Está en la página 1de 3

Relatos de iniciación

Prólogo de Relatos de iniciación de editorial La estación, Buenos Aires, 2013

Invitación a la lectura

¿Qué buscamos en la lectura de un texto literario? La socióloga y antropóloga francesa Michéle Petit,
especialista en la problemática de la lectura, afirma que en los libros buscamos experiencias ajenas que puedan
relavarnos algo, incluso secreto o inesperado, de nosotros mismos. También señala que en ellos buscamos lo indecible.
Cuando nos pasa algo que puede ser muy difícil (como un duelo) o formidable (como enmaromarse) es muy complicado
narrar esa experiencia, porque a menudo nos quedamos sin palabras. Por suerte, contamos con la literatura: en todas
las sociedades y en todos los tiempos, hubo y hay narradores y poetas capaces de decir, de poner en escena y contar, de
manera condensada y estética, la experiencia humana en toda su complejidad. Acudimos a la literatura para encontrar
allí las palabras que nos faltan o para ver cómo resolvieron otros las preguntas sobre el amor, la muerte, la traición, la
soledad, el miedo, la injusticia, la crueldad, la rivalidad, la vergüenza, la solidaridad, el deseo y otros temas que tiempo
han preocupado al ser humano.

Por primera vez

Hay acontecimientos en la vida que, por su intensidad o por su significación, dejan una huella inolvidable. Pero,
si esos sucesos ocurren en momentos particulares de la existencia –que podríamos caracterizar como etapas de
transición y crecimiento- y permiten identificar un antes y un después porque son experiencias que señalan un cambio
de estado, entonces hablamos de un tipo de acontecimiento muy particular.

Cuando esas vivencias que generan un aprendizaje importante se constituyen en relatos –porque son dignas de
ser contadas para terminar de comprenderlas o porque están jerarquizadas en la memoria ya que no se pudieron olvidar
–y los acontecimientos que se narran se reconocen como instancias que sus jóvenes protagonistas atravesaron para
dejar atrás la etapa de la niñez o de la adolescencia y pasar a otra, entonces hablamos de relatos de iniciación.

Toda iniciación implica una primera vez, supone una inauguración, una experiencia. Y los relatos que se
presentan aquí tienen en común que sus protagonistas –todos ellos niños o adolescentes –atraviesan una situación de la
que saldrán transformados para empezar a ser considerados por primera vez de otra manera. Esa experiencia puede
estar signada por el dolor, (…) pero otras veces puede generar sentimientos fortalecedores, como la sensación de
sentirse libre por primera vez, (…). En todos los casos, dicha experiencia les permitirá a los protagonistas aprender y
será una bisagra, un momento del pasaje en el que dejarán de ser niños para ser adolescentes, o dejarán la adolescencia
para iniciar la adultez.

Pasajeros en tránsito

Para iluminar la lectura de estos relatos, nos serán muy interesantes los aportes de la Antropología. Esta ciencia
social ha definido los ritos de pasaje o iniciación como aquellos que acompañan, en una sociedad dada, cualquier cambio
de lugar, de posición social, de estado o edad de sus integrantes. Los ritos de pasaje suelen darse en la trayectoria del
hombre a lo largo de su vida, desde su nacimiento hasta su muerte. Este camino está marcado por una serie de
momentos críticos o de transición que las sociedades suelen ritualizar y evidenciar públicamente en ceremonias. Por
ejemplo, el bautismo, el Bar Mitzvá, la fiesta de quince, el casamiento, la ceremonia de ingreso de un miembro a un
grupo político, el funeral. Pero también estos ritos acompañan situaciones más amplias que estos cambios de status.

El antropólogo Víctor Turner, en su libro La selva de los símbolos, señala que los ritos de pasaje indican y
establecen transiciones entre estados distintos. Con “estado” quiere nombrar una situación relativamente estable y fija,
culturalmente reconocida, incluyendo en ello constantes sociales, como pueden ser el estatus legal, la presión, el oficio,
el rango o la situación de las personas determinada por su grado de madurez socialmente reconocido. Es decir, un
estado puede ser, por ejemplo, “estudiante”, “licenciado”, “casado”, “soltero”, “niño”, “adulto”, etcétera. Pero, además,
Turner señala que el término “estado” puede aplicarse, asimismo, a la situación física, mental o emocional de una
persona o de un grupo en determinado momento. Así, es posible hablar de un estado de paz o de guerra para un
pueblo, de un estado de buena salud o de mala salud para una persona.

Esto quiere decir que los ritos de pasaje se establecen entre dos estados que podemos reconocer y que son un
período de transición entre ellos: un individuo dejará un estado reconocible para pasar a integrar otro, pero entre
ambos atravesará un período de transición. Turner señala –y esto nos interesa particularmente –que este rito se
constituye en esa transición, en ese margen entre dos estados, y que esa transición es un proceso, una situación de
transformación para llegar a ser. De esa experiencia, el sujeto saldrá modificado: no porque adquirirá ciertos
conocimientos ni porque se trasladará de un estado a otro sin más, sino debido a que vivirá una experiencia que implica
un cambio significativo, una transformación esencial y profunda. (…)

Muchas veces esta situación de transición de pasaje puede ser definida como una etapa de reflexión, las
personas que la atraviesan se separan de sus ideas, pensamientos, sentimientos y valores anteriores para empezar a
considerarlos de una manera nuevo(…)

Grandes transformaciones

No por casualidad los relatos de iniciación tienen como protagonistas a púberes o adolescentes. Como veíamos,
los ritos de pasaje se producen en sitauciones de transición y suponen una transofrmación, y dos de los momentos de
mayores cambios en la vida de cualquier persona son el pasaje de la niñez a la adolescencia y el de la adolescencia a la
vida adulta.

La Biología y la Psicología describen este período señalando diferentes etapas. La primera es la pubertad, el
momento en el cual se produce el proceso de cambios físcios que preparan el cuerpo para la reproducción sexual.
Durante la pubertad, los niños y las niñas se van convirtiendo en adolescentes. Esta primera etapa de la adolescencia
comienza alrededor de los diez u once años. Es un período de cambios muy vertiginosos y evidentes, ya que se acentúan
las características que diferencian a un hombre de una mujer. Los varones suelen “pegar el estirón”, cambian la voz, se
ensanchan de espaldas, empiezan a tener barba; en las mujeres se acentúan las curvas del cuerpo, se redondean lisa
caderas, se angosta la cintura, aumenta también la estatura, entre otros cambios.

Pero en la pubertad y en la adolescencia el crecimiento no es solo físico, sino también emocional, mental y social
es una etapa de desarrollo que va mucho más allá de los cambios corporales evidentes. Suele extenderse hasta los
diecinueve años, aunque esto depende de variables culturales. (Se dice, por ejemplo, que hoy la adolescencia dura
varios años más). Lo importante es que esta etapa concluye cuando se entra en la juventud plena, la primera etapa de la
adultez. Ubicamos la adolescencia entonces, entre la niñez y la vida adulta.

Durante la adolescencia los individuos ya no son niños, pero todavía no son adultos. Es una etapa de ambigüedad, de
paradojas, de transición. No se tienen las características de la etapa anterior (ya no se es un niño), pero aún no se tienen
las de la etapa siguiente (todavía no se es adulto). Dicho así, pareciera ser un período de confusión y de carencia, de
duelo, de pérdida. Sin embargo, esta particularidad puede también pensarse como un rasgo de riqueza: se está en
camino de algo y en ese camino pueden encontrarse situaciones positivas también, tales como el encuentro con los
amigos, el descubrimiento de nuevos sentimientos y sensaciones, etcétera.

Por supuesto, la forma en la que los adolescentes atraviesan esta etapa tiene que ver con su cultura y su vida
particular. Por lo tanto, las características que aquí nombramos no son universales.
Uno entre los otros

Lo que sin duda ocurre en la adolescencia (palabra que proviene del latín “adolescere” “crecer”) es que quien
atraviesa esta etapa va descubriendo y construyendo su propia identidad (psicológica, sexual, cultural) y atravesando
situaciones de aprendizaje que le permiten constituir su autonomía. En principio, es un momento de la vida en que las
emociones cobran un gran protagonismo y, como señala Freud, se desarrolla la pulsión sexual orientada hacia otro.
Además, tal como describe el epistemólogo Jean Piaget en su teoría del desarrollo cognitivo y de la inteligencia, se
alcanza el pensamiento abstracto, esto es, el pensamiento formal, que permite hacer hipótesis, construir esquemas,
deducir, comparar, sacar conclusiones, etc. El adolescente puede ir construyendo entonces una autonomía respecto de
las ideas y valores en los que fue educado. Puede evaluar y criticar, tomar distancia y rever, relativizar y elegir desde su
propio punto de vista, que irá formando esta etapa de la vida, más allá de lo que le enseñaron sus padres, sus maestros,
los adultos que en la infancia fueron modelos incuestionables.

El grupo de pares es, en este sentido, fundamental. La pertenencia a un grupo se vive como la inclusión en una
comunidad de camaradas, en la que el énfasis está puesto en aquellos valores que representan lo común. Puede ser
grande o a veces tan pequeño que sus integrantes sean solo dos.

Pero, para entrar en el grupo o para ganar determinado lugar dentro de este, muchas veces hay que pasar por
ciertas pruebas. No es poco común que en estas situaciones el cuerpo que ha cambiado pueda correr algún riesgo físico.

Los antropólogos que estudiaron las comunidades tribales, como Turner, describen los ritos de pasaje grupales
señalando que esas pruebas que tiene que atravesar los neófitos (los recién incorporados) revelan el sometimiento de
los aprendices respecto de sus instructores adultos. Todos los aprendices son iguales frente a la autoridad el chamán,
que los inicia en los conocimientos necesarios para spasar a un nuevo estado, a una nueva situación en la vida. En
nuestra cultura podemos reconocer estos rituales de grupo en algunas cremonias religiosos (como la de los chicos que
toman la comunión) o en rituales laicos como una entrega de diplomas, donde la autoridad otorga reconocimiento a los
miembros de una promoción que termina sus estudios en alguna institución.

Sin embargo, hoy es mucho más común entre los adolescentes que el que acompañe, enseñe y reconozca al
iniciado no esté fuera, sino dentro del grupo con una jerarquía diferenciada. El lugar del adultos, del chamán de la
comunidad, lo ocupa otro joven u otros jóvenes; a veces, el grupo mismo al que se quiere pertenecer. Los rituales de
pasaje se realizan muchas veces antes la mirada de los amigos o de los compañeros (…).

También podría gustarte