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La tierra nos está llamando desde sus entrañas ultrajadas. La tierra nos está
llamando y no oímos, pero allí está sufriendo en los bosques heridos y en los
animales silvestres abatidos. ¿Por qué no escuchamos este dolor y esta agonía?
La voz de la creación clama en cada criatura, los mares contaminados y pide una
oportunidad ¿se la daremos o seguiremos ciegos e indiferentes?
La madre tierra, castigada como un corazón invisible, clama en los montes que
van quedando desnudos. Pero el saqueo no cesa y al desaparecer los bosques se
varían las lluvias y el hermoso cielo azul de los primeros nativos se hace gris.
¿Plantaremos donde hemos destruido?; ¿respetaremos al indio que ha sabido
vivir sin dañar la tierra?; ¿haremos descansar la sangre negra de la tierra?;
¿volveremos a escuchar el canto de la vida?; ¿dejaremos de exhibir pieles de
animales para ocultar nuestro vacío espiritual?; ¿es posible que unos pocos
tengan como rehenes a toda la humanidad sobre el planeta?
Dicho de otra manera, que el porvenir de una larga cadena de procesos evolutivos
pueda ser destruido y la alteración de un febril personalismo solo ocupado en sus
ganancias, ¿acaso el hombre no es tierra que camina y cielo que respira?
Pero aún no parece que entendiéramos, porque entender es vivir, lo que se piensa
en armonía consigo y los demás. El planeta azul es un hogar de la vida y siendo
hombres diferentes, todos caminamos por una misma tierra compartida. Debe
terminar la larga pesadilla sin respiro en la babel de las lenguas. Debe estar alerta
la humanidad y sólo ocuparse de trabajar para devolver la esperanza de una tierra
en equilibrio y de un mundo capaz de mostrar que es posible una conciencia por
encima del egoísmo.