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“No existe y no existió nación charrúa”, dijo este 6 de abril el diputado colorado
Conrado Rodríguez: “Los charrúas no eran un pueblo originario de la Banda
Oriental o de lo que terminó siendo el territorio nacional, eran un pueblo
originario de Santa Fe, Argentina”.2 Rodríguez, con su raro mapa construido a
posteriori, estaba reaccionando al debate que se produjo en la Cámara de
Diputados uruguaya con motivo del inminente Día de la Nación Charrúa y la
Identidad Indígena. Aniversario de la matanza del arroyo Salsipuedes, fue
instaurado por la Ley 18.589, de 2009, que surgió de una comisión
parlamentaria en la que participaban los hoy presidente y vicepresidenta de la
República, Luis Lacalle Pou y Beatriz Argimón, y que tuvo como miembro
informante al entonces diputado oficialista Edgardo Ortuño, del Frente Amplio.
Trece años después de aquella ley, otro diputado frenteamplista, Felipe Carballo,
calificó Salsipuedes como “uno de los actos de terrorismo de Estado más cruel e
impune que se haya llevado a cabo en la historia de nuestro país”, y atribuyó su
autoría intelectual al “poder económico” que pretendía “perpetuarse en el uso de
las tierras para sí”. Fustigó, al mismo tiempo, la negación. No sólo del episodio,
sino de la herencia charrúa en su globalidad. Una negación amparada en una
opacidad que permite (por citar un caso mucho más trabajado que la reacción
del diputado Rodríguez) que la historiadora Martha Canessa de Sanguinetti, en
sus hagiografías del caudillo colorado Fructuoso Rivera,3 califique a
Salsipuedes de “combate” y lo sitúe en la incompatibilidad entre “la toldería” y
las garantías del Estado y su fomento de la industria nacional.