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LA GACETA Literaria

¿ Comienza ahora el siglo XXI?


El historiador Eric Hobsbawm postulaba que los siglos podían
estirarse o acortarse a partir de grandes acontecimientos que
marcaran su comienzo y su final. ¿La pandemia de la Covid-19
marca el inicio de nuestro siglo?
15 abril 2020 Por Alvaro José Aurane Para LA GACETA -TUCUMAN

Es difícil suponer que los hombres y las mujeres que presenciaron la


caída de Constantinopla a manos de los otomanos, en 1453, hayan tenido
conciencia de que estaban asistiendo a lo que el genérico consenso aca-
démico considera como el final de Edad Media. Difícilmente, los niños que
nacieron con posterioridad a que las murallas bizantinas cayeran bajo el
asedio y los cañones de los turcos se asumieran a sí mismos como “mo-
dernos”.

La Historia exhibe que con el tiempo también se pueden medir dis-


tancias. Cuando se está temporalmente “encima” del objeto histórico
es imposible dimensionarlo acabadamente. Como en “Los dos reyes y
los dos laberintos”, de Borges, donde un desierto no necesita de puertas,
galerías ni muros, porque con ser inabarcable le basta para confundir a
cualquiera.

Más aquí en el tiempo, el británico y marxista Eric Hobsbawm tornó


aún más compleja la situación, porque advirtió que no sólo era azarso
anclar comienzos y finales para las vastísimas Edades de la Historia,
sino también para los siglos, ciertamente más acotados. Se tornó ca-
nónica su identificación del XIX como un “siglo largo”, porque nace en el
ciclo de la Revolución Norteamericana (1776) y de la Revolución Francesa
(1789) y culmina en 1914, cuando se detona la Primera Guerra Mundial.
Por lo mismo, el XX fue el “siglo corto”, porque su inicio está marcado por
la Gran Guerra, mientras que su final está dado por la caída del Muro de
Berlín (1989) y la disolución de la Unión Soviética (1991).
No son criterios antojadizos. La Primera Guerra Mundial, enseñó Hobs-
bawm en “Historia del Siglo XX” (Crítica, 2010), marcó el derrumbe de la ci-
vilización occidental decimonónica. “Esa civilización era capitalista desde el
punto de vista económico; liberal en su estructura jurídica y constitucional;
burguesa por la imagen de su clase hegemónica característica; y brillante
por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el conocimiento y la
educación, así como el progreso material y moral. Además, estaba profun-
damente convencida de la posición central de Europa, cuna de las revolucio-
nes científica, artística, política e industrial, cuya economía había extendido
su influencia sobre una gran parte del mundo, al que sus ejércitos habían
conquistado”. De eso, nada más que cenizas quedaron tras las dos guerras
mundiales.

Precisamente, en el “siglo corto” se desplomaron los imperios colonia-


les; las instituciones de la democracia liberal prácticamente desaparecieron
entre finales de la década de 1910 y principios la de 1940; Estados Unidos se
estremeció con la “Gran Depresión” y sólo una casi imposible alianza entre
el capitalismo y el comunismo derrotó al nazismo genocida. La Rusia feudal
y campesina que alumbró la doble revolución de 1917 llevó adelante la pri-
mera experiencia comunista a macroescala y se convirtió en sólo 30 años
en una superpotencia, que luego colapsó bajo el peso de sus cimientos.
EEUU olvidó su origen colonial y devino un imperio. Se crearon armas de
destrucción masiva, se las arrojó sobre poblaciones japonesas y, pese a se-
mejante horror, el mundo estuvo al borde del holocausto nuclear. Llegamos
a la luna. Y creamos un mundo de virtualidad y redes sociales en internet.

El criterio de que los siglos, en términos históricos, no se ajustan a las


pautas cronológicas de los almanaques, sino que son determinados por
hitos que clausuran o habilitan procesos, cobra plena vigencia a partir de la
pandemia global de la covid-19. ¿Marca el coronavirus el comienzo real del
Siglo XXI?
La contemporaneidad con el hecho condena a un defecto de cercanía. Aun
así, la pregunta ha sido planteada. Hay quienes sostienen que sí: que esta
primera peste detonada en la globalización está generando en la humanidad,
sin distinciones de occidente u oriente, ricos y pobres, genotipos, géneros ni
ideologías, una serie de cambios que, en el tiempo, modificarán la manera en
la que se vivía hasta ahora. La “manera del siglo XX” de consumir, interactuar
y contaminar. Para otros, no. Hay quienes sostienen, haciendo una exégesis
de Hobsbawm, que él periodizó los siglos sobre la base de acontecimientos
consagrados por el hombre, y el coronavirus pertenece al ámbito de la Na-
turaleza. Por caso, el inicio del “siglo corto” no estuvo dado por la “gripe es-
pañola” de 1920, que mató más personas que toda la Primera Guerra Mundial.
También están aquellos para los que el siglo XXI comenzó, paradójicamente,
“en horario” con el calendario: en 2001. A partir de los atentados perpetrados
con aviones comerciales por Al Qaeda, el 11 de septiembre, contra las Torres
Gemelas y El Pentágono (más un fallido ataque al Capitolio), en los Estados
Unidos.

Hobsbawm murió en 2012, con lo cual no puede contestar sobre la cues-


tión, aunque habiendo sido testigo del nefasto “11-S” tampoco cambió de pa-
recer respecto de que el colapso de la URSS y de los regímenes comunistas
nacidos de las revoluciones de 1917 marcaron el fin de una centuria y el co-
mienzo de otra.

Todo debate histórico está siempre abierto. El propio Hobsbawm, en “Un


tiempo de rupturas” (Crítica, 2013), sostiene que fue en la cercana década
de 1950 cuando, en realidad, la Edad Media “terminó repentinamente para el
80% del globo terráqueo”. O, apartando la mordacidad del historiador, ya ha
concluido el siglo XIX (con la Gran Guerra o, antes, con la fiesta de fin de año
de 1900) y el siglo XX se terminó junto con la Unión Soviética, o con el mayor
ataque terrorista de la Historia o con la pandemia actual. Sin embargo, sigue
habiendo una línea invisible pero para nada imaginaria que separa de mane-
ra abismal a las sociedades de lo que fueron las metrópolis y respecto de las
sociedades de lo que fueron las colonias. Y eso han transcurrido muchas dé-
cadas después del fin del colonialismo histórico. Pero a pesar de que no hay
certezas (la periodicidad de la historia es materia opinable eternamente), el
debate no sólo es actual, sino casi imprescindible. Porque plantear cuándo
comienza o se acaba un siglo es una conjura contra la noción del presente
perpetuo.
“Vivimos en una época sin fulguración, una época de repetición”, diag-
nostica el epistemólogo Boaventura de Sousa Santos en su ensayo “La caí-
da del Angelus Novus” (Clacso, 2018). “El largo plazo se paraliza en el corto
plazo y este, que siempre fue la moldura temporal del capitalismo, permite a
la burguesía producir la única teoría de la historia verdaderamente burgue-
sa: la teoría del fin de la historia”, escribe el portugués. Si ya no hay historia
por venir, entonces el tiempo es una repetición automática e infinita de los
poderes dominantes.

“La idea de la repetición se refiere a que permite al presente extenderse al


pasado y al futuro, como una forma de canibalismo”, identifica De Soussa
Santos.

La necesidad del debate sobre la periodización de la historia, entonces, no


pasa por los discursos referidos a que la historia se repite, o a que el hom-
bre se reitera. La cuestión, más bien, gira en torno de una pregunta maldi-
ta. Un interrogante que se trafica como una duda. “¿Nos encontramos ante
una situación nueva?”. Si por un instante alguien no tiene certeza de ello, la
discusión en torno de un ciclo que termina y de otro que comienza se torna,
más bien, urgente.

© LA GACETA

Alvaro José Aurane - Prosecretario de Redacción de LA GACETA, profesor


de Historia Contemporánea en la Unsta.

Fuente: https://www.lagaceta.com.ar/nota/841502/la-gaceta-literaria/co-
mienza-ahora-siglo-xxi.html

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