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Sara Castillejo Ditta

Asesor
Julio César Orozco
Abogado y Comunicador Social – Periodista

Universidad de Antioquia
Facultad de Comunicaciones
Departamento de Comunicación Social

Medellín
2018

Copyright © 2018 por Sara Castillejo Ditta. Todos los derechos reservados
La inspiración para empezar y la fuerza para terminar este proyecto periodístico
provinieron siempre del equipo de trabajo de GIDI (Grupo Intergeneracional de
Investigación). A ellos y ellas: docentes, profesionales, estudiantes y jóvenes en
procesos de restablecimiento de derechos, todo mi agradecimiento y admiración.

A los adolescentes y jóvenes que narran aquí su historia personal, por su


generosidad para describir y su valor para publicar.

A Ana Julia Ditta Atencio, por acompañarme cuando me faltaba optimismo,


escucharme, preguntarme y corregirme con su sabiduría de mamá.

A mí cielo eterno, Alejandro Buriticá Alzate, por hacerme creer desde el principio
que este era el trabajo de grado más hermoso e importante del mundo.

Y, finalmente, a Julio César Orozco, que creyó en el proyecto tanto como para
arriesgarse a asesorar una tesis por primera vez.

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Del país para la calle es un gran reportaje en formato escrito que aborda la
Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA),
modalidad callejera, en Medellín, con énfasis en conocer y problematizar el
proceso institucional por el que la población víctima debe atravesar para acceder
al restablecimiento de sus derechos vulnerados.

Es un producto periodístico que pone en evidencia que los derechos de los niños
no son universales en Medellín. Que, pese a los esfuerzos de ICBF y del
gobierno local, aún hay mucho que mejorar desde el Sistema de Protección y
muchos paradigmas culturales que derribar para poder erradicar esta
problemática en la ciudad.

Paralelamente, esta investigación releva el papel de los niños y adolescentes


como sujetos activos en ese proceso. Sus testimonios no sólo develan una
sórdida realidad, sino que también los presentan en facetas y roles sociales poco
tradicionales, como una forma de desafiar la pasividad y receptividad que
culturalmente representan las infancias en el imaginario social.

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Agradecimientos................................................................................................. 2
Resumen ............................................................................................................ 3
Salir del país para la calle .................................................................................. 5
Calle ................................................................................................................... 8
Crear un hogar en las aceras ........................................................................ 12
La ‘Protección’ no le hace ni cosquillas al crimen organizado ...................... 16
Jenny: radiografía de un negocio macabro ...................................................... 19
¿De quién son responsabilidad los niños en la calle? ...................................... 25
Liliana: Soledad es uno estar joven .................................................................. 30
El desafío de proteger ...................................................................................... 35
Historias fragmentadas ................................................................................. 39
Kiomy Yajhaira: La vida por aquí tiene sus colorcitos ...................................... 44
Elisa se viste para salir ..................................................................................... 54
Miguel: Ahh, ¡qué satisfacción parce! ............................................................... 60

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Jenny, Liliana, Kiomy y Miguel son 4 jóvenes que, siendo menores de edad,
trataron de salir de la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y
Adolescentes (ESCNNA) a través del Sistema de Protección de Medellín.

Jenny no es el nombre real de esta adolescente que contaba 16 años cuando


llegó, a la fuerza, a una institución de protección. Tenía miedo de estar
encerrada, pues había permanecido buena parte de su vida en la libertad
cooptada de las aceras del centro de la ciudad: “yo era ‘manilla’”, dice, como si
eso significara algo para quienes no tienen su contexto; “cuidaba putas”, resuelve
ante la incomprensión de sus interlocutores; “las cuidaba porque eran unas
niñas. Tenían 11, 12 años, así”, remata para ilustrar mejor su trabajo.

Cuidar, el verbo que los padres usan para hablar del deber que tienen con sus
hijos, significa para Jenny vigilar que ninguna de las menores de edad que
cambian sexo por dinero en el centro de Medellín se demore más de 20 minutos
con un cliente, que ninguna se vuele de su sitio de trabajo, que nadie se vaya sin
pagarles, que todas entreguen la mitad de ese pago a cambio de la protección
del combo delincuencial al que Jenny pertenece. Cuidar putas es cuidar las
ganancias, por encima de las putas.

Jenny cuidaba putas porque no quería ser una.

Liliana sí es el nombre real de una joven que el Instituto Colombiano de Bienestar


Familiar (ICBF) sacó de su casa en la primera infancia, tras comprobar que había
sido sexualmente abusada. A los 9 años ya se había volado y vagaba solitaria
por las calles del centro. A los 12, tras varios intentos voluntarios de internarse,
fue engañada en un operativo para encerrarla en el Hospital Mental de Antioquia
(Homo).

La sacaron de una fiesta, en la que llevaba varios días metida, con la promesa
de ir a comer con extranjeros en un restaurante de El Poblado, zona rosa de
Medellín. Llegó a un programa que trata la adicción a las drogas y los trastornos
mentales. En ese momento el defensor de familia que decidió el caso no
consideró que la ESCNNA fuera la vulneración más grave, no fue priorizada y
por tanto nunca se trató.

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Kiomy conoció los internados a los 4 años de edad y con su hermana gemela.
En su historia figuran el abandono del padre, dos intentos de adopción, la
separación de su hermana y toda su crianza internada en instituciones religiosas,
bajo cuidado colectivo.

Kiomy pasó más tiempo restableciendo sus derechos que gozándolos. Solo
hasta bien entrada su mayoría de edad pudo terminar con un encierro que, se
supone, debe ser temporal.

Miguel es hijo de una trabajadora sexual. Siente por ella un amor aguerrido e
incondicional, pero también reconoce los riesgos a los que estuvo expuesto por
crecer a su lado. No fue en la niñez, sino en la adolescencia que una emoción
entre la rebeldía y la frustración lo llevó a irse de la casa. Prefería dormir en la
calle, antes que regresar a un hogar que no lo hacía feliz y todo lo que tuvo que
hacer para sostenerse en esa decisión le pareció poco.

Cuatro historias diferentes, cuatro maneras en las que la explotación sexual


aparece en la vida de los niños y adolescentes como la solución a sus problemas,
como una promesa de libertad.

Aún no sabemos los finales, pero sólo con estos cuatro comienzos queda claro
que los derechos de los niños no son universales en Medellín y que cuando uno
de ellos camina solo por las aceras del núcleo de la ciudad está paradójicamente
en el margen de la sociedad, en un vórtice donde los “cuida” más un actor ilegal
que el gobierno local. La soledad por encima de la Ley.

Por eso la explotación sexual comercial se parece a la definición que Óscar Darío
Ríos dio a la palabra “desplazado” para el libro Casa de las estrellas: “Es cuando
lo sacan del país para la calle”.

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A las 7 de la noche la esquina de Bolivia con Bolívar, bajo el viaducto del Metro
de Medellín, está llena de gente. En la acera central se ven cuerpos
apeñuscados en aparente desorden, gente de pie, sentada en el suelo, jugando
cartas, vendiendo cachivaches, algunos recostados a las columnas que
sostienen las vías del metro y cubiertos por cobijas. Muchos de ellos son
habitantes de calle, otros son jíbaros, pero entre el bullicio, el tráfico, la suciedad
y el humo psicotrópico que flota en el ambiente también hay niños.

Allí, una carretilla que durante el día sirve para vender limones o aguacates, en
la noche hace de vitrina para vender “ratos” con niñas y jovencitas. A esta hora,
mientras en cada extremo de la carrera 51, Bolívar, las aceras rebosan
transeúntes y pasajeros a la espera de una ruta de bus, una adolescente rubia,
sucia y despelucada sale del tumulto de la acera central en silencio, cabizbaja y
soltando lágrimas. Camina con la mirada fija en el piso y toma asiento en la
carretilla a la vista de todos.

Muy cerca de ella otra jovencita espera de pie ataviada con un vestido fucsia
ceñido al cuerpo, las mangas y el largo parecen arrancados a mordiscos de
navaja, está sucio y no le llega ni al final de la cadera. A la altura del abdomen
luce un ajado estampado de Hello Kitty. La adolescente sonríe haciendo una
mueca de inocencia fingida, de presa mansa, que completa su triste postal de la
erotización del cuerpo infantil.

Esta esquina hace parte del tramo de siete cuadras donde más se presenta la
explotación sexual comercial callejera en la comuna 10, es decir, en el centro de
la ciudad. El tramo comienza en la Plaza Botero, un eje turístico de la capital
antioqueña, y termina en la estación Prado del metro. De acuerdo con un estudio
de la Facultad Nacional de Salud Pública1, una mediana de 40 niños, niñas y
adolescentes se exponen allí diariamente para el placer de pedófilos y
pederastas. En el mundo de la calle este trayecto es conocido como “Prado” y
es diferente del barrio Prado, que queda cerca.

1
Publicado en el artículo académico: Escenarios de explotación sexual comercial de niños, niñas y
adolescentes, modalidad abierta, Medellín, 2012.

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Esta noche Armando Zuluaga, pedagogo de la Unidad de Niñez y Adolescencia,
espera unos minutos en silencio de pie al lado de la carretilla hasta que Diana,
Liliana y Carolina –tres de aquellos 40 casos diarios– se le acercan. El saludo es
amigable, a pesar de que Diana y Liliana están bajo los efectos del sacol, un
pegante industrial que inhibe el hambre. De hecho, Liliana llega con una bolsa
negra en la mano, sus ojos rojos y cristalizados permanecen a medio abrir, está
toda encorvada, los huesos de la clavícula le sobresalen, trae el vientre
totalmente hundido y expuesto. No es mucho lo que puede decir con palabras.

En cambio, Carolina trae buenas noticias para el profe, como llaman a Armando.

–Ya no estoy metiendo sacol –suelta feliz –sólo bareto2. Yo me di cuenta de que
eso me estaba haciendo mucho daño.

–Muy bien Caro, me alegra mucho, ahora hay que dar el segundo paso, usted
sabe que estar acá no le hace bien ¿no quiere ir a la universidad?

–Sí profe, yo quiero ser pedagoga –ambos sonríen.

El Reporte de Drogas de Colombia 2017, un estudio del Observatorio de Drogas


del Ministerio de Justicia, señala que los adolescentes entre 12 y 17 años son la
segunda población con mayor consumo de psicoactivos en el país. El mismo
informe señala que Medellín y su Área Metropolitana tienen la tasa de consumo
de drogas ilícitas más alta en todo el territorio nacional. Esta circunstancia es un
factor de riesgo para la explotación sexual. De hecho los estudios explican que,
aunque el negocio del sexo es muy lucrativo, los niños y adolescentes no se
benefician del total de sus ganancias debido a que incurren en deudas con los
explotadores para sostenerse y financiar sus propias drogas, lo cual habla del
alto grado de adicción de la población explotada.

Entre 2011 y 2017, 1.102 niños, niñas y adolescentes estuvieron en un Proceso


Administrativo de Restablecimiento de Derechos (PARD) en alguna institución
de protección de Medellín por abuso en el consumo de sustancias psicoactivas,
entre ellas el pegante.

2
Bareto se le dice popularmente en Medellín a un cigarrillo de marihuana.

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Algunos de ellos llegaron por primera vez al Sistema de Protección, pero muchos
otros ya intentaron restablecer sus derechos una, dos, tres, cuatro y hasta cinco
veces antes. La infancia les alcanza para profundizar en la situación de calle y la
adicción hasta desarrollar enfermedades mentales y, cada vez más y a edades
más tempranas, terminan internos en el programa de Atención Dual del Hospital
Mental de Antioquia (Homo).

Luego de despedirse de Carolina, Diana y Liliana, el recorrido de Armando está


por terminar, pero una niña alta, de piel morena y con rizos al viento corre a su
encuentro. Resaltan sus párpados enmirellados y su ancha sonrisa, lleva
puestos unos zapatos de plataforma brillante que la hacen sobresalir aún más
entre las sombras. De cerca es una aparición. Un rostro dulce cubierto de
maquillaje, una silueta larga con shorts blancos y ombliguera; una niña con uñas
largas y un cigarrillo de marihuana entre los dedos. Sus ojos oscuros se abren
con alegría para saludar a Armando, a quien le hace falta un esfuerzo para
recordarla de meses atrás, estropeada por la tuberculosis. Entonces él debía
llevar guantes y tapabocas para poder conversar con ella.

Hasta hace poco en eso consistía el trabajo de Armando, en salir a conversar.


Él era el depositario de los secretos y tragedias de los niños sexualmente
explotados en Medellín. Sabía cuándo estaban enfermos y les gestionaba las
citas médicas, los llamaba por su nombre de pila y no por el impuesto en la calle,
les entregaba un abrazo que no guardaba segundas intenciones. Para tantos
niños, niñas y adoelescentes Armando fue el único adulto cercano para pedirle
un consejo, el único que quería protegerlos. Él y todos los educadores,
psicólogos y pedagogos que hicieron parte de la Unidad Móvil Especializada en
Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA) del
proyecto Crecer con Dignidad, eran quienes realmente conocían a las víctimas
de esta vulneración en la ciudad, sabían sus historias y tenían su confianza.

Según Cristina Londoño, directora Técnica de la Unidad de Niñez y


Adolescencia, “la razón por la que se eliminaron las móviles fue fortalecer el 123
social”, esto para atender emergencias que se denuncian en esa línea. Sin
embargo, Cristina dice que es una decisión que se está revisando, porque “si me
preguntas a mi hoy, las unidades móviles no sólo atendían emergencias, también

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acompañaban posibles situaciones de riesgo o vulneración de niños y niñas, que
no se estaban dando en el momento de la emergencia”.

La ausencia de las unidades móviles significa que los niños que se exponen en
los 120 tramos con reporte positivo para la explotación sexual en el centro 3 ya
no tienen con quien conversar.

La ausencia se ha tratado de compensar con los Equipos de Atención


Especializada en Territorio, pero ellos no sólo acompañan, identifican y activan
rutas para ESCNNA, de hecho se enfocan en otras vulneraciones: situación de
calle, trabajo infantil y explotación económica en general. Además hacen
acompañamiento a familias y niños que viven en inquilinatos y tienen énfasis en
la población indígena.

Dedicado a las víctimas de explotación sexual comercial queda sólo Armando,


un hombre tremendamente tozudo, que hace los recorridos solo y fuera de su
nuevo horario laboral, movido más por un deber ético que por el cumplimiento
de una tarea.

Esta carrera Bolívar es, en sus palabras, uno de los trayectos más duros: “La
gente pasa por aquí arriba –señala el viaducto del Metro de Medellín–, sin saber
que acá abajo hay un drama humano”, resume. Así que regresa siempre y nunca
se va sin haber saludado a alguien.

Crear un hogar en las aceras

Días después de aquél recorrido llueve en Medellín, la precipitación parece tener


el negocio calmado y permite que resalten los niños que juegan en los charcos
hediondos y se corretean por la calzada. Son alrededor de las 8 de la noche y
hoy, como música de fondo para el espectáculo de la tragedia humana y el
consumo de sustancias psicoactivas, se escuchan risas infantiles. Es evidente

3
La investigación cuantitativa Escenarios de explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes,
modalidad abierta, Medellín, 2012, señaló 120 de los 600 tramos del centro estudiados como lugares
con presencia de la ESCNNA.

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como nunca esa frase escrita por Eumelia Galeano en La calle como forma de
sobrevivencia: “aunque la sociedad los quiere invisibilizar, los menores de la calle
existen, sienten, sueñan y construyen un mundo regulado por reglas, normas,
valores, solidaridades y conflictos”.

Aunque la acera central continúa atestada de habitantes de calle acobijados en


tumulto, el flujo de personas ha menguado y la exposición de las niñas no es
evidente como en noches anteriores. Hoy lo evidente es la chiquillería, los juegos
de niños muy pequeños a la intemperie, disfrutando de ser dueños de la lluvia y
la calzada.

979 niños, niñas y adolescentes han sido internados en hogares del ICBF, a
través de Crecer con Dignidad, entre 2011 y 2017, por negligencia o abandono
familiar. 704 llegaron al Sistema de Protección en el mismo periodo por violencia
intrafamiliar. Otros 1.031, porque pasaban la mayor parte de su tiempo a la
intemperie (situación de vida en calle) o porque incluso dormían, comían y
solventaban sus necesidades básicas en ella (situación de vida de calle). Los
primeros puede que conserven algún lazo familiar, pero entre los segundos es
frecuente que estén aplastantemente solos.

“Muchas personas llegan a la calle desde la adolescencia, desde la niñez”, relata


Luís Fernando Abril, quien trabaja en la atención de los habitantes de calle de
Medellín y, además, pasó su infancia siendo uno de ellos. Dice que esto pasa
cuando los pequeños no aguantan la situación de sus propios hogares: “Es como
la manera de salir de un lugar donde no hay ninguna esperanza, ningún porvenir,
ningún futuro”, y señala que el riesgo es que “quedan atrapados por todas las
dinámicas que hay ahí, en la calle”.

Según el último censo de habitantes de calle de Medellín y sus corregimientos,


publicado por la Alcaldía en 2009, la ciudad contaba en ese momento con 1.080
menores de edad deambulando por las aceras4. Esta encuesta además concluyó
que el perfil de los niños que permanecen en la calle y los que viven en ella

4Esta información es del CONVENIO INTERADMINISTRATIVO No. 4600020288 DE 2009 entre la SECRETARÍA DE
BIENESTAR SOCIAL y la UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA, que contó a todos los menores de 18 años. En 2015 la Alcaldía
de Medellín realizó una caracterización que dio como resultado 0 niños menores de 15 años habitantes de calle, sin
embargo, la metodología de medición de este nuevo trabajo fue muy diferente del anterior. Así, la cifra que se cita
aquí es menos actual, pero más precisa.

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involucra “trabajar” y ser “trabajador sexual”. Así, cada vez hay menos
gamincitos, es decir, se ven muy poco los pequeños adictos al bazuco o el
pegante que dormían en las aceras, deambulaban con un costal y en condiciones
insalubres por zonas deprimidas del centro, aquellos que la idiosincracia paisa
llegó a nombrar como “desechables”. Hoy los niños de la calle están limpios,
visten a la moda y duermen en un inquilinato.

Para diversos estudiosos, el incremento en la capacidad adquisitiva de los


pequeños habla de su vinculación a la que llamaré “oferta laboral infantil de la
calle”: el tráfico de drogas y la explotación sexual. De hecho, la Secretaría de
Seguridad adelanta una investigación cualitativa con el objetivo de “comprender
la dinámica del uso de NNA con fines de explotación sexual y narcomenudeo por
parte de grupos delincuenciales organizados en las comunas 5 – Castilla, 10 -
La Candelaria y 70 – Altavista, durante el 2017”.

En estas condiciones extremas de soledad y pobreza, la utilización de los niños


por grupos delincuenciales y la ESCNNA, que son vulneraciones a sus derechos,
se convierten también en generadores de condiciones mínimas de supervivencia
para los niños sin hogar. Esto promueve la naturalización del abuso por parte de
las víctimas, la normalización de conductas ilegales y lesivas para su salud física
y emocional.

“Hace 15 días encontramos un chico con alto consumo de drogas y trayectoria


de vida de calle que vivía en un inquilinato”, refiere la Directora Técnica de la
Unidad de Niñez, y continúa: “no tenía familia acompañante y tenía como pareja
una niña de 15 años que estaba en explotación sexual”, hace una pausa, toma
aire y aclara que ella se dedicaba a eso “por él”. Es decir, ellos “vivían, pagaban
el inquilinato, comían, se vestían, porque la niña estaba en explotación sexual”,
la directora técnica reconoce que por eso la ESCNNA es un enorme reto para la
Unidad de Niñez y Adolescencia.

Y es que todo esto, aunado a la cultura antioqueña del progreso y el trabajo, ha


resultado en que Medellín sea la segunda ciudad con el índice más alto de
trabajo infantil en Colombia: 707.343 trabajadores entre los 5 y 17 años. Y, según

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el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), la principal
razón es que a los niños “les gusta trabajar para tener su propio dinero”.

A veces ese dinero es para manutención, otras para drogas, otras para sostener
el hogar de sus padres porque no hay trabajo o están enfermos.

Esta carrera 51, por la que transita Armando, es uno de los escenarios donde la
realidad de esas cifras toma cuerpo. Cualquiera evita a toda costa pasar por ahí,
caminar si quiera por el sector luego de las 6 p.m., pues es considerado zona de
peligro. Sin embargo, hay niños que pasan allí la mayor parte de sus vidas.

–¡Profe! –el grito proviene de la panadería de enfrente, pero con esta luz tan
tenue Armando apenas si distingue la silueta de una niña. Ella sale de la
penumbra y salta a su encuentro.

Al acercarse el profe abre los ojos con sorpresa.

–¡Daniela! ¿otra vez en embarazo? ¿cuánto llevas ya? –suelta sin pudor.

–Hola profe –responde Daniela mucho menos efusiva –ya tengo 5 meses –sonríe
y le da una calada al cigarrillo.

–Ah, bueno. Y ¿cómo está el niño?

–Bien, me lo están cuidando allí en la esquina –y señala la panadería.

Ella no tiene nada más qué decir, aún no cuenta 17 años y este será su segundo
hijo. A pesar de los consejos e intentos de salir de la calle, a través de las
instituciones de protección, continúa inserta en el negocio de la explotación
sexual. Su deterioro es evidente, viste un leggins tres cuartos color azul pálido y
un top blanco sobre un brassier negro; en los pies lleva puestas unas baletas
cafés que le quedan anchas, sin medias. Ha domado el frío a fuerza de pasar
noches enteras semidesnuda en alguna acera.

Durante el silencio incómodo se acerca un hombre teñido de gris polvo que


arrastra un carrito de supermercado lleno de bolsas negras, se detiene y Daniela
le pide un plon, de espaldas a Armando le ruega al tipo por una caladita corta del
cigarrillo de marihuana. Armando la mira sin lamentarse y continúa su viaje pues,

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si bien estos 20 años de caminante no le han quitado la empatía, sí que le han
forjado lo que llama un “pesimismo basado en la razón”. Asegura que los casos
de ESCNNA crecen en el centro a la velocidad de uno nuevo cada semana y
reconoce con crudeza que “a nosotros [en el Sistema de Protección] no se nos
disparan las cifras porque apenas [los niños en explotación sexual] cumplen 18,
salen del Sistema”, es decir, dejan de contarse como menores con sus derechos
vulnerados y se convierten automáticamente en trabajadores sexuales, lo cual
no es ilegal.

La ‘Protección’ no le hace ni cosquillas al crimen organizado

Otra noche en el cruce de Bolívar con Perú, a las 10 p.m., ya no hay casi nadie.
La soledad no es completa solo por los niños, esta parece ser su hora. Se
exhiben sin permiso, sin sospecha ni penumbra. Están juntos, los varones y las
mujeres, de pie al lado de una columna que sostiene el metro. Todos están
limpios y se ven frescos, como fuera de lugar, pero al acercarse están en ropa
de trabajo y consumiendo pegante. Por lo menos 2 de las 5 niñas del parche son
menores de 12 y todas están “muy nuevas” en lo de amanecer en la calle.
Armando sospecha que esta debe ser de las primeras veces que se quedan.

Juan Esteban, uno de los tres varones que las acompañan, se acerca lentamente
hasta Armando. Es un niño rubio, de aspecto muy saludable, arreglado como
para un domingo de cine en algún centro comercial de la ciudad. Impecable, pero
con una botella de pegante adherida al labio superior, sin necesidad siquiera de
sostenerla con las manos, sujetada sólo con la presión del aire que le empuja la
sustancia hacia dentro de su boca. Habla así, con esa protuberancia en la cara,
como una máscara de oxígeno, como un respirador artificial. Y le sonríe al profe.

–En estos días volví por allá –le dice con dificultad y muy lentamente– me
llevaron a un hogar y me hicieron una contención.

Esto significa que Juan Esteban estuvo en el Centro de Diagnóstico y Derivación,


donde trabaja Armando, tuvo una crisis y los profesionales tuvieron que realizarle
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un procedimiento de apoyo psicosocial e inmovilización que llaman “contención”:
Lo internaron, pero él se escapó.

Tiene 12 años, piensa Armando en voz alta cuando se despiden, ya pasó 2 veces
por el Sistema de Protección y sigue en la calle.

Días después llegaría la noticia de que Juan Esteban fue internado en el Homo.

Otro sujeto se acerca, ataviado con la camiseta del equipo de fútbol Atlético
Nacional y una cadena gruesa de plata con un cristo que le cuelga hasta el
ombligo. Le dicen Zurdo y otros tantos apodos, y se presenta como un hombre
de calle, desde siempre, feliz. Luego mira la acerca y echa la cabeza para atrás.

–Venga después de las 3 de la mañana, para que vea Nueva York –suelta como
un gran conocedor – todavía aquí no hay nada.

Armando vio crecer al Zurdo en las aceras, dice que le luchó mucho, él y otros
profesionales, pero que hay niños que tienen “síndrome del menor
institucionalizado”, es decir, que utilizan los servicios del Sistema de Protección
sólo cuando están en malas condiciones de salud o cuando se calientan y
necesitan guardarse un tiempo 5 , luego regresan a la calle hasta la próxima
recaída.

Así es porque los niños participan en el conflicto intraurbano: Entre 2012 y 2017
hubo 270 homicidios registrados de menores de edad y, entre 2012 y 2015, 498
de ellos desaparecieron.

Más adelante, un joven que acaba de intentar un robo y está bajo efectos de
alguna sustancia psicoactiva es amedrentado por un niño de menos de 11 años.
Armando se detiene para observar con calma, pues en esta noche de lluvia todo
parecía muy solitario bajo el viaducto hasta que vio aparecer este pequeño,
movilizado en una bicicleta, portando jeans, camiseta negra ancha y tenis de
marca, con la cabeza rapada a los lados y peluda en el centro, un tatuaje en el

5
Calentarse es un término que en la calle se usa para referirse a quienes están corriendo peligro, los
buscan para amenazarlos o matarlos. Entre 2011 y 2017, 1.778 niños, niñas y adolescentes fueron
internados en centros de ICBF de Medellín por “amenaza intraurbana”, como se conoce oficialmente esta
situación que, además, es la causa más recurrente de ingreso de los NNA al Sistema de Protección.

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rostro con forma de daga y un piercing en la ceja. Este niño de apariencia hostil
evita que se caliente el parche, es decir mantiene a los raponeros a raya, pues
un robo llamaría la atención de las autoridades y ello pondría en evidencia todas
las dinámicas delictivas del sector: desde la ocupación del espacio público hasta
el tráfico de drogas y la explotación sexual infantil.

En averiguaciones preliminares de Milena Echeverry, quien investiga el delito de


la Explotación Sexual de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA) para la
Secretaría de Seguridad de la ciudad, “para muchos combos ya los pelaos son
un encarte”, lo que significa que ahora “los pelaos son los que buscan hacer
parte del combo”, adelanta en una premisa que aún estaría por comprobar
científicamente, pero que en el panorama descrito, no resulta difícil de creer.

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Para ilustrar esa necesidad de pertenecer a una estructura delincuencial para
sentirse a salvo en la calle está el testimonio de Jenny6. Ella era una adolescente
en proceso de restablecer sus derechos durante 2015. En su infancia sufrió un
abuso sexual y pasó años en las calles de la ciudad en el rol de “manilla”, es
decir, controlando el territorio donde ocurre la explotación sexual infantil,
garantizando que ninguna niña de la red se volara y que ningún “cliente” se fuera
sin pagar. Por este control Jenny recibía una paga de parte del “duro”, es decir,
el líder de la organización delictiva que manejaba las rentas ilegales en el sector.

Mientras Jenny estuvo interna en una institución de la ciudad hizo parte del
Grupo Intergeneracional de Investigación (GIDI), una iniciativa de la Facultad
Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia para acercarse a los
NNA en ESCNNA que pasan o pasaron por comunidades terapéuticas y construir
con ellos un panorama de la explotación en la ciudad. Pues bien, Jenny alcanzó
a entregarle a GIDI su testimonio antes de evadirse del proceso:

“¿Sabe qué? ellas se paraban en una esquina y yo me iba pa esa esquinita.


Entonces llegaban ellos, muchas veces no conocían a nadie y casi todos eran
taxistas. Los taxistas son unos morbosos, usted se para en una esquina, con su
faldita, con su mochito, usted puede que no sea puta pero la confunden, la
confunden. Y yo era así y yo me maquineaba todo y ellos empezaban a preguntar
‘ay, ¿dónde están las muchachas?’ y yo: ‘vea, aquí está la una, allá está la otra’,
y dizque: ‘lléveme donde una’, y yo ‘ah, de una’. Y yo le decía ‘¿usted fuma?’ y
me decía que sí y yo ‘vea, le tengo feeling, tengo el kasao, tengo esto, tengo
aquello’, y yo ‘vea, con esto tuqui tuqui pa que tenga más función, ¿no?’. Oiga,
si yo les conseguía los clientes yo por qué no iba a salir más avispada, yo
también necesitaba trabajar pa comprarme lo mío.

Ya después ellas me buscaban a mí para que los manes les pudieran entregar
toda la plata. Y si no les pagaban no se las veían conmigo, obvio que yo no los
iba a chuzar, yo simplemente los amenazaba, pues, pa que les pagaran porque
ellas estaban haciendo su trabajo ¿sí me entiende? Y si no querían iba y buscaba
al Duro de Prado, ‘ah, vea, esto y esto pasó con este sujeto’. Ya él iba a entrar

6
El nombre fue modificado para proteger la identidad de la adolescente.

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en razón: pagaba porque pagaba o le daban la pela. Entonces, digamos que ella
cobró por ahí 25 mil, de eso el Duro le sacaba la mitad, siempre. Si no pagaban
no las cuidaban, se tenían que cuidar ellas solas.

El Duro me pagaba a mí, no sé. Pero gracias a Dios nunca vendí mi cuerpo, ¡ay
Dios mío! a mi no me gustaría estar con un hombre, porque como me violaron y
fue forzada, me da asco, como que no, los hombres no. Yo soy muy buena para
hablar con ellos y contarles de mi vida, sí, pero para estar con ellos y que sexual,
¡vee, hay es tiempo para eso! Igual yo estoy cambiando, pero todavía me
acuerdo mucho de todo lo que yo hacía allá, lo que me tocó hacer cuidando a
todas esas putas.

Eran puras pelaítas, 11, 12, las cuidaba ¿por qué? porque eran unas niñas. Sí
tenían conocimiento pa vender el cuerpo y pa consumir ¡aayyy! pero no tenían
conocimiento pa enfrentar lo que eran los problemas, no. Y además porque en
Prado se maneja mucha cosa por debajo de cuerda.

¿Y el día que yo no cuidara una?… ¡Me daban las pelas! muchas veces yo me
hice rajar el cuero por una vieja, aquí, aquí, ¿por qué? por cuidarla. Si uno se
pone de bufón y no es capaz de parar el brinco ¿qué tiene que hacer?, asume
que se las pegan… y salga pa’fuera otra vez a cuidarlas después de que le dan
la pela a uno.

Había pelaítos de 12 que eran los que jibareaban, de 15, pelaítos así, como yo.
Los otros, los que mandaban, ya eran señores adultos, por ahí 20, 30, así, de
pa’rriba. Cuarentones que ya tenían su mentalidad más gruesa que uno y sabían
las vueltas más que uno.

Ellos llegan a estas comunas de bajos recursos o ven que las niñas bajan al
centro y que son de bajos recursos y tienen problemáticas en sus casas, la
mayoría. Y se aprovechan de eso y les ofrecen trabajo. Porque vea, yo le voy a
decir algo: ¿a los señores? A los señores les gustan son las pelaítas, las pollitas,
porque tuqui, que tuqui tuqui, que tengan sus buenas caderas. ¿Usted cree que
una señora se va a meter con otro señor? ¡Gas! ¿Qué van a hacer dos
arrugados? Los muchachos son los que buscan muchas veces las cuarentonas

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porque tienen más experiencia, pero los señores buscan las pollitas… había
muchas veces que vendían su virginidad.

Uno no tiene conocimiento para expresarse con los manes de la vuelta ¿cierto
que no? O no sé porque yo nunca le llegué a alzar la voz a ninguno porque ellos
son los que mandan ¿cierto? Uno ahí se está buscando la muerte. Y en estos
momentos, que ya me salí de eso, no les hablaría. No lo haría porque son unos
cochinos, unos groseros, están cometiendo muchos errores, especialmente con
las niñas. Usted ve esas pelaítas demacradas porque muchas veces ellos
mismos se las comían, como se dice vulgarmente, y les pegaban ¡les pegaban!
o las difamaban, decían que tenían enfermedades. Son unos descarados.

Y es que a veces ellas también tenían que jugar más vivo, obvio, ¿cómo que la
mitad? Sabiendo que ellas son las que están vendiendo su cuerpo, están
haciendo muchas cosas. Yo en este momento me referiría a ellos como
cochinos, si yo pudiera ya los habría demandado a todos, a todos, y los hubiera
puesto a que los picaran.

Yo no me prostituía y a mí me veían como una basurita por mi forma de ser, por


lo que yo siempre he sido muy avispada… muchos pensamientos negativos
hacia ellos. Porque eso es lo que se merecen las personas así.

Desde los 12 años soy de calle y a mí nunca me habían cogido los de chalequito
rojo7, yo salía corriendo, yo los aletiaba, les decía ‘¡no!, acá no es, recréese’ y
me iba, corría, prefería irme a que me metieran a un internado, y el día que me
cogieron yo pensé ‘¡ay no!’. Y ya ahora que estoy encerrada pues, he aprendido
muchas cosas, pero tengo todavía conocimiento de todo lo que me pasó.

Duré mucho tiempo en la calle. A mí que me tocó cuidar en San Antonio, Prado,
Berrío, me ha tocado duro, porque en estos momentos yo salgo a la calle con
miedo… uno nunca sabe, uno en la calle deja muchas culebras sueltas”.

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Se refiere a los profesionales del Sistema de Protección que recorren las calles de la ciudad portando un
chaleco distintivo como funcionarios de la Alcaldía. Antes era de color rojo, pero en el cambio de
administración ese color lo pasaron a utilizar los trabajadores de Espacio Público, ahora los educadores
en calle utilizan uno de color beige.

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En todo este relato, Jenny describe cómo es en la práctica la Explotación Sexual
Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes, ESCNNA: es explotación porque hay
un tercero que saca provecho de la actividad; es sexual porque implica actos
sexuales, ya sean directos o representados; y es comercial porque supone una
transacción en dinero o especie.

La ESCNNA se incluye en la lista de violencias sexuales, pero contiene a su vez


varias modalidades: la trata de seres humanos con fines sexuales, el turismo
sexual, el matrimonio servil, la pornografía infantil, la modalidad abierta o
callejera –que es la que describe Jenny– y la modalidad a puerta cerrada, que
es menos conocida.

En un documento entregado a la administración local por parte de la Mesa


Intersectorial para la Atención y Prevención de la ESCNNA, GIDI y la Coalición
(un escenario de articulación de la sociedad civil y las instituciones que atienden
ESCNNA) se advierte, entre otras cosas, que “hay varios sectores en la ciudad
que se han configurado históricamente como zonas de tolerancia ante la
ESCNNA en modalidad callejera”, y denuncia que “el número de sectores se ha
incrementado en los últimos años”.

En la práctica esto significa que el negocio de la explotación sexual ha crecido:


hay más niños abusados y trabajando para los controladores del territorio, indicio
de que también la masa de explotadores y pederastas ha aumentado. En pocas
palabras, significa que el conflicto intraurbano de Medellín está cada vez más
financiado por el cuerpo de los niños que permanecen o habitan las calles de la
ciudad.

Existen posturas sobre la ESCNNA que la señalan como una forma de esclavitud
moderna, dado el abuso de poder del adulto explotador sobre los pequeños. Pero
otra cosa que Jenny pone de manifiesto es que en Medellín los niños también
pueden ser explotadores, clientes y beneficiarios.

En casos como el de esta adolescente no queda clara la frontera entre víctimas


y victimarios. Es decir, ¿Jenny debería restablecer sus derechos en un internado
de ICBF o debería ir a un Centro de Responsabilidad Penal Adolescente por
participar del negocio?

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Ella estuvo interna, en todo caso, con otras niñas y adolescentes que tenían
“perfiles” similares al suyo. Entre ellas había algunas víctimas directas: las que
se paraban en la esquina, tenían sexo con desconocidos y pagaban la cuota al
“Duro”.

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El dilema de la culpabiliadad de Jenny no tendría sentido si ella no se hubiera
visto en la necesidad de sobrevivir en la calle. Y los niños no están en la calle sin
un detonante en su casa, sea de convivencia familiar, maltrato o dificultades
económicas. Así, semanalmente hay por lo menos un niño, niña o adolescente
nuevo deambulando por el centro de la ciudad, como lo estima Armando
Zuluaga, el educador que lo recorre en las noches. ¿Quién debería hacerse
cargo de ellos?

“En una época los niños eran propiedad de los padres o acudientes, y éstos
podían decidir qué hacer con ellos, si los mataban, los mandaban a trabajar, los
vendían, si se usaban como sirvientes, todo pudo haber pasado”, así resume el
antiguo paradigma tutelar el profesor Iván Felipe Muñoz, Doctor de la Facultad
Nacional de Salud Pública y estudioso de las vulneraciones de los niños y
adolescentes de Medellín.

Él explica que fue hasta el siglo pasado que empezó a crecer la preocupación
por los niños que eran maltratados por sus padres o acudientes, así como por
los que no los tenían. “Si un niño está en su casa, pero le pegan y le pegan y le
pegan… ¿qué? ¿de malas? ¿le tocó un papá hijuemadre y una mamá
abandonadora?”, o “si los responsables de los niños son su familia, donde no
hay familia ¿qué?”, se pregunta el docente.

Marcela Zuluaga, quien lleva más de 20 años trabajando en pro de la protección


integral de los NNA de Medellín, relata que “hace quince días activamos una ruta
en Manrique, la comuna 3, por un niño de 4 años que no sabemos cuánto tiempo
ha sido maltratado físicamente por su papá”, y describe: “maltratado es puños,
es que los golpes que le ha propinado han dejado al niño sin poder caminar por
un tiempo y cosas así”.

En el paradigma tutelar, la indicada para defender al niño sería su madre, pero


cuenta Marcela que “la mamá vive con el papá y todo el tiempo lo ha sabido y
nunca ha hecho nada: no ha denunciado al papá, ni siquiera se ha ido de la casa
ni coge al niño y lo abraza y lo protege y lo cuida”.

En 1989 se aprobó la Convención Internacional de los Derechos del Niño, que


firmaron casi todos los países del mundo, entre ellos Colombia. Desde entonces

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los niños tienen derechos, en el papel. Sin embargo, siete días después de la
Convención, en Colombia se creó el Código del Menor (Decreto 2737 de 1989),
donde se estrenó la “situación irregular”, bajo la que sólo los niños en y de calle
eran objeto de atención.

Esto significa que continúa el paradigma tutelar y sólo los niños que no tienen
acudientes –entre ellos los que se fueron de sus casas a la calle– quedan a cargo
del Gobierno. Y en el caso narrado por Marcela, significa que de todas formas
no habría cómo parar las golpizas.

El país vino a ratificar la Convención en 1991, con la Ley 12, y apenas en 2006
adecuó su Sistema de Protección en consonancia. Es decir, hasta 2006 nadie
podía cuestionar la crianza y el trato que los padres le daban sus hijos.

En adelante sí.

Dice la Ley de Infancia y Adolescencia -1098 de 2006- que en Colombia todos


los niños son sujetos de derechos, que esos derechos son irrenunciables y que
le corresponde a la familia, la sociedad y el Estado garantizarlos.

Por eso Marcela, quien es externa al hogar del niño de la historia, termina
contando que “fue afuera que por equis situación nos dimos cuenta de la
vulneración de derechos y activamos la ruta”.

La ruta es una lista de pasos a seguir desde que los funcionarios identifiquen la
situación hasta que el defensor de familia ordene un procedimiento para
garantizar o restablecer los derechos que se consideren vulnerados. Cualquiera
puede activar la ruta, además, los delitos relacionados con las vulneraciones de
derechos a los menores de edad se investigan de oficio, es decir, sin la
necesidad de que exista una denuncia formal.

A pesar de que esta norma existe hace más de 10 años y su cobertura es para
todos los niños del país, Iván Felipe reconoce que “muchos plantean que
seguimos atendiendo a los pelados desde la perspectiva de la ‘situación
irregular’”.

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Parte de la crítica está fundada en que los terceros con quienes ICBF contrata
cupos para el restablecimiento de derechos de los niños, niñas y adolescentes
en modelo de internado siguen siendo en su mayoría órdenes cristianas, cuyo
principal propósito es la evangelización.

Esto es así por una razón sencilla: los Claretianos y los Salesianos son quienes
tienen una experiencia más larga en la atención de los niños abusadores de
sustancias psicoactivas y con trayectoria de vida en calle. Lo hacen desde antes
de que se firmara la Convención, amparados en el valor cristiano de la caridad.

Para ir en consonancia con los nuevos tiempos, las órdenes religiosas han
tomado algunas medidas diferenciales. En los años noventa se hablaba de
reeducación o resocialización, poco a poco se ha dado el cambio hacia el
restablecimiento de derechos, también se ha ido eliminando la referencia a los
niños como menores. Ya no hacen parte de un sistema de atención, en el que
los niños son usuarios de servicios, sino del Sistema de Protección, cuyo
enfoque es integral. Claramente aún en los hogares conviven ambas
perspectivas, partidarios de ambos lados, el cambio no es absoluto. Pero ahí va.

También, en muchos internados y proyectos asociados los educadores y


psicólogos no están obligados a pertenecer a la órden religiosa dueña del aviso.

Sin emabrgo, los modelos de atención, es decir, la metodología mediante la cual


los cristianos aspiran a reestablecer los derechos de los NNA que tienen a su
cuidado, aún guardan enormes parecidos con la muy antigua Comunidad
Terapéutica. Kiomy y Miguel, más adelante, explicarán mejor esta modalidad a
través de sus propias experiencias.

Pero a priori saltan varias dudas sobre los métodos religiosos: ¿respetan y
entienden también a los niños con diversidad sexual?, ¿qué pasa si los niños no
son creyentes?, ¿transforman las experiencias traumáticas sobre el cuerpo en
posibilidades de disfrute futuro o promueven la culpa y el arrepentimiento?, ¿qué
tan impositivos son, teniendo en cuenta que el enfoque de derechos significa
también que los NNA tienen la palabra para interpelar la atención?

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Los modelos de atención siempre están sujetos a mejoras. Sólo que, aunque
Medellín como ente territorial identifique falencias en los mismos, no puede
intervenir. Es así porque el ente rector del restablecimiento de derechos es el
ICBF para todo el territorio nacional. Ellos son quienes contratan a los terceros,
quienes deben sobre todo certificar su experiencia y cumplir con los lineamientos
técnicos (enfocados en las condiciones físicas de los hogares y la alimentación).

En Medellín, varias cosas han cambiado: la Secretaría de Inclusión Social y


Familia de cuenta con la Unidad de Niñez y Adolescencia que tiene una línea de
restablecimeinto de derechos donde contrata directamente 180 cupos para
hogares de paso, 425 para programas especializados y 175 para Atención dual.
Además, el proyecto Crecer con Dignidad, de la Universidad de Antioquia,
gestiona el Sistema de Protección, facilitando servicios con los que ICBF no
cuenta, inyectando recursos y presionando el cambio de la caridad hacia la
garantía de los derechos.

En ese propósito, el proyecto visibilizó la enorme problemática de la ESCNNA


en la ciudad, para la que implementó una línea de atención especializada pagada
por la administración local y operada por profesionales laicos. Los modelos de
atención de esta línea especializada sí están sujetos a revisión y mejora, pero
aún no se puede garantizar que todos los NNA en explotación sexual comercial
accedan a ellos.

La siguiente historia, la de Liliana, es una denuncia de cómo aún hoy, con todos
los cambios normativos, conceptuales, técnicos y logísticos sobre la infancia en
la ciudad, con la claridad de que sus derechos son responsabilidad de todos:
familia, sociedad y Estado, los niños todavía se sienten solos en Medellín.

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“Soledad es uno estar joven”, dijo a los 9
años Gloria Cecilia Guzmán para el libro
Casa de las Estrellas, de Javier Naranjo.

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Liliana Muñoz tiene 19 años y desde los 4 ha estado completamente sola. “Yo
tuve un abuso sexual por mi padrastro cuando estaba muy chiquita”, me explica,
aunque no revela a qué edad ocurrió la violación; “entonces”, continúa, “por eso
yo no puedo estar con mi mamá verdadera ni con parte de mi familia”.

La primera vez que vi a Liliana fue una noche de 2016 bajo el viaducto del metro
de Medellín, entre las estaciones Parque Berrío y Prado. En esa ocasión ella se
acercó para saludar a Armando Zuluaga, con quien yo realizaba un recorrido,
pero no nos pudo decir mucho porque estaba bajo los efectos del pegante; sólo
nos miraba desde el vacío rojo y húmedo de sus ojos mientras continuaba
inhalando, de pie y en silencio, a nuestro lado.

Jamás habría podido adivinar su edad, pues mide menos del metro y medio y su
contextura es menuda y desgarbada como la de una niña antes de la pubertad.
Sin embargo, su piel cuarteada por el sol presenta cicatrices y manchas que
certifican su testimonio de niña de la calle, y el iris café de sus ojos flota
suspendido en un blanco opaco cubierto de venitas retinianas que no suelen
aparecer en la niñez.

“A mi mamá yo no la distingo desde los 4 años”, me cuenta una Liliana sobria y


limpia meses después de aquel primer encuentro. Ahora está sentada en la mesa
de una panadería del barrio Prado Centro. No quiere comer nada y de tomar sólo
pide un yogurt. Después del episodio de violencia sexual por parte de su
padrastro ella estuvo internada en un hogar del ICBF en Santa Fe de Antioquia,
posteriormente, vivió con una familia adoptiva de ese municipio y luego con otra
en Bogotá. Todo esto pasó antes de los 9 años, edad en la que Liliana ya
deambulaba solitaria por las calles de la capital antioqueña.

A pesar de su disposición para tocar cualquier tema en la entrevista, Liliana hace


elipsis y omisiones a propósito o por honesto olvido. No cuenta, por ejemplo, por
qué fallaron sus intentos de adopción ni cómo llegó a Medellín. Se limita a
sentenciar: “Yo cogí la calle, el vicio, el consumo”, y su seriedad no deja pie para
interrumpir, pues lo que sí narra es que un día en las calles de la ciudad “una
amiguita que se llamaba Natalí Arroyave me dijo: ‘yo distingo un Centro de

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Acogida pa que esté estable allá, pa que no trasnoche tanto. Allá la dejan dormir,
le dan una alimentación, si usted no tiene ropita le colaboran con la ropa…’”.

Para entonces Marcela Zuluaga, la mujer que activó la ruta del niño maltratado
en Marique, dirigía el Centro de Acogida de Medellín. Allí llegaban niños y adultos
que habitaban la calle para resolver sus necesidades básicas: bañarse, vestirse,
comer y dormir, pero sólo por unas horas. El recuerdo de Liliana le llega a la
mente a Marcela como uno de los más dolorosos casos de explotación sexual
comercial en la ciudad… lo que Liliana no es capaz de narrar es que para
sobrevivir en la calle sin compañía, incluso a los 9 años, hay que hacer dinero
de alguna forma.

Conocer a Marcela fue para Liliana un evento muy importante en su historia de


vida: “Yo como vi que ella nos demostró cariño a todos y que los educadores de
allá también nos trataron muy bien, ya, yo quise seguir en esos procesos de
internado”, relata la joven. Así, a los 10 años Liliana llegó a Miraflores, un
internado de la Fundación Hogares Claret donde reciben niñas por abuso de
sustancias psicoactivas. Recuerda que allá le ayudaron a dejar los temores que
no había podido manejar después de la violación de su padrastro. Además, le
gustaban la comida, las compañeras, los educadores y la convivencia. No tiene
quejas de los castigos, nada.

Sin embargo, un año y medio después, Liliana se voló del hogar y regresó a las
calles. “Iba llegando casi a la última etapa”, se lamenta, “ya estaba coronando
porque a mí me vieron mucho el cambio. Interés en el colegio, pues, en la
escuelita, y mucha personalidad”. La niña, entonces de 11 años, estaba muy
apegada a una de las compañeras del internado a quien un día le dieron
reintegro familiar8 y, en sus palabras, “eso me dio muy duro y me volé”.

Cuando los niños y los adolescentes ingresan a la modalidad de internado del


Sistema de Protección permanecen aislados de la ciudad mientras realizan un
proceso dividido por etapas y orientado a restablecer los derechos que les fueron
vulnerados. Durante ese tiempo ellos pueden recibir visitas con horarios

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El reintegro familiar ocurre cuando un niño o adolescente que está internado por vulneración de
derechos regresa definitivamente a su entorno familiar.

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restringidos de sus familiares y allegados, ocasionalmente también pueden salir
con ellos. Pero Liliana no recibía visitas más que de gente que había conocido
en el mismo Sistema de Protección, es decir, de educadores que la conocían y
de Marcelita, como llama de forma cariñosa a Marcela. Por eso entró en crisis
cuando la niña con quien compartía sus ausencias se fue: “Me sentí sola. Me
sentí muy sola porque ella era la que estaba conmigo en los tiempos libres,
hablábamos… que una cosa, que la otra”.

Pero una vez afuera del internado su crisis interna no menguó, al contrario,
recuerda que “me sentía mal porque desaproveché una oportunidad que ya iba
adelante. Entonces por ese sentimiento me dejé llevar más al consumo, más de
lo que consumía antes”, es decir que no sólo volvió a ingerir drogas sino que,
perdida la oportunidad de recuperarse, quiso tocar fondo. Al regresar a la
sobrevivencia callejera Liliana también regresó a la explotación sexual comercial.
Pasaba su tiempo en fiestas y se iba sin reparos con quien le ofreciera dinero,
comida o drogas y esta situación deterioró fuertemente su salud física y mental.

“Entonces una vez, yo llevaba tres días trasnochando. Meras farras ¿sí me
entiende? Cuando llegaron los del Hospital Mental dizque: ‘¿vamos a ir a comer
a El Poblado?’ Y yo me dejé llevar. Ellos llegaron así porque sabían que si me
decían la verdad no me internaba. Cuando me fueron dejando fue allá en el
Homo, haciendo el procedimiento ya para el internado”.

Y aún con la mentira que supuso el rescate de Liliana, al ingresar otra vez a un
entorno de protección dice que “me amañé, me adapté, me puse a reflexionar
con una psicóloga y le conté por qué eran las tristezas mías: porque
desaproveché Miraflores, que ya iba avanzando mucho. Entonces ella me decía:
‘así usted vuelva a retroceder, usted puede dar muchos pasos adelante, cruzar
metas. Hay unas muy duras pa cruzar, pero hay otras…’”.

Liliana se enganchó con el Programa de Diagnóstico Dual del Homo, el cual está
dirigido a niños y adolescentes que habitan las calles y, además del abuso de
sustancias psicoactivas, tienen una enfermedad mental. Allí adelantó los
estudios que llevaba atrasados, aprendió a tejer bufandas en lana y a hacer
manillas y lagartijas de pepitas. Marcelita siguió visitándola los domingos y con

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los profesionales del Hospital conoció el Parque de las Aguas y el Aeroparque
Juan Pablo Segundo. El paseo que más la emocionó fue “cuando nos llevaron a
distinguir el estadio por dentro”, porque se dio cuenta de que los jugadores de
fútbol tienen en sus vestidores un enorme jacuzzi: “El jacuzzi es como que fuera
una piscina donde meten los zapatos”, describe. “¡Cómo tratan de bien a los
jugadores! Ese jacuzzi… ¿usted se imagina?”, dice entre risas de incredulidad.
Recuerda que pudo vivir la experiencia del deporte positivamente “porque fuimos
en sano juicio, no como cuando íbamos a ver los partidos así en las tribunas,
consumidos, bebidos… no, lo vimos en un sentido bueno”.

Pero al cumplir 18 años Liliana ya no podía quedarse en el Homo y, aunque le


faltaba sólo cursar el grado 11 para terminar el bachillerato, los psicólogos
recomendaron el reintegro familiar. “Llamaron a mi mamita, que es con la única
que puedo estar”, refiere con algo de recelo, pues ese año que pasó en la casa
de su abuela no fue muy feliz debido a una relación muy tirante con su tía, hija
de la abuela, quien no la tenía entre sus afectos.

Producto de la difícil convivencia familiar, Liliana regresó a las calles del centro
y, a la par que retomó el consumo –como aquella noche que la vi por primera
vez en el viaducto del metro– ruega por un cupo en el Homo para terminar el
bachillerato. Asegura que la mayoría de jóvenes que hicieron reintegro familiar
junto con ella están “allá en Prado”, es decir, pasaron de ser niños en explotación
sexual comercial a ser adultos en ejercicio de la prostitución. “Hay familias que
tratan muy mal a los hijos, los hijos se cansan de eso y cogen más bien la calle”,
reflexiona. “Yo tengo una amiga que se llama Dana. Ella está ahí por problemas
familiares, o sea: la mamá la maltrata, la insulta, le pide plata. La manda a que
se prostituya pa darle a ella la plata”.

Por eso Liliana quiere “que los padres de familia dialoguen con los hijos, o sea,
que todo no sea maltrato”, y yo le suelto la pregunta final: ¿Qué pasaría si tu
mamá te encuentra, conversa contigo y te pide perdón por la violación de su
pareja en tu primera infancia? Y antes de que yo termine de preguntar Liliana
responde en un tono más alto que el mío: “Yo sería capaz de perdonarla”, dice
enérgica, “porque a pesar de todo es mi mamá y me dio la vida”.

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“Pórtate juiciosa”, escribe María Fernanda en una carta dirigida a sí misma
cuando tenía 10 años. Las palabras están hechas con lapicero negro sobre una
cartulina rosada: “cuando estés en quinto, no faltes al colegio”, “no te vayas a ir
de la casa que alguien te hará daño”, “cuando cumplas años, no salgas con tus
amigas, quédate con mamá y no consumas”, “no estés tanto en la calle que te
llevarán donde unas monjas y ya no tendrás quién te sobe el cabello, porque
mami ya no estará”.

María Fernanda es una adolescente que vive en un internado contratado por


ICBF. Redactó la carta un sábado de 2017 durante una actividad del Grupo
Intergeneracional de Investigación (GIDI), un espacio propiciado por docentes
de la Facultad Nacional de Salud Pública, y que cada 15 días interrumpe la rutina
de las niñas que viven en la institución. La participación en GIDI es voluntaria.

Ese día Cristina también le hizo una carta a su infancia: “cuídate cuando vayas
a tener relaciones sexuales para que evites tener un embarazo o una
enfermedad. Tú te debes valorar. Tampoco permitas que te internen en una
comunidad terapéutica”.

A una Manuela de 10 años, su yo del futuro le aconsejó: “cuéntale a tu mamá


que abusaron de ti repetidas veces cuando estabas más pequeña, cuida tu salud
y sobre todo aprende a siempre poner límites”.

Una de las adolescentes prefirió no firmar, pero escribió: “vas a llorar al 100%,
habrán noches que no podrás parar, te rendirás, sentirás que no podrás más y
aunque aún no cambie el pensamiento del todo, aún trato de que sí cambie”.

“Aunque te apaguen tus sueños, quiero que sueñes”, finaliza la misiva.

Estas adolescentes están internadas, separadas de sus hogares, para hacer un


Proceso Administrativo de Restablecimiento de Derechos (PARD). Algunas lo
terminarán, pero la experiencia de los profesionales del Sistema de Protección
les advierte que otras lo abandonarán y en el caso de quienes tienen dentro de
sus vulneraciones la explotación sexual, las fugadas serán mayoría. Para
Maritza Serna, psicóloga que trabaja y estudia esta problemática, “pretender que

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estos NNA se queden en un internado es muy complejo”, sobre todo porque
tienen “hábitos arraigados a la permanencia en las calles”.

Pero existen otros muchos factores que influyen en esa deserción, como sentirse
solos (caso de Liliana), tener problemas de convivencia, recibir maltrato, extrañar
a la familia o los amigos, sentirse responsable del sustento de seres queridos,
entre otras. Por eso el proyecto Crecer con Dignidad implementó un modelo
nuevo, de puertas abiertas, que funciona desde hace tres años bajo el nombre
de Casa Vida Uno.

La casa está ubicada en el centro de la ciudad, atravesando la Avenida Oriental


a la altura del Edificio de los Espejos, en la mitad de la calle 57. La Maga Pati es
el personaje que abandera la lucha contra la ESCNNA en Medellín y su imagen
está impresa en la puerta de la casa, así no hay necesidad de ponerle un aviso.

Natalia Naranjo es la mujer que está detrás del personaje, ella trabaja con los
niños desde la prevención y promoción de sus derechos. La Maga cuenta que
“cuando estás dentro del Sistema de Protección te acercas a la niñez en unas
situaciones escalofriantes”, y denuncia que “hay niveles de maldad hacia los
niños y las niñas que no nos alcanzamos a imaginar, prácticas adultas que los
invisibilizan, les dan el lugar de objetos, los maltratan y los llevan a asumir
consecuencias sobre su cuerpo que no son suyas”.

Y a pesar de eso, Natalia ha visto a través de su experiencia que “cualquier


situación que te devuelva la palabra es curativa, que te devuelva el
protagonismo, te quite el lugar de víctima y te entregue la posibilidad de ser y de
hacer, es una oportunidad”. Por eso ella es capaz de ponerse en el lugar de los
niños que atiende, de ser su par para compartir juegos, aprendizajes e historias
de vida.

Pero hay otros retos que son de carácter cultural. “La explotación sexual
comercial está siendo una situación muy naturalizada, socialmente y por las
víctimas”, es lo que piensa Maritza, quien atiende a los niños, las niñas y los
adolescentes que llegan a Casa Vida Uno. Ella explica que “cuando tú sientes
que la situación es normal, tú ¿por qué tendrías que restablecer tus derechos?,
si tus derechos no están siendo vulnerados”.

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¿Cómo puede ser que la vida cotidiana de los niños en Medellín incluya
conseguir dinero teniendo sexo con adultos?, ¿por qué cosas han tenido que
pasar para que esa situación sea más natural que ir al colegio?

Cristina Londoño, directora técnica de la Unidad de Niñez, dice que los niños,
niñas y adolescentes que están en explotación sexual en Medellín “tienen
hogares con situaciones de violencia intrafamiliar, escasas redes de apoyo
familiar, algunos no están vinculados al sistema educativo”. Describe que cuando
llegan a la ESCNNA ya han pasado por situaciones de riesgo o vulneración de
derechos como “vida en calle, consumo de sustancias, abuso sexual, negligencia
o abandono, probablemente de años”, y enfatiza “incluso emocionalmente no
hay acompañantes”.

En Casa Vida Uno, además de una escuela, talleres, arteterapia, lúdica y


acompañamiento psicosocial para los NNA, los profesionales deben realizar una
reunión al mes con sus padres o acudientes. La pedagoga de la casa reconoce
las dificultades de llevar a cabo ese seguimiento, pues en demasiados casos son
precisamente los acudientes quienes han inducido a los pequeños a la
explotación. En otros, cuando la familia se entera de cómo los niños consiguen
el dinero no pueden aceptarlo, se niegan a creerlo porque son adultos sin
entradas económicas y/o enfermos que dependen de ese dinero.

De ahí que, cuando se les pregunta a los adolescentes que pasaron por el
Sistema qué hay que hacer para evitar que haya más niños en explotación
sexual, ellos responden: “que los padres de familia tengan trabajo”.

Casa Vida Uno debería atender un promedio de 30 niños al día, pero hoy atiende
unos 40 a la semana. Con el mismo pesimismo basado en la razón con que
Armando Zuluaga recorre el centro de noche para conversar, la pedagoga de
Casa Vida reconoce que “no tenemos casos exitosos”, y refuerza “un caso
exitoso es que en 5 años me llame un muchacho a contarme ‘profe, estoy
trabajando en tal empresa’, ‘me gradué de tal carrera’ o ‘profe, me casé y tengo
familia’, pero este proceso lleva apenas 2 años, falta esperar a que surta efecto
con el tiempo”.

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Por lo pronto Casa Vida Uno es una apuesta novedosa, “se creó pensando en
romper con los modelos habituales, como la comunidad terapéutica, en hacer
uno de puertas abiertas que funcionara tipo enganche”, dice la psicóloga. Por
eso la casa sólo funciona en semana de 9 a.m. a 9 p.m. y los sábados entre 12
del día y 6 p.m. En esos horarios se ofrecen actividades de 4 a 8 horas para que
quienes de noche trabajan en la calle tengan momentos para volver a disfrutar
de ser niños: deporte, arte, educación, juegos, salidas recreativas. Además
comparten desayuno y almuerzo, pueden acceder a servicios de psicología y los
acompañan a los de salud.

Pero el propósito fundamental de que exista Casa Vida Uno es que los que
asisten a ella se empoderen para tomar la decisión de internarse. Que conozcan
que tienen derechos para poder pasar a exigirlos, a través del proceso
institucional que el proyecto Crecer con Dignidad dispone para ellos: “esa es
como la apuesta grande que tenemos nosotros”, dice la Maritza, la psicóloga.

Y la casa funciona. Muchos NNA han ingresado a procesos de internado gracias


a la idea que se hacen de lo que es el Sistema de Protección en Casa Vida Uno.
Pero también son frecuentes los casos de niños que vuelven a la casa por
segunda o tercera vez, es decir, que ya tomaron la decisión de continuar su
proceso en internado, no aguantaron el encierro, se evadieron, volvieron a la
calle y luego regresaron a Casa Vida a iniciar de nuevo el ciclo.

Cuando un niño de Casa Vida decide que quiere internarse se le busca un cupo
en la segunda etapa de este proceso para remitirlo inmediatamente. Sin
embargo, cuando no hay cupo, se le envía al Centro de Diagnóstico y Derivación.

Historias fragmentadas

Cuatro niños que rondan los 15 años atraviesan furiosos el corredor del Centro
de Diagnóstico y Derivación que conduce de los dormitorios a la salida del
edificio. La reja que sólo se acciona desde la oficina de la Central de
Clasificación, que es la puerta del Sistema de Protección, les corta el paso.
Aferrados a los barrotes los adolescentes chillaron insultos contra los

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funcionarios, a cuyo cargo han estado desde que llegaron al Centro, hace tres
días.

-¡Pirobos! ¡Nosotros no somos esclavos de nadie pa’ limpiar baños cagados!

-¡Abran! ¡Yo más bien me voy donde mi tía en Copacabana!

-¡Ese pirobo pedagogo cómo nos va a poner a limpiar!

Tras ellos vino uno de los funcionarios a enfrentarlos.

-¡Respeten! Aquí no les hemos dicho pirobos para que ustedes llamen así al
pedagogo.

Uno más de los profesionales del Centro sale de una oficina para recordarles
que “ustedes firmaron un compromiso cuando llegaron aquí”. Les dice que por
eso no se podían ir, que se calmaran, pero él también gritaba.

Por fin, un pedagogo se acerca sin enojo, separa a los niños y se sienta con el
más alterado al pie de la reja. “¿Qué pasó?”, le pregunta con calma. El niño se
suelta a llorar. Conversan en voz muy baja. Se abrazan. Un rato después se
devuelven juntos por el corredor.

La función del Centro de Diagnóstico es evaluar la situación de los niños, niñas


y adolescentes que ingresan por la Central de Clasificación o directamente
remitidos por Casa Vida Uno. Un equipo de profesionales los entrevista para
determinar el estado de vulneración relacionado con cuatro categorías de
derechos: ciudadanía, protección, desarrollo y existencia. De este análisis
resulta un documento en el que se especifican los derechos que han sido
vulnerados en cada caso y cuál es la afectación base que determina su “perfil”,
con miras a la oferta institucional, es decir, para priorizar una de sus
vulneraciones sobre las demás.

Eso significa que, para poder brindar la protección, las historias de los niños son
diseccionadas, porque la oferta institucional está especializada. No es, por tanto,
y a pesar de los esfuerzos, una protección integral. Hay hogares para niños
abandonados o para abusadores de sustancias psicoactivas o para

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desvinculados de grupos armados o para quienes son habitantes de la calle, y
en cada uno de esos casos el modelo de atención estará enfocado en ese “perfil”.
Lástima que en Medellín haya niños adictos a las drogas, abandonados en la
calle y reclutados por grupos armados. En esos casos los profesionales y el
defensor de familia que allí trabaja dirán por cuál de todas las vulneraciones lo
internan, con lo que las demás no reciben atención.

Otro problema es que los motivos de ingreso de la Unidad de Niñez (es decir,
del Centro de Diagnóstico y Derivación) no son iguales a los de ICBF (o sea los
del defensor de familia). Los niños pueden entrar al Centro por abuso sexual,
uso y utilización (por grupos delincuenciales) y ESCNNA, pero el defensor de
familia no los puede derivar a un hogar para atender el abuso sexual o el uso y
utilización, porque no existe un lineamiento técnico en el ICBF para contratar
internados especializados en esas vulneraciones. Lo que sí puede hacer es
determinar que se envíe a un niño, una niña o un adolescente a Casa Vida 2,
cuyo modelo de atención se enfoca en la explotación sexual comercial.

Esta fue una gran conquista de Crecer con Dignidad y la Unidad de Niñez,
porque los recursos para el sostenimiento de Casa Vida 2, igual que de Casa
Vida 1 y del Centro de Diagnóstico y Derivación, los pone el gobierno local.
Además, el modelo de atención de las Casa Vida sí está sujeto a revisión y
modificación para mejorarlo por parte de los profesionales de Crecer, desde su
línea estratégica y misional de seguimiento a la Política Pública de Infancia y
Adolescencia (que está, por demás, libre de moral católica).

Todo este sistema de atención especializada a la ESCNNA sólo funciona así en


Medellín, donde desde la academia, las organizaciones sociales y los
profesionales del gobierno local se viene trabajando para erradicar la explotación
sexual comercial de niños y adolescentes desde hace años. Esta lucha ha
contado con apoyo técnico de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga
y el Delito (Unodc) y, en los últimos dos periodos administrativos, con cierta
voluntad política, motivada, en parte, por la gran exposición que ha tenido la
prostitución infantil en medios de comunicación nacionales e internacionales. El
estigma de que en Medellín los cuerpos de los niños se pueden comprar no

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combina con el modelo de la ciudad que organiza eventos internacionales, gana
premios de innovación y promueve el lema de la educación.

Con todo y las pequeñas victorias en contra de la ESCNNA, aún no hay


suficientes avances en cuanto a la investigación y judicialización de los
criminales que la promueven y se benefician de ella. Esto a pesar de que existe
el Caivas (Centro de Atención Integral a Víctimas de Violencia Sexual) y hay una
fiscal destacada para recibir, investigar y atender la Explotación Sexual
Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes. También hacen falta recursos
públicos, Casa Vida 2 sólo tiene 30 cupos para atender a toda la ciudad.

Para la directora de la Unidad de Niñez, “es muy importante que ahí


involucremos el Departamento de Planeación, la Secretaría de Hacienda y el hoy
secretario de Gobierno”, según señala Cristina Lodoño, estos “son tres actores
decisorios en la ejecución de las políticas y los programas de la Alcaldía de
Medellín”.

Por ahora, muchos casos de explotación sexual comercial terminan siendo


internados por otras vulneraciones. Así les pasó a Jenny, Liliana y Miguel, cuyas
historias inspiran este reportaje.

Hace falta también y sobre todo la discusión sobre los modelos de atención que
permitan proteger a los niños vulnerados según su historia de vida y no por
porciones, para evitar así que se queden pendientes de elaborar asuntos
fundamentales para sus vidas y evitar recaídas. O en caso de continuar las
fracciones, asegurar que no pase lo que denuncia la Directora Técnica cuando
dice que “si el defensor de un niño que llega al Centro de Diagnóstico y
Derivación en ESCNNA y con alto consumo [de sustancias psicoactivas], lo
remite a un programa de consumo de sustancias, que probablemente no está
especializado en temas de ESCNNA, tendríamos que acompañar entonces
nosotros [la Unidad de Niñez], pero no tenemos injerencia sobre los programas
que tiene contratados el ICBF”.

Frente a la idea de internar a los niños y adolescentes para poder restablecer


sus derechos habrá tantas miradas como experiencias de los “usuarios”. Sin
embargo, la que sigue es una voz más que autorizada para hablar del proceso

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institucional, pues esa fue su realidad desde los 4 años hasta hace menos de
uno, cuando ya estaba entrada en la mayoría de edad.

No es, entonces, un testimonio al azar. Cuando Kiomy ingresó a un internado,


en Colombia seguíamos regidos por el paradigma de la caridad cristiana y el
Código del Menor. Pero mientras ella crecía las cosas cambiaron en el papel: la
norma dejó de ser atender para empezar a proteger, y sus problemas ya no
fueron más “situaciones irregulares” sino derechos vulnerados. Ella vivió la
ruptura que significó el nuevo Código de Infancia y Adolescencia –Ley 1098 de
2006– internada en un hogar claretiano, es decir, cristiano.

Hay mucho por entender, empezando porque los niños que llegan al Sistema de
Protección de Medellín no tienen las mismas necesidades: Kiomy nació en otro
departamento, tiene una gemela, sufrió el abandono del padre, conoció las
drogas dentro de un internado y creció en una situación de cuidado colectivo que
llegó a conocer tan bien como cualquier educador.

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Mi primera institución la tuve como a eso de los 4 años, sí, me cogieron muy
chiquita. En ese tiempo vivíamos en Buenaventura, en uno de los barrios más
peligrosos que se llama La Playita, hasta ahora es un muy mal barrio. Un día yo
estaba jugando en un arenero con mi hermana Yanina y llegó un misionero, así
de la nada, y nos dijo que si nosotras queríamos estar en un internado como el
de la telenovela Carita de Ángel. Entonces nosotras le dijimos que sí, porque
soñábamos estar en un lugar en el que no tuviéramos que trabajar.

Es que nosotras vivíamos en un inquilinato. Mi hermana mayor, Lury, se


encargaba de pagar la pieza, en cambio a mis hermanas Yanina, Liliana, Ana y
a mí nos tocaba buscarnos la comida, nos tocaba lavar platos en otras casas y
cosas así para que nos la pudieran dar. Anhelábamos estar en un lugar donde
no tuviéramos que hacer ese tipo de cosas. Y ya, nos fuimos con el misionero.

Al llegar al internado me dio muy duro, de hecho lloré mucho porque fue la última
vez que vi a mi papá, Juan José. Él fue esa noche a despedirse que porque se
iba para la Costa y yo me puse a llorar, yo le decía que me sacara de ahí y él me
decía “Albita (él me llamaba como mi mamá) Albita no llore que yo voy a venir
por usted”, y yo llore y llore. Y ya. Nos dejó ahí y se fue.

Ese primer internado se llamaba El Hogar de la Niña Juan Pablo I y era de


monjitas. Ahí eso fue una cosa de locos porque, a pesar de todo, nosotras la
pasábamos muy bien. Era, por así decirlo, un internado privado, entonces las
niñas que tenían familia muy bien, nadie las molestaba, pero las niñas que no
teníamos familia era muy complicado, porque ahí sí las monjitas respondían de
otra manera, hasta el punto de que nos pegaban… yo me acuerdo mucho de la
hermana Sor Beatriz, la hermana Sor Amanda, la hermana del coro Sor Cristina.
Nos pegaban y como nosotras no teníamos a quién ponerle la queja… yo pasé
allá 6 años y me echaron cuando perdí el año escolar. Ahí comenzó la vida real,
por así decirlo.

A mí me iban a adoptar para otro país. No sé cómo hubiese sido la vida, no sé,
pero uno siempre piensa que la felicidad está más allá. Yo a veces me pongo a
pensar en cómo hubiese sido mi vida si mi hermana mayor me hubiera dejado ir,
a mi y a mi hermanita Yanina. Sino que mi hermana mayor, Lury, se puso muy

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mal, que no nos llevaran, que éramos las únicas hermanitas mellizas, que mi
mamá nos había dejado a cargo de ella, y eso era llorando… entonces la
defensora de familia le dijo, “usted consígame una familia [de aquí mismo] que
sea capaz de mantenerlas a las dos, y yo se las entrego”, y así fue.

Ya una vez con mi familia adoptiva, aún en Buenaventura, comenzaron los ciclos
de maltrato: nos pegaban por cualquier bobada. Una de las hijas de la señora
me cuidaba a mí, se llamaba Sandra, realmente nunca supe ella por qué me
tenía la mala, pero ella me pegaba sin razón, me daba con cables, con tubos
PVC. Así pasó un tiempo, luego yo me volé de la casa, eso fue como a los 11.

Fui a parar al barrio La Inmaculada donde vivía mi hermanito Wáshington. Pero


mi familia adoptiva fue por mí porque mi hermano no me podía tener, ellos tenían
mi custodia. Entonces, para evitar que me volviera a volar me mandaron para
Cali, me separaron de Yanina y allá me pusieron a vivir con la hermana mayor
de Sandra. Yo me le volé en la madrugada, porque ella también me pegaba. No
sé por qué era el resentimiento hacia mí, si yo hacía lo posible por tratar de no
respirarles duro. Me tocó caminar toda una noche, pasaron muchas cosas… el
caso es que resulté en la casa de una buena cristiana que llamó a la Policía y
me mandaron para una Casa Hogar, de ahí me remitieron a mi segundo
internado que se llamaba Hogar de la Luz, allá en Cali. ¡Ay, qué genialidad de
hogar!

Allá todo era como chévere, como bien, un ambiente muy bueno. Yo sabía que
al estar allá no iba a haber nadie que me gritara ni que me tratara mal, ni que me
pegara. Porque de eso era de lo que yo huía. Allá me sentí realmente muy bien,
la pasaba muy bueno, me hice amiga de casi todo el grupo, era muy divertido
estar allá, hasta que se me ocurrió la brillante idea de localizar a mi hermanita
Lury, entonces ella dijo que yo cómo me iba a dar en adoptabilidad, que yo tenía
familia.

Ella fue por mí a Cali y me mandó pa’ Buenaventura. Empecé a vivir con mi
hermanito Wáshington, pero eso era un barrio de locos, allá se metía la Policía
a diestra y siniestra, los manes se metían a la casa y uno tenía que darles
escondedero sino, pues eso era un problema, y hasta que un día yo estaba así

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toda sacoleada y estaba lavando los platos… y yo “noo, yo me tengo que ir, yo
no voy a vivir la misma vida miserable que mi hermanito” y me volé. Le robé 100
mil pesos y me vine. Viajé de Buenaventura a Cali, y de Cali me vine pa’cá.

Mi objetivo acá en Medellín era ya degenerarme en la sociedad, porque yo


seguía mucho a Calle 13 y, pues uno como es niño y medio estúpido, que uno
no pone atención a las cosas antes de hacerlas, entonces yo decía que él había
sido un drogadicto callejero, por la forma en la que él era. Yo lo admiraba. Yo
decía que tenía que pasar por la misma vida, entonces me vine para acá así, a
volverme una nada. Sola.

Entonces viajé, pero en la terminal de transporte pasaron unas cosas… entonces


me metieron en una jaula y me llevaron para el Centro de Diagnóstico. Allá me
quedé. Y eso que tenía cómo volarme, pa dónde volarme, y yo decidí quedarme,
yo: “¿un lugar donde me den comida gratis?, está bien”, y me quedé.

Ya después me mandaron para acá para el internado femenino Miraflores, de la


Fundación Hogares Claret, eso fue en el 2010… ay no, si no fuera por la comida,
por la dormida gratis, yo no me hubiera quedado. Siendo sincera yo me hubiera
ido. Porque es que ese lugar, ¡uy! antes sí era una cosa de locos. Antes nos
daban la terapia de choque, entonces era a gritar, que una se portó mal entonces
vamos a levantar al grupo que “¿qué es lo que pasa?”, por cualquier bobadita ya
le estaban quitando los privilegios a uno. Nos hacían terapias físicas, una muy
significativa para mí fue lavar esa piedra grande que usted ve ahí, esa piedra me
tocó lavarla a mí con un cepillo que no tenía casi cerdas y no tenía mango pa
uno meterle la mano, entonces al estregar eso uno se raspaba, era muy teso.

A ver, en Miraflores se manejan varias etapas, la primera es Acogida, que sirve


para acoplarse al programa. En mis tiempos duraba un mes, ahora son dos
meses porque ven que un mes no les funciona a las chicas. Luego está la etapa
de Identificación, que sirve para ubicar las problemáticas, el por qué una niña
empezó a consumir drogas. Créanme que el problema del consumo, por el que
uno entra allá, es el más pequeño de todos, porque detrás de eso hay cantidad
de cosas que uno no creería. En mi caso era que yo les tenía mucho miedo a los
adultos, pero el pavor, porque a mi en el pasado muchos adultos me habían

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hecho mucho daño, chiquita, entonces para mi era muy difícil hablar con ellos,
relacionarme, ir a psicología… entonces yo me escudaba diciendo “no, yo vine
aquí porque no tengo dónde llegar” o “yo llegué aquí porque estaba en situación
de calle” o cualquier cosa.

Había acciones de las otras personas que yo sentía como si me estuvieran


atacando, entonces, cuando al sentirme atacada, ahí mismo reaccionaba, no me
podía dejar atacar. Pero ya después empezaron a detectar por qué Yajhaira era
grosera, retraída, por qué Yajhaira siempre ve al otro como un enemigo, por qué
a Yajhaira le van a dar un abrazo y lo primero que hace es mandar el puño. Para
eso es esa etapa.

Después viene Elaboración, esa es la etapa más dolorosa que hay en el proceso.
Ahí uno empieza a poner en palabras lo que uno siente, porque uno muchas
veces sabe lo que siente pero no lo habla y lo que no se menciona no existe y la
palabra en el cuerpo explota. Por eso muchas niñas se han volado cuando llegan
a Elaboración, a muchas les da miedo enfrentarse al pasado porque muchas no
desean cambiar. Es que hablar del pasado es muy doloroso.

Ahí entra en juego la trabajadora social, porque ella es la que se encarga de lo


de la familia… Por ejemplo se pregunta “¿por qué esta niña es grosera?” y se da
cuenta de que a esa niña la maltrataron mucho en la casa, pero a ella no le gusta
hablar de ese maltrato. Sin embargo, como sigue siendo grosera, detecta que
necesita ella hable de ese maltrato para saber en la familia a quién hay que
intervenir. También entra la psicóloga a trabajar con la niña: “bueno ¿por qué
está siendo tan grosera?” y la niña responde “Ah por esto, esto y esto”, entonces
le dice “listo, vamos a trabajar con usted de tales maneras. Venga una hora diaria
a mi oficina y va a hablar de ese maltrato. Me va a contar la misma historia todos
los días”, y así.

Estando en Elaboración, una vez a mi me colocaron una Ayuda de lavar las


escalas de la cancha, fue porque llegué tarde a meditación. Allá meditábamos,
entonces llegar tarde implicaba tener una Ayuda. Entonces con una compañerita,
ella se llama Daniela, íbamos a empezar a estregar las escalas, y ella no trajo el

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balde y me va gritando, dizque “quihubo mija, ¿dónde está el balde? ¡Vaya por
el balde!” y yo “Oigan a esta”. Y me enojé y me cambié de ropa y salí y me fui.

Me volé, pero sólo me fui hasta la esquina de la panadería. Uno sale y uno es
como “Uy, juemadre, ¿yo por qué hice eso? ¿Por qué salí? ¿Ahora para dónde
pego? Ay noo”, entonces sí... a mí me tocó esperar a que fueran por mí.

Ahora hay una etapa nueva, cuando yo estaba no existía, es la etapa de


Consolidación. ¿Qué es consolidar? Sanar, perdonar, cambiar. Muchos decimos
“ay sí, te perdono” pero por dentro: “donde te coja te mato”. Y yo era una. Yo
era una de las que decía “Ay hombre, donde yo vea a Sandra, vea, le doy. ¡Ave
María!” y ahora no, ¿por qué?, es como que vos te tomés el veneno esperando
que el otro se muera. Y muchas niñas hacemos eso, vamos por la vida
llenándonos de rencores y no. ¡Consolide, sánese con su vida, sánese con su
pasado! Cuente su pasado pero sin una lágrima en sus ojos, cuente su pasado
sin que le de rabia lo que le hicieron… ¿Sí me hago entender?

Viene la etapa de Desprendimiento, cuando la institución te dice “bueno, has


trabajado un tiempo, has hecho lo que tenías que hacer, has elaborado, te vemos
cambios, mejoras”, y te empiezan a desprender. Te mandan a enfrentarte con
esa sociedad, porque una cosa es que vos en el hogar no tenés el vicio y no
tenés los problemas y nadie te pega y nadie te maltrata, pero otra cosa es cuando
a uno ya lo sacan. A uno le da miedo porque es que ellos no cambiaron, ellos
siguen siendo los mismos maltratadores, uno fue el que recibió el tratamiento,
entonces ¿uno cómo reacciona delante de ellos?

A mí me dejaban salir, pero con las familias de las chicas, porque como yo no
tenía. Las chicas me decían “Kiomy, venga, salga con nosotros”, y las mamás
me invitaban. Me dejaban salir 8 horas cada 15 días, con una familia diferente.

Ahora sí llega la etapa de Egreso, que es cuando uno terminó el programa por
cumplimiento de objetivos, todo chévere, todo bien, que fue lo que le pasó a este
pechito, que terminó su buen proceso, y ya lo sueltan. Ya. Si necesita alguna
ayuda uno va al hogar, recibe asesoría.

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A las niñas que tienen familia les hacen reintegro familiar, pero a mi me
mandaron fue pa otra institución, para Crecer Femenino, a estudiar, a terminar
mi bachillerato. Duré casi tres años allá y ya me mandaron de vuelta para
Miraflores pero para Casa Egreso, que ya no existe porque la quitaron. Ese
programa no era del gobierno sino de los claretianos directamente, entonces se
terminó la ayuda y lo quitaron… una cosa de locos.

Casa Egreso era un programa para chicas que no contábamos con red familiar.
Te permitían estar tres años, estudiar una tecnología, salir con trabajo… como
yo tenía, además, decreto de adoptabilidad, yo me quedaba hasta los 25 años y
me pagaban universidad. Antes de que se acabara la plata éramos ocho niñas y
era muy genial estar en Egreso: contábamos con computador, teníamos las
personas que se preocupaban porque sí tuviéramos dotación, nos daban llaves
para que entráramos y saliéramos. Eso sí, teníamos un horario porque, como en
toda casa, hay reglas: los fines de semana podíamos entrar a las 11 de la noche,
en semana entrábamos a las 10, y así. Pero como eso se fue acabando, llegó
un tiempo en el que solamente éramos dos: Idalmis y yo.

Mi proceso en Miraflores, después del intento de volarme cuando estaba en


Elaboración, fue difícil. Yo hice y deshice en el Hogar, casi no termino, hasta que
me dije: “ahh suerte. Ya, ya, ya. Me jarté. Me cansé” y ya me comencé a portar
bien. Un problema es que allá quieren que los procesos se hagan exactamente
en un año y eso no debería ser. Vos en un año ya debés de haber cumplido
todas las etapas y si no, no se le saca, no se le echa, no se le nada, pero
comienzan las recriminaciones: “¿dos años y usted aún aquí?”, entonces la niña
comienza como “uy… no, ¿dos años? ¿Por qué?”. No. Yo digo que es un
proceso, yo tengo oportunidad de equivocarme ¡Uff! Para no salir afuera y que
en cualquier bajón la embarre. Porque eso fue lo que les pasó a muchas, hicieron
el proceso bien, excelente, en un año, y salieron y no, recayeron.

Yo me demoré, pero cuando me comencé a portar bien se me empezaron a abrir


todas las puertas: me metieron a clases de música, se dieron cuenta de que yo
era buena para el canto. Descubrí que me encanta aprender, me fascina
aprender, entonces la gente me dice “Kiomy, salió este curso” y siempre y

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cuando yo tenga tiempo y disponibilidad: para allá voy. Me gusta todo lo que esté
relacionado con lo social, aquí, en la calle, con la gente, me encanta.

Entonces me gradué en el 2012, en Crecer Femenino, y luego hice unas


técnicas: Salí del colegio con media técnica en Finanzas, hice una técnica de
Panadería y Repostería, cursos en Logística, Radio Digital, Música, Break
Dance, un diplomado de Jóvenes con Incidencia Política con la Universidad
Pontificia Bolivariana, un año de teatro con la Corporación Proyectarte, un tiempo
con la corporación Circo Momo y otros que no me acuerdo. También He estado
en muchos eventos de ciudad, en la Casa de la Memoria, Hablemos de Medellín,
la Mesa contra la ESCNNA…

Todo eso lo hice en Egreso, pero como a lo último lo hicieron parte de Miraflores,
entonces yo ya no estaba en Casa Egreso sino que estaba prácticamente interna
otra vez. Me tenía que acoplar a casi todo, aunque sí me daban mi lugar, pues
porque yo era como una educadora más: hacía allá, movía aquí, era la
Presidenta del Comité y eso hacía movida y la terapia y todo. Pero me sentía
atrapada porque yo accedí a Egreso justamente fue para poder estar más afuera.
Así fue hasta que me salió la oportunidad.

En los Hogares Claret uno se puede bautizar, hacer la Primera Comunión y


confirmarse voluntariamente. Bueno, pues mi madrina de confirmación se llama
Luisa Fernanda Maya, ella es una chica que también estuvo en Egreso cuando
funcionaba. Un día me dijo: “Kiomy, yo tengo un plan de irme a vivir sola. Usted
es mayor de edad, ya ha estudiado sus técnicas, tiene su bachillerato, todo.
Usted no está haciendo nada en Miraflores y está muy aburrida allá. ¿Qué tal si
se viene a vivir conmigo?”, y yo: “ah, bueno, hágale”. Eso fue en marzo de 2017,
entonces ahora estoy viviendo con ella, trabajo en una empresa como auxiliar
administrativa.

Finalmente salí de la institución a los 20 años.

Puedo decir que algo que me marcó mucho fueron las comidas, porque en todos
los hogares en los que yo he estado las mamis cocinan muy bueno, todo lo hacen
con esa dedicación. Entonces, eso es algo que jum… de hecho, gracias a esas
comidas yo me quedé en Miraflores cuando estaba aburrida. También hubo muy

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buenas amistades, recuerdo mucho a Eliana, una compañera que iba más
adelante que me ayudó a trabajar todo el problema de la autoestima, me tenía
paciencia y cariño. Hubo una directora que todas las niñas amamos, ella se
llamaba María Antonia, no importaba si ella tenía el escritorio lleno de papeles,
uno llegaba a contarle cualquier problema y por más pequeño que fuera ella
dejaba todo para ponernos atención.

Es necesario comprender que la vida da las cosas a quien las merezca y creo
que yo he sido merecedora de grandes regalos, como el hecho de comenzar de
cero. Gracias a las mamis, las instituciones, a la vida por darme licencia para
vivirla y al universo por contribuirme con personas bonitas. Hoy puedo decir ¡lo
logré!

Gracias.

Ahora tengo planes de regresar a música. Yo canto, compongo letras y toco el


trombón, el profe de música me conoce desde hace 7 años. Pero ahora quiero
tocar el saxofón y como estoy trabajando quiero comprarme uno para practicar
y tocar y ¡ehh! armar la parranda.

También quiero ser trabajadora social. Yo creo que para ser trabajadora social
no se debería necesitar un estudio, sino vivirlo, ¿si me hago entender? Y yo ya
tengo la experiencia, ya tengo la práctica que es lo que se necesita para ejercer.
Pero bueno, me falta la teoría entonces quiero terminar mi carrera.

Me gustaría sacar a mis sobrinos de donde están. Hay algunos que se me están
desnutriendo, están pasando la misma historia que yo viví. Desearía sacarlos de
por allá, brindarles un estudio, que mi sobrino mayor ya no me dijera “ay tía,
¿sabe qué? yo voy es a trabajar”, porque le toca responder por las seis hermanas
que tiene detrás. Me gustaría sacarlo, que él ya no me dijera eso, sino “ay tía,
vea como me fue en el colegio” o “¡uy! tía ¿sabe qué? ya voy pa la universidad,
estoy haciendo papeles”. Que mis sobrinas dijeran “ay tía, yo de grande quiero
ser como usted”... Pero mis sobrinas no piensan en eso, muchas se tiran a la
calle todo el día y son por ahí, igualmente los papás tampoco es que hagan
mucho, entonces es muy tesa la vida así.

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En definitiva, quiero ayudar a mucha gente. Quiero que las personas escuchen
“Kiomy” y de una vez se alivien, que mi nombre sea un símbolo de “nada va a
pasar”, “todo va a estar bien”. Que por más problemas que las personas tengan
sea como: “ah, kiomy, ¡uy, no! ¿sabe qué? la vida por aquí tiene sus colorcitos,
no todo está negro”, ¿sí me hago entender? Quiero ser un puente al cambio,
quiero transformar vidas, más allá de cualquier otra cosa. Ese es mi sueño.

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A las 10 de la mañana, mientras las demás adolescentes del internado están en
pijama o en uniforme terminando de lavar su ropa, trapear los corredores y fregar
las gradas de la placa deportiva, Elisa atraviesa el patio en ropa de calle.

Al verla, sus compañeras empiezan a gritar.

– ¿Se va subir por la reja? – le pregunta alguna.

– Sí, porque no me quieren abrir – responde Elisa.

– ¡Que Dios la bendiga! – le grita otra.

– ¡Que la Virgen la cuide! – una más.

– ¡No deje el buso! – una cuarta.

Elisa, con un pequeño morral sobre la espalda, se encarama en la reja que


separa el internado de la calle y en dos brincos llega hasta arriba. Pasa una
pierna y luego la otra, queda sentada de espaldas al hogar. Se vuelve para dar
la última mirada y salta hacia afuera.

Una niña que no presenció la fugaz escena atraviesa el patio a toda carrera.

- ¿Elisa se voló? –pregunta agitada. Acto seguido se aferra a las rejas, mirando
a la calle, llorando.

- Elisa, devuélvase. ¡No se vaya! –suplica.

Pero Elisa no volteó.

Minutos después aparecen dos policías afuera de la institución. Hablaron con el


encargado en ese momento, es el procedimiento rutinario. Si Elisa quisiera
regresar tendría que iniciar el proceso otra vez, no podría sólo devolverse. Debe
llegar al Centro de Diagnóstico y Derivación, pasar por la evaluación, esperar a
que el defensor de familia dicte una medida de protección y luego a que haya un
cupo en algún prestador de servicio que pueda atender su “perfil”. No
necesariamente volvería al mismo internado.

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Ella lo sabe y sus compañeras igual. Pero saben también que en algún momento
alguien se va a volar, están tan acostumbradas que en unos minutos todo dentro
del hogar regresa a la normalidad.

Si bien la deserción de los procesos es uno de los retos más grandes en la


atención de la explotación sexual, los profesionales que trabajan para erradicarla
han aprendido a entenderla como una consecuencia de la historia de vida y el
presente de los niños, las niñas y los adolescentes en explotación sexual,
quienes ponen a prueba su voluntad al internarse.

Algunos de los funcionarios creen que es el Sistema de Protección el que debe


adaptarse a las necesidades de esos niños y no al revés.

Para el profesor Iván Felipe Muñoz, quien fue el primer director de Crecer Con
Dignidad, igual que para Maritza Serna, la psicóloga de Casa Vida 1, la ESCNNA
en Medellín requiere modelos de atención diferentes al internado.

Ellos, como otros muchos veladores de los derechos de las infancias y


adolescencias de la ciudad, promueven el cambio desde adentro del Sistema de
Protección. En cambio Marcela Zuluaga, que dirigió un Centro de Acogida y
trabajó en la Alcaldía, está desilusionada. Para ella la respuesta queda en las
manos de lo que pueda hacer la sociedad civil organizada.

En ese sentido, Francisco Rivero, de la ONG Corporación Educativa Combos,


lanza dardos al ente rector y al administrador local para hacer los cambios
necesarios en el PARD (Proceso Administrativo de Restablecimiento de
Derechos): “Creo que tenemos que pensar en ese asunto de la calidad”, dijo en
el foro público Retos y desafíos del proceso de restablecimiento de los derechos
de niños, niñas y adolescentes en Medellín. Y continuó: “Tenemos que pensar si
la calidad implica sacrificar la calidez”. El foro apenas comenzaba y como
panelistas también estaban representantes de la Alcaldía y de Bienestar Familiar
que escucharon con atención cuando Francisco terminó su idea: “Tenemos que
pensar si no estamos convirtiendo este Sistema de Protección en una copia del
Sistema de Salud, que uno va y el médico pasa más tiempo en el computador
que en la atención del cuerpo enfermo”.

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Lo que los moviliza a ellos, así como a Armando Zuluaga, a Cristina Londoño, a
Natalia Naranjo y tantos otros profesionales, es el descubrimiento de lo que son
realmente los niños y adolescentes vulnerados de la ciudad:

“Es verdad que a ellos les pasan cosas horribles”, reconoce Iván Felipe, “pero
yo he aprendido que no es solamente mirar el asunto desde el dolor y la tristeza,
sino también desde las posibilidades, y eso le da un poquito más de sentido”.

“Son fantásticos”, dice Marcela con una expresión de orgullo mientras pasan por
su memoria todos los rostros que tiene almacenados de sus encuentros. “Es
decir”, continúa, “aquí, con esa trapeadora, con esas baldosas y con esas
botellas, son absolutamente capaces de montarte la historia más fantástica”, y
enfatiza “y no solo estoy hablando de los niños y niñas en primera infancia, un
adolescente y un joven también lo puede hacer”.

A Verónica Betancur, politóloga que trabaja en Crecer con Dignidad, le parece


que el trabajo va en doble vía. “El paso a paso es marcado por ellos y ellas, que
son expertos en quebrar todo lo planeado”, resume, “y es así como emergen sus
situaciones y como vos te convertís en un acompañamiento psicosocial, a través
del diálogo y la empatía”.

Para ella “son esas ganas de vivir de los niños y esa capacidad de contagiar a
los adultos lo que más me llena de satisfacción, es lo que me da el ánimo para
pararme cada día, porque no sé con qué niño me voy a encontrar que me diga:
‘¡profe! tómeme una foto porque mire esta sonrisa tan grande que tengo y estas
ganas tan grandes que tengo de vivir’”.

La facilidad con que los adultos se entregan a su trabajo con los niños
vulnerados, a pesar de que eso significa someterse a ver, conocer y sentir la
sordidez de su mundo, no sólo da cuenta de una vocación humanitaria de parte
de los primeros, sino que también dibuja un panorama social en el que hay una
enorme distancia que media entre los niños y los adultos.

Aprender a quererse y cuidarse entre viejos y niños parece ser tan simple como
suprimirla.

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Así lo cuenta Iván Felipe: “La experiencia actual con GIDI (Grupo
Intergeneracional de Investigación), me ha dado indicios de que como sociedad
los adultos estamos muy lejos de los pelaos, porque parece que solo hace falta
acercarse de una manera tranquila, cercana, con ganas de conversar y no a
regañar. Con intencionalidad pero sin imposición”.

La esperanza es entonces que sean más los adultos que se acercan a los niños,
para poder luego sentirse responsables de garantizarles los derechos que exige
la Ley. Sin embargo, como lo ve Marcela, alrededor de los niños en la calle “hay
muchos imaginarios, y como que culturalmente nos han enseñado que uno
quiere es a la gente limpia, que huele rico”.

Ella, que ya no tiene frente a ellos ninguna clase de preconcepto, trata de


ponerse en el lugar de quienes nunca los han mirado y se hace a una idea de lo
que les impide acercarse: “Supongo que debe ser para la gente muy difícil
reconocer que detrás de esa ropa sucia, ese olor a veces nauseabundo y esas
cicatrices y el moco chorreando… debe ser muy difícil encontrar un rostro,
encontrar un nombre, encontrar una vida detrás de eso que nos genera
repugnancia”.

Para romper con los prejuicios de que los niños vulnerados son un costal de
tragedias, para poder entender sus capacidades, Marcela explica: “Cuando yo
he sido vulnerado en mis derechos me toca desarrollar unas habilidades
adicionales para sobrevivir, para superar esa situación que fue traumática,
dolorosa, que me generó tantas preguntas, y eso hace que pueda tener más
habilidades que otros niños que no han sufrido o han estado en situaciones de
estrés”.

***

Narramos para describir, con mayor nivel de detalle, esos asuntos humanos que
no pueden entenderse sólo con argumentos, que requieren empatía y corazón.

La historia que sigue está hecha de conversaciones con Miguel, quien es un gran
lector y tiene talento desbordado para la narración oral. Gracias a sus recuerdos
se puede entender la complejidad de los contextos en los que crecen muchos

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niños de Medellín, la forma en la que los problemas estructurales de esta
sociedad (desigualdad, inequidad, pobreza) afectan las vidas de las nuevas
generaciones, la naturaleza primordialmente afectiva de las necesidades de los
niños y adolescentes, su enorme capacidad reflexiva, crítica y autocrítica, incluso
en momentos de deterioro físico extremo.

Gracias a la generosidad de Miguel existe esta recopilación de confidencias,


algunas muy dolorosas, que ilustran lo fácil que puede ser enfrentarse a las
vulneraciones de derechos en esta ciudad y lo difícil que es someterse a un
proceso de restablecimiento de derechos y terminarlo.

Sin embargo, lo que mejor enseña Miguel es la resiliencia que reside en la


condición humana, la capacidad de frenar la autocompasión para evitar vivir en
la tragedia, la autodeterminación de niños y adolescentes.

Esta es una historia, en fin, para comprender por qué no todos los resultados
pueden medirse con indicadores: algunos son tan intangibles y valiosos como la
capacidad de hablar del pasado con la confianza de quien sabe que merece un
reconocimiento y no un estigma social.

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Cuando yo tenía 9 años vivía en Santo Domingo con mi mamá, mis 4 hermanos
y mi padrastro. A esa edad ya fumaba cigarrillito, así escondidito que mi mamá
no me viera. Ella entraba marihuana y perico a la cárcel de Bellavista, ese era
su trabajo cada domingo. Ganaba muy buena plata, pero como todo trabajo ilícito
llegó el momento en que la cogieron. Yo tenía 11 años cuando le dieron casa por
cárcel pero, como no había nadie que nos diera de comer, a ella igual le tocó
salir a trabajar. En una de esas la cogió la Policía y “ah, usted tiene casa por
cárcel ¿por qué está en la calle?”. Por eso le dieron 5 años de prisión.

Entonces nos quedamos solos. Mis dos hermanas menores, de 4 años y de 2


años, se fueron para donde una tía materna y, posteriormente, para donde mi
abuela materna; la hermana que sigue después, que en ese momento tenía 10
años, se fue a vivir con el papá de ella; y Pablo y yo, que somos los mayores y
tenemos el mismo papá, nos fuimos con la abuela paterna para Caicedonia, en
el Valle del Cauca, donde ella vivía. Recuerdo que justamente el día que
viajábamos para allá yo estaba cumpliendo los 12 años.

A los meses de estar en el pueblo ya fumaba marihuana, tomaba licor y tiraba


perico. Al tiempo empecé a vender vicio y, siendo eso un pueblo, mi abuela se
dio cuenta. Para acabar de ajustar mi hermano, que es mayor, también fumaba
marihuana, vendía vicio, tiraba perico, chorro, sacol, pepas, todo. Fue un
problema pero seguí hasta que, como al año y medio, cuando llevaba como 1
mes de entrar a sexto de primaria, en el colegio me pillaron fumando marihuana
y hablaron conmigo para que me internara. El internado se llamaba Fundación
Familiar Faro y quedaba en Calarcá, Quindío. Ese era el que estaba más
cerquita.

La terapia de esa fundación es cosa de locos, yo aguanté tres meses. Me volé.


Eso es terapia corrida desde que usted se levanta hasta que se acuesta. Todo
el día círculos con diferentes objetivos: expresar sentimientos, exteriorizar
sentimientos mucho más internos que lo llevan a uno a liberarse por medio de la
catarsis, gritando, llorando, muchas veces golpeando al piso y eso. Yo recuerdo
que, una vez, me hicieron una de esas y me tuvieron que coger dos pelaos
porque estaba ya desfasado. No quería estar allá y me volé un día a las 11 de la

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mañana, llegué como a las 10 de la noche a la casa, estaba lejitos. Mi abuela
me recibió y duré sin consumir como 2 semanas. Luego vuelve y juega.

Como vivíamos tan lejos yo no podía visitar a mi mamá en la cárcel, pero


recuerdo que una vez nos llegó de sorpresa a donde la abuela. Se consiguió el
pasaje y en unas 72 horas de permiso fue. Llegó como a las 7 de la mañana y
estuvo con nosotros hasta las 6 de la tarde. Una sorpresa muy grata, muy lindo,
después de dos años sin verla fue sentir de nuevo que tengo mamá… pensaba
“¿sí tengo mamá?”.

Después ya se complicó la vuelta. Mucha más marihuana, mucho más licor,


mucho más perico, pepas. Mucha más droga para vender, muchas más
personas peligrosas, armas, problemas, el bajo mundo en su totalidad. Yo creo
que yo ya tenía 14 años, no estaba estudiando, nada. Y así se fue yendo el
tiempo hasta que salió mi mamá de la cárcel.

A ella le redujeron la condena a 3 años por buen comportamiento y, como al mes


de eso, me devolví para vivir juntos en Campo Valdés, solo ella y yo. Muy bien,
muy bacano. Yo me puse a estudiar, fumaba marihuanita, había dejado de tirar
tanto perico, no estaba tomando chorro. Juicioso. Estaba validando en la noche
en el Alfonso Mora. Pero empecé a tirar ruedas, otra vez empecé a fumar mucha
marihuana, a tirar perico.

Mi mamá ejerce la prostitución desde hace muchos años… lo dejó el tiempo que
trabajó en Bellavista, cuando salió siguió y como había días que le iba muy bien,
había otros que le iba muy mal. Ella ya era una mujer mayor de 30 años y aquí
fácilmente se consiguen chicas de 15, 14, 16, entonces se vuelve más difícil. Por
ese entonces llegaba borracha y todo ese tipo de cosas que, la verdad, sí me
afectaban bastante. Así fue todo hasta que cumplí 16, aprendí a manejar una
máquina de confección y empecé a ganar muy buena plata. Es ilegal, pero me
contrataban, porque no era con una empresa que hiciera todo el papeleo. El
sueldo no bajaba de 180 mil semanal, más o menos, cuando ya le cogí el tiro.
Entonces pues, yo le ayudaba a mi mamá y tenía mucha plata pa consumir, pa
comprar cosas.

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Y volvió mi hermano mayor. Mi mamá lo recibió, normal, pero la relación de
nosotros siempre fue pésima, hasta hace un año aproximadamente. Nos
dábamos golpes como si fuéramos desconocidos, peleábamos muchísimo y un
día él me rajó la cara. Y yo todo lleno de sangre… más pepo, más ruedo, más
loco que quién sabe, le dije: “me voy ome, ¿yo qué voy a vivir acá ome? yo tengo
pa vivir solo”.

Viví un tiempo gratis en un inquilinato, luego empecé a pagar todos los días 10
mil. Me quedé sin trabajo y dije “bueno, no azara”, empecé a vender confites en
los buses, luego marihuana, chorro, pepas, perico, sacol. Cuando no había plata
pa pagar la pieza dormía en la calle, cuando no había confites miraba qué hacía,
no lo voy a negar: robar, peleas, problemas por ahí en la calle. En algunas
ocasiones, sí estuve con hombres por dinero.

Conocí Casa Vida 1 porque un chico una vez me dijo “eh, ¿vamos pa la
Fundación?” y yo “ah sizas, vamos”, y estuve yendo alrededor de 6 meses. A las
9 de la mañana abrían, yo entraba y me quedaba estudiando hasta la 1 de la
tarde, si había alguna actividad para hacer bacana me quedaba, sino me iba.
Allá hay chicos que sufren explotación laboral, que sufren violencia física por
parte de sus familias, porque no todos los chicos que están allá duermen en la
calle o son de la calle. Hay unos que no reciben el acompañamiento familiar, les
pegan, los insultan, no les dan alimentación, muchas veces no les dan vivienda,
no les dan estudio. Tú allá vas a ver chicos que no crees que se explotan
sexualmente, pero se explotan.

Yo te aseguro que vos ibas y me veías allá y no creías que yo hacía eso, te lo
juro. Las profesionales no lo creían, al principio creyeron que yo era fletero. Pero
resulta que la mayoría de los chicos que están allá están por Explotación Sexual
Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA).

Unas veces también visitaba a mi mamá abajo en El Raudal. Yo iba y la


saludaba, normal, “ah ¿cómo estás mami?”. Hablábamos, ella a veces me
regalaba plata pa comer o pa pagar la pieza. Y yo cuando me devolvía volteaba
a mirarla y la veía allá… Recuerdo que yo me paraba en una esquina y la veía
pasar por la calle, en medio de todos esos hombres, de todas esas mujeres

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semidesnudas de … ahh. Eso me partía el alma. Yo sentía que la dejaba como
en un mundo de muertos. Y me subía, vuelto una nada, a tirar sacol todo lo que
fuera.

Así pasé alrededor de un año, sobreviví, cumplí los 17 años.

Una vez estaba tirando sacol por La Avenida Oriental, al frente de Villanueva que
hay un parquesito, y desde hacía días tenía unos tombos encima que me la
estaban montando y llegaron. Me llevaron pal Cai del Parque Bolívar y ahí me
empezaron a insultar: “pirobo”, “hijueputa”. Me decían que yo me prostituía, que
yo era un marica, que yo no sé qué, que esto y que aquello. Y yo no me les
quedé callado, les dije: “qué ome, pirobos, ¡cacorros!”, entonces me pegaron. Me
dieron pata y bolillo todo lo que quisieron. Me dieron un golpe contra la pared
aquí en la cabeza, eso me salía sangre, se me hinchó. Ese día llegué a Casa
Vida 1 así, con la espalda llena de bolillazos y aquí en las costillas.
Inmediatamente me cogieron y me llevaron para el CTI, para la Procuraduría,
para la Fiscalía, y realizamos la denuncia del policía. Yo tomé el número, el
nombre, todo.

Luego me curaron, me mandaron unas pastillas. Ese día conocí a la defensora


de familia del Centro de Diagnóstico y Derivación, Laura Catalina. Ella me rogó:
“Quédese”, esa cucha es súper tesa, pero yo no quise. No quería estar internado.
No quería hacer un proceso de rehabilitación, no quería recuperar mi vida.
Quería seguir trasnochando, quería seguir tirando sacol, quería seguir en mi
promiscuidad, quería seguir mi vida en mi mundo. Con todas las cosas que lo
justificaban.

Pero seguí yendo a Casa Vida 1, inclusive una vez fue allá el psiquiatra y me
mandó Trazodona pa por la noche y ácido valpróico tres veces al día. Pero Laura
Catalina dijo que no me dieran esas pastillas porque como yo estaba
consumiendo todavía, quedaba rayado. Consumiendo y tomando pastillas.

Yo recuerdo que una tarde, cuando ya me curé y se me quitaron las heridas,


compré de esas botellas que son como si fuera media de guaro, pero llena de
sacol. Me fui pa la pieza y tiré sacol todo el resto de día y toda la noche. En la

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mañana fui a Casa Vida 1, pero cuando salí me fui pa la pieza con otra media de
esas a seguir tirando sacol todo el resto de día y toda la noche.

Qué engalochada tan hi-jue-pu-ta.

En la madrugada yo estaba bien, en mi viaje, normal, pero de un momento a otro


me entró una nostalgia indescriptible y lloraba como un niño. Me acordé de mi
mamá, de mi papá de mis hermanos, de todos. Estaba acostado en la cama y
lloraba con la botella en la boca. En un momento tiré la botella y seguí llorando,
pero luego fui y la cogí y seguí llorando y tirando sacol. Me sentía como el peor
ser humano del mundo.

Por la mañana me levanté, ya no había más sacol, me arreglé, llamé a mi mamá


y le dije “ma, me voy a internar”. Me fui para Casa Vida 1, hablé con la trabajadora
social e inmediatamente llamaron a Laura Catalina y ella me separó el cupo en
el Centro de Diagnóstico y Derivación. A las 6 de la tarde fueron por mí a Casa
Vida 1, allá me despedí de mi mamá, de todos.

Y me interné en el Diagnóstico. 25 días estuve.

Algo que me reconocen en Casa Vida 1 es que yo me demoré mucho para tomar
la decisión, pero cuando la tomé fue radical. Me dije, “lo voy a hacer y lo hago. Y
ya”. Yo veía cómo los chicos de Casa Vida 1 iban y se quedaban dos, tres, cuatro
días en el Diagnóstico y se devolvían como si nada. Y yo “no… si yo me voy a
encerrar, me voy a encerrar, sino mejor me quedo más bien por acá”.

Pero fue duro, la primera semana estuve enfermo del síndrome de abstinencia:
escalofríos, diarrea, vómito, fiebre, me dolían los huesos, sentía sueño excesivo
en el día pero por la noche no dormía nada, sudaba frío. Durante esa semana
no comí absolutamente nada, enfermo. Luego me vio el médico, me mandó de
nuevo ácido valpróico tres veces al día y Trazodona en la noche, además, me
dijo que tenía 13 kilos menos de los que debería tener. Fue en el Diagnóstico
que empecé a comer bien.

También me hicieron exámenes de sangre porque yo era muy promiscuo y tenía


muchas dudas sobre si de pronto tenía alguna enfermedad de transmisión
sexual. Porque pues, ¿pa qué me voy a poner a negar las cosas? Yo viví en el
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centro y como estuve con mujeres también estuve con no mujeres, y no sólo fue
por dinero, también por experimentar y porque en ese mundo, uno todo
sacoleado, todo loco, como que le puede a uno la arrechera más que cualquier
otra cosa. Pero pues bueno en ese año me hice por ahí 4 pruebas de sangre,
todas salieron bien gracias a Dios.

Al principio pensaba “¡ah! Qué cosa tan rara es esto, estar encerrado”, porque la
convivencia es difícil, había chicos tan bullosos, tan gritones, tan visajosos, tan
peliones. Y yo bien relajado, bien parchado, vivía era leyendo. En el Diagnóstico
me leí la trilogía de Los juegos del hambre. Súper tesa, me gustó mucho. Y eso
que sólo fueron 25 días.

En ese edificio hay una parte para hombres y otra para mujeres, no teníamos
mucha interacción, pero había una niña que iba con una profesional al sector de
los hombres a hacer algo allá en el almacén donde guardan la ropa. Entonces la
profe hacía allá su trabajo y la niña se bajaba. Yo me las ingeniaba y me metía
pa’llá a darle los picos. Por las noches, yo no sé ella cómo hacía, pero resultaba
en la reja que separa los sectores y, en la hora de la cepillada, los pelaos me
campaneaban y yo le daba los picos por ahí por la reja.

Mientras pasaba el tiempo me empezaron a contar sobre las Casa Egreso que
tienen las fundaciones para los chicos que terminan proceso en internado, cómo
les dan las universidades, y me dije “yo quiero y yo puedo”, y seguí firme en mi
decisión. Yo sabía que me estaban buscando cupo en un internado, era muy
probable que me mandaran a La Libertad, en San Cristóbal, que es de Hogares
Claret. Pero yo no me veía conviviendo con más de cien personas que hay allá
y les dije en el Diagnóstico que si me mandaban para allá, me volaba. Además,
yo quería ir a otra institución de Hogares Claret, Nuevos Horizontes, porque eran
sólo 40 personas y allá estaba Pablo, mi hermano.

Resulta que él se dio cuenta de que yo estaba en el Diagnóstico y me mandó


una carta con la trabajadora social de Nuevos Horizontes, entonces cuando me
preguntaron por qué quería ir allá dije “porque yo tengo una relación pésima con
él y yo quiero solucionar eso, y él también”, les mostré la carta, “mire, él quiere
que yo esté allá y yo también quiero ir”.

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Pues me mandaron para Nuevos Horizontes. Cuando uno llega le leen un pacto
de convivencia, ahí hay 4 normas cardinales: no consumo de sustancias, no
porte de armas cortopunzantes, no agresiones físicas ni verbales y no relaciones
sexuales. Vos firmás el pacto y te comprometés a cumplirlo. Y ya, el recibimiento
fue muy bacano, los chicos me decían “¿vos sos el hermano de Múnera?” y yo
“sí”, “te parecés bastante”. Lo más difícil al principio fue la convivencia con mi
hermano, aunque él me recibió muy bien y no nos pusieron en el mismo cuarto,
pero pues a mí me molestaban muchas cosas de él, sobre todo que yo le dijera
algo y él simplemente me respondiera “ey, dejá de ser así ome”.

Pero tuvimos pues la oportunidad de hacer ese trabajo desde psicología, desde
trabajo social, en grupos los dos juntos, y hoy en día la relación es muy buena.
Definitivamente esa es una de las cosas que más valoro que logré obtener en el
proceso. Y sigue siendo buena a pesar de que cuando él cumplió 12 meses en
el proceso, y ya tenía 18 años, me dijo “entrégueme mis cosas”, y se vino pa
donde mi mamá. Antes de irse conversamos:

-Miguelito - Me dijo- me voy, yo estoy aburrido, esto no es pa mí, yo ya me quiero


ir.

-Hágale Pablito, usted sabe cómo es, yo no le voy a decir que se quede porque
yo sé que usted es un hombre, yo sé que usted es un adulto y yo sé que usted
no es bobo. Usted sabe que toda acción trae su consecuencia.

-Hágale Miguelito, yo sé cómo es, Dios lo bendiga, ¿oyó? Lo quiero mucho.

Y se fue. En cambio yo me dije “no, yo quiero Casa Egreso, yo quiero estudiar.


Mi mamá no tiene nada pa brindarme, hoy tiene casa, mañana tal vez no”, y me
aguanté los 15 meses. Hoy en día mi hermano fuma marihuana otra vez. Ayer lo
vi, se parcha frente a mí y me pregunta, “¿a usted no le molesta?” y yo “no, fume
normal”.

También logré trabajar mucho respecto a la labor de mi mamá y a la posibilidad


de que en algún momento yo le pueda brindar algo mejor y ella simplemente
decida seguir con su vida. A reconocer que ella es una mujer adulta, que es libre

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de tomar sus decisiones y que esa es la vida que ella escogió así como yo escogí
la mía.

Con la psicóloga aprendí a reconocer habilidades, debilidades, a hablar de cosas


tan internas, tan internas, que no sé… era muy valioso. Por eso tuve todas las
asistencias a psicología posibles. La psicóloga se llama Marcela y yo le decía
“Marce… por lo menos cada 15 diítas, no seas así que a mí me gusta conversar
con vos”. No me podía llamar cada 8 días, pero cada 15 días me llamaba, y me
ponía trabajos: a cuidar una mata, a mirarme al espejo, a escribir, cositas de
esas. Luego iba y me preguntaba “¿cómo te sentiste mirando al espejo?”. Y yo
le decía y de ahí surgía un tema súper teso. Con ella logré una definición segura
de mi sexualidad, porque como que el mundo de la calle me había confundido y
pues a mí no me molesta estar con chicos gay y seguir siendo heterosexual, pero
en ese momento me confundía, yo llegué a pensar que el hecho de que no me
molestara compartir con ellos podía ser malo.

Al programa sí llegaban chicos homosexuales, pero las relaciones estaban


prohibidas, los llaman Contratos Sentimentales, y prohíben besos, abrazos,
caricias y relaciones sexuales. Había mucha velación para que esa clase de
situaciones no ocurriera, pero sí llegaron a ocurrir. Nunca pasó que dos chicos
tuvieran relaciones sexuales durante meses y no se dieran cuenta, pero pasaba
una o dos veces si mucho. Y el mismo grupo leía eso, los profesionales se daban
cuenta y activaban herramientas terapéuticas que permiten sacar a flote esas
situaciones en los círculos.

Los chicos gays no se podían vestir como niña, ni utilizar cosméticos, debían
respetar a sus compañeros y no hacerles propuestas inadecuadas, ni aceptarlas.
Tenían que manejar el límite, sino ellos se lo imponen, y ante todo el respeto.
Pero pues si el pelao quería decirle a la trabajadora social “ay, es que una
piensa…” normal, si se quiere autodenominar como una chica, como una mujer,
pues es respetable. Si quiere saludar así “hola, buenos días, yo el día de hoy me
siento tranquila, agradecida con Dios”, normal. Hay chicos que están tan seguros
y tan definidos de su sexualidad que normal, pero el respeto. En todo caso
estaba prohibido que la familia les llevara ropa interior femenina, ni ropa exterior
femenina, ni cosméticos, nada.

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Desde ese punto lo limita, más no lo someten porque si él decide vestirse como
mujer y actuar como mujer y maquillarse lo puede hacer afuera, y es decisión
suya si se quiere ir, aquí no está obligado.

En el programa los chicos somos “usuarios”, también nos nombran “residentes”,


entonces hay un espacio que se llama la Hora del Residente. En los programas
difieren en los horarios, en el mío era de 4 a 5 de la tarde. A esa hora todos los
días podíamos lavar, hacer tareas, hacer deporte, ver televisión, arreglarnos las
uñas. Yo la usaba para irme a leer. Me leí tantos libros que no me acuerdo de
todos, sé que no había mucho de qué escoger, pero los que encontré me
gustaron. Recuerdo El Perfume, Las 50 sombras de Greif, El otoño del patriarca,
El coronel no tiene quién le escriba, Crónicas de una muerte anunciada, El retrato
de Dorian Grey, El Principito, muchos de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que son
libros de superación personal pero el man lo hace de una forma que a mi me
gusta, narrando historias. También recuerdo Contraveneno, Juventud en
Éxtasis, Un Grito Desesperado, La última oportunidad, y así. Súper, en esas me
la pasaba.

De hecho hubo un educador que una vez me puso una Ayuda de que no podía
leer. Las Ayudas son experiencias educativas, te las imponen cuando tienes un
mal comportamiento. Y es que mi rutina era: en la mañana salíamos de
desayunar, yo me cepillaba y quedaba un espaciecito como pa uno ahí medio
relajarse antes de la siguiente actividad, yo leía. Después de la actividad
programada, leía. Después del almuerzo, leía. Después del aseo, por la tarde
que daba otro espaciecito, leía. La Hora del Residente, leía. Después de la
meditación, leía. Todos los espacios libres yo leía. Entonces cuando me pillaban
leyendo al escondido gritaban “mi líder, vea, Múnera está leyendo” y me
aumentaban un día de castigo. Luego me decomisaron los libros. Así pasé un
mes. Esa fue la Ayuda que yo digo “parce, ¿este man qué ome?”. Pero hoy le
encuentro el sentido. El educador decía que eso era un método de camuflaje,
para esconderme, para concentrarme en las historias, pero no en mí, en
revisarme. Yo me pongo a mirar y es verdad.

Un día, cuando llevaba 2 meses, me quería ir. Ya estaba vestido, ya tenía todo
empacado. Y los educadores llamaron a mi mamá y hablé con ella, luego me

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pasaron a mi abuela y lloré. Me rogaba “no te vayás, Migue”… esa fue la primera
de las 3 veces que lloré durante el proceso. Era un sábado y yo ya tenía todo
planeado, pensaba “me voy, tan tan tan, llego al centro, esto, aquello: me voy a
soplar”. Y la justificación era que no quería estar en ese sitio porque no quería
estar más con mi hermano, esa era la justificación, el miedo a enfrentar los
problemas, la del adicto: echándole la culpa al otro. Entonces ese día lloré.

Después, ya llevaba como 5 ó 6 meses, y un día a todos los que estábamos en


etapa de Elaboración nos dieron leña, nos regañaron: “es que ¿qué pasa pues?
ustedes ya llevan mucho tiempo ¿por qué no colaboran? ¿Por qué no son buen
ejemplo?”. Y yo terminé muy frustrado. Ese día me tocó hacer aseo antes de
acostarme, y yo cogía y me provocaba partir esa escoba. Luego cuando me
acosté no era capaz de dormirme, daba vueltas en la cama y de un momento a
otro empecé a llorar.

Yo sabía por qué estaba llorando: tenía miedo a no ser capaz de terminar el
proceso, de no ser capaz de recuperar mi vida. Tenía miedo de volver a consumir
y yo no quería. Tenía miedo de volver a dormir en las calles, de tener de nuevo
que aguantar hambre, que estar solo. Porque tenía miedo de ser mediocre, de
no lograr las cosas.

Esa noche me levanté como las 11 de la noche con la cara hinchada de tanto
berrear y lleno de mocos, y bajé donde el educador, él me escuchó. Lloré, lloré
y lloré y me aconsejó. Le debo tantas cosas a ese educador... él fue mi apoyo
todo ese proceso, aún lo es. Todas las confrontaciones me las hizo él, todas las
terapias de grupo me las hizo él, me ponía a hacer escritos, me ponía a hacer
cosas que no me gustaban y yo lo odiaba en ese momento, pero me sirvieron
tanto.

Los domingos había visitas desde las 12 hasta las 5 de la tarde. Te dejaban
poner tu ropita cachaca, no el uniforme. Mi mamá me visitaba por ahí cada mes,
cada mes y medio, cada dos meses. La abuela fue dos veces, a visitarnos a mi
hermano y a mí. En cuatro ocasiones fueron tíos. Y ya, muy esporádico. Yo ya
sabía que un domingo me ponía la perchita ¿por qué? porque me quiero sentir
bien, porque yo sé que soy lindo. Pero nadie me va a visitar, entonces me parcho

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¿cierto? Normal. Aunque eso siempre me afectó, al principio más fuerte, ya
después me reafirmaba que era lo que yo hiciera por mi vida, que yo estaba solo.
Que no podía contar con nadie más sino sólo con lo que yo hacía, tal cual.
Además no falta la hermanita del compañero que está bonita y que viene a
visitarlo…

Normalmente, los chicos empiezan a salir del internado a los 2 meses: primero
salen 8 horas y, 15 días después, salen 24, acompañados de un adulto
obviamente; a los 5 meses ya los dejan salir 48 horas cada 15 días; a los 8 meses
lo mismo pero cada 8 días; y a los 11 meses empiezan a hacer el
desprendimiento gradual, que consiste en que te vas el jueves y vuelves el
domingo, luego te vas el jueves y vuelves el lunes, después te vas el jueves
vuelves el miércoles y al final te vas el jueves y vuelves el otro jueves, y ese día
te hacen la despedida y te vas con tu familia. Pero ese desprendimiento gradual
era sólo para los que tenían red de apoyo sostenible, familiares que no fallaron
cada 8 días, que iban al Instituto de la Familia, que los profesionales visitaron su
casa y se dieron cuenta de que tenían todo para brindarle al chico. Entonces…
pues a mí ni la una ni la otra.

A los 9 meses de estar internado yo ya estaba próximo a cumplir los 18 años y


nunca había salido. Recuerdo que la primera vez que salí fue con Elisa, que era
trabajadora social en Casa Vida 1. Ella fue pero ya no era ese vínculo “yo soy tu
profesional y vos sos mi paciente”, no. Ya era como que, “vos sos un chico teso,
echale pa’lante, dale que yo te apoyo, estás conmigo, no estás solo”. Y yo como
que “ahh, ¡qué chimba!”.

En Nuevos Horizontes la conocían y ella dijo: “yo me hago responsable, yo lo


apoyo”. Entonces yo iba a la casa de ella un día, luego de un día pa otro, y así.
Luego mi mamá pudo conseguir una casa por allá en La Milagrosa, entonces me
quedaba un día donde Elisa y un día donde mi mamá. Ya podía salir solo, ya
estaba en la etapa que salía cada 8 días 48 horas.

Pero vine a salir apenas a los nueve meses ¿Así se sentirá la gente cuando sale
de la cárcel? Uff. ¡Qué maravilla! Yo pensaba, “yo aquí en mi casa relajadito,
viendo televisión o por aquí en la calle viendo niñas, y ellos allá encerrados en

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fila, en círculo… eso es muy duro. Pero yo ya hice lo que tenía que hacer, yo
disfruto”. Y así.

Con eso de las salidas hay una Ayuda que duele muchísimo, muchísimo, que
para poderse aplicar debe ser una falla bastante notoria: Trancado. Es decir, no
sale de terapia. Porque un chico se puso a pelear, porque en la terapia pasada
trajo armas cortopunzantes, porque estuvo a punto de consumir drogas, porque
su comportamiento en el Hogar ha sido irresponsable e irrespetuoso. Entonces
si este fin de semana le toca salida, pues no se la ganó entonces no sale y hasta
dentro de 15 días que le toque otra vez, y eso que si se la gana. Y esa Ayuda
duele bastante. Y ahí sí los ve usted a ellos frustradícimos, a mí nunca me
pudieron aplicar esa… Como me demoré tanto para salir y esas cosas pasan,
sobre todo al principio, me podían decir que estaba trancado y yo relajado “ah,
yo no salgo”. No me afectaba.

Lo que sí me dolía era ver evadirse a compañeros contemporáneos con el tiempo


que yo llevaba de proceso. Es decir, cuando se volaban. Porque el vínculo se
genera, inevitablemente vos convivir con chicos, dormir con ellos, comer,
recochar, conocer sus dificultades, que ellos conozcan las mías, que yo los
apoye y ellos a mí, eso genera un vínculo. Muchas veces me daban ganas
también de irme, pero nunca lo intenté excepto esa primera vez, porque estaba
seguro ya de lo que quería y de lo que iba a vivir acá afuera en la calle. ¿Pa
dónde me iba a ir? Qué pereza ir a aguantar hambre y frío. En cambio hay chicos
allá que llegan más desorientados, más confundidos.

También algunos llegan obligados y no se vuelan porque están amenazados en


el barrio, porque la familia los echó de la casa y no fueron capaces de lidiar la
calle, porque la familia les dice “si usted no deja de consumir y se porta bien yo
no lo recibo en la casa”. Hay quienes van a engordar, porque tienen la salud
deteriorada, pero no siempre hay convicción para cambiar. Y uno ya sabía que
no todos los días, pero sí que en una semana, en dos o en tres, se iban a evadir
uno o dos. A veces ninguno, pero de que la evasión iba a llegar en algún
momento, iba a llegar. Y cuando era un compañero, me daba duro.

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Cuando un chico tiene una crisis o deseos de irse los profesionales deben
realizarle una contención, o sea convencerlo de que no lo haga. Pero muchas
veces las madres le dan mejor contención a uno que el educador. Ellas son las
señoras de manipulación de alimentos, algunos les dicen tías y otros les decimos
madres, ellas se vinculan mucho con el usuario, se da la oportunidad cuando
uno está en la cocina lavando los platos. Mientras uno lava le cuenta la historia
y ella a uno también le cuenta cosas y así. Recuerdo un chico que llevaba varios
días diciendo que se quería ir, que se quería ir, que se quería ir, y le tocó cocina.
Entonces fue y estuvo en la cocina y habló con la madre y ya después nunca
más dijo que se quería ir.

Doña Gladys era una energía, oiga, Contrato mío9. Yo le brillaba las ollas y ella
me dejaba meras melonas. Cuando pasaba en la fila del almuerzo ella veía que
era yo y lleve su otra cucharada de sopa. Además, cuando se iba se despedía
de mí, “ya le dije a los de por la noche, allá le dejé en una coquita pa que le den”,
y yo: “gracias doña Gladis, Dios te bendiga”, “a usted mijo, usted sabe cómo es”.
Una madre.

Cuando estaba en la etapa de Consolidación, ya llevaba como 8 meses, me puse


a pelear con un compañero. Le moretié el ojo, él también me reventó la jeta,
porque eso fue de parte y parte. Y yo ya estaba saliendo de la institución, ya iba
muy adelante, entonces me decían “ese es el miedo a superarse, ese es el miedo
a tener un nuevo estilo de vida”. Me preguntaban “¿por qué se autosabotea?”, y
yo pensé “no me van a dejar salir más”, pero me dijeron “si no lo dejamos salir le
estamos ayudando a su enfermedad y no a usted, porque eso es lo que su
subconsciente quiere obtener, el autosabotaje y así no es. Usted va a salir
normal, pero ya sabe que dentro del programa tiene Ayudas”. Yo me sentía súper
mal, porque yendo tan adelante, siendo presidente del Comité Operativo,
teniendo un liderazgo grupal casi como el del educador, teniendo el apoyo de
tantas personas ya en ese momento, después de haber obtenido tantas cosas a
nivel individual, social, grupal, familiar… cagarla así. Yo como que “eeehh qué
es esto ome ¿qué pasa pues Migue?”. Y ya no me tenían que decir “vaya mírese

9
En el ambiente institucional a las relaciones de pareja se les llama “contratos sentimentales”, están
prohibidas, pero en este caso usa la palabra Miguel para expresar que la cocinera lo quería mucho.

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al espejo”. Yo solito iba y me hablaba “quihubo parce ¿entonces qué viejo?”.
Pero esa vez no lloré.

La tercera vez que lloré nunca se la conté a nadie. Fue precisamente en una de
esas salidas de cada 8 días, un viernes que visité Casa Vida 1 y como a las 4 de
la tarde me dio por ir al Parque Bolívar. Allá me encontré antiguas amistades,
me compré un tarro de sacol, me tiré el tarro y fumé marihuana. Llamé a mi
mamá y me decía “¿usted porqué está hablando así?, ¿qué pasó?” y yo “mami,
yo consumí”, “ah yo sabía, súbase pa la casa a ver”.

Yo no quería. Por Dios que yo no quería. No quiero. Era duro saber que hice eso
después de todo lo que había obtenido en el proceso. Yo lloraba a mares. Me
dio por llamar a Verónica, una amiga con la que estaba charlando, y me decía
“¿usted por qué me está hablando así Miguel?”. Yo me sentía lo peor. Pero mi
mamá es única, me dijo “¿usted qué piensa hacer? Usted sabe que si contamos
esto en la Fundación no lo dejan volver a salir”. Y yo le respondí, “mami, no
digamos nada, confíe en mí”, y mi mamá confió en mí. Y vea, hoy estoy aquí,
bien, a punto de empezar la universidad. Reconozco que sí consumí, sí recaí.
Nunca nadie supo. Y sólo esa vez. Esa fue la tercera y última vez que lloré en el
proceso.

Cuando cumplí los 18 años mi mamá me dio un celular y Elisa me regaló una
muda de ropa y me llevó a Santa Fe de Antioquia. Esa mujer es un amor. Ella es
como la mamá que yo hubiera querido tener, sin decir que por eso no ame a mi
mamá… Pero me hubiera gustado tener una mamá como Elisa. Ella es lesbiana
y la noviecita una vez me mandó un audio y me dijo “Migue, ¿sabe qué? yo lo
quiero mucho, usted me cae muy bien, usted tiene una personalidad excelente…
¿usted ya hizo la confirmación?” y yo “no”, “porque es que yo quiero ser su
madrina”, y yo no me lo creía. Nunca hice la confirmación porque no soy católico,
pero que me dijera eso fue muy bonito.

De por sí desde pequeños nos inculcan que hay que darle gracias a Dios en las
comidas. En el internado, antes de cada comida preguntaban “¿quién desea
hacer la oración?” y era voluntario. Igual que se persigne la persona que así lo
desee, el que crea se persigna, el otro podía decir en el interior “gracias Alá o

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Yahvé por esto alimentos”. También, antes de cada grupo terapéutico hacíamos
una oracioncita pa encomendarle al ser superior el espacio. Y era voluntario
hacer el bautizo o la Primera Comunión. Eso sí, a todos nos correspondía ir a
misa.

-Mijo, ¿usted no profesa la religión?, listo, le respetamos y le entendemos eso,


pero yo no puedo partir el grupo en dos, así que usted me hace el favor y me
asiste a la misa independientemente de si cree o no cree. Está allá calladito con
respeto y si quiere se pone a pensar en otras maricadas y no le pare las bolas al
padre.

Así le hablan a usted. A mí no me gustaba ir a misa. Más de una vez peleé,


“venga, pero ¿usted por qué va a ir en contra de mis principios? Yo no soy mayor
de edad, pero yo soy un ser humano autónomo que tiene la capacidad de decidir
¿por qué usted me está obligando a mi a ir a un espacio que yo no quiero
asistir?”, peleé, alegué, revoltoso y revolucionario, me alié como con 5 más así
súper tesitos, que no se les daba nada. Y allá nos tocó ir a misa ¿pa qué vamos
en contra de la corriente?

Y cuando nos portábamos bien teníamos derecho a los privilegios. Comúnmente


los entregaban el fin de semana, los sábados las 2 de la tarde o el viernes a las
4 de la tarde, depende del comportamiento del grupo en el transcurso de la
semana, que no hubiera situaciones relevantes por resolver: una agresión física,
un robo, un consumo de droga, una relación sexual, ese tipo de cosas, cierto.
¿En qué consistían? Nos decían: muchachos, pueden ver televisión, pueden
jugar fútbol, los que quieran leer pueden leer. Pueden ir a lavar ropa, les vamos
a prestar los juegos de mesa, les vamos a prestar los implementos deportivos.
Vamos a realizar las llamadas (todos los días le daban llamadas a una etapa),
pueden ver películas en el DVD y, cuando teníamos Play, pueden jugar Play.

También podíamos estar en pantaloneta, chanclas, más relajados, sin el


uniforme. El que quiera dormir puede dormir, pero no en las camas, vaya
acuéstese por allá en una manga, preste una colchoneta y vaya… así. Podíamos
ver televisión el sábado por ahí hasta las 11 ó 12 de la noche. Aunque yo me iba
a leer a jugar ajedrez o a hablar con los chicos.

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En esos meses los compañeros me buscaban mucho para hablar. Yo llegué a
saber cosas de chicos que no le contaban a los psicólogos, que no le contaban
a los profesionales. Por ejemplo hubo uno que me dijo: “ayer estuve en cita para
el estudio de los exámenes, tengo VIH”. Y nadie sabía eso, sólo la enfermera y
la mamá. Ya después tuvieron que contarle al director porque eso ya requiere un
tratamiento diferente. Y ese chico hablaba conmigo y yo como “¡¿Whaaat?! tenés
15 años, guevón”, yo ya iba para 18. “Parce, vos estás muy joven ¿qué pasa?”,
y así, cantidad de cosas que yo quedaba como que “por Dios, pero ¿yo qué
tengo?”, pero me hacía tan feliz. Llegaba a hablarme un chico súper frustrado,
llorando, y yo de todas las cosas que le decía, así fuera que lo hubiera
entretenido en algo diferente, el chico dejaba de llorar y estaba más tranquilo.
Luego lo veía por allá tirando caja, jugando o algo y como que “ahh, ¡qué
satisfacción parce!”.

Desde que yo me empecé a mover en el bajo mundo a mí me cuestionaba mucho


el por qué del comportamiento de los adictos, ¿por qué algunos tan callados,
algunos tan eufóricos, algunos eufóricos pero inseguros, algunos supuestamente
seguros pero cagados del miedo? Me parecía raro. Y cuando llegué a proceso,
con el pasar del tiempo generé esa empatía con los chicos, que me buscaran a
mí para hablar, conversar y me di cuenta de que yo les hablaba y les daba
devoluciones que no creía que era capaz de dar, y que ellos lo asumían de forma
positiva, eso fue un descubrimiento. Pensé “eh, qué bacano este sentimiento
ome, esto es lo mío”. Y yo ayudaba en los grupos, yo hablaba, yo expresaba, yo
iba mucho a psicología y bacano. Como uno cuando está llegando a la etapa de
Desprendimiento ya debió haber pensado qué quiere hacer con su vida, lo decidí:
Yo voy a ser psicólogo, eso es lo mío, me llena, soy feliz haciéndolo y soy bueno
para hacerlo. Esto es lo mío.

Pasa que por lo regular el adolescente adicto a las drogas está retrasado
académicamente. Entonces hay un desconocimiento de lo que las universidades
o el Estado les puede brindar, no sólo como apoyo económico, sino como
carreras en sí, además del desconocimiento interno de qué es lo que quieren
para la vida. Y llegan a un contexto donde las carreras más notorias son las
humanidades: pedagogía, trabajo social, psicología, educadores terapéuticos y
el director del programa, que por lo general tiene experiencia terapéutica, es
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psicólogo o ha tenido algún tipo de estudio relacionado con la administración y
las humanidades.

Algunos llegan muy seguros: “yo quiero estudiar artes plásticas”, o “yo quiero
estudiar contabilidad”. Pero otros ni siquiera sabían si querían hacer el proceso
y todavía siguen en esa confusión. Entonces llegan y se encuentran con que las
humanidades es un trabajo que consiste en ayudar al otro, esto, aquello, y por lo
general en el proceso las personas más avanzadas escuchan a los que
necesitan hablar y eso en muchos casos, como el mío, les reafirma qué es lo
que quieren para la vida o encuentran que eso es lo que quieren.

Yo llegué a Nuevos Horizontes en séptimo y en 15 meses llegué a once,


validando con profesores que iban hasta allá a darnos clase de 8 y media a 12 y
media del día sólo los martes, miércoles y jueves. Yo pienso que ellos son muy
alcahuetas o yo soy muy teso. Los de las universidades nunca fueron y nunca
me llevaron a conocer alguna. De parte del Sena y del Inder hay un poco de
acompañamiento, pero en un mínimo porcentaje.

Yo tengo tres certificados de cursos del Sena, uno en Emprendimiento innovador


y otros dos en cosas agrícolas y pecuarias, porque la sede que nos visitaba era
la de Caldas y esa era la oferta de ellos allá.

Bueno, cuando uno ya está terminando proceso va donde el psicólogo y le


pregunta “psico, ¿qué se va a mover conmigo? ¿qué van a hacer conmigo?”,
entonces hay dos opciones. Puede que le digan: “ah mijo, vea, usted sabe que
usted no tiene familia, prácticamente ha estado sólo durante todo el proceso y
pues, la defensora ¿pa dónde le va a dar Egreso? No, no lo podemos dejar por
ahí tirado a la deriva, no. Estamos buscando cupo en una Casa Egreso donde
usted pueda estar, donde le den el estudio, la vivienda, la alimentación, el apoyo,
por lo menos durante un tiempo, mientras que usted tan, tan, tan, tan, tan”, eso
pasa independientemente de la edad del muchacho.

Al contrario, la otra opción de respuesta es: “no pues vea, la trabajadora social
ya fue a su casa, ya miró el entorno en el que usted va a vivir, ya habló con su
mamá, con su papá, ya hemos hablado con usted, y por lo que vemos sí hay la
posibilidad de un Reintegro Familiar. La defensora va a hablar con su familia, va

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a hablar con nosotros, nosotros le vamos a dar el reporte de su proceso
terapéutico y de la evolución del mismo y entonces ya hablando con ella
llegamos a una conclusión. Su familia tiene audiencia con la defensora tal día a
tal hora, nosotros le avisamos” y a los días uno pregunta “ah psico, ¿qué pasó
en la audiencia?” y le dicen “no pues, la defensora habló con sus papás, habló
conmigo y llegó a la conclusión de que te vamos a dar Reintegro Familiar.
Cuando cumplás el tiempo y el cumplimiento de los objetivos te damos la boleta
de egreso”.

En mi caso fue la primera opción. Una noche el director me dijo “ya llegó su
boleta de egreso, mañana entonces pa que si algo yo voy y lo llevo”, yo ya sabía
que venía para esta Casa Egreso. Y llegué solito. Me despedí en el Hogar de
Reymundo y todo el mundo, fui por la ropa a la casa y llegué aquí como a las 2
de la tarde, con mi maleta. Me recibió uno de los pelaos, ellos ya sabían que yo
ya iba a venir porque este cupo yo ya lo tenía ganado como desde hace 7 meses
atrás. Entonces vino el director, vino el encargado de la Casa Egreso, me dieron
el dormitorio, yo ya sabía las reglas pero me las volvieron a decir, me dijeron más
o menos el modus operandi de la Casa Egreso, las actividades, las
responsabilidades, las libertades, todo.

Esta Casa Egreso no tiene ningún contrato o vínculo con el Estado, o ICBF o la
Alcaldía de Medellín, no. Los gastos los asume directamente la Fundación
Hogares Claret por ingresos externos. Yo logré el objetivo de llegar acá y ahora
estoy a un mes de iniciar mis estudios en psicología y tengo pensado hacer otra
carrera, ojalá en la Universidad de Antioquia, una de la rama social, no sé si
Derecho.

Aunque en general mis sueños son muy básicos: tener esposa, hijos, una familia,
un hogar, un trabajo que me llene, que me haga sentir feliz y que me de para
vivir cómodamente. No aspiro riquezas, aspiro tranquilidad. Básicamente es eso.

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