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Ushuaia

Alberto Conejero López


Un hombre habita en la casa que juega con las serpientes

que escribe

que escribe al anochecer a Alemania.

Paul Celan, Fuga de la muerte, 1948.

Cuando uno de ellos muere, todos aquellos que tienen el mismo nombre llevan por una larga temporada otro que tendría

probablemente el significado de “lugar del muerto”. No tienen idea del futuro, no esperan nada después de la muerte;

creen que el espíritu abandona el cuerpo y va vagando por los bosques. Algunos dicen que los hamush son hombres que

han cometido un crimen o individuos atacados de una locura furiosa y que se refugiaron en los bosques.

Roberto Debanne, Viaje a la Tierra del Fuego y a la Isla de los Estados, 1902.

“Fin del mundo, principio de todo”

Lema de la ciudad de Ushuaia

Esta obra está dedicada a mi maestro y amigo Alejandro Tantanian

Buenos Aires – Ushuaia- Madrid,

Junio de 2011- marzo de 2013

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PERSONAJES

MATEO, al final de sus setenta años

NINA, en sus treinta años

MATTHÄUS, apenas los treinta años

ROSA, en sus treinta años

APUNTES PARA EL ESPACIO: Así fue como el salón se llenó de raíces. Saltaron los goznes de las

ventanas, se agrietaron las paredes, se abrieron los techos bajo el cielo. El hielo de las cumbres se

hizo presente. Los zorzales robaron los corchos de las botellas. El bosque se abalanzó, incendiado

por el otoño, enmarañado de lenga y de canelos, hasta la puerta de la casa. Allí se detuvo, sin

estrépito. Desde entonces, es difícil distinguir la casa del bosque o el bosque de la casa, e imposible

saber si una puerta se entreabre o si es que el viento está doblando los troncos.

NOTA: MATEO hablará con un suave acento extranjero; en sus primeras escenas, MATTHÄUS no

conoce el idioma de ROSA ni ROSA el de MATTHÄUS. El espectador sabrá esto aunque oiga de los

actores el mismo idioma.

El signo / indica que en ese punto la frase es interrumpida por la réplica del siguiente personaje.

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En el principio

Amanecer. MATEO, desnudo, sentado en una silla. El joven, en mangas de camisa, le lava con el

agua de una palangana; hunde, una y otra vez, un trapo y le limpia un codo, el otro, las rodillas, el

cuello, la frente; recorre los pliegues y arrugas de la piel del viejo con insistencia.

MATTHÄUS.- (Intentando recordar.) “Después en medio de una calle de la ciudad me mostró un río

limpio, resplandeciente como el cristal. Y a uno y a otro lado del río estaba el árbol de la vida que

produce doce frutos y cada mes da su fruto; y las hojas del árbol bendecían las naciones.”

Pausa breve.

MATEO.- (Impaciente.) “Y ya no habrá más maldición.”

MATTHÄUS.- Dame sólo un segundo. “Y ya no habrá más maldición, no habrá allí más noche ni

habrá luz/

MATEO.- porque el tiempo está cerca y el que es injusto, sea injusto todavía.”

MATTHÄUS.- Déjame pensar.

MATEO.- Esfuérzate.

MATTHÄUS.- Lo hago. Sólo necesito que no me interrumpas. “Y el que es bueno, sea bueno

todavía.”

MATEO.- Vamos, otra vez. “Bienaventurados” (No hay respuesta.) Llegará el día en que te

desesperes tratando de recordar estas palabras. Sólo una vez más. “Bienaventurados /

MATTHÄUS.- Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida.

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MATEO.- Pero los perros esperan fuera, y los hechiceros y los asesinos y los impostores esperan

fuera.” (Espera a que continúe. De nuevo no hay respuesta.) ¿Qué harás cuando no puedas leerlas?

MATTHÄUS.- “Y todo aquel que ama y miente.” Hemos terminado.

MATEO.- ¿Qué harás si las olvidas? ¿Qué harás si dentro de unos años intentas recordarlas y no

puedes leerlas?

MATTHÄUS.- Son sólo palabras.

MATEO.- Esas palabras te alivian. Siempre lo han hecho.

MATTHÄUS.- Eres estúpido. Todavía crees en Dios.

MATEO.- Creo en esas palabras.

MATTHÄUS.- No sirven para nada.

MATEO.- ¿Qué puedes saber tú? ¿Qué puedes saber tú ahora? Sólo una vez más.

MATTHÄUS.- He dicho que hemos terminado. / Está llegando.

MATEO.- Y si no lo recuerdas, si no lo haces, si no puedes / ¿Quién?

MATTHÄUS.- (Acercándole la ropa.) Vamos, vístete.

MATEO.- ¿Quién está llegando?

MATTHÄUS.- ¿Por qué preguntas?

MATEO.- Quizá debería seguir solo.

MATTHÄUS.- Viene caminando.

MATEO.- ¿Cómo es? ¿Cómo es ella? (Silencio.) Todavía estoy a tiempo. Le pediré disculpas, le diré

que en esta casa ya no necesitamos a nadie.

MATTHÄUS.- (Le ayuda a abrocharse la camisa.) Ya no eres capaz de abrocharte los botones tú sólo.

No tienes elección.

MATEO.- Cataratas.

MATTHÄUS.- ¿Eso te han dicho? Termina. Pronto llamará a la puerta.

MATEO.- No pensé que fuese a responder nadie.

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MATTHÄUS.- Los zapatos están en la silla. ¿Podrás ponértelos tú sólo?

MATEO.- ¿Cómo sabré que es la persona correcta?

MATTHÄUS.- Tengo que marcharme.

MATEO.- Espera. ¿Cómo sabré que no va a hacerme daño?

MATTHÄUS.- ¿De verdad te preocupa?

MATEO.- Hemos estado bien solos.

MATTHÄUS. – Eso es mentira. Hemos estado solos. Sencillamente “solos”. Demasiado tiempo.

MATEO.- Mira. He podido abrocharme los zapatos. ¿Lo has visto? No necesito ayuda. No necesito

ayuda.

Un ruido fuera, no muy lejos. MATTHÄUS ya no está.

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Me llamo Mateo

Llaman a la puerta. MATEO termina de vestirse. No se mueve. Llaman otra vez. No abre. Vuelven a

llamar. No abren. Golpean en una ventana.

NINA.- (Desde fuera.) ¿Hay alguien?

MATEO.- (Tras unos segundos.) ¿Qué quiere?

NINA.- (Aún desde fuera.) Abra, por favor.

Abre la puerta. NINA en el umbral.

NINA.- ¿Es usted Mateo?

MATEO.- ¿Quién pregunta?

NINA.- (Rebusca en sus bolsillos. Saca una hoja de periódico) Vengo por el anuncio. Me costó

encontrar la casa.

MATEO.- Siento mucho haberle hecho venir para nada. Debí avisar para que retirasen el anuncio.

NINA.- Pero/

MATEO.- Lo siento. No necesito a nadie. Puede marcharse.

NINA.- ¿Ha contratado ya a alguien?

MATEO.- No.

NINA.- Entonces permítame que le muestre mis referencias.

MATEO.- No es necesario.

NINA.- Por favor, léalas. Se lo ruego.

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MATEO.- No insista.

NINA.- Léalas.

MATEO.- ¿No me ha oído? Ya le he dicho que/

NINA.- No puedo regresar a Buenos Aires.

MATEO.- ¿Regresar?

NINA.- Sin el dinero.

MATEO.- No es asunto mío.

NINA.- Deje que le explique/

MATEO.- Si no quiere volver a Buenos Aires, trate de encontrar otro trabajo aquí, en la ciudad. O

donde sea. Por favor, no me mire así. (Ella le entrega unos folios. Él intenta leer, es incapaz.) ¿Por

qué ha dejado Buenos Aires? (Silencio.) Dígame, ¿por qué ha dejado Buenos Aires?

NINA.- Quisiera empezar. De otro modo.

MATEO.- ¿Por eso ha venido hasta aquí?

NINA.- Le ruego que se fije en mis referencias. No tiene nada que ver con el trabajo. Aquí está la

carta de mi último patrón. Fui yo quien decidió dejar un buen empleo. Déjeme que se la lea, si usted

no puede.

MATEO.- ¿Qué quiere decir con “empezar de otro modo?

NINA.- “Sentimos mucho que Nina tenga que dejarnos. Durante todos estos años ha sido

rigurosamente eficaz en su trabajo y amable en su trato. Sentimos que se va alguien de nuestra

familia a la que”/

MATEO.- Es suficiente.

NINA.- No he terminado.

MATEO.- No es necesario. Pase, si quiere, unos minutos.

NINA.- Gracias.

MATEO.- ¿Dónde se aloja?

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NINA.- Cerca del puerto, en una hostería.

MATEO.- ¿Ha venido caminando?

NINA.- Sí.

MATEO.- Cuando llegue el invierno será imposible subir a pie. ¿Sabe conducir?

NINA.- ¿Entonces me contrata?

MATEO.- No he dicho que /

NINA.- Sí, sé conducir. No habrá problema.

MATEO.- No conoce los inviernos de Ushuaia. Todo el camino se llenará de hielo.

NINA.- Podré hacerlo. Se lo prometo.

MATEO.- No me prometa nada. Tan sólo cumpla su trabajo.

NINA.- Muchas gracias.

MATEO.- Se ocupará de hacer la compra en la ciudad y acercarla. Dos veces por semana. Siempre a

la hora que le indique. Llamará siempre antes de entrar.

NINA.- Por supuesto.

MATEO.- ¿Tiene auto?

NINA.- ¿Qué?

MATEO.- ¿Cómo vino desde Buenos Aires? ¿Sabe conducir?

NINA.- En autobús. No, no tengo auto pero sé conducir.

MATEO.- Le dejaré prestada mi furgoneta. De todos modos, ya no pueda conducirla. Es una

antigualla pero servirá. En invierno no podrá conducir hasta aquí; tendrá que dejarla en la verja y

caminar con las bolsas. Ya ha visto que es un kilómetro.

NINA.- No hay problema.

MATEO.- Preparará la comida, arreglará la ropa, limpiará la casa. También se ocupará de esas tareas.

Como ve, nada complicado.

NINA.- Sí, señor.

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MATEO.- No me llame señor. Lo que voy a decirle es importante. Si quiere el trabajo, tendrá que

aceptar unas reglas.

NINA.- ¿Reglas?

MATEO.- Unas normas que debe cumplir.

NINA.- Por supuesto.

MATEO.- Desde ahora mismo.

NINA.- Sí.

MATEO.- Sin excepciones.

NINA.- Sí, señor.

MATEO.- Insista en llamarme señor. Detesto esa palabra.

NINA.- Disculpe.

MATEO.- Hay determinados objetos que no debe tocar.

NINA.- Por supuesto.

MATEO.- Determinadas estancias a las que usted no debe acceder. Ya se lo explicaré con calma. El

dinero no es un problema. Le pagaré bien. Por último, le ruego que no hable con nadie de la ciudad

sobre mí. Eso es importante.

NINA.- No se preocupe.

MATEO.- Le preguntarán, téngalo por seguro. Podrá decirles que trabaja en mi casa pero nada más.

¿Lo ha entendido?

NINA.- Nina.

MATEO.- ¿Qué?

NINA.- Mi nombre es Nina. Y usted es Mateo…

MATEO.- Mateo es suficiente. Regrese en un par de días y le explicaré con calma.

NINA.- Muchísimas gracias.

MATEO.- Ahora le pido que me deje solo.

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NINA.- En un par de días. De acuerdo, de acuerdo. Gracias.

MATEO.- Por favor.

Sale NINA. Por unos segundos, vemos la silueta de otra mujer en el fondo de salón y…

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El Olimpo

… regresa MATTHÄUS. Ahora es MATEO quien termina de vestir al joven. Le ajusta la chaqueta con

cuidado. Durante unos segundos, se pierde en los ojos del joven.

MATEO.- Podían verse las montañas desde los balcones del hotel. Por encima de las fragatas y de los

destructores.

MATTHÄUS.- El Olimpo.

MATEO- Sí, a lo lejos. Cuando los días amanecían claros. ¿En qué mes llegamos a Salónica?

MATTHÄUS.- Abril.

MATEO.- ¿En abril?

MATTHÄUS.- Sí, era primavera. Desde el puerto se veían los montes aún nevados, por eso ahora

piensas que era invierno. ¡El Olimpo! Los dioses de los griegos estaban ya viejos, no servían, no les

ayudaron.

MATEO.- Tampoco a nosotros.

MATTHÄUS.- ¿Qué?

MATEO.- Dios. Tampoco nos ayudó. ¿Habías oído hablar de esa ciudad?

MATTHÄUS.- Nunca. Pero aún recuerdo los vendedores ambulantes y el aire pegajoso y aquel licor

blanquecino y dulce. (Pausa.) ¿Por qué no escribiste a tus padres? ¿Por qué no les dijiste que no

habías muerto?

MATEO.- Me lloraron una vez y es suficiente.

MATTHÄUS.-.- Pero tu hermana, trató de encontrarte.

MATEO.- No insistas. Ahora todos están muertos. ¿Por qué te importa eso?

MATTHÄUS.- Es a ti a quien le importa. ¿La enciendo?

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MATEO.- Todavía no. ¿No quieres saber lo que ocurrió?

MATTHÄUS.- ¿Qué?

MATEO.- Lo que ocurrió luego.

MATTHÄUS.- ¿Después?

MATEO.- Sí.

MATTHÄUS.- ¿Para qué?

MATEO.- La historia, nunca te preocupó, nunca me preguntaste. ¿Acaso la conoces?

MATTHÄUS- (Ha terminado de vestirse.) El futuro, la historia después, ¿por qué deben importarme?

MATEO.- Pero lo sabes.

MATTHÄUS.- Sí, como todos. Y no es asunto mío. Ya no.

MATEO.- Nos equivocamos.

MATTHÄUS.- Salió mal, eso es todo. ¿Cuántos años han pasado?

MATEO.- ¿Cincuenta?

MATTHÄUS.- ¿No estás cansado?

MATEO.- No lo llamaría así.

MATTHÄUS.- Como quieras. (Pausa.) ¿Qué te ha parecido?

MATEO.- ¿Ella?

MATTHÄUS.- Sí, ella.

MATEO.- Ahora no es el momento. Se nos ha hecho tarde. Enciende.

MATTHÄUS.- ¿Te ha dado confianza?

MATEO.- ¿Tengo elección?

MATTHÄUS.- Ya sabes que no.

MATEO.- Es tarde.

MATEO enciende una lamparita en una mesa. El joven se sienta. MATTHÄUS, joven oficial nazi,

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encargado de gestionar el traslado de los prisioneros, canturrea mientras estampa el sello en lo

que parecen pasaportes. Ya no está MATEO. De repente un ruido. Se levanta. Nada. Se sienta. A los

pocos segundos vuelve a levantarse y saca una pistola.

MATTHÄUS.- ¿Quién está ahí? (Silencio. Se acerca, sin dejar de apuntar.) ¿No me ha oído? ¿Quién

está ahí?

Una mujer aparece de entre las sillas y mesas apiladas. Intenta escapar arrojándole una silla.

Tropieza. Cae. Él se abalanza sobre ella. Ella se revuelve. Forcejean. Él la golpea con la pistola.

Ella inmóvil. Él la coge de una muñeca y la levanta. Él va a avisar, ella le tapa la boca con la

mano. Él muerde la mano y sonríe. Ella no aparta la mano. No llora.

MATTHÄUS.- ¿De dónde has salido? (La coge por el mentón y le levanta la cara.) ¿De dónde has

salido tú? (Ella ahora llora. Él le da la vuelta, le levanta la falda.) ¿Eres muda? (Silencio.) Da

igual. Lo que digas me da igual. Así que puedes seguir callada. (Pausa.) ¿Cómo te llamas?

(Silencio.) ¿Quieres que grite? ¿Quieres que vengan otros hombres y se ocupen de ti?

ROSA.- ¡No!

MATTHÄUS.- Así que no estás muda ¿Qué hacías aquí?

ROSA.- No te entiendo. No hablo alemán.

MATTHÄUS.- ¿Cómo te llamas?

ROSA.- No te entiendo. Déjame.

MATTHÄUS.- Tu nombre.

ROSA.- (Repite.) ¿Nombre?

MATTHÄUS.- Sí, tu nombre. Yo soy Matthäus. Matthäus. Repite. Repítelo.

ROSA.- Matthäus.

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MATTHÄUS.- ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? (ROSA intenta zafarse.). No tan aprisa. Habla si no quieres

que terminemos ahora mismo. Habla.

ROSA.- Matthäus.

MATTHÄUS.- Tu nombre. Un nombre. Yo Matthäus.

ROSA.- Rosa.

MATTHÄUS.- ¿Lo ves? No era tan difícil. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí escondida?

ROSA.- Por favor, déjame marchar, te lo suplico.

MATTHÄUS.- ¿Qué dices? ¿Tienes hambre? (Le muestra algo de comida.) ¿Es eso lo que te pasa?

¿Quieres comer? Acércate. (Ella duda. Lo hace. Come de su mano. Él la acaricia el pelo.) Rosa.

¿Qué nombre es ése? ¿Qué nombre ridículo es ése?

Le agarra con fuerza del pelo y la zarandea La tira al suelo. Se desabrocha. Sobre ella. Oscuro.

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La ballena

Tres semanas después. MATEO se ha quedado dormido en un sillón, con un libro en las manos. De

vez en cuando, la hoja de la ventana se abre y se cierra con violencia. Durante esos segundos, el

viento empuja el rumor del bosque que se esparce por la casa. Entra NINA con una bandeja en las

manos. La ventana se abre ahora de par en par. NINA se apresura, deja la bandeja en una mesa y

cierra a duras penas la ventana. Al golpe, MATEO se despierta.

NINA.- Disculpe. La ventana no hacía más que /

MATEO.- (Busca el reloj de bolsillo.) ¿Qué hora es? Tenía que haberme despertado.

NINA.- He traído lo que me pidió. Lo he dejado todo en la cocina. (Tras unos segundos.) Señor,

espero que no se moleste, pero esta mañana, cuando subía de la ciudad, vi un juego de sábanas en

un escaparate. Entré a preguntar y estaban realmente bien de precio. El vendedor me dijo que otras

mujeres ya se habían interesado. Así que no lo pensé y las compré. Sé que tenía que habérselo

consultado pero me pareció que hacían falta.

MATEO.- No pasa nada, Nina. Coja el dinero que haya adelantado. Pero la próxima vez pregúnteme

antes. No conoce a los vendedores de esta ciudad. Pueden hacerle creer que necesita cualquier

idiotez.

NINA.- Sí, no lo dude. (Pausa breve.) Si en alguna ocasión tiene visita, agradecerá tener las camas

preparadas.

MATEO.- No espero a nadie.

NINA.- ¿Ninguna visita?

MATEO.- ¿Cómo?

NINA.- Algún familiar, alguien que venga a visitarle.

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MATEO.- (Incómodo.) Estoy solo. Aunque nunca se sabe.

Silencio.

NINA.- ¿Quiere que le suba alguna cosa más cuando regrese?

MATEO.- No. No me hace falta nada. (Pausa. Ella va a salir) ¿Está usted bien?

NINA.- (Sorprendida.) Sí. Hace dos semanas dejé la hostería. Encontré una habitación en alquiler en

casa de unos chilenos. No es gran cosa pero me permiten utilizar la cocina y está más cerca de aquí.

MATEO.- Lo agradecerá en invierno. ¿Y la gente?

NINA.- ¿La gente?

MATEO.- ¿Le tratan bien?

NINA.- Sí.

Pausa.

MATEO.- ¿Le han preguntado por mí?

NINA.- Nadie.

MATEO.- Por favor, Nina, no hace falta que mienta.

NINA.- Sí, varias veces.

MATEO.- ¿Y usted qué dijo?

NINA.- ¿Yo? Nada, se lo prometo. Cumplí lo que me pidió.

MATEO.- ¿Y ellos, qué le preguntaron?

NINA.- Querían saber si /

MATEO.- Siga.

NINA.- Saber, solamente saber. Algunos dicen que nunca lo han visto, otros recuerdan que llegó

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hace ya muchísimos años y que construyó esta casa con sus propias manos; otros dicen que alguna

vez se cruzaron con usted en el bosque y /

MATEO.- (Riendo.) ¿Me los comí?

NINA.- (Confundida.) No, no. No quería decir eso. Es sólo que como usted casi nunca baja a la

ciudad y aquí, cuando se van los turistas, no hay mucho de lo que hablar…

MATEO.- Un viejo solo es una cosa muy triste. Y aburrida. Si alguien más vuelve a preguntarle,

dígales que aquí no hay nada de interés. Sólo un triste viejo.

NINA.- Así lo haré. No, perdóneme. No creo que usted sea un triste viejo. (Se calma con la sonrisa

de MATEO. Pausa.) Señor, yo vine aquí buscando esto. Escuche. Nada. El silencio. No sé explicarle.

Sentía un peso muy grande en el pecho. No era dolor ni angustia. Sólo un peso que iba haciéndose

más fuerte con el paso de los días y sentía que me arrastraba, que me arrastraba entre la gente y sus

costumbres, y los gestos más cotidianos, de pronto, se me hicieron insoportables. Las compañías

que antes frecuentaba, los lugares que amé. De repente todo perdió su sentido. Y decidí dejar

Buenos Aires. Por eso vine aquí, por eso le rogué que me aceptase para el puesto. Hay tardes que

camino hasta los lagos, como una loca, horas y horas. Y cuando estoy allí arriba, y siento cómo el

aire helado entra por mi nariz, por mi boca, de repente todo ese frío me hace sentir de nuevo viva.

Perdone. He hablado demasiado. Ya sé que no le gusta hablar.

MATEO.- Está bien, Nina. Entiendo lo que quiere decirme.

NINA.- ¡El café! Se habrá quedado frío. Si quiere yo /

MATEO.- No importa. Acérqueme la taza, por favor.

NINA.-Debería usted volver al médico. Algo se podrá hacer.

MATEO.- Qué más da.

NINA.- No diga eso.

MATEO.- No se preocupe por mis ojos. Pero antes de irse/

NINA.- Dígame.

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MATEO.- Quería pedirle un favor, si no tiene usted prisa.

NINA.- No, por supuesto que no. Dígame.

MATEO.- (Le acerca el libro.) Tenga. ¿Lo conoce?

NINA.- No. (Susurra el título.)

MATEO.- Entonces quédeselo. Le gustará leerlo ahora que llega el invierno y hay menos horas de sol

para caminar. Quería tan sólo que me leyese un fragmento en voz alta.

NINA.- ¿Qué yo le?/

MATEO.- Si no le importa…

NINA.- No, claro que no. ¿Pero qué?

MATEO.- Por favor, aquí. Sólo el primer párrafo de esta página (Le entrega el libro y cierra los

ojos.)

NINA.- “¿Has de perecer entonces, y sin mí?¡Ah, muerte solitaria para vida solitaria! ¡Ah, ahora

siento mi supremo dolor! ¡Ah, ah, desde vuestros más lejanos confines, venid ahora a verteros,

osadas olas de toda mi vida pasada, y amontonaos en esta gran oleada reunida de mi muerte! Hacia

ti remo, invencible ballena; al fin lucho contigo; desde el corazón del infierno te hiero; por odio te

escupo mi último aliento.” No entiendo, no sé qué estoy leyendo, perdone /

MATEO.- Siga, no se preocupe. Un poco más despacio, por favor.

NINA.- “¡Húndanse todos los ataúdes y todos los coches fúnebres en un charco común! Y puesto que

ninguno ha de ser para mí, ¡vaya yo a remolque en trozos, sin dejar de perseguirte, aunque atado a

ti, ballena maldita! ¡Así entrego la lanza! (Detrás de NINA aparecen las siluetas de ROSA y de

MATTHÄUS.) Se disparó el arpón: la ballena herida voló hacia delante; con velocidad inflamadora, la

estacha corrió por el surco, y se enredó. Ahab se agachó para desenredarla, y lo logró, pero el lazo

al vuelo le dio vuelta al cuello, y sin voz, igual que los silenciosos turcos estrangulan a sus víctimas,

salió disparado de la lancha, antes que los tripulantes supieran que se había ido. Un momento

después, la pesada gaza en el extremo final de la estacha salía volando de la tina vacía, derribaba a

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un remero, e, hiriendo el mar, desaparecía en sus profundidades.”. ¿Hasta aquí?

MATEO.- Sí. Es suficiente. Muchas gracias. ¿Le ha gustado?

NINA.- No he entendido nada.

MATEO.- Lo disfrutará. Es la historia de un viejo capitán que se obsesiona con dar caza a una

ballena blanca que le había arrancado una pierna muchos años antes. La persigue por todos los

confines del mundo. Ése es su sentido.

NINA.- ¿Sentido?

MATEO.- Cree que el sentido de su vida es cazar a ese monstruo. Eso cree.

NINA.- ¿Y la encuentra, consigue cazar al monstruo?

MATEO.- No sea impaciente. Léela y hablemos. Quizá entonces podamos hablar de quién es el

monstruo. No se demore, está anocheciendo.

NINA.- Tenga cuidado, se lo ruego.

MATEO.- Aquí estoy bien, Nina. Nada puede ocurrirme en esta casa.

Con vergüenza, NINA se acerca y le da un beso en la mejilla. Sale. La ventana vuelve a abrirse. Ha

aparecido ROSA.

ROSA.- Es distinta.

MATEO.- ¿Distinta?

ROSA.- A mí.

MATEO.- ¿Qué importa?

ROSA.- No es un reproche. Has tardado demasiado en fijarte en otra mujer.

MATEO.- Tú has sido la única.

ROSA.- Eso es mentira. Hubo otras.

MATEO.- Quise olvidarte.

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ROSA.- ¿Algún día dejaste de pensar en mí?

MATEO.- Nunca.

ROSA.- ¿Cuándo estabas entregado en otros cuerpos?

MATEO.- Sólo eso: otros cuerpos.

ROSA.- ¿Nunca volviste a sentirlo?

MATEO.- No.

ROSA.- Hasta ahora.

MATEO.- No. No es eso.

ROSA.- No tienes por qué mentirme.

MATEO.- Pero no es cierto. Es solamente una buena muchacha.

ROSA.- Tienes miedo.

MATEO.- Soy un viejo. ¿Por qué voy a tener miedo?

ROSA.- Para ella no, para mí no. Ella quiere saber. Ella mira detrás de tus ojos.

MATEO.- Mis ojos.

ROSA.- Tus ojos que ahora se pierden en la niebla.

MATEO.- Un viejo.

ROSA.- Detrás de tus ojos siempre veo a ese muchacho. A ese muchacho dulce y tímido. Y asustado,

como ahora.

MATEO.- Nunca te lo dije.

ROSA.- No lo hagas.

MATEO- Nunca me atreví a decirte que te amaba.

ROSA.- La guerra nos volvió locos.

MATEO.- Pero tú no /

ROSA.- No, nunca. ¿Qué crees que ha venido a buscar?

MATEO.- Ha llegado el momento de marcharnos.

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ROSA.- ¿Estás seguro?

MATEO.- Ella ha venido a entregarme.

ROSA.- ¿Cómo te has dado cuenta?

MATEO.- Lo sabíais. Vosotros.

ROSA.- Sí. Pareces tranquilo.

MATEO.- Descansaremos. Por fin podremos descansar.

ROSA.- ¿Tienes miedo?

MATEO.- No. Por fin no.

ROSA.- ¿Quieres que te lea un poco más?

Penumbra y….

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Salónica

MATTHÄUS comprueba cédulas, pasaportes. NINA ha entrado en un cuarto. Está lleno de libros,

figuras y decenas de pequeños objetos que parecen estar colocados siguiendo un patrón

inescrutable pero exacto. Con el mismo cuidado con el que MATTHÄUS clasifica los documentos.

NINA ha dejado la puerta abierta y cada poco, mientras limpia, se asegura de que no viene nadie.

Separa con cuidado algunos libros que parecen marcados. Coge uno del que cae una fotografía en

blanco y negro de una mujer. La guarda. Pasa las páginas y…

NINA.- (Lee en voz alta, a una grabadora) Párrafo subrayado. “Entre tanto; el veloz Aquiles

perseguía y estrechaba sin cesar a Héctor. Como en sueños ni el que persigue puede alcanzar al

perseguido, ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles con sus pies podía dar alcance a

Héctor, ni Héctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor se hubiera librado entonces de las Parcas de

la muerte que le estaba destinada”. En el margen hay unas palabras escritas en alemán: “así yo, así

yo siempre”.

MATTHÄUS.- (Al teléfono.) Por supuesto que es provisional la cifra. Es imposible que pueda darle

una cifra exacta. No puede pedírmela. Intento hacer una estimación de los que mueren, por

supuesto, pero debe entender que no es matemático, que no existe un cálculo que me permita

anticipar con qué frecuencia mueren. Perdóneme, capitán Wisleceny; por supuesto, mi capitán.

Salen 2.800. Mañana 15 de marzo de 1943, nueve vagones, cinco días hasta llegar a Birkenau. No

habrá ningún problema. No tiene por qué haber problemas. Yo soy el que está orgulloso de servir a

Alemania.

NINA.- (Ha salido unos segundos, regresa y marca en el teléfono) Soy yo. Desde la casa, sí.

Escúchame. Sé lo que hago. No va a haber ningún problema. Salió a pasear. El viejo se pasa horas

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dando vueltas por el bosque. No lo sé. Ayer no pude llamar. Ya sé que te preocupas. ¿Qué hora es

allí? Todavía no he encontrado nada. Libros, sólo libros. Los tiene anotados, subrayados. Pero nada

que lo comprometa definitivamente. Por supuesto que es él. Hay más cosas. Discos de pizarra de

Salónica. Algunas postales viejas, sin cursar. Han pasado muchos años pero por supuesto que es él.

Estoy segura. Ni siquiera se ha cambiado el nombre. Mateo, Matthäus Brunner. No, no voy a

fallarte. Por supuesto que no. Hasta el último centavo de dólar será para nosotros. Por supuesto. Por

fin se hará justicia. Pero nada, aún nada. El cabrón del viejo no suelta prenda. Se está relajando,

habla un poco más. Pero ni una sola referencia. Ni familia ni amigos ni de cómo llego hasta aquí.

Necesito tiempo. Sí, dos o tres veces por semana. No, no, no baja a la ciudad. No. No va a

descubrirme, no es la primera vez que hago esto. ¿Por qué insistes? Ha salido. Ya te lo he dicho: al

bosque. ¿Y yo qué sé que hace en el bosque? Pasear. Este sitio es bonito. No, no seas estúpido. No,

no he visto ningún arma. Sí, llevo la mía conmigo. ¿Que cómo estoy? Te echo de menos. ¿Y tú?

MATTHÄUS.- (Sigue al teléfono.) Claro que sé lo importante que es, capitán ¿Cuándo le he fallado?

Sí, por supuesto que satisfecho. Sí, un gran hombre, un gran varón. Venciendo, dominando,

exterminando. Sí, un orgullo. Todos los pasaportes. Uno a uno. Al rabino hay que dejarlo fuera.

Harán falta hombres para llevarlos hasta los trenes. Buscaré entre los griegos. Están desesperados,

seguro que algunos querrán hacerlo. Sí, se ha quedado una buena noche. Puede que este clima le

ayude con su lumbago. Ya se han marchado. Solo. Sí, yo solo. No, tengo que terminar de revisar las

cédulas. Sí, capitán; claro, capitán. (Sale.)

NINA ha estado pasando las hojas de un álbum de discos de gramófono. Escoge un disco que

parece marcado. Mira la puerta, se asegura. Lo coloca en el gramófono. Mueve la aguja. Cuando

lo hace es ROSA la que empieza a cantar sobre el pequeño escenario del salón del hotel.

ROSA.- “Her yer karanlık pür nur o mevki

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mağrip mi yoksa makber mi ya rab

ya habgah-ı dilber mi ya rab

rüya değil bu, ayniyle vaki

kabri çiçekten bir türbe olmuş

dönmüş o türbe bir haclegahe

bir haclegahe dönmüşse türben

aç koynunu aç maşukanım ben.".

MATEO.- (Que ha entrado en algún momento. Mueve la aguja del gramófono.) ¿Qué está haciendo?

NINA.- Lo siento. (Se lleva la mano al bolsillo.)

MATEO.- Salga de aquí, inmediatamente.

NINA.- Perdone, sólo estaba /

MATEO.- Salga de este cuarto.

NINA.- Usted no me dijo /

MATEO.-Le prohibí expresamente que entrara aquí. Lleva dos meses en esta casa y sabe

perfectamente cuáles son las reglas. Recoja sus cosas y márchese. Le haré llegar el dinero que crea

oportuno.

NINA.- No he querido molestarle. Vi la puerta entreabierta, que estaba desordenado, y me olvidé de

que/

MATEO.- No está desordenado. ¿Sabe cuántas veces puede escucharse ese disco antes de que quede

inservible? ¿Sabe que cada vez que el disco suena la aguja lo va arañando hasta destruirlo?

NINA.- (Llorando.) No quise estropearlo.

MATEO.- No ha entendido nada.

NINA.- ¿Cómo puedo arreglarlo?

MATEO.- ¿Arreglarlo?

NINA.- ¿Qué puedo hacer?

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MATEO.- No tiene que hacer nada más. Salga de mi casa. Por favor, no llore. Sencillamente me

equivoqué con usted. Tome, aquí tiene algo de dinero, es todo lo que puedo darle ahora. Si necesita

referencias también se las haré llegar. Nadie tiene por qué saber que la he despedido.

NINA.- Se lo ruego.

MATEO.- Salga. No me obligue a/

NINA.- Necesito el dinero.

MATEO.- Con lo que le he dado podrá arreglarse un tiempo. Mientras tanto, busque otro trabajo.

NINA.- Perdóneme.

MATEO.- No insista.

NINA.- Perdonarme. Por un error. Por un solo error en todo este tiempo.

MATEO.- Usted ha incumplido el trato.

NINA.- Me he acostumbrado.

MATEO.- ¿Cómo?

NINA.- A usted. Me he acostumbrado a observarle, cuando pasea por el jardín o cuando se queda

dormido con un libro en las manos. Me gusta mirarle sentado en el salón, sin decir nada, durante

horas. Me gusta el silencio de esta casa. Allí abajo, en la ciudad, todos tienen algo que decir y todos

creen que pueden hacerlo en cualquier momento; se acercan, te miran y te llenan los oídos de

palabras y palabras hasta que no dicen nada y entonces yo pienso en el silencio de esta casa y en

cómo usted sólo se dirige a mí cuando cree que tiene algo realmente importante que decirme.

MATEO.- No siga hablando.

NINA.- Mateo.

MATEO.- Deje de llorar. Es insoportable. (Silencio.) No vuelva a entrar aquí.

NINA.- ¿Me perdona entonces?

MATEO.- Sólo por esta vez.

NINA.- No habrá próxima vez.

27
MATEO.- Nina.

NINA.- Dígame.

MATEO.- ¿Leyó usted el libro?

NINA.- ¿Qué libro?

MATEO.- El que le presté.

NINA.- Ah, disculpe, el de la ballena.

MATEO.- Ya veo que no. Por favor, cierre la puerta cuando salga.

Sale NINA. MATEO retira el disco del gramófono. Acaricia la pizarra con los dedos. Despacio, lo

vuelve a colocar en el gramófono y mueve la aguja. ROSA vuelve a cantar. Ésta vez la canción no

suena con la nitidez de la primera y el paso de la aguja sobre el surco es más fuerte y sucio; el

gramófono deja escapar ahora el ruido de las botas de los militares, arengas, edificios que se

desploman, golpes secos en la tierra, gritos. MATEO retira de golpe la aguja y MATTHÄUS tumbado

junto a ROSA, con un libro de alemán para niños.

MATTHÄUS.- Yo estoy en la casa.

ROSA.- Yo estoy en la casa.

MATTHÄUS.- Yo no tengo hijos.

ROSA.- Yo no tengo hijos.

MATTHÄUS.- La casa es grande.

ROSA.- La casa es grande.

MATTHÄUS.- Mi madre y mi padre no están en la casa.

ROSA.- Mi madre y mi padre no están en la casa.

MATTHÄUS.- Alemania es nuestra nación. (Silencio.) Alemania es nuestra nación. (Silencio. ROSA

lo besa.) ¿Por qué no repites? Alemania es nuestra nación. (ROSA lo vuelve a besar.) ¿Por qué te

28
ríes? ¿Qué te crees que hacemos aquí? Piensas que es fácil, piensas que es fácil porque no tienes ni

idea, porque no puedes imaginar el enorme sacrificio que supone nuestra empresa. Por el bien de

Alemania y del mundo. (Suena un teléfono.) Muy pronto el mundo nos dará la razón, es cuestión de

tiempo, ya lo verás. Cuántas veces los siglos venideros verán representar nuestra heroica empresa

en lenguas y país por nacer. No sé si es así exactamente. Creo recordar que sí, que lo dijo así.

Nuestra juventud se mantiene de pie. Una juventud que no sabe de clases ni de castas. Dispuesta al

sacrificio. Alemania será porque nosotros, los jóvenes, seremos. Nos tornaremos obedientes, duros

como la piedra, y llegará el imperio, y llegará la paz. (El teléfono vuelve a sonar, con más

insistencia.) Y cuando nuestros mayores lloren la bandera desde la nada nosotros la sostendremos

en nuestro puño. Era así. (Ella vuelve a besarlo.) Repite: Alemania es nuestra nación...

ROSA.- (Mientras él la desnuda suena de nuevo la melodía de Makber) En otro tiempo, cantaba en

este salón con una orquesta. Un armenio gordo con un laúd y un turco que tocaba el violín como

ningún otro en los Balcanes. Y yo, con el pelo cortado a la moda de París, y un vestido que mi

madre me había cosido a escondidas, lleno de lentejuelas y de ribetes dorados. La gran guerra había

terminado y creíamos esta tierra saciada de sangre. Tocábamos de todo: lo que llegaba de París, las

canciones de los griegos, de los búlgaros, marchas, polkas...

MATTHÄUS.- Habla mi idioma. Puedes hablar mi idioma. (Se tumba sobre ella.)

ROSA.- Fuimos estúpidos. Porque es la guerra quien ha parido estas tierras y estos mares, ella les ha

dado forma, ha cosido y descosido sus fronteras, ella nos trajo aquí hace mucho tiempo y ahora ella

nos arranca de aquí. Ella me ha criado, ella me ha enseñado a caminar y a hablar y a ganarme el pan

entre los brazos de los soldados. No sé cuándo empezó. Hace un par de años, quizá más.

MATTHÄUS.- ¿Por qué insistes? ¿quieres enfadarme? ¿Te gusta enfadarme? ¿Te gusta hablar tu

idioma mientras te follo?

ROSA.- Ya nadie quería acudir a escuchar a las orquestas de judíos. Los franceses se fueron

marchando y los griegos preferían ir a sus locales. Algunos venían para insultarme, me escupían

29
después de cada canción. Así que tuve que hacerlo. Dejar la orquesta y acostarme con los hombres.

Porque hay que quitar vida de algún sitio para ponerla en otro. Porque los hombres nacen y mueren

y ésta es la ley que nos ha tocado. Yo sigo viva y debo pagar por eso. Y también tú pagarás. Te lo

prometo.

Él se vacía en ella, termina y se queda a su lado, resoplando, feliz.

30
6

Un partido de hockey

MATEO termina de vestirse. Entra NINA en la habitación con un montón de camisas planchadas.

NINA.- Perdone.

MATEO.- No se preocupe, puede pasar.

NINA.- Pensé que estaría fuera.

MATEO.- No se preocupe. Siga con su trabajo.

NINA.- ¿Cuál se va a poner?

MATEO.- Deje, cualquiera.

NINA.- La roja. Ésta. Con ese pantalón le sentará bien (Pausa.) ¿Qué le ha pasado?

MATEO.- ¿Qué?

NINA.- En el hombro, la cicatriz.

MATEO.- (Se pone la camisa, molesto.) Fue hace muchos años, jugando al hockey.

NINA.- Nunca lo hubiera creído.

MATEO.- ¿El qué?

NINA. No parece usted una persona a la que/

MATEO.- No siempre fui viejo, Nina.

NINA.- Que jugara al hockey, que jugara, en general.

MATEO.- Los hombres cambian. Se lo aseguro. (Silencio.)

NINA.- ¿Y cómo se hizo eso? ¿En un partido?

MATEO.- Sí, estábamos jugando... hace tantos años... estábamos jugando al hockey a las afueras, en

una explanada de hierba, hacía bastante calor para ser primavera, de repente, por un segundo, el

cielo se nubló; yo me quedé atontado viendo esa enorme bandada de estorninos, creo, sí, eran

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estorninos sobrevolaban enloquecidos por encima de nuestras cabezas, habían tapado el sol, se

habían llevado la luz, ¿cuántos serían, cuántos centenares serían? Parecían querer arrasarlo todo. Me

olvidé del juego, me olvidé completamente del juego. Y de repente sentí el golpe en el hombro.

Seco. Rápido. Y la sangre. Me quité la camisa, vi la herida, vi cómo la sangre se convertía en vaho

por el frío del inverno.

NINA.- ¿Entonces era en primavera o en invierno?

MATEO.-Los pájaros habían desaparecido pero la oscuridad seguía ahí. Vi a mis compañeros, me

preguntaban, me hablaban, no les entendía. Todo pasó tan de repente, no me dio tiempo a pensar, no

pude hacer otra cosa más que quedarme de pie, viendo la sangre... un compañero se me acercó, me

levantó del suelo, me susurró algo.

NINA.- ¿Dónde fue?

MATEO.- ¿Ha terminado su trabajo?

NINA ¿Sale de nuevo al bosque?

MATEO.- Sí. (Pausa.) ¿Qué se ha hecho en el pelo?

NINA.- Me lo he recogido.

MATEO.- Le sienta bien.

NINA.- ¿No baja a la ciudad? Hay una feria. Llegaron ayer por la noche. Están montando una noria,

autos de choque, puestos de manzanas con caramelo. Si quiere, puedo acompañarle.

MATEO.- No me interesa. Salga.

NINA.- No quería molestarle.

MATEO.- No lo ha hecho.

NINA.- Sencillamente, usted...

MATEO.- ¿Qué quiere decirme, Nina?

NINA.- Está solo, aquí, en esta casa.

MATEO.- Le ruego que me disculpe. Quiero pasear antes de que anochezca y usted debe regresar a

32
la ciudad.

NINA.- Perdóneme. Pero no puede ser bueno que un hombre pase tanto tiempo solo.

MATEO.- No se preocupe por mí.

NINA.- ¿Cómo no voy a hacerlo?

MATEO.- No insista.

NINA.- ¿Por qué ha decidido estar solo?

MATEO.- Lo he estado durante muchísimos años, quizá más de los que tiene usted.

NINA.- ¿Su familia? No tiene retratos, fotografías.

MATEO.- No tengo familia. Están todos en Europa. Ya le dije que nací en Alemania.

NINA.- No me lo dijo.

MATEO.- El acento.

NINA.- Sí, claro.

MATEO.- Nina, yo también decidí apartarme de todo. Y olvidar. Usted debe entender eso. No insista

en preguntarme. No hay nadie. Estoy solo.

NINA.- Yo sólo quería... hace tres meses que vengo a esta casa dos días por semana y desde

entonces no ha bajado usted ni una sola vez a la ciudad. No recibe visitas, no ha sonado nunca el

teléfono. A todos nos hace falta la compañía, ¿verdad? A todos nos hace falta, aunque sea una sola

vez por día, hablar con otra persona, cruzar unas palabras, aunque sean rutinarias, para recordarle a

nuestra cabeza que no estamos solos, que no tenemos por qué estar solos si no queremos, que

podemos olvidarnos un poco de nosotros, en los otros, me está entendiendo, que podemos descansar

un poco de nuestros pesares, y por eso los hombres y la mujeres ríen y beben juntos, por eso los

hombres y las mujeres insisten en buscarse, aunque eso luego tenga un precio.

MATEO. ¿Y usted?

NINA.- ¿Yo?

MATEO.- ¿Qué precio está pagando?

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NINA.- Hay un hombre. Dice que me quiere, dice que aún me quiere. Alguna vez hablamos por

teléfono. Pero siempre hay algo más importante que yo. Dice que se preocupa, sí, dice que se

preocupa por mí.

MATEO.- ¿Por qué se preocupa? ¿Qué puede pasarle aquí?

NINA.- Quiero olvidarlo. Por eso vine aquí. Por eso vine a esta ciudad en el fin del mundo. Para

olvidarlo.

MATEO.- Pero no sirve de nada.

NINA.- No.

MATEO.- Da igual donde estés. No puedes huir de ti mismo. Pero el tiempo ayuda.

NINA.- ¿Usted cree? ¿Puede algo tan doloroso desaparecer en el tiempo?

Silencio.

MATEO.- Se me hace tarde, tengo que salir. Cuando anochece, los zorzales dejan de cantar y ya no

merece la pena el paseo. Ahora que ha llegado el invierno cantan más tiempo, en la tierra, en los

árboles, como enfebrecidos. Hay un instante preciso cuando está a punto de anochecer, y la luz se

filtra ya gastada por las copas de los árboles, que el bosque se queda en silencio. Completamente

mudo. ¿Se ha fijado?

NINA.- Sí.

MATEO.- Como si en este rincón del mundo fuese aún posible el silencio. Y de repente, en esa

quietud, los zorzales vuelven a cantar. Desde todos los rincones, como desesperados porque termina

el día y olvidan que detrás de la noche siempre llega otro día. Siento compasión por ellos y quisiera

acompañarlos. Se está haciendo tarde, no quisiera perdérmelo.

NINA.- Déjeme acompañarlo. Sólo una vez. Si quiere, no hablaremos, pasearemos juntos.

MATEO.- No insista. Escuche. Si no tiene ningún problema, puede quedarse aquí los meses de

34
invierno. La casa es lo suficientemente grande para que no nos molestemos el uno al otro. Si no le

parece mal, traiga sus cosas. Se ahorrará el dinero del alquiler y yo me quedaré más tranquilo. No

quiero que le ocurra nada cuando la nieva haga difícil llegar hasta aquí. ¿Qué le parece?

NINA.- (Le abraza.) No sabe cuánto se lo agradezco. (Espera unos segundos, se acerca a una

ventana y comprueba que ha salido. Busca el teléfono. ) Estoy cerca, muy cerca. No me pongas más

nerviosa. Ya sé que se me ha agotado el tiempo. Me ha dicho que es alemán. Sí. Y que me venga a

vivir a la casa. No estoy loca. Escúchame. Déjame hablar. No, no sospecha nada. Claro que no me

equivoco. Déjame hablar, por favor. No vamos a perder ese dinero. Diles que me den unos días más.

Sólo un par de semanas. Me ha dicho que me quede en su casa. ¿Estás loco? No, no he perdido la

cabeza. Lo sentaré en los tribunales, te lo prometo. No, no cuelgues. No me has dicho nada. De

nosotros. De acuerdo, ya hablamos en otro momento. Sí, me cuido. Sí. Sí. Espera.

Cuelga. Por unos segundos, es incapaz de moverse del teléfono. No muy lejos, en el bosque, MATEO

pasea entre las lengas despojadas por el invierno, algunas torcidas por el viento. La luz del

anochecer proyecta inmensas sombras sobre las laderas nevadas. MATEO camina penosamente

mientras susurra palabras en su idioma, frases arrancadas del olvido. Sentada en la cama de

MATEO, NINA lee Moby Dick.

35
7

MAKBER

MATTHÄUS.- (Entra con un fardo en las manos.) Puedes salir. (Silencio.) Sal te digo. (Silencio.) ¿Por

qué no contestas? (Entra y sale llevando a ROSA del brazo.) Di, ¿por qué no contestabas? Toma.

Esto es para ti. Es todo lo que podido conseguir. Escúchame, ahora. Es importante que me

entiendas. Es muy importante que lo entiendas. Esta noche irás al Vardar, allí te estarán esperando

dos hombres. Te preguntarán, tendrás que decirles tu nombre. Sólo tu nombre. ¿Lo has entendido?

¿Qué les dirás? (Silencio.) Hice que te lo escribieran. (Le entrega un papel.) Si te descubren, yo seré

el primero en pegarte un tiro en la boca. Irás al Vardar, verás dos hombres, les dirás tu nombre.

¿Qué les dirás?

ROSA.- Rosa. Les diré que me llamo Rosa.

MATTHÄUS.- Eso es. Te montas en el camión sin abrir la boca. Te llevarán a Atenas, con los

italianos. Cuando el camión se pare, bajarás e irás a esta otra dirección. Allí sólo tienes que

enseñarles esta cédula. Hablan tu lengua, diles que eres de España. El cónsul te ayudará. Está

escrito, está todo escrito en ese papel. Es importante que les digas que eres española. Te sacarán de

Grecia. (Espera que ROSA termine de leer.) Seré el primero en dispararte si te descubren. Márchate.

Ahora. (No se mueve.) ¿Es que no lo entiendes? Dame ese papel, ¿qué pone en ese maldito papel?

ROSA lo abraza. Él la aparta y la tira al suelo.

ROSA.- Todavía no, todavía no puedo marcharme.

MATTHÄUS.- Tienes que largarte. Ya no puedo esconderte más aquí. No sabes lo que está ocurriendo

ahí fuera. No puedes imaginarlo. Lárgate ahora, te digo. Desaparece.

ROSA.- No voy a hacerlo. No voy a irme a ningún lado. Adonai ha cerrado los ojos y nos ha dado la

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espalda para que las bestias conviertan esta ciudad en sangre y ceniza; y yo no pensaba encontrarte,

yo no creí nunca que podría sentir esto por uno de vosotros. Por eso ahora tengo que traicionarte o

traicionar a los míos.

MATTHÄUS.- Márchate de aquí, por favor.

ROSA.- Matthäus.

MATTHÄUS.- ¿Estás sorda? Vete, vete si quieres salvarte.

No se mueve. No se mueven. Las ventanas y puertas de la casa se abren de golpe. Los techos,

desvencijados por el peso de la nieve, parecen vencerse. MATEO espera en la penumbra. Llega

NINA.

NINA.- Quería verme.

MATEO.- Pase. Hay algo que quería preguntarle.

NINA.- (Nerviosa, no se mueve del umbral.) Lo que quiera.

MATEO.- ¿No va a sentarse?

NINA.- Sí, por supuesto. (Lo hace.)

MATEO.- Hace muchos días que me ronda por la cabeza pero hasta ahora no me he atrevido a hablar

con usted (Pausa.) ¿Se encuentra bien?

NINA.- Si. ¿Por qué lo pregunta?

MATEO.- Tuve la impresión /

NINA.- Es el cansancio. Y estos días sin luz.

MATEO.- En cualquier caso no la entretendré mucho. Sólo quiero hacerle una pregunta pero antes

déjeme contarle algo. ¿Se acuerda del disco de gramófono que puso usted hace unas semanas?

NINA.- Sí.

MATEO.- Recordará entonces que le grité.

37
NINA.- Sí.

MATEO.- Si lo hice es porque ese disco es el recuerdo de algo que ya no existe, de una ciudad que

ya no existe. Hace tantos años, en el otro extremo del mundo.

NINA.- ¿Qué ciudad?

MATEO.- Salónica. ¿No es dulce ese nombre?

NINA.- Supongo. ¿Qué hacía usted allí?

MATEO.- Déjeme que le cuente de qué habla esa canción: Makber. Los turcos enviaron a un

embajador llamado Tarhan a Bombay. Cuando regresaba, acompañado de su mujer, llamada Fátima,

ésta enfermó y murió en Beirut. Tarhan no podía regresar a Bombay ni intentar el viaje hasta

Estambul con el cadáver de su mujer así que decidió enterrarla allí mismo y sembrar la tumba de

rosales. Eso significa “Makber”, una tumba.

NINA.- ¿Por qué me cuenta todo esto?

MATEO.- Pensé que sentía curiosidad por ese disco, que sentía curiosidad por mi pasado. Usted

quiere saber quién soy, ¿verdad? Fui militar. (Pausa breve.) De repente parece usted pálida.

NINA.- Ya le he dicho que estoy agotada. (Se ha levantado, en el umbral.)

MATEO.- Entonces le haré la pregunta y podrá marcharse.

NINA.- Ya le he dicho que puede hacerla. (Retrocede hasta la puerta.) ¿Qué le ocurre, Mateo?

MATEO.- Nina, ¿cree que basta toda la voluntad de un solo hombre para conseguir un átomo de

salvación?

NINA.- ¿Qué?

MATEO.- ¿Cree usted en la salvación?

NINA.- ¿Me está preguntando si creo en Dios?

MATEO.- Quizá, en cierto modo /

NINA.- Sí.

MATEO.- ¿En qué Dios?

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NINA.- No le entiendo.

MATEO.- (Se ha acercado a ella.) ¿En qué Dios cree usted? Eso le pregunto. ¿De qué sirve rezar

ante la iniquidad del hombre? ¿Por qué nos permitió hacerlo? ¿Por qué nos puso esa prueba?

Conteste. ¿Quién podía salir intacto? (Le ha cogido del brazo.) ¿Se acuerda del capitán y de la

ballena? ¿Lo ha leído? ¿Ya sabe cómo termina? El capitán se hunde con el animal porque el

monstruo estaba en sus entrañas, dentro de él. Él había creado al monstruo. Sólo con su muerte

podía aniquilarlo.

NINA.- No sé de qué me habla. Suélteme.

MATEO.- ¿Por qué quiere saber de mí?

NINA.- No me encuentro bien, le ruego que me deje marchar.

MATEO.- (Se desploma en el sillón.) Perdóneme.

NINA.- ¿Qué le ocurre?

MATEO.- ¿Qué es lo que va a ganar?

NINA.- No sé de qué me habla.

MATEO.- Ya no es necesario.

NINA.- ¿Qué?

MATEO.- Seguir fingiendo. Ya no es necesario.

NINA duda durante unos segundos, luego sale corriendo. Tras unos segundos sale MATEO.

39
8

Ernest

Inmediatamente entra MATTHÄUS arrastrando a ROSA de un brazo. La golpea la tira al suelo; él,

MATTHÄUS, llora; afuera, en el invierno austral, los zorzales arañan la corteza y la tierra.

MATTHÄUS.- ¿Desde cuándo? (Un golpe.) ¿Desde cuándo lo estás haciendo? (Otro golpe. Silencio.)

¿Desde el principio? ¿Quiénes? ¿Habla? ¿Quiénes te han enviado? (Otro golpe.) ¿Quién eres? Tu

nombre, ahora, ¡habla!

ROSA.- Rosa. No te he mentido. Ese es mi nombre.

MATTHÄUS.- ¡Mentira! (Otro golpe.)

ROSA.- Rosa.

MATTHÄUS.- Mientes. (Otro golpe.) Alguien está pasando información, decían, uno de nosotros les

está pasando información. Saben los horarios, saben el número. ¿Cómo pueden saberlo? De noche

llenas las vías de chatarras, de troncos; las vías por las que tiene que pasar un tren que nadie sabe

que va a pasar por esa vía. ¿Cómo pueden saberlo? Hay que estar atentos, decían. Alguien desde

dentro está pasando información. ¿Desde cuándo lo estás haciendo?

ROSA.- Matthäus, déjame explicarte, te lo suplico.

Regresa MATEO, vestido elegantemente, con un uniforme doblado. Se sienta. Se coloca el uniforme

en el regazo, también una pistola. MATEO sigue en todo momento las acciones de MATTHÄUS. Quizá

en algún momento musite alguna de las frases que éste va a decir, tantas y tantas veces repetidas

todos esos años. Quizá en algún momento acaricie las páginas macilentas del pasaporte de

MATTHÄUS. Quizá en algún momento intente detener la escena, ésta que sigue

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MATTHÄUS.- Y yo, yo.../

ROSA.- Matthäus

MATTHÄUS.- Ahora tengo que hacerlo.

MATEO.- No, no lo hagas.

MATTHÄUS.- Para eso te dejaron aquí. Por eso no querías irte. (Le apunta con la pistola.) ¿Cómo lo

has hecho?

ROSA.- Eso fue al principio. Te juro que eso fue al principio.

MATTHÄUS.- ¿Quién más sabe que estás aquí? ¿Quién más sabe que te he tenido aquí escondida y

yo...?

MATEO.- Te enamoraste. Eso me dijiste. Te enamoraste por primera vez en la vida. De una judía, de

una cabaretera a la que escondías. Eso me dijiste. Una noche bebiendo aguardiente en Salónica.

Llorabas, sólo llorabas, como lo hacen los borrachos, de corazón. Te enamoraste como el hombre

que habías empezado a ser: lleno de desesperación y de esperanza. Tanto sacrificio por tu país,

tanta sangre por tu país. Pero tu corazón estaba intacto. Eso me contabas porque yo era tu amigo,

porque habíamos crecido juntos y una vez, jugando al hockey, me levantaste del suelo. Borracho me

lo decías en esa cantina de Salónica: “Es necesario destruirlos para salvarlos pero mi corazón está

intacto porque sigo amando.”

ROSA.- ¿Estaba intacto?

MATTHÄUS.- ¿Quién te instruyó? ¿Quiénes son tus contactos? Responde. Tengo que hacerlo, tengo

que hacerlo igual. ¿Quién te enseñó alemán?

MATEO.- La casa es inmensa. Las habitaciones están vacías.

ROSA.- Lo aprendí aquí, en el hotel. En la primera guerra, llegaban muchos soldados, marineros.

Hay que contentarlos. Hay que decirles a los hombres lo que quieren oír. Hay que quitarles la

tristeza entre las sábanas. Sí, ya sabía alemán. Déjame que/

MATTHÄUS.- ¿Por eso te eligieron?

41
ROSA.- Y porque no tengo hijos./

MATTHÄUS.- ¿Qué?

ROSA.- Nadie me va a necesitar cuando desaparezca. Por eso me ofrecí.

MATTHÄUS.- ¿A quiénes?

MATEO.- No lograste que confesara.

MATTHÄUS.- ¿A quiénes? ¿Quiénes te mandan? Di sus nombres. Ahora.

MATEO.- Nunca te lo dijo. Pero no le preguntaste lo que realmente necesitabas saber. Tú querías

saber si realmente te había amado.

MATTHÄUS.- Tengo que hacerlo. Diré que regresé, esta noche regresé les diré, que había olvidado

unos papeles; sí, regresé, te vi rebuscando en los papeles, una figura, no supe distinguir, alguien

que no tenía que estar y disparé. Luego sabrán que fuiste tú, que eras tú la que entregaba la

información. Pero ya no podrás hablar, ya no podrás hablar. Quizá me condecoren.

MATEO.- No le preguntaste. Ella quiso decírtelo.

MATTHÄUS.- Ya no podrás hablar. ¿Por qué?

ROSA .- Déjame explicarte, Matthäus. Es cierto que al principio yo /

MATEO.- Eso me contó después, en el puerto. Quiso decirte que te amaba. Que podía haberse

marchado mucho antes pero que se quedó por ti.

MATTHÄUS.- Te lo dije, seré el primero en dispararte.

MATEO.- No te atreviste a preguntárselo. A ella no le dio tiempo. Ibas a disparar. Lleno de amor,

ibas a disparar. Pero entré yo. Quería avisarte de que te seguían, que sospechaban de ti. Entré yo.

¿Qué haces?

MATTHÄUS.- ¿Qué?

MATEO.- ¿Qué ocurre?

MATTHÄUS.- Ella/

MATEO.- Deja la pistola.

42
MATTHÄUS.- Ella/

MATEO.- Ibas a disparar. Pero entré yo. ¿Qué haces? ¿Por qué la apuntas?

MATTHÄUS.- Esta puta me ha estado engañando, Ernest. Ha estado pasando la información de los

trenes/

MATEO.- Ibas a disparar. Lleno de amor y de rabia ibas a matarla. Me abalancé sobre ti, me

disparaste. ¿Qué has hecho?

MATTHÄUS.- ¿Qué has hecho? ¿Estás loco?

MATEO.- Sentí el frío en el hombro y luego la sangre. Te vi apuntarme de nuevo. Así que tuve que

hacerlo. Disparé. Un acto reflejo. Te disparé. Me miraste asustado con la bala dentro del pecho. Te

arrodillaste. Me acerqué a ti. Ella se acercó a ti. La escupiste. Me abrazaste. Me dijiste algo al oído.

Y ahí terminó.

MATTHÄUS.- Que la quería. Que te quería.

ROSA.- ¿Por qué no me lo dijiste?

MATEO.-Nunca dejó de hacerlo.

ROSA.- Yo tampoco, nunca. Hasta el último de mis días.

MATEO.- Jamás pensaste en mí.

ROSA.- No. No en ese sentido. Ni un solo segundo pude olvidar su imagen. De rodillas en el suelo,

asustado, como un niño. Con la camisa llena de sangre. Me acerqué, te besé en la boca.

MATTHÄUS.- No lo recuerdo.

MATEO.- Ya no estabas. Pero seguías con los ojos abiertos. Ella se acercó y te besó.

ROSA.- Nunca pude quitarme esa amargura de la boca.

MATEO.- No tenemos tiempo. Hay que deshacerse de él.

ROSA.- ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué me has salvado?

MATEO.- Tampoco respondí a esa pregunta. No me atreví. Era idiota decirte que yo también estaba

enamorado de ti, que me había enamorado de ti escuchando hablar a mi amigo. ¿Lo imaginaste?

43
ROSA.- ¿Qué?

MATEO.- Cuando te dejé en el puerto, cuando desapareciste para siempre.

ROSA.- ¿Crees que me importaba, que en esos momentos me importaba qué sentías tú?

MATEO- No.

ROSA.- ¿Qué me importaba entonces nada del mundo? Sólo pensaba en el ruido que hizo su cuerpo

al caer al agua.

MATEO.- Ni lo imaginaste. Que te había amado en las palabras de mi amigo, en las lágrimas de mi

amigo. Que te había amado como un idiota, desde la primera vez que él me dijo tu nombre. “Ernest,

si la conocieras, si pudieras estar con ella, olerla, oírla respirar, te olvidarías de esta guerra de

mierda”. Y sonreías. No podía permitir que todo se pudriese. Si tú te salvabas algo de nosotros se

salvaría.

ROSA.- ¿Nosotros?

MATTHÄUS.- Nosotros.

ROSA.- ¿Me dijiste tu nombre?

MATEO.- Sí. Te dije: “No te asustes, soy Ernest, él me ha hablado de ti”. Pero sólo repetías el

nombre de mi amigo. Matthäus.

MATTHÄUS.- ¿Cómo lograste escapar, Ernest?

ROSA.- Cargaste con su cuerpo. Anduvimos unos metros, hasta el puerto. ¿Por qué lo hicimos?

MATEO.- ¿Quién iba a salir intacto? ¿Cómo salir intacto? ¿Crees en Dios?

MATTHÄUS.- Nunca encontraron mi cuerpo. Pensaron que desertamos los dos, Ernest. Que tú y yo

nos habíamos marchado para siempre.

MATEO.- Y te buscaron. Hasta ahora. Te buscaron por administrar los trenes con los prisioneros.

ROSA.- ¿Por qué lo hicimos?

MATTHÄUS.- Administrar.

MATEO.- Te llevé hasta el camión, te vi desaparecer en la distancia, con los ojos cerrados. ¿Qué fue

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de ti?

ROSA.- Nunca terminó. Esa amargura en la boca. Llegué a Atenas. Pude escapar. Pero nunca

terminó. Ni siquiera te di las gracias.

MATEO.- Creí verte, en Beirut. Muchos años después.

ROSA.- Nunca ocurrió, nunca nos cruzamos. ¿Y ella?

MATEO.- Ha llamado.

MATTHÄUS.- Después de tantos años.

ROSA.- ¿No se lo vas a preguntar?

MATEO.- Ya es tarde.

ROSA.- ¿Qué?

MATEO.- Está terminando. Ya les ha avisado.

MATTHÄUS.- Pero pudiste sentirlo otra vez.

MATEO.- No.

ROSA.- No seas idiota. Está bien. Una última vez. Y ahora podrás descansar.

MATEO.- ¿Podré?

ROSA.- Sí. Ése es el sentido.

Ha entrado NINA, lleva una maleta en una mano y en la otra una pistola. Desaparecen ROSA y

MATTHÄUS. NINA repara en el uniforme, en la pistola. Saca su pistola también.

MATEO.- Puede guardar eso. No voy a hacerle nada. Tampoco voy a intentar huir. Mi nombre es

Ernest Bauman

NINA.- ¿Qué?

MATEO.- Un nombre vulgar, sí. Siento defraudarla. (Silencio.)

NINA.- ¿Cuándo? /

45
MATEO.- ¿Supe quién era usted?

NINA.- Sí.

MATEO.- No se asuste.

NINA.- ¿Cuándo lo supo?

MATEO.- Hace ya unas semanas. Sin embargo, usted jamás pensó que yo no era al hombre que

buscaba.

NINA.- Pero usted se llama Mateo. Matthäus/

MATEO.- Se equivoca, Nina. Mi nombre es Ernest Bauman. Me enviaron a Salónica cuando tenía

diecisiete años. Para servir a Alemania. Limpiaba los uniformes, limpiaba las letrinas, servía en la

cantina del cuartel. Aquí tiene mi pasaporte.

NINA.- No es posible.

MATEO.- No he jugado con cráneos, no he esterilizado, no he convertido en cenizas a centenares de

persona. Siento defraudarla. Yo no me encargué de esos trenes.

NINA.- Pero entonces

MATEO.- ¿Lo hubiera preferido? ¿Hubiera preferido que me llamase Matthäus?

NINA.- ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué ha tomado ese nombre?

MATEO.- Usted no puede reprocharme nada. Pero no todo su trabajo ha sido en balde. Una vez maté

a un hombre. A un amigo: Matthäus Brunner. El hombre al que buscaba.

NINA.- Quiere confundirme. Eso es lo que pretende.

MATEO.- Aquí está su pasaporte. Puede comprobar los nombres y las fotografía. Fíjese bien. Éste es

mi amigo. Yo lo maté. Así que imagino que él ya está juzgado y que usted debe sentirse feliz.

¿Quién le paga?

NINA.- Entonces usted /

MATEO.- No le sirvo para nada, ¿verdad? Deserté. Quizá esa historia le sea de interés. Abandoné a

mi país, a mi familia. ¿En qué dirección puedes correr para olvidar, Nina? ¿Se llama usted así? Qué

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importa.

NINA.- ¿De qué habla?

MATEO.- Eso es lo que buscaba.

NINA.- ¿Qué?

MATEO.- ¿Qué buscaba si no?

NINA.- Buscaba justicia.

MATEO.- ¿Quién se la ha pedido?

NINA.- No tengo por qué contestarle.

MATEO.- ¿Quién le paga? ¿Su país?

NINA.- ¿Cómo?

MATEO.- Por perseguir nazis, ¿cuánto le pagan?

NINA.- No es el dinero lo que/

MATEO.- Por perseguir viejos nazis. ¿Cuánto vale eso? ¿Cuántos años tiene usted? ¿Por qué hace

esto? (Silencio.) ¿Por qué ha dedicado su vida a esto?

NINA.- Están llegando. Déjeme que yo hable con ellos primero. Le prometo que no ocurrirá nada.

Sólo tiene que explicarles quién es.

MATEO.- No importa.

NINA.- Le harán preguntas. No tiene por qué asustarse. Si es quien dice, no tendrá ningún problema.

MATEO.- Es usted la que está asustada. No voy a dispararle. No voy a disparar a nadie. Pero salga de

mi casa.

NINA.- Mateo.

MATEO.- Mi nombre es Ernest.

NINA.- ¿Por qué utilizó el nombre de su amigo?

MATEO.- Pensé que así estaría más cerca de ella. La última vez que la vi repetía ese nombre una y

otra vez. La vida que yo había quitado. Quise prolongarla, en cierto modo. Quise llevar el nombre

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que ella amaba.

NINA.- ¿Ella? ¿De quién habla?

MATEO.- Ya no tenemos tiempo para más historias, Nina.

NINA.- ¿Por qué no regresó entonces a Alemania cuando terminó?

MATEO.- Nunca terminó.

NINA.- Cuando la guerra terminó.

MATEO.- Deserté. Había matado a un compañero, a un soldado alemán, por amor. A él, a ella.

¿Cuántas ciudades fueron, cuántos nombres fueron? Pasé quince años en una barriada de El Cairo.

¿Cuántas noches fueron? De repente, aquella nube tomó forma; en los libros, en las películas, en los

programas de televisión. Todo el mundo sabe lo que ocurrió, todo el mundo sabe lo que no ocurrió.

Yo, que estuve allí, no lo supe. No lo supe hasta luego. Sentado en una sala de cine, con un refresco

de cola, viendo las películas que hablaban de nosotros, de lo que fuimos, de lo que hicimos. De ese

horror. ¿Cómo es posible tener tanto horror en las manos y no sentirlo? ¿Puede responder a eso?

NINA.- ¿Cuándo llegó aquí?

MATEO.- Y mientras, recordaba la sonrisa de mi amigo aquella noche en que me dijo que se había

enamorado, por vez primera, de una hermosa muchacha que cantaba en una orquesta. ¿Cómo puede

sonreír alguien de ese modo?

NINA.- Nadie recuerda cuándo llegó aquí/

MATEO.- ¿Hace cuántos años? Ya no importa.

NINA.- ¿Por qué lo mató? ¿Por qué asesinó a Matthäus Brunner?

MATEO.- ¿Por qué quiere saberlo?

NINA.- Porque usted entonces sería un /

MATEO.- Ni se lo ocurra decirlo.

NINA.- Un héroe. La justicia entenderá.

MATEO.- ¿Quién me juzga, Nina? ¿Usted? ¿Por qué lo hace?

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NINA.- Es mi deber.

MATEO.- Y sin embargo yo no quise saber nada más, de nosotros, de lo que decían de nosotros. Ya

lo hacen ustedes, ya cuentan la historia para entretenerse y tomar palomitas con refresco de cola,

para decirse que el monstruo está fuera, siempre fuera. Como hacía yo en ese cine lleno de moscas

de El Cairo. (Toma la pistola.) No se asuste. No voy a dispararle. Le ruego que salga.

NINA.- Entonces no tiene por qué preocuparse. Le harán preguntas. Sólo eso. La gente necesita

saber/

MATEO.- ¿La gente?

NINA.- Lo que hizo. Lo que ocurrió.

MATEO.- Ha terminado.

NINA.- Mateo/

MATEO.- No es mi nombre/

NINA.- Quiero que sepa/

MATEO.- Salga/

NINA.- Que yo, en cierto modo/

MATEO.- Márchese antes de que lleguen.

NINA.- De alguna manera supe que usted no era capaz de/

MATEO.- No lo diga.

NINA.- Déjeme explicarle, deme sólo unos minutos.

MATEO.- No se permita llorar, Nina. Salga.

NINA.- Pero/

MATEO.- No quiero oír nada más.

NINA.- Necesito explicarle, necesito que me perdone/

MATEO.- Cállese.

NINA.- No voy a dejarle ahora.

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MATEO.- ¿No me ha oído? (Le apunta.) ¡Salga!

NINA lo hace. MATEO toma la pistola. Sonríe. Se levanta y pone un disco en el gramófono. La aguja

recurre el surco pero no hay sonido. Aparecen MATTHÄUS y ROSA. MATEO se sienta en el sillón con

la pistola.

MATEO.- Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida. Pero los

perros esperan fuera, y los hechiceros y los asesinos y los impostores esperan fuera. Y todo aquel

que ama y miente. ¿Cómo seguía? No puedo recordarlo. ¿Cómo seguía? (Nadie responde.) ¿Cómo

seguía? Todo aquel que ama y miente, todo aquel que ama y miente.

Fuera los zorzales cantan enfebrecidos. Oscuro final.

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