Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Definitivamente los colombianos que vivimos en ésta época pertenecemos a una generación
que ha asistido a dos eventos únicos y especiales. Los hemos denominado de diversas
formas para explicar su extrañeza: crisis, emergencia, tragedia, entre muchas otras
nominaciones que la gente fue inventando para referirse a lo mismo. De estos
acontecimientos, el primero, de carácter nacional, apareció en el 2.008 y se lo llamó “El
escándalo de las Pirámides”, y el segundo, de carácter mundial, que se hace presente en el
2.019 y que hasta el momento estamos viviendo, se trata de “La Pandemia Covid 19”. Los
dos se constituyeron, tal vez, en distractores de lo que en nuestro país se fue construyendo
poco a poco, una forma de existir con los males de siempre: la corrupción, el narcotráfico,
la impunidad y la violencia, en sus distintas manifestaciones.
“El escándalo de las Pirámides” tuvo que ver con muchas empresas, entre las más
prominentes, D.R.F.E y D.M.G. que, bajo diferentes figuras, ofrecían el retorno de altos
intereses a sus clientes por la inversión de su dinero en fondos económicos de dudosa
procedencia. El colectivo nacional fue atrapado en esta red, sin distingos de clases sociales.
Las consecuencias de esta tragedia económica fueron lamentables. Con pocas excepciones,
entre las que se cuentan los mandatarios de Nariño y Pasto de esa época, quienes hicieron
reiteradas advertencias, los gobiernos regionales y locales guardaron silencio. El gobierno
nacional declaró muy tardíamente el “estado de emergencia económica”, las distintas ramas
de poder, permanecieron impasibles ante la pública estafa y, como si fuera poco, se
involucraron en el asunto, tanto que muchos jueces, cuando debían dictar sentencias, se
declaraban impedidos, porque también habían participado como “inversionistas”. Lo sé,
porque en este tiempo, era columnista del Diario del Sur, así que, escribí muchos artículos
sobre este tema y, para hacerlo, había que investigar.
A pesar de estos comentarios, las filas crecían y las personas no usaban mascarillas, como
lo hacemos ahora con la pandemia, pero se camuflaban en unos delegados a quienes se
llamaba “asesores”, o se apoyaban en muchas personas que aprovecharon la oportunidad
para inventar un nuevo trabajo, pues, vendían a buen costo, el puesto en las largas filas que
se formaban, para casi suplicar a quienes los atendían, que les recibieran el dinero que
llevaban. Pero, lo especial, fueron los gobiernos que, en sus distintas localidades, por
inocencia o por corrupción, no dijeron nada sobre esta estafa pública. Muchas personas se
hicieron ricas, incluidos los intermediarios, pero muchas otras vendieron hasta su casa, que
era el único bien que tenían, para recibir el dinero que querían invertir. Lo más grave fue,
que después del dolor de los afectados, nadie recibió el dinero invertido. El resultado final
fue el encarcelamiento de los autores de la estafa y la pregunta que poco a poco murió en el
olvido: ¿En qué manos quedó el dinero de los estafados? La gente quedó traumatizada. La
locura por el dinero fácil desequilibró la economía y bajó la productividad, las
consecuencias fueron lamentables, sin embargo, Colombia, entre lágrimas y risas, continúo
contando sus anécdotas personales entre las que se destacan la de la camioneta roja y la del
señor que devolvía el dinero a quienes vestían de rojo para señalar al que tenía los recibos.
Se dice que falta poco para sobrepasar los niveles de utilización de camas en las UCI y en
los hospitales, especialmente en algunas regiones, como en el Atlántico, sin embargo, la
gente continúa sin la protección adecuada. Olvida fácil lo que lo afecta. ¿Es la forma de ser
del colombiano? ¿O es la falta de educación de un pueblo que se resiste a tomar
experiencias de otros pueblos que ya pasaron por esta emergencia? ¿Somos irresponsables?
¿No creemos en lo que nos dicen, como cuando se trató de las Pirámides?
Hace poco renunciaron ocho médicos en Soledad Atlántico, actitud muy comprensible.
Ellos lo afirmaron: “no somos héroes, somos personas de carne y hueso que tenemos hijos
y familias por quienes responder”. Lo que pasa es que no aguantan más, esta es una
situación al tope de la desesperación. A nuestro pueblo sin memoria, sin educación sin
responsabilidad, hay que recordarle siempre el uso de la mascarilla, el lavado de las manos
y la distancia en las filas, cuando esto debe ser una actitud de siempre, como ya lo decía en
un artículo anterior. La situación es más grave pues en cuanto más libertad se ha dado, tanto
mayor debe ser la estrictez en el cumplimiento de las normas de higiene. Es lamentable
registrar cómo los pueblos de la costa se contagian sin ninguna previsión.
Estos dos eventos, con sus distancias, son tragedias que los colombianos hemos afrontado
juntos, tal vez como únicos, porque quizás nunca los volveremos a vivir, pero lo que más
los asemeja es la “actitud del colombiano” para afrontarlas.