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La Iglesia es el sacramento universal de salvación según tres oraciones: 1) Jesús es el sacramento de Dios y la Iglesia es el sacramento de Cristo, manifestando la presencia de Dios. 2) La Iglesia continúa la misión de Cristo al anunciar el Evangelio a toda la humanidad. 3) Al igual que Cristo es el sacramento primordial, la Iglesia es signo visible de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
La Iglesia es el sacramento universal de salvación según tres oraciones: 1) Jesús es el sacramento de Dios y la Iglesia es el sacramento de Cristo, manifestando la presencia de Dios. 2) La Iglesia continúa la misión de Cristo al anunciar el Evangelio a toda la humanidad. 3) Al igual que Cristo es el sacramento primordial, la Iglesia es signo visible de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
La Iglesia es el sacramento universal de salvación según tres oraciones: 1) Jesús es el sacramento de Dios y la Iglesia es el sacramento de Cristo, manifestando la presencia de Dios. 2) La Iglesia continúa la misión de Cristo al anunciar el Evangelio a toda la humanidad. 3) Al igual que Cristo es el sacramento primordial, la Iglesia es signo visible de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
Jesús Sacramento de Dios, la Iglesia sacramento de Cristo, Jesús es el sacramento de la revelación de Dios; en la humanidad de Jesús se revela sin engaño y con toda verdad el mismísimo rostro de Dios. En la defensa de la humanidad de Jesús está en juego la posibilidad de un auténtico acceso a Dios desde nuestra humanidad; de ahí que ella sea el medio necesario, el sacramento de nuestro encuentro con Dios, porque al Padre “nadie le conoce sino el Hijo y aquel a quien se lo quiera revelar” (Mt 11, 27). La noción de “Jesús sacramento de Dios, permite comprender el misterio de Jesús, tal como lo proclama la fe de la Iglesia; y hacer justicia a la trascendencia de Jesús sin por ello tener que negar la dimensión creada, finita e histórica de Jesús, ayuda, pues, a dar una respuesta creíble a la condición de Jesús como revelador del Padre en nuestra humanidad, o dicho de otra manera, al hecho de que él es la manifestación del Absoluto en la historia” 181. En la denominación de Cristo como sacramento pueden encontrarse raíces bíblicas y tradicionales. Que todo hombre es reflejo, es imagen de Dios: “hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra […] Creo, pues, al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 26-27). En el Nuevo Testamento: “para que los incrédulo, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo, para impedir que vean brillar el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo que es imagen de Dios” (2Cor 4, 4); “Él es imagen de Dios invisible. Primogénito de toda creación, porque en él fueron creadas todas las cosa” (Col 1, 15-16). La imagen de Dios alcanza su más perfecto cumplimiento en el hombre Jesús. El Nuevo Testamento aplica a Jesús la palabra “mysterion”, traducida al latín por sacramento: “dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio” (Ef 1, 9); “como me fue comunicado por una revelación el conocimiento del misterio” (Ef 3, 3); “al misterio escondido desde siglos y generaciones y manifestado ahora en sus santos” (Col 1, 26); “A aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos” (Rm 16, 25). San Agustín dice: “el misterio de Dios no es otra cosa que Cristo”; santo Tomás de Aquino dice: “que el primer analogado de la noción de sacramento es el Verbo Encarnado”; antes del Concilio Vaticano II se fue imponiendo la noción de sacramento para referirse a Jesucristo. La Constitución del Vaticano II dedicada a la Revelación ha consagrado con su autoridad la noción de sacramento aplicada a Jesús como revelador del Padre, “quiso Dios revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio (=sacramentum) de su voluntad por Cristo, la Palabra hecha carne”192. Lo sacramental es modo de comprensión, que quiere: “expresar la experiencia de fe de que una situación o circunstancia concreta, aprehendida a través de los sentidos, una realidad o acontecimiento exterior, es más, encierra algo más profundo que lo que aparece en la superficie y a primera vista”, que se manifiesta en el hombre Jesús era el modo de ser de Dios en forma humana. Una de las preguntas que surgen en el creyente de hoy es: ¿Cómo encontrarnos con Jesús? La respuesta es: por la IGLESIA. Este es el sentido de la auto- comunicación de la Iglesia como sacramento: “anunciando el Evangelio a toda creatura, con 1 GELABERT BALLESTER Martín, La revelación, acontecimiento con sentido, Pío XI, Madrid 1995, p. 180. 2 Dei VERBUM 2. El uso de la fórmula “palabras y obras” en la constitución conciliar (2,14 y 17) expresa el carácter sacramental de la Revelación y del Revelador por excelencia: Jesucristo. la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1); “Porque Cristo, levantado sobre la tierra, atrajo hacía sí a todos; habiendo resucitado de entre los muertos , envió sobre los discípulos a su espíritu vivificador , y por Él hizo a su cuerpo, que es la Iglesia, sacramento universal de salvación” (LG 48); “todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia humana al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre” (GS 45). La Iglesia enviada “por Dios a las gentes para ser ‘sacramento universal de salvación’ la Iglesia, por exigencia radical de su catolicidad , obediente al mandato de su Fundador , se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombre” (AG 1); “Después de su muerte y resurrección los misterios de nuestra salvación y la restauración de todas las cosas, habiendo recibido toda potestad en el cielo y en la tierra, antes de ascender a los cielos, fundó su Iglesia como sacramento de salvación y envió a los apóstoles al mundo entero, como también Él había sido enviado por el Padre” (AG 5); “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es ‘sacramento de unidad’, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos” (SC 26). El misterio de la Iglesia orienta a otro misterio; así la categoría de sacramento aplicado a la Iglesia, remite en primer lugar a Jesucristo como sacramento primordial y origen de toda salvación: “en Cristo” la Iglesia es un sacramento, porque la Iglesia es signo visible de Jesucristo, a él se remite y de él depende. La Iglesia es sacramento de Cristo porque participa de la realidad a la que remite, en ella se hace presente en profundidad Cristo resucitado, aunque esta presencia “profunda” sólo sea perceptible en y mediante el cuerpo eclesial, porque lo divino toma cuerpo en lo humano y, así Cristo se hace presente en su Iglesia. Cuando la Iglesia relee la Escritura en función de él, repite sus gestos en memoria de él (sacramentos), vive en su nombre compartiendo fraternalmente las cosas, Cristo “toma cuerpo y permite que se le encuentre de nuevo”. La luz que es Cristo se halla ahora en su Iglesia, en los que siguen a Cristo: “Yo soy la luz, el que me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). La Iglesia no es Jesucristo y aunque por la fe se cree que ella es lugar privilegiado de su presencia, por la fe su mediación es más radical que su ausencia.
Demostración histórica y empírica de la Iglesia.
La demostración católica ha conocido tres formas clásicas a lo largo de la edad moderna: 1. La vía histórica, según los documentos más antiguos la vía histórica proponía mostrar que la Iglesia católica romana es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Una forma simplificada de esta demostración es la llamada vía primatus, ya que se limita a probar que el Obispo de Roma es el legítimo sucesor de Pedro. 2. La vía de las notas, señala que la Iglesia católica es Una, Santa, Católica y Apostólica, se propone demostrar que la Iglesia Católica Romana tiene cuatro notas esenciales que Jesús otorgó a su Iglesia. 3. La vía empírica, se propone a probar que la Iglesia Católica Romana es la verdadera Iglesia, mostrando su historia y su existencia, su expansión y su fecundidad como verdadero signo de su origen divino. Los factores que ha ayudado al cambio de la nueva eclesiología son: a) Los pasos dados en el campo del ecumenismo, el diálogo ecuménico ha transformado de raíz la orientación y argumentación de la apologética clásica. Dónde la demostración católica se ha hecho mucho más modesta y dialogante. No se empeña ya en reducir exclusivamente el ámbito de la Iglesia de Jesús al ámbito de la Iglesia Católica; más bien procura detectar los elementos de eclesialidad presentes en todas las confesiones cristianas. b) La nueva relación Iglesia-mundo ha contribuido a superar los viejos resabios apologéticos de la eclesiología. El paso de la anatema al diálogo ha sido definitivo para la nueva Iglesia y, poder mostrar su significación y credibilidad a nivel histórico. La reflexión eclesiológica se preocupa de analizar la visión que el mundo moderno tiene de la Iglesia, es decir, que signos de credibilidad pone la Iglesia en medio de la humanidad. La función de la Iglesia como comunidad de tradición y lugar de discernimiento de la revelación cristiana o como comunidad de fe es la Iglesia como signo visible y creíble de la salvación. La vida que Cristo da una vida nueva, porque hay una acción del Espíritu Santo para que Cristo se haga carne en María de Nazaret, para que se haga vida en la historia de la Iglesia. La vida de Dios que nos ha sido entregada por Jesucristo debe ser conservada, transmitida y acrecentada por los cristianos (Iglesia). La Tradición supone siempre una capacidad de cambio y crecimiento, que es dada por el Espíritu Santo; que se trata de una tradición viva de la Iglesia que debe ser reactualizada en cada época y lugar; “Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio […], con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo. Esta Tradición, con la Escritura de ambos Testamentos, en que la Iglesia peregrina contempla a Dios” (DV 7). La Sagrada Tradición, en sentido amplio abarca las Sagradas Escrituras, porque la Escritura es uno de los medios de transmisión de la vida de Dios recibida por la Iglesia en Jesucristo. Por eso la postura protestante de rechazar la Tradición y aceptar sólo la Escritura como fuente de la Revelación es, en último análisis, inconsistente, pues sin la Tradición la Escritura pierde su sustento (su unión con Cristo). No deben oponerse la Escritura y la Tradición como si se tratara de dos fuentes diferentes de la Revelación: “la Tradición y la Escritura están estrechamente compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a sus sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. […]. Y así ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción”. (DV 9). La Palabra de Dios no se expresa solamente con palabras sino también con hechos, es interesante ver que el vocablo hebreo que significa “palabra” (dabar) también quiere decir “hecho”, en consonancia con la mentalidad del pueblo hebreo, que aprendió a interpretar los hechos de su historia como palabra de Yahvé, un Dios que permanecía siempre fiel a su palabra de salvación, a pesar de las infidelidades de su pueblo. Cuando Israel se mantenía fiel a sus tradiciones, lo hacía porque encontraba en ellas la palabra liberadora de Yahvé. La Iglesia transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que ella cree: el depósito de la fe. Esta Tradición progresa y crece en la Iglesia por obra del Espíritu Santo; por la contemplación y el estudio de los creyentes crece la comprensión de la Divina Revelación, crece la credibilidad cristiana entendida por credibilidad “el que una persona o institución sea digna de fe o de confianza. Es creíble el anuncio de la Buena Noticia de la Iglesia porque hay motivos serios para creerlo” 203. Luego se habla de motivos externos y de motivos internos de credibilidad que son: “los milagros, el cumplimientos de las profecías y la santidad de la Iglesia, estos motivos estaba destinados a convencer a los no cristianos y los motivos internos o subjetivos convencerán sobre todo a los creyentes que encontrarían una gran paz interior gracias a su fe cristiana y experimentaran que el mensaje evangélico responde a las aspiraciones fundamentales del ser humano” 214. En estos motivos la gente encuentra que el cristianismo es una propuesta con sentido que colma la vida humana. La Iglesia, comunidad de creyentes reunida en torno “al Señor Jesús y, enviada por el para testimoniar ante el mundo la Buena Noticia del amor universal y salvador de Dios a los hombres, porque la (Iglesia) se cuenta entre los supuestos y condiciones que hacen posible la fe y, exactamente la fe cristiana”225. Para Salvador Pié-Ninot la credibilidad de la Iglesia “está basada en el testimonio que ella da de su fe en el Señor que la congrega”236. Los creyentes, que constituyen la Iglesia, deben enfrentarse con la tarea de confesar la fe: “Vayan y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19), tarea que nace de la misma entraña de la fe, ya que “creer es confesar la fe” (Karl Barth);“No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20) exclaman Pedro y Juan ante el Sanedrín; “Pero teniendo aquel Espíritu de fe conforme a lo que está escrito: nosotros creemos por eso hablamos” (1Cor 4, 13), una confesión de fe dirigida a otro para invitarle a que abrace la fe cristiana que brota ante todo de una exigencia que siente el creyente y, no puede evitar. Según el Concilio Vaticano I “la Iglesia por sí misma, es decir, por su admirable propagación, eximia santidad e inexhausta fecundidad en toda suerte de bienes , por su unidad católica y su invicta estabilidad, es una gran y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefragable de su divina legación” (DH 3013). Un esfuerzo de verdad, de transparencia y de coherencia hace que el testimonio de la Iglesia sobre Jesús resulte creíble; poder mostrar una vida transformada, que vale la pena vivirlo y seguirlo. Cuando la Iglesia es “un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, entonces todos encuentran en ella un motivo para seguirle” (Plegaria Eucarística V/b). A pesar de sus debilidades y pecados, la Iglesia, constituida en comunidades de fieles sigue anunciado a Cristo Resucitado es gracias a la acción del Espíritu Santo, que la conduce y la anima y, sin olvidar nunca el “amarse los unos a los otros, como Yo les he amado, en esto conocerán todos que son discípulos míos: sí tienen amor los unos a otros” (Jn 13, 35). Pero también dando una palabra profética, dando una seria advertencia, un posicionarse en contra de todo lo que destruye el amor como un modo de dar testimonio y de mostrar la coherencia de la fe. 3 GELABERT BALLESTER Martín, La Revelación, acontecimiento fundamental, contextual y creíble, San Esteban, Salamanca 2009. p. 219. 4 Ibid, p. 223. 5 IZQUIERDO Cesar, Teología Fundamental, Descleé de Brouwer, Bilbao 1999, p. 371. 6 PIÉ-NINOT Salvador, La Teología Fundamental. “Dar razón de la esperanza” (1 Pe 3, 15), Secretariado Trinitario, Salamanca 20045, p. 313-412. La conocida lectura bíblica de la primera carta de Pedro, es utilizada para referirse a la tarea de la Teología Fundamental, que invita a los cristianos a mostrar en toda ocasión el sentido de su fe, siguiendo a Tomás de Aquino muchos autores interpretan que 1Pe 3, 15 invita a dar razones de la fe24 7, sin embargo el texto habla de “razones de la esperanza” y la esperanza responde a la pregunta sobre el fundamento y el sentido de nuestra vida, ya que los cristianos viven una vida con sentido es lo que llena el corazón humano y ofrece razones para vivir. El Concilio Vaticano II presenta al Espíritu Santo como santificador de la Iglesia “Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de. Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo. El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos. Guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos. Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo”. (LG 4). La Iglesia, reconoce que “encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (LG 8); además hoy quien da testimonio explícito de Jesucristo ante el mundo es la Iglesia. En este sentido, “lo que realmente manifiesta a la Iglesia como pueblo de los que se han encontrado con Jesús es la santidad, porque la santidad no es otra cosa que el reflejo de Dios en la vida del creyente”258. El servicio del Magisterio en relación con la Palabra de Dios, “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído. Así, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10). El encargo que Jesús confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que el Nuevo Testamento llama diaconía, o sea ministerio. El Magisterio de la Iglesia corresponde al Papa y los Obispos y entre los principales oficios de los Obispos está: “Los Obispos son los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida, y la ilustran bajo la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación cosas nuevas y viejas, la hacen fructificar y con vigilancia apartan de su grey los errores que la amenazan. Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los 7 Suma de Teología II-II, 2, 10, sed contra. En esta misma línea de “razones de la fe”, también Juan Pablo II, Fides et Ratio, 67. 8 GELABERT BALLESTER Martín, La Revelación, acontecimiento fundamental, contextual y creíble, San Esteban, Salamanca 2009. p. 233. fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto” (LG 25).