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Manuel Toledo
Erik Valenzuela
Lingüística Antropológica
Mg. Yenny Paredes
Introducción.
Hay una razón antropológica en este aprecio del signo y del símbolo. Una persona
está construida de tal manera que todo aquello que realiza lo hace desde su espíritu interior
y también desde su corporeidad: no solo alimenta sentimientos e ideas en su interior, sino
que los expresa exteriormente con palabras, gestos y actitudes. Esto no significa que una
persona tenga sentimientos, y luego los exprese pedagógicamente, para que los demás lo
entiendan y lo reconozcan. Sino que se puede decir que esos mismos sentimientos no son
del todo humanos, incompletos, hasta que no se expresan. Hasta que la idea no se hace
palabra, no es plenamente realidad humana. Y es que en el fondo el ser humano»' no es
una dualidad "cuerpo y espíritu", sino una unidad: es "cuerpo' espíritu" y desde su totalidad
se expresa y realiza, con palabras y gestos
Marco teórico.
Durante los tres primeros siglos parece que no se representa plásticamente la cruz:
se preferían las figuras del Pastor, el pez, el ancla, la paloma...
Fue en el siglo IV cuando la cruz se convirtió, poco a poco, en el símbolo predilecto
para representar a Cristo y su misterio de salvación. Desde el sueño del emperador
Constantino, hacia el 312 ("in hoc signo vinces": con esta señal vencerás), que precedió a
su victoria en el puente Milvio, y el descubrimiento de la verdadera Cruz de Cristo, en
Jerusalén, el año 326, por la madre del mismo emperador, Elena, la atención de los
cristianos hacia la Cruz fue creciendo. La fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, que se
celebra el 14 de septiembre, se conoce ya en Oriente en el siglo V, y en Roma al menos
desde el siglo VII
La Cruz, que para los judíos era escándalo y para los griegos necedad (1 Cor 1,18-
23), que escandalizó también a los discípulos de Jesús, se ha convertido en nuestro mejor
símbolo de victoria y esperanza, en nuestro más seguro signo de salvación y de gloria.
No es de extrañar que, cuando en la celebración se emplea el gesto simbólico del
incienso —signo de honra, de veneración y alabanza—, sea en primer lugar la Cruz la que
reciba nuestro homenaje. En esa Cruz se centra la comprensión de Cristo y de su Misterio
Pascual. Ahí está concentrada la Buena Noticia del evangelio. Todas las demás palabras y
gestos simbólicos lo que hacen es explicar, desarrollar (y, a veces, oscurecer) lo que nos
dice la Cruz.
Los cristianos, con frecuencia, hacen con la mano la señal de la cruz sobre las
personas. O la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.
Al principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente. Luego se
extendió poco a poco a lo que hoy conocemos: o hacer la gran cruz sobre sí mismos (desde
la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho) o bien la triple cruz pequeña, en
la frente, en la boca y el pecho, como en el caso de la proclamación del evangelio.
No hace falta llegar a los estigmas de la cruz en el propio cuerpo, como en el caso
de algunos Santos. El repetir el gesto nos recuerda que estamos salvados, que Cristo ha
tomado posesión de nosotros, que estamos de una vez para siempre bendecidos por la
Cruz que Dios ha trazado sobre nosotros.
En realidad, el primero que hizo la "señal de la Cruz" fue el mismo Cristo, que
"extendió sus brazos en la cruz" (Plegaria Eucarística 2a.), y "sus brazos extendidos
dibujaron entre el cielo y la tierra el signo imborrable de tu Alianza" (Plegaria Eucarística la.
de la Reconciliación).
Si ya en el Antiguo Testamento se hablaba de los marcados por el signo de la letra
"tau", en forma de cruz (Ezeq 9,4-6) y el Apocalipsis también nombra la marca que llevan
los elegidos (Apoc 7,3), nosotros, los cristianos, al trazar sobre nuestro cuerpo el signo de la
Cruz nos confesamos como miembros del nuevo Pueblo, la comunidad de los seguidores
de ese Cristo que desde su Cruz nos ha salvado.
Por otro lado, el pan es un alimento que, además de ser el más expresivo de la
comida humana, tiene en sí mismo una variedad de significados que nos ayudan a entender
mejor la riqueza de la Eucaristía. Es el alimento base, el que resume todos los demás: tener
pan es poder vivir, ganar el pan "con el sudor de la frente" retrata toda la experiencia de la
vida humana. Es la imagen de la alegría y la prosperidad, como don de Dios, que concede a
los suyos el sustento: "anda, come con alegría tu pan y bebe de buen grado tu vino, que
Dios está ya contento con tus obras" (Qo 9,7). Pero puede ser visto también como símbolo
de todo otro alimento cultural o espiritual: "no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo
que sale de la boca de Dios" (Dt 8,3 y Mt 4,4); porque "no son las diversas especies de
frutos los que alimentan al hombre, sino que es tu Palabra la que mantiene a los que creen
en ti " (Sb 16,26). Por eso la Sabiduría podrá personificar: "venid y comed de mi pan, bebed
del vino que he mezclado" (Pr 9,5).
De esta manera el vino que es considerada la bebida festiva por excelencia y dice
alegría y vitalidad: "como la vida es el vino para el hombre; ¿qué es la vida a quien le falta el
vino, que ha sido creado para contento de los hombres? regocijo del corazón y contento del
alma es el vino bebido a tiempo y con medida" (Si 31,27-28). Por eso es considerado como
el signo de la felicidad, de la prosperidad y de la fecundidad. Es algo más que calmar la sed.
En la Cena pascual de los judíos se toman cuatro copas oficiales de vino, en un ambiente
de alegría y de bendición a Dios.
El vino habla de amistad y comunión con los demás, porque crea una atmósfera de
solidaridad y comunicación. Tomar una copa juntos, brindar por la victoria, servir un vino de
honor, serán siempre lenguaje de sintonía y participación en el destino del otro.
Por eso las comparaciones se suceden. Un buen amigo es como el buen vino (Si
9,10), el amor queda bien simbolizado por el vino (Ct 1,2), así como la inspiración de la
sabiduría. También puede recordar la sangre (al vino se le llama "la roja sangre de la uva":
Dt 32,14) y por eso es signo del dolor y la tragedia: "¿podéis beber el cáliz que yo voy a
beber?" (Mt 20,22), "Padre, aparta de mí este cáliz" (Le 22,42). Claro que el vino también se
presta a abusos: "no mires el vino: qué buen color tiene, cómo brinca en la copa, tiene buen
entrar; pero a la postre, como serpiente muerde, como víbora pica; tus ojos verán cosas
extrañas..." (Pr 23,31-32).
Y, sin embargo, a pesar de toda su ambigüedad, fue elegido por Cristo como el
signo sacramental de su comunión. El vino es una clave muy ligada al anuncio de los
tiempos mesiánicos: "un convite de buenos vinos, vinos de solera" (Is 25,6), "haré volver a
los deportados, plantarán viñas y beberán su vino" (Am 9,14), "qué feliz será, qué hermoso:
el trigo hará florecer a los mancebos y el mosto a las doncellas" (Za 9,17). Por eso en Caná
el vino nuevo, reservado para el final, simboliza claramente los tiempos mesiánicos ya
inaugurados en Cristo. Y en la Eucaristía él mismo anuncia que la comida del Reino será
con el vino nuevo (Mt 26,29): nosotros lo estamos bebiendo en nuestro sacramento, como
anticipo de los tiempos definitivos.
Todo ello puede verse concentrado y ampliamente superado cuando Cristo se llama
a Sí mismo la Vid verdadera (Jn 15) y sobre todo cuando en la Última Cena pronuncia las
entrañables palabras que en cada Eucaristía se repite: "tomad y bebed todos de él: esto es
mi Sangre derramada por muchos". Además de la bebida y de la alegría mesiánica y la
comunicación de su propia vida, tiene ciertamente aquí el Vino de la Eucaristía una
expresividad grande hacia el sacrificio de Cristo en la Cruz. Vino-Sangre: que sella la nueva
Alianza entre Dios y la humanidad, como la sangre de los animales había rubricado la
primera Alianza del pueblo israelita en el monte Sinaí (Ex 24).
Aparte del simbolismo que cada elemento tiene de por sí, los dos juntos —el pan y el
vino— forman un binomio particularmente feliz para expresar la donación de Cristo a sus
fieles en la Eucaristía. Ambos, como hemos visto, son alimento para la vida, proceden del
mundo creado y del trabajo del hombre, son don de Dios y símbolo de la alegría del Reino y
de la Vida nueva que Cristo nos comunica, así como de la fraternidad que congrega a la
Iglesia. Pero además hay entre los dos una complementariedad muy expresiva, que se
puede entender fácilmente con una mera yuxtaposición de conceptos: el pan el vino calma
el hambre apaga la sed apunta al trabajo produce alegría recuerda la corporeidad humana
recuerda la vitalidad anímica asegura la subsistencia llena de inspiración compartido,
expresa fraternidad compartido, habla de amistad y alianza puede significar la entrega
puede significar el sacrificio subraya la cotidianidad subraya la festividad Cristo lo identificó
con su Cuerpo Cristo lo identificó con su Sangre comiéndolo, nos unimos a Cristo
bebiéndolo, nos unimos a Cristo.
Los dos, el pan y el vino, afectan así a la doble realidad humana, la bi-unidad que
somos, la "corporeidad animada". Al elegirlo, Cristo ha dicho "sí " a la naturaleza humana en
toda su bipolaridad, con su dolor y su alegría, con lo material y lo espiritual. Con el lenguaje,
sencillo y profundo a la vez, del pan y del vino compartidos, Cristo nos está diciendo qué
quiere darnos en su Eucaristía: vida, participación en su sacrificio pascual, alegría, alimento,
fraternidad, su propia Persona.
El Pan y el Vino adquiere aquí toda la densidad de su significación mesiánica y
salvífica. De ellos sí que se puede decir con verdad, juntando su sentido humano y
eucarístico: "la tierra ha dado su fruto" (Sal 66). ¿Admiten sustitutos? Una pregunta que se
está poniendo cada vez con mayor frecuencia en algunas regiones de la Iglesia es la de si
se podría sustituir este binomio del pan y vino por otros elementos equivalentes, que
comportan el "comer y beber con" de la comunidad cristiana y que fueran más adaptados a
los usos de la región. Porque en gran parte de la humanidad el pan no se elabora con trigo,
sino con arroz o maíz, y el vino no se obtiene de la vid, sino de caña o palma. Sobre todo en
África y Asia es donde sienten este problema, porque les resulta a veces difícil obtener el
pan de trigo y el vino de uva, y a la vez les parecería salvada la intención fundamental de la
Eucaristía con otros elementos similares.
Desde luego, la Iglesia podría tomar decisiones en este sentido. Como lo ha hecho
en otros sacramentos, dando por ejemplo facilidades para que las unciones se hagan con
aceite no de oliva, sino de otros vegetales. Es ella, la Iglesia, la depositaria de los
sacramentos, y, salvando su esencia, puede —y así lo ha hecho— cambiar su realización.
Pero hasta el momento, en el tema de la Eucaristía, no ha querido permitir sustitutos al pan
y al vino.
Seguramente este sacramento resulta mucho más difícil de cambiar, debido al
respeto entrañable que a la comunidad cristiana le infunde el que fuera el mismo Cristo,
según los evangelios, el que eligió esos dos elementos, cargados además de un simbolismo
relacionado con su propia persona: el Pan de la Vida, el grano que muere y da fruto, la Vid
verdadera. Así la Iglesia de hoy se une a la de todos los tiempos en estos dos signos
centrales de su Eucaristía. Los países en que el trigo y la vid no son autóctonos, tienen una
ocasión para expresar también su unidad con la Iglesia universal.
También han tenido que aceptar otras categorías bíblicas del misterio salvador, que
a ellos y seguramente también a nosotros nos han resultado extrañas: la Pascua, el
Cordero, la Cruz. También el pan y el vino, por su origen radical, y por las resonancias
bíblicas tan ricas, parecen —hasta ahora— a la Iglesia como insustituibles en la celebración
de la Eucaristía. No perder la clave de la "comida y bebida" Lo que sí sería una lástima es
que la Eucaristía no volviera a recuperar su signo central, en parte debilitado en los siglos
anteriores: su categoría de comida y bebida. Los primeros nombres con que se la conoció
fueron en esta dirección: "fracción del pan" y "cena del Señor". Pero luego poco a poco se
fue debilitando esta perspectiva, hasta que se centró su comprensión sobre todo en el
sacrificio y la adoración, que, desde luego, también tienen su legitimidad en el conjunto de
la Eucaristía.
Enfoque.
El signo nos hace conocer, saber algo más; es el primer paso para la interpretación.
El significado es el interpretante del signo y el proceso de significación llega a ser un
proceso de semiosis ilimitada. Recordemos que la semiosis es una forma de analizar al
signo.
En este caso, la cruz “algunas veces, significa la cruz de madera en que clavaron al
Señor Jesús y le dieron muerte, en el Calvario”, también “significa las aflicciones y pruebas
que los creyentes en Cristo tienen que pasar si siguen fielmente a Cristo” y también
significa “ en algunos lugares, la doctrina, de que Cristo murió por sus hijos en la cruz,
siendo este el sacrificio expiatorio que hizo en favor de los suyos, por medio de sus
sufrimientos por ellos en la cruz, el sacrificio completo y perfecto por el pecado que ofreció
cuando entregó su propio cuerpo para ser crucificado.”. Por otro lado, la eucaristía expresa
la máxima solidaridad de Dios con la humanidad conmemorando el acto de amor ocurrido
en la cruz a través de su sacrificio. (El propósito de la cruz, 2007)
Análisis
https://www.archisevilla.org/el-pan-y-el-vino-simbolos-esenciales/
A nivel sintáctico, observamos una copa de color beige, similar a lo que es el color de la
arena, con el grabado de una cruz en la parte inferior, mientras que en la parte superior se
evidencia un grabado que va a juego con el diseño del plato que está junto a él, en dicho
plato se encuentra un pan común que parece ser de grano.
A nivel semántico, se hace presente el uso que posee cada uno, en este caso el vino
funciona como una bebida que sacia la sed junto al pan ejerce su función como alimento
básico.
A nivel pragmático podemos apreciar que el pan y el vino representan la base del rito
eucarístico entendiéndolo desde lo que representan estos materiales dentro y fuera del rito,
siendo el pan el alimento base formado por la unión de granos, que hoy en la actualidad
sigue representando el principal alimento de la clase trabajadora, y el vino la bebida festiva
que también en su proceso de formación requiere la unión de las uvas, sigue en la
actualidad también siendo la principal bebida que se entrega a modo de celebración o de
gratitud a los anfitriones de alguna festividad, nos dan a entender que la iglesia católica de
esta misma manera está formada por seres individuales que se unen para formar algo más
grande a través de su fe y que la participación de este rito junto a la inamovilidad de sus
componentes expresa la base de la iglesia católica.
https://http2.mlstatic.com/cruz-catolica-de-madera-y-ceramica-hecha-a-mano-en-
ibarra-D_NQ_NP_422201-MEC20302248216_052015-F.jpg
A nivel sintáctico, podemos ver una cruz hecha de madera, de color negro con tallados
rusticos en los extremos, la imagen plástica de un ser humano crucificado y una pequeña
placa plástica con la inscripción “INRI”
A nivel semántico podemos mencionar que la cruz tuvo diferentes usos a lo largo de la
historia, por ejemplo, era un instrumento de castigo, principalmente usado en aquellos que
cometieron delitos en tiempos antes de cristo, luego durante la época de las cruzadas fue
utilizado como instrumento de tortura, así mismo fue utilizada más tarde como símbolo de
evangelización en tiempos de expansionismo, para finalizar siendo vista como sinónimo de
amor y paz por los cristianos. Usualmente el símbolo de la cruz cuando está siendo utilizada
con fines religioso en tiempos contemporáneos viene acompañado con la imagen plástica o
tallada de cristo crucificado y también con el grabado “INRI” normalmente en la parte
superior de la cruz.
Conclusión
Un conocimiento donde los signos no sólo sustituyen a las cosas, sino que funcionan
como mediadores que acercan el mundo al alcance de los intérpretes. En consecuencia,
todo pensamiento se contiene en signos, que constituyen la base de todo proceso de
significación como objeto de estudio de la semiótica.
Los signos pueden ser los mismos en otras culturas, pero lo que los define en una
es su significación. De ahí la idea de que cuando queremos comunicar algo, dependemos
de que quien reciba el mensaje pueda descifrar los signos con la misma significación que
nosotros. Independientemente de que el intercambio simbólico sea directo o indirecto
(mediado) requerimos que todos los miembros participantes de la comunicación conozcan
los signos con la misma significación de cierta cultura. Como menciona Salas “el simbolismo
tal cual aparece en la vida cotidiana está vinculado a imágenes, signos y acciones que nos
permiten representarnos algo que va más allá de lo meramente sensible”.
Charles S. Peirce (1974). La ciencia de la semiótica. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires,
Argentina
Salas, R. (1966) lo sagrado y lo humano. Para una hermenéutica de los símbolos religiosos.
Editorial San Pablo. Santiago. Chile