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CARNE DE TU CARNE
de Eugenia Kléber
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DRAMATIS PERSONAE
LAURA, 40 años.
STEFAN, 15 años.
CLARICE, 30 años.
OLGA, 45 años.
JULIETA, 17 años.
HOMBRE, 60 años.
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ESCENA I
Sala de visitas del centro de menores. Una mesa, dos sillas. No hay ventanas.
STEFAN y CLARICE, cada uno en un extremo.
Él va descalzo, con pantalones amplios y camiseta blanca. Ella viste jeans y camiseta
de colores, lleva el pelo ondulado y suelto.
(Pausa.)
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CLARICE extrae de su bolso una caja alargada y estrecha mal envuelta. Se la tiende
a STEFAN, que se acerca para cogerla.
STEFAN: Acuarelas...
CLARICE: No son nuevas, algunos colores están usados.
STEFAN: No esperaba menos de ti.
CLARICE: Su dueña no va a utilizarlos y a ti te hacían falta.
STEFAN: Pintaré con las acuarelas de una muerta, me darán suerte.
CLARICE: No he dicho que pertenecieran a una muerta.
STEFAN: ¿Te las ha dado mi madre para mí?
CLARICE: No he hablado con tu madre. La vi una vez y apenas hablamos.
STEFAN: ¿Fue ella la que no quiso?
CLARICE: ¿La que no quiso…?
STEFAN: Escucharte.
CLARICE: No tenía nada que decirle.
STEFAN: Y ella no te hizo preguntas.
CLARICE: Lo que tú me cuentas es privado, no comento nuestras entrevistas.
STEFAN: Podías haberle aconsejado cómo tratarme, cómo dirigirse a mí. Si es mejor
mirarme o no. Se supone que para eso te envían, para que aconsejes a las familias qué
hacer con nosotros para no exaltarnos. Qué hacer cuando ocupemos una habitación en
sus casas de nuevo y llegue la noche. No tiene por qué ser nuestra habitación de antes,
el sótano, el desván, el trastero o el garaje también nos sirven.
CLARICE: Estoy segura de que no le hacen falta mis consejos para saber cómo tratar
a su hijo. Hay madres que no asimilan los hechos aunque pase mucho tiempo pero la
tuya lo ha asimilado con entereza. Cuando nos vimos llevaba un vestido negro y no se
había maquillado. Me pareció una mujer que no se escondía, digna y sobria.
STEFAN: A lo mejor fue por su timidez. O que tu aspecto no le inspiró confianza. Mi
madre a veces es un poco esnob.
CLARICE: La vi anodina, anodina voluntariamente. Y deprimida, pero no me pareció
una esnob... Se peina y se recoge el pelo sin mirarse al espejo, se pinta los labios en el
ascensor, se deja el móvil olvidado en cualquier sitio y se pregunta cada mañana de
camino al trabajo si se ha vestido o ha salido a la calle simplemente en ropa interior.
Se acuesta muy tarde y da vueltas en la cama sin poder dormir, de madrugada va a la
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cocina y se queda frente a la nevera envuelta en una luz de tanatorio, preguntándose
qué ha ido a buscar allí a esas horas, si no será que es sonámbula y no se ha enterado.
STEFAN: Menudo personaje describes, o ha cambiado mucho o no es mi madre. (Ríe.
Pausa). Estoy pintando figuras de mujer. De espaldas, con la cabeza rapada y tatuajes
en los hombros. Son gatos egipcios los tatuajes, gatos y rosas negras. ¿Qué crees que
significa?... ¿Deberías anotarlo para vuestra siguiente reunión técnica?
CLARICE: Depende del conjunto, de los colores y el lugar en el que están las figuras.
Del trazo, sobre todo… Pero no soy psicoanalista.
STEFAN: No, eres especialista en responder sin mojarte.
CLARICE: ¿No me he mojado contigo, es lo que piensas?
STEFAN: No me he dado cuenta, habrá sido un orgasmo fulminante. Cuéntame tu fin
de semana.
CLARICE: Fui al club como siempre. Cuando llegué Lea y Coco estaban discutiendo.
STEFAN: Todas menos tú tienen nombre de perro: Lea, Coco, Irma, Nika…
CLARICE: Irma viene de Irma la dulce, una película que seguramente no has visto ni
te suena. Coco es por Coco Chanel. Nika y Lea también tienen su propia historia.
STEFAN: Me gustaría espiaros a las cinco con vuestras pelucas y plataformas. Tiene
que ser estimulante. Intercambiándoos las bragas y los pintalabios.
CLARICE: Nika sufrió un infarto el otro día, la encontró su expareja horas después.
Sus padres vienen hoy desde Uruguay para incinerar a su hijo Eduardo, a Nika no la
conocen. No queremos que se enteren de su doble vida, no lo entenderían.
STEFAN: Entonces en la caja irá vestida de hombre.
CLARICE: No. Desnuda y con ciclámenes blancos entre las manos. Es Nika.
STEFAN: Desnuda sobre el raso blanco… Como una novia.
CLARICE: Su expareja nos comunicó la noticia por escrito porque se quedó sin voz.
Es actor, actúa en obras musicales. Según el médico no es una dolencia orgánica y no
se sabe cuánto tiempo puede durar. Nika y él mantuvieron una relación muy intensa,
con mucho amor, peleas y separaciones… No sé por qué te cuento todo esto.
STEFAN: Ahora no estaban juntos pero se querían, ¿es eso?
CLARICE: Sí. Ojalá yo viva un amor así, que se convierta en eterno cuando el fuego
se consuma... No me quito esa idea de la cabeza.
STEFAN: Esfuérzate más, te queda mucho para ser poeta.
CLARICE: Es una lástima que todavía tengas quince años... No hay seguridad de que
algún día llegues a comprender lo esencial. Sin lo esencial no somos nada.
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STEFAN: ¿Es que a ti nadie te quiere, Clarice?
CLARICE: Mis amigas me quieren.
STEFAN: Pero el amor que buscas no es el de tus amigas, ese no duele, con ese no
sangras... ¿Entonces dónde vas a encontrarlo? Confías en que cualquier noche en ese
club ocurra el milagro.
CLARICE: Está abierto a todo el mundo, ¿por qué no?
STEFAN: Se colarán individuos peligrosos. Imagínate si me presentara yo.
CLARICE: Tú no eres peligroso.
STEFAN: ¿Ahora vas a recitarme un poema sobre la infancia perdida?
CLARICE: No me sé ningún poema de memoria, solo letras de canciones.
STEFAN: Alguna habrá para mí... No te olvides de mirar entre las que no han llegado
a ser canciones. Existen, están ahí aunque nadie las lea ni las recuerde.
CLARICE: Si nadie las lee ni las recuerda no existen, Stefan. Son tinta invisible en un
papel. (Pausa). ¿Has escrito en tu diario estas dos semanas?
(Pausa.)
(Pausa.)
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STEFAN: No lo ha leído nadie. Hablo de otras personas, no quiero que lo sepan antes
de que se publique y llegue a ser un bestseller.
CLARICE: Revelarás secretos familiares, eso a veces es jugoso para un editor.
STEFAN: ¿Te refieres a mi madre? Me parece que no la nombro... Un diario es para
hablar de uno mismo, como confesar a un cura tus paranoias y tus pecados.
CLARICE: Cuando te confiesas es porque deseas liberar una carga que te angustia en
una persona revestida de autoridad moral. Cuando te arrodillas buscas el perdón, no es
lo mismo que escribir un diario.
STEFAN: ¿Tú le cuentas a un cura tus juergas sexuales en el club?
CLARICE: Te crees muy insolente... Soy una mujer compartiendo momentos lúdicos
con otros adultos. Y yo no me trato con curas, ni en la iglesia ni fuera. Ni intercambio
bragas ni me trato con curas.
STEFAN: Por aquí se han acercado un par de hombres de Dios esta semana, uno era
negro y el otro blanco. No llegaron a entrar, solo asomaron la cabeza y dejaron su tufo
a urinario, tintorería y colonia de bebé. Es asqueroso que se pongan esa colonia, se les
mezcla con el sudor y el esperma rancio bajo sus hábitos inmaculados. Es que me fijo
en esos detalles, agradables o desagradables. Tú hueles a perfume, hueles bien porque
te lavas a conciencia después de tus orgías.
CLARICE: Si quieres ver o no al sacerdote es tu decisión. No tienes que explicarnos
los motivos... Me contaron cómo te hiciste esa fea herida del pie, no tiene buen
aspecto.
STEFAN: La gente no sabe lo que dice. Mi pie está genial.
CLARICE: Ayudaste a un chico que pretendía suicidarse.
STEFAN: Oh, sí, soy un ángel.
CLARICE: ¿Sois amigos?
STEFAN: Nadie es amigo de nadie aquí dentro.
CLARICE: ¿Entonces por qué le ayudaste?
STEFAN: Para que ellos no se salgan con la suya... El chico no me importa, de todas
maneras acabará suicidándose cualquier día... ¿Qué más te han contado, Clarice?
CLARICE: Que estás cabreado porque no te lo agradeció como esperabas.
STEFAN: Así son, ¿te das cuenta? Creen conocer el funcionamiento de tu cerebro y
tus reacciones y envían al grupito fantástico: a ti, al psicólogo ese de los ojos saltones
y a los curas bicolores para que rellenéis unos cuantos formularios. Te conocen igual
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que si te hubieran parido en una oscura noche de tormenta con los ojos vendados. No
tienen ni puta idea de quién eres.
(Pausa.)
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CLARICE: Tengo que limitarme a preguntarte y a responderte lo que pertenece a mi
especialidad, no debo traspasar los límites. Te he contado cosas personales y por tanto
yo sí los he traspasado. No es correcto y no se repetirá.
STEFAN: ¿Qué pertenece a tu especialidad?
CLARICE: Tu bienestar, tu salud, tu seguridad, tu felicidad, tus tareas ocupacionales.
Queremos que encuentres el equilibrio necesario para desenvolverte fuera y llevar una
vida en sociedad lo más normal posible. Para que tengas las mismas posibilidades que
los demás cuando salgas.
STEFAN: Te lo has aprendido de memoria. Yo también me aprendía las lecciones de
memoria sin comprender nada de lo que decía.
CLARICE: Quédate con la palabra bienestar, es bastante abstracta. Significa que no
tienes que echar de menos lo prescindible. El concepto de prescindible es diferente en
cada persona, por eso os evaluamos y elaboramos un perfil individual.
STEFAN: ¿Sabes lo que echo de menos? La montaña. Echo de menos correr contra el
viento, escalar afiladas rocas, sentarme al borde de un despeñadero, dormir bajo un
almendro, contemplar el vuelo de los buitres y las águilas...
CLARICE: Puedes recordar esos momentos si te concentras y cierras los ojos.
STEFAN: Es que nunca he estado en la montaña. No he escalado, ni he visto águilas,
ni he dormido bajo un almendro ni bajo un ciprés.
CLARICE: ¿No ibais de vacaciones al campo con tu madre?... ¿Ni de acampada en tu
instituto? Los niños van de acampada. Alguna vez irías de excursión con otros chicos.
STEFAN: Mi madre no quería, a mí tampoco me apasionaba la idea. Nos quedábamos
en casa viendo películas. Me gustaba mucho ver películas tumbado en el sofá junto a
mi madre, era divertido. Hasta que un día de repente a ella dejó de apetecerle.
CLARICE: (Con cautela. Observándole) Tu madre tenía que trabajar muchas horas al
día y además ocuparse de ti y de tu hermana, apenas le quedaría tiempo libre. Jana era
muy pequeña, Jana…
STEFAN: Qué suerte que no puedas tener hijos. No puedes ni como hombre ni como
mujer... Has sido bendecida por Dios a pesar de que ya no crees en él, aleluya.
CLARICE: ¿Tú no quieres tener hijos? Es difícil que con quince años lo sepas.
STEFAN: Tendré un perro que me seguirá a todas partes y me obedecerá. Hará todo
lo que le mande, como un soldado.
CLARICE: Un perro será tu mejor compañía, sí.
STEFAN: ¿Porque no puedo aspirar a otra?
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CLARICE: Los perros son los amigos más fieles. Si tienes un perro, vivas con quien
vivas serás afortunado porque nunca te sentirás solo.
STEFAN: Pero también hay perros que atacan a sus dueños.
CLARICE: Muy rara vez. Y no es culpa de los perros sino de sus dueños.
STEFAN: ¿A ti te espera un perro grande y negro en tu casa cada noche?
CLARICE: Puede que sea pequeño y blanco, asustadizo y cobarde. O de tamaño
mediano y marrón con las patitas cortas.
STEFAN: No, te pega más uno grande, azabache y feroz, dispuesto a dar su vida por
ti si hiciera falta defenderte. Dispuesto a clavar los dientes a quién sea para salvarte.
CLARICE: Tengo una coneja blanca de tres años, se llama Pat y duerme en mi cama.
Una tierna coneja de pelo suave como la seda, hocico rosa y ojos color miel. Apoyo la
cara en su barriga y oigo latir su corazón.
STEFAN: ¿Pat sabe que se llama Pat, reconoce su nombre? Se dice que los conejos se
pasan el día saltando, será una compañía divertida.
CLARICE: Reconoce su nombre y solo salta cuando le viene en gana.
STEFAN: ¿Crees que me permitirían tener un conejo? Un cachorro, no uno adulto.
CLARICE: Tendrías que cuidarlo muy bien, son animales delicados.
STEFAN: Lo cuidaría. Sé que los conejos son delicados. (Ríe).
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CLARICE sale.
STEFAN solo.
Ruido de puertas y cerraduras.
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ESCENA II
OLGA: (De espaldas) ¿Por qué a todo el mundo le gusta tanto el sol?... Si la lluvia es
un regalo. (Girándose hacia LAURA).
LAURA: A mí me deprime.
OLGA: A ti te deprime.
LAURA: A muchas personas les deprime la lluvia.
(Pausa.)
OLGA: ¿Sabías que Hugo se ha casado? En Londres, ella tiene diecinueve años.
LAURA: No lo sabía. Alguien me comentó que os habíais divorciado.
OLGA: Él dijo que teníamos que continuar viviendo. Que debíamos continuar. Yo no
sabía cómo hacerlo. Sigo sin saberlo. Me despierto cada mañana y me digo: «Marián
no está, Marián no duerme en su cama, nunca volveré a verla». (Pausa). Fui yo quien
planteé la separación, Hugo no se atrevía porque es inseguro. Está irreconocible en las
fotos de su boda: más delgado, bronceado, bien vestido. Una nueva vida a partir de la
muerte de Marián... ¿Tú también tienes una vida nueva, Laura?
(Pausa.)
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OLGA: Yo no estuve en el de Jana. Pasé en cama varios días, sedada la mayor parte.
LAURA: Hugo me lo contó. Me telefoneó una tarde para agradecerme que le hubiera
llevado flores a Marián.
OLGA: No vi las flores... ¿Cuándo le llevaste flores?
LAURA: No era una corona ni tampoco un ramo ostentoso. Solo un pequeño ramo de
flores silvestres. Vosotros ya os habíais marchado, nadie me vio.
OLGA: No tendrías que haberte presentado en el cementerio. ¿No pensaste que estaba
fuera de lugar?... Si te hubiera visto te habría echado de allí.
LAURA: Sí, era algo probable. Me hubiera marchado enseguida, sin dar espectáculo.
Pero no me viste.
(Pausa.)
OLGA: ¿Vas a visitar a menudo a Stefan? ¿Te ha contado por qué lo hizo?
LAURA: No habla de ello, nunca menciona a las niñas. Llevo dos años esperando que
lo haga.
OLGA: ¿Y no le has obligado a confesártelo?... ¿No le has repetido el nombre de Jana
hasta quedarte afónica? Era tu hija... ¿No le has abofeteado hasta destrozarle la cara?
LAURA: No. No funcionaría. Con él no.
OLGA: ¿No quieres saber qué tenía en contra de dos niñas pequeñas para hacerles lo
que les hizo?... Jana tenía cinco años. Marián tenía seis y quería ser veterinaria y volar
en globo... Yo sí necesito saber. No quiero morirme sin una respuesta.
LAURA: La trabajadora social me aconsejó esperar una reacción natural, dijo que era
mejor no provocarle. Ellos hacen su trabajo.
OLGA: No han logrado nada con él si en estos dos años no ha abierto la boca... Si te
marchas nadie irá a verle. ¿Lo haces por eso, para no tener que verle y olvidarte de él?
LAURA: Es mi hijo y no voy a abandonarle.
OLGA: ¿Habláis del clima, de deportes, de las películas o series que ve por televisión,
de lo que come, de lo que sueña?... Me pregunto qué soñará, ¿te lo ha contado?
LAURA: Habla poco y la media hora se pasa rápido... A veces jugamos al ajedrez, le
encanta el ajedrez, y también pinta acuarelas... Sé que hay una chica. Se escriben, fue
ella quien le escribió primero, le envió varias cartas hasta que Stefan contestó. Me han
contado que firma con el nombre de Julieta, puede que no sea el verdadero... Una vez
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Stefan me dio un paquete con las cartas de Julieta para que las quemara. Las tiré a la
chimenea nada más llegar a casa. Algunas estaban sin abrir.
OLGA: ¿Y no las leíste? ¿No sentías curiosidad?
LAURA: No.
OLGA: Me parece increíble.
LAURA: Sé lo que puede llegar a escribir una chica que cree estar enamorada de un
asesino. Estabas esperando a que dijera esa palabra. Ya la he dicho: Asesino... Si a mi
hijo ver a Julieta le ayuda en algo me alegro, allí dentro no tiene más alicientes.
OLGA: Marián y Jana no tienen ninguno.
LAURA: No. (Pausa). Tú y yo tampoco.
OLGA: Tú tienes a Stefan. Protegerle te ocupa todo tu tiempo interior.
LAURA: Lo he intentado, Olga, he intentado hablarle y escucharle. Ya no sé quién es
y me siento cansada... Estoy muy cansada... He pensado que podría estar enferma, en
cierto modo esa idea me tranquiliza. Tener una enfermedad invasora, degenerativa.
OLGA: No estás enferma, estás muerta aunque sobrevivas… ¿Y adónde vas a ir?
LAURA: Tengo fecha para desalojar el piso, he vendido casi todos los muebles.
OLGA: ¿Stefan lo sabe, se lo has dicho?
LAURA: Nunca me pregunta cómo estoy ni lo que hago. Menos va a importarle aún
dónde vivo.
OLGA: Le importará porque pierde su casa, su referencia.
LAURA: Hace dos años que la perdió.
OLGA: Por eso mismo la habrá idealizado.
LAURA: Idealiza a personajes de la televisión, a los que saltan desde los tejados y se
graban en posturas imposibles. A los que consiguen enriquecerse sin hacer nada... En
una de mis noches de insomnio me levanté y me dediqué a borrar y a romper fotos de
mi hijo. He conservado una de recién nacido, estamos en la cama del hospital y yo lo
sostengo en brazos y la habitación está llena de flores... Recorté su cara de las fotos en
las que también está Jana y tiré su imagen a la basura. Después me fui a la cama y me
dormí enseguida. Me llevé las tijeras al dormitorio, las vi en la almohada a la mañana
siguiente.
(Pausa.)
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OLGA: Siento no haberte telefoneado, me encerré en mi dolor y el mundo se esfumó.
Cada día, cada hora, cada minuto continúan muriendo niñas y niños en todo el mundo,
violentados de una y mil maneras inimaginables. Cada noticia es Marián muriendo de
nuevo. Sería demasiado amable dejar de sentir dolor, por eso me obligo a seguir viva.
LAURA: Lamento haber sido la causante de ese dolor.
OLGA: Le pedí a Hugo que no volviera a mencionarte... Te he deseado lo peor tantas
veces, lo peor…, sin darme cuenta de que ya estabas en el infierno.
(Pausa.)
LAURA: Tenía que ir a retirar unas cortinas aquella tarde. Había olvidado recogerlas
la tarde anterior y quise aprovechar el fin de semana para colgarlas en mi dormitorio.
Recuerdo que el piso olía a pintura, me sentía contenta del color de las paredes. Había
conservas y botes de mermelada en la cocina, y una caja de manzanas reinetas. El olor
de la pintura fundiéndose con el de las manzanas me hizo recordar los veranos en la
casa de mis abuelos. Escuchaba las risas de Jana y Marián en el salón... Marián
apareció de pronto en el umbral y me hizo un gesto de que no la delatara, jugaban al
escondite. Se quedó quieta debajo de la mesa y yo distraje a Jana para que la buscara
en otro lugar. Stefan estaría en su habitación o en la terraza, no sé, le había visto salir
del baño poco antes. Es la última imagen que conservo de mi hijo hasta que le vi en
comisaría. Besé a Jana antes de marcharme, estaba sentada en la alfombra rodeada de
sus cuadernos de dibujo. Marián había abandonado su escondite y bailaba y se reía.
Así las recuerdo, felices, cómplices. Mi hija sentía adoración por Marián, estaban
muy unidas. «Adiós, chicas, hacedle caso a Stefan», les dije al despedirme. Feliz
porque iba a recoger mis cortinas y mi nuevo champú me había dejado el pelo
brillante, esponjoso. Me despedí de Stefan desde el pasillo y escuché su voz luego de
un silencio: «No te preocupes, haré de perro guardián, diviértete»… Esas fueron
literalmente sus palabras: «Haré de perro guardián». Y agregó: «Tráeme rosquillas de
chocolate, no te olvides». Entonces cerré la puerta.
OLGA: Laura, por favor…
LAURA: No cogí el coche, fui en autobús. La tienda estaba llena de gente y tuve que
esperar más de un cuarto de hora. Al salir me acordé del cumpleaños de una conocida,
no le había comprado su regalo. Fui al bulevar para recorrer las tiendas y compré unos
guantes de piel y una revista de cine en un quiosco. Me tomé un café en la mesa de un
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bar con grandes espejos y mesas antiguas. Caminé hasta la parada de regreso y esperé
diez minutos. El anciano que iba sentado a mi lado me contó una anécdota graciosa y
mantuvimos una agradable conversación el resto del trayecto. En ese momento Jana y
Marián ya estaban muertas. Mientras yo conversaba tranquilamente en un autobús con
un simpático desconocido mi hijo llenaba nuestra casa de sangre. No lo presentí, no se
activó una alerta en mi interior, el instante en el que mi hija dejó de respirar me pasó
desapercibido. Había calles cortadas a causa de una manifestación y nos desviamos de
la ruta habitual. A dos paradas de casa la policía me telefoneó. Stefan iba camino de
la comisaría y yo debía ir de inmediato. No recuerdo si dijeron algo más. No pensé en
mi hija, únicamente en Stefan. Me lo imaginaba asustado y deprimido, sin entender lo
que estaba ocurriendo. Pero no tenía aspecto de asustado en comisaría. Estaba sentado
junto a un policía y movía los pies rítmicamente haciendo un ruido desagradable. Me
fijé en que sus deportivas no tenían cordones. Además no eran las que llevaba en casa.
Tampoco vestía la misma ropa sino el chándal marrón y los jeans rotos que solía usar
en verano... ¿Por qué le habían hecho cambiarse de ropa, con qué propósito? Me miró
en silencio. Vi que tenía marcas rojas en una mejilla. Se humedeció los labios y dijo,
educadamente: «Quiero un Cacaolat, ¿me podrías traer un Cacaolat muy frío?».
OLGA: ¿Qué esperas contándome todo esto, qué quieres que…?
LAURA: No hay un solo día que no reviva esa escena, es la primera imagen que veo
al despertar. Porque no pensé en Jana, no me pregunté por mi hija, sola en una sala de
autopsias. Pensaba en el Cacaolat frío que mi hijo necesitaba. (Pausa). He imaginado
que cambio radicalmente de aspecto, resido en otro país y padezco amnesia. Porque es
imprescindible tener amnesia… Si es que se trata de eso, de seguir viviendo.
OLGA: Se trata de eso... Yo tengo a Isabel y a mi madre, y también están las pastillas.
LAURA: Benditas pastillas, sí. Hace tiempo que las dejé por mi cuenta sin consultar
con el psiquiatra. Las dejé de repente y pasé la reseca entre la cama y el váter y no te
imaginas cómo lo disfruté… El dolor del castigo, la orgía de la culpa, el placer de la
autoagresión, la fascinación por la herida... El sopor similar a la muerte cuando logras
dormir unos minutos. Sabes bien a qué me refiero.
(Pausa.)
OLGA: Ese verano Isabel y yo nos trasladamos a casa de mi madre, en el campo. Las
tres solas con nuestros dos perros. Es un lugar apartado y la casa queda oculta por los
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árboles. Se escuchan los cencerros de las vacas y por la noche el aullido de los lobos...
Debería haberte invitado.
LAURA: No habría ido… ¿Cómo hubiera podido aceptar?
OLGA: Isabel echa mucho de menos a su hermana. Los primeros meses vomitaba las
comidas, se arrancaba mechones de pelo y se clavaba lápices afilados en los brazos y
en la boca. Con el tiempo hemos conseguido hablar de Marián sin tristeza, a veces nos
dirigimos a ella como si estuviera presente y nos reímos al recordar tantos momentos
divertidos. Isabel tiene once años, no quiero cargarla con mi dolor para el resto de su
vida. Mi madre nos ha ayudado a poder percibir la presencia de Marián, mi madre es
muy receptiva... Un día me dijo algo acerca de ti. No sé si está bien que te lo cuente.
LAURA: No puede ser peor de lo que yo me digo a mí misma.
OLGA: Si te hubiera telefoneado quizá te habría ayudado. Pero no nos hablábamos.
LAURA: A partir de hoy volveremos a ese silencio, nada ha cambiado... Lo de hoy ha
sido un paréntesis, como una merienda primaveral bajo los árboles.
(Pausa.)
(Pausa.)
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OLGA: No necesito tu permiso para visitarle. Le mostraré fotos de Marián, en alguna
también aparece Jana. Le diré que las miro cada día para no olvidar lo feliz que era mi
hija en este mundo. En este mundo de belleza… Le preguntaré qué recuerdo conserva
de su hermana. Si recuerda su risa, su pelo rubio, sus inacabables monólogos cuando
jugaba... La risa de Jana es la puerta a la bondad del mundo, pensé un día. Siento si te
parece ridículo.
LAURA: No es ridículo, es conmovedor.
OLGA: ¿Qué hará si le digo eso a tu hijo, Laura, reaccionará de algún modo?
LAURA: Mirará las fotos, quizá alguna capte su atención, no necesariamente una en
la que esté Jana. Después las apartará de sí con indiferencia y tú te sentirás humillada.
Mi hijo te devolverá las fotos porque no habrán despertado su interés y no tendrá nada
que decirte.
OLGA: Yo no soy su madre, a lo mejor conmigo reacciona.
LAURA: Me quedaré sin saberlo.
OLGA: Iré a verle una vez al mes. No sé por cuánto tiempo. No le hablaré de ti. Si me
pregunta le diré que no mantenemos ningún contacto… ¿Te parece bien?
LAURA: No será una mentira, no mantenemos ningún contacto.
(Pausa.)
OLGA: ¿Es importante para una niña o un niño crecer en compañía de un padre?
LAURA: ¿Lo dices por Hugo?
OLGA: Estoy pensando en Raúl. Si Stefan no lo hubiera perdido, quién sabe.
LAURA: Stefan no sentía apego hacia su padre. Tenía ocho años cuando Raúl tuvo el
accidente. Nuestra vida no cambió en realidad, era yo quien resolvía los problemas.
OLGA: Así que a Stefan no le afectó la ausencia de su padre, estás segura.
LAURA: No estoy segura de nada.
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(Pausa.)
OLGA: ¿No se escondía dentro del armario? Es curioso cómo olvidamos algo durante
años y de pronto aparece en tu cabeza con nitidez sin venir a cuento un día cualquiera.
LAURA: ¿A qué te refieres?
OLGA: Cuando Stefan era pequeño, antes de nacer Jana. Me contaste que se escondía
en tu armario mientras te arreglabas para salir. Se envolvía en tu vestido de novia y se
pasaba horas escondido. Me he acordado de lo que sentí escuchándote, fue un impacto
que no acabé de asimilar y en el que no volví a pensar. Y sin embargo…
LAURA: ¿De dónde has sacado esa historia?
OLGA: Tú me lo contaste.
LAURA: Es una idea descabellada. ¿Estás buscando el origen de su trastorno?
OLGA: Recuerdo la escena completa, Laura: la droguería donde habíamos coincidido
esa mañana, el paraguas que habías olvidado en la panadería, el olor a jengibre de tus
manos porque acababas de comprar té japonés. Hablamos de nuestros hijos, yo había
discutido con Isabel y te confié mi preocupación por no animarme a contarle que era
adoptada.
LAURA: Nunca entro en droguerías, tengo alergia. Lo habrás soñado.
OLGA: Stefan se limpiaba las lágrimas y los mocos con el tul de tu vestido de novia.
Estabas enfadada con él pero no querías reñirle y hacías ver que no lo sabías. ¿Por qué
crees que lo hace?, te pregunté. «Para que le muela a palos», respondiste.
(Pausa.)
LAURA: Los niños son como plantas carnívoras. Todo ojos y viscosas lenguas. Ropa
sucia y gritos de madrugada.
OLGA: Yo acepto y quiero a mis hijas. Van conmigo a todas partes.
LAURA: De la ciudad a la casa de campo... De la casa de campo a la ciudad.
OLGA: Estás más perdida que yo.
LAURA: (Ríe) Que ya es decir.
OLGA: (Ríe) Sí, que ya es decir.
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(Pausa.)
(Pausa.)
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LAURA: No me trato con los vecinos.
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ESCENA III
JULIETA: Tengo una sorpresa para ti, tu rosal está floreciendo, lucha contra viento y
marea al igual que tú por abrirse paso. Sois tan parecidos, por algo le puse tu nombre.
STEFAN: (Observándola) Llevabas el pelo rojo la otra vez... No cortes las rosas, no
las toques.
JULIETA: Son capullos todavía. Nadie corta un capullo.
STEFAN: Tú sí lo haces.
JULIETA: (Saca de su bolso un esmalte de uñas) Me han invitado a una boda.
STEFAN: (Observándola) Entonces era una peluca.
JULIETA: ¿Qué?
STEFAN: El pelo rojo.
JULIETA: (Empieza a pintarse las uñas) No uso pelucas, me pican... Como si tuviera
piojos u hormigas recorriéndome el cráneo.
STEFAN: Quiero ver mis rosas.
JULIETA: Se me olvidó fotografiarlas. El próximo día.
STEFAN: (Mirando como ella se pinta las uñas) Irás a la discoteca esta noche. Tienes
una cita.
JULIETA: He conocido a un hombre que baila y me hace reír... Nació en Alaska pero
no es esquimal.
STEFAN: Pues quédatelo. Ojos azules tu perro de Alaska, dientes de hielo tu perro de
Alaska.
JULIETA: (Riendo) Es lo que voy a hacer, quedármelo… No tiene los ojos azules.
STEFAN: Me alegro de que hayan reabierto tu discoteca favorita. ¿Entrarás gratis?
JULIETA: Ni él ni yo entramos gratis. Como tú lo tienes todo gratis piensas que ahí
fuera también lo es.
STEFAN: Aquí no bailamos. Hacemos alfarería, repostería y pintura.
JULIETA: Tampoco está mal. ¿Pintarás mi retrato?
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STEFAN: No.
JULIETA: Con el pelo rojo si quieres.
STEFAN: No.
JULIETA: Estás celoso... Has cambiado y quieres cosas que desconozco.
STEFAN: Quiero nadar de noche en el océano. Quiero dormir sin voces en mi cabeza.
Quiero ver mis rosas en tu jardín.
JULIETA: Podría conseguirte algo si te portas bien... Algo para colocarte que te haga
feliz.
STEFAN: Mientes. Eres como ellos, no dejas de hablar pero no dices nada.
JULIETA: Hoy estás de mal humor. ¿Quieres que te pinte las uñas?
STEFAN: No me gustan las uñas pintadas.
JULIETA: En cuanto se sequen las mías te las pinto. Negras te quedarán bien.
STEFAN: ¿Cómo crees que me mirarían si llevo las uñas pintadas de negro?
JULIETA: Pues como a un tipo original y sin complejos. Pero no eres así, tú escondes
tus complejos pensando que nadie los ve. Yo sí los veo. (Pausa). Le he contado a mi
padre que salgo contigo. Ha comentado que ya era hora de que me echara novio.
STEFAN: Tu padre no te quiere virgen, ¿eh?... ¿Por qué dijo que ya era hora? No me
conoce. No tiene ese honor.
JULIETA: Le he contado de ti pero no le he dicho que vives aquí, me haría preguntas
que no puedo responder. Si piensa que me veo con alguien me dejará tranquila.
STEFAN: Dile que el próximo domingo me invite a comer, con tres platos y un pastel
de nata y chocolate con merengue me conformo. Y alcohol, alcohol en abundancia.
JULIETA: Le leí una de tus cartas, cambié algunas palabras y quedó más poética... Le
gustó que fueras un chico tradicional. Dijo que eso le inspiraba confianza.
STEFAN: Sí, te propondré matrimonio y tendremos tres o cuatro hijos. Es con lo que
sueño cada noche, contigo y con nuestros bebés berreando colgados de tus tetas.
JULIETA: Si te dan permiso para Navidades podríamos ir a un hotel abandonado que
conozco, al menos nos saldría gratis el alojamiento. Está en la playa, estaríamos como
en una isla desierta.
STEFAN: Pregunta del millón: «¿Te llevarías a Julieta a una isla desierta?».
JULIETA: No es un lugar absolutamente aislado, hay una gasolinera y un restaurante.
Fui allí de vacaciones con mi padre. Nadie sabía dónde estábamos, vino a buscarme al
instituto y dijo: «Compraremos por el camino lo que necesites». Había medusas en el
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agua, apenas me bañé. Un día me picaron en el muslo. Tuvimos las persianas echadas
todo el tiempo, mi padre prefería la penumbra.
(Pausa.)
(Pausa.)
STEFAN: A las diez veré una película. Es sobre un espía doble que padece insomnio.
JULIETA: Ves demasiada televisión.
STEFAN: Solo nos dejan dos horas al día. Si la película es larga me pierdo el final.
JULIETA: Mejor lee novelas de amor. Seguro que te ayudan.
STEFAN: ¿A qué me van a ayudar?
JULIETA: A aceptar tu lado más dulce.
STEFAN: Cuando lo encuentre te lo presentaré.
JULIETA: En esa playa haremos el amor, tomaremos el sol y buscaremos caracolas.
STEFAN: No tomo el sol, me salen ampollas.
JULIETA: Entonces lo tomaré yo y tú me mirarás desde la sombra.
STEFAN: Seguro que sí, no apartaré mis ojos de ti.
JULIETA: (Mirándole) El terapeuta debería ayudarte a solucionarlo. Yo lo entendería
si te hubieras enamorado de otra persona, pero si no es así... Eres demasiado… rígido,
no sé, demasiado dramático.
STEFAN: No estoy enamorado de nadie. (Pausa). A ti te obsesiona el sexo.
JULIETA: ¿Te parece mucho haberlo hecho tres veces? Tres veces y ninguna contigo.
No soy un monstruo, Stefan.
STEFAN: No. Solo eres tonta, Julieta.
JULIETA: Es verdad, me he equivocado. El monstruo eres tú.
STEFAN: (Riendo) Somos la Bella y la Bestia.
JULIETA: Ellos tampoco tuvieron sexo y vivieron juntos y felices eternamente.
STEFAN: No pienso acostarme con nadie, prefiero ver películas.
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JULIETA: Podrías leer, aquí tenéis biblioteca. En el instituto leímos Madame Bovary.
Me encantó que Emma se envenenara pero me hizo llorar.
STEFAN: Sé de qué va, son novelas para mujeres. (Pausa). He escrito una carta.
JULIETA: Siempre echo tus cartas al buzón. Hasta las que son para mí.
STEFAN: Eso dices. No estoy junto al buzón para comprobarlo.
JULIETA: No te lo diría si no lo hiciera.
STEFAN: Mientes.
JULIETA: No te pintaré las uñas y no echaré la carta si sigues diciendo esa palabra.
STEFAN: Me callaré. Pero es por aburrimiento. Me aburre escucharte y escucharme.
JULIETA: Si te hubieras mostrado cariñoso conmigo te la chuparía ahora sin que se
dieran cuenta.
STEFAN: ¿Por qué iba a querer que me la chuparas?
JULIETA: Porque no lo olvidarías, soy muy buena. Soy adictiva, querrías más y más.
STEFAN: Te pegaría si lo intentaras.
JULIETA: No me dejaría, no podrías conmigo. Practiqué karate hace un par de años.
STEFAN: Pero yo tengo más fuerza en las manos.
JULIETA: Podemos comprobarlo cuando quieras.
(Pausa.)
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JULIETA: (Incorporándose) Algún día te contestará. Tampoco la necesitas, me tienes
a mí.
STEFAN: Estás loca, ¿lo sabes? Me fastidian las mujeres locas.
JULIETA: Cuando él me besa imagino que es tu boca... Ni siquiera sé si sabes besar.
STEFAN: (Incorporándose) Ya vienen, se acabó el tiempo.
JULIETA: ¿Os besáis los internos entre vosotros o a lo mejor es alguien del personal
quien te besa?
STEFAN: Me voy a mi cuarto.
JULIETA: A él no le digo que vengo a verte, ni siquiera sabe que existes. Me invita a
comer y me regala vestidos y pendientes. El mes que viene nos iremos a Londres, dice
que es una ciudad bonita. Las películas que transcurren en Londres siempre me hacen
llorar aunque sean comedias.
STEFAN: Entonces viaja a otra ciudad.
JULIETA: No, si a mí llorar me gusta... Tendrá relación con mis vidas anteriores.
STEFAN: Qué estupidez.
JULIETA: Sé que en otro siglo viví una tragedia que no recuerdo. Fui la víctima o la
culpable, no hay más opciones. Ir a Londres ayudará a descifrar mi pasado. ¿Tú quién
crees que has sido en otras vidas, Stefan? ¿Un animal o una persona?
STEFAN: Una peluda araña gigante... Diviértete con tu Hombre-Perro de las Nieves,
baila, bebe y folla con él hasta que revientes... Ojalá clave sus dientes de hielo en tus
blandas carnes de puta niña blanca romántica y trastornada.
JULIETA: No te estoy escuchando.
STEFAN: Te lo repetiré gritando.
JULIETA: No te escucharé.
STEFAN: ¿Quieres que te muerda para que me compares con tu pelele de las nieves?
JULIETA: Ahora mismo sería yo la que mordería tus labios, ¿sabes, Stefan? (Pausa).
¿Se ha curado tu herida? No defiendas a nadie más, únicamente a mí. Que cada uno se
las arregle como pueda.
STEFAN: No me hice la herida por defender a nadie. Fue después, estando solo... No
es la primera vez... Me hiero de repente sin tocarme, sin rozar nada, en los pies, en las
manos... Ocurre cuando vienen los pájaros.
JULIETA: ¿Qué pájaros?
STEFAN: No entran. Golpean con sus picos mi ventana. Son invisibles.
JULIETA: ¿Vienen de noche, cuando estás acostado?
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STEFAN: Y también de día. Empieza un estruendo en mi cabeza y… ahí están.
JULIETA: ¿Y qué te ha dicho el médico?
STEFAN: Solo lo sabes tú.
JULIETA: No se lo diré a nadie.
STEFAN: Es que no te creerían.
JULIETA: Si tu ventana pudiera abrirse el pájaro entraría en tu cuarto, quizá es lo que
quiere.
(Pausa.)
STEFAN sale.
JULIETA sola.
(Pausa.)
Silba una canción, abstraída, triste.
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ESCENA IV
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HOMBRE: No lo sabía.
LAURA: ¿No está aquí por eso? Pensaba que…
HOMBRE: No, nadie me ha dicho nada. Y eso que soy el guarda.
LAURA: Pues dicen que se está volviendo loco.
HOMBRE: ¿Y adónde se lo van a llevar?... Ya no quedan zoológicos ni acuarios.
LAURA: Al mar, ¿no? Me imagino que al mar. Los delfines viven en el mar.
LAURA: Está desesperado. Se golpea contra las paredes de vidrio... ¿Por qué no hace
algo para ayudarle si es el guarda? Usted tiene que saber qué se puede hacer.
HOMBRE: Yo no tengo instrucciones, no me cuido de él. Dígale que mañana vendrán
a buscarlo, hoy se les habrá hecho tarde y como la carretera está sin asfaltar...
LAURA: En realidad no es un delfín. No saben bien qué es.
HOMBRE: La cabeza es similar a la del delfín. La radio se equivoca, no se lo llevarán
porque quieren seguir estudiándolo, es el motivo por el que sigue aquí.
LAURA: Algo flota en el agua, es de color rosa oscuro como un pequeño corazón.
HOMBRE: Será mi mortadela. Si tuviera una casa, y si tuviera piscina, me lo llevaría
conmigo. Le daría todos los caprichos y viviríamos felices.
LAURA: ¿Sabe si duerme de noche? No sé si puede distinguir el día de la noche.
HOMBRE: Dormirá cuando tenga sueño.
LAURA: Cuando era niña tuve un pez dorado, si pegaba mi cara a la pecera él nadaba
hacia mí y nos dábamos un beso a través del cristal... Cuando quise trasladar la pecera
a mi habitación mi madre se negó. Una noche me despertó un ruido en la cocina, era
mi madre, semidesnuda, fregando la pecera con una escobilla. Le pregunté por mi pez
y ella dijo: «¿Es que no recuerdas que mamá tenía un cactus rojo?... Lo ha tenido que
tirar a la basura, olía a podrido». (Pausa. Mira la piscina). El agua está tan quieta...
(Pausa.)
HOMBRE: He cuidado de mi mujer durante los años que estuvo enferma. Trabajamos
juntos en nuestra tienda de ultramarinos toda la vida, no hemos tenido hijos. Me gusta
esa palabra, ultramarinos, hace mucho que no se utiliza. Es familiar y cálida, huele a
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sardinas y a especias, a jabón de Marsella y a brea. Cada tarde, antes de cerrar, a mi
mujer y a mí nos gustaba contemplar las calles iluminadas. Nos sentábamos con la luz
apagada y nos tomábamos una limonada.
LAURA: ¿Por qué ha dicho Si tuviera una casa? Vivirá en alguna parte, supongo.
HOMBRE: Bueno, no duermo bajo un puente... ¿Su casa tiene vistas al faro?
LAURA: Viniendo por la carretera apareció ahí de pronto y me detuve. Me gustaban
los faros de pequeña, los que veía dibujados en los cuentos. No había visto ninguno de
verdad.
HOMBRE: ¿No sabía a dónde ir?
(Pausa.)
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escuchar su tic tac. No hay nada más triste que el sonido de un reloj en una casa vacía.
Entonces me da por recordar, como les pasa a los viejos. Yo también miro hacia atrás
con ojos incoloros. Pero no es a mi Anita a quien recuerdo sino a mi padre, con quien
nunca me llevé bien... Él me visita algunas tardes mientras voy guardando los relojes,
se sienta en un rincón y empieza a limpiar zapatos. Anita y él no llegaron a conocerse.
Quise mostrarle fotos de ella para que viera lo linda que era, pero mi padre se obstinó
en no levantar los ojos del betún. Era un hombre adusto de pocas palabras.
(Pausa.)
LAURA: Una cita fallida con una tal Emma Doberman, o Vanessa Doberman... No lo
lamente, tendrá más ocasiones.
HOMBRE: Irene Doberman, la oveja negra de la adinerada familia de los Doberman.
LAURA: Procedentes de Irlanda y de las islas Fidji.
HOMBRE: No parece un apellido irlandés.
LAURA: Fueron perdiendo algunas letras de generación en generación.
HOMBRE: He desperdiciado la oportunidad de intimar con una mujer de ilustre
linaje.
LAURA: Siento haber sido desagradable y entrometida con usted.
HOMBRE: ¿Acepta que la invite a cenar? Brindaremos, reiremos y nos quedaremos
como nuevos.
LAURA: Podemos comprar ensaladas, helados y una botella de vino y cenar aquí. Así
haríamos compañía al delfín.
HOMBRE: ¿Y después también tendremos que pasar la noche con él?
LAURA: Me gustaría más que regresar al hostal. Mi habitación tiene varias bombillas
fundidas, huele a moho y a naftalina y da a una pared de ladrillo.
HOMBRE: ¿No ha encontrado nada mejor? Todavía hay dónde elegir.
LAURA: No lo busqué, apareció, como el faro, como usted… ¿Lo oye?... ¿Está
llorando o cantando?
HOMBRE: Se estará comunicando.
LAURA: ¿Con nosotros?
HOMBRE: Quién sabe. O con otro animal de su misma especie.
LAURA: Se queja de estar encerrado. Suplica que lo saquemos de esa piscina.
HOMBRE: ¿No han dicho que lo liberarán de inmediato?
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LAURA: No dijeron que lo liberarían sino que vendrían a llevárselo.
HOMBRE: No podemos hacer nada... Iré a buscar la cena, ¿le gusta la pizza?
LAURA: No, no quiero cenar, no quiero nada.
HOMBRE: (Mirándola). No iré a por la pizza. Tampoco tengo hambre, yo ceno como
un pájaro.
LAURA: Váyase donde sea que viva. He conducido sin descanso y empiezo a notarlo.
Cuando escuché por casualidad la noticia, la idea de liberar a un animal me pareció un
acto heroico que no quería perderme, una bella metáfora. Pero de momento nadie va a
devolverlo al mar ni a llevarlo a un santuario o a un refugio. Me iré al hostal, dormiré
unas horas y por la mañana volveré a sentarme al volante.
HOMBRE: Le pagaré la gasolina y los peajes si me permite acompañarla.
LAURA: Doy vueltas en círculos, no voy a ninguna parte. En unos días estaré aquí de
nuevo, quién sabe.
HOMBRE: Daremos vueltas juntos. No soy el guarda, hace años que no trabajo, nadie
quiere a un hombre de mi edad con problemas en los ojos y con un hombro torcido...
¿No se ha dado cuenta? Con la gabardina apenas se nota, por eso la llevo todo el año.
LAURA: No tiene que darme explicaciones, no volveremos a vernos.
HOMBRE: Lo que le he contado de mi mujer es cierto, en eso no le he mentido.
LAURA: No importa si lo ha hecho. No le juzgaría.
HOMBRE: ¿No le importa que le mientan?
LAURA: Ahora ya no, no me afecta ni mentir ni que me mientan.
HOMBRE: Me he comportado egoístamente, no me he interesado por usted.
LAURA: A lo mejor le hubiera mentido.
HOMBRE: Aún así.
(Pausa.)
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HOMBRE se sienta junto a LAURA. La abraza sin efusión. LAURA intenta abrazar a
HOMBRE.
(Pausa.)
Se escucha el movimiento del agua de la piscina.
Se apartan. Se miran. LAURA desabrocha la parte superior de su ropa mostrando sus
pechos desnudos. Atrae la cara de HOMBRE hacia sí y cierra los ojos. HOMBRE los
acaricia, los lame, los succiona... Se incorpora, quedando de espaldas a LAURA.
LAURA se abrocha la ropa.
HOMBRE sale.
LAURA sola.
Sonido del agua y de los golpes del animal contra las paredes de vidrio.
(Pausa.)
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LAURA: Ese armario ardió en una hoguera de San Juan.
STEFAN: Conmigo dentro.
LAURA: Pagué a unos chicos del barrio para que lo sacaran de casa y lo quemaran.
STEFAN: Conmigo dentro.
LAURA: Se divirtieron troceándolo. Llenaron mi habitación de virutas y de la sangre
de sus heridas.
STEFAN: Conmigo dentro.
LAURA: Te busqué toda la noche, clavé tu foto en las farolas y en el tronco de los
árboles... Las personas con las que me cruzaba en la calle me abrazaban y me
besaban. Fueron ocho días de besos y abrazos inesperados. Inmerecidos, inaceptables.
STEFAN: Ocho días, mamá. Conmigo dentro.
LAURA: Apareciste al cabo de un tiempo.
STEFAN: Traía tu vestido de novia manchado y roto. Pero logré salvarlo del fuego.
LAURA: No quería volver a ver ese vestido, Stefan, deberías...
(Pausa.)
(Pausa.)
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STEFAN: Por supuesto, es más rápido e higiénico. Me han envuelto con un plástico,
no huele muy bien, han debido de utilizarlo para envolver pescado. Me daban arcadas
cuando me iban girando en el suelo.
LAURA: ¿Por qué iban a envolver pescado con una gran bolsa de plástico?
STEFAN: No tendrían otra más pequeña a mano. No era pescado fresco sino podrido.
Se me han pegado algunas escamas en la piel y en la boca.
(Pausa.)
LAURA: ¿Has cenado antes de…? Porque estoy hambrienta. Busquemos un bar.
STEFAN: Será la primera vez que cenaremos juntos en un bar, mamá. Te acompañaré
si quieres pero no tomaré nada.
LAURA: Será la segunda vez, no te acordarás porque eras muy pequeño. Viajábamos
en autocar y había empezado a nevar. Nos detuvimos en un área de descanso con muy
pocos clientes. Pedimos sándwiches de pollo y cebolla con mostaza. Te reñí porque te
manchaste el pantalón de mostaza... No te reñí en serio, era de broma, pero te
enfadaste y te dejaste la mitad del sándwich en el plato. Volviste solo al autobús, yo
me quedé allí hasta el último minuto.
STEFAN: ¿No estabas enfadada?
LAURA: No, Stefan. Íbamos cantando Under Pressure. Tenías el flequillo muy largo
y se te metía en los ojos. Hacías un gesto peculiar al apartarte el flequillo de la frente.
STEFAN: ¿Adónde íbamos?
LAURA: A otra ciudad.
STEFAN: Ahora estamos en otra ciudad.
LAURA: Sí. (Pausa). Hubo un problema y el autobús tuvo que dar la vuelta.
STEFAN: Pero ya hemos llegado.
LAURA: Sí, hemos llegado.
(Pausa.)
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LAURA: Sí, eras tú.
STEFAN: Podría haberme apoyado en tu hombro de espaldas al sol para dormir.
LAURA: No tenías sueño.
STEFAN: ¿Cómo lo sabes? ¿Te dije que no tenía sueño?
LAURA: Jugabas dándote golpes en la pierna. Mirabas el paisaje y te dabas palmadas
fuertes en una pierna porque habías estrenado un anillo. Era tu primer anillo, tenía una
cabeza de león.
STEFAN: Me acuerdo de ese anillo.
LAURA: Lo elegiste a la primera. Había muchos anillos en el aparador de la tienda y
elegiste el león sin dudarlo. A mí también me pareció el más bonito.
STEFAN: Me apretaba el dedo, me hacía daño y lo tiré.
LAURA: No, lo seguías llevando de regreso.
STEFAN: Lo tiraría por el camino.
LAURA: ¿Por la ventanilla?
STEFAN: No se abren las ventanas de los autocares. Lo tiraría bajo el asiento.
LAURA: Era una cabeza de león muy lograda para ser un anillo de juguete.
STEFAN: Aunque no lo hubiera tirado ahora ya no lo tendría. (Pausa). Este lugar está
bien.
LAURA: Tienen un castillo en ruinas y un hostal sin vistas con un muro de hiedra.
STEFAN: Qué lástima, mamá, siento no poder quedarme.
LAURA: Únicamente iremos a cenar, sin charla de sobremesa, ni risas ni cigarrillos.
Será una velada breve.
STEFAN: De acuerdo. (Pausa) ¿Tienes mantas en tu habitación?
LAURA: Tengo una manta en la cama. Y hay otras dos en el armario.
STEFAN: Me gustaría tumbarme entre las mantas y escuchar la radio.
LAURA: No hay radio en ese cuarto. ¿Qué quieres escuchar?
STEFAN: Música.
LAURA: ¿Música en general? ¿Qué tipo de música?
STEFAN: La que elijas estará bien. Queen estaría bien. Aquella canción del autobús.
LAURA: Nos cubriremos con las mantas y yo te cantaré la canción.
STEFAN: ¿De verdad no te molesta?
LAURA: No vas a quedarte toda la noche. Si te quedaras toda la noche…
STEFAN: Toda la noche es imposible.
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LAURA: No sé si recordaré la letra de Under Pressure, ¿te valdría si simplemente la
tarareo?
STEFAN: Creo que sí, tienes una bonita voz.
LAURA: Eres un cielo.
STEFAN: Gracias, mamá.
LAURA: (Tararea la canción) «… La presión me está aplastando… Una presión que
nadie pidió… Es terrible saber de qué va este mundo…».
STEFAN: (Tarareando la canción) «… Las familias se dividen y la gente se queda en
la calle… Es terrible saber de qué va este mundo… Rezo para que mañana me sienta
mejor».
TELÓN
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