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COLEGIO DE FILOSOFÍA

UVAM-FAAC

ANTOLOGÍA IV
COVID19 Y SUS IMPLICACIONES

CÉLIDA GODINA (COMPILADORA)


UNIVERSIDAD VIRTUAL ATENEA DE MÉXICO
COLEGIO DE FILOSOFÍA

Compiladora de la Antología IV COVID19 y sus implicaciones

CÉLIDA GODINA HERRERA

Ilustración de portada: tomada de internet

DATOS DE LA UVAM-FAAC

SECCIÓN D NÚM.16 COL. UNIDAD GUADALUPE, C. P. 72560


PUEBLA, PUEBLA, MÉXICO.

CORREO: FAAC@FUNDACIONATENEAONLINE.COM.MX

PAGINA WEB: WWW.FUNDACIONATENEAONLINE.COM.MX

TEL. 222 2 44.78.18


2

ÍNDICE

CÉLIDA GODINA / PRESENTACIÓN 5

 SIMON CRITCHLEY/FILOSOFAR ES APRENDER A MORIR 9

 NAOMI KLEIN/ DISTOPÍA DE ALTA TECNOLOGÍA: LA RECETA QUE


SE GESTA EN NUEVA YORK PARA EL POST-CORONAVIRUS 16

 SILVIA RIBEIRO/GESTANDO LA PRÓXIMA PANDEMIA 37

 ARUNDHATI ROY/LA PANDEMIA ES UN PORTAL 41

 MARC BASSETS/ENTREVISTA CON EL DIVULGADOR CIENTÍFICO,


AUTOR DE ‘CONTAGIO’, LIBRO DE REFERENCIA PARA ENTENDER
EL CORONAVIRUS 55

 ARAM AHARONIAN/PANDEMIA Y CAPITALISMO DE

VIGILANCIA 63

 SANTIAGO ALBA RICO/LA TENTACIÓN DEL CONFINAMIENTO 70

 DAVID CAYLEY/PREGUNTAS SOBRE LA PANDEMIA ACTUAL DESDE


EL PUNTO DE VISTA DE IVÁN ILLICH 84

 VIRGINIA MORATIELLA/PROFECÍA DE UNA PLAGA APOCALÍPTICA:


“EL ÚLTIMO HOMBRE EN LA TIERRA” DE MARY SHELLEY 97

 SILVINA FRIERA/MICHEL HOUELLEBECQ Y EL CORONAVIRUS: “LA


MUERTE NUNCA HA SIDO TAN DISCRETA COMO EN LAS ÚLTIMAS
3

SEMANAS” 109

 ENTREVISTA/BYUNG-CHUL HAN: VIVIREMOS COMO EN UN


ESTADO DE GUERRA PERMANENTE 112

 ALBERT CAMUS/EXHORTACIÓN A LOS MÉDICOS DE LA PESTE’ DE


ALBERT CAMUS 121
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La nuestra es una era de crisis. Vivimos en un mundo de bajo


crecimiento, baja productividad y bajos salarios, de colapso climático y
colapso de la política democrática. Un mundo donde miles de millones,
principalmente en el sur global, viven en la pobreza. Un mundo
definido por la desigualdad.

Pero la crisis más apremiante de todas, posiblemente, es la ausencia


de imaginación colectiva. Es como si la humanidad hubiera sido
afectada por un complejo psicológico, en el que creemos que el mundo
actual es más fuerte que nuestra capacidad de rehacerlo, como si no
fueran nuestros antepasados quienes crearon lo que está ante
nosotros ahora. Como si la esencia misma de la humanidad, si existe,
no sea construir constantemente mundos nuevos.

Si podemos superar ese fracaso, podremos ver algo maravilloso. El


costo vertiginoso de la información y los avances tecnológicos están
proporcionando el terreno para un futuro colectivo de libertad y lujo
para todos.
5

PRESENTACIÓN

CÉLIDA GODINA*

Fue en el mes de marzo de 2020 que comenzó el confinamiento a nivel


mundial. Los medios de comunicación se encargaron de repetir la
importancia de guardar la “cuarentena” o también llamado
“distanciamiento social”. En dos meses se multiplicaron noticias,
artículos que trataban de elucidar cómo llegamos aceptar que en verdad
el virus estaba entre nosotros. Este minúsculo y omnipresente enemigo
derrotó a todas las armas que el ser humano ha creado, logró lo que
gobiernos totalitarios han aspirado durante siglos: controlar, vigilar,
alguien por ahí dijo que nos humilló, a tal grado es nuestro miedo que
nos tiene confinados.
Durante sesenta días millones de habitantes de este planeta se
han hecho la misma pregunta: ¿y si me contagio? pregunta radicalmente
existencial pues abre a la posibilidad de la muerte. Que la población
termine contagiada por no guardar las indicaciones de los “expertos” se

*
Es doctora en filosofía, profesora- investigadora y rectora de la Universidad Virtual Atenea de
México. Líneas de investigación en que trabaja: filosofía de la existencia, filosofía de la técnica,
bioética latinoamericana y estudios de género.
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escucha por doquier, y es que “contagiarse” tiene que ver con contraer
una enfermedad, en este caso COVID19…y es mortal.
Pensar en contagiarse cambia la vida, cada persona con la que
hablas o que pasa a tu lado, cada paso que das, cada objeto que tocas,
representa una amenaza a nuestra supervivencia, la cual nos provoca
angustia existencial permanente. Igual de importantes son las preguntas
¿cuándo terminará esto? ¿cuándo regresaremos a la normalidad? Al
parecer “nada volverá a ser como antes”, la llamada normalidad estará
continuamente amenazada por nuevos virus y porque durante la
pandemia se instaló una forma de vigilancia planetaria que controla
todo. Del “estado de peste” pasaremos al “estado de excepción” donde
el estado vigilará digitalmente nuestro cuerpo, nuestra forma de vida,
nuestras amistades…., y nuestra libertad quedará hecha añicos.
La pandemia como problema médico y social subrayó las
diferencias de clase, y es que los ricos tuvieron más oportunidades de
salir vivos que los pobres, que los trabajadores, los migrantes y la
población más vulnerable. La biopolítica digital será la nueva forma
disciplinaria de gobernar, y la población, miedosa, lo permitirá pues la
promesa es sobrevivir al siguiente virus si se dejan monitorear por
cuestiones de seguridad, como dice Byung-Chul Han: “Por sobrevivir,
sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga la pena vivir,
la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía. Con la
pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de los
derechos fundamentales”.
7

Cabe preguntase si podemos esperar que los seres humanos se


rebelen a este estado de vigilancia permanente y si elegirán la libertad
a la seguridad. Rebelarse a ser vigilado es la esperanza de salir de ese
estado de “seguridad” que los ha vuelto torpes, cómodos, sin ganas de
pensar que otra forma de vida es posible.
El peligro al que actualmente nos enfrentamos es que los poderes
fácticos “normalicen”, entre otras cosas, la enseñanza digital, si esto
sucede estaríamos siendo testigos de cómo: Google, Apple, Facebook,
Amazon y Microsoft (cuyo acrónimo es GAFAM), es decir, “las cinco
mayores sociedades de internet cuyos presupuestos equivalen o
sobrepasan a los de los Estados más ricos del planeta”, tendrán el poder
de hacer y deshacer en materia educativa en casi todo el mundo. Es
bien sabido que cada año se organiza un foro en Doha, el World
International Summit of Education (Wise), está financiado por una de
las esposas del emir de Qatar, se invita a empresarios del mundo digital,
pero particularmente miembros de los GAFAM. Ya se puede observar la
influencia de este foro que desde hace nueve años se lleva a cabo. En
Estados Unidos el empresario Eric Schmidt acaba de ser nombrado para
que lleve adelante la misión de “poner a punto” el mundo digital en:
educación, vigilancia y control. Varios gobiernos del mundo ya lo han
contratado para que asesore en estos temas. Él, como Bill Gates, creen
que la tecnología solucionará todos los problemas humanos, al ser una
herramienta poderosa quieren tecnologizar la vida humana. Su
pretensión en el campo educativo: que desparezca el maestro y la
enseñanza sea personalizada desde la infancia (inteligencia artificial
8

desde que el niño nace para saber cuáles son sus gustos,
preferencias….nada vale con lo que este pequeño ser humano se
tropiece en el camino…); en el campo médico se busca que desparezca
el médico, y la medicina sea personalizada, las operaciones sean hechas
por robots y brazos robóticos que “no se equivocan”. Es el futuro
distópico que nos espera, la pandemia ha sido un “nicho de oportunidad”
para extender sus tentáculos. Mientras, la población sigue enceguecida
por los adelantos técnicos, alienada por Netflix y sus millones de
artilugios que el mundo técnico ha creado.
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FILOSOFAR ES APRENDER A MORIR

SIMON CRITCHLEY*
11 de abril de 2020

Enfrentar la muerte puede ser una clave para nuestra liberación y


supervivencia.

Leigh Wells

Estaban asustados. Estamos nerviosos, incapaces de concentrarnos. No


podemos encontrar el foco. Nuestras mentes revolotean y flotan
alrededor de una actualización a la siguiente. Seguimos las noticias,

*
Simon Critchley es profesor de filosofía en la New School for Social Research y autor de varios libros,
incluido, más recientemente, "Tragedia, los griegos y nosotros". Es el moderador de The Stone.
10

porque sentimos que deberíamos. Y luego desearíamos no haberlo


hecho, porque es aterrador y triste. Las siestas diurnas parecen
involuntarias y espasmódicas. El sueño a menudo no descenderá. Pero
cuando lo hace, a veces nos despertamos, en un pánico mortal, con
síntomas hipocondríacos que sentimos como reales pero sabemos que
no lo son; y luego nos sentimos egoístamente estúpidos por tenerlos en
primer lugar. Tomamos nuestra temperatura. Esperamos. Lo tomamos
de nuevo. Continúa. Los sentimientos de impotencia y hastío se deslizan
hacia la ira impotente por lo que se está haciendo y, sobre todo, por lo
que no se está haciendo, o se está haciendo mal, irresponsablemente,
deshonestamente.

La idea de morir solo con una enfermedad respiratoria es


horrible. El conocimiento de que esto es lo que le está sucediendo a
miles de personas aquí y ahora es insoportable. Se están perdiendo vidas
y los medios de vida devastados. Las metáforas de la guerra se sienten
desgastadas y fraudulentas. Las estructuras sociales, los hábitos y las
formas de vida que damos por sentado se están disolviendo. Otras
personas son posibles fuentes de contagio, y nosotros
también. Avanzamos enmascarados y mantenemos nuestra distancia.

Cada uno de nosotros está a la deriva en nuestros propios barcos


fantasmas. Y es tan inquietantemente tranquilo aquí en la ciudad de
Nueva York. Memes cómicos circulan. Sentimos un momento de alegría,
lo compartimos con nuestros amigos y luego volvemos a la separación,
con los dientes ligeramente apretados. A las pocas semanas de esta
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nueva situación, la fiebre inicial de la comunicación y la novedad de las


largas llamadas telefónicas con amigos cercanos o lejanos se ha
convertido en algo más sombrío, más huraño y, en general, más
grave. Sabemos que estamos en esto a largo plazo. Pero no sabemos lo
que eso podría significar.

¿Cómo podemos, o cómo debemos, hacer frente?

Los filósofos han tenido una larga y torturada historia de amor con
distanciamiento social, comenzando con Sócrates confinado en su
celda; René Descartes se retiró de los horrores de la Guerra de los
Treinta Años (en la que participó) a una habitación con horno en los
Países Bajos para reflexionar sobre la naturaleza de la certeza; otros
como Boecio, Thomas More y Antonio Gramsci, todos forman parte de
esta larga tradición de aislamiento y pensamiento.

¿Pero qué hay de la filosofía misma? Durante mucho tiempo se ha


ridiculizado por su inutilidad práctica, su historial de 3.000 años de no
resolver los problemas más profundos de la humanidad. Entonces,
¿cómo podría ayudarnos en este momento inmensamente difícil? ¿Puede
la filosofía ofrecer alguna forma de iluminación, incluso consuelo, en esta
nueva realidad devastada marcada por la ansiedad, el dolor y el espectro
aterrador de la muerte?

Quizás esto: filosofar es aprender a morir. Así lo expresa Michel de


Montaigne, el ensayista francés del siglo XVI, el inventor del género del
ensayo, citando a Cicerón, quien está pensando en Sócrates condenado
12

a muerte. Montaigne dice que desarrolló el hábito de tener la muerte no


solo en su imaginación sino constantemente en su boca, en la comida
que comió y la bebida que bebió. Para aquellos de ustedes que han
comenzado a cocinar y tal vez están bebiendo demasiado en su
aislamiento, esto puede sonar mórbido. Pero no lo es en
absoluto. Montaigne completa este pensamiento con la asombrosa
frase: "El que aprendió a morir no aprendió a ser esclavo". Esta es una
idea sorprendente: la esclavitud consiste en la esclavitud del miedo a la
muerte. Es el terror de nuestra aniquilación lo que nos mantiene
esclavizados.

La libertad, por el contrario, consiste en aceptar nuestra


mortalidad, que estamos obligados a morir. La libertad solo se siente
verdaderamente al saber que nuestras vidas están formadas por el
enfoque inevitable e inevitable de la muerte, día a día, hora por
hora. Desde este punto de vista, una vida bien vivida, una vida filosófica,
es una que acoge con satisfacción el enfoque de la muerte. La existencia
es finita. La muerte es segura. Esto no es noticia. Pero una vida filosófica
tiene que comenzar desde una afirmación apasionada de nuestra
finitud. Como dijo TS Eliot sobre el dramaturgo jacobeo John Webster,
tenemos que ver el cráneo debajo de la piel.

Sin embargo, todavía tenemos miedo. Todavía estamos al


límite. Tratemos de pensar en esto en términos de una distinción entre
miedo y ansiedad. Al menos desde Aristóteles hemos sabido que el
miedo es nuestra reacción a una amenaza real en el mundo. Imagina
13

que tengo un miedo peculiar a los osos. Si un enorme oso apareciera en


la puerta de mi departamento, sentiría terror (y posiblemente
sorpresa). Y si el oso de repente se retiraba a la calle, mi miedo se
evaporaría.

La ansiedad, por el contrario, no tiene ningún objeto en particular,


ni oso. Es, en cambio, un estado en el que los hechos particulares del
mundo se alejan de la vista. Todo de repente se siente extraño y
extraño. Es un sentimiento de estar en el mundo como un todo, de todo
y nada en particular. Yo diría que lo que muchos de nosotros estamos
sintiendo en este momento es esta profunda ansiedad.

La naturaleza peculiar de la pandemia es que el virus es, aunque


demasiado real, invisible a simple vista y omnipresente. Covid-19 se ha
formado en la estructura de la realidad: una enfermedad en todas partes
y en ninguna parte, imprecisamente conocida y, hasta ahora,
intratable. Y la mayoría de nosotros tenemos la sensación de haber
estado nadando en un mar de virus durante muchas semanas,
posiblemente meses. Pero quizás bajo el temblor del miedo se encuentra
una ansiedad más profunda, la ansiedad de nuestra mortalidad, nuestro
ser arrastrado hacia la muerte. Y esto es lo que podríamos tratar de
aprovechar, como condición de nuestra libertad.

Creo que es de vital importancia aceptar y afirmar la ansiedad y


no esconderse, huir o evadirla, o tratar de explicar la ansiedad en
relación con algún objeto o causa. Tal ansiedad no es solo un trastorno
que debe tratarse, y mucho menos medicarse para
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adormecerlo. Necesita ser reconocido, moldeado y perfeccionado en un


vehículo de liberación. No digo que esto sea fácil. Pero podemos tratar
de transformar el estado de ánimo básico de la ansiedad de algo
paralizante en algo habilitador y capaz de coraje.

La mayoría de nosotros, la mayoría de las veces, somos alentados


por lo que pasa como normalidad para vivir en una eternidad
falsificada. Imaginamos que la vida continuará y la muerte es algo que
les sucede a los demás. La muerte se reduce a lo que Heidegger llama
un inconveniente social o francamente sin tacto. El consuelo de la
filosofía en este caso consiste en alejarse de los hábitos que niegan la
muerte de la vida normal y enfrentar la ansiedad de la situación con un
valor claro y un realismo sobrio. Se trata de representar
apasionadamente ese hecho como base para una respuesta compartida,
porque la finitud es relacional: no se trata solo de mi muerte, sino de la
muerte de otros, de aquellos que nos importan, cercanos y lejanos,
amigos y extraños. .

Hace unas semanas me encontré hablando alegremente sobre la


literatura de la peste: "Decameron" de Boccaccio, "Un diario del año de
la peste" de Defoe, "La peste" de Camus. Pensé que era inteligente hasta
que me di cuenta de que muchas otras personas decían exactamente lo
mismo. En verdad, el pensador al que más me he sentido atraído es el
brillante matemático y teólogo francés del siglo XVII Blaise Pascal, en
particular sus "Pensées”.
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Pascal escribe sobre la incapacidad de sentarse tranquilamente


solo en una habitación como la fuente de todos los problemas de la
humanidad; de inconstancia, aburrimiento y ansiedad como rasgos
definitorios de la condición humana; del poder maquinista del hábito y
el ruido del orgullo humano. Pero, sobre todo, es el pensamiento de
Pascal de que el ser humano es una caña, "la más débil de la naturaleza",
que puede ser eliminada por un vapor, o una gota en el aire, lo que me
atrapa.

Los seres humanos son miserables, nos recuerda Pascal. Somos


criaturas débiles, frágiles, vulnerables y dependientes. Pero, y este es el
giro vital, nuestra miseria es nuestra grandeza. El universo puede
aplastarnos, un pequeño virus puede destruirnos. Pero el universo no
sabe nada de esto, y al virus no le importa. Nosotros, por el contrario,
sabemos que somos mortales. Y nuestra dignidad consiste en este
pensamiento. “Esforcémonos”, dice Pascal, “para pensar bien. Ese es el
principio de la moralidad”. Veo este énfasis en la fragilidad humana, la
debilidad, la vulnerabilidad, la dependencia y la miseria como lo opuesto
a la morbilidad y cualquier pesimismo fatuo. Es la clave de nuestra
grandeza. Nuestra debilidad es nuestra fuerza.

Fuente: https://www.nytimes.com/2020/04/11/opinion/covid-philosophy-anxiety-
death.html
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DISTOPÍA DE ALTA TECNOLOGÍA: LA


RECETA QUE SE GESTA EN NUEVA YORK
PARA EL POST-CORONAVIRUS

NAOMI KLEIN* (para The Intercept)

13 de mayo, 2020

En este revelador artículo para The Intercept, la periodista


canadiense Naomi Klein analiza el fichaje del ex Ceo de Google
Eric Schmidt para encabezar una comisión para «reimaginar la
realidad post-Covid» en Nueva York donde, dice, comienza a
gestarse un futuro dominado por la asociación de los estados
con los gigantes tecnológicos: “Pero las ambiciones van mucho
más allá de las fronteras de cualquier estado o país”. Klein
define una Doctrina del Shock pandémico, a la que llama el
nuevo pacto o New Deal de las Pantallas (Screen New Deal).
Plantea el riesgo liso y llano de que esta política de las
corporaciones amenace destruir al sistema educativo y de
salud. El rastreo de datos, el comercio sin efectivo, la telesalud,
la escuela virtual, y hasta los gimnasios y las cárceles, parte de
una propuesta “sin contacto y altamente rentable”. La
cuarentena como laboratorio en vivo, un «Black Mirror», y la
aceleración de esta distopía a partir del coronavirus: “Ahora, en

*
Naomi Klein (1970) es una autora, activista social y cineasta canadiense conocida por sus análisis
políticos y críticas a la globalización corporativa y al capitalismo.
17

un contexto desgarrador de muerte masiva, se nos vende la


dudosa promesa de que estas tecnologías son la única forma
posible de proteger nuestras vidas contra una pandemia”.
Cuáles son las dudas (de siempre) y cómo, bajo el pretexto de
la inteligencia artificial, las corporaciones vuelven a pelear por
el poder de controlar las vidas.

Durante la sesión informativa diaria sobre coronavirus del gobernador


de Nueva York Andrew Cuomo el miércoles, la sombría mueca que llenó
nuestras pantallas durante semanas fue reemplazada brevemente por
algo parecido a una sonrisa.

La inspiración para estas vibraciones inusualmente buenas fue un


contacto en video del ex CEO de Google Eric Schmidt, quien se unió a la
reunión informativa del gobernador para anunciar que encabezará una
comisión para reimaginar la realidad post-Covid del Estado de
Nueva York, con énfasis en integrar permanentemente la tecnología
en todos los aspectos de la vida cívica.

«Las primeras prioridades de lo que estamos tratando de hacer»,


dijo Schmidt, «se centran en telesalud, aprendizaje remoto y banda
ancha… Necesitamos buscar soluciones que se puedan presentar ahora
y acelerar la utilización de la tecnología para mejorar las cosas». Para
que no haya dudas de que los objetivos del ex CEO de Google eran
puramente benevolentes, su fondo de video presentaba un par de alas
de ángel doradas enmarcadas.
18

Justo un día antes, Cuomo había anunciado una asociación similar


con la Fundación Bill y Melinda Gates para desarrollar «un sistema
educativo más inteligente». Al llamar a Gates un «visionario», Cuomo
dijo que la pandemia ha creado «un momento en la historia en el que
podemos incorporar y avanzar en las ideas [de Gates] … Todos estos
edificios, todas estas aulas físicas, ¿para qué, con toda la
tecnología que se tiene?» preguntó, aparentemente de modo
retórico.
Ha tardado un tiempo en edificarse, pero está comenzando a surgir
algo parecido a una doctrina del shock pandémico. Llamémoslo «Screen
New Deal» (el New Deal de la pantalla). Con mucho más de alta
tecnología que cualquier otra cosa que hayamos visto en desastres
anteriores, el futuro que se está forjando a medida que los cuerpos aún
acumulan las últimas semanas de aislamiento físico no como una
necesidad dolorosa para salvar vidas, sino como un laboratorio vivo
para un futuro permanente y altamente rentable sin contacto.

Anuja Sonalker, CEO de Steer Tech, una compañía con sede en Maryland
que vende tecnología para el auto estacionamiento de vehículos (self
parking), resumió recientemente el nuevo discurso que genera el virus.
«Hay una tendencia definida a la tecnología sin contacto con humanos»,
dijo. «Los humanos son biopeligrosos, las máquinas no lo son».

Es un futuro en el que nuestros hogares nunca más serán espacios


exclusivamente personales, sino también, a través de la conectividad
19

digital de alta velocidad, nuestras escuelas, los consultorios médicos,


nuestros gimnasios y, si el estado lo determina, nuestras cárceles. Por
supuesto, para muchos de nosotros, esas mismas casas ya se estaban
convirtiendo en nuestros lugares de trabajo que nunca se apagan y en
nuestros principales lugares de entretenimiento antes de la pandemia, y
el encarcelamiento de vigilancia «en la comunidad» ya estaba en
auge. Pero en el futuro, bajo una construcción apresurada,
todas estas tendencias están preparadas para una aceleración
de velocidad warp (forma teórica de moverse más rápido que
la velocidad de la luz).
Este es un futuro en el que, para los privilegiados, casi todo se
entrega a domicilio, ya sea virtualmente a través de la tecnología de
transmisión y en la nube, o físicamente a través de un vehículo sin
conductor o un avión no tripulado, y luego la pantalla «compartida» en
una plataforma mediada. Es un futuro que emplea muchos menos
maestros, médicos y conductores. No acepta efectivo ni tarjetas de
crédito (bajo el pretexto del control de virus) y tiene transporte público
esquelético y mucho menos arte en vivo. Es un futuro que afirma estar
basado en la «inteligencia artificial», pero en realidad se mantiene unido
por decenas de millones de trabajadores anónimos escondidos en
almacenes, centros de datos, fábricas de moderación de contenidos,
talleres electrónicos, minas de litio, granjas industriales, plantas de
procesamiento de carne, y las cárceles, donde quedan sin protección
contra la enfermedad y la hiperexplotación. Es un futuro en el que
cada uno de nuestros movimientos, nuestras palabras, nuestras
20

relaciones pueden rastrearse y extraer datos mediante


acuerdos sin precedentes entre el gobierno y los gigantes
tecnológicos.

Si todo esto suena familiar es porque, antes del Covid, este preciso
futuro impulsado por aplicaciones y lleno de conciertos nos fue vendido
en nombre de la conveniencia, la falta de fricción y la personalización.
Pero muchos de nosotros teníamos preocupaciones. Sobre la seguridad,
la calidad y la inequidad de la telesalud y las aulas en línea. Sobre autos
sin conductor que derriban peatones y aviones no tripulados que
destrozan paquetes (y personas). Sobre el rastreo de ubicación y el
comercio sin efectivo que borra nuestra privacidad y afianza la
discriminación racial y de género. Sobre plataformas de redes sociales
sin escrúpulos que envenenan nuestra ecología de la información y la
salud mental de nuestros hijos. Sobre «ciudades inteligentes» llenas de
sensores que suplantan al gobierno local. Sobre los buenos trabajos que
estas tecnologías eliminaron. Sobre los malos trabajos que producían en
masa.

Y, sobre todo, nos preocupaba la riqueza y el poder que


amenazaban a la democracia acumulados por un puñado de empresas
tecnológicas que son maestros de la abdicación, evitando toda
responsabilidad por los restos que quedan en los campos que ahora
dominan, ya sean medios, minoristas o transporte.

Ese era el pasado antiguo conocido como «febrero». Hoy en día,


una gran ola de pánico arrastra a muchas de esas preocupaciones bien
21

fundadas, y esta distopía calentada está pasando por un cambio de


marca de trabajo urgente. Ahora, en un contexto desgarrador de muerte
masiva, se nos vende la dudosa promesa de que estas
tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras
vidas contra una pandemia, las claves indispensables para
mantenernos a salvo a nosotros mismos y a nuestros seres
queridos.

Gracias a Cuomo y sus diversas asociaciones multimillonarias (incluida


una con Michael Bloomberg para pruebas y rastreo), el estado de Nueva
York se está posicionando como la brillante sala de exposición para este
sombrío futuro, pero las ambiciones van mucho más allá de las fronteras
de cualquier estado o país.

Y en el centro de todo está Eric Schmidt. Mucho antes de que los


estadounidenses entendieran la amenaza de Covid-19, Schmidt había
estado en una agresiva campaña de lobby, presiones y relaciones
públicas impulsando precisamente la visión de la sociedad del Black
Mirror (o Espeo Negro, por la serie inglesa) que Cuomo acaba de darle
poder para construir. En el corazón de esta visión está la perfecta
integración del gobierno con un puñado de gigantes de Silicon Valley:
con escuelas públicas, hospitales, consultorios médicos, policías y
militares, todas las funciones principales se externalizan (a un alto costo)
a empresas privadas de tecnología.
22

Es una visión en la que Schmidt ha estado avanzando en sus


funciones como presidente de la Junta de Innovación de Defensa, que
asesora al Departamento de Defensa sobre el mayor uso de la
inteligencia artificial en el ejército, y como presidente de la poderosa
Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial, o NSCAI,
que asesora al Congreso sobre «avances en inteligencia artificial,
desarrollos relacionados con el aprendizaje automático y tecnologías
asociadas», con el objetivo de abordar «las necesidades de seguridad
nacional y económica de los Estados Unidos, incluido el riesgo
económico». Ambas juntas están llenas de poderosos CEOS de Silicon
Valley y altos ejecutivos de compañías como Oracle, Amazon, Microsoft,
Facebook y, por supuesto, los colegas de Schmidt en Google.

Como presidente, Schmidt aún posee más de 5.3 mil millones de


dólares en acciones de Alphabet (la compañía matriz de Google), así
como grandes inversiones en otras empresas tecnológicas,
esencialmente ha estado llevando a cabo una reestructuración con sede
en Washington en nombre de Silicon Valley. El objetivo principal de las
dos cámaras empresarias es solicitar aumentos exponenciales en el
gasto del gobierno en investigación sobre inteligencia artificial y en
infraestructura que permita tecnologías como la 5G, inversiones que
beneficiarían directamente a las compañías en las que Schmidt y otros
miembros de estos grupos tienen amplias participaciones.

Primero en presentaciones a puertas cerradas para legisladores y


más tarde en artículos de opinión y entrevistas públicas, el argumento
23

de Schmidt ha sido que, dado que el gobierno chino está dispuesto a


gastar dinero público ilimitado para construir la infraestructura de
vigilancia de alta tecnología, mientras permite a las empresas
tecnológicas chinas como Alibaba, Baidu y Huawei obtener los beneficios
de las aplicaciones comerciales, la posición dominante de los EE.UU en
la economía global está al borde del colapso.

El Centro de Información de Privacidad Electrónica recientemente


obtuvo acceso a través de una solicitud de la Ley de Libertad de
Información a una presentación realizada por el NSCAI de Schmidt hace
un año, en mayo de 2019. Sus diapositivas plantean una serie de
afirmaciones alarmistas sobre cómo la infraestructura reguladora
relativamente laxade China y su apetito sin fondo por la vigilancia está
haciendo que se adelante a los EE.UU. en varios campos, incluyendo la
inteligencia artificiaal para diagnóstico médico, vehículos autónomos,
infraestructura digital, ciudades inteligentes, viajes compartidos y
comercio sin efectivo.

Las razones dadas para la ventaja competitiva de China son


innumerables, desde el gran volumen de consumidores que compran en
línea; «La falta de sistemas bancarios heredados en China», lo que le ha
permitido saltar sobre efectivo y tarjetas de crédito y desatar «un
enorme mercado de comercio electrónico y servicios digitales» utilizando
«pagos digitales»; y una grave escasez de médicos, lo que ha llevado al
gobierno a trabajar estrechamente con compañías tecnológicas como
Tencent para usar la AI (inteligencia artificial) como medicina
24

«predictiva». Las diapositivas señalan que en China, las compañías


tecnológicas «tienen la autoridad de eliminar rápidamente las barreras
regulatorias, mientras que las iniciativas estadounidenses se ven
envueltas en el cumplimiento de HIPPA y la aprobación de la FDA».

Sin embargo, más que ningún otro factor, el NSCAI señala la voluntad
de China de adoptar alianzas público-privadas en la vigilancia masiva y
la recopilación de datos como una razón para su ventaja competitiva. La
presentación promociona el «apoyo y participación explícita del gobierno
de China, por ejemplo, en el despliegue del reconocimiento
facial». Sostiene que «la vigilancia es uno de los ‘primeros y mejores
clientes’ para Al» y, además, que «la vigilancia masiva es una aplicación
asesina para el aprendizaje profundo».
25

Una diapositiva titulada «Conjuntos de datos estatales: vigilancia


= ciudades inteligentes» señala que China, junto con el principal
competidor chino de Google, Alibaba, están corriendo por delante.

Esto es notable porque la empresa matriz de Google, Alphabet, ha


estado impulsando precisamente esta visión a través de su división
Sidewalk Labs, eligiendo una gran parte de la costa de Toronto como
su prototipo de «ciudad inteligente». Pero el proyecto de Toronto
se cerró después de dos años de controversia incesante relacionada con
las enormes cantidades de datos personales que Alphabet recolectaría,
la falta de protecciones de privacidad y los beneficios cuestionables para
la ciudad en general.
Cinco meses después de esta presentación, en noviembre, el
NSCAI emitió un informe provisional al Congreso que suscitó la alarma
sobre la necesidad de que EE.UU actúe frente a la adaptación China de
estas tecnologías controvertidas. «Estamos en una competencia
26

estratégica», afirma el informe , obtenido a través de FOIA por el Centro


de Información Electrónica de Privacidad. “La inteligencia artificial estará
en el centro. El futuro de nuestra seguridad y economía nacional está
en juego”.
A fines de febrero, Schmidt estaba llevando su campaña al público,
tal vez entendiendo que el aumento de presupuesto que su junta
directiva estaba pidiendo no podría aprobarse sin una mayor
aceptación. En un artículo de opinión del New York Times titulado
“Silicon Valley podría perder frente a China», Schmidt pidió
«asociaciones sin precedentes entre el gobierno y la industria» y, una
vez más, haciendo sonar la alarma de peligro amarilla:

AI (inteligencia artificial) abrirá nuevas fronteras en todo, desde


biotecnología hasta banca, y también es una prioridad del Departamento
de Defensa. … Si las tendencias actuales continúan, se espera que las
inversiones generales de China en investigación y desarrollo superen
a las de Estados Unidos dentro de 10 años, aproximadamente al mismo
tiempo que se proyecta que su economía sea más grande que la
nuestra .
A menos que estas tendencias cambien, en la década de 2030
competiremos con un país que tiene una economía más grande, más
inversiones en investigación y desarrollo, mejor investigación, un mayor
despliegue de nuevas tecnologías y una infraestructura informática más
sólida. … En última instancia, los chinos están compitiendo para
27

convertirse en los principales innovadores del mundo, y Estados Unidos


no está jugando para ganar.

La única solución, para Schmidt, era un chorro de dinero


público. Elogiando a la Casa Blanca por solicitar una duplicación de la
financiación de la investigación en inteligencia artificial y ciencia de la
información cuántica, escribió: “Deberíamos planear duplicar la
financiación en esos campos nuevamente a medida que creamos
capacidad institucional en laboratorios y centros de investigación. … Al
mismo tiempo, el Congreso debe cumplir con la solicitud del presidente
para obtener el nivel más alto de financiamiento de I + D de defensa en
más de 70 años , y el Departamento de Defensa debe capitalizar ese
aumento de recursos para desarrollar capacidades innovadoras en
inteligencia artificial, cuántica, hipersónica y otras prioritarias áreas
tecnológicas «.

Eso fue exactamente dos semanas antes de que el brote de


coronavirus se declarara una pandemia, y no se mencionó que el
objetivo de esta vasta expansión de alta tecnología era proteger la salud
de los estadounidenses. Solo que era necesario evitar ser superado por
China. Pero, por supuesto, eso pronto cambiaría.

En los dos meses transcurridos desde entonces, Schmidt ha


sometido estas demandas preexistentes, para gastos públicos masivos
en investigación e infraestructura de alta tecnología, para una serie de
«asociaciones público-privadas» en inteligencia artificial y para el
28

aflojamiento de innumerables protecciones de privacidad y seguridad, a


través de un ejercicio agresivo de reposicionamiento discursivo. Ahora,
todas estas medidas (y más) se están vendiendo al público como nuestra
única esperanza posible de protegernos de un nuevo virus que nos
acompañará en los próximos años.

Y las compañías tecnológicas con las que Schmidt tiene vínculos


profundos, y que pueblan las influyentes juntas asesoras que preside,
se han reposicionado como protectores benevolentes de la salud pública
y generosos campeones de los «héroes cotidianos» de los trabajos
esenciales (muchos de los cuales perderían sus empleos si estas
compañías se salieran con la suya). Menos de dos semanas después del
cierre del estado de Nueva York, Schmidt escribió un artículo de
opinión para el Wall Street Journal que estableció el nuevo tono y dejó
en claro que Silicon Valley tiene toda la intención de aprovechar la crisis
para una transformación permanente.

Al igual que otros estadounidenses, los tecnólogos están tratando de


hacer su parte para apoyar primera línea de respuesta a la pandemia. …
Pero cada estadounidense debería preguntarse dónde queremos que
esté la nación cuando termine la pandemia de Covid-19. ¿Cómo podrían
las tecnologías emergentes desplegadas en la crisis actual impulsarnos
hacia un futuro mejor? … Empresas como Amazon saben cómo
suministrar y distribuir de manera eficiente. Tendrán que proporcionar
servicios y asesoramiento a los funcionarios del gobierno que carecen
de los sistemas informáticos y de la experiencia.
29

También deberíamos acelerar la tendencia hacia el aprendizaje remoto,


que se está probando hoy como nunca antes. On line, no existe un
requisito de proximidad, lo que permite a los estudiantes obtener
instrucción de los mejores maestros, sin importar en qué distrito escolar
residan …
La necesidad de una experimentación rápida a gran escala también
acelerará la revolución biotecnológica. … Finalmente, el país está
atrasado hace tiempo en infraestructura digital real … Si queremos
construir una economía futura y un sistema educativo basado en tele-
todo, necesitamos una población totalmente conectada y una
infraestructura ultrarrápida. El gobierno debe hacer una inversión
masiva, tal vez como parte de un paquete de estímulo, para convertir la
infraestructura digital de la nación en plataformas basadas en la nube y
vincularlas con una red 5G.

De hecho, Schmidt ha sido implacable en la búsqueda de esta


visión. Dos semanas después de la aparición de ese artículo de
opinión, describió la programación ad hoc de educación en el hogar que
los maestros y las familias de todo el país se vieron obligados a
improvisar durante esta emergencia de salud pública como «un
experimento masivo en el aprendizaje remoto». El objetivo de este
experimento, dijo, era «tratar de descubrir: ¿cómo aprenden los niños
de forma remota? Y con esos datos deberíamos ser capaces de construir
mejores herramientas de aprendizaje a distancia que, cuando se
combinan con el maestro… ayudarán a los niños a aprender
30

mejor” Durante esta misma videollamada, organizada por el Club


Económico de Nueva York, Schmidt también pidió más telesalud, más
5G, más comercio digital y el resto de la lista de deseos
preexistente. Todo en nombre de la lucha contra el virus.

Sin embargo, su comentario más revelador fue el siguiente: “El


beneficio de estas corporaciones, que amamos difamar, en términos de
la capacidad de comunicarse, la capacidad de lidiar con la salud, la
capacidad de obtener información, es profundo. Piensa en cómo sería
tu vida en Estados Unidos sin Amazon «. Agregó que la gente debería
«estar un poco agradecida de que estas compañías obtuvieron el capital,
hicieron la inversión, construyeron las herramientas que estamos usando
ahora y realmente nos han ayudado».

Es un recordatorio sobre que, hasta hace muy poco, el rechazo


público contra estas corporaciones estaba creciendo. Los candidatos
presidenciales discutían abiertamente la caída de la gran
tecnología. Amazon se vio obligado a abandonar sus planes para una
sede en Nueva York debido a la feroz oposición local. El proyecto
Sidewalk Labs de Google estaba en una crisis perenne, y los propios
trabajadores de Google se negaban a construir tecnología de vigilancia
con aplicaciones militares.

En resumen, la democracia se estaba convirtiendo en el mayor


obstáculo para la visión que Schmidt estaba promoviendo, primero
desde su posición en la cima de Google y Alphabet y luego como
presidente de dos poderosas juntas asesorando al Congreso y al
31

Departamento de Defensa. Como revelan los documentos de NSCAI,


este inconveniente ejercicio del poder por parte del público y los
trabajadores tecnológicos dentro de estas megaempresas, desde la
perspectiva de hombres como Schmidt y el CEO de Amazon, Jeff Bezos,
desaceleró enloquecedoramente la carrera armamentista de la
inteligencia artificial, manteniendo flotas de automóviles y camiones sin
conductor potencialmente mortales fuera de las carreteras, evitando que
los registros de salud privados se conviertan en un arma utilizada por
los empleadores contra los trabajadores, evitando que los espacios
urbanos se cubran con software de reconocimiento facial, y mucho más.

Ahora, en medio de la carnicería de esta pandemia en curso, y el


miedo y la incertidumbre sobre el futuro que ha traído, estas
corporaciones ven claramente su momento para barrer todo ese
compromiso democrático. Para tener así el mismo tipo de poder que sus
competidores chinos, que ostentan el lujo de funcionar sin verse
obstaculizados por intrusiones de derechos laborales o civiles.

Todo esto se está moviendo muy rápido. El gobierno australiano


ha contratado a Amazon para almacenar los datos de su controvertida
aplicación de seguimiento de coronavirus. El gobierno canadiense
ha contratado a Amazon para entregar equipos médicos, generando
preguntas sobre por qué omitió el servicio postal público. Y en solo unos
pocos días a principios de mayo, Alphabet ha puesto en marcha
una nueva iniciativa de Sidewalk Labs para rehacer la infraestructura
urbana con $ 400 millones en capital semilla. Josh Marcuse, director
32

ejecutivo de la Junta de Innovación en Defensa que preside


Schmidt, anunció que dejaría ese trabajo para trabajar a tiempo
completo en Google como jefe de estrategia e innovación para el sector
público mundial, lo que significa que ayudará a Google a sacar provecho
de algunas de las muchas oportunidades que él y Schmidt han estado
creando con su lobby.

Para ser claros, la tecnología es sin duda una parte clave de cómo
debemos proteger la salud pública en los próximos meses y años. La
pregunta es: ¿estará la tecnología sujeta a las disciplinas de la
democracia y la supervisión pública, o se implementará en un frenesí de
estado de excepción, sin hacer preguntas críticas, dando forma a
nuestras vidas en las próximas décadas? Preguntas como, por ejemplo:
si realmente estamos viendo cuán crítica es la conectividad digital en
tiempos de crisis, ¿deberían estas redes y nuestros datos estar
realmente en manos de jugadores privados como Google, Amazon y
Apple? Si los fondos públicos están pagando gran parte de eso, ¿el
público no debería también poseerlo y controlarlo? Si Internet es
esencial para muchas cosas en nuestras vidas, como lo es claramente,
¿no debería tratarse como una utilidad pública sin fines de lucro?

Y aunque no hay duda de que la capacidad de teleconferencia ha


sido un salvavidas en este período de bloqueo, hay serios debates sobre
si nuestras protecciones más duraderas son claramente más
humanas. Tomemos la educación. Schmidt tiene razón en que las aulas
superpobladas presentan un riesgo para la salud, al menos hasta que
33

tengamos una vacuna. Entonces, ¿no se podría contratar el doble de


maestros y reducir el tamaño de los cursos a la mitad? ¿Qué tal
asegurarse de que cada escuela tenga una enfermera?

Eso crearía empleos muy necesarios en una crisis de desempleo a


nivel de depresión y les daría mayor margen a todos en el ambiente
educativo. Si los edificios están demasiado llenos, ¿qué tal dividir el día
en turnos y tener más educación al aire libre, aprovechando la
abundante investigación que muestra que el tiempo en la naturaleza
mejora la capacidad de los niños para aprender?

Introducir ese tipo de cambios sería difícil, sin duda. Pero no son
tan arriesgados como renunciar a la tecnología probada y verdadera de
humanos entrenados que enseñan a los humanos más jóvenes cara a
cara, en grupos donde aprenden a socializar entre ellos.

Al enterarse de la nueva asociación del estado de Nueva York con


la Fundación Gates, Andy Pallotta, presidente de United Teachers del
Estado de Nueva York, reaccionó rápidamente: “Si queremos reimaginar
la educación, comencemos por abordar la necesidad de trabajadores
sociales, consejeros de salud mental , enfermeras escolares, cursos de
artes enriquecedores, cursos avanzados y clases más pequeñas en
distritos escolares de todo el estado «, dijo. Una coalición de grupos de
padres también señaló que si realmente habían estado viviendo un
«experimento de aprendizaje remoto» (como lo expresó Schmidt), los
resultados fueron profundamente preocupantes: «Dado que las escuelas
34

cerraron a mediados de marzo, nuestro la comprensión de las profundas


deficiencias de la instrucción basada en pantalla solo ha crecido «.
Además de los obvios sesgos de clase y raza contra los niños que
carecen de acceso a Internet y computadoras en el hogar (problema
que las compañías tecnológicas están ansiosas por cobrar, mediante
grandes ventas tecnológicas), hay grandes preguntas sobre si la
enseñanza remota puede servir a muchos niños con discapacidades,
como lo exige la ley . Y no existe una solución tecnológica para el
problema de aprender en un entorno hogareño superpoblado y / o
abusivo.

El problema no es si las escuelas deben cambiar ante un virus


altamente contagioso para el cual no tenemos cura ni vacuna. Al igual
que todas las instituciones donde los humanos actúan en grupos, las
escuelas cambiarán. El problema, como siempre en estos momentos de
conmoción colectiva, es la ausencia de debate público sobre cómo
deberían ser esos cambios y a quién deberían beneficiar. ¿Empresas
tecnológicas privadas o estudiantes?

Las mismas preguntas deben hacerse sobre la salud. Evitar los


consultorios médicos y los hospitales durante una pandemia tiene
sentido. Pero la telesalud pierde en gran medida frente a la atención
persona a pesona. Por lo tanto, debemos tener un debate basado en la
evidencia sobre los pros y los contras de gastar recursos públicos
escasos en telesalud, en comparación con enfermeras más capacitadas,
equipadas con todo el equipo de protección necesario, que pueden hacer
35

visitas a domicilio para diagnosticar y tratar pacientes en sus hogares. Y


quizás lo más urgente es que necesitamos lograr el equilibrio correcto
entre las aplicaciones de seguimiento del virus, que con las protecciones
de privacidad adecuadas tienen un papel que desempeñar, y
los llamados a un Cuerpo de Salud Comunitario que pondría a millones
de estadounidenses a trabajar no solo haciendo seguimiento de
contactos sino asegurándose de que todos tengan los recursos
materiales y el apoyo que necesitan para estar en cuarentena de manera
segura.

En cada caso, enfrentamos decisiones reales y difíciles entre


invertir en humanos e invertir en tecnología. Porque la verdad brutal es
que, tal como están las cosas, es muy poco probable que hagamos
ambas cosas. La negativa a transferir los recursos necesarios a los
estados y ciudades en sucesivos rescates federales significa que la crisis
de salud del coronavirus ahora se está convirtiendo en una crisis de
austeridad fabricada. Las escuelas públicas, universidades, hospitales y
tránsito se enfrentan a preguntas existenciales sobre su futuro. Si las
compañías tecnológicas ganan su feroz campaña de presiones y lobby
para el aprendizaje remoto, telesalud, 5G y vehículos sin conductor, su
Screen New Deal, simplemente no quedará dinero para prioridades
públicas urgentes, sin importar el Green New Deal (el Nuevo Pacto
Verde) que nuestro planeta necesita con urgencia.

Por el contrario: el precio de todos los brillantes dispositivos será


el despido masivo de maestros y el cierre de hospitales.
36

La tecnología nos proporciona herramientas poderosas, pero no


todas las soluciones son tecnológicas. Y el problema de externalizar
decisiones clave sobre cómo «reimaginar» nuestros estados y ciudades
a hombres como Bill Gates y Eric Schmidt es que se han pasado la vida
demostrando la creencia de que no hay problema que la tecnología no
pueda solucionar.

Para ellos, y para muchos otros en Silicon Valley, la pandemia es


una oportunidad de oro para recibir no solo la gratitud, sino también la
deferencia y el poder que sienten que se les ha negado injustamente. Y
Andrew Cuomo, al poner al ex presidente de Google a cargo del cuerpo
que dará forma a la reapertura del estado, parece haberle dado algo
cercano al reinado libre.

Fuente: https://www.lavaca.org/portada/la-distopia-de-alta-tecnologia-post-
coronavirus/?fbclid=IwAR18pzIbT1unQHLRo-
LFMYNtwWlwy9wSRv6VNXxu6e0g1VfttWv4m1wJ2u8
37

GESTANDO LA
PRÓXIMA PANDEMIA

SILVIA RIBEIRO*

25 de abril, 2020

Dead pigs of Chinese pig farmer Sun Dawu, SEPT 2019

Esta pandemia ha causado la caída de muchos velos que ocultaban


mecanismos perversos del sistema capitalista globalizado.

Uno de los velos que se ha hecho pedazos, dejando al descubierto


una fétida realidad, es el rol del sistema alimentario agroindustrial,
principal factor de producción de epidemias en décadas recientes.

La cría industrial de animales en confinamiento (avícola, porcina,


bovina) es una verdadera fábrica de epidemias animales y humanas.
Grandes concentraciones de animales, hacinados, genéticamente
uniformes, con sistemas inmunológicos debilitados, a los que se
administran continuamente antibióticos, por lo que, según la OMS, son
la principal causa de generar resistencia a antibióticos a escala global.
Un perfecto caldo de cultivo para producir mutaciones de virus más

*
Silvia Ribeiro es una investigadora y periodista uruguaya, responsable de programas del Grupo ETC
(Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) en México. Ha desarrollado actividades
como editora, asesora y encargada de campañas en temas ambientales en Uruguay, Brasil, Suecia y
México.
38

letales y bacterias multirresistentes a los antibióticos, que con los


tratados de libre comercio se distribuyen por todo el globo.

El biólogo Rob Wallace, autor del libro Big farms make big flu,
documenta este proceso analizando los brotes de nuevos virus de origen
animal, las gripes aviar y porcina, ébola, zika, VIH y otros. Gran parte
se originó en criaderos, otros en animales silvestres, como el nuevo
coronavirus que proviene de murciélagos. Estudios recientes indican que
no llegó directamente a los humanos, sino hubo intermediarios. El
secuenciamiento genómico señala pangolines, pequeños mamíferos
asiáticos. Podrían haber sido otros, por ejemplo, los megacriaderos de
cerdos que existen en Hubei, provincia de la que Wuhan es capital. Grain
compiló datos al respecto (https://tinyurl.com/ybdvmegz).

Al tiempo que se detecta el Covid-19, los grandes criaderos de


cerdos en China son devastados por otro virus que afecta y mata a
millones de cerdos: la peste porcina africana, que afortunadamente no
ha mutado aún en virus infeccioso para humanos, pero crece por China
y Europa ( https://tinyurl.com/y9f98atd ).

La relación entre ganadería industrial y epidemias-pandemias va


más allá de los grandes criaderos. Como explico en otro artículo
(Desinformémonos, https://tinyurl.com/ydenks9z), hay causas
concomitantes: la cría masiva de animales confluye con la destrucción
de hábitats naturales y de biodiversidad, que hubieran funcionado como
barreras de contención de la expansión de virus en poblaciones de
animales silvestres.
39

Los principales responsables de esta destrucción de ecosistemas


son el sistema alimentario agroindustrial en su conjunto, el crecimiento
urbano descontrolado y el avance de megaproyectos para servicio de los
anteriores, como minería, carreteras y corredores comerciales, como por
ejemplo el Corredor Transístmico.

El sistema alimentario agroindustrial juega el papel principal:


según la FAO, la causa mayoritaria de deforestación en el mundo es la
expansión de la frontera agropecuaria industrial. En América Latina
causa 70 por ciento de la deforestación, y en Brasil hasta 80 por ciento.

De toda la tierra agrícola del planeta, 78 por ciento (!) se usa para
la industria pecuaria a gran escala: sea para pasturas o siembra de
forrajes. Más de 60 por ciento de cereales que se siembran globalmente
son para alimentar animales en confinamiento (Grupo
ETC, https://tinyurl.com/y7lszo4n).

En cada paso de la cadena alimentaria agroindustrial, 4-5 grandes


trasnacionales dominan más de 50 por ciento del mercado global. (Ver
Tecno-fusiones comestibles, mapa del poder corporativo en la cadena
alimentaria, Grupo ETC, 2020 https://tinyurl.com/y8bwd6k3).

Por ejemplo, solamente tres empresas (Tyson, EW Group y


Hendrix) controlan toda la venta de genética avícola en el planeta. Otras
tres la mitad de toda la genética porcina. Y unas pocas más la genética
bovina. Esto causa una enorme uniformidad genética en los criaderos,
que facilita la trasmisión y mutación de virus.
40

Igual sucede con las empresas del comercio mundial


de commodities agrícolas (granos y oleaginosas), controlado casi en
totalidad por seis empresas: Cargill, Cofco, ADM, Bunge, Wilmar
International y Louis Dreyfus Co, que comercian los forrajes que van a
la cría industrial de animales, principalmente soya y maíz transgénico.

Las mayores procesadoras de carne avícola, porcícola y vacuna


son actualmente JBS, Tyson Foods, Cargill, WH Group-Smithfield y NH
Foods. WH Group, de China, es la mayor empresa porcícola del globo y
domina en América del Norte, dueña de Granjas Carroll, donde se originó
la gripe porcina.

Es significativo el caso de Cargill, que siendo la mayor empresa


global de comercio de commodities agrícolas pasó de proveer forrajes a
ser además criadora, siendo la tercer compañía mundial de cárnicos
(aves, cerdos, vacas).

Pese a los desastres que está causando la pandemia de Covid-19,


esas empresas siguen sus actividades, gestando la próxima pandemia,
que podría incluso ocurrir mientras la actual sigue activa.

Es hora de terminar con este sistema agroalimentario absurdo y dañino,


que solamente beneficia a las corporaciones. Es el principal factor de
cambio climático y pese a utilizar de 70 a 80 por ciento de la tierra, agua
y combustibles de uso agrícola, sólo alimentan a 30 por ciento de la
población mundial (ETC Group, https://tinyurl.com/yxv3dz8s).

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/04/25/opinion/023a1eco
41

LA PANDEMIA ES UN PORTAL

ARUNDHATI ROY*

11 de abril, 2020

¿Quién puede usar el término «se volvió viral» hoy en día sin
estremecerse un poco? ¿Quién puede observar algo: una manija de la
puerta, un envase de cartón, una bolsa de verduras, sin imaginar que
está repleta de esas burbujas invisibles, no muertas pero sin vida,
salpicadas de ventosas que esperan adherirse a nuestros pulmones?

¿A quién se le ocurre besar a un extraño, subirse a un autobús o


enviar a su hijo a la escuela sin sentir miedo real? ¿Quién puede pensar
en cualquier placer ordinario sin evaluar su riesgo? ¿Quién de nosotros
no es epidemiólogo, virólogo, estadístico o profeta? ¿Qué científico o
médico no está orando en secreto por un milagro? ¿Qué sacerdote no
está, al menos en secreto, sometiéndose a la ciencia?

*
Suzanna Arundhati Roy (1961) es una autora india mejor conocida por su novela El dios de las
pequeñas cosas (1997), que ganó el Premio Man Booker de Ficción en 1997. También es una activista
política involucrada en derechos humanos y causas ambientales.
42

Pero, incluso mientras el virus prolifera, ¿a quién no le emociona


la ola de cantos de pájaros en las ciudades, los pavos reales que bailan
en los cruces de tráfico y el silencio en los cielos?

El número de casos en todo el mundo esta semana aumentó más


de un millón. Más de 50.000 personas han muerto. Las proyecciones
sugieren que el número aumentará a cientos de miles, tal vez más. El
virus se ha movido libremente por los caminos del comercio y el capital
internacional, y la terrible enfermedad que ha traído a su paso ha
encerrado a los humanos en sus países, sus ciudades y sus hogares.

Pero a diferencia del flujo de capital, este virus busca la


proliferación, no la ganancia y, por lo tanto, sin darse cuenta, en cierta
medida, ha revertido la dirección del flujo. Se ha burlado de los controles
de inmigración, la biometría, la vigilancia digital y cualquier otro tipo de
análisis de datos, y ha golpeado con fuerza, hasta ahora, en las naciones
más ricas y poderosas del mundo, deteniendo el motor del capitalismo.
Tal vez temporalmente, pero al menos durante el tiempo suficiente como
para que examinemos sus partes, hagamos una evaluación y decidamos
si queremos ayudar a arreglarlo o buscar un motor mejor.

A los mandarines que manejan esta pandemia les gusta hablar de


guerra. Ni siquiera utilizan la guerra como metáfora, la usan
literalmente. Pero si realmente fuera una guerra, ¿quién estaría mejor
preparado que los Estados Unidos? Si los soldados de la primera línea
no necesitaran máscaras y guantes, sino armas, bombas inteligentes,
43

búnkers, submarinos, aviones de combate y bombas nucleares, ¿habría


escasez?

Noche tras noche, desde el otro lado del mundo, algunos de


nosotros miramos las conferencias de prensa del gobernador de Nueva
York con una fascinación que es difícil de explicar. Seguimos las
estadísticas y escuchamos las historias de hospitales abrumados en los
Estados Unidos. Relatos de enfermeras mal pagadas y con exceso de
trabajo que tienen que hacer máscaras con bolsas de basura y
gabardinas viejas, arriesgando todo para ayudar a los enfermos.
Historias sobre los Estados que se ven obligados a competir entre sí por
respiradores, sobre los dilemas de los médicos acerca de qué paciente
debe recibir uno y quienes deben morir. Y pensamos, para nosotros
mismos: “¡Dios mío! ¡Esto es América!»

La tragedia es inmediata, real, épica y se desarrolla ante nuestros


ojos. Pero no es algo nuevo. Son los restos de un tren que ha
estado yendo por la misma vía durante años. ¿Quién no recuerda
los videos de «abandono de pacientes»: personas enfermas, todavía con
sus batas de hospital, desnudas, arrojadas subrepticiamente en las
esquinas? Las puertas de los hospitales se han cerrado con demasiada
frecuencia a los ciudadanos menos afortunados de los Estados Unidos.
No ha importado cuán enfermos han estado o cuánto han sufrido.

Al menos no hasta ahora, porque ahora, en la era del virus, la


enfermedad de una persona pobre puede afectar la salud de toda la
44

sociedad rica. Y, sin embargo, incluso ahora, Bernie Sanders, el senador


que ha hecho una campaña por la atención médica para todos, es
considerado un caso atípico en su apuesta por la Casa Blanca, incluso
por su propio partido.

¿Y qué hay de mi país, mi país pobre y rico, la India, suspendido en


algún lugar entre el feudalismo y el fundamentalismo religioso, entre la
casta y el capitalismo, gobernado por nacionalistas hindúes de extrema
derecha?

En diciembre, mientras China luchaba contra el brote del virus en


Wuhan, el gobierno de la India estaba lidiando con un levantamiento
masivo de cientos de miles de sus ciudadanos, que protestaban contra
la descaradamente discriminatoria ley de ciudadanía anti-musulmana
que acababa de aprobarse en el Parlamento.

Fuentes: Financial Times


45

El primer caso de Covid-19 fue reportado en la India el 30 de


enero, solo días después de que el honorable invitado principal de
nuestro Desfile del Día de la República, el devorador de bosques del
Amazonas y negador del coronavirus, Jair Bolsonaro, hubiera
abandonado Delhi. Pero había mucho que hacer en febrero para que el
virus entrara en el calendario del partido gobernante. Hubo una visita
oficial del presidente Donald Trump programada para la última semana
del mes. Le había atraído la promesa de una audiencia de un millón de
personas en un estadio deportivo en el estado de Gujarat. Todo eso llevó
mucho dinero y mucho tiempo.

Luego hubo elecciones en la Asamblea de Delhi que el Partido


Bharatiya Janata había programado para perder, a menos que mejorara
su juego, lo que hizo, desatando una campaña nacionalista hindú
viciosa, sin restricciones, repleta de amenazas de violencia física y la
acusación de «traidores». Perdió, de todos modos. Entonces hubo un
castigo para los musulmanes de Delhi, a quienes se culpó por la
humillación. Multitudes armadas de vigilantes hindúes, respaldados por
la policía, atacaron a musulmanes en los barrios de la clase trabajadora
del noreste de Delhi. Se quemaron casas, tiendas, mezquitas y escuelas.
Los musulmanes, que esperaban el ataque, contraatacaron. Más de
cincuenta personas, entre musulmanes y algunos hindúes, fueron
asesinadas.

Miles de personas se mudaron a campos de refugiados en


cementerios locales. Los cuerpos mutilados todavía estaban siendo
46

sacados de la red de desagües sucios y apestosos cuando los


funcionarios del gobierno tuvieron su primer encuentro sobre el Covid-
19 y la mayoría de los indios comenzaron a escuchar acerca de la
existencia de algo llamado desinfectante de manos. Marzo también
estuvo ocupado. Las primeras dos semanas se dedicaron a derrocar al
gobierno del Congreso en el estado de Madhya Pradesh, en el centro de
India, y a instalar un gobierno BJP en su lugar. El 11 de marzo, la
Organización Mundial de la Salud declaró que Covid-19 era una
pandemia. Dos días después, el 13 de marzo, el ministerio de salud dijo
que el coronavirus «no es una emergencia sanitaria».

Finalmente, el 19 de marzo, el primer ministro indio se dirigió a la


nación. No había hecho mucha tarea. Tomó prestado el libro de recetas
de Francia e Italia. Nos habló de la necesidad de «distanciamiento
social» (fácil de entender para una sociedad tan inmersa en la práctica
de la casta) y pidió un día de «toque de queda del pueblo», el 22 de
marzo. No dijo nada sobre lo que su gobierno iba a hacer en la crisis,
pero pidió a la gente que salga a sus balcones, toquen las campanas y
golpeen sus ollas y sartenes para saludar a los trabajadores de la salud.

No mencionó que, hasta ese mismo momento, la India había


estado exportando equipo de protección y equipo respiratorio, en lugar
de guardarlo para los trabajadores de salud y hospitales del país.

No es sorprendente que la solicitud de Narendra Modi fue recibida


con gran entusiasmo. Hubo marchas, bailes comunitarios y procesiones.
47

No hubo mucho distanciamiento social. En los días siguientes, los


hombres fueron por barriles de estiércol de vaca sagrada, y los
partidarios de BJP organizaron fiestas para beber orina de vaca. Para no
quedarse atrás, muchas organizaciones musulmanas declararon que el
Todopoderoso era la respuesta al virus y pidieron a los fieles que se
reunieran en mezquitas en gran número. El 24 de marzo, a las ocho de
la noche, Modi apareció nuevamente en la televisión para anunciar que,
desde la medianoche en adelante, toda la India estaría bajo aislamiento.
Los mercados estarían cerrados. Todo transporte, tanto público como
privado, sería cancelado.

Dijo que estaba tomando esta decisión no solo como primer


ministro, sino como el anciano de nuestra familia. ¿Quién más puede
decidir, sin consultar a los gobiernos estatales que tendrían que lidiar
con las consecuencias de esta decisión, que una nación de mil
trescientos ochenta millones de personas debería ser encerrada sin
ninguna preparación y con cuatro horas de aviso? Sus métodos
definitivamente dan la impresión de que el primer ministro de India
piensa en los ciudadanos como una fuerza hostil que necesita ser
emboscada, tomada por sorpresa, pero nunca confiable.

Encerrados estábamos. Muchos profesionales de la salud y


epidemiólogos han aplaudido este movimiento. Quizás tengan razón en
teoría. Pero seguramente ninguno de ellos puede soportar la calamitosa
falta de planificación o preparación que convirtió el aislamiento más
48

grande y punitivo del mundo en exactamente lo contrario de lo que


estaba destinado a lograr.

El hombre que ama los espectáculos creó a la madre de todos los


espectáculos.

Mientras observaba un mundo horrorizado, la India se reveló con


toda su vergüenza, su brutalidad estructural y social, su desigualdad
económica, su insensible indiferencia al sufrimiento.

El aislamiento funcionó como un experimento químico que, de


repente, iluminó cosas ocultas. A medida que las tiendas, los
restaurantes, las fábricas y la industria de la construcción se cerraron,
mientras los ricos y las clases medias se encerraron en barrios privados,
nuestros pueblos y megaciudades comenzaron a expulsar a sus
ciudadanos de clase trabajadora, sus trabajadores migrantes, como una
acumulación no deseada.

Muchos fueron expulsados por sus empleadores y propietarios,


millones de personas pobres, hambrientas y sedientas, jóvenes y viejos,
hombres, mujeres, niños, personas enfermas, personas ciegas,
personas discapacitadas, sin ningún otro lugar a donde ir, sin transporte
público a la vista, comenzaron una larga marcha hacia sus aldeas.
Caminaron durante días, hacia Badaun, Agra, Azamgarh, Aligarh,
Lucknow, Gorakhpur, a cientos de kilómetros de distancia. Algunos
murieron en el camino.
49

Sabían que iban a casa potencialmente para frenar el hambre.


Quizás incluso sabían que podrían llevar el virus con ellos e infectarían
a sus familias, a sus padres y abuelos en casa, pero necesitaban
desesperadamente un poco de familiaridad, refugio y dignidad, así como
comida, y también amor.

Mientras caminaban, algunos fueron golpeados brutalmente y


humillados por la policía, acusada de hacer cumplir estrictamente el
toque de queda. Se hizo que los hombres jóvenes se agacharan e
hicieran saltos de rana por la carretera. En las afueras de la ciudad de
Bareilly, un grupo fue reunido y lavado con una manguera con spray
químico.

Pocos días después, preocupado de que la población en fuga


propagara el virus a las aldeas, el gobierno selló las fronteras estatales
incluso para los caminantes. Las personas que habían estado caminando
durante días fueron detenidas y obligadas a regresar a campamentos en
las ciudades de las que acababan de obligarles a irse.

Entre las personas mayores se evocaron los recuerdos de la


transferencia de población de 1947, cuando la India se dividió y nació
Pakistán. Excepto que este éxodo actual fue impulsado por divisiones de
clase, no por la religión. Aún así, estas no eran las personas más pobres
de la India. Estas eran personas que tenían (al menos hasta ahora)
trabajo en la ciudad y sus hogares para regresar. Los desempleados,
las personas sin hogar y los desesperados permanecieron donde
50

estaban, en las ciudades y en el campo, donde la angustia profunda


crecía mucho antes de que ocurriera esta tragedia. Durante estos días
horribles, el ministro de asuntos internos, Amit Shah, permaneció
ausente de la vista pública. Cuando comenzó la caminata en Delhi, utilicé
con frecuencia un pase de prensa de una revista para la que escribo
para conducir a Ghazipur, en la frontera entre Delhi y Uttar Pradesh.

La escena era bíblica. O tal vez no. La Biblia no podría haber


conocido números como estos. El aislamiento para forzar el
distanciamiento físico había resultado en lo contrario: compresión física
en una escala impensable. Esto es cierto incluso dentro de los pueblos
y ciudades de la India. Las carreteras principales pueden estar vacías,
pero los pobres están hacinados en cuartos estrechos en barrios
marginales y chabolas.

Todas las personas que caminaban con las que hablé estaban
preocupadas por el virus. Pero era menos real, menos presente en sus
vidas, que el inminente desempleo, el hambre y la violencia de la policía.
De todas las personas con las que hablé ese día, incluido un grupo de
sastres musulmanes que habían sobrevivido a los ataques anti-
musulmanes solo unas semanas atrás, fueron las palabras de un hombre
las que me preocuparon especialmente. Era un carpintero llamado
Ramjeet, que planeaba caminar hasta Gorakhpur, cerca de la frontera
con Nepal.
51

“Quizás cuando Modiji decidió hacer esto, nadie le habló


de nosotros. Quizás él no sepa de nosotros»,
dijo. «Nosotros» significan aproximadamente cuatrocientos
sesenta millones de personas. Los gobiernos estatales en la India
(como en los Estados Unidos) han mostrado más corazón y comprensión
durante la crisis. Los sindicatos, los ciudadanos privados y otros
colectivos están distribuyendo alimentos y raciones de emergencia. El
gobierno central ha tardado en responder a sus desesperados pedidos
de fondos. Resulta que el Fondo Nacional de Socorro del primer ministro
no tiene efectivo disponible. En cambio, el dinero de los simpatizantes
está llegando al nuevo y misterioso fondo PM-CARES. Las comidas pre-
empaquetadas con la cara de Modi en ellas han comenzado a aparecer.

Además de esto, el primer ministro ha compartido sus videos de


yoga nidra, en los que un Modi animado y transformado, con un cuerpo
de ensueño, muestra asanas de yoga para ayudar a las personas a lidiar
con el estrés del autoaislamiento. El narcisismo es profundamente
preocupante. Quizás una de las asanas podría ser una asana en la que
Modi solicita al primer ministro francés que nos permita renunciar al muy
problemático acuerdo de aviones de combate Rafale y usar esos 7.8 mil
millones de euros para las medidas de emergencia que se necesitan
desesperadamente para apoyar a millones de personas hambrientas.
Seguramente los franceses lo entenderán. A medida que el bloqueo
entra en su segunda semana, las cadenas de suministro se han roto, los
medicamentos y los suministros esenciales se están agotando. Miles de
camioneros siguen abandonados en las carreteras, con poca comida y
52

agua. Los cultivos en pie, listos para ser cosechados, se están pudriendo
lentamente.

La crisis económica está aquí. La crisis política está en curso. Los


principales medios de comunicación han incorporado la historia del
Covid-19 en su campaña anti-musulmana. Una organización llamada
Tablighi Jamaat, que celebró una reunión en Delhi antes de que se
anunciara el cierre, resultó ser un «súper propagador». Eso se está
utilizando para estigmatizar y demonizar a los musulmanes. El tono
general sugiere que los musulmanes inventaron el virus y lo han
propagado deliberadamente como una forma de yihad.

La crisis del coronavirus aún está por llegar. O no. No lo sabemos.


Si lo hace, y puede hacerlo, podemos estar seguros de que se abordará,
con todos los prejuicios prevalecientes de la religión, la casta y la clase
completamente en su lugar.

Hoy (2 de abril) en la India hay casi 2,000 casos confirmados y 58


muertes. Estos son seguramente números poco confiables, basados en
pocas pruebas. La opinión de los expertos varía enormemente. Algunos
predicen millones de casos. Otros piensan que el costo será mucho
menor. Es posible que nunca conozcamos los contornos reales de la
crisis, incluso cuando nos golpee. Todo lo que sabemos es que la carrera
en los hospitales aún no ha comenzado.

Los hospitales y clínicas públicas de la India, que no pueden hacer


frente a los casi un millón de niños que mueren de diarrea, desnutrición
53

y otros problemas de salud cada año, con los cientos de miles de


pacientes con tuberculosis (una cuarta parte de los casos del mundo),
con una vasta anemia y con la población desnutrida vulnerable a
cualquier cantidad de enfermedades menores que resulten fatalas para
ellos, no podrán hacer frente a una crisis como la que están enfrentando
ahora Europa y los Estados Unidos.

Toda la atención médica está más o menos en espera ya que los


hospitales han sido puestos al servicio del virus. El centro de
traumatología del legendario Instituto de Ciencias Médicas All India en
Delhi está cerrado, los cientos de pacientes con cáncer, conocidos como
refugiados de cáncer, viven en las carreteras fuera de ese enorme
hospital, conducidos como ganado.

La gente se enfermará y morirá en casa. Puede que nunca


sepamos sus historias. Puede que ni siquiera se conviertan en
estadísticas. Solo podemos esperar que los estudios que dicen que al
virus no le gusta el clima cálido, sea correcto (aunque otros
investigadores han puesto en duda esto). Nunca un pueblo anheló tan
irracionalmente y tanto por un verano indio ardiente y castigador.

¿Qué es esto que nos ha pasado? Es un virus, sí. En y por sí mismo


no tiene ningún resumen moral. Pero definitivamente es más que un
virus. Algunos creen que es la forma en que dios nos llega a nuestros
sentidos. Otros dicen que es una conspiración china para dominar el
mundo. Sea lo que sea, el coronavirus ha arrodillado al poderoso y ha
54

detenido el mundo como nada más pudo hacerlo. Nuestras mentes


todavía están corriendo de un lado a otro, anhelando un retorno
a la «normalidad», tratando de unir nuestro futuro a nuestro
pasado y negándose a reconocer la ruptura. Pero la ruptura
existe. Y en medio de esta terrible desesperación, nos ofrece la
oportunidad de repensar la máquina del fin del mundo que
hemos construido para nosotros mismos. Nada podría ser peor
que volver a la normalidad.

Históricamente, las pandemias han obligado a los humanos a


romper con el pasado e imaginar su mundo de nuevo. Esta no es
diferente. Es un portal, una puerta de enlace entre un mundo y
el siguiente. Podemos elegir atravesarla, arrastrando los cadáveres de
nuestro prejuicio y odio, nuestra avaricia, nuestros bancos de datos e
ideas muertas, nuestros ríos muertos y cielos humeantes detrás de
nosotros. O podemos caminar a la ligera, con poco equipaje, listos para
imaginar otro mundo. Y listos para luchar por él.

Fuente: https://www.ft.com/content/10d8f5e8-74eb-11ea-95fe-fcd274e920ca

Traducción al castellano para Comunizar: Catrina Jaramillo.

Fuente: https://rebelion.org/la-pandemia-es-un-portal/
55

ENTREVISTA CON
EL DIVULGADOR
CIENTÍFICO, AUTOR
DE ‘CONTAGIO’,
LIBRO DE
REFERENCIA PARA
ENTENDER EL
CORONAVIRUS

MARC BASSETS

París, 19 de abril, 2020

DAVID QUAMMEN: “SOMOS MÁS ABUNDANTES QUE


CUALQUIER OTRO GRAN ANIMAL. EN ALGÚN MOMENTO
HABRÁ UNA CORRECCIÓN”

Son las cinco de la tarde en Bozeman, pequeña ciudad de Montana


(Estados Unidos), donde los espacios son vastos y el distanciamiento
social no necesita imponerse a la fuerza, porque forma parte del paisaje
desde tiempo inmemorial.

David Quammen, de 72 años, cultiva su jardín cuando suena el teléfono.


“Paseamos al perro por el barrio, saludo a los vecinos desde la otra acera
y en tres semanas no he estado más cerca de seis pies [dos metros] de
otra persona, aparte de mi esposa”, dice a EL PAÍS este veterano
reportero y divulgador científico que hace años recorrió los cuatro
rincones del planeta persiguiendo a los virus zoonóticos, es decir, que
saltan de los animales a los humanos.
56

El resultado fue Spillover. Animal infections and the next human


pandemic (Contagio, en la traducción española que la editorial Debate
publica el 23 de abril en ebook y el 14 de mayo en papel). El libro fascina
y espanta. Por lo que cuenta: el mundo de las infecciones de origen
animal. Y por lo que predice: una pandemia humana muy parecida a la
del virus que causa la covid-19. Ahora es una de las obras de referencia
para entender el ente microscópico que ha paralizado al mundo.

Pregunta. ¿Le sorprende lo que está ocurriendo?

Respuesta. En absoluto. Todo —el virus procedente de un murciélago


que después pasa a los humanos, la conexión con un mercado en China,
el hecho de que se trate de un coronavirus— era predecible. Es lo que
los expertos a los que entrevisté para mi libro me decían.

P. ¿Nada le sorprende?

R. Sí, la falta de preparación de los Gobiernos y los sistemas sanitarios


públicos para afrontar un virus como este. Me sorprende y me
decepciona. La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los Gobiernos sabían que
podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse.

P. ¿Por qué?

R. Los avisos decían: podría pasar el año próximo, en tres años, o en


ocho. Los políticos se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no
ocurra bajo mi mandato. Este es el motivo por el que no se gastó dinero
57

en más camas de hospital, en unidades de cuidados intensivos, en


respiradores, en máscaras, en guantes.

P. Sin esta falta de preparación, ¿no estaríamos todos confinados?

R. En efecto. La ciencia y la tecnología adecuada para afrontar el virus


existe. Pero no había voluntad política y, por tanto, el dinero, y la
coordinación entre Gobiernos locales y nacionales, y entre Gobiernos en
el mundo. Tampoco hay voluntad para combatir el cambio climático. La
diferencia entre esto y el cambio climático es que esto está matando
más rápido.

P. ¿Por qué el murciélago se vincula al origen de tantos virus, desde el


SARS hasta el ébola, y también el SARS-CoV-2?

R. Los murciélagos parecen sobrerrepresentados como anfitriones


naturales de estos virus peligrosos. Por varios motivos. Primero, están
sobrerrepresentados en la diversidad de los mamíferos. Una de cada
cuatro especies de mamíferos es una especie de murciélago.

P. ¿Esto significa que hay muchos murciélagos?

R. No es simplemente que haya muchos en cuanto al número, sino que


hay una gran diversidad de murciélagos. Y es posible que cada diferente
especie de murciélago tenga sus propias especies de virus. Esta
diversidad de especies ofrece un margen amplio para la diversidad de
virus.
58

P. ¿Qué otros motivos explican que los murciélagos sean el origen de


tantos virus?

R. Los murciélagos viven mucho. Uno del tamaño de un ratón puede


vivir 18 o 20 años. Un ratón vive uno o dos años. Los murciélagos anidan
juntos en colonias multitudinarias. He visto 60.000 en una cueva, todos
apretujados. La longevidad y la masificación son circunstancias óptimas
para que los virus pasen sin cesar de un individuo a otro. Y otra cosa:
hay pruebas ahora, aunque no es seguro, que indican que los
murciélagos tienen sistemas de inmunidad que han evolucionado para
ser más hospitalarios ante cuerpos ajenos.

P. Y cada vez están más cerca de zonas urbanas, ¿no?

R. Así es. En particular los grandes murciélagos de los trópicos y


subtrópicos. Estamos destruyendo sus hábitats y ellos buscan comida en
áreas humanas donde haya huertos y árboles frutales en los parques.
Todo esto les acerca a los humanos, lo que, a través de sus heces y su
orina, aumenta las posibilidades de que los virus se extiendan
directamente o a través de los animales domésticos.

P. ¿Debemos temer a los murciélagos?

R. No, no. Son animales bellos, magníficos, necesarios para la integridad


de los ecosistemas. La solución no es quitarnos a los murciélagos de
encima sino dejarlos en paz.

P. ¿Cómo?
59

R. Esta pandemia es una oportunidad terrible para educar, para


entender nuestra relación con el mundo natural.

P. ¿Somos responsables los humanos de lo que está ocurriendo?

R. Sin duda. Todos los humanos, todas nuestras decisiones: lo que


comemos, la ropa que vestimos, los productos electrónicos que
poseemos, los hijos que queramos tener, cuánto viajamos, cuánta
energía quemamos. Todas estas decisiones suponen una presión al
mundo natural. Y estas demandas al mundo natural tienden a acercar a
nosotros a los virus que viven en animales salvajes.

P. ¿Es la revancha de la naturaleza?

R. No lo diría así, porque soy un materialista darwiniano. No personalizo


la naturaleza. No creo en una naturaleza con N mayúscula capaz de
revancha ni de emociones. Los humanos somos más abundantes que
cualquier otro gran animal en la historia de la Tierra. Y esto representa
una forma de desequilibrio ecológico que no puede continuar para
siempre. En algún momento habrá una corrección natural. Les ocurre a
muchas especies: cuando son demasiado abundantes para los
ecosistemas, les ocurre algo. Se quedan sin comida, o nuevos
depredadores evolucionan para devorarles, o pandemias virales las
derrumban. Pandemias virales interrumpen, por ejemplo, explosiones de
población de insectos que parasitan árboles. Ahí hay una analogía con
los humanos.

P. ¿Somos como estos insectos?


60

R. No. Somos mucho más inteligentes que los insectos de la selva.


Debemos ser capaces de ver lo que se nos viene encima y transformar
el choque en un reajuste de nuestra manera de vivir en este planeta.

P. “Ofrecemos más oportunidades que nunca a los virus”, escribe usted.

R. Porque somos más y porque estamos más conectados entre nosotros.


Cuando entramos en la selva y capturamos a un animal salvaje —un
roedor, un murciélago, un pangolín, un chimpancé—, y este animal tiene
un virus, y este virus salta hacia nosotros, y descubre que en nuestro
interior puede replicarse, y que puede transmitirse de un humano a
otro… Cuando ha ocurrido todo esto, a este virus le ha tocado el Gordo.
Se ha metido por una puerta que le ofrece una enorme oportunidad.
Porque somos 7.700 millones de anfitriones potenciales para ellos y
porque estamos hiperconectados: la peste bubónica mató quizá a un
tercio de la población europea, pero en el siglo XIV no podía pasar a
Norteamérica ni a Australia. El virus que causa la covid-19 es uno de los
virus de más éxito del planeta, junto a la cepa pandémica del VIH. Y
nosotros le hemos invitado a tener tanto éxito.

P. ¿Qué ha aprendido en los últimos tres meses sobre los virus?

R. Algo que me sorprende es que, hasta ahora, este virus no está


evolucionando demasiado rápido. Algunos científicos, como Trevor
Bedford en Seattle, han tomado muestras de varias personas en diversos
momentos y en distintas partes del mundo, y han dibujado un árbol
genealógico del virus. Han descubierto que los genomas del virus no
61

varían mucho en el espacio y el tiempo. El virus no cambia porque no


necesita hacerlo. Está teniendo tanto éxito —yendo de un humano a
otro, en todos los países del planeta— que, desde el punto de vista de
la evolución, no está sometido a ninguna presión para cambiar: ya le va
bien siendo como es.

P. ¿Durante cuánto tiempo puede tener tanto éxito?

R. Hasta que tengamos una vacuna. En este momento, es posible que


intente evolucionar. No es que lo intente en realidad, porque no tiene
intención, solo es un virus. Pero por selección natural es posible que,
accidentalmente, encuentre maneras de esquivar la vacuna. Y entonces
empezará la carrera para encontrar vacunas mejores y nuevas. Pero es
lo que ya hacemos con la gripe: necesitamos una vacuna nueva cada
año porque cambia constantemente.

P. Mientras tanto, ¿el distanciamiento social y el confinamiento tienen


un efecto en el virus?

R. Sí. Al confinarnos, le retiramos una oportunidad de extenderse de


manera tan amplia e intensa como ha hecho hasta ahora. Una manera
de pensar en pandemias es la siguiente. En toda población de víctimas
potenciales, hay personas susceptibles al virus. Hay personas infectadas
por el virus. Hay personas muertas. Y hay personas que se han
recuperado. Y, una vez que se han recuperado, es más difícil que sean
reinfectadas. De modo que se llega a un punto en el que el número de
muertos es alto, el número de recuperados es alto y el número de
62

infectados puede ser todavía alto, pero el número de personas


susceptibles puede ser relativamente bajo y estar disperso. En ese
momento, el virus que se encuentra en los infectados no tiene
oportunidades de contactar con los susceptibles.

P. ¿Y entonces?

R. En este punto, la pandemia tiende a terminar.

Fuente: https://elpais.com/ciencia/2020-04-18/somos-mas-abundantes-que-
cualquier-otro-gran-animal-en-algun-momento-habra-una-correccion.html
63

PANDEMIA Y CAPITALISMO
DE VIGILANCIA

ARAM AHARONIAN*

27 de abril, 2020

La pandemia del COVID-19 es más que un “cisne negro” (un hecho


inesperado, poco frecuente). La pandemia seguramente pasará, pero la
crisis quedará -la social, la económica, la política-, significando un
mundo diferente que ni los más osados científicos sociales y politólogos
han podido imaginar, con un estimado de más de tres mil millones de
desempleados.

La necesidad de “quedarnos en nuestras casas” obligó a


trabajadoras y trabajadores a seguir produciendo desde sus hogares con
la modalidad del “teletrabajo”; docentes y estudiantes que continúan
con parte de la currícula de manera virtual, así como también los grupos
de riesgo dentro de los cuales se encuentran en gran medida nuestros
jubilados y jubiladas, el sector de mayor riesgo en la pandemia.

*
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de
Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) y susrysurtv.
64

¿Qué mundo les tocará vivir a las nuevas generaciones? En el


mundo feliz (1932) del británico Aldous Huxley, las personas viven
drogadas con el imaginario “soma”, y felices, manipuladas por un plan
superior en el que la ciencia de punta sólo sirve a una estructura de
dominación.

No tenemos soma, pero sí (tenemos Netflix y) un número infinito


de aplicaciones y servicios gratis diseñados específicamente para
convertirnos en felices adictos y en los auténticos recursos que surten
la acumulación de riqueza en el nuevo capitalismo –el capitalismo de
vigilancia- que ordena el mundo. Nunca nos hemos sentido tan libres
pese a ser observados sin descanso.

El ser humano se ha convertido en un terminal de corrientes de


datos. Hoy sabemos que con este saber se puede influir, controlar y
dominar totalmente a las personas, a través de los algoritmos y la
inteligencia artificial. La pandemia despertó la voracidad de los
vendedores de dispositivos de vigilancia y tecnología de rastreo de
personas, presuponiendo que la ciencia de datos será esencial para
derrotar al enemigo invisible

Alentados por el éxito de China y Corea del Sur (entre otros


países asiáticos) en el combate al covid-19, líderes políticos de
democracias liberales, de derecha e izquierda, se mostraron encantados
con la capacidad de control de los dispositivos digitales y del modelo
65

estadístico de los algoritmos que extraen padrones y realizan


predicciones.

Cámaras, software, sensores, celulares, aplicaciones, detectores,


son presentados ahora como las armas más sofisticadas para el combate
al virus…y para la domesticación de las poblaciones.

La industria de telecomunicaciones e informática –que junto a la


farmacéutica será una de las ganadoras en esta crisis- prospera gracias
a un principio básico, el de extraer los datos personales y vender
predicciones sobre los comportamientos de los usuarios a los
anunciantes. Pero hasta ahora se lograban pronósticos que facilitaban
la previsión de hechos, acontecimientos (y su manipulación, claro), no
certezas.

Las empresas (y los gobiernos) comprendieron que para que


aumenten los beneficios (financieros pero sobre todo de manipulación)
se hacía necesario tratar de modificar las conductas humanas a gran
escala.

La mano de obra ya no está configurada por empleados que


reciben un salario a cambio de su trabajo, sino por usuarios de
aplicaciones y servicios gratuitos, satisfechos de adquirirlos a cambio de
ceder sin consentimiento a múltiples empresas un registro de sus
experiencias vitales.
66

En el nuevo capitalismo, los datos personales se acumulan para


producir el bien que se pondrá a la venta en el mercado: predicciones
sobre nosotros mismos. Los propietarios de los medios de producción
no son otros que los que ejercen el monopolio del negocio digital:
Google, Facebook, Apple y Amazon, señala Patricia Serrano en El
Economista de España.

Las medidas de excepción adoptadas, la llamada flexibilización de


derechos, los cortes de salarios, el irrespeto a los principios básicos de
la ciudadanía, las violaciones de privacidad, con el fin declarado de
enfrentar al virus y la crisis, podrán no ser de excepción para convertirse
en permanentes. E incluso ampliarse. El virus no destruirá el capitalismo.
Todo indica que la vigilancia (policial, cibernética) conseguirá
consolidarse.

“El capitalismo industrial, con todas sus crueldades, era un


capitalismo para las personas. En el de vigilancia, por el contrario, las
personas somos por encima de todo fuentes de información. No es un
capitalismo para nosotros, sino por encima de nosotros”, sentencia
Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Harvard Business School en
una entrevista en la BBC.

Tu smartTV te observa. Pero también tu teléfono, tu coche, tu


robot de limpieza, tú asistente de Google y hasta esa pulserita que
monitoriza el número de pasos que das. Una pista: todos los productos
que llevan la palabra smart o incluyen la coletilla de ‘personalizado’
67

ejercen de fieles soldados al servicio del capitalismo de vigilancia. Así lo


resume Zuboff.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, profesor en la Universidad


de las Artes de Berlín y autor de una decena de libros, profundiza en
esta idea: “El ser humano es un terminal de corrientes de datos, el
resultado de una operación algorítmica. Con este saber se puede influir,
controlar y dominar totalmente a las personas”.

“En la cárcel, hay una torre de vigilancia. Los presos no pueden


ver nada pero todos son vistos. En la actualidad se establece una
vigilancia donde los individuos son vistos pero no tienen sensación de
vigilancia, sino de libertad”, explica en su obra “La expulsión de lo
distinto”, que analiza el impacto de la hipercomunicación y la
hiperconexión en la sociedad.

Para Han, la sensación de libertad que brota en los individuos es


engañosa: “Las personas se sienten libres y se desnudan
voluntariamente. La libertad no es restringida, sino explotada”. Añade
que “la gran diferencia entre internet y la sociedad disciplinaria es que
en esta última, la represión se experimenta. Hoy, en cambio, sin que
seamos conscientes, somos dirigidos y controlados”.

Paloma Llaneza, abogada, experta en ciberseguridad y autora de


Datanomics, señala que el consentimiento en realidad no existe cuando
escribimos nuestros datos personales rápidamente para bajarnos aún
68

más rápido una aplicación gratis o recibir una newsletter semanal. “El
consentimiento es una de las grandes mentiras de internet”, afirma.

El problema empieza cuando nuestros datos son usados para otras


finalidades y cedidos a terceras empresas que buscan conocernos mejor
y sacar un perfil de cómo somos. “Sin saberlo, el usuario puede estar
dando consentimiento a ser escaneado en redes sociales y, de ahí, se
saca el perfil de la persona. Solo con las fotos de Instagram ya se pueden
deducir cosas del comportamiento”, explica.

Mientras algunos líderes políticos apelaban a la “unidad” en la


guerra contra el enemigo invisible, y otros negacionistas llevaban a su
gente al genocidio, aparecían algunas líneas de fractura. A través de las
redes sociales (y los cacerolazos) se compelía a los gobiernos a adoptar
medidas drásticas para proteger a las poblaciones, la salud común.

El coronavirus afecta a toda la industria manufacturera de alto


contenido tecnológico (incluyendo industria automotriz, aeronáutica y
telecomunicaciones), básicamente porque su producción implica
aglomeración de personas, no es considerada esencial y en definitiva se
ajusta a las proyecciones de la demanda, nada alentadoras hoy.

En este análisis sólo se rescatan algunos sectores,


primordialmente de servicios, entre los cuales tenemos el caso de las
OTT (over the top), las empresas de telecomunicaciones que brindan
servicios de streaming. O sea, usan internet para llegar a los usuarios
69

con video (Netflix), audio (Spotify) o mensajería (Whatsapp, de


Facebook) y/o aplicaciones de teleconferencia (como Skype o Zoom).

Con el aislamiento social, las plataformas que recolectan datos


personales y los venden en el mercado avanzan para convertirse no solo
en grandes intermediarios del entretenimiento sino también de la
educación, lo que no puede aceptarse como algo nagtural y mucho
menos como solución excepcional, señala Sérgio Amadeu da Silveira,
profesor de la Universidad Federal de ABC, Brasil.

El covid-19 seguramente pasará. El neoliberalismo es una


pandemia que durante cuatro décadas infectó hasta las fuerzas de
izquierda que deberían haberlo combatirlo. Enfrentamos dos
pandemias…

Fuente: https://rebelion.org/pandemia-y-capitalismo-de-vigilancia/
70

LA TENTACIÓN DEL
CONFINAMIENTO

SANTIAGO ALBA RICO*

29 de abril, 2020

El capitalismo, que no piensa, es una estructura que nos obliga a


pegarnos voluntariamente un tiro en la nuca para mantener con vida
una estructura de la que dependemos para podernos pegar un tiro en la
nuca unos días más.

Real, escribía hace unas semanas, es la independencia del mundo.

El ejemplo más banal es el hijo. Un hijo es real porque no se puede


escapar de él, porque no tiene final; porque no podemos querer –ni
siquiera imaginar– su final, aún más real que su existencia misma
precisamente porque su existencia es lo más real que existe. No se
puede escapar de él; no podemos desprendernos del hijo como de una
tablet o de un coche viejo. Nadie, que yo sepa, ha huido de un hijo que
llora; es imposible, en efecto, imaginar a una madre de cualquier sexo
que, al oír llorar a su bebé, suelta el pañal y huye escaleras abajo. Esa

*
Santiago Alba Rico (1960) es un escritor, ensayista y filósofo español de izquierdas. Ha publicado
varios libros de ensayo sobre disciplinas como filosofía, antropología y política, además de colaborar
como redactor en varias revistas y medios de comunicación, como Gara, Archipiélago: Cuadernos de
crítica de la cultura, LDNM, Público, el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe o Rebelión. Es activo
participante en varios medios de comunicación alternativos.
71

barbaridad pusilánime ni se nos pasa por la cabeza. Si el niño llora en


su cuna, acudimos a tranquilizarlo o a alimentarlo o a cubrirlo con una
manta. Es completamente real: sabemos que no hay escapatoria.

Tampoco podemos escapar de los brazos del amado o de la


amada. Y mientras estamos ahí, “cual vid que entre el jazmín se va
enredando”, nos decimos y hasta lo decimos en voz alta: me pareces un
sueño. Todas aquellas cosas de las que no podemos escapar y de las
que nos decimos que “parecen soñadas” son reales. La realidad, cuando
aparece, parece irreal, lo que no deja de ser ilógico y extravagante.
Porque al hijo lo hemos esperado durante nueve meses, sabíamos de su
inminente llegada, y, sin embargo, su nacimiento, su existencia, su
estancia repentina en el mundo nos parece completamente inesperada.
No nos lo esperábamos. Eso ocurre también, sí, con el amor, pero
asimismo, a escala colectiva, con la revolución, la guerra o la catástrofe.
Por eso mismo la realidad, cuando se presenta, lo hace al modo de
un déjà vu. Es inesperado el hijo que esperamos nueve meses; y
también al revés, lo inesperado, si comparece, revela hasta qué punto
lo estábamos esperando. Creo que todos tenemos la sensación de que
estábamos esperando, sin saberlo, esta crisis: nos sorprende justamente
porque nos había sido anunciada. Y eso explica en parte, más que el
miedo o junto al miedo, la mansedumbre y el sentido de la
responsabilidad con que hemos aceptado el confinamiento.

La realidad, cuando aparece, parece irreal. ¿Pero qué ha aparecido


en este caso? ¿Y por qué nos parece irreal?
72

Por primera vez nuestras vidas, todas las vidas, en Roma, Madrid,
Túnez, París, están sincronizadas por el virus. No ha ocurrido nunca
antes. La pandemia de coronavirus no es –ni mucho menos– lo peor que
le ha ocurrido a la humanidad, pero sí lo primero que le ocurre a la
humanidad como sujeto-especie consciente. La amenaza nuclear desde
1945 y el cambio climático, anunciado desde los años 70 del siglo
pasado, definía ya una temblorosa Humanidad común, pero inalcanzable
para la experiencia cotidiana. Todas las catástrofes, hasta ahora, han
sido “locales” o livianamente ignoradas desde lejos. Lo mismo puede
decirse de las revoluciones y de los placeres. Por muchos millones de
espectadores que vieran una final olímpica o un Madrid-Barça, esa
sincronización no era universal y además duraba, como máximo, un par
de horas. Por muchos millones de personas que murieran –y mueran–
en guerras y tsunamis esa experiencia era –y es– invivible fuera del lugar
de la tragedia, donde la realidad común se ciñe a un espacio limitado.
La sincronización entre las vidas que produce el virus es por primera
vez, precisamente, la vida. Nuestra vida. Nuestra nueva vida, volteada
por el virus y regulada por las medidas tomadas contra él. ¿Qué vida es
ésta?

He dicho que hasta hoy la humanidad no había compartido nada.


No es verdad. Hay una cosa que compartimos todos los humanos al
mismo tiempo mientras estamos vivos: la mortalidad. Ahora bien, de la
mortalidad, como de la miseria, sí podemos huir por procedimientos
antropológicos, estupefacientes o imaginarios; y eso es normal y casi
bueno. Las sociedades humanas serían inviables si estuviesen presididas
73

por la conciencia inmediata de la muerte individual; si escuchásemos sin


parar el tic-tac de la degradación de los órganos en nuestros cuerpos.
Pero una cosa es no vivir ininterrumpidamente la mortalidad, condición
de la supervivencia, y otra muy distinta no tomarla en cuenta ni siquiera
delante de un cadáver. De hecho, si algo caracterizaba a nuestras
sociedades occidentales es que sus habitantes, más que compartir la
realidad de la mortalidad, compartían la ilusión de la inmortalidad, y con
tanta más seguridad cuanta más gente de otras razas u otras geografías
moría a nuestro alrededor. Y de pronto el virus y las medidas tomadas
contra él hacen que nuestras vidas sincronizadas se vean sincronizadas
por la realidad irreal de la mortalidad, así como por unas rutinas de
confinamiento que alteran de manera simultánea el tiempo individual y
el tiempo del capitalismo.

La cuestión es que esa realidad –como el sexo en la conocida


película japonesa El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima– se ha
vuelto completamente dominante, y ello hasta el punto de que no sólo
ha desterrado las ilusiones de la normalidad fantasiosa en la que
vivíamos sino que ha puesto fuera de juego, cautelarmente, todas las
otras realidades. El 27 de marzo, pocos días después del establecimiento
del estado de alerta, en el pueblo donde paso el confinamiento murió
un hombre. Murió a sesenta metros de mi casa, a dos calles de distancia.
La sacudida de la noticia quedó enseguida sumergida en una indiferencia
fría y casi desdeñosa al enterarnos, pocos segundos después, de que no
había muerto a causa del coronavirus. ¡Había muerto asesinado a
hachazos! Una noticia que en cualquier otro momento habría conmovido
74

y excitado a todos los habitantes del pueblo, y habría generado


habladurías febriles y estremecimientos numinosos, y abundante
amarillismo periodístico, nos dejó a todos indiferentes y –por qué no
decirlo– aliviados. Frente a la sincronía de la pandemia, esa muerte –tan
espantosamente real– era una muerte acrónica, a destiempo, que no
sincronizaba nuestras vidas sino que más bien las desajustaba de un
modo casi inoportuno y, por eso mismo, inatendible e irrelevante. Si no
había muerto por el virus, ¡es que no había ocurrido nada! Me acordé
de las primeras páginas de La montaña mágica, cuando Hans Castorp
empieza a “aclimatarse” al tiempo enfermizo del sanatorio, presidido por
la sombra de la Tuberculosis, que va deslizándose en todos los pulmones
y que “distingue” –pero como una distinción nobiliaria– a los residentes
en tratamiento en la Montaña de los banales hombres sanos del valle
(“allá abajo”), donde se muere siempre de otra cosa. Hasta tal punto el
bacilo de Koch ha sincronizado esas vidas descritas por Thomas Mann
que, cuando uno de los huéspedes acude a la consulta médica aquejado
de una enfermedad fulminante que lo matará sin remedio en pocos días,
el dr. Behren le dice, tranquilizador, tras examinarlo: “No tiene de qué
preocuparse. No es tuberculosis”. Cuando pase la pandemia, me temo,
va a quedar un gran vacío en nuestras vidas. Tendremos mono, por así
decirlo, de realidad. Nos encontraremos en un mundo vacío de
acontecimientos que habrá que llenar de nuevo en una sociedad
inevitablemente transformada. ¿Lo haremos mejor que antes?
¿Dejaremos entrar las otras realidades –desigualdades sociales, guerras,
catástrofes climáticas– que la ilusión de inmortalidad llamada
75

“normalidad” excluía o buscaremos y nos chutaremos dosis intensas de


irrealidad elitista o –del otro lado– de realidad salvaje, instantánea y
feroz? ¿Tantearemos una nueva sincronía plural o nos entregaremos al
“sálvese quien pueda” de las acronías paralelas y los destiempos sin
nexo (época neovieja de solitarios con mascarilla y comunidades
enmascaradas y autoconfinadas en identidades de grupo sin ventanas y
con troneras)?

Lo inquietante, en todo caso, es que esta “sincronizacion vital” sin


precedentes es indisociable de nuestra dependencia tecnológica, que el
confinamiento ha agravado, revelando todas sus ventajas y todos sus
peligros. La “conciencia de especie”, digamos, es digital y, por eso
mismo, impura, paradójica, llena de riesgos antropológicos. No sólo
porque económicamente estamos reforzando el capitalismo digital
(Amazon y compañía) sino porque esta dependencia consuma una
tendencia o tentación de confinamiento tecnológico ya presente en
nuestras vidas “normales” de “allá abajo”. El confinamiento nos ha
encerrado en el espacio físico, del que huimos a través de los intestinos
de la red, de cuya existencia sin interrupciones dependemos para
abastecernos no menos que para comunicarnos con el exterior.
Telatrabajamos, tele-estudiamos, telecompramos. Así que el
confinamiento, que entraña la posibilidad de recuperar el cuerpo y su
mortalidad, también induce la tentación de abolirlo definitivamente.
Especialmente las nuevas generaciones, nacidas y moldeadas en la
“distancia social” del móvil y la tablet, ¿sentirán la necesidad de volver
a la calle o, por el contrario, la infinita pereza de tener que afrontar de
76

nuevo el espacio lento y sin vida de las plazas, los autobuses, los
cuerpos, las montañas? En este sentido aún nos podría ocurrir algo peor
que una pandemia: y es un apagón informático, una catástrofe digital
que nos confinara en nuestros cuerpos y nos obligara, como en el
neolítico, a usarlos para pedir amor y pan. Imagino que en algún
momento, antes de eso, cuando se levante el confinamiento, habrá que
hacer campañas de recuperación de la fisicidad; y hasta montar piquetes
revolucionarios –cuando ya no esté prohibido pero sí mal visto– que
agarren manos, roben arrimos y den palmaditas en la espalda a
conocidos y desconocidos. Habrá que ver asimismo cómo cambian las
relaciones sexuales. ¿Se producirá un estallido de sexualidad
indiscriminada o, al contrario, una inhibición onanista a la japonesa?
Puede que, tras esta experiencia, un cuerpo desnudo y cercano nos
parezca demasiado “crudo”. Y vestido demasiado desnudo.

¿Y el tiempo? El tiempo del aburrimiento es lento, es tiempo


estancado en el cuerpo, pero en la memoria, retrospectivamente, se
percibe como tiempo uniforme que ha pasado en un solo bloque y de
una sola vez. El tiempo de la aventura, de la variedad, del
acontecimiento, es al contrario rápido, pero en la memoria se presenta
diferenciado, rico y denso. En cuanto al tiempo del confinamiento, es
paradójico: porque, encajonado o aprisionado en un espacio estrecho,
él mismo se vuelve espacio, de manera que se recorre la jornada en los
mismos cuatro pasos con que recorremos la habitación: de un solo paso,
sí, ha llegado la noche. ¿Y el tiempo de las nuevas tecnologías? No es
tiempo estancado y no es tiempo variado. Es el discurso mismo del
77

tiempo desplegado en una ráfaga erosiva, pulverizado en una


aceleración de fotogramas más rápidos que el universo. Hay memoria
de la costumbre y hay memoria de la aventura. No hay memoria del
tiempo tecnológico. Internet es un órgano rumiante que no distingue
entre la ingestión y la evacuación. Y una escupidera que no devuelve la
saliva.

El capitalismo no es un sujeto y, por lo tanto, no piensa. Es una


estructura que determina los márgenes de intervención de los sujetos –
y sus pensamientos– y que se reproduce a su vez a través de las
decisiones individuales que moldea. Por este motivo se hace presente,
de manera simultánea, como un modo de producción, una civilización y
una medida del tiempo que, por su propia dinámica interna, ha acabado
por ceñir los límites mismos del universo, por fuera y por dentro: un
estado del mundo y un estado del alma, como diría Kafka. Por eso
mismo, y al contrario que otros modos de producción y otros modelos
civilizacionales, ya no tiene exterior. No hay ningún “afuera” en el que
cultivar un huerto ni ningún desierto al que huir de las tentaciones.
Todos dependemos de él, los ricos y los pobres, los veganos y los
caníbales, los fachas y los comunistas. No cabe ya en él ni un Thoreau
ni un Unabomber. O mejor dicho, caben perfectamente en él, y con sus
extravagancias reproducen también esa estructura que no piensa ni
desea pero que aquilata nuestros pensamientos y deseos; y que no tiene
ningún plan pero que obliga a sus gestores y beneficiarios –
heterogéneos y pugnaces– a hacer solo planes a muy corto plazo.
78

Que no piensa –y que sólo hace planes a corto plazo– se


demuestra en el hecho de que ha generado un sistema de dependencias
que, como decía alguien hace poco, no es ni viable ni transformable, y
ello precisamente porque convierte todas las bendiciones en maldiciones
y todas las utopías en distopías. Un ejemplo particularmente paladino es
el del petróleo. Ayer leía en la página The oil crash, de Antonio
Turiel, una buena noticia, de la que ofrezco aquí una versión muy
simplificada y narrativa: el consumo del petróleo ha disminuido en un
30% gracias a la pandemia y es muy probable que su caída –tanto en
consumo como en precio– se precipite en picado todavía más. Esto
debería ser saludable para el planeta y esperanzador para las economías
individuales. Pero resulta que no. Es una maldición. Porque el
capitalismo se ha preparado para producir petróleo, no para dejar de
producirlo, y hay que sacarlo de la tierra sin parar, a riesgo de que los
pozos se petrifiquen sin vuelta atrás; y el ya sacado no se puede
almacenar más de seis meses sin que su putrefacción genere más
problemas ecológicos de los que ahorra su combustión en el aire. Así
que, con independencia ya de los beneficios, la supervivencia material
de todos depende de que minemos sin cesar las condiciones materiales
de supervivencia de todos. O de otra manera: el capitalismo, que no
piensa, es una estructura que nos obliga a pegarnos voluntariamente un
tiro en la nuca para mantener con vida una estructura de la que
dependemos para podernos pegar un tiro en la nuca unos días más.

Otro ejemplo –para terminar– es el de la medicina. Hace unos días


leía con inquietud un artículo de David Cayley, discípulo y amigo del
79

teólogo y filósofo Ivan Illich, en el que se resumían las advertencias


recogidas en Némesis Médica, un polémico libro de finales de los años
70 del siglo pasado. Allí Illich exponía los peligros de la institución
médica, a partir del presupuesto de que todas las instituciones empiezan
haciendo el bien y, si no saben mantener el equilibrio, acaban haciendo
el mal. La institución médica, que nació para ampliar a todos los
desconocidos –según su visión religiosa– el radio de acción de la caridad
cristiana, devino en la segunda mitad del siglo XX un “sistema”
autónomo y omniabarcante de anulación y confiscación de los cuerpos,
expropiados de sí mismos y de su propia muerte. La medicalización de
la vida se tradujo, según Illich, en una dictadura iatrogénica; es decir,
en una dictadura de los efectos colaterales negativos de esta
intervención médica masiva y minuciosa. Illich se refería no sólo a las
muertes en hospitales, por errores o infecciones adventicias, sino, sobre
todo, a la iatrogénesis social y cultural; al hecho, es decir, de que los
ciudadanos occidentales hemos puesto nuestras vidas –y nuestras
muertes– en manos de una Medicina a la que pedimos y que promete
garantizarnos una Seguridad Total; una Medicina “sistematizada” que
busca anticiparse siempre a todo riesgo y que, en nombre de la
protección prospectiva, induce y satisface “un deseo patológico de
salud”, colaborando tentacularmente en lo que Foucault llamó
“biopolítica”.

A partir de aquí, David Cayley cuestiona el modo en que se ha


abordado, desde este Sistema Médico, la pandemia del coronavirus,
apostando de algún modo por la necesidad de “correr riesgos” frente al
80

confinamiento severo y universal. No es que Cayley asuma la posición


inicial de Trump o de Johnson. Su texto es provocativo pero prudente.
Lo que hace es utilizar las medidas de los gobiernos –dictadas por
expertos en epidemiología– para revelarnos esta “dictadura médica” que
venimos asumiendo desde hace años como natural y beneficiosa,
olvidando no sólo los miles de muertos de la iatrogénesis clínica sino,
sobre todo, la dejación de derechos existenciales que ella entraña: de la
farmacologización de la vida –de trágica vigencia– a la muerte en
residencias, en soledad y sin despedida ceremonial. Y Cayley se
pregunta si no habrá muchos abuelos que –como él mismo– elegirían,
si se los dejara, sacrificarse en favor de los más jóvenes: que elegirían,
es decir, la libertad de arriesgarse y morir en lugar del “confinamiento
en la supervivencia” impuesto por una Medicina que, en su afán de
asegurar la salud, reprime libertades antropológicas y metafísicas
elementales. Este derecho a la “libertad del riesgo”, por cierto, se ha
hecho presente en España estos días en las protestas de nuestros
mayores, que exigen que no se les excluya, por razones de edad, del
futuro alivio del confinamiento y se les reconozca, como ciudadanos
mayores de edad, su derecho, no lesivo para los demás, a salir a la calle
–y exponerse, si así lo deciden– en igualdad de condiciones que sus
vecinos más jóvenes.

Illich y Cayley explican mucho mejor que yo algunas de mis


reflexiones de los últimos años. Lo único que le reprocharía a Cayley,
quien por lo demás, como digo, es bastante prudente en sus propuestas,
es que la pandemia en ningún caso ha permitido plantear una alternativa
81

fuera del Sistema. Lo más inquietante es que esta crisis ha revelado


precisamente la ausencia de un exterior y, en todo caso, la lucha entre
dos Sistemas muy entrelazados o –dicho del modo más rotundo–
íntimamente conniventes, provisionalmente separados por la disrupción
de la pandemia. Cuando Trump cuestiona el Sistema médico no lo hace
desde el cristianismo illichiano sino desde el Sistema capitalista
neoliberal, que sería el que, en lugar del Médico y en lugar del abuelo
mismo, decidiría la cuestión de “qué hacemos con el abuelo”. Por
desgracia nos movemos en esta disyuntiva, pues hace tiempo que
hemos sobrepasado esa fase –“mesopotamia humana”, la llamaba yo,
“equilibrio”, dice Illich– en la que los seres humanos estaban lo bastante
dotados de cuerpo como para ver en el cuerpo mismo un equilibrio
reñido entre la vida y la muerte y no un “sistema” potencialmente
confiado a la eternidad y amenazado desde fuera por una muerte
siempre injusta y –como el dios de los judíos– ya casi innombrable. El
cuerpo como “sistema”, tecnológicamente explorado y vigilado, es nuda
vida; el cuerpo previo al sistema era tan vulnerable y friolero que sería
un error echar de menos la Peste Negra, pero integraba, en todo caso,
la vida y la muerte en un solo molde, confundidas en el mismo lecho.
Antes del capitalismo, por así decirlo, éramos bígamos: nos acostábamos
con la vida y con la muerte al mismo tiempo; y algo de eso habría que
salvar al hilo de la crisis. Creo que la obra de Illich es en estos momentos
más valiosa que nunca, no para llamar a dejar morir a los ancianos,
claro, sino para entender ese contexto sistémico en el que ya no está en
nuestras manos decidir, en ningún campo, sobre nuestros cuerpos. Y
82

mucho menos sobre su final. Pero no nos equivoquemos. Porque la


alternativa real, al contrario de lo que piensa o propone Cayley, no es
“que decida el abuelo”. En estos momentos –incluso en términos de
modelo de Estado– el conflicto no se da entre dictadura médica y libertad
de morir; tampoco entre libertad de morir y dictadura de mercado. Se
da entre Dictadura Médica y Dictadura de Mercado. “Riesgos” y
“sacrificios” ya sólo los pide esa economía neoliberal que niega la
corporalidad misma que ella explota, distribuye y encadena. Frente a
eso el hospital público, incluso infradotado de recursos, se nos antoja
Jauja y Cucaña y Utopía. Habría que arrancar esos términos –como
tantos otros– de las manos de los neoliberales que citan a Adam Smith
con el propósito de destruir países enteros y devolvérselos a los
“cristianos” como Illich y Cayley. No vamos desgraciadamente por ese
camino. No queremos ni riesgos ni sacrificios y dejamos, por tanto, que
se nos “arriesgue” y se nos “sacrifique” (como ocurre estos días con los
trabajadores no confinados o despedidos). Por eso deberíamos
aprovechar el confinamiento, que ha desmedicalizado radicalmente
nuestra vida cotidiana (porque nadie va ya al hospital si no tiene el
coronavirus y porque, según me cuenta un amigo médico, ha disminuido
drásticamente el número de ictus e infartos desde el 14 de marzo) para
cuestionar también el Sistema Médico, basado en los protocolos
tecnológicos, las urgencias “masculinas” y la farmacologización de la
existencia. Ahora bien, para poder hacer eso no basta con oponerse al
Sistema Médico, que es sólo relativamente autónomo, y defender en su
lugar la medicina como ciencia y como arte; atrapados como moscas en
83

la red de dependencias de la civilización capitalista, sólo podremos


desmedicalizarnos –y recuperar nuestro cuerpo y su cónyuge la Muerte–
si cuestionamos el Sistema Capitalista, secuestrador de cuerpos y
cuidados, que quizás es contemporáneamente inviable e indestructible;
que quizás sólo permite elegir entre la protección institucional de vidas
pasivizadas, con sus efectos iatrogénicos a veces terribles, y la
desprotección selectiva de la mayor parte de la población.

Aferrémonos a este quizás con todas nuestras fuerzas colectivas.

Fuente: https://ctxt.es/es/20200401/Firmas/32035/Santiago-Alba-Rico-
coronavirus-tentacion-confinamiento-capitalismo.htm

Fuente: https://rebelion.org/la-tentacion-del-confinamiento-2/
84

PREGUNTAS SOBRE LA PANDEMIA ACTUAL DESDE EL PUNTO


DE VISTA DE IVÁN ILLICH

DAVID CAYLEY*

Síntesis y traducción al español: Gustavo Esteva y Alberto Elías


González Gómez

El texto inicia con las siguientes interrogantes: ¿Es el esfuerzo por


contener y limitar el daño que el virus hará la única opción que tenemos?
¿Es únicamente una medida de prudencia la opción tomada de proteger
a los más vulnerables? ¿O en cambio es un esfuerzo desastroso tratar
de controlar lo que obviamente es incontrolable? ¿No es un esfuerzo que
agravará el daño causado por la enfermedad con nuevos problemas que
repercutirán en el futuro? Después de percatarse que sus opiniones
tenían un sinfín de presupuestos en el pensamiento illichiano respecto a
la salud y la medicina, Cayley optó por presentarnos las ideas de Iván
Illich respecto a estos temas.

Ya en 1973, Illich hablaba de dos umbrales en la historia de la


medicina (La convivencialidad). El primero de ellos fue a inicios del siglo
XX, en el cual la mayoría de los historiadores de la medicina ubican el
punto de quiebre: los tratamientos de las enfermedades se asociaron a
partir de entonces con tratamientos médicos. Fue opinión general que

*
David Cayley es un escritor y locutor canadiense radicado en Toronto, que era amigo de Ivan Illich .
85

el progreso de medicina no tendría límites. Illich mostró que, una vez


rebasada cierta escala, la medicina se vuelve contraproductiva, es decir,
hace más daño que bien. Y planteó otro umbral, hacia mediados del
siglo pasado, cuando es la vida misma la que parece enferma. Desde
entonces, “la protección de una población sumisa y dependiente se
convierte en la preocupación principal y el gran negocio de la profesión
médica” (La convivencialidad, 377).

En Némesis médica (1975) Illich expuso detalladamente la


contraproductividad en que había caído la medicina. Llamó iatrogénesis
al daño a la salud causado por la propia medicina y la examinó desde
tres perspectivas diferentes: la clínica, la social y la cultural. A estas
alturas, dice Cayley, la mayoría de las personas tienen experiencia de la
iatrogénesis clínica, que se refiere a diagnósticos equivocados,
medicamentos inapropiados, errores quirúrgicos e incluso la muerte
causada por tratamientos médicos. Cayley cita artículos actuales que
documentan cómo, en Estados Unidos y Canadá, habrá alrededor
de 400,000 y 24,000 casos anuales respectivamente de muertes por
causa médica.
86

La mayor preocupación de Illich eran la consecuencias sociales y


culturales de este parteaguas. Llama iatrogénesis social al paso del arte
médico a la ciencia médica. En el primer caso, la persona que facilitaba
la sanación (curandero, chamán, partera, etcétera) se dedicaba a sanar,
testimoniar, aconsejar y acompañar el proceso único del paciente que
tenía enfrente. El doctor o médico profesional, en cambio, convierte al
paciente en un sujeto de experimento en donde pierde su particularidad
y se convierte en un caso de alguna enfermedad genérica.

Para Illich, la iatrogénesis cultural es el proceso mediante


el cual una serie de habilidades culturales son socavadas y
menospreciadas hasta el punto de llegar a ser reemplazadas
por completo. Dos son las capacidades a las que Illich se refiere
en particular: la capacidad de vivir el sufrimiento y de morir la
propia muerte.

El arte de saber sufrir fue desplazado por la expectativa de que


todo sufrimiento puede ser aliviado. Se forjó así la creencia de que el
sufrimiento constituye una anomalía o un error técnico, no una
experiencia humana general, y se transformó la muerte, que hasta
entonces era un acto íntimo y personal del que cada quien podía hacerse
cargo, en el fracaso sin sentido y final de algún tratamiento médico.

Illich busca hacer evidente el poder de los profesionales, la manera en


que la medicina ejerce un poder político en la sociedad. El concepto de
87

“ritualización de la crisis” permite entender cómo, mediante una crisis,


los profesionales a cargo de solucionarla suelen adquirir una condición
sobrehumana, por encima de la ley y la justicia, como ocurre en la
actualidad.

Al reflexionar sobre su libro doce años después, Illich señaló que


al escribirlo no había tomado en cuenta un efecto iatrogénico más
profundo que los que había denunciado, la iatrogénesis del cuerpo
mismo. Cada época tiene un estilo específico de percibir el cuerpo. A
finales del siglo pasado, el cuerpo y nuestro yo empezaron a ser
percibidos en los términos planteados por las concepciones y cuidados
médicos.

En esos años, Illich empezó a plantear el paso de la era de las


herramientas a la era de los sistemas, distinguiendo el mundo
constituido bajo la lógica de la herramienta del mundo que se constituye
bajo el sistema. La herramienta se usa para hacer u obtener algo, según
la voluntad del usuario; el sistema, en cambio, nos usa, somos usados
por el sistema para su propio mantenimiento. Según Illich, esta etapa
cibernética, sistémica, estaba representando un umbral epocal que
ocurría ante sus ojos pero que ya no podría experimentar por completo.

En lo concerniente a la salud, Illich previó que el paso a la sociedad de


sistemas iba a representar una pérdida de corporalidad.
Paradójicamente, la excesiva y narcisista atención que el sujeto va
adquiriendo sobre el estado de su propio cuerpo, lleva paulatinamente
a la persona a tener una enorme consciencia sobre el riesgo. Así, se
convierte en una estadística más buscando siempre la potencialidad de
88

adquirir esta u otra enfermedad, lo que se convierte en una especie de


ideología celebrada religiosamente. Es una especie de culto al propio
cuerpo (…) que ya no es mío, sino una estadística matematizada por el
sistema al cual sirvo.

Las personas dejan de ser personas para convertirse en


poblaciones de “pre-enfermos”. Estadísticamente, todos y
todas podemos contraer cualquier enfermedad:
seríamos prediabéticos antes de convertirnos en diabéticos.

La madre embarazada que cae bajo control médico se ve obligada


a decidir la suerte de lo que tiene en su vientre a partir de estimaciones
probabilísticas de su evolución. En realidad, la vida sigue siendo un
disparo en la oscuridad; no sabemos qué enfermedad podemos o no
adquirir. Sin embargo, una vez que las personas se convierten en
unidades estadísticas, quedan expuestas a cálculos probabilísticos de lo
que puede ocurrirles y su vida empieza a ser regulada por ellos.

Illich se negó a vivir –y a morir- de esta manera. Su propio


testimonio al final de su vida es una muestra de un intento de vivir en
una escala más humana, en la cual el sufrimiento se experimente como
un arte y la muerte como compañera. En el texto, Cayley reflexiona
alrededor de la dimensión teológica de estas ideas illichianas para
finalmente preguntarse ¿pueden estas reflexiones de Illich decirnos algo
89

para la crisis actual? Su respuesta es que sí, siempre y cuando dejemos


a un lado la urgencia del momento y nos demos cuenta de lo que esta
situación revela sobre nuestras certezas y circunstancias.

Desde la perspectiva de Illich, llevamos ya un tiempo


practicando la actitud social que posteriormente se convirtió en
la estrategia oficial en medio de la pandemia.

A lo largo del siglo XX se ha estado considerando cada vez más


que lo que ocurre tenía que ocurrir, convirtiendo la contingencia en
necesidad. Lo que está pasando ahora con el COVID-19 es justamente
lo que Illich consideraba “la ideología religiosamente celebrada más
importante actualmente”, la búsqueda de la propia salud, así como
nuestra transformación en estadísticas de una población manejada por
un sistema. Las medidas de prevención prescritas para reducir la “curva”
de contagios y evitar el colapso del sistema médico corresponden a la
actitud que nos hace habitar un espacio hipotético en donde la
prevención ayuda a la cura, según cálculos probabilísticos. Si no se
produce lo que se teme: sobresaturación médica, muertes masivas,
etcétera, nunca podrá saberse si fue o no consecuencia de las medidas
de prevención. Lo que está ocurriendo no sería la atención de problemas
reales, sino el manejo de poblaciones por sistemas. En palabras de
Cayley: “estamos siendo tratados por enfermedades que aún no
tenemos en base de nuestra probabilidad de tenerlas.”
90

Esta crisis también pone de manifiesto nuestro rechazo a la muerte


al aferrarnos a una vida que se ha vuelto abstracta. La política mundial
que plantea “salvar vidas” a cualquier costo, no se está refiriendo a las
vidas concretas de quienes pueden padecer todo tipo de consecuencias
por el confinamiento (pérdida de ingresos, adicciones, enfermedades,
etc.), sino a vidas abstractas, números en estadísticas. Esto corresponde
claramente a la actitud asumida desde hace tiempo, con nuestro
cotidiano rechazo a la muerte y la intolerancia al sufrimiento.

Otro aspecto a resaltar es la estrecha similitud entre el estado de


excepción bélico y el actual. En una emergencia los profesionales a cargo
entran en una lógica especial. En el discurso oficial predominan
actualmente metáforas bélicas en la lucha contra el enemigo. En la
lógica militar, se trata de ganar la guerra a como dé lugar, aunque para
ello se pierdan vidas. Se instala un estado de excepción en que se
pueden tomar decisiones al margen de la ley y las instituciones, porque
nada es más importante que ganar la guerra. El discurso oficial sobre el
coronavirus, una vez que la OMS lo declaró pandemia y enunció en los
términos más severos sus riesgos, legitimó de inmediato un estado de
excepción bajo una nueva atmósfera social que concentra en el virus la
atención general e impone toda suerte de medidas.

¿Qué tan alarmados estaríamos si jamás se hubiera declarado una


pandemia y no se hubieran tomado medidas tan estrictas? Todo el
91

tiempo pasan catástrofes de las que casi no nos enteramos: masacres


en África, guerras civiles, enfermedades de otro tipo. La percepción de
la pandemia es claramente una construcción social, derivada de los
discursos oficiales y los medios.

Justin Trudeau, el Primer Ministro de Canadá, dijo el pasado 25 de


marzo que nos encontrábamos ante “la mayor crisis de salud de la
historia”. Incluso en Canadá ha habido peores epidemias o
enfermedades; una pandemia de gripa que mata sobre todo a personas
mayores y poblaciones en riesgo no puede catalogarse como la peor
crisis de salud de la historia. Sin embargo, si hablamos de la peor crisis
que el sistema de salud ha sufrido en la historia, otro es el caso. Lo que
teme es que ese sistema colapse y se debilite nuestra ciega confianza
en la profesión médica, que ha socavado nuestras capacidades para
sanarnos a nosotros mismos y cuidarnos unos a otros.

Las medidas tomadas ante la “mayor crisis de la historia”


han representado una enorme pérdida de libertades civiles,
todo en nombre de salvar vidas y evitar muertes. La muerte
sigue siendo rechazada e incluso escondida.

Muchos podrían replicar, “entonces qué, ¿dejamos morir a las


personas?”. Cayley subraya que el problema está justamente en creer
que está en nosotros “dejar morir”, puesto que supondría que tenemos
92

el control sobre la muerte, suposición solo aplicable en un mundo con


una técnica todopoderosa y perfecta. Si tenemos esa creencia, aceptar
la muerte sería aceptar la derrota. En realidad, ni tenemos dicha técnica
ni tenemos control sobre la vida y la muerte.

Como el mismo Illich reconoció, la mayoría de sus ideas fueron


planteadas dentro del paradigma de la era de las herramientas, cuando
su preocupación era definir los umbrales de escala de uso de cada una
de ellas que, una vez superados, harían contraproductivo su uso.
Durante los últimos 50 años muchas personas, en diferentes partes del
planeta, han mantenido vivo este ideal de vivir una vida a escala más
humana, manteniendo viva la resistencia al control de las instituciones
contraproductivas y los Estados. Sin embargo, ¿pueden las ideas de Illich
ser útiles en la era de los sistemas? ¿Es útil seguirnos planteando una
reflexión sobre las escalas, los límites y la vida convivial? ¿No es
inevitable aceptar que el control social actual convierte la vida en una
abstracción y la muerte en el enemigo a vencer, en medio de crisis
interminables?

En lugar de rendirse a esta opción, quizás valga más la pena


rescatar una antiquísima máxima política: “si no puedes lograr lo mejor,
por lo menos evita lo peor.”

Lo cierto es que, en esta pandemia, todo puede empeorar. Ya


se está hablando que después de esto “nada será igual”.
93

Algunos plantean que esto es una especie de ensayo para


futuras y peores pandemias, otros tienen la esperanza de que
la humanidad resurja de sus cenizas con nuevas y mejores
formas de vida. El temor de Cayley, compartido por muchas y
muchos, es que en realidad esto se transforme en un ensayo de
control social en donde se acepten cada vez más formas de
control y manipulación, en aras siempre de la supuesta
seguridad y vida.

Es importante distinguir entre peligro y riesgo. El peligro es algo


real que tiene fundamento en la experiencia y la vida de una persona,
el riesgo es algo abstracto basado en abstracciones demográficas. Esto
es a lo que Illich se refería cuando hablaba de ideología celebrada
religiosamente. Aunque el ser humano ha convivido siempre con lo
imaginario, incluso en las religiones se tiene noción de que sus símbolos
no son objetos de la cotidianidad. El problema con toda la narrativa de
la pandemia es que logra que metáforas e imágenes abstractas como
“la curva” se vuelvan objetos tan reales como las rocas y los árboles,
imágenes alrededor de las cuales las poblaciones –controladas por la
estadística y la prevención- ordenan sus vidas.

Otra nota importante de este paisaje nos lo da el matrimonio entre


la ciencia y el gobierno. En la pandemia actual, entra en vigor esa idea
a la cual nos hemos adecuado y hemos creído durante mucho tiempo:
lo que la ciencia dice es verdad. Así, cuando queremos decir que algo es
verdadero decimos “los estudios muestran” o “comprobado
94

científicamente”. Esto funda la creencia de que la ciencia y sus


sacerdotes, los científicos, saben más que nosotros sobre lo que nos
conviene. El gobierno, dejando de lado cualquier discusión moral sobre
la pertinencia o no de cuarentenas generalizadas y sus consecuencias,
opta inmediatamente por obedecer a la ciencia y nos encierran.

Un concepto illichiano que nos puede ayudar a


comprender mejor lo que está sucediendo, es el de
“sentimentalismo epistémico”. Con esto Illich se refiere a todas
esas substancias ficticias y fantasmagóricas a las cuales nos
aferramos, muchas de ellas producidas por instituciones
contraproductivas tales como la educación.

No tienen substancia real ni experiencia, tal y como sucede con la


“Vida” así en abstracto. El sentimentalismo epistémico es cuando nos
aferramos a, en este caso, esa idea abstracta de vida, es peligroso no
solo porque sea abstracto, sino que oculta otras dimensiones del
fenómeno social que está aconteciendo. Esta nueva pandemia podría
estarnos encaminando hacia la legitimación de nuevas formas de control
social, justificación de la tele-presencia, la normalización de la biopolítica
y su lógica del riesgo.

Otra pista que el pensamiento de Illich puede darnos en esta


situación actual es la del equilibrio. Según Cayley, una contribución
95

central de Illich es su reflexión sobre las condiciones en que una


herramienta se vuelve contraproductiva. Algunos perciben el
confinamiento y la “sana distancia” como una forma de solidaridad, para
prevenir contagios. Otros los ven como expresión de una ética de
sobrevivir a toda costa, quebrando la solidaridad y los modos de vida.
¿Existe un punto medio entre ambas opiniones? Independientemente de
cuál sea la respuesta, el punto es que el estado actual de emergencia
nos introduce a un círculo vicioso que previene la reflexión y el debate
creativo.

Las consecuencias de lo que se está imponiendo al


conjunto de la población pueden ser peores que la enfermedad
que lo activó. Parece importante plantearse opciones. Podemos
organizarnos de otros modos en donde pequeños negocios
sigan activos, en donde la distancia social sea diferente. ¿No
provocaría esto más muerte? No lo sabemos. Y este es el punto,
no tenemos certeza alguna sobre lo que pasará. No debemos
tratar las políticas establecidas como si fueran incuestionables.

En un periódico de Toronto, el columnista planteó la crisis como la


necesidad de escoger entre “salvar la economía” o “salvar a la abuelita”.
Si tomamos ambas opciones como abstracciones fantasmales, quizás
decidamos a toda costa salvar a la abuelita. Pero, ¿qué si no vemos a la
abuelita como una cifra estadística sino como una persona concreta a la
cual puedo acompañar en el último umbral de su vida?, ¿qué si no hablo
96

de La Economía sino de la tiendita que puso mi vecino invirtiendo todos


los ahorros de su vida? Quizás la cuestión radica en desde donde
estamos viendo las cosas.

Sea como sea, lo cierto es que lo que nos han mostrado las últimas
semanas son la capacidad que tiene la medicina para decidir sobre el
estado de emergencia y cuándo y cómo tomar acciones; el poder que
tienen los medios de comunicación para crear un sentido de realidad
mientras nos cooptan en nuestra propia acción; la política rendida ante
la ciencia y la prevalencia de la vida por sobre todo lo demás. Las crisis
cambian la historia, pero no siempre para bien.

Texto original en inglés: davidcayley.com


Fuente: http://comunizar.com.ar/preguntas-la-pandemia-actual-desde-
punto-vista-ivan-illich/
97

LA PROFECÍA DE UNA PLAGA


APOCALÍPTICA: “EL ÚLTIMO HOMBRE
EN LA TIERRA” DE MARY SHELLEY

VIRGINIA MORATIEL*

27 de abril, 2020

En la última parte de El ser y la nada, Sartre presenta uno de los


análisis más lúcidos que se han hecho sobre el fenómeno de la muerte.
Relegada a la categoría de inaprehensible, ella siempre nos es ajena,
constituye una estructura del ser-para-otro, de la que sólo los demás
pueden hacerse custodios. En efecto, una vez muertos, los otros son
los únicos que consiguen dar sentido a nuestra vida. Nos juzgan
y tienen la libertad para relegarnos al olvido o para otorgarnos cierta
eficacia sobre el presente, pueden hundirnos en una masa de seres
anónimos o transformarnos en auténticas individualidades. Por
eso, tenemos una completa responsabilidad con el pasado y los
muertos, ya que decidimos su suerte, continuando su labor,
rechazándola o siendo indiferentes a ella. Así, la vida muerta es hecha,
no se hace, por tanto, puede cambiar constantemente su significado

*
Seudónimo de la escritora argentina Virginia Elena López Domínguez (1954).
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según la perspectiva de la posteridad. Lo mismo es aplicable a cualquier


obra de arte, en cuanto concreción y fijación de un proceso creativo.
En estos días de pandemia, hay un libro que antes había pasado casi
inadvertido y ahora empieza a llamar la atención. Parece como si
estuviéramos cambiando su destino. Se trata de la novela El último
hombre en la Tierra, de Mary Shelley, publicada en 1826. La acción
transcurre en el cuarto final del siglo XXI y detalla la completa
destrucción de la humanidad a causa de una plaga. Sin embargo, no es
la primera narración sobre este tópico. Ya
el Decamerón de Boccaccio se iniciaba con una descripción de
la peste bubónica que azotó Florencia en 1348. El luctuoso
acontecimiento servía para hilvanar todos los relatos, contados por un
grupo de jóvenes que se encuentran casualmente, deciden refugiarse
de la muerte negra en una villa abandonada y, para entretenerse,
refieren historias. Un esquema de construcción similar utilizó Geoffrey
Chaucer a finales del siglo XIV para elaborar sus Cuentos de
Canterbury. Aquí se trata de un grupo de peregrinos que, reunidos en
una posada, participan en un concurso de narraciones que, si bien no
aluden de forma directa a la peste, reflejan un ambiente flexible y de
oportunidades, producido por el vacío creado a raíz de tantas muertes y
la consecuente reconfiguración social. De estar en la retaguardia
literaria, la enfermedad pasó decidida a primera línea en el Diario del
año de la plaga de 1722, un texto de ficción donde Daniel
Defoe reseña la epidemia ocurrida en Londres en 1665 y, para darle
verosimilitud, aporta toda clase de precisiones, identificando barrios y
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haciendo recuento de muertos. Por último, el fundador de la literatura


gótica americana, Charles Brockden Brown, también abordó el tema
en 1799. Su novela Arthur Mervyn narra las peripecias sufridas por un
joven que se traslada del campo a la ciudad de Filadelfia en busca de
una vida mejor y se topa con los horrores de la fiebre amarilla. Pero
ninguno de estos dos antecedentes –citados por la propia Shelley en su
libro– presenta el mal en una forma tan extrema, con un alcance
mundial. Ninguno asume tintes apocalípticos porque no plantean la
posibilidad de extinción de la especie. En definitiva, no se ocupan de una
auténtica pandemia. Precisamente, eso hace que El último hombre nos
resulte una obra tan cercana y nos parezca interesante hasta el punto
de atraparnos en su lectura, a pesar de haber sido denigrada en su
época. De hecho, entonces recibió duras críticas y muchas burlas. Se la
consideró una “elaborada pieza de locura sombría”, terrorífica,
sobrecargada de “crueldades estúpidas”, “un diario de muerte”. Quizás
por ese rechazo, en 1833, cuando fue publicada en Estados Unidos, la
edición se realizó de manera ilegal y fue necesario más de un siglo para
que fuera reeditada, en 1965.

Atendiendo a que Mary Shelley había escrito Frankenstein, el


nuevo Prometeo con anterioridad, se ha dicho que se trata también
de una novela de ciencia ficción, lo cual no es correcto. Es verdad que
la trama comienza a partir de 2073, pero la ambientación resulta
anacrónica, remite más bien a la época de la autora, cuando la técnica
apenas había despuntado y aún no se había introducido en la vida
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cotidiana, tanto menos la tecnología informática. Quitando referencias


aisladas a viajes aéreos interurbanos, realizados en globo con “aspas
recubiertas de plumas” (“tal es el poder del hombre sobre los
elementos”) y alguna mención a máquinas expendedoras de alimentos,
el acento de Shelley no está puesto en el conocimiento científico y su
aplicación, es decir que no pretende –como en Frankenstein– hacer una
crítica a esta clase de racionalidad. Por el contrario, dedica la primera
de las tres partes del texto, previa a la aparición de la plaga, a delinear
el ambiente social y político del mundo futuro. Con sorpresa, se
observa que tampoco en este caso se despega demasiado de la realidad
de su tiempo. Es cierto que Inglaterra se presenta como una república
gobernada por un Protector, pero las clases sociales, las costumbres, la
mentalidad de los personajes, el proceder de los políticos y las técnicas
parlamentarias exentas de recursos mediáticos, siguen siendo los
mismos que la autora vivió. Si se hace alguna censura u objeción no es
a la inteligencia teórica sino a esa razón ético-política que conduce a un
rotundo fracaso en la erradicación de la epidemia. El diagnóstico es
claro. El egoísmo, la ambición desmedida, el ansia económica, el
vacío espiritual han hecho inviables los ideales de libertad, igualdad y
fraternidad de la revolución francesa. Se ha malogrado el proyecto
romántico, si bien la escritora sigue indicando –en consonancia con otros
libros suyos– que el cuidado, la solidaridad y el amor femeninos en el
ámbito doméstico son un elemento crucial para producir un
cambio. Como buena hija de feminista, Shelley no pierde la
oportunidad de señalar el papel social decisivo que corresponde
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a la mujer. De hecho, llegado el final de la humanidad, cuando las leyes


y las instituciones están destruidas y, con ellas, el comercio, la industria,
la actividad agropecuaria, la sanidad, la ciencia, el arte, la cultura toda,
cuando en las ciudades los edificios se resquebrajan faltos de
mantenimiento, las relaciones sociales quedan reducidas a esos nexos
íntimos, casi familiares, que son la base de toda asociación humana, en
los cuales también participan activamente los hombres realizando
labores hogareñas y luchando por la supervivencia.
Para trazar la evolución que conduce al descalabro, Shelley narra
la historia de varios individuos a través de distintos escenarios
geográficos, en los que van entretejiendo sus vidas, llegando a una
convivencia íntima. Forman parte de un grupo de intelectuales y políticos
inspirado en el círculo romántico byroniano, al cual pertenecieron tanto
la autora como su marido, el poeta Percy Shelley. Este último está
representado por Adrián, filósofo y filántropo, hijo del último rey de
Inglaterra, pero republicano. Es un idealista amante de la naturaleza,
que para huir de la peste arrastra a sus seguidores hacia el sur en busca
del Jardín del Edén y termina sus días de la misma forma que Percy,
hundiéndose en su bote bajo las inclemencias de una tormenta. En él se
conjugan todas las características de la utopía romántica:
Oh, que la muerte y el odio sean desterrados de nuestro hogar en
la tierra. Que el odio, la tiranía y el miedo no hallen refugio en el corazón
humano. Que todos los hombres encuentren un hermano en su prójimo
y un nido de reposo en las vastas llanuras de su herencia. Que se seque
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la fuente de las lágrimas y que los labios no vuelvan a formar


expresiones de dolor.

Los rasgos de la personalidad del poeta se reparten también entre otros


personajes secundarios. Así, pueden identificarse en Merrián, un
astrónomo escéptico ante la plaga. Algo parecido ocurre con Lord Byron,
cuyas peculiaridades se distribuyen entre varios y aparecen, por
ejemplo, en el padre del protagonista, pero sobre todo recaen en Lord
Raymond, a quien se presenta como un ególatra socialmente brillante
con gran capacidad para ejercer el liderazgo, preocupado por los
aspectos externos como la fama, el poder o el dinero y ansioso de
enriquecerse sin importarle los medios. Shelley lo pinta “altivo y a la vez
ávido de cualquier demostración de respeto, ambicioso pero demasiado
orgulloso para demostrar su ambición, dispuesto a alcanzar honores, y
al tiempo devoto del placer” y le concede el cargo Protector, si bien, por
amor, él renuncia a ser rey. A pesar de la traspolación temporal que ello
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supone, lo hace participar –igual que Byron– en la lucha por la


independencia de Grecia del poder otomano e incluso lo convierte en
general de los ejércitos que intentan liberar Constantinopla, en una
contienda explicada en términos bélicos propios del siglo XIX: con carga
de caballería, el arma propia de la aristocracia. Lo que permanece
incontestable es su descripción espiritual:
Veía en la estructura social parte del mecanismo en que se
apoyaba la red sobre la que transcurría su vida. La tierra se extendía
como ancho camino tendido para él: el cielo era su palio.

La crítica despiadada al tono autobiográfico encubierto del texto


no se hizo esperar, aunque fuera una objeción injusta, porque no existe
escritor que no se apoye en la realidad para esbozar sus creaciones. No
hay duda de que en esta novela, compuesta tras la muerte de Byron y
Percy, los magistrales retratos psicológicos son una manera de
homenajear a las personas implicadas, prolongando su existencia más
allá de la vida real. Expresan el dolor ante su pérdida y el
reconocimiento del fracaso ideológico del círculo
romántico justo cuando la era victoriana está por iniciarse. Consciente
de que la muerte deja el juicio del pasado en manos de los vivos, Shelley
dedicó los años posteriores al fallecimiento de su esposo a editar y
promocionar su obra para que ocupase el lugar que merecía en el mundo
literario. Dado que su suegro, quien siempre había visto en ella una
libertina, le impidió escribir una biografía sobre él bajo amenaza de
cortarle los medios económicos a su nieto, es lógico que viera en la
novela un subterfugio para hacerlo. Sin embargo, la inclusión de estos
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recuerdos no afecta la coherencia del texto. Una vez que la plaga hace
su aparición en escena, se comprende la necesidad de estos caracteres
y cómo ambos se conjugan en Lionel, un pastor analfabeto con una
adolescencia de delincuente, que recibe formación de su admirado
amigo Adrián y se convierte en cuñado de Raymond, para acompañarlos
en la guerra de liberación, durante la cual por primera vez se enfrentan
a la peste. La posterior huida del grupo a través de distintos países
devastados donde ya no impera más ley que la fuerza, desertizados y
cubiertos de cadáveres o simplemente vacíos, convierten a Lionel en el
auténtico protagonista. Sólo él consigue resistir transformándose así en
el último hombre en la Tierra y en el verdadero autor del libro leído,
porque para mitigar la soledad de sus últimos días hace un relato escrito
de lo que vivió.
La revelación del final conecta directamente con la introducción,
donde Shelley explica cómo encontró estos papeles durante una visita
realizada en 1818 a la cueva de Cumas, cerca de Nápoles. Con este
recurso no sólo intenta dar credibilidad a la historia quitándole toda traza
subjetiva y provocando una cierta perplejidad ante un posible repliegue
temporal, sino que, además, presenta el panorama futuro como una
verdad que lo divino pronuncia a través de una pitonisa, un vaticinio
procedente nada menos que de la Sibila con mayor influencia en la
civilización romana. Se trata de una profecía que abre una vía hacia el
pasado, hacia un origen más allá del tiempo, que conecta con el
porvenir, porque es un comienzo absoluto donde se fraguan los mitos
que inevitables se cumplirán a lo largo del devenir humano. Así, la visión
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anticipada entronca directamente con esa veta inconsciente y misteriosa


que los románticos confieren al arte y hace de él una peculiar intuición
religiosa.

Desde esta perspectiva, la plaga es un acontecimiento


arquetípico que ofrece un parecido aterrador con lo que está
ocurriendo en estos días y una vigencia respecto de lo que pensamos de
ella hoy. Como toda peste, -según se nos dice- también ésta procede de
Oriente, se la cataloga como un enemigo invisible, un invasor al que
necesariamente se vencerá, pero eso no convoca la unidad sino al
contrario, hace primar los intereses particulares, porque “el principal
daño parecería ser causado más por el pánico que por la enfermedad”.
De hecho, ante su descubrimiento a la llegada a Constantinopla, los
soldados escapan despavoridos:
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El ejército huía en desbandada y las personas, antes integradas en


un gran todo que avanzaba al unísono recobraban la individualidad que
la naturaleza les había concedido y pensaban sólo en ellas mismas.

Los gobernantes tratan en vano de ocultar su aparición y debaten


sobre otras cuestiones menos urgentes como, por ejemplo, los
privilegios hereditarios. Pero cuando la destrucción y la muerte
alcanzan una escala pavorosa, las desgracias aumentan. Se
interrumpe la actividad comercial, se arruinan banqueros, mercaderes y
fabricantes, crecen la corrupción, los conflictos entre civiles, el saqueo,
la apropiación de los edificios vacíos, los cordones sanitarios y, por eso,
Adrián propone “renunciar a la vida para poder vivir”:
Y había tanta degradación en todo ello. Pues incluso el vicio y la virtud
habían perdido sus atributos. La vida, la vida, la continuidad de nuestro
mecanismo animal, era el alfa y el omega de los deseos, las plegarias,
la ambición postrada de la especie humana.

Para Shelley es el final de la sociedad de entonces, pero


también el de la historia. De ahí que su descripción coincida con
algunas imágenes apocalípticas: huracanes, un ensordecedor batir de
las aguas, terremotos, inundaciones y un eclipse que oscurece el día con
un sol negro y trae una noche repentina, opaca, absoluta, habitada por
una invasión de búhos y murciélagos:
La naturaleza, nuestra madre, nuestra amiga, volvía hacia
nosotros su rostro amenazante.
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Y ahí justamente está la clave. Como en la Rima del antiguo


marinero, la famosa balada de Coleridge, que Shelley había oído
cuando era niña, recitada por el propio poeta en casa de su padre, el
periodista y filósofo político William Godwin, la naturaleza forzada
gratuitamente se revuelve y transforma la realidad en una espeluznante
pesadilla donde se enseñorean la muerte y el mal. Pero semejante
violencia no procede ni de la técnica ni del pensamiento científico sino
que es el resultado de la inmoralidad del hombre, de su tendencia al
mal:
Los hombres no eran felices, no porque no pudieran, sino porque
no se alzaban para superar los obstáculos que ellos mismos habían
creado.

Concentraban sus esfuerzos en la destrucción de su propia especie


creando diferencias sociales, desigualdades económicas, pobreza y
miseria, movidos por el afán de poseer y conseguir de ello beneficio,
el ansia de acumular poder y riqueza, la ausencia de una educación
para todos, el deseo de una vida disipada y superficial, sin lealtad, sin
amor ni verdadera amistad. En definitiva, a causa del egoísmo, la falta
de compasión y la carencia de responsabilidad en las propias acciones:
En otro tiempo el hombre fue el favorito del Creador, como cantó el
salmista real: «Lo has hecho poco menor que los ángeles y lo coronaste
de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos;
todo lo pusiste debajo de sus pies». En otro tiempo fue así. ¿Ahora es
el hombre el señor de la creación? Miradlo. ¡Ja! ¡Yo en su lugar veo a la
peste! Ella ha adoptado su forma, se ha encarnado en él, se ha fundido
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con su ser y ciega sus ojos, que se alzan hacia el cielo. Tiéndete, ¡oh,
hombre!, en la tierra cuajada de flores. Renuncia a reclamar tu herencia,
pues todo lo que poseerás de ella será la diminuta celda que los muertos
precisan.

Probablemente el rechazo y el olvido de esta sorprendente novela


profética se deba a la molestia que provocó en los poderes fácticos
su radical desafío al antropocentrismo. Al presentar la extinción de
la humanidad por obra de la naturaleza, Shelley cuestionaba la posición
privilegiada del hombre en el universo. Y para colmo hacía una crítica
del modelo económico y político que comenzaba a desplegarse tras la
revolución francesa, a la vez que cuestionaba severamente la idea de un
progreso moral colectivo, incapaz de mantener ideales o sentimientos
nobles, sin fecha de caducidad. De ahí su pesimista propuesta de
una entropía universal:

La naturaleza envejece y tiembla sobre sus miembros gastados. ¡La


creación se arruina!

Fuente: https://elvuelodelalechuza.com/2020/04/28/la-profecia-de-una-plaga-
apocaliptica-el-ultimo-hombre-en-la-tierra-de-mary-shelley/
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MICHEL HOUELLEBECQ Y EL
CORONAVIRUS: “LA MUERTE NUNCA
HA SIDO TAN DISCRETA
COMO EN LAS ÚLTIMAS SEMANAS”

En una carta titulada “Un poco peor”

SILVINA FRIERA
06 de mayo, 2020

El último maldito de la literatura francesa, cronista despiadado de la


decadencia de la sociedad occidental del siglo XXI, no tiene ninguna
esperanza en el futuro. La pandemia de Covid-19 –que en Francia
supera los 25.000 mil muertos- no será una oportunidad para
transformar el mundo. “Hay que admitirlo: la mayoría de los correos
electrónicos intercambiados en las últimas semanas tenían como
objetivo principal comprobar que el interlocutor no estaba muerto, o a
punto de estarlo”, escribe con un humor áspero Michel Houllebecq en
una carta titulada “Un poco peor”. A los 64 años, el autor de Ampliación
del campo de batalla, Las partículas elementales, Plataforma y El mapa
y el territorio, novela con la que ganó el Premio Goncourt, el máximo
galardón en Francia, recuerda que el efecto del confinamiento lo exploró
en la novela La posibilidad de una isla, con el espectáculo insípido de
una humanidad que se extingue:
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“con individuos que viven aislados en sus celdas, sin contacto


físico con sus pares, solo unos pocos intercambios por
computadora, y que van disminuyendo”.

Houllebecq confiesa que no cree:

“medio segundo” en declaraciones como “ya nada volverá a


ser igual”. “Por el contrario, todo permanecerá exactamente
igual. El curso de esta epidemia es incluso notablemente
normal. Occidente no será eternamente el área más
rica y desarrollada del mundo; se acabó, todo esto,
desde hace un tiempo, no es una primicia. Si miramos
incluso en detalle, Francia está un poco mejor que España e
Italia, pero menos que Alemania; de nuevo, esto no es una
gran sorpresa”

subraya el escritor francés y advierte que:

“ese virus banal” está acelerando ciertas transformaciones


en curso. “Durante muchos años, todas las evoluciones
tecnológicas, ya sean menores (video on demand, pago sin
contacto) o mayores (teletrabajo, compras por Internet,
redes sociales) han tenido como principal consecuencia
(¿objetivo principal?) la reducción de los contactos
materiales, y sobre todo humanos. La epidemia de
coronavirus ofrece una razón magnífica para esta fuerte
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tendencia: cierta obsolescencia que parece afectar las


relaciones humanas”

explica el escritor y precisa otra cuestión que se agravó por la pandemia:

“la muerte nunca ha sido tan discreta como en las últimas


semanas”.

El autor de Serotonina, la última novela que publicó en 2019, agrega:

“Las personas mueren solas en el hospital o en las


habitaciones de los hogares de ancianos, son
enterradas de inmediato (¿o incineradas? La
cremación está más con el espíritu de los tiempos),
sin invitar a nadie, en secreto (…) Las víctimas se
reducen a un número más en las estadísticas de muertes
diarias, y la angustia que se extiende en la población a
medida que aumenta el total tiene algo extrañamente
abstracto”.

Escritor incómodo y polémico, Houellebecq concluye la carta con una


frase que lo coloca en el ojo de la tormenta:

“No despertaremos, después del confinamiento, en


un mundo nuevo; será lo mismo, solo que un poco
peor”.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/264014-michel-houellebecq-y-el-
coronavirus-la-muerte-nunca-ha-sido-
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BYUNG-CHUL HAN: VIVIREMOS COMO EN UN ESTADO DE


GUERRA PERMANENTE

EFE Redacción Internacional

CARMEN SIGÜENZA Y ESTHER REBOLLO

(Con la colaboración de Javier Alonso en la traducción)

12 de mayo, 2020

El filósofo coreano Byung-Chul Han en una fotografía facilitada por la Editorial


Herder. Supervivencia, sacrificio del placer y pérdida del sentido de la buena vida.
Así es el mundo que vaticina Byung-Chul Han después de la pandemia: "Sobrevivir
se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra
permanente", afirma en una entrevista con Efe el pensador coreano. EFE / Herder
Editorial / Isabela Gresser

Supervivencia, sacrificio del placer y pérdida del sentido de la buena


vida. Así es el mundo que vaticina el filósofo coreano Byung-Chul Han
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después de la pandemia: “Sobrevivir se convertirá en algo absoluto,


como si estuviéramos en un estado de guerra permanente”.

Nacido en Seúl en 1959, Han estudió Filosofía, Literatura y


Teología en Alemania, donde reside, y ahora es una de las mentes más
innovadoras en la crítica de la sociedad actual. Según describe en una
entrevista a EFE, nuestra vida está impregnada de hipertransparencia e
hiperconsumismo, de un exceso de información y de una positividad que
conduce de forma inevitable a la sociedad del cansancio.

El pensador coreano, global y viral en su fondo y forma, expresa


su preocupación porque el coronavirus imponga regímenes de vigilancia
y cuarentenas biopolíticas, pérdida de libertad, fin del buen vivir o una
falta de humanidad generada por la histeria y el miedo colectivo.

"La muerte no es democrática", advierte este pensador. La Covid-


19 ha dejado latentes las diferencias sociales, así como que “el principio
de la globalización es maximizar las ganancias” y que “el capital es
enemigo del ser humano”. A su juicio, “eso ha costado muchas vidas en
Europa y en Estados Unidos” en plena pandemia.

Byung-Chul Han, que publicará en las próximas semanas en


español su último libro, "La desaparición de los rituales" (Herder), está
convencido de que la pandemia “hará que el poder mundial se desplace
hacia Asia” frente a lo que se ha llamado históricamente el Occidente.
Comienza una nueva era.

PREGUNTA: ¿La Covid-19 ha democratizado la vulnerabilidad humana?


¿Ahora somos más frágiles?
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RESPUESTA: Está mostrando que la vulnerabilidad o mortalidad


humanas no son democráticas, sino que dependen del estatus social. La
muerte no es democrática. La Covid-19 no ha cambiado nada al
respecto. La muerte nunca ha sido democrática. La pandemia, en
particular, pone de relieve los problemas sociales, los fallos y las
diferencias de cada sociedad. Piense por ejemplo en Estados Unidos. Por
la Covid-19 están muriendo sobre todo afroamericanos. La situación es
similar en Francia. Como consecuencia del confinamiento, los trenes
suburbanos que conectan París con los suburbios están abarrotados.
Con la Covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen
inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que
trabajar. El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los
trabajadores de las fábricas, los que limpian, las vendedoras o los que
recogen la basura. Los ricos, por su parte, se mudan a sus casas en el
campo.

La pandemia no es solo un problema médico, sino social. Una razón por


la que no han muerto tantas personas en Alemania es porque no hay
problemas sociales tan graves como en otros países europeos y Estados
Unidos. Además el sistema sanitario es mucho mejor en Alemania que
en los Estados Unidos, Francia, Inglaterra o Italia.

Aún así, en Alemania, la Covid-19 resalta las diferencias sociales.


También mueren antes aquellos socialmente débiles. En los autobuses
y metros abarrotados viajan las personas con menos recursos que no se
pueden permitir un vehículo propio. La Covid-19 muestra que vivimos
en una sociedad de dos clases.
115

P: ¿Vamos a caer más fácilmente en manos de autoritarismos y


populismos, somos más manipulables?

R: El segundo problema es que la Covid-19 no sustenta a la democracia.


Como es bien sabido, del miedo se alimentan los autócratas. En la crisis,
las personas vuelven a buscar líderes. El húngaro Viktor Orban se
beneficia enormemente de ello, declara el estado de emergencia y lo
convierte en una situación normal. Ese es el final de la democracia.

P: Libertad versus Seguridad. ¿Cuál va a ser el precio que vamos a pagar


por el control de la pandemia?

R: Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia


biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro
cuerpo, nuestro estado de salud se convierten en objetos de vigilancia
digital. Según Naomi Klein, el shock es un momento favorable para la
instalación de un nuevo sistema de reglas. El choque pandémico hará
que la biopolítica digital se consolide a nivel mundial, que con su control
y su sistema de vigilancia se apodere de nuestro cuerpo, dará lugar a
una sociedad disciplinaria biopolítica en la que también se monitorizará
constantemente nuestro estado de salud. Occidente se verá obligado a
abandonar sus principios liberales; y luego está la amenaza de una
sociedad en cuarentena biopolítica en Occidente en la que quedaría
limitada permanentemente nuestra libertad.

P: ¿Qué consecuencias van a tener el miedo y la incertidumbre en la


vida de las personas?
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R: El virus es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos. Y vivimos en


una sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el
miedo a la muerte. Ahora sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como
si estuviéramos en un estado de guerra permanente. Todas las fuerzas
vitales se emplearán para prolongar la vida. En una sociedad de la
supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida. El placer también
se sacrificará al propósito más elevado de la propia salud.

El rigor de la prohibición de fumar es un ejemplo de la histeria de la


supervivencia. Cuanto la vida sea más una supervivencia, más miedo se
tendrá a la muerte. La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que
habíamos suprimido y subcontratado cuidadosamente. La presencia de
la muerte en los medios de comunicación está poniendo nerviosa a la
gente. La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan
inhumana.

A quien tenemos al lado es un potencial portador del virus y hay que


mantenerse a distancia. Los mayores mueren solos en los asilos porque
nadie puede visitarles por el riesgo de infección. ¿Esa vida prolongada
unos meses es mejor que morir solo? En nuestra histeria por la
supervivencia olvidamos por completo lo que es la buena vida.

Por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga


la pena vivir, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía.
Con la pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de
los derechos fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos.
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Los sacerdotes también practican el distanciamiento social y usan


máscaras protectoras. Sacrifican la creencia a la supervivencia. La
caridad se manifiesta mediante el distanciamiento. La virología
desempodera a la teología. Todos escuchan a los virólogos, que tienen
soberanía absoluta de interpretación.

La narrativa de la resurrección da paso a la ideología de la salud y de


supervivencia. Ante el virus, la creencia se convierte en una farsa. ¿Y
nuestro papa? San Francisco abrazó a los leprosos...

El pánico ante el virus es exagerado. La edad promedio de quienes


mueren en Alemania por Covid-19 es 80 u 81 años y la esperanza media
de vida es de 80,5 años. Lo que muestra nuestra reacción de pánico
ante el virus es que algo anda mal en nuestra sociedad.

P: ¿En la era postcoronavirus, nuestra sociedad será más respetuosa


con la naturaleza, más justa; o nos hará más egoístas e individualistas?

R: Hay un cuento,“Simbad el Marino”. En un viaje, Simbad y su


compañero llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco,
se dan un festín y disfrutan caminando. Encienden un fuego y celebran.
Y de repente la isla se tambalea, los árboles se caen. La isla era en
realidad el lomo de un pez gigante que había estado inmóvil durante
tanto tiempo que se había acumulado arena encima y habían crecido
árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo es lo que saca al pez
gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es
arrojado al mar.
118

Este cuento es una parábola, enseña que el hombre tiene una ceguera
fundamental, ni siquiera es capaz de reconocer sobre qué está de pie,
así contribuye a su propia caída.

A la vista de su impulso destructivo, el escritor alemán Arthur Schnitzler


compara la Humanidad con una enfermedad. Nos comportamos con la
Tierra como bacterias o virus que se multiplican sin piedad y finalmente
destruyen al propio huésped. Crecimiento y destrucción se unen.

Schnitzler cree que los humanos son solo capaces de reconocer rangos
inferiores. Frente a rangos superiores es tan ciego como las bacterias.

La historia de la Humanidad es una lucha eterna contra lo divino, que


resulta destruido necesariamente por lo humano. La pandemia es el
resultado de la crueldad humana. Intervenimos sin piedad en el
ecosistema sensible.

El paleontólogo Andrew Knoll nos enseña que el hombre es solo la


guinda del pastel de la evolución. El pastel real está formado por
bacterias y virus, que siempre están amenazando con romper esa
superficie frágil y amenazan así con reconquistarlo.

Simbad el Marino es la metáfora de la ignorancia humana. El hombre


cree que está a salvo, mientras que en cuestión de tiempo sucumbe al
abismo por acción de las fuerzas elementales. La violencia que practica
contra la naturaleza se la devuelve ésta con mayor fuerza. Esta es la
dialéctica del Antropoceno. En esta era, el hombre está más amenazado
que nunca.

P: ¿La Covid-19 es una herida a la globalización?


119

R: El principio de la globalización es maximizar las ganancias. Por eso la


producción de dispositivos médicos como máscaras protectoras o
medicamentos se ha trasladado a Asia, y eso ha costado muchas vidas
en Europa y en Estados Unidos.

El capital es enemigo del ser humano, no podemos dejar todo al capital.


Ya no producimos para las personas, sino para el capital. Ya dijo Marx
que el capital reduce al hombre a su órgano sexual, por medio del cual
pare a críos vivos.

También la libertad individual, que hoy adquiere una importancia


excesiva, no es más en último término que un exceso del mismo capital.

Nos explotamos a nosotros mismos en la creencia de que así nos


realizamos, pero en realidad somos unos siervos. Kafka ya apuntó la
lógica de la autoexplotación: el animal arranca el látigo al Señor y se
azota a sí mismo para convertirse en el amo. En esta situación tan
absurda están las personas en el régimen neoliberal. El ser humano tiene
que recuperar su libertad.

P: ¿El coronavirus va a cambiar el orden mundial? ¿Quién va a ganar la


batalla por el control y la hegemonía del poder global?

R: La Covid-19 probablemente no sea un buen presagio para Europa y


Estados Unidos. El virus es una prueba para el sistema.

Los países asiáticos, que creen poco en el liberalismo, han asumido con
bastante rapidez el control de la pandemia, especialmente en el aspecto
de la vigilancia digital y biopolítica, inimaginables para Occidente.
120

Europa y Estados Unidos están tropezando. Ante la pandemia están


perdiendo su brillo. Zizek ha afirmado que el virus derribará al régimen
de China. Zizek está equivocado. Eso no va a pasar. El virus no detiene
el avance de China. China venderá su estado de vigilancia autocrática
como modelo de éxito contra la epidemia. Exhibirá por todo el mundo
aún con más orgullo la superioridad de su sistema. La Covid-19 hará que
el poder mundial se desplace un poco más hacia Asia. Visto así, el virus
marca un cambio de era.

Fuente: https://www.efe.com/efe/espana/destacada/byung-chul-han-viviremos-
como-en-un-estado-de-guerra-permanente/10011-
4244280?fbclid=IwAR0rVLD87aKzYvwwSB1l9dyjO6ub6AAAp59HiiyyyMYpjRS1u8Ug
R6foqxE#
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‘EXHORTACIÓN A LOS MÉDICOS DE LA PESTE’

DE ALBERT CAMUS

ALBERT CAMUS*

9 de mayo, 2020

La covid-19 ha avivado el interés por La peste, de Camus. En este texto anterior,


inédito en castellano, el escritor daba recomendaciones a los médicos para
enfrentarse a aquella pandemia.

Los buenos escritores ignoran si la peste es contagiosa. Pero suponen


que sí. Y por eso, señores, opinan que ustedes deberían mandar abrir
las ventanas del cuarto en el que visiten a un enfermo. Solo hay que

*
Albert Camus (1913-1960) fue un novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés
nacido en Argelia.
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recordar que la peste bien puede encontrarse en las calles e infectarlos


de todos modos, estén o no las ventanas abiertas.

Los mismos escritores también les aconsejan que utilicen una


máscara con gafas y se coloquen un paño mojado en vinagre bajo la
nariz. Lleven una bolsita con todos los extractos recomendados en los
libros: melisa, mejorana, menta, salvia, romero, azahar, albahaca,
tomillo, serpol, lavanda, hoja de laurel, corteza de limonero y peladura
de membrillo. Sería deseable que vistieran por completo de hule. Aun
así, pueden hacerse ajustes. Pero no hay ajustes posibles en las
indicaciones sobre las que están de acuerdo los buenos y los malos
escritores. La primera es no tomarle el pulso a un enfermo sin antes
mojarse los dedos en vinagre. Adivinarán el motivo. Pero acaso lo mejor
sería abstenerse de hacerlo. Pues si el paciente tiene peste, no se le
quitará con esa ceremonia. Y si ha salido indemne, no los habrá llamado.
En tiempos de epidemia, cada cual se cuida el hígado solo, para evitar
confusiones.

“Deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia, para estar


seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias”

La segunda indicación es nunca mirar al enfermo a la cara, a fin


de no ponerse en la trayectoria de su aliento. Por eso mismo, si, aun
dudando de la utilidad del procedimiento, han abierto la ventana, sería
bueno que no se pusieran en la corriente de aire, que puede acarrear al
mismo tiempo el estertor del apestado.
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Tampoco visiten a los pacientes estando en ayunas. No lo


resistirían. Sin embargo, no coman de más. Perderían el ánimo. Y si, a
pesar de todas las precauciones, les cae en la boca una gota de veneno,
pues para ello no hay remedio, a menos que no traguen saliva durante
toda la visita. Esta es la indicación más difícil de seguir.

Una vez observado, mal que bien, todo lo anterior, no deben


creerse a salvo. Pues existen otras medidas muy necesarias para la
protección del cuerpo, aun cuando atañen más bien a la disposición del
alma. “Ningún individuo”, dice un autor antiguo, “puede permitirse tocar
nada contaminado en un país donde reine la peste”. Eso está bien dicho.
Y no existe rincón que no debamos purificar en nosotros, incluso en lo
más secreto de nuestro corazón, para poner de nuestra parte las pocas
oportunidades que queden. Eso es especialmente cierto en el caso de
los médicos como ustedes, que están más cerca, si cabe, de la
enfermedad, y resultan por ello aún más sospechosos. Tienen que
predicar con el ejemplo.
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Fotografía de Albert Camus realizada por Cecil Beaton. GETTY IMAGES

Para empezar, nunca deben tener miedo. Se sabe de gente que


llevó a cabo muy bien su oficio de soldado con miedo a los cañones.
Pero lo cierto es que las balas matan por igual a valientes y medrosos.
El azar incide en la guerra, pero muy poco en la peste. El miedo infecta
la sangre y calienta los humores: lo dicen todos los libros. Así pues,
predispone a quedar bajo la influencia de la enfermedad; y para que el
cuerpo venza la infección, el alma tiene que ser fuerte. Por cierto, no
hay peor miedo que el miedo al final postrero, pues el dolor es temporal.
De ahí que ustedes, los médicos de la peste, deban plantar cara a la
idea de la muerte y reconciliarse con ella, antes de entrar en el reino
que la peste les prepara. Si salen vencedores en esto, lo serán en todo,
y los verán sonreír en medio del terror. En conclusión, les hará falta una
filosofía.

También tendrán que ser discretos en todo, lo que no quiere decir


en absoluto ser castos, otra forma de exceso. Cultiven una alegría
razonable a fin de que la pena no altere la fluidez de la sangre y la
prepare para la descomposición. En este sentido, no hay nada como
usar el vino en buena cantidad, para aligerar un poco el aire de
pesadumbre que les llegue de la ciudad apestada.

Sobre el texto

Publicado junto con otro texto en abril de 1947 en Les Cahiers de la


Pléiade, con el título ‘Los archivos de La peste’, ‘Exhortación a los
médicos de la peste’ probablemente fue escrito por Albert Camus en
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1941, seis años antes de la aparición de La peste, de la que es uno de


los textos preliminares. Aunque hoy en día la gran novela de Camus se
lee y relee en todo el mundo, en numerosos idiomas, la colección Tracts,
con la amable autorización de los herederos de Albert Camus, propone
a los lectores descubrir este texto poco conocido, pero de candente
actualidad, en que el escritor hace recomendaciones a los médicos para
su lucha diaria contra la epidemia.

En términos generales, observen la mesura, primer enemigo de la


peste y regla natural de la humanidad. Némesis no era, como les
contaron en el colegio, la diosa de la venganza, sino de la mesura. Y
asestaba sus terribles golpes a los hombres solo cuando estos se habían
entregado al desorden y el desenfreno. La peste procede del exceso. Es
en sí misma un exceso e ignora la contención. Ténganlo presente si
quieren combatirla con clarividencia. No le den la razón a Tucídides, que
habla de la peste en Atenas y dice que los médicos no eran de ninguna
ayuda porque, en principio, abordaban el mal sin conocerlo. La epidemia
adora los cuchitriles secretos. Acérquenle la luz de la inteligencia y la
equidad. En la práctica, verán que es más fácil que no tragarse la saliva.

Por último, tienen que ser capaces de controlarse. Y, por ejemplo,


hacer que se respeten las normas que hayan elegido, como el bloqueo
y la cuarentena. Un historiador de Provenza cuenta que, en el pasado,
cuando un confinado lograba escapar, mandaban que le rompieran la
cabeza. No desearán eso. Pero tampoco pasarán por alto el interés
general. No harán excepciones a las normas durante todo el tiempo que
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estas sean útiles, ni siquiera cuando el corazón los apremie. Se les pide
que olviden un poco quiénes son, sin olvidar jamás lo que se deben a
ustedes mismos. Esa es la regla de un honor tranquilo.

ilustración de Sergio García Sánchez

Armados con estos remedios y virtudes, solo les restará hacer frente al
cansancio y conservar la imaginación viva. No deben nunca, pero nunca,
acostumbrarse a ver a los hombres morir como moscas, según ocurre
en nuestras calles hoy, y según ha venido ocurriendo siempre, desde
que la peste recibió su nombre en Atenas. No dejarán de conmoverse al
ver las gargantas negras de las que habla Tucídides, que supuran un
sudor sangriento y de las que la tos ronca arranca a duras penas
escupitajos aislados, pequeños, salados y de color azafrán. No se
moverán con familiaridad entre los cadáveres de los que se apartan
incluso las aves de rapiña para huir de la infección. Y seguirán
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rebelándose contra la terrible confusión en la que perecen en soledad


quienes niegan sus cuidados a los demás, mientras que mueren
amontonados quienes se sacrifican; en la que el goce ya no recibe su
aprobación natural, ni el mérito su orden; en la que se baila al borde de
las tumbas; en la que el enamorado rechaza a la amada para no
contagiarle su mal; en la que no carga con el peso del delito el
delincuente, sino el animal expiatorio que se elige en pleno desconcierto
de una hora de espanto.

El alma sosegada es la más firme. Ustedes se mantendrán firmes


ante esa extraña tiranía. No servirán a una religión tan vieja como los
cultos más antiguos. Esa mató a Pericles, que no quería más gloria que
la de no causar el luto de ningún ciudadano, y no ha cesado de diezmar
a los hombres y exigir el sacrificio de los niños desde aquel ilustre
asesinato hasta el día en que descendió sobre nuestra ciudad inocente.
Aunque esa religión procediera del cielo, deberíamos afirmar que el cielo
es injusto. Si llegan ustedes a ese punto, no verán en ello motivo alguno
de orgullo. Al contrario, deberán pensar con frecuencia en la propia
ignorancia, para estar seguros de observar la mesura, única señora de
las epidemias.

Ni que decir tiene, nada de esto es fácil. A pesar de las máscaras


y las bolsitas, el vinagre y el hule; a pesar de la placidez del coraje y los
firmes esfuerzos, llegará el día en que no soportarán la ciudad llena de
moribundos, el gentío dando vueltas en las calles recalentadas y
polvorientas, los gritos, la angustia sin futuro. Llegará el día en que
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querrán gritar de asco ante el miedo y el dolor de todos. Ese día, no


podré hablarles de ningún remedio salvo la compasión, que es pariente
de la ignorancia.

Les Cahiers de la Pléiade, 1947; Obras completas II, Gallimard, 2006


(Bibliothèque de la Pléiade). Traducción de Martín Schifino.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/05/06/eps/1588762264_336951.html
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