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Comunicación social de la problemática ambiental

Andrea Milesi
Facultad de Psicología – UNC.

RESUMEN

El modo como la problemática ambiental es presentada a la sociedad constituye una cuestión de


particular importancia. Más allá de las orientaciones ideológicas que puedan asumir las distintas
corrientes, la compleja relación entre el ambientalismo, en tanto movimiento social, y la
problemática ambiental constituye un fenómeno que presenta diversas aristas, entre otras, las
formas que asume la comunicación de la problemática ambiental a la sociedad en su conjunto. Si
bien no puede hablarse del discurso ambientalista como si fuera una entidad única, ya que son
diversas las orientaciones en que las ideas son expresadas, acorde con las distintas ideologías que
sustentan las practicas de los actores involucrados, no obstante ello, a pesar de no ser un discurso
único ni uniforme, presenta rasgos que se repiten. En líneas generales se observa reiteradamente
una tensión entre las formulaciones de tipo ético o moral y aquellas propias del dominio
científico. Esta situación trae aparejadas importantes consecuencias particularmente en relación a
las posibilidades de alcanzar aquellos objetivos, presentes en la mayoría de los grupos
ambientalistas, relativos tanto a lograr involucrar el mayor número posible de ciudadanos en la
preservación del medio, como, y fundamentalmente, propiciar un cambio en las
representaciones sociales respecto del ambiente.

Los estudios antropológicos relativos a cuestiones ambientales cuentan con una larga
trayectoria donde es posible observar preocupaciones de la más diversa índole. Entre los distintos
aspectos analizados se encuentran los relativos a las conexiones que las personas establecen con
su ambiente, y a las formas en que perciben e interpretan su entorno.
La mirada que tienen las personas respecto de su medio es aprendida, es mediada social y
culturalmente. Cada sociedad lleva a cabo un entrenamiento particular en interacción con su
ambiente. En esta especie de proceso de adiestramiento que realizan las personas en relación a su
entorno, aparecen involucrados una serie de agentes. Entre estos agentes, por el tipo de labor
desplegada, se destacan las agrupaciones ecologistas o ambientalistas, quienes más allá de las
diferentes manifestaciones que puedan asumir, se constituyen en portadores de una “racionalidad
alternativa” al modelo de relación hombre/ambiente en vigencia (Leff,94). El ambientalismo en
líneas generales cumple una importantísima función para la obtención de medidas
gubernamentales tendientes a la protección del medio, y como agentes transformadores de las
representaciones de los sujetos respecto del ambiente.
Dentro de este panorama resulta de particular importancia el modo como la problemática
ambiental es comunicada por el ambientalismo a los demás actores sociales. Más
específicamente, resulta relevante detenerse en el discurso ambientalista. Discurso este último
que, si bien en modo alguno puede considerarse homogéneo, en líneas generales presenta
reiteradamente una tensión entre las formulaciones de tipo ético o moral y aquellas propias del
dominio científico. Esta situación trae aparejadas importantes consecuencias particularmente en
relación a las posibilidades de alcanzar los objetivos de preservación ambiental y,
fundamentalmente, de lograr un cambio en las representaciones sociales respecto del medio.

La historia de las agrupaciones preocupadas con el entorno natural, presenta como hito
fundamental la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano.

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Celebrada en Estocolmo en 1972, esta conferencia contó con la asistencia de representantes de
unos ciento treinta países y su importancia se debió a diversas razones. En primer lugar la
cuestión ambiental, merced al trabajo incansable desarrollado por distintos agentes, entre otros
también de la sociedad civil, logró alcanzar a los centros de poder. En los dominios donde
tradicionalmente imperaba un discurso basado en la idea de “ al mundo natural hay que
transformarlo”, comenzó a manifestarse, al menos discursivamente, la idea de “al mundo natural
hay que conservarlo”. La naturaleza comenzó a abandonar su carácter inagotable para perfilarse
como un bien limitado.
En segundo lugar, pero con igual importancia que lo señalado en el párrafo anterior, los
problemas generados a partir de la relación del ser humano con el ambiente como el uso del
agua, las alteraciones climáticas, la pérdida de bio diversidad, el debilitamiento progresivo de la
capa de ozono, la contaminación del aire, el crecimiento de la población, la falta de energía, el
empobrecimiento de los recursos naturales en general, dejaron de ser cuestiones apenas limitadas
a un reducido círculo para alcanzar cierta masividad. Esto es, salieron las cuestiones ambientales
del ámbito estrictamente académico y científico provocando un paulatino crecimiento en su
difusión a un público no especializado. Desde la sociedad civil, se sumaron nuevos actores que
comenzaron a disputar un espacio por controlar su calidad de vida, su derecho a elegir el
ambiente en que deseaban vivir. Con ello se aumentó y aceleró la conformación de agrupaciones
dedicadas a la consideración de las cuestiones ambientales.
Respecto a la caracterización general del ambientalismo, este es considerado una variedad
particular dentro de los llamados “nuevos movimientos sociales”. Los nuevos movimientos
sociales constituyen un fenómeno que pone en evidencia la presencia de la sociedad civil
gestando nuevas formas de sociabilidad. Estas manifestaciones colectivas surgen a partir de las
nuevas configuraciones sociales, donde los vacíos generados por las transformaciones en el
comportamiento del Estado, fueron dando origen a la conformación de grupos que desde ámbitos
ajenos a los distintos niveles de gobierno, buscaban cubrir necesidades que los organismos de
Estado no lograban ya satisfacer.
Los nuevos movimientos sociales, como señala Tilman Evers, entre otras características
presentan la particularidad de no cuestionar una forma específica de poder político, sino la
primacía del poder en sí, siendo de su esencia la capacidad de generar gérmenes de una nueva
subjetividad social. La aparición de estos movimientos constituye un elemento renovador de las
relaciones sociales.
En ese sentido, y en relación a las actividades del ambientalismo, cabe destacar que
frecuentemente se hace referencia a los aspectos de su gestión relacionados con logros relativos a
la implementación de medidas gubernamentales favorables al ambiente. Si bien estas son
cuestiones de gran relevancia, suelen llevar a considerar a estos movimientos apenas desde la
perspectiva de grupos de presión para la transformación de las políticas públicas en relación al
ambiente, con lo que se dejaría de lado una parte importante de la dimensión social de su gestión.
Esto es, una parte fundamental de las actividades del ambientalismo está orientada, entre otros
aspectos, a transformar la lógica que alienta la visión del hombre respecto a su relación con el
medio que es indispensable para su subsistencia. Y esta actividad es fundamental justamente
porque son las prácticas sociales “… los millones de acciones y actitudes cotidianas de
obediencia ciega al orden dominante que crean, reproducen y refuerzan las estructuras sociales”
(Evers, 8).
Estos aspectos que vienen siendo señalados, cobran mayor importancia aún si se considera
que el proceso que da lugar a las prácticas cotidianas opera de forma inconsciente. Esto es, no
están los actores preguntándose constantemente a cerca de los motivos o valores que alientan su
comportamiento, por el contrario, la mayoría de los comportamientos responden a estructuras de

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ideas y creencias culturalmente modelados. De allí la importancia que adquiere la gestación de
actividades y actitudes alternativas, el “hacer lo cotidiano de otra manera”, al permitir
paulatinamente ir modificando las formas de las percepciones sociales, ir conformando nuevas
formas de vivir y de relacionarse. En otros términos, los ambientalistas contribuyen a generar
una conciencia ambiental particular.

Es conveniente destacar que no es lo mismo hablar de ecología que de ambientalismo o de


movimiento ecológico. Esto es en razón de que responden a lógicas diferentes, a realidades
íntimamente relacionadas pero distintas. La ecología dice respecto a la ciencia que se ocupa del
funcionamiento de los distintos ecosistemas, de las relaciones que los seres vivos establecen entre
sí y con el espacio físico que ocupan.
En el caso del ecologismo o bien, en términos más generales, del ambientalismo, a la
preocupación ambiental se le agregan elementos que, al menos en principio, van más allá de los
dominios estrictos de las ciencias naturales, al incorporar cuestiones de carácter político,
económico, cultural, filosófico, etc.Scherer Warren (73), encuentra como uno de los principales
potenciales del ambientalismo el “… empeño en conectar conocimiento (la ciencia), con valores
morales (la ética ecológica) y práctica política, ( y agrega) … esta conexión no es sencilla ni se
realiza en forma homogénea, toda vez que los valores presuponen creencias y utopías”,
volveremos sobre estas cuestiones.
No es posible referirse al ambientalismo como si se tratara de un movimiento universal
homogéneo. Si bien el eje de las actividades está dado por la intervención en las relaciones que el
ser humano establece con su ambiente, las ideas que animan las prácticas responden a los más
variados intereses y objetivos. Así pueden observarse tendencias eminentemente biocéntricas que
propugnan la defensa del proceso evolutivo de los ecosistemas inclusive a costa del hombre; a
los que le otorgan una dimensión preponderante a los actores sociales quienes a través de sus
comportamientos, por ejemplo consumo regulado no contaminante, contribuirían al
mantenimiento de una relación viable con el medio.
La emergencia del ambientalismo en el mundo, no apenas por el número de agrupaciones
sino también por su trascendencia, causó fuerte impacto dentro de las ciencias sociales a punto de
constituirse en si mismo en un tema de interés entre los investigadores. Paul Wapner destaca que
si bien el debate en torno a las agrupaciones ambientalista, particularmente las organizadas como
no gubernamentales, puede ser localizado ya en los años sesenta, será recién en la década del
ochenta que es tomado seriamente como objeto de estudio fundamentalmente en relación al
estado y sus políticas públicas (13).
Entre las propuestas teóricas destinadas a establecer distinciones entre las variadas
agrupaciones preocupadas con el ambiente, se destaca la elaborada por Andrew Dobson . Para
este autor la diferencia básica reside en que:
… el medioambientalismo aboga por una aproximación administrativa a los problemas
medioambientales, convencido de que pueden ser resueltos sin cambios fundamentales en los
actuales valores o modelos de producción y consumo, mientras que el ecologismo mantiene que
una existencia sustentable y satisfactoria presupone cambios radicales en nuestra relación con el
mundo natural no humano y en nuestra forma de vida social y política (22).
Denominaciones aparte, ya que no son pocos los autores que emplean ecologismo,
ambientalismo o medioambientalismo como términos intercambiables, lo que debe recuperase
como distinción fundamental entre las distintas posturas relativas al ambiente es la ideología
sustentada en relación al sistema social. Esto es, por un lado se encontrarían aquellos que en
términos de Dobson representarían al ecologismo, “los verde oscuro”, que abogan por un cambio
político estructural que de paso a una nueva formación enteramente distinta al sistema capitalista,

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por considerar que la lógica del sistema es esencialmente incompatible con la preservación
ambiental.
Por otro lado, estarían los medioambientalistas, “los verde claro”, que pugnan por el
cuidado del ambiente dentro del sistema social vigente. En este caso el desafío se sitúa en
instaurar prácticas capaces de compatibilizar los requerimientos ambientales con la búsqueda de
lucro del sistema capitalista. Esta última no sería una afirmación absurda desde que la lógica del
sistema se refiere a la obtención de ganancias, si esas ganancias pueden ser obtenidas mediante la
preservación ambiental, entonces las prácticas se orientarán a la preservación del ambiente.
Más allá de las orientaciones ideológicas que puedan asumir las distintas corrientes la
compleja relación entre el ambientalismo, en tanto movimiento social, y la problemática
ambiental constituye un fenómeno que presenta diversas aristas. Entre estas se destacan, por un
lado las cuestiones relativas al propio objeto sobre el que recae: el ambiente. Este responde a
fronteras naturales. Los problemas ambientales, en principio, son fenómenos globales
(volveremos sobre este aspecto más adelante). Por otra parte, encontramos la forma en que estas
cuestiones son abordadas y comunicadas a la sociedad, caso del discurso ambientalista. Discurso
este que, como ya fuera señalado, a pesar de no ser homogéneo presenta rasgos que se reiteran.
Al ser los fenómenos naturales los que originariamente alertaron sobre los riesgos del
comportamiento humano, esto trajo aparejado que algunas cuestiones culturales resultaran
opacadas. Esto es particularmente observable en relación al lugar ocupado por las ciencias
naturales. Si bien todos pueden ser amigables o apreciar la naturaleza, solo los expertos sabrían
que necesita y de que modo. Steven Yearly destaca que desde que el ambiente y la vida silvestre
son incapaces de hablarnos, necesitan ser representados siendo, en las modernas sociedades
industrializadas, la ciencia (en el sentido de ciencias duras) la única representante capaz con
amplia legitimidad para hacerlo (74 y sgtes).
La consideración del ambiente es realizada desde las ciencias biológicas, físicas, químicas,
ciencias naturales en general, las llamadas ciencias duras. Pero, referirse a estas ciencias no dice
apenas respecto a una rama particular del conocimiento, dice también respecto a garantías de
precisión, objetividad y, fundamentalmente, neutralidad. De este modo, las ciencias duras son
consideradas como ciencias que estudian y analizan la realidad sin cualquier tipo de interés o
intencionalidad que no sea el puro conocimiento científico. Por este motivo, y sumado al hecho
de ser su objeto el mundo natural, aparecen como las únicas indicadas para establecer las
modalidades de tratamiento de los temas ambientales, cuáles son las prioridades y quiénes son los
agentes habilitados para el cuidado de los mismos.
Enfoques como el que viene siendo señalado, no permite advertir que también las formas
de abordajes de estas ciencias, las ciencias duras, responden a lógicas culturales particulares. La
selección de los temas, de los aspectos a considerar, la forma de llevar a cabo su tratamiento, es
producto no apenas del fenómeno del que se ocupan, sino también que hay toda una serie de
consideraciones que responden a cuestiones políticas, económicas, sociales y culturales.
Variaciones en los arreglos institucionales o distintas configuraciones sociales, llevan a paisajes y
dinámicas ecológicas diferentes, de suerte que “… los patrones o caminos ecológicos y sus
procesos están profundamente embebidos en lo social e institucional como partes de una
continua, y sin embargo, profundamente diferenciada interacción” (Scoones,494). Estos
aspectos son habitualmente silenciados, cuando no directamente desconocidos.
Estas cuestiones que vienen siendo apuntadas tienen importantes consecuencias en relación
al modo como el ambientalismo aborda y comunica la problemática ambiental.
Es común observar el empleo reiterado por parte de los grupos involucrados en la preservación
ambiental de un lenguaje propio de las ciencias biológicas, químicas, ciencias naturales en
general, para referirse a los problemas que afectan a la naturaleza por el comportamiento humano.

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Este uso del lenguaje de las ciencias naturales le otorga la seriedad propia de los fenómenos
científicamente analizados. Pero al mismo tiempo les otorgan una magnitud que los refiere como
inalcanzables, y propios de un universo ajeno a los actores sociales en general. Este es uno de los
problemas observables en el tratamiento de la cuestión ecológica por parte del ambientalismo, lo
que podría llamarse de efecto de externalidad.
El uso reiterado de expresiones y explicaciones propias de las ciencias naturales genera el
efecto de ser una cuestión tan científicamente precisa que se hace inaccesible para el común de
los actores en su quehacer cotidiano. A esto se suma que las responsabilidades pasan a ser tantas
y tan abrumadoras que parecería imposible hacerles frente, sobrepasan la existencia de cualquier
mortal desde que se es responsable nada menos que de la suerte que correrán las generaciones
futuras. En este sentido, no son pocos los autores que coinciden con Redclif y Benton (1994)
quienes consideran que no debe ser visto como un comportamiento irracional por parte de los
actores sociales, el no responder adecuadamente a los apelos de los ambientalistas para cambiar
su estilo de vida en pro de un interés general. Antes bien se trata de la diferencia significativa
respecto de las distribuciones de poder, lo que lleva a que los sujetos no tengan muchas veces la
posibilidad de cambiar su actividad cotidiana, ambientalmente destructiva, por otra que no lo sea.
El muy difundido slogan ambientalista “pensar globalmente actuar localmente”, en la
práctica general aparece desvirtuado. Es común observar una localización de la problemática en
el polo global de la cuestión, lo que trae aparejado el riesgo de otorgarle al fenómeno un nivel de
generalidad que solo traerá como consecuencia inmovilidad y pasiva aceptación de los dictado
emanados desde sectores del poder. Por otra parte, al ponerse el acento en los aspectos globales
de la cuestión, la participación cotidiana se ve debilitada perdiéndose en un universo amplísimo,
de suerte que lo que es de todos acaba siendo de nadie. En ese sentido, resulta de significativa
importancia considerar el tipo de demanda que se realiza a los actores sociales, como así también
la gama de opciones con que se cuenta. Esto es, se torna particularmente importante adjuntar a la
demanda las alternativas posibles, desde que si se considera que son las prácticas cotidianas las
que dan sustento al sistema, un cambio gradual de estas prácticas terminaría acarreando efectos
generales.

Daniel Mato refiriéndose a la cultura y sus transformaciones en tiempos de globalización


destacaba la importancia de considerar
… como la producción de ciertas representaciones sociales que juegan papeles relevantes en tanto
articuladoras de sentido de las prácticas de organizaciones y movimientos sociales resulta marcada
de diversas maneras por relaciones transnacionales entre actores locales y globales (152 ).
Si se considera que todo discurso es un producto social y que no es posible pensar un
discurso fuera de las condiciones de su producción, resulta útil referir estas ideas a la cuestión del
ambientalismo y el discurso científico. Estas cuestiones que vienen siendo apuntadas, en las
prácticas discursivas del ambientalismo parecería que no son suficientemente advertidas. El tipo
de lenguaje empleado, el tipo de abordaje realizado, no responde apenas a una necesidad
inherente al objeto en cuestión, sino que responde también y fundamentalmente a un paradigma
hegemónico que establece que es el lenguaje científico, el de las llamadas ciencias duras, el
único autorizado para referirse a estas cuestiones por ser portador de criterios de verdad
empíricamente comprobables. Es de destacarse la ironía de esta situación donde, a pesar de su
cientificismo, las discusiones ambientales en la práctica son más propias de un discurso moral
que de un discurso neutral descriptivo (Grove-White, 23 y sgtes.), particularidad esta que resulta
sistemáticamente desconocida.
En realidad se está frente a un tema que por su relación con la vida social responde a una
construcción cultural de un modelo social dado. Pasa desapercibido el hecho de que “el discurso

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ambiental no es apenas comunicación sobre el ambiente, sino también el proceso por el cual
nuestro conocimiento sobre el ambiente es construido a través de la comunicación”(Milton, 8).
El mismo ambientalismo que propugna por un cambio de filosofía de vida, por una
racionalidad alternativa, cae en la misma lógica vigente del sistema, que establece
compartimentos estancos para abordar los distintos problemas. Responde a la cuestión en
concordancia con el mismo sistema que establece qué se puede y cómo se puede decir. De este
modo se genera una situación paradojal: se define a la problemática como novedosa, pero se
recurre a antiguos esquemas para hacerle frente, se recurre a viejas estrategias para pensarla.
Siendo el problema nuevo, correspondería alguna novedad en su planteo, un nuevo esquema de
pensamiento para responder al mismo.
El estado de cosas que viene siendo comentado es resultado de los marcos de referencia
que organizan el tipo de tratamiento de la naturaleza. Como señala Arturo Escobar “… la
naturaleza y la cultura … deben ser analizados no como entes dados y presociales, sino como
constructos culturales” (118). Dada la preeminencia del discurso científico “neutral” (de las
ciencias duras), se discute al ambiente como un objeto cuyo dominio corresponde casi
exclusivamente a las ciencias naturales. No se advierte que en realidad lo que está primando en
el tratamiento del fenómeno es un paradigma cultural que privilegia un modo particular de
abordar el tema, y buena parte del ambientalismo reitera este error al no incluir suficientemente
en este universo otras dimensiones del fenómeno.
Las anteriores críticas al ambientalismo, no importan desconocer sus logros. Robin Grove-
White, ejemplificando con el caso de Inglaterra, destaca la influencia que ha tenido el
movimiento en relación a los cambios gestados socialmente respecto a la percepción del medio.
Sostiene que los trabajos realizados por las diferentes agrupaciones ecologistas han generado una
conciencia particular respecto al ambiente de modo tal que temas como el cambio climático
global, la capa de ozono, etc, pasaron a formar parte del vocabulario del público en general. No
obstante ello, si bien la efectiva incorporación de las cuestiones ambientales al vocabulario
cotidiano de la población es importante, no lo es menos discutir si esta incorporación implica una
genuina preocupación con el ambiente o no, pero esa es una cuestión que escapa a los objetivos
de este trabajo.
Es posible observar como no pocas veces la percepción ambiental contrasta con la realidad
ambiental. El fenómeno ambiental, por ser un fenómeno global, no reconoce los mismos límites
culturales que los actores. Es un fenómeno que responde a lógicas naturales, mientras que su
percepción a lógicas culturales, pudiendo ser igualmente similares como antagónicas. Arturo
Escobar, quien realizara estudios sobre movimientos ecológicos de los bosques subtropicales en
África, advierte que:

Los eruditos y activistas de estudios ambientalistas no solo están siendo confrontados por los
movimientos sociales que mantienen una fuerte referencia al lugar - verdaderos movimientos de
apego ecológico y cultural a lugares y territorios – sino que también confrontan la creciente
compresión de que cualquier salida alternativa debe tomar en cuenta los modelos de la naturaleza
basados en el lugar, así como las prácticas y racionalidades culturales, ecológicas y económicas que
las acompañan (114).

La globalidad del fenómeno ambiental también es observable en su nivel discursivo, desde


que la globalización impone relaciones con un determinado discurso científico. Las condiciones
globales de percepción del fenómeno ambiental alcanzan indudablemente su tratamiento local, no
apenas por la influencia de los discursos e intereses transnacionales respecto al ambiente, sino
porque, como fuera señalado, es de la esencia del fenómeno ambiental su globalidad. Sus
fronteras, en principio, son naturales no políticas. Pero, esto no debe opacar el hecho de que su

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ajuste y tratamiento debe ser local, todo lo que se hace extensivo a sus aspectos discursivos. La
particularidad de ser el discurso internacional el dominante en materia ambiental sumado al
hecho de ser verificable su impronta en las líneas directrices de la producción discursiva local, no
debe oscurecer el hecho de que no pueden ser dejados de lado los marcos de referencia de cada
lugar. Estos últimos son relevantes ya que orientan la posibilidad de ver, de imaginar, de concebir
el ambiente.
Como bien señala Kay Milton es muy importante tener presente que algunas áreas del
discurso ambiental comparten su objeto con la ciencia e invocan su lenguaje (calentamiento
global, biodiversidad, etc) en tanto otras, (dimensión moral) pueden entrar en conflicto con este
discurso científico pudiendo ser vista como confrontando o presentando una alternativa a la
ortodoxia científica (9 y sgtes)
La dimensión ética o moral de la problemática ambiental torna más complejo aún su
tratamiento De allí la necesidad de atender al desarrollo de las interrelaciones, y las fluctuaciones
que pueden observase entre ambas dimensiones moral y científica. No se trata apenas de una
problemática controlable por la ciencia, hace referencia también a un espacio físico habitado por
seres humanos con valores y conductas socialmente construidas. Aspectos estos que no siempre
son debidamente considerados dando lugar a tensiones que se manifiestan en el discurso
ambientalista.

Para concluir, contrario a estos tiempos donde la globalización aparece como el vector de
los comportamientos sociales, sin negar la impronta global, en materia ambiental la recuperación
y preeminencia de las perspectivas locales debe ser efectivizada.
Las personas responden a las situaciones cotidianas a través de categorías interpretativas
que reflejan su comprensión del entorno. El ambientalismo en sus diversas modalidades disemina
una particular sensibilidad ecológica que opera a nivel ideacional animando ciertas prácticas
sociales en relación al medio. Este cambio impulsado desde las agrupaciones ambientalistas
acerca de cómo los hombres entienden al mundo, y de modo independiente de la creación de
instituciones asociadas con los gobiernos, constituye una dimensión política muy significativa
(Wapner 96).
El ambientalismo más allá de sus distintas orientaciones y modalidades realiza un uso
permanente del discurso propio de las ciencias naturales, por ser este el discurso hegemónico
dentro de las formaciones sociales actuales para dar cuenta del fenómeno ambiental. Pero al
mismo tiempo no puede obviar la dimensión ético social local de la problemática que lo ocupa.
La transición hacia un discurso nuevo que logre superar las tensiones entre ética o moral y
dominio científico, constituye uno de los principales desafíos para alcanzar su independencia, y
formar un camino propio de desarrollo para permitir la conformación de un perfil discursivo más
adecuado a los objetivos del movimiento.

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