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Silvina Ocampo, El vestido de terciopelo

Como si lo que sintiera la otra persona, al escucharla, no importara, la señora de Barrio


Norte se queja, ante la modista que viajó en tren desde Burzaco para llevarle un
vestido, porque la cansa probarse vestidos nuevos. La narración por medio de una niña,
muestra el cruce entre dos ópticas y dos realidades muy diferentes, con un final que
tiene el sello de Silvina Ocampo.
el vestido de terciopelo

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Hace 11 años
EL VESTIDO DE TERCIOPELO de Silvina Ocampo
Un cuentito de clase..

En “El vestido de terciopelo”, un cuento breve y maravilloso, la narradora es una niña de ocho
años que va a todas partes con Casilda, su vecina modista. No se sabe por qué la niña acompaña a
la modista, pero las clientas de Barrio Norte la toman por su hija. “¿Por qué no le coloca una
piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra
juventud”, le dice la señora del departamento de la calle Ayacucho a Casilda. Tal es su talante, su
ternura, su predisposición hacia la niña que viene de Burzaco. “¡Qué suerte que tienen de vivir en
las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de
basura…”, reflexiona en voz alta, como si la modista y la niña, por proceder de tan lejos, no
merecieran su buena educación. Delante de Casilda y de la niña la señora dice todo lo que se le
pasa por la cabeza.

La modista está haciéndole un vestido de terciopelo negro con un dragón, también negro, bordado
con lentejuelas en un costado. El diseño del vestido es apretado, y la señora soporta con dificultad
las pruebas. Es un día de calor. El terciopelo es tu tela preferida, la elige entre todas, por su
distinción y su sobriedad. La señora está por viajar a Europa, donde todo es “blanco, limpio y
brillante”. Pero el terciopelo se le pega a la piel, no se desliza por ella, la señora se sofoca, le falta el
aire. La señora es víctima de sus preferencias. Le cuenta a la modista que las flores que más la
atraen son los nardos. “¿Le gusta el nardo? Es tan triste”, apenas puede argumentar Casilda, que
no comprende por qué la señora no le hizo caso cuando ella le sugirió la seda natural, e insistió con
el terciopelo. “El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño”, dice la señora. El olor
del nardo la descompone. Casilda no comprende a esa mujer que vive en el departamento de la
calle Ayacucho. El terciopelo también le hace daño. La eriza. Le hace rechinar los dientes. “Me
atrae aunque a veces me repugne”, dice la señora.

En una de las capas de sentido de “El vestido de terciopelo”, Silvina Ocampo describió el choque
entre la cultura de un Barrio Norte exquisito, no el de ahora, y aquella que llegaba en forma de
mano de obra barata desde el Gran Buenos Aires, en épocas del peronismo. El peronismo había
cometido el error imperdonable de hacer visibles a los que estaban en las sombras de los basurales
y a merced de los perros rabiosos. Esa gente toda parecida, esa gente extraña, vulnerable a veces y
brutal tantas otras, era portadora de un perfume que repugnaba a la señora, como los nardos.

Es el vestido lo que Casilda le trae a la señora, el vestido de terciopelo hecho con sus propias
manos y a pedido, el vestido con el dragón de lentejuelas bordado y tan ceñido al cuerpo que
cuando la señora se lo prueba por segunda vez, cae redonda. La niña de ocho años ve desplomarse
a la señora después de que ésta le ha dicho: “Cuando seas grande te gustará llevar un vestido de
terciopelo, ¿no es cierto?”, y ella ha contestado que sí, pero le ha contado al lector, no a la señora:
“Sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas”.

Antes de caer, la señora ha querido sacárselo, pero el calor y la textura pegajosa de la tela se lo
han impedido. La señora no podrá sacárselo. Eso que le han traído de Burzaco, esa prenda de lujo
cosida sin embargo a la luz de una bombita cerca de un basural, se le ha quedado adherido a la
piel. Lo que ha llegado de Burzaco es parecido a un caballo de Troya, pero en lugar de un ejército
enemigo, lo que trae es asfixia.

Mientras cae, la señora alcanza a decir: “Es maravilloso el terciopelo, pero pesa. Es una cárcel”. A
la señora la matan sus elecciones. Ella no es libre de decidir qué le gusta. El cuento habla, además,
de la cárcel del buen gusto y de la cárcel de una clase.

La niña ve en el piso a la señora, pero lo que ve es el dragón, que se retuerce. Lo ve como un


animal que se mueve sin orden y sin espectadores. La niña no ha sido tratada como una persona y
no es una persona lo que ella ve moverse, ahogada, bajo esa tela pesada y engañosa. La señora
muere ante los ojos de Casilda y la niña, que sin embargo no tiene un solo motivo para
compadecerse de ella. Cuando el dragón queda inmóvil, Casilda dice: “Ha muerto. ¡Me costó tanto
hacer ese vestido!”

“El vestido de terciopelo” tiene por tema, así, no un desencuentro, sino un encuentro repelido,
amenazante. Del conurbano vienen ellas, las que trabajan para la señora, y a Barrio Norte llegan
ellas, para ver cómo se vive mejor, distinto, y sin embargo mal. La señora vive tan mal que muere.
La peripecia del cuento es la de ese falso contacto entre dos mundos que no se quieren, no se
interesan y no se compadecen. Y Ocampo logra narrar con una crudeza atroz ese desprecio que
iría encontrando otras formas en la historia. No hay puentes tendidos, ni lenguaje ni lugares
comunes entre la señora y la modista. Hay resentimiento sordo y de ida y vuelta. Un resentimiento
del que somos todavía rehenes.

Casilda y la niña reaccionan en toda su dimensión amenazante cuando ven caer muerta a la
señora. Es apenas un cuerpo que yace adentro del vestido. No es alguien de su misma condición
quien muere, y no se trata de una condición social, sino casi animal: no reconocen en la señora a
alguien de su misma especie, así como ellas eran, para la señora, criaturas venidas del basural,
donde ladran los perros rabiosos.
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