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que escribe
Cuando uno de ellos muere, todos aquellos que tienen el mismo nombre llevan por una larga temporada otro que tendría
probablemente el significado de “lugar del muerto”. No tienen idea del futuro, no esperan nada después de la muerte;
creen que el espíritu abandona el cuerpo y va vagando por los bosques. Algunos dicen que los hamush son hombres que
han cometido un crimen o individuos atacados de una locura furiosa y que se refugiaron en los bosques.
Roberto Debanne, Viaje a la Tierra del Fuego y a la Isla de los Estados, 1902.
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PERSONAJES
APUNTES PARA EL ESPACIO: Así fue como el salón se llenó de raíces. Saltaron los goznes de las
ventanas, se agrietaron las paredes, se abrieron los techos bajo el cielo. El hielo de las cumbres se
hizo presente. Los zorzales robaron los corchos de las botellas. El bosque se abalanzó, incendiado
por el otoño, enmarañado de lenga y de canelos, hasta la puerta de la casa. Allí se detuvo, sin
estrépito. Desde entonces, es difícil distinguir la casa del bosque o el bosque de la casa, e imposible
saber si una puerta se entreabre o si es que el viento está doblando los troncos.
NOTA: MATEO hablará con un suave acento extranjero; en sus primeras escenas, MATTHÄUS no
conoce el idioma de ROSA ni ROSA el de MATTHÄUS. El espectador sabrá esto aunque oiga de los
El signo / indica que en ese punto la frase es interrumpida por la réplica del siguiente personaje.
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En el principio
Amanecer. MATEO, desnudo, sentado en una silla. El joven, en mangas de camisa, le lava con el
agua de una palangana; hunde, una y otra vez, un trapo y le limpia un codo, el otro, las rodillas, el
cuello, la frente; recorre los pliegues y arrugas de la piel del viejo con insistencia.
MATTHÄUS.- (Intentando recordar.) “Después en medio de una calle de la ciudad me mostró un río
limpio, resplandeciente como el cristal. Y a uno y a otro lado del río estaba el árbol de la vida que
produce doce frutos y cada mes da su fruto; y las hojas del árbol bendecían las naciones.”
Pausa breve.
MATTHÄUS.- Dame sólo un segundo. “Y ya no habrá más maldición, no habrá allí más noche ni
habrá luz/
MATEO.- porque el tiempo está cerca y el que es injusto, sea injusto todavía.”
MATEO.- Esfuérzate.
MATTHÄUS.- Lo hago. Sólo necesito que no me interrumpas. “Y el que es bueno, sea bueno
todavía.”
MATEO.- Vamos, otra vez. “Bienaventurados” (No hay respuesta.) Llegará el día en que te
desesperes tratando de recordar estas palabras. Sólo una vez más. “Bienaventurados /
MATTHÄUS.- Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida.
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MATEO.- Pero los perros esperan fuera, y los hechiceros y los asesinos y los impostores esperan
fuera.” (Espera a que continúe. De nuevo no hay respuesta.) ¿Qué harás cuando no puedas leerlas?
MATEO.- ¿Qué harás si las olvidas? ¿Qué harás si dentro de unos años intentas recordarlas y no
puedes leerlas?
MATEO.- ¿Qué puedes saber tú? ¿Qué puedes saber tú ahora? Sólo una vez más.
MATEO.- ¿Cómo es? ¿Cómo es ella? (Silencio.) Todavía estoy a tiempo. Le pediré disculpas, le diré
MATTHÄUS.- (Le ayuda a abrocharse la camisa.) Ya no eres capaz de abrocharte los botones tú sólo.
No tienes elección.
MATEO.- Cataratas.
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MATTHÄUS.- Los zapatos están en la silla. ¿Podrás ponértelos tú sólo?
MATTHÄUS. – Eso es mentira. Hemos estado solos. Sencillamente “solos”. Demasiado tiempo.
MATEO.- Mira. He podido abrocharme los zapatos. ¿Lo has visto? No necesito ayuda. No necesito
ayuda.
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Me llamo Mateo
Llaman a la puerta. MATEO termina de vestirse. No se mueve. Llaman otra vez. No abre. Vuelven a
NINA.- (Rebusca en sus bolsillos. Saca una hoja de periódico) Vengo por el anuncio. Me costó
encontrar la casa.
MATEO.- Siento mucho haberle hecho venir para nada. Debí avisar para que retirasen el anuncio.
NINA.- Pero/
MATEO.- No.
MATEO.- No es necesario.
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MATEO.- No insista.
NINA.- Léalas.
MATEO.- ¿Regresar?
MATEO.- Si no quiere volver a Buenos Aires, trate de encontrar otro trabajo aquí, en la ciudad. O
donde sea. Por favor, no me mire así. (Ella le entrega unos folios. Él intenta leer, es incapaz.) ¿Por
qué ha dejado Buenos Aires? (Silencio.) Dígame, ¿por qué ha dejado Buenos Aires?
NINA.- Le ruego que se fije en mis referencias. No tiene nada que ver con el trabajo. Aquí está la
carta de mi último patrón. Fui yo quien decidió dejar un buen empleo. Déjeme que se la lea, si usted
no puede.
NINA.- “Sentimos mucho que Nina tenga que dejarnos. Durante todos estos años ha sido
familia a la que”/
MATEO.- Es suficiente.
NINA.- No he terminado.
NINA.- Gracias.
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NINA.- Cerca del puerto, en una hostería.
NINA.- Sí.
MATEO.- Cuando llegue el invierno será imposible subir a pie. ¿Sabe conducir?
MATEO.- Se ocupará de hacer la compra en la ciudad y acercarla. Dos veces por semana. Siempre a
NINA.- ¿Qué?
antigualla pero servirá. En invierno no podrá conducir hasta aquí; tendrá que dejarla en la verja y
MATEO.- Preparará la comida, arreglará la ropa, limpiará la casa. También se ocupará de esas tareas.
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MATEO.- No me llame señor. Lo que voy a decirle es importante. Si quiere el trabajo, tendrá que
NINA.- ¿Reglas?
NINA.- Sí.
NINA.- Disculpe.
MATEO.- Determinadas estancias a las que usted no debe acceder. Ya se lo explicaré con calma. El
dinero no es un problema. Le pagaré bien. Por último, le ruego que no hable con nadie de la ciudad
NINA.- No se preocupe.
MATEO.- Le preguntarán, téngalo por seguro. Podrá decirles que trabaja en mi casa pero nada más.
¿Lo ha entendido?
NINA.- Nina.
MATEO.- ¿Qué?
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NINA.- En un par de días. De acuerdo, de acuerdo. Gracias.
Sale NINA. Por unos segundos, vemos la silueta de otra mujer en el fondo de salón y…
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El Olimpo
… regresa MATTHÄUS. Ahora es MATEO quien termina de vestir al joven. Le ajusta la chaqueta con
MATEO.- Podían verse las montañas desde los balcones del hotel. Por encima de las fragatas y de los
destructores.
MATTHÄUS.- El Olimpo.
MATEO- Sí, a lo lejos. Cuando los días amanecían claros. ¿En qué mes llegamos a Salónica?
MATTHÄUS.- Abril.
MATTHÄUS.- Sí, era primavera. Desde el puerto se veían los montes aún nevados, por eso ahora
piensas que era invierno. ¡El Olimpo! Los dioses de los griegos estaban ya viejos, no servían, no les
ayudaron.
MATTHÄUS.- ¿Qué?
MATEO.- Dios. Tampoco nos ayudó. ¿Habías oído hablar de esa ciudad?
MATTHÄUS.- Nunca. Pero aún recuerdo los vendedores ambulantes y el aire pegajoso y aquel licor
blanquecino y dulce. (Pausa.) ¿Por qué no escribiste a tus padres? ¿Por qué no les dijiste que no
habías muerto?
MATEO.- No insistas. Ahora todos están muertos. ¿Por qué te importa eso?
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MATEO.- Todavía no. ¿No quieres saber lo que ocurrió?
MATTHÄUS.- ¿Qué?
MATTHÄUS.- ¿Después?
MATEO.- Sí.
MATTHÄUS- (Ha terminado de vestirse.) El futuro, la historia después, ¿por qué deben importarme?
MATEO.- ¿Cincuenta?
MATEO.- ¿Ella?
MATEO.- Es tarde.
MATEO enciende una lamparita en una mesa. El joven se sienta. MATTHÄUS, joven oficial nazi,
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encargado de gestionar el traslado de los prisioneros, canturrea mientras estampa el sello en lo
que parecen pasaportes. Ya no está MATEO. De repente un ruido. Se levanta. Nada. Se sienta. A los
MATTHÄUS.- ¿Quién está ahí? (Silencio. Se acerca, sin dejar de apuntar.) ¿No me ha oído? ¿Quién
está ahí?
Una mujer aparece de entre las sillas y mesas apiladas. Intenta escapar arrojándole una silla.
Tropieza. Cae. Él se abalanza sobre ella. Ella se revuelve. Forcejean. Él la golpea con la pistola.
Ella inmóvil. Él la coge de una muñeca y la levanta. Él va a avisar, ella le tapa la boca con la
MATTHÄUS.- ¿De dónde has salido? (La coge por el mentón y le levanta la cara.) ¿De dónde has
salido tú? (Ella ahora llora. Él le da la vuelta, le levanta la falda.) ¿Eres muda? (Silencio.) Da
igual. Lo que digas me da igual. Así que puedes seguir callada. (Pausa.) ¿Cómo te llamas?
(Silencio.) ¿Quieres que grite? ¿Quieres que vengan otros hombres y se ocupen de ti?
ROSA.- ¡No!
MATTHÄUS.- Tu nombre.
ROSA.- Matthäus.
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MATTHÄUS.- ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? (ROSA intenta zafarse.). No tan aprisa. Habla si no quieres
ROSA.- Matthäus.
ROSA.- Rosa.
MATTHÄUS.- ¿Lo ves? No era tan difícil. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí escondida?
MATTHÄUS.- ¿Qué dices? ¿Tienes hambre? (Le muestra algo de comida.) ¿Es eso lo que te pasa?
¿Quieres comer? Acércate. (Ella duda. Lo hace. Come de su mano. Él la acaricia el pelo.) Rosa.
Le agarra con fuerza del pelo y la zarandea La tira al suelo. Se desabrocha. Sobre ella. Oscuro.
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La ballena
Tres semanas después. MATEO se ha quedado dormido en un sillón, con un libro en las manos. De
vez en cuando, la hoja de la ventana se abre y se cierra con violencia. Durante esos segundos, el
viento empuja el rumor del bosque que se esparce por la casa. Entra NINA con una bandeja en las
manos. La ventana se abre ahora de par en par. NINA se apresura, deja la bandeja en una mesa y
MATEO.- (Busca el reloj de bolsillo.) ¿Qué hora es? Tenía que haberme despertado.
NINA.- He traído lo que me pidió. Lo he dejado todo en la cocina. (Tras unos segundos.) Señor,
espero que no se moleste, pero esta mañana, cuando subía de la ciudad, vi un juego de sábanas en
un escaparate. Entré a preguntar y estaban realmente bien de precio. El vendedor me dijo que otras
mujeres ya se habían interesado. Así que no lo pensé y las compré. Sé que tenía que habérselo
MATEO.- No pasa nada, Nina. Coja el dinero que haya adelantado. Pero la próxima vez pregúnteme
antes. No conoce a los vendedores de esta ciudad. Pueden hacerle creer que necesita cualquier
idiotez.
NINA.- Sí, no lo dude. (Pausa breve.) Si en alguna ocasión tiene visita, agradecerá tener las camas
preparadas.
MATEO.- ¿Cómo?
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MATEO.- (Incómodo.) Estoy solo. Aunque nunca se sabe.
Silencio.
MATEO.- No. No me hace falta nada. (Pausa. Ella va a salir) ¿Está usted bien?
NINA.- (Sorprendida.) Sí. Hace dos semanas dejé la hostería. Encontré una habitación en alquiler en
casa de unos chilenos. No es gran cosa pero me permiten utilizar la cocina y está más cerca de aquí.
NINA.- Sí.
Pausa.
NINA.- Nadie.
MATEO.- Siga.
NINA.- Saber, solamente saber. Algunos dicen que nunca lo han visto, otros recuerdan que llegó
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hace ya muchísimos años y que construyó esta casa con sus propias manos; otros dicen que alguna
NINA.- (Confundida.) No, no. No quería decir eso. Es sólo que como usted casi nunca baja a la
ciudad y aquí, cuando se van los turistas, no hay mucho de lo que hablar…
MATEO.- Un viejo solo es una cosa muy triste. Y aburrida. Si alguien más vuelve a preguntarle,
NINA.- Así lo haré. No, perdóneme. No creo que usted sea un triste viejo. (Se calma con la sonrisa
de MATEO. Pausa.) Señor, yo vine aquí buscando esto. Escuche. Nada. El silencio. No sé explicarle.
Sentía un peso muy grande en el pecho. No era dolor ni angustia. Sólo un peso que iba haciéndose
más fuerte con el paso de los días y sentía que me arrastraba, que me arrastraba entre la gente y sus
costumbres, y los gestos más cotidianos, de pronto, se me hicieron insoportables. Las compañías
que antes frecuentaba, los lugares que amé. De repente todo perdió su sentido. Y decidí dejar
Buenos Aires. Por eso vine aquí, por eso le rogué que me aceptase para el puesto. Hay tardes que
camino hasta los lagos, como una loca, horas y horas. Y cuando estoy allí arriba, y siento cómo el
aire helado entra por mi nariz, por mi boca, de repente todo ese frío me hace sentir de nuevo viva.
NINA.- Dígame.
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MATEO.- Quería pedirle un favor, si no tiene usted prisa.
MATEO.- Entonces quédeselo. Le gustará leerlo ahora que llega el invierno y hay menos horas de sol
para caminar. Quería tan sólo que me leyese un fragmento en voz alta.
MATEO.- Si no le importa…
MATEO.- Por favor, aquí. Sólo el primer párrafo de esta página (Le entrega el libro y cierra los
ojos.)
NINA.- “¿Has de perecer entonces, y sin mí?¡Ah, muerte solitaria para vida solitaria! ¡Ah, ahora
siento mi supremo dolor! ¡Ah, ah, desde vuestros más lejanos confines, venid ahora a verteros,
osadas olas de toda mi vida pasada, y amontonaos en esta gran oleada reunida de mi muerte! Hacia
ti remo, invencible ballena; al fin lucho contigo; desde el corazón del infierno te hiero; por odio te
NINA.- “¡Húndanse todos los ataúdes y todos los coches fúnebres en un charco común! Y puesto que
ninguno ha de ser para mí, ¡vaya yo a remolque en trozos, sin dejar de perseguirte, aunque atado a
ti, ballena maldita! ¡Así entrego la lanza! (Detrás de NINA aparecen las siluetas de ROSA y de
MATTHÄUS.) Se disparó el arpón: la ballena herida voló hacia delante; con velocidad inflamadora, la
estacha corrió por el surco, y se enredó. Ahab se agachó para desenredarla, y lo logró, pero el lazo
al vuelo le dio vuelta al cuello, y sin voz, igual que los silenciosos turcos estrangulan a sus víctimas,
salió disparado de la lancha, antes que los tripulantes supieran que se había ido. Un momento
después, la pesada gaza en el extremo final de la estacha salía volando de la tina vacía, derribaba a
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un remero, e, hiriendo el mar, desaparecía en sus profundidades.”. ¿Hasta aquí?
MATEO.- Lo disfrutará. Es la historia de un viejo capitán que se obsesiona con dar caza a una
ballena blanca que le había arrancado una pierna muchos años antes. La persigue por todos los
NINA.- ¿Sentido?
MATEO.- Cree que el sentido de su vida es cazar a ese monstruo. Eso cree.
MATEO.- No sea impaciente. Léela y hablemos. Quizá entonces podamos hablar de quién es el
MATEO.- Aquí estoy bien, Nina. Nada puede ocurrirme en esta casa.
Con vergüenza, NINA se acerca y le da un beso en la mejilla. Sale. La ventana vuelve a abrirse. Ha
aparecido ROSA.
ROSA.- Es distinta.
MATEO.- ¿Distinta?
ROSA.- A mí.
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ROSA.- ¿Algún día dejaste de pensar en mí?
MATEO.- Nunca.
MATEO.- No.
ROSA.- Para ella no, para mí no. Ella quiere saber. Ella mira detrás de tus ojos.
MATEO.- Un viejo.
ROSA.- Detrás de tus ojos siempre veo a ese muchacho. A ese muchacho dulce y tímido. Y asustado,
como ahora.
ROSA.- No lo hagas.
MATEO.- Pero tú no /
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ROSA.- ¿Estás seguro?
Penumbra y….
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Salónica
MATTHÄUS comprueba cédulas, pasaportes. NINA ha entrado en un cuarto. Está lleno de libros,
figuras y decenas de pequeños objetos que parecen estar colocados siguiendo un patrón
inescrutable pero exacto. Con el mismo cuidado con el que MATTHÄUS clasifica los documentos.
NINA ha dejado la puerta abierta y cada poco, mientras limpia, se asegura de que no viene nadie.
Separa con cuidado algunos libros que parecen marcados. Coge uno del que cae una fotografía en
NINA.- (Lee en voz alta, a una grabadora) Párrafo subrayado. “Entre tanto; el veloz Aquiles
perseguía y estrechaba sin cesar a Héctor. Como en sueños ni el que persigue puede alcanzar al
perseguido, ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles con sus pies podía dar alcance a
Héctor, ni Héctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor se hubiera librado entonces de las Parcas de
la muerte que le estaba destinada”. En el margen hay unas palabras escritas en alemán: “así yo, así
yo siempre”.
MATTHÄUS.- (Al teléfono.) Por supuesto que es provisional la cifra. Es imposible que pueda darle
una cifra exacta. No puede pedírmela. Intento hacer una estimación de los que mueren, por
supuesto, pero debe entender que no es matemático, que no existe un cálculo que me permita
anticipar con qué frecuencia mueren. Perdóneme, capitán Wisleceny; por supuesto, mi capitán.
Salen 2.800. Mañana 15 de marzo de 1943, nueve vagones, cinco días hasta llegar a Birkenau. No
habrá ningún problema. No tiene por qué haber problemas. Yo soy el que está orgulloso de servir a
Alemania.
NINA.- (Ha salido unos segundos, regresa y marca en el teléfono) Soy yo. Desde la casa, sí.
Escúchame. Sé lo que hago. No va a haber ningún problema. Salió a pasear. El viejo se pasa horas
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dando vueltas por el bosque. No lo sé. Ayer no pude llamar. Ya sé que te preocupas. ¿Qué hora es
allí? Todavía no he encontrado nada. Libros, sólo libros. Los tiene anotados, subrayados. Pero nada
que lo comprometa definitivamente. Por supuesto que es él. Hay más cosas. Discos de pizarra de
Salónica. Algunas postales viejas, sin cursar. Han pasado muchos años pero por supuesto que es él.
Estoy segura. Ni siquiera se ha cambiado el nombre. Mateo, Matthäus Brunner. No, no voy a
fallarte. Por supuesto que no. Hasta el último centavo de dólar será para nosotros. Por supuesto. Por
fin se hará justicia. Pero nada, aún nada. El cabrón del viejo no suelta prenda. Se está relajando,
habla un poco más. Pero ni una sola referencia. Ni familia ni amigos ni de cómo llego hasta aquí.
Necesito tiempo. Sí, dos o tres veces por semana. No, no, no baja a la ciudad. No. No va a
descubrirme, no es la primera vez que hago esto. ¿Por qué insistes? Ha salido. Ya te lo he dicho: al
bosque. ¿Y yo qué sé que hace en el bosque? Pasear. Este sitio es bonito. No, no seas estúpido. No,
no he visto ningún arma. Sí, llevo la mía conmigo. ¿Que cómo estoy? Te echo de menos. ¿Y tú?
MATTHÄUS.- (Sigue al teléfono.) Claro que sé lo importante que es, capitán ¿Cuándo le he fallado?
Sí, por supuesto que satisfecho. Sí, un gran hombre, un gran varón. Venciendo, dominando,
exterminando. Sí, un orgullo. Todos los pasaportes. Uno a uno. Al rabino hay que dejarlo fuera.
Harán falta hombres para llevarlos hasta los trenes. Buscaré entre los griegos. Están desesperados,
seguro que algunos querrán hacerlo. Sí, se ha quedado una buena noche. Puede que este clima le
ayude con su lumbago. Ya se han marchado. Solo. Sí, yo solo. No, tengo que terminar de revisar las
NINA ha estado pasando las hojas de un álbum de discos de gramófono. Escoge un disco que
parece marcado. Mira la puerta, se asegura. Lo coloca en el gramófono. Mueve la aguja. Cuando
lo hace es ROSA la que empieza a cantar sobre el pequeño escenario del salón del hotel.
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mağrip mi yoksa makber mi ya rab
MATEO.- (Que ha entrado en algún momento. Mueve la aguja del gramófono.) ¿Qué está haciendo?
MATEO.-Le prohibí expresamente que entrara aquí. Lleva dos meses en esta casa y sabe
perfectamente cuáles son las reglas. Recoja sus cosas y márchese. Le haré llegar el dinero que crea
oportuno.
que/
MATEO.- No está desordenado. ¿Sabe cuántas veces puede escucharse ese disco antes de que quede
inservible? ¿Sabe que cada vez que el disco suena la aguja lo va arañando hasta destruirlo?
MATEO.- ¿Arreglarlo?
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MATEO.- No tiene que hacer nada más. Salga de mi casa. Por favor, no llore. Sencillamente me
equivoqué con usted. Tome, aquí tiene algo de dinero, es todo lo que puedo darle ahora. Si necesita
referencias también se las haré llegar. Nadie tiene por qué saber que la he despedido.
NINA.- Se lo ruego.
MATEO.- Con lo que le he dado podrá arreglarse un tiempo. Mientras tanto, busque otro trabajo.
NINA.- Perdóneme.
MATEO.- No insista.
NINA.- Perdonarme. Por un error. Por un solo error en todo este tiempo.
NINA.- Me he acostumbrado.
MATEO.- ¿Cómo?
NINA.- A usted. Me he acostumbrado a observarle, cuando pasea por el jardín o cuando se queda
dormido con un libro en las manos. Me gusta mirarle sentado en el salón, sin decir nada, durante
horas. Me gusta el silencio de esta casa. Allí abajo, en la ciudad, todos tienen algo que decir y todos
creen que pueden hacerlo en cualquier momento; se acercan, te miran y te llenan los oídos de
palabras y palabras hasta que no dicen nada y entonces yo pienso en el silencio de esta casa y en
cómo usted sólo se dirige a mí cuando cree que tiene algo realmente importante que decirme.
NINA.- Mateo.
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MATEO.- Nina.
NINA.- Dígame.
MATEO.- Ya veo que no. Por favor, cierre la puerta cuando salga.
Sale NINA. MATEO retira el disco del gramófono. Acaricia la pizarra con los dedos. Despacio, lo
vuelve a colocar en el gramófono y mueve la aguja. ROSA vuelve a cantar. Ésta vez la canción no
suena con la nitidez de la primera y el paso de la aguja sobre el surco es más fuerte y sucio; el
gramófono deja escapar ahora el ruido de las botas de los militares, arengas, edificios que se
desploman, golpes secos en la tierra, gritos. MATEO retira de golpe la aguja y MATTHÄUS tumbado
MATTHÄUS.- Alemania es nuestra nación. (Silencio.) Alemania es nuestra nación. (Silencio. ROSA
lo besa.) ¿Por qué no repites? Alemania es nuestra nación. (ROSA lo vuelve a besar.) ¿Por qué te
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ríes? ¿Qué te crees que hacemos aquí? Piensas que es fácil, piensas que es fácil porque no tienes ni
idea, porque no puedes imaginar el enorme sacrificio que supone nuestra empresa. Por el bien de
Alemania y del mundo. (Suena un teléfono.) Muy pronto el mundo nos dará la razón, es cuestión de
tiempo, ya lo verás. Cuántas veces los siglos venideros verán representar nuestra heroica empresa
en lenguas y país por nacer. No sé si es así exactamente. Creo recordar que sí, que lo dijo así.
Nuestra juventud se mantiene de pie. Una juventud que no sabe de clases ni de castas. Dispuesta al
sacrificio. Alemania será porque nosotros, los jóvenes, seremos. Nos tornaremos obedientes, duros
como la piedra, y llegará el imperio, y llegará la paz. (El teléfono vuelve a sonar, con más
insistencia.) Y cuando nuestros mayores lloren la bandera desde la nada nosotros la sostendremos
en nuestro puño. Era así. (Ella vuelve a besarlo.) Repite: Alemania es nuestra nación...
ROSA.- (Mientras él la desnuda suena de nuevo la melodía de Makber) En otro tiempo, cantaba en
este salón con una orquesta. Un armenio gordo con un laúd y un turco que tocaba el violín como
ningún otro en los Balcanes. Y yo, con el pelo cortado a la moda de París, y un vestido que mi
madre me había cosido a escondidas, lleno de lentejuelas y de ribetes dorados. La gran guerra había
terminado y creíamos esta tierra saciada de sangre. Tocábamos de todo: lo que llegaba de París, las
MATTHÄUS.- Habla mi idioma. Puedes hablar mi idioma. (Se tumba sobre ella.)
ROSA.- Fuimos estúpidos. Porque es la guerra quien ha parido estas tierras y estos mares, ella les ha
dado forma, ha cosido y descosido sus fronteras, ella nos trajo aquí hace mucho tiempo y ahora ella
nos arranca de aquí. Ella me ha criado, ella me ha enseñado a caminar y a hablar y a ganarme el pan
entre los brazos de los soldados. No sé cuándo empezó. Hace un par de años, quizá más.
MATTHÄUS.- ¿Por qué insistes? ¿quieres enfadarme? ¿Te gusta enfadarme? ¿Te gusta hablar tu
ROSA.- Ya nadie quería acudir a escuchar a las orquestas de judíos. Los franceses se fueron
marchando y los griegos preferían ir a sus locales. Algunos venían para insultarme, me escupían
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después de cada canción. Así que tuve que hacerlo. Dejar la orquesta y acostarme con los hombres.
Porque hay que quitar vida de algún sitio para ponerla en otro. Porque los hombres nacen y mueren
y ésta es la ley que nos ha tocado. Yo sigo viva y debo pagar por eso. Y también tú pagarás. Te lo
prometo.
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Un partido de hockey
MATEO termina de vestirse. Entra NINA en la habitación con un montón de camisas planchadas.
NINA.- Perdone.
NINA.- La roja. Ésta. Con ese pantalón le sentará bien (Pausa.) ¿Qué le ha pasado?
MATEO.- ¿Qué?
MATEO.- (Se pone la camisa, molesto.) Fue hace muchos años, jugando al hockey.
MATEO.- Sí, estábamos jugando... hace tantos años... estábamos jugando al hockey a las afueras, en
una explanada de hierba, hacía bastante calor para ser primavera, de repente, por un segundo, el
cielo se nubló; yo me quedé atontado viendo esa enorme bandada de estorninos, creo, sí, eran
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estorninos sobrevolaban enloquecidos por encima de nuestras cabezas, habían tapado el sol, se
habían llevado la luz, ¿cuántos serían, cuántos centenares serían? Parecían querer arrasarlo todo. Me
olvidé del juego, me olvidé completamente del juego. Y de repente sentí el golpe en el hombro.
Seco. Rápido. Y la sangre. Me quité la camisa, vi la herida, vi cómo la sangre se convertía en vaho
MATEO.-Los pájaros habían desaparecido pero la oscuridad seguía ahí. Vi a mis compañeros, me
preguntaban, me hablaban, no les entendía. Todo pasó tan de repente, no me dio tiempo a pensar, no
pude hacer otra cosa más que quedarme de pie, viendo la sangre... un compañero se me acercó, me
NINA.- Me lo he recogido.
NINA.- ¿No baja a la ciudad? Hay una feria. Llegaron ayer por la noche. Están montando una noria,
MATEO.- No lo ha hecho.
MATEO.- Le ruego que me disculpe. Quiero pasear antes de que anochezca y usted debe regresar a
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la ciudad.
NINA.- Perdóneme. Pero no puede ser bueno que un hombre pase tanto tiempo solo.
MATEO.- No insista.
MATEO.- Lo he estado durante muchísimos años, quizá más de los que tiene usted.
MATEO.- No tengo familia. Están todos en Europa. Ya le dije que nací en Alemania.
NINA.- No me lo dijo.
MATEO.- El acento.
MATEO.- Nina, yo también decidí apartarme de todo. Y olvidar. Usted debe entender eso. No insista
NINA.- Yo sólo quería... hace tres meses que vengo a esta casa dos días por semana y desde
entonces no ha bajado usted ni una sola vez a la ciudad. No recibe visitas, no ha sonado nunca el
teléfono. A todos nos hace falta la compañía, ¿verdad? A todos nos hace falta, aunque sea una sola
vez por día, hablar con otra persona, cruzar unas palabras, aunque sean rutinarias, para recordarle a
nuestra cabeza que no estamos solos, que no tenemos por qué estar solos si no queremos, que
podemos olvidarnos un poco de nosotros, en los otros, me está entendiendo, que podemos descansar
un poco de nuestros pesares, y por eso los hombres y la mujeres ríen y beben juntos, por eso los
hombres y las mujeres insisten en buscarse, aunque eso luego tenga un precio.
MATEO. ¿Y usted?
NINA.- ¿Yo?
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NINA.- Hay un hombre. Dice que me quiere, dice que aún me quiere. Alguna vez hablamos por
teléfono. Pero siempre hay algo más importante que yo. Dice que se preocupa, sí, dice que se
NINA.- Quiero olvidarlo. Por eso vine aquí. Por eso vine a esta ciudad en el fin del mundo. Para
olvidarlo.
NINA.- No.
MATEO.- Da igual donde estés. No puedes huir de ti mismo. Pero el tiempo ayuda.
Silencio.
MATEO.- Se me hace tarde, tengo que salir. Cuando anochece, los zorzales dejan de cantar y ya no
merece la pena el paseo. Ahora que ha llegado el invierno cantan más tiempo, en la tierra, en los
árboles, como enfebrecidos. Hay un instante preciso cuando está a punto de anochecer, y la luz se
filtra ya gastada por las copas de los árboles, que el bosque se queda en silencio. Completamente
NINA.- Sí.
MATEO.- Como si en este rincón del mundo fuese aún posible el silencio. Y de repente, en esa
quietud, los zorzales vuelven a cantar. Desde todos los rincones, como desesperados porque termina
el día y olvidan que detrás de la noche siempre llega otro día. Siento compasión por ellos y quisiera
NINA.- Déjeme acompañarlo. Sólo una vez. Si quiere, no hablaremos, pasearemos juntos.
MATEO.- No insista. Escuche. Si no tiene ningún problema, puede quedarse aquí los meses de
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invierno. La casa es lo suficientemente grande para que no nos molestemos el uno al otro. Si no le
parece mal, traiga sus cosas. Se ahorrará el dinero del alquiler y yo me quedaré más tranquilo. No
quiero que le ocurra nada cuando la nieva haga difícil llegar hasta aquí. ¿Qué le parece?
NINA.- (Le abraza.) No sabe cuánto se lo agradezco. (Espera unos segundos, se acerca a una
ventana y comprueba que ha salido. Busca el teléfono. ) Estoy cerca, muy cerca. No me pongas más
nerviosa. Ya sé que se me ha agotado el tiempo. Me ha dicho que es alemán. Sí. Y que me venga a
vivir a la casa. No estoy loca. Escúchame. Déjame hablar. No, no sospecha nada. Claro que no me
equivoco. Déjame hablar, por favor. No vamos a perder ese dinero. Diles que me den unos días más.
Sólo un par de semanas. Me ha dicho que me quede en su casa. ¿Estás loco? No, no he perdido la
cabeza. Lo sentaré en los tribunales, te lo prometo. No, no cuelgues. No me has dicho nada. De
nosotros. De acuerdo, ya hablamos en otro momento. Sí, me cuido. Sí. Sí. Espera.
Cuelga. Por unos segundos, es incapaz de moverse del teléfono. No muy lejos, en el bosque, MATEO
pasea entre las lengas despojadas por el invierno, algunas torcidas por el viento. La luz del
anochecer proyecta inmensas sombras sobre las laderas nevadas. MATEO camina penosamente
mientras susurra palabras en su idioma, frases arrancadas del olvido. Sentada en la cama de
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MAKBER
MATTHÄUS.- (Entra con un fardo en las manos.) Puedes salir. (Silencio.) Sal te digo. (Silencio.) ¿Por
qué no contestas? (Entra y sale llevando a ROSA del brazo.) Di, ¿por qué no contestabas? Toma.
Esto es para ti. Es todo lo que podido conseguir. Escúchame, ahora. Es importante que me
entiendas. Es muy importante que lo entiendas. Esta noche irás al Vardar, allí te estarán esperando
dos hombres. Te preguntarán, tendrás que decirles tu nombre. Sólo tu nombre. ¿Lo has entendido?
¿Qué les dirás? (Silencio.) Hice que te lo escribieran. (Le entrega un papel.) Si te descubren, yo seré
el primero en pegarte un tiro en la boca. Irás al Vardar, verás dos hombres, les dirás tu nombre.
MATTHÄUS.- Eso es. Te montas en el camión sin abrir la boca. Te llevarán a Atenas, con los
italianos. Cuando el camión se pare, bajarás e irás a esta otra dirección. Allí sólo tienes que
enseñarles esta cédula. Hablan tu lengua, diles que eres de España. El cónsul te ayudará. Está
escrito, está todo escrito en ese papel. Es importante que les digas que eres española. Te sacarán de
Grecia. (Espera que ROSA termine de leer.) Seré el primero en dispararte si te descubren. Márchate.
Ahora. (No se mueve.) ¿Es que no lo entiendes? Dame ese papel, ¿qué pone en ese maldito papel?
MATTHÄUS.- Tienes que largarte. Ya no puedo esconderte más aquí. No sabes lo que está ocurriendo
ROSA.- No voy a hacerlo. No voy a irme a ningún lado. Adonai ha cerrado los ojos y nos ha dado la
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espalda para que las bestias conviertan esta ciudad en sangre y ceniza; y yo no pensaba encontrarte,
yo no creí nunca que podría sentir esto por uno de vosotros. Por eso ahora tengo que traicionarte o
ROSA.- Matthäus.
No se mueve. No se mueven. Las ventanas y puertas de la casa se abren de golpe. Los techos,
desvencijados por el peso de la nieve, parecen vencerse. MATEO espera en la penumbra. Llega
NINA.
MATEO.- Hace muchos días que me ronda por la cabeza pero hasta ahora no me he atrevido a hablar
MATEO.- En cualquier caso no la entretendré mucho. Sólo quiero hacerle una pregunta pero antes
déjeme contarle algo. ¿Se acuerda del disco de gramófono que puso usted hace unas semanas?
NINA.- Sí.
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NINA.- Sí.
MATEO.- Si lo hice es porque ese disco es el recuerdo de algo que ya no existe, de una ciudad que
MATEO.- Déjeme que le cuente de qué habla esa canción: Makber. Los turcos enviaron a un
embajador llamado Tarhan a Bombay. Cuando regresaba, acompañado de su mujer, llamada Fátima,
ésta enfermó y murió en Beirut. Tarhan no podía regresar a Bombay ni intentar el viaje hasta
Estambul con el cadáver de su mujer así que decidió enterrarla allí mismo y sembrar la tumba de
MATEO.- Pensé que sentía curiosidad por ese disco, que sentía curiosidad por mi pasado. Usted
quiere saber quién soy, ¿verdad? Fui militar. (Pausa breve.) De repente parece usted pálida.
NINA.- Ya le he dicho que puede hacerla. (Retrocede hasta la puerta.) ¿Qué le ocurre, Mateo?
MATEO.- Nina, ¿cree que basta toda la voluntad de un solo hombre para conseguir un átomo de
salvación?
NINA.- ¿Qué?
NINA.- Sí.
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NINA.- No le entiendo.
MATEO.- (Se ha acercado a ella.) ¿En qué Dios cree usted? Eso le pregunto. ¿De qué sirve rezar
ante la iniquidad del hombre? ¿Por qué nos permitió hacerlo? ¿Por qué nos puso esa prueba?
Conteste. ¿Quién podía salir intacto? (Le ha cogido del brazo.) ¿Se acuerda del capitán y de la
ballena? ¿Lo ha leído? ¿Ya sabe cómo termina? El capitán se hunde con el animal porque el
monstruo estaba en sus entrañas, dentro de él. Él había creado al monstruo. Sólo con su muerte
podía aniquilarlo.
MATEO.- Ya no es necesario.
NINA.- ¿Qué?
NINA duda durante unos segundos, luego sale corriendo. Tras unos segundos sale MATEO.
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Ernest
Inmediatamente entra MATTHÄUS arrastrando a ROSA de un brazo. La golpea la tira al suelo; él,
MATTHÄUS, llora; afuera, en el invierno austral, los zorzales arañan la corteza y la tierra.
MATTHÄUS.- ¿Desde cuándo? (Un golpe.) ¿Desde cuándo lo estás haciendo? (Otro golpe. Silencio.)
¿Desde el principio? ¿Quiénes? ¿Habla? ¿Quiénes te han enviado? (Otro golpe.) ¿Quién eres? Tu
ROSA.- Rosa.
MATTHÄUS.- Mientes. (Otro golpe.) Alguien está pasando información, decían, uno de nosotros les
está pasando información. Saben los horarios, saben el número. ¿Cómo pueden saberlo? De noche
llenas las vías de chatarras, de troncos; las vías por las que tiene que pasar un tren que nadie sabe
que va a pasar por esa vía. ¿Cómo pueden saberlo? Hay que estar atentos, decían. Alguien desde
Regresa MATEO, vestido elegantemente, con un uniforme doblado. Se sienta. Se coloca el uniforme
en el regazo, también una pistola. MATEO sigue en todo momento las acciones de MATTHÄUS. Quizá
en algún momento musite alguna de las frases que éste va a decir, tantas y tantas veces repetidas
todos esos años. Quizá en algún momento acaricie las páginas macilentas del pasaporte de
MATTHÄUS. Quizá en algún momento intente detener la escena, ésta que sigue
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MATTHÄUS.- Y yo, yo.../
ROSA.- Matthäus
MATTHÄUS.- Para eso te dejaron aquí. Por eso no querías irte. (Le apunta con la pistola.) ¿Cómo lo
has hecho?
MATTHÄUS.- ¿Quién más sabe que estás aquí? ¿Quién más sabe que te he tenido aquí escondida y
yo...?
MATEO.- Te enamoraste. Eso me dijiste. Te enamoraste por primera vez en la vida. De una judía, de
una cabaretera a la que escondías. Eso me dijiste. Una noche bebiendo aguardiente en Salónica.
Llorabas, sólo llorabas, como lo hacen los borrachos, de corazón. Te enamoraste como el hombre
que habías empezado a ser: lleno de desesperación y de esperanza. Tanto sacrificio por tu país,
tanta sangre por tu país. Pero tu corazón estaba intacto. Eso me contabas porque yo era tu amigo,
porque habíamos crecido juntos y una vez, jugando al hockey, me levantaste del suelo. Borracho me
lo decías en esa cantina de Salónica: “Es necesario destruirlos para salvarlos pero mi corazón está
MATTHÄUS.- ¿Quién te instruyó? ¿Quiénes son tus contactos? Responde. Tengo que hacerlo, tengo
ROSA.- Lo aprendí aquí, en el hotel. En la primera guerra, llegaban muchos soldados, marineros.
Hay que contentarlos. Hay que decirles a los hombres lo que quieren oír. Hay que quitarles la
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ROSA.- Y porque no tengo hijos./
MATTHÄUS.- ¿Qué?
MATTHÄUS.- ¿A quiénes?
MATEO.- Nunca te lo dijo. Pero no le preguntaste lo que realmente necesitabas saber. Tú querías
MATTHÄUS.- Tengo que hacerlo. Diré que regresé, esta noche regresé les diré, que había olvidado
unos papeles; sí, regresé, te vi rebuscando en los papeles, una figura, no supe distinguir, alguien
que no tenía que estar y disparé. Luego sabrán que fuiste tú, que eras tú la que entregaba la
MATEO.- Eso me contó después, en el puerto. Quiso decirte que te amaba. Que podía haberse
MATEO.- No te atreviste a preguntárselo. A ella no le dio tiempo. Ibas a disparar. Lleno de amor,
ibas a disparar. Pero entré yo. Quería avisarte de que te seguían, que sospechaban de ti. Entré yo.
¿Qué haces?
MATTHÄUS.- ¿Qué?
MATTHÄUS.- Ella/
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MATTHÄUS.- Ella/
MATEO.- Ibas a disparar. Pero entré yo. ¿Qué haces? ¿Por qué la apuntas?
MATTHÄUS.- Esta puta me ha estado engañando, Ernest. Ha estado pasando la información de los
trenes/
MATEO.- Ibas a disparar. Lleno de amor y de rabia ibas a matarla. Me abalancé sobre ti, me
MATEO.- Sentí el frío en el hombro y luego la sangre. Te vi apuntarme de nuevo. Así que tuve que
hacerlo. Disparé. Un acto reflejo. Te disparé. Me miraste asustado con la bala dentro del pecho. Te
arrodillaste. Me acerqué a ti. Ella se acercó a ti. La escupiste. Me abrazaste. Me dijiste algo al oído.
Y ahí terminó.
ROSA.- No. No en ese sentido. Ni un solo segundo pude olvidar su imagen. De rodillas en el suelo,
asustado, como un niño. Con la camisa llena de sangre. Me acerqué, te besé en la boca.
MATTHÄUS.- No lo recuerdo.
MATEO.- Ya no estabas. Pero seguías con los ojos abiertos. Ella se acercó y te besó.
MATEO.- Tampoco respondí a esa pregunta. No me atreví. Era idiota decirte que yo también estaba
enamorado de ti, que me había enamorado de ti escuchando hablar a mi amigo. ¿Lo imaginaste?
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ROSA.- ¿Qué?
ROSA.- ¿Crees que me importaba, que en esos momentos me importaba qué sentías tú?
MATEO- No.
ROSA.- ¿Qué me importaba entonces nada del mundo? Sólo pensaba en el ruido que hizo su cuerpo
al caer al agua.
MATEO.- Ni lo imaginaste. Que te había amado en las palabras de mi amigo, en las lágrimas de mi
amigo. Que te había amado como un idiota, desde la primera vez que él me dijo tu nombre. “Ernest,
si la conocieras, si pudieras estar con ella, olerla, oírla respirar, te olvidarías de esta guerra de
mierda”. Y sonreías. No podía permitir que todo se pudriese. Si tú te salvabas algo de nosotros se
salvaría.
ROSA.- ¿Nosotros?
MATTHÄUS.- Nosotros.
MATEO.- Sí. Te dije: “No te asustes, soy Ernest, él me ha hablado de ti”. Pero sólo repetías el
ROSA.- Cargaste con su cuerpo. Anduvimos unos metros, hasta el puerto. ¿Por qué lo hicimos?
MATEO.- ¿Quién iba a salir intacto? ¿Cómo salir intacto? ¿Crees en Dios?
MATTHÄUS.- Nunca encontraron mi cuerpo. Pensaron que desertamos los dos, Ernest. Que tú y yo
MATEO.- Y te buscaron. Hasta ahora. Te buscaron por administrar los trenes con los prisioneros.
MATTHÄUS.- Administrar.
MATEO.- Te llevé hasta el camión, te vi desaparecer en la distancia, con los ojos cerrados. ¿Qué fue
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de ti?
ROSA.- Nunca terminó. Esa amargura en la boca. Llegué a Atenas. Pude escapar. Pero nunca
MATEO.- Ha llamado.
MATEO.- Ya es tarde.
ROSA.- ¿Qué?
MATEO.- No.
ROSA.- No seas idiota. Está bien. Una última vez. Y ahora podrás descansar.
MATEO.- ¿Podré?
Ha entrado NINA, lleva una maleta en una mano y en la otra una pistola. Desaparecen ROSA y
MATEO.- Puede guardar eso. No voy a hacerle nada. Tampoco voy a intentar huir. Mi nombre es
Ernest Bauman
NINA.- ¿Qué?
NINA.- ¿Cuándo? /
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MATEO.- ¿Supe quién era usted?
NINA.- Sí.
MATEO.- No se asuste.
MATEO.- Hace ya unas semanas. Sin embargo, usted jamás pensó que yo no era al hombre que
buscaba.
MATEO.- Se equivoca, Nina. Mi nombre es Ernest Bauman. Me enviaron a Salónica cuando tenía
diecisiete años. Para servir a Alemania. Limpiaba los uniformes, limpiaba las letrinas, servía en la
NINA.- No es posible.
MATEO.- Usted no puede reprocharme nada. Pero no todo su trabajo ha sido en balde. Una vez maté
MATEO.- Aquí está su pasaporte. Puede comprobar los nombres y las fotografía. Fíjese bien. Éste es
mi amigo. Yo lo maté. Así que imagino que él ya está juzgado y que usted debe sentirse feliz.
¿Quién le paga?
MATEO.- No le sirvo para nada, ¿verdad? Deserté. Quizá esa historia le sea de interés. Abandoné a
mi país, a mi familia. ¿En qué dirección puedes correr para olvidar, Nina? ¿Se llama usted así? Qué
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importa.
NINA.- ¿Qué?
NINA.- ¿Cómo?
MATEO.- Por perseguir viejos nazis. ¿Cuánto vale eso? ¿Cuántos años tiene usted? ¿Por qué hace
NINA.- Están llegando. Déjeme que yo hable con ellos primero. Le prometo que no ocurrirá nada.
MATEO.- No importa.
NINA.- Le harán preguntas. No tiene por qué asustarse. Si es quien dice, no tendrá ningún problema.
MATEO.- Es usted la que está asustada. No voy a dispararle. No voy a disparar a nadie. Pero salga de
mi casa.
NINA.- Mateo.
MATEO.- Pensé que así estaría más cerca de ella. La última vez que la vi repetía ese nombre una y
otra vez. La vida que yo había quitado. Quise prolongarla, en cierto modo. Quise llevar el nombre
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que ella amaba.
MATEO.- Deserté. Había matado a un compañero, a un soldado alemán, por amor. A él, a ella.
¿Cuántas ciudades fueron, cuántos nombres fueron? Pasé quince años en una barriada de El Cairo.
¿Cuántas noches fueron? De repente, aquella nube tomó forma; en los libros, en las películas, en los
programas de televisión. Todo el mundo sabe lo que ocurrió, todo el mundo sabe lo que no ocurrió.
Yo, que estuve allí, no lo supe. No lo supe hasta luego. Sentado en una sala de cine, con un refresco
de cola, viendo las películas que hablaban de nosotros, de lo que fuimos, de lo que hicimos. De ese
horror. ¿Cómo es posible tener tanto horror en las manos y no sentirlo? ¿Puede responder a eso?
MATEO.- Y mientras, recordaba la sonrisa de mi amigo aquella noche en que me dijo que se había
enamorado, por vez primera, de una hermosa muchacha que cantaba en una orquesta. ¿Cómo puede
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NINA.- Es mi deber.
MATEO.- Y sin embargo yo no quise saber nada más, de nosotros, de lo que decían de nosotros. Ya
lo hacen ustedes, ya cuentan la historia para entretenerse y tomar palomitas con refresco de cola,
para decirse que el monstruo está fuera, siempre fuera. Como hacía yo en ese cine lleno de moscas
NINA.- Entonces no tiene por qué preocuparse. Le harán preguntas. Sólo eso. La gente necesita
saber/
MATEO.- Ha terminado.
NINA.- Mateo/
MATEO.- No es mi nombre/
MATEO.- Salga/
MATEO.- No lo diga.
NINA.- Pero/
MATEO.- Cállese.
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MATEO.- ¿No me ha oído? (Le apunta.) ¡Salga!
NINA lo hace. MATEO toma la pistola. Sonríe. Se levanta y pone un disco en el gramófono. La aguja
recurre el surco pero no hay sonido. Aparecen MATTHÄUS y ROSA. MATEO se sienta en el sillón con
la pistola.
MATEO.- Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida. Pero los
perros esperan fuera, y los hechiceros y los asesinos y los impostores esperan fuera. Y todo aquel
que ama y miente. ¿Cómo seguía? No puedo recordarlo. ¿Cómo seguía? (Nadie responde.) ¿Cómo
seguía? Todo aquel que ama y miente, todo aquel que ama y miente.
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