para pensar y repensar lo
esencialmente humano atrapado por las paradojas del tiempo, por la soledad afectiva
y el miedo, lo cual interpela el sentido de vida misma a través del sujeto afectado por
la angustia y el agotamiento del sentir. El cuestionamiento principal en este
paradigma es el tiempo y las velocidades y cómo afectan en la subjetividad los
cambios sociales. En tanto paradigma, «crea y recrea valores y habitus con tal
vertiginosidad que nos impacta y genera, al mismo tiempo, una sensación de asombro
y admiración y un sentimiento de estar “fuera de nosotros mismos”» (Araújo, 2013,
p. 33). El sujeto se debate en la temporalidad de las urgencias personales y colectivas.

El yo de cada individuo se diluye en una sociedad líquida, según Bauman (en O. Cit.)
La alteridad en los duelos está dada en la responsabilidad del otro de continuar la
obra del que se ausenta.

En contraste al ser-para-la-muerte de Heidegger, Saldívar (2011) afirma que en


Lévinas hay un imperativo categórico en la alteridad, en la cual hay una
responsabilidad con los muertos, que denomina a «aquel que viene después de mí» (p.
140). Saldívar (2011) toma de Derrida el concepto de temblor para hablar de la

171
muerte, para decir sobre: la imposibilidad de contener el advenimiento de lo
absolutamente otro, lo ajeno, lo imprevisible […] la responsabilidad por el otro, sin
este responder por, sin el reconocimiento del otro como parte de mi ser, la vida no es
vida, ni la muerte, muerte. (p. 141).

Asimismo, en la entrevista realizada a Cohen afirma que tanta repetición de la palabra


“otro” en todo discurso genera que el concepto mismo de alteridad ha de desgastarse
y de generar deterioro en el uso de la lengua (O. Cit.).

Desde la clínica psicoanalítica las identificaciones tienen un lugar importante en la


teoría relacionado a la línea de las descendencias. Sin embargo, considerar que
existen deseos filicidas encarnados en la propia existencia aporta a estos duelos una
mirada interrogativa. Käes (1996) considera que las identificaciones se erigen sobre
los objetos y los procesos de la transmisión psíquica, las cuales estructuran los
vínculos inter-subjetivos.

En la línea identificatoria, hay autores que conciben una identidad intrincada entre
madres e hijos, a los cuales aquellas transmiten una vivencia de desamparo e
impotencia demasiado dolorosas para seguir viviendo. «Ellas se maternan por
proyección» (David, 2014, p. 118). Estas madres por identificación proyectiva
atribuyen a sus hijos/as todas las vivencias que le son propias (O. Cit.)

La convicción desesperanzada de no seguir viviendo ellas mismas, parecería participar


de un encargo inconsciente. La idea de “no seguir viviendo”, podría penetrar en el
psiquismo de sus hijos e hijas, pero para no seguir viviendo ellos.
Hijos e hijas que probablemente hayan sido objetos fuertemente subjetivados por el
psiquismo materno y constituyeron una prolongación psíquica de ellas mismas. «Estos
niños son la representación inconsciente de lo que debe reparar el narcisismo
maternal, lo que debe insuflar esperanza.» (O. Cit., p. 117). Lo que puede
transformarse para sus hijos/as en una suerte de madres omnipresentes.

La teoría psicoanalítica sostiene el marco de referencia principal. Freud en 1915, en


Duelo y Melancolía dice: «El duelo es, por regla general, la reacción frente a la
pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la
patria, la libertad, un ideal, etc.» (p. 241)

El trabajo que conlleva el duelo – así es considerado por él –, no ha de ser perturbado


en su evolución, pues pasado un tiempo éste se superaría. Asimismo, establece
diferencias entre el duelo normal y la melancolía como representante del duelo
patológico, por el desasosiego que ésta conlleva y por la espera de un castigo

172
delirante. Freud también delimitó diferencias sustanciales, cuando afirmó que, en «el
duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo
mismo» (O. Cit., p. 243). Sin embargo, no pudo responder si era posible salir del duelo
cuando se trataba de la muerte de una hija.

Para Freud el conflicto en el duelo podría no resolverse a nivel inter-sistémico, sino


que la ambivalencia puede no resignar las investiduras sobre el objeto perdido. El
modelo freudiano propone la sustitución del objeto perdido para dar por finalizado el
trabajo de duelo. Sin embargo, hace presuponer que lo perdido es algo que se puede
reponer como objeto (hijo/a). Luego, el sujeto podría reencontrarse con su propio
deseo, una vez que la libido atrapada quedará libre para amar a otro objeto.

En contraste, si el sujeto es capaz de producir inscripciones inconscientes de la


pérdida correspondería a la experiencia de la muerte representada, por tanto podría
darle un significado y concluir el duelo con la simbolización. Freud lo plantea como
una conquista de algo perdido primero; para Lacan es una reconquista del objeto
(Lacan, 1957; en Bauab, 2012). La reconquista del objeto perdido.

En las madres sobrevivientes al suicidio de un hijo o hija presentan una herida


traumática o fractura psíquica. En esta dimensión se podría ubicar a estos duelos, los
cuales remiten a un hueco en la trama de las representaciones de las pérdidas de
objeto, lo no representable. Las características de estos duelos llevan a preguntar si
serían elaborables a partir de un trabajo, el cual finalizaría una vez que se pudiera
sustituir por otro al objeto perdido.

Por consiguiente, en términos de “duelo normal” así tendría que advenir. Sin embargo,
el hijo/a como objeto-muerto no llegaría a configurarse como tal, pues es parte
constituyente de las representaciones del sí mismo del yo y atañe a la historia
autobiográfica. Por consiguiente, este duelo se asemejaría a recrear la imagen de un
agujero en el conjunto de la trama de las representaciones. La misma guardaría
relación con la repetición de experiencias traumáticas infantiles de pérdidas
significativas y de duelos no elaborados, mas no por ello podrían ser clasificados
como patológicos. Son duelos, en los que hay un vacío de representaciones (Manfredi,
Julián y Linetzky, 2007). En la línea de recuperación del objeto (muerto), no podría
realizarse pues no pudo ser representado como tal, por ende abre interrogantes.

El padre o madre sobreviviente al suicidio de un hijo/a transita por estados de


intensa aflicción en el proceso de ir aceptando la irreversibilidad de la pérdida. El
duelo cumple con una tarea mental muy específica, devolver el equilibrio psíquico al
doliente y anteponer paulatinamente los límites temporales que permitan reorganizar

173
sus vidas y sus sistemas de creencias. La tarea implica la recuperación de la capacidad
para redistribuir la energía hacia otros objetos significativos en su vida. (Loitegui,
2008).

Desde la antropología social, Robben (2006) señala que «la realidad y la fantasía son
difíciles de separar, ya que un padre se encuentra a mitad de camino entre la
esperanza de la vida y la resignación de la muerte» (p.30).

Klass (citado en Robben, 2006) dice que los padres terminan por aceptar la muerte de
sus hijos/as cuando han conocido todos sus detalles.

La duración del duelo, conforme a autores como Meza, García, Torres, Castillo, Sauri
y Martínez (2008): No se dispone de una respuesta a la pregunta de cuándo se ha
terminado un duelo. Más bien, debe considerarse que es imprescindible haber
completado las etapas; un punto de referencia de un duelo acabado es cuando la
persona es capaz de pensar sin dolor en el fallecido, cuando la persona puede volver
a invertir sus emociones en la vida y en los vivos. (2008, p. 29).

En la psicoterapia psicoanalítica del duelo patológico, Bleichmar (1997) se pregunta


¿por qué alguien queda fijado a un objeto perdido o al ser querido que murió? Para
él, los sentimientos de culpa en los sobrevivientes están presentes, determinando que
se vuelva una y otra vez sobre aquellos pensamientos de no haberlos cuidado
adecuadamente.

La identificación con el hijo/a muertos obstaculiza la desinvestidura ligada al


sufrimiento que padecía ese hijo/a y sufren por aquellos placeres de los que no
podrán disfrutar ellos. Bleichmar (1997) señala que: El sujeto lo representa como si
pudiera experimentar el dolor que él, sujeto vivo, sentiría si estuviera en su lugar [...]
el sufrimiento del sujeto, su pena, es una forma de mostrarse a sí mismo que se amó y
se continúa amando al ser perdido, convirtiéndose en una defensa en contra de los
sentimientos de culpa. (p. 303)
La introducción de una categoría intermedia entre duelo normal y patológico, como
serían los “duelos complicados”, abriría un espacio para la discusión sobre la
complejidad de estos procesos que transitan por los bordes, ya que el duelo por un
hijo/a que se suicida configura una experiencia traumática límite.

El criterio cronológico parecería ser el más claro para diferenciarlo del duelo
patológico, el cual se acompaña de un sentimiento de frustración por sentirse
impedidos de volver a alcanzar el bienestar emocional y el funcionamiento anterior
(Dollenz, 2003).

174
Acerca de los duelos complicados, (Meza, García, Torres, Sauri y Martínez, 2008)
toman la clasificación retirada luego del DSM-IV-TR 25, encontraron como primer
factor de riesgo para un duelo complicado haber perdido un hijo/a, seguido por la
pérdida de un cónyuge y familiares íntimos, se le suman las reacciones anormales y
los síntomas fuera de control en todo el proceso, formando parte de los criterios
diagnósticos. Estos duelos constituirían una modalidad de respuesta a medio camino,
entre lo normal, lo traumático y lo patológico. Estos duelos sacuden las bases
existenciales del sujeto, sin llegar a la profundidad estructural del duelo melancólico.

Los denominados duelos complicados se diferenciaban de los otros por: el desborde de


la persona, la presencia de conductas desadaptativas, el sentimiento de no avanzar en
el proceso del duelo y la presencia de respuestas estereotipadas e interrupciones
frecuentes de los tratamientos. Cabe destacar que esta clasificación fue provisoria.
Los duelos complicados no se encuentran en la versión final de la edición del Tratado
de Psiquiatría DSM-IV-TR (2002) La categoría de duelo complicado permite la
articulación de los autores con los relatos de los padres en torno al duelo. El mismo no
tendría un orden y tiempo de duración cronológicos y tampoco cumpliría el modelo
por etapas.

Meza et al. (2008) afirman que «se tiende a considerar que hay riesgo de duelo
patológico cuando el dolor moral se prolonga considerablemente en el tiempo;
cuando su intensidad no coincide con la personalidad previa del deudor» (p.30).

Desde la psicoterapia de las situaciones traumáticas y los duelos complicados,


Pérez-Sales, Hernangómez y Santiago (2000), elaboraron indicadores para cuatro
momentos del trabajo de duelo: «Creérselo, Permitirse sentirlo, Asumir roles
pendientes y Reorganizar la vida» (2000, p. 278)

La sobrevivencia a la experiencia del suicidio de un hijo/a implica soportar un


impacto altamente traumático y doloroso que daña el sistema de equilibrios del
sujeto. Del mismo modo constituye una amenaza para la integridad psicológica y
física, trastocando la propia identidad (Pérez-Sales, 2006).
El conflicto que implica el duelo en estos casos se instala a partir de ese momento
funesto, cuando un hijo/a se suicidan.

A partir de ahí una pregunta recurrente que no se responde ¿por qué a mí? El interés
libidinal (vital) es retirado del objeto de amor (hijo/a) a causa del padecimiento. Este
mecanismo opera para sanar heridas, retirar las investiduras externas y traerlas hacia
sí, en lo que Freud dice “el decaimiento de la disposición de amar” (1915, p.79). Las

175
investiduras son devueltas al volver a amar para después de curarse. Profundizar en
estos duelos tiene el propósito de prevenir la patologización y cronicidad de los
mismos. Se hace acuerdo con Freud cuando en Introducción al Narcisismo (1915)
decía: «Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a
amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una
frustración no puede amar» (p.82)

Particularmente, en los padres se produce un renacimiento y reproducción del


narcisismo propios con los hijos/as, a quienes se les atribuye toda una serie de
perfecciones y se les encubre otros tantos defectos. El niño debe tener mejor suerte
que los padres. La enfermedad, la muerte, la renuncia al goce, la resignación de la
voluntad propia, deberían resignarse y no ser impuestos al niño, para prevalecer el
centramiento en el niño y la posibilidad de creación (Freud, 1914). En el texto «His
majesty the baby» los padres transfieren a sus hijos/as este renacimiento del
narcisismo propio, como fuente de satisfacción. Dice Freud (1914): El punto más
espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad
asedia duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño.

Frente a una no-renuncia del yo ideal infantil, cuya no-resignación late en el


inconsciente para no perder los privilegios de una perfección narcisista; este ideal
emerge y adquiere nuevas formas para el yo que no quiere abandonar el ansia de
perfección. Entonces, el ¿por qué? - pregunta que se hacen estos padres frente a la
muerte de un hijo/a - enuncia y denuncia que tal imperfección existía y que ahora se
impone como real.

En el duelo hay un empobrecimiento del yo violentado ante la imposibilidad de


ligazón libidinal con el objeto de amor perdido (el hijo o hija), el cual siente
impotencia por la incapacidad de amar. La insatisfacción narcisista por esta pérdida
estaría relacionada con una caída yoica, debido a que «se ama a lo que posee el mérito
que falta al yo para alcanzar el ideal» (Freud, 1914, p. 97).

En Duelo y Melancolía Freud afirma que en «el duelo, el mundo se ha hecho pobre y
vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo» (1915, p. 243). Sin embargo, no
pudo responderse si era posible salir del duelo cuando se trataba de la muerte de un
hijo/a. El conflicto en el duelo podría no resolverse a nivel inter-sistémico, sino que
los afectos ambivalentes podrían no resignar las investiduras sobre el objeto perdido.
La pretensión de deslindar a estos duelos de los clasificados como patológicos parte
de la caracterización que Freud en 1915 hace de la melancolía.

176
En el duelo por la muerte de un hijo/a pueden observarse estados similares a la
descripción que Freud hace de ella: el profundo desasosiego y desesperación, la
cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la
inhibición de la productividad, las perturbaciones en el sentimiento de sí, los
auto-reproches y auto-denigraciones, hasta una expectativa delirante de castigo,
simultáneamente a una culpa sentida. Parcialmente hacemos acuerdo con Freud
cuando diferencia al duelo de la melancolía, cuando dice: «si consideramos que el
duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del
sentimiento de sí» (1915, p. 242).

Se plantea esta interrogante ¿existiría una perturbación transitoria en el sentimiento


de sí en estos duelos?, y de existir tales perturbaciones, ¿significaría la evolución
hacia una forma melancólica del duelo?
Además para Freud lo “normal” en el duelo es el acatamiento de la realidad, lo cual
no sucedería en la melancolía. Contrariamente, el duelo terminaría en algún momento
cuando el yo quedara liberado y desinhibido de todo tormento.

Visto así, el duelo representaría para la persona que en la pérdida del objeto amado
sabría qué y/o a quién perdió. Sin embargo, los límites inter-sistémicos se tornan
difusos en la melancolía, pues para Freud la pérdida sucede en un nivel no-consciente
y sobre la representación inconsciente del objeto.

Sobre ese concepto de duelo Allouch (1996) dice que dicha perspectiva el duelo es
pensado como reemplazo del objeto perdido por otro sustituible, por haber centrado su
desarrollo sobre la separación de la melancolía. No obstante, Freud vuelve sobre el
duelo e indica que «la libido se aferra a sus objetos y no quiere abandonar los perdidos
aunque el sustituto ya esté aguardando. Eso, entonces, es el duelo» (1915, pp.
310-311).

Ahora bien, ¿qué ocurrirá cuando hay una sobrevida del muerto en el espacio
psíquico y no se resigna al objeto perdido?

Allouch (1996) discrepa con la teoría del duelo de Freud, quien dice que se esboza una
mirada romántica por la felicidad de reencuentro con él. Mientras tanto, ¿qué ocurre
con las investiduras libidinales del objeto, con la subjetivación y representación
muerte?

En este sentido, la subjetivación de la muerte es un proceso dentro de otros procesos


que tienen el cometido de permitir el acceso a una representación inconsciente, a partir
de una percepción de la conciencia. En este estudio la subjetivación de la muerte de

177
los hijos/as podría ser que resultase interferida, por causa de una interpelación
dolorosa de aquello que proviene del exterior para su enmienda. De esta manera
resultaría mediatizada la dolorosa realidad. La subjetivación es un proceso inherente
al sujeto, quien se forma, deforma, transforma y metamorfosea a lo largo de toda su
existencia. Este sujeto es el producto de procesos grupales, mientras que el proceso de
subjetivación se nutre de los aportes de las subjetividades del grupo y de las
generaciones precedentes. Dicho proceso supone la inclusión de la organización
narcisista y subjetiva de los otros en la propia organización subjetiva del sujeto.
(Konicheckis, 2008)

Araújo atrae otra mirada sobre el sujeto: «las emociones son los relojes de la
subjetividad…Brindan indicaciones de un valor inestimable sobre la manera en que
los fenómenos sociales son sentidos, experimentados” (2013, p. 15). ¿A qué
subjetividades se hace referencia?, a una subjetividad cuyas trazas intentaremos dar
cuenta en este trabajo, la cual pretende objetivar y profundizar sobre las consecuencias
de un fenómeno tan relevante como escasamente estudiado.

Vivimos un momento histórico caracterizado por la vertiginosidad del pasaje del


tiempo. La velocidad en que son vividos los cambios, las transformaciones políticas,
culturales, sociales y tecnológicas, lo cual construye y deconstruye subjetividades.

También son épocas de reconfiguración de los intersticios del entramado social, que
determinan «nuevas formas de vivir los vínculos y vivirse como sujeto social
complejo» (Rheáume, 2011, en Araújo, 2013)

Para Freud en Pulsiones y Destinos de Pulsión (1915) dice que la vida anímica se rige
por tres polaridades: «sujeto (yo)-objeto (mundo exterior), placer-displacer y activo
pasivo» (p. 128). El sujeto desarrolla un papel activo en las relaciones yo-no-yo, quien
se encuentra indefenso ante los estímulos pulsionales. La pulsión se define como un
«concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico
de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma» (O. Cit., p.
108). En el mismo sentido, el yo-sujeto es parcialmente inactivo desde el inicio de la
vida anímica, debido que satisface las pulsiones en sí mismo, estado al que denominó
narcisismo. El yo-sujeto-activo es considerado en su obra como yo-sujeto-pasivo
frente al problema económico del masoquismo, pues para Freud «el mirar precede al
ser mirado» (O. Cit., p. 125); y viceversa. Es necesario hilvanar conceptos en la
construcción de una noción de sujeto para referenciar. Este sujeto es en relación a
otros y con otros en un espacio inter-subjetivo, pues resulta necesario relativizar la
polaridad del yo activo-pasivo freudiano. Una de las funciones del yo es catectizar la

178
permanencia de una coherencia identificatoria. «El yo comprende el conjunto de las
posiciones y enunciados identificatorios en los que se ha reconocido en forma
sucesiva » (Aulagnier, 1997, p. 174). Estos enunciados sometidos por el yo al juicio
de realidad podrían ser mantenidos o rechazados en su historicidad, de tal forma que
el yo acceda a un proyecto futuro y preserve el recuerdo de dichos enunciados.
Conforme a la autora, «el yo no es nada más que el saber del yo sobre el yo» (O. Cit.,
p. 168). Diferenciamos al sujeto del ideal del yo o yo ideal (Aulagnier, 1997). Este
sujeto es un sujeto del grupo, en tanto encierra una problemática identificatoria y una
singularidad que va más allá de dos interlocutores. El yo adviniendo como sujeto sería
aquel que privilegia algunas representaciones por sobre otras, negocia las compartidas
por el conjunto o grupo con aquellas que subroga el derecho de repetir y afirmar como
verdaderas. El grupo brinda una parte del soporte a la libido narcisista que el yo
necesita, ni el saber materno ni el paterno son garantes suficientes para la certeza del
sujeto acerca del origen (O. Cit.).

La dimensión histórica en el proceso identificatorio le permitiría un nivel de


autonomía para su funcionamiento. El contrato narcisista en el advenimiento del yo
del sujeto es contrastado permanentemente, así como también su realidad histórica. En
ella, son constituyentes los acontecimientos del cuerpo, los sociales, los producidos
por la pareja de padres durante la infancia del sujeto, del mismo modo los discursos
dirigidos hacia y con relación al niño. Asimismo, son aspectos constitutivo del sujeto
la posición de excluido, explotado y/o víctima impuestas por la sociedad sobre la
pareja o sobre el niño/a (Aulagnier, 1997)

Freud (1915) en Lo Inconsciente dice que existe una conciencia de la cual no se tiene
un conocimiento cabal, concepto al cual en principio denominó “conciencia segunda”,
para después abandonarlo. En contraste, la misma guardaba estrecha relación con los
contenidos socialmente compartidos por la conciencia. Luego afirmaba que no podía
llamársela conciencia inconsciente, ya que el término en sí mismo era contradictorio,
pero aún así, los procesos anímicos latentes conforman una independencia recíproca
respecto a aquellos inconscientes. Nuevamente, como en Lo Ominoso (1919) aparece
la contradicción, pues la reciprocidad lleva consigo una correspondencia de ambos
procesos (conscientes inconscientes). Por lo tanto esta independencia no sería más que
una dependencia entre unas y otras representaciones. También problematiza lo que es
ajeno y contraría a la conciencia de aquello que al mismo tiempo no se rechaza, sino
que resulta familiarmente conocido. Esto confirmaba que el inconsciente seguía
siendo una noción ambigua. En esta connivencia pulsan los actos psíquicos que
carecen de conciencia. Freud plantea que existe una escisión en las actividades del
alma, la cual se manifiesta a través del fenómeno de “doble conciencia”. Para él, la
misma conciencia se mueve de un campo al otro en aras de mantener un equilibrio.

179
Empero, cuando se trata de la muerte de un hijo/a es un hecho tan contundente que se
mantiene ajeno por el dolor y el peso de lo externo, pero al mismo tiempo es familiar
en los intersticios psíquicos, innegablemente. Aquello que aparece como vivido, pero
no parece real. La teoría freudiana de fijación y de regresión de la libido a etapas de
fijación en el desarrollo psicosexual, es una de la series que fundamenta el malestar
psíquico. Para Freud (1916) no siempre la supresión de los síntomas es el camino para
alcanzar la cura. La complementariedad del desarrollo es un modelo, el cual le
permitió a Freud pensar los movimientos inter-sistémicos que equilibran el aparato
anímico.
Se considera que hay un trauma ocasionado por estas pérdidas en el mismo ser del
sujeto. De igual forma, la importancia patógena de algunas vivencias infantiles – no
estrictamente de origen sexual – atraen hacia sí otras vivencias posteriores de la
adultez, con igual intensidad angustiosa. Una complementariedad entre lo ajeno
externo (dolor de la muerte) y lo familiar (vivencias infantiles), dado que sería un
sufrimiento del sujeto del cual se sabe y del cual se queja.

En igual sentido, el trauma para Vieta (2007) sería la conformación del par
“exclusivamente-excluído”. En su investigación acerca del concepto de espacio
mental sostiene que existe una disociación en este espacio, cuyas expresiones clínicas
dan cuenta de que en él existen un espacio de exclusividad y otro de lo excluido
coexistentes. Desde la dimensión simbólica que tendría que asignarse al hijo/a muerto.

En el duelo, las madres se enfrentan primero a la experiencia de la desaparición


traumática de un hijo/a que se suicida y luego al tener que reconocer su inexistencia
física. Esta no puede ser admitida de plano como tal, en el comienzo. Singer (2014),
plantea que hay un espacio psíquico productivo previo a la elaboración de la ausencia,
debido a que la presencia del objeto permanece activa, pese a que hay una ausencia
física real marcada por la muerte del hijo/a. Los movimientos de las fuerzas
pulsionales en el psiquismo establecen una relación dialéctica con el objeto, pues no
se produce un abandono de la relación de objeto (ausente), sino que el objeto continúa
estando investido (presente), pero desde otro lugar.

El duelo como proceso en estas madres puede quedar congelado o colgado hacia un
vacío inmenso, de una «ausencia que no termina de constituirse» (O. Cit., p. 14). El
hijo/a como objeto de amor perdido pervive en el psiquismo de las madres como tal,
más allá del conocimiento de un cuerpo enterrado. Una contradicción que mantiene el
conflicto como una condición simbólica para asimilar.

180
Desde la perspectiva de la psicoterapia relacional se ha investigado la
complementariedad en la relación espacio y tiempo mental. En el primero
(exclusividad) «la relación con el objeto es ideal […] en dicho espacio todo es
perfecto, ya que el objeto es sentido como omnipotente y el tiempo está parado o es
eterno» (Vieta, 2007, p. 112). Mientras que en el segundo (lo excluído) predominan
las ansiedades persecutorias de todos aquellos afectos que procuran mantener la
relación fusional o de dependencia con el objeto perdido. Toda relación se da en un
espacio y tiempo, físico-psíquico y externo-interno. La teoría psicoanalítica ha
intentado explicar el funcionamiento mental a través de términos espaciales. Sin
embargo, dice Vieta «la dimensión temporal ya desde Freud, ha impregnado toda la
teoría – fijación, regresión, compulsión a la repetición, fases, après-coup, timing, etc.»
(O. Cit.). La dificultad en teorizar más allá de la dimensión temporal puede ser
atribuida a nuestra cultura occidental y los requerimientos positivistas de secuenciar y
clasificar los objetos de conocimiento.

2.4 El dolor del sujeto en la Hipermodernidad

Desde una perspectiva histórica, a mediados del siglo XX el duelo progresivamente ha


quedado circunscripto al ámbito privado. Ha dejado de ser un hecho social que
imposibilidad compartir su pesar con otros. Las madres que pierden sus hijos/as
expresan sentirse rechazados por amigos y familiares, con mayor dolor dicen haberse
percatado que los demás no saben cómo tratarlas y tampoco qué decirles para
consolarlas.

Ariès (1992; en Allouch, 1996) denomina a este fenómeno como “muerte excluida” o
la “muerte invertida”, dado que ya no es un hecho público. Se le impone al doliente
sufrir a escondidas cuando antes era un mandato social.

En los tiempos hipermodernos que vivimos detenerse a sufrir aparece en principio


como una resistencia a la velocidad de los cambios y al control sobre las formas de
sentir, así lo expresa Naischtat en una entrevista (Araújo, 2013).

En el mismo sentido, sería paradojal pensar que la duración de estos duelos puede
ser pronosticada, del mismo modo que el duelo puede ser clasificado en categorías de
normal/patológico. Igualmente considerar que negar la pérdida podría eludir el dolor.

De Gaulejac (2008) sobre el sujeto de la hipermodernidad señala, que hay una


ruptura entre «lo que yo vivo» y «lo que yo quisiera vivir» (p. 199). El mismo autor se
detiene sobre estas contradicciones, puesto que «es necesario apostar al elogio de la
lentitud y de la reflexión en el tiempo […] reencontrar una serenidad psíquica, una

181
tranquilidad afectiva, una continuidad subjetiva» (De Gaulejac; en Araújo, 2013, p.
148)

La ruptura en la continuidad existencial de los sujetos acrecienta la soledad en el


dolor.

Allouch (1996) reflexiona sobre los cambios sociales y sobre la concepción de estar
de duelo, afirma que «ya no hay duelo, no solamente con relación al grupo sino,
también por esto en sí mismo. Convertido en indecente, el duelo llega incluso hasta
declararse como si ya no existiera […] la familia no lleva el luto» (p. 156).

Simultáneamente se excluye a la muerte como hecho social y se instala una


prescripción cuasi médica para el trabajo de duelo a partir de ella.

La muerte hacia fines del siglo XIX con el crecimiento industrial de la Modernidad
dejó de ser considerada un acontecimiento social.

El significado de la muerte ha sido capturado por la medicina, en esta inversión de lo


público hacia el ámbito privado y viceversa. Con la misma inercia social, en culturas
como la nuestra judío-cristiana, desde Freud el duelo ha quedado subsumido a la
prohibición de hablar y de mostrar luto. Del mismo modo quedó sometido a la
«medicalización de la muerte». El duelo como algo normal es recibido por la
enfermedad o la patología (Allouch, 1996).

En el siglo XXI, «una sociedad que busca patologizar el dolor de las víctimas o
anular la distinción y asimetría existente en la relación víctima–victimario, también
crea condiciones de impunidad y olvido que lesiona a las víctimas» (Markez,
Fernández y Pérez, 2009, p. 41). Adicionalmente, la estigmatización social sobre el
suicidio.

El trabajo del duelo como representante de “lo normal”, en Freud el concepto se


resquebraja cuando en 1920 muere su hija Sophie. En una carta dirigida a Ferenczi en
1920, decía de este dolor que es «una herida amarga, irreparable y narcisista» (en
Ambertín, 2005, p. 181). De la misma manera, en una carta a Binswanger del 12 de
abril de 1929, decía: Aunque sabemos que después de una pérdida así el estado agudo
de pena va aminorándose gradualmente, también nos damos cuenta de que
continuaremos inconsolables y que nunca encontraremos con qué rellenar
adecuadamente el hueco, pues aun en el caso de que llegara a cubrirse totalmente, se
habría convertido en algo distinto. Así debe ser. Es el único modo de perpetuar los
amores a los que no deseamos renunciar. (en Ambertín, 2005, p. 181).

182
Allouch (1996) dice de Freud que él no llegó a reconocer la muerte de su hija en las
cartas a Jones y a Ferenczi. Asimismo, encontró que Freud decía que si bien era una
desgracia para él, mientras estuviera en pie tenía que vivir y trabajar. También, critica
la teoría del objeto de amor perdido y reemplazado por otro. Del mismo modo, en el
caso de la muerte de la hija no resulta útil pensar la repetida frase de «lo sé bien…
pero aún así […] no tenga cuidado por mí, sigo siendo el mismo» (O. Cit., pp.
170-171). La renegación del dolor por parte Freud, parecería reafirmar su teoría de
duelo normal/patológico.

Frente a la muerte de un hijo/a Allouch (1996) propone un nuevo reordenamiento


denominado condición simbólica, la cual «consiste en crear una vida para el hijo/a
que no puede estar muerto sin haber tenido una…» y esgrime el siguiente teorema
«…la medida del horror, en quien está de duelo, es función de la medida de la no
realización de la vida del muerto» (p. 375).
¿Por qué no plantear que la violencia que conlleva la muerte de una hija/o a causa
de un suicidio pudiera llegar a ser un duelo potencialmente traumatogénico?

Esta muerte es una situación disruptiva para la vida psíquica, la cual se caracteriza
por conformar un conjunto, donde el evento fáctico externo (la muerte traumática)
desestabiliza el funcionamiento psíquico.

Estas pérdidas traumáticas desencadenan en el psiquismo procesos específicos que


aparecen alterados en estos duelos. Particularmente, dadas las circunstancias y las
características que rodean a la muerte. La muerte de un hijo/a es considerada un
evento extremo, por la violencia misma del acto suicida y por constituirse en
potencial generador de trauma psicológico.

El acto de violencia que termina en el suicidio y muerte de una persona requiere


conceptualizar la violencia como concepto genérico, como acto, acción y efectos
sobre la trama psíquica a nivel individual. La violencia ha mutado en el concepto
exclusivo de estar asociado a un exceso de fuerza, para asumir la connotación de
agresión en el campo de las prácticas.

En este sentido, (Markez et al., 2009) proponen una descripción al concepto de


violencia desde tres perspectivas:
a) la del acto como exceso de fuerza,
b) la de los actores cuando un agresor mediante un acto causa perjuicio a otra
persona o colectivos, y

183
c) la de la significación cuando un observador o el propio agredido le asignan al
acto el exceso y la connotación negativa para la víctima.

Estos autores sobre Durkheim y el suicidio (1897) dicen que si bien es una decisión
individual está enmarcada en lo que ellos llaman violencia social de fuerte raigambre
cultural. En igual sentido señalan que este tipo de violencia ha perdido fuerza frente a
otras etiquetas posteriores de las últimas décadas: violencia de género, sexual, escolar,
entre otras.

2.5 El suicidio: la violencia en un acto

decíamos el suicidio es un acto violento cuyo agresor es la propia víctima. Asimismo,


es un acto individual con repercusiones violentas sobre la sociedad, el entorno y las
familias. Particularmente, este acto encarna para la subjetividad de las madres una
violencia exterior que amenaza con arrasar el equilibrio psíquico.

La violencia inherente al suicidio también lo es para estos duelos. Existe una


imposición inevitable de vivir las consecuencias del acto cometido por sus hijos/as. La
confrontación de la necesidad del encuentro con el hijo/a y la devolución frustrante de
la realidad de una ausencia irreversible. En base a esto se podría decir que el hijo/a
fallecidos desmarcan las fronteras entre lo interno y lo externo al yo.

La significación paradojal de tener que emprender un trabajo psíquico de enlazar la


vivencia y las consecuencias que exceden las capacidades de auto-contención del
sujeto. El riesgo implica encontrarse con las causas de lo inmodificable externo, lo
cual no puede investirse. Aquello que la confronta a sí misma, como la consecuencia y
la causa de su sufrimiento (Aulagnier, 1994).

La violencia de la muerte intrépida del hijo/a sobre las madres víctimas de ella hacen
pendular la estructura psíquica. Para Aulagnier (1977) «la representatividad designa
la posibilidad de determinados objetos de situarse en el esquema relacional» (p. 31).
Esta posibilidad sería inasequible, pues resulta imposible establecer una relación con
un objeto presente y ausente, así como lo es la contradicción de existir pero no existir
más.

La exigencia para el psiquismo es el encuentro con el exceso, la muerte y su


representación. Lo que excede (la muerte) «retorna a la psique bajo la forma de un
desmentido concerniente a su representación de su relación con el mundo» (O. Cit., p.
32). Este duelo implicaría un encuentro anticipado con la muerte no anunciada.

184
Aulagnier (1977) destaca la importancia de las relaciones del infans y de la
interacción socio-individual para la estructuración psíquica. Propone un modelo
tópico del aparato anímico en función de espacios psíquicos. Por esta causa y/o
consecuencia, diferencia entre dos tipos de violencia: primaria y secundaria. La
violencia primaria es ejercida desde el exterior como una primera violación del
espacio psíquico. Mientras que la violencia secundaria, cuyas bases se asientan en su
predecesora, representa un exceso perjudicial e innecesario para el funcionamiento del
yo.

Por consiguiente, mientras la violencia primaria es para el beneficio futuro del yo y es


mediatizada por el deseo del otro que le impone elecciones, pensamientos. La
violencia secundaria es una forma de violencia que se ejerce contra él, en una suerte
de expropiación de derechos. La misma por exceso es de tipo fáctica y es padecida por
el yo.

En principio y de manera transitoria, estas muertes provocan distorsiones en el


psiquismo dadas por la imposición brutal y repentina de estar obligadas a asimilar la
desaparición del hijo/a.

El suicidio como tal es un acto homicida contra sí mismo, las reacciones psíquicas que
sobrevienen posteriormente son del orden de lo traumático a causa del impacto que la
situación disruptiva trae consigo. En el mismo sentido, en función de la situación
disruptiva y de lo traumático (Benyakar y Lezica (2004, Vol. 1) sería válido
preguntarse si estos duelos son potencialmente traumatogénicos.

A priori parecen ser duelos que tendrán complicaciones. Estos se agravan por el
vínculo y por tratarse de la pérdida de un hijo/a, lo cual sería esperable que configure
una situación traumática y disruptiva al mismo tiempo. Este duelo instala un
desequilibrio mayúsculo en el inter-juego de energías psíquicas.

La situación de la pérdida en sí misma es potencialmente traumática e impide la


normal articulación entre afectos y representaciones, lo cual causa un colapso
transitorio de las relaciones entre lo psíquico, lo social, lo temporal y lo espacial
(Benyakar et al.1989, en Benyakar y Lezica, 2004, Vol. 1)

Se consideran pertinentes traer aquí estos desarrollos, pues proponen una


correspondencia y complejidad conceptual entorno a los procesos de tramitación del
trauma. Señalan que «que no siempre una situación hiper-intensa genera una

185
disfunción traumática, y no toda disfunción de este tipo se instala a causa de un evento
único y claramente detectable» (Benyakar y Lezica, 2004, Vol. 1, pp. 17-18).

En esta misma línea sería válida la equiparación de la pérdida y situación traumática a


una herida psíquica ocasionada por un trauma. Desde una epistemología dialógica se
analizaron las dimensiones sociales y culturales planteadas al principio de este
capítulo.

La hipermodernidad como paradigma para pensar a los sujetos en situación y en la


necesidad de sincronizar el tiempo social con el tiempo subjetivo en el duelo. La
dimensión temporal-atemporal es una de las características del funcionamiento
inconsciente. El deseo tiene un anclaje singularmente subjetivo, por lo cual este
tiempo subjetivo no es único y tampoco predecible. Guarda en la memoria y en el
recuerdo, la historicidad de la historia del sujeto (Araújo, 2013). No existe la sincronía
de todos los tiempos en el tiempo subjetivo de estas madres. La no coincidencia
impulsa a un movimiento en el presente dirigido hacia un tiempo pasado y hacia un
futuro incierto.

Desde el presente se niega el tiempo como si no existiera y/o no se lo tuviera. El ser


en su cualidad de humano es cuestionado permanentemente por el pasaje del tiempo:
ya no sé es quien se era y no se sabe quién será.

Para Araújo (2013), una epistemología humilde de los límites implicaría la asunción
de la autoría y de ser el actor responsable de ese tiempo que el sujeto transforma y es
transformado por él. Parecería ser que negar el pasaje del tiempo pretende evitar el
malestar, se le retiene cual pertenencia. Tener o no tener tiempo, se gana o se pierde.
La idea de un tiempo y de los tiempos en el duelo, de la misma manera se impone un
cambio a la subjetividad, mueve en el presente temporalidades inconscientes que no
siempre concuerdan con la percepción que se tiene del tiempo. Todo duelo modifica el
estado anterior de las cosas, un posible decurso del mismo podría asimilarse a la idea
que para conquistar un futuro se debe partir a una reconquista del pasado, así es
referido Octavio Paz por la autora (O. Cit.)

2.6 El yo está herido

Se considera que un trauma no es igual a pensar en una situación traumática. Esta


distinción interroga al duelo en sí mismo como proceso, dado que su inicio ya no
respondería a un hecho traumático solamente, sino que es la situación traumática es la
desencadenada a partir de la pérdida violenta de un hijo/a. Conforme a Benyakar y
Lezica (2004, Vol. 1) «el mundo fáctico, el sujeto y el funcionamiento psíquico

186
conforman una unidad interrelacionada» (p.18). Sin embargo, no podría desligarse de
la situación disruptiva del nuevo escenario psíquico y tampoco del trauma acontecido
en el yo. En el encuentro de ambos transcurre la experiencia de las madres en el duelo.

En base al trauma o daño psíquico resulta fundamental en el duelo el sostén de la


propia historia del sujeto, así como su conformación psíquica temprana. Los aspectos
constitucionales pueden obstaculizar o facilitar un mejor tránsito en estos duelos.

En esta historia del desarrollo psicosocial y evolutivo importa la relación temprana


con sus madres (o cuidadores) y el contexto. Conjuntar los aspectos individuales y el
contexto en la fundación del psiquismo matiza la interacción de los primeros tiempos
del desarrollo. De la misma manera el adulto debería proteger y/o contener la
sobreestimulación exterior para el niño y/u ofrecerse como vía de descarga. Al
principio, cuando el bebé utiliza a la madre como su única protección pueden ocurrir
fracasos transitorios en el rol de la madre. Luego, estos pueden manifestarse como
perturbaciones en el niño/a y/o en las subsiguientes etapas del desarrollo, cuyos
rastros son más del orden del sentir que del pensar.

Aunque, la repetición y la sensibilidad ante la frecuencia de dichos fracasos impactan


en algún momento del desarrollo en la dimensión psico-somática en el niño, lo cual
forma un núcleo de reacción patógeno. El impacto acumulado del trauma de tensiones
o de shocks, aparece como recuerdos encubridores con efecto atormentador para el yo
(Kris, 1956; citado por Khan, 1974). El trauma acumulativo correspondería a aquellos
puntos significativos de tensión y presión fijados en la relación madre-hijo/a, los
cuales se acumulan gradualmente en el sustrato dinámico. (O. Cit.)

¿Cuál sería la importancia de esta base relacional y constitucional del yo en estos


duelos?
El yo puede sobrevivir, superar y redirigir las tensiones sin contención apropiada
durante el desarrollo temprano, hasta incluso «amortiguar el trauma acumulativo y
dejarlo en suspenso y llegar a un funcionamiento bastante sano y efectivo, puede, sin
embargo, venirse abajo en la vida posterior como resultado de una tensión aguda y de
crisis» (Khan, 1974, p. 63) Hay una herida psíquica que acompaña a estas pérdidas, la
cual podría reforzar su potencialidad dolorosa a través de una eterna permanencia en
el Inconsciente de las representaciones negativas de transmisión generacional.

La herida psíquica, como plantea Freud en la complementariedad de las vivencias


actuales e infantiles, resignifica los efectos traumáticos de las representaciones
desligadas o desprovistas de afecto, las cuales perturban al yo. Del mismo modo, el yo

187
busca – cual si fuera una escena teatral – los autores y actores que se le presentan
como impensables en busca de pensamientos (Konicheckis, 2008).

La identidad está herida. Para De Gaulejac (2008) la vergüenza es un sentimiento que


aflora luego en la identidad. El suicidio de un hijo/a es una violencia extrema que
genera confusión, «la autoestima es cuestionada por el menosprecio de los demás
[…] confrontado a una negación de lo que constituye todo o parte de su ser
profundo» (O. Cit., p. 195).

Una de las dimensiones sociales de esta herida en el yo, aparece bajo la vergüenza de
tomarse – quizás – demasiado tiempo para volver a estar como se estaba antes de la
muerte del hijo/a. Esta prisa sería producto del temor de ser descartado afectivamente
por los otros y ser considerado “un problema” a solucionar ya. No queda tiempo para
producir, por lo tanto parecería no destinarse un lugar, espacio y tiempo para los
procesos. Para evitar la desinserción social y la exclusión, el sujeto se embarca en una
lucha solitaria que profundiza el resquebrajamiento de solidaridades.

«Angustia de ser, inseguridad, soledad, desesperanza, el mundo de la


hipermodernidad y de la vertiginosidad del tiempo parece desgarrador para el
individuo» (De Gaulejac, en Araújo, 2013, p. 146).

Freud (1926) en Inhibición, Síntoma y Angustia distingue a la angustia ante un


peligro externo de aquella proveniente del interior del sujeto. Green (1986) revisa en
Freud la teoría de las representaciones de objeto, la cual se centró en objeto en sus
dimensiones de amado-perdido y presente-ausente. En el mismo sentido delimita la
relación entre objeto y sujeto, entre Yo y Ello. La angustia circunscrita a tales
representaciones hizo emerger una teoría de libido narcisista, la cual es anterior en
términos evolutivos del desarrollo a una libido objetal. Green (1986) desde una
perspectiva fenomenológica indica que «la angustia narcisista es angustia de objetos
disfrazados de objetos narcisistas, puesto que en rigor el narcisismo sólo conoce
afectos» (O. Cit., p. 133)

En base a las experiencias observadas sería válido anticipar y considerar que las
representaciones atañen al objeto y que el afecto tendría una estructura doble: «a la
vez el afecto hacia el objeto y afecto como afecto del yo; uno y otro se pueden
confundir y no siempre el yo es capaz de establecer la diferencia» (O. Cit. p. 133)

Esta diferencia parece ser clave en los duelos. Correspondería precisar algunos
aspectos que definen posiciones, para diferenciar lo que sucedió de lo sucedido y la
situación traumática del trauma que daña y causa este dolor, la herida psíquica.

188
También, diferenciar lo fáctico externo de lo interno angustiante, lo cual contribuye a
alcanzar una visión más compleja para comprender que el hijo/a es una propiedad
interior del alma y un componente del propio yo.

El duelo y sus procesos comprenden a la estructura y a la organización que el


psiquismo se daba para funcionar. El yo ante el desequilibrio tiende a replegarse hacia
la unificación interna, la reubicación del vínculo con el objeto perdido en la situación
traumática y a procesar la vivencia tal como está aconteciendo.

Desde la perspectiva del sujeto, hay un desgarro por la pérdida, una sensación de
desvalimiento interior frente a angustias de separación y muerte, así como también el
conflicto por las tensiones contradictorias. El yo intenta salvaguardar la unidad de sí
mismo en simultáneo a que rechaza una parte de sí mismo. Del mismo modo,
sobrellevar el dolor de la contienda con la dignidad suficiente para no desmoronarse,
resistir el sufrimiento y proteger la subjetividad.

El suicidio es un acto violento también para las madres sobrevivientes. Es un


fenómeno que De Gaulejac (2008) llama «violencia humillante», pues instala una
contradicción, entre lo que tendría que ser para ser nuevamente reconocido
socialmente con la identidad que le ha sido asignada. El individuo estigmatizado –
como sucede en estas muertes – siente quedar atrapado por la ambivalencia de sus
identificaciones, «de tal manera que la repulsión se transforma en vergüenza y la
vergüenza en cargo de conciencia» (Goffman, 1963; en O. Cit., p. 197). El sujeto es
confrontado por la mirada social cuestionadora, la mirada íntima se resiente por la
vergüenza de no ser lo que hay que ser.

El grupo Renacer contiene la necesidad de comprensión para las madres


sobrevivientes. «El individuo humillado necesita encontrar un grupo capaz de
brindarle una tranquilidad cuando ha sido despojado de sí mismo. Este paso a lo
colectivo es necesario para restaurar la imagen de sí mismo» (De Gaulejac, 2008,
p.211)

Para Green (1986), el yo no es el único que padece los efectos del trauma, sino que el
mundo de los afectos se encuentra amenazado. Debe reaccionar ante la angustia de
depender del objeto y no tenerlo consigo, como antes. «La imposibilidad de esta
reunificación desorganiza al yo» (1986, p. 134).

El yo del sujeto se concibe como el resultado de la diferenciación de una parte del ello
por influjo del mundo exterior. El yo sería como una red de operaciones e instancia
intermedia, sin representaciones de sí mismo. Aunque, sí se puede decir del yo que

189
concentra un conjunto de operaciones lógicas, cognitivas y afectivas (O. Cit.). Se
puede decir que tales características del yo le confieren una lógica de funcionamiento
de cambiavía u operador de funciones, pero sin representaciones de sí mismo. Esto de
por sí puede crear divergencias y discrepancias, dado que este operador (el yo) bien
puede verse a sí mismo operante y por ende puede representarse.

No obstante, la falta del objeto-hijo/a está destinada a quebrar el frágil logro de la


organización del yo como red de investiduras relativamente constantes, en el contexto
de estos duelos. Para Green (1986) «el objeto es encrucijada». El yo no encuentra
enlace para su satisfacción pulsional, puesto que en términos reales ha desaparecido
el hijo/a como objeto externo. La retroalimentación anhelada capaz de levantar al yo,
no es la frustración sino la decepción. El objeto se ha vuelto inesperadamente
demasiado real y amenazante para él yo, lo que es denominado como objeto-trauma
Se impone un nuevo orden para el yo, la ambigüedad y dualidad versus la polaridad de
demasiado y demasiado-poco. «Demasiado presente, demasiado poco presente,
demasiado ausente, demasiado poco ausente» (O. Cit., p. 137).

Los desarrollos de Green (1986) sobre la representación del objeto y la “supuesta”


ausencia de representaciones de sí mismo en el yo, coloca al yo en encrucijada. En
términos de espacialidad psíquica parecería quedar a merced de las pulsiones y sin
injerencia alguna, aparentemente.

Las madres en la reorganización de sus fuerzas se verían enfrentadas a lograr un


nuevo equilibrio, en la relación del yo-con-el-objeto-hijo/a-muerto. El objeto estaría
demasiado lejos y contraría a la lógica de tener al objeto (físicamente hijo/a). Esto iría
en detrimento de reforzar el sentimiento de ser y sobre el sí mismo del sujeto. La
situación de agobio por el cambio impuesto ahora por el objeto-trauma constriñe al yo
a cambiar también. En este sentido, puede vincularse al dolor psíquico, el cual para
Pontalis es un dolor del yocuerpo (en Green, 1986).

En estos duelos existe dolor psíquico, del cual busca el yo defender a todo el
psiquismo. Del mismo modo, el yo a través de sus mecanismos se defiende del
displacer cuasi permanente proveniente de aquel objeto, por ser y representar ser el
causante de ese dolor. El mismo queda circunscripto a una zona intermedia entre lo
interno y lo externo al psiquismo. El objeto atemorizante o fantasmal sería capturado
en un espacio psíquico intersticial, el cual lo cobija transitoriamente y atrae hacia sí –
cual si fuera un imán – la energía libidinal.

El dolor psíquico como afecto intermitente de las angustias representa un estado


interior que reabre una herida narcisista primordial, adicionalmente traumatogénica.

190
Dicho dolor sería el «producto de lo que Massud Khan ha llamado traumas
acumulativos […] como Freud lo describió, el de una experiencia traumática interna
contínua» (Green, 1986, p. 145)

Los sujetos (madres) viven la contradicción de una apariencia normal y una invalidez
interior, conjuntamente a verse invadidos por representaciones de objeto que
vampirizan al yo (Green, 1986). La coexistencia de temporalidades no-sincrónicas
(entre el diario vivir y el presente psíquico) ponen al yo en encrucijada y en una
encrucijada, como se propuso anteriormente. El yo se debate entre controlar al
objeto-trauma y ser controlado por él.

Las capacidades de resistir y de tolerar el duelo anclan en el yo, pues para él «perder
el objeto es perderse a sí mismo» (Green, 1986, p.146). De la misma manera, la
vivencia de la pérdida está ligada a la vida desconocida del objeto, a partir de la
muerte. La preocupación sobre el destino final del objeto es un impensable que alude
a un no-lugar físico y tampoco psíquico (cuerpo y objeto).

Las resistencias a estos tránsitos y atravesamientos dan cuenta de las dificultades que
se presentan en estos duelos, pues en la reacomodación del mundo interno el yo es
obligado a administrar los recursos psíquicos para representar una ausencia tan
presente del objeto. «La frialdad, la distancia, la indiferencia, se convierten en
eficaces escudos contra los golpes que vienen del objeto» (O. Cit., p. 151). Por estas
causas, la caparazón narcisista tras las defensas igualmente puede ser vulnerable ante
el objeto-trauma (hijo/a).

En uno de sus repliegues defensivos el yo encuentra la omnipotencia/impotencia de


enfrentar una doble angustia, la de separación y la de intrusión por parte del objeto,
presente y demasiado ausente. La frustración de la insatisfacción pulsional ocasionaría
que el ahora objeto perdido debiera ceder paso a la decepción, para iniciar el
movimiento depresivo (Green, 1986).

La decepción o desilusión aparece en este desarrollo como un efecto facilitador del


duelo, dado que impulsa la búsqueda de recursos compensatorios, a través de lo que se
podría denominar como omnipotencia positiva para afrontar la pérdida.

La muerte de un hijo/a hace que padre y madre se cuestionen acerca de sus propias
creencias personales y culturales, pues entran en conflicto los preceptos morales con
las percepciones respecto a la vida misma. Allí donde la muerte de un hijo/a, «deja
oraciones inconclusas y palabras sin decir […] donde la vida se desmorona y deja de

191
tener sentido», (Gutiérrez-Cuevas, 2009, p. 1). Frente a la necesidad desesperada de
encontrar respuestas para mitigar el dolor.

El registro del suicidio y la muerte del hijo/a, es pasible de mutar hacia una
representación contradictoria con el tiempo, que evada el conflicto y asegure la
continuidad psíquica a través de la figurabilidad. Este mecanismo inconsciente
podría enmascarar la dirección de los pensamientos, que rozan la percepción
traumática del vacío (Botella y Botella, 2003). La figurabilidad representaría una
expresión, cuyo estilo sería como comprender que el hijo/a se murió pero no poder
comprender por qué no está.

2.7 Acerca de los diferentes modelos para pensar el duelo

Aquí haremos un recorrido por algunos modelos que pueden ayudar a pensar estos
duelos. Tomaremos algunas descripciones que son comunes a unos y difieren de otros.

A nivel general los duelos aparecen descritos en función a: etapas, fases y momentos,
del misma manera con las emociones expresadas, la relación con el fallecido/a y las
causas de la muerte, entre otros criterios clasificatorios.

En el mismo sentido, las presentaciones teóricas se orientan a establecer pronósticos


de evolución entre normal, patológico y crónicos, así como también a fijar pautas de
duración para los mismos. Cabe señalar, que no se han encontrado disponibles
desarrollos teóricos particularmente referidos a los duelos que atañen a la
investigación.

El duelo como proceso adaptativo es una descripción lo suficientemente abarcativa


para comprender a todos los duelos, puesto que siempre conllevará una adaptación
como explicaremos más adelante.

El modelo de duelo que plantea Parkes (1998) se basa en momentos o procesos, los
cuales se manifestarían de manera secuencial:
1.) Impacto,
2.) entorpecimiento,
3.) período de enganchamiento o de añoranza,
4.) desorganización y desesperanza, y
5.) reorganización (en Tizón, 2004)

Conforme a otro de los modelos, para Bowlby (1983) el duelo transcurre en cuatro
fases:

192
1.) incredulidad y embotamiento de la sensibilidad, puede durar horas hasta una
semana, cuyas características serían el impacto, la crisis y la protesta,
2.) añoranza y anhelo, búsqueda de la figura perdida; de meses a años,
3.) de desorganización y desesperanza, y
4.) de mayor o menor reorganización, desapego y/o depresión (en O. Cit.).

Sobre el duelo acerca de la muerte propia consideraremos el modelo Kübler-Ross


(2000), médica-psiquiatra que investigó sobre este tema, conforme a de fases:

1.) conmoción e incredulidad, en la cual se manifiesta la negación a aceptar la


enfermedad y pronóstico
2.) protesta, ira y resentimiento, se manifiesta con rabia y envidia contra los que
pueden seguir viviendo respecto a ellos,
3.) depresión o desesperanza más o menos profunda, proceso del comienzo de
aceptación, y
4.) aceptación y descatectización final,donde se consideran “molestas” las
interferencias del exterior, pues impedirían una muerte en paz (en Tizón, 2004).

Desde otras perspectivas, de la psicopatología contemporánea y sobre los aspectos


psicológicos en juego, Rando (1993) propone las seis R del proceso de duelo:

1.) Reconocimiento de la pérdida a nivel cognitivo y afectivo (fase de negación),


duelos ausentes, congelados, enmascarados, etc.,
2.) Reacción, expresiones de pena, de dolor (fase de confrontación), duelos desviados,
3.) Reviviscencia, rêverie de la relación, (fase de confrontación) duelos conflictivos,
distorsionados, inesperados,
4.) Renuncia, a los vínculos y al mundo que representan (fase de confrontación),
5.) Readaptación al nuevo mundo olvidando el anterior, (fase de acomodación) puede
haber problemas para la finalización del mismo hasta convertirse en un duelo crónico,
y 6.) Reinvestimento de los afectos (fase de acomodación) (Tizón, 2004)

Finalmente, varias preguntas sobre el estudio y los modelos presentados aquí con
relación a los duelos a analizar. Es de considerar, que el sujeto concebido allí se
corresponde con un sujeto de la modernidad.

En otras épocas históricas no hubo de configurarse como inesperada la muerte de un


hijo/a. A lo largo de la historia, a causa de epidemias mundiales, hambrunas y
guerras no todos los hijos sobrevivían entonces, quizás hasta fuera una circunstancia
de vida esperable. Los procesos de subjetivación del sujeto eran contextuales e
históricamente diferentes. El sujeto que se propone en esta investigación, quizás sea

193
también producto de una transición de paradigmas, Modernidad e
Hipermodernidad

2.8 La simbolización en el duelo

Estos duelos requerirían de la figurabilidad como mecanismo psíquico para


representar la pérdida, conjuntamente a los mecanismos de escisión y de renegación
como aquellos fundantes del funcionamiento psíquico. El mismo vínculo afectivo que
unió y une al sujeto con el objeto perdido u objeto-trauma pone en una encrucijada al
pensamiento que funciona en modo dual (Botella y Botella, 2003). En la expresión del
dolor, estas personas recurren a este modo de pensamiento, el cual es propio del
aprendizaje de los niños para diferenciar lo que es real de lo que no es real.

Las cualidades del objeto con relación a demasiado presente-demasiado ausente, a la


dualidad conflictiva que le constituye y los obstáculos en el acceso a su
representación, dejaría formulada la pregunta acerca de «cómo tratar dos enunciados
contradictorios con respecto al “mismo objeto”» (O. Cit., p 31). No obstante, el
proceso de simbolización implicaría significar y asignar sentidos a la muerte del
hijo/a o de la hija.

La simbolización como proceso representacional del objeto se plantea en función del


estatuto del objeto. No existiría un proceso único sino modos de simbolización del
objeto en el plano de las lógicas binarias, presencia versus ausencia. Sobre la no
representación de la muerte, Bleichmar (2009) dice que «hay una confusión del
inconsciente con la totalidad del psiquismo […] no está dada porque no haya
experiencia de la muerte sino porque en el inconsciente no hay negación. Es
imposible la representación de una ausencia» (p. 183). En contraste, plantea que no
ocurre tal imposibilidad del lado del sujeto puesto que es capaz de representar
“situaciones” de las cuales a nivel personal no tendría experiencia. La autora se
basaría en que la transmisión de las experiencias de las generaciones anteriores
constituye el psiquismo del sujeto.

En función de los estatutos que adquieren los objetos internos recopila una
clasificación que es oportuna. Con relación a la especificidad de la cuestión de la
muerte toma de Fedida la noción de objeto reliquia, cuya característica es la capacidad
de transformarse en sus cualidades «como forma de ensalzamiento y de recomposición
a nivel imaginario de lo siniestro […] de un carácter altamente volátil» (O. Cit., pp.
184-185). Este objeto sería tan preciado para el sujeto, que en su esencia lo presente es
la ausencia (el muerto) que a su vez sostiene la anulación de la ausencia. Asimismo,

194
en su interpretación del texto de Freud Tótem y Tabú los muertos condensarían el
deseo del reencuentro con ellos y el deseo de la anulación de la muerte (O. Cit.).

Sobre las reliquias, dice Bleichmar «se producen en dos situaciones: en situaciones
de sacralización o en situaciones donde es absolutamente intolerable la muerte»
(2009, p. 185). En su lectura sobre Fedida y sobre el concepto de objeto reliquia,
afirma que sería como «la fetichización patológica de los actos normales que se
correlacionan con el duelo […] se corresponde, a nivel de la muerte, con lo que el
objeto fetiche implica a nivel de la castración» (O. Cit., p. 186), como la indiciaria del
mismo. Sin embargo, concluiría que las formas metafóricas de conservación del objeto
– como una reliquia – a largo plazo no son tan patológicas.

A diferencia de otros duelos señalados como normales en los que habría un


desprendimiento gradual de los objetos de los muertos. El objeto tomado como
reliquia u objeto reliquia «da derecho a una visibilidad de lo oculto» (Fedida; en
Bleichmar, 2009, p. 187). El cual ha dejado rastros imborrables en el psiquismo de los
dolientes. Estos duelos encubrirían un deseo de no morirse nunca, por ende «si el
muerto me puede venir a buscar es porque no se murió realmente, porque en algún
lugar sigue viviendo» (O. Cit., p. 201)

La simbolización sería para el sujeto el conjunto de micro-procesos mediatizados por


otros, lo cual le permite rescatar elementos o fragmentos y recomponer su historia. A
nivel de la clínica serían los efectos de las intervenciones simbolizantes. Las mismas
representan para Bleichmar (2009) una construcción, la cual a nivel de los procesos
psicológicos es un elemento de transición. Esta construcción simbólica que es
producto de las intervenciones. Al respecto dice «uno lo propone como un puente
sobre el cual empezar a pensar, nada más […] son puentes simbólicos de transición»
(O. Cit., pp. 415-416)

Si bien hemos considerado en estos duelos la pérdida en sí misma. La muerte de un


hijo/a para el padre y/o la madre tendría que poder ser integrada para dar
continuidad al funcionamiento psíquico. Del mismo modo reparar nuevamente en las
características traumáticas inherentes a estas pérdidas, con efectos inevitables sobre el
yo del sujeto y sobre la incesante necesidad de preservar el vínculo perdido con el
hijo/a. Quien es para el sujeto un consabido objeto existente y ausente. Por
consiguiente, se replantean las dificultades y/o imposibilidades para la representación
de la muerte en el Inconsciente

195
Igualmente importante sería pensar sobre cómo podrían estar constituidas las
relaciones internas en la madre con los objetos constituyentes de su psiquismo infantil.
En esta línea, Bollas (1991) concibe al yo como proceso organizador inconsciente y
como reflejo de la estructura mental, el cual se desarrolla a partir de la dialéctica de
lo interior y de lo exterior. «Todas las actitudes, sentimientos y operaciones del yo
indican […] la huella de una relación de objeto» (O. Cit., p. 23). Asimismo, las
formas de presentación de los sujetos en tiempo y espacio podrían representar la
relación con sus propios padres. Del mismo modo que el idioma espacio-temporal
refleja – para este autor – el registro que el yo conserva de sus experiencias tempranas.
«Es una forma de saber a la que le falta ser pensada, y constituye parte de lo sabido
no pensado» (O. Cit., p. 67). El yo es la huella de un vínculo con los padres o con
quienes hayan cumplido tales funciones, lo cual significa las formas de
relacionamiento que el yo del sujeto mantiene consigo mismo. Esto expresaría la
internalización que como objeto hubo del proceso de relacionamiento parental.
«Representa una puesta en escena interior de relación de objeto» (O. Cit., p. 66).

¿En qué medida resulta importante conocer cómo el sujeto se trata a sí mismo? Para
conocer los cuidados que sobre sí mismo realiza tomándose como objeto. En estos
duelos sería significativa la función que el yo (de las madres) pueda asumir. Tiene
procedimientos que pueden ser desconocidos para el sujeto, así como también lo
puede llegar a ser la capacidad o incapacidad de transformarse a sí mismo. A causa
de que «hereda los procesos de cuidado yoico» (Bollas, 1991, p. 74).

En síntesis, en este apartado presentamos con relación al duelo, algunas


particularidades a considerar en función de lo que se ha desarrollado. Como punto de
partida, se toma al suicidio como el hecho que precipitó la muerte del hijo/a, lo cual
adquiere un carácter traumático que hiere la subjetividad de los padres. Implica un
desafío para el psiquismo el poder integrar la pérdida y/o establecer una nueva
relación de objeto con el hijo/a, así como también lo es su inscripción en la trama
vivencial para su continuidad existencial.

2.9 Los tiempos en el duelo, una construcción continua

En base a los conceptos teóricos desarrollados nos aventuramos a buscar teorías


explicativas acerca del problema de la investigación. Hallamos que sería posible
pensar, la analogía de ligar las dimensiones psíquicas comprometidas en el trauma y
sus efectos con los tiempos que podrían ser considerados para estos duelos.

196
Benyakar y Lezica (2004, Vol. 1), sostienen que el vivenciar traumático tiene como
afecto principal la angustia y tres afectos más emergentes a las complejidades que
bordean al trauma: el desvalimiento, el desamparo y el vacío. Proponen que pueden
ser enlazados en función de tres conceptos activos que otorgan entidad a la concepción
de “ligar”. La cohesión como una primera acción para la interrelación sincrónica de
los componentes del complejo traumático, articular para la unión funcional entre los
afectos y las representaciones existentes y ligar en estricto sentido. Dichos procesos
guardan relación con los afectos emergentes de raíz infantil, que ligan o enlazan estos
afectos desarticulados y sin representación de la vivencia traumática. Correspondería a
ligar afectos con afectos, como un tercer tiempo de los tres tiempos del trauma,
propuesto como «momento rearticulador», o momento de la cura. (O. Cit. p. 176)

El modelo de los tiempos del duelo que propone Bauab (2012), orienta a pensar los
duelos en función de tres tiempos.

Primer tiempo o renuencia a aceptar la pérdida, cuyas características principales son


la renegación, retener el objeto al precio de apartarse de la realidad. Que tendría que
corresponderse con el siguiente enunciado «para estar de duelo en primer lugar se
trata de localizar la falta, nombrarla, aceptar que algo se ha perdido, no renegar de
ello» (O. Cit., p. 26)

Segundo tiempo, el cual implica un trabajo de simbolización, correspondería a


realizar un examen de la realidad que permitiría retirar la libido adherida al objeto
amado y perdido. Implica un alto gasto de energía. Empantanarse en este tiempo del
duelo, haría que el mismo duelo se tornara patológico

Tercer tiempo, se caracteriza por una posición activa del sujeto, en la cual consuma
por segunda vez la pérdida. «Matando al muerto… o perdiendo en lo simbólico lo que
había sido perdido en lo real» (O. Cit., p. 28)

Bauab (2012) afirma que hay duelos más difíciles de elaborar que otros, entre ellos el
suicidio de un familiar, pues per se acarrea una enorme culpa. En relación con la
sustitución del objeto perdido, lo irremplazable se resolvería en una serie de
sustituciones infinitas del mismo (Safouan; en O. Cit.)

Finalmente, ¿qué hacer cuando un duelo no encaja en los parámetros clínicos de


salida relacionados a: trabajo, término, elaboración, resolución, proceso y tampoco
es predecible su evolución?

197
2.10 Un aprendizaje, una enseñanza

Conocer el camino que toman estos duelos es parte central de esta investigación.
Quizás en función de la incertidumbre de lo impredecible, habría que pensar no tanto
en términos de finalización de un duelo, sino de aperturas.

Un camino se cierra, se ramifica o se abre a partir de la pérdida de un hijo/a.


Abandonarse a sí mismos en el sufrimiento o sentir que ni siquiera éste puede volver
el tiempo atrás, así como tampoco restablecer la vida que se tenía antes. Sin embargo,
el ser humano ha sabido rescatarse en la adversidad. Aparece en el horizonte
conceptual la resiliencia, como un proceso, como una capacidad, algo innato,
adquirio y/o construido, etcétera.

La resiliencia existió, en sentido metafórico, siempre que el ser humano se sorprendía


viendo en sí mismo su fortaleza interior. Sin embargo, la resiliencia como término fue
acuñado recién por Michael Rutter en 1993, quien la define como: como resiliencia
al conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan el enfrentamiento
exitoso a la adversidad. No se trata de factores congénitos ni adquiridos, sino que es
un proceso que caracteriza a un complejo sistema social en un momento
determinado, y que implica exitosas combinaciones. (en Llobet y Wegsman, 2004, p.
145)

Aunque, en esta concepción aparecería desdibujado el rol activo del sujeto. Cyrulnik
(2009) considera que la resiliencia es un proceso que puede activarse o bloquearse, el
cual depende directamente de la organización del apoyo recibido por el sujeto
después de un trauma. En función de estos apoyos, indica que la negligencia afectiva
de una familia puede paralizar este proceso y las personas corren el riesgo de
encerrarse en sí mismas, como una «especie de campo de refugiados psíquicos» (O.
Cit., p. 52).

Para emprender o reactivar este proceso resiliente, las personas apelan a buscar en las
viejas heridas aquellos aprendizajes que permiten no solo afrontar el trauma de la
pérdida sino también adaptarse. «En la agonía psíquica posterior a un trauma
tampoco hay un prójimo. Cuando uno recupera la vida, hay que volver a pensar todo»
(O. Cit., p. 114)

De esta manera, Cyrulnik (2009) considera que «el trauma produce quebranto: esta es
su definición. Y la resiliencia, que permite volver a vivir, asocia el sufrimiento con el
placer de triunfar sobre él» (p. 56). En consecuencia, el grado de afectación del
trauma depende de la confianza interior adquirida anteriormente. La resiliencia como

198
capacidad protectora ha comenzado a pensarse como un enfoque o un paradigma,
para enfrentar situaciones de desastres naturales o de guerra, donde el trauma
psicológico es una consecuencia esperable.

Lamas (2009) indica que en los últimos años hay una preferencia en pensar que la
resiliencia es una cualidad de resistencia, que las personas utilizan para rehacerse
ante situaciones traumáticas y/o pérdidas en pos de una proyección en el futuro.
Incluso para las pérdidas consideradas como más graves, la muerte de un hijo/a.
Asimismo, señala que se investiga la resiliencia como factor protector, la cual
parecería no tener predisposiciones genéticas. Es definida como una capacidad que
no es fija y que puede variar en función del tiempo y las circunstancias. En cuanto a
la génesis, dice que participan elementos como la naturaleza y la educación, así como
también la persona y su actitud frente a otras situaciones de vida dolorosas y
similares.
La resiliencia en estos duelos no podría ser pensada como la resolución de un
trauma, sino que habría de pensar en un nuevo destino para el trauma psicológico.
Esto implica una nueva posición subjetiva e incluye la capacidad de transformación de
sí mismos. Pese al sufrimiento y al determinismo patogénico de los efectos
traumáticos sería un acto de rebeldía creativo modificar las condiciones de existencia
(Rozenfeld, 2005; en Zukerfeld y Zonis, 2005)

En estos duelos la resiliencia es una capacidad que permitiría a las madres transitar
con más apoyo para el afrontamiento de las angustias y del dolor. Zukerfeld y Zonis
(2005) proponen que los procesos terciarios cumplen una función en el psiquismo
impactado por los efectos traumáticos. Dichos procesos son funcionales – valga la
redundancia – al funcionamiento psíquico, los cuales se relacionan con la creación y la
construcción de una nueva subjetividad, a partir de la inclusión de nuevas prácticas
sociales y de la resiliencia.

Es pertinente definir cuáles son las características de los procesos terciarios, los
cuales representan una noción metapsicológica del aparato psíquico, cuya
característica principal es la creación de lo nuevo. Al igual que Käes los autores se
enfocan en la preeminencia de los vínculos intersubjetivos. Dichos procesos tratarán
de investir lo nunca investido anteriormente, para crear nuevas condiciones psíquicas
(Zukerfeld y Zonis, 2005). A causa de una vulnerabilidad a transformar mediante la
acción y efecto de los vínculos, lo que es denominada como una «posición subjetiva
resiliente» (O. Cit., p. 41).

De esta forma, las madres para afrontar la adversidad en el duelo por esta pérdidas
tendrían que adaptarse a una forzada y nueva realidad psíquica. Esto llevaría consigo

199
nuevos comportamientos orientados a transformar la realidad externa y ampliar el
conocimiento de sus propias fortalezas.

Desde una perspectiva psicoanalítica, la resiliencia es definida como «una


metamorfosis subjetiva producto de la actividad de un potencial que implica
funcionar en proceso terciario, es decir con la fluidez libidinal necesaria para la
creación de condiciones psíquicas nuevas que capturen y transformen el efecto
traumático» (Zukerfeld y Zonis, 2005, pp. 38-39).

Como dijimos al principio del capítulo, los suicidios principalmente en los


adolescentes y jóvenes son una dura realidad que marcan las cifras en nuestro país.
El concepto de comunidades resilientes comprendería a los grupos y a las otras redes
de conexión social. Se podría considerar necesario aprender a pensar la resiliencia a
nivel comunitario. El enfoque de comunidad resiliente está basado en la prevención
en salud mental, el cual convoca a los grupos de diferentes sectores sociales
(Pfefferbaum, Reissman, Pfefferbaum, Klomp y Gurwitch, 2012).

6. CAPÍTULO VI: Conclusiones

La pregunta de la investigación remite a intentar comprender y describir los procesos


interactuantes en los duelos que atravesaban las madres participantes. Se arribó a los
siguientes enunciados, con relación a las significaciones dadas al suicidio de sus
hijos/as, a la experiencia del duelo por sus muertes y a los recursos psicosociales de
afrontamiento. Estas conclusiones surgieron de síntesis inductivas de alta complejidad
por cada categoría y conjuntamente a las interpretaciones fundamentadas desde la
discusión teórica.

6.1. Significados y causas adjudicadas al suicidio del hijo/a

A partir del relevamiento de la literatura internacional respecto a los factores de riesgo


suicida se encontraron las siguientes recurrencias temáticas.

6.1.1. Factores de riesgo desencadenantes

Se identifica la existencia de eventos previos relacionados con la pérdida inminente de


una relación afectiva significativa. En todos los casos hubo síntomas de depresión,
cuya gravedad no pudo ser percibida como tal por las madres. En el mismo sentido, en
algunos casos no fue considerada una enfermedad grave, no se supo de la existencia
de depresión y en otros la asistencia de los profesionales de la salud se consideró que
no estuvo a la altura de la gravedad de la problemática.

200
6.1.2. Violencia intrafamiliar y maltrato infantil

Se constata que en todos los casos habrían existido actos de violencia intrafamiliar de
tipo física y psicológica, la cual era ejercida sobre las madres y sobre sus hijos e hijas.
Del mismo modo, se encontró la repetición de estos hechos a través de relaciones de
pareja conflictivas, las cuales incurrían en amenazas de abandono o separación. Las
pérdidas reales o inminentes constituyen un factor de riesgo, las mismas pudieron
exceder el umbral de estrés que ellos/as pudieron haber tolerado.

6.1.3. Identificaciones parentales

Se identificaron dificultades de relacionamiento con uno o ambos padres, con relación


a conductas de abandono y desamor, de intromisión en la vida privada de los hijos/as
tendientes a controlar decisiones en detrimento de la libertad individual. Asimismo, en
algunos casos pareció existir una inversión de los roles de cuidado paterno-filial,
principalmente en los casos donde hubo violencia entre la pareja de padres.

6.1.4. Antecedentes de IAE, de suicidios en la familia y en personas cercanas

En base a la muestra se comprueba que existieron antecedentes de suicidio cercanos,


en la familia y en relaciones de amistad y pareja. También, hubo intentos de suicidio
previos hasta ser consumado, los cuales no fueron considerados graves. En otros casos
el suicidio irrumpió como un hecho inesperado sin antecedentes.

6.1.5. Traumas psicológicos infantiles

Al considerar que en todos los casos estudiados existió violencia y/o abandono por
parte de las figuras de las cuales se espera cuidado y protección en la infancia. Estas
situaciones constituyen una situación traumática que no pudo ser elaborada. Se infiere
que en estos hijo/as frente a la pérdida de un vínculo significativo se reactivan
angustias intolerables de las vivencias de desvalimiento y desamparo. Y, por
consiguiente, la vivencia de vacío traumático

Los traumas psicológicos infantiles son generadores de angustias de terror. Se arriba


por inducción y por síntesis de temas a que el trauma es un concepto emergente como
causa de suicidio. Se infiere que la reactivación de traumas psicológicos infantiles por
sentirse desprotegidos, abandonados, violentados y protagonistas de disputas
familiares, pudieron haber sido revividos, previamente a cometer suicidio.

201
Se podría afirmar que los traumas psicológicos infantiles, los cuales se acompañan de
vivencias de vacío interior y de angustias terroríficas, podrían ser especificado en la
clasificación como riesgo, dada la entidad del suicidio. Empero sí lo son la violencia y
el maltrato infantil.

6.2. Características del duelo en las madres sobrevivientes de un suicidio

Se encontró que todas las madres se realizaban una misma pregunta ¿por qué a mí?
También, que el suicidio del hijo/a fue tomado como algo que les ocurrió a ellas
mismas; una especie de causa y consecuencia de un mismo dolor. Asimismo, con las
contradicciones por no comprender cómo sus hijos/as pudieron darse muerte.

Todas las madres trataron de construir una teoría sobre los hechos para tener una
respuesta para sí mismas y para los otros, lo cual realizan al buscar información y
testigos que pudieran ayudarles con ese fin. Se consideró un hallazgo el carácter
testimonial que tomaron los relatos en las entrevistas, lo cual se comprueba a raíz del
tiempo utilizado para brindar detalles de los momentos previos y posteriores al
suicidio.

Asimismo, se concluye que la oportunidad de participar en la investigación fue una


contribución al conocimiento y ayuda para otros. En todos los casos se identificaron
referencias a la soledad ante el dolor. Por consiguiente, se puede decir que no
reconocer socialmente el duelo es una forma de no querer escuchar, lo cual fortalece la
idea de que pueden ser juzgadas.

Las características que se desprenden de estos duelos no son un producto neto de los
relatos. Sino, que las mismas son conclusiones a las que se arribó luego del análisis de
los contenidos y de las síntesis de los relatos de entrevistas. Los resultados fueron
controlados metodológicamente por triangulación de datos.

Se concluye que los duelos a partir del suicidio de un hijo/a adquieren expresiones
diferentes en cada caso y procesos que son similares, aunque no distintos. Dichos
procesos se hallaron en todos los casos, independientemente del tiempo cronológico
de la pérdida.

Se puede concluir que a pesar del tiempo transcurrido, los duelos igualmente
presentan las siguientes características:

6.2.1. Una herida narcisista

202
Apelamos a la metáfora para mostrar las conclusiones a las que se arribaron, en
función del carácter acumulativo de las palabras así como los conceptos
fundamentados en la investigación, que por asociación y semejanza permiten la
percepción inmediata al lector (Ricoeur, 2001).

En estos duelos el suicidio es un trauma que estalla con la irrupción de un dolor


psíquico que proponemos sea jerarquizado como herida narcisista, en el yo.

● La vivencia de vacío y sentimiento de terror ante el desamparo afectan a todas


las áreas de la personalidad, generando un desequilibrio en el funcionamiento
global de estas personas.

● La herida narcisista es como una herida a nivel del cuerpo, la cual disminuye
en la intensidad de su sangrado a través del tiempo. La misma, al principio
sangra cual hemorragia, pero con el pasaje del tiempo reduce su sangrado.
Hay momentos en los cuales se detiene y en otros vuelve a sangrar.

● Este dolor señala e indica al psiquismo inconsciente que la ausencia existe, es


como la sombra de un objeto a la cual se ve pero no se encuentra la
materialidad (objeto) que la produce. Vale decir, que el hijo/a existe y está vivo
en los registros inconscientes, pero no existe físicamente para poder abrazarlo.

● La herida narcisista permanece con el tiempo, es como un volcán inactivo que


en cualquier momento puede entrar en erupción y producir vapores,
intermitentemente.

6.2.2. La culpa es funcional al duelo

En estos duelos el sentimiento de culpa se observa tanto en las manifestaciones


inconscientes como en sus expresiones verbales. Se encuentra presente en todos los
duelos del estudio, así como también es posible afirmar que es inherente al propio
duelo, Asimismo, la presencia de culpa es inseparable a la naturaleza dolorosa de la
pérdida.

En igual sentido se puede afirmar sobre la culpa, dada su importancia testimonial y


las síntesis temáticas, lo siguiente:

● El sentimiento de culpa en estos duelos tiene un alcance que excede a los


efectos constitucionales en la estructuración psíquica.

203
● La culpa es afecto y es un mecanismo operante en la conformación psíquica
del sujeto en los tiempos del pasado infantil.
● La culpa es un conjunto operativo que junto a otros mecanismos puede o no
haber resultado fallante en los orígenes.
● Sentirse culpable en este duelo ha sido altamente recurrente y convergente para
la categoría, en todos los relatos
● La culpa no es un afecto simplemente doloroso que pueda ser extirpado y con
ello mágicamente pueda resolverse o elaborarse el duelo

Por último, la culpa cumple una función esencial e inseparable en estos duelos, la
cual podría evolucionar en sus manifestaciones con el pasaje del tiempo, pero es como
la piedra fundamental en la construcción de un edificio, si se la quita o se la mueve
falsea la estructura principal pudiendo precipitarla. Por consiguiente, el edificio del
cual hablamos ha sufrido una sacudida sísmica. Al igual que este edificio, el
psiquismo guarda la marca de una herida narcisista causada por el trauma de la
violenta muerte del hijo/a, quien puso fin a sus días.

6.2.3. La renegación: un proceso creativo en el duelo

A medida que se avanzó en las síntesis de los temas y las categorías, resultó ineludible
preguntarse ¿qué hacen estas madres para continuar con sus vidas luego de la
pérdida? Constituyó un descubrimiento comprobar y fundamentar que las madres
acuden a la renegación, para excluir conscientemente de la realidad la muerte en sí
misma del hijo/a.

La renegación es un mecanismo inconsciente que excluye las representaciones


angustiosas de la conciencia, pero también puede ser un mecanismo consciente para
excluir representaciones-irrepresentables; como la muerte es para el inconsciente.

La valencia positiva o negativa de la renegación depende de cómo es utilizado por el


sujeto. Hemos encontrado expresiones tales como un antes y un después en la vida
luego de la muerte de sus hijos/as, lo cual implicó para cada madre un movimiento
reflexivo sobre sí misma para la búsqueda de sentidos o significados posibles sobre lo
sucedido.
En base a que no existe un proceso único en estos duelos sino que son simultáneos,
en pos de sostener a la subjetividad en riesgo de caída.

La renegación al igual que la culpa cumpliría también una función en igual sentido,
en el límite de los accesos a las representaciones inconscientes y al ingreso de
fragmentos representacionales de origen traumático.

204
Se pudo inferir la importancia de la renegación en el duelo, a través de:

● Considerar a la renegación como un proceso terciario que cumple una función.


De la misma manera que cumple con evitar el acceso e ingreso de la mociones
pulsionales auto-destructivas, provenientes de las representacionales
traumáticas. Asimismo, cumple con proteger la vida anímica de lo que no
puede ser representado como vivido, la muerte.
● La consideración que la muerte de un hijo/a es una herida narcisista en la
trama existencial del yo. La inscripción de muerte en la continuidad existencial
del yo bordea la propia herida y lleva consigo el peligro constante de la
reactivación permanente del dolor.

Se puede afirmar que la renegación cumple la función de controlar desde la


conciencia las fuerzas que agobian al yo, las cuales pulsan desde los fragmentos de
memoria asociados al dolor de saber que el hijo/a se suicidó, al conocimiento de las
causas y al contexto relacional.

La función de la renegación sería mantener a raya las representaciones, lo cual


redirige el dolor hacia un espacio capaz de ser controlado por el sujeto.

Se puede concluir que la renegación es un mecanismo funcional a sí mismo y a los


procesos de transformación subjetivos en el yo de las madres. Asimismo, se puede
decir que la renegación cumple una función en el duelo, que comprende tanto al
mecanismo como a los procesos terciarios del psiquismo de enlace con la realidad.

Por consiguiente, se deduce que la renegación se comporta como una función de


carácter operativo en el duelo para su afrontamiento.

6.2.4. El duelo concluye…

A lo largo de la investigación guía del análisis fue ¿el duelo se elabora o no se


elabora? Se interpeló la noción de “elaboración” como proceso que finaliza con la
obtención de un resultado. El concepto teórico de elaboración del duelo proveniente
del psicoanálisis fue parte de una de las hipótesis de trabajo: ¿son elaborables estos
duelos? Pregunta que subyace aún mientras escribo la tesis.
El dolor que todas las madres sienten parecería persistir aún a pesar del tiempo,
pues el suicidio y la culpa implican al yo, herido de muerte pero no muerto. Un
proceso que no culmina de representarse y tampoco de cerrarse el vacío ante estas

205
muertes. La triangulación de los datos (observaciones, datos y teoría) permitirían
afirmar que: en estos 143 duelos “el duelo” tiene la función de mantener vivo al
sujeto y de transformar las relaciones que mantienen con el hijo/a fallecido.

La sensación de vacío acompañante a la herida narcisista es algo sentido que no


tiene representación psíquica y tampoco mental, pues la herida narcisista es a estos
duelos como los hilos que faltan para hilvanar un tejido. Se puede bordear con hilos
intentando cerrar el agujero en la trama y modificar la textura original, pero nunca
aparentará ser igual que antes. Siguiendo con la metáfora, se puede también
transformar la apariencia del tejido roto con otro fragmento de igual textura, pero
nunca volverá a ser el mismo tejido. Se podría zurcir de forma invisible pero no se
lograría disimular completamente el tejido que se ha roto. La diferencia está en que el
dueño de la prenda sabe que allí hay un hueco que se le ha cubierto, pero que por allí
la trama es frágil y no es igual a como era antes.

Ninguno de los términos que conocía para referir a estos duelos se ajustaba a lo que
había observado en la clínica. Los mismos no se comportaban conforme a los
modelos conocidos descritos: elaboración, trabajo, resolución, fases, etapas y
tampoco aquel que iría en función de los tiempos del duelo.

En este Bauab (2012) propuso la concepción de tiempos del duelo en tres momentos,
cuyas características resumimos en función de este capítulo: la renegación, la
simbolización, la declaración por parte del yo que el objeto ha muerto o cuando el
sujeto «consigue perder en lo simbólico lo que había perdido en lo real» (O. Cit., p.
42).
Se podría afirmar que el duelo puede ser una cuestión de tiempos, pero tampoco se
puede afirmar que el tercer tiempo del duelo, donde se declara muerto al hijo/a se
pueda lograr en estos duelos. De la misma manera que la muerte siempre es cómo y
puntos suspensivos, paradojalmente y sin duda alguna no se puede hablar de la
experiencia de muerte sin haberla vivido.

6.3. Recursos psicosociales para el afrontamiento de la pérdida

Se identificaron los siguientes aspectos positivos para el afrontamiento del dolor en


estos duelos: el cambio en la subjetividad y la búsqueda de apoyos sociales en las
redes comunitarias. Se encontró en la resiliencia la capacidad de generar las
condiciones de cambio para el bienestar subjetivo, así como tener familia y otros
hijo/as. De la misma manera, contar con un grupo de pares, entornos laborales y
otras pertenencias grupales constituyen agentes contenedores de sus angustias y
proveedores de herramientas, a partir de la compañía y experiencia de los otros.

206
6.3.1. La resiliencia y el cambio de posición subjetiva

Se puede afirmar conforme a los testimonios, que la resiliencia es una capacidad


para la adaptación subjetiva a la nueva realidad a partir de transformar la
vulnerabilidad en aptitud. Asimismo, se puede concluir que más allá del dolor
pudieron recomponerse y continuar con la vida cotidiana. Del mismo modo, que la
resiliencia es un proceso y un movimiento y no solo una capacidad. También es
producto de aprendizajes sinérgicos que les permiten reflexionar sobre sí mismos,
para promover cambios y crear nuevas condiciones de vida.

6.3.2. La sinergia de los grupos de pares

Se puede afirmar que la inserción en grupos fue un factor protector en estos duelos.
Las dinámicas instaladas de apoyo recíproco presentan algunas dificultades , aunque
no echarían por tierra el propósito de dar contención a los padres y madres frente al
dolor de haber sobrevivido a sus hijos/as. También, el grupo se conforma como un
lugar de pertenencia y espacio para el reconocimiento social del duelo en el
sobreviviente. De la misma manera, el grupo cobra importancia para la creación de
nuevos vínculos y como un espacio de contención para las angustias del vacío
frente a la nada. Asimismo, como un lugar de encuentro para la recreación y para
pensar las perspectivas de futuro, lo cual fortalece al yo.

Todas las participantes de la investigación estuvieron en algún momento del duelo


vinculadas al grupo Renacer. Todas ellas valoraron como un aspecto positivo haber
tenido un lugar de referencia de pares, donde ser escuchadas. Sin embargo, la
mayoría de ellas dijeron sentirse peor al escuchar el dolor de otras personas y por
tener que presentarse ante cada nueva incorporación de alguna madre o padre. Según
ellas, esto removía aspectos muy dolorosos sobre la muerte de sus hijos/as. Cabe
recordar, que la modalidad de ingreso para la inserción de las madres y padres es a
partir de un grupo inicial, el cual es denominado por los referentes “grupo de padres
nuevos”.

Se puede concluir de acuerdo a las expresiones, que este dispositivo grupal


autogestionado tendría algunos aspectos a mejorar para la contención de los padres
en general. Asimismo, se vería fortalecido si contara con el asesoramiento y
coordinación técnica de uno o más profesionales psicólogos y psicólogas.

7. CAPÍTULO VII: Consideraciones finales

207
Este último capítulo tiene el propósito de generar reflexiones sobre los hallazgos de la
investigación y realizar aportes para nuestra disciplina. Se enfatiza en algunas
conclusiones con la finalidad de contribuir con conocimientos sobre este campo
problemático. Asimismo, invitar a los interlocutores a profundizar en estos desarrollos
y dejar planteadas interrogantes.

También, se expresan algunas inquietudes surgidas en el desarrollo de la


investigación, así como al final en las conclusiones.

Las líneas de orientación están basadas en la articulación de tres áreas temáticas:


la identificación de los factores de riesgo suicida a nivel individual, la caracterización
del duelo en las madres sobrevivientes de un suicidio y la descripción de procesos de
resiliencia contemporáneos.

7.1 Prevención del Suicidio

El suicidio es la segunda causa de muerte de jóvenes entre los 15 y 34 años en


Uruguay. Resulta de suma relevancia que haya profesionales de la salud que estén
capacitados en detectar el riesgo suicida en los pacientes que acuden a las consultas
en todos los niveles de atención del Sistema Nacional Integrado de Salud y del
Sistema de Emergencias Móviles extra-hospitalarias.

Se entiende que el suicidio es un fenómeno de expresión individual y de impacto


social, político y económico. Desde este punto de vista a nivel país, actualmente
existe nula asignación de recursos económicos específicamente dirigidos a la
prevención de suicidios, tanto a nivel sanitario como educativo. En este sentido, la
OMS (2014) reitera el imperativo sanitario de la función de los gobiernos para liderar
las estrategias nacionales de prevención del suicidio, en base a que es un problema
mayor para la salud pública.

El intento de suicidio a nivel sanitario no puede reducirse a ser tratado como una
enfermedad médica. No obstante, se considera que el registro y la declaración
obligatoria de carácter epidemiológico de los IAE constituyen un avance a nivel
regional, a seguir desarrollando.

Se considera que los factores de riesgo suicida mundiales son convalidados en este
estudio. Resulta indispensable y urgente promover acciones tendientes a sensibilizar
a la comunidad en la prevención del suicidio. Con la misma urgencia, comenzar a
integrar a las disciplinas, a las autoridades y a las organizaciones sociales, para
trabajar en pos de esto.

208
Conforme a lo anterior, es necesario deconstruir las representaciones sociales entorno
al suicidio como un estigma, para develar tabúes y mitos alrededor. De esta manera,
se contribuye a quitar el miedo ante la mirada social y liberar de presiones a quienes
necesitan pedir ayuda. Sobrevivientes de IAE y familiares, fundamentalmente.

Por último: Hacer énfasis sobre la necesidad social de contar con una formación
clínica en prevención de suicidios, para los estudiantes de grado y de posgrados en
Psicología, así como también en las otras disciplinas conexas, para:

● la prevención de posibles suicidios


● la detección de los factores de riesgo y protectores
● el abordaje y tratamiento interdisciplinario e intersectorial de las personas con
alta concentración de riesgo suicida

Expresar la preocupación sobre:

● la necesidad de adaptar los modelos de Prevención en Salud correspondientes a


los Niveles de Atención
● la creación de una estrategia de prevención específica para el suicidio, a partir
de la creación de un sistema de atención en red protocolizado y
geo-referenciado
● la necesaria y urgente capacitación del personal de la salud en la detección
oportuna de los riesgos y en la atención de las crisis suicidas.

Finalmente, reiterar que el suicidio es prevenible y es una cuestión de todos, puesto


que todos podemos transformarnos en sujetos vulnerables.

7.2 Estado de duelo

A partir de la investigación se ha demostrado que este duelo requiere de un


abordaje diferente desde el punto vista psicológico, a considerar:

● el duelo cumple una función vital para estas personas


● el duelo es un complejo funcional omnímodo que comprende a mecanismos
psicológicos fundantes que se comportan como una función
● el duelo admite una clasificación intermedia entre normal y patológico
● este duelo no necesariamente se transforma en un duelo patológico
● el suicidio de un hijo o una hija interpela socialmente la función de cuidado
parental

209
● la muerte de un hijo/a conforma un trauma psicológico devastador
● en el duelo se debe priorizar el abordaje sobre la herida narcisista en el yo, más
que el tratamiento del dolor psíquico por la pérdida, el cual aparece
posteriormente
● el dolor psíquico es una consecuencia del trauma vivido
● el dolor psíquico permite pensar sobre la muerte, mas no es equiparable a la
representación de la misma

● se ratifica el enunciado freudiano que la muerte es irrepresentable para el


psiquismo inconsciente, ergo la muerte psíquica es la muerte propia
● la muerte del hijo/a es la muerte de una parte del yo propio, es una vivencia
imposible de registrar pues para ello se ha de haber vivido la muerte
● el vacío traumático de la pérdida se evidencia a partir de angustias que no
pueden ser contadas, sino sentidas
● el sentimiento de culpa cumple la función de ofrecer sentidos a la vida propia
● la renegación cumple la función de proteger al psiquismo a partir de la
exclusión forzada de la realidad
● las funciones que cumplen la culpa y la renegación aparecen cuando se puede
reconocer y manejar el dolor psíquico

Finalmente, considerar que este duelo no es algo que se elabora y acaba y tampoco es
un trabajo terminado, sino que es un todo funcional que puede ser pensado como un
estado del ser. Un estado de duelo.

7.3 Formar en resiliencia

En función de que la resiliencia es una capacidad subjetiva a fortalecer en estas


personas por el tipo de duelo, sería fundamental profundizar en la génesis de los
procesos que permiten su aparición y desarrollo, así como también en la articulación
de los aprendizajes cognitivo-emocionales que la constituyen.

Si bien se conocen algunas de sus manifestaciones, cabría profundizar en el estudio de


los procesos que hacen al desarrollo de la capacidad y a la potencialidad intrínseca de
autogénesis.

En la clínica sería fundamental:

● ampliar conocimientos sobre la capacidad creadora de la resiliencia en este tipo


de duelos y sobre los procesos que la constituyen,

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● conocer los aprendizajes resilientes que sostienen al sujeto en el duelo
● que la resiliencia sea considerada una herramienta técnica de la formación para
aplicar en la clínica del duelo
● ampliar la formación de grado en dispositivos grupales terapéuticos,
específicamente dirigidos a trabajar el duelo de los padres, originados a partir
del suicidio de un hijo/a.

En síntesis:

El suicidio es un fenómeno que se mantiene oculto mientras la sociedad permanece


indiferente. Asimismo, por cada suicidio son afectados al menos 6 personas del
entorno más cercano, elevándose a más de 100 si ocurre en un centro educativo. Esto
equivale a decir que la multiplicación del impacto de un suicidio hace prever que
dichas personas se encuentran clasificadas como población de riesgo suicida.

Sin dejar de considerar, que en nuestro país y más allá de que las cifras son confiables
en el estándar internacional, la tasa de 17.4 por cada 100 mil habitantes para el 2014
ratifica la permanencia de una tendencia levemente estable desde el año 2000, a
excepción del 2002.

En tanto que los jóvenes – según las estadísticas – son quienes más se suicidan
después de los adultos mayores. Resulta una consecuencia casi esperable la sobrevida
de los padres respecto a los hijos, por lo tanto encontrarse con la demanda de un
duelo de estas características, es altamente probable.

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