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EDICIÓN 276 - JUNIO 2022


RAZONES PARA ENTENDER EL ASCENSO DE MILEI

El “populismo de la libertad” como experiencia

Por Pablo Semán y Nicolás Welschinger*

El salto de Javier Milei a la masividad no se explica sólo


analizando su figura o su discurso sino también comprendiendo
las experiencias concretas de personas empujadas, desde antes
de la pandemia, a las inclemencias de una “vida neoliberal”:
necesitan tener esperanza y son quienes alimentan un fenómeno
político-social que muchos analistas se niegan a ver.

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Feria del Libro de Buenos Aires, 14-5-22 (Luis Robayo/AFP)

El salto de Javier Milei a una masividad nacional obliga a ir más allá de los líderes a las bases
más amplias, más allá incluso de las identificaciones con el dogma libertario, que está siendo
masivo en espacios como las redes sociales o la propia Feria del Libro. Hay otra cantera y otro
ángulo para entender este fenómeno. La experiencia de las personas no es inocua ni muda a los
fines de captar sus formas de vincularse a la política. Las ideologías son el emergente al que
hay que oponer un detrás de escena que no es el de los intereses tomados en abstracto, sino el
de los procesos en los que se forman sujetos y experiencias. El caso de Damián ofrece cuatro
aristas para comprender esta tesis y algunas de sus consecuencias en el análisis de la
politización de las juventudes contemporáneas.

Damián era repartidor de Glovo en Mar del Plata hasta que empezó la pandemia. Mientras
cursaba los primeros años de ingeniería, trabajaba con la moto para generar ingresos propios
con los que sostener actividades y hobbies sin recurrir a la ayuda de sus padres. Su novia, que
trabajaba de enfermera, y sus padres, con los que convivía en un departamento pequeño, le
pidieron dejar el reparto por temor al contagio: “Era al principio, cuando no había vacunas y si
tenías Covid te morías”. A poco del inicio de la cuarentena, los padres de Damián, ambos
visitadores médicos, quedan desempleados, y comenzó a faltarles dinero para los gastos fijos.
La preocupación familiar crece. Para colmo, en lo que Damián vive como una mala racha, deja
de recibir el Plan Progresar y, por un error administrativo, no consigue cobrar el Ingreso
Familiar de Emergencia que le correspondía por el hecho de ser monotributista registrado. Su
enojo fue tan grande como su desconcierto: a él, que estudia y trabaja, lo dejan de ayudar en el
momento en el que todos reciben algo.

Esfuerzo y mejorismo

Para salir de la mala racha, Damián buscó “barajar y dar de nuevo”. Por consejo de sus amigos y
con ahorros de su padre, apuesta a armar un rig de minería de criptomonedas. Le cuesta
muchísimo conseguirlo, contacta gente y aprende en el proceso sobre programación. “Cuando
arrancó la pandemia, encontré la minería y eso me ayudó a salvarme”. Decide dedicar todo su

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tiempo a esto y comienza a tomar cursos online de programación. La universidad queda en


suspenso. La pandemia fue el tiempo en que, como otros jóvenes, Damián se armó una carrera.
Para poder cobrar los dólares que fue ganando como programador tuvo que abrirse una cuenta
bancaria en Uruguay, lidiar con más de una billetera virtual, buscar cuevas seguras a buen
cambio. “Por un tema de poder cobrar el dólar al precio blue y rajar de la AFIP”. Con la realidad
de los múltiples tipos de cambio no hay forma de que Damián no sienta que el Estado se queda
con más de lo razonablemente aceptable, y no hay forma de que esa situación no lo solidarice
con otros actores que reclaman contra los impuestos, el Estado y el comunismo. Damián no
llega a ese último extremo, pero el liberalismo, antes que llegarle por la pantalla o por la
doctrina, brota de su posición en sus propias y complejas relaciones mercantiles.

Si bien desde el comienzo Damián estuvo a favor de los cuidados, y aunque cree que el gobierno
lo hizo bien con la cuarentena, está convencido de que las restricciones tal como se
implementaron son la causa de los males actuales del país. Las hubiera preferido “inteligentes”.
De la misma manera que Iván, un joven de 22 años que con los repartos en bicicleta pagó el
alquiler de la casa de sus padres, que también perdieron el trabajo, y que veía cómo en cada
renovación de la cuarentena los ingresos de su trabajo principal y el de sus padres disminuían.
En su trabajo complementario como repartidor el dinero de Iván viene del esfuerzo físico, de la
libre circulación, del hacer libre. Si los fisiócratas deploraban regulaciones y manufacturas para
ponderar la creación natural de valor por la agricultura, el encuentro entre el trabajo y la tierra,
Iván confía el origen de la riqueza en sus cuádriceps: ¡Déjenme hacer, déjenme circular!… esa es
su divisa. Es la misma divisa que Damián, que vive la minería como si se tratase de aquella de
pico, pala y hallazgo de oro en la cordillera.

Los que deciden irse del país se


acercan a los responsables de la
inercia decadentista.

Milei no los convence, no leyeron a Adam Smith ni a Hayek, el liberalismo los espera en
cualquier callejón sin salida de su deriva vital. Entramos a la pandemia al grito de “¡Nadie se
salva solo!”, pero cada uno debió hacer algo para salvarse, y mal que mal logró hacerlo. De ese
impulso en la adversidad, que viene ya de una economía diez años languideciente, renace una
exigencia: el reconocimiento al esfuerzo, jerarquizar a los que quieren mejorar y hacen todo lo
posible para ello. El mundo popular no carece de categorías de jerarquización, pero no se basa
en sangres ni cunas sino en el culto a la persistencia, la fuerza, el valor y la aptitud ¿A ese deseo

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de ese reconocimiento quien lo contiene?

Contra la mímica estatalista

Damián no cuestiona de forma principista la educación pública. Pero entiende que el estado
actual de la educación pública está indisolublemente ligado a un estado de la política. El
edificio de su colegio secundario le sirve de ejemplo. Cuenta que el edificio “está hecho mierda”
y que sus profesores le aseguraron que se encuentra exactamente igual que hace treinta años,
cuando algunos de ellos estudiaron allí. La cooperativa escolar y el centro de estudiantes en el
que él participaba intentaron pintarlo. Tardaron meses en organizarse y recaudar el dinero,
pero cuando quisieron comprar la pintura y los materiales la inflación había hecho su efecto.
Un concejal de Mar del Plata les prometió una ayuda que finalmente nunca llegó.

Damián completó sus estudios. El día en que egresó se sintió impotente observando el estado
del colegio, detenido en el tiempo. Nadie hace nada efectivo para evitar la decadencia.
“Claramente hay un montón de cosas que yo aprecio un montón de este país, como la
educación pública y la salud pública, que es súper importante y las valoro un montón. Pero son
como vacas viejas. El hecho es que acá el Estado te dice ‘tomá, acá te doy educación’ y después
es una mierda, un edificio hecho mierda, unos profesores todos los días de paro”. La idea de
bien público no está puesta en cuestión. No, al menos, en abstracto. Pero de la misma manera
que alguien pragmáticamente puede repudiar las formas democráticas “porque no estamos en
Suiza”, Damián acepta cualquier medio de mejorar la educación “porque no estamos en
Suecia”. Para muchos, el hartazgo no es con el “comunismo” sino con una inoperancia que
suponen, con alguna razón, de larga duración. La distancia de estos jóvenes obliga a
preguntarse: ¿qué es lo que falla desde el punto de vista de la coalición estatalista? ¿De quiénes
defendemos que el Estado debe actuar contra las desigualdades? ¿No será que hay una
desproporción entre, por un lado, la prédica y las promesas, y las muestras gratis por el otro?

El Leviatán dislocado

Nada de lo que contamos requiere de la pandemia como factor explicativo excluyente. Los
marcos interpretativos, las salidas y las estrecheces que se combinan en las elecciones
laborales, las visiones políticas y el arraigo de Damián podrían haberse dado en plazos no
mucho más largos que los que determinó la pandemia. Y el crecimiento de las derechas
radicales en buena parte de Occidente también es previo al coronavirus. Pero esto no implica
que la pandemia haya sido inocua respecto de estas tendencias. No solo en el sentido de
acelerar posibilidades preexistentes en las relaciones económicas y políticas, sino en disponer a

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los sujetos a una evaluación retrospectiva que conmueve o transforma convicciones anteriores
o, en el caso de los más jóvenes, altera su formación política primaria.

Así lo muestra el caso de Abigail, que con 18 años participó junto a sus amigas de Caballito en
la protesta frente a la Quinta de Olivos pidiendo por la apertura de las escuelas. Los carteles
que elaboró decían: “No queremos que la ignorancia sea tomada como una política pública” y
“Queremos las escuelas abiertas para todos”. La protesta tenía la intención de “demostrar que
hay una ruptura entre lo que pasaba dentro de la Quinta de Olivos, y lo que sucede en la
realidad”. De ese día guarda fotos con Milei y Patricia Bullrich, pero no se considera fan de
ningún partido, porque “todos tienen algún defecto”. Está a favor del aborto, a favor de las
vacunas y se reivindica fanática de la libertad. Cuando mira hacia estos dos años pandémicos,
Abigail piensa: ser joven y no poder hacer una fiesta de egresados, no poder ir de viaje de
egresada, no poder salir a bailar sin tener miedo de caer como delincuente en una fiesta
clandestina, todo eso fue muy deprimente.
El Estado pandémico en Occidente ha consumado un trayecto acelerado de erosión que
profundiza el terreno cedido al mercado en los últimos 50 años: debió operar de forma extrema,
afectando derechos básicos para salvar a los ciudadanos de un peligro que una parte de la
opinión pública desconoció como tal, y obtuvo, por ese desconocimiento, una victoria
intangible y controversial. A todas las opiniones pro mercado previamente existentes esta
erosión les resultó un combustible enardecedor. Más aún: el período pandémico ha sido un
periodo que exacerbó el carácter retrospectivo de las experiencias subjetivas, de las identidades
sociales y de las vinculaciones políticas. El pasado se reabre y se juzga desde una actualidad
conmovedora. De la misma manera que quien descubre un engaño presente duda hacia atrás,
quien ha visto a los líderes fallar reabre sus expedientes con inquina y suspicacia. Por eso los
que antes pensaban una cosa ahora piensan otra en relación a, por ejemplo, el gobierno y los
políticos.

Haya patria

A diferencia de algunos de sus amigos, Damián no quiere irse del país. Cree que si hubiera
nacido en otro lugar seguramente le hubiera ido “bien de una”, porque confía en sí mismo: hoy
tiene la suerte de trabajar en lo que lo apasiona, y lo disfruta. Todos sus compañeros son
emprendedores que como él enfatizan el entusiasmo por el trabajo y la creación de soluciones.
Para ellos, las restricciones sanitarias a la circulación y el trabajo son negativas. Las
restricciones para cobrar del exterior son resignificadas a la luz de todos los obstáculos previos,
en una invitación a “irse” del país. Sin embargo, aceptar esa invitación no es, para Damián, una
alternativa. Resistir, aguantar, perseverar contra esa invitación a alejarse de su familia, de sus

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amigos, de sus vínculos, de su barrio, tiene un valor moral. El optimismo sobre el futuro del
país, la referencia a un futuro prometedor configura una bronca contra todos aquellos que
impiden ese desarrollo: somos un gran país, Argentina tiene un futuro arrasador, una eterna
promesa, un bull market por venir, pero tarda en llegar por las malas decisiones políticas, los
obstáculos y las restricciones, la falta de osadía/rebeldía que también habita entre los que se
resignan a irse.

Entre el arraigo –y tal vez la sensación más o menos difusa de que el mundo está difícil para los
que migran–, el nacional-liberalismo es una alternativa natural que no necesita de la
coincidencia consciente con la alt right europea. Desde ese punto de vista, aquellos que
deciden irse del país haciendo de esa postura una distinción esconden una resignación que
para Damián los acerca más a los responsables de la inercia decadentista. Este conjunto difuso
abarca desde “los chetos” hasta los que viven de privilegios sin esforzarse… también ellos son la
casta. El optimismo por el futuro prometedor del país que Carlos Maslaton –autodefinido como
“puntero inorgánico” de Milei– profesa a contracorriente de la opinión general en los paneles
televisivos recoge algo que también es parte de los sentimientos de época, que no se reducen a
la autoflagelación y la exposición a los sentimientos de inferioridad nacional: la necesidad de
esperanza de los que no se van a ir, no quieren irse o saben que no es fácil irse.

Renegación científica y política

La politización contemporánea de los jóvenes transcurre, muchas veces, en el seno de circuitos


y experiencias como las que describimos. En vez de observar los fenómenos en su punto de
llegada y buscar una causa anterior, independiente, una X que explique una Y, tratamos de
objetivar una configuración en la que se incluyan las experiencias y las visiones retrospectivas
de los actores. No se trata de correlacionar voto y clase social, Rappi y Milei. Se trata de
objetivar un campo de experiencias que puede dar lugar a múltiples identificaciones políticas,
algunas incluso contrapuestas en torno a cuestiones que se han renovado, y de entender por
qué razón ciertos discursos se han masificado.

Las afinidades con la performance de Milei se fundan en experiencias que se vienen


generalizando desde hace décadas: su radio de crecimiento actual, muy superior al piso
construido por las redes sociales o por las inconsecuencias señaladas al macrismo, no recoge
solo el efecto de una prédica dogmática y el crecimiento de los cuadros que le podrán dar
estructura al movimiento. Es consecuencia de un proceso social que ya antes había permitido
el triunfo de Macri y que ahora viene a consolidar, ampliar y radicalizar el polo que las miradas
desde la clase política y la politología despreciaron desde el mismo momento en que iniciaba su
crecimiento, señalando, mecánicamente, la falta de estructuras, las irreversibilidades de la
historia, la “locura” de los sujetos. Hay momentos de condensación histórica en que la sintonía
sorprende: de repente todo sucede como si todos hubieran estado esperando eso que se dice
ahora.

A esto no son ajenas las prácticas de la clase política ni las del gobierno. La política funciona

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en un arco que va desde el líder nacional y su mesa chica a los círculos subnacionales, cada uno
de ellos con periferias que funcionan para los líderes como un simulacro de la calle. Es un arco
grande, denso y poblado, pero finalmente minoritario. La calle real está por fuera de esos
circuitos, a la intemperie, en parte como consecuencia inesperada de un juego suicida sobre el
que en 2012 señalamos: “Ernesto Laclau puso de manifiesto de qué manera el peronismo
condensaba todas las reivindicaciones populares hasta transformarse en su bandera. El
mecanismo de desplazamientos, igualaciones y producción de sentido que su teoría ayudaba a
iluminar es el que, paradójicamente, parece beneficiar a la formación de un populismo de la
libertad a su manera” (1).

Harta de discursos que no hablan de sus realidades, una mayoría, que se fue quedando fuera del
corral simbólico y material de “cada vez menos de lo mismo” de los últimos veinte años,
comienza a preferir todo lo que lo contradice, lo que lo contradice más fuerte. El lado oscuro de
la Luna adquiere peso y un cambio epocal transcurre: lo loco y lo extraordinario es el
apoltronamiento de actores y analistas que a pesar de tenerlo frente a sus ojos lo niegan.

1. www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-208310-2012-11-22.html

* Respectivamente: Licenciado y Doctor en Antropología Social.


Profesor en la UNSAM. Su último libro es Vivir la fe. Entre el
catolicismo y el pentecostalismo, la religiosidad de los sectores
populares en la Argentina, Siglo XXI, 2021. / Licenciado en
Sociología y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad
Nacional de La Plata. Investigador del CONICET.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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