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HISTORIA Y CONCEPTO
DE LOS DERECHOS HUMANOS
2. Edad Antigua y Edad Media. De entrada, puede afirmarse que los dere-
chos humanos responden a exigencias universales derivadas de la dignidad de
la persona. De esta forma, un cierto individualismo (o, si se quiere, la consi-
deración de cada persona como sujeto moral) parece el componente necesa-
rio de cualquier teoría de los derechos. Pues bien, hasta comienzos de la Edad
Moderna esta idea no encuentra fácil acomodo en las concepciones jurídicas,
morales y políticas hegemónicas: durante este largo período de la Historia,
dominó más bien la idea contraria, a saber, la primacía de la comunidad so-
bre el individuo y el sometimiento de éste a los fines de aquélla, normalmen-
te enmascarados bajo fórmulas religiosas.
En la Edad Antigua y en la Edad Media encontramos algunos preceden-
tes remotos de los derechos humanos. Pensadores antiguos, como Confucio
(551-479 a. C.) o Aristóteles (384-322 a. C.), por citar los de mayor influen-
cia en sus respectivos ámbitos culturales, así como determinadas corrientes de
pensamiento, como el estoicismo y el cristianismo primitivo, avanzaron algu-
nas ideas en favor del individualismo, pero el contexto sociopolítico impidió
su desarrollo. Resulta significativo comprobar, por ejemplo, cómo buena par-
te de estos autores justificaron la esclavitud, demostrándose así que los dere-
chos por ellos defendidos resultaban ajenos al principio de dignidad de la per-
sona, y por tanto al concepto mismo de los derechos humanos.
Si bien en la época medieval aparece una serie de documentos (cuyo ex-
ponente más conocido es la Carta Magna de 1215) que obligan al poder po-
lítico a respetar determinadas posiciones individuales, tales como la propiedad
privada o la inviolabilidad del domicilio, se trata de textos muy diferentes a las
modernas declaraciones de derechos, de las que difieren sobre todo por su ex-
tensión (situaciones concretas reconocidas a favor de los individuos, pero no
como personas sino como miembros de un determinado grupo social) y ex-
presión jurídica (pactos, fueros o compromisos, no normas generales).
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luto, desde finales del siglo XV. El humanismo destaca la confianza en las capa-
cidades humanas, propiciando la aparición de un nuevo tipo de individuos, in-
conformes con el orden social existente y decididos a forjar un proyecto vital
novedoso en la esfera pública y privada. Un buen exponente de esta corriente es
la obra de Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) Oración por la dignidad
del hombre, en la que se destaca el lugar extraordinario del ser humano en el
conjunto de la naturaleza y su privilegiado destino hacia la libertad. A diferen-
cia de los animales, atados al instinto, el hombre está llamado a moldear por sí
mismo su naturaleza y destino, así como el sistema de relaciones sociales en que
se encuentra inserto. Pico della Mirandola sigue utilizando la idea cristiana se-
gún la cual la creación a imagen de la divinidad es el sustento de la dignidad hu-
mana, si bien otorgando a esta semejanza un sentido distinto: el hombre com-
parte con la divinidad el atributo más elevado, la misma capacidad creadora.
La llamada humanista en favor de la dignidad de la persona tiene una pri-
mera repercusión práctica desde 1492, a lo largo de la conquista de América.
En este contexto, algunos pensadores comienzan a desarrollar la lucha a favor
de la sustancial igualdad entre las personas, abriendo paso así a una idea cen-
tral del concepto de los derechos humanos. Debemos aquí citar, sobre todo,
a Bartolomé de Las Casas (1474-1566), que denunció los horrores de la con-
quista y rechazó categóricamente la asimilación de los indios a la condición de
«esclavos por naturaleza», afirmando la sustancial identidad de todos los seres
humanos; así como a Francisco de Vitoria (1480-1546), que reivindicó los tí-
tulos de propiedad de los indios sobre sus tierras y, avanzando la doctrina de
la guerra justa, llegó a cuestionar la legitimidad misma de la conquista.
Posteriormente, dos nuevas tendencias contribuyen a abrir el camino, de
forma esta vez decisiva, a la idea de derechos humanos:
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tradiciones liberal y legalista, así como las dificultades para controlar al poder,
son todavía muy fuertes, y ello pese a la ya aludida penetración de importan-
tes y renovados contenidos materiales en los textos constitucionales. Aunque
puede plantear algunos riesgos para el principio democrático (téngase en cuen-
ta que el neoconstitucionalismo llega cuando el poder cuenta con una legiti-
mación que no tuvo en el siglo XVIII), el adecuado desarrollo de la vinculación
de las tareas estatales y de los mecanismos judiciales de protección de los de-
rechos, y en especial de los derechos sociales, son todavía retos pendientes de
la dogmática.
los Derechos del Niño (1989) o la Convención para la Protección de los De-
rechos de los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares (1990). Como ve-
remos, los mayores logros en cuanto a la vinculación jurídica de los derechos
humanos en el plano internacional se han logrado en el seno de dos institu-
ciones regionales, el Consejo de Europa y la Organización de Estados Ameri-
canos [§§ 89, 90].
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da, son hoy más bien minoritarias las aproximaciones cognoscitivas, según las
cuales los juicios de valor expresan conocimiento; recordemos aquí la actitud
metodológica de la doctrina de los derechos naturales o del historicismo, que
pretendían descubrir el fundamento de los derechos en la ley natural o en la
Historia [§§ 4, 6 b)]. Hoy el método utilizado para definir y fundamentar los
derechos es mayoritariamente de base no cognoscitiva, esto es, parte de la con-
sideración de la Moral no como algo que el sujeto descubre, sino como algo
que el sujeto construye (constructivismo ético). Aceptando este método como
punto de partida, se abre el difícil interrogante sobre cómo construir la Ética,
y en especial, sobre el papel que en esta tarea ha de otorgarse a la participación y
al consenso de los implicados.
a) Concepciones de corte liberal, que van desde las posturas netamente con-
servadoras, defensoras de un Estado mínimo a lo Hayek o Nozick, a las
más moderadas, como la influyente Teoría de la justicia, de John Rawls,
que dan una cierta entrada a la justicia social, si bien sin cuestionar la
prioridad de la libertad sobre la igualdad. Todas ellas son, en mayor o me-
nor medida, herederas del viejo modelo de los derechos naturales [§ 4],
por cuanto, si bien abandonan el iusnaturalismo estrictamente considerado,
siguen teniendo como presupuesto una visión formalista de la persona y
otorgando clara prioridad a los valores individuales, sin atribuir a los de-
rechos sociales la naturaleza de derechos humanos.
b) Concepciones de corte socialista, que van desde la teoría de los derechos
de la Escuela de Budapest, que pone el acento en las condiciones históri-
cas y particulares de la persona, esto es, en el contexto de realización de
los derechos humanos, situando en el centro de la argumentación moral
las necesidades básicas, a las teorías que tratan de conjugar el socialismo
democrático con lo mejor de la tradición liberal (socialismo liberal). To-
das ellas coinciden en la defensa de un Estado activo y de un cierto mar-
gen a la utopía, concibiendo los derechos no como el retorno a un origi-
nario estado de naturaleza sino como un horizonte a alcanzar.
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Director de la Maestría en Relaciones Internacionales, Profesor Titular e Investigador del Centro de
Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. cjc13@fibertel.com.ar
1 En la década de los ochenta comienza a desarrollarse este proceso, ya que en forma gradual, la
democracia vuelve a recuperarse en casi todos los países de la región, luego de una década en la que
habían imperado casi hegemónicamente los gobiernos de corte autoritario y la “Doctrina de la Seguridad
Nacional”, propiciada desde el norte del Continente por los Estados Unidos de Norteamérica en un
escenario internacional enmarcado en la “Guerra Fría”.
2 Si bien hay voces que señalan como excepción el caso cubano, en nuestra opinión el mismo tiene
diversas y complejas aristas para su análisis, cuestiones que exceden los objetivos de este trabajo.
1
violación sistemática de los derechos humanos. 3 Estas instituciones multilaterales y
regionales han jugado un papel importante en atraer la atención y crítica
internacional hacia la denuncia de dichas violaciones. 4
3) Sin embargo, a pesar de estos hechos positivos que comienzan a observarse con la
recuperación democrática en la región y de los importantes logros en la protección
de los derechos humanos, las violaciones al derecho a la vida y a libertades básicas
siguen existiendo, y los responsables de dichos abusos gozan de impunidad. El
acceso a la justicia sigue siendo desigual por razones económicas pero también
políticas; la discriminación en sus diferentes vertientes (cultural, social, ideológica,
étnica, racial, etc) continúa siendo una práctica habitual. En los albores del siglo
XXI, y luego de más de dos décadas de la recuperación democrática, América
Latina es la región más desigual del planeta y ello se traduce en que la mayoría de la
población carece de las oportunidades básicas para llevar una vida digna. 5
3 Hay que recordar respecto al sistema interamericano de protección de los Derechos Humanos, la
excepcionalidad nuevamente del caso cubano, toda vez que Cuba fue expulsada de la OEA en la
Conferencia de Cancilleres de Punta del Este, en 1962, siete años antes de la firma de la Convención y
dieciséis antes de su entrada en vigor. También hay que señalar que la mayoría de los países de la región
adhirieron a la Convención y a la jurisdicción de la Corte, una vez retornada la democracia en la década
de los ’80.
4 Baste señalar como ejemplos paradigmáticos, el papel decisivo que tuvo la visita in loco que la
Comisión Interamericana efectuara en 1979 para observar el caso argentino, y que sirvió para
transparentar la gran cantidad de detenidos ilegales que había en el país, evitando así un mayor número de
personas “desaparecidas”; o las sanciones al régimen chileno en el seno de Naciones Unidas durante la
dictadura del Gral. Augusto Pinochet.
5 La brecha entre ricos y pobres cada vez es mayor y los porcentajes de distribución del ingreso son cada
vez más inequitativos. Paradójicamente, la democracia formal y neoliberal de los ’90, mucho ayudó en el
vertiginoso aumento de la pobreza, la marginación y exclusión, así como al engrosamiento de los
incluídos en dichas categorías en toda latinoamérica.
2
Al respecto podemos observar dos posturas que “tensionan” la discusión hacia
adentro de nuestras sociedades. Una perspectiva a la que podríamos denominar
“conservadora” y en la que se enrolan políticos de derecha, centro derecha y
conservadores, empresarios y tecnócratas de organismos internacionales –
especialmente de organismos multilaterales de crédito-, entre otros, plantean que no
es posible avanzar en la implementación de los derechos económicos, sociales y
culturales dadas las restricciones estructurales del sistema político y económico de
nuestras democracias. La otra postura, expresada a menudo por activistas de
derechos humanos, líderes de movimientos de base, políticos enrolados en el arco
ideológico de la izquierda, sectores reformistas, miembros de ONG’s, por citar
algunos, opinan que la democracia y los derechos civiles y políticos tienen una gran
deuda con la mayoría de la población que vive en la pobreza extrema, que el Estado
de Derecho y las instituciones democráticas significan poco para una población que
vive al borde de la inanición. A la par, denuncian la hipocresía de los países
desarrollados o centrales que elogian la recuperación democrática de la región y
hacen severas advertencias cuando ella está en peligro pero que simultáneamente
imponen políticas económicas restrictivas que aumentan el sufrimiento y exclusión
de porcentajes cada vez mayores de nuestras poblaciones.7 En esta “tensión” se
dirime una cuestión crucial en el seno de nuestras sociedades y que mucho tiene que
ver con la protección y vigencia de los derechos humanos en América Latina y ella
radica en llegar a un acuerdo o consenso sobre el tipo de democracia que nuestra
región se merece, discusión que ya se planteaba en la arena política de los años
setenta y que las dictaduras militares acallaron y postergaron. Ese dilema
consustancial a nuestra realidad es saber si tiene sentido preocuparse por una
“democracia formal” cuando el objetivo es lograr una democracia real, material o
sustantiva, entendida como el acceso igualitario a derechos económicos, sociales y
culturales básicos para la mayoría de la población.
Este dilema está cada vez más en el centro del debate político latinoamericano, y
presentan un dilema central para la comunidad de los derechos humanos, toda vez
que hay que destacar como sustantivo del concepto de derechos humanos su
indivisibilidad.8 Inextricablemente vinculado con ello se presenta el desafío de
hacer comprender a las mayorías que el mejor escenario político para luchar por los
derechos económicos, sociales y culturales es aquel donde los derechos civiles y
políticos se respetan y viceversa. Enmarcado todo ello en un sistema que a partir de
los valores de libertad, igualdad y solidaridad consagre y efectivicen las reglas del
juego democrático y del Estado de Derecho. Pero en este sentido es importante
señalar la deuda que el sistema democrático tiene para con vastos sectores de
nuestras sociedades.
4
6) En las últimas décadas, la violencia y el crimen aparecen como problemas
complejos y de difícil solución en América Latina. Si se tiene que ahondar en las
causas mucho tiene que ver, como ya lo expresáramos en los apartados 3 y 5, las
prácticas neoliberales que imperaron en la región, difundidas por una globalización
de igual signo que se manifiesta en el escenario internacional y que estigmatizaron a
la región como el “laboratorio” donde mejor se ensayaron dichos experimentos,
especialmente a lo largo de la década de los noventa. La instrumentación de dichas
políticas con escasa capacidad distributiva genera sociedades “duales”, sin clases
medias y con grandes porcentajes en los sectores bajos, indigentes y excluidos. El
modelo generó una desocupación con índices abrumadores y ello llevó a que
grandes porciones de la población de nuestros países, sean expulsados del sistema
engrosando así las filas de la pobreza, la marginalidad y la indigencia. 9 Todo ello va
generando un círculo vicioso de compleja solución y que, obviamente, genera más
violencia y delincuencia, que se traduce en un sentimiento o sensación de
“inseguridad” especialmente para los sectores beneficiados en este reparto. Ahora
bien, esta observación no debe llevarnos hacia un discurso de “criminalización de la
pobreza”. En tal sentido hay quienes expresan que: “(…) El Salvador, por ejemplo,
con un promedio aproximado de 120 homicidios cada 100.000 habitantes, tiene la
tasa de homicidios más alta del mundo. La cifra es aún más alta en ciudades
colombianas como Medellín (…) El homicidio no es el único problema: se registra
un incremento dramático en robos y asaltos, y pandillas juveniles, bandas de
secuestradores y narcotraficantes atemorizan a los habitantes de muchas ciudades
de la región. En Guatemala (…) por ejemplo, el crimen ha llegado a tales niveles
que es normalmente considerado el principal problema social, incluso por encima de
la pobreza y la desigualdad. La situación es parecida en países tan diversos en su
desarrollo económico como Brasil, Venezuela, México, Haití y Nicaragua. Y aún en
países con los niveles más bajos de criminalidad en la región, como Bolivia y Chile,
la percepción general es una de peligro en aumento. El impacto de esta ola de
criminalidad sobre los derechos humanos es notable. La legislación y las políticas
diseñadas para enfrentar estos y otros delitos, muchas veces no cumplen con las
normas internacionales sobre el debido procedimiento legal o la responsabilidad
policial. Medidas de ‘mano dura’ [o ‘gatillo fácil’] a menudo conducen al abuso
policial y la impunidad sigue siendo un problema serio. Ante lo que se percibe
como la ineficacia policial en algunos países, las fuerzas armadas han sido
puestas a cargo de la seguridad interna. La ineficiencia policial ha llevado a una
epidemia de ‘vigilantismo’, donde la gente (…) toma la justicia en sus propias
manos mediante linchamientos y el auge de escuadrones de la muerte de ‘limpieza
social’. En este contexto, nuevas formas de discriminación son cada vez más
evidentes, sobre todo en términos de represión policial y prácticas de sentencias
discriminatorias según la edad, raza y condición socioeconómica (…)” 10.
5
Pero mientras la evidencia del problema es contundente, su tratamiento desde la
óptica de los derechos humanos es extremadamente complejo, ya que la
problemática de la criminalidad y la delincuencia nos posiciona ante un aparente
conflicto de derechos. Por un lado, los derechos civiles y políticos aseguran que los
ciudadanos se encuentren protegidos de abusos por parte del Estado y garantizan al
acusado igualdad de acceso a un proceso legal y juicio justo. Por el otro, los
ciudadanos tienen derecho a vivir en un ambiente seguro que proteja sus vidas y
propiedades de la agresión de terceros. Se presenta así una falsa antinomia, que
genera un debate muy en boga en la opinión pública de nuestras sociedades:
“galantismo” o “mano dura”. En estas posiciones encontradas que generan “ruido”
hacia adentro de las sociedades latinoamericanas, y en especial en los grandes
conglomerados urbanos, se esgrimen argumentaciones para reprimir el delito con
“mano dura” o “tolerancia cero”11 a costa de vulnerar las garantías
constitucionales, y por ende, los derechos humanos.
Esto representa un terrible dilema para la protección de los derechos humanos, para
los movimientos que son los principales actores en la lucha por su recepción
legislativa y efectiva concreción y goce, así como para los gobiernos en su política
en la materia, a los fines de contrarrestar ese discurso conservador dirigido más a
solucionar los efectos de esta encrucijada que las causas que lo originan. Así se
plantean ¿Cómo seguir defendiendo los derechos humanos sin perder el respaldo de
aquellos sectores de la ciudadanía –clases media y alta- que pueden percibir al
discurso en defensa de los derechos humanos como protector de criminales en vez
de defensor de las víctimas?12, obviamente que mucho tienen que ver en la
generación de este discurso, los continuos mensajes enviados por los medios
masivos de comunicación social, fogoneados por sus propietarios –grupos
empresarios de capitales mayoritariamente pertenecientes a las economías más
desarrolladas del planeta- con la finalidad de (de) “formar” la opinión pública en
aras del respeto a la protección de los intereses propios de los sectores mayormente
beneficiados en estas sociedades duales, complejas y no inclusivas.
11 Traduciendo al idioma vernáculo el slogan impreso a la campaña que el Alcalde Giuliani utilizara en la
ciudad de New York, en la década de los noventa para erradicar el delito, a partir de posturas
ideológicamente conservadoras toda vez que ataca los efectos del mismo pero no sus causas (ver lo
expresado en el apartado 5 del presente trabajo)
12 Situación parecida a la de la década de los ochenta cuando se comenzó a perseguir a los autores de las
violaciones masivas a los derechos humanos en épocas de las dictaduras que imperaron en la región,
generando la teoría de los dos demonios en el discurso de los sectores más conservadores de nuestras
sociedades para justificar lo ocurrido bajo los regímenes autoritarios como una respuesta a la amenaza
terrorista y comunista que pretendía “adueñarse” de nuestro sub-continente en los setentas, con un
escenario internacional bipolar como el de la “guerra fría”.
6
mediante un convenio, en diciembre de 2002, establecieron la libre residencia de los
nacionales de cualquiera de estos países en los otros, permitiendo el blanqueo en la
situación legal de muchos migrantes, que mediante la generación de políticas
apropiadas, podrán ingresar en los mercados laborales en condiciones dignas y
similares a los ciudadanos de origen de cada país. Así mismo, el I Informe sobre
Derechos Humanos, dedicado a las Migraciones que fuera elaborado ha pedido de
la Federación Iberoamericana de Ombudsman en el año 2003, y en la que
colaboraron destacados especialistas en Derechos Humanos y en Migraciones, es
una respuesta a imitar por otros organismos gubernamentales 13 para poder entender
mejor esta cuestión y colaborar con el diseño de políticas que ayuden a mitigar esta
situación.
13 El informe fue dirigido por el catedrático Guillermo Escobar y en el colaboran numerosos especialistas
en Derechos Humanos de Iberoámerica, entre ellos el suscripto. Publicación de la Federación
Iberoamericana de Ombudsman y de la Universidad de Alcalá, España. Editorial Dykinson y Ciudad
Argentina, Madrid, 2003. Ver especialmente la presentación, p.11; la introducción, p. 19; y la
recomendación a los Estados, pp. 111 y ss.
14 En esta línea de análisis ver el interesante trabajo planteado por GARGARELLA, Roberto. “Carta
Abierta sobre la Intolerancia: apuntes sobre derecho y protesta”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires,
2006.
7
el terrorismo. Esto no es nuevo en la región, ya que Estados Unidos fue el actor
principal en el ámbito regional y hemisférico durante la “guerra fría”, y continúa
siéndolo. El único cambio en el orden internacional de la región es el paso de un
sistema bipolar a uno unipolar, donde el “hegemón” es, precisamente, EE. UU. Así,
la situación de los derechos humanos en nuestro hemisferio ha ido siempre de la
mano con los intereses del país del norte. No debe olvidarse que las grandes
violaciones masivas operadas en la región contaron con su anuencia, toda vez que la
Doctrina de la Seguridad Nacional le era funcional en un escenario de Guerra Fría
donde el enemigo a derrotar era el “comunismo”. 15
9) Otra cuestión que se enmarca en los desafíos que se observan para la implementación
y la vigencia de los derechos humanos en América Latina, es la del terrorismo. Si
bien el mismo se encuentra circunscrito al caso colombiano, también se registran
hechos de terrorismo internacional que han tenido a países de la región como
objetivo, tal el caso de los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, en la
República Argentina en la década de los noventa.
A lo largo de este trabajo se ha intentado dar tratamiento a los retos que enfrenta la
comunidad latinoamericana frente a la protección, vigencia y efectivo goce de los
derechos fundamentales de las personas, o más conocidos y vulgarizados en su
denominación de derechos humanos. Obviamente que el listado no se agota en lo que
se expresa en estas líneas, solo se han presentado los aspectos más salientes y
generalizados para su discusión. De ahí que creemos que desmantelando gran parte de la
opresión y desigualdad que se detecta en las sociedades de la región, y de la desigualdad
no sólo en la distribución de la riqueza sino también del poder, que es lo que más se ha
tratado de ahondar, traerá por añadidura la solución a otros graves problemas que
Latinoamérica enfrenta a diario en la vigencia de los derechos humanos: maltrato
infantil, violencia doméstica, desnutrición, trabajo infantil, discriminación en todas sus
formas, desocupación, etc. Esta postura adoptada se fundamenta en el argumento de la
universalidad, y en tal sentido, dado que los derechos humanos son universales e
indivisibles, la lucha por el respeto y vigencia de éstos no debería plantearse a partir de
su división y diferenciación sino abordando la problemática en su totalidad y
complejidad a los fines de hacer efectiva su vigencia y asistir de este modo, a la
conformación de una sociedad más respetuosa del Estado de Derecho democrático. En
este sentido, es de valorar en su justa medida, el giro de 180 grados que se observa en la
agenda política de los gobiernos surgidos en las últimas elecciones en la región,
especialmente en materia de derechos humanos y el lugar que los mismos ocupan en
los respectivos programas de gobiernos. En los albores del siglo XXI, y en los primeros
años de ésta década, la asunción de Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, Tabaré
Vázquez en Uruguay, Bachelet en Chile, Evo Morales en Bolivia, el retorno de Alan
García a la primera magistratura del Perú, y recientemente el triunfo de Correa en
Ecuador, terminan de perfilar ese nuevo rumbo que había tenido su “visagra” a partir de
la llegada al poder de Chávez en Venezuela, a finales de los noventa, cuando la debacle
de las prácticas neoliberales generaban fuertes crisis en la región.
15 Un desarrollo más extenso sobre éste tópico puede encontrarse en JUÁREZ CENTENO, Carlos A.
“Algunas Notas sobre la Globalización y la Política”. En: El Espacio en la cultura latinoamericana,
CESLA. Ed. de la Universidad de Varsovia, Polonia, 2002. También en BOSIO HAULET, G. y JUÁREZ
CENTENO, C. “La Doctrina de la Seguridad Nacional, sus orígenes, evolución e impacto en los países
del Cono Sur”. En: REVISTA ESTUDIOS, n 14, primavera de 2003. pp.93 a 113.
8
Coincidiendo con lo señalado en el párrafo precedente, Noam Chomsky expresa que:
“El subcontinente, desde Venezuela hasta Argentina, podría estar en condiciones de
presentar al mundo un ejemplo de cómo crear un futuro alternativo a partir de un legado
de imperio y terror. Estados Unidos ha dominado por mucho tiempo la región con dos
mètodos principales: la violencia y el estrangulamiento económico” 16. En este sentido,
el giro en la política sudamericana de los últimos años, puede ser prometedor para la
vigencia de los derechos humanos en la región, saldar la deuda social que nuestras
sociedades mantienen con vastos sectores de la población, y propender a la construcción
de sociedades más justas, solidarias, inclusivas, democráticas y respetuosas de la
dignidad de todos y cada uno de sus integrantes. Todo ello, en el marco del respeto y
protección de los derechos humanos.
Es por ello que el “garantismo” no es patrimonio de una ideología ni de un partido
político, ni de un determinado sector de la sociedad, sino que debe ser una bandera de la
humanidad, que tenga como objetivo defender los últimos y más básicos derechos de
todos los seres humanos, en especial de aquellas sectores, grupos y colectivos –
desgraciadamente muy numerosos- que ven atacadas su dignidad y la de su familia, esto
es de los sectores más vulnerables de la sociedad, así como de las sociedades más
vulnerables en el marco del escenario internacional. De tal suerte que con prácticas
“garantistas” y respetuosas de los derechos humanos se generará, consecuentemente,
seguridad para todos.
Las tendencias en las medidas adoptadas por los gobiernos surgidos de las últimas
elecciones en los países de la región, y especialmente de los sudamericanos, permiten
detectar un cambio en el rol de Estado respecto a la política de derechos humanos y la
adopción de medidas de gobierno más cercanas a la lógica distributiva e inclusiva que
América Latina supiera disfrutar en épocas del auge del Estado Benefactor, allá por
mediados del siglo pasado. En este sentido, el último cuatrienio (2003-2006) puede
calificarse como el de mejor desempeño económico y social de América Latina en los
últimos 25 años. El avance en la reducción de la pobreza, la disminución del desempleo,
la mejora en la distribución del ingreso en algunos países y un aumento importante del
número de puestos de trabajo son los principales factores que marcaron una tendencia
positiva en varios de los países de la región. 17 De todos modos, mucho es lo que queda
aún por hacer ya que el desmantelamiento y el desguace del Estado fue una
planificación pergeñada y que comienza a implementarse con las “dictaduras” surgidas
en la década de los setenta del siglo pasado, prolongándose hasta los inicios de este
nuevo siglo con las “democraduras” de los noventa. Es de esperar, entonces, que estos
nuevos vientos que soplan en la región consoliden por fin regímenes democráticos a
partir del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que profundicen la mera
16 Chomsky, Noam. “Alternativas para América Latina”, En: La Voz del Interior del martes 16 de enero
de 2007. Sección Opinión. p. 11 A.
17 Así lo expresa el informe de la CEPAL “Panorama social de América Latina 2006”, en el que
presentan las más recientes estimaciones de la magnitud de la pobreza realizadas por la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Estas indican que en 2005, el 39,8% de la
población de la región vivía en condiciones de pobreza (209 millones de personas) y un 15,4% de la
población (81 millones de personas) vivía en la pobreza extrema o la indigencia. En el capítulo se
presentan, además, proyecciones sobre la magnitud de la pobreza en el presente año, según las cuales el
número de pobres y de personas en situación de extrema pobreza volvería a disminuir, a 205 y 79
millones, respectivamente. Si bien los porcentajes de pobreza, pobreza extrema o indigencia siguen
siendo muy altos, no se debe olvidar que son significativamente inferiores a los que arrojaban estos
mismos informes en el cuatrienio precedente 1999-2002. Existe versión impresa y on line. Nosotros
consultamos esta última en http://www.eclac.cl/