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ADIÓS MARINEROS,
ADIÓS MONSTRUOS DEL MAR.

Gibrán Portela

“Another worng good-bye and a hundred sailors


that deep blue sky is my home”

Tom Waits
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I
Un barco de guerra envuelto en la niebla, a mitad del mar que apenas se
distingue. El Capitán tiene una gran cicatriz que le cruza la cara y un parche
en el ojo. La calma es demasiada ya, no hay ruido, si acaso el de algún
animal marino muy a lo lejos, si a caso el de un pajarráco de mar, si a caso
las olas que golpéan tímidas el casco del barco, que lo acaracian. El Capitán
intenta ver algo a través de un catalejo. La niebla no es todo, es parte de
aquello que nos separa de ver las cosas como son, la niebla se mete en
nuestro cerebro y lo llena y luego nada, luego no podemos ver, luego
quedamos ciegos. El capitán sigue con su catalejos.

CAPITÁN- No veo ni madres.


MARINERO- Todo listo mi capitán.
CAPITÁN- ¿Crees que estás listo?
MARINERO- Sí, mi capitán.

El Capitán enciende un cigarro. El Marinero lo ve desconcertado.

MARINERO- Disculpe, mi Capitán, pero ya se acercan. El radar dice que


avanzan aproximadamente a 300 nudos.
CAPITÁN- Dime marinero ¿tienes esposa?
MARINERO- Y una hija mi capitán.
CAPITÁN- ¿Edad?
MARINERO- 3 años.
CAPITÁN- ¿Qué fue lo último que les dijiste?
MARINERO- Mi hija estaba dormida, le di un beso en la frente y le dije que
la quería, que volvería para su cumpleaños, a mi mujer le dije que volvería
pronto, que la quería.
CAPITÁN- ¿Por qué les mentiste?
MARINERO…
CAPITÁN- ¿Sabes que no vamos a volver?
MARINERO- Un marinero siempre está preparado para todo, capitan.
CAPITÁN- Fantástico.
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Varios kilómetros atrás del barco, hay un puerto que proteger, un puerto
lleno de sombras, de los recuerdos de un pasado mejor, un puerto antes
soleado y lleno de vida en donde un día la neblina decidió hacer su hogar, su
nido, mismo que no ha dejado hasta el día de hoy. El día que llegó la niebla
casi no lo recuerda nadie; abrieron los ojos y todo blanco blanco, muy
blanco y opaco a la vez, las nubes bajaron del cielo y se quedaron para
siempre, por eso hay algunos que llaman a este lugar así, Puerto del cielo,
no es tan bueno como se escucha.

II
Reyes Delgado sentado tras su escritorio, un teléfono. Un perchero con un
saco y gabardina y un sombrero.

REYES DELGADO- Nunca pasa nada. Sólo las grúas de los barcos que no
saben otra cosa que llevar cajas de un lado a otro. Miro el humo de mi
cigarro estrellarse contra el techo. Aquí los periódicos tienen una sola hoja y
está vacía. A veces veo por la ventana; siempre los mismos barcos y esas
grúas y esos marineros que son tragados por la neblina. Aquí es difícil
distinguir al sol de las otras cosas. Es complicado saber si es de día o de
noche. Bebo un trago de mezcal, siempre tengo mezcal, pase lo que pase,
siempre tengo un trago. Hace mucho que no tengo ningún cliente.

Mira fijamente la puerta en espera de una mujer perfectamente rubia y


perfectamente malvada, con tacones tan rojos como sus labios y un
cigarrillo con boquilla esperando a ser encendido.

Suena el teléfono.

REYES DELGADO- Detective Reyes Delgado ¿en qué puedo ayudarle? …


¿No entiendes? No voy a volver… ¡No me importa! … Alguien tocó la
puerta. No lo voy a decir… Ya… Está bien… Te quiero mami. Adiós.

Cuelga.
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REYES DELGADO- De nuevo hablar conmigo mismo, es mejor que


platicar con mi madre. No es mi culpa que se sienta tan sola, yo también me
siento solo, todos nos sentimos solos aquí. La neblina nos devora la sonrisa,
el corazón. La neblina es lo único incorruptible en este puerto que todo lo…

JOSÉ- ¿En qué está pensando detective?

En esos ojos hermosos, en ese vestido largo, en ese cigarro que espera a ser
encendido, en esos zapatos tan rojos como esos labios que jamás serán
suyos, en eso piensa el detective, también en el bonito sombrero de José, en
sus ojos, en sus labios que nunca serán míos, eso piensa el detective.

JOSÉ- ¿Me puedo sentar?


REYES DELGADO- Por favor… ¿En, en qué… puedo ayudarla?
JOSÉ- Me va a invitar un trago o tengo que pedírselo.
REYES DELGADO- ¿Hielo?
JOSÉ- ¿También tengo que pedirle lumbre?
REYES DELGADO- Disculpe.
JOSÉ- Tres hielos.
REYES DELGADO- ¿Tres?
JOSÉ- Eso no son tres hielos.
REYES DELGADO- Sí, claro… ¿Así?
JOSÉ- Ahí van cuatro hielos ¿No sabe contar señor detective?
REYES DELGADO- ¿Así?
JOSÉ- Eso sí son tres hielos. Dígame detective Reyes Delgado, ¿Tiene
nombre de pila?
REYES DELGADO- No.
JOSÉ- ¿Está seguro?
REYES DELGADO- Yo me conozco.
JOSÉ- Este whisky es muy malo
REYES DELGADO- Es Mezcal.
JOSÉ- El mezcal no lleva hielo.
REYES DELGADO- Usted me pidió.
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JOSÉ- Usted me ofreció.


REYES DELGADO- Digamos que los dos tenemos algo de culpa.
JOSÉ- ¿Por qué me trata así? ¿Cree que me lo merezco o no tiene nada
mejor qué ofrecer?
REYES DELGADO- Usted dígamelo, no sé ni su nombre.
JOSÉ- Yo tampoco sé el suyo.
REYES DELGADO- Mis padres nunca fueron muy ocurrentes siempre…
JOSÉ- Guarde esa plática para cuando vayamos a la cama.
REYES DELGADO- ¿Perdón?
JOSÉ- Me llamo José.
REYES DELGADO- ¿José?
JOSÉ- ¿Es sordo?
REYES DELGADO- Ese nombre no es de mujer.
JOSÉ- ¿Le parezco otra cosa?
REYES DELGADO- Uno nunca sabe.
JOSÉ- No me pida que le enseñe la entrepierna, no todavía.
REYES DELGADO- ¿Apellidos?
JOSÉ- Ninguno, los perdí por ahí.
REYES DELGADO- Y dígame, señora José, ¿en qué puedo ayudarla?
JOSÉ- ¿Señora?
REYES DELGADO- Señorita se me hizo algo aventurado.
JOSÉ- Veo que ya se le quitaron los nervios.
REYES DELGADO- ¿En qué puedo ayudarla?

Silencio.
Suena el teléfono insistentemente, como un mantra hecho por el mismísimo
demonio, como la voz de una madre diciéndole a un niño que ya es hora de
ir a la escuela.

JOSÉ- ¿No piensa contestar?


REYES DELGADO- Estoy trabajando.
JOSÉ- Puede que se trate de un trabajo más interesante que el que yo vengo
a ofrecerle.
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REYES DELGADO- No lo creo.

El teléfono sigue sonando.

JOSÉ- Me está matando ese sonido. Nunca me han gustado los teléfonos,
casi siempre dan malas noticias.
REYES DELGADO- Tenemos muchas cosas en común.
JOSÉ- Suelo terminar pronto con las cosas que no me gustan, por eso
contesto rápido.

José intenta contestar pero Reyes Delgado la detiene.

JOSÉ- Me está lastimando, ésta no es forma de tratar a sus clientes.

El teléfono deja de sonar.

JOSÉ- ¿No quiere contestarle a su esposa? Sé que vamos a ser amantes pero
por ahora prometo que no voy a enfadarme.
REYES DELGADO- Lo dice con mucha seguridad.
JOSÉ- O déjeme ver, era su madre y le avergüenza contestarle delante de
mí. También me avergonzaría.

Reyes Delgado enciende un cigarro. El humo se eleva, golpea contra las


aspas del ventilador del techo que lo deshacen.

JOSÉ- ¿Por qué desconecta el teléfono?


REYES DELGADO- ¿En qué la puedo ayudar?
JOSÉ- En algún momento todos los hombres comienzan a hablarme con un
tono bastante duro. Siempre he tenido mala suerte con ustedes. Quizá me lo
merezco. Pero no siempre fui mala.
REYES DELGADO- Nadie ha dicho que sea mala.
JOSÉ- Pero lo está pensando, no tiene que decirlo. Cuando era niña me
rompieron el corazón y nunca volví a ser la misma.
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REYES DELGADO- ¿Cuántos años tenía?


JOSÉ- Siete, pero no lo quiero aburrir con mis historias, eso será en otro
momento, algún día le voy a contar todo.
REYES DELGADO- ¿En la cama?
JOSÉ- ¿No le parece que va muy rápido? Soy una mujer casada y
probablemente engañada.
REYES DELGADO- Cómo se llama su marido.
JOSÉ- El señor Baldor ¿Ha escuchado hablar de él?
REYES DELGADO- Seguramente es mucho más grande que usted, pero ya
está harta y quiere separarse, necesita algunas pruebas para pedir el divorcio
y llevarse un buen dinero ¿Miento?
JOSÉ- ¿No sabe nada del señor Baldor? ¿No ha escuchado hablar de mi
marido?
REYES DELGADO- Soy un hombre ocupado.
JOSÉ- Simplemente quiero saber la verdad, soy una mujer de sociedad y
usted sabe que todo el mundo se entera de todo menos la víctima, claro
¿Decepcionado?
REYES DELGADO- En esta ciudad nunca pasa nada.
JOSÉ- Sólo es cuestión de abrir los ojos.
REYES DELGADO- Algo más que deba saber de su marido…

José deja un sobre Manila sobre el escritorio. Reyes delgado abre el sobre,
sólo hay una fotografía.

III
Reyes Delgado se pone el sombrero y da una larga caminata por el muelle,
enciende un cigarro, mira los barcos, sus siluetas, escucha las voces de los
marineros a lo lejos, la neblina en el horizonte y las luces de los faroles
alumbrando apenas sus pasos, sus tímidos pasos que aparentan seguridad.

REYES DELGADO- Dudo que haya agua debajo de toda esa niebla, a
veces dudo que esté parado aquí.
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EVERARDO- ¿El señor Baldor? Todo el mundo sabe quién es el señor


Baldor.
REYES DELGADO- Yo no.
EVERARDO- Tú nunca sabes nada.
REYES DELGADO- No hay nada de qué enterarse.
EVERARDO- ¿¡La ciudad se está colapsando y dices que no pasa nada ¡?
¿¡Estás loco!? Estar encerrado en tu oficina todo el día no te hace bien ¿por
qué no buscas un trabajo decente?
REYES DELGADO- Soy mi propio jefe.
EVERARDO- Si me dedicara a trabajar nada más contigo mi familia estaría
muerta de hambre.
REYES DELGADO- Vas a decirme quién es el señor Baldor ¿o quieres que
le de tu trabajo a otro?
EVERARDO- Hasta un bebé sabe quién es ese señor.
REYES DELGADO- ¡Por Dios Everardo!
EVERARDO- ¿Sabes que la ciudad va a ser atacada por unos monstruos
marinos?
REYES DELGADO- No estás esperando a que te responda…
EVERARDO- No lo sabías.
REYES DELGADO- Monstruos marinos… Ajá…
EVERARDO- ¿No lees los periódicos?
REYES DELGADO- Aquí los periódicos son de una sola hoja y está vacía.
EVERARDO- Esta es la edición vespertina.

Everardo saca de su mochila un periódico enorme del tamañao de una


sección amarilla.

REYES DELGADO- No me interesan los periódicos.


EVERARDO- Pues ahí salieron unas fotos de los monstruos, las tomaron
desde un helicóptero, el mundo entero habla de eso, es de lo único que se
habla últimamente. No como tu foto del señor Baldor, más bien de su
silueta.
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REYES DELGADO- Monstruos marinos, que estupidez. Si no quieres


cooperar está bien, buscaré a alguien más.
EVERARDO- No puede ser que no sepas. El señor Baldor es hijo del otro
señor Baldor que es hijo del otro señor Baldor, que hizo unos libros de
matemáticas, es el hombre más rico de la ciudad. Unos dicen que es árabe y
otros que es cubano, nadie jamás lo ha visto, ni siquiera en fotos y esto no es
una foto suya.
REYES DELGADO- Pues nosotros tenemos que tomarle unas cuantas junto
con su amante.
EVERARDO- ¿Quién te encargó esa estupidez?
REYES DELGADO- La señora Baldor.
EVERARDO- Nadie sabe si existe alguna señora Baldor, muchas actrices y
figuras públicas han dicho que fueron sus esposas o amantes, pero nadie ha
podido comprobar nada.
REYES DELGADO- La señora Baldor, pagó el cincuenta por ciento por
adelantado. Con esto podemos dejar de trabajar un buen rato y salir de este
nido de ratas.
EVERARDO- ¿Y cómo es la señora Baldor?
REYES DELGADO- Labios rojos como el infierno, zapatos igual de rojos,
rubia de muslos impresionantes, perfume caro, categoría y elegancia de pies
a cabeza.
EVERARDO- No te prometo nada.
REYES DELGADO- Yo si lo prometí, lo firmé.
EVERARDO- Eres el detective más idiota del mundo.
REYES DELGADO- Siempre prometo cosas que no sé si podré cumplir. Es
la única forma de darle sabor a la vida.
EVERARDO- No sé cómo haz hecho para sobrevivir todos estos años.
REYES DELGADO- Me parece increíble que le creas a unos desconocidos
que dos monstruos marinos van a atacar la ciudad y que a mí no me creas
que la esposa de un señor fue a verme a mi oficina.
EVERARDO- De los monstruos hay fotos.
REYES DELGADO- Y alguien tuvo que sacarlas antes de que nadie creyera
cualquier cosa. Te puedes volver famoso y no tienes nada qué perder.
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EVERARDO- No sé…
REYES DELGADO- Ten, la mitad de tu sueldo.

Everardo cuenta el dinero.

EVERARDO- ¿Cómo sabes que es la mitad?


REYES DELGADO- Lo separé por volumen, es la mitad que te toca.
EVERARDO- Son billetes de diferentes denominaciones.
REYES DELGADO- ¿Aceptas o no?
EVERARDO- ¿Te dio direcciones, algo?
REYES DELGADO- La foto.
EVERARDO- Una silueta.

A muchos kilómetros de ahí, algo se mueve bajo el agua, siluetas que


parecen islas que se mueven, aún están en las profundidades, aún no salen a
la superficie, no se muestran al cielo, al sol, no todavía.

IV
CAPITAN- ¿Sabes cómo perdí mi ojo?
MARINERO- No mi Capitán.

El Capitán da una honda calada a su cigarro, el humo se pierde.

CAPITÁN- Estábamos en el otro lado del mundo intentando matar a una


enorme ballena que jamás pudimos ver. La expedición había sido un
fracaso. De pronto, algo golpéo fuertemente el casco del barco y a lo lejos
una ola enorme amenazaba con envolvernos… Se detuvo el tiempo
marinero, como se de tiene la luna en el cielo… Era un bestia enorme, más
grande que cualquier ballena gigante del universo. Era un monstruo
físicamente indescriptible, con colmillos enormes y lengua de fuego y//
MARIENRO-/ Capitán, perdone pero ¿cómo va a tener lengua de fuego y
no apagarse con el agua?
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CAPITÁN- Estás muy chavo marinero… La bestia enorme saltaba de un


lado al otro del barco, lo golpeaba, se tragó de un solo bocado a varios
tripulantes, todos corrían despavoridos sobre cubierta… Todos menos yo,
me puse un cuchillo entre los dientes y tomé mi arpón preferido, la única
herencia que tuve de mi padre…
MARINERO- ¿Le puedo hacer una pregúnta capitán?
CAPITÁN- Ya la hiciste.
MARINERO-Sí pero otra.
CAPITÁN- Bueno…
MARINERO- ¿Para qué se puso el cuchillo en los dientes?
CAPITÁN- ¡Cómo que para qué! ¡No mame marinero, para que se vea
chingón! ¿para qué más?
MARINERO- Discúlpe mi capitán.
CAPITÁN- La bestia estaba destruyendo mi navío y fue entonces que le
lancé el arpón con todas mis fuerzas, pero no le hizo ni cosquillas, la
maaldita bestia se fue con mi arpón enterrado en el lomo, lo enterré muy
profundamente, aún lo debe traer, debo recuperarlo.

Silencio.

MARINERO- Mi capitán, no me ha contado cómo fue que perdió el ojo.


CAPITÁN- Ah, claro, pero esa es otra historia que tiene que ver con una
mala mujer, dos hombres igual de malos, un perro y unas cuántas monedas.

V
Reyes Delgado sentado en la mesa del comedor, un ventilador, media luz,
afuera lo mismo de siempre; las grúas, los barcos, la neblina y nadie a quien
decirle; “te echo de menos”. Sólo hay algo que él detesta más que esta
ciudad, o al menos eso dice, ese algo; su madre.

GERTRUDIS- Fede, mi amor ¿Quieres más sopita?


REYES DELGADO- No.
GERTRUDIS- ¿Mas guisadito?
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REYES DELGADO- No.


GERTRUDIS- Estás tan delgado… Si tu padre te viera ahora… Yo no sé
cómo puedo aguantar esta vida sin él.
REYES DELGADO- ¿Has oído hablar del señor Baldor?
GERTRUDIS- ¿No ves que estoy sufriendo?
REYES DELGADO- No me importa que sufras, te odio mamá, lo sabes
¿Has oído hablar del señor Baldor, sí o no?
GERTRUDIS- Te prohíbo que fumes delante de mí. Ojala pudiera seguirte a
todos lados para poder apagar cada uno de esos malditos cigarros que te
llevas a la boca.
REYES DELGADO- ¡¿Has oído hablar del maldito señor Baldor o no?!
GERTRUDIS- Todos han escuchado del señor Baldor.
REYES DELGADO- Dime.
GERTRUDIS- No fumes.

Reyes Delgado enciende otro cigarrillo.

GERTRUDIS- Todavía te sigo viendo como un niño y los niños nunca


saben qué hacer con la verdad.
REYES DELGADO- Mi trabajo es descubrir la verdad.
GERTRUDIS- A tu papá no le gustaba comprarte helados.
REYES DELGADO- Eso ya lo sé.
GERTRUDIS- Pero no puedes culpar a tu padre por todo… Yo lo
comprendo, era un alma de Dios.
REYES DELGADO- Mi padre te abandonó y siempre me odió.

Silencio.

GERTRUDIS- Si apágas ese cigarro…


REYES DELGADO- ¿Me vas a contar?
GERTRUDIS- Sí…

Reyes Delgado apaga el cigarro sobre el plato de la comida.


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GERTRUDIS- Días antes de conocer a tu padre, estaba tomando un curso


de regularización, siempre fui mala en matemáticas, hasta la fecha soy bruta
para eso. Apenas iba saliendo de la preparatoria y el maestro de la
regularización era un hombre alto, hermoso, inteligentísimo, vestía muy
raro, pero fue el mejor maestro que tuve en mi vida, usaba un perfume muy
especial… Pachuli, eso. A veces me gustaba quedarme después de clases a
platicar con él… Le gustaba mucho hablar de álgebra y ecuaciones, yo no
entendía nada, pero todo lo salido de su boca me parecían poemas
bellísimos…
REYES DELGADO- ¿Te acuerdas de su cara?
GERTRUDIS- Pues… Ay hijo, no quiero seguir recordando…
REYES DELGADO- ¿Te acuerdas de su cara, de su ropa?
GERTRUDIS- Que cruel eres…
REYES DELGADO- Necesito saber…
GERTRUDIS- Fue un día soleado, antes salía el sol todos los días, antes de
que ésta neblina nos invadiera.
REYES DELGADO- Mamá…
GERTRUDIS- Me invitó un agua de jamaica… Se divide el coeficiente del
dividendo entre el coeficiente del divisor y a continuación se escriben en
orden alfabético las letras, poniéndole a cada letra un…
REYES DELGADO- ¡Carajo, dime algo que me sirva, contesta mi
pregunta!
GERTRUDIS- Es la regla para dividir dos monomios y no me dejaste
terminar.
REYES DELGADO ¿¡Cómo era!?
GERTRUDIS- ¡Hasta que termines tu postre!
REYES DELGADO- ¡No me voy a terminar nada hasta que me digas cómo
era él!
GERTRUDIS- Promételo.
REYES DELGADO- …
GERTRUDIS- Promételo.
REYES DELGADO- Lo prometo.
GERTRUDIS- Ahora dale un beso mamá, anda...
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A regañadientes, REYES DELGADO le da un beso en la mejilla.

REYES DELGADO- ¿Cómo era?


GERTRUDIS- Pues… Tenía un turbante rojo y amarillo, era un hombre
raro, y barba así como en piquito, tenía todo el tipo de árabe… Ojos negros
como la noche más oscura y muchos pelos como de… no sé…
REYES DELGADO- ¡Gertrudis!
GERTRUDIS- El señor A. Baldor es tu padre.
REYES DELGADO- ¿Qué?
GERTRUDIS- El señor Baldor es tu padre biológico.
REYES DELGADO- ¿Y porqué soy tan malo para las matemáticas?
GERTRUDIS- Tu otro papá no tenía la culpa de odiarte, todo iba bien hasta
que se enteró de todo y te odió, te odió hasta que se fue de nuestra vida.
REYES DELGADO- Si soy hijo del Señor Baldor, ¿por qué me cuesta tanto
trabajo sumar y multiplicar y…?
GERTRUDIS- Hijo…
REYES DELGADO- ¡Contéstame!

Los ojos de Gertrudis se humedecen.

REYES DELGADO- ¿Qué tienes?


GERTRUDIS- No…
REYES DELGADO- Gertrudis…
GERTRUDIS- Después de que me tomé el agua de jamaica… El señor
Baldor se ofreció a llevarme a casa en su hermoso y reluciente automóvil
azul…

Gertrudis se queda viendo el horizonte.

GERTRUDIS- Radicales no semejantes no se pueden reducir. Para sumar


radicales no semejantes, simplemente se forma con ellos una expresión…
REYES DELGADO- ¡Gertrudis!
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GERTRUDIS- ¿Sabias que unos monstruos marinos están por destruir la


ciudad?
REYES DELGADO- ¿Qué pasó entonces?
GERTRUDIS- Van a mandar a unos valientes marineros a luchar contra
ellos. Nuestros marineros son los mejores de todo el mundo y saben pescar
muy bien…

Reyes Delgado enciende un cigarrillo.

GERTRUDIS- Tienes prohibido fumar.


REYES DELGADO- ¿Me vas a contar o no?
GERTRUDIS- Se multiplican los coeficientes entre si…
REYES DELGADO- ¡Gertrudis!
GERTRUDIS- No me grites así, hijo.
REYES DELGADO- ¿Qué pasó después de que te tomaste el agua de
jamaica?
GERTRUDIS- Me fui con él en su auto y… No sé cómo decirlo…
REYES DELGADO- Dilo.
GERTRUDIS- Eres producto de una violación acordada por ambas partes
hijo…

Reyes delgado se pone otro cigarrillo en la boca y lo enciende.

GERTRUDIS- Por eso tu otro padre nos odia a los dos.


REYES DELGADO- ¿Sabes algo de él?
GERTRUDIS- Se hizo marinero y nunca lo volví a ver.
REYES DELGADO- ¿El señor Baldor?
GERTRUDIS- Decidí tenerte porque creí que ibas a ser muy inteligente,
pero parece que instintivamente bloqueaste de tu cabeza cualquier cuestión
matemática y quizá también deductiva.

VI
REYES DELGADO- Así que por eso soy tan pendejo. Uno, dos barcos…
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-Cuando ve más de dos cosas juntas ya le da lo mismo, pierde la cuenta. No


sabe contar hasta el tres. También piensa en su supuesta madrastra, en su
supuesta futura amante; José ¿Para qué querrían unos monstruos destruir
ésta ciudad? Por él está bien que destruyan este puerto nebuloso, incierto…
Lo ha soñado muchas veces, que abre los ojos y mira el cielo azul y el sol
brillar, que la neblina se ha ido de este lugar y puede ver los escombros de
lo que un día fue este pueblo inmundo, y es entonces que entiende a la
niebla, que le hace un favor a todo el mundo ocultando su miseria, los
edificios más grandes ahora ya a nivel del suelo, los barcos destruidos a
medio hundir con la proa mirando al cielo y la popa al fondo del mar, Y se
siente bien, sonríe, su corazón se ilumina de ver todo destruido, a toda la
gente que ya no volverá a ver nunca, pero así son los sueños, duran un
instante y luego hay que despertar.

VII
MARIENRO- ¿Tiene hijos, mujer?
CAPITÁN- Mi familia es el mar, marinero, es cada tripulante de mis barcos,
en tierra nunca me he hallado, en tierra me cuesta trabajo caminar, todo se
mueve demasiado, la tierra no es para mí, nadie me espera, nadie me escribe
y a nadie quiero escribir y así está muy bien.
MARINERO- Lo siento mucho capitán.
CAPITÁN- ¿Por qué lo siente?
MARINERO- No sé…
CAPITÁN- ¿Piensa que es muy triste mi caso? ¿Qué no tener a nadie y no
tener nada es triste?
MARINERO- No lo sé, yo no me imagino la vida sin mi mujer y mi hija.
CAPITÁN- Tal vez… un día tuve una esposa y un hijo… Pero las cosas no
salieron bien, pero no hay tristeza en el corazón, hay libertad, marinero, es
lo mejor que uno puede tener, lo mejor de todo es que cuando me muera,
nadie me hará un funeral decente, odio los funerales y más los decentes,
nadie llorará por mí, nadie me extrañará y eso marinero, y eso, no tiene
precio.
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MARINERO- Tal vez capitán, si le pasa algo, tal vez yo lo extrañaría, no le


haría un funeral decente pero tal vez sí lo extrañaría.
CAPITÁN- Ya se acercan, y se acercan, huelo su miedo, su odio a la
humanidad.

VIII
Everardo trae un sobre en las manos y se lo da a Reyes Delgado. Everardo
se ve mal, nervioso, fuma como si se fuera a acabar el mundo.

EVERARDO- Las fotos de tu padre biológico teniendo relaciones con


alguien que no es tu legítima madrastra.
REYES DELGADO- Son siluetas.
EVERARDO- Es la silueta de tu padre y su amante.
REYES DELGADO- Mi supuesto padre.
EVERARDO- ¿No dices que tu madre tiende a inventar cosas?
REYES DELGADO- Sí, sí lo digo.
EVERARDO- ¿No te habrá mentido?
REYES DELGADO- Todo hace sentido, nunca pasé matemáticas.
EVERARDO- Mira, tiene un turbante y todo.
REYES DELGADO- La única mujer de la que me he enamorado y resulta
que es mi madrastra.
EVERARDO- La haz visto sólo una vez.
REYES DELGADO- Eres tan elemental Everardo, no entiendes estas cosas
del amor.
EVERARDO- Y no tiene nada de malo que sea tu madrastra, según yo, si
quisieras tener hijos con ella, la única tara mental que probablemente
pudieran tener los niños es esa cosa que tienes con los números.
REYES DELGADO- ¿En serio?
EVERARDO- Yo me casé con mi madrastra y mis hijos están perfectos.
REYES DELGADO- Tengo que encontrar a mi padre biológico y matarlo.
EVERARDO- ¿Matarlo? Sólo tienes que entregar estas fotos a tu madrastra
y ya está, se terminó, caso cerrado.
REYES DELGADO- Sí, tal vez matarlo sea una exageración de mi parte.
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EVERARDO- O de perdida que te enseñe a contar.


REYES DELGADO- Al fin he descubierto la raíz de todos mis miedos, del
tremendo odio que le tengo a mi madre y a mi otro padre, a las matemáticas.
Ojalá los monstruos lo destruyan todo, ojala no quede rastro de este maldito
nido de ratas.
EVERARDO- Reyes, tengo que pedirte algo…
REYES DELGADO- ¿Por qué andas tan nervioso Everardo?
EVERARDO- Desde que tomé estas fotos, siento que alguien me sigue los
pasos.
REYES DELGADO- Ha de ser tu delirio de persecución ese que tienes.
EVERARDO- Yo no sufro de delirio de persecución, tu eres el que siempre
sospecha de todo, de cualquier cosa.
REYES DELGADO- Everardo, sea lo que sea, estoy aquí para protegerte…
EVERARDO- Creo que ya es demasiado tarde para eso.
REYES DELGADO- No digas tonterías ¿Cuándo te he dejado solo?
EVERARDO- No se trata de eso, siento que su aliento me envuelve, que
tapa mis huellas, que se mete por las grietas de mi casa, de mis zapatos, de
todo lo que toco…
RYES DELGADO- Soy un hombre de acción Everardo, no tienes por qué
temer.
EVERARDO- Sólo quiero que me prometas algo…
REYES DELGADO- No no no, no mames, cada que alguien dice eso a su
mejor amigo tiene la más horrible de las muertes, no me chingues, no
necesito eso, ahorita no.
EVERARDO- Por favor.
REYES DELGADO- No, mira, lo que tenemos que hacer es estar juntos, no
te voy a perder de vista ni un momento, voy a cuidar tus espaldas, nada te va
a pasar.
EVERARDO- Prométeme que vas a cuidar de mis hijos y mi esposa.
REYES DELGADO- Pero yo por qué no jodas, te queda mucho por vivir.
EVERARDO- A pesar de lo miserable que puedas llegar a ser, eres la única
persona en este mundo en la que confío.
REYES DELGADO- Mejor te invito unas cervezas y platicamos.
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EVERARDO- Promételo amigo, sólo por si acaso.


REYES DELGADO- Namás acuérdate Everardo, tenemos muchos planes
juntos.
EVERÁRDO- Prométemelo.
REYES DELGADO- Lo prometo, ya, pues.
EVERARDO- Es lo único que te pido.
REYES DELGADO- Dime qué te pasa Everardo.
EVERARDO- Eres mi mejor amigo.
REYES DELGADO- Ya me dijiste.
EVERARDO- Me cuesta decirlo, no creas que no.
REYES DELGADO- Tu eres mi mejor fotógrafo, el único que tengo.

Everardo le da un abrazo, se dan un abrazo.

VII
La voz de José va llenando aquel inmundo lugar infestado de humo de
cigarrillo y gente que nadie sabe por qué sigue respirando, el bar más
espantoso del mundo probablemente, debía llamarse la tristeza, pero no, se
llama; “bar del puerto”, un nombre estúpido para un lugar estúpido
infestado de marineros que perdieron todos sus barcos, de gente sin rumbo,
de esas alimañas de la noche porque quien nadie lloraría, de esas personas
que si algo hicieron bien, fue encargarse de haberlo recogido todo, su
equipaje, todo y cuando llegue el momento, no dejarán rastro de su
existencia. Everardo baila al ritmo lento de la canción con una mujer muy
guapa que viste sencillo, de nombre Cecilia. Es de esas escenas confusas
que nunca llegan a entenderse en la novelas de detectives, esas donde uno se
pregunta, por qué tal está con esta tal a quien no hemos visto, pero que
luego va a salir y entonces no entenderemos un carajo de nada, porque a
veces así es la vida, pasan cosas que parecen importantes o que parecen
señales o premoniciones, pero al final no pasa nada de eso, hay cosas que
pasan y ya, no tienen razón de ser, nomás pasan. José se pasea por las
mesas, tranquila, dominando, toreando la nostalgia como si fuera el último
consuelo de los perdidos, de los que ya no tienen remedio, como la última
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unción de los pecadores que saben no serán salvados. José llega a una mesa
donde está Reyes Delgado hecho una piltrafa, ahogado en alcohol, porque
en lugar de haber seguido los pasos de su amigo, se fue a tomar, como todo
buen detective, se fue a beber, a perderse a intentar finiquitar su negocio con
José, que se sienta junto a él y le canta de cerca, le acaricia las mejillas, le
canta muy cerca, lo que separa sus labios de los de él, es un delgado
micrófono. La canción va terminando y José se sienta junto a él, que le
entrega un sobre papel manila, lo desliza sobre la mesa. José mira el
contenido.

REYES DELGADO- ¿Tiene el resto del dinero?


JOSÉ- Sólo hay siluetas aquí.
REYES DELGADO- Igual que en su foto.
JOSÉ- ¿Cómo sabe que esta mujer no soy yo?
REYES DELGADO- Porque usted no estaba ahí, en el quinto piso del hotel
Mocambo, lleno de hombres de negro, no era esa usted, no tenía su perfume.
JOSÉ- ¿Tan cerca estaba?
REYES DELGADO- Algo así.
JOSÉ- Esto no se lo puedo enseñar a mi abogado, su trabajo no está hecho
todavía.
REYES DELGADO- Me pidió fotos, ahí están las fotos, usted sabe que esa
silueta es de su marido, es igual a la foto que me dio y la otra… Bueno, no
es usted.
JOSÉ- ¿Por qué me maltrata de esta forma?
REYES DELGADO- ¿Se va a poner sentimental?
JOSÉ- Cuando entré por primera vez a su oficina, pensé… Pensé que
podríamos hacer planes.
REYES DELGADO- Ahora estamos hablando de negocios.
JOSÉ- Los negocios y el placer es algo que hay que mezclar todo el tiempo
¿no cree?
RYES DELGADO- No.
21

Y es entonces cuando el detective la toma de la barbilla y la besa y se besan


y es entonces que la canción más triste del mundo comienza a ser cantada
por la persona más triste del mundo, una persona de esas que se parecen a
todos y a nadie, tan ordinaria como para no recordarla, pero tan triste que
pone sentimental a cualquiera, incluso a la persona más feliz del mundo.
José y Reyes Delgado se dirigen a un motel de mala muerte, mientras en la
oficina del detective, el teléfono llama insistente, es su madre, y mientras
tanto, alguien sigue al detective y a José hasta el hotel, gente sospechosa, de
esas que usan gabardinas caqui y sombrero, de esos que se pierden entre las
sombras. Mientras el capitán espera en vela a los monstruos marinos, que
ahora descansan plácidamente en el fondo del mar, ellos saben que se acerca
la batalla, mientras José finge un orgasmo en el motel de mala muerte,
alguien cuelga el cuerpo de Everardo en uno de los postes del muelle infesto
de neblina.

VII
Lo peor de todo no son los duraznos de vidrio, ni las bananas de plástico, ni
las colillas de cigarro en un vaso de mezcal, ni los domingos familiares, ni
las guerras nucleares, ni encontrarte a tu novia dándose de besos con tu
mejor amigo en tu fiesta de cumpleaños, ni que se acabe el mundo, ni que
unos monstruos marinos vayan a destruirlo todo, ni todas esas canciones que
nunca debieron de existir…

Hacía frío esa tarde, como todas las tardes, pero el cielo estaba inusualmente
despejado, y a despejado me refiero al despejado de este pueblo, no se veía
el sol, pero algunas nubes dejaban asomar apenas pedazos de cielo raso.
Abrigos largos y algunas lágrimas rodando por las mejillas de una bella y
sencilla mujer, Cecilia…

Lo peor de todo no es estar en el funeral de tu marido llorando como


estúpida sin saber explicarle a tus hijos qué demonios pasó porque tu
tampoco sabes, ni vestirse de negro, ni estar de luto porque el otro día
alguien puso en Facebook la foto de un bosque y la frase de un monje
22

budista bien bonita que decía algo referente a eso de la gente que se muere,
que nos deja, y justo decía que la gente no se va, no nos deja, sólo se hace
parte del mundo; de los árboles, de los pajaritos, de la luz del sol que a
diario baña nuestros cuerpos… y pienso en eso y creo que el monje ese
nunca ha perdido a nadie nunca. Tonto monje, o nunca ha tenido a nadie ni
nada, así es fácil hablar, ni tampoco tiene un par de niños qué alimentar y a
los que tiene que decirles que su papá amaneció colgado de un poste, ni
tampoco tiene al mejor amigo de su marido abrazándolo con cachondas
fuerzas en su funeral.

Mientras, a mitad del mar, un cigarrillo se consume de a poco entre los


labios del capitán y sonríe y le gusta estar en la proa. Sabe que sus enemigos
vienen de frente. Su contramaestre no aparta los ojos del radar, ya falta
menos, cada segundo que pasa falta menos, eso es lo que lo tiene contento,
eso es lo que le saca una sonrisa.

Lo peor de todo no es lo que se deja atrás, ni lo que viene adelante, ni todas


esas cosas que uno no va a tener jamás, lo peor de todo no es tener una pata
de palo y un parche en el ojo y tener de enemigos a esos monstruos
malignos provenientes de las profundidades más oscuras del mar. No. Ni
pasar en tierra todos tus cumpleaños y no poder apagar las velitas del pastel.
Lo peor de todo no es ver morir a tu tripulación porque están preparados
para eso…

Lo peor de todo no son todas esas cosas, es lo que queda después de todo
eso. Sabrá quién sabe quién qué será lo que queda, pero aún así no es lo
peor. Lo peor de todo, son esos tipos con gabardina mirándolo todo desde
árboles lejanos. Lo peor de todo es ver a Reyes Delgado correteándolos
revolver en mano, persiguiéndolos hasta el fin del mundo y volviendo con
las manos vacías o casi.
23

VIII
CAPITÁN- Querida Gertrudis: No lo tomes a mal, espero comprendas mi
partida, creo que no necesito explicarte demasiado, volví a tierra ese día que
bajé de un pesquero cuando éramos jóvenes, cuando no sabía de qué estaba
huyendo. La primera vez que decidí perderme en el mar, fue aquella, y tu lo
sabes, cuando sentí esa neblina en mis ojos, esa neblina que se fue metiendo
en mi cabeza, cuando mis pulmones me apretaron tanto que apretujaron mi
corazón. Aquella mañana, cuando te vi comprando pescado fresco para una
fiesta, toqué tierra, y mis ojos estaban claros, tan claros que ni siquiera en el
mar. Hoy la neblina volvió a mis ojos, ahora está hecha de todas esas cosas
que no nos dijimos y que no nos vamos a decir, espero que no me odies
tanto, porque yo jamás podría hacerlo, pero hay cosas que no podría
soportar estando en tierra firme. Así que he metido una o dos camisas en mi
saco de marinero, me lo encajé bajo el brazo, adiós querida Gertrudis, adiós
muñeca…

El capitán se descalza y sumerge sus pies en la niebla, debajo de ella, está el


mar. Nadie metería los pies ahí, ninguna parte de su cuerpo, nadie sabe que
hay abajo, nadie excepto el capitán, el mar tan turbio, tan lleno de vida, de
monstruos. El capitán cierra los ojos mientras sus pies juguetean en el agua
salada, chapotean, un pez pasa cerca de sus dedos, el agua es fría y hostil
para quien tenga miedo. No se sabe si es de día o de noche, ni la hora, un
pez toca con su trompita el dedo gordo del pié izquierdo del capitán espera y
espera. Espera que un tiburón enorme salga del fondo del mar y se lo coma
entero, sonríe con la idea, hace mucho perdió el miedo a la muerte, por eso
es paciente, por eso le gusta esperar a esos monstruos marinos, se le hace
agua la boca de sólo pensar que cada segundo están más cerca. Sólo hay
algo que aterra al capitán, y ese algo es la tierra firme. El pensar en ella le
hace daño, el sólo pensar que debajo de todo ese mar hay tierra firme, hay
suelo, un escalofrío comienza a recorrer su cuerpo, porque entonces sabe
que no hay remedio, que por más profundo que sea el mar, por lo más
grande, por lo más inmenso hacia todos lados, la horrenda certeza de que al
final de todo hay tierra firme, por eso un escalofrío recorre su cuerpo, la
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tierra le hace tanto daño, le hizo tanto daño. Le viene a la memoria aquella
noche que lo dejó todo, a un hijo que resultó no era su hijo y no sabía contar
hasta el 3 y a su esposa que sólo decía que lo amaba pero nada más.
Recordó esa noche que despertó sudando y que sus piernas no le sostenían,
tomo su chamarra, se puso sus botas favoritas y se largó, sin dejar una nota,
sin decir adiós. Querida Gertrudis… Ahí se quedó la carta de amor que ha
intentado escribir durante todos estos años; Querida Gertrudis… Es todo, así
la mandó desde altamar un día, y ya. Juró no volver a pisar tierra firme
nunca más, es a lo único que le tiene miedo, la tierra firme. Prefiere luchar
batallas que no tiene oportunidad de ganar, como contra esos monstruos
marinos que vienen a destruirlo todo. Eso hace que una sonrisa le asome en
los labios, eso hace que deje sus pies en el mar un poquito más, antes de que
suban de nueva cuenta la lanchita de emergencia.

IX
Un auto estacionado en un suburbio de la ciudad, cuadras y cuadras de casas
y calles que hacen las veces de un desierto. Si se te antoja un gansito a
media noche y no lo tienes en tu refrigerador, tienes que tomar tu auto y
manejar 15 minutos a la tienda más cercana. Afuera de una de las casas más
tristes del mundo, detrás de un árbol, alguien observa todo con
detenimiento; es uno o varios hombres de gabardina negra. A lo lejos, un
auto lujoso y negro como la conciencia de la gente que dice que es buena.
Más lejos todavía se escucha el sonido de la chimenea de un barco, de dos,
de más, luego el silencio.

La casa más triste del mundo es acogedora a pesar de todo. Reyes Delgado
observa cada rincón con detenimiento, intenta recordar si su hogar algún día
fue así; calientito, lleno de vida, con los cojines de la sala desordenados y de
colores y juguetes regados por todos lados, con el refrigerador lleno de
jugos de nombres chistosos, de postres, esta nostalgia hace que se olvide por
unos instantes esa tarjeta que trae en la mano, cuya blancura se ve adornada
con una enorme ecuación algebraica. Cecilia luce agotada, vaporosa,
rendida. Cuando sale de una de las habitaciones y baja las escaleras, luce tan
25

hermosa… Reyes Delgado da un trago a su anforita de mezcal, se miran a


los ojos, se sonríen. Reyes Delgado tiembla, no lo puede evitar al ver los
ojos de Cecilia, su camisón, su cabello revuelto.

CECILIA- Ya se durmieron los niños, creo aún no asimilan lo que ha


pasado… Creo que yo tampoco.
REYES DELGADO- Le dije que no se separa de mí…
CECILIA- No te culpes de lo que pasó, a Everardo siempre le gustó el
peligro.
REYES DELGADO- Le dije que no se separara de mí, que lo iba cuidar/
CECILIA//: ¿Podríamos no hablar de eso? ¿Podríamos parar un minuto?
¿Me das?

Reyes Delgado extiende su anforita y Cecilia le da un buen trago, lo bueno


de las anforitas es que nunca se termina lo que tienen dentro, nunca. Hay
una cantidad ilimitada de alcohol o eso parece, siempre tienen lo necesario
para esas gargantas desesperadas. El líquido pasa por la garganta de Cecilia,
un chorrito, una gotita, se le escurre entre los labios.

CECILIA- Lo necesitaba.
REYES DELGADO- Siempre se necesita un trago.
CECILIA- Siempre.

Cecilia se desploma en la silla, está agotada, echa su cabeza hacia atrás,


apenas puede pensar en nada porque hay tanto en lo qué pensar… Son tantas
las emociones que se revuelven dentro suyo que, todo se detiene, como
cuando se ha perdido el rumbo en una carretera y no se sabe para donde es
el norte el sur o el este o el oeste, y no se tiene más elección que quedarse
parado mirando el paisaje y abandonarse al destino.

REYES DELGADO- Voy a vengarme del que le hizo esto a Everardo, así
que puedes estar tranquila, voy a encontrar a la persona que hizo esto, y
espero que Everardo se lo encuentre en la otra vida, para que le ponga él
26

también una madriza celestial. Yo me encargo de la terrenal, Everardo de la


celestial.
CECILIA- Lo que vale es que seguimos aquí, y no sabes qué hacer.
REYES DELGADO- ¿Eres buena para las matemáticas?
CECILIA- Ahora no soy buena para nada.
REYES DELGADO- A uno de esos hombres de gabardina que perseguí en
el funeral se le cayó esto, es una tarjeta de presentación, o algo así.
CECILIA- Ay… No sé qué es, esa ecuación tiene tantos números y tantas
letras, tantos signos…
REYES DELGADO- ¿Crees que puedas resolverla?
CECILIA- Ahora no.
REYES DELGADO- Creo que es una pista importante, no voy a dejar que
esto se quede así.
CECILIA- ¿Qué ganarías con esto? Sólo quiero aprender a vivir con las
cosas que tengo a mano, el dolor será muy fuerte a veces, lo presiento, y no
podremos hacer nada al respecto.
REYES DELGADO- Por favor, ayúdame.
CECILIA- Ahora no, amigo mío, ahora quisiera que me ayudaras a subir a
mi habitación, que me arropes y que te vayas lejos.
REYES DELGADO- Le prometí a Everardo que vería por ustedes.
CECILIA- Afortunadamente, en esta familia, gozamos de excelente visión,
no tienes de qué preocuparte, ahora haz los que te digo, por favor.

Cecilia y Reyes Delgado se agarran a besos como si el mundo se fuera a


acabar en ese mismo instante, se revuelcan por todo el lugar, en todos lados,
menos en la cama que compartían Cecilia y Everardo.

CECILIA- Sólo te pido que no vuelvas nunca.

X
La lluvia se estrella en el parabrisas del viejo auto de Reyes Delgado, que
fuma un cigarrillo para intentar quitarse de su boca el suave sabor de
Cecilia. En el tablero, la tarjeta con la aquella ecuación algebraica imposible
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y en el retrovisor, un auto negro que le sigue no de tan lejos. Reyes Delgado


sonríe, y aprieta los dientes, es hora de que mi violencia despierte, se dijo el
solito sin abrir la boca. Ahh, Cecilia, la dulce Cecilia, lo dulce es más dulce
cuando está prohibido, piensa en eso y también en José, sus primeras dos
mujeres, las que le han enseñado lo que es el amor carnal, sus únicos dos
amores, a parte de la mamá de la mamá de Raquel, que también se llamaba
Raquel, una amiguita suya de la primaria, estuvo soñando con sus piernas
toda su vida hasta que conoció a José y le puso el primer revolcón, Cecilia
fue el segundo, y ahí va la lista hasta ahora. Reyes Delgado piensa en que ha
desperdiciado su vida en quién sabe qué cosa, intentando contar hasta el 3 o
haciéndose chaquetas en lugar de haber intentando algo de verdad. Hay
personas que comienzan a vivir demasiado tarde, pero siempre le puede
echar la culpa a la neblina… Todo esto lo piensa mientras agarra a golpes a
uno de los tipos de la gabardina. Todavía llueve, ahora están en un callejón
oscuro, hasta ahí lo llevó Reyes Delgado, y después de tirarse dos, tres,
cuatro, 5 balazos, Reyes le aventó la pistola y le dio en medio de la cabeza.

REYES DELGADO- ¿Dónde está tu patrón? ¿Quién mató a mi amigo?


MAFIOSO- De eso no sé nada, yo soy un agente de hacienda y crédito
público, le vengo a embargar su coche.
REYES DELGADO- Buena broma amigo, por un momento estuve tentado
a creerle.
MAFIOSO- No hay nada que pueda decirle.
REYES DELGADO- ¿Por qué me sigues? ¿Querías matarme a mí también?
MAFIOSO- No soy un asesino, pero si el patrón quisiera, usted ya estaría
jugando poker con su amigo el fotógrafo, donde quiera que se encuentre
ahora.
REYES DELGADO- Dime dónde está tu patrón, dónde lo encuentro. Sino
cantas, sufrirás como perro con sarna y sin amor.
MAFIOSO- De mí no sacará ni media nota.
REYES DELGADO- No me haga recurrir a la violencia, puedo ser violento
y mucho, sobre todo cuando estoy enfadado.
MAFIOSO- Ni media nota.
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REYES DELGADO- Si así lo quieres…

Reyes Delgado le da una cahetada.

MAFIOSO- ¡No siga por favor!

Reyes Delgado le da otra cahetada.

MAFIOSO- Le diré todo lo que sé, pero deje de torturarme

El Mafioso mete sus manos a la gabardina y saca una tarjeta, con una
complicada ecuación algebráica, y se la da al detective.

REYES DELGADO- No me quieras ver la cara, escoria humana, ya tengo


una de estas.

Reyes Delgado le muestra la tarjeta que tiene. El Mafioso sonríe.

MAFIOSO- Debería verlas bien, no son las mismas tarjetas.

Reyes Delgado comienza a comparar las tarjetas minuciosamente, primero


ve una y luego la otra, una y luego la otra. Es cuando el Mafioso se da la
oportunidad de salir corriendo como un demonio. Reyes Delgado se tarda
un rato en darse cuenta que se ha quedado solo en aquel oscuro y solitario
callejón. El sonido de un barco a lo lejos.

aX3 + bX2 + cX + d (a6=0)


ax2 + bX3 + cX + d

XI
El fondo del mar tan cerca, cada vez más. A gran velocidad el agua pasa, los
peces pasan, como si fueran aves volando hacia el cielo, los enormes ojos
vivos de todos los colores, de colores indescriptibles, ojos inyectados,
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corales, formaciones de rocas que todo destrozan con el hocico o lo que


debería ser el hocico o la trompa, o tal vez un tentáculo o varios. El fondo
del mar se acerca. Tan oscuro cada vez más, con esa luz tan desmayada, casi
muerta. Si apretamos los ojos mucho mucho y nos tapamos los oídos con
todas nuestras fuerzas y nos hacemos bolita en el rincón más oscuro de
nosotros. En ese lugar que no querremos conocer nunca, tal vez
entendamos algo, esa sensación de estar tan cerca del centro de la tierra, de
no saber que hay más abajo, de toda esa oscuridad, donde aún hay vida
aplastada, pero vida al fin y al cabo, sea lo que sea que signifique vida.
Porque aunque nunca lo sepamos hay vida que existe sin que les importe, si
nos importa, si lo sabemos, mejor para ellos, mejor para nosotros, mejor no
entender nada. ¿Cómo darse cuenta del fondo si no lo hemos tocado?
¿Cómo llegar al mero fondo y oscuro del mar sin destruirse la cara con la
misma tierra que nos soporta? Ellos pueden tentar el abismo, llegar tan
debajo de todos, burlarse de la oscuridad, levantar lo que hay, revolver el
tiempo que se había olvidado de aquel paraje. Luego la cola, la enorme cola
o las colas o lo que sea que fueren esas extremidades indescriptibles. La
oscuridad da paso a la luz, podemos ir abriendo los ojos, destapando los
oídos. Ahora todo tiembla, el silencio ahora es una marejada, es un chorro
enorme de agua y ahí van ellos o ellas. Enormes, rompiendo sus burbujas de
oxígeno. Una tras otra, una tras otra, el cielo tiembla, así de rápido
ascienden, así de rápido parecen estar a punto de llegar al sol que tiembla.
Todo tiembla, por el movimiento del agua, y luego el cielo tan claro, tan
cerca, los monstruos marinos rompen la forma de las nubes, los monstruos
que de tan monstruosos son indescriptibles, o casi. Uno es tan largo y el otro
tan ancho, pero los dos destrozan las nubes y saludan al sol y luego el
descenso de nueva cuenta. Un vértigo. Falta tanto para llegar al agua salada
de nueva cuenta, las olas son insignificantes desde arriba, por eso los
monstruos sonríen, si es que tienen algo parecido a una sonrisa es esa, a lo
lejos, aparentemente, una flotilla de barcos, una ciudad por destruir, los ojos
encendidos y mar que vuelve acercarse a una velocidad brutal, el agua, un
pez que esquivan porque no lo quieren lastimar, a él no. Y de nueva cuenta,
el descenso a los abismos.
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XII
El Capitán mira por su catalejo y sonríe.

CAPITÁN- ¡Preparen los cañones!


MARINERO- ¡Sí mi capitán!
CAPITÁN-¡Prepárense a morir! ¡Prepárense todos a morir!

MARINERO- El capitán prepara sus armas. Jamás había visto su ojo brillar
tanto, la euforia se desata en cubierta, supongo que será lo mismo en el resto
de la flotilla, nadie sabemos nada del capitán, sólo de su promesa de no
volver a tocar tierra firme, sólo de su deseo insano de matar a esos
monstruos marinos, de aquella historia de guerra que tuvo con ellos alguna
vez sabrá Dios cuando. Quizá ni él mismo lo sabe, pero sus cicatrices, su
pata de palo, su profundo dolor que no tiene fondo, su sonrisa demoniáca al
saberse en peligro. Él no quiere defender un puerto, quiero destruir a esos
monstruos aunque sabe que quizá sea imposible.

CAPITÁN- Lo mejor de todo es la adrenalina subiendo por el cuerpo, lo


mejor de todo es no saber nada del futuro, lo mejor de todo es no saber
cómo se luchará contra lo imposible, lo mejor de todo es poner un cuchillo
entre los dientes y apretarlo, sentir su filo en la comisura de los labios, que
sangre un poquito, hijos de puta, todos hijos de puta, me gusta ver el agua
levantarse cuando vienen por debajo, me gusta cuando saltan
amenazadoramentes por los aires casi llegando al sol y luego se sumergen
en el más infinito de los infiernos, y luego vuelven a saltar por los aires
¡Fuego!

Y los cañones enormes escupen balas enormes hacia el sol, ninguna da en el


blanco.

CAPITÁN- ¡Prepárense a morir! ¡Todos prepárense a morir! Lo mejor de


todo es ese sentimiento de estar al borde de todo, porque ahí la vida importa
un carajo, los recuerdos, las caras, todo se revuelve en el puro acto violento
31

de matar a unas bestias que quieren destruirlo todo sin ninguna razón, lo
peor de todo es que esas bestias son mis mejores amigos. ¡Fuego!

Y los cañones enormes escupen balas enormes hacia el sol y ninguna da en


el blanco.

CAPITÁN- Lo mejor de todo es saber que dios no existe en el abismo ni en


ningún lado, lo sabes por el enorme vacío que hay al rededor, arriba y abajo,
a un lado y al otro, en todas direcciones, siento un gran ardor. ¡Fuego!
¡Fuego!

¡Arriba y abajo, los cañones escupen enormes balas, tan enormes como el
mundo y cimbran el aire, revuelven el mar, lo revolucionan por su puro
paso!

CAPITÁN- Lo mejor de todo es saber que dios no existe en el abismo ni en


ningún lado, lo sabes por el enorme vacío que hay al rededor, arriba y abajo,
a un lado y al otro, en todas direcciones, siento un gran ardor. ¡Fuego!
¡Fuego!.

Arriba y abajo, los cañones escupen enormes balas, tan enormes como el
mundo y cimbran el aire, revuelven el mar, lo revolucionan por su puro paso
y nunca nunca dan en el blanco, quedarán en el aire hasta que se les termine
ese impulso que se antoja infinito.

XIII
Abordan camiones, aviones, trenes, coches, motos, bicicletas, todo aquello
más rápido que los haga correr más rápido que sus pies, todo aquello que los
aleja de aquel puerto moribundo, todos huyen lejos, todos bajo la lluvia,
bajo la neblina que a pesar de la lluvia se ha hecho más densa. Todos huyen.
Mientras Gertruids mira por la ventana, aunque poco se alcanza a ver, sigue
pegada ahí, pensando. En la tv dan el resumen de la lucha en contra de los
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monstruos marinos y ninguna bala ha dado en el blanco, eso dicen en la tele.


Un policía toca a su puerta.

GERTURDIS- ¡No me voy a mover de aquí, que lo sepan!

Nuestra flotilla de valientes marinos, no puede hacer nada contra los


temibles monstruos que vienen a destruirnos. Dicen en el televisor; la
ciudad entera está siendo evacuada, dicen en el televisor.

POLICÍA- ¡Hay poco tiempo señora! ¡Salga ya!

Y es entonces que Gertrudis atranca la puerta y a los policías se les acaba el


tiempo, a todos se les acaba el tiempo. Y Gertrudis espera una carta que
nunca llega, una carta que diga; Querida Gertrudis, dos puntos. Una carta
que le explique todas esas cosas que no entiende, todas esas cosas que ha
dejado pasar, todo ese tiempo perdido, todo ese tiempo de mirar por la
ventana, todos esos olvidos, todos los entierros, todas esas cosas que la
hacen ser quien es pero que no sabe por qué, una carta que le diga el futuro,
pero está cansada de esperar, y después de atrancar la puerta, apaga el
televisor y pone una cd con su música favorita a todo volumen.

XIV
El lento girar del ventilador corta el humo del habano del Sargento Vargas y
evita que se estrelle en el techo. El Sargento Vargas es un hombre recio, de
gesto parco pero amable, de esos semblantes que han absorbido los golpes
de la vida casi con una sonrisa, esos ojos que han visto tanto que ya nada les
puede sorprender. Un escritorio, un piso descuidado, paredes desgastadas de
un color tan horrendo que no vale la pena describir. Reyes Delgado le da un
trago a su anforita de mezcal, los dos miran por un ventanal, la ciudad está
hecha un caos; los autos y los autobuses atorados en las carreteras de salida.

VARGAS- Le sugiero que se preocupe de los que siguen vivos, detective.


33

REYES DELGADO- Eso hago Sargento Vargas, ese tal Baldor anda suelto,
ese tal Baldor es un asesino.
VARGAS- ¿Qué más le da? Mucha gente inocente está a punto de morir y
en qué cárcel metemos a esos monstruos marinos? Huya mientras pueda,
tome la mano de sus seres queridos y huya.

aX3 + bX2 + cX + d (a6=0)


ax2 + bX3 + cX + d

REYES DELGADO- Son las pistas que tengo del asesino, ¿usted qué tiene?
VARGAS- ¿Cuántos muertos detective? ¿Cuántas injusticias, cuántos
crímenes sin resolver? Puede darse un vuelta por los archivos, aquí tengo
una pila entera, jamás se sabrá nada, esta ciudad está enterrada: Asesinos,
ladrones, gente trabajadora, solitarios, enamorados, familias, corazones
rotos, todos, querido detective, todos se van a ir al carajo. Su amigo está
entre todos ellos, nosotros estamos entre ellos… Por cierto, hay pocas
personas que no quieren evacuar la ciudad, una de ellas justo vive en su
casa, en el este, calle monte numero 50… Debería de preocuparse por los
que aún se pueden salvar.
REYES DELGADO- Si mi madre no quiere huir de la ciudad, no habrá
poder humano que la haga cambiar de opinión.
VARGAS- ¿Me da un poco?

Reyes Delgado le acerca al Sargento Vargas la anforita con mezcal.

REYES DELGADO- ¿Me va a ayudar entonces?


Vargas- Todo está perdido ya. Según con lo que me dijo, todo comenzó
desde que la supuesta mujer del señor Baldor entró en su oficina, su amigo
Everardo apareció muerto, colgado en uno de los postes del puerto…
REYES DELGADO- ¿Sí?
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VARGAS- Pues nada, ahí sabemos, echamos a andar la investigación, pero


usted sabe detective, los monstruos marinos, esto de evacuar a la población
y etc etc… ¿Qué quiere que le diga?
REYES DELGADO- Usted conoce a toda la gente de la ciudad ¿qué más le
da decirme dónde está Baldor?
VARGAS- Está en sus libros, en todas esas ecuaciones que han hecho sufrir
a los estudiantes de secundaria y preparatoria durante generaciones enteras,
ande detective tengo mucho trabajo que hacer.

A través de la ventana, la gente huye despavorida, un hombre se ha vuelto


loco intentando defender a su familia de otro hombre intentando defender a
su familia, y hay golpes y sangre y policías intentando detener el desastre.
Un mar de coches deteniendo las arterias principales de la ciudad.

aX3 + bX2 + cX + d (a6=0)


ax2 + bX3 + cX + d

REYES DELGADO- ¿Qué tan bueno es para las matemáticas, sargento


Vargas?
VARGAS- Como en todo, ni tan malo ni tan bueno.
REYES DELGADO- ¿Me va a dar algo de información?
VARGAS- Lo que todos seguramente le han dicho, hace años que el señor
Baldor no se presenta en público, quizá nunca lo ha hecho, quizá no exista
en realidad. Deje esas cosas detective, nunca ha resuelto un caso, qué más le
da ahora.

aX3 + bX2 + cX + d (a6=0)


ax2 + bX3 + cX + d

REYES DELGADO- Me va a ayudar a resolver esta ecuación.


VARGAS- Permítame reírme y pedirle amablemente que salga de este
lugar.
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Reyes delgado guarda su anforita en su chamarra y abre su mano derecha y


cachetea el afilado rostro del Sargento Vargas.

VARGAS- ¿¡Qué hace!?

Reyes Delgado le contesta con otro cahetadón y otro y otro más.

VARGAS- ¡Está bien! ¡Está bien!

Un lápiz y un papel, números, despejes, x por aquí y por allá, a, c, =, menos


y más.
REYES DELGADO- No pienso irme con las manos vacías, no pienso irme
des este pueblo sin vengar a Everardo, sin asegurarme de haber vengado una
muerte injusta, sin haber encontrado al causante de una tragedia, sin
encontrar a mi verdadero padre y hacerlo sufrir como se merece, el cielo se
pone rojo ya, los cañones de los barcos ya se escuchan cerca…

Una goma borrando un número, una letra, poniendo otra, despejando, signos
de más y de menos, y de igual, taches borrones y al final, unos cuantos
números absurdos y los ojos incrédulos de Reyes Delgado ante un papel,
ante unos números, ante unos signos, ante un lenguaje que no ha entendido
nunca y tal vez nunca entienda.

XV
CAPITÁN- ¡Sigan disparando! ¡Disparen a los ojos y al corazón!
MARINERO- ¿¡Cual de todos los ojos capitán!?
CAPITÁN- ¡A todos!
MARINERO- ¿¡Dónde está el corazón de esas bestias capitán!?
CAPITÁN- ¡Tenga fe Marinero! ¡Tenga fe! Y donde crea que está ahí
estará.
MARINERO- ¡Fe tenemos capitán! Pero estamos desesperados.
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Los animales, las bestias aunque enormes y aun lejanas hacen sentir su
fuerza usando el mar como vehículo, cada salto al sol, cada inmersión a las
profundidades, provocan un oleaje brutal que hace a la flotilla que queda,
parecer como simples barcos de juguete. A veces cae fuego sobre alguna de
las embarcaciones. Esas olas hacen llover agua salada sobre el puerto, sobre
los suburbios, sobre toda la ciudad, es como el diluvio universal limpiando a
los hombres y a sus pecados.

CAPITÁN- ¿¡Quiere volver a ver a su familia Marinero!?


MARINERO- ¡Sí mi capitán!
CAPITÁN- ¡Pues tenga fe y apunte a los ojos y al corazón donde quiera que
se encuentre!

De vuelta el sonido de los cañones, las balas en el aire. El Capitán enchueca


la boca, parece una sonrisa, el fin se acerca, quizás.

MARINERO- Todos esos cálculos, todas esas operaciones sobre el viento,


sobre la velocidad, sobre el tamaño de las cosas, sobre la densidad, sobre el
peso, sobre las curvas, los ángulos… Ahora resulta que no valen de nada,
ahora resulta que lo único que nos puede salvar es la fe y un par de
corazones enormes escondidos.

CAPITAN- Mi tripulación ha perdido la esperanza y eso no me molesta


para nada, siempre pasa, siempre que pierdo pasa, me preocupa que les
preocupe ganar la batalla, uno está aquí para morir, así debe ser siempre;
agarras tu saco de marinero con un buen abrigo, una buena cobija, una
libreta y un bonche de lápices, una buena botella de mezcal, miras la neblina
al este y al oeste, miras al cielo y te embarcas para nunca volver,
escupiéndole a la tierra que te vio nacer… El mar es como el cielo de los
religiosos, de los que se persignan, de los que oran, aquí nada de eso vale,
sólo la fe que se tenga en uno mismo, sobrevivir significa no tenerle miedo a
la muerte, a lo que venga después, sobrevivir significa morir un poco, o
mucho o completamente y estar contentos por eso. El momento en que todos
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estos hombres en estos barcos lo entiendan, ganaremos la batalla, o quizá


no, pero serán felices como si hubieran ganado.

XVI
El agua que cae sobre el parabrisas del auto del detective, es salada, es agua
de mar que parece venir desde el cielo, pero ya sabemos de dónde viene.
Reyes Delgado va a contracorriente, va hacia el lugar de donde todos huyen.
Para en un teléfono público y pide a un despistado que marque un número
de teléfono, tiene demasiados símbolos que no conoce:

7, 8, 5…

Es otra de esas escenas que no llevan a nada, pero ¿Qué queda de una
historia de detectives sin un teléfono público, unas monedas y un hombre
desesperado? No mucho.

CAPITÁN- ¡Fuego!

Y luego un silencio profundo, sólo el oleaje y la respiración de aquellos


monstruos que se acercan a hacerle la vida más fácil a todo el mundo,
porque lo más fácil es irse al carajo. El Capitán mira el horizonte, esas
grandes olas que parecen una pared, pero él no tiene miedo y espera.

CAPITÁN- ¡Cañones 7 y 8 y 9 de babor! ¡3 grados y medio!

El teléfono suena en casa de Gertrudis, ella sabe perfecto quién es, o tal vez
no, pero no piensa contestar, toma un trago en una mecedora mientras su
disco favorito sigue sonando, un hombre con voz desgarrada que canta
como si supiera que va a morir, mientras escribe algo… El teléfono deja de
sonar y a Gertrudis le da lo mismo. La lluvia sigue pegando sobre las
ventanas, la lluvia que viene directo del mar. La voz rota sigue saliendo de
las bocinas, mientras Gertrudis ha escrito en un papel:
Querido hijo:
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Reyes Delgado ha colgado el teléfono y sigue yendo hacia el lugar a donde


todos huyen, al puerto.

CAPITAN: ¡Fuego!
MARINERO- Y disparamos, pero al parecer el capitán se ha vuelto loco,
estamos disparando a una ola que está tapando el cielo, otros disparos
perdidos y el tiempo se nos termina.

GERTRUDIS- No es que me guste este puerto, no es que me guste que todo


se esté acabando, pero me siento tan cansada desde hace tanto tiempo y no
sé por qué, me gustaría decir que paso los días viendo cómo se mete el sol
detrás del mar, pero sobra decir que no es cierto en este puerto… Si alguna
vez lo vi en los días soleados lo he olvidado ya. Sólo los atardeceres de las
películas. Fede, mi hijo, él ya sabrá qué hacer con su vida. Espero que un
día aprenda a contar.

Una enorme bala de cañón va cruzando el viento hacia arriba, atraviesa una
enorme ola y luego parece que se perderá en el sol, pero uno de los
monstruos la intercepta sin querer; le da en su piel, la rompe. El bar del
puerto sigue lleno de canciones tristes saliendo de la rockola, lleno de las
mismas personas de siempre, del mismo letrero colgado en la pared de
detrás de la barra que dice; “aquí no se habla de política, ni de desastres
naturales”. El humo de decenas de cigarrillos estrellándose contra el techo,
aquí no se habla de desastres naturales fuera de los que hay aquí adentro. La
música más triste del mundo, los cigarros más baratos del mundo. “Todos
tienen la culpa menos los que están aquí” Un letrero que está pegado en otra
pared. Todo es más frío cuando no hay música, eso no lo dice en ningún
lado, al menos aquí.

JOSÉ- Sabía que ibas a venir por mí, pero ya no puedo irme contigo.
REYES DELGADO- No vine a sacarte de aquí.
JOSÉ- ¿Viniste por un trago?
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REYES DELGADO- Tal vez.


JOSÉ- No me volviste a buscar.
REYES DELGADO- Te estoy buscando ahora.

Reyes Delgado echa sobre la mesa un bonche de hojas con signos escritos,
x,c,b, despejadas, luego una sobre otra, signos de igual, signos de más, hojas
y hojas de signos, de ese lenguaje que probablemente nunca va a entender.
Son las ecuaciones resueltas por el Sargento Vargas.

JOSÉ- ¿Cómo sabías que no iba a irme de esta ciudad?


REYES DELGADO- No sabía.
JOSÉ- Lo de usted detective, fue casualidad y lo mío causalidad de la
espera.
REYES DELGADO- Estamos aquí.
JOSÉ- Estamos aquí.
REYES DELGADO- ¿Dónde está?
JOSÉ- Déjese de tonterías detective y vamos a la cama que el mundo se
está acabando ahora mismo.

Un quejido inenarrable proviene desde afuera, el mar cae como una enorme
cubetada de agua sobre el puerto, un diluvio seguido de otro llena las calles
de sal, de peces, grandes y pequeños. El monstruo, uno que tiene tentáculos
o algo que se le parece aúlla de dolor o grita, es un chillido tan agudo… La
otra bestia marina pasa por debajo de los navíos, es enorme, su sombra los
sobre pasa por mucho, y hay que ver que esos navíos de guerra son grandes.

MARINERO- ¡Capitán!

¡Capitán! Grita una y otra vez el marinero, al ver a su capitán ponerse un


enorme cuchillo entre los dientes, y atravesar el navío hacia la popa y tomar
su arpón y lanzarse al agua con unos ojos llenos de rabia.

MARINERO- ¡Capitán!
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REYES DELGADO- ¿Dónde está?


JOSÉ- Déjalo todo, que nos lleve la marea, que nos lleve el mar lejos de
aquí.
REYES DELGADO- Nadie se va a ningún lado ¿Dónde esta tu marido?
JOSÉ- Ya hizo su trabajo detective, resultó que las fotos de su amigo fueron
suficientemente claras, mi ex-marido me dio el divorcio, dinero, mucho,

Reyes Delgado la toma del brazo.

JOSÉ- No me trate así.


REYES DELGADO- Quiero a Baldor, lo haré pagar, todas y cada una de las
cosas que me debe.
JOSÉ- Es un buen chiste ese, me río, me río mucho. Él, deberle a un…
REYES DELGADO- ¿A un pobre diablo?
JOSÉ- No iba a decirlo así.
REYES DELGADO- Tengo prisa y tus piernas ya no me asustan para nada.
JOSÉ- Compré este bar, y por cierto, le debo la mitad de sus honorarios,
pero los tengo en una caja fuerte en un cuartito allá atrás.
REYES DELGADO- No quiero, quiero a Baldor.
JOSÉ- Lo más probable es que todos muramos aquí, pero podemos morir
abrazados y aplastados y ahogados por las olas.

REYES DELGADO la jala a un lugar apartado, la toma del brazo


fuertemente.

JOSÉ- Me lastima.
REYES DELGADO- Tengo mal humor y poco tiempo.
JOSÉ- Suélteme por favor.
REYES DELGADO- Dime lo que quiero saber.
JOSÉ- Lo último que supe de él fue un depósito en el banco y esta carta:
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JOSÉ- ¿Entiendes?

Los ojos del detective se abren enormes, como nunca antes, mientras tran
tanto, el Capitán ha clavado su arpón en algún lugar del enorme monstruo
que va bajo el agua a dios sabrá cuántos kilómetros por hora. Lo que queda
de flota vira hacia puerto en pos del monstruo y de su capitán, mientras el
otro monstruo, el de tentáculos, termina de llorar y destruye inmisericorde
un par de barcos, familias enteras llorarán por sus héroes. Los ojos del
dtective siguen abiertos, porque ha entendido algo.

REYES DELGADO- Te está pidiendo disculpas.


JOSÉ- ¿Cómo pudiste entenderlo?
REYES DELGADO- Porque no tiene numeritos.
JOSÉ- Entonces no eres tan estúpido, estás bloqueado solamente.
REYES DELGADO- Me importa un carajo, quiero saber dónde está, vengar
a mi amigo, y decirle que debería darle vergüenza que su hijo no sabe contar
hasta el…
JOSÉ- Tres.
REYES DELGADO- Eso.
JOSÉ- Debe estar lejos, o quizá no, ya desvariaba, era insoportable, no se
acordaba de muchas cosas, siempre fue un buen amante pero…
REYES DELGADO- No me lo tienes que echar en la cara.
JOSÉ- No sé dónde está, sino te lo diría, te habría dicho desde hace mucho
tiempo.
REYES DELGADO- Estas son unas ecuaciones que encontré en las tarjetas
de sus esbirroz, el sargento de policía las resolvió.

José comienza mirar los números, las letras, los signos, lo hace
detenidamente.
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JOSÉ- Es una dirección.

La lluvia cae fuerte sobre el parabrisas del viejo auto de Reyes Delgado, ese
viejo auto de detective lleno de botellas de mezcal y colillas de cigarros,
fotografías y una pantaleta que José dejó un día por pura lástima, una
estrella de mar cae sobre el parabrisas, luego un pequeño pulpo. El Capitán
se detiene como puede, aferrándose a su arpón enterrado firmemente en el
lomo del enorme animal. El fondo del mar y el Capitán sonríe y luego la
superficie y luego el cielo y el sol y de nuevo el agua. El animal se acerca
rápidamente a la costa y las balas de cañón pasan zumbando cerca, muy
cerca pero no dan en el blanco y caen sobre el puerto, marineros tontos, pero
la ciudad ya está casi vacía, ya no queda casi nadie, quizá ni la neblina,
quizá Gertrúidis escuchando una y otra vez el mismo viejo disco, quizá un
detective lo suficientemente estúpido y terco como para seguir buscando
algo que ni él sabe qué es.

Un edificio moderno y alto, enorme, es la dirección que venía en las


ecuaciones dejadas por los secuaces de Baldor.

REYES DELGADO- Espérame en el auto.


JOSÉ- Prefiero ir con usted detective.

Y ahí van tomados de la mano y el edificio está vacío. Eso parece, pisos y
pisos interminables. Una detonación, una bala que sale de un revolver, roza
el hombro de José, Reyes Delgado se le echa encima como todo un héroe, y
le dice:

REYES DELGADO- No te levantes.

Reyes Delgado saca una calibre 38 de la sobaquera cubierta por su


gabardina, ahora sí está enfurecido, más que antes. En lugar de agua salada,
los ojos del enorme monstruo se topan en el concreto de la ciudad, ha
calculado mal parece, su enorme y pesado cuerpo va aplastando todo a su
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paso, casa por casa, auto por auto, edificio por edifcio; los maniquiés del
centro comercial, el carrusel de la feria y el Capitán lo sigue en su caída,
aferrado a su lomo, a su arpón.

Reyes Delgado ha cruzado un pasillo iluminado por una pobre lámpara, y


luego otro y sortéa disparos, uno de los “malos” está a punto de dispararle a
quemaropa, pero suena el clik del martillo del revolver, no hay balas. Reyes
Delgado sonríe y hace la pregunta que debe hacer.

REYES DELGADO- ¿Dónde está tu patrón?

Mientras le apunta su 38 y sonríe.

HOMBRE MALO- Si me matas nunca lo sabrás.

Así que el detective hace lo más inteligente que puede hacer, darle un par de
cahetadas guajoloteras.

HOMBRE MALO- No puedo decirte nada, no sé en qué habitación está,


para decifrarlo tienes que resolver esta ecuación:

f(f −1 (x + y)) = x + y = f(f −1 (x)) + f(f −1 (y)) = f(f −1 (x) + f −1 (y))

Reyes Delgado dice gracias y le dispara a quema ropa un tiro certero en el


pecho y lo manda fuera de este mundo. ¡Pum! José se mira la herida de su
hombro mientras por la puerta del loby del edificio mira caer el enorme
cuerpo de la bestia marina que lo cimbra todo; el suelo, el centro de la tierra,
el cielo, las nubes, todos los corazones del mundo y el capitán sigue
aferrado a su arpón clavado en el lomo de aquella bestia. Y entonces el
silencio y las ruinas de un puerto que da la sensación de no haber tenido
tiempos mejores, ni otros tiempos, un puerto construído de ruinas, el
silencio que dejaron los trenes luego de alejarse para siempre, el de los
autos, el de los aviones, el de los niños, el de los cañones que nunca dieron
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en el blanco, después de todo lo que queda es lo que hay, es lo que siempre


ha habido, el siencio de los barcos hundidos y la gente que abandonó la
ciudad atascada en las carreteras, en los aviones. Mira todo de lejos, o eso
pretende, a su viejo y odiado terruño, al lugar que los vio nacer,
absolutamente hecho mierda. Reyes Delgado, el detective, un héroe por no
haber hecho absolutamente nada, por estar confundido, por estar a punto de
resolver un caso que a nadie le importa, quizá ni a él, que lo más probable es
que ni si quiera sea un caso, una venganza por mucho. Cecilia, su segundo
amor, ya está lejos con sus hijos y no piensa volver atrás la vista para nada,
mira el futuro y ya. El silencio interrumpido por unos cuantos balazos y una
vieja música que se repite una y otra vez, como un eco que siempre ha
estado ahí, entre las ruinas.

REYES DELGADO- ¿¡Qué mierda hago aquí!? ¿Qué mierda hago aquí?

Se pregunta el detective luego de haberse despachado a unos 5 hombres de


gabardina que le mostraron ecuaciones matemáticas distintas, unas le
hablaban y otras no. El detective camina por un largo pasillo oscuro, sus
pasos, el silencio, sus pasos y el resoplido agónico de una temible bestia.

REYES DELGADO- ¿¡Qué mierdas hago aquí!?

Vuelve a preguntarse el detective.

CAPITÁN- ¿¡Qué mierdas hago aquí!?

Se pregunta el capitán cuando abre los ojos y cae en cuenta de que está en
tierra, o casi, el enorme cuerpo del animal tendido sobre edificios en ruinas,
sobre escombros, sobre calles destruídas, es lo único que lo separa de
romper aquella vieja promesa que él mismo se hizo una mañana.

CAPITÁN- Mis pies no volverán a tocar tierra firme.


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Recuerda mientras está trepado en lomo de esa bestia agonizante. Atrás el


puerto, el inmenso mar que le protege de los seres humanos y al frente pura
ruina y una casa pequeñita al final del animal o al principio, una casita de la
que sale una vieja melodía que le hace recordar el por qué volvió a tierra
despúes de mucho tiempo, y el por qué prometió no pisarla nunca más.

Los largos y oscuros pasillos que parecían interminables al fin desembocan


en un salón enorme lleno de operaciones matemáricas, de ecuaciones, de
telas como si fuera un palacio árabe, una sombra se proyecta sobre la pared
la sombra de un turbante, la misma silueta ahora detrás de las telas. El
detective se aferra a su revolver, suda, su corzón se comienza a volver loco,
el primer caso que resuelve en su vida.

REYES DELGADO- ¡Arriba las manos!


BALDOR- Cuando estudian cantidades que pueden tomarse en dos sentidos
opuestos o que son de condición…

REYES DELGADO- ¡Muestrate asesino!

Y la voz lejana de acento cubano sigue.

BALDOR- Cuando se estudian cantidades que pueden tomarse en dos


sentidos opuestos o que son de condición… o de modo de ser opuestos, se
expresa el sentido, condición o modo de ser por medio de los signos + y -,
anteponiendo el signo + en las cantidades tomadas en un sentido
determinado y anteponiendo el signo – a las cantidades tomadas en sentido
opuesto al anterior.

Capitán- ¿Adelante o atrás? Hace mucho no sentía tanto miedo.

REYES DELGADO- Jamás había sentido tanto miedo, jamás había matado
a nadie y de una sola vez, ya llevo 5… ¿¡Cinco!? ¿¡Cinco!?
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f(f −1 (x + y)) = x + y = f(f −1 (x)) + f(f −1 (y)) = f(f −1 (x) + f −1 (y))

CAPITÁN- Es complicado caminar en tierra, lo único que me separa de ella


es este mosntruo que he perseguido durante tanto tiempo, que me ha hecho
tanto mal, ahora me está salvando de la muerte.

REYES DELGADO- Uno, dos tres, cuatro, cinco. Mierda. Y vuelvo sobre
los pasos de mi memoria, cada disparo:

¡Pum! Un pasillo oscuro ¡Pum! Un muerto.

¡Pum! Doblo a la izquierda y un tenue foco parpadeante. Tienes que


resolver esta ecuación; f(f −1 (x + y)) = x + y = f(f −1 (x)) + f(f −1 (y)) = f(f
−1 (x) + f −1 (y)) ¡Pum! ¡Dos muertos!

Pasillo, oscuridad, un foco, un tipo de gabardina, una ecuación ¡Pum! Tres


muertos.

¡Pum! Cuatro muertos.


¡Pum! Cinco muertos.

BALDOR (Acento cubano)- Se divide el coeficiente del dividendo entre el


coeficiente del divisor y a continuación se escriben en orden alfabético las
letras.
REYES DELGADO- Intento seguir el sonido de esa voz, pero está en todos
lados, su silueta está detrás de cada mampara, de cada biombo, su sombra se
proyecta una y otra vez en todas las peredes, en todos los rincones.
BALDOR (Acento cubano)- ¡Acére! Radicales no semejantes no se pueden
reducir. Para sumar radicales no semejantes, simplemente se forma con ellos
una expresión.
REYES DELGADO- Conté hasta el cinco, cabrón.
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Eso no lo dice el detective, lo piensa, porque en realidad, no ha bajado la


guardia, su revolver está atento a las siluetas, a las luces.

REYES DELGADO - ¡Papá!

Y entonces vuelve el silencio.

CAPITÁN- Mis piernas tiemblan, apenas pueden sostenerme, el vértigo me


mata, el vértigo de la tierra, y me aferro a la piel del animal, aún está
húmeda, es áspera, puedo escuchar el latir de su corazón cada vez más lento,
su respiración cada vez más apagada. De pronto su inmensidad es tan frágil
que un bebé de brazos tendría más oportunidad de sobrevivir aquí que él. Y
esa música que he escuchado tantas veces, se escucha a través de él, a través
de sus pulmones, de su sangre, de su corazón, que le sigue el ritmo, el suave
compás.

BALDOR (Acento cubano)- ¡Acére!

¡Pum!

REYES DELGADO- El silencio me puso nervioso y disparé, le he


disparado a mi propio padre, cada bala hace que pueda comprender los
números, creo que puedo contar.
BALDOR- Las cantidades tomadas en un sentido determinado y
anteponiendo el signo – a las cantidades tomadas en sentido opuesto al
anterior.
REYES DELGADO- Me han dicho que eres mi padre. ¿Por qué mataste a
mi amigo?
BALDOR- Las cantidades tomadas en sentido opuesto al anterior.
REYES DELGADO- Pero sigue sin aparecer, sólo sombras.

f(f −1 (x + y)) = x + y = f(f −1 (x)) + f(f −1 (y)) = f(f −1 (x) + f −1 (y))


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REYES DELGADO- Los focos se van quebrando de uno a uno, y luego una
detonación que no he hecho yo.

Una bala surcando el aire, atravesando una tela, una piel, provoca un grito
leve, más que un grito, un:

REYES DELGADO- ¡Auch!

CAPITÁN- De pronto tengo fuerzas para levantarme y echo a correr a lo


largo del mosntruo marino, de mi nuevo amigo, de mi viejo enemigo, su
respiración, su latir, esa música me da fuerzas y me da fuerzas querer verlo a
los ojos de nueva cuenta.

Una bala ha atravesado el hombro del detective, una bala certera, precisa, y
lo hace caer al suelo, unos zapatos puntiagudos, rojos, árabes, se atraviesan
en sus ojos y lo tapan todo, ha soltado el revolver.

BALDOR- Calculé la distancia, la potencia de la bala, el ángulo y el peso de


las cosas…

REYES DELGADO- Y veo el cañón de una escuadra en medio de mis ojos,


no le alcanzo a ver el rostro, hay una especie de turbante de colores, lo veo
todo borroso, es el dolor que me impide concentrarme.

BALDOR- Lo he calculado todo en la vida. Dios no existe, el azar existe, el


tiempo existe, nosotros no. El amor es una palabra que no debía haberse
inventado, es como dios, todo lo que no entendemos es amor o es Dios, las
matemáticas dan ciertas certezas, pero nosotros seguiremos siendo los
mismos.

El Señor Baldor está a punto de disparar, su dedo a punto de jalar el gatillo.


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CAPITÁN- Cada paso me alejo más del mar y siento que me ahogo, pero al
mismo tiempo, me siento más fuerte que nunca, es esa fuerza descomunal
que te llega cuando estás a punto de morir, y parece que este mosntruo se ha
resignado a su destino, no se mueve y deja que su respiración vaya
desapareciendo de a poco y la música se hace más fuerte, más intensa, y es
la misma vieja canción que me recuerda los momentos más tristes y más
felices de mi vida, es como viajar en un mar templado, ni frío ni calor, como
el agua tibia en un día de clima perfecto, veo la enorme cabeza del mosntruo
y luego una pequeña casa partida a la mitad donde ha caído su cabeza no tan
grande. El lugar de mis tiempos felices, el lugar de donde decidí no volver.
Gertrudis y los escombros de todo lo que fuimos un día.

BALDOR- Somos los escombros de una ciudad que nunca llegó a serlo,
somos una ecuación imperfecta, sin solución y no hay nada que hacer.

REYES DELGADO- Entonces cierro los ojos, esperando un clik y luego un


pum y luego abrir los ojos en un mundo nuevo.

¡Pum! ¡Pum!

REYES DELGADO- Escucho a lo lejos y temo abrir los ojos, no siento


nada, no siento dolor, la muerte no es tan mala como la pintan. Sigue todo
oscuro, no sé si tengo los ojos abiertos o cerrados, pero no siento nada, aún
no… Pero escucho algo, un latido. Uno, dos… Quiero abrir los ojos y ver un
mundo nuevo, un mundo que he imaginado de muchas maneras, adiós
mundo cruel, ya nunca te veré. Tres… Pero ya que sé contar, decido contar
hasta el diez, por primera vez en mi vida.

Gertrudis asoma la cabeza por la mitad de una ventana, el ojo de la bestia


frente a ella, pero también los ojos del capitán, está profundamente
encabronada al verlo, pero no puede decirle todo lo que se ha guardado
durante tantos años, tantos de qué hablar, tanto qué decirse, tanto qué
perdonarse y reclamarse, y el mosntruo lo mira todo con su ojo enorme de
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colores infinitos, y al Capitán le vuelven a temblar las piernas, tanto que


decirse…

CAPITÁN- No puedo pisar tierra firme, moriría.


GERTRUDIS- Una noche soñé contigo, que te ibas para siempre de mi
lado.
CAPITÁN- Fui por cigarros, pero me perdí.

Y el capitán saca esa cajetilla de cigarros guardada por tanto tiempo y ella
lucha por enfurecerse, pero no puede, todo fue una confusión, piensa, todo
fue una confusión, piensan los dos.

CAPITÁN- Una noche soñe que volvía para siempre. Pero no aquí.
GERTRUDIS- Pero no aquí.

Y entonces le tiende su mano y entonces ella la toma. Es dificil trepar por la


cabeza de aquella bestia del mar, que de pronto, con las pocas fuerzas que le
quedan a ella, a la bestia; saca un pedazo de su enorme lengua y la hace una
escalera. El capitán mira el ojo enorme de la bestia, un parpadeo, otro. El
capitán empuña su cuchillo, pero no es capaz, no es capaz.

REYES DELGADO- Nueve… Nueve… Diez. Abro los ojos y logro ver a
mi supuesto padre, a Baldor, desplomarse en el suelo como un muñeco de
trapo. En la entrada está José con un revolver aún humeante y sus manos
temblorosas… Me ha salvado la vida, me salvó de las balas de mi padre.
Gracias. Y José se acerca a contemplar el cadaver y yo también lo
contemplo mientras lucho por levantarme.
JOSÉ- No sé por qué un día le dio por vestirse de árabe, se volvió loco.
REYES DELGADO- Mi hombro aún sangra, pero todo ha terminado, al fin
ha terminado, si es que comezó alguna vez.
JOSÉ- Vámonos de aquí.
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El Capitán y Gertrudis corren de vuelta al mar sobre el lomo del monstro,


sobre su guresa y lastimada piel, por todos esos años, siglos de heridas, de
historias que no pasaron, pero que tal vez ahora, con un poco de suerte,
puedan pasar.

CAPITÁN- ¿Segura que quieres venir conmigo?

Y Gertrudis le contesta con un beso que dura para siempre. Desde la


ventana del gran edificio, el detective y su amante contemplan la ciudad en
ruinas, a lo lejos el puerto y lo que queda de los barcos que arrastran a la
bestia marina de nuevo hacia el mar, destruyendo todo lo que le faltaba por
destruir. Lo único que queda de aquella ciudad es el bar del puerto, lleno de
los mismos perdedores de toda la vida, los que nacieron para morir ahí. José
canta una canción entre el humo de miles de cigarrillos, entre el olor a
alcohol mientras Reyes Delgado la mira con una sonrisa, el mundo se acabó
y seguimo vivos piensa el detective, el mundo se acabó y seguimos vivos
piensa José, mientras canta.

José canta una canción.


CAPITÁN- Nos volveremos a ver amigos míos.

Dice el capitán mientras está parado junto a Gertrudis en la proa del barco,
mientras las bestias se pierden en el ancho mar.

José sigue cantando.

Nota:
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EL SEÑOR BALDOR:
El Álgebra de Baldor, aun más que El Quijote de la Mancha, es el libro
más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia.
Tenebroso para algunos, misterioso para otros y definitivamente
indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a
altas horas de la madrugada. Es un texto que permanece en la cabeza de
varias generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es
el terrible hombre árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos
amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de
octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que
significa; valle de oro y que viajó desde Bélgica hasta Cuba.
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