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CATECUMENADO

SUMARIO:
I. Origen y evolución histórica del catecumenado.
1. Antecedentes bíblicos.
2. Nacimiento y configuración primera: ss. II-III.
3. Evolución y cambios posteriores: ss. IV-VI.
4. Mantenimiento formal y decadencia práctica: s. VII ss.
5. Intentos de recuperación en la evangelización del nuevo mundo: ss.XVI – XVII.
6. Renovación catecumenal en la época moderna: finales del xIx - xx.
7. El catecumenado en el Vat. II y el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (= RICA).

II. Sentido y realizaciones del catecumenado en la iglesia actual.


1. Una iglesia con talante catecumenal.
2. Objetivos del catecumenado.
a) Maduración de la conversión y de la fe.
b) Experiencia del Espíritu e inmersión en el misterio.
c) Vinculación más estrecha a la iglesia y experiencia de comunidad.
d) Aceptación responsable de la misión.
3. Identidad del catecumenado.
a) Es un proceso dinámico señalado por etapas.
b) Es un proceso marcado o significado por ritos.
c) Es un proceso comunitario y en comunidad.
d) Es un proceso educativo y doctrinal.
e) Es un proceso vivencial.
f) Es un proceso comprometente;
4. Catecumenado e iniciación cristiana.
5. Conclusión.
Se entiende por catecumenado (de katejein = instruir de palabra), en sentido más clásico, la
institución iniciática de carácter catequético-litúrgico-moral, creada por la iglesia de los
primeros siglos con el fin de preparar y conducir a los convertidos adultos, a través de un
proceso espaciado y dividido por etapas, al encuentro pleno con el misterio de Cristo y con
la vida de la comunidad eclesial, expresado en su momento culminante por los ritos
bautismales de iniciación: bautismo, ritos post bautismales, eucaristía, que, normalmente
presididos por el obispo, se celebran el sábado santo durante la vigilia pascual.

El catecumenado es, pues, una pieza fundamental del conjunto de elementos que componen
el proceso de la iniciación cristiana. Hasta el punto de que sin él no puede considerarse que
tal iniciación ha llegado a su plenitud. Por eso a lo largo de la historia, de una u otra forma,
se le dio gran importancia teórica, aunque no siempre se le diera el mismo valor práctico.
Hoy se ha venido a revalorizar tanto la importancia teórica cuanto la realización práctica
del catecumenado a diversos niveles'. Pero su puesto en la estructura iniciática ha variado
con frecuencia en relación con el que tuvo en la iglesia primitiva. Mientras que en los
primeros tiempos de la iglesia precedía al bautismo, normalmente celebrado con adultos, en
nuestros días suele realizarse con frecuencia después del bautismo, generalmente celebrado
con niños.

Nuestro objetivo es ofrecer las líneas maestras de evolución y sentido del catecumenado,
teniendo especialmente en cuenta la aportación de los autores y de la iglesia hispánica,
sobre todo en los ss. vIl y xvl, y tratando de mostrar las formas posibles de recuperación y
actualización del catecumenado, desde la situación actual de la iglesia, principalmente en
España.

I. Origen y evolución histórica del catecumenado.


Para comprender la verdad de la institución catecumenal es preciso que primero
recordemos la evolución del catecumenado en la historia, de modo que podamos decantar
lo permanente y lo variable del mismo.
1. ANTECEDENTES BÍBLICOS.
Cristo no creó la institución del catecumenado. Pero la comunidad cristiana se encontró ya
con un germen de institución catecumenal procedente de la tradición judía, y con un
contenido catecumenal basado en el mensaje de Cristo y en las mismas exigencias de
conversión y de fe para el seguimiento de Cristo. La tradición judía imponía unas
condiciones y medios para entrar a formar parte de la comunidad, como se manifiesta en
estos dos ejemplos más típicos:
a) El de la admisión en las sectas judías (sobre todo en la comunidad de los esenios del
Qumrán), que implicaba una iniciación progresiva a modo de etapas, un tiempo de
formación y purificación, unas pruebas y un discernimiento por parte de la comunidad para
ser aceptados.
b) Y el de la admisión de los prosélitos (según aparece en la literatura rabínica de finales
del s. 1), que incluía la predicación misionera para la conversión, la purificación de los
motivos de esta conversión, el examen de admisión realizado por tres rabinos, la
instrucción sobre los mandamientos y la ley de Dios, y, finalmente, la circuncisión y el
bautismo.

El Nuevo Testamento no nos ofrece una ordenación tan clara de los elementos de
preparación al bautismo, pero ciertamente alude a esta exigencia de preparación. Aunque
algunos textos pudieran hacer pensar en un bautismo repentino (He 2,37-38; 2,41), sin
embargo, son frecuentes los textos que se refieren a una preparación y discernimiento
anteriores a su celebración.
Así se manifiesta en la sucesión de secuencias: predicación, acogida, petición y bautismo
(He 2,37-39; 8,27-28); en la conversión y decisión irreversible que implica el bautismo
(Heb 5, 12-6,3); en la exigencia de una fe verdadera, que conlleve la renuncia a los ídolos y
el conocimiento y servicio del Dios vivo y verdadero (1 Tes 1,9-10).
En la distinción que de algún modo se hace entre la primera evangelización, la catequesis y
la petición del bautismo, tal como aparece en el caso de Cornelio (He 10,1-11,18)... En una
palabra, parece claro que, aunque no aparezca en el NT un catecumenado estructurado, sí
aparece un contenido y unas secuencias catecumenales exigidas por el mismo sentido que
se le da al bautismo.
No se bautiza sin más a los que quieren ser cristianos. Se les exige el conocimiento, la
conversión y la fe, que suponen un cambio total de vida y requieren un espacio y un tiempo
determinados (He 2; 5,9; 8,20-21). En el s. 1 no existe el catecumenado como institución
codificada, pero existe ciertamente el proceso catecumenal como verdad vivida.

2. NACIMIENTO Y CONFIGURACIÓN PRIMERA.


SS. II-III. Durante el s. II resulta patente la necesidad del catecumenado, dada la situación
en que vive la Iglesia (reducida, perseguida, en ambiente pagano y hostil...), la dificultad de
mantenerse en la fe, la urgencia de profundizar en la conversión, la exigencia de conservar
la unidad eclesial. Conscientes de que todo esto exige una preparación y un discernimiento
serios, se ordena un proceso catecumenal por etapas en orden a la conversión sincera y a la
transformación total de vida', y para hacer posible el "acceso a la fe, la entrada en la fe y el
sello de la fe" (accedere, ingresi, obsignare), como condición de autenticidad de los ritos
bautismales y como garantía de fidelidad en la vida cristiana.
Los testimonios que hablan del catecumenado ya en esta época son muy importantes, y
entre ellos cabe destacar Justino (hacia 150) y la Tradición Apostólica de Hipólito (hacia
215), en Roma Tertuliano ( hacia 220) y Cipriano´(+ 258), en Cartago; Clemente (+ antes
del 215) y Orígenes (+ 253/254), en Alejandría; los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, las
Pseudo-clementinas (principios del III) y la Didascalía de los Apóstoles (primera mitad del
s. III), para las iglesias siropalestinas. De entre todos estos testimonios, nos parece que los
más representativos, ricos e importantes son la Tradición Apostólica y Orígenes.
Será la Tradición Apostólica (nn. 15-22) la que por primera vez y de un modo más
completo nos proponga la estructura del catecumenado, que supone tres tiempos o
momentos:

a) Entrada en el catecumenado (nn. 15-16), que supone la evangelización y conversión


primera, la presentación realizada por los padrinos y el examen de admisión, con lo que,
verificada la sinceridad de actitudes, motivos y actividades del candidato, éste viene a ser
incluido en el grupo de los catecúmenos.
b) Tiempo de catecumenado o catequesis (nn. 17-19), que en Roma dura tres años;
desarrolla la dimensión doctrinal (formación-ilustración), la moral (cambio de costumbres-
conversión) y la ritual (introducción a la oración y los símbolos), y viene a ser como el
largo camino por el desierto hasta llegar a la tierra prometida por el bautismo cristiano.
c) Elección para el bautismo (n. 20), que tiene lugar después de haber pasado por un
segundo examen, donde padrinos y comunidad testifican de su conducta y preparación, y
los candidatos son considerados como aptos o elegidos, en orden a una preparación más
intensa y definitiva al bautismo (con la oración, la imposición de manos y exorcismo, el
ayuno y el rito del effetá), que tendrá lugar el sábado santo en la vigilia pascual.

Se trata, pues, de un proceso con diversos grados, como indica la misma nomenclatura que
se utiliza: simpatizantes (accedentes), catecúmenos oyentes (auditores, catechumeni) y
elegidos o iluminados (electi, illuminati) (nn. 17-20). De forma semejante se expresan
Tertuliano° y Orígenes.
Sobre los contenidos del catecumenado, aun existiendo variaciones, parece claro que se
destacan dos vertientes principales: una más moral sobre las dos vías (bien-mal, vida-
muerte), destinada a madurar la conversión y la opción cristiana, abandonando los cultos y
costumbres paganos; y otra más dogmática o doctrinal que o bien comenta la Escritura en
clave histórico-salvífica o bien explica la fe del credo o símbolo de los apóstoles en un
sentido trinitario y salvífico. En cuanto al aspecto más ritual, si bien no se habla con tanta
explicitud, no cabe duda que se iniciaba a la oración y a los símbolos también durante este
tiempo, corno lo indica la misma Tradición Apostólica (= TA) 18 al hablar "De oratione
eorum qui audiunt verbum"
Para que todo esto pudiera cumplirse se requería la dirección de unos "responsables" o
"ministros". Además del obispo y los presbíteros (TA 20), nuestros testimonios hablan de
los padrinos (que ejercieron una función muy importante, comunicando espontáneamente la
fe y suscitando el interés y la primera conversión); y sobre todo de los catequistas o
doctores audientium, que podían ser clérigos o laicos ("sive clericus est qui dat doctrinas,
sive laicus": TA 19), habían recibido una encomienda o misión por parte de la comunidad u
obispo y tenían por función preparar e instruir a los catecúmenos, adaptando el mensaje a
su capacidad, dando testimonio de vida, iniciándolos a la oración e imponiéndoles las
manos y testificando ante el obispo de su conducta moral y su dignidad.
Los ss. III-IV constituyen ya el pleno desarrollo de la institución catecumenal y el momento
álgido de su autenticidad. Las evoluciones posteriores habrá que juzgarlas a la luz del
modelo ya entonces conconfigurado.

3. EVOLUCIÓN Y CAMBIOS POSTERIORES.


SS. IV-VI. A partir de la paz constantiniana (313) se producen cambios eclesiales de gran
importancia: conversión masiva, reconocimiento oficial de la religión cristiana, favor de los
emperadores, aumento del bautismo de niños y disminución del de adultos... Esto llevará,
sobre todo a partir del 430-450, a cambios sucesivos en el catecumenado, que conducirán a
una progresiva desaparición. Podemos concretar en tres los cambios más significativos: a)
Ambigüedad de motivos por los que se pide el catecumenado: a veces de interés político o
social más que cristiano". b) Costumbre y tendencia a extender el tiempo de permanencia
en el catecumenado con el fin de gozar de sus ventajas y librarse de las exigencias del
bautismo2°. c) Retraso del bautismo prácticamente hasta el final de la vida, creando una
situación anormal y suscitando la extensión del bautismo de niños.

Consecuencia de todo ello fue una progresiva devaluación de la institución catecumenal, a


pesar de las protestas de los responsables y la introducción de algunas modificaciones
significativas para adaptarse a la nueva situación de los candidatos. Entre estas
modificaciones cabe señalar: el acento que ahora se pone en la preparación próxima; la
vaciedad del término catechumeni en pro de la importancia dada a los competentes; la
reducción práctica del proceso catecumenal de tres años al tiempo intensivo de la cuaresma;
la concentración de contenidos y ritos en un tiempo relativamente insuficiente y corto (dar
el nombre, escrutinios, exorcismos, elección, entregas...); en fin, la insuficiencia de la
preparación real y la conversión con que muchos vienen a ser competentes.
Debido a este proceso, se entiende que la estructura del catecumenado tuvo que ser de
hecho recompuesta. Así, el ingreso, que en principio debía ser con un largo tiempo de
antelación, ya que sólo se le daba seriedad al catecumenado al final, vino a situarse al
principio de la cuaresma. Los ritos que lo significaban varían de un lugar a otro: la
inscripción solemne del nombre en Jerusalén (Egeria, Itinerario 45); el testimonio del
padrino y el examen en Antioquía (Teodoro de Mopsuestia, Hom. XII 14); la signación y la
sal en Africa (Agustín, Sermo 107); la imposición de manos en la Galia (Cesáreo de Arlés,
can. 6: Mansi II, 471).

En cuanto al tiempo propio del catecumenado o catecumenado cuaresmal, se daba una


preparación moral, que ponía el acento en el ayuno, la oración, la penitencia y los
exorcismos como expresión de conversión verdadera; una preparación doctrinal, que se
centra en la explicación del símbolo de la fe, de la historia salutis y a veces del
padrenuestro, expresando su asimilación por la traditio y redditio symboli sobre todo; y una
preparación litúrgica o ritual, que inicia a la oración, se expresa en bendiciones,
exorcismos, escrutinios e imposiciones de manos, y viene a indicar la renuncia progresiva
al mal y la creciente posesión de Dios.

El catecumenado en su etapa próxima e inmediata al bautismo incluía también algunos


elementos, tales como la redditio symboli el domingo de Ramos, como gesto de haber
recibido y creído su fe; la misma "renuncia a Satanás y la adhesión a Cristo", acompañada
de un doble gesto: vueltos hacia occidente, lugar de las tinieblas, para la renuncia, y
mirando hacia oriente, lugar de donde viene la luz, para la adhesión de fe". A continuación,
en la vigilia pascual, tenía lugar el bautismo de agua, acompañado de los ritos
posbautismales, que variaban según las diversas tradiciones (oriental, africana, romana,
ambrosiana, galicana, hispánica...): unción, signación en la frente, imposición de manos,
lavatorio de los pies, eucaristía. Con ellos se quería indicar especialmente el don del
Espíritu y la compleción o perfeccionamiento del bautismo".

Pero el proceso no terminaba con el bautismo. Continuaba con las catequesis mistagógicas
a los neófitos durante la semana(s) de pascua, destinadas a la explicación y comentario de
los ritos celebrados, a la apertura de los ojos al misterio (= arcano), a la experiencia de la fe
y del gozoso encuentro con la comunidad creyente y resucitada". Los testimonios más
importantes (Cirilo de Jerusalén, Teodoro de Mopsuestia, Ambrosio) dan fe de la
importancia de este momento, quizá como recuperación a posteriori de una autenticidad
que no se logró anteriormente.

Naturalmente, debido a estos cambios y estructura, vinieron a tener cada vez menos
importancia los ministerios laicales durante el catecumenado y, en cambio, cobraron cada
vez más importanciael ministerio de los presbíteros y obispos, quienes, al reducirse el
catecumenado al tiempo de cuaresma, asumieron la responsabilidad de catequizar
intensivamente a los competentes, e incluso a los neophiti. El hecho de que a partir del s. IV
apenas se nombre a los doctores audientium; el que se hable de grandes catequetas obispos
(Cirilo de Jerusalén, Agustín: De catechizandis rudibus...); el que sean éstos quienes tienen
sobre todo las catequesis y homilías catequéticas (catequesis mistagógicas); el que se
nombre más a los diáconos y presbíteros en sus funciones de cara a los catecúmenos..., da a
entender que realmente se produjo una clericalización de los ministerios catecumenales
como evolución también significativa.

Estos cambios, unidos a la extensión cada vez mayor del bautismo de niños y a una
disminución de las exigencias catecumenales, así como a un asentamiento creciente de la
iglesia de cristiandad, conducirán a una situación de mantenimiento formal del
catecumenado, pero en correspondencia con una realidad diversificada: la de la
generalización práctica del bautismo de niños, y la de la realización real más excepcional
del bautismo de adultos. Esta es la situación que reflejan perfectamente los testimonios más
significativos de la iglesia hispánica del s. VII.

4. MANTENIMIENTO FORMAL Y DECADENCIA PRÁCTICA.


S. VII Y SS. Los testimonios hispánicos sobre el catecumenado aparecen ya desde
comienzos del s. Iv: concilio de Elvira, Paciano de Barcelona, Gregorio de Elvira,
Baquiario, Martín de Braga, Justo de Urgel, diversos concilios provinciales y toledanos,
Liber Ordinum ... En todos ellos se manifiesta una fundamental coincidencia con los
testimonios de la iglesia occidental. Pero hay dos autores del s. vil, Isidoro de Sevilla e
Ildefonso de Toledo, que, a nuestro entender, reflejan como ningún otro en la iglesia
occidental la situación creada en el entre la pervivencia y la desaparición práctica del
catecumenado. En ellos nos fijamos especialmente.

En esta época se practican los dos bautismos: más excepcionalmente el de adultos, sobre
todo judíos y paganos o arrianos, y más generalmente el de niños, bien sea que se valgan ya
por sí mismos o sean recién nacidos. Ildefonso de Toledo, al hablar de un acto penitencial
por el que pasan tanto adultos como niños, y al pedir a algunos niños que reciten el símbolo
por sí mismos, está dando a entender que hay niños ya mayores y más pequeños que son
bautizados: "Majuscula aetate venientes... vel sive recens nati, sive parvuli sint...". Puede
concluirse, por tanto, con J. M. Hormaeche, que hay "candidatos al bautismo que son
adultos, candidatos niños con edad para poder adquirir una digna preparación y, finalmente,
los párvulos"". Por tanto, al menos en principio, la catequesis o catecumenado está dirigido
a los dos grupos de personas.
En el catecumenado o proceso hacia el bautismo los dos autores distinguen, siguiendo la
tradición, tres grados: el de los catecúmenos o audientes, el de los elegidos o competentes y
el de los bautizados o neophiti: "Catecúmeno se llama al que todavía está aprendiendo la
doctrina de la fe y no ha recibido el bautismo. Competentes o pretendientes se llama a los
que, después de recibir la instrucción de la fe, piden la gracia de Cristo"".

En cuanto al primer grado o catecúmenos-audientes son aquellos que, proviniendo del


paganismo, desean creer en Cristo. Ildefonso dice al respecto: "Todos los que en edad
adulta, procedentes de la vida y superstición gentil..., creen de buena intención en Dios,
bien sean recién nacidos, bien párvulos, son llamados catecúmenos, es decir, oyentes,
porque escuchan el primer mandamiento de la ley, que conmina con estas palabras:
Escucha, Israel (Dt 6,4). Y estos catecúmenos, por el conocimiento de Dios que éste les
comunica por el sacerdote..., se denominan oyentes"".
Este primer grado consiste, por tanto, sobre todo en escuchar la palabra, que ahora ya no
enseña el doctor audientium laico, sino el sacerdote, y que en principio está destinada
también a sujetos de corta edad, incapaces de comprenderla y aceptarla por sí mismos.
Además, el catecumenado incluía toda una serie de actos y ritos, como eran la oración y la
penitencia, los escrutinios, los exorcismos, la degustación de la sal y la unción'". No nos
detendremos a explicar ahora todos estos ritos".
Cabe advertir, sin embargo, que el uso de la sal es propio sólo de la iglesia hispalense, que
el Liber Ordinum se refiere además a una imposición de manos separada del exorcismo,
que se le daba gran importancia al exorcismo y a íos ritos que le acompañaban, y que al
comienzo de los escrutinios y antes de pasar al grado de competentes tenía lugar la
inscripción de los nombres de los bautizados.

Se pasaba al grado de "competentes' después de haber recibido la unción el domingo de


Ramos por la mañana, y con el rito de la entrega del símbolo de la fe o credo. Ildefonso
dice al respecto: "En efecto, así como se llama oyente por el hecho de oír la doctrina de
Dios, así también porque, recibido el símbolo pide la gracia de Dios, se llama competente".
E Isidoro afirma: "En este día [domingo de Ramos] se les entrega el símbolo de la fe por su
proximidad al día solemne de la pascua"". Los competentes son aquellos catecúmenos que
están decididos y dispuestos a recibir la gracia de Dios, y por eso piden ya expresamente el
bautismo. A diferencia de los catecúmenos, a ellos se les da una catequesis particular sobre
los sacramentos, y se les enseña la doctrina del símbolo de la fe. Símbolo éste que se les
entrega para que lo aprendan de memoria, quede grabado en sus corazones y lo devuelvan
como signo de su aceptación".
Isidoro expresa este sentido con palabras bellísimas: "Post catechumenos secundus
competentium gradus est. Competentes autem sunt, qui iam post doctrinam fidei, post
continentiam vitae ad gratiam Christi percipiendam festinant. Ideoque appellantur
competentes, id est, gratiam Christi petentes; nam catechumeni tantum audiunt, necdum
petunt. Sunt enim quasi hospites, et vicini fidelium, deforis audiunt mysteria, et gratiam,
sed adhuc non appellantur fideles"". En cuanto al contenido del símbolo, según Sejourné, al
menos en Sevilla, parece que no era ni el de los apóstoles, ni el niceno-constantinopolitano,
sino un resumen de la extensa profesión de fe elaborada por los concilios de Toledo.
El hecho es que, después de una explicación doctrinal del mismo y de haberlo aprendido,
tenía lugar la ceremonia de la redditio symboli o recitación de memoria por los candidatos
el día de jueves santo, como dice Ildefonso: "Este símbolo que reciben los competentes el
día de la unción, bien por sí personalmente si son adultos, bien por boca de los que los
llevan si son infantes, lo recitan y dan cuenta de él al sacerdote el jueves de pascua, para
que, aprobada su fe, se lleguen dignamente al próximo misterio de la resurrección del Señor
por medio del bautismo del agua sagrada"

En cuanto a la duración del catecumenado o el momento preciso de cada una de las


ceremonias, apenas se dan referencias. "Los dos autores que describen con más detalle las
ceremonias de la preparación del bautismo —Isidoro e Ildefonso— nada dicen acerca del
inicio de la misma ni determinan siempre el tiempo en que se administraba cada uno de los
ritos. Esto se debe en parte a la situación de un catecumenado más formal que real, al
menos con muchos de los sujetos niños. Por ello abundan los lugares en los que se insiste
en que la catequesis debe prolongarse más allá del bautismo, a lo largo de toda la vida:
"Hemos visto —dice Ildefonso— cómo llega el hombre a la gracia de la regeneración.
Ahora es necesario detenerse a considerar los pasos que nos llevan a la meta final de la
vida". Esta catequesis debe realizarse en dos grupos de personas sobre todo: "Los niños que
han llegado al bautismo sin ninguna preparación, o con muy poca, y los adultos, que debido
al escaso tiempo de preparación continúan ignorantes de muchos aspectos de la vida
cristiana".

Como conclusión podemos decir que, si bien este catecumenado no muestra rasgos
originales en su estructura respecto al que se practicaba en la iglesia occidental, sin
embargo, sí es prueba de una pervivencia más formal que real, en una situación nueva
donde los sujetos niños son considerados como catecúmenos, aun sin ser capaces de hacer
un verdadero catecumenado. Aunque ni Isidoro ni Ildefonso son precisos al respecto, es
indudable que las dos etapas catecumenales debieron sufrir modificaciones importantes en
la práctica por fuerza de la nueva situación, tanto en su realización estructural cuanto ritual.
Como bien dice A. Carpin, "no disponemos de elementos suficientes para poder decidir en
qué casos se cumplían (los ritos descritos por Isidoro). Parece seguro que el rito del
exorcismo se realizaba en el caso de los niños, junto con la degustación de la sal y la
unción. En cambio, no es fácil pronunciarse sobre la presencia de la traditio symboli en este
caso". Se trata, pues, de un momento de tránsito y de adaptación de la estructura
catecumenal clásica a la situación catecumenal nueva, del catecumenado más general y real
de adultos al catecumenado más general y formal con niños.
5. INTENTOS DE RECUPERACIÓN EN LA EVANGELIZACIÓN DEL NUEVO
MUNDO
S. XVI-XVII. Durante largos siglos el catecumenado, así como el concepto general y la
estructura más originaria de la iniciación cristiana, fueron de hecho olvidados. Con el
descubrimiento del nuevo mundo vino a plantearse la necesidad de una renovación del
catecumenado como medio de proponer una larga preparación que, superando la primera
evangelización, fugaz y a veces coactiva, condujera a una verdadera conversión de los
paganos o indios. Queremos explicar y detenernos en el sentido en que tal catecumenado se
quiso renovar.

Si por catecumenado se entiende la institución clásica de los ss. III-IV aplicada en rigor a la
nueva situación, es evidente que no llegó a darse. Pero si por catecumenado se entiende, de
modo muy amplio, la evangelización e instrucción prebautismal institucionalizada, durante
un período relativamente largo, para los adultos paganos o indios que deseaban descubrir la
fe y convertirse en orden a la celebración del bautismo, entonces puede afirmarse que tal
catecumenado sí se dio en la época que examinamos. La mentalidad de los misioneros y de
la iglesia, la situación y las posibilidades del momento, hacen que de hecho el sistema de
iniciación más generalizado para los indios adultos sea: anuncio primero y fundamental
para una conversión inicial, bautismo, catequesis y adoctrinamiento prolongado,
consideración de fideles en sentido pleno.
Como afirma el P. Brou, "la conversión se obraba en tres tiempos, por decirlo así: adhesión
de espíritu a los dogmas fundamentales explicados sumariamente, bautismo y catecismo".
A pesar de este sistema, en el que parecería no hay lugar para el catecumenado, hay autores
que hablan de catecumenado y de catecúmenos. José de Acosta dirá: "Vean los infieles,
vean los catecúmenos, vean los neófitos en él un padre y protector; interceda muchas veces
por ellos ante el capitán y la justicia, defiéndalos de las injurias de los soldados, provea a su
pobreza aun con la propia mendicidad". Este hecho se debe a dos razones fundamentales:
por una parte, la memoria del modelo del catecumenado antiguo; y, por otra, la convicción
de una necesidad de cierta preparación de estilo catecumenal para los indios adultos, a fin
de evitar la ligereza de un acercamiento al bautismo sin preparación. Testimonio de ello es
el mismo J. de Acosta cuando afirma: "En otros tiempos, cuando estaba en su vigor la
disciplina eclesiástica, a hombres de excelente ingenio e ilustres letras los tenían mucho
tiempo en el orden de los catecúmenos, aprendiendo y estudiando el símbolo y los misterios
de la fe, y no eran admitidos al sacramento del bautismo sino después de haber oído
muchos sermones del obispo sobre el símbolo y de haber conferido muchas veces con el
catequista... ¿Y nosotros, tardos y soñolientos, reprendemos duramente a los indios y les
acusamos de rudeza y estupidez porque no aprenden lo que no les hemos enseñado ni han
podido aprender de otros, siendo cosas sublimes y muy fuera de su alcance y condición?"
Acosta, como otros muchos misioneros y eclesiásticos, era consciente de los abusos y la
facilidad con que a veces se bautizaba a los indios, de la credulidad excesiva en acoger a los
candidatos, de la impaciencia en educar y evangelizar a las personas rudas, de la rapidez en
administrar el bautismo y hasta de los bautismos masificados"... Por eso se insistía una y
otra vez en la necesidad de instrucción, como hacía el concilio Limense I: "Que los infieles
que se convierten a nuestra santa fe católica y quieren entrar en el corral de la iglesia por la
puerta del bautismo, primero que lo reciban entiendan lo que reciben y a lo que se obligan,
así en lo que han de creer como en lo que han de obrar".
Pero mientras unos se contentaban con una instrucción sumaria y elemental, otros abogaban
por un cierto proceso catecumenal: "Bien me parece que nada se había de haber decretado
en el concilio provincial más gravemente... ni se había de castigar con más rigor, que si los
indios adultos, no siendo en peligro de muerte, no fuesen detenidos antes del bautismo por
un año o más aprendiendo los misterios de la fe y confirmándose en la buena voluntad...,
pues no puede haber sacramento sin voluntad del que lo recibe, ni puede recibirlo el que no
presta todo su consentimiento".
Acosta no sólo busca una fe bautismal verdadera por el catecumenado, sino que quiere
aplicar los mismos ritos catecumenales que manifiestan la conversión auténtica: "Muy bien
sería, a mi parecer, que, conforme a la antigua disciplina de la iglesia, los catecúmenos se
ejercitasen por unos días, ya que no fuesen meses, en ayunos, oraciones y otras pías obras,
según puedan, antes del bautismo, y diesen testimonio de que se habían abstenido de
contaminaciones perniciosas, de toda suerte de superstición gentilicia, y sobre todo de la
borrachera, y frecuentasen también la iglesia, y de todas maneras mostrasen la enmienda de
vida"".
Sin duda, Acosta va más lejos que lo que decía el primer concilio Limense al formular esta
orden: "S.S. ap. ordenamos y mandamos que ningún sacerdote de aquí en adelante baptice
indio alguno, de ocho años y dende arriba, sin que primero, a lo menos por espacio de
treinta días, sea industriado en nuestra fe católica, dándole a entender dentro de dicho
término el error y vanidad en que ha vivido, adorando el sol y las piedras..."

De todo esto se deduce que no sólo se desea, sino que también se ordena el que exista una
preparación de estilo catecumenal. En un caso (concilio Limense I) se manda que la
duración sea de treinta días. En el otro (J. de Acosta) se desea que dure un año. Si
realmente se cumplieron o no estos deseos de Acosta, no está claro. Sólo indica en un
momento que realmente había catecúmenos o indios infieles que se preparaban al bautismo:
Añádase a esto que los indios infieles no rechazan el bautismo, antes lo desean y lo piden, y
la mayor parte se cuentan en el número de los catecúmenos, o por vicio de ellos o por
negligencia de los nuestros" "
Por la misma época, en otra área misional jesuítica como el Japón, se extenderá y defenderá
también la necesidad del catecumenado. El primer concilio de Goa mandará en la
"Constituiçao IV", decretada en 1568, "que ningún catecúmeno sea bautizado sin primero
ser instruido en las cosas de nuestra santa fe, principalmente declarándole por su lengua lo
que ha de creer... Sin la cual instrucción, ya gaste mucho, ya poco tiempo, no será
bautizado"". Y el tercer concilio de Goa, de 1585, ordenará en concreto que "a los gentiles
y moros naturales no se dé el bautismo antes de veinte días de catecismo"". Si bien esta
duración de veinte días era frecuente, variaba el tiempo a tenor de la categoría y capacidad
de los catecúmenos, pues, como dice Valignano, "con los rudos y de poco ingenio se
acomodará predicándoles solamente cosas fáciles y necesarias brevemente"". Brevedad ésta
que en muchos casos se concretaba en diez días, a base de una preparación intensiva", que
en ocasiones se hacía por familias o en las casas, resultando así la familia entera
catequizada y al mismo tiempo catequizadora.

En cuanto al contenido de la instrucción catecumenal, del conjunto de los testimonios


puede deducirse que sobre todo se trataba de la existencia de un Dios único, creador y
salvador; del pecado original y de la salvación por Jesucristo; del paraíso y del infierno; de
la Virgen Santísima; de la iglesia y el romano pontífice, ante el que debían reconocerse
súbditos en lo espiritual. Además, se les exigía por regla general que supieran el
padrenuestro, el credo y los mandamientos, así como otras oraciones. La celebración del
bautismo tenía lugar, al menos en algunos casos, en las fechas de pascua o pentecostés,
dando gran solemnidad al acto.

En conclusión, podemos decir que, si bien no puede hablarse de catecumenado en sentido


estricto, sí puede afirmarse la existencia de un proceso catecumenal para los adultos. El
catecumenado antiguo era para no pocos misioneros modelo que imitar, pero también
ejemplo que aplicar a las circunstancias y capacidad del indio. Esta aplicación la realizaron
de diversa manera: mientras los franciscanos no salvaban apenas ninguna característica del
catecumenado, los agustinos, los dominicos y los jesuitas la realizaban aceptando
elementos esenciales de dicho catecumenado (duración, seriedad en la preparación
doctrinal, moral y ritual, celebración solemne del bautismo). Teniendo en cuenta que
después del bautismo seguían largos años de doctrina, a la que todos estaban obligados,
cabe considerar como serio este intento de renovación.

6. RENOVACIÓN CATECUMENAL EN LA ÉPOCA MODERNA.


FINALES DEL XIX-XX. La instauración del catecumenado en la época moderna va
ligada al cardenal Lavigerie, fundador de los Padres Blancos. Buen conocedor del
catecumenado de la iglesia primitiva e inspirado en esta praxis, propone un catecumenado
que (a partir de 1879) durará cuatro años y tendrá tres etapas o grados fundamentales: el de
los postulantes, que reciben la instrucción fundamental (evangelización); el de los
catecúmenos, que son instruidos con mayor amplitud y profundidad (catecumenado), y el
de los candidatos al bautismo, que supone haber pasado un examen de admisión
(preparación próxima). La institución catecumenal vino aimplantarse así poco a poco en
Africa, con realizaciones más o menos limitadas o perfectas. Hoy puede afirmarse que el
catecumenado africano es una realidad viva que, con variantes menores, tiene un puesto
privilegiado en el proceso de iniciación cristiana, no sólo de adultos que se preparan al
bautismo, sino también de jóvenes o niños ya bautizados.

Esta renovación en la iglesia africana, acompañada de un interés creciente de la iglesia, de


numerosos estudios y encuentros sobre el tema, de una situación y una conciencia nueva en
las comunidades cristianas...", vino a hacer posible el que, sobre todo a partir de 1954,
comenzaran a prodigarse, primero en Francia y luego en el resto de los países europeos, las
experiencias catecumenales y los bautismos de adultos. Se dan algunas variantes en la
orientación y realización: Francia y Bélgica plantean un catecumenado en sentido estricto
como iniciación de adultos no bautizados; Suiza, Alemania y Holanda le dan un marcado
carácter ecuménico, al plantearse sobre todo con motivo de la conversión de cristianos de
otras confesiones; España, Portugal e Italia hablan más bien de neocatecumenados o
catecumenados de adultos, al tratarse de adultos ya bautizados que quieren autentificar su
conversión y fe por una renovación de su bautismo.

Entre las causas de fondo que condujeron a esta renovación cabe señalar: el parangón de la
situación eclesial actual con la de los primeros siglos; el aumento de convertidos no
bautizados; la existencia de un número muy amplio de bautizados no convertidos; el deseo
de superar el bautismo de niños indiscriminado; la necesidad de verdaderas ofertas
eclesiales para autentificar la conversión y la fe; la urgencia de renovar la comunidad
cristiana a través de las pequeñas comunidades y de una verdadera experiencia de
comunidad; la acentuación del compromiso cristiano y de la dimensión ética de la fe; la
búsqueda de cristianos convertidos y formados, capaces de asumir tareas y
responsabilidades en la iglesia... Es cierto que a lo largo de los años se han ido revisando y
remodelando diversos aspectos discutibles; pero los motivos permanecen, y cada vez se
habla más de catecumenado en referencia a cristianos ya bautizados, en orden a autentificar
su iniciación cristiana. Más que una institución para convertidos del ateísmo o la
increencia, el catecumenado se entiende hoy como ese espacio y medio para un proceso de
evangelización, a través de la acogida y la búsqueda, que se realiza en comunidades de talla
humana, donde es posible la experiencia de la fe, la escucha mutua, la revelación
progresiva de Jesús salvador y el aprendizaje de las costumbres evangélicas.

7. EL CATECUMENADO EN EL VAT. II Y EL RITUAL DE LA INICIACIÓN


CRISTIANA DE ADULTOS (RICA).
En 1962 la Sagrada Congregación de Ritos sacaba a la luz un decreto mediante el que se
promulgaba ad experimentum el Nuevo Ritual del Bautismo de adultos, distinguiendo
diversas etapas, a través de las cuales los catecúmenos eran conducidos al bautismo". El
Vat. II no sólo se propuso restaurar el catecumenado, sino que también se ocupó de los
catecúmenos y su estatuto eclesial, de la importancia de la dedicación y acción pastoral a
los mismos y de su inserción en el conjunto del proceso de la iniciación cristiana. El lugar
más significativo es el n. 14del decreto sobre la actividad misionera de la iglesia, donde se
habla del catecumenado y la iniciación cristiana, describiendo los elementos integrantes de
dicha iniciación: anuncio del kerigma, conversión inicial, catecumenado, iluminación
cuaresmal, participación ministerial de la comunidad entera, sacramentos de iniciación,
incorporación plena al misterio de Cristo y a la vida de la comunidad cristiana.

Esta visión iniciática ha encontrado una cierta expresión en la reforma de los Rituales del
bautismo y la confirmación, aun sin llegar a asumir todas las consecuencias, dado que
piensan sobre todo en los niños. Será el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos donde
esta concepción encuentre su acogida y su expresión plena, en un equilibrio armónico y una
correspondencia adecuada entre planteamiento teológico, exigencia pastoral, medio
catequético y expresión litúrgica. Las notas más destacables de este Ritual, cuya
promulgación la consideramos como uno de los mayores aciertos de la reforma litúrgica del
Vat. II, son las siguientes: restablecimiento y adaptación de una de las instituciones más
clásicas y significativas de la iglesia (Praen. 2); recuperación práctica de la unidad de la
iniciación, que incluye como elemento intengrante el catecumenado (Praen. 2.4-8);
estructuración u ordenación coherente de los diversos elementos catecumenales: etapas,
catequesis, ritos (Praen. 9ss); valoración adecuada de la intervención de Dios (iniciativa,
gracia), del hombre (fe, conversión), de la iglesia (comunidad mediadora) en el proceso
catecumenal (Praen. 5.15.20); adaptación ritual a la edad .y condiciones de los bautizados
adultos, que permite superar toda ficción litúrgica (Ritual, 68ss); valoración ministerial de
la comunidad cristiana y sus ministerios (Praen. 16.19.23.41-48); integración equilibrada de
las diversas dimensiones de la iniciación: doctrinal, moral y litúrgica (Praen. 19).

La estructura de iniciación y catecumenal que nos propone distingue tres grados o etapas,
que marcan los momentos culminantes de la iniciación y significan ritualmente el paso de
una a otra: el primero es el ingreso en el catecumenado, por el que los candidatos vienen a
llamarse catecúmenos; el segundo es el examen o elección, por el que se les denomina
elegidos (competentes, iluminados); el tercero es el de los sacramentos de iniciación, por el
que son llamados neófitos (Praen. 6).

Los grados vienen a culminar e introducir en los diversos tiempos: el primero es el del
precatecumenado o evangelización primera (que culmina en el ingreso en el
catecumenado); el segundo es el catecumenado o catequesis (que se concluye con la
elección); el tercero es la purificación o iluminación (que tiene su punto terminal en el
bautismo); el cuarto es la mystagogia o experiencia, por el que el neófito viene a ser
plenamente integrado en el misterio de Cristo y de la iglesia. Esta estructura, que recoge los
elementos clásicos más válidos, no es sino la ordenación externa de los elementos de un
proceso con vistas a apoyar y expresar el dinamismo interno de un encuentro del
catecúmeno con Dios por la mediación de la iglesia.

II. Sentido y realizaciones del catecumenado en la iglesia actual.


Las etapas y la evolución histórica del catecumenado que hemos estudiado nos ha hablado
al mismo tiempo de la importancia y permanencia, de la necesidad y el sentido de la
institución catecumenal. Tratamos de ver ahora cuál es la interpretación teórica y práctica
que se hace y puede hacerse de esta institución, de manera que responda con mayor rigor a
su verdad histórica y a las necesidades concretas. Para ello nos fijaremos en diversos puntos
brevemente 90.

1. UNA IGLESIA CON TALANTE CATECUMENAL.


Desde los tiempos precedentes al Vat. II, la iglesia ha venido tomando conciencia cada vez
más clara de una doble deficiencia y exigencia: ad extra, o en su relación con el mundo, es
consciente de un cierto extrañamiento respecto a algunas realidades que se le escapan de las
manos, y por tanto de una necesidad de hacerse realmente presente en todas las áreas donde
se juega el futuro de la humanidad, por medio del testimonio y ejemplo de sus miembros; y
ad infra, o en relación con su propia vida, es también consciente de la existencia de no
pocos elementos de inautenticidad y disgregación, de la lejanía, indiferencia o escasa
participación de la gran mayoría de sus miembros bautizados de hecho pero no plenamente
convertidos, creyentes en teoría, pero ignorantes de su fe en la práctica...

Es cierto que no existe una respuesta clara e inmediata a esta situación. Pero si de algo ha
hablado la iglesia en los últimos tiempos, es de evangelización. Y si algún elemento
aparece como central en esta evangelización, es la catequesis y el catecumenado, como
medios más eficaces para renovarse hacia afuera y hacia adentro. Desde el Vat. II se está
imponiendo en la iglesia una perspectiva evangelizadora y catecumenal, unida a una
exigencia de autenticidad de vida, de participación eclesial y de compromiso en el mundo y
el servicio a los más pobres y necesitados. Por eso mismo, el catecumenado, como ámbito
en el que se engendran todas estas actitudes y compromisos, ha venido a ser en muchas
comunidades un momento y un medio pastoral prioritario. "El catecumenado se concibe
hoy como una institución apta para el proceso de reiniciación cristiana de los bautizados no
suficientemente evangelizados, y como medio de creación de comunidad cristiana, que
debe ser el modelo de referencia de toda catequesis".

Ahora bien, esta reivindicación catecumenal y esta restauración renovada. del


catecumenado, ¿está interpretándose y realizándose adecuadamente? ¿Cuál es el lugar que
ocupa y debe ocupar el catecumenado en la comunidad cristiana? ¿Existe un iter o proyecto
de iniciación, donde el catecumenado y los otros elementos iniciáticos encuentren su lugar,
su articulación y su sentido pleno?

2. OBJETIVOS DEL CATECUMENADO.


Con frecuencia el catecumenado sufre una degeneración o deformación práctica, porque o
no se han identificado sus objetivos o no se realizan de modo adecuado. Por eso deben
tenerse siempre presentes.

a) Maduración de la conversión y de la fe. El catecumenado, bien se realice antes o


después del bautismo, tiende a profundizar y madurar la conversión y la fe a través de un
proceso histórico y prolongado, que propone una pedagogía de crecimiento y aprendizaje,
en la que entran como elementos fundamentales la ilustración y profundización en la fe por
la catequesis y el diálogo, la expresión y celebración de esa fe por la oración y los
símbolos, la experiencia de Dios y el compromiso cristiano por el amor y la justicia. La fe y
la conversión, que ya existen primariamente antes del catecumenado, ahora arraigan en la
vida, desarrollan todas sus dimensiones, y engendran toda su fuerza misionera de expansión
por el compromiso cristiano. El objeto o contenido de esta fe y conversión no puede ser
otro que Cristo mismo y su misterio de salvación.

b) Experiencia del Espíritu e inmersión en el misterio. El segundo objetivo del


catecumenado es progresar en la participación del misterio de Cristo, desde un
descubrimiento de la propia identidad a partir de la experiencia, el don y la fuerza del
Espíritu. No basta que el misterio nos sea ofrecido por la palabra y los signos. Es preciso
sumergirse, venir a la experiencia personal y vital por las que el mismo iniciado cree y
acepta gozosamente este misterio, no como algo que se le ofrece desde fuera, sino como
algo en lo que vive desde dentro y que transforma su propio ser, dando sentido a su
existencia total. No se trata tanto de una introducción intelectual cuanto de una inmersión
vivencial, por la que, más que pretender desentrañar el misterio con las categorías de la
razón, se intenta vivirlo con la entrega del corazón, con la experiencia del gozo, con la
admiración y el entusiasmo, con la contemplación, la oración y la acción. Y todo esto sólo
es posible desde la experiencia del Espíritu, como el don pascual y gozoso, transformador y
agraciante de una realidad insuperable e indecible.
c) Vinculación más estrecha a la iglesia y experiencia de comunidad. Ni la iglesia se
entiende sin catecumenado ni el catecumenado se entiende sin la iglesia. Hacer el
catecumenado es ir al encuentro de la iglesia por la mediación de la comunidad eclesial.
Hayan sido o no bautizados todavía los catecúmenos, siempre será el catecumenado ese
momento álgido de los desposorios entre la iglesia y el catecúmeno. Un momento en el que
uno no es sólo introducido, sino que se introduce; no sólo se le declara miembro, sino que
lo acepta libre y gozosamente; no sólo es vinculado a la iglesia, sino que se siente
perteneciente a ella; no sólo vive en la comunidad, sino que hace la vida de la comunidad...
Por eso el catecumenado es vinculación y experiencia de comunidad al mismo tiempo. Y
éste es el objetivo que debe perseguir con todas sus fuerzas.

d) Aceptación responsable de la misión. Es decir, de las tareas eclesiales, con el


compromiso de ser testigo de Cristo y de difundir y defender la fe con palabras y obras,
para la edificación de la iglesia en el mundo. El cambio moral, el compromiso eclesial y
temporal que supone el catecumenado implica la capacitación humana y cristiana para
asumir aquellas tareas que, en correspondencia con el propio carisma, lleven al
cumplimiento de la misión que Cristo ha encomendado a todos los miembros de la iglesia,
aunque la participación sea diferente. En el compromiso con la palabra (servicios y
ministerios de la palabra), con el servicio cultual (servicios y ministerios litúrgicos), con la
caridad y la justicia (servicios y ministerios sociales), con la dirección para la comunión
(servicios y ministerios para dirigir, animar o presidir la comunidad) se encuentran
expresadas todas lasdimensiones de realización de la misión 9J.

3. IDENTIDAD DEL CATECUMENADO.


Debido a las circunstancias en que suele realizarse el catecumenado en muchas iglesias
(con jóvenes, adultos bautizados...), se producen unas adaptaciones que a veces llevan a una
pérdida de la identidad catecumenal. Conviene, pues, tener en cuenta las características que
pertenecen a la esencia del catecumenado y sin las cuales no podría ser ni calificarse como
tal. Se deducen, en definitiva, de su comprensión y configuración histórica, y de la actual
renovación propuesta por el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos.

a) Es un proceso dinámico señalado por etapas. Se ha definido el catecumenado como


"un tiempo de formación y noviciado convenientemente prolongado en la vida cristiana".
Esto quiere decir que no se trata de una simple catequesis más o menos intensiva, sino de
un proceso distendido y prolongado, de un proceso dinámico y vital, que indica el avance,
la progresividad, el cambio, evitando la sensación de monotonía y estancamiento. Para
lograr esto se establecen diversas etapas, marcadas debidamente, que serán como punto de
llegada y de partida, como momento de referencia que jalona y marca el proceso, que
expresa externamente el cambio interno que se produce. No sólo responde a la historicidad
del hombre, sino también a la necesidad de tiempo para la maduración de la propia opción,
al respeto que merece la libertad, a la imposibilidad de abarcar el misterio en un momento,
a la misma pedagogía de Dios.

b) Es un proceso marcado o significado por ritos. Las etapas se marcan y distinguen


sobre todo por los ritos, y de ahí que el catecumenado "suponga unos ritos sagrados que han
de celebrarse en tiempos sucesivos" (SC 64), y que la misma catequesis deba presentarse
"acomodada al año litúrgico y basada en las celebraciones de la palabra" (RICA 19,1).
Desde siempre la iglesia acompañó a los catecúmenos, expresando su proceso por multitud
de ritos, como eran la imposición de manos, los exorcismos, los escrutinios, la signación y
la unción, la bendición y la sal, las entregas (credo y padrenuestro) y las acogidas... Y es
que los signos, ritos y símbolos son necesarios para el hombre. Son expresión de la vida,
acercamiento visual al misterio, concreción de las aspiraciones más hondas, realización de
la vida y de la persona, puntos de referencia necesarios y realidad constatable de una vida
en busca del infinito. Habrá que adaptar algunos de estos ritos, será necesario evitar el
ritualismo, pero no se pueden excluir del proceso catecumenal.

c) Es un proceso comunitario y en comunidad. No existe catecumenado en solitario ni al


margen de la comunidad de referencia. Siempre es un proceso en comunidad y con la
comunidad. Al ser en comunidad, quiere decir que debe hacerse en grupo, uniéndose a
quienes quieren seguir el mismo proceso, buscan la misma verdad, tienen idéntico objetivo
y están dispuestos a vivir la misma experiencia iniciándose en el misterio de Cristo y de la
iglesia. De este modo, los catecúmenos sienten el mutuo apoyo y ayuda, son entre sí
estímulo y testimonio... Y al ser proceso con la comunidad, quiere decir que no puede dejar
de implicar a la comunidad entera; que ésta debe estar presente desde el primer momento,
con su acogida y acompañamiento con la instrucción, el ejemplo, la oración y la
participación activa. Esto supone que la comunidad debe estar formada e informada, es
decir, debe existir como comunidad de referencia y debe interesarse como comunidad que
se juega su propio futuro. Una cosa es cierta, en todo caso: como el catecumenado debe
estar presente en la comunidad, así la comunidad debe estar presente en el catecumenado
(cf RICA 4.11.18...).

d) Es un proceso educativo y doctrinal. "El catecumenado es un tiempo prolongado en


que los candidatos reciben la instrucción pastoral y se ejercitan en un modo de vida
apropiado" (RICA 19). Tiende, pues, a suscitar, alimentar y madurar la fe a través de la
transmisión de unos contenidos y la iluminación de un misterio en el que se inicia. Para que
este objetivo pueda lograrse adecuadamente, es preciso determinar con justeza los
contenidos de la evangelización y catequesis catecumenal, de manera que se suscite una
verdadera conversión y fe. Estos contenidos tendrán que tener en cuenta el sentido del
mismo catecumenado y del sacramento o sacramentos a los que conduce, el carácter
fundamental de dichos contenidos, la situación propia de los sujetos y su capacidad, las
dimensiones fundamentales de la fe cristiana: histórico-salvífica, cristológica,
pneumatológica, eclesiológica, sacramental y vital. Debe valorarse el contenido sin
absolutizarlo. Debe evitarse el racionalismo de la fe, el dogmatismo de contenidos, el
subjetivismo doctrinal, el verbalismo absorbente. El catecumenado es también acción y
testimonio, oración y celebración, contemplación y experiencia...

e) Es un proceso vivencial. El catecumenado es una pieza de la iniciación total, por la que


la comunidad "induce con su ejemplo a los catecúmenos a seguir al Espíritu Santo con toda
generosidad" (RICA 4). Uno de los objetivos fundamentales del catecumenado es suscitar
en los catecúmenos la experiencia de Dios, la experiencia del Espíritu, conscientes de que
no hay adhesión más plena y radical, más totalizante y transformadora que aquella que
procede de la vivencia inmediata y sensible de la misteriosa cercanía y amor de Dios a los
hombres. La experiencia de Dios es, en definitiva, la experiencia del Espíritu, la
experiencia del Amor que nos sobrecoge y fascina, más allá de racionalismos e idolatrías
representativas. Para suscitar y ayudar esta experiencia es preciso crear espacios de oración,
dejar hablar al silencio, introducir al lenguaje de los símbolos, acoger la alegría de la fe...

f) Es un proceso comprometedor. El catecumenado ha exigido siempre un auténtico


cambio de vida, una transformación moral en correspondencia con el evangelio, una
conversión radical. Se trata de un "tránsito que lleva consigo un cambio progresivo de
sentimientos y costumbres, que debe manifestarse con sus consecuencias sociales y
desarrollarse paulatinamente durante el catecumenado" (RICA 19,2).

No se trata ya tanto de abandonar los ídolos de otros tiempos ni de insistir en normativas


morales con acento negativo sobre lo que significa ser cristiano. Se trata más bien de una
insistencia en el ideal evangélico, sin olvidar sus exigencias en la vida personal, social,
económica y política. Por otro lado, el catecúmeno debe estar dispuesto a aceptar las
consecuencias y compromisos de su pertenencia a la Iglesia, de su participación en la
misión.

4. CATECUMENADO E INICIACIÓN CRISTIANA.


El catecumenado no debe considerarse como algo independiente de la iniciación, sino
como un elemento constitutivo e integrante de la misma, que en un momento u otro, de una
u otra forma, deberá darse. Por lo mismo, cuando se habla de catecumenado, se habla de
iniciación, y viceversa. El problema radical de la iglesia al respecto creemos que no es ni el
catecumenado ni la catequesis de adultos como elementos aislados, ni la celebración del
bautismo, confirmación y eucaristía como ritos independientes, sino si existe un proyecto
coherente de iniciación, un entramado dinámico de desarrollo, un sistema organizativo o
programático adecuado, en el que hacer catecumenado o dar catequesis, bautizar y
confirmar tengan pleno sentido. Pensamos que para situar bien el catecumenado en la
iglesia actual es preciso replantearse y reestructurar la misma iniciación cristiana, en la que
dicho catecumenado deberá encontrar un puesto correspondiente.

Desde el s. vi puede afirmarse que la iglesia ha carecido de un verdadero proyecto de


iniciación cristiana teórico-práctica que, teniendo en cuenta la generalización del bautismo
de niños, ofreciera todos los dispositivos necesarios para realizar en plenitud la iniciación,
en correspondencia con lo sacramental y eclesialmente significado. La desaparición del
catecumenado, la ruptura de la unidad de la iniciación, la prevalencia de lo ritual sobre lo
vital, la mayor atención a lo cuantitativo que a lo cualitativo... hicieron que se creara una
distancia entre lo que se entendía por iniciación y lo que se posibilitaba para la misma, sin
que se alcanzara en muchos casos su verdadero objetivo. A pesar de los grandes avances
realizados por el Vat. II, creemos que en el caso de los niños no llega a crear una adecuada
estructura de iniciación que tenga en cuenta la situación peculiar, que posibilite la
realización de todas sus dimensiones, que cuente con la institución catecumenal en su
interior, que cree un ritmo adecuado, que tenga en cuenta las diversas edades y ámbitos de
procedencia de quienes hoy se inician, que reordene los mismos sacramentos de
iniciación... El RICA es y ofrece, ciertamente, la respuesta adecuada para el caso de
adultos. Pero hoy, en nuestra iglesia, no son precisamente los adultos no bautizados los que
más piden la iniciación, sino los jóvenes y adultos bautizados, porque son los que más lo
necesitan. De ahí que no se haya respondido a la situación más generalizada.

Nos parece que la renovación del catecumenado está pidiendo, para ser verdadera, la
renovación y reestructuración de la iniciación cristiana total, la recreación del proyecto de
iniciación en correspondencia con la situación real. Pensamos, por tanto, que el
catecumenado tiene su puesto más propio no fuera, sino dentro de la estructura de
iniciación, que nos viene dada por el cuadro sacramental: bautismo, confirmación,
eucaristía. Puesto que no es posible (por incapacidad subjetiva) situarlo antes del bautismo
del niño o de la primera eucaristía, encontramos que la verdadera y la mejor posibilidad,
por razones teológicas, pastorales y psicológicas, es situarlo antes de la confirmación, a una
edad entre los dieciséis y los dieciocho años. En este caso, se trataría de un catecumenado
que conservaría toda lafuerza de su sentido iniciático, por las siguientes razones: porque se
trata de un catecumenado para la iniciación y dentro de la estructura-proceso de iniciación;
porque culmina con un sacramento de iniciación celebrado por primera vez (confirmación)
y se orienta a la eucaristía de la comunidad adulta; porque cumple su objetivo central de
llevar a plenitud el bautismo y la iniciación, relacionando los diversos elementos-momentos
integrantes.
5. CONCLUSIÓN.
El catecumenado es una de las instituciones más clásicas e importantes de la iglesia.
Realizado con verdad o adaptado por exigencia, exaltado en la memoria u olvidado en la
práctica, lo cierto es que siempre ha sido una institución y realidad presente o latente en la
vida de la iglesia. La importancia que hoy se le concede es síntoma de unas deficiencias y
carencias que se sienten. En él se ve un signo de renovación de la misma iglesia. Es cierto
que las circunstancias y sensibilidad han cambiado, y que, por tanto, será necesaria una
adaptación. Pero hay una identidad que salvar, si queremos que el catecumenado sea una
realidad que vivir. No podemos hacer simples trasplantes arqueológicos (imitación del
pasado) ni ingenuos inventos de modernidad. El realismo y la sana renovación nos llevan a
recuperar el catecumenado desde las dos claves, pasado y presente, identidad histórica y
actualización vital. Será preciso, pues, redescubrir la verdad catecumenal sin absolutizarla,
ya que el catecumenado no es fin, sino medio; no es el todo, sino la parte de la iniciación. Y
no menos necesario será clarificarse sobre la terminología que utilizamos. Como ya hemos
mostrado en otros lugares, una cosa es el catecumenado, que mantiene su estructura y su
lugar dentro de la iniciación; otra cosa son los neocatecumenados, que aun manteniendo la
estructura se realizan con cristianos adultos ya bautizados y fuera del marco iniciático, y
otra los procesos catecumenales, que adoptando algunos elementos del catecumenado,
como duración, intensidad de contenidos, celebraciones, proceso comunitario..., sin
embargo, no conservan la estructura catecumenal, ni tienen como meta el bautismo. Una
cosa debe alegrarnos en todo caso: la renovación del catecumenado es la renovación del
talante catecumenal de la vida de la iglesia y la renovación de la iniciación cristiana total.

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